Patricia Duro Gallego - No Me Permitas Entrar

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ISBN: 9798374173338

Sello: Independently published

Título: No me permitas entrar


© 2023 Patricia Duró

Cubierta: Rachel’s Design


Maquetación y corrección: Sandra García.
@correccionessandrag

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parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su
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conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva.
Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las
leyes del copyright al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de
esta obra por ningún medio sin permiso.
Cuando consigues encontrar tu propio refugio, ya no hay huracán que
pueda destrozarlo.

-Patricia Duró-
«En todo encuentro erótico hay un personaje invisible y siempre activo:
la imaginación».

-Octavio Paz-
Prólogo
¿Nunca os habéis encontrado en la típica situación en la que os
gustaría desaparecer? ¿Creer que la muerte puede cambiar todo? ¿En si esa
vida de la que hablan que hay después de la muerte puede ser mejor? ¿O
simplemente pensar si realmente la muerte arregla todo?
Es increíble las vueltas que puede llegar a dar la vida en tan poco
tiempo. Cuando crees que lo tienes todo, al final te das cuenta de que no
tienes nada. Que la persona que quieres y qué crees que va a estar a tu lado
hasta el fin de los días no es más que un maldito espejismo y, entonces es
cuando tienes ganas de desaparecer, porque crees que has fracasado en todo
por lo que has luchado. Pero es que realmente la vida no es blanca o negra.
Es un momento, un instante… Nosotros somos los protagonistas de nuestra
vida. Porque… La vida, solo tiene un rumbo y es el que tú elijas.
Me llamo Michelle Blackwell, tengo veintisiete años. Os escribo para
contaros el giro de ciento ochenta grados que ha dado mi vida. Digamos
que yo he pasado por todos esos pensamientos… Quise desaparecer debido
a que mi pasado a lo largo de los años, no me trajo nada bueno.
Me encuentro en el bar donde trabajo, Union Square Café, situado muy
cerca de la Quinta Avenida y de la zona empresarial de Rockefeller Center.
Como siempre ando algo distraída, asomada a la ventana viendo a la gente
pasar. Con su pareja e hijos y sin dejar de preguntarme si realmente son
felices o viven la gran mentira como en su día la viví yo. Pero mi
ensoñación no dura demasiado cuando me doy cuenta de la inmensa cola
que se ha formado ante mí, a la espera de ser atendidos. En especial, un
hombre que me mira con el ceño fruncido y al que, finalmente, mi oído
consigue escucharle replicar, haciéndome volver de nuevo a la realidad.
—Oiga, señorita, la pagan por trabajar, no por mirar a la calle…
—Discúlpeme, señor. ¿Qué desea? —le digo agachando la cabeza.
—Quiero mesa para dos —responde con tono déspota.
—Muy bien, sígame. —Ignoro por completo su forma de dirigirse a mí
y, tras tragar saliva, me limito a acompañarle a su mesa.
—¿Va a esperar a su acompañante o desea pedir algo? —murmuro
mirando la silla vacía que tiene en frente.
—Sí, tráigame la carta y una botella de vino de la casa. ¡Gracias! —lo
último lo añade con ironía.
Me dirijo a por la carta y la botella de vino como me ha pedido.
Cuando regreso a la mesa noto un escalofrío por todo el cuerpo y me quedo
automáticamente sin respiración. Totalmente petrificada ante la mesa de
aquel hombre arrogante, al ver a su acompañante. ¡Es mi hermana Megan!
¿Qué narices hace esta aquí?
—¡Michelle! —exclama sorprendida.
Sin saber qué hacer ni qué decir dejo la botella de vino y la carta sobre
la mesa y me doy la vuelta para seguir con mi trabajo. La relación con mi
familia nunca fue buena, en especial con mi hermana Megan. Ella siempre
fue la mujer de bien. La que tenía estudios, una pareja formal, hijos y como
no, un buen trabajo. Nada que ver con trabajar de camarera en un
restaurante. Algo que mi padre nunca vio bien. En definitiva, la hija que
todo padre querría tener.
—Michelle, me gustaría poder hablar contigo. Yo creo que ya es hora,
¿no? —Me frena agarrando mi brazo.
—Ahora mismo no puedo hablar… Estoy en mi puesto de trabajo. —
Le señalo con la mirada la cola que aún me queda por atender—. Aunque
hace tiempo que el diálogo entre nosotras dejó de existir… —finalizo sin
piedad.
—Michelle, yo creo que ya tenemos una edad como para seguir con
estos malos rollos. Tú eres mi hermana y te quiero. Deberíamos de
olvidarnos del pasado —susurra fingiendo estar triste. Aunque con lo falsa
que ha sido siempre cualquiera la cree—. Fue todo un tremendo error,
Michelle…
—¿Olvidarnos del pasado? ¿En serio crees que las cosas se arreglan
así? —No doy crédito a lo que estoy escuchando, será hipócrita…—. No
pienso seguir hablando de este tema, más bien no pienso jugarme mi puesto
de trabajo con tonterías —hablo alto sin llegar a gritar para que los clientes
no nos escuchen—. Pero deberías de pensar el motivo por el que no quiero
hablar contigo y si realmente merece la pena arreglar algo que hace tiempo
que no tiene solución.
Aparece por el cerco de la puerta Mike, mi jefe.
—Michelle, ¿hay algún problema? —me reprende mosqueado por el
espectáculo que estamos montando en mitad del restaurante.
—No, Mike, ningún problema. Ella ya se iba… —reto a mi hermana
con la mirada y automáticamente me doy la vuelta para seguir de nuevo con
mi trabajo.
No me hace falta aguantarle mucho la mirada porque pronto se resiste.
—Sí, es cierto, yo ya me iba. —Se dirige tímida a Mike y tras
mirarme, agacha la cabeza intentando ocultarse bajo el velo de la
vergüenza. Mike parece haberse conformado y vuelve a bajar de nuevo a su
despacho—. Michelle, me gustaría hablar de verdad contigo. Estaré una
semana por la zona, en el hotel Sofitel New York. Piénsalo.
No puedo dejar de darle vueltas a todo lo que me ha pasado en el día
de hoy. Mi hermana, aquel hombre. Intentando descubrir qué tipo de
relación hay entre ellos. No tiene mucho sentido que mi hermana esté por la
zona. Solo espero que no esté planeando una de las suyas.
Mientras camino hacia mi casa, vuelvo de nuevo a pensar en mi
hermana y si, en cambio, la razón es otra. ¿Habrá tenido algún problema
con James?, o ¿quizá con mis padres? No lo sé. Lo que sí tengo claro es que
no pienso ir a hablar con ella y mucho menos después de todo lo que me
hizo en el pasado. Jugó conmigo y con mis sentimientos, y eso no se lo
perdonaré en la vida…
He llegado a casa casi sin darme cuenta del tiempo que ha pasado en el
trayecto. Pensar y recordarlo todo ha hecho que el recorrido que
habitualmente se me hace eterno fuese más corto. Necesitaba llegar, ha sido
un día cargado de emociones. Atravieso la puerta y me dispongo a ir a la
cocina. De puntillas cojo una de las botellas del armario y me preparo un
gin-tonic que pienso tomarme mientras me relajo en la bañera con agua
calentita y espuma. Solo el hecho de imaginarlo hace que se me pongan los
pelos de punta y estoy segura de que mis pies serán los primeros en
agradecérmelo.
Mi casa no es una de las más grandes, pero sí lo bastante acogedora
para hacerme sentir segura y en paz. Es un loft amplio, con cocina
americana que enlaza con un pequeño salón. Al final de la estancia una
pared de pladur que sirve de separación y al otro lado, una cama de
matrimonio. Justo a los pies de esta, un ventanal que cubre toda la pared y
las restantes pintadas en color rojo. No tengo muchos muebles, hasta ahora
no he tenido ni tiempo ni dinero para comprarlos. Aunque sin duda, lo
mejor de mi casa es la gran bañera en la que puedo tener la libertad de
tumbarme, rodar e incluso bucear. Caben por lo menos tres personas.
También decir que es la única zona de la casa donde hay una puerta tras la
que esconderse. Aunque bien es cierto que no tengo de quién esconderme si
vivo sola.
Tomando el baño y pequeños sorbos de mi gin-tonic me acuerdo de
que: «¡Mañana es el cumpleaños de Deborah!», grito en mi cabeza.
Deborah es una de mis mejores amigas. Por no decir la única que
tengo. Nos conocemos desde la infancia, íbamos juntas al colegio y desde
entonces nunca nos hemos separado. Recuerdo que nos matriculamos en la
famosa escuela de arte dramático New York Film Academy para poder
seguir haciéndolo todo juntas. Aunque por circunstancias de la vida yo no
pude llegar a terminarlo, ella sí. Ahora es una de las actrices más conocidas
del momento. La verdad es que siempre valió para ello. Una rubia de ojos
verdes y curvas voluminosas. Sin contar todo el talento que ya traía de serie
para la interpretación. Pero no quería meterse sola, en el fondo siempre fue
una chica muy tímida. Aunque se abre con facilidad en cuanto coge
confianza. «Y no es que necesite mucho tiempo para ello», me echo a reír.
Creo que mañana debería de levantarme pronto y antes de ir a trabajar
pasarme por la Quinta Avenida para comprarle un detallito y, a la que salga,
pasarme por su casa para dárselo y ya de paso felicitarla como es debido.
Aunque primero tendría que llamarla y asegurarme de que estará mañana en
su casa.
Salgo lo más rápido que puedo de la bañera. Me seco y me enrollo en
una toalla. Tras secarme, corro hacia el armario a por mi camiseta ancha
favorita de estar por casa y me acomodo tirándome en el sofá antes de
marcar su número.
—¡Deborah! —No le doy tiempo a contestar, directamente grito su
nombre cuando el pitido deja de sonar.
—¡Hola, mi niña! ¿Qué tal todo? —responde riéndose de mi
efusividad.
—Nada, cariño, pues como siempre la verdad que nada nuevo. Bueno,
sí, ¿sabes quién está en la ciudad? —murmuro apenas sin voz.
—¿Quién?
—Megan… No sé qué puede estar haciendo aquí. Pero bueno, no
quiero hablar de ella ahora mismo. Te quería preguntar, ¿mañana vas a estar
en casa por la tarde? —Cambio de tema rápidamente cuando siento que
hablar de ella me revuelve tanto el estómago que casi puedo notar en mi
garganta las ganas de vomitar.
—Claro, si he organizado una fiesta por mi cumpleaños. Te he
mandado un correo con la hora. He pensado en ti la primera. ¿No lo has
leído? —Menos mal que es mi amiga y sabe que la organización no es una
de mis mayores virtudes—. En cuanto salgas de trabajar y antes de que
lleguen los invitados, te vienes y aquí te duchas y te vistes con algún
vestido mío, ¿vale? —No intenta indagar y se une al nuevo tema sin decir ni
un ápice del anterior.
Madre mía... ¿Al correo? Hará siglos que no me meto en él. Creo que
no voy a saberme ni la contraseña
—Ah, ¿sí? Si te soy sincera no lo he visto. Ya sabes, siempre que salgo
de trabajar estoy tan cansada que solo quiero meterme en la cama y dormir,
pero mañana estaré allí.
Nos despedimos al instante y me voy directamente a la cama. Una vez
dentro de ella me apetece oír música mientras dejo que mi cuerpo se enrede
entre las sábanas buscando mi mayor confort. Cojo el iPod de la mesilla de
noche y me pongo a escuchar el disco entero de Ne-yo. Poco a poco siento
el peso de mis párpados y cómo el sueño termina por vencerme.
Capítulo 1
—Siento que el corazón me da vueltas y solo tú puedes calmar estos
latidos que se descontrolan bajo mi pecho. —No conozco su voz y tampoco
puedo apreciar las facciones de su cara por mucho que lo intento—. Te
necesito, Michelle. ¡No! ¡No te vayas, por favor! Quédate a mi lado…
«Pi, Pi, Pi»
Abro los ojos sobresaltada y miro el reloj. «Las 9:30 de la mañana, qué
corto se me ha hecho el descanso», pienso. Quizá es por lo que he soñado.
Aunque lo único que recuerdo de aquel misterioso hombre era que, con esa
sonrisa amplia y bonita, irrumpía en mi vida de manera inesperada. Lo que
no entiendo es que por mucho que lo intentaba, ver su rostro era imposible.
Meneo la cabeza para librarme de toda cavilación, no quiero darle mayor
importancia, ya que tan solo se trata de un mero sueño.
Me levanto de la cama de un brinco y voy directa al baño. Me lavo la
cara y tras mirarme en el espejo me doy cuenta de que necesito pasar por
chapa y pintura. Menuda cara pálida y ojeras adornan mi cara. Nunca me
gustó maquillarme en exceso, pero remarcar mis pestañas, hace que me
sienta muy bien porque destaca el color de mis grandes y redondos ojos
grises. Después de arreglar un poco mi rostro me dispongo a adecentar el
pelo. Lo tengo muy enredado. He debido de moverme en exceso mientras
soñaba con el hombre misterioso, pero… ¿por qué? ¿Qué habrá ocurrido en
la parte del sueño que no consigo recordar?
Se me está haciendo tarde, así que voy al armario, cojo la blusa rosa
palo, mis pantalones vaqueros favoritos y salgo de casa lo más rápido que
puedo. Voy a por el coche. Lo tengo aparcado en un pequeño descampado
que la gente utiliza como parking privado. Aunque realmente de privado
tiene poco porque puede entrar cualquiera.
Cuando llego, ¿cuál es mi sorpresa? ¡Me han roto el jodido cristal de la
luna trasera! Mi coche es un Mini Cooper del 2002 de color negro apagado.
Mi padre me lo regaló en cuanto me saqué el carnet de conducir. No es un
cochazo, al menos no ahora, pero me lleva y me trae y la verdad es que
nunca me ha dado ningún problema. ¿Quién habrá podido hacer semejante
barbaridad? ¿Habrá sido Megan? Ahora otro gasto más… ¡Joder! ¿Quién
habrá sido el maldito indeseable que se le ha ocurrido hacerme esto? Tengo
que buscar taller rápido, no puedo dejar mucho tiempo el coche así…
Mientras me dirijo dirección a la Quinta Avenida, estoy pensando en
qué puedo comprarle a Deborah que la haga muchísima ilusión. Tiene que
ser algo súper especial que defina nuestra amistad. Recuerdo que de
pequeñas siempre nos parábamos a mirar en una tienda de antigüedades que
estaba cerca, y nos gustaba una bola con dos amigas juntas en el interior
con una montaña rusa de fondo. Siempre decíamos que esas dos amigas
éramos nosotras y que nos montaríamos juntas en aquella atracción. Me
pregunto de dónde sería esa montaña rusa. Y si seguirá abierta esa tienda.
Pero lo más importante, ¿seguirá teniendo la bola con las dos amigas y la
montaña rusa de fondo?
Cuando llego a la tienda Seidenberg Antiques que era donde Deborah
y yo siempre nos quedábamos perplejas, veo detrás del mostrador a una
mujer joven, con cara de borde y me acerco a preguntarle.
—Hola. Buenos días. Quiero comprarle un regalo a mi mejor amiga, y
es que siempre de pequeñas nos quedábamos mirando una figurita que era
una bola con dos amigas dentro y de fondo una montaña rusa. Quería saber
si seguía estando —le comento, echando un vistazo a mi alrededor por si
pudiese ver algo más que llame mi atención.
—Hola, muy buenas, pues no lo sé porque esta tienda la llevaba mi
madre. Aunque con el tiempo que ha pasado creo que no estará, pero si me
disculpa un segundo la llamo y le confirmo —me contesta muy amable.
Nada que ver con la apariencia que al principio tenía.
Mientras la chica va a llamar a su madre, me quedo totalmente
fascinada de una cajita con una bailarina que da vueltas al compás de la
música clásica que suena de fondo. La miro fijamente y no puedo apartar la
vista de ella dando vueltas.
—Pues ha tenido suerte, me acaba de decir mi madre que nunca la
compró nadie y que está en el almacén, bajo en un momento y se la subo.
—Me sorprende por detrás y pego un brinco por el susto.
—Vale, también me gustaría que me dijera el precio de esta cajita de
música, por favor.
—El precio de esta cajita es de dieciocho dólares. La verdad que está
muy bien de precio y a la gente le suele gustar mucho, es la última que nos
queda.
—Muy bien, pues póngamela también —le digo eufórica porque sé
que a Deborah le van a gustar mucho los regalos.
—Perfecto, bajo a por la figurita y ahora mismo se la subo.
La verdad que esta chica es maja y me está dando un trato bastante
bueno. Muchas veces las apariencias engañan, tenía pinta de la típica
chulita y mira. A partir de ahora, siempre que tenga que comprar un regalo
a alguien, vendré aquí.
—Muy bien, pues aquí tiene, señorita, son cuarenta y un dólares en
total. ¿Desea que se lo envuelva para regalo? —me dice despertándome de
los pensamientos en los que estaba inmersa de nuevo.
—Si me hace el favor y no es molestia… —le contesto algo
avergonzada.
—No es molestia para nada, faltaría más.
—Y una última pregunta, ¿sabe usted de donde es la montaña rusa que
sale de fondo?
—Sí, la montaña rusa es muy famosa, es la de Coney Island en el
parque de atracciones que está situado en Brooklyn.
Después de todas las preguntas, se pone a envolverme los regalos. Me
lo está envolviendo con un papel acorde con la ocasión, color rojo brillante,
precioso. Es mi color favorito y el de Deborah… Es el color del amor, de la
lujuria, el desenfreno, todo esto sin contar que es un color cálido y alegre.
—Muy bien, pues eso es todo, muchas gracias por la atención.
Salgo lo más rápido que puedo de la tienda en dirección al coche, para
ir pitando a trabajar. En cuanto salga, me pasaré por Coney Island, estará a
una hora aproximadamente de donde trabajo. ¿Me dará tiempo a salir,
comprar las entradas y llegar a la fiesta de Deborah antes de que empiece?
No lo sé, de todas formas, Mike me debe horas, quizá pueda salir un
poquito antes.
Ya una vez en el restaurante, no paro de mirar el reloj deseando que las
horas y los minutos corran para poder ir a por las entradas y a la fiesta de
Deborah. Tengo muchas ganas de verla.
Voy a hablar con Mike y pedirle que me deje salir antes, ahora que en
el restaurante las cosas están tranquilas. Bajo nerviosa las escaleras para ir a
la sala que está en la planta baja, donde Mike la utiliza de despacho.
—Hola, Mike, discúlpame, pero necesito hablar contigo un minuto —
susurro mientras doy un par de golpes en la puerta que está abierta.
—Sí, pasa, Michelle. Dime. —Se recuesta en la silla y me mira
fijamente con el ceño extrañamente relajado.
—Pues mira, te comento. Hoy es el cumpleaños de mi mejor amiga y
me acordé ayer. Hoy he estado toda la mañana comprándole los regalos,
pero no me ha dado tiempo a comprar el más importante, y es que tengo
que irme a Brooklyn y tardo una hora en llegar allí aproximadamente. Era
por si podría salir un poquito antes —recito rápido para no darle tiempo a
contestar y pienso en por qué le estoy dando tantas explicaciones, si me
debe horas…
—Vale, Michelle, sal cuando necesites.
—Muchas gracias, Mike —festejo, eufórica. ¿Me ha dicho que sí? O
¿estoy soñando?
Vuelvo de nuevo al trabajo, pero sin dejar de pensar qué es lo que le
pasa hoy a Mike que derrocha alegría. Normalmente, suele ser muy borde,
arisco y desde luego me hubiese dicho que no. Qué raro la verdad.
—¡Michelle! —exclama Carton, sacándome de mis pensamientos.
Carton es uno de mis compañeros de trabajo. Un chico muy majo,
humilde y bastante mono… Qué pena que tenga novia, su novia es muy
guapa también, aunque una borde que te cagas y encima le trata fatal.
—¡Hola, Carton! ¿Qué pasa? ¿Algún problema?
—Sí, necesito que me ayudes. Acaba de venir un grupo muy grande
para una despedida de soltera, pero creo que no hay mesas. ¿Puedes bajar a
preguntarle a Mike qué podemos hacer? —me dice algo nervioso.
—Sí, claro, Carton, ya mismo bajo.
Bajo de nuevo al mini despacho de mi jefe.
—Mike, acaba de venir un grupo muy grande de chicas. Vienen de
despedida de soltera, y no hay mesas libres... ¿Qué hacemos?
—Abrir de inmediato la otra sala, no podemos perder una clientela así,
tendrás que ayudarle, Michelle, no sé si podrás salir tan pronto como decías.
Oh, no. ¿Y qué hago ahora? No me va a dar tiempo a ir a Coney Island
a comprar las entradas, e ir a casa de mi amiga antes de que empiece la
fiesta.
—No me va a dar tiempo a hacer todo…
—Bueno, Michelle, sal, aunque sea una hora antes, ya me encargo yo
de ayudar a Carton —suelta con un tono de voz bastante suave.
—Vale, Mike, muchas gracias.
Subo rápidamente de vuelta al restaurante para ayudar a Carton con la
despedida de soltera.
—Carton, me ha dicho Mike que abramos la otra sala.
—Muy bien, muchas gracias, Michelle.
—De nada, Carton, ya sabes también es mi trabajo, déjame hablar a
mí.
Me acerco decidida hasta las chicas y disculparme en nombre del
restaurante por la demora y el tiempo que las hemos hecho perder.
—Hola, chicas, bienvenidas al restaurante Union Square Café,
principalmente pediros disculpas por la tardanza.
—No pasa nada, si la culpa es nuestra por venir sin reserva, ¿habéis
podido hacer algo? —dice la afortunada que va a dejar de ser soltera muy
pronto.
—No hay problema, seguidme por aquí, os hemos preparado la sala
ambientada a fiestas porque no teníamos hueco fuera, aquí estaréis más
cómodas, ya que solo estaréis vosotras —les informo.
Llegamos a la sala superior que ya han preparado, con los sillones
blancos que brillan por la luz ultravioleta que han puesto. Mesitas llenas de
cócteles y una música chill out de fondo que dan ganas de quedarse, la
verdad que se lo han currado un montón en poco tiempo.
—Muy bien, chicas, lo que necesitéis aquí estamos tanto Carton, que
es ese chico tan guapo de la barra, como yo.
—Muchísimas gracias, con que nos traigáis más cócteles de estos,
nosotras estamos servidas —contesta mientras mira a las demás chicas para
ver si están de acuerdo con ella.
—Muy bien, ahora mismo pido que os lo sirvan.
—Sí, pero que nos lo sirva aquel chico de la barra que nos has dicho
—vacila una de las chicas portando en la cabeza una diadema con penes
que se mueven.
Después de haberlas atendido y situado, voy dirección a la barra donde
se encuentra Carton, para informarle de que le reclaman. Miro el reloj. ¡Oh,
no puede ser! Son las siete de la tarde, no me va a dar tiempo a todo, tengo
que salir ya.
Después de hablar con Mike, despedirme de todos mis compañeros y
cambiarme, me meto en el coche dirección al parque de atracciones para
comprar las entradas.
De camino a Brooklyn, se pone a tronar como si el mundo se fuese a
acabar hoy. Sobre mí un cielo tan nublado que me es incapaz de ver más
allá de la negrura. «Menos mal que estoy dentro del coche», pienso
mientras estudio el momento en el que tengo que bajarme a por las
entradas. Bueno, total es solo cogerlas, pero… ¿Y si hay mucha cola? No
he traído paraguas.
A medida que avanzo en el trayecto, la lluvia se va apaciguando. Poco
a poco parece que va desapareciendo. En el horizonte, alcanzo a ver la noria
que se eleva en los aires y la gente diminuta sentada en las cabinas
disfrutando de las vueltas. Toda una vida viviendo aquí al lado y jamás he
pisado este sitio. Es alucinante. Varias atracciones aparecen en la espalda de
la gran noria que es en realidad la que preside y el mar rodeando la mitad
del parque.
He aparcado el coche un poquito lejos porque estaban casi todos los
alrededores del parque llenos, se conoce que debe de haber mucha gente
probando las atracciones. Así que voy directa a la taquilla para comprar las
entradas rápido y que me dé tiempo a llegar a casa de Deborah. Hay una
pequeña cola, no muy grande, habrá como unas ocho personas delante de
mí. Me pongo en la fila y, de repente, el cielo empieza a sonar y a ponerse
de un color grisáceo que da miedo. ¡No puede ser, espero que me dé tiempo
a comprarlas antes de que se ponga a llover! Me digo a mí misma.
Cuando ya solo quedan tres personas delante de mí, empieza a llover,
no llueve mucho, pero sí lo suficiente para que mi pelo se encrespe más de
lo que ya estaba… Saco el móvil para ver la hora. ¡Son las ocho y media!
¡Oh, no, no me va a dar tiempo a comprarlas y llegar antes de que empiece
la fiesta de Deborah! Según vi en el correo, la fiesta empieza a las diez
menos cuarto…
Después de esperar, por fin llego a la taquilla, estoy tan empapada, que
me resbalan las gotas por la cara y no me dejan ni siquiera ver el rostro de
la persona que está tras el mostrador. Pido las entradas para utilizarlas
cualquier día y corro hasta el coche a toda prisa.
Para ir a la urbanización de Deborah hay que pasar por un camino de
arena, que al haber llovido se ha convertido en barro. Cuando ya estoy a
punto de llegar, paso por un charco y al llevar la ventanilla abierta me pone
la cara totalmente cubierta con esa asquerosa pasta… ¡Qué asco! ¿Qué es lo
que le pasa a mi día? Hoy no es normal, me rompen la luna trasera del
coche, se me chafa el poder salir antes, me empapo comprando las entradas
en Coney Island, me topo con un charco de barro que me embadurna toda la
cara y, para colmo, llego tarde… Me ha debido de mirar un tuerto, no me lo
explico…
No tiene pinta de que haya empezado aún la fiesta, está todo muy
tranquilo y no hay ni rastro de ningún coche. Me acerco a la puerta para
llamar y que me abran para meter el coche dentro, pero de repente la
enorme verja empieza a abrirse. ¿Me habrá visto por las cámaras? La casa
de Deborah es enorme, no se la puede denominar casa. Yo vivo en un
cuchitril y esto, comparado, es una jodida mansión.
Vive dentro de una urbanización de lujo. El muro exterior que rodea la
finca es de millones de piedras abstractas, pero que hacen una cobertura
espectacular. La puerta de la entrada es enorme, debe de medir al menos
cuatro metros de altura y hay dos cámaras, una que apunta a la calle y otra
hacia dentro. Nada más entrar hay un camino que a los extremos está
cubierto de un hermoso césped con flores y un montón de majestuosos
álamos negros. Si seguimos el camino, nos encontramos con una rotonda,
justo delante de la entrada a la casa, que en su interior hay una fuente con
un cupido de puntillas disparando una flecha, pero lo más curioso de todo
es por donde sale el agua, es como si estuviese orinando. La verdad es que
aparte de gracioso y peculiar, resulta algo sensual y bastante erótico.
La casa es enorme y toda de cristal. Cristales que cuando ella quiere
los oscurece y hace que desde fuera parezcan espejos y nadie consiga ver
nada más, aparte de a ellos mismos y el exterior que les rodea. Hacia la
derecha hay como un pequeño garaje donde ella guarda su bien más
preciado, su querido coche. Un Ferrari California de color rojo brillante, lo
tiene totalmente impoluto.
Voy directa a aparcar mi coche delante del suyo, mi coche a su lado
parece la típica chatarra arrugada que llevan al desguace por un siniestro.
Espero que no haya empezado aún la fiesta, me moriría de vergüenza si me
vieran un centenar de personas, con buen estatus, en estas condiciones.
Entonces creo que lo más sensato sería no entrar por la puerta principal, ya
que, si la fiesta ha empezado, por ahí sería el centro de todas las miradas.
Será mejor que suba por la gran escalera de cristal, que da al porche donde
mi amiga suele salir a tomar el sol para relajarse, y a la izquierda es donde
se encuentra la puerta del servicio.
De repente, la puerta principal se abre, saliendo mi amiga junto a todas
las personas que han acudido a la fiesta, como si de una gran manada se
tratase. Me miran fijamente y me quedo totalmente paralizada ante todas
esas personas repletas de elegancia en sus vestimentas. No sé exactamente
qué hacer ni qué decir. Todos están frente a mí admirando mis pintas, con la
ropa sudada del ajetreo del día, mojada por la lluvia que me cayó en Coney
Island y con la cara totalmente impregnada de barro, ya seco y cuarteado…
Oh, Dios, ¡tierra trágame! Cuando creo que estoy a punto de
desmallarme, aparece Greta, la adorable sirvienta de Deborah y me coge del
brazo, arrastrándome al interior por la puerta de servicio.
Capítulo 2
Sin mediar palabra, me lleva directamente a la habitación de mi amiga.
Encima de la gran cama con velos ya tengo preparado todo mi vestuario
nuevo. Hay hasta un conjunto de lencería rojo y negro de encaje perfecto
para ocasiones especiales dentro de una cajita de color gris, justo a un lado
hay una funda típica para guardar trajes o vestidos caros. ¿Qué será lo que
me habrá preparado?
En el suelo hay unos zapatos con un tacón de al menos trece
centímetros de color negro. Me acerco para abrir aquella funda y ver lo que
se encuentra en su interior, pero aparece Greta, saliendo del baño y
haciendo que me sobresalte.
—Muy bien, señorita, su baño está preparado. —Junta las piernas y
sitúa sus brazos hacia atrás, entrelazando los dedos a su espalda—. He
dejado toallas limpias, champú, gel de baño, mascarilla y todo lo que desee
a su alcance, justo en la encimera del lavabo. Si desea algo más, estaré fuera
esperándola.
—Muchas gracias, Greta, pero no me llame de usted, tutéame —le
digo con una sonrisa.
—Señora, es mi trabajo —me suelta casi en un susurro, agachando la
cabeza mientras se da la vuelta y sale por la puerta.
¿Le habrá molestado a Greta mi reacción? Pienso mientras me dirijo al
baño para ducharme y ver si por fin consigo quitarme toda esta capa de
porquería que recubre mi cuerpo.
Las gotas resbalan suavemente por mi cuerpo haciéndome entrar en
total relajación, me acarician la cabeza, pasando por cada gesto de mi cara.
Mi cuello, rodeándome ligeramente los pechos, es una sensación increíble,
aunque mi cabeza no para de pensar en todas aquellas personas que estaban
abajo mirándome y farfullando sobre mí, ¿cómo sacaré la suficiente
valentía para enfrentarme a todos ellos? ¿Cómo debo de mirarlos, ya que
me siento tan avergonzada?
He terminado de quitarme el olor a mofeta que tenía impregnado en mi
cuerpo. Tengo que hacerme algo que les haga cambiar la imagen que he
hecho que obtengan de mí y enmascararla por completo. ¿Pelo recogido o
suelto?, pienso, pero claramente me decanto por el pelo recogido, sin duda
me queda muchísimo mejor. Al ser tan delgada se me aprecian mejor las
facciones. Cojo el secador y unas tenacillas que Deborah tiene guardadas en
el segundo cajón de un armario que se encuentra al lado del lavabo y me
dispongo hacerme un recogido con una cascada de tirabuzones que cae
suavemente por mi espalda. El flequillo lo ondulo hacia un lado. La verdad
que, entre el pelo así arreglado y los maquillajes caros de mi amiga, parezco
otra persona.
Voy directamente a la cama a mirar qué es lo que hay dentro de esa
funda que me tiene tan intrigada. La abro, no puedo aguantar mi sorpresa, al
ver un vestido de Guess, de gasa en color rojo, a juego con mi color de pelo.
El pecho es en forma de doble «U» en vertical, con una cinta de perlas
brillantes justo debajo del pecho. La espalda queda totalmente al
descubierto, justo por debajo de las lumbares. Del cuello caen dos cadenitas
con diamantes que terminan justo en el principio de la espalda.
Me pongo la lencería que me han preparado, es de Victoria Secret, me
queda todo genial, estiliza muchísimo las pocas curvas que tengo. Porque es
la verdad, no tengo ni una ligera curva que acentuar. Estoy excesivamente
delgada. Me pongo el vestido y me miro en el espejo. Estoy tan diferente
que me asusta. Me da la sensación de no conocer a la persona que hay en el
reflejo. Mmm, pero falta una última cosa perfume, no hay nada mejor que
una mujer huela bien, voy dirección al baño para ver qué perfumes tiene mi
amiga por aquí que se amolde perfectamente a la forma en la que voy
vestida.
Abro un armario en el que solo hay perfumes, ¡oh, que de perfumes!
Madre mía, Chanel n5, Dior, Carolina Herrera, Guess, pero solo hay uno
que llama excesivamente mi atención, es un bote que parece estar hecho a
base de oro y con diamantes. Se llama Imperial Majesty. ¡Oh, madre de
Dios! Este perfume salió en la televisión como uno de los más caros que
existen, más de doscientos mil dólares, no podría pagar un perfume así ni
trabajando toda mi vida. Me voy a echar nada más que un par de gotitas, lo
suficiente para que mi cuerpo desprenda el olor necesario para hipnotizar a
cualquier persona que se me acerque. Tiene un olor bastante bueno y a la
vez sensual, debe de tener algo que lo haga afrodisíaco.
Salgo por la puerta y tras ella me encuentro a una Greta realmente
sorprendida al verme.
—Está usted excelente, señorita —confiesa mientras sonríe y me
observa de arriba abajo.
—Muchas gracias, Greta, la verdad que habéis acertado
completamente con el vestuario, me siento tan diferente. —Frunzo el ceño y
acaricio la gasa nerviosa.
—Ha sido obra de la señorita Deborah, ella decidió elegir
expresamente su vestuario, señorita Michelle —expresa y acto seguido me
engancha del brazo para llevarme hacia la gran escalera que comunica con
el hall central.
La verdad es que me muero de vergüenza, ¿y si realmente todas
aquellas personas no llegan a tener la impresión que yo me he imaginado?
¿Y si deciden humillarme? ¡Oh, no, más humillación no puedo soportar!
¿Debería de dar media vuelta y esconderme como hacía cuando era
pequeña?
Greta nota mi tensión y como mis pies parecen no querer moverse con
la misma naturalidad que lo hacía antes.
—Señorita, cálmese. Todo va a salir bien. —Suaviza su mirada y
sonríe. No sé cómo lo hace esta mujer, pero consigue tranquilizar a la
inquieta e insegura Michelle que llevo dentro.
Tengo ante mí el primer peldaño de la escalera. Visualizo a todo el
mundo y parece que están a lo suyo y que mi presencia es tan solo una más.
Algo que realmente me tranquiliza. Piso, temblorosa, el escalón y veo cómo
todas las miradas apuntan en mi dirección de repente. Las piernas me
flaquean y Greta suelta mi brazo. Desaparece, dejándome como único
elemento en el campo de visión de todas estas personas tan sumamente
elegantes. Algunos con asombro. Otros con cara de asco, pena, no sabría
denominarlo. Intento mientras bajo, buscar a mi amiga Deborah con la
mirada, ya que es a la única que conozco de aquí, me engancho fuerte a la
barandilla y ni siquiera soy consciente de que mis pies andan solos.
Avanzan por inercia. Estoy muy nerviosa, cuando tan solo quedan dos
escalones para llegar al final, allí está Deborah, la única persona que me
mira sonriendo y junto a ella un hombre trajeado, que agranda su mirada
cada vez más según me voy acercando.
Su cara me resulta familiar cuando llego a la distancia perfecta para
distinguir sus facciones. ¿De qué me suena? ¿Dónde he visto yo a este
hombre? Me acerco con la cabeza erguida a saludar a mi amiga, con un
toque de picardía en cada paso que ejecuto.
—¡Guau! Michelle, estás fabulosa —exclama mi amiga mientras me
da un abrazo enorme.
—Muchas gracias, cariño, tú que me ves con buenos ojos. Por cierto,
felicidades, mi niña —musito mientras estiro el brazo para coger el regalo
que tengo para ella en el interior de una bolsa que Greta ha preparado—.
Toma esto es para ti, no es gran cosa, pero sí un detalle que espero que te
guste.
—Muchas gracias, Michelle. Ahora mismo lo abro, pero primero
quiero presentarte a alguien —dice mientras se acerca a aquel hombre
trajeado que tan fascinada me tiene por alguna misteriosa razón.
Deborah se acerca a hablarle, me señala y de repente vienen los dos
hacia mí.
—Michelle, te presento a Charles Davis, es el principal dueño
capitalista de la empresa New York City Global Enterprise —suelta con un
toque de seriedad en su voz.
Madre mía es guapísimo. Una melena morenaza rodea sus impecables
facciones. Sus ojos azul cielo me hipnotizan con solo una mirada. Cuerpo
perfectamente estructurado. No le conozco y no sé si será el típico
gilipollas, seguramente sí, pero solo con verle podría decir que la perfección
existe.
—Encantada de conocerle, señor Davis —susurro con la voz quebrada,
dirigiéndome a este hombre de mirada cautivadora, mientras estiro
cuidadosamente mi mano para estrechar la suya.
—El placer es mío, señorita Blackwell —responde educadamente con
una sonrisa dibujada en su rostro mientras deja mi mano en el aire y se
acerca. Besa mis mejillas con delicadeza y de forma fugaz.
Siento un escalofrío por todo el cuerpo cuando sus labios rozan mis
mejillas, algo cerca de las comisuras. De repente, siento mi vagina
contraerse, ¿por qué provoca esta sensación en mí, un hombre al que apenas
conozco de dos minutos? ¿Qué significado tiene esta sensación? Pienso
mientras vuelvo de nuevo al mundo real.
—Bueno, mi niña, voy a abrir tus regalitos, aunque ya sabes que no
tenías que haberme comprado nada —agradece y se dispone a abrir el
primer regalo en el que en su interior está la cajita de música con la
bailarina bailando.
—¡Oh, muchísimas gracias, Michelle, me encanta! —Sonríe.
—No tienes que dármelas, princesa. Toma abre este, te gustará. —Le
entrego el de la bola con las dos amigas y la montaña rusa de fondo.
Cuando abre el regalo y ve lo que guarda en su interior, rompe en
llanto mientras me da uno de los mayores abrazos que nunca nadie me ha
dado jamás.
—E… Esto sí… Muchas gracias, esto es lo que nos gustaba de
pequeñas —dice con la voz acongojada.
—Sí, ¿recuerdas? Siempre la veíamos y la queríamos para nosotras.
Decíamos que esas dos amigas éramos nosotras y que de mayores
averiguaríamos de donde era esa montaña rusa en la que juntas nos
montaríamos. Yo ya lo he averiguado —le digo mientras le entrego las
entradas para el parque de atracciones de Coney Island.
—¡Oh, Michelle! Es el mejor regalo que me han hecho nunca, y por
supuesto que me acuerdo, como para no acordarme, pequeña, eran los
mejores tiempos —apunta, como puede entre sollozos.
De repente suena el timbre de la puerta principal y todo el lugar se
sume en un silencio absoluto. Deborah se dirige hacia la puerta para ver
quién es el que llama con tanta insistencia si se supone que, por la hora que
es, todo el mundo ya está aquí. Abre la puerta y mi mirada consigue abrirse
paso para ver quién se encuentra allí. ¿Cuál es mi sorpresa? Es mi hermana
Megan… ¿La habrá invitado Deborah? Si no es así, ¿cómo puede haberse
enterado de la fiesta? Y lo más importante de todo, ¿cómo podía tener la
suficiente desfachatez como para presentarse aquí sabiendo que estaría yo?
Sin ni siquiera saludar a Deborah y omitiendo todo lo que le está
diciendo, se acerca a paso apresurado hacia mí.
—Michelle, he venido aquí expresamente para hablar contigo, pasado
mañana me vuelvo a casa con James y me gustaría irme tranquila, habiendo
arreglado las cosas contigo —suelta con tristeza en sus palabras.
—¿Cómo puede ser que tengas tanta cara? Después de todo por lo que
me has hecho pasar. ¿Cómo tienes la poca vergüenza de venir a casa de mi
amiga en su cumpleaños, fastidiarlo y, sobre todo, dejarme a mí en ridículo?
—grito fuera de mí, sin pensar en que todos me miran—. Como ya te dije
en el restaurante, no quiero hablar contigo. No quiero saber de ti y, por
favor te lo pido, sal ahora mismo de aquí —le recrimino furiosa.
—Hermana, ¿cómo puedes hacerme esto? Ya sé que no he actuado
bien contigo. Que la cagué, pero si estoy haciendo todo esto por
encontrarte, es porque quiero de corazón pedirte perdón por todo lo que te
hice. Me obligaron y yo no pude decir que no… —musita arrepentida.
—¡Cállate! —La corto—. ¡Vete! —Me doy la vuelta en busca del
vigilante de seguridad para que la saque de aquí él mismo, ya que sé que,
por su propio pie, ni loca va a hacerlo.
Richard, el vigilante de seguridad, aparece sin darme pie a decirle
nada, la coge por el brazo para sacarla por la puerta. Cuando ya están
saliendo y creo recuperar un poco el aliento, Megan se gira.
—Michelle Blackwell, te lo juro por lo más sagrado que te arrepentirás
de esto. ¡Te arrepentirááás!
Empiezo a sentir una presión en el pecho. Noto como el aire que cojo
no me sacia lo suficiente como para obtener una respiración equilibrada.
Comienzo a hiperventilar y una fuerte presión se instala en mi cabeza. Mis
manos se duermen bajo el cosquilleo que le provocan unos calambres que
no consigo calmar, ni siquiera rascándome para recuperar el flujo de la
sangre en ellas. El corazón bombea tan rápido que me da la sensación de
que pronto saldrá de mi pecho, disparado. Veo nublado, pero sé que todos
me están mirando. Unos brazos me recogen cuando mi cuerpo cae
desplomado, queriendo tocar el suelo.
Capítulo 3
Una luz intensa perfora mis párpados y me obliga a despertar
bruscamente. Me miro y veo que estoy llena de cables. Mi ropa elegante ha
desaparecido y ha sido sustituida por una bata blanca, con el nombre del
hospital. Giro la cabeza y veo a Deborah sentada en un sillón a mi derecha.
Al notar que me muevo pega un brinco y se acerca a mí.
—¡Michelle! Gracias a Dios que estás bien —grita eufórica. Parece
estar cabreada, aunque alegre de que me haya despertado. Me abraza tan
fuerte que prácticamente me ahoga y me impide respirar.
Me quito la mascarilla de oxígeno.
—¿Qué hago en un hospital, Deborah? ¿Qué pasó anoche? —le
pregunto carraspeando.
—En cuanto sacaron a tu hermana de mi casa, empezaste a
hiperventilar y te desmayaste. Charles fue rápido y consiguió cogerte antes
de que te estrellaras contra el suelo y, juntos, te trajimos al hospital.
—¿Charles? ¿El hombre que me presentaste? Y… ¿Dónde está? —le
pregunto algo emocionada, aunque no entiendo muy bien el porqué, si nada
más que crucé dos míseras palabras con él. Aunque… ¡qué mono! Me salvó
la vida. Sonrío pícara por debajo de la sábana del hospital para que Deborah
no se dé cuenta.
—Se ha tenido que ir a trabajar, pero ha estado toda la noche conmigo
en la sala de espera, hasta que ya te subieron a la habitación —confiesa
bostezando.
Se la ve cansada. Debería decirle que se vaya a dormir a su casa
tranquilamente, que yo aquí estoy bien y atendida. Menudo cumpleaños la
he hecho pasar… Mi cabeza empieza a darle vueltas a todo lo que pasó ayer
y de qué manera acabo todo. Cuando entra la enfermera con un ramo de
rosas gigante en la habitación.
—¿Michelle Blackwell? —pregunta mirándonos a ambas para
averiguar cuál de las dos es la futura dueña del ramo.
—Sí, soy yo, ¿qué pasa? ¿Quién las manda? —suelto, temblorosa.
—Vengo a darle estas flores, las ha dejado un hombre en el mostrador
a su nombre, y para comentarle que le vamos a dar el alta. Puede estar
tranquila no ha sido nada más que un ataque de ansiedad. Ahora lo que si
tiene es que estar en reposo absoluto, nada de emociones fuertes —me
informa, dejando el ramo en la mesilla.
—Muchas gracias, doctora —le agradezco sin apartar la vista del
ramo. Busco con la mirada algún rastro de tarjeta para que me ayude a
entender quien las envía.
—Bueno, pues ahora mismo le traen el informe y el alta. Usted puede
irse duchando y vistiendo. —Se da la vuelta y sale por la puerta dejándonos
solas de nuevo.
—¡Michelle! ¿Quién las envía? —pregunta la cotilla de mi amiga,
desapareciendo totalmente el cansancio que tenía y convirtiéndolo en
completa expectación.
Cojo el ramo y rebusco. Encuentro una tarjeta en color rosado con dos
mariposas azules revoloteando. La abro.
Espero que te encuentres mejor.
Me gustaría volver a verte.
Un beso.
Charles Davis.

