Esteroles - Un Hombre Entregado

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“ Donde hay una luz, todos miran hacia ella. La luz orienta”. Sin

pretenderlo, con estas palabras se describía a sí mismo Don José Soto

Chuliá, un hombre entregado que por su claridad y coherencia de vida se

convirtió en esa luz que orientó a muchas personas: niños, jóvenes,

matrimonios, seminaristas, sacerdotes, vírgenes. Todos ellos encontraron en

él, en su vida y en su doctrina, una luz en medio del confusionismo de ideas

y de estilos de vida que la nueva visión del hombre y de la mujer, del

sacerdote y del laico se iban imponiendo a lo largo del siglo XX. Se

convirtió en un verdadero faro orientador, en una brújula que despertó e

hizo mucho bien en el mundo.


Decía también: “las almas tienen hambre de cariño y de verdad”. Los

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que lo conocieron y trataron más de cerca pudieron calmar esta hambre de


amor y de verdad que “apetecen” sobre todo los hombres y mujeres de
buena voluntad. Que, aunque parecen escasos, como él mismo decía: hay
más de lo que parece.
Pablo VI escribía: “el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los

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testigos que a los maestros o si escucha a los maestros es porque son


testigos”. Esto es lo que pudieron encontrar tantas personas en el Padre
Soto: un testigo de Jesús. En él no escuchaban simples palabras, frases
geniales, sino palabras llenas de vida. Porque él mismo era la doctrina
hecha vida.
A nosotros nos hace mucho bien levantar la mirada hacia estas luces,
para animarnos y orientarnos en nuestra vida. En estas páginas encontrarás
un pequeño acercamiento a la vida del Padre Soto. No se trata de una
biografía ni tampoco pretende ser una semblanza. Estas páginas sólo
quieren ayudarte a despertar la conciencia cristiana contemplando a uno
que logró despertarla y ayudó a otros a despertarla. Porque, así como un
niño pequeño que se despierta antes que todos, despierta a los demás, así
también un despierto, despierta; un convencido, convence.

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1. ¿Quién era Don José Soto?

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N ació en Fuente de San Luis, cerca de Valencia–España, el 28 de

octubre de 1887, poco después de fallecer su padre. Fue el último

de siete hermanos de una humilde familia de la huerta valenciana. De su

madre, que él siempre llamaba “mi santa madre”, aprendió las virtudes

cristianas. De seminarista soñaba con ser arcipreste para poder visitar a los

párrocos vecinos y ayudarles en su vida y ministerio. Leyó con interés y con

frecuencia las obras de San Juan de Ávila que despertaron en él la conciencia

de la necesidad de la santidad en el sacerdote diocesano. A los 22 años fue

ordenado sacerdote. Fue párroco en Bolulla (Alicante) y luego del Cabañal

(Valencia). 8 años después de su ordenación llegó a sus manos una pastoral

del santo obispo de Málaga, Don Manuel González, en la que se proponía

“remediar los tres abandonos más perjudiciales de un pueblo: el de Jesús

sacramentado, el del párroco y el de las

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almas”. El padre José Soto escribió a Don Manuel González: si se remedia el

abandono del sacerdote, quedarían remediados el del sagrario y el de las

almas. El obispo le contestó: “Ha entendido muy bien mi pensamiento; ¿por

qué no se viene a trabajar a mi diócesis?”. Con el permiso del arzobispo de

Valencia, se fue a Málaga en donde poco después Don Manuel González lo

nombró director espiritual del seminario. Allí permaneció 30 años de su vida

dedicándose a la formación de los futuros sacerdotes y a la formación

permanente de los presbíteros salidos del seminario. Se cuenta entre sus

discípulos al beato Juan Duarte, mártir de la persecución religiosa.


Durante esos años en Málaga fueron naciendo sus dos obras femeninas,
hoy conocidas como Obra de san Juan de Ávila (mujeres dedicadas a la
ayuda del sacerdote mediante la formación de grupos apostólicos) y Obra
de santa Teresa (mujeres dedicadas a servir a la Iglesia en la persona del
sacerdote mediante la oración y la entrega en el servicio doméstico).
Después del seminario de Málaga, con el permiso del arzobispo de
Valencia, se dedicó a ir dando vida a estas dos obras femeninas. Al mismo
tiempo se dio a promover la santidad en los sacerdotes diocesanos en
distintas diócesis españolas mediante convivencias, reuniones y diálogos,
que también dirigió a jóvenes y matrimonios, siempre en función de ayudar
al sacerdote en su vida y ministerio. Sus inquietudes hallaron eco en un
grupo de sacerdotes que, bajo su dirección, en los últimos años de su vida,
continuaron la labor iniciada por él. Así se fue formando lentamente lo que

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hoy se conoce como Fraternidad Sacerdotal San

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Juan de Ávila, que tiene como finalidad ayudar a despertar la conciencia


cristiana y sacerdotal, en primer lugar, entre los sacerdotes y seminaristas
que la conforman. Pero, al mismo tiempo, su labor llegaba a muchos
matrimonios, niños y jóvenes. Dios quiso llamarlo a su presencia el día de
Santa Rosa de Lima, 23 de agosto de 1975.

2. El punto de partida para abrirse a la


Gracia

U n aspecto muy importante que el Padre 1 subrayó toda su vida fue

el de la honradez.

Él fue un hombre

honrado, un

hombre que sabía

hacia dónde quería

ir y ponía todos los medios que estaban a su alcance para llegar. ¿Sabes

qué le ocurre a un tren cuando pisa el cambio de agujas? Que ya ha tomado

una dirección determinada y que tendrá que recorrer un buen tramo,

1 “El Padre”, así denominaban a Don José Soto las personas que más trato tenían con él.
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quizás kilómetros, para advertir que va hacia la dirección equivocada. Pues

bien, el Padre se puede describir como un hombre que detectaba muy bien

cuándo y dónde el tren cambiaba de dirección, y rectificaba enseguida. Así

también lo hacía con quien buscaba su ayuda: le hacía ver ese “cambio de

agujas” que era preciso rectificar. Había tratado con muchas personas y en

algunas de ellas había sido testigo de historias y hechos dolorosos y tristes

por no saber rectificar pronto con las “pequeñas” incoherencias.


Un hombre o una mujer honrados no son cualquier cosa y tampoco
abundan mucho. ¿Quién es un hombre honrado? Es el que una vez
descubierto qué es lo mejor, lo pone en práctica. Y esto no sólo en grandes
acciones, sino en todo, desde la mañana hasta la noche. El que busca lo
mejor, y una vez descubierto lo pone en práctica, aunque le pueda suponer
un gran esfuerzo o sacrificio; ese es una persona honrada. Una persona así,
cuando advierte o le ayudan a darse cuenta del cambio de agujas, enseguida
rectifica, para que el tren retome la dirección correcta.
En este sentido, el chalet y los pisos están abiertos para todo aquel que
quiera ser honrado de verdad, y que no se conforme con una vida mediocre
de ir “tirando”. Por eso el Padre abría el piso incluso para aquellos que no
fuesen creyentes, pero con la condición de que fuesen honrados de esta
manera. Pues, estaba convencido de que, si se daba esa honradez y los que
vivían en el piso eran cristianos de verdad, ese no creyente acabaría siendo
cristiano sin necesidad de tener que convencerlo, pues la honradez vivida
de verdad desemboca en Dios si está acompañada de un testimonio
auténtico.
Decía que con un ateo “honrado” él se entendería muy bien. Porque con

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una persona honrada el diálogo siempre es posible. Siempre está abierta


para

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descubrir la verdad y el bien. La honradez es coherencia, es fidelidad a


la propia conciencia.
La honradez era el punto neurálgico del que no quería salir en sus
diálogos. Hacía notar que la honradez estaba en crisis en la vida de las
personas, también en el trabajo y en el estudio. Si un joven es honrado, irá
superándose en todo. Si un matrimonio es honrado, saldrá airoso de todas
las dificultades… y así iríamos diciendo de todos los estamentos. Decía el
Padre: La honradez, la honradez… A uno que quiere ser sacerdote,
exijámosle honradez; a quien quiere prepararse para el matrimonio,
enseñémosle a ser honrado. Honradez que es coherencia, que es santidad.

La honradez comienza por una sólida formación humana

L os que conocieron y trataron de cerca al Padre pudieron comprobar

su sólida honradez. Sabían, por poner un ejemplo, que no admitía

conversaciones inútiles, que hablaba lo que era necesario, pero que al

mismo tiempo tenía un sentido del humor que lo hacía adaptable y alegre a

sus interlocutores.
Su honradez se reflejaba en el aprovechamiento del tiempo: no le
remordía la conciencia de haber perdido el tiempo en su vida. Le gustaba
viajar de noche a fin de estar disponible en el día para la atención de las
personas. Su programa de trabajo era intensísimo, y al mismo tiempo sereno
y lleno de paz.
La honradez es el punto de partida y el punto de llegada de los pisos. La
concretaba en el ejercicio de despertar la conciencia cristiana. Por eso,
dialogaba y hacía pensar a los jóvenes para que disciernan desde su interior el
bien y el mal. En los pisos y en el chalet se busca la progresiva liberación de
las inclinaciones egoístas del corazón; el aprendizaje de las virtudes: el
respeto y la caridad en las relaciones con los demás; el amor al trabajo y el

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espíritu de servicio en las tareas domésticas; la dedicación intensa al estudio


académico

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como medio de crecimiento personal; el orden y cuidado de la casa y de


sus cosas; el amor a la verdad, la sinceridad; el dominio de sí mismo; la
fortaleza en las dificultades; la perseverancia en el bien. Todo esto en un
clima de familia y de amistad, en el que cada chico(a) se sintiera
evangélicamente amado, con los necesarios tiempos de reunión y diálogo, sin
faltar los oportunos momentos de deporte y esparcimiento.
Un lugar central en la formación de la persona es la relación con Dios,
la fuente que hace posible el crecimiento interior, alimentada con la oración
personal diaria, el sacramento de la penitencia recibido con frecuencia y la
Eucaristía como encuentro con Dios y manantial de vida. Así, la formación
humana y la iniciación en la vida cristiana van estrechamente unidas.
No era cuestión de saber, ni de muchas ideas. Al Padre no le gustaban
las recetas, ni llenarnos de reglamentos. Lo que pretendía era formar en la
honradez, es decir, formar sujetos humildes y limpios, sensibles y
obedientes al suave soplo del Espíritu Santo. Por eso, la única regla
fundamental de los pisos es ayudar a pensar y rectificar para ir siendo cada
vez más coherentes, más honrados.

Para revisar
1. Las pequeñas incoherencias nos pueden llevar muy
lejos. Cualquier infidelidad conscientemente admitida es una
desviación que si no se rectifica pronto puede traerte graves
consecuencias: ¿Existe en tu vida alguna mentira que mantienes y que aún
no te decides aclarar? ¿Tienes algún hábito o vicio muy arraigando en ti y
no terminas de poner los medios para superarlo? ¿Te han advertido de
alguna amistad perjudicial con la que debes cortar y aún no das el paso?
¿Te has encaprichado con algo y te pones rebelde porque tus padres no te
permiten tenerlo?
2. Todas las incoherencias, por grandes que sean, se pueden rectificar.
A veces cuando te ves mal, te entristeces y hasta te desanimas. ¿No te das
cuenta de que verte mal es ya una gracia de Dios que te está llamando a
rectificar? Busca a tus padres o a tu guía y exponle con sencillez tus
incoherencias que quieres rectificar. Esta apertura será el primer paso de
una gran conversión en ti.
3. ¿Te remuerde la conciencia por tus pérdidas de tiempo? ¿No? Pues,
¡estás dormido! Revisa lo que haces en tus días de colegio y de vacaciones,
los momentos en que pierdes el tiempo y piensa cómo hacer para

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aprovecharlo

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mejor. ¿Cómo podrías reparar el tiempo perdido?


