Participacion Ciudadana Poder y Democracia
Participacion Ciudadana Poder y Democracia
Participacion Ciudadana Poder y Democracia
1. Introducción
Desde fines de la década del ochenta se observa en América del Sur una constante
proliferación de instituciones de participación ciudadana (IPC), tales como los presupuestos
participativos, los consejos vecinales, las conferencias nacionales, los referendos y las
iniciativas ciudadanas, entre muchos otros. Estas instituciones fueron introducidas con la
intención explícita de asignar un rol a la ciudadanía en la definición de las cuestiones
públicas, aumentar la eficiencia de la gestión, controlar la corrupción y transformar la política
“desde abajo”, relegitimando las democracias contemporáneas, con mayor énfasis en uno u
otro aspecto según la posición ideológica de quien los defina.
En un plano general, los más optimistas –aunque tomando sus recaudos– ven en las
IPC una esperanza de renovación democrática (Chávez et. Al 2005, Goldfrank 2007,
Veneziano 2005, Avritzer 2002). Los escépticos alertan frente a una posible “fachada”
democratizadora que escondería viejas estrategias de manipulación de la opinión pública y
acumulación de poder (Mascareño 2009). Por su parte, la mayoría de las investigaciones de
centradas en las instituciones participativas muestran resultados diversos, a veces incluso
opuestos, en términos de satisfacción ciudadana, refuerzo o debilitamiento de los partidos
políticos, incremento de la calidad de vida, disminución de la corrupción y el clientelismo o
desequilibrios de poder entre actores (Seele y Peruzotti 2009, Veneziano 2005, Mascareño
2009, Schneider y Welp 2011, Avritzer 2002, Goldfrank 2011, Mascareño y Montecinos
1
Agradezco a Wagner de Melo Romao y Cristina Bloj por sus comentarios a una primera versión de este
trabajo.
1
2012).
Sin ánimo (ni capacidad) de clausurar el debate, este trabajo explora las condiciones
bajo las cuales las IPC podrían empoderar a la ciudadanía, prestando especial atención a las
variables que podrían jugar en contra de dicho empoderamiento.
El término empoderar proviene del inglés (empower). La Real Academia Española lo
define como “hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido”. Por este
camino, una lectura inmediata conduce a asociar las instituciones participativas orientadas a
empoderar a la ciudadanía con la promoción de grupos socialmente desfavorecidos. Una
lectura más amplia sugeriría que en la evolución de la democracia representativa, la
ciudadanía (como entidad) se ha visto desfavorecida al perder su capacidad de influencia en
la definición de políticas (limitada al ejercicio de elección de autoridades) y que este hecho
podría ser contrarrestado con la introducción de nuevas instituciones de control y
participación en manos de los ciudadanos.
Ambas visiones –la orientación a grupos desfavorecidos o a la ciudadanía como un
todo– han estado presentes en la literatura sobre la democracia participativa y,
fundamentalmente, en la evaluación de mecanismos como el presupuesto participativo (PP).
Así, algunos autores defienden que más allá de los porcentajes de participación efectiva
(cuántos), la importancia de estas instituciones radica en dar voz a los que no la tienen
(quiénes participan) (Goldfrank, 2011; Pinnington y Schugurensky, 2010)2. Para otros, sin
embargo, la apuesta refiere a la transformación de los mecanismos de acceso al poder y de la
misma democracia (Pateman 2012). La cuestión no es menor ya que una u otra postura
conduce a pensar en las instituciones participativas como un complemento del sistema
existente, para equilibrar fuerzas entre grupos sociales, o, alternativamente, podría sugerir un
camino de transformación institucional más profunda y re-equilibrio entre poderes
(considerando a la ciudadanía como uno de estos poderes, no sólo durante los períodos de
elección de autoridades).