—Venga, Michelle. ¿Quién las envía? Parece que has visto un


fantasma —pregunta ansiosa al ver mi reacción.
—Charles Davis —respondo, intentando asimilarlo y ocultando lo
sorprendida que estoy.
¿Será un sueño? ¿O en realidad este hombre tan atractivo de mirada
cautivadora quería verme? ¿A mí? No, no puede ser, esto tiene que ser un
sueño, pienso, pero automáticamente me doy cuenta de que estoy en el
mundo real.
—¿Charles? Pues si quieres ahora en cuanto te den el alta, nos
pasamos por Rockefeller Center que es donde estará él y comemos los tres
juntos. ¿Qué te parece, Michelle? —Su voz suena seca. Parece haberle
molestado que me haya enviado estas flores. No, seguro que son paranoias
mías. Si no, no se hubiese prestado a que comamos los tres juntos.
Aun así, su reacción me hace dudar. ¿Habrá algún tipo de relación
entre mi amiga y el señor Davis? O quizá no ahora, pero… ¿Habrán tenido
algún tipo de relación en el pasado? No sé qué contestar, me siento en una
encrucijada. Quizá simplemente sea que a Deborah le gusta él. Me duele
demasiado la cabeza, creo que lo mejor será preguntarla y así poder salir de
dudas.
—Sí, por mí genial, Deborah. Pero me gustaría hacerte una pregunta si
no es inmiscuirme en lo que no me llama —tartamudeo sin dejar de
juguetear con la sábana de la cama entre los dedos.
—Claro, cariño, pregúntame lo que necesites. —Me mira fijamente a
los ojos esperando mi pregunta. Por un momento me arrepiento, pero creo
que necesito saber la verdad. Aunque no vaya a pasar nada con él, ya que
seguramente solo esté siendo amable, nunca se sabe lo que puede pasar.
—¿Tienes algún tipo de relación con el señor Davis? —suelto sin
pensarlo dos veces, porque si lo hago seguramente me arrepienta del todo.
—¡No! Para nada, Michelle ¿Por qué preguntas eso? —Se ríe a
carcajadas.
—No sé, te he notado bastante seca y te ha cambiado la cara cuando te
he dicho que las rosas eran de él —digo bastante más calmada.
—No es porque tenga algo con Charles. Él es un chico muy bueno y
muy majo, pero… me da la sensación de que oculta algo, y eso es algo que
no quisiera para ti, Michelle —expresa hastiada.
—¿Ocultar algo? No creo, Deborah, se le ve muy decente. Y si fuese
ese el caso y ocultara algo, quizá sea algo de lo más normal, todos tenemos
algo que ocultar —le respondo intentando evadir sus palabras—. Bueno,
Deborah, voy a la ducha. Antes de pasarnos por Rockefeller Center tendría
que pasar por casa para cambiarme de ropa, no voy a ir con el vestido rojo
por ahí.
—No te preocupes por eso, que yo he traído ropa para que te la
pongas. —Señala una bolsa que hay justo a los pies del sillón.
Acepto la bolsa y me dirijo al baño sin mirar lo que hay dentro. Me
ducho rápido, quiero salir de aquí cuanto antes. Nunca me gustó el
ambiente de los hospitales, viene cargado de negatividad y no me gusta esta
sensación. Abro la bolsa y descubro un bonito vestido de licra, color
granate y un bolso color negro, todo ello con la etiqueta. ¿Lo ha comprado
para mí?
Me arreglo un poco el pelo y la cara pálida. No sé cómo lo hace
Deborah, pero todo lo que me prepara de ropa me queda espectacular. Ni
siquiera yo misma puedo encontrar cosas que me favorezcan tanto.
Salimos dirección a Rockefeller Center después de que me dieran
todos los papeles del hospital. No sé por qué, pero me siento bastante
nerviosa, no paro de mirarme en el espejo del retrovisor del Ferrari de mi
amiga para ver si sigue intacto mi maquillaje y mi pelo. Quiero y necesito
darle una buena impresión a Charles. ¡Joder! Parezco una adolescente.
Automáticamente, me rio al pensarlo. Una enorme limusina, entorpeciendo
el intento por aparcar de mi amiga, me saca de mi ensoñación. La puerta se
abre y es él. Tan elegante, tan guapo y con ese halo de misterio que tan
intrigada me tiene. ¿Tendrá razón Deborah en que Charles esconde algo? Y
si es así, ¿qué será lo que esconde? Viene hacia nosotras. Mejor dicho,
hacia mí y abre la puerta sin darle tiempo a su chofer a que ejecute esa
acción que ya había empezado.
—Buenos días, señorita Blackwell, veo que ha aceptado mi invitación
y que —carraspea— viene acompañada. Subid os llevaré a comer a un sitio
que os encantará. —Muestra un toque pícaro en su voz mientras nos cede
asiento en la parte trasera de la limusina.
—Muchas gracias, señor Davis —le agradezco una vez sentada.
—Tutéame, llámame solo Charles, preciosa. —Sonríe y me guiña un
ojo.
¿Me ha llamado preciosa? ¿Por qué tanta insistencia en prestarme
atención a mí? A Deborah no le ha hecho apenas caso desde que hemos
llegado. ¿Habrá notado el interés que yo tengo hacia él? ¡Qué vergüenza!
—Deborah, ¿a dónde nos va a llevar? No tengo dinero suficiente aquí
para pagar algo impresionante —musito temblorosa. Solo llevo cien
míseros dólares en la cartera…
—No te preocupes, Charles nunca deja pagar a quien le acompaña.
Pero si así fuera, yo tengo dinero, tú por eso no te preocupes y disfruta.
Posa su mano en mi pierna para tranquilizarme. Charles mira la mano y
rápidamente se centra en mis ojos, mordiéndose el labio inferior.
Esa mirada es ardiente y estoy segura de que viene cargada de un
montón de pensamientos. Contengo las ganas de mordérmelo yo también y
agito la cabeza rápidamente para librarme de estos pensamientos que poco a
poco comienzan a humedecer mi entrepierna sin querer. Si es verdad lo que
dice Deborah, está bien, pero si paga él hoy, ya encontraré yo la forma de
devolvérselo. No me gusta que me paguen las cosas… Siempre me he
considerado bastante independiente.
Me siento nerviosa y no sé cómo actuar. Me revuelvo en el asiento.
Toda la limusina está impregnada en el completo silencio, en el que desde
luego no seré yo la encargada de romperlo. Charles no deja de mirarme de
arriba abajo. No pasa por alto ningún centímetro de mi cuerpo sin ojear.
Deborah y él ni siquiera han hablado. De vez en cuando se miran, con ese
tipo de mirada que oculta muchas sensaciones. Me siento fuera de lugar.
Miro de reojo a Deborah y ella hace lo mismo con él. Le observa con
disimulo. Sigo pensando que siente algo por Charles y si no es así, ¿por qué
tanta insistencia en venir conmigo a la comida? Mi cabeza no para de
cavilar y eso hace que me ponga aún más nerviosa, haciendo que el color de
mis mejillas resalte sobre mi piel blanquecina.
—¿Cómo se encuentra, señorita Blackwell? —rompe el silencio casi
sin inmutarse y me guiña el ojo sonriendo.
Tardo en contestar, estoy tan distraída con mis pensamientos que
cuando me doy cuenta ni siquiera sé qué decir.
—Me encuentro bastante bien, algo cansada. Muchas gracias por lo de
anoche, por llevarme al hospital y por hacerle compañía a Deborah. Así
que, bueno, ya que estoy aquí, también quiero agradecértelo a ti —le
agradezco a mi amiga, avergonzada por haberle destrozado su cumpleaños.
Ambos se miran, buscando con la mirada quién será el primero en
responder. Sonríen y el silencio se llena por completo en la limusina, casi al
punto de rebosar y salir por las ventanas. Después de la espera, por fin se
deciden a hablar. Para mi sorpresa, los dos a la vez.
—No hay… —responden los dos al unísono. Deborah aumentando el
volumen y dejando la voz de Charles en apenas un imperceptible susurro.
—No te preocupes, Deborah, habla tú primero. —Charles le cede la
palabra educadamente.
No sé qué es lo que tendrá este hombre, pero cada vez me gusta y me
atrae más. Y sé que no tiene ningún sentido, apenas le conozco. Pero sé
muy bien que detrás de esa elegancia se esconde algo que bien llama mi
atención. Algo como prohibido y hay que ser honestos, lo prohibido incita y
mucho.
—Bueno, pues lo dicho. —Le sonríe y carraspea para aclararse la
garganta—. No tienes por qué darme las gracias, Michelle, te conozco
desde que tengo uso de razón. Eres mi mejor amiga, siempre has estado
conmigo y es ahí cuando se ve realmente a las personas que te quieren y es
imposible no quererlas de igual forma. Siempre estaré si algo malo te pasa,
porque te quiero. —Mira a Charles retándole con la mirada y rápidamente
la redirige de nuevo hacia mí.
—Unas palabras muy conmovedoras, señorita Deborah. Se nota
mucho el cariño que os tenéis. Es un placer para mí poder verlo de primera
mano. Llevo muy buena compañía, ¿verdad, Jules? —dice mirando por la
cristalera, al conductor de la limusina.
—Sí, señor. Es cierto que la compañía que usted ahora mismo tiene es
bastante buena. —Nos mira por el espejo y rápidamente vuelve a centrar la
vista en la carretera.
Por fin llegamos a nuestro destino, se baja Charles primero y nos dice
que esperemos en la limusina. Así que eso hacemos. Mientras esperamos a
que venga, mi amiga y yo no aguantamos más el silencio y nos ponemos
hablar, como no, de él.
—Michelle, ¿te puedo hacer una pregunta? —dice seria, pero con un
toque de nerviosismo en su mirada.
¿Qué será lo que quiere preguntarme? Aunque intuyo que la pregunta
tiene que ver con él.
—Sí, claro, cariño. —Presto atención mirándola fijamente.
—No sé por qué me da la sensación de que hay mucha tensión entre tú
y Charles y por la pregunta de antes en el hospital… ¿A ti te gusta,
Michelle? Y sé totalmente sincera.
—¡No, Deborah! Simplemente, me cae bien y se ha portado muy bien
conmigo sin conocerme de nada y eso es de agradecer. Pero para nada es lo
que piensas. —«Mentirosa, mentirosa y mentirosa», pensé. Pero ¿qué iba a
decirle? ¿Que sí me gustaba? No, ni de coña—. ¿Por qué?
Lo que no entiendo es, ¿por qué tanto ímpetu en saber si me gusta o
no? ¿Qué ocurre aquí? No me cuadra nada. Tantas miradas entre ellos,
tantas preguntas para asegurarse de si me gusta o no… Le doy vueltas en la
cabeza, pero, aun así, no encuentro nada coherente en mis pensamientos. La
verdad que necesito juntarlo todo y ver si puedo conseguir reconstruirlo
todo partiendo de cero.
—Vale, cariño, me quedo mucho más tranquila —dice y me da un
abrazo, pero hace caso omiso al porqué y al girar su cabeza para mirar por
la ventana me demuestra que da por zanjado el tema.
¿Más tranquila? ¿Por qué? ¿De qué tiene miedo?
Capítulo 4
Charles no tarda mucho en aparecer para devolverme a mi mundo de
fantasía, junto a esos labios carnosos y esa mirada que me dice mucho más
que palabras, y me tiende una mano para ayudarme a salir.
Le agradezco mientras agarro su mano y salgo despacio para no
caerme. Acto seguido le tiende la mano a Deborah también y me fijo en
cómo se miran. El cruce de sus miradas me resulta un tanto extraño. No sé
por qué, pero está consiguiendo ponerme celosa y no me gusta para nada
esta sensación.
—Bueno, chicas, pues ya estamos aquí. Ahora tenemos que subir a la
azotea. Estoy seguro de que os gustará tanto como me gustó a mí el primer
día que vine —nos cuenta con esa mirada pícara que tanto me gusta.
Cuando llegamos a lo alto del edificio me quedo paralizada. Todo es
precioso. Los sillones de color negro rodeados de plantas, flores… El
balcón es enorme y parece todo un jardín colgante. Me asomo a la
barandilla y me deleito de las impresionantes vistas al Empire States y otros
rascacielos de Midtown Manhattan.
—Chicos, ir pidiendo que voy al baño un momento —dice Deborah
antes de sentarse y con su bolso en la mano se aleja de nosotros.
Charles aprovecha y se acerca más a mí, posando su mano robusta y
suave en una de mis piernas, haciendo que mi cuerpo se estremezca.
—¿Estás a gusto, Michelle? —susurra muy cerca con gesto atrevido.
Un escalofrío recorre todo mi cuerpo, erizando el vello de mis brazos y
haciendo escapar de mis labios un suspiro de satisfacción que bien podría
parecer un gemido.
—Sí, Charles, me encanta el lugar. Es muy bonito y la compañía es
especial también. —Le guiño el ojo a pesar de estar temblando por dentro.
—Me alegra escucharte decir eso, Michelle. Sabía que te gustaría y
espérate a verlo cuando vaya anocheciendo. Todo esto que ves se ilumina
con luces muy alegres y en tonos cálidos. —Su mano comienza a subir
poco a poco. Despacio. Mi corazón empieza a palpitar muy deprisa, sobre
todo cuando siento que está cada vez más cerca del punto central. El mismo
que se contrae al notarla llegar. ¡Uff, qué sensación más extraña produce
este hombre en mí!
—Lo único malo es que en cuanto vaya cayendo la noche aquí arriba
refrescará. —Cambio de tema, algo que mi cabeza agradecerá.
—Ah, por eso no tienes que preocuparte. Esta zona está climatizada y
hay opción de albornoz para gente friolera —responde separándose
rápidamente al ver que Deborah vuelve a la mesa.
Ese gesto me entristece un poco, porque el momento estaba siendo
muy intenso y me hacía sentir cómoda con él. Conocerle un poco más. ¿Por
qué ha tenido que venir Deborah con nosotros? Si antes creía que había algo
entre él y yo, ahora veo la realidad. Por mí siente algún tipo de tentación
sexual y por ella algo más que una simple amistad. Y de no ser así, ¿por qué
esconderse de intentar provocarme si es lo que le apetece?
—¿Habéis pedido ya? —interviene Deborah sentándose en su sillón.
—No, aún no. ¿Qué es lo que queréis, chicas? —pregunta Charles que
se levanta para ir a pedir a la barra.
—Yo quiero un Sweet Tea Sour —se anticipa mi amiga muy segura de
lo que pide.
—¿Y tú? —Me mira expectante volviendo a derretirme.
La verdad que estaba pensando en pedirme un simple gin-tonic, pero
mirando la carta me doy cuenta de que, lógicamente siendo una coctelería,
su especialidad son los cócteles. Sería de muy mal gusto pedir una ginebra
básica. No sé si por la imagen de la carta o por los ingredientes, me ha
llamado la atención el Cousin Scotty. Lleva Bourbon, Carpano antica (que
no tengo ni idea de qué narices es), jarabe de agave y dos toques de amargo
de angostura. No hay otro que llame mi atención, así que me decido por ese.
Que sea lo que Dios quiera.
—Quiero un Cousin Scotty —suelto sin pensarlo.
Charles se dirige a la barra para pedir los cócteles, cuando siento el
teléfono de Deborah vibrar. Me hace un gesto de disculpa y se aleja para
hablar tranquilamente. Veo a Charles acercarse buscándola con la mirada.
—Ya están pedidos y Deborah, ¿dónde ha ido? —pregunta, curioso.
—Ha recibido una llamada y se ha ido fuera para hablar más tranquila.
Aquí con el murmullo no escuchaba bien. —Parece conformarle mi
respuesta y no sigue indagando.
Tengo una sed terrible y no hago nada más que relamerme los labios
para evitar que se sequen. Él me mira fijamente cómo lo hago y yo a él
también. ¿Por qué es tan perfecto? Vale, ya sé que la perfección no existe.
Pero si no es así, al menos se le asemeja bastante. Tiene unos rasgos tan
varoniles y sensuales que consiguen hipnotizarme por completo. Me siento
boba cada vez que él está cerca. Nunca antes me había pasado con ningún
chico. No al menos tan pronto. Deseaba que en este momento se acercase y
me besase apasionadamente. Que su mano volviera al mismo lugar donde
estaba hace unos minutos y ascendiera hasta encontrarme.
—¡Michelle! —grita Deborah despertándome del sueño en el que me
he inmerso.
—Sí, dime. Lo siento, estaba pensando mientras admiraba el paisaje.
Es realmente tranquilizador. —Intento disimular el calentón en el que acabo
de entrar por culpa de mis pensamientos.
—Que os estaba diciendo que me acaba de llamar mi representante.
Tengo una prueba para una película y tengo que reunirme lo antes posible
en la Quinta Avenida con él. Así que me tomo el cóctel con vosotros y
sintiéndolo mucho tengo que abandonaros —nos cuenta con alegría.
—¡Qué buena noticia, amiga! Mucha mierda. —Aplaudo feliz por ella
—. Yo me lo tomaré y me iré también —suelto sin pensar en cómo Charles
me estará mirando. Aunque realmente me muero de ganas por quedarme a
solas con él.
—Bueno, Michelle, creo que nosotros podríamos quedarnos un poco
más. Jules se encargará de llevar a Deborah a su destino. —Me mira
fijamente y esboza una sonrisa.
—Claro, tía, yo no quiero estropear los planes que ya tendríais —
susurra Deborah.
Aparece ante nosotros el camarero con nuestros cócteles,
interrumpiendo nuestra conversación. Aunque la verdad, lo agradezco
porque no sé muy bien donde iba a ir a parar la conversación y no hubiera
sabido qué contestar. Cuando veo la bandeja me doy cuenta de que en
realidad tienen muchísima mejor pinta que en las imágenes de la carta. El
de Charles tiene un toque tenebroso, pero misterioso a su vez.
—¡Qué buena pinta tiene el tuyo! ¿Cuál es? —curioseo. Hay veces que
puedo llegar a ser una gran cotilla.
—Se llama Circo de Satanás. La pinta pega mucho con el nombre,
pero mucho más con el sabor. El primer sorbo no te dice nada, sin embargo,
según van viniendo el segundo y tercer sorbo es como una explosión de
sabor que te estremece por dentro de la boca. —Se relame y me ofrece su
copa para que lo pruebe.
La acepto y pego el primer sorbo. Como ha dicho él, el primer sabor
no te dice nada, es totalmente insípido. Le di otro sorbo más y ¡guau! Sí que
da una explosión de sabor que te estremece, es impresionante. Tenía que
haberme elegido ese.
—Mmm, me encanta. Está delicioso.
—Sabía que te gustaría. En la siguiente ronda puedes pedirlo. Nos
quedaremos un poco más aquí antes de ir a otro sitio que quiero llevarte. —
Se levanta y se despide de Deborah, que ha bebido su cóctel casi de un
trago.
—Bueno, mi niña, nos vemos en estos días. Me lo he pasado muy bien
con vosotros dos. —Me abraza fuerte.
Por fin se ha ido, jamás pensé que pudiera estar diciendo esto. Pero en
este momento la verdad es que Deborah sobraba y bastante.
—Pues ya estamos solos —dice y se sienta en el enorme sofá que
tenemos al lado—. Ven, siéntate a mi lado.
Hago lo que me pide. Antes de que pueda decir nada silba al camarero
y zarandeando su mano en el aire le indica que se acerque.
—Tráiganos dos Circos de Satanás más y la cuenta, gracias. —El
camarero asiente con la cabeza y desaparece por la mampara que separa la
terraza del interior del restaurante y Charles vuelve a centrarse de nuevo en
mí.
—Estás muy guapa, Michelle. Me encanta la silueta que te hace este
vestido. Aunque el vestido rojo de anoche fue mi perdición en cuanto te vi
bajar por la escalera con Greta —susurra acercándose cada vez más a mí—.
Eres una mujer muy linda y atractiva, atraes a cualquier hombre que se
cruce contigo.
Noto su aliento sacudirme en los labios y a pesar de no estar tocándole,
también el calor que desprende su cuerpo. Hemos entrado en cuestión de un
segundo en un ambiente muy tenso y caluroso que no es normal.
—Muchas gracias, es un halago. —Me ruborizo.
—Y bueno, princesa, cuéntame, ¿a qué te dedicas?
—Trabajo muy cerca de ti. Soy la camarera en Union Square Café. —
No es algo de lo que me sienta orgullosa, pero tuve que terminar mis
estudios antes, en el momento que decidí independizarme con tal de no
seguir viéndole la cara a mi hermana.
—¡Anda! Pues a partir de ahora tendré que ir a desayunar ahí y así ya
de paso veo a la chica más guapa del lugar. —Sonríe socarrón.
—Anda ya —le doy un codazo—, tampoco es para tanto, soy una
chica bastante corriente y normal.
—Michelle, valoras muy poco lo que eres y lo que realmente vales. —
Cambia sus facciones por completo y pasa de estar alegre y pícaro a serio y
enfadado.

Después de bebernos los cócteles, me doy cuenta de que realmente el


nombre le hace justicia. Me siento invadida por el mismísimo demonio. El
último trago ha conseguido marearme, matándome por dentro con el
tridente.
Charles me lleva al interior de la limusina y se acerca a mí, posando de
nuevo su mano en mi pierna, esta vez rozando con el dedo índice mi bien
más preciado.
—No sé qué me pasa contigo, provocas una sensación en mí que jamás
había experimentado con alguien a quien apenas conozco. Consigues
descuadrar todos mis sentidos, debilitándome —susurra jadeante en mi
oído.
Sube su mano hasta abrazar con la palma mi entrepierna y acerca sus
labios a los míos sin llegar a besarlos, tan solo rozándolos. Me coge la
mano y posándola encima de la suya comienza a subir lentamente el
vestido. Mi vagina no para de responder a su contacto contrayéndose y
palpitando por los masajes que proporciona en círculos a mi clítoris por
encima de la ropa interior. No sé por qué no reacciono y simplemente me
dejo hacer. Estoy más cachonda que en toda mi jodida vida y, aun así,
reprimo las ganas que tengo de agarrarle y besarle. Como yo no doy ese
paso, finalmente decide darlo él y, agarrándome por el cuello, me besa
apasionadamente. Invadiendo con su lengua el interior de mi boca y
enredándose con la mía. Me tumba en el asiento y se tumba encima
haciendo que note su más que notable miembro erecto, presionando mi
abdomen. Veo como el cristal que separa la parte trasera de la limusina con
la parte del conductor comienza a oscurecerse.
¡Oh, sí! Está a punto de pasar lo que llevaba horas deseando, pero ¿y
Deborah? Aún no sé qué tipo de relación hay entre ellos exactamente.
Quizá no deba hacer esto, o quizá sí. Sí, sin duda sí, no puedo más y no sé
si es porque el alcohol produce este efecto o que mi atracción sexual por él
supera cualquier obstáculo. Estoy demasiado húmeda como para frenar todo
en seco. Le agarro del culo lo más fuerte que puedo, pegándole más a mí.
—Tranquila, fierecilla, tenemos todo el tiempo del mundo. Yo no
tengo prisa o ¿acaso tú sí? —susurra por encima de mis labios.
Le contesto volviendo a besarle, pero esta vez más despacio mientras
acaricio sus brazos de arriba abajo. Tocar su piel es uno de los mejores
placeres, las yemas de mis dedos arden. Enredo mi mano derecha en su pelo
alborotado, mientras que con la otra desciendo entre caricias por cada
curvatura de su cuerpo. Pero como todo lo bonito, el momento se acaba en
cuanto su teléfono móvil empieza a sonar en el bolsillo de su pantalón…
—¿Sí? —contesta amable. Sigue durante al menos un minuto
contestando a todo que sí y algunas que no. Sin decir ninguna palabra que
no fuese un monosílabo. El tiempo necesario para que mi calor se convierta
en un completo polo norte…
Admiro su expresión, está tensa como si algo de lo que le dicen desde
el otro lado del teléfono le preocupase. Miro hacia abajo y veo que su
erección ha desaparecido completamente y me jode… Tan cerca y a la vez
tan lejos.
—Lo siento muchísimo, Michelle, me temo que tendremos que dejar
esto para otro momento. Me acaba de surgir un asunto importante —se
disculpa con un toque de preocupación, arrugando cada vez más sus
facciones.
¿Qué será lo que ha pasado? El caso está en que cuando yo estaba
mirándole mientras hablaba por teléfono me ha parecido escuchar por la
otra línea a Deborah. ¿Sería ella? O ¿estaré de nuevo entrando en paranoia?
—No pasa nada, no te preocupes. A veces, si las cosas no pasan es
porque no tienen que pasar —suelto lo primero que se me ocurre. Mi
cabeza no para de dar vueltas mientras pensaba en qué decirle. Si
preguntarle directamente u omitirlo todo y callarme para no entrometerme.
Y creo que mi elección ha sido la mejor.
—Bueno, hay muchos días para que las cosas pasen, es solo que hoy
no era el momento. Te acercamos a casa. ¿Dónde vives? —Me mira a los
ojos con una mueca de tristeza.
—No se preocupe, señor Davis, no vivo muy lejos de aquí. Iré
andando, así me despejo —le agradezco.
—No me hables de usted y menos después de lo que acaba de pasar.
Tutéame, insisto en llevarla a su destino. No sería de un caballero dejar que
una dama vaya sola a su casa. —Me sonríe.
Su sonrisa me estremece y es casi imposible decirle un no por
respuesta, pero así tendrá que ser porque tampoco me hace especial gracia
que vea la zona en la que vivo.
—Insisto, Charles, iré andando. Necesito que me dé el aire en estos
momentos. Ha sido un día de muchas emociones y necesito un poco de
tiempo para asimilarlo todo. Me lo he pasado muy bien. Ya hablamos, señor
Davis. —Sonrío pícara y le guiño el ojo por pasarme por el forro su
tutéame.
Echo a andar dirección a mi casa y escucho a lo lejos la puerta
cerrarse. Sigo andando sin mirar atrás y acelerando el paso para perderles
cuanto antes de vista. Necesito estar sola… No puedo parar de darle vueltas
a la cabeza al día que he tenido hoy.
Al llegar, lo primero que hago es llenar la bañera y quitarme la ropa
que, aunque es preciosa, había comenzado a odiar… Con este vestido he
tenido encima al hombre de mi vida. Un vestido que, si no hubiera sido por
Deborah, jamás habría tenido. Igual con mi ropa tampoco le hubiese
llamado tanto la atención. En cierto modo es algo así por lo que yo le gusto,
porque visto como ella… Pero de ser así, ¿si le gusta Deborah, por qué no
está con ella? O ¿es que ya han salido juntos y por algo no ha salido
bien…? Sinceramente, no quiero ser el juguete de ningún ricachón por muy
atractivo y sensual que me parezca.
Capítulo 5
«Ring, Ring»
¡Oh, no! Me he dormido. ¡Mierda, joder!
Me levanto lo más rápido que puedo y voy directa al armario a
ponerme lo primero que veo. Una vez lista, miro el reloj para ver la hora y
me sorprendo al ver que tan solo son las cinco. ¡No puede ser! Creí que era
más tarde… ¿Y ahora qué hago si hasta las nueve no entro a trabajar?
Como aún tengo tiempo, decido sentarme en el sofá y ver algo en Netflix.
Me incorporo para coger el mando para encender la televisión y cuando
estoy a punto de cogerlo, veo cómo bajo la puerta asoma algo blanco. Me
levanto y tiro de él. Es un sobre que, lógicamente, abro al instante.
Buenos días, Michelle, espero que hayas dormido bien. Te escribo para
decirte que siento mucho lo que pasó ayer y quisiera recompensarte de
alguna manera. Espero que a las nueve de la noche ya estés fuera de tu
trabajo porque yo estaré fuera esperándote. Un beso.
Fdo. Charles Davis.