4. ¿Qué cosas concretas hace una persona honrada?
5. Despertar la conciencia cristiana. Del párrafo que describe la vida de
los pisos y del chalet, revisa qué aspectos puedes mejorar en tu casa durante
las vacaciones. Y, ¿durante el curso?

3. Me encanta ser alma raíz 2

E l Padre fue educado en el trabajo y en

el sacrificio. Muchas veces, de forma involuntaria

vivió momentos difíciles y de esfuerzo, pero otras

muchas eligió él mismo, voluntariamente, este

camino. Ya de niño, cuando iba al seminario, José Soto recorría a pie cada día

la larga distancia desde la huerta hasta la calle de Trinitarios, rehusando el

dinero que algunas veces le podía ofrecer su madre para el tranvía: “

2 Lo más importante de un árbol es su raíz, aunque no se vea. Sin ella un árbol no puede
crecer, ni mantenerse en pie, ni alimentarse. Entre más grande sea la raíz, más grande y
fecundo podrá ser el árbol. Usando esta imagen, al Padre le encantaba, le fascinaba, ser alma
raíz en el árbol de la Iglesia y formar almas raíces. Ser alma raíz es no vivir para sí
mismos, sino apasionarnos por Cristo, y por su Esposa la Iglesia. Él sabía que cada negación
de sí mismo era un impulso de vida para la Iglesia, y por eso buscaba dar vida a este árbol
con su entrega.

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puedo ir andando, allí estoy todo el tiempo sentado y me conviene pasear”. La

comida la llevaba de casa y se la tomaba en un pequeño jardín al lado del

seminario. Al volver a casa por la tarde, su hermano mayor, Vicente, le daba

trabajo en la huerta. Otras veces era el cultivo de arroz, que exigía trabajar con

los pies en el agua, con protecciones hasta la rodilla para que no les picaran las

sanguijuelas. ¡No tenía miedo al esfuerzo!


Se puede decir que gradualmente su vida fue un continuo
entrenamiento en este ejercicio de ser alma raíz. Por ejemplo, le gustaba
hacer ejercicio de “dos cosas iguales”, como él mismo lo llamaba. Este
ejercicio consistía en buscar a Dios en todo, de modo que todas las
situaciones, aunque fueran contrarias, se podían aceptar y vivir con total
disponibilidad, con verdadero interés, sin quejas, con alegría. Y así: un día
en que te puede parecer que las cosas te salen bien y otro en que no: dos
cosas iguales. Unos te aceptan y otros te critican: dos cosas iguales. Éxito
o fracaso: dos cosas iguales. Hoy hace sol y puedes jugar fuera o llueve y
tienes que estar en casa: dos cosas iguales. Y este ejercicio le ayudaba a
que la raíz (que era él mismo) fuera creciendo y fuera enterrándose más.
Ser raíz era una actitud que
iluminaba todos los aspectos de su vida.
Por eso del Padre nunca se pudo decir
que era de los que se tiraban a lo más
fácil, a lo más cómodo. Al contrario,
tenía una laboriosidad permanente. Su
entrega apostólica era sin reservas,
incansable. Además, amaba la sencillez,
se mantenía sereno en las pruebas, era
muy

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fuerte en el sufrimiento y huía de todo protagonismo.


Otra dimensión que le ayudaba a “enterrarse” era la pobreza. Amó
mucho la pobreza evangélica y la vivió toda su vida. Por ejemplo, hizo
muchos viajes en tren, de un sitio a otro. Cuando compraba los billetes,
siempre se aseguraba de comprar billetes de tercera clase. Alguna vez le
preguntaron: Padre, ¿Por qué usted siempre viaja en tercera clase? Y él
contestaba bromeando: porque no hay cuarta. Alguna vez comentó que no
le remordía la conciencia de haber hecho en su vida un gasto inútil.

Lo primero y lo mejor para los demás, lo último para mí

E sta actitud de raíz que vivía la supo resumir en una sencilla

consigna: “Lo primero y lo mejor para los demás, lo último para mí”.

Seguramente la habrás leído o escuchado

unas cuantas veces. Se trata de una actitud

que no se puede vivir sin espíritu de

esfuerzo, de trabajo y de sacrificio. Y es una condición sin la cual nunca

podrás amar. El Padre estaba habituado a vivirla, a aceptar o elegir lo

último para hacer bien a los demás. Haciéndolo amaba a la Iglesia, dándole

vida como una raíz.


Lo podíamos describir como un grano de trigo que, enterrado, no se salía
del surco. Buscaba convertir su vida en un servicio. Así lo demostró
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cuando,

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al día siguiente de ser liberada Málaga por las fuerzas militares


nacionales, se fue hacia el seminario para limpiar los servicios, adecuar los
salones, con el propósito de recomenzar cuanto antes la obra formativa.
Cuando era párroco del Cabañal, a los hombres que deseaban comulgar antes
de irse al trabajo en Astilleros que entraban muy temprano, les decía: por mí no
quedará, a la hora que quieran les doy la comunión. Y por eso estaba dispuesto a
estar preparado a las cinco de la mañana en la parroquia a disposición de los
hombres que quisieran comulgar.
Esto que vivía lo expresaba sencillamente cuando decía: me encanta ser
alma raíz en el árbol vivo de la Iglesia. Con cada renuncia que hacía así
mismo se encendía en amor a la Iglesia, comunicándole vida.
Y, como lo hacía por amor, lo hacía gratuitamente, sin buscar
aprovecharse de nadie. En sus últimos años de vida solía ir a confesarse
con frecuencia (quincenalmente) en los dominicos de Torrente. Como no
podía ir sólo se hacía acompañar de alguien. Pero sabía pagar bien a quien
le prestaba este servicio: tenía un rato de diálogo con él ofreciéndole una
palabra de luz, de consuelo, de aliento.

Para revisar
1. Entrenados en el trabajo y en el sacrificio. ¿Cuán
entrenado estás tú en estas asignaturas? ¿Es la comodidad, el
facilismo, las ganas lo que tiran de ti? ¿Eres de los que se van a
comer o a dormir cada vez que el cuerpo lo pide? ¿Estás dispuesto a
sacrificarte por fomentar a tu alrededor un ambiente de esfuerzo y un clima
alegre y cordial?
2. ¿Existen pausas o “paréntesis” en tu esfuerzo de cada día? La
característica de un joven cristiano es la de un esfuerzo constante. Pero
existen aquellos que se esfuerzan a ratos; otros que se esfuerzan durante el
día, pero saben “escaparse” del esfuerzo para “descansar” un poco; y los
hay quienes se mantienen en una actitud de esfuerzo permanente. ¿A qué
grupo perteneces? ¿Qué puedes hacer para ser constante en el esfuerzo?
3. Un gran obstáculo: la pereza. La tenemos todos, pero nos cuesta
diferenciarla del cansancio y de la falta de ganas. Nos cuesta reconocerla y
fácilmente pactamos con ella. ¿Qué “disfraces” o “excusas” va asumiendo
la pereza en tu vida? ¿Qué nombres le pones para justificarla? (“estoy
cansado”, “más tarde”, “ya voy”, “a mí no me toca”, “ya está hecho”, “no
hace falta”, “estoy ocupado”, “no tengo tiempo”, …)

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4. ¿Y el amor? ¿Es el móvil de lo que haces? Si tus renuncias se


convierten en una carga o en un peso, es que el amor está flaco.
5. ¡Qué difícil es desaparecer! Existen, pero son pocos. Me refiero a
aquellos que gustan de hacer el bien en silencio, sin llamar la atención, sin
buscar que se enteren los demás, sin buscar recompensas. Eso aclara qué es
ser raíces: la raíz no se ve, pero es lo más importante de un árbol. ¿Te
apuntas en la lista de aquellos que quieren hacer el bien sin protagonizar?
¿Traicionas tu conciencia porque temes perder “popularidad” en tu clase?
Revisa en qué circunstancias estropeas lo que haces porque buscas aparecer,
quedar bien o ser interesante.

4. ¿Exagerado o generoso?

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E staba convencido de que no se trata de dar mucho, sino de darse

del todo. Esta convicción vivida hizo que algunas veces le dijeran que era

un “exagerado”. Él sencillamente comentaba: ¿Acaso exijo más que el

Evangelio? A ver si alguien puede arreglarlo con menos. Pues, Jesús

prometió que daría el ciento por uno a quien se lo daba todo, pero no

prometió el cincuenta por medio cuando la entrega es a medias. Así como

no puede salir un árbol —ni mucho menos dar fruto—, de una semilla que

no muere del todo, así mismo la vida de un hombre mediocre no puede dar

fruto. En cambio, una vida entregada, aunque te llamen “exagerado”,

siempre dará fruto. Con la

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condición de que la entrega sea total y no a trozos.


Ya de estudiante José Soto figuraba
en las listas de aquellos que tenían las
mejores calificaciones. Era de los que
lo daba todo en el estudio. Si podía
dar más, no se conformaba con
menos. Por eso, si podía aspirar al 10,
no se conformaba con un 9. Incluso,
tampoco se conformaba con el 10,
porque lo que le interesaba no era la
nota que ponía su profesor, sino la que
le pusiera Dios. Y sabía que esa nota
dependía de la generosidad y honradez con que se entregara al estudio.
Años después, para explicar gráficamente la importancia de dar el máximo,
decía: “el que pudiendo sacar 10 se conforma con 9,5 3 no es merecedor del
piso”. Pues, más importante que la buena nota es que cada uno dé su
máximo.
En febrero de 1909, siendo seminarista, participó en lo que en ese
tiempo se llamaba: “concurso general para la provisión de curatos
vacantes”. Con tan buen resultado que, sin ser sacerdote aún, le fue
asignada la parroquia de Bolulla (Alicante). Sólo el año siguiente, como
sacerdote, pudo tomar posesión de ella. El obispo le dijo amistosamente:
“¡Ay, párroco…! Te he tenido que ordenar antes de tiempo, sin tener la
edad”. Porque contaba sólo con 22 años.
Ya de párroco no escatimaba en entrega. Convencido de que tenía que
llegar hasta el último feligrés de su parroquia, no desaprovechaba ocasión
de anunciar la Palabra de Dios a todos y facilitaba el acceso a los
sacramentos. Trabajaba incansablemente por “remover” la parroquia:
visitaba diariamente enfermos, familias, se daba a la formación de niños,
jóvenes y catequistas. Formaba grupos de vida cristiana. Buscaba a los
alejados en sus casas y lugares de trabajo. Su celo apostólico se concentraba
en descubrir, formar y lanzar un grupo de personas que se comprometieran
seriamente a vivir la santidad bautismal, y que de ese modo se convirtieran
en fermento evangelizador de todos los habitantes de la parroquia. Y como
la promesa de Jesús es verdadera, de que quien se entrega da fruto, se dio

3 Es decir: se conforma con menos…


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un gran despertar cristiano en la feligresía de las parroquias a las que sirvió


como pastor: Bolulla y luego el

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Cabañal en Valencia. El Padre pudo ver ese despertar y expresó años


más tarde: “El tiempo que pasé en Bolulla fue el más feliz de mi vida”.
Surgieron vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada, matrimonios que
querían vivir con verdadera entrega su unión conyugal y su paternidad. Con
esto confirmaba que cuando nos damos generosamente del todo (y no sólo
un poco), siempre se da el fruto. Sea aquí o en otro lugar, pero siempre se
da.
Y siendo ya muy mayor, seguía este camino de entrega. Se cuenta que
un día que llegó muy cansado a casa y que ya era bastante tarde le dijeron
que le esperaban en otro pueblo para hacer una reunión de jóvenes. Él,
haciendo un esfuerzo, aceptó. Y aunque había pocos jóvenes les habló con
tal entusiasmo de que tenían que hacer un ejército de jóvenes valientes...
que les impactó. Al día siguiente los jóvenes, contagiados de su entusiasmo,
decían: ¿por qué no viene otra vez aquel sacerdote?