Pero los elementos que podrían limitar o potenciar las consecuencias de las IPC no se
limitan a los actores que las utilizan. Empoderar a la ciudadanía implica abrir nuevos canales
de control y participación en la definición de los asuntos públicos. Ambos componentes
permiten idealmente fortalecer el rendimiento de cuentas (accountability), reducir la distancia
2
Los estudios empíricos registran resultados diversos, con casos en que predomina la participación de grupos
desfavorecidos (Wampler 2004) y otros en que se observa una mayor participación de clases medias (Ferla
et.al 2014 en su análisis de Montevideo).
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entre representantes y representados –acercando las actuaciones de los primeros a las
preferencias de los segundos– y, en consecuencia, fortalecer la legitimidad democrática. La
medida en que esto ocurra está condicionada por varios elementos entre los que destacan:
i) el diseño institucional del mecanismo: la hipótesis es que cuanto más abierto sea a la
participación, más autónoma del poder político de turno sea su activación y mayores
competencias tenga para intervenir en la esfera pública, mayor será su capacidad de
empoderar al ciudadano, y
ii) las condiciones para las prácticas democráticas: en particular, más allá del diseño
institucional, las variables que explican que se cumpla con la regulación, y la misma
participación de la ciudadanía, tendrán una influencia clave en el funcionamiento de la
institución y en su resultado. La hipótesis es que a mayor respuesta del sistema político y
mayor participación de la ciudadanía, mayor será el empoderamiento ciudadano. Esto sugiere
que las IPC pueden fortalecer la democracia cuando ya existen y funcionan reglas del juego
mínimamente democráticas.
En estrecha relación con el carácter compensatorio (orientado a dar voz a los desfavorecidos)
o institucionalmente transformador (orientado a modificar más o menos radicalmente la
distribución del poder) de la democracia participativa, el amplio espectro de mecanismos
existentes expresa una gran diversidad de formatos (diseño institucional). Las potencialidades
de las instituciones de participación ciudadana no están determinadas pero sí fuertemente
condicionadas por sus formatos. Aunque las prácticas pueden limitar o fortalecer el poder de
una institución por variables asociadas al contexto y a los actores involucrados, el diseño
institucional abre un abanico de opciones que influyen sobre el desempeño.
En trabajos previos hemos elaborado una tipología (Schneider y Welp 2011) que
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permite agrupar y comparar entre diferentes instituciones de participación ciudadana. Esta
tipología se centra en criterios tales como el tipo de participación promovida (deliberativa,
con o sin toma de decisiones; o de toma de decisiones directa mediante el voto); la
periodicidad de los encuentros (puntual o a lo largo de períodos predeterminados); los
criterios de participación (en tanto habitante del territorio, delegado o representante electo
por los vecinos o como derecho electoral); las formas de activación o el grado de
formalización (dependiente del poder político o regulada por la ley, en caso de ser regulada
también contemplamos la posibilidad de que se regulen mecanismos susceptibles de ser
activados directamente por la ciudadanía); y las competencias u objetivos de la IPC. Veamos
estos elementos y sus consecuencias con mayor detalle.
a) El tipo de participación
Cuando una institución participativa se orienta a la deliberación y/o elaboración de propuestas
no vinculantes, idealmente puede contribuir a mejorar la accountability, promover la
transparencia, acercar las preferencias de los ciudadanos y las acciones de los representantes –
dada su contribución a mejorar los canales de comunicación entre ambos– y estimular la
educación cívica (Schugurensky, 2004). Sin embargo, si estos espacios de participación no
son suficientemente tenidos en cuenta, su debilidad institucional (el hecho de que sus
decisiones no tengan carácter vinculante y los responsables de poner en marcha políticas no
estén obligados a rendir cuentas y explicar por qué no las han tenido en cuenta, cuando ese
sea el caso) podrían generar el efecto inverso al deseado inicialmente, y fortalecer el
desencanto ciudadano con la democracia representativa. Por el contrario, las instituciones que
permiten la toma directa de decisiones ciudadanas –cuando se cumplen los requisitos legales y
no se interponen recursos ad hoc para evitarlos– puede funcionar como un fuerte contrapeso
(Dalton et al 2001).