¿Charles? No, no puede ser… ¿Cómo sabe dónde vivo? ¿Se lo habrá
dicho Deborah? ¡Joder! Como puede ser tan chivata… Sabe de sobra que
no me gusta que la gente lo sepa. No me siento realmente orgullosa de ello.
Solo espero que no lo diga en serio y que no venga a buscarme al trabajo.
Salgo con unas pintas horribles siempre de sudar y con un olor a fritanga
que tira para atrás.
Si es cierto que va a venir como dice en la carta, necesitaré que Mike
me deje salir antes de trabajar. Por lo menos lo suficiente para que me dé
tiempo a venir a casa, ducharme y aparecer como una chica medianamente
normal. Dejo la carta encima de la mesa y me dispongo a prepararme un
café con leche para poder ser persona, pero cuando llego a la cocina el
móvil empieza a sonar y corro hacia él.
—¿Sí, dígame?
—Hola, buenos días, señorita Blackwell. Le llamamos del taller Auto
Repair First, tenemos un hueco sobre las ocho y media de la mañana para
arreglar la luna trasera de su coche —me informa la voz dulce de un chico.
—Sí, no hay problema, allí estaré. Muchas gracias.
¡Madre mía! El coche, se me había olvidado completamente. Menos
mal que el taller está a menos de un kilómetro de donde trabajo.
Últimamente, tengo la cabeza ida. Realmente sé que la tengo porque la
tengo encima de los hombros si no creería que la he perdido en cualquier
lugar. Cosa que con lo despistada que soy no sería muy difícil.
Una vez en el coche dispuesta a ir al taller, me pongo a darle vueltas a
todo lo que ha pasado en estos últimos tres días. ¿Serían de verdad o igual
sigo soñando? No me puedo imaginar qué habrá tenido que pensar Charles
de mí. Seguro que ha pensado que soy la típica chica con la que es fácil
acostarse el primer día y la verdad es que no sé qué me pasó. Tampoco
debería estar martirizándome por ello, ya que con mi cuerpo hago lo que me
viene en gana. Pero, aun así, no puedo dejar de pensar en si será eso lo que
le habrá echado para atrás o si lo que tenía al otro lado del teléfono era
muchísimo más importante que en ese momento yo. He de admitir que si
esa llamada no hubiera llegado me habría acostado con él en la parte trasera
de su limusina y estoy segura de que no me arrepentiría de ello. O igual sí,
quién sabe. Es todo tan intenso que hay veces que no estoy segura de saber
gestionarlo.

He llegado casi sin darme cuenta al taller. Meto el coche dentro y se lo


dejo a un chico que ya me estaba esperando y me dirijo hacia la oficina para
entregarle los papeles del seguro. Sé que no me cubre todo porque forma
parte de vandalismo, pero sí una parte. No es mucho, pero al menos es algo
que me ahorro.
—Hola, ¿se puede? —Toco dos veces la puerta, avergonzada.
—Sí, adelante. —Es la misma voz del chico que me llamó esta
mañana. El caso es que me resulta familiar ahora que la escucho más nítida.
Al entrar a la pequeña oficina de paredes blancas y ambiente acogedor,
la gran silla de cuero que hay tras una mesa se postra frente a mí poniendo
al descubierto al chico de voz dulce. Automáticamente, me quedo helada al
descubrir de quien se trata.
—Pero, bueno, mira quién tenemos aquí. ¿Michelle? ¿Sabes quién
soy?
—Jayden Williams, como olvidarlo. —Sonrío—. Cuanto tiempo…
—¡Madre mía! —Se levanta de un salto de la silla y de pronto siento
cómo sus grandes y musculosos brazos me rodean completamente—. Qué
alegría verte, Michelle, hacía muchísimo tiempo que no sabía nada de ti.
Estás estupenda —suelta sin cortarse un pelo y eufórico por nuestro
reencuentro.
—La última vez que supe de ti fue cuando te ibas a graduar en
ingeniero mecánico —manifiesto mirando de reojo al reloj que hay encima
de su cabeza. ¡Oh, son las nueve menos cuarto!—. Lo siento mucho,
Jayden, tendremos que dejar esta conversación para otro momento. Debo
irme a trabajar, entro en quince minutos y voy a tener que ir prácticamente
corriendo para llegar.
—Vale, preciosa. Terminaremos con tu coche a eso de las ocho y
media o nueve. A ver si es posible que podamos seguir conversando, me ha
hecho mucha ilusión saber de ti. —Se inclina y besa mi mejilla, muy cerca
de la comisura de los labios. De repente, siento cómo esta arde, por Dios,
¿qué me está pasando?
Salgo disparada al exterior para coger un poco de aire. Me parece que
llevo demasiado tiempo sola. No es normal que sienta este tipo de cosas con
tan solo rozarme. ¿Estoy salida? Sí, definitivamente lo estoy… Pero sin
lugar a duda lo que me produce el señor Davis es todavía más intenso si
cabe. Cuando estoy con él es como si ocho mil voltios me recorriesen el
cuerpo abrasándolo.
—¡Hombre, Mich! Si te descuidas, no llegas.
—Sí, Carton, tenía que llevar el coche al taller en la 323 1st Ave y sí,
en coche son cinco minutos, pero andando son bastantes más. Vengo
echando el bofe de tanto correr para poder llegar a tiempo —exagero.
—Bueno, estate tranquila, Mike aún no ha llegado.
Hoy en el trabajo no hay mucho que hacer, está siendo un día bastante
apagado y aunque frío no hace, el cielo tiene un color tan gris que en
cualquier momento se pone a llover. Eso hace que la gente no salga a pasear
y, por lo tanto, no haya mucho movimiento en el bar. Así que, para matar el
aburrimiento, me puse a pensar en Jayden. Recuerdo que en el colegio todas
querían con él, bueno más bien, todas queríamos, me incluyo. Como no, un
chico de melena ondulada, castaño claro y unos ojos verdes, más que el
césped de Central Park, sobre una base de piel morena que hace que
destaquen aún más. Pero lo mejor y más destacable es su atractiva
personalidad. Educado y simpático.
Miro el reloj, ya son las ocho. Al final, Mike me ha dicho que sí puedo
salir un poco antes. Total, me debe muchas horas y aunque sea raspando, de
esta forma me las voy quitando. Bajo a cambiarme para ir en busca de mi
cochecito. Muy nerviosa también porque sé que, en una hora, me encontraré
con Charles y no sé cómo voy a reaccionar cuando le vea después de lo que
pasó entre nosotros el otro día.
Salgo corriendo y mirando al suelo. Sin darme cuenta, choco con
alguien y caigo de bruces. No quiero mirar porque, por su olor, sé muy bien
con quien acabo de chocar. Alzo la vista temblorosa y avergonzada y ahí
está él.
—¿Se encuentra bien, señorita Blackwell? —pregunta, preocupado.
—¡Charles! Oh, madre mía, qué vergüenza. Discúlpame soy una
patosa… —Tierra trágame, esto no me puede estar pasando. ¿Por qué todo
me tiene que salir mal? Pero… ¿Qué hace aquí? Si aún no son las nueve.
—He llegado antes e iba a esperarla fuera, señorita —explica con un
toque pícaro en su mirada.
—Charles… tutéame. Yo… quería pedirte disculpas por lo de…
Mmm, bueno, lo que pasó ayer —titubeo agachando la mirada.
—No, no te preocupes. No tienes que disculparte por nada, en todo
caso el que tendría que disculparse sería yo… —Se ríe avergonzado.
¿Pero cómo puede ser tan guapo? Sé le ve un buen chico y no entiendo
por qué siempre consigo cagarla con él. Desde que le conozco siempre ha
tenido palabras bonitas hacia mí.
—Debo irme, tengo que recoger mi coche en el taller —le informo.
—¿Le importaría que la acompañase y después fuéramos a cenar y
poder hablar tranquilamente?
No sé muy bien qué contestar a eso. Tengo muchísimas ganas de pasar
tiempo con él, pero a la vez no. Me encuentro sumergida en una
encrucijada.
—Claro, está bien. Lo único que no puedo volver muy tarde a casa —
le advierto.
—Vale, sin problema. Me encargaré de que así sea. Y como las
princesas antes de medianoche, usted estará metida en su cama —suelta
como un chiste mientras en su cara asoma una pequeña sonrisa.
Me monto en la limusina y no puedo evitar pensar en el otro día.
Recordarme en este mismo asiento, tumbada debajo de él. Se me contrae el
abdomen de tan solo volver a imaginar nuestro intento fallido. Digo intento
porque no pasó de eso.
Llegamos más rápido de lo que habría llegado yo andando y Jayden
me espera en la puerta con mi coche y su luna completamente impoluta.
Tanto que no parece que me la hubieran roto.
—Hola de nuevo, Michelle. Aquí está tu coche. He comprobado
también las bujías y el aceite y te lo he cambiado todo. Está prácticamente
como nuevo —me informa sonriente.
—Gracias, Jayden, no hacía falta que te preocupases tanto —le
agradezco—. ¿Cuánto es todo?
—Nada. Si quieres, una cena conmigo algún día de la próxima semana
para recordar viejos tiempos estaría bien —suelta, casi sin pensarlo,
enseñándome de nuevo esa preciosa dentadura sobre esos labios tan… Uf,
no, ahora no. No con Charles a mi espalda.
De pronto, Charles, sin que nos hayamos dado cuenta, ha salido de la
limusina y se postra ante nosotros con una expresión de mosqueo en su
cara. Mezclada con rabia y me atrevería a decir que una pizca de celos
también.
—Señorita, tenemos que irnos o se le va a hacer muy tarde para su
vuelta a casa —amenaza de forma sosegada.
—Sí, tienes razón. Bueno, Jayden, me alegro de volver a verte. En
cuanto a la propuesta de la semana que viene está bien. Ya hablamos, un
beso —me despido de él sin dejar de mirar a Charles. Sus facciones están
rígidas y su ceño fruncido. No sé qué habrá podido pasarle, pero de pronto
está bastante raro.
Me meto en mi coche y Charles me persigue sentándose en el asiento
del copiloto a la vez que hace una seña a Jules para que nos guíe.
—Síguele —me ordena con tono autoritario.
No me está gustando en absoluto la actitud que acaba de adquirir y
siento cómo el aire comienza a cargarse. Hago lo que me dice y el silencio
comienza a reinar, así que enciendo la radio. Empieza a sonar una de mis
canciones favoritas de Enya, Caribean Blue. La única que, a pesar de sonar
sin apenas palabras, la melodía consigue hacerme desconectar del exterior y
hacer que me tranquilice. Siempre la elijo en los momentos de mayor
tensión. Conduzco en silencio hasta que, de pronto, Charles decide que es
hora de romperlo y lo hace de una forma bastante desagradable…
—¿Te lo follas?
—¿Qué? No. ¿Qué dices? ¿A qué viene eso? —le respondo cabreada.
¿Qué se ha pensado este tío? Que, porque el otro día me dejara manosear y
casi pasara algo con él, ¿ya lo hago con todos? Será idiota…
—Lo, lo siento, Michelle. No quería decir eso.
—Pero lo has dicho. —Paro el coche en seco delante de una fila de
coches que están aparcados—. ¿Quién te has pensado que eres para
hablarme así? Que el otro día casi pasara algo entre nosotros, no te da
ningún derecho a tratarme como una puta… —grito, histérica, pero al borde
del llanto—. Creo que te has confundido de persona. Quiero que te bajes de
mi coche y me dejes tranquila.
No podía más, tenía que soltar mi furia interna de alguna manera. No
podía quedarme callada. ¿Qué se ha creído?
—De verdad, Michelle, perdóname. No sé en qué estaba pensando. He
visto cómo te miraba y se me ha revuelto todo por dentro. —Se acerca a mí
intentando besarme, pero me aparto rápidamente.
—¡Vete! —le grito más fuerte mientras lo que antes se acumulaba en
mis ojos, comienza a estallar en lágrimas, resbalando por mis mejillas.
Me mira fijamente a los ojos intentando buscar una respuesta en los
míos. No puedo mantenerle la mirada, así que la aparto. Siento que mi gesto
le confunde porque se abalanza sobre mí y sin darme tiempo a reacción, me
besa. Noto su cálida lengua danzando por el interior de mi boca, buscando a
la desesperada unirse con la mía. Quiero apartarle, debería hacerlo, pero por
alguna misteriosa razón no puedo. Me siento cómoda, estrechada entre sus
brazos. Seguimos besándonos durante un par de minutos más, mientras
nuestros cuerpos deciden acercarse también. Su mano me acaricia
delicadamente la nuca, resbalando con suavidad por mi espalda. ¿Qué me
está haciendo este hombre? Me tiene completamente atrapada en su
telaraña.
—No entiendo qué me pasa contigo, Michelle. Me produces una
extraña sensación que me gusta y me inquieta a la vez —susurra jadeante en
mi oído.
La que no entiende qué está pasando soy yo. Y mucho menos por qué
me estoy dejando enredar otra vez, después de lo que me acaba de decir…
—No, creo que deberíamos parar. —Me aparto bruscamente de él—.
Vete, por favor —le susurro derrotada, haciendo que desaparezca nuestro
mágico momento.
—¿Qué pasa? No estamos haciendo nada malo —afirma, sorprendido
por mi reacción.
—Pasa que no es lógico que me sueltes una burrada dejando entrever
que tengo algo con Jayden y ahora pretendes el qué. ¿Qué me acueste
contigo?
—No, para nada. Perdóname no era mi intención hacerte sentir así ni
mucho menos. Solo que no sé qué me ha pasado, te he visto con él y me ha
dolido —murmura frotándose la cara, triste.
—Charles… Por favor, vete —le vuelvo a repetir mientras aparto la
vista de él y miro por mi ventanilla.
Se baja sin decir nada más y veo cómo avanza hasta la limusina en la
que Jules, al verle llegar, sale y se prepara para abrirle la puerta. Mientras
camina, mira una y otra vez en mi dirección con la cara descompuesta, con
la esperanza de que cambie de opinión, pero no. En su lugar vuelvo a
arrancar el coche y me voy.
De camino a casa siento unas inmensas ganas de ponerme a llorar.
Todo es muy intenso. Todo lo que estoy sintiendo en apenas unos días. No
puedo gestionarlo. En otras circunstancias le habría mandado a la mierda.
Pero mis sentimientos por él son tan fuertes que me cuesta hacerlo. Hemos
creado un vínculo del que no sé si algún día podré salir, aunque soy
consciente de que debo hacerlo. ¿Qué se ha creído? Decirme que, si me
follo a Jayden que encima hoy ha sido la primera vez que le veo después de
tantos años y después de cagarla, ¿intentarlo él? No, esto tiene que terminar.
No quiero volver a verle…
Capítulo 6
Hoy va a ser un gran día, lo tengo claro, o al menos así es como
pretendo que sea. Estos últimos días han sido una completa locura y
necesito un poco de tranquilidad. Creo que voy a llamar a Jayden y aceptaré
su oferta de ir a comer con él. Lo necesito, sí, realmente lo necesito.
Aprovecharé que hoy es mi día libre, pero antes tengo que ver si él puede
sacar un huequito. Cojo el móvil de encima de la mesita de noche y marco
el número del taller, ya que el suyo personal no lo tengo y espero a que dé
tono.
—Hola, Jayden, ¿te pillo bien? —No ha tardado ni dos tonos en
contestar.
—Sí. Hola, Michelle. ¿Cómo te va? ¿Necesitas otro arreglo en el
coche? —responde vacilón.
—No, mmm, es que hoy es mi día libre, y quería saber ¿si aún sigue en
pie lo de ir a comer juntos?
—¡Claro! Sobre las dos tengo unas horas libres. Si te apetece podemos
ir al Roftop Bars NYC, está cerca del trabajo, justo al lado del Museo
Nacional de Matemáticas —planea.
—Sí, sé dónde está. Nos vemos allí a las dos. Un beso, Jayden.
—Adiós, Michelle, nos vemos allí —susurra.
Voy al baño, me miro en el espejo y frunzo el ceño. ¡Qué asco de pelo!
¡Qué asco de cara! No me puedo creer lo demacrada que estoy. Realmente
me siento mal conmigo misma, necesito cambiar. Quizá debería cambiarme
el color del pelo. Aunque siempre me ha gustado mi melena rojiza. No,
definitivamente el color no es el problema. El problema es mi cara y mi
falta de sueño. Tengo unas ojeras que me caen hasta los pies.
Hoy necesito estar guapa, como ya he dicho antes hoy va a ser un gran
día. Cojo el peine y cepillo mi cabello. Con la plancha me lo ondulo un
poco. Me echo un poco de base de maquillaje y máscara de pestañas, no
necesito ni me gusta mucho más. Mi cara es muy fina y los ojos grises se
me realzan más con cuanto menos maquillaje lleve. De fondo oigo el timbre
sonar. ¿Quién será a estas horas? No espero visita. Voy a abrir y veo a
Deborah detrás.
—Hola, Mich, ¿cómo estás? —saluda con un toque de tristeza en la
voz.
—Hombre, hola, Deborah, ¿qué te trae por aquí? Estaba arreglándome,
he quedado con Jayden para ir a comer ahora a las dos. ¿Te acuerdas de él?
—Anda, qué bien. Hace muchísimos años que no le veo, dale
recuerdos de mi parte. —No parece importarle en absoluto lo que le cuento.
¿Qué le pasa?—. Pues mira, Michelle, he venido a disculparme en nombre
de Charles, me ha contado lo que pasó el otro día, y sí, es cierto que se
comportó como un verdadero idiota. Pero te aseguro que es un gran tío. No
sé qué le pudo pasar el otro día para soltarte eso.
—No, no te preocupes. A ver, sí que es cierto que preferiría que las
disculpas me las hubiera pedido él expresamente. Pero bueno, supongo que
deberíamos de dejarlo pasar. Supongo que no tuvo un buen día y que lo que
paso fue un error. Gracias de todas formas —le contesto sin rencor en mis
palabras.
—Entiendo… ¿Te puedo hacer una pregunta? —cuestiona
avergonzada.
Asiento.
—A ti… ¿Te gusta? O sea, ¿ha pasado algo entre vosotros? —tiembla
al ejecutar la segunda pregunta y sus mejillas empiezan a sonrojarse
progresivamente. De tal manera que parece que se ha pintado con el mismo
color que su precioso Ferrari California.
No entiendo a qué viene esa pregunta, pero ya estoy cansada de tener
que dar explicaciones y estar pensando constantemente en los demás. Ahora
de repente todo el mundo se cree con el derecho a meterse en cómo llevo o
dirijo mi vida. Y no, hoy no me van a joder mi gran día, así que decido
mentirla.
—No, ¡joder, Deborah! ¿En serio? No sé a qué viene esto, de todas
formas, si hubiera sido el caso, creo que no tengo que dar explicaciones a
nadie de lo que hago con mi vida privada. Ya soy bastante mayorcita —le
replico inmediatamente. Entonces, noto cómo su expresión comienza a
cambiar y frunce el ceño.
—Mira, Michelle, lo que hago no es por inmiscuirme en tu vida ni
mucho menos. Simplemente le conozco lo suficiente como para advertir a
lo que considero, o consideraba mi amiga… Mira mejor déjalo, creo que ha
sido una tontería. No debería haber venido.
—No es eso, es solo que llevo tres días que han sido una completa
locura. Solo necesito un día, solo un día para poder estar tranquila —le digo
un poco más calmada, creo que me he pasado tres mil pueblos. Pero es que
ya no tengo doce años y resulta que la gente aún sigue tratándome como si
los tuviera.
—Da igual, Michelle, ya nos veremos y hablaremos en otra ocasión.
Pero si quieres un consejo… Preferiría que no entraras en este mundo, creo
que no podrías soportarlo —murmura y se da la vuelta, cerrando la puerta
de un portazo sin darme tiempo a preguntarle.
¿En ese mundo? ¿A qué se ha querido referir con ese mundo? ¿Tan
malo puede llegar a ser Charles para que venga mi mejor amiga a tener que
advertirme sobre él? Mira, da igual, ya he dicho que no va a haber nadie
que consiga fastidiarme el día de hoy. Total, el tema de Charles está
totalmente zanjado y dudo mucho que vuelva a verle.
Acabo de llegar al restaurante y todavía no ha llegado Jayden. No creo
que tarde mucho, así que iré pidiéndome algo para beber mientras espero a
que llegue.
—Hola, ¿me podría poner una Coca-Cola, por favor? —le pido
amablemente al camarero.
—Sí, claro, ahora mismo se la pongo, señorita —contesta
inmediatamente un chico de cabello cobrizo recogido en un moño y ojos de
color azul mar.
De pronto siento un escalofrío al notar a alguien rozar mi hombro y
acto seguido taparme los ojos con sus manos.
Me giro y ahí está él con su preciosa melena castaña alborotada y esos
grandes y expresivos ojos verdes. Lleva una camiseta ajustada azul con
mangas grises que realza de lleno su musculatura y unos pantalones que le
caen por debajo de la cadera con esa soltura que suele derretir a cualquier
mujer. Es realmente abrumador verle sin el uniforme de trabajo. Está
guapísimo.
—¡Estás preciosa, Mich! —alaba sorprendido y con una sonrisa de
oreja a oreja que me presenta de primera mano su perfecta dentadura.
—Muchas gracias, Jayden. —Me sonrojo—. Tú tampoco estás nada
mal. Como se nota que no llevas el uniforme. —Creo que acabo de meter la
pata porque me mira tenso, sin reaccionar.
—¿Nos sentamos? —Me tiende su brazo para que me agarre a él,
rompiendo el silencio que ya me estaba empezando a incomodar.
Me agarro a su brazo y avanzamos hacia la mesa. Jayden me suelta y
se adelanta. No entiendo qué pretende hacer. Llega antes que yo a la mesa y
me sorprende su reacción. Separa la silla y me hace un gesto para que me
siente. «Qué educado es», pienso y me vuelvo a sonrojar al ver que me
sonríe de nuevo. No puedo dejar de mirarle. Está realmente guapo y huele
tan bien…
Vamos a comer al descubierto, en la parte alta de un edificio. Las
vistas desde esta perspectiva son espectaculares. Desde aquí arriba puedo
ver todo Manhattan en miniatura. Si aguzo la vista puedo llegar hasta a ver
mi casa diminuta.
—Jayden —susurro—, esto es alucinante. Me encanta. Ha sido todo un
acierto venir aquí. —Le sonrío avergonzada.
—Sabía que te iba a gustar. Y bueno qué, ¿cómo te va todo? Después
del otro día me quedé un poco mal. —Se rasca la cabeza y cambia la
expresión—. No fue de buen gusto decirte lo de quedar para cenar delante
de tu novio. Quizá le pudo molestar y de verdad que no fue esa mi
intención.
—¿Mi novio? ¿Qué novio? ¿Charles? Ah, no, no te preocupes, es solo
un amigo. —Carcajeo avergonzada y sorprendida a su vez por la pregunta.
—Ah, entonces... ¿No es tu novio? Lo siento. Nunca dejaré de meter la
pata. —Vuelve a reír, esta vez más tímidamente—. Pero sí que tendrás,
¿no?
—No, no tengo. Y no, tampoco me gustan las mujeres, por si la
siguiente pregunta es esa —le contesto y empiezo a reírme. Él hace lo
mismo y casi le cuesta hasta respirar. Noto como saberlo le ha relajado en
cierto modo. Su expresión se ha suavizado.
—¿Habéis elegido ya? ¿Queréis que os vaya poniendo algo de beber?
—nos interrumpe el camarero para tomarnos nota.
—Yo sí. De entrante una placa de hummus. De segundo salmón
glaseado con miso y de beber vino de la casa, gracias —dice Jayden
convencido de lo que está pidiendo.
—¿Y usted, señorita? —Me mira, esperando que le diga lo que quiero,
pero la verdad es que no tengo ni idea de lo que pedir.
—¿Qué lleva la hamburguesa? —me avergüenzo inmediatamente de
mi pregunta. Siempre que salgo a comer por ahí recurro a lo mismo. Soy
muy rara para las comidas y difícilmente arriesgo. Además, una buena
hamburguesa siempre va a ser mi comida favorita.
—Lleva cheddar de Vermont, salmuera, tomate, cebolla caramelizada,
aderezo ruso. El pan es tipo bollo de leche con mantequilla y viene de
acompañante papas cortadas a mano. —Vale, pues me ha convencido.
—Pues ponme la hamburguesa y de beber lo mismo que él, gracias.
—Bueno y cuéntame, ¿qué tal está Megan? Llevo casi más tiempo sin
saber de ella que de ti. —Se acomoda en la silla y me mira fijamente. No
quiero que note que me llevo a matar con mi hermana, así que lo mejor será
que le cuente lo básico.
—Sí, ella se fue a vivir con su novio James a Washington DC porque
encontró trabajo allí. Se licenció en derecho.
—¡Oh, sí que le ha ido bien entonces! —Se sorprende y abre los ojos,
alzando las cejas como muestra.
—¿Te sorprende? —Me molesto—. Mi hermana siempre fue la mejor
en todo. La más guapa, la más inteligente. La mejor en los deportes. Con
ella siempre fue más fácil hablar que conmigo —replico finalmente
enfadada y un tanto celosa…
—¿Qué dices, Michelle? —Se sorprende de mi reacción y hace el
intento de agarrarme la mano.
—Nada, olvídalo, Jayden. —La separo bruscamente y giro la cabeza
avergonzada.
Viene el camarero con nuestros platos, interrumpiéndonos de nuevo.
—Vaya, qué buena pinta —manifiesto admirando la hamburguesa que
el camarero acaba de dejar delante de mí. La boca se me hace agua
inmediatamente.
—No, de verdad, Michelle. ¿Te ocurre algo con Megan? —Directo al
grano como no, muy típico de Jayden—. Si no quieres hablar del tema
dímelo, pero jamás vuelvas a menospreciarte, al menos no delante de mí.
¿Vale? —replica muy serio.
—La verdad es que sí, prefiero no hablar de ese tema, por favor. —
Agacho la cabeza para que no note mi cambio de expresión.
—Bueno, cuéntame, ¿cómo te va en el trabajo? —dice cambiando de
tema.
—Es agotador… Me gustaría poder dedicarme a otra cosa, pero sin
estudios y sin una figura 90-60-90, es a lo único que puedo optar por aquí
—suelto con sarcasmo.
—Bueno, lo de sin estudios ya sabes que nunca es tarde. En cuanto a
lo otro, no sé qué medidas tendrás, pero estás estupenda, Michelle.

La noche ha transcurrido entre risas y recordando anécdotas de cuando


íbamos todos juntos al colegio. Estar con Jayden es completamente
diferente a cuando estoy con Charles. No tengo esa sensación de tener que
estar alerta o buscando constantemente la manera de agradar. Me lo he
pasado especialmente bien. Hacía tanto tiempo que no me reía tanto que ya
casi ni recordaba lo que se sentía al hacerlo.
—Bueno, Michelle, ha sido un placer haber pasado el día con tu
compañía. Espero que esto sea el primero de muchos días y que pronto nos
volvamos a ver.
—Así será, yo también me lo he pasado muy bien contigo. —Me
acerco a darle dos besos para despedirme de él y cuando nos separamos veo
que me mira fijamente. Un destello emerge en sus ojos y me engancha del
brazo, envolviéndome en él por completo.
—Michelle —susurra aproximando su cara a la mía—, eres la persona
más especial del mundo. Quería que lo supieras. —Me agarra la cara,
acariciando con el dorso de su otra mano mi mentón y todas mis alertas,
aquellas que había estado manteniendo a raya durante toda la noche, se
disparan de golpe cuando siento sus labios rozando los míos.
Hago el amago de separarme, pero mi instinto me mantiene en el lugar
sin oponerme a su contacto. No siento ese frenesí que siento cuando estoy
con Charles, pero tampoco me incomoda del todo. Si no, ¿por qué no soy
capaz de separarme? Sus labios terminan por encontrarse con los míos. Son
suaves y mulliditos. No solo no me separo, sino que encima le entrego lo
que busca en el interior de mi boca y la enredo con la suya. Disfruto durante
unos cuantos minutos de su contacto y de la sensación tan en calma que me
induce estar en su compañía, pero, en ese instante, Charles aparece en mi
cabeza y se adueña por completo de ella, haciendo que me separe de Jayden
de manera brusca.
—Jayden, esto no puede ser. —Agacho la cabeza avergonzada—. Me
pareces un tío auténtico y muy majo…
—Sí, pero ahora no estás en tu mejor momento —me interrumpe—.
Vale, lo entiendo. No te preocupes y disculpa si te he incomodado. Aun así,
si te apetece que volvamos a quedar, como amigos. —Esto último lo recalca
—. Ya sabes dónde estoy.
Joder, si es que ¿por qué tendrá que aparecer Charles en mi cabeza
para destrozarlo todo? Y más aún después de todo. Me fastidia muchísimo
porque Jayden es un buen chico. Tiene todo lo que seguramente todo el
mundo necesite. Pero… no puedo. ¡No! No puedo.
—Muchas gracias, Jayden. Nos volveremos a ver, eso tenlo claro —le
respondo con las pocas palabras que consigo articular. Ahora mismo no se
me ocurre nada más que decirle.
Al llegar a casa, me dejo caer literalmente en el sofá, pensando en el
día de hoy. Y encima para colmo mañana tengo que volver al trabajo. ¡Oh,
madre mía! Jayden Williams, el chico más cotizado del colegio, me ha
besado. A mí. No me lo puedo creer. No ha pasado ni una semana y ya me
ha pasado de todo. Al pensarlo noto como mis mejillas se sonrojan y
comienzan a adquirir un color llamativo. Poco a poco una sonrisa se
empieza a dibujar en mi rostro, ruborizándome del todo, apretando la cara
contra el cojín del sofá y soltando un grito ahogado para liberarme.
Termino de comer la comida china que he pedido. Hoy no tenía ganas
ni de cocinar ni de nada. Cojo el mando de encima de la mesa y me recuesto
en el sofá, hasta que el sueño me vence.
Capítulo 7
Juega con mi cuerpo a su antojo. Este hombre desconocido, de mirada
cautivadora y manos perfectamente estructuradas parece conocer a la
perfección mis fantasías. Estimulando mis puntos más erógenos en el
momento preciso y con la presión exacta, mientras yo acaricio con
delicadeza cada centímetro de su espalda. A la vez que su boca y sus manos
se envuelven incesantes en mi sexo, para después, a horcajadas, violentarlo
con fuerza, deshaciéndome entre jadeos de verdadero placer.
Empapado en sudor, se sienta en cuclillas sobre mi pierna mientras sus
grandes manos afanan inquietas para darme un final apoteósico. Siento el
hervor de su vientre derramando fluidos con persistencia sobre mi muslo sin
dejar de agitarme, cada vez con más fuerza, haciéndome alcanzar un clímax
arrebatador.
Me despierto sobresaltada y sudando. Completamente excitada, me
siento de golpe en la cama, resoplando, casi al borde del orgasmo. ¿Qué ha
sido eso? Sin saber por qué, mis caderas comienzan a moverse sin control
restregándome con la propia costura del pijama, pero todo el ardor cesa
cuando veo el despertador. ¡Son la siete en punto! Pego un salto de la cama
y voy al armario. Me visto con lo primero que veo, una camiseta holgada
rosa, unos vaqueros y salgo corriendo.
Hoy tendré que ir en coche o no llegaré a tiempo al trabajo. Una vez
arranco y voy hacia el café, me acuerdo del sueño húmedo de esta noche,
pero… ¿Qué me está pasando? Yo no he sido así nunca. He de admitir que
no ha estado nada mal… Creo que llevo demasiado tiempo a dos velas y
quizá debería por empezar a desahogarme, aunque sea sola.

Las horas en el bar pasan más despacio de lo habitual. Prácticamente


no hemos tenido casi reservas para comer. Veo a Carton venir hacia mí.
—Michelle, hazme el favor de cogerte tú el descanso primero, si no te
importa. Luego viene Daphne a verme y querría estar con ella un rato —me
pide avergonzado.
—Sí, claro, no te preocupes, Carton. Sin ningún problema.
Le hago el favor, pero la verdad es que lo prefiero, llevamos un día
muy aburrido.
—Por cierto, antes cuando estabas en la cocina dando la comanda, ha
venido un hombre trajeado preguntando por ti. Le he dicho que estabas
dentro y me ha dicho que te dijera que esta noche te espera.
—¿Quién? ¿Te ha dicho su nombre? —le pregunto nerviosa—. ¿Cómo
no has venido a buscarme?
Solo espero que no sea Charles, porque si no me voy a cabrear.
Aunque sinceramente no creo que sea él. Llevo varios días sin saber de él.
—No, Michelle, solo dijo eso y volvió a montarse en una limusina y se
fue.
¿Una limusina? Oh, no, definitivamente era Charles. ¿Para qué querrá
verme? ¿Querrá disculparse por lo ocurrido la última vez? No lo sé, pero
me niego a irme a ningún lado con él después de lo que pasó.