Rendimiento máximo en el trabajo y en el estudio

T ambién esta entrega total, generosa y no a medias la concretó en

otra sencilla consigna: “Rendir al máximo en el trabajo y en el estudio”.

Esta actitud la llevaba en el fondo de su ser y los que entraban en contacto

con él comprobaron que le salía de todos los “poros”: si puedo dar más,

¿para qué conformarme con menos?


Cada uno de nosotros estamos llamados a sacar lo mejor de nuestras
propias capacidades. Es verdad que otros lo saben hacer mejor. Pero
también es verdad que otros lo saben hacer peor. Aquí no se trata de
compararme con otros para consolarme o desanimarme, sino de rendir al
máximo. Y doy lo mejor de mí cuando aprendo a hacer las cosas lo mejor
que sé y puedo, y en el menor tiempo posible.
Como a los demás, Dios también te ha dotado de especiales cualidades,

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pero qué fácil es perderlas por no aprender a desarrollarlas. Lo que no se


usa

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termina por atrofiarse y perderse. En el Padre sucedió lo contrario. A


pesar del paso de los años, el Padre siempre se mantuvo joven. La razón es
simple: procuraba siempre luchar contra la pereza y dar lo mejor de sí según
su capacidad. En cambio, ¡qué fácil es encontrar hoy en día a “jóvenes” con
un espíritu desgastado y de queja! “Jóvenes” (de nombre) con cualidades
marchitas y casi caducas.

Para revisar
1. No tengas miedo a que te llamen “exagerado”. Al
contrario, si los demás no pueden notar en ti esa entrega,
seguramente es porque vas a medias y no a por todas:
¿Aprovechas todo el tiempo estudiando cuando en la clase no está el
profesor? ¿Eres de los que se dejan los deberes por hacer porque no te los
van a pedir? ¿Te dejas temas sin estudiar porque no entrarán en el examen?
¿Te quedas siempre a recoger la mesa? ¿Dedicas tiempo a tus hermanitos?
¿Pides permiso a tus padres o a tu guía para realizar todas las cosas que
pasan por tu cabeza? ¿Eres de los que lo comentan todo con el guía o con
tus padres? ¿Prefieres quedar mal antes que decir una mentira? ¿Estás
dispuesto a ir contracorriente aunque todos los demás te llamen
“exagerado” o “raro”? Si te llaman “exagerado”, alégrate, Jesús fue el “más
exagerado” de su tiempo y de todos los tiempos.
2. No tengas miedo a quedarte solo. El Padre les decía a los sacerdotes:
si no tenéis miedo a quedaros solos por exigirlo todo, os seguirán muchos.
Pero la contrapartida era igualmente cierta: si aflojamos nos quedaremos
más solos que la “una”. ¿Quieres tener amigos? ¡Exígetelo todo a ti mismo!
¿Quieres quedarte solo, pero rodeado de gente que sólo busca su interés?
¡Búscate a ti mismo! Si quieres tener verdaderos amigos, exígetelo todo a ti
mismo.
3. Cultiva un espíritu sano y limpio de superación. No se trata de dar tu
máximo por sobresalir o protagonizar, sino por servir. Esto lo demostrarás
en el estudio: realizado con intensidad y constancia desde el primer día de
clase, hasta el último día; aprovechando
también los días en que se hacen
huelgas; evita las quejas; acostúmbrate a
sacar las notas con tu esfuerzo y no
presionando o insistiendo al profesor
para que te las suba. Y en el trabajo algo
similar: trabaja desde el primer momento

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hasta el último, dispuesto a coger lo peor y lo que nadie

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quiere. No trabajes simplemente porque te están observando o porque


van a revisar lo que haces.
4. Aprovecha el tiempo. Sácale partido a cada día, aunque estés en
vacaciones. No hagas en una hora lo que puedes hacer en media.
¡Organízate! Un día da mucho de sí. Observa lo que se hace en cada día de
campamento y notarás que un día da para mucho si se organiza y se
aprovecha el tiempo.
5. Convierte tu obediencia en disponibilidad. Cada vez que obedeces te
haces más disponible, más servicial. Otra consigna relacionada con ésta y
con la del tema anterior la presentaba así el Padre: obediencia pronta y
alegre a mis padres y superiores. ¿Qué tan obediente eres? ¿Te repiten las
cosas? ¿Haces caso sólo cuando te parece? ¿Te haces el sordo? ¿Insistes
hasta salirte con la tuya? El Padre aconsejaba a los sacerdotes cuando tenían
que recibir su nombramiento y ser destinados a algún lugar de la diócesis:
nada pedir, nada rehusar. Dispuestos a ir al último rincón de la diócesis.
Esta disponibilidad no se improvisa. Por eso, ¡comienza desde hoy a ser
disponible!

5. Tan exigente, como comprensivo

E l Padre no era un hombre exagerado, sino muy generoso. Se

puede describir como un

hombre exigente. Pero al mismo

tiempo como un hombre muy

comprensivo. Porque quien se lo

exige todo a sí mismo sabe también exigir a los demás y

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comprende muy bien la debilidad en la que todos estamos envueltos.


Muchas veces en las reuniones de jóvenes o de matrimonios, etc.,
consideraba la realidad de la sociedad, lo enferma que se encuentra.
Especialmente hacía ver cómo los jóvenes son un blanco fácil del ambiente
secularizado, de los medios de comunicación. Y, así como a los enfermos
hay que tratarles con amor, paciencia y comprensión y nunca enfrentarnos
con ellos, de la misma manera proponía tratar a la sociedad y a la juventud
de hoy en día: muy exigentes con nosotros y muy comprensivos con los
demás.
Esta caridad y comprensión se veía incluso en los diálogos con los
niños. Por ejemplo, con aquella niña que se presentó a la reunión de otras
mayorcitas y cuando quiso leer su lectura se le echaron todas encima
diciendo que ella no sabía leer. El Padre las calmó y dijo a la pequeña:
anda, lee, que te escucho. Cuando ella abrió el libro y empezó a leer: Señor
mío, Jesucristo…, nuevamente intervinieron las otras: ¡Eso no lo lee, sino
que lo dice de memoria! Y el Padre, con paciencia: así que dices que esta
lectura te ha gustado, pues dime por qué. A lo que respondió la niña: pues
porque aquí dice que Jesús es mío, y esto me gusta mucho, ver que Jesús
quiere ser mío, es mío. Terminó el Padre: ¡con que no sabía leer! Pues se
ha enterado muy bien de la lectura; sí, Jesús quiere ser tuyo, y tú de él,
¿verdad? Pues a ver si os enteráis las demás de lo que se ha enterado esta
niña. ¡Sabía muy bien ponerse en el lugar del otro!
En otra ocasión un niño,
Miguelín, se le fue a quejar
apesadumbrado porque un
compañero, Francisco, se había
reído de él al haber fallado una
respuesta en la clase de latín. El
Padre le preguntó: ¿qué tal si
llamas al compañero y hablamos
los tres? El chico salió a buscar al
compañero, siguió el diálogo, el
otro admitió que así había sido, le pidió perdón sinceramente y el Padre les
propuso entonces: y ahora que habéis dado este paso tan hermoso, ¿no os
parece que podríais continuar vuestra amistad, hablar con frecuencia los
dos y ayudaros a ser cada día mejores? Y la amistad y los diálogos entre
ellos y con el Padre siguieron. Años después Miguel, que había sufrido por

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la burla del otro, fue uno de los seminaristas mártires en la guerra civil.
Francisco recordó siempre lo que significó ese diálogo en su vida.
Fue comprensivo también con los que lo criticaron y se opusieron a

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él. Con respecto a ellos, muchos años después, decía: No dudo que a
todos guiaba una intención recta y sana, que me ayudó, y me ayudará
siempre, para acrisolar y fortalecer el único fin que persigo, o quiero
perseguir: la gloria de Dios y el mayor servicio a la Santa Madre Iglesia.
En alguna ocasión comentó también que le gustaría encontrar de nuevo a
todos los que se opusieron a él para darles un abrazo muy sincero y
agradecerles de todo corazón el bien tan grande que le habían hecho.
Cuando fue nombrado rector del seminario de Málaga uno de los sacerdotes
que más se había opuesto a él como director espiritual, le dio un abrazo
muy efusivo, diciéndole: Te felicito muy sinceramente. El recién nombrado,
que lo conocía de antiguo, le preguntó: ¿De corazón? Le respondió el
Padre: ¡De corazón! Porque si quieres lo puedes hacer, no igual de bien
que los anteriores, sino mejor todavía.

Un hombre entregado
32

¿Por qué tengo que ser tan exigente conmigo mismo?

S i no haces nada, tu tendencia natural buscará cómplices de tu floja

condición. Cuando esto ocurre, es fácil usar las injusticias ajenas,

personales o sociales como “tapadera” de nuestra propia flojera. El Padre

consciente de esto, hacía pensar con sus preguntas: “y tú, ¿no podrías hacer

nada para superarte, mejorarte? ¿Toda la culpa la tienen los demás? ¿Por

qué no nos ayudamos tú y yo a ser lo que debemos ser, y luego hablamos a

los demás? Y concretaba más: ¿a qué hora te levantas?... ¿y te atreves a

criticar al gobierno que no hace nada, cuando tú dejas por hacer tantas

cosas que deberías hacer? ¿Eres caprichoso y exiges a los otros que no lo

sean? ¿Quieres que ellos te pidan perdón y tú estás reñido con algunos?
Deja que los otros hagan otras experiencias, tú no dudes en hacer la
misma experiencia de Cristo, a ver si dijo verdad al afirmar que ‘si el
grano de trigo no cae en tierra y muere, quedará sólo; pero si muere, dará
mucho fruto’ (Jn 12, 24).

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Si aún te suena que es exagerado exigírselo todo a sí mismo,


seguramente es porque te ha faltado el primer paso: descubrir el tesoro.
Cuando veas lo

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valioso que puedes conseguir si te lo exiges todo, estarás dispuesto a


pagar cualquier precio, por elevado que sea. Ser verdadero cristiano no es

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aburrido, triste, o estresante. Al contrario, Jesús lo pide todo, pero te da cien


veces más: te hará verdaderamente libre, te hará capaz de amar de
corazón, y te hará experimentar esa felicidad verdadera que tanto anhelas.
Cualquier otro camino se quedará corto y terminará siendo equivocado.