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ser los electores, los habitantes del territorio, los electos por otros ciudadanos, etc. Mientras la
formación de un grupo de personas que se reúnen con cierta regularidad para tratar sobre
temas públicos puede crear interlocutores para el gobierno, también puede generar problemas
de representación. Por ejemplo, cuando la elección crea nuevos espacios de representación
que, en algunos casos, difuminan los límites entre la participación ciudadana y la política de
partidos. Esto podría ocurrir en el caso de los consejos (consejeros electos para cumplir
funciones durante un período determinado y representar a la ciudadanía). Tomemos el
ejemplo de la “silla vacía”, introducida en Ecuador en 20083. La Silla Vacía es un mecanismo
que otorga voz y voto a los “delegados ciudadanos” en las sesiones del concejo municipal,
que coexiste o se contrapone al representante de los partidos o movimientos políticos en los
concejos locales (concejales). En su estudio de los casos de Puerto Quito y Cotacachi,
Ramírez y Espinosa (2012) ponen énfasis en las consecuencias de una institución participativa
que propicia la generación de una representación “oficial” de los ciudadanos y de las
organizaciones sociales mientras incentiva la emergencia de disputas al interior mismo de los
actores de la sociedad civil respecto a la legitimidad de sus específicos espacios como origen
de la designación de representantes. A la vez, presupone una ciudadanía homogénea, a ser
representada en el concejo local.
c) La convocatoria
El hecho de que la convocatoria a un presupuesto participativo, como ocurre en algunos
casos, dependa del poder político, podría generar dudas sobre los intereses que estos actores
tengan en institucionalizar el mecanismo más allá de una experiencia concreta o sujeta a la
(su) voluntad política. En cambio, la existencia de un marco normativo garantiza que el
espacio participativo existirá más allá del gobierno de turno. Cuando los mecanismos pueden
ser activados por la ciudadanía, por ejemplo, para vetar o proponer una ley se abren mayores
posibilidades de abrir el juego político a otros actores.
Con base a estos criterios distinguimos entre instituciones de participación
deliberativa, semi-representativa o delegada y directa (véase tabla 1).
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La Constitución señala que “las sesiones de los gobiernos autónomos descentralizados serán públicas y en
ellas existirá la silla vacía que ocupará una representante o un representante ciudadano en función de los
temas a tratarse, con el propósito de participar en su debate y en la toma de decisiones” (Constitución de
2008, art. 101).
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Tabla 1: tipología de instituciones participativas
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promueven la accountability en todas sus formas (horizontal, vertical y societal). Wampler
(2004: 76) indica que la participación de organizaciones de la sociedad civil podría presionar
a funcionarios y representantes a respetar la ley y por tanto emerge como un canal que actúa
junto a los otros (accountability horizontal y vertical).
3. El presupuesto participativo
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a) Un mecanismo deliberativo para decidir prioridades presupuestarias de baja incidencia
Los presupuestos participativos comparten el objetivo de discutir y priorizar proyectos y
realizar propuestas. En este sentido, una mirada general muestra que más allá de montos muy
reducidos o más amplios, hay cierto consenso en que las decisiones que pueden tomarse a
través de este mecanismo tienen un marcado carácter compensatorio. En general, no se trata
de oponer cuestiones sino de priorizar entre un grupo de políticas cuya realización suele ser
necesaria. Esta dimensión puede no ser muy relevante cuando el PP se inicia en contextos de
elevada deprivación en los que el fortalecimiento de la comunidad y la expresión de la
voluntad colectiva son en sí mismos avances positivos. Sin embargo, puede ir perdiendo su
fuerza a medida en que las necesidades más básicas son resueltas.