La hora del descanso ha sido bastante corta, me ha dado tiempo a


comer y poco más. He comido una ensalada de ventresca y un filete de pavo
sazonado al ajillo. No paro de darle vueltas y pensar en Charles, no
entiendo por qué querrá verme. ¿O acaso quiere terminar lo que empezó?
Pues lo siento mucho, pero no, eso jamás pasará...
Ya son las siete de la tarde, solo queda una hora para salir, y madre mía
no sé por qué, pero estoy nerviosísima. Y tampoco puedo dejar de pensar en
el sueño que he tenido y me humedezco cada vez que lo pienso. ¿Por qué
habré tenido que sacar el defecto de mi padre de darle tantas vueltas a las
cosas?
Por fin llega mi tan ansiada hora de salir. Bajo corriendo a vestirme y
cuando subo, ¿cuál es la sorpresa? No hay ni rastro de Charles, ni limusina,
ni nada… La calle está completamente solitaria y eso que esta es una de las
calles más concurridas de la zona. No creo que Carton se lo haya inventado,
sería muy cruel por su parte. Por otro lado, pienso que no tendría por qué
inventarse algo así y menos acertar de lleno con todo lo relacionado con él.
Tras esperar un rato para ver si llega, decido ir hacia el coche y
marcharme a casa, pero cuando voy a abrir la puerta, noto como alguien me
roza el hombro y automáticamente me estremezco. Me giro nerviosa y ahí
está él, moreno, desgreñado y, con esos preciosos ojos azules,
observándome impasible. Sin darme tiempo a reaccionar se abalanza sobre
mí sometiéndome a un beso completamente eufórico y apasionado. Noto
cierta desesperación y pienso en apartarme, pero los músculos de todo mi
cuerpo se contraen y me doy cuenta de que esta vez no quiero hacerlo, lo
necesito. Le necesito…
Nuestros labios se unen como dos piezas de puzle que encajan a la
perfección. Las lenguas se entremezclan juntas, accediendo a un delicioso
compás. Sus manos recorren incesantes cada centímetro de mi cuerpo con
delicadeza. No puedo parar. No quiero parar, es tan excitante que siento que
puedo llegar a perder hasta el conocimiento.
Con premura y casi sin darnos cuenta, nos adentramos en la parte
trasera de su limusina. Todo está en silencio y no hay rastro de Jules.
Estamos completamente solos. El interior está repleto de pétalos de rosa y
un montón de velas en hilera por los laterales, que desprenden un aroma
fino a vainilla. ¡Va a suceder lo que llevo días ansiando! ¡Oh, sí, cariño,
claro que sí! No sé si mañana o igual cuando termine me arrepienta, pero
¿qué puede ser lo peor que pase? ¿Qué quiera repetir porque me guste
demasiado? No creo que eso sea un problema.
Siento su mano deslizarse por mi abdomen, haciendo que contraiga la
respiración. Me desabrocha el pantalón con total naturalidad y me ruborizo.
Mis mejillas arden. Mi cuerpo se derrite completamente ante este hombre
que comienza a afanar con sus dedos de manera inquieta mi sexo, haciendo
que una marea de sensaciones me sacuda por dentro. Sus besos se vuelven
aún más furiosos. Él también deseaba este momento tanto como yo…
—Michelle, te deseo… Te deseo tanto —susurra sobre mis labios—.
No veía la hora de que llegase este momento. ¿Estás preparada?
—Sh, no digas nada. —Poso mi dedo índice sobre sus labios y lo
recoge absorbiéndolo, mostrando a su vez una mirada pícara que me
descoloca por completo. No quiero que nada ni nadie me arruine este
momento.
Introduce lentamente sus dedos en mi vagina, haciendo que se
contraiga. Primero uno. Luego dos. Haciéndome jadear sin control,
revolviéndome en el asiento trasero de la limusina. Noto como este
comienza a humedecerse a medida que agita una y otra vez mi sexo. Se
desabrocha el botón del pantalón dejándome apreciar su más que notable
miembro erecto. Se incorpora y se alza dejando su cosita a la altura de mi
boca.
—Nena, quiero que la chupes sin parar. Quiero follarte la boca y que te
deleites con mi sabor.
Sus palabras son magia para mis oídos. Abro la boca y la introduce
dentro. Hago círculos con la punta de mi lengua mientras le miro y veo
cómo se arquea de placer y sus labios se curvan de deseo. Noto el miedo en
sus ojos y no se atreve a hacer lo que tanto desea, pero yo sí quiero. Me
afano a su miembro aún con más fuerza. Se estremece. Con una mano la
rodeo y la empujo adentro casi al punto de la arcada. Es tanto el placer que
me produce que creo que puedo hasta correrme sin necesidad de que me
toque.
Cuando parece que está a punto de estallar, la saca de mi boca y con
una mano en mi cintura me da la vuelta poniéndome boca abajo de espaldas
a él. Pone una mano recogiendo mi abdomen y lo alza haciendo encorvar
mi cuerpo. Dejándole libre acceso a penetrarme. Se introduce en mi interior
despacio. Cuidando hasta el más mínimo detalle. Saboreando el placer de
sentir cómo va entrando, rozándose poco a poco contra mis paredes. Siento
mi vagina al borde del colapso. Sus embestidas son lentas, delicadas y eso
hace que se escape algún que otro gemido ahogado. Temo que alguien en el
exterior nos oiga, así que me contengo. Me muerdo el labio para no emitir
ningún sonido. Charles lo nota y aumenta el ritmo de sus embestidas, lo que
provoca que se escapen ligeros gritos de placer acumulado, mientras que a
su vez un millón de descargas se concentran en mi columna vertebral,
queriendo viajar hasta la zona más alta de mi cabeza. No sé por cuánto
tiempo más podré soportarlo. Mi vagina se contrae y palpita a ritmos muy
acelerados. Me agarro al cabecero del asiento, clavando mis uñas sin miedo
a dejarlas clavadas en él. La descarga vuelve a nacer solo que esta vez se
concentra en mi abdomen y busca salir. No quiero que esto termine, así que
me contengo, aguantando la respiración y tensando el cuerpo.
—Córrete para mí, muñeca. Quiero que lo hagas —susurra con un
gruñido ronco mientras que, aferrándose fuerte a mis caderas, se mece en
mi interior con desesperación.
De pronto, mis caderas empiezan a moverse sin control acompañando
a su movimiento. Me tiemblan las piernas y un nudo me oprime en la
garganta. Quiero gritar fuerte, pero no puedo. Aguanto la respiración hasta
que finalmente exploto.
—¡Ahhh! —grito deshaciéndome sobre él, alcanzando el éxtasis entre
sonoros gemidos de puro placer. Bailando sobre su miembro, buscando mi
deleite mientras él sigue con las embestidas para encontrar el suyo propio
también. ¡Uff! A la mierda. Es el mejor polvo que me han echado en mi
vida.
La saca de golpe y, por un momento, eso me derrumba porque sé a
ciencia cierta que él aún no ha llegado. Giro la cabeza y veo cómo de su
bolsillo del pantalón saca un preservativo que rápidamente rasga de forma
seductora con sus preciosos dientes. Yo sigo en la misma posición
observando cómo lo desliza sobre su miembro, presionando la punta para
que no acumule aire. Termina y agarrando mis caderas, me vuelve a girar
como cuál muñeca posicionándome de frente a él, tumbándome sobre el
asiento. Acerca su cara a la mía y tras mirarme fijamente y hacerme
estremecer, vuelve a besarme mientras comienza a penetrarme de nuevo.
Sus embestidas ahora son acompasadas, pero sin dejar atrás esa rapidez y
descontrol. Sus ojos se clavan en los míos y eso me pierde. Me pierde el
hecho de ver cómo su mirada está inundada en deseo y lujuria. Abre la boca
jadeante y separando una de sus manos del asiento la eleva y posa el dedo
pulgar sobre mis labios obligándome a que abra yo también la boca. Lo
hago y lo introduce en el interior. Ese simple gesto y el roce de su pubis
contra mi clítoris hace que todos mis sentidos vuelvan a revolucionarse
perdiendo el control. Su miembro se agita y noto como su cuerpo también
se tensa, entonces alzo mis caderas y empiezo a embestirle, trastocando su
movimiento y sus ganas de seguir aguantándose. Su expresión cambia a
traviesa y entre fuertes penetraciones y jadeos ahogados se deshace en mi
interior haciendo que al notar las palpitaciones yo vuelva a alcanzar el
clímax. Esta vez sin aguantarme las ganas de gritar y estallando por todo lo
alto.
—Eres única e insaciable, Michelle… —jadea y se recuesta en el
asiento a mi lado. Me mira y acaricia mi mejilla con delicadeza mientras
noto como sus ojos se van cerrando y sus labios emiten un sonido de
descanso. Se mueve y acomoda su cabeza sobre mi pecho.
No sé qué es lo que me pasa con este hombre ni la intensidad de lo que
me produce, pero me muero por descubrirlo.
Capítulo 8
Abro los ojos y me deslumbra una luz cegadora que entra por la
ventanilla, lo que significa que ya está amaneciendo. Charles sigue en la
misma posición que se quedó anoche. Un mechón de su melena descansa
libremente a la altura de su mentón y lo acaricio. De pronto su respiración
se entrecorta, parece estar teniendo una pesadilla. Intento incorporarme
despacio y de la mejor manera para no despertarle. Le separo el mechón y
comienzo a acariciarle la cabeza suavemente mientras le echo un vistazo de
arriba abajo. Admirando por completo sus perfecciones e intentando
abrirme paso hacia alguna imperfección. Al ver su piel desnuda, empiezo a
recordar todo lo que hicimos anoche. Como pequeños fotogramas
navegando en mi cerebro. Toda la sensualidad, excitación y lujuria
acumulada en tan solo un momento.
Jamás nadie había conseguido hacerme temblar tanto de placer y
disfrutar de esa sensación tan intensa que te hace viajar a contracorriente y
sin pensar en nada. Nadie había conseguido aún hacerme flotar y fíjate tú
que tampoco es que en mi pasado haya sido una santa. Todos hemos tenido
esa edad en la que nada nos importa y nos tiramos una y otra vez a la
piscina sin pensar en las consecuencias que estas nos traerán a largo plazo.
Pero es que él tiene algo que me ata. Algo que me empuja todo el rato en su
dirección y me deja con ganas de más. De seguir saboreando experiencias a
su lado. Desde que le conocí lo supe. Pude notar esa conexión que
fundamos con nuestro primer cruce de miradas en el cumpleaños de
Deborah. No tengo ni la más remota idea de cómo acabará todo esto, lo que
sí sé es que lo pienso exprimir al máximo, aunque luego me arrepienta.
—Buenos días, Michelle. ¿Qué tal has dormido? Espero que bien y
que no te haya molestado mucho. Sinceramente, no quería que esto hubiese
acabado así. Me hubiera gustado que fuese de otra forma más especial, pero
no podía contenerme más… —manifiesta desperezándose, haciendo que
todos mis pensamientos se desvanezcan y vuelva a centrarme de nuevo en
el mundo real y en él.
—No, tranquilo, he dormido genial y ha sido perfecto. Ahora mismo
no necesito nada más —digo para tranquilizarle sin dejar de mirarle. Se ve
guapo hasta recién levantado. Yo tengo miedo hasta de mirarme en el
cristal, seguro que tengo el maquillaje esparcido por la cara y el pelo
alborotado.
Me ruborizo al instante de pensarlo. Él se da cuenta y me agarra por la
barbilla y me besa.
—Estás preciosa —susurra sobre mis labios.
Un cosquilleo empieza a recorrer mi entrepierna al notar cómo su
mano se recuesta en mi rodilla. No puedo controlar sentir estas cosas con
tan solo rozarme y lo peor de todo es que él no va con esa intención, aún
sigue intentando despertarse y, mientras tanto, yo pensando en volver a
repetir lo que hicimos anoche. ¿Qué me está pasando? Sacudo la cabeza
para intentar deshacerme de estos pensamientos que me vuelven demonio.
¡A la mierda todo! Me incorporo y de un salto me subo a horcajadas
encima de él. Abriendo las piernas rodeando sus caderas y presionando con
fuerza su miembro contra el mío. Acerco mi boca a la suya abriendo el paso
con mi lengua juguetona y buscando la suya. Me restriego contra su
miembro que poco a poco va aumentando en tamaño. A medida que alcanza
más dureza, sus labios se afanan ansiosos a los míos. Luchando con furia en
el interior de mi boca. Me agarra por el culo y me aprieta fuerte,
meciéndome por encima de él, pero sin llegar a penetrarme. Mete un dedo
por debajo de mi ropa interior, hasta introducirlo en el interior de mi ya
húmeda vagina. Tiemblo al sentirlo y muevo las caderas en un intento de
alcanzar mayor profundidad. Pero cuando estábamos a punto de encontrar
nuestro mejor momento y revivir lo de anoche, nos interrumpe alguien
golpeando con fuerza la ventanilla con cristal tintado de la parte de atrás y
Charles da un respingo apartándome de encima de él bruscamente y noto
como la limusina comienza a moverse.
—Toma, vístete rápido. Te dejamos en tu casa. —Me da mi ropa sin
prácticamente mirarme. Agachando la cabeza—. Lo siento mucho. Necesito
ir a casa, ducharme y vestirme, tengo una reunión muy importante en unas
horas. Tendremos que dejarlo para otro momento.
Mi calentón se ha disipado por completo y no queda ni siquiera un
pequeño rastro de que alguna vez haya estado. Me siento tan mal ahora
mismo que solo quiero llegar a casa, darme un baño relajante y tumbarme
en la cama hasta mañana mientras escucho música y no pienso en nada. Veo
cómo Charles apenas me mira y ha adquirido una actitud tan distante que
me descoloca.
—Dile a Jules que pare la limusina —le ordeno.
—No, Michelle, te acercamos a casa. —Alza la vista para mirarme por
primera vez desde que nos han interrumpido.
—Te he dicho que le digas a Jules que pare la limusina —exijo
alzando la voz—. Mi coche está aquí y quiero irme con él.
—Jules luego te lo acerca a casa. Ya me encargo yo de que así sea.
Viendo que no me hace ni puñetero caso, me levanto del asiento y voy
hasta el cristal que nos separa de Jules y lo aporreo fuerte.
—¡Jules, para la jodida limusina! —grito fuera de mí.
Cuando creo que no me va a hacer caso y miro a Charles con rabia
para que haga algo, pega un frenazo y se para en seco. Recojo mis cosas y
sin despedirme, salgo de la limusina. Ni siquiera me he preocupado en
adecentarme y sinceramente me preocupa bien poco lo que pueda pensar la
gente. Estoy harta de todo. ¿Por qué siempre todo lo que tiene que ver con
Charles termina jodiéndome? ¿Por qué no podría haberse quedado en lo
bonito que vivimos anoche? ¡Maldita seas, Charles, te odio! En cierto modo
era algo que ya sabía, pero mi jodido desequilibrio emocional por él, hace
que cuando me mira se me olvide por completo el mundo y todo lo demás.
Me olvido hasta de las cosas que son coherentes y no pienso de manera
racional en que hay ciertas decisiones que me pueden destrozar. Me
apetece, lo hago y punto. Sin pensar en las consecuencias que estas me
puedan acarrear…
De camino a donde dejé aparcado el coche me encuentro con Jayden.
—¡Hombre, Michelle! ¿Cómo estás? —pregunta, emocionado.
Desde la cita que tuvimos ayer no hemos vuelto a hablar. Sentí que era
mejor así. Se nota por sus ojos que está recién levantado, pero aun así está
igual de guapo como de costumbre. Sin embargo, debo cortar rápido la
conversación e ir a casa a cambiarme para que me dé tiempo a llegar al
trabajo.
—Jayden, si me disculpas hablamos en otro momento. Llego tarde a
trabajar y antes debo pasar por casa para cambiarme.
—Ahhh, que no has dormido en casa… —Su tono no es de pregunta,
es de total afirmación y en su rostro puedo ver un atisbo de derrota. Creo
que le dejé claras las cosas la otra noche. Aun así, me jode que se sienta mal
y más por mi culpa.
—No, Jayden, he dormido en casa de una amiga. Anoche salimos a
tomar algo y se nos fue de las manos. Hablamos en otro momento, ¿vale?
—le miento vilmente, pero veo que funciona cuando sus facciones al
escucharme se vuelven a relajar y recuperan el estado natural.
—Vale, Mich, nos vemos.
Echo prácticamente a correr cuando en un reloj veo que tengo solo una
hora para ir a casa, ducharme, cambiarme y volver de nuevo para ir al
trabajo. Desde que he conocido a Charles siento que mi vida está patas
arriba y no tengo ni la más remota idea de cómo coger las riendas de nuevo
para encauzarla. Al menos ahora sí que tengo una cosa clara y es que este a
mí no me vuelve a tomar por tonta. ¿Pero qué se ha creído?
Capítulo 9
Los días pasan y sigo sin tener noticias de Charles. Me da la sensación
de haber hecho el gilipollas con él. Haberle dado todo tan rápido y ahora,
una vez que lo ha conseguido, ¡qué me den por culo! Sí, es así, él solo
quería echar un puto polvo… ¿Cómo he podido ser tan tonta?
Han pasado exactamente tres días desde que tuvimos nuestro tórrido
encuentro en el interior de la limusina. También tres días en el que no he
hablado con nadie. Claro qué no puedo contar los pedidos en el trabajo, las
discusiones con Mike o los monosílabos constantes cuando Carton me
cuenta su historia amorosa.
Por otro lado, no entiendo muy bien la reacción de Charles. ¿Tan
difícil es un simple mensaje para saber al menos que está bien? ¿Debería
llamarle yo? Igual le ha pasado algo… No, definitivamente no. Parecería
desesperada y la verdad que no es lo que mejor me vendría ahora mismo. Si
es que, quién me manda a mí meterme donde no debo. Con lo a gusto que
estaba yo solita y sin complicaciones. Aunque la verdad es que no paro de
recordar lo que pasó, y lo húmeda que mi entrepierna reacciona cada vez
que lo pienso. Creo que debería de llamar a Deborah. No he vuelto a saber
nada de ella tampoco desde el día que quedé con Jayden y ni siquiera le
pregunté qué tal le fue en el casting que hizo. Y así, ya de paso averiguo
qué es lo que ha pasado con Charles.
—Hola, Debi, ¿qué tal llevas el día? Estaba pensando en que
podríamos quedar a tomar algo y charlar. Que hace mucho que no tenemos
un día de chicas y la verdad que lo necesito —le relato rápido cuando
escucho el sonido de descolgar y sin darle tiempo a que conteste.
—Hola, pues mira la verdad es que mejor no. En algún momento sí
que tendremos que hablar, pero ahora mismo preferiría que no. —Su voz
suena triste y a la vez decepcionada.
—¿Ha pasado algo, Debi? —intuyo que será que no la cogieron en el
casting y está cruzada.
—Ya me he enterado de que has tenido algo con Charles… —murmura
cabreada.
—Qué coño… Deborah, ¿me lo estás diciendo en serio? Para empezar,
te pregunté si tenías algo con él y me dijiste que no había nada entre
vosotros. ¡No me jodas, Deborah!
—¿Estás segura de donde te estás metiendo? —pregunta seriamente.
—¿Está casado? ¿Es un terrorista en busca y captura? No, ¿verdad?
Pues entonces solo me estoy metiendo en conocer a alguien interesante que
también quiere conocerme a mí —le respondo tajante—. Siempre has sido
la mejor. La que lo ha tenido todo sin necesidad de levantar un solo dedo.
No has tenido que luchar nunca por conseguir algo. Yo sí, y por una vez que
alguien se fija en mí de manera desinteresada, pasándote a ti por alto, creo
que, si no quieres alegrarte, mínimo no deberías de entrometerte. —Uff que
a gusto me he quedado.
El silencio se hace por la otra línea y cuando creo que se va a romper y
por fin va a decir algo, el sonido de un pitido continuo me informa que
Deborah me ha colgado. Quizá he sido demasiado cruel. Es mi amiga y no
debería de haberle hablado así. Pero es que ella también parece estar
constantemente queriendo pisar la misma baldosa que estoy a punto de pisar
yo. Queriendo anticiparse. Aún recuerdo en el colegio con Jayden. Yo
estaba locamente enamorada de él y estoy bastante segura de que él también
sentía algo por mí, en cambio, llegó Deborah y arrasó con todo. Según ella,
primero tendría que ser su novio para ver si era seguro que yo tuviese una
relación con él. Algo así como una cata, y ya estoy harta. Estoy harta de ser
la sombra, porque yo quiero ser la luz que se enciende primero. Como el sol
cuando amanece o las farolas cuando todo se apaga. Quiero ser Michelle
Blackwell y no la simple amiga de Deborah Stone.
Por mi mente se cruza llamar a Jayden, pero automáticamente me digo
a mí misma que no. No puedo hacer eso. Sería algo así como aprovecharme
de él a la desesperada y con lo bien que se ha portado conmigo no se lo
merece. Voy al baño y enciendo el agua de la bañera. Creo que podría ir a
dar una vuelta por Central Park. Hoy es mi día libre y me vendrá bien tomar
un poco el aire. Cierro el grifo y tras quitarme la ropa y tirarla al suelo, me
sumerjo en el agua caliente. Me recreo por debajo y me acomodo, apoyando
la cabeza en el lateral de la bañera.
Acaricio mi piel por debajo del agua. Está suave. Un cosquilleo me
recorre el cuerpo cuando sin querer, con el dedo meñique rozo la ingle.
Todos los recuerdos del otro día con Charles en la limusina se concentran
en mi cabeza y, de pronto, no sé si es porque yo estoy más caliente, pero
siento el agua enfriarse. Asciendo hasta mis pechos y los rodeo con mis
manos, cerrando los ojos. Sigo subiendo e introduzco un dedo en mi boca,
saboreando el agua que los empapa. Sin pensarlo, desciendo por mi
abdomen y abriendo mis piernas me recreo entre ellas con delicadas caricias
que hacen aumentar mi fuego interior. Noto como palpita de placer y decido
seguir explorando hasta adentrarme en el interior de mi vagina con los
dedos. Pienso que son los suyos. Que es él mismo quien me está poseyendo
en estos momentos. Emito varios gemidos sonoros que se escapan de mis
labios entreabiertos. Obvio por un momento que las paredes son de chicle y
que probablemente me estén escuchando y sigo agitando los dedos en mi
interior, mientras que, con la palma de mi mano, me masajeo la parte más
alta de mi monte de Venus. Cada roce es más intenso y una descarga
eléctrica asciende hasta mi cabeza haciéndome gritar aún más fuerte y
rápidamente viaja por todo mi cuerpo hasta hacerme explotar. Haciéndome
alcanzar el éxtasis mientras me deshago entre jadeos y gemidos de placer,
palpitando bajo el agua. Abro los ojos, volviendo al mundo real y me doy
cuenta de que están llamando al timbre.
Me pongo el albornoz que tapa más que una toalla y me dirijo hasta la
puerta, descalza y aún con la respiración agitada. Al abrirla me doy cuenta
de que no hay nadie, miro al suelo y me sorprende ver una caja enorme
color rojo con mi nombre grabado y anudada en un lazo gigante. Miro hacia
ambos lados del pasillo, pero no hay nadie. ¿De quién será? Me meto en el
interior de mi casa y me siento en el sofá, dejando la caja encima de la
mesa. ¿Qué hago? ¿La abro?
La miro impasible con el miedo de pensar qué será lo que me
encuentre dentro. ¿Será de Charles? Me embriago de valor y comienzo a
abrirla. Empezando por tirar del lazo. Al quitar la tapa superior en el centro
tan solo me encuentro con un sobre de color negro liso.

¿Quieres conocerme? ¿Descubrir mi secreto?


Si la respuesta es SÍ, tendrás que seguir leyendo. Si, por el contrario, tu
respuesta es NO, baja a la basura, tira la caja y yo me olvidaré de que
existes y espero que tú hagas lo mismo conmigo.
Para encontrar las pistas que te iré dejando, tendrás que ir a las
localizaciones que te vaya indicando en cada uno de los lugares y tras
terminar la experiencia, te entregarán la siguiente ubicación. Así hasta que
en el punto final te encuentres conmigo y con mi secreto.
¿Podrás hacerlo?
Si es así, ¡que comience el juego!
Tu siguiente parada se encuentra en 23W 32nd St, New York, 10001.
Un saludo
Fdo. Charles Davis.

¿Qué narices es todo esto? Después de tirarse días sin hablarme y sin
saber de él, ¿me viene con estas? ¿Debería de aceptarlo y así finalmente
descubrir su secreto de una vez y salir de dudas? He de admitir que la idea
es bastante original y cuanto menos tentadora, pero ¿qué será lo que oculta
para tener que crear tanto misterio con pistas y encrucijadas?
Algo me dice que no debería y que lo que mejor podría hacer es bajar a
la basura más cercana y deshacerme cuanto antes de esta caja, de sus
recuerdos y de él, pero la realidad es, que la intriga me puede y necesito
salir de dudas cuanto antes. Dejo la carta sobre la caja y voy corriendo a la
habitación. Me desprendo del albornoz haciéndolo caer al suelo a mis pies.
Abro el armario y cojo lo primero que pillo. Unos vaqueros pitillo y una
camiseta blanca de manga larga con un estampado en el centro en colores
anaranjados, que meto por dentro del pantalón. Vuelvo a recoger la carta y
con ella en la mano salgo pitando de mi casa.

No tardo mucho en llegar a la ubicación de la primera pista, ya que me


queda bastante cerca de mi casa. Nunca me había fijado en este lugar y eso
que he pasado innumerables veces por aquí. La entrada del local es bastante
pequeña y está escondida. En el letrero puedo ver el nombre de mi primer
lugar JUVENEX SPA. ¿Para qué querría Charles traerme a un balneario?
¿De verdad encontraré aquí todas las respuestas a su secreto?
Abro la puerta y me encuentro con una chica joven de cabello oscuro,
tez blanquecina y cuerpo escultural que me recibe con una amplia sonrisa.
—¿Señorita Michelle Blackwell? La estábamos esperando. —Asiento
y acto seguido hace un gesto para que la siga.
Me lleva hasta una salita de paredes blancas con tan solo un sillón y
me ofrece una caja idéntica a la que hace un rato he recogido en mi casa.
Tengo la esperanza de encontrarme en el interior algo sobre la siguiente
pista, pero me encuentro con un bikini, casualmente de mi talla, color rojo.
Un gorro de goma, unas chanclas del mismo color y un albornoz. La chica
me mira impasible sin borrar la sonrisa de su cara.
—Pero ¿y esto qué es? Se suponía que aquí me tendríais que dar la
siguiente pista —le pregunto confusa.
—Y así será, pero primero deberá completar la experiencia. —Se pone
rígida—. Hará un recorrido por las diferentes piscinas termales, baño de
vapor, sauna. Un total de cuarenta y cinco minutos de recorrido y finalizará
con un masaje relajante de media hora en el que obtendrá la siguiente pista.
¿Qué tipo de broma es esta? No sé si me estarán vacilando o me estoy
volviendo loca, pero ya que estoy aquí aprovecho. Nunca he estado en un
balneario.
Tras vestirme me dirijo hacia donde se supone que empieza mi
recorrido. Unas flechas por el suelo me indican el inicio. Detrás de una
puerta acristalada se empieza a apreciar el aroma a azufre, mezclado con el
vapor de las altas temperaturas que hay en cada piscina. Estoy
completamente sola. La primera piscina está repleta de pétalos color
amarillo. Introduzco el pie en el interior por una escalera que hay en el
lateral y me deleito de la satisfacción que me recorre el calor en todo mi
cuerpo. No sé qué será lo que me encuentre aquí, pero esta sensación es
abrumadora y gratificante, hasta el punto de hacerme olvidar por completo
mi objetivo aquí. Descubrir su secreto.
Me tumbo apoyando la cabeza en una pequeña almohada bajo el agua
y disfruto de los chorros rebotando en mi espalda. Moviéndose como
culebrillas proporcionándome bienestar. Hago el recorrido cómo me ha
indicado la chica. Ahora mismo siento mi cerebro en calma y mi cuerpo con
esa sensación de estar como flotando en una nube. Nunca había entrado en
una sauna, tan solo lo que había visto en las películas. Al principio es algo
difícil de aguantar, ya que las altas temperaturas y respirar constante aire
caliente no es agradable. Sí que es cierto que sales de ahí desoxigenada y
limpia por dentro. Pero al principio se me ha hecho duro.
Me adentro en la puerta que pone fin a mi última parte del recorrido.
La estancia es pequeña, aunque acogedora. Con ese aroma a incienso con
toques amaderados infunda todavía más relajación si cabe. Hay una camilla
en el centro. Me desprendo del albornoz y me tumbo en ella boca abajo,
metiendo la cabeza en el agujero. Es bastante cómoda y la musiquita
relajante que suena de fondo hace que casi llegue al punto de dormirme. No
llego a hacerlo porque unas manos comienzan a acariciar mi espalda
despacio. Sentir el roce, desprevenida, me hace cosquillas y respondo
arqueando la espalda y removiéndome por encima de la camilla. Poco a
poco sus manos descienden hasta llegar a mis piernas. Desde mis pies alza
una toalla hasta situarla un poco por debajo de las lumbares y acto seguido
me desabrocha con cuidado la parte superior del bikini, liberándome de él y
dejándome la espalda completamente al descubierto.
Me encantaría separar la cara del agujero para poder ponerle cara a la
persona que me está produciendo tal sensación. Pero no lo hago y sigo ahí,
con los ojos cerrados y disfrutando. Sus manos son suaves y pequeñas, por
lo que imagino que se trata de una mujer. El roce de sus largas uñas por el
cuello me lo confirma. Todas las caricias que me propicia son pausadas y
delicadas. Tras terminar con las caricias se separa y escucho sus pasos
moviéndose por la sala. Coge un bote de una estantería y lo echa en el
centro de mi espalda. Está frío y eso hace que me estremezca haciendo que
de nuevo me remueva inquieta sobre la camilla. Lo extiende por toda la
espalda, apretando con la palma de sus manos. Cuando termina con la parte
alta, dejándola prácticamente en calma, liberándome de todo el peso que he
acumulado durante años, baja hacia abajo. Todos mis nervios viajan por el
cuerpo hasta concentrarse en mi cerebro cuando mueve sus manos por el
interior de mis muslos, haciendo que un cosquilleo aflore en mi entrepierna.
¿Qué me está pasando? Desciende por mis piernas, gemelos hasta que
comienza a entretenerse con mis pies. Ese gesto borra por completo mi
calentón y en cierto modo lo agradezco. Desde el otro día con Charles y
volver a revivir lo que se siente en el sexo parece que cualquier roce hace
que me excite y la verdad que los pies no es una de mis zonas erógenas. Me
producen más cosquillas que otra cosa.
Vuelvo a cerrar los ojos, sintiendo la calidez de sus manos recorrerme
las piernas, esta vez sin necesidad de estar alerta porque se adentre en
lugares que me sobresalten. De pronto vuelve a subir y masajea mis
caderas, rozando parte de mis glúteos. Pero ¿qué hace? ¿A qué está
jugando? Mete sus manos en la cara interna de mis muslos, recreándose en
ellos y esta vez rozando de lleno mi bien más preciado. No puedo
soportarlo porque siento que este responde palpitando por debajo de la
braguita del bikini. Levanto la cabeza y cierro las piernas automáticamente,
encarcelando su mano en el interior de ellas como reflejo.
—¿Algún problema, señorita? —La dulce voz de la chica que me ha
atendido antes en recepción me pregunta extrañada.
—Ehhh, no —titubeo—. ¿Queda mucho para terminar? —No puedo
decirle que me está incomodando y menos aún, cuando al ver sus ojos, me
doy cuenta de que no va con intención de nada. Igual es simplemente un
problema mío. Nunca me han hecho un masaje y no tengo ni idea si
realmente esto es normal.
—Estamos a punto de finalizar. Ahora, relájese.
Le hago caso y vuelvo a tumbarme, relajando mi cuerpo otra vez y ella
separa su mano bruscamente del interior de mis muslos. No entiendo por
qué me está pasando esto, si tan solo me ha rozado y estoy segura de que ha
sido sin querer. «¡Joder! ¿Tan desesperada estoy?», pienso.
La joven sigue su recorrido sin entretenerse de más en ningún punto.
Acariciando todo sin demora, haciendo que mi vello se erice. Volviendo al
punto de confort del principio.
—Muy bien. Su recorrido ha terminado. Quédese un rato tumbada
hasta encontrar la paz final y cuando lo haga vístase. La espero en
recepción para darle las indicaciones de su próxima parada. Espero que
haya disfrutado de la experiencia —me informa muy amable y se marcha
dejándome sola.
Me giro poniéndome boca arriba y miro hacia el techo. A decir verdad,
por un momento he conseguido olvidarme de todo lo que me ha pasado
estos días y hasta del altercado con mi hermana Megan. Ha sido como
encontrar la paz por un momento y borrar todo en mi mente para tan solo
escucharme a mí. Hacía muchísimo tiempo que necesitaba algo así, pero
nunca he tenido la pasta necesaria para costeármelo.
Toda la tranquilidad con la que salgo se esfuma en el momento en que
llego a recepción. La joven me espera con un sobre en las manos. Por un
momento tiemblo al pensar que se trata de la factura de mi tratamiento, pero
al ver que es exactamente igual que el que Charles dejó en mi casa, me
tranquilizo. Aunque no del todo. Tengo muchas ganas de saber qué será lo
que oculta y que por ello ha armado todo este jaleo. He pensado tantas
cosas y todas descabelladas que ya no sé lo que me voy a encontrar en
realidad. Acepto el sobre y me despido de la chica.
Una vez fuera me dispongo a abrir el sobre.
Espero que hayas podido relajarte y liberar tu mente. Es lo que más
necesito para poder enseñarte mi secreto. Disfruta de tu siguiente parada.
Confío en que tengas hambre, la vas a necesitar.

Dirígete a la 56 9th Ave, 10011.


Fdo. Charles Davis.
Capítulo 10
Llego al lugar donde Charles me ha indicado. The Old Homestead
Steakhouse. ¿Ahora me trae a comer? No entiendo absolutamente nada.
Dudo un instante en pasar de todo esto e irme a mi casa a ver Netflix, pero
mis ganas por descubrir qué será lo que oculta y que intenta cubrir con este
tipo de cosas, son muchísimo más fuertes. Así que entro en el
establecimiento y ya hay un chico esperándome.
—¿Señorita Blackwell? —pregunta un chico de mirada intensa, color
negro, y fuerte musculatura que oculta por debajo de su camisa blanca.
Asiento con la cabeza y automáticamente poniendo su brazo como
agarre me lleva hasta mi mesa. Está apartada del resto, separada por unos
biombos de cuero rojo y ribetes aterciopelados color negro en los bordes.
Las sillas son del mismo material que los biombos y la mesa de madera a
juego con las paredes. Como decoración en la pared, que queda a mi
espalda cuando me siento, hay un espejo redondo con remates dorados.
—¿Desea algo de beber? —pregunta muy amable el camarero,
portando en sus manos una libreta.
—¿Cuál es la especialidad?
—Tenemos gran variedad de cócteles a su disposición, todos ellos
especiales de la casa. Pero si busca algo diferente le recomiendo nuestro
cóctel estrella, Tom Collins. —Sonríe y espera a que le dé mi respuesta
final.
—Perfecto, pues un Tom Collins. —Le devuelvo la sonrisa, solo que la
mía mucho más tímida.
Deja la carta sobre la mesa y desaparece. Comienzo a ver los platos
que hay. Todos ellos con sus imágenes en los laterales y con una pinta
increíble. He de admitir que lo que más llama mi atención es la famosa
hamburguesa de carne Kobe, pero igual debería arriesgar con otra cosa y
aunque por lo que veo la especialidad son las hamburguesas, es que siempre
como lo mismo. «Le preguntaré al camarero cuando vuelva», pienso.
—¿Ya sabe lo que va a pedir, señorita? —Me sobresalta el camarero
apareciendo de nuevo ante mi atenta mirada—. De entrante le recomiendo,
si me permite, los deliciosos tater tots.
—¿Qué son? —le pregunto confusa.
—Son cilindros de patatas con un rebozado crujiente hecho a base de
harina —aclara. Por lo que dice parece algo sencillo y solo el hecho de
imaginarlo se me hace la boca agua.
—Vale, de entrante quiero eso —decido—. Y de segundo, ¿qué me
recomienda? —Va a pensar que soy tonta y que no he comido fuera de casa
en mi vida.
—Nuestra hamburguesa de carne Kobe, con pan liso tipo bollo,
aderezada con especias, pero sin ningún tipo de ingrediente más. La misma
carne le proporcionará tal explosión de sabor que no necesitará nada más.
Acompañada de unas papas cortadas a mano y cocinadas a la piedra. —
Vuelve a sonreír, esta vez mostrando su dentadura y al ver que lógicamente
estoy a punto de aceptar nuevamente su oferta, automáticamente se reclina
de forma sensual para coger la carta que tengo en las manos.
Ese gesto me deja pasmada y creo que hasta con la boca abierta y cara
de boba. Cada vez entiendo todo menos. O yo estoy completamente salida u
hoy todo el mundo se ha propuesto hacerme humedecer. Vale, sí, creo que
la culpa es mía y es que, desde el otro día en la limusina con Charles, igual
necesito algo de cariño íntimo. He de ser honesta y la verdad que no me
importaría hacerle un apaño a este muchacho. Tiene una cara y un cuerpo
esculpido por los mismísimos dioses. Pero ya, ya paro. Porque mi objetivo
aquí es descubrir lo que oculta Charles, el que sí que consigue hacerme
humedecer con tan solo una mirada.
El ambiente del lugar es bastante hogareño a la par de sofisticado. De
acabado rústico. La luz es tenue, haciendo que el color rojo de las sillas le
dé ese toque de luminosidad. El camarero no tarda mucho en traerme la
comida y la verdad es que todo tiene una pinta exquisita. Tras dejarme las
cosas, el camarero desaparece sin dejar de sonreír y sin apartarme la vista.

La comida estaba buenísima, sobre todo la hamburguesa. Mira que soy


fan de las hamburguesas, pero nunca había comido una que estuviera tan
buena. Ha sido pegar el primer bocado y sentir cómo la jugosidad de la
carne se apoderaba de mí en el interior de mi boca. Estoy esperando al
postre, que una vez más ha sido recomendación del camarero. Una Creme
Brulle hecha a base de crema pastelera de vainilla y una costra de azúcar
caramelizada.
—Tome, aquí tiene, señorita. Espero que disfrute del postre. —Me
vuelve a sonreír y ya empieza a ponerme nerviosa—. Cuando termine,
diríjase hasta esa salita de allí. —Señala una puerta roja que hay justo al
lado de la barra—. Ahí le entregaré el sobre.
No sé por qué, pero tengo la extraña sensación de que todos están
compinchados con Charles. Todo me resulta tan extraño. Solo espero que la
próxima parada ya sea encontrarme con él porque me estoy empezando a
volver loca por las cavilaciones que mi cabeza no para de hacer.
Termino de comer y siento la pesadez ahogarme el estómago. Ya solo
falta que la siguiente pista me lleve a correr una maratón. Empiezo a reírme
yo sola mientras recojo mis cosas y me dirijo hasta la puerta roja que me ha
indicado el camarero. Toco la puerta dos veces y no tarda mucho en
abrirme.
—Tome, aquí tiene. —Sonríe y me guiña el ojo.

Próxima parada 51W 34th St 10001


Fdo. Charles.

Esta vez solo me ha puesto la indicación. ¿Será la última parada? He


mirado en internet y esa calle está como a unos veinticinco minutos de aquí.
No sé si pedirme un taxi. Aunque pensándolo bien, lo mejor es que vaya
andando, así me despejo y pienso un poco en todo lo que está por llegar y
busco la manera de tranquilizarme para gestionarlo.
—Muchas gracias —le agradezco al camarero.
—Ha sido todo un placer, señorita Blackwell.

Ya he llegado al lugar. Es una especie de peluquería. ¿Me está


vacilando? ¿Qué es lo que pretende? Cansada de tanta tontería me dispongo
a coger el móvil y le mando un WhatsApp.

«¿Qué es todo esto?


Dime que se trata de una broma…»
16:34

«Tranquila, pronto lo sabrás.


No seas impaciente».
16:35

«¿Por qué una peluquería, Charles?