Para revisar
1. Disimular los defectos del prójimo. ¿Te resulta fácil ver
los defectos de los demás? ¿Te atreves a juzgar la intención de
los demás y eres duro en el juicio? ¿Te quejas porque te parece
que el otro no lo hace bien? ¡Es posible que no apruebes en un examen de
humildad y que te estés exigiendo muy poco a ti mismo!
2. ¡Repara! A veces olvidas que los demás también se pueden
equivocar. Puede ocurrirte que a veces no dejas pasar una “falta” del otro y
tú te dejas pasar unas cuantas tuyas. ¿Sabes cuándo ocurre? Cuando no
reparas. Te dejas pasar tus caídas. Si las repararas, comprenderías mejor a
los demás cuando fallan. ¡Si no sabes cómo reparar, pregunta a tus padres o
a tu guía! ¡Contar las cosas que nos cuestan contar a quien debemos, ya
suele ser parte de la reparación!
3. Aprende a amar a los demás. Muchas veces un signo de falta de amor
al prójimo es que nos alegramos más por sus faltas que por sus virtudes. El
amor te hará ver en el fallo del otro, más debilidad que malicia. ¿Por qué
casi siempre supones que tú tienes buena intención y en cambio los demás
no la tienen?
4. Sé sincero y honrado. Aprende a reconocer tus propios fallos. Es más
fácil echar culpas ajenas que reconocer nuestra parte.
5. Reflexiona y actúa. Si las exigencias de la vida cristiana te parecen
exageradas es que aún no has descubierto el tesoro. Revisa cómo haces la
reflexión. No te quedes sólo en ideas, en teoría, aplica la reflexión a tu vida.

6. Lo nuestro: cargar la nube

C uando un barco sale

Un hombre entregado
36

del puerto con el destino claro a dónde dirigirse, y rectifica en cuanto

advierte que se ha salido de ruta, podemos estar seguros de que llegará muy

lejos y a muy buen puerto. Así ocurre a una persona que tiene una mente

clara y un corazón limpio: sabe a dónde dirigirse, conoce los medios para

llegar, y pone con sinceridad y decisión lo que está de su parte para

ponerlos por obra.


El Padre se puede describir como una persona que tuvo una mente clara
y un corazón limpio. Usando sus propias palabras podemos describirlo con
la imagen de “cargar la nube”. Así como una nube se va cargando poco a
poco de agua y luego, cuando está bien cargada, llueve en donde el viento
la lleve, así también tenía el muy claro lo que quería ser él y lo que quería
que fueran los que estaban a su alrededor para formarse: nubes cargadas,
es decir, llenos de Dios y que luego “el Espíritu Santo sea el que sople y
lleve la nube a donde quiera descargarla”.
En este sentido, ¿qué es una persona formada? Una nube cargada. Esto
es, aquella que está llena de Dios y que es dócil a las inspiraciones del
Espíritu Santo para hacer lo que le pide. ¿Qué es una persona que está en
plan de formación? Una nube cargándose: la que desconfiando de sí
misma, sólo quiere vaciarse de su egoísmo para llenarse de Dios y por eso
se pone en manos de sus formadores como instrumentos que el Espíritu
Santo ha puesto para formarlo.

Esterols 2018
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Desde todas partes se puede dar gloria a Dios y servir a la Iglesia. El


Padre no tenía interés en que las personas que se ponían en sus manos
estudiasen una carrera u otra, eligieran el matrimonio o la vida consagrada.
Su único interés era que fuera el Espíritu Santo quien les moviera. Tal
vez, si tú te hubieras encontrado con él, te habría preguntado: ¿por qué
estudias? La respuesta que esperaría no es “porque quieres asegurar tu
futuro económico”, “porque quieres alcanzar prestigio”, “porque me gusta
la carrera”, etc. El Padre te ayudaría a que le preguntaras a Dios qué es lo
que quiere y espera de ti, para qué te ha hecho. Y entonces, responderías:
“Yo quiero ser (ingeniero, médico, abogado, sacerdote, …) porque, dadas
mis cualidades, me parece que desde esa carrera daré más gloria a Dios y
serviré mejor a la Santa Madre Iglesia”. ¿Para qué más? Para nada más.
Y, ¿cómo se puede lograr esto? Cargando la nube: formando tu
conciencia (claridad de ideas) y limpiando tu corazón (ejercicio de
virtudes). Es decir, que en tu casa, en el chalet, en el piso lleves un tono de
vida con el que vayas aprendiendo a ponerte en las manos de Dios. Pero la
nube no se cargará si descuidas el cumplimiento del deber, o si te
desentiendes del servicio hacia los que viven contigo. Si ahora no te
entrenas en el servicio, el estudio y la obediencia, en el futuro no vivirás
para servir a la sociedad, sino que buscarás servirte de ella. Entonces, Dios
soplaría a la nube, pero esta no se movería ni mucho menos llovería.

Una nube cargada es una fuente sorprendente de iniciativas

P areciera que hoy en día la juventud

careciera de iniciativa. Cuando se trata de

hacer algo “nuevo”, ya sea un teatro, una

canción, una manualidad, un juego, o algo

semejante, faltan “ideas”, hay muy poca iniciativa. Y, ante la “pobreza” de

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ocurrencias, casi siempre se acude directamente a Internet, como si se

tratase de un “oráculo” del que depende toda nuestra iniciativa.


En cambio, el Padre era una nube cargada que sorprendía por su
capacidad de iniciativa. Esto se ilustra muy bien cuando en la persecución
religiosa de 1936, fue capturado el 22 de julio junto a otros sacerdotes y
seminaristas para luego ser ejecutado. A medida que pasaban los días iban
haciendo “sacas” para fusilarlos por grupos. Un día le tocó el turno a él. Lo
sacaban para ser fusilado. Entonces tuvo la iniciativa de preguntarle al
miliciano “¿Tú tienes madre?” Al contestarle el miliciano que sí, el Padre
le dijo: “Pues por tu madre, no me mates”. De momento, parecía que el
miliciano no le hizo caso, pero al pasar por un lugar, le ordenó: “Tú
quédate aquí, que eres el peor de todos”, y con un golpe lo empujó al suelo
sobre un montón de arena, apartándolo del grupo que sacaban ese día. Más
tarde el Padre y otros sacerdotes fueron liberados por la iniciativa
arriesgada de unas religiosas Carmelitas del Sagrado Corazón de Jesús,
encargadas de atender el servicio doméstico del seminario que, disfrazadas
de milicianas, sacaron al Padre Soto de la cárcel el 14 de septiembre de
1936 y luego lo ocultaron en un asilo de niñas pobres. ¡Cuánta buena
iniciativa hay en aquellos que se esfuerzan por cargar la nube limpiando
su corazón!
De entre las muchas iniciativas de la gran familia del Padre, conocemos
hoy los pisos de formación, el chalet, los campamentos, una editorial de
libros que han hecho bien a muchas personas, encuentros sacerdotales con
un estilo novedoso, convivencias de niños, de jóvenes, de profesionales, …

Una nube cargada es como un gran faro orientador

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E n los años 50s y 60s por diversas circunstancias hubo en muchos

lugares una gran crisis sacerdotal. También en la Seu de Urgell, una zona al

norte de España a donde el Padre fue invitado para tener encuentros

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de orientación con los sacerdotes. El Espíritu Santo movía a la nube cargada

(al Padre) hasta allí. Durante varios años los visitó para dialogar, hacer

retiros y convivencias. En su ausencia intercambiaba correspondencia

epistolar con ellos. Años después estos sacerdotes agradecían la orientación

que pudieron encontrar en el Padre.


Al mismo tiempo jóvenes, matrimonios, profesionales, fueron
encontrando en el Padre un faro orientador de sus vidas. Fueron
despertando su conciencia de cristianos y así también se convirtieron poco a
poco en luces para otros que se encontraban a su alrededor.

¿Estás en plan de formación?


Si queremos cargar la nube y que el Espíritu Santo la
pueda llevar a donde quiera para que llueva, es necesario vivir
en plan de formación. La formación nunca termina. No es
cuestión sólo de niños y de jóvenes, sino también de adultos y ancianos. Y tú,
¿estás en plan de formación? Es posible que tengas muy buenos educadores
y muy buen ambiente, pero que no los aproveches. Califícate de 1 a 10, en
donde 10 es la mejor nota (suma y divide entre 6 y te harás una idea de cómo
estás):
1. __ Desconfías de ti mismo: Es decir, no te quieres salir con la tuya,
porque sabes dudar de ti mismo, de lo que piensas, de tus impulsos y
deseos. Estás convencido de que el enemigo no está fuera sino dentro de ti,
es el egoísmo. Por eso no quieres mentir ni ocultarles a tus educadores lo
que deben saber para ayudarte.
2. __ Buscas una limpia intención: por eso frenas el primer impulso y,
antes de hacer cualquier iniciativa, la consultas con tus padres y educadores
(con quien debes, no con quien no debes) para ver si esa iniciativa viene del
Espíritu Santo o si viene de tu egoísmo. Pero si vas ‘a tu aire’, sin frenarte,

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ni muchos

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menos preguntar o comentar lo que ya has hecho, eres presa fácil del
demonio. Recuerda: Dios no te pide que no te equivoques, sino que no te
busques a ti mismo.
3. __ Eres sencillo al exponer las cosas: o, en cambio, buscas convencer
con toda clase de argumentos a tus padres y educadores para salirte con la
tuya. Al final no eres tú quien obedece, sino ellos los que terminan por
obedecerte a ti. Si eres sencillo tendrías un gran deseo de que se haga en ti
la voluntad de Dios, y no tu propia voluntad.
4. __ Esfuerzo: es la actitud propia del cristiano. Lo contrario es dejarse
dominar por la pereza, aunque se tengan buenas intenciones. Sin esfuerzo
terminas abandonando tus propósitos o te conviertes en un “pasota” ante
las observaciones que te puedan hacer. Conoces los medios (reflexión,
oración, sacramentos, reparación, diálogo con el guía, amistad cristiana,…),
¿les quitas importancia y no los pones por obra?
5. __ Querer actuar por convicción y no por “ahorrarte problemas”: no
eres un “borrego”, que hace las cosas porque te las mandan o de lo contrario
recibes castigo, sino que piensas, indagas y preguntas para actuar con
convicción.
6. __ Preparas el diálogo con el guía. Es un rato importante para dar
cuenta de lo que haces y piensas. También para resolver tus dudas y
comentar tus aspiraciones. Desde la fe, es un rato para hablar y escuchar a
Jesús. Sospechar del guía o desconfiar de él sería como desconfiar de Jesús.

7. Un consejo para los jóvenes

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C uando el Padre encontraba un joven que quería ponerse en sus

manos, sólo le interesaba ayudarle a vivir en plenitud como hijo de Dios.

No era un hombre de “recetas”, pero sí de un lenguaje sencillo, práctico,

que se adaptaba a cada persona en sus circunstancias ordinarias.

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No presentaba la vida cristiana como algo complejo o complicado. Por


esto les daba a los jóvenes un consejo muy sencillo: ser el mejor
estudiante, el mejor deportista, el más servicial. ¡En esto se resumía el
camino para que un joven aprendiera a vivir como hijo de Dios!

El mejor estudiante

¡ Qué sencillo lo tienes! Si quieres

despertar tu conciencia de hijo de Dios tienes

al alcance de tu mano un gran medio: el

estudio. Sin darte cuenta, el estudio —cuando

se toma en serio— es un gran despertador de la vida cristiana.


Les decía el Padre a unos estudiantes que quería que olieran más a
libros que a cera. Con ello les quería decir que no se puede tener una
verdadera devoción a Dios si no se toma en serio el cumplimiento del
deber. En concreto, el estudio. El mañana depende mucho de cómo estés
viviendo el hoy de tu juventud. Si estudias, estarás labrando un gran futuro,
porque desarrollarás tus capacidades; estarás habilitado para ejercer una
profesión de la cual puedas vivir y puedas servir a la sociedad; te ordenará
interiormente, dando prioridad a lo que es realmente importante; te ayudará
a sacar el mejor partido de tu tiempo libre; te liberará de muchas
esclavitudes, especialmente de la pereza; despertará en ti un gran amor
hacia la verdad y hacia el bien; te enseñará la gran
lección de que no eres autosuficiente, sino que
necesitas de los demás; el estudio descubrirá tus
talentos ocultos y los potencializará; y, como la lejía
quita las manchas y da blancura, el estudio te
limpiará el corazón y te cortará muchas ataduras.
Convencido de que el estudio requiere esfuerzo y a
veces se hace difícil, te acercará a Dios, porque te
Un hombre entregado
45

convencerá de aquellas palabras de Jesús: “sin mí no podéis hacer

Un hombre entregado
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nada”. ¿Aprovechas el estudio como un despertador de la vida


cristiana? ¿Qué haría falta para que así fuera?

El mejor deportista

A lgunos creen que el deporte es sólo un medio de diversión. Pero, en

realidad, es también un medio de formación. Por una parte, lo necesitas, para

tener salud corporal y mental: el deporte ayuda a que tu cuerpo sea más ágil y

fuerte para el trabajo y para el servicio. Incluso, despeja tu mente para

estudiar y para orar. Un joven que no hace deporte puede tener muchas

carencias.
Sobre todo, el deporte te ayuda a despertar tu conciencia de hijo de Dios
porque es una verdadera escuela de virtudes: dominio de sí, esfuerzo,
valentía, lealtad, generosidad, cooperación, fraternidad, saber ganar, saber
perder,…
El deporte te ayuda a emplear bien tus energías propias, educa tu
voluntad, te ayuda a controlar tu sensibilidad, te exige preparación, método,
perseverancia, resistencia, aguante en la fatiga, domino de las propias
facultades, te ayuda a aceptar y cumplir unas reglas, desarrolla generosidad
con los vencidos, serenidad en la derrota, paciencia con
todos, … ¿Haces deporte? ¿Suficiente deporte? ¿Buscas
solamente divertirte? ¿Qué podrías hacer para que el
deporte te ayude a ser más cristiano?

El más servicial

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E l estudio y el deporte ya son grandes medios que preparan para

servir. Pero, si no estamos atentos, también podemos convertirlos en medios

para buscarnos a nosotros mismos. Podemos estudiar sólo por sacar notas y

hacer deporte para ganar trofeos, buscar protagonizar, sobresalir,

compararnos con los demás, … Todo esto es opuesto al servicio.


Por eso no es suficiente con las dos primeras consignas, es también
importante tomar el servicio como consigna y no desperdiciar
oportunidades para servir a los demás sin deseos de aparecer y ser vistos.
¡Qué no te gane nadie! En tu casa, en la escuela, en todo ambiente: ¡el más
servicial! Aquí te ofrezco una lista que puedes ampliar: poner y recoger la
mesa, ir por el pan o por agua, ofrecerte para hacer los servicios en casa,
recoger un papel del suelo y tirarlo a la papelera, ordenar algo que esté
desordenado, ayudar a tu madre a tender la ropa, disponerse para hacer
recados, contestar el teléfono o abrir la puerta, jugar con tus hermanitos,
hacer silencio cuando los demás descansan, …

Para revisar
1. Amor al estudio. ¿El estudio es para ti un peso, una
carga? ¿Cómo podrías despertar más el amor al estudio? ¿Qué
podrías hacer para mejorar tu método de estudio? Enumera
algunos medios que te pueden servir para estudiar más y mejor.
2. Deportividad. ¿Sabes jugar en equipo? ¿Eres de los que haces pasees
o de los que retienen el balón? ¿Juegas con los de siempre, o eres capaz de
hacer equipo con todos? ¿Juegas con interés y entusiasmo desde el primer
minuto hasta el último? ¿Aunque vayas perdiendo? ¿Qué podrías hacer para
hacer que los demás se diviertan más cuando juegas con ellos?
3. Servicio. ¿Cuántas horas del día dedicas para los demás? Cuando te
piden un servicio, ¿te “escurres”? ¿Pones mala cara? ¿Te molestas? ¿Qué

Un hombre entregado
48

podrías hacer en vacaciones para servir más en casa? Haz una lista de
servicios que podrías ofrecer a tu madre.

8. El secreto de su fuerza

S i una vida entregada sólo fuera cuestión de propósitos, a muchos

podríamos llamarlos ‘entregados’. Propósitos nos hemos hecho todos, pero

vivirlos ya es otra cosa. Quizá el Padre no era de muchos propósitos, pero sí

de propósitos firmes: no me quejaré, rendir al máximo, lo mejor para los

demás, obediencia, … Estos propósitos fueron verdaderas consignas: le

duraron toda la vida. Era muy exigente consigo mismo. ¿De dónde sacaba

el Padre esa fuerza para mantenerse constante? ¿Qué hacía para no

desanimarse? ¿Por qué no cambiaba de rumbo a pesar de la corriente tan

contraria que se le venía encima?


Su secreto estaba en la unión con el Señor. Sabía que todo dependía de
ello. Sentía en lo más profundo de su ser las palabras de Jesús: “sin Mí no
podéis hacer nada”. Se sabía que solo era poca cosa y por eso creía en la
fuerza de la oración. A veces a nosotros nos ocurre que nos quedamos
lamentando nuestra debilidad, pero no acudimos al Señor. Otras veces nos
quedamos hablando, como si se resolviera sólo de esta manera y no nos damos

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cuenta de que es necesario acudir al

Esterols 2018
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Señor.

Un hombre entregado
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El Padre había experimentado de tal modo la fuerza de la oración, que


solía decir: no hay vicio que se resista a la oración y a un poquito de
esfuerzo. Podríamos hacernos propósitos, pero si no estamos convencidos
de que estamos necesitados de la ayuda del Señor, lo podemos hacer hoy
peor que ayer. Por eso el Padre tampoco presumía de fortaleza, porque nos
puede pasar lo mismo que a Pedro (que terminó negando a Jesús). Ese
poquito de esfuerzo se llama reparación. Si caigo, puedo levantarme y
reparar, y así quedar mejor. El mal está en que no oramos y no reparamos
lo que hacemos. Sólo orando puedo tener la fuerza del Señor: el hombre
con Dios es como Dios; y sólo reparando le demostramos al Señor que me
puedo esforzar un poquito.

Tratos con el Señor

C onvencido de saberse escuchado por el Señor, hacía tratos con Él.

Cuando quería ayudar a que un joven, un sacerdote, un matrimonio

despertase a la vida cristiana, solía pedirle: Señor, ponme precio. Sin miedo

a lo que pudiera pedirle el Señor para conseguir su propósito.


Otras veces hablaba de pagar facturas. Es decir, no desperdiciar
ocasión para ofrecer pequeñas privaciones con las cuales ‘pagar’ por el
milagro que le queremos ‘arrancar’ al Señor. Y así se lo transmitía a los
demás. En una ocasión se le acercó una señora que quería “cambiar a su
marido” y el Padre le pregunta: y usted, además de pedir, ¿qué le ha dado
al Señor a cambio? Y luego le decía: Hemos de decirle: ‘al precio que Tú
quieras, y luego prestar oído’. Es lo que él hacía de continuo. ¡Cuántas
‘facturas’ pagaría el Padre por tantos de nosotros, aunque no nos conociera!
A los jóvenes les ayudaba a descubrir en el estudio un gran medio para
pagar facturas. Sabía lo que costaba el estudio, sobre todo en algunas
épocas, por eso recordaba que la mesa de estudio es como un altar, en
donde podemos ofrecer al Señor los mejores sacrificios: comenzar con un
horario, tener una postura adecuada, estudiar en silencio y con intensidad,

Un hombre entregado
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no levantarse de la silla, … A uno que se levantaba de la silla con mucha


frecuencia,

Un hombre entregado
53

metafóricamente le dijo que se atara a la mesa de estudio, de modo que


cada vez que quisiera salir no pudiera pasar por la puerta. ¡Tómate en serio
el estudio y tendrás un gran saldo de facturas a tu favor!

Enséñanos a orar

D ecía el Padre: cuando me dicen enseñar a hacer una hora de

oración, no sé. Yo lo que sé es ayudar a vivir todo el día en oración. Orar

no es sólo cuestión de palabras, o de prácticas religiosas. La oración es

sobre todo una actitud: no buscarse a sí y buscar contentar al Señor.

Quien procura vivir siempre así, puede estar todo el día en oración.
¿Te cuesta orar? ¿No te atrae la oración? ¿Te cuesta reflexionar? Una
vez se acercó al Padre una mujer muy estudiosa explicándole que los libros
de reflexión no le decían nada, ni la Biblia, ni el Papa. Y el Padre no le dio
“recetas” ni métodos de oración, sino que le hizo ver que era porque estaba
muy en sí misma, mirándose a sí y apartando la mirada del Señor. Para
despertar en ella ese apetito de oración, el Padre le preguntó: ¿cuál es el
trabajo más fuerte de su casa? La mujer respondió: la cocina. Entonces el
Padre la envió a la cocina, para que allí se tirara a lo peor y al servicio,
para que aprendiera a no buscarse a sí y sí buscar contentar al Señor. Pasado
un tiempo, la mujer decía: ya ni los libros casi me hacen falta porque todo
me habla de Dios. Esta mujer, comprobó que a quien trabaja le da hambre.
Esforzándose descubrió aquella verdad de Santa Teresa que cuando no nos
buscamos a nosotros y buscamos contentar sólo a Dios: hasta en los
pucheros anda el Señor.
Si te cuesta orar, recuerda que la oración es incompatible con una vida
de comodidad, gustos, deseos de aparecer y protagonizar. Es incompatible
con el miedo al qué dirán y el miedo a hacer el ridículo. Incompatible con
ese deseo de querer que todas las cosas salgan como las pensamos.

Un hombre entregado
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La oración también es incompatible con la disipación: la curiosidad, el


meternos donde no nos llaman, querer estar enterados de todo, seguir
minuto a minuto las noticias, … El Padre, que había hecho el ejercicio de
abstenerse de los medios de comunicación y que recomendaba usarlos sólo
en lo necesario, decía que teníamos que probar el caramelo de la
abstención total de los sentidos. En cambio, es muy difícil orar cuando se
está disperso. Por eso nos ayudará mucho sorprender a nuestro corazón con
frecuencia y preguntarle: corazón mío, ¿dónde estás? Y que pudiera
contestar: Descansando en el Señor.
El Señor siempre tiene algo que decirnos. También está esperando que
nos pongamos un ratito con Él. Por eso también son necesarios esos ratos
del día en que dedicamos todo para el Señor. Sobre todo, la reflexión y la
Santa Misa. Los que conocieron al Padre pudieron constatar que era un
hombre de oración. Que aprovechaba todos los ratos que pudiera para
estar con el Señor.
La oración también es hija del amor. Si vas creciendo en caridad hacia
los demás, te resultará más fácil orar. Así como una madre le resultaría más
pesado dejar de pedir por su hijo enfermo, que estar rezando y ofreciendo
para que se cure, así también hablarías más con el Señor cuando te acuerdas
de aquellos a quienes amas.

Para revisar
1. En pocas palabras, ¿cómo puedes definir la oración?
2. ¿Qué cosas de tu vida pueden hacer más difícil la
oración?
3. Si un amigo cristiano te dijera: enséñame a orar, ¿qué le dirías?
4. ¿Cómo puedes conseguir fuerza para quitarte aquel vicio que te
preocupa y te desanima?
5. ¿Cuál es el ‘poquito de esfuerzo’ que tienes que hacer además de
orar?

9. Creo en Dios

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A veces daba la impresión de que el Padre no tenía dificultades.

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Siempre

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estaba contento y en paz, confiado y seguro, sin nerviosismos ni miedos, sin

preocupaciones. Más aún, siempre agradecido. ¡Mucho menos se le veía

aburrido! Esta actitud era consecuencia de su fe inquebrantable. Creía

firmemente en Dios y en su acción. Estaba convencido de que a Dios no se

le escapa nada. Decía: Dios lo tiene todo pesado y medido para bien de los

que le aman. Y por eso vivía abandonado y confiado a la Divina

Providencia. Porque creía y confiaba en el mejor de los padres: Dios.


Esto no quiere decir que no sintiera las dificultades, como si pasara de
ellas. Al contrario, no huía de ellas, sino que las asumía como verdaderos
estímulos para morir a sí mismo y amar más a Dios. Por eso para él las
dificultades eran ventajas, oportunidades para vivir de fe. En este sentido
llegó a afirmar: no recuerdo haber tenido ningún obstáculo para el
apostolado. Todo han sido ventajas. Y en este “todo” entraban las
persecuciones y las calumnias que tuvo que vivir. Pues, todo ayuda para
que el “grano de trigo muera”. Y ésta es, según Jesús, la condición para
dar fruto.
Sereno en las pruebas, no guardaba rencores ni resentimientos. Con
respecto a los que se le opusieron abiertamente llegó a decir: “mis mejores
amigos —los que me han hecho mayor bien— son los que me han
perseguido o calumniado. Les estoy enormemente agradecido”. ¡Lo decía
de corazón! Y añadía: “Yo no sé si he
llegado a algo bueno, pero si algo bueno
tengo, lo debo a mis perseguidores. Me
hacen un servicio que no me puede hacer el
amigo, pues me hacen descansar en sólo

Un hombre entregado
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Dios”.
Tampoco le salían las quejas o el mal humor, porque no vivía apegado a
sus planes. Al

Un hombre entregado
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contrario, siempre hacía ejercicio de ponerse en las manos de Dios: mi


plan es no tener plan. A un sujeto tan libre, tan disponible, sin planes
propios, que sólo buscaba hacer la voluntad de Dios, ¿quién podría
estorbarle? Don José Soto no quería otra cosa que lo que Dios quisiera. Y,
como nadie, por malévolo que fuese, puede estorbar los planes de Dios, al
Padre nada ni nadie le podía estorbar. El único obstáculo que podía
encontrar es el “yo”, es decir, el egoísmo.

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Esta confianza la había aprendido de su madre

D ecía: “yo la fe la he mamado de los

pechos de mi madre”. “Cuando enviudó, mi madre

no tenía más que sus siete hijos y el sol que le daba

en la cara, y a todos nos sacó adelante con su trabajo y su confianza en

Dios... Se valía de este pobre infeliz —decía refiriéndose a sí mismo— para

pedirle pan a la V irgen”. Es que su madre, al salir de mañana en busca del

sustento, entraba en la iglesia, y ante la imagen de la Virgen del Carmen,

llevando en sus brazos a José Soto, le hacía extender su manita de niño y

decirle a la Virgen: “¡Mare, pa!” (Madre, pan). Era la convicción de que la

oración del limpio de corazón tiene un poder muy grande.


Su madre, la señora Dolores, tenía una gran fe: un año en que el granizo
arrasó la cosecha, como para la fiesta de la Virgen del Carmen ella solía
arreglar su altar en la parroquia, corriendo con algún gasto, el hijo mayor le
preguntó: ¿Este año también vas a arreglar el altar de la Virgen? A lo que
ella respondió: Este año más que nunca, hijo mío. ¡Descansaba confiada en
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Dios!

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Una lección de confianza

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U na mujer tenía una tienda de comestibles, y se fue a la bancarrota.

Su hermano era seminarista, y cuando sus padres lo iban a visitar al

seminario, le contaban llorando el desastre del negocio y de su hermana. El

joven seminarista pasó varios días muy preocupado y sin poder estudiar.

Cuando iba a clase pensaba que si le preguntaban la lección no sabría nada.

Hasta que un día se encontró con el Padre y le explicó la situación. Él le dijo:

Reza el Credo. —¿El Credo? —, preguntó el joven. Sí, el Credo, contestó el

Padre. Y el joven comenzó a recitarlo de prisa y corriendo. Al llegar a la

mitad le interrumpió el Padre: Párate. Vuelve a empezar. Y el joven volvió a

empezar, y cuando dijo: “Creo en Dios Padre Todopoderoso Creador del

Cielo y de la tierra”, el Padre le dijo: Párate y repite. “Creo en Dios Padre”

y le dijo: ¡Basta! ¿Tú crees que Dios es tu Padre? El joven contestó: Sí. Le

pregunta de nuevo: ¿Y que es Todopoderoso? Si, contesta de nuevo el joven.

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Luego el Padre se quedó

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pensativo un espacio de tiempo y le dijo: Nos olvidamos muchas veces de que

Dios es nuestro Padre. Y que es Todopoderoso. Estas palabras le dieron

mucha paz al joven y desapareció su gran preocupación. Había recibido una

hermosa lección de aprender a confiar y ponerse en las manos de Dios.


¡Qué convencidos tenemos que estar de que nuestro apoyo debe de ser
Dios! Quien lo olvida fácilmente cae en el desánimo y en la tristeza. El
Padre ayudaba a recordar que esta guerra (si se puede llamar así a la lucha
contra los vicios) no la pierde quien persevera y confía en Dios. La pierde el
que se rinde o desconfía de Dios.

Una expresión de su fe: la genuflexión

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C uando entras a una Iglesia o a una capilla y ves una luz o una vela

encendida junto al altar, sabes que está Jesús presente en la Eucaristía.

Entonces, saludas y adoras a Jesús con un gesto de fe: la genuflexión. A

veces, por nuestra superficialidad, terminamos haciendo este gesto con

rutina y lo hacemos rápido y mal hecho. En cambio,

Esterols 2018
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este gesto en el Padre era diferente. Muchos lo recuerdan haciendo la

genuflexión: Entraba en la capilla en silencio y enseguida hacía la

genuflexión hasta abajo, hasta tocar el suelo con la rodilla. Este gesto

también lo hacía en la Misa y en la Exposición del Santísimo. Por su edad

no le resultaba fácil hacer bien hecho este signo de adoración al Señor

presente en la Eucaristía. Pero, la fe y el amor que tenía a Jesús

sacramentado se lo exigían.

Para revisar
1. El Padre decía que en nuestro corazón habría que poner
un cartel: “¡No se admiten preocupaciones!”. ¿Permites que
las preocupaciones invadan tu corazón? ¿Qué puede suponer
poner este cartel en tu corazón?
2. ¿Cómo podrías explicar esta frase del Padre: “Todo está a mi
servicio: Desde el demonio al Ángel de la Guarda; Igual servicio me hace
uno con su mala fe que el ángel con su buena fe”?
3. Es posible que recibas los sacramentos con rutina. ¡Hasta la
genuflexión la puedes hacer con rutina! ¿Has permitido que esa rutina
llegue a ti en los medios que tienes para encontrarte con Dios? En caso
afirmativo, ¿qué podrías hacer para salir de la rutina?
4. No basta con saber que Dios te ama. Hace falta que también te
sientas amado por Él. Revisa tu vida y escribe al menos diez puntos en los
que descubres ese amor de Dios hacia ti.

Un hombre entregado
68

5. Explica la siguiente frase: Dios es la necesidad más profunda del


mundo.

Un hombre entregado
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10. Pararse a pensar…

N o quería que fuéramos solamente personas de “ideas” sino de

vida. Una cosa es saber, otra desear y otra vivir. Hay muchas ideas buenas

que sabemos y que tenemos en la cabeza. Quizá haya unos cuantos buenos

deseos que anidan en nuestro corazón. Pero, no siempre hay en nosotros

convicciones profundas, grandes aspiraciones ni mucho menos obras en

nuestras manos. Es decir, no siempre estamos convencidos ni siempre

vivimos como pensamos. Para vivir de fe (que las ideas pasen de la cabeza al

corazón; que los deseos pasen del corazón a las manos y sean obras) el

Padre recomendaba con insistencia hacer un prolongado esfuerzo personal

de reflexión y oración.
Por eso, tenía mucho interés en que sus dirigidos aprendieran a
reflexionar. No buscaba que la gente aprendiera o repitiera ideas, sino que
aprendiera a pensar con su propia cabeza. Es el caso de un sacerdote que,
en sus primeros encuentros con el Padre, éste le llama para tener un rato de
diálogo personal. El Padre le pregunta qué libro estaba leyendo y el
sacerdote responde: el Kempis. El Padre le dice: Me alegro. Y, enseguida le

Un hombre entregado
70

pregunta cuál era la lectura que más le gustaba del Kempis. El sacerdote
comenzó a dar

Un hombre entregado
71

vueltas a las páginas del libro desde el principio hasta el final mientras
decía: bueno, el Kempis habla… El Padre enseguida le dijo: No; no te estoy
preguntando de qué habla el Kempis, sino que me leas la lectura que más te
ha gustado del Kempis. Como el sacerdote no atinaba con ninguna lectura y
seguía pasando páginas, sin nada asimilado en la cabeza, el Padre dirige la
mirada a otro de su confianza y señalando al sacerdote con el dedo le dice:
¡Que aprenda a reflexionar! Con ello ya lo había dicho todo. Ese
compañero luego se llevó aparte al sacerdote y se encargó de cumplir el
consejo del Padre explicándole paso a paso cómo aprender a reflexionar.
Fue una lección que le sirvió al sacerdote para toda su vida.

Aprender a reflexionar…

T enemos la tentación de reducir la vida cristiana a recetas, ideas,

letra y nos quedamos sin espíritu, sin vida. Hacemos las cosas porque los

demás las hacen, pero desconocemos el porqué. Otras veces hacemos o

dejamos de hacer las cosas por miedo a lo que puedan pensar o decir los

otros. Entonces, cuando cambia la situación o las circunstancias, cuando

nos dicen otra cosa o cuando sufrimos la burla de los demás, ¡ya no

sabemos cómo actuar! Y podemos hacer lo

contrario.
Otras veces, se cae en la tentación de pensar
con “cabeza ajena”, repitiendo lo que
escuchamos, aunque sea bueno, pero

Un hombre entregado
72

desconociendo los motivos. Peor aún, a veces caemos en la tentación de


defender ideas ajenas como si fueran propias, por influjo de los

Un hombre entregado
73

medios de comunicación. Para que nada de esto nos suceda es


importante aprender a reflexionar.
¿Qué es reflexionar? No es simplemente leer. Puedes tener el mejor de
los libros y sacar muchos ratos de lectura, pero no puedes llamar a eso
reflexión. Para reflexionar hace falta pensar mucho, meditar sobre lo que
vas leyendo. Hacerte preguntas: ¿Por qué esto es así? ¿Cómo puedo vivir
yo esto? ¿Qué me hace falta para vivirlo? Pero, sobre todo, hace falta que
vayas ajustando tu vida a lo que vas reflexionando: revisa tu vida, piensa
en qué cosas puedes ir mejorando, hazte un propósito y procura cumplirlo.
Reflexionar es mirar a Jesús, y mirarte a ti. Profundizar en lo que eres
(soy cristiano) y en lo que estás llamado a ser (otro Cristo). Cuando la
reflexión se hace bien, brota un deseo generoso y casi impaciente de
renovación, de enmienda de los defectos que nos denuncia y refleja la
conciencia. Un prolongado ejercicio… de todos los días, ahondando,
profundizando.
Este ejercicio cambiará tu vida: a fuerza de tener ante tus ojos grandes
ideales, de meditarlos (ojalá todo el día) y, sobre todo, de ajustar tu vida a
ellos, las grandes ideas se convertirán en convicciones profundas que
bajarán al corazón y pasarán luego a las manos, a tus movimientos, tu
respiración,… serás otro Jesús. Poco a poco lo que saldrá de ti serán
reacciones cristianas y menos paganas.
Todas las enseñanzas del Padre se podrían resumir en vivir dentro, muy
reflexivos, en diálogo continuo con el Señor. Porque este ejercicio de leer,
pensar y querer vivir, te llevarán a orar, a pedirle ayuda al Señor.
Pero ¿por qué hay personas que abandonan la “reflexión”?
Simplemente porque nunca han reflexionado. Para ellos la reflexión era
sólo una cuestión de lectura, inconstante, que poco tenía que ver con la
vida. Cuando no se piensa (sólo se lee) ni se intenta vivir lo poco que se
piensa, lo que llamamos “reflexión” resulta inútil y hasta una pérdida de
tiempo. Haz la prueba y reflexiona de verdad. Verás que encontrarás gusto
en ella, se convertirá en una necesidad para ti y el rato que hagas te parecerá
corto. Descubrirás el gran tesoro que hay en ti y llegarás a tener una
conciencia despierta, vigilante, atenta, reparadora.

Para revisar
1. Explica la siguiente frase: Quien no reflexiona termina
por no tener personalidad.

Un hombre entregado
74

2. Si alguien te pidiera que le enseñaras a reflexionar, ¿qué le

Un hombre entregado
75

dirías?
3. Algunos reducen la reflexión a un rato para descubrir fallos. También
podría ser un rato para descubrir remedios. ¿Qué más podrías descubrir en
la reflexión?
4. ¿Cómo puedo aprovechar el rato de diálogo con el guía para aprender
a reflexionar?
5. Una señal muy clara de que alguien busca a Dios es que ama el
silencio, la reflexión, la oración; una señal de que no está en Dios es que se
deja llevar de la curiosidad, buscando enterarse de todo. ¿En dónde te
encuentras?
6. ¿Eres de los que piensas que ya lo sabes casi todo y que siempre se
habla de lo mismo? ¿Qué vas buscando novedades? ¿Cuál es la raíz de tu
problema?

11. Los amigos: los necesitas y te


necesitan

Un hombre entregado
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C on un verdadero equipo de formadores contaba el entonces

Seminario de Málaga: el santo obispo Manuel González, el mártir Don

Enrique Vidaurreta como rector y Don José Soto como director espiritual.

“Usted será la ‘madre’ de mis seminaristas”, le había dicho el obispo al

Padre cuando lo nombró director espiritual. Los tres hicieron equipo a partir

del cual se fueron formando los nuevos sacerdotes que, años después,

algunos de ellos se convertirían en mártires.


El equipo de formadores se fue ampliando poco a poco, pero se
mantenía como verdadero equipo. Se podían describir como un solo
corazón y una

Un hombre entregado
77

sola alma: vivían como verdaderos amigos, con unidad de criterios y


estilo de vida, con una entrega generosa a la formación de sus alumnos. Así
pudieron fomentar grupos de amistad y ayuda espiritual entre los
seminaristas.

Un hombre entregado
78

Necesitas de amigos

E l Padre estaba muy

convencido de que solos no podemos.

Necesitamos de los demás. Hacer

amigos es un continuo gimnasio de todas las virtudes: servir, elegir el

último lugar, saber dialogar, obedecer, comprensión, paciencia, simpatía,

cordialidad, respeto, afabilidad, oración (de unos por otros), corrección

fraterna, …
¿Por qué son necesarios los amigos? Dios nos había podido salvar solos,
pero ha querido que nos salvemos dentro de una familia: la Iglesia. Formar
grupos de amigos es voluntad de Dios y es también una necesidad de cada
persona. Aunque tuviéramos la mejor intención y fuésemos muy
transparentes y dóciles, sin amigos no terminaríamos de ver todo lo que
tenemos que cambiar.
Tú también necesitas de amigos. Pero de verdaderos amigos. No se
puede llamar “amistad” a cualquier relación. No siempre hay verdadera
amistad por el simple hecho de que haya simpatía (te caiga bien una
persona), aficiones comunes (Ej: deportes, música, …), se compartan tareas
y lugares (Ej: la misma clase).
La amistad es fundamental para vivir como auténticos cristianos. El
Padre les decía a los sacerdotes: si no hubierais estado unidos os habría

Esterols 2018
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arrollado la corriente. Se refería a la confusión de criterios que hubo


después del Concilio, pero también se puede aplicar a nuestros tiempos:
experimentamos dos corrientes (de fuera y de dentro) que nos hacen la
contra, y tener amigos es necesario para no dejarnos llevar por ellas.

Esterols 2018
80

¿Aprecias los amigos cristianos que tienes? ¿Valoras los encuentros


semanales, los “planes”, los campamentos en que participas? ¿En qué
actitud vas a estos “planes”? ¿En actitud de dar o de recibir?

Cultiva amistades cristianas

L as verdaderas amistades se cultivan, exigen esfuerzo. Si una

“amistad” no me lleva a Jesús y al ejercicio de virtudes, no la puedo

considerar todavía como una verdadera amistad cristiana. No te engañes ni

te ilusiones pensando que la simple afinidad y simpatía hacen amistad

cristiana. Puedes estar absorbido por una amistad cerrada y perjudicial

(secretos, complicidades, malos ejemplos,…) aunque aparentemente os

llevéis muy bien. En cambio, hay personas que, aunque tengan pocas

afinidades, son verdaderos amigos. Y esto ocurre porque los dos buscan lo

mismo: ser amigos de Jesús. No lo olvides: cultivar amistades cristianas

supone, ante todo, ser amigo de Jesús. Porque es Él quien une de verdad a

los hombres entre sí.


Cultivar la amistad también implica valorar mucho al otro y sus cosas

Un hombre entregado
81

buenas. Sus diferencias no son un obstáculo sino más bien una ayuda que
me completa. Piensa en los apóstoles: ¡qué diferencias había entre ellos de
edad, de modos de ser, de temperamento y tan amigos que eran entre sí!

Un hombre entregado
82

Cultivar la amistad también implica sentirme responsable del otro.


Tengo el deber de desear y procurar su bien, de orar por él, de estimularlo
con mi ejemplo. Incluso, el deber de ayudarnos a conocernos,
corrigiéndonos con una gran humildad y caridad. ¿Te alegras de los éxitos
de tu “amigo” como si fueran éxitos propios?

Para revisar
1. ¿Aprovechas el deporte, los juegos, los deberes del
colegio para aprender a hacer equipo? ¿Cuáles son los
impedimentos que no te ayudan a trabajar en equipo?
2. ¿Por qué tienes necesidad de amigos? ¿Para qué son necesarios?
3. ¿Cómo podrías cultivar tus amistades para que sean verdaderamente
cristianas? ¿Qué es lo más importante de este cultivo?
4. Propósito: sobre todo hoy voy a descubrir a Jesús en cada uno y seré
muy amigo de Él.

12. Su amor a la Iglesia

C omo sacerdote, el Padre se sentía muy enamorado de su Esposa la

Iglesia. Quería amarla como Jesucristo la amó y se entregó por ella.

Desde muy joven Dios le había hecho descubrir la necesidad de la santidad

del sacerdote. Y pensaba: si los sacerdotes son santos, la Iglesia se

renueva.
Se sentía muy contento de ser sacerdote. Decía: si cien veces naciera,
cien veces me haría sacerdote escogiendo a mi Esposa la Iglesia. Y Dios lo
eligió y lo preparó para una gran misión en la Iglesia: ayudar al sacerdote

Esterols 2018
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diocesano a vivir en plenitud su consagración bautismal y sacerdotal.


Él mismo describe lo que se podría llamar esta «pasión» por el
sacerdote:

Esterols 2018
84

En el año 1903, no
teniendo aún los 16 años,
empezó a nacer en mi
corazón la idea de ser
párroco y apoderarme de un
sagrario. No me
conformaba con vicario,
quería ser párroco, pero
quería más aún. Soñaba con
ser arcipreste, con tener a
mi cargo 15 o 20 pueblos.
Me hacía la idea de que
reuniría a los sacerdotes de
mi arciprestazgo una vez al mes, en mi casa; les daría una buena
comida y antes de ésta y después, tendríamos nuestras charlas,
reunidos todos, pero con el tiempo terminarían individualmente.
Me interesaría por la marcha de sus parroquias y con ello daría
pie a que me invitaran a visitarlos y así tendría ocasión de ponerme
en contacto con el “grupo piadoso”, con lo que vería dos veces a
mis sacerdotes. Procuraría hacerme muy agradable a ellos.
Mi cargo de arcipreste me daría derecho a dos o tres
coadjutores, y así comenzaría la semana marchando lunes por la
tarde a un pueblo donde permanecería dos o tres días, con el fin de
despertar más hambre de Dios y de las almas en aquel sacerdote.
Para orientación del párroco, reuniría a todas las asociaciones
piadosas e intentaría sacar de allí el “grupito” mejor, a cuya
formación ayudaría el párroco, y para ello les dedicaría algunas
charlas y retiro mensual.
Así soñaba aquel seminarista de 15 años y sus sueños se hicieron
realidad. Con más de 50 años decía: como el Señor no da deseos
irrealizables, hoy empieza a ser realidad lo que entonces era un sueño. Se
refería a sus años de párroco, de Misionero Eucarístico Diocesano en
Málaga, su labor como Director Espiritual del seminario y a toda la
actividad apostólica que se iba formando a su alrededor.
Fueron también surgiendo tres obras de índole sacerdotal: en primer
lugar, la Obra de San Juan de Ávila, compuesta por mujeres vírgenes que
sirven a la Iglesia y ayudan al sacerdote en la formación de grupos
apostólicos de jóvenes, mujeres y matrimonios, a fin de que vivan su

Un hombre entregado
85

bautismo en el propio estado de vida y ejercicio de su profesión. En


segundo lugar, la Obra de Santa Teresa, constituida por mujeres vírgenes
que sirven a la Iglesia en la persona del sacerdote, mediante la oración, la
entrega de su vida y el servicio doméstico en casas parroquiales y
seminarios. Y, en tercer lugar, la Fraternidad Sacerdotal

Un hombre entregado
86

San Juan de Ávila.


Sus tres obras llegaron a muchas zonas de España y dieron “el salto”
hasta América, donde el sueño del Padre también tuvo su cumplimiento. En
1975 la Fraternidad, con el apoyo de las otras dos obras, se hacía cargo de
un seminario en Guayaquil-Ecuador. La obra del Padre llegó a Chile,
Paraguay, Argentina, Colombia, Venezuela, Perú, México y Centroamérica.
Y alrededor de estas obras un gran grupo de matrimonios, jóvenes,
niños, que iban despertando su conciencia de ser bautizados, hijos de Dios,
otro Cristo.

Alimentar el amor a la Iglesia

Esterols 2018
87

H oy en día es muy frecuente escuchar quejas, críticas y

lamentaciones acerca de los males de la Iglesia. Pero suelen hacerse desde

fuera, como si la Iglesia fuera algo ajeno y distante a nosotros. El Padre era

consciente de que nosotros somos la Iglesia, y por eso buscaba abrirle los

ojos a sus oyentes para que fueran descubriendo que entre todos estamos

dejando muy mal parada a la Iglesia. No le gustaba echar culpas, ni mucho

menos rebelarnos contra la Iglesia, sino que, desde dentro, ayudaba a ver el

mal en la Iglesia para que nos sirviera de espejo y así pudiéramos ver el mal

que hay en nosotros.


La Iglesia es la mejor de las madres y es la menos amada. Cuando
vemos

Esterols 2018
88

sus males desde dentro se despierta en nosotros un deseo de poner


remedio, comenzando por nosotros. Y luego también un deseo de hacer
que los que se acerquen a nosotros hagan lo mismo. Decía el Padre: así
empezó la gran reforma de la Iglesia llevada a cabo por santa Teresa, y así
empieza toda verdadera reforma… a ver si os da gran fatiga de los males
de la Iglesia… a ver si os entran esas ganas de llorar con el Señor… y esa
determinada determinación de hacer lo poquito que está en vosotros… y
ayudaros entre todos a hacer lo mismo… y lo demás viene sólo… ya el
Señor abre caminos al verdadero celo…

Para revisar
1. ¿Cuál es tu reacción cuando escuchas noticias acerca de
los males en la Iglesia? ¿Te duele? ¿Te unes a la crítica?
¿Cómo deberías reaccionar?
2. Gracias a su honradez y limpieza de corazón, desde muy joven el
Padre ya iba descubriendo cuál era su vocación y misión. Tú también has de
preguntarle al Señor: ¿Qué quieres de mí? ¿Para qué me has hecho? Son
preguntas muy serias, de las que depende tu felicidad y la de otras personas.
3. Si tuvieses la cara manchada y te dieras cuenta, no saldrías a la calle
sin limpiarte antes. Haz una pequeña lista (de 10 puntos) que podrías
corregir de ti para ayudar a reformar a la Iglesia.

13. El verdadero papel de la mujer

H emos tocado varios puntos de la vida cristiana que el Padre ha

iluminado con sus enseñanzas y con su ejemplo: la honradez, el servicio, la

generosidad, la exigencia y la compresión, la iniciativa, el estudio, el

deporte, la oración, la fe, la reflexión como medio para pararse a pensar, la

Un hombre entregado
89

necesidad de la amistad cristiana, el amor a la Iglesia. Otro punto que el

Padre iluminó fue el papel de la mujer en la familia, en la Iglesia y en el

mundo.
Estaba convencido de que la mujer tiene un papel necesario y
fundamental en la vida y en la misión de la Iglesia. Lo veía en la persona
de Jesús: la mujer (la Virgen María) fue la Madre y Educadora de Jesús.
Durante su vida terrena fue su apoyo y su colaboradora 4.
Lo veía en la vida de la Iglesia: la mujer es la Madre y Maestra de la
Iglesia. En las Bodas de Caná la Virgen María se mostró como la
intercesora de todas las virtudes. En el cenáculo la Virgen María apoyó y
acompañó a los apóstoles en el trance difícil entre la muerte y la
resurrección de Jesús preparándolos para recibir al Espíritu Santo. El Padre
veía que María ha tenido este papel en toda la historia de la Iglesia. Esta
labor la sigue haciendo con cada uno de nosotros.
El Padre descubrió también el papel fundamental de la mujer por propia
experiencia. Se dice que detrás de un gran hombre siempre hay una gran
mujer. El Padre llegó a ser el que fue gracias a su madre. “Mi santa madre”
era como se expresaba al referirse a su madre, a quien atribuía gran parte de
su formación. Similarmente Don Bosco también decía que debía su
educación a “mamá Margarita”, otra gran mujer. San Agustín fue el fruto de
la entrega y de la oración de varios años de otra santa mujer: Santa Mónica.
Se dice también que el que forma a una mujer, forma una familia. La
labor de la mujer como madre es fundamental y trascendental para la
Iglesia y la sociedad. Si nos detenemos a pensar, la mayor parte de la
catequesis que sabemos la hemos recibido de la mujer: pensemos en nuestra
madre, nuestras catequistas, nuestras profesoras, …
Incluso, el Padre también descubría lo que todavía hoy puede sonar a
novedad: el papel de la mujer es indispensable para la formación del
sacerdote y para su ministerio sacerdotal. Formar mujeres para que puedan
ser en la familia y en la Iglesia las colaboradoras de un sacerdote como sus

4 Hoy en día se le llama a María Corendentora: es decir, colaboradora en la


obra de la Redención que realizó Jesús.
Un hombre entregado
90

madres espirituales. La mujer es una gran ayuda para el sacerdote. Ellas


pueden

Un hombre entregado
91

llegar, y llegan de hecho, a donde el sacerdote no puede.

El verdadero valor de la mujer

P ero hoy en día puede existir la tendencia a oscurecer y deformar

este papel fundamental de la mujer. Las nuevas prácticas e ideologías que

quieren exaltar a la mujer se van convirtiendo en algo catastrófico: a veces

los que quieren valorar realmente a la mujer terminan por minusvalorarla.


Una chica de cualquier edad, si hace lo que debe, hace mucho bien a
los chicos. Pero cuando olvida su papel fundamental de mujer, también
puede hacer mucho mal: despistar, distraer, confundir.
Los chicos deben tener una mirada limpia hacia ellas. Como la de Jesús:
respetándolas y admirándolas. Si tu vocación es la de formar una familia,
tendrías que soñar, pedir y merecer una mujer. Cada uno encontrará la que
se merezca. Un muchacho simple, vulgar, perezoso, sólo merecerá una
mujer así. Y sí el Señor te llama al sacerdocio, podrás encontrar en ellas
excelentes colaboradoras.
En esta formación de la mujer, el Padre las valoraba, las preparaba y las
lanzaba. Tras las huellas del Padre hay muchas mujeres que han hecho y
hoy en día hacen mucho bien, tanto en el matrimonio, como en la vida
consagrada. Son muchas las mujeres de las que se pudo (o se puede)
escuchar decir: “gracias al Padre”. Al mismo tiempo, son muchos los
sacerdotes que dirían: “gracias a estas teresas, gracias a estas avilistas”, y
no pocos los esposos que dirían algo semejante acerca de sus madres y
esposas.

Para revisar
1. ¡Qué importante es el papel de la mujer en tu vida,
comenzando por tu madre! ¿Confías en tu madre? ¿La
escuchas? ¿La consultas? ¿Valoras sus enseñanzas y consejos?

Un hombre entregado
92

¿Qué actitudes tienes que tomar y qué actitudes dejar de hacer para valorar
más a tu

Un hombre entregado
93

madre?
2. Cuando tienes que tomar una decisión y no está tu madre, ¡qué bien te
haría preguntarte: “¿Qué me diría mi madre? ¿Qué me aconsejaría?”!
3. En el instituto, en los juegos, en la vida familiar, ¿cómo es el trato con
las chicas? ¿Qué se podría mejorar para que se sientan más valoradas como
mujeres?
4. Las conversaciones pueden ir bajando de tono cuando entramos en la
dinámica: a fulano le gusta fulana; a fulana le gusta mengano; cuando el
correo electrónico se convierte en un lugar de murmuración y de hablar de
asuntos ajenos; cuando entras en las redes sociales para curiosear lo de los
demás. ¿Cómo estás en este asunto? ¿Cómo podrías salir de este círculo?
¿Cómo podrías ayudar a los demás?

14. Epílogo: ¿Qué es un hombre


entregado?

Un hombre entregado
94

H emos intentado acercarnos tan solo un poco a lo que es un

hombre entregado. Al final de estas páginas vale la pena preguntarnos:

¿Qué es un hombre entregado? ¿Quién es un hombre entregado? La vida

del Padre nos enseña que un hombre entregado es aquel que no se busca a

sí mismo en nada y pone de su parte para ir despertando y no buscarse. El

hombre entregado no es el que tiene muchas cualidades. Tampoco es el de

los fracasos. No es el que atina siempre y en todo. Simplemente es el que

no se

Un hombre entregado
95

quiere buscar a sí mismo en nada y quiere que todo su apoyo sea Dios. De

un hombre así, de un hombre entregado de verdad a Cristo, como dice San

Juan de la Cruz: el demonio le teme como al mismo Dios.


Cuando no tenemos una visión de fe, nuestra mirada es corta. Muchas
veces esperamos más de las cualidades humanas que de la Gracia. Y si no
en la teoría, sí en la práctica. “Yo creo en el hombre entregado”, decía el
Padre, no en sus cualidades. Y así, el Padre en el apostolado encomendaba
algo al que se iba entregando, aunque no tuviese cualidades. Pues sabía que,
si el sujeto practica la virtud, de algún modo se haría entender. Podría darse
el caso de que una persona tuviera muchas cualidades, pero poca virtud.
Entonces, aunque hablara bien, no podría hacer apostolado de verdad. Es
decir, no podría dar de lo que no tiene, porque no podría llevar a Jesus a los
demás.
Se podría resumir sintéticamente el mensaje y la obra del Padre en una
peculiar profesión de fe que solía repetir: ¡Creo en Dios Padre, creo en
Dios Hijo, creo en Dios Espíritu Santo, en la Santa Madre Iglesia, y en el
hombre entregado!

Un hombre entregado
96

Creer en el hombre entregado es creer en Jesucristo. Él es el hombre


entregado que nos alcanza la salvación. Si aprendes a ir vaciándote de ti y a
hacerle espacio a Jesús, podrás decir como San Pablo: Vivo, pero no soy yo
el que vive, es Cristo quien vive en mí (Ga 2, 20).
En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto (Jn 12, 24). Querer
entregarse es creer en estas palabras de Jesús. Es estar convencido de que
solamente si estamos dispuestos a hacer la experiencia del grano de trigo
podemos ser fecundos de verdad.
El mundo está necesitado de estos hombres de Dios. De estos hombres
que se abran a la acción de la Gracia que es capaz de sacar de ti un santo.
¿Te animas a ser uno de ellos? ¡Cuánto bien para la Iglesia y la sociedad!

Un hombre entregado
97

Esterols 2018
98

Contenido

1. ¿Quién era Don José Soto?...........................................................3


2. El punto de partida para abrirse a la Gracia........................................4
3. Me encanta ser alma raíz..............................................................7
4. ¿Exagerado o generoso?.............................................................10
5. Tan exigente, como comprensivo...............................................13
6. Lo nuestro: cargar la nube..........................................................16
7. Un consejo para los jóvenes........................................................19
8. El secreto de su fuerza................................................................22
9. Creo en Dios...............................................................................25
10. Pararse a pensar…..................................................................28
11. Los amigos: los necesitas y te necesitan.................................30
12. Su amor a la Iglesia................................................................32
13. El verdadero papel de la mujer...............................................35
14. Epílogo: ¿Qué es un hombre entregado?.................................37

Un hombre entregado

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