Al comparar experiencias, se observa que las diferencias en el alcance o influencia de
las decisiones tomadas suelen estar estrechamente relacionados con el rol asignado al
presupuesto participativo en la estructura del gobierno local (asociado a oficinas de
planeamiento o a oficinas de participación, por ejemplo) (Schneider y Welp, s/d; Melo Romao
2014). Así, cuando las deliberaciones se vinculan a la toma de decisiones en el marco de
Planes Estratégicos de Desarrollo (caso Bogotá, Quito, Montevideo con los Planes
Quinquenales), los temas a debatir y los problemas a resolver son más sustantivos (por
ejemplo, proyectos urbanos de gran alcance e impacto, educación, salud, etc.)
En casos como el de Buenos Aires se establece en su Estatuto la prohibición de
discutir de manera participativa sobre finanzas y sobre la creación de nuevos impuestos
mientras en las prácticas en los últimos años los temas se han ido reduciendo para limitarse
solo a proyectos sociales y urbanos, y por lo general con poca relevancia o impacto. En
cuanto a las decisiones tomadas, las mismas varían entre el establecimiento de acuerdos de
compromiso (que no obligan pero invitan a dar respuesta a lo acordado) y el carácter
vinculante de las decisiones tomadas. Ejemplo del primer caso es el PP del Montevideo,
mientras en Quito los PP vinculados a los Planes de Desarrollo de los Consejos Locales de
Planificación Territorial conducen a la toma de decisiones de obligatorio cumplimiento.
(Schneider y Welp, s/d).
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El PP presenta particularidades organizativas en diferentes territorios pero en todos combina
un modelo mixto, de reuniones abiertas a toda la población con elección de delegados que
intervienen en períodos intermedios de evaluación y selección de propuestas. Otro elemento
común refiere a que esta institución participativa, en general, permite la participación tanto de
los ciudadanos residentes en la zona (en algunos casos no es indispensable contar con la
nacionalidad del país de residencia) y organizaciones civiles. Las instancias participativas
también involucran a funcionarios y representantes electos. Las proporciones entre estos
grupos tienen relevancia a la hora de analizar las consecuencias en términos de definición de
políticas y legitimidad como mecanismos de intervención ciudadana.
En su estudio de cuatro experiencias brasileñas (Diadema, Osasco, San Bernardo del
Campo y Guarulhos), Melo Romao (2014) encuentra que los resultados del PP dependen
fuertemente de la intención del gobierno municipal y que esta se expresa en: a) el estatus
político del PP, esto es, la ubicación de la oficina de coordinación en una entidad más o menos
cercana al control gubernamental; b) la composición de los consejos con estructuras paritarias
de representación entre gobierno y sociedad civil, una mayoría de la ciudadanía o una mayoría
de miembros del gobierno; y c) el perfil de los consejeros, que puede ser más o menos
cercano a los partidos políticos y/o organizaciones sociales asociadas al gobierno.
Melo Romao sugiere una tipología de funciones del PP estrechamente vinculadas con
las características adquiridas por el mecanismo. Así, el PP tendrá un rol central en el
planeamiento cuanto más cercano se encuentre a oficinas de planificación, la distribución de
participantes entre sociedad civil y gobierno es equitativa pero los consejeros son cercanos al
gobierno. El PP tendrá un rol relevante en la estrategia de movilización de militantes y
fuerzas políticas afines al gobierno cuando la coordinación del PP está vinculada a unidades
de participación (y no de planeamiento, como en el caso anterior), y hay mayor presencia de
la sociedad civil. La función del PP es establecer el dialogo más que la toma de decisiones.
Por último, el tercer caso es el de “desnaturalización” en que es evidente que el gobierno
implementa el PP pero sin mayores convicciones, por lo que la institución es vaciada de sus
objetivos iniciales. Este estudio conduce a sugerir que el PP funciona principalmente cuando
hay una relación de mutuo beneficio entre los promotores y los ciudadanos más cercanos a las
políticas del gobierno, mientras se desnaturaliza y pierde eficiencia e incidencia en el caso
opuesto.