No entiendo nada…» 16:35

Será cabrón, está en línea y no me contesta…


«¿Hola?
¿Piensas decirme algo o no?»
16:37

«¡Charleeeeeessssss!
Serás idiota…» 16:40

Viendo que pasa olímpicamente de mí, tendré que meterme dentro. A


ver qué es lo que toca ahora. Igual que tiene la facilidad de derretirme,
también hay veces que adquiere la habilidad de tocarme las narices. ¡Será
idiota! Espero que al menos su secreto merezca la pena. Porque si no, no
entiendo por qué dar tantas vueltas para contármelo.
Entro dentro y el interior es enorme. Es una mezcla entre salón de
peluquería y tienda de productos cosméticos. Varias cosas llaman mi
atención. Siempre he sido muy coqueta, pero la realidad es que siempre
acaban en el cajón del armario del baño y solo las uso una vez. Al fondo de
la tienda, donde empieza el salón, se encuentra una chica joven de cabello
rubio.
—Hola, no sé a dónde tengo que ir —le digo enseñándole el sobre de
Charles. Espero que sepa lo que le estoy diciendo o pareceré una loca
enseñándole unas señas sin sentido…
—Sí, adentro la esperan. Vaya a la sala cinco. Linda la atenderá. —
Sonríe satisfecha por cumplir a rajatabla su trabajo. Aunque a mi parecer,
parecen robots prediseñados para cumplir una función. Tendré cuidado por
si acaso al finalizar la tarea deciden explotar. Empiezo a reír en silencio por
la tontería que acabo de pensar mientras me dirijo hasta la sala que me ha
dicho. Pero ya que todo esto parece un chiste, tendré que buscar la forma de
reírme al menos.
Entro al interior de la sala y una mujer de cabello rojo me espera. La
sala es pequeña, pero tiene todo lo indispensable. Un sillón lavacabezas con
reposabrazos color blanco situado en un lateral. De frente, una estantería
llena de productos. Justo al lado del sillón, una mesita con todo listo para la
manicura y al otro extremo, otro sillón de cuero blanco con el lavabo a los
pies con peces correteando en el agua que se aprecia humeante.
—¡Hola, bienvenida! ¿Por dónde prefiere empezar? —señala cada
lugar y le señalo a la zona del sillón con el lavabo a los pies.
Me siento en el sillón y sube el bajo de mis pantalones para que no me
los moje.
—Es una sesión de ictioterapia. Tienes que sumergir los pies en el
tanque de agua. La sesión dura como unos quince minutos y trata de que
estos peces llamados Garra Rufa, limpien las impurezas y exfolien las
pieles muertas de sus pies —me explica—. ¿Ha realizado alguna vez alguna
sesión?
Niego con la cabeza y meto los pies en el interior del tanque.
—Disfrute de la experiencia entonces. Mientras tanto iré a preparar un
par de diseños para la manicura y pedicura y se los traigo para que les eche
un vistazo —suelta y sale de la sala dejándome completamente sola.
Mientras tanto cojo el móvil para ver si Charles se ha dignado a
hablarme. Tengo un mensaje de WhatsApp, pero cuando abro la aplicación
me doy cuenta de que no es de él. Es de Jayden.

«Hola, Michelle».
17:02

«¿Podríamos quedar algún día de


la próxima semana?» 17:02

«Tengo muchas ganas de verte.


Un saludo». 17:03

Creo que no debería contestarle. Si quedo con él después de nuestra


última cita igual se confunde y para nada quiero eso. Me ha hecho
muchísima ilusión volver a saber de él y sé que sería muy buen amigo, pero
no quiero hacerle daño y más sabiendo la magnitud de mis sentimientos por
Charles. Aunque, por otro lado, tampoco me ha hecho nada el muchacho
para no darle ni siquiera una explicación. Aprovecho que los peces estos se
están comiendo literalmente mis pies y, para olvidarme de las cosquillas
que me producen, decido contestarle.

«Hola, Jayden. Pues lo he estado pensando


y teniendo en cuenta lo que pasó
la última vez creo que no sería buena idea.
No quiero que por quedar contigo pienses
cosas que no son y sinceramente
no quiero hacerte daño». 17:15

«Estoy conociendo a alguien.


Espero que lo entiendas.
Lo siento, Jayden». 17:16

«No era esa mi intención. Aun así, lo respeto.


Si algún día necesitas algo o quieres que
quedemos ya sabes dónde estoy y cuál es
mi número. Un beso». 17:03

Me duele haber tenido que cortarle de esa forma. No me ha hecho nada


y ni siquiera ha ido con intenciones. Desde el primer momento ha sido
respetuoso conmigo y, aun así, he sido una borde. Sé que en cierto modo he
hecho bien alejándole de mí para que no sufra, pero es que ahora mismo
solo tengo ojos y pensamientos para una persona. Para la misma por la que
estoy haciendo esta estúpida gymkana. Si esto no es amor, que venga Dios
y lo vea.

Tras terminar con la ictioterapia, Linda me ha hecho la pedicura y


ahora está preparando todo en la mesa para comenzar con la manicura. He
elegido un diseño sencillo para ambas. En los pies he elegido la manicura
francesa y para las manos igual, solo que el blanco en degradado y le he
pedido que me haga un pequeño dibujo de unas florecitas en el dedo anular.
—¿Cómo conociste a Charles? —pregunta mirándome fijamente a los
ojos, mientras sujeta mi mano derecha entre las suyas y comienza a limarme
las uñas.
—Le conocí en el cumpleaños de mi mejor amiga —le confieso.
Aunque sinceramente no sé por qué le interesa saberlo.
—Por lo que veo te has convertido en alguien importante para él —
comenta entre dientes, cambiando la expresión de su cara. No parece
agradarle que de alguna manera sea importante para él. ¿Habrán tenido
algo? No, seguramente sean solo paranoias mías.
—Bueno, sí, supongo. Pero solo estamos conociéndonos.
—A una chica por la que no siente nada te aseguro yo que no la lleva a
conocer su mundo y monta todo esto para hacérselo lo más ameno posible.
—Sigue limándome las uñas, esta vez con muchísima más rapidez, hasta el
punto de hacerme daño en una cutícula y comenzar a sangrar.
Estoy harta de mundos. De secretos y de todo lo que tenga que ver con
esto.
—¿Cómo que su mundo? El mismo que el de todos, ¿no? —intento
indagar a ver si consigo estirarla de la lengua y que me lo cuente.
—Ayy, no, querida. —Empieza a reír con aires de suficiencia. Como si
saberlo la hiciera más importante—. Este mundo es completamente
diferente al que una niña podría llegar a imaginar.
Ufff ¿y encima me llama niña? Al final se va a llevar un bofetón, pero
¿qué se ha creído?
—Pues dímelo y nos ahorramos toda esta pantomima que ni a mí me
interesa ni a ti parece agradarte… —le replico arrugando el ceño y
separando la mano que estaba limando con brusquedad.
—Ya te queda poco para conocerlo. Espero que Charles haya elegido
bien y no se equivoque con la decisión. —Vuelve a coger mi mano y sigue
con lo que estaba haciendo.
Sinceramente, paso de entrar al trapo. Parece estar despechada por
alguna misteriosa razón y le jode que Charles en cierto modo me haya
elegido a mí. Solo quiero que termine cuanto antes y reencontrarme con él
para ver qué tan malo es su secreto. Luego ya, después de eso, decidiré yo
si quiero o no ser partícipe. No me da la gana que nadie venga a
condicionarme o a meterme miedo. Ya es la segunda persona junto a
Deborah que lo hace y estoy harta. No soy ninguna niña pequeña a la que su
mamá tenga que venir a rescatar. Ya soy bastante mayorcita y si me
equivoco que sea por mí. Ya aprenderé a levantarme.

Tras terminar con la manicura, me ha lavado la cabeza, cortado un


poco las puntas y me ha hecho un semirecogido con una trenza de espiga
rodeando la cabeza. Tenía intenciones de maquillarme como una puerta,
pero le he pedido algo sencillo. Desde nuestro encontronazo mientras me
hacía las uñas no hemos vuelto a dirigirnos la palabra lejos de cosas que
tenían que ver con la estética. Al terminar le he pedido rápido que me
entregue el sobre y he salido de ahí lo más rápido que he podido. No tenía
ganas de escuchar otra advertencia más.
Por el momento dos de ellos se han comportado genial conmigo. E
incluso la primera chica de la peluquería también. No sé qué le ha dado a
esta última conmigo, pero sinceramente no tengo ni siquiera ganas de
descubrirlo. Abro el sobre y leo.

Tu siguiente parada se encuentra en 3418 Broadway 10031.


Una vez allí deberás dirigirte a la planta 1.
Espero que estés disfrutando.
Fdo. Charles.

Son las siete de la tarde y esa dirección está bastante retirada de donde
me encuentro. Decido pedir un taxi. Todos pasan de mí y los que parecen
hacerme caso van con pasajeros. Me dicen que por la zona hay compañeros
en servicio sin pasajeros y que espere a que llegue alguno que me lleve. En
internet pone que en coche se tarda como una media hora. Teniendo en
cuenta que se trata de la otra punta de Manhattan y que para llegar allí
tenemos que coger NY-9A N bastante poco me parece para la hora que es.
Por fin he conseguido que un taxi vacío se pare.
—¡Hola, buenas tardes, señorita! ¿A dónde quiere que la lleve? —me
recibe alegre un hombre de avanzada edad.
—Tengo que ir a 3418, Broadway 10031.
—Muy bien. Allá vamos. Si quiere que le ponga música, solo tiene que
pedírmelo. En el hueco de la puerta de la derecha tiene una botellita de agua
por si tiene sed —me informa muy amable el hombre. Algo que de verdad
agradezco, ya que he salido un poco enfadada de la peluquería.
Espero que lo de Charles merezca la pena, porque si no todo esto no
habrá servido de nada. Aunque pensándolo bien... ¿Cuántas ocasiones
tendré yo para disfrutar de un día como el de hoy? Sinceramente, ninguna.
Me recuesto en el asiento trasero del taxi y empiezo a mirar el cielo.
Aún hay un poco de claridad en él, pero entre que está a punto de anochecer
y que está lloviendo, las nubes ocultan el verdadero azul. Si soy sincera me
encantan los días así, pero no para estar pateándome medio Manhattan, sino
para estar en mi casita. Con el pijama de pelo y comiendo palomitas
mientras veo una película en Netflix. Me da exactamente igual si
acompañada o sola. Nunca he estado acompañada como tal, así que
tampoco sé cómo es la sensación.
Nunca he tenido una pareja seria. Con la única persona con la que
estaba dispuesta a serlo, terminó siendo un completo fraude y me jodió
tanto que me dije que jamás volvería a confiar en nadie de esa forma. A
partir de ahí solo los usaba para pasar el rato y ni siquiera volvía a llamarles
ni, aunque me gustaran mucho en la cama. Hasta que llegó Charles y
cambió el orden de mis principios y mi forma de pensar. Me trastocó de tal
forma que no sabría ni explicarlo. Suena mi teléfono. Es un WhatsApp de
Deborah.

«Llevo todo el día dándole vueltas a la cabeza


y buscando las mejores palabras para
disculparme». 19:20

«Sé que nada de lo que te diga va a ser suficiente


para que me perdones. Me he pasado tres mil pueblos.
¿Te parece bien que nos veamos la semana que viene y lo hablemos
todo tranquilas tomándonos algo?» 19:22

¿Qué hago? ¿Debería contestarle? Creo que sí. A fin de cuentas, me


está pidiendo disculpas y es mi mejor amiga. Ya es raro que lo haga con lo
orgullosa y testaruda que es.

«Vale, Deborah.
Te digo más tarde que día libro la
próxima semana y hablamos
mejor todo en persona». 19:25
Capítulo 11
Llego a la que intuyo por la hora qué es y que ya está anocheciendo, a
la que será mi última parada. Sin duda es la que más me sorprende, ya que
al ver el rótulo que hay encima del local me indica que debe de tratarse de
una tienda de juguetes eróticos. No tiene nada que ver con mis anteriores
paradas, pero intuyo que es la única que se acerca más al gran secreto que
Charles guarda como oro en paño. Al entrar me encuentro de bruces con
una chica mulata de cabello afro vestida con ropa, como diría yo… muy
poca ropa. Lleva puesto un picardías color negro que acentúa sus caderas
anchas. «Lo que daría yo porque me quedara tan sexy como le queda a
ella», pienso.
—¿Michelle?
—Sí.
—Muy bien, sígueme.
La chica se mueve alegre por el lugar y, en cambio, a mí hay algunas
cosas hasta que me cuesta mirarlas. Los penes de plástico o las vaginas de
silicona en tubos es lo de menos. Al final del pasillo veo unos muñecos y
muñecas que bien parecen tener vida propia. Son extremadamente
perfectos. Nada que ver con lo que se ve en las películas. La típica muñeca
de inflar. Son tan reales que siento hasta que me miran. Gracias a Dios
giramos antes de llegar. Directamente al pasillo de la lencería.
—Elige lo que más te guste, monada. Corre a cuenta de Charles, así
que no te preocupes por elegir lo más caro. —Me guiña un ojo.
—Pero… yo no entiendo de esto. —Parezco tonta. ¡Joder, Michelle!
Elige lo que más te guste y punto.
—A ver, monada, ¿qué color te gusta más de todo lo que ves?
—Ese. —Señalo la zona de lencería de color rojo vino.
—Buena elección. —Aplaude satisfecha—. Ahora dime qué es lo que
más te gusta de sujetador. Braga, tanga o culote y liguero.
—Eso es lo que no entiendo. —Me avergüenzo de inmediato—. Nunca
he comprado nada de este estilo y tampoco me he puesto nunca nada así.
No sabría decirte cuál de todos sería el que mejor me podría quedar.
—Eres finita. Yo te pondría un sujetador con push up para realzar el
pecho y darle volumen. Un tanga de tira ancha de encaje y además al
liguero le añadiría unas medias hasta la rodilla con puntillita en el borde —
dice mientras va recogiendo a la vez cada prenda que nombra.
—Vale, no tengo ni idea de lo que has dicho, pero me fío de tu criterio.
—Me echo a reír y ella se une a mí, señalándome los vestuarios para
cambiarme—. Te espero por aquí, si tienes alguna duda o necesitas ayuda
con alguna de las prendas ya sabes.

Salgo del vestuario con todo puesto. La verdad es que me veo genial.
Miro hacia todos los lados en busca de la chica joven e intentando
esconderme de los demás clientes.
—¡Guau! ¡Estás espectacular, chica! —Aparece a mi espalda
sobresaltándome.
—Sí, pero hay un problema, si me pongo esto, no me entran los
vaqueros. —Carcajeo.
—Ay, no, monada. Es que esto lo vas a llevar sin nada.
—¿¡Cómo que sin nada!? ¡No puedo llevar esto sin nada encima! ¿Te
recuerdo que hace frío afuera?
—Eso está ya más que planeado, cariño. Te vas a poner esto. —
Recoge de un perchero un abrigo tres cuartos color negro de paño—. Y
estos tacones a juego con la lencería.
¡Joder! ¿Pero cuál es su secreto? ¿Tengo que ir en lencería para ello?
Nada tiene sentido. Me va a explotar la cabeza.
Me pongo el abrigo y los tacones. Espero que no esté muy lejos donde
tengo que ir porque con esto sí que no voy a ser capaz de andar ni cien
metros. Meto mi ropa en una bolsa que me ha dado la chica y me dispongo
a ir al mostrador.
—Ha sido un placer atenderla, señorita. Mientras mi compañera busca
el sobre que no tenemos ni idea de donde lo hemos dejado, puedes ir
echando un vistazo a la tienda. Hay muchas cositas que te encantarán.
Le hago caso y me acerco a ver los muñecos que antes me han llamado
la atención. Si todo me sale mal con Charles no te digo yo que no me
compraría uno de estos. Al menos no te dan problemas. No son celosos y
los tengo para cuando me apetezca. Al lado de los muñecos veo una puerta
roja que llama mi atención. Tiene un letrero grande encima que pone:
«¡Cuidado, zona Depot extrema!». La curiosidad me incita a abrir la puerta
y adentrarme para saber qué tan malo se esconde tras ella. La luminosidad
desciende casi al cien por cien y no consigo ver muy bien hacia donde me
llevan mis pies. Cuando mis ojos se acostumbran a la oscuridad consigo ver
que estoy en un pasillo con un montón de puertas hacia el lado contrario al
que he entrado. De una de ellas consigo ver a una chica que sale de una de
las puertas sofocada. La intriga todavía se acrecienta más y decido entrar
por la misma puerta por la que ha salido ella. La puerta da a parar a una sala
diminuta que bien podría parecer un confesionario sin nada. Una cortina
roja en frente. Como ya sabréis soy curiosa y decido correr la cortina.
Al hacerlo mis ojos se salen literalmente de mis órbitas naturales. Un
cristal que da lugar a otra sala de mayor amplitud en la que un chico de
rodillas, mete la cabeza entre las piernas de una chica que está tumbada en
un sofá curvo. «¿Le está comiendo el coño?», pienso y automáticamente
quiero irme de aquí, pero la voz de Charles resuena en mi cabeza como un
espejismo sin motivo y aunque mi cabeza quiera salir huyendo, mi cuerpo
no puede moverse del lugar frente a la ventanita. Y muchísimo menos, mis
ojos apartar la vista de la imagen que tengo frente a mí. No entiendo nada.
Mi cuerpo empieza a aumentar en temperatura y un cosquilleo se concentra
en mi entrepierna. Ni siquiera me he rozado y ya siento las ganas de
explotar. Verlos haciendo esas cosas me excita hasta un punto que jamás
imaginé que podría llegar a alcanzar.
Sin ser dueña de mi cuerpo y sin creerme lo que voy a hacer, mi mano
se cuela por debajo de mi ropa interior y comienzo a masajearme. El placer
es intenso y deliberado. Como mil descargas eléctricas concentrándose ahí
queriendo estallar nada más empezar. Mis ojos no se separan de ellos
mientras yo agito incesante mi sexo. Humedezco mis labios con la lengua y
muerdo mi labio inferior. Un placer intenso me recorre desde la columna
vertebral hasta la parte alta de mi abdomen.
—Acelera —me exige Charles de nuevo en mi cabeza.
Al escucharle introduzco mis dedos en el interior de mi vagina
mientras que, someto a mi clítoris a la rapidez y la fuerza invasiva con la
palma de mi mano. La sangre de todo mi cuerpo se concentra entre mis
piernas. Agolpándose y deseando fluir de forma rabiosa. Mi cuerpo se tensa
cuando la imagen cambia y esta vez la chica se reclina hacia delante con el
pecho apoyado en el sillón y la cadera alzada y él por detrás comienza a
penetrarla. Mi cuerpo se tensa con cada estocada haciendo aumentar mi
éxtasis perturbado. No puedo aguantarlo por mucho más tiempo. Mi
insistencia aumenta y aminora a su vez alcanzando un millón de espasmos,
dejándome ir junto a ellos, entre sonoros gemidos de placer. Derramando
fluidos entre contracciones bajo mi ropa interior.
¿Qué he hecho? ¿Estoy loca? ¿Acabo de tocarme viendo a dos
completos desconocidos mantener relaciones sexuales?
Capítulo 12
Salgo disparada de la puerta roja y tras ella me espera la chica mulata.
—Toma, aquí tienes. Has tardado bastante. ¿Te ha gustado la zona
secreta? —Me mira de reojo con cara pícara. Sabe perfectamente lo que
acabo de hacer ahí dentro.
—Eh… Mmm. No me ha dado tiempo a ver mucho, estaba todo muy
oscuro —tartamudeo mientras le cojo el sobre de las manos y salgo
corriendo literalmente de la tienda.
Una vez fuera decido abrir el sobre. Ya es completamente de noche y
apenas puedo ver lo que está escrito. Me acerco a una farola y comienzo a
leer.
Tu recorrido está a punto de finalizar. Jules te espera a dos calles,
desde la tienda podrás ver la limusina. No preguntes, no busques más
respuestas. En mí las tienes todas. Ven a verme ya, te espero ansioso.
Fdo. Charles.

A lo lejos veo la limusina y corro como puedo hasta allí. Cuando llego,
Jules ya me espera fuera y con la puerta de atrás abierta.
—¡Hola, Jules! —saludo, eufórica—. ¿Cómo estás?
—No tan bien como usted, señorita. Se ve resplandeciente.
—Ay, Jules, cuántas veces tendré que decírtelo. Tutéame.
—Ya sabe que no puedo, señorita. Sigo órdenes del jefe. —Sonríe y
me cede la mano para ayudarme a entrar en la limusina.
Busco por la limusina algún rastro de alguna nueva pista. Pero no hay
nada. Jules sube la ventanilla tapando así cualquier contacto que quiera
tener con él. Me levanto un poco el abrigo y me veo. Este tipo de lencería le
sienta estupendamente a mi cuerpo. Lo vuelvo a bajar rápidamente cuando
escucho la música sonar a todo trapo en la parte de atrás. Me pongo a cantar
como una loca cuando identifico que se trata de una de mis canciones
preferidas.

Now we high as the way we cruising on


High like I, like Mercury
Why do I mention the solar system?
'Cause, you in my soul and system
And we gon' take her home with this one
I got something that you gon' like
You got something that I can't fight
We got something that we both gon' ride
And I know this much is true
Baby, you have become my addiction
I'm so strung out on you
I can barely move but I like it
And it's all because of you. All because of you.

Me levanto y doy vueltas por la parte de atrás de la limusina.

¡And it's all because of you! ¡all because of you!


Me siento súper identificada con esta canción. Hay una parte de ella
que dice: «Me digo a mí mismo que pararé todos los días, sabiendo que no
lo haré». Es lo mismo que me pasa a mí con Charles. Hago el intento de
alejarme después de todos los chascos que me he llevado con él y, aun así,
soy incapaz de separarme. Tiene algún tipo de imán que es el adecuado a
hacer que yo siga el trayecto para terminar de imantar. Y aunque pudiese
hacerlo, no sé si podría renunciar a lo que me hace sentir. Es algo tan
intenso, diferente y mágico que a día de hoy no creo que pudiera vivir sin
ello. Se ha convertido en mi adicción, como dice la canción.
Ya hemos llegado. Jules me indica la entrada. Está solitario. Atravieso
la puerta de un local que es a donde me lleva la última pista. Parece una
mezcla entre discoteca y club de alterne, solo que sin las luces de neón
cegadoras. Al entrar por la primera puerta, me doy de bruces con dos
tiarrones que custodian la siguiente puerta de acceso. Me miran fijamente y
tras recibir algún tipo de indicación por el pinganillo, me indican con el
dedo la posición en la que tengo que situarme.
—¿Qué es este sitio? —pregunto un poco asustada.
—Para acceder tenemos que vendarle los ojos —dice el más
grandullón avanzando hacia mí y situándose a mi espalda. Miro de reojo y
veo que saca una tira larga de satén negro de una caja que sostiene el otro.
—¿Por qué? Se supone que todo este rollo era para descubrir su
secreto… —Me giro indignada y dando pasos hacia atrás para que no me
pongan nada—. Si me vendáis los ojos, ¿qué sentido tendría todo?
—Señorita, yo simplemente estoy aquí siguiendo órdenes y usted para
acatarlas —contesta tajante.
Por un momento dudo de si es buena idea descubrir su secreto. Intuyo
que todo esto pertenece a un plan maquiavélico que me pondrá en peligro o
acabaré la noche muerta y descuartizada en algún lugar.
—Al menos decirme si todo esto me supondrá algún peligro. —Los
miro temblando y veo que se miran, pero no responden—. ¿Lo hará? —
insisto.
—No, señorita, Charles jamás dejaría que nada malo le pasara —
asegura el hombre que sujeta aún la caja negra.
Sus palabras parecen sinceras, así que finalmente me resigno y acepto.
Me doy la vuelta y dejo que me pongan la venda en los ojos. Me da un poco
de respeto, ya que desde pequeña me gusta ver el suelo que piso y entonces
ir con los ojos cerrados o a oscuras, me produce cierto pavor. No tengo ni
puñetera idea de por qué estoy participando en hacer esto. No sé si es que
me va el morbo de lo peligroso, soy una cotilla sin solución o directamente
mis sentimientos por Charles son superiores a lo que me imaginaba.
Me dirigen agarrándome con delicadeza por los hombros. Abren una
puerta y me sorprendo del silencio que antes había. Un fogonazo de sonido
me petardea en los oídos y me azota en la cara. Música de moda sonando a
todo volumen sale del interior, haciendo que no escuche ni siquiera mi
respiración que ya es raro porque sé que está agitada.
Camino a ciegas, chocando con varias personas como si fuese una
peonza, manejada por dos tiarrones que me mueven a su gusto. Hasta que
de pronto, frenan. Deduzco que delante de otra puerta porque el sonido
también deja de fluir hacia esa dirección, quedándose a mi espalda.
—Muy bien, ya hemos llegado. Charles saldrá ahora mismo a recibirla.
—Apenas le oigo y eso que está prácticamente gritando—. Pero recuerde,
bajo ningún concepto debe quitarse la venda a no ser que él se lo diga.
Asiento con la cabeza y me quedo parada en el sitio esperándole. Estoy
muy nerviosa. Hace un rato no escuchaba los latidos de mi corazón por la
estridente música a pesar de tenerlos galopando bajo mi pecho y, en cambio,
ahora los siento acumulados en la garganta. Apretándome desde dentro,
impidiéndome hasta respirar con normalidad.
Empiezo a impacientarme y me revuelvo inquieta, martilleando el
suelo con la pierna. ¿Por qué narices no sale ya a por mí? Esto se me está
haciendo muy grande. Mucho más de lo que me esperaba. Cuando creo no
poder aguantar más y por mi mente se cruza la acción de comenzar a
quitarme esta estúpida venda, oigo cómo la puerta se abre de golpe.
Azotándome desde el interior una brisa fría y alguien me agarra por las
manos. Sé que es él porque la suavidad con la que lo hace y la robustez de
sus manos no pueden ser de otra persona.
—Hola, pequeña, ¿estás preparada? —susurra sensual en mi oído.
Hago un gesto con la cabeza que se supone que es de afirmación, pero
ni siquiera sé exactamente qué es lo que he hecho. Contestar no puedo,
estoy tan nerviosa que creo que no sería capaz de pronunciar ni una sola
palabra, al menos no una entendible.
—Tranquilízate, Michelle, solo quiero mostrarte el mundo al que
pertenezco. Una vez lo conozcas, estarás en tu derecho de irte o quedarte.
Sus palabras me desconciertan. Me dice que me tranquilice y
simplemente por el hecho de decirme que cuando lo sepa puedo irme o
quedarme, ha conseguido ponerme aún más inquieta. ¿Tan horrible puede
llegar a ser para que exista una opción en la que quiera irme?
Me guía por el lugar sin separarse de mí. Aquí también hay música,
solo que esta es más tenue y tranquila. Es una ligera melodía para amenizar
la estancia de forma discreta. Es mucho más íntimo que la locura que había
ahí fuera. Noto su respiración abanicarme en el cuello y eso me hace
temblar. Erizando también mi piel. Con los ojos tapados todo lo que siento
es mucho más intenso. Como si de esta forma los demás sentidos estuvieran
más desarrollados por la carencia de uno.
—Ya hemos llegado. Pero aún no me has contestado. ¿Estás
preparada? —susurra nuevamente en mi oreja.
—Creo que sí… —titubeo, sabiendo perfectamente que la respuesta es
no—. ¿Me vas a quitar ya la venda?
—Todo a su debido tiempo, Michelle… Cuando crea que estás lo
suficientemente tranquila y no huirás, seré yo mismo el que te la quite. —
Su voz suena quebrada al pronunciar las últimas palabras.
—Charles… Me estás asustando. ¿Tan malo es? —pregunto
temblando.
—Relájate —me ordena y ahora su voz suena autoritaria.
Le hago caso y me quedo quieta esperando a que me diga o haga algo.
Mi impaciencia y lo nerviosa que soy, no tarda mucho en hacer acto de
presencia y vuelvo a revolverme inquieta. Sigo así durante unos minutos,
largos. Hasta que caigo en la cuenta de que, si ya he llegado hasta aquí, no
pierdo nada por seguir haciéndolo y aunque los nervios no me lo pongan
fácil y parezca hasta que me matan por dentro, la curiosidad lo hace mucho
más.
Respiro hondo, inhalando todo el aire que puedo hasta sentir que mis
pulmones se llenan. Zarandeo los brazos para liberar la tensión acumulada y
bajo la venda presiono fuerte los párpados varias veces hasta librarme de la
presión que los mantenía apretados de forma constante.
De pronto siento cómo las manos de Charles se funden con las mías y
me agarra fuerte antes de soltarme para acariciarme. Sus manos suben hasta
mis hombros y vuelven a bajar hasta los botones que están a la altura de mi
pecho y comienza a desabrocharlos. Poco a poco y situándose a mi espalda,
me desprende del abrigo, haciéndolo resbalar por mi cuerpo hasta
finalmente caer al suelo. Dejándome tan solo con la ropa interior. Comienzo
otra vez a ponerme nerviosa, pero esta vez dura poco tiempo, ya que intuyo
que si me desnuda es porque estamos completamente solos en el lugar. Por
el sonido tampoco sabría identificar si hay más gente porque solo escucho
la música a pesar de ser bastante más tranquila que la de fuera.
De pie y con los ojos tapados, me siento como un juguete a su merced
y él se aprovecha de ello. Recorre despacio y con curiosidad cada parte de
mi cuerpo que queda libre de tela con la yema de sus dedos. Mi piel se eriza
por su contacto y un millón de mariposas revolotean inquietas en el interior
de mi estómago. Me empuja hasta hacerme caer en algún tipo de sillón
mullido y comienza a atarme a él con algún tipo de cuerda gruesa en las
manos y unas tobilleras de cuero a los pies. ¿Qué piensa hacer?
—¿No irás a matarme? —vacilo entre dientes.
—No al menos de una manera cruel. —Carcajea pícaro—. No haré
nada que no estés dispuesta a hacer.
No sé si por la sensualidad de sus palabras o por lo que en mi
imaginación se está gestando, pero mi respiración comienza a agitarse y mi
vagina se contrae por debajo del tanga de encaje. Sigo sin explicarme cómo
es posible que este hombre consiga hacerme navegar en la montaña rusa de
emociones tan rápido. Hace que me olvide por un momento de lo coherente
para adentrarme en algo que ni siquiera sé de qué se trata.
Comienza a besarme despacio, haciendo que nuestros labios se peguen
como ventosas. Muerde mi labio inferior y despacio tira de él. Quiero más,
así que me retuerzo y busco la manera de acceder a ciegas para morderle yo
a él también, pero no le encuentro. Siento que está aquí, por su aliento
cálido, pero no llego a alcanzarle.
—Michelle… ¿Sabes lo que es un recorrido bajo cero? —me pregunta
con astucia.
Hago una mueca y asiento incrédula, sin la menor idea de lo que es.
Oigo sus pasos alejarse y rebuscar algo. Por el sonido del interior
repiqueteando deduzco que es algo metálico. No tarda mucho en volver y se
sube a horcajadas encima y con sus manos frías como el hielo acaricia mi
pecho, endureciendo mis pezones. Al sentir la frialdad entiendo de lo que se
trata el recorrido bajo cero y estoy prácticamente segura de que lo que ha
cogido son hielos. Desciende por mi esternón, por mi abdomen hasta llegar
al borde de la parte inferior de mi ropa interior. Provocándome un ligero
espasmo al rozarme y haciendo que me arquee de placer. Se separa de mí
para recoger algo del objeto metálico y puedo escuchar el sonido de su boca
abriéndose, introduciéndose un hielo en el interior que lo hace salivar. Por
un momento pienso que pronto me lo pondrá y reacciono poniéndome en
estado de alerta, por el contrario, posa sus labios en mi cuerpo y empieza a
recorrerlo con lujuria. Trazando un recorrido con su fría lengua. Besos
pícaros y suaves que van aumentando en velocidad. La misma que va
adquiriendo mi cuerpo en respuesta a ello.
El roce de sus labios me hace convulsionar. Mi piel se eriza tanto que
hasta parece querer cortarme desde dentro. Es difícil de creer como este
hombre consigue sacar mi lado más humano y animal a la vez. Hace un rato
temía por lo que podría encontrarme y ahora estoy aquí, casi desnuda, ciega
y atada a su merced y la verdad que no me importa en absoluto. De pronto
se separa otra vez de mí y dejo de notarle. Sé que no se ha ido porque no he
escuchado sus pasos. El ansia me puede y me revuelvo en el sillón
apretando más la cuerda a mis muñecas. Es doloroso y me sorprende que,
placentero también.
Escucho cómo se ríe.
—¿Te hace gracia hacerme sufrir? —le pregunto vacilante.
—Al revés, me hace gracia ver cómo disfrutas. —Me besa y se vuelve
a separar.
—¿Así que te hace gracia? Estoy segura de que eso no me lo dirías sin
estar atada y ciega. Juegas con ventaja —ironizo.
Se queda callado y vuelve a besarme, solo que esta vez no se separa e
introduce su lengua en busca de la mía. Mientras posa su mano en mi cuello
y apretando fuerte la palma contra mi piel vuelve a bajar por mi pecho y mi
abdomen hasta colarse por debajo de mi ropa interior. Sin preámbulos se
apodera de mi entrepierna haciéndome jadear por debajo de sus labios.
Vuelve a reírse, lo siento.
—Me encanta cuando disfrutas y me lo muestras —susurra sobre mis
labios.
Vuelvo a jadear cuando encaja dos de sus dedos en el interior de mi
vagina y comienza a penetrarme con ellos. Mis jadeos se convierten en
gemidos de puro placer contenido y creo no poder resistir más. Aguanto la
respiración para intentar alargarlo lo máximo posible. Quiero disfrutar de
esta sensación un poco más, pero de pronto vuelve a separarse, sacando
bruscamente los dedos de mi interior y escucho a una tercera persona.
—¿Cómo se te ocurre traerla aquí? —Su voz me resulta familiar, pero
entre la música, mi respiración y lo bajo que habla no consigo ni siquiera
descifrar si se trata de una mujer.
Charles no le contesta y eso me vuelve a poner nerviosa. Mi vagina
deja de palpitar de golpe. No sé cuánto tiempo transcurre, pero estar de esta
guisa, delante de vete tú a saber quién, tampoco lo pone fácil.
—¡Charles! ¿Qué coño está pasando? —grito, desesperada—.
¡Quítame la puta venda de una vez!
—Venga, quítasela… —descifro que es una mujer—. Lo único que te
pedí es que a ella no y no me hiciste caso. —¿Deborah?
—¿Deborah? —pregunto sin apenas voz.
Capítulo 13
Charles me desabrocha la venda y no doy crédito a lo que ven mis
ojos. Deborah es lo de menos en este puto lugar. Me avergüenzo de
inmediato y tras soltarme del amarre al sillón corro a recoger mi abrigo y
cubrirme nuevamente con él. Creí que estábamos solos y no solo no lo
estábamos, sino que me encuentro en un antro de perversión, en el que todo
el mundo está ¿follando? Mi amiga completamente desnuda y con unas
pinzas en los pezones me mira en busca de una explicación. ¿Una
explicación? La explicación me la tendría que dar ella. Y él. ¿Qué cojones
es este sitio? ¿Este era su secreto? Que es un puto salido o un voyeur. Me
estoy empezando a marear. Los nervios se me agarran al estómago y por el
único sitio que ahora mismo quieren salir es por mi boca junto con la
hamburguesa que he almorzado antes.
—Te lo puedo explicar… —sisea Charles nervioso.
—Venga, hazlo —se burla Deborah.
—¿Sabéis qué? No quiero saberlo. No me interesa que puta mierda sea
esto. Ni a qué cojones os dedicáis a hacer aquí —tartamudeo de los nervios
—. No, no me interesa. No quiero que volváis a acercaros a mí.
Pero ¿cómo es posible que no supiera esta faceta de mi amiga? ¿De
Charles? La verdad no me sorprende y además tampoco es que le conozca
de hace tantísimo. Pero ¿Deborah? Jamás en mi vida me lo hubiera
imaginado.
—Quiero explicártelo, por favor, Michelle, no te vayas —me ruega
casi al borde del llanto y agarrándose las manos sin saber cómo reaccionar.
Pero el colmo es cuando veo al chico que se cuela por debajo de las
piernas desnudas de mi amiga y no solo veo que es el camarero, sino que
comienza a lamerle la entrepierna. Ella, al notar sus labios ahí y por la
situación en la que nos encontramos, le separa dándole una patada, tirándole
hacia atrás. Pero yo no puedo aguantarlo más. Me abrocho deprisa el abrigo
y comienzo a andar, omitiendo por completo que Charles me persigue.
—¡Michelle, espera! —grita, desesperado entre la multitud de lo que
parece una discoteca normal y corriente.
Sigo andando, acelerando cada vez más el paso para huir
completamente de este lugar al que nunca tendría que haber venido.
Esquivo a varias personas que se abalanzan sobre mí por su más que
elevado estado de embriaguez. ¿Cómo ha podido hacerme esto? Podría
habérmelo contado y ya decidía yo si quería ser expuesta delante de tanta
gente. ¡Será imbécil! Me siento ridícula y tengo muchísimas ganas de llorar,
pero no pienso darle el gusto de conocerlas.
Salgo al exterior y jamás me había gustado tanto poder respirar.
Liberarme de la música que ya estaba comenzando a marearme. Charles me
alcanza y me agarra por el brazo.
—Por favor, Michelle, deja que te explique…
—¿Qué quieres explicarme? ¿Cómo me has usado como un juguetito
al que exponer ante tu… secta o lo que cojones seáis? —Estoy muy
cabreada, pero las lágrimas luchan por querer salir y no sé por cuánto
tiempo más podré contenerlas.
—Este es mi secreto. No somos una secta, solo buscamos nuestro
propio disfrute y…
—¿Y te follas a todos? ¿Incluida a mi amiga? ¿En qué puto puesto me
deja a mí eso? —le corto.
—Ahora mismo solo estás tú, Michelle. Yo solo pienso en hacerte
disfrutar a ti y ver cómo disfrutas tú.
—Pues entonces, ¿por qué no puede ser como cualquier persona
normal? En un hotel, en una cama… No sé, en cualquier sitio que sea
íntimo. —Varias lágrimas resbalan finalmente por mis mejillas. Las seca
con el dorso de la manga de su americana.
—Porque este es mi mundo desde hace muchísimos años. Estoy
dispuesto a dejarlo todo por ti si me lo pides. Pero ¿por qué no eres capaz
de ni siquiera intentarlo? —me ruega, apretándome aún más fuerte, como si
eso fuese a conseguir que no huya—. Estoy seguro de que, si pones un
poquito de tu parte y lo conoces, no te ibas a arrepentir.
¿Está loco? ¿De verdad me está diciendo que intente volver a meterme
ahí? Claro y ya de paso me follo a mi mejor amiga de toda la vida también.
Sin duda, este tío no está bien de la cabeza. Me zafo de su agarre y me voy.
—Michelle…
—No quiero volver a saber nada de vosotros. Por favor os lo ruego,
dejarme en paz. —Echo a correr sin mirar hacia ningún lado y sin
percatarme de que un coche se aproxima rápidamente hacia mí. No me da
tiempo a reaccionar y tan solo consigo ver al chico que, sorprendido, intenta
frenar, pero que es demasiado tarde. Cierro los ojos fuerte.
—¡Michelleeeeeee! —escucho a Charles.
Capítulo 14
Charles
Han pasado veintitrés días desde el accidente. Sé que no gano nada
martirizándome, pero también sé que si no le hubiera contado mi estúpido
secreto nada de esto estaría pasando. Nunca he creído en el amor, ni en la
complicidad con otra persona lejos del sexo. Me adentré en este mundo
desde muy joven por culpa de Linda, mi primera novia y mi vecina
también. Comenzamos a experimentar y a tener relaciones sexuales cuando
apenas teníamos quince años. A nuestros dieciocho me llevó a conocer el
primer club. Al principio me costó, no paraba de mostrarme reticente al
hecho de ejecutar tales actos. Al final y con la ayuda de ella empecé a ver la
realidad de esos actos y descubrí que el sexo era solo sexo. Disfrute. Calma
y, sobre todo, desahogo.
Más tarde llegó a mi vida una inexperta Deborah en busca de la
libertad y el entretenimiento y después todos los demás que fueron
llegando. Más tarde, moviéndonos entre locales, acabé creando el mío
propio y me llevé conmigo a mi gente de confianza. Actualmente, tenemos
nuestras propias reglas y es que no podemos meter a desconocidos, salvo
casos muy concretos. Todos nos conocemos, como diría yo… A fondo. Nos
hacemos pruebas de forma recurrente y es por eso y para mayor seguridad
que no está permitido tener relaciones con terceras personas, al menos no
hasta que no lo aprueben los demás.
Ese es uno de los puntos que yo incumplí la vez que me acosté con
Michelle en la limusina. Sabía que estaba fallando a la promesa que yo
mismo me había comprometido a cumplir y lo peor de todo es que también
les estaba fallando a ellos. Así que como vi que mis sentimientos por ella
aumentaban y mis ganas de poseerla cada día también, decidí que tendrían
que conocerla y ella a ellos también. Pero todo se torció y es que igual mi
forma de preparar el terreno no fue la adecuada. Pensé que, mostrándole un
poco del camino, le abriría la puerta al disfrute, pero no fue así.
Ahora estoy aquí. Sentado en un sillón junto a la persona que sé
perfectamente que amo con todas mis fuerzas y la que lleva veintitrés días
con el corazón latiendo, pero sin abrir los ojos para demostrarme que su
latido es real. Los doctores dicen que fue un milagro que sobreviviera y
que, aun así, no tiene ningún tipo de daño fisiológico. Aunque también
decían que era cuestión de tiempo que despertara, ya que su velocidad de
curación es superior al resto y aún no lo ha hecho. Ya no sé a qué
agarrarme.
Quiero que despierte ya. Que abra los ojos, se levante y me pegue. Que
me grite o lo que sea con tal de saber que su respiración no es solo un
espejismo por no dormir en días.
Deborah también se pasa mucho por aquí. Cada día le trae una flor
azul, que ya casi no cabe en la habitación. Las primeras ya empiezan a
deteriorarse.
Jayden ha venido algunos días cuando se enteró por mediación de
Carton. Se le nota molesto con mi presencia. No podíamos contarle qué era
lo que realmente había pasado, pero sí que yo estaba con ella cuando pasó y,
en cierto modo, me culpa y lo entiendo. Cuando él llega, me bajo a la
cafetería del hospital. Cuando subo ya está preparando todo para marcharse.
Parece hasta que calcula el tiempo que tardo para no tener que cruzar más
de los monosílabos con los que nos hablamos.
En cuanto a la familia… Por desgracia nadie ha dado señales de vida.
Eso o que no quieren venir. Algo que sinceramente no comprendo. Ya le he
pedido a Deborah que lo intente, ya que supongo que querrán saber el
estado de su hija.
La miro y no puedo evitar echarme a llorar. Me siento idiota sin poder
hacer nada para que despierte. Está enganchada a través de un millón de
cables a la máquina que la mantienen con vida.
Llaman a la puerta. Me levanto a abrir y me encuentro con los ojos
directos de Deborah, sujetando otra flor azul para añadir a la colección.
—¿Cómo está? ¿Algún avance? —pregunta entrando a la habitación y
acercándose despacio a la cama para besarla en la frente.
Niego con la cabeza y vuelvo a sentarme en el sillón de enfrente.
Deborah hace lo mismo en el que se encuentra situado a su derecha, por
debajo del ventanal.
—Ya han pasado muchos días y no reacciona. Está exactamente igual
que el primer día. —Comienza a llorar.
—Lo sé… pero hay que tener esperanzas. —Intento tranquilizarla. —
¿Has podido contactar con su familia?
—No, Charles. —Se agarra las manos tras secarse las lágrimas y
agacha la mirada hacia el suelo—. Ni siquiera lo he intentado… y no lo
pienso hacer.
—Pero ¿por qué? —No entiendo nada.
—Por la sencilla razón de que ya mi amiga está lo suficientemente
enfadada conmigo por tu estúpida idea de traerla al local. Y no quiero darle
un motivo más para que me parta la cara cuando despierte. —Agarra la
mano de Michelle y se recuesta sobre ella—. Porque lo hará. Ella va a
despertar. Falta una semana para Navidad y no creo que esté dispuesta a
perdérsela. Le encantan estas fechas.
Me produce cierta intriga saber qué es lo que le ocurre con su familia,
pero creo que no es el momento y mucho menos el sitio. En su lugar, me
levanto y voy a abrazar a Deborah.
—Por supuesto que lo hará —le aseguro con voz quebrada.
Me he quedado traspuesto. Deborah sigue en la misma posición,
leyendo una revista. Me desperezo y me levanto para quitarme el
entumecimiento del cuerpo.
—Deberías ir a casa a ducharte y descansar un poco. Aprovecha, yo
me quedo con ella.
—No, no, ni hablar —niego rápidamente con la cabeza—. Solo
necesito un café. Voy a bajar a la cafetería a por uno. ¿Quieres algo?
—Charles… Ella no se va a mover de aquí y tú hueles a mofeta. —Me
agarra de la camiseta, haciendo que la huele y pone cara de asco—. No
querrás que cuando despierte, te vea de esta guisa, ¿no? Se vuelve a dormir
fijo —bromea y se echa a reír, caldeando un poco el ambiente.
Tiene razón, llevo aquí desde el accidente y aunque me duche de vez
en cuando en el baño de aquí, lo hago por la noche. La doctora ya me dejó
claro que es exclusivo para los pacientes. Además, que por una noche que
me vaya no creo que haya ningún problema. Mi cuerpo agradecerá dormir,
aunque sea un día en una cama decente y no en un sillón de mala muerte.
—Tienes razón. Si pasa algo o se despierta me avisas, ¿vale?
—Sí, vete tranquilo. De aquí no me muevo ni aunque haya una
invasión zombi —bromea guiñándome un ojo y dándome una palmadita en
la espalda.
—Mira que eres idiota. —Le doy un codazo y recojo la chaqueta que
está en el respaldo de su sillón.
—Si puedes, pásate por el local. Hace muchos días que no vas por allí
y tendrías que ir a echar un vistazo de que todo está bien. Varios tienen
muchas ganas de verte. —Vuelve a guiñarme un ojo.
—Deborah… Con Michelle así, no sería capaz.
—No te estoy diciendo que tengas que hacer nada. Eso ya sabes que es
cosa tuya. Decidas lo que decidas, te apoyaré. Pero corres el riesgo de
perderlos a todos. —Sus palabras por primera vez en la vida me muestran
una realidad. Tan cruda como tener a la mujer de mi vida a centímetros de
mí sin consciencia desde hace días y verme, a la vez, en la encrucijada de
abandonar mi vida por completo. Mis ideales y todo lo construido…

He dormido tan bien que ni siquiera me he dado cuenta de que ya está


oscureciendo. Me visto con lo primero que pillo y me dirijo hasta el local.
Quiero arreglar cuanto antes todo esto e ir al hospital de nuevo. Sé que le he
prometido a Deborah que esta noche la pasaría aquí, pero ya he dormido
suficiente y quiero estar ahí para cuando ella despierte.
Cuando llego al local, me encuentro a Linda esperándome fuera
fumándose uno de sus cigarrillos largos. Me besa en los labios.
—¿Cómo te va, querido? Hace muchos días que no vienes por aquí.
—Ya… Michelle. He estado en el hospital con ella —le confieso.
—¿Con la mocosa que salió huyendo? Ay, querido, no entiendo por
qué tienes que estar comiéndote este marrón. Fue ella la que cruzó sin
mirar. Tú no tienes la culpa. —Tira el cigarrillo y me acaricia el cuello—.
Vamos dentro un rato.
Linda tiene un carácter un tanto irritante. A veces termina agotándome
mentalmente. No entiendo por qué tiene que hablar así de ella. No la
conoce. No al menos como la conozco yo. Linda siempre tuvo esa actitud
más echada para adelante, más dominante. Nunca le asusta el riesgo. De
hecho, prefiere correrlo porque esa recompensa para ella es mucho más
gratificante que lo que le dan los actos livianos. Es embaucadora y sabe
manipular a la perfección. Me adentro en el interior de la discoteca junto a
ella y cruzamos la puerta.
Todos reaccionan al verme y dejan sus quehaceres para venir a
saludarme. Les explico un poco la situación y no parecen quedarse muy
conformes. Linda alza la voz por encima de la mía, queriendo adquirir
autoridad y parece surtir efecto. Todos dejan de replicar y vuelven de nuevo
a sus cosas. Linda, en cambio, se queda conmigo.
—De nada, querido. Alguien tiene que poner orden a este rebaño de
ovejitas, ¿no crees?
—No los llames así, Linda. Son personas —digo con voz amenazante.
—Tranquilízate, cariño, te noto muy tenso. —Se sitúa a mi espalda y
comienza a masajearme los hombros.
—No sigas —le advierto.
Baja sus manos hasta mi pecho colándose por el interior del jersey y
comienza a acariciar mis pezones, recreándose en ellos.
—¿Estás seguro? —pregunta rodeándome de nuevo y postrándose
frente a mí, mirándome con cara traviesa.
Asiento.
Ella por el contrario y haciéndome caso omiso, sigue su recorrido por
mi abdomen hasta llegar al cinturón de mi pantalón. Se arrodilla y despacio
empieza a desabrocharlo.
—Linda, te estoy diciendo que pares —le vuelvo a repetir.
Desabrocha también el botón y baja la cremallera muy despacio sin
dejar de mirarme con esos ojos que me conozco a la perfección y sé
exactamente lo que buscan.
—Mmm... Esto no piensa igual que tú —dice señalando el bulto que
asoma por el calzoncillo.
—Son dos cerebros completamente distintos. Si tocas reacciona, pero
eso no quiere decir nada.
—Pues entonces tú cállate y déjame a solas con él. —Se ríe socarrona.
Baja mis pantalones y el calzoncillo también, dejando mi miembro
erecto a la altura de su boca. No puedo hacerlo. No puedo hacerle eso a
Michelle. No se lo merece después de todo. Lo agarra con su mano y con la
punta de su lengua rodea el glande, produciéndome un cosquilleo. Cierro
los ojos y muevo la cabeza para liberarme. ¿Por qué no puedo separarme?
Sé que lo que estoy haciendo no está bien y, aun así, no hago nada por
frenarlo.
Se lo mete en la boca y empieza a chuparme despacio. Haciendo
círculos en el interior de su boca con la lengua. Una descarga sale disparada
hasta mi cabeza, nublándome por completo la razón. Le agarro por la
cabeza y la empujo más hacia dentro. Me mira a los ojos y sé que sonríe. Le
gusta. Sí. Siempre le gustó. Muevo las caderas para alcanzar profundidad.
Me encanta cómo lo hace. Tiene esa manera tan única de chupármela que
soy incapaz de resistirme.
De repente, aparece Michelle de nuevo en mi cabeza y me separo
bruscamente, sacándosela de la boca a Linda.
—No puedo hacerlo… —Me subo el pantalón y me agarro de la
cabeza, intentando luchar con lo de abajo.
—Sí, sí que puedes. —Me coge una mano y se la pone en la teta.
Mientras con una mano encima de la mía, se la masajea, con la otra
comienza a desnudarse de cintura para abajo.
No, por favor que pare ya. No puedo hacerlo. No puedo hacerlo.
Separa mi mano y se sube al columpio. Dejándome a la vista su monte de
venus abierto para mí.
—¡Fóllame, Charles! —me grita poniendo cara de perversa.
Me acerco despacio a ella y se me vuelve a nublar la visión. Me olvido
por completo de pensar y con el dedo pulgar le acaricio la vagina. Se
muerde el labio inferior y me sonríe. Se lo introduzco en el interior
despacio tan solo una vez, me lo llevo a los labios y lo saboreo. Sabe tan
bien. Me agacho y, cogiéndola por los muslos, comienzo a hacer un
recorrido con mi lengua por su entrepierna. El columpio comienza a
moverse y se arquea de placer, dejándome más vía libre para entrar. Está
húmeda y, sus gemidos me confirman que quieren más. Me levanto
bruscamente y la introduzco en su interior. La tengo a punto de explotar. La
penetro con fiereza sin dejar que respire. Lo hago con fuerza como
queriéndome liberar de todo el peso que llevo a la espalda con ella. Más
fuerte. No se queja, tan solo gime sin parar y me regala esos ojos en blanco
que tanto me gusta.
Sigo penetrándola fuerte. Con cada estocada estoy más lejos de lo que
me inquieta y me duele.
—¡Charleeeeeeesss! ¡Me voy a correr! —grita, desesperada,
apretándolo lo máximo posible para no hacerlo.
Pero escuchar ese grito y no encontrar la suavidad en sus palabras me
hace retroceder. Frenar. Esa voz no es de ella. No es de Michelle. Su voz es
dulce. Su gemido es dulce. Todo en ella es dulzura y calma. Es sentir el
éxtasis de otra forma. Linda no es Michelle. No lo será nunca y,
sinceramente, tampoco quiero que lo sea. Me separo bruscamente y veo que
por una vez en la vida mi amigo y yo nos hemos puesto de acuerdo. Se me
ha bajado.
—¿Qué te crees que haces? ¿Piensas dejarme así?
—Esto no tendría que haber pasado. —Me estoy mareando. Tengo que
salir de aquí cuanto antes.
—Son tus reglas, Charles. Tus jodidas reglas. Aquí se viene a follar y
si se empieza, se termina —me grita bajándose del columpio como una
loca.
—Mis reglas también son no hacer lo que no quieras. Libre derecho a
decidir y tú te has aprovechado de mí.
—¿Es por la niñata esa?
—No la vuelvas a llamar así. No te lo volveré a repetir —le grito.
Se arrodilla rápido por los suelos y vuelve a engancharse a mi
entrepierna. Pero antes de que pueda hacerlo nos sorprende Deborah.
—¿Qué estás haciendo, Charles? —pregunta enfadada.
—Nada, Deborah… aunque suene típico, no es lo que parece.
—Charles… Aquí es todo lo que parece —me interroga con la mirada
—. Te dije que no la trajeras. Aun así, lo hiciste. Ahora no quiero que la
hagas daño. Es mi mejor amiga. Si tienes que alejarte para que ella sea feliz
hazlo. Pero esto no… —Mira a Linda.
—Pero es que no puedo, Deborah, estoy enamorado de ella —le
confieso.
—Amar también implica saber marchar y, sobre todo, dejar ir cuando
sabes que eres menos de lo que ella necesita. Y aunque te quiero mucho,
ella siempre será más. —Me besa en la mejilla.
—¿Dónde está ella? ¿Por qué no estás en el hospital? Te dije que no te
fueras, que no la dejaras sola. —Comienzo a vestirme nervioso.
—Tranquilízate, está en buenas manos. Hoy pasa la noche Jayden con
ella.
¿Jayden? El tío que sé perfectamente que quiere algo con ella. No
puedo dejarle con ella. No puedo. ¿Y si despierta y le ve a él y no a mí? No,
no me lo perdonaría jamás.
—Charles… Ni se te ocurra. Se merece un poco de calma. Ve a casa y
aprovecha para descansar. Ya mañana vuelves a quedarte con ella si es lo
que quieres. ¿Vale?
Asiento con la cabeza. No me hace ni puñetera gracia. Pero… ¿Qué
puedo hacer? ¿Presentarme allí como un energúmeno pidiendo unos
derechos que ni siquiera tengo? ¿Exigiendo algo de lo que ni siquiera sé si
me merezco?
Capítulo 15
Charles
Al día siguiente de mi altercado con Linda y del derroche de
sinceridad de Deborah, mostrándome la realidad, decidí que lo mejor sería
irme a casa y descansar. No niego que me jodía bastante dejarla sola con
Jayden, pero no podía hacer nada por evitarlo. Él también forma parte de su
vida y yo no soy quién para alejarle.
Cuando me desperté no pude dejar de pensar en las palabras de
Deborah. ¿Y si tiene razón? ¿Y si yo no soy lo que verdaderamente necesita
Michelle? ¿Y si solo soy el responsable de destrozarle la vida? Aquel día
pretendía que ella formara parte de mi mundo. Que aceptara mi secreto sin
más y nunca me he puesto en su piel. Ni siquiera he intentado ser parte de
su mundo. ¿Cómo cojones puedo pretender que una persona cambie su vida
y sus ideales porque sencillamente eso me hará sentir mejor? He sido
egoísta y ni siquiera me he dado cuenta.
Por otro lado, está el problema de la gente de allí. La que hasta ahora
ha sido mi familia en la intimidad y a la que estoy a punto de perder
también simplemente por no haber hecho las cosas bien, una vez más. ¿A
quién intento engañar? Mi mundo me encanta, pero es que ella también. Y
si no es posible unir ambas partes, no tengo ni idea de lo que hacer. Tendré
que elegir y no sé por dónde empezar. Hoy es Nochebuena y será la
segunda noche que no pueda pasarla con Michelle. No porque no quiera,
sino porque tampoco sabría qué decirles a mis padres y mi hermana para
escaquearme. No tienen ni idea que me paso los días metido en un hospital
a la espera de que ella se despierte. Y mucho menos contarles que si está
aquí, perdiéndose todo, en cierto modo, es por mi culpa.
Desde el otro día no he vuelto a pisar el local. No sé cómo dar la cara.
Deborah me ha dicho que Linda está adquiriendo aires de mandato y se le
está yendo de las manos. Debería hacer algo para que eso no ocurra, pero
no tengo ni fuerzas ni ganas. No quiero volver a caer en la tentación de lo
que me produce ese lugar. No al menos hasta que ella despierte.
Me recuesto en el sillón del hospital. La enfermera me ha dicho que
sobre las dos del mediodía vendrá el doctor para darme más detalles sobre
el estado de Michelle. Me suena el teléfono. Lo saco del bolsillo del
pantalón. Es un mensaje de Deborah.

«Ya está todo solucionado.


Michelle esta noche no se va a quedar sola».
13:11

Eso es una buena noticia, pero ¿quién se va a quedar con ella? ¿Será
que, por fin, su familia se ha dignado a aparecer?

«¿Quién se va a quedar con ella?


¿Has hablado con su familia?» 13:12

«NOOO!!
Ni loca. Jayden me ha pedido
por favor que le deje quedarse con ella.
Y no he podido decirle que no.
Espero que lo entiendas…» 13:12

La verdad es que no me hace ni puñetera gracia. Pero mejor que


quedarse sola es…

«Con él estará en buenas manos.


Asegúrate de que nos avise
en el caso de que despierte…» 13:15

«A la orden mi capitán.
(Emogi poniéndose firme)»
13:15

«¿Vas a pasarte esta noche por el local?»


13:17

Mi respuesta debería de ser no. Mi idea inicial era cenar con mi familia
como todos los años. Quedarme hasta que hagan el paripé de los regalos de
Papá Noel a mis sobrinos y volver de nuevo al hospital haciéndoles creer a
mis padres que me voy a dormir a casa. Pero que sea Jayden el que se quede
con ella acaba de arruinar por completo mis planes. Así que no lo sé, igual
en casa de mis padres bebo lo suficiente como para ahorrarme el mal trago
de tener que agachar la cabeza delante de todos y finalmente puedo poner
las cartas encima de la mesa respecto al local.
Siempre he tenido una vida planificada al detalle. Tener todo bajo
control formaba parte de mi día a día y, ahora de repente y junto a un
chasquido de dedos, siento que todo se desmorona. Y lo peor de todo es que
ni siquiera tengo los cojones suficientes para afrontarlo. Es inútil. Sé de
sobra que, a día de hoy, no puedo sujetar mis ideales de la misma forma que
lo hacía antes. Ahora mismo solo me interesa que ella despierte. Volver a
verla sonreír. Y si he de retomarlo todo que sea porque ella decida
intentarlo junto a mí…

«Probablemente.
Pero no te aseguro nada».
13:22
«Te espero por allí entonces
(Emogi carita sonriente)»
13:23

«Mira que eres idiota.


Bueno, te dejo que ya está a punto
de venir el doctor.
Luego te cuento».
13:25

Me despido de ella y me acerco a la camilla de Michelle.


—Nena, esta noche voy a tener que irme. Es Nochebuena y ya sabes lo
que eso implica. —Beso su frente—. Cena familiar. Madre cotilla
intentando descubrir si su hijo por fin se ha echado novia. Y eso solo lo
podré contestar cuando te despiertes. Por el momento tan solo le hablaré de
ti, si tú me dejas, claro. —Le agarro de la mano y se me escapa alguna que
otra lágrima—. Deborah me ha comentado que estas fechas te encantan y
no sabes lo que daría yo ahora mismo porque pudieras ver cómo han
decorado Manhattan. Han puesto un montón de luces. Despierta pronto,
pequeña, si lo haces aún te dará tiempo para verlas.
De pronto siento que mueve un dedo y me sobresalto.
—Mi niña, ¿estás ahí? —digo secándome las lágrimas.
No reacciona.
—Vamos, cariño, sé que te he sentido. Demuéstrame que no me estoy
volviendo loco, por favor. —Me arrodillo en el suelo sin soltar su mano y le
doy un beso en ella.
No reacciona. Cierro los ojos, recostándome sobre el colchón y rompo
a llorar. Toda esta situación me está superando. No sé por cuánto tiempo
más podré aguantar toda la presión que ahora mismo llevo a la espalda. Es
inevitable sentirme culpable y pensar constantemente que quien debería
estar en esta camilla soy yo, en vez de ella.
Empieza a sonar un pitido fuerte que me ensordece. Miro hacia el
cacharro al que está enganchada y lo que antes eran pequeñas montañitas
continuas, ahora es una línea larga. ¿Se está muriendo? Me levanto de un
brinco y pulso el botón de emergencia que hay a su espalda. El doctor no
tarda mucho en llegar, acompañado de tres enfermeras más.
—¿Qué ha pasado? —pregunta el doctor irrumpiendo en la sala,
nervioso.
—Me ha dado la sensación de que movía un dedo y de repente ha
empezado a pitar —le explico tartamudeando—. No se irá a morir, ¿verdad?
—Ha entrado en parada cardiaca. ¡Sal fuera ahora mismo! Nosotros
nos encargamos —me grita fuerte mientras veo como las enfermeras
destapan su pecho y le colocan una especie de parches.
Quiero decirle que no me voy a ir a ningún lado. Que me quedo aquí
con ella, pero unos enfermeros acompañados de uno de seguridad me han
sacado de allí prácticamente a rastras hasta la sala de espera. Estoy tan
nervioso que no tengo ni puta idea de lo que hacer. Doy vueltas y vueltas
entre las sillas, de vez en cuando soltando alguna que otra patada a lo que se
pone en mi camino. Si la pierdo no sé lo que sería capaz de hacer.
Comienzo a llorar, pero esta vez de rabia. Cojo el teléfono y marco el
número de Deborah. No tarda mucho en cogérmelo.
—Dime, Charles, ¿qué pasa? ¿Ha despertado ya? —pregunta nerviosa.
No me salen las palabras y el sofoco tampoco me lo permite—. ¿Qué está
pasando? ¡Joder, Charles! Me estás asustando.
—Se… Se está mu... —respiro hondo— muriendo. —Vuelvo a llorar
otra vez y doy una patada a una papelera que sale disparada contra una
butaca de la sala de espera.
—¿De qué estás hablando? Charles, por favor, respira. Ahora mismo
voy para allá. No me cuelgues y cuéntame qué ha pasado. —Su tono de voz
cambia a sosegado para intentar tranquilizarme. Pero ni con esas se disipa la
presión que siento en el pecho.
—Estaba con ella —hablo sofocado—, la estaba hablando y
contándole lo bonito que han decorado Manhattan para estas fechas y me ha
parecido sentir que movía un dedo por debajo de mi mano que le estaba
agarrando. Y de repente, la máquina ha empezado a pitar muy fuerte y ya
no había líneas en la pantalla.
—Vale, ¿tú dónde estás ahora?
—En la sala de espera. Me han echado de allí.
—Vale, pues espérame ahí que ya voy a coger el coche. No hagas
nada, ¿entendido?
—Vale —le digo y cuelgo.
Me siento en una de las butacas, devastado a la espera de que salgan
los doctores a decirme algo.
Capítulo 16
Charles
Estamos esperando a que salgan a decirnos algo. Ha pasado ya una
hora y aún no ha salido nadie a decirnos nada. He ido ya tres veces al
mostrador de información y lo único que me dicen es que tengo que esperar
a que salgan a llamar a los familiares. Que ellos no saben nada. Me estoy
desesperando. Gracias a Dios que Deborah está aquí conmigo.
—¿Cómo te encuentras? —me pregunta Deborah dándome un abrazo.
—Pues no estoy bien, Deborah. Si algo la pasara yo no me lo
perdonaría jamás. No sé cómo hacer para gestionarlo todo. —Me derrumbo
entre sus brazos.
—Eso es que no la conoces bien. Michelle es fuerte. Esto no podrá con
ella.
—¡Familiares de Michelle Blackwell, diríjanse a la sala dos! —se
escucha por el megáfono y nos levantamos de un salto.
Nos dirigimos a la sala y el doctor nos espera dentro. Nos sentamos
como nos indica. El corazón comienza a latir a tres mil revoluciones. Siento
hasta que lo voy a vomitar.
—La hemos estabilizado. Por un momento no teníamos ni idea de lo
que la estaba pasando, pero ha tenido una parada cardiorrespiratoria —nos
explica—. La han llevado urgentemente a quirófano y es que cuando se
fracturó las costillas no se dieron cuenta de un pequeño detalle y es que una
astilla del hueso se le había clavado en los pulmones, impidiéndola respirar
con normalidad. Con suerte han conseguido quitársela y ya está estable.
—Entonces, ¿está bien? ¿Podemos ir a verla? —le pregunto
emocionado.
Deborah me mira y con los ojos bañados en lágrimas me abraza.
—Ves, te lo dije. Esto no iba a poder con ella. Mi chica es fuerte.
Le agradecemos al doctor todo lo que está haciendo y ponemos rumbo
hasta la habitación de Michelle. Después de esto me da mucho miedo irme
a pasar la noche con mi familia. Aunque el doctor diga que ya está todo
solucionado, no puedo evitar preocuparme. Pronto tendré que irme y
querría que Jayden llegara antes.
—¿Has hablado con Jayden? —le pregunto de camino a la habitación.
—Sí —me responde sin más.
—Vale, ¿y?
—¿Qué quieres saber?
—Pues que ¿cuándo va a venir? Si nos va a avisar si Michelle se
despierta. No lo sé, Deborah, joder, lo que hayas quedado con él.
—Sí, nos avisará si ella se despierta. Él va a venir cuando tú te vayas.
Así que, si tienes que irte pronto, hazlo. Yo me quedo con ella hasta que él
llegue —me confiesa.
—Vale, si es lo que quiere… No lo entiendo, pero vale. Veré a
Michelle y me iré a ayudar a mi madre a preparar la cena de esta noche.
—No es que te culpe directamente. Pero antes de acabar aquí con la
última persona que estuvo fue contigo. No conoce tu versión, tan solo lo
que su imaginación le hace pensar. No le culpes. No es mal chico.
Entramos en la habitación y Michelle está aún más llena de cables.
Ahora lleva puesta una mascarilla que le da oxígeno directo de una
bombona gigante que tiene situada a su izquierda. No sé si son
imaginaciones mías o está más pálida que esta mañana. Miro hacia el
monitor y su frecuencia cardiaca es regular, han vuelto de nuevo esas
montañitas continuas que indican que sigue con vida. Gracias a Dios que
han podido hacer algo por salvarla.
—Deborah, voy a irme ya. Tengo que pasar antes por casa para
ducharme y afeitarme. No quiero que mis padres me vean así y mucho
menos mi hermana. Ya sabes que Zoe puede ser muy pesada a veces con las
apariencias —le digo recogiendo mis cosas.
—Sí, vete tranquilo. Salúdales de mi parte y dales un beso muy grande
a los pequeñines. Nos vemos esta noche. —Me da un beso casto en la
mejilla.

Acabo de llegar. La casa está fría, así que enciendo la calefacción para
caldearla un poco. Me sirvo una copa de vino y voy hacia mi habitación
para preparar la ropa que me voy a poner. Saco del armario toda la
colección de trajes de noche que tengo y dándole pequeños sorbos a la
copa, me dispongo a elegir el más adecuado para esta noche. Elijo uno de
mis favoritos en color azul brillante oscuro que combino con una camisa
blanca y una corbata azul con pajaritas blancas como estampado. Cuelgo
los demás en el armario y voy hacia el baño. Suelto la copa en el poyete del
lateral de la ducha y enciendo el grifo del agua caliente.
Me desprendo de la ropa, echándola en el cesto de la ropa sucia y me
meto. Me lavo la cabeza y después prosigo con el cuerpo. Enjabono las
axilas con la esponja. El pecho y desciendo por el abdomen, hasta llegar a
mi miembro. Dejo caer la esponja al suelo de la bañera y empiezo a
frotarme con la mano mi zona íntima. Me produce un cosquilleo al rozarme
y comienzo a tocarme. El asunto empieza a coger mayor dureza y me
proporciona un gusto que no sabría explicar. Pequeñas descargas
agolpándose en la cabeza y en el bajo vientre a la vez. Esta vez no quiero
luchar contra ellas porque no tengo que hacerlo. No estoy fallando de esta
forma a Michelle.
Me recreo entre mis piernas propiciando cada vez más fuertes
sacudidas que hacen aumentar mi nivel de excitación. Cierro los ojos y
meto la cabeza bajo el grifo, deleitándome de la satisfacción tan intensa que
siento con cada movimiento. Cuando siento que estoy a punto de explotar y
todas mis terminaciones nerviosas se ponen alerta, ansiando la liberación
tanto como yo, comienza a perder consistencia, deshaciéndose en mi mano.
¿Qué cojones? ¿Se me acaba de bajar así de repente? ¿Qué me está
pasando? No me ha pasado en toda mi vida y no será por falta de uso.
Salgo de la ducha, cabreado conmigo mismo y comienzo a rayarme.
Buscando alguna explicación entre mis pensamientos para encontrar el
motivo por el que ha podido pasarme esto. Pero no la encuentro. Me seco
rápido y tiro la toalla de golpe sobre la cama. Vuelvo al baño desnudo, cojo
la copa de vino y me la bebo de un trago. Repaso mi barba y me acicalo un
poco el cabello.
Vuelvo a la habitación y tras vestirme con el traje que siempre me
había gustado, al mirarme en el espejo me doy cuenta de que ni siquiera me
sienta igual. Ese puñetero acto acaba de romper por completo mis
esquemas, viéndome como un completo despojo. No puedo contárselo a
nadie o tiraré toda mi reputación o lo que quede de ella por la borda.
¿Necesitaré ayuda?
Bajo a toda prisa hacia la cocina y me relleno la copa mientras miro el
móvil. Tengo un mensaje de mi hermana Zoe y otro de Linda. Abro primero
el de mi hermana.
«CHARLES, NO TARDES MUCHO
EN IR A CASA DE MAMÁ A AYUDARLA».
18:48

«NO HAGAS COMO SIEMPRE DE APARECER


A ÚLTIMA HORA. YO NO PUEDO IR ANTES
PORQUE HOY IRÉ SOLA CON NIAN Y CON
SHEYLA. YA TE CONTARÉ». 18:49

No sé por qué tiene la extraña costumbre de hablarme siempre en


mayúsculas. Creo que se pensará que es una forma de que le haga más caso
a lo que me quiere decir. Porque si no, no lo entiendo. ¿Esta noche no viene
James a cenar? ¿Habrá pasado algo? Me dispongo a contestarle.
«Sí, tranquila. Acabo de terminar de apañarme y ya mismo Jules me
llevará a casa de mamá». 19:12

«Deja de ser tan pesada y hablar en mayúsculas


que ya cansas, pedorra… jajajajaja» 19:12

Cierro conversación y abro la de Linda.

«Hola, Charles.
Te quería pedir perdón por lo de la otra noche.
¿Esta noche nos vemos en el local?» 18:36

«No te preocupes… No lo sé ya veré si me paso esta noche. De todas


formas, no cuentes conmigo por si acaso…» 19:15

Veo que se pone en línea rápidamente, así que cierro conversación, me


bebo la segunda copa de vino de un trago y salgo de mi casa dirección al
parking donde ya está Jules esperándome.
—Buenas, Jules. Solo necesito que me lleve a casa de mis padres.
Luego quiero que te vayas a casa a celebrar la noche y mañana tampoco
quiero que vengas. Disfruta de la Navidad.
—Pero, señor…
—No, señor, no. Es una orden —le corto.
Asiente con la cabeza y tras cerrar la puerta trasera se dirige hacia su
asiento. Una vez dentro de la limusina empiezo a darle vueltas al tema de
hace un rato. Tengo mucha confianza con Jules, ¿debería contárselo a él y
que me dé algún consejo? Quizá sepa el motivo por el que me ha podido
pasar. No, no es buena idea. Lo mejor es que me lo calle y haga como que
no ha pasado nada, total solo ha sido una vez y puede ser por cualquier
cosa. Por ejemplo, por todas las preocupaciones que tengo ahora mismo
navegando en mi mente. Lo mejor será que no le dé importancia…
Capítulo 17
Charles
Atravieso la puerta de casa de mis padres. Como he añorado este
ambiente hogareño. Me da nostalgia cada vez que vengo al recordar mi
infancia. Tuve una muy buena y en cierto modo se lo agradeceré
eternamente a mis padres. A día de hoy tengo dinero, pero la realidad es
que siempre hemos carecido de ello. Teníamos el dinero justo para comer y
pagar los gastos. Nada de lujos ni caprichos como los que yo tengo ahora.
Tener dinero en realidad es una mierda, te hace dependiente a los objetos y
a tener que gastar para sopesar el vacío que en realidad sentimos. Sí que es
cierto que a mis padres no les falta nada, ya me encargo yo de eso y, aun
así, mi madre no me acepta más dinero del estrictamente necesario para
pagar los gastos. Ella está jubilada, pero le quedó una paga de mierda. Y a
mi padre tuve que obligarle yo a que se jubilara también, sus hernias de
disco estaban empezando a pasar factura y el muy cabezón no quería dejar
de trabajar.
—¡Ay, mi niño! —saluda mi madre de forma eufórica mientras me
abraza fuerte. Tanto que casi creo perder hasta el aliento.
—Hola, mamá, yo también te he echado mucho de menos —suelto y
me separo rápidamente de su agarre para dejar las cosas.
Le encargué a Jules que fuese a comprar unos regalos para dar esta
noche a cada uno y algunos más para los demonios que pronto entrarán
junto a mi hermana. Saludo a mi padre con un estrechamiento de manos y
una palmadita en la espalda como amago de abrazo.
—¿Cómo estás, hijo? Te veo más delgado.
—Uyy, ¿ya estás empezando a adquirir actitudes de mamá? —le vacilo
y me dirijo hacia la cocina donde ya está reclamándome mi madre—. A ver
si va a ser verdad de que dos que duermen en el mismo colchón se vuelven
de la misma condición.
—¿Era así el dicho? —Se echa a reír y me azota un manotazo en el
brazo.
—Pues claro, papá, no te hagas el loco.
—Tiene razón, hijo, estás más delgado. ¿No comes bien? —Ya
empieza mi madre con el interrogatorio.
—Sí, mamá, como estupendamente.
—¿Y cuándo piensas traernos una muchacha por aquí? Ya solo faltas
tú por hacerme abuela. Al final me voy a morir y no voy a conocer a mis
nietos… ¿No querrás eso? —Ale, ya tuvo que sacar la estúpida pregunta,
haciéndose la víctima. Vuelvo a reírme y para intentar cambiar de tema le
robo un trozo de jamón del plato haciéndola enfadar. Pero al menos ya se ha
olvidado de lo otro.
Acabamos de terminar de cenar. Zoe acaba de salir a hablar por
teléfono y los mellizos están terminando de comerse el brownie. Tengo la
barriga a punto de explotar. Todo lo que prepara mi madre para estas fechas
está delicioso y encima hace tanto tiempo que no como comida casera que
ya ni lo recordaba. Jules siempre me recomienda que coja a alguien para
que me cocine y haga las tareas de casa, pero es que es tontería, nunca estoy
en ella. Siempre estoy en la oficina o en el local. Y últimamente más en el
hospital que en otro sitio y la comida de allí no es que sea preparada por
uno de los mejores chefs. Todo está insípido. Parece que tratan de que los
acompañantes tampoco nos pongamos enfermos para no tener que
saturarles el hospital.
—Mamá, ¿sabes lo que ha pasado con James? ¿Por qué no ha venido?
—le susurro para que los mellizos no me escuchen.
—Creo que es mejor que te lo cuente ella —me contesta susurrando
también sin dar ningún detalle. Raro en ella. Algo está pasando y estoy
empezando a preocuparme.
Veo que mi hermana se dirige hacia la habitación suya de cuando
éramos pequeños con una maleta. La persigo.
—Zoe, ¿qué ha pasado? —le pregunto desde el marco de la puerta.
—James y yo nos vamos a divorciar y le he pedido a mamá quedarme
aquí unos días hasta que encuentre algo. —Se sienta en la cama y empieza a
llorar.
—Pero… ¿Por qué?
—Le pillé el otro día con su compañera del gimnasio en la cama. —Se
agarra las manos, nerviosa.
—¿Perdona?
—Lo que oyes. Es un hijo de puta… He esperado hasta hoy para
ponerles de excusa a los niños que vamos a pasar unos días por Navidad
con los yayos. No sé cómo voy a contárselo —solloza nerviosa—, además
me han despedido del trabajo… No sé qué voy a hacer con mi vida.
Se me acaba de ocurrir una idea estupenda. Teniendo en cuenta las
innumerables veces que le he ofrecido dinero a mi hermana y siempre ha
rechazado, creo que será una opción que le hará planteárselo esta vez.
—¿Por qué no te vienes a mi casa? Tengo habitaciones de sobra y
prácticamente no hago vida allí —le propongo y me mira con cara rara. Al
menos ha dejado de llorar—. Me vendrías bien para comer mejor y así la
próxima vez que mamá me vea no me pregunta que por qué estoy tan
delgado. ¿Trato hecho? —Le ofrezco la mano—. Creo que es un trato
bastante razonable, teniendo en cuenta que yo te costearía lo que necesites a
cambio de que me hagas la comida. —Me echo a reír y se lo contagio.
Estrecha mi mano y asiente.
—Vale, pero lo haremos a partir de la semana que viene. Necesito unos
días para tantear el terreno con los mellizos. A partir de que lo sepan,
recogeré todas nuestras cosas de donde James y nos iremos a tu casa. Si
alguna vez molestamos nos lo dices, ¿vale?
—Vale. Venga anda, vamos a preparar las cosas de Papá Noel. Que si
no van a sospechar de que estemos aquí arriba solos en mitad de una noche
tan especial como la de hoy.
Bajamos con los demás. De tanto esperar, los mellizos se han quedado
dormidos en el sofá. Así que decidimos que lo mejor será esperar hasta el
día siguiente para abrir los regalos. Cosa que yo aprovecho y me despido
con la excusa de que estoy cansado. Antes de salir, miro el móvil por si
pudiera tener algún mensaje. Tengo uno, pero es de Linda, así que sin verlo
me salgo de la aplicación. Le he comentado a mi hermana que le he dado el
día libre a Jules, así que me ha ofrecido su coche para volver a casa.
Mi idea era ir hacia el local, pero sinceramente no me apetece. La otra
opción es irme a casa y que una noche como hoy que prometía, se quede en
tan solo una noche más. Con ninguna diferencia al resto de noches. Bueno
sí, a día de hoy la única diferencia es que no dormiré en un sillón, pero
tampoco estaré con ella.
Al final y sin saber por qué, me dirijo hacia el local. En el camino veo
la zona de garitos y me fijo en una chica que espera la cola para entrar en
uno de ellos. Es idéntica. No consigo verle la cara porque está de espaldas.
Si no fuese porque he bebido y sé que no es posible porque hace apenas
unas horas he estado con ella en un hospital donde la he visto al borde de la
muerte, me bajaría porque es igual. Ese pelo pelirrojo tan característico.
Esas curvas a pesar de su finura. Los andares. Doy un frenazo. ¿Es ella?
Tengo que comprobarlo o me volveré loco creyendo que era ella.
Aparco el coche una calle más arriba y bajo corriendo. La chica ya no
está, habrá entrado. Veo la cola y se me quitan las ganas, pero por un
momento vuelvo a recordar quién soy y que en todo Manhattan me
conocen. Que con tan solo dar mi nombre tengo prácticamente pase directo
a todo lo que se me antoje. Me acerco a la puerta y rápidamente me dejan
entrar. Doy vueltas por todo el lugar y no hay rastro de ella. Desisto
rápidamente y me siento en la barra.
—Póngame un bourbon. Doble. —Me recuesto sobre la barra. Estoy
literalmente perdiendo el norte.
Me lo sirve rápidamente y le doy un trago largo que abrasa mi
garganta. Hago el intento de hablar con el camarero, pero va rápidamente de
un lado hacia el otro y he dejado hasta de mirarle porque me marea. Echo
un vistazo rápido por la pista en busca de la chica. Pero no la encuentro. En
su lugar me topo con la mirada directa de una rubia despampanante. La
miro yo también y sonrío. Ella también lo hace, pero muestra más iniciativa
que yo, ya que comienza a acercarse.
—Hola, guapo. ¿Me invitas a un trago?
—Con una condición —le propongo.
—¿Cuál?
—Que me des un beso donde yo te diga.
—Trato hecho —accede.
—¿Qué quieres beber?
—Un Larios rosé con Sprite, gracias. —Me sonríe—. ¿Dónde quieres
que te lo dé?
—Yo te he dicho la condición, no cuando vas a tener que pagármela.
—Le guiño un ojo—. Hay mucha noche por delante.
—¿Te apetece bailar? —me pregunta agarrando mi mano.
—No se me da bien bailar, pero me encanta que me bailen. ¿Te apetece
bailarme en mi casa? —Me chupo el labio inferior con la lengua de forma
sensual y termino el recorrido dando un ligero mordisquito.
—Me parece bien. —Sin soltar mi mano, la lleva hacia uno de sus
pechos. ¡Uff, tiene los pezones de punta!
De pronto vuelvo a sentir a mi amigo y eso me da una alegría
increíble. Ha vuelto a reaccionar. ¡Vuelve a tener vida! Festejo para mis
adentros. Salimos del garito y nos montamos en mi coche. Me siento algo
mareado, pero tengo muchísimas ganas de llegar a casa. Siento que el móvil
empieza a vibrar en el bolsillo de mi pantalón, pero hoy no. Hoy pienso
olvidarme de todo y de todos. Necesito disfrutar y creo que esta chica que
se llama… Por cierto, ¿cómo se llama?
—¿Cuál es tu nombre, preciosa? Yo me llamo Charles.
—Sí, lo sé. Charles Davis. Mi nombre es Danna.
Danna, bonito nombre y gran persona. La encargada de devolverle la
vida a mi actual bien más preciado. Le agarro la mano y la sitúo
directamente en el bulto.
—Ha llegado la hora de pagarme mi condición. Pero solo si quieres.
No quiero que hagas nada que no quieras hacer.
—¿Dónde? —pregunta decidida mordiéndose el labio.
Sin decir ni una palabra, agacho la cabeza y miro hacia su mano. Ella
me entiende a la perfección y se desabrocha el cinturón. Acto seguido, hace
lo mismo con el botón y la cremallera, dejando a la vista mi más que
notable miembro erecto. Está a punto de explotar. De hecho, ni siquiera sé,
si se lo metiera en la boca, cuánto tiempo aguantaría hasta correrme. Se
agacha despacio y le da un suave beso en la punta mientras la sostiene en la
mano. Luego le da otro un pelín más abajo y su siguiente paso es
introducírselo en la boca. Lo hace con muchísima calma y delicadeza,
dejándome disfrutar lentamente de cada sensación. Dándome mi tiempo
para recrearme en el placer y la lujuria que este acto me produce. Mira que
he hecho cosas. Pero la realidad es, que jamás me la han chupado mientras
conducía.

Llegamos a casa. Intento ofrecerle una copa de vino, pero


agarrándome de la corbata y sin ningún tipo de preámbulo me lleva hasta la
zona que primero ve de la casa. El sofá. Me tira sobre él de un empujón y se
sube a horcajadas encima de mí y comienza a besarme. Le agarro por las
caderas restregando nuestros sexos para abatirnos de placer. Toda la
delicadeza que empleaba entre mis piernas se evapora por completo sobre
mis labios. Son frenéticos, ansiosos y tan desesperados que comienza a
embaucarme a mí también. Haciendo que nuestro beso se convierta en una
lucha por saciar la sed de sangre. Hambrientos. Voraces.
Me incorporo con ella en brazos, amarrada a mi cadera con sus piernas
y me dirijo hasta la habitación. Mi móvil vuelve a sonar y no le hago caso.
Subo las escaleras con ella a cuestas sin dejar de besarla. Atravieso la
puerta de mi habitación y la tumbo en la cama boca arriba. Me tumbo
encima y separo sus piernas con las mías. Lleva un vestido corto y puedo
apreciar su fina ropa interior color rosada. Vuelvo a besarla mientras que,
con una mano me cuelo por debajo y comienzo a tocarle. Su cuerpo se
arquea de placer y su boca se abre emitiendo un ligero gemido. Le
introduzco dos dedos en el interior y me doy cuenta de que está
completamente húmeda. Y no hay cosa que me dé más satisfacción que ver
cómo alguien disfruta entre mis manos. Es de esas situaciones en las que
me siento poderoso.
Me separo de ella y me incorporo hasta alcanzar a abrir el primer cajón
de la mesilla de noche, donde guardo los preservativos. Cojo uno y lo rasgo
con los dientes. Lo deslizo por mi sexo. De un tirón le arranco la ropa
interior y pega un gritito. Me termino de quitar el pantalón y lo empujo
hasta hacerlo caer al suelo. Antes de comenzar a penetrar, la miro fijamente.
Está deseándolo. No para de revolverse entre las sábanas, alzando sus
caderas para sentir mi contacto.
Le agarro por el exterior de los muslos y de una estocada me adentro
en su interior. Provocando en mí una explosión de placer que me devuelve
de nuevo al antiguo Charles. Aquel que disfrutaba del buen sexo. Sin
preocupaciones. Sin miedos. Le aprieto fuerte las piernas cuando siento que
las mías comienzan a flaquear del placer tan intenso que siento entre ellas.
La manejo fuertemente con los brazos. La miro fijamente a los ojos y veo
que se está conteniendo y así quiero que sea.
—No puedo más —me informa jadeando sin control.
—¡Aguanta! —le ordeno.
Giro sus piernas hacia el lado derecho sin sacarla del interior, hasta
ponerla boca abajo. Paso una mano por debajo y agarrándola por su
estómago, la alzo poniéndola de espaldas para mí con el culo hacia arriba.
Alza la cabeza apoyando sus manos sobre el colchón. Pero no se lo permito.
Poso mi mano sobre su espalda y la obligo a bajar apoyando su cabeza y
también su pecho contra él. Un fuerte gemido sale disparado de su garganta
cuando en esa posición comienzo a penetrarla con mayor dureza.
Apoderándome por completo de cada poro de su piel y manejándolo a mi
antojo entre estocadas de puro placer.
Siento cómo su sexo comienza a apretarme desde dentro y eso,
mezclado con esos gemidos dulces, hacen que mi placer viaje por mi cuerpo
agolpándose en la punta de mi miembro buscando la liberación. Aprieto el
culo para aguantarlo, pero ella ya no puede más y se deshace entre gritos
que acrecientan más mi deleite. Una descarga se concentra en mi columna
vertebral, mandando descargas directas hacia mi bajo abdomen. Hasta el
punto de hacerme estallar entre gruñidos roncos de pura delicia. La saco
despacio de su interior y, devastado, me recuesto a su lado.
—Me ha encantado —susurra despacio intentando recuperar el
aliento.
Me incorporo despacio y, desnudo, me levanto. Voy al baño y tras
quitarme el preservativo cargado y tirarlo a la basura, me dispongo a
encender la ducha.
—¿Quieres ducharte? —le grito desde el baño.
—Voy. —Se acerca hasta mi completamente desnuda y esquivándome
se mete en el interior de la ducha mirándome con cara pícara.
Esta chica es puro fuego. Entro dentro junto a ella, echo gel en la
palma de mi mano y comienzo a enjabonarla. Le enjabono los pechos,
rodeándolos con mis manos y vacilando con mis dedos sobre sus pezones.
Su vello comienza a erizarse poco a poco y se asoma sobre su piel
mostrándomelo. Desciendo hasta colarme entre sus piernas. Ella las abre
para darme acceso. Abro los pliegues de su vagina y busco su inflamación.
No me es difícil encontrarlo. Lo presiono fuerte con el dedo pulgar como si
fuese un botón y comienzo a estimulárselo. Encorva su espalda hacia atrás,
agarrándose con fuerza a mi cuello mientras se retuerce mordiéndose el
labio. Rápidamente, se deshace entre mis brazos con gemidos de puro
placer y entre espasmos, debilitándole las piernas.
—Eres insaciable, Charles. —Se ríe y poniéndose de puntillas me da
un beso casto.
Salimos de la ducha, nos secamos y nos tumbamos en la cama. En
otras ocasiones le habría invitado amablemente a que se marchara, pero esta
noche no quiero estar solo. Se recuesta extrañada a mi lado y me mira.
—¿Quieres que me vaya? —me pregunta susurrando.
Niego con la cabeza y pasando mi brazo por debajo de su cuello, le
dejo espacio para que se acomode sobre mi pecho y no tardamos mucho
hasta quedarnos dormidos.
Abro los ojos de golpe por la luz que entra por la ventana y que ha
atravesado mis párpados hasta hacer que me despierte. Me desperezo sobre
las sábanas estirando mi cuerpo. Miro hacia el otro lado de la cama y ella
aún duerme. Está de lado, en posición fetal, y sus dos manos por debajo de
su cabeza. Parece hasta buena durmiendo así. Me incorporo despacio para
no despertarla y me levanto. Bajo la persiana y recojo la ropa de anoche en
busca del teléfono.
Salgo de la habitación dirección a la cocina para preparar el desayuno
mientras miro el móvil y veo que tengo un montón de notificaciones
nuevas. Doce llamadas de Deborah. Cinco llamadas de un número
desconocido. Y un montón de WhatsApp.

«¡Charles! Me acaba de llamar Jayden que


Michelle ha despertado». 01:07

«¡COGEME EL PUTO MOVIL,


TE ESTOY LLAMANDO!» 01:10

«¿Hola?» 01:11

«¿Por qué no me coges el puto


teléfono que te estoy llamando?
¿Qué coño estás haciendo, tío?» 01:11

«Mira, estoy yendo hacia el hospital.


Cuando lo leas, llámame y te digo
a la habitación que la han llevado». 01:18

¿Michelle ha despertado? Claro, ahora entiendo por qué mi móvil no


paraba de sonar anoche. Y yo pasando de él por estar follándome a otra tía.
¿Qué clase de persona soy? ¡Joder! Me olvido por completo del jodido
desayuno y corro literalmente hacia la habitación de nuevo. Despierto a
Danna bruscamente mientras saco ropa del armario. Abre los ojos,
adormilada, y comienza a desperezarse.
—¿Qué pasa? —murmura.
—Tienes que irte. Debo salir a arreglar un asunto importante —le
contesto nervioso, vistiéndome a toda prisa.
—Vale, vale. Tranquilízate. Ya me voy. —Se levanta rápido y recoge
su vestido del suelo. Se lo pone y también su ropa interior. Coge los zapatos
y, sin ponérselos y sin despedirse, baja las escaleras para irse.
—No es nada personal. Una amiga acaba de salir de un coma y tengo
que ir al hospital —le grito desde arriba.
—No tienes que darme explicaciones. Nos vemos, Charles… —Abre
la puerta y desaparece tras un portazo.
Una vez vestido vuelvo a coger el teléfono y le mando un mensaje a
Deborah.

«Acabo de verlo. Me vine pronto a casa.


Ya voy para allá». 09:29

Bajo al aparcamiento. Anoche dejé el coche totalmente tirado. Ni


siquiera lo cuadré en la plaza. Menos mal que es todo mío, si no ya habría
tenido a los típicos vecinos toca pelotas echándome la bronca por dejarlo
así. Me monto y salgo disparado hacia el hospital. Me miro en el retrovisor
y me doy cuenta de que ni siquiera me he peinado.
Capítulo 18
Abro los ojos de nuevo y Jayden está dormido en el sillón que hay a mi
izquierda. Justo en el de enfrente veo a Deborah también, recostada sobre
su chaqueta doblada a modo de almohada.
Anoche cuando abrí los ojos sentí como una punzada en el pecho muy
fuerte al ver donde me encontraba. No recordaba nada de lo que me había
pasado y mucho menos cómo llegué aquí. Al único que vi conmigo fue a
Jayden y ahora también está Deborah.
—¡Michelle! —corrió a abrazarme mientras pulsaba un botón que se
encontraba a mi espalda.
Varias enfermeras irrumpieron en la sala y se llevaron a Jayden.
—Hola, Michelle, ¿cómo te encuentras? —me preguntó una chica de
mediana edad sujetando una especie de linterna diminuta enfocándome
directamente a los ojos.
—Bien —le contesté con sequedad, ya que no entendía nada.
—Tuviste un accidente. Al cruzar la calle, un coche te atropelló y has
estado treinta días en coma. Ha sido un milagro que sobrevivieras —me
informó—. Llegaste con varias magulladuras, heridas y varios huesos
fracturados. Por suerte el golpe que te diste en la cabeza con el impacto te
provocó un traumatismo leve, podría haber sido peor.
Hice el intento de moverme, pero un fuerte dolor me atravesó en las
costillas. Me quejé.
—Me duele aquí —le dije señalándolas.
—Sí, te fracturaste dos costillas y la astilla de una de ellas se te clavó
en el pulmón. Ayer casi te vuelves a ir para el otro barrio por segunda vez.
Pero eres una campeona.
—Pues entonces sí que tiene que ser un milagro que siga viva —
bromeé y me reí, pero al hacerlo volvió a darme un latigazo.
—Necesitas descansar. Mañana vendrá el doctor a echarle un vistazo
y tras las pruebas que te haga, seguramente no tarde mucho en darte el
alta. Ahora duerme, te vendrá bien.
¿Qué duerma? ¿Le parece poco los treinta días que me he tirado
durmiendo? Pensé. Jayden volvió a entrar y se sentó otra vez en el sillón.
—¿Cómo te encuentras? —me preguntó mirándome con una sonrisa
en los labios.
—Bien. Gracias por quedarte conmigo —le agradecí, intentando
incorporarme para besarle en la mejilla.
Él, al ver que me costaba, se levantó corriendo a ayudarme, dándome
la facilidad de hacerlo. Se sorprendió de ese simple gesto, pero sé que le
gustó.
—Es la segunda vez que me quedo —se sinceró—. Charles no nos ha
dejado a ninguno. Se quedaba él todas las noches.
¿Charles? ¿Charles ha estado quedándose todas las noches conmigo?
Pensé que después del numerito no querría volver a saber nada más de mí.
—¿Y hoy por qué no está?
—Hoy es Navidad. Se fue a cenar anoche con su familia.
—¿Hoy es Navidad? —me entristecí. Es una de mis épocas favoritas
del año y me lo estaba perdiendo. Por estar aquí metida.
—¿Qué te pasa, te has puesto triste? —me preguntó agarrándome por
la barbilla y alzando mi cara.
—Me gusta mucho la Navidad y las luces y todo. —Volví a agachar la
cabeza.
—Tendrás tu propia Navidad, Michelle. No te preocupes por eso.
Ahora duerme. Necesitas descansar.
Oigo la puerta de la habitación abrirse de golpe, despertándome por
completo de la ensoñación en la que me había inmerso. Alzo la cabeza y le
veo asomar por la puerta despacio a pesar de haberla abierto de golpe unos
segundos antes. Se acerca lentamente hasta mí sin soltar palabra y me
abraza entre sollozos. Sigue teniendo ese olor tan característico. No puedo
olvidarme de lo que me hace sentir por su estúpido secreto.
Nunca he creído en las casualidades y sé de sobra que, si algo ha de
pasar, pasará. Pero desde que me he despertado tengo la extraña sensación
de que el accidente fue una señal del destino, y sobrevivir, una oportunidad
más de vida para arriesgar. Pero tampoco estoy segura al cien por cien, es
por eso que no se lo digo a Charles. Simplemente, le devuelvo el abrazo y,
al separarnos, le beso en la mejilla. Sé que esperaba algún tipo de muestra
de cariño diferente, pero ahora mismo es todo lo que le puedo ofrecer.
Deborah se despierta y acto seguido lo hace Jayden por el impulsivo
grito de ella al acercarse rápidamente hacia mí y abrazarme.
—¡Ay, mi chica! —se emociona—. ¡Que no se te vuelva a ocurrir
hacerme pasar por esto! —Me da un manotazo en el brazo—. Me has
asustado muchísimo. —Se fija en Jayden, en el que yo también acabo de
fijarme y le da espacio para que también me salude.
Deborah se aparta a hablar con Charles y Jayden espera de pie a que
yo le reciba. Sé que tiene ganas de abrazarme y envolverme fuerte entre sus
brazos, pero no lo hace por miedo al rechazo. Lo entiendo… Después de los
mensajes que le mandé el otro día, igual yo también estaría reticente de ser
al revés.
—Abrázame —le suplico.
Su expresión cambia por completo y me abraza sin pensárselo dos
veces. Su abrazo es cariñoso y tierno. Es lento y pausado. Una mezcla entre
enseñarme el valor de un abrazo, con la calma de no sentirte prisionera en
él. Un cosquilleo me recorre el abdomen y me separo bruscamente de él
apartándole la vista.
—Creo que ya es hora de que me vaya. —Quiere huir y lo entiendo.
Pero no sé cómo reaccionar. No quiero hacerle daño… Por otro lado, no
quiero que se marche. Pero también me he dado cuenta de que, en presencia
de Charles, tampoco es que se sienta muy cómodo.
—¿Ya? ¿Tan pronto? —pregunta Deborah a la vez que se despide de
él.
—Los mortales trabajamos —vacila separándose de Deborah y
estrechando sin mirar la mano con Charles—. Nos vemos, Michelle. Ya me
contarás si te dan el alta y si no, vendré a verte. Un besito. —Hace el gesto
de lanzar un beso con su mano y sale por la puerta.
Acto seguido entra el doctor.
—Nos hace mucha ilusión tenerte de nuevo por aquí, Michelle.
Tenemos que hacerte un par de pruebas, pero dado que las últimas que te
hicimos dieron muy buenos resultados creo que podremos darte el alta —
me informa—. Pero para ello, tendrás que guardar reposo absoluto. Nada de
esfuerzos y al poder ser en compañía de alguien por si hubiese algún
problema. No queremos que haya más sustos. —Mira directamente a
Charles.
—Pero no tengo a nadie que pueda acompañarme…
—¿Cómo qué no? ¿Y nosotros? Puedes venirte a mi casa, cuando yo
no esté, estará Greta. Ella te tratará como una madre, ya lo sabes —me
ofrece Deborah. No sé qué decirle. La realidad es que también me gustaría
tener tiempo para mí, para pensar a solas. Porque después de lo último que
vi y recuerdo, igual no es buena idea que me quede con ella. Necesito
asimilarlo a pesar de que para ellos han pasado muchos días, para mí es
como si solo hubiera pasado uno.
Cuando voy a contestarla, veo cómo Charles le da un codazo a
Deborah y salen fuera de la habitación juntos.
—Bueno, voy a ir preparando el alta hospitalaria y la baja para el
seguro. Bajo ningún concepto puede ir a trabajar. Vaya vistiéndose y
recuerde, reposo absoluto.
El doctor se va y Deborah entra seguida de Charles.
—Hemos estado hablando y creo que lo mejor es que te quedes en su
casa —dice mi amiga mirando a Charles de reojo.
—Si tú quieres, claro está. ¿Quieres? —Le sigue él casi al borde de la
súplica.
Asiento con la cabeza mientras me incorporo para levantarme. Al ver
que me cuesta, vienen los dos corriendo a ayudarme. He accedido a ir con
él porque sé que en ciertos aspectos voy a necesitar ayuda. Por ejemplo,
como ahora mismo que me cuesta levantarme. Después de todo, no me
apetece meterme sola en mi fría casa y estoy segura de que en la casa de
Charles no me aburriré.
Voy al baño y rebusco entre mis cosas. La ropa está completamente
ensangrentada y rota. No puedo ponerme esto. Abro la puerta del baño y me
asomo.
—Deborah, ¿puedes venir? —Se levanta rápido y viene hacia mí—.
No tengo ropa, la que llevaba puesta está rota y llena de sangre —le digo
avergonzada.
—Ay, sí, perdona. Fui a tu casa y te cogí ropa por si algún día
despertabas que tuvieras cosas que ponerte. Lo que no pensé que tardarías
tanto en hacerlo. —Va al armario y saca una mochila.
Capítulo 19
Llegamos a casa de Charles. Nunca había estado aquí y me sorprende
ver todo tan ordenado. Busco con la mirada la presencia de alguna persona
que sea la encargada de la limpieza y el mantenimiento del hogar, ya que no
me imagino a Charles haciéndolo. Pero no veo a nadie.
—¿Qué miras? —me pregunta extrañado.
—¿No hay nadie más en tu casa? —intento indagar sin que se note.
—No, ¿por qué lo preguntas?
—¿Nunca? —insisto
—No. Aquí solo estoy yo.
—¿Y limpias todo tú? —termino finalmente por preguntar de forma
directa. ¿Para qué andarme con rodeos?
—Sí. —Se echa a reír—. No paso mucho tiempo aquí, y cuando lo
hago lo recojo. ¿Tú que te has pensado? Sé hasta cocinar. —Me guiña un
ojo.
—Uy, eso tengo que verlo yo. Bueno, más bien probarlo. No hay
riesgo de envenenamiento, ¿no? —Comienzo a reír yo también.
Niega con la cabeza y sube las escaleras. Le sigo y me lleva hasta una
habitación que hay a mano derecha. Es completamente blanca con detalles
en color tostado. Un enorme ventanal en el lateral de la cama desde el que
puedo ver todo Manhattan. Es alucinante. Tiene su propio baño y otra
puerta que te lleva directa a un enorme vestidor. El sueño de cualquier
mujer. Está vacío y con lo que llevo en la mochila que me preparó Deborah
apenas voy a utilizar una balda.
—¡Guau! Cualquier mujer se moriría por tener algo así. ¿Sabes? —
Comienzo a tocarlo todo despacio.
—Pues ahora es todo tuyo. ¡Sueño cumplido! —festeja bromeando,
mientras deja mis cosas encima de la cama—. Si necesitas ayuda para
colocarlo, avísame. Estaré abajo preparando algo para comer. Estarás
hambrienta.
—No tengo muchas cosas.
—Puedes traerte todo lo que quieras, esta es tu casa. Ya lo sabes… —
Sale por la puerta sin darme tiempo a seguir hablando.
Aprovecho que se ha ido y me tumbo en la cama. Es muchísimo más
cómoda que la del hospital, bueno y, a decir verdad, mejor que la mía
también. No es muy difícil tampoco. Teniendo en cuenta cómo tiene
amueblada toda la casa y el dinero que debe de tener, este colchón debe ser
uno de los mejores del mercado. Me acurruco en ella y me recreo. Cierro
los ojos para descansarlos mientras comienzo a pensar en todo. En cómo mi
vida ha cambiado otra vez y cómo todo este tema me ha hecho olvidarme
por completo del tema de Megan. Algo que sé que tarde o temprano tendré
que cerrar o será algo que me perseguirá eternamente.
Escucho cómo alguien llama a la puerta y me despierto sobresaltada.
—¿Michelle, va todo bien? —Es Charles desde el otro lado aporreando
la puerta. Está preocupado.
—Sí, me he quedado dormida. Disculpa.
—¿Puedo entrar?
—Sí.
Entra e intento levantarme deprisa, pero me duele y suelto un quejido.
Él corre hacia mí, con una expresión de intranquilidad.
—Déjame que te ayude —susurra muy cerca de mi oreja para
ayudarme a levantar.
Al hacerlo se separa, pero solo un poco. Nuestras caras se quedan a tan
solo unos pocos centímetros de distancia. Los suficientes para removerme
por dentro al sentir su aliento. ¿Por qué después de todo sigue haciéndome
sentir estas cosas? Es todo muy intenso cuando estoy con él y ni siquiera sé
cómo frenarlo. Ni siquiera sé si quiero hacerlo.
Inflo el pecho para coger aire y lo suelto en un suave gemido. Él no
hace nada. No intenta absolutamente nada, pero tampoco se aparta. Elevo la
cabeza para unirla más a la de él y retrocede apartándome la cara. Ese gesto
acaba de destrozarme por completo. ¿Por qué me hace esto? ¿Por qué me
provoca y luego parece que me esquiva? Igual solo está siendo cortés
porque se siente culpable por lo que pasó y en realidad ya no quiere tener
nada que ver conmigo.
Me termino de levantar avergonzada y voy hacia el baño.
—He hecho la comida. Haz lo que tengas que hacer y baja —suelta y
vuelve a salir por la puerta, cerrándola de un portazo.
Yo, en cambio, me siento en la taza del váter y entre mis manos,
cubriéndome la cara, comienzo a llorar como una niña pequeña. Toda esta
situación me viene grande y encima lo único que me daba fuerzas era el
pensar que él podía sentir algo parecido a lo que yo siento por él. Pero me
estoy dando cuenta de que no es así.
Cuando por fin consigo calmarme, me lavo la cara y salgo de la
habitación. Ya puedo apreciar el olor a comida recién hecha. No distingo
muy bien y no puedo adivinar de qué se trata. Pero como sepa igual que
huele, creo que me va a encantar. Llego a la cocina que comunica con el
salón y en la enorme barra americana tiene preparado mi plato junto a su
servilleta y los cubiertos. Me señala donde sentarme y lo hago.
—¿Qué es? —le pregunto intrigada, inhalando el olor tan rico que
desprende una cacerola que hay encima de la vitrocerámica.
—Deja de querer correr antes de empezar a andar. Siéntate y espera a
que te sirva. —Su tono de voz ha cambiado. Está serio. Se levanta sin
mirarme y me sirve unos macarrones gratinados con una pinta increíble. No
es que sea un plato digno de enmarcar, pero huelen que alimentan.
Espero a que se siente y pincho unos cuantos con el tenedor y me lo
meto en la boca. Su sabor es intenso. Nada que ver con unos macarrones
tradicionales. Tienen un sabor fuerte y picante de fondo que adereza a la
perfección para darle un toque extra al paladar. Saboreo cada bocado y me
deleito del sabor cada vez más intenso, cerrando los ojos. Él aún no lo ha
probado, tan solo me observa impasible.
—¡Deja de hacer eso! —me ordena.
—¿Hacer qué? —no entiendo a qué viene eso.
—Disfrutar.
—¿Y qué hay de malo? —Ahora lo entiendo aún menos con esa
contestación.
—Precisamente eso. Verte disfrutar me pone malo. No sé por cuánto
tiempo podré seguir conteniéndome si te veo poner esas caras y relamerte
los labios. —Su voz se ha vestido por completo de sensualidad y no puedo
evitar sonrojarme al escuchar sus palabras.
—Pues no te contengas —le incito.
Agacha la cabeza, pincha con el tenedor y da el primer bocado,
omitiendo por completo nuestra conversación a pesar de que ha sido él
quien la ha empezado. Busco su mirada para retarle, pero como no es capaz
de cruzármela, comienzo con el juego sucio. Vuelvo a pinchar otros pocos
macarrones y al abrir la boca, emito un gemido de placer al degustarlos.
Alza la vista y emite un bufido. Esta vez su mirada sí que se clava en la mía
y siento hasta que me perfora los sesos con ella.
Vuelvo a meterme otro poco en la boca sin apartar la mirada de la suya
y cierro los ojos mientras pongo cara de satisfacción.
—¡Para! —me grita.
—No quiero. —Le sonrío pícara.
—No juegues con fuego, Michelle, o te terminarás quemando.
—Igual quiero quemarme. Estamos en invierno, necesito un poco de
calor. —Me muerdo el labio inferior para provocarle.
—Como sigas así, terminaré haciéndote daño y ahora mismo es lo
menos que quiero —me advierte sin dejar de mirarme y apretando los
puños a ambos lados de plato encima de la barra.
Su advertencia me crea un poco de pavor, pero también me produce
cierta intriga ver hasta dónde puede llegar. No entiendo por qué se cohíbe si
se nota a la legua que lo desea tanto como yo. No le contesto, por el
contrario, me levanto, vacío el resto de macarrones en la basura y me
dispongo a lavar el plato.
—Tengo lavavajillas, Michelle. Déjalo ahí y luego lo pongo.
—¿Para un par de platos? Es tontería poner un lavavajillas con cuatro
cosas. —No le hago caso y comienzo a fregar los cubiertos.
—Mira que eres cabezota —desiste—. Pero eso es lo que más me
gusta de ti.
Esa confesión me pilla desprevenida y sin saber qué decir.
Termino de fregar todos los platos, incluidos los de él y me acomodo
junto a él en el sofá. Poniéndole los pies por encima de sus piernas.
—¿Quieres ver una película?
—¡Vale!
—¿De qué estilo te gustan?
—Me da igual.
Charles busca en Netflix hasta que da con una película que llama su
atención. Sinceramente, yo no le presto demasiada, ya que no dejo de
mirarle. Su rostro está serio y cuando hace eso se le tensa tanto la
mandíbula que se le remarca. Eso, las manos y la curva de la cadera, los
oblicuos, son mis tres debilidades y él tiene todas que encajan a la
perfección con mis expectativas.
No ha quitado mis pies de encima de sus piernas y comienza a
acariciarme por el empeine. De vez en cuando me produce un poco de
cosquillas que intento aguantar para no retirar el pie de golpe. Subo uno de
los pies y le rozo la entrepierna. Cambio rápidamente la dirección de mi
mirada hacia la televisión, pero pendiente con el rabillo del ojo apuntando
hacia su cara y aprecio que me mira.
Dejo el pie apoyado encima unos cuantos segundos. Lo suficiente
hasta que dirige la mirada de nuevo a la película. Vuelvo a moverlo, esta
vez rozándolo aún más fuerte. Puedo hasta notar cómo reacciona
adquiriendo un poco de consistencia por debajo de mi pierna. Se gira para
mirarme, pero esta vez no aparta la vista de mí y separa mis piernas,
quitándoselas de encima y se acerca despacio.
—¿A qué juegas? —susurra muy bajito cerca de mi oreja,
provocándome un escalofrío.
—A un juego —le susurro también, girando la cabeza para mirarle y
dejando nuestros labios prácticamente al borde de tocarse.
Su rostro se enardece y no lo aguanta más. Se abalanza sobre mí,
despacio, y me besa. Haciendo que nuestros labios se peguen como
ventosas. Aguanto la respiración todo lo que puedo para disfrutarlo al
máximo y suelto el aire junto a un pequeño jadeo sobre sus labios. Se
separa de golpe y me observa. No dura mucho tiempo separado porque
regresa rápido volviendo a besarme mientras me empuja hacia atrás,
recostándome en el sofá. Se sube encima, sin llegar a rozarme.
Manteniéndose suspendido sobre mí, ejerciendo toda la presión en sus
antebrazos.
Me besa suavemente, saboreando cada hueco del interior de mi boca.
Busca separarse de mis labios, pero el deseo no se lo permite, hasta que
finalmente lo hace, no sin antes llevarse consigo mi labio inferior tirando de
él con sus preciosos dientes blancos. Ese gesto me produce un cosquilleo
intenso que le devuelve por un momento la vida a mi cuerpo. Envuelve con
sus labios mi barbilla y baja por el cuello, creando un reguero de delicados
besos húmedos hasta el canalillo.
Desabrocha la cremallera de mi sudadera, dejando mis pechos libres.
Saca la lengua y los rodea con ella sin dejar ni un solo rincón por explorar,
sin dejar de mirarme. Va con calma, a diferencia de la última vez que
estuvimos juntos. Desciende por mi abdomen creando una línea que termina
en la pelvis. Quiero y deseo que siga bajando, que termine lo que empezó
en el local, así que, alzando mis caderas, le pongo mi entrepierna
directamente a la altura de su boca. Entregándole una muda invitación a que
se apodere de ella sin ningún tipo de tapujo.
Sonríe y se levanta del sofá, quedándose de pie mirándome fijamente.
Debe haberse dado cuenta de la cara de gilipollas que se me ha quedado
porque su risa se convierte en carcajadas.
—¿Te hace gracia? Pues a mí, ninguna… —Me incorporo, llevándome
las rodillas al pecho, enfadada.
—Ya te dije que me hacía gracia verte disfrutar. —Me recuerda. Eso
mismo me lo dijo la vez que estuvimos en el local. Antes de que
descubriera que era un jodido sádico.
—No me lo recuerdes. —Le lanzo una mirada asesina—. Además,
¿cómo es posible que algo así, que te debería de dar otro tipo de reacción te
haga gracia? No tiene sentido. —Actúo seria y borde.
—No es el tipo de gracia que te produce un payaso.
—¿Y entonces? —A este chico no hay quien le entienda.
—Levántate —me ordena.
Hago lo que me pide y agarro la mano que previamente me ofrece. Al
levantarme, un dolor fuerte me atraviesa en el costado, haciendo que me
retuerza.
—¿Estás bien? —Se agacha a recogerme completamente preocupado.
—Sí, sí, tranquilo. —Respiro hondo y le miro. Su rostro ha cambiado,
está muy preocupado. Me agarro despacio a su cuello, pasando las manos
por detrás y, de puntillas, le beso.
Me coge en brazos por la cintura suavemente, enredando mis piernas
en su cadera, mientras me agarro a su cuello con la cara pegada a la suya sin
dejar de mirarle. A cuestas me lleva hasta la que es mi habitación. Me
recuesta en ella y cogiéndome por la cinturilla del pantalón, tira de él,
haciéndolo resbalar por mis piernas. Despojándome a su vez de la ropa
interior también. Coge una de mis piernas y, de rodillas sobre la cama, la
alza hasta situarla a la altura de su boca, metiéndose el dedo pulgar del pie
dentro. Chupándolo mientras me mira. En mi vida habría creído que dejaría
a nadie chuparme un pie y, en cambio, que él lo esté haciendo, me resulta
bastante erótico.
La piel de todo mi cuerpo reacciona inquieta, erizándose, al sentir
cómo recorre con sus labios humedecidos por el ansia contenida toda mi
pierna por la cara interna. Continúa ascendiendo hasta reunirse con mi
centro de gravedad. Vacilando con su lengua en el interior, degustando de
lleno mi esencia. Mi cuerpo responde con ligeros espasmos que se
concentran en la columna. Deja tatuados varios mordiscos en mis labios
inferiores proporcionándome una sensación prácticamente indescriptible.
Impaciente tiro de él y le beso saboreando mi propio perfume
directamente de su boca. Nuestros besos son apasionados, pero terminan en
un desenfreno difícil de controlar. Se levanta y coge un preservativo que ya
tenía preparado en el bolsillo de su pantalón. Se deshace de toda su ropa,
mostrándome una estructura completamente perfecta. Delineando la curva
que avanza como una culebrilla hasta su sexo erguido. Rasga el plástico del
preservativo con los dientes y se lo coloca con delicadeza. No la misma que
emplea en embestirme. Se introduce rápidamente en mi interior y comienza
a penetrarme con fiereza, haciéndome subir a lo alto en la montaña rusa,
con el cosquilleo que eso supone en el estómago.
Mi cuerpo se tensa y cuando creo que no puedo sostenerlo más, clavo
las uñas en su pecho y me deshago entre sonoros gemidos de placer.
Derramando fluidos con persistencia sobre su miembro aún embistiéndome.
Es tanta la excitación que no soy capaz de abandonar mi orgasmo hasta que
él también alcanza el apogeo, deshaciéndose entre gruñidos roncos y
cayendo rendido sobre mí.
—Te quiero, Michelle —musita a penas sin voz.
—Yo también a ti, Charles.
Sé que deberíamos levantarnos, ducharnos, pero nuestros cuerpos
están tan derrotados que son incapaces de moverse. Se quita el preservativo
y envolviéndolo en un clínex, lo deja encima de la mesita de noche. Me
siento tan exhausta que no soy capaz ahora mismo de hacer otra cosa que
no sea recostarme sobre su pecho y caer rendida en un sueño totalmente
liberador.
Capítulo 20
Me despierto con una sonrisa, viendo los rayos de luz atravesar por las
cortinas. Respirando su aroma que aún sigue impregnado en las sábanas.
Palpo toda la cama con la esperanza de encontrarle y no creer que todo haya
sido un sueño. Abro los ojos de golpe y no le veo. Miro el reloj digital que
hay en una de las mesitas y veo que son las diez de la mañana. He dormido
un montón de horas y aún sigo con la cabeza a punto de explotar.
Me levanto de la cama y me pongo una bata que Deborah metió en mi
mochila y voy a buscarle por toda la casa. No le encuentro. Atravieso todas
las puertas de su casa y no hay rastro de él en ninguna. La suya es la única
que está cerrada con llave. Me sorprende, pero no le doy importancia. Bajo
hacia la cocina y veo una nota pegada en el frigorífico.

Michelle, he tenido que salir corriendo por un asunto urgente en la


empresa. No sé lo que tardaré en volver, pero lo más seguro es que llegue
tarde. Recuerda, estás en tu casa. Muévete libremente por ella. Si necesitas
salir a comprar, tienes una copia de la llave que mandé hacer para ti en el
cuenco de la entrada.
Un besito.
Fdo. Charles.

Busco en Spotify y pongo mi favorita All I want for Christmas is you


de Mariah Carey y me pongo a cantarla como una loca. Como estamos en
época navideña, qué mejor que una canción de ese estilo. Sin moverme en
exceso, a pesar de que el cuerpo me pide marcha, saco unos huevos de la
nevera, queso rallado y jamón de york y los revuelvo en la sartén. Las
tortillas nunca han sido uno de mis fuertes, así que opto por revolverlo y así
no pierdo el tiempo. Mientras lo remuevo, no puedo dejar de pensar en todo
lo que pasó anoche y lo especial que me hizo sentir. Aún siento el tacto de
su piel sobre mi cuerpo y es algo que no quiero que se borre.
Cuando termino, lo echo todo en un plato y suena mi teléfono. Me
lavo, seco las manos y lo cojo de la encimera. La música sigue sonando,
solo que ahora son más bien villancicos. Es un mensaje de Jayden.
«Hola, Michelle.
¿Cómo te encuentras?» 11:10

Doy una pinchada a los huevos y le contesto.

«Muy bien, Jayden. Me encuentro bien.


Muchas gracias por preguntar». 11:11

«¿Y tú? ¿Cómo estás?» 11:11

Está en línea, así que deduzco que no tardará mucho en contestar.


Mientras espero, voy hincándole el diente a mi plato. Al terminar de
comerme el último trozo, me salta una notificación.

«Yo, bien». 11:15


«Quería proponerte una cosa.
Si no tienes planes, me gustaría enseñarte
un sitio que sé que te encantará». 11:16

«¿Aceptas venir?
No es una cita. Solo en plan amigos». 11:16

Debería darle una negativa para no darle falsas esperanzas, pero algo
en mí me dice que vaya con él. Total, tampoco es que tenga nada más
interesante que hacer y así me da un poco el aire que realmente lo necesito.

«Vale, Jayden. ¿A qué hora?» 11:20

«¿Te paso a buscar sobre las cinco?


¿Te viene bien?» 11:21

«Me viene perfecto. Nos vemos». 11:21

Cierro el WhatsApp y friego los platos. Charles me ha dicho que no


vendrá hasta por la noche y aún son las once y media. Faltan muchas horas
para quedar con Jayden y no sé con qué entretenerme. Voy hacia el sofá y
cojo el mando de encima de la mesa. Creo que veré una película en Netflix.
El otro día, Deborah me habló de una serie nueva. Me dijo que sería de mi
estilo, ya que llevaba las dos cosas que más me gustan, amor y fantasía.
También me dijo que estaba basada en unos libros que han dado mucho
juego. Pero como yo no soy una lectora nata, no tenía ni idea. Tampoco es
que haya tenido mucho tiempo para estar al tanto de las últimas novedades.
¿Cómo me dijo que se llamaba? A sí, la saga Sin saber. Me dijo que había
tres libros y que por el momento tan solo habían sacado la primera
temporada. Lo busco en Netflix y rápidamente doy con ella. Está situada
entre las más vistas. Sin saber lo que sentir, se llama la primera temporada.
Le doy al play y me recuesto en el sofá. La protagonista me recuerda
un poco a mí y no solo por el color de pelo. Por un momento he dejado de
prestarle atención a la pantalla para pensar en Charles, hasta que algo ocurre
en la serie que me hace sobresaltarme. Me incorporo en el sofá con las
rodillas en el pecho y comienzo a llorar como una magdalena con lo que
veo en la pantalla. ¿Cómo es posible? Ella le ha confesado su amor y él lo
ha tirado todo por la borda y nunca mejor dicho. Pensé que Sara era la
protagonista y ¿acaba de morir? ¿Qué clase de broma es esta? Menudo
gilipollas el Cristian este.
Termino de ver el primer capítulo y automáticamente me pongo el
segundo. Menos mal que en Netflix ponen todos los capítulos de golpe que
si no, no sé qué sería de mí. Todo se vuelve más interesante a medida que
avanza y no puedo separar los ojos de la televisión.

Me he visto ya tres capítulos y no me he dado cuenta de que ya son las


tres de la tarde. Apago la televisión y voy a la cocina a preparar algo de
comer. Faltan dos horas para que Jayden venga a recogerme y tengo que
ducharme y arreglarme un poco. No tengo ni idea de dónde piensa
llevarme, pero he de admitir que estoy un poco nerviosa por descubrirlo.
Abro la nevera y saco un par de filetes. Me los hago con unas patatas y
me los como a toda prisa sin dejar de mirar el reloj de reojo. Parece que
cuando no quieres que el tiempo corra, este lo hace aún más deprisa.
Cuando termino pienso en las palabras de Charles y en vez de fregar
los platos, los meto directamente en el lavavajillas, tras enjuagarlos y corro
literalmente hasta la habitación. Me doy una ducha rápida y rebusco entre la
ropa que Deborah metió en la mochila. No hay nada que sea para ir más
arreglada. Todo lo que metió es casual, pero no tengo tiempo de ir a mi casa
a por algo, así que improviso.
Me pongo unos pantalones vaqueros con el bajo acampanado y
ajustado a las caderas. Son de tiro alto, así que el jersey granate que me
pongo lo meto por el pantalón y lo abombo después. Me miro al espejo y
aún no sigo viendo sencillo. Voy al baño y me maquillo un poco. Deborah
metió una base, un corrector y una máscara de pestañas. ¡Joder! Ya se
podría haber esmerado un poco más. Me recojo el pelo en una coleta alta,
tirante. Vuelvo a mirarme en el espejo. El aspecto ha cambiado, aunque
sigue siendo sencillo, pero bueno, tampoco sé qué es lo que pretende
Jayden. Supongo que si es llevarme a algún sitio elegante me lo habría
avisado.
Miro el reloj aún falta media hora para que venga. Estoy súper
nerviosa y no lo entiendo. Bajo de nuevo a la cocina y saco los platos del
lavavajillas y me pongo a fregarlos. Al no estar en mi casa, no encuentro
cosas que hacer para entretenerme. Es como que, al no estar en mi zona de
confort, todo me viene grande. Ahora que lo pienso, no le he dicho a Jayden
que me quedaba donde Charles y no creo que lo sepa. Cojo el teléfono y le
llamo. No me lo coge… ¡Joder! Le mando un WhatsApp.

«Jayden, se me ha olvidado comentarte que me estoy quedando en casa


de Charles.
Te estoy llamando...» 16.55

Miro su última vez en línea y es la hora a la que hemos hablado esta


mañana. Me pongo el abrigo y me dispongo a ir andando hasta mi casa.
Queda un poco retirado, pero mejor eso que a que se piense que le he
dejado plantado. Bajo por las escaleras deprisa y me da un latigazo en el
costado que me hace retorcerme. Por un momento se me olvidan las
palabras del médico de que tengo que guardar reposo y no solo no lo estoy
haciendo, sino que encima voy por la vida como las locas. ¿Qué hago? Soy
nerviosa de nacimiento y estar quieta no es una de las cosas que más ilusión
me haga. Aunque tengo que hacerle caso, así que reduzco la marcha y
termino de bajar los últimos escalones con cuidado.
Salgo a la calle sin mirar a mi alrededor, completamente decidida a ir
hacia mi casa y me doy de bruces con el pecho de alguien que está
llamando a los telefonillos. Alzo la vista avergonzada, dispuesta a
disculparme y es él. Vestido con un jersey color crema y unos pantalones
vaqueros que acentúan las curvas de sus musculadas piernas. Inhalo su
perfume, huele espectacularmente bien. Me ruborizo al instante.
—¿Dónde ibas tan deprisa, pelirroja? —Sonríe mostrando su perfecta
dentadura—. No habrás olvidado que habíamos quedado, ¿no?
—Eh, sí, sí. O sea, no —titubeo—. Que pensé tarde que igual no
sabías que me estaba quedando donde Charles —termino de decir una vez
me recompongo.
—Me lo dijo Deborah —confiesa. Ahora de repente parece que él y
Deborah se llevan muy bien. Sé que íbamos todos juntos al colegio, pero
recuerdo que cuando nosotros quedamos, ellos hacía tiempo que no tenían
contacto y ¿ahora son súper amigos?
—Ahora os lleváis muy bien por lo que veo… —¿Qué me está
pasando? ¿Me estoy poniendo celosa? ¿Por qué?
—Cuando estuviste en el hospital hablamos mucho, pero ya está. Esta
vez la hablé porque en realidad a la que quería hablar era a ti, pero no sabría
si querrías que lo hiciese.
—¿Por qué no iba a querer que lo hicieras?
—Porque igual estabas desubicada por todo el rollo de estar
adaptándote de nuevo tras salir del hospital. —Intuyo que no es por eso,
pero tampoco quiero darle más vueltas, así que cambio de tema.
—Y bien, ¿dónde me piensas llevar?
—Shhh —posa su dedo índice sobre mis labios—, es un secreto. —Me
tiende la mano y me lleva hasta su coche.
Nos tiramos todo el camino en silencio. Él no deja de mirar la carretera
y lleva dibujada de forma perpetua esa sonrisa tan característica. No puedo
dejar de mirarle y, por un momento, sé que se da cuenta de que lo estoy
haciendo.
—Tengo que vendarte los ojos —dice poniendo el intermitente para
aparcar el coche en un hueco que hay a la derecha.
Recuerdo la última vez que me vendaron los ojos y no me gustó en
absoluto la sensación y mucho menos lo que vi cuando me devolvieron la
visión.
—Es importante que no mires hasta que no llegues, pero si te hace
sentir incómoda no te los vendo. —Se da cuenta de mi descomposición—.
Pero tienes que prometerme que no vas a abrir los ojos, al menos.
Asiento con la cabeza y agarrándole por la mano le digo.
—Véndame los ojos. —Jayden siempre me ha transmitido esa
tranquilidad que, por ejemplo, Charles no es capaz de transmitirme. Soy
consciente de que no todo el mundo va a ocultar un secreto tan sádico como
Charles y aunque no pueda evitar sentir miedo, sé que Jayden no va a
hacerme nada malo.
—¿Estás segura? —me pregunta.
—No me hagas arrepentirme. —Carcajeo dándole la espalda en el
asiento del coche, colocándome para que me vende los ojos.
Lo hace con una delicadeza innata. Provocándome un millón de
sensaciones al rozarme con sus dedos. Un escalofrío me recorre la nuca,
poniéndome los pelos de gallina. A ciegas oigo cómo sale del coche y
pasado unos segundos abre mi puerta. Tiendo mi mano y él la recoge
ayudándome a levantar.
Me guía por la calle abrazando por completo mi cuerpo para evitar que
dé un paso en falso.
—Ya hemos llegado. Ahora hay que subir un escalón —me avisa y lo
encuentro perfectamente con la punta del pie. Me ayuda a subir.
El corazón late muy deprisa y tengo la extraña sensación de que como
no lleguemos ya al sitio, este va a planear independizarse de mi cuerpo.
—Espera un momento aquí. No tardo. —Me quedo estática sin
moverme del sitio en el que me ha dejado. Sé que no se ha ido muy lejos
porque escucho sus pasos. Oigo también cómo enciende varios
interruptores y vuelve rápidamente hacia mí—. Te voy a quitar la venda,
Michelle. ¿Estás preparada?
—Sí —respondo como puedo, ya que ahora mismo no soy capaz de
expulsar más palabras.
Se sitúa a mi espalda y tira despacio del nudo haciendo caer el velo
que me oscurecía la mirada. Abro los ojos, impresionada, con lo que ha
preparado.
—¿Esto es para mí? —le pregunto admirando el lugar.
Me acerco despacio a tocar el recorrido de luces que ha preparado por
todas las paredes. Estrellas en el techo que brillan alumbrando a una mesa
baja en el centro, con cojines largos en los laterales a modo de bancos. Un
árbol pequeñito de Navidad en una esquina con un regalo justo debajo. En
la pared de enfrente las luces crean mi nombre y parpadean siguiendo una
secuencia. Mientras la canción de Stevie Hoang, Addicted, empieza a sonar
en una pequeña minicadena.
—¿Te gusta? —me pregunta emocionado, con los ojos brillando.
—No me gusta, Jayden, me encanta. —Corro a abrazarle—. Pero ¿por
qué?
—Porque sé que desde pequeña siempre te gustó la Navidad. Y sé que
te dolió perdértela. Te dije que tendrías tu propia Navidad y me he
encargado de que así sea.
—Jo, Jayden, es todo un detallazo. —Le doy un beso en la mejilla. No
puedo creerme que me haya hecho todo esto. ¡Es precioso!
—Te mereces mucho más, pero esto es todo lo que me ha dado tiempo
a preparar.
Hemos estado hablando durante muchísimo tiempo. He reído tanto que
me duele hasta la tripa ya. Mezclado con todo lo que he comido, creo que
no voy a ser capaz de cenar cuando llegue a casa. Me ha contado un montón
de cosas. Que su madre este año se ha ido a pasar las fiestas con una amiga
a la playa y que Jayden se ha quedado solo aquí. Es por eso que pasó la
Navidad conmigo y me ha asegurado que fue una de las mejores de su vida
porque justo yo desperté. Miro la hora y veo que son las diez de la noche.
Me levanto rápido. Seguro que Charles ha llegado ya a casa y se preocupa
al no verme allí. No le he dejado ninguna nota y tampoco le he mandado
ningún mensaje para avisarle.
—Bueno, Jayden, todo ha sido espectacular. La mejor Navidad de mi
vida. Pero tengo que irme ya o se hará tarde.
—Pero antes tienes que abrir tu regalo —suelta agachándose a coger el
paquete que hay bajo el árbol—. ¡Feliz Navidad, Michelle! —Me lo tiende.
—Pero yo no te he comprado nada.
—No te he pedido que lo hicieras. Tu compañía es mi mejor regalo. —
Sus palabras hacen que mi estómago haga una voltereta por dentro.
Lo abro con cuidado y da paso a una caja de color rojo. Al abrirla, un
colgante de cuero negro con una pluma colgando me deja boquiabierta.
—¡Es precioso! ¿Por qué una pluma? —Nunca se lo he dicho a nadie,
pero las plumas me encantan. Es impresionante que haya dado en el clavo.
—Porque me recuerdas a ella —suelta, rascándose el puente de la
nariz, buscando las palabras para explicármelo—. Las plumas son suaves.
Capaces de provocar cosquilleos hasta en lugares que jamás podrías
imaginar. Y, sobre todo, son capaces de volar libres cuando se desprenden
de lo que les ata, al finalizar su función —aclara, volviendo a dar en el
clavo.
—¿Por qué crees que hay algo que me ata?
—Por la sencilla razón de que me acuerdo de tu sonrisa. De los
hoyuelos que te salían en las mejillas al hacerlo y del brillo tan cegador que
inundaba en tu mirada. —¿Se acuerda de mi sonrisa? ¿Por qué?
—Y… ¿ya no la tengo?
—No, ya no. Desde que he vuelto a verte, no la he visto otra vez. Sé
que está ahí en alguna parte porque algo así es incapaz de desaparecer. Solo
necesitas tiempo para darte cuenta de que cuando el pájaro vuele alto, tú
tendrás que desprenderte y este collar es tan solo para recordarte que algún
día tendrás que hacerlo y volver de nuevo contigo misma.
Sus palabras me rompen por dentro. Tiene razón. Lo pasé mal en el
pasado y, cuando creí estar repuesta, apareció Charles para ponerme todo
patas arriba. No me había dado cuenta de que en todo este tiempo me he
olvidado de mí, de ser yo. He estado tan pendiente en aferrarme a él para
cubrir mis carencias que no me he fijado en que eso solo lo puedo hacer yo,
sin necesidad de nadie. He llenado toda mi vida de caos, volviendo a repetir
los mismos errores que cometí en el pasado.
—Gracias por recordármelo. —Le doy un beso en la mejilla, muy
cerca de la comisura—. Debo irme. —Con Jayden todo es tranquilo. Es
calma… pero no puedo hacerle eso porque en el fondo, sé que quiero a
Charles.
Me agarra por el brazo.
—¿Te llevo? —Nuestros cuerpos se rozan y las respiraciones se
entrecortan por un momento al quedarnos tan cerca.
—No te preocupes, cojo un taxi —jadeo, ahogada, intentando coger
aire para recuperar el aliento que he perdido al tenerle a centímetros de mí.
Mira hacia arriba.
—Un muérdago. —Me sonríe.
Le sonrío yo a él también y por un momento todo se inunda de magia.
De la magia que desde pequeña siempre había soñado que tendría con
alguien y, en cambio, todo el rato me empeño en huir. ¿Por qué no puedo
simplemente quedarme? Mi cuerpo se tensa cuando él acerca sus labios
hacia los míos y cuando estamos a punto de besarnos, me separo de golpe.
—No puedo, Jayden. —Agacho la cabeza abatida y a la vez
avergonzada.
—No te preocupes, Michelle. Discúlpame. De veras que no era esa mi
intención.
Salgo corriendo de allí, sin soltar la caja con el colgante.
Llego a casa y Charles aún no está. En parte, me tranquiliza, pero, por
otro lado, me hace dudar de si en realidad estará en la empresa o será en el
local donde ha pasado el día. Subo a mi habitación y me tumbo en la cama,
pensando en todo lo que ha pasado hoy y recordando las palabras de
Jayden. Pero todos mis pensamientos acaban siempre en sus labios en busca
de los míos y siempre que llegan, dejan consigo un montón de culebrillas
revoloteando en mi estómago. ¿Será que siento algo por Jayden?
Capítulo 21
Charles
Cuando llego a casa, Michelle ya duerme. Hemos tenido un problema
en la empresa con uno de los accionistas. Quería vendernos su parte y no
estaba dispuesto a darnos lo que en el fondo debería. Nos ofrecía un precio
tan desorbitado que, aunque pueda costearlo, no estaba dispuesto a hacerlo.
Hemos pasado toda la mañana, reunidos, llegando a un acuerdo. Después,
cuando ya por fin lo hemos solucionado, nos hemos ido a comer. Soy
honesto, podría haber llegado muchísimo antes a casa, pero no he querido.
Con Michelle ahora mismo estoy bien, pero tengo miedo de hacer de
nuevo algo que no le guste y volverla a cagar. Mis sentimientos por ella son
intensos, sin embargo, aún no he sabido encontrar la manera de descifrarlos
para saber qué significan. Anoche me moría de ganas por poseerla, pero
constantemente me venía a la cabeza mi promesa hacia ellos y todas las
palabras de Deborah. Las que me hicieron plantearme el hecho de que no
soy bueno para ella.
Pero, por otro lado, tenerla tan cerca hace que me olvide de mis
principios y de lo que es adecuado para ambos. Encima provocándome de
esa forma que nunca nadie ni siquiera ha intentado. Me vuelve loco.
Me acerco despacio a ella y beso su frente. Igual no debería, pero
viendo la hora qué es deduzco que se ha acostado sin cenar.
—¿Quieres cenar? —le pregunto cuando veo que se despierta.
—Mmm, no, quiero dormir. ¿Qué hora es?
—Tarde. Duérmete entonces. Aunque... antes quería hacerte una
pregunta.
—¿Cuál? —pregunta dormida, con la cara pegada en la almohada.
—¿Quieres pasar fin de año conmigo y mi familia? —digo sin pensar.
Se sienta de golpe en la cama, abriendo los ojos como platos y me
abraza.
—Claro que sí. —Me besa.
Por cosas como esta es cuando pienso en que no sé por qué dudo,
cuando sé a la perfección que mi destino es, ella.
Capítulo 22
31 de diciembre
Desde la otra noche en la que Charles me pidió ir a pasar el fin de año
con él y su familia, hemos estado comportándonos como si fuésemos una
pareja. Solo que sin etiquetas. Hemos pasado los días riéndonos, bailando
por la casa mientras cocinábamos e incluso haciendo el amor por todas las
estancias. La única que nos falta es la terraza y no lo hemos hecho porque
hace un frío de mil demonios.
Esta noche vamos a ir a comer con la familia de Charles y la verdad es
que estoy acojonada. No sé qué esperarme y no sé tampoco qué les voy a
parecer a ellos. Para mí es muy importante que me acepten, ya que lo
primero para llevar bien una relación es llevarte bien con la familia. De
Deborah apenas sé nada. Bueno, sí, lo que Charles me cuenta cuando se
pasa por el local para ojear. Sé que es solo para ojear porque mientras
acude, lo hacemos al teléfono. Creo que lo hace para que no me raye. He
estado dándole vueltas y he llegado a la conclusión de que no puedo juzgar
algo que ni siquiera conozco. Entonces quiero probar. Quiero saber qué se
siente al involucrarme en ese mundo que la otra vez casi hizo que me
costara la vida. Esta vez, si lo hago, quiero hacerlo con los ojos abiertos. No
sé qué me irá a contestar cuando se lo proponga, pero estoy segura de que le
hará ilusión.
Charles está preparando la comida en la cocina. Me acerco despacio
sin que me escuche y le rodeo con los brazos por detrás. Él pega un brinco
al notarme, pero rápidamente sigue cortando la cebolla. Veo que llora y me
hace gracia.
—¿Estás triste, mi amor? —bromeo poniendo voz de niña pequeña
preocupada.
—Sí, muchooo —me imita—. Tengo una niña de la que estoy
enamorado y ella no me quiere nada. —Cae devastado sobre la barra.
—Mira que eres tonto. —Le doy un manotazo.
Él se acerca hacia mí y apoyándome ahora a mí contra la encimera me
besa. Ese simple gesto hace despertar a mi entrepierna y agarrándome a sus
antebrazos que están apoyados a ambos lados de mi cuerpo, me impulso
hasta sentarme en la barra.
—Uf, no, no hagas eso, Michelle. Ahora no… —suspira fuerte y niega
con la cabeza para librarse de los malos pensamientos.
—¿Por qué no? Me apetece. —Le miro pícara y me muerdo el labio
inferior. Sé que ese gesto le vuelve tan loco que es capaz hasta de
desorientarse.
—¡A la mierda! —Me recuesta sobre la encimera de golpe y me quita
el pantalón del pijama.
Me introduce los dedos en el interior de mi vagina haciendo que me
retuerza sobre la encimera. Emitiendo uno de esos gemidos que le vuelven
tan loco. Sus ojos se visten de completa oscuridad cuando nota la humedad
recorriendo sus dedos. Los saca de mi interior y se los lleva directamente a
la boca saboreando mi perfume privado. Está tan cegado que baja sus
pantalones con la intención de penetrarme sin pensar en que no lleva
preservativo. Le freno con el pie.
—No llevas puesto…
Separa mi pie de su pecho de un manotazo y se introduce en mi
interior. Nunca había sentido esta sensación. Jamás lo había hecho piel con
piel con nadie y es tan intenso que siento hasta que me abrasa por dentro.
Me tumbo por completo mientras se mece en mi interior despacio.
Parecemos dos piezas de puzle destinadas a encajar. El vaivén de sus
caderas es pausado, nada que ver con las demás veces. Para querer sentirlo
todo bien. Con calma. Despacio.
De pronto, la puerta de la entrada se abre de golpe. Charles sale de mi
interior deprisa y vuelve a cerrarla. Me hace un gesto para que suba arriba.
Recojo mis cosas del suelo y antes de echar a correr por las escaleras, oigo
una voz femenina por el otro lado.
—¡Charles! ¿Qué coño haces? Déjame entrar.
Llego a la habitación y me adecento un poco el pelo. Echo el pijama al
cesto de la ropa sucia y me pongo una camiseta holgada y unas mallas.
Espero sentada en el borde de la cama como cuando era niña y jugaba al
escondite. Esperando a que me avise cuando debo salir de él. De repente,
oigo a Charles gritarme desde abajo.
—Michelle, baja. Mi hermana quiere conocerte.
¿Su hermana? Ay, por favor. Entonces con estas pintas no puedo bajar.
Arreglarme solo el pelo no vale. Empiezo a dar vueltas por la habitación
nerviosa.
—¿Michelle? —Vuelvo a escucharle.
Bueno, mejor que me vea con estas pintas a quedar mal bajando tarde.
Va a parecer que no quiero conocerla. Pero es que jolín, las primeras
impresiones son las más importantes. Bajo las escaleras y me encuentro de
frente con los dos observándome. Es igual que Charles, solo que con la
diferencia de tener melena larga y tintada de rubio. Tiene un cuerpo
escultural. Parece que eso es genético…
—Tú debes de ser Zoe. —Me adelanto a saludarla con dos besos.
—La misma y tú, Michelle, ¿no? —Me devuelve los dos besos y acto
seguido me abraza hasta espachurrarme—. ¿Estabais para comer?
Bueno, no exactamente. Me ruborizo.
—Sí. ¿Te quieres quedar? —se anticipa Charles y le lanzo una mirada
asesina.
—No, no te preocupes. Solo venía a traer un par de cosas para
instalarnos al día siguiente de fin de año. Si no os importa… —Le mira a su
hermano y acto seguido a mí.
Por suerte, Charles vuelve a anticiparse.
—No, claro, Zoe, sin problema. Ven que te enseño la que será tu
habitación y la otra para los nenes. —Suben las escaleras y me quedo con
cara de tonta. Charles no me había dicho que su hermana iba a venir a vivir
aquí.
Deduzco que será porque se le ha olvidado. No creo que haya querido
ocultármelo. Pero… ¿Cómo vamos a mantener relaciones cuando ellos
estén aquí? Me muero de la vergüenza. Esto no es ni parecido a que me
miren en el local. Ella es su hermana…

Hace un rato que Zoe ya se ha ido. Nosotros hemos comido en


silencio. Yo no he querido sacar el tema y por lo que parece a él tampoco le
ha interesado hacerlo. Ni siquiera ha intentado que prosiguiéramos por
donde lo habíamos dejado. Me levanto bruscamente y me dispongo a fregar
los platos. Él, en cambio, se queda sentado en el taburete sin dejar de
mirarme. Ya empieza hasta a ponerme nerviosa.
—Está en proceso de separación y la han echado del trabajo. No tiene
dónde ir y la casa de mis padres no es una opción, ya que mis sobrinos son
terremotos —me aclara mirándome fijamente—. Se lo propuse en
Nochebuena, ahí no sabía ni de lejos que tú acabarías viviendo aquí
conmigo.
—No te preocupes. Es solo que hubiera agradecido saberlo. Más que
nada porque no me pillara de sorpresa cómo lo ha hecho, pero no pasa nada.
—le contesto de forma hipócrita porque sí, sí qué pasa. ¿Cómo vamos a
convivir aquí tantos? Aunque bueno, también es cierto que yo solo soy una
simple invitada. Se suponía que solo me iba a quedar hasta que me
recuperara y ya lo estoy prácticamente. A excepción de los pulmones y la
respiración que sigue algo débil, por eso aún no puedo volver al trabajo.
—Tranquila, nosotros podemos hacer vida aquí abajo y ellos allí
arriba. Las paredes de las habitaciones están insonorizadas, ni siquiera nos
escucharán.
No me tranquiliza mucho, pero también entiendo su postura. Es su
hermana y lo está pasando mal. Ni siquiera debería pensar esas cosas, me
hacen adquirir actitudes egoístas y yo jamás he sido así.

Nos comenzamos a preparar para ir a casa de los padres de Charles. He


traído varias cosas de mi apartamento, entre ellas, un mono ajustado azul
eléctrico que es el que me voy a poner esta noche. Con un abrigo tres
cuartos negro de paño y unos zapatos negros a juego. Ondulo mi melena
pelirroja y me maquillo un poco los ojos, destacándolos con sombreado
ahumado. Los labios los pinto con tan solo un poquito de gloss, ya que he
destacado los ojos.
Salgo del baño ya lista y me encuentro con un perfecto Charles
vistiendo un traje negro. Una camisa azul eléctrico a juego con mi mono
que se adapta a su curvatura de manera exquisita.
—Ese traje te sienta… —Me relamo los labios.
—Me acaban de venir muchas formas diferentes a la cabeza de
arrancarte ese mono. —Se acerca y absorbe mi labio inferior tirando de él.
No tenemos tiempo si no estaría encantada de que lo hiciera y me
demostrara esas habilidades desvistiendo.

Llegamos a casa de sus padres y según aparca, empiezo a sudar como


si estuviera metida en una sauna y eso que en la calle ahora mismo debe
rondar los cero grados. No sé por qué me da tanto miedo si me ha hablado
de ellos y tienen pinta de ser súper amables, además, juego con la ventaja
de haber conocido a su hermana hace apenas unas horas. Un cosquilleo se
concentra en las palmas de mis manos y otro mucho más intenso me
atraganta.
—¿Estás bien, Michelle? —me pregunta incorporándose para
comprobarlo por el mismo.
—Eh, sí, sí. Es solo que estoy nerviosa —le confieso, agarrándome las
manos y jugueteando con ellas.
—Tranquilízate, ya te lo he dicho. No te van a morder. Eso solo lo
puedo hacer yo. —Se ríe de forma socarrona y me da un beso en los labios
—. Venga, vamos a entrar.
Nos acercamos hasta la puerta y pica el timbre tres veces seguidas. Si
antes estaba nerviosa, ahora siento que me voy a desmayar. Con suerte abre
la puerta Zoe y su hija Sheyla, de la que todo lo que he escuchado sobre ella
es bueno. Al verme se abraza a mi cintura fