Reflexión Sobre El Bien y El Fin Del Hombre

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REFLEXIÓN SOBRE EL BIEN Y EL FIN DEL HOMBRE

Zárate Dávila Beatriz Adriana

Escuela de Teologia Papa Francisco

Historia de la Filosofía Antigua

Pbro. Jesús Alejandro Hernández López

Jueves 07 de diciembre 2021


Según la ética Aristotélica, todas las cosas tienen hacia un bien y hacia un fin determinado,

por ejemplo, los animales buscan alimento y agua para sobrevivir, una planta busca el sol y se nutre

de la lluvia para seguir viviendo y florecer cuando le es debido, en el caso del hombre, éste se

mueve según sus valores –o antivalores si es el caso- sin embargo, de alguna manera y en algún

momento se preguntará sobre el fin de su vida, misma pregunta que se formuló Aristóteles.

Para éste filósofo, el actuar del hombre es motivado siempre por el objeto de su acción, es

decir, buscando un bien y para ello distingue entre los fines que en verdad le llevarán a obtener un

bien de los que se buscan sencillamente por una utilidad menor. Respecto a esto, enfatiza que el

hombre de alguna manera tiende a buscar un fin verdadero, propio de la real conducta humana que

lo lanza sin más a buscar el último y más importante de todos los fines: la felicidad o el vivir bien.

Dicha felicidad debe cumplir con ciertas características para ser verdadera: debe ser única,

donde todo sea querido por él y él sea querido, a su vez, por sí mismo; debe ser autosuficiente para

colmar de plenitud su vida humana; debe conquistarse por medio del obrar propio y, finalmente,

debe ser estable y permanente.

En base a lo anterior, se puede afirmar que, para Aristóteles, la felicidad sólo será alcanzada

por medio de la razón. Será el conocimiento de lo bueno y verdadero lo que guiará el actuar del

hombre y, por medio de la ética, sabrá profundizar y buscará reconocer cuál es el fin al que debe

tender para alcanzar a conquistar este fin último: la felicidad. Ante esta perspectiva propone las

siguientes líneas como una definición de felicidad:

«El bien humano consiste en una actividad según la virtud y, si las virtudes son múltiples,

según la más excelente y más perfecta» Ética a Nicómaco, I, 6, 1098 a 16-18.

En la anterior definición Aristóteles no deja lugar a dudas sobre que el fin último y objetivo

del hombre y por el cual alcanzará la felicidad sólo será mediante la práctica de las virtudes, por

medio de la actividad de la virtud mejor y más perfecta, ésta sería el bien, pero, no el simple bien,

sino el mejor, el que es mejor que todos los demás bienes que puede alcanzar el hombre como lo

podría ser la salud, un éxito, la amistad, entre otros, éste bien mejor, que todos los demás es la
felicidad y el alcanzar una buena vida. Será el conocimiento quien ayudará al hombre a elegir los

medios correctos para la vivencia de las virtudes, será como el fuego que encenderá la llama de la

sabiduría. Es importante reconocer en esto, que la felicidad no es un estado de ánimo cómo lo sería

la tristeza, enojo o alegría, es más bien, una actividad que determina la vida del hombre y le es

intrínseca a la raza humana que está determinada a encaminarse a lo bueno y excelente que

conquistará por medio de la práctica continua de las virtudes que, a diferencia de los animales, por

ejemplo, el ser humano decide practicarlas o no y, por tanto, decide ser feliz o no.

Dicho esto, logramos percatarnos que el sumo bien sólo se desea por sí mismo y no por otra

cosa, sólo así se conquistará la felicidad. Ahora nos damos cuenta de que las expectativas que de

ordinario tenemos reconocidas –malamente- como felicidad, están erradas bajo este pensamiento.

Así pues, se descarta que la felicidad pueda ser conquistada por medio de los vanos honores, las

muchas riquezas o los diversos placeres que podamos concedernos.

Bajo esta lupa podríamos afirmar que, si un hombre se deja llevar por sus placeres y no

logra conquistarse a sí mismo por medio de la virtud, no podrá diferenciarse de ningún modo de

cualquier animal irracional, pues, al rebajarse a su nivel, quedaría sólo en la parte sensible y ha

desechado la racionalidad que debe mover cada uno de sus actos. Por otro lado, los vanos honores

que pueda propiciar el mundo, no es fiable, ya que dicho honor no es propio, alguien más lo otorga

por medio de su percepción a tal persona, por ende, se le reconoce, pero, igualmente, si su

percepción es diversa a la mía, puede no dar un honor, aunque la persona crea merecerlo, por esto,

no es de fiar y no es un fin. Finalmente, las riquezas tampoco son un fin en sí mismas, pues son sólo

pasajeras, pueden estar hoy y mañana no, además, son sólo un instrumento de utilidad en medio de

una sociedad donde se vive y se requiere de este intercambio monetario para adquirir un bien-

servicio, sin embargo, la felicidad, no puede comprarse.

Concluyo mencionando que la felicidad y el bien supremo, sólo se consigue, según

Aristóteles, mediante la práctica de las virtudes que adquirimos por medio del conocimiento.

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