En su análisis de Rosario, Bloj señala que aunque se rechaza la “representación” en la
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práctica se evidencia el clientelismo político o las negociaciones informales donde un vecino
puede balancear una votación. Además, “si bien la categoría de “vecino” recupera su
centralidad, al mismo tiempo se desdibuja el perfil político que asumía en el movimiento
social; se aliviana, si vale la metáfora, en la medida que se la somete a una mecánica reglada”
(Bloj 2008). En el caso peruano se establece una participación mayoritaria del gobierno y que
los participantes de la sociedad civil deben cumplir con ciertos requisitos tales como
pertenecer a asociaciones con registro mayor a tres años. Esto tienen una clara incidencia en
que el mecanismo otorga un poder tan solo relativo a la ciudadanía, mientras la
representatividad de sus representantes puede ser cuestionada (Schneider y Welp, s/d).
c) La regulación del PP: activados por ley o dependiente del alcalde o consejo de turno
Distintos análisis muestran que contextos de crisis o elevado desencanto ciudadano habrían
dado el puntapié inicial para el lanzamiento del PP. Esto ocurrió en Rosario en que “el PP se
apoyó inicialmente en el estado de movilización y en la estructura generada por las asambleas
barriales; como un intento de neutralizar/institucionalizar la protesta social, disciplinando a la
ciudadana y apostando a una participación “regulada”; planteándolas como dos alternativas
excluyentes compitiendo en el espacio público” (Bloj 2008: 44). Sin embargo, el riesgo de no
institucionalizar es que pasada la efervescencia inicial, sin reglamentación el mecanismos se
diluya (Schneider y Welp 2011).
En lo que refiere a la regulación, encontramos tres modelos. En algunos casos el PP ha
sido introducido por vía constitucional, dejando mayor o menor libertad a los municipios para
configurar un modelo o simplemente aplicarlo (Perú es un ejemplo emblemático de
regulación amplia). En otros casos, aparece en las cartas orgánicas municipales (Buenos
Aires). En un tercer grupo, el PP no está regulado y se activa por convocatoria del alcalde o
consejo, estableciéndose unas normas en cada ejercicio. Considerando el aspecto normativo
exclusivamente, esto implica que cuando hay un regulación (nacional o local) su convocatoria
está garantizada por la ley, mientras que depende exclusivamente de la voluntad de los actores
políticos convocarlo o no cuando no existe un marco normativo. En cualquier caso, algunos
estudios muestran que la ley tampoco garantiza su convocatoria. Por ejemplo, Perú responde
al primer modelo (el PP figura en la constitución) y sin embargo se tardó mucho en activarlo
mientras a menudo es una de las causas de activaciones de revocatorias de mandato (“el
alcalde no convoca el presupuesto participativo”, Welp 2013).
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d) La incierta cuestión de la legitimidad y la accountability
¿Qué tipo de legitimidad aportan los presupuestos participativos? Annunziata (2013) sostiene
que se inscriben en el marco de la legitimidad de proximidad, en la que predominan
características tales como la atención prestada a las experiencias singulares de los ciudadanos,
la importancia de la presencia de los gobernantes en el terreno, la denuncia de los políticos
centrada en sus conductas morales, la exigencia de reactividad inmediata frente a los
problemas ciudadanos y el rol del reconocimiento delos grupos sociales particulares
(Annunziata 2013: 250). El énfasis del presupuesto participativo estaría dado en la
“participación-experiencia”. La autora señala –basándose en el análisis de experiencias
argentinas-- que el criterio territorial tiende a primar sobre el redistributivo y que se orienta a
buscar el mayor número de propuestas. “... la atención a los problemas concretos y cotidianos
de los vecinos conforma una concepción de gestión de la herramienta, en la que 'participar' no
significa 'hacer política' y en la que el 'vecino genuino', sin pertenencia ni militancia política o
social, aparece como la figura del participante ideal; por último, el 'saber de la experiencia'
atribuido a los vecinos tiende a entrar en competencia con los saberes técnicos de los
funcionarios” (Annunziata 2013: 266).
Sin embargo, como se ha visto en los análisis anteriores, esa participación
'despolitizada o apartidista' dista de ser la observada en la mayoría de los territorios. Las
filiaciones o preferencias por el partido cuyo alcalde lidera la iniciativa suelen ser el trasfondo
de las experiencias más participativas y que a primera vista parecen tener mayor incidencia.
Esto remite a la cuestión de los incentivos que tienen los gobiernos locales para promover
estas experiencias. En su estudio de Brasil, Wampler observa que los alcaldes que promueven
estas iniciativas cuentan con movilizar a las organizaciones de la sociedad civil e incrementar
su apoyo electoral; y que los alcaldes que tienen intenciones de cambiar la distribución de
recursos en el territorio (lo que a menudo incluye debilitar a sus oponentes) son más
propensos a iniciar experiencias participativas (Wampler 2004: 82) El mismo autor señala que
a la vez, cuando el gobierno no cuenta con el apoyo del consejo resulta extremadamente
difícil implementar el presupuesto participativo. Otros casos soportan estos hallazgos, como
por ejemplo la errática evolución del presupuesto participativo en Buenos Aires (Schneider
2007).
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4. Conclusiones
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No ha sido tema de este trabajo pero cabe recordar que el PP se ha convertido en una “buena práctica”
avalada y promovida por el banco mundial (Porto de Oliveira 2011).
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otorguen mayor poder a la ciudadanía para intervenir en los asuntos públicos, y obliguen a las
autoridades a dar cumplimiento a estas demandas. En mi opinión, se trata de promover
instituciones participativas no controladas por el gobierno, reguladas por leyes. Por ejemplo,
con iniciativas ciudadanas que permitan presentar propuestas de ordenanzas o leyes, y
votarlas (en procesos en los que las decisiones tomadas tengan carácter vinculante). O con
mecanismos que permitan vetar ordenanzas o leyes. Estas instituciones orientadas a la toma
de decisiones combinadas con espacios abiertos de discusión y deliberación pueden resultar
poderosas para la transformación y el fortalecimiento de la democracia. Análisis de viabilidad
abiertos y transparentes y procesos de deliberación en que los actores (ciudadanos, partidos,
representantes) puedan argumentar sobre sus posiciones podrían convertirse en mecanismos
clave para pensar y definir la ciudad que la ciudadanía quiere habitar.
5. Referencias
Annunziata, Rocío (2013) “Una propuesta de clasificación de los dispositivos participativos
en Argentina”, POSTData Vol. 18 N° 2 (Octubre).
Avritzer, L. (2002) Democracy and the Public Space in Latin America. Princeton, NJ:
Princeton University Press.
Chavez, Daniel, Patrick Barrett and César A. Rodríguez Garavito (eds) (2005) La nueva
izquierda en América Latina. Sus orígenes y trayectoria futura, Grupo Editorial
Norma, Bogotá.
Dalton, Russell J.; Bürklin, Wilhelm P. y Andrew Drummond (2012) “Public Opinion and
Direct Democracy,” Journal of Democracy 12, no. 4 (2001): 142.
Ferla, Paula; Marzuca, Alejandra; Serdült, Uwe and Welp, Yanina (2014). “Corriendo de
atrás. Análisis de los Concejos Vecinales de Montevideo”, Revista Iconos nº48.
13
Politics 39, 2: 147-168.
Melo Romao, Wagner de (2014) “PB for what? The political meaning of Participatory
Budgeting”. LASA 2014.
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Wampler, Brian (2004) “Expanding Accountability Through Participatory Institutions:
Mayors, Citizens, and Budgeting in Three Brazilian Municipalities”, Latin American
Politics and Society Volume 46, Issue 2, pp. 73–99.
Welp, Yanina (2013) “¿Por qué Perú? Análisis de la revocatoria del mandato en perspectiva
comparada”, en Elecciones, vol. 12, N.o 13, Oficina Nacional de Procesos Electorales,
Lima.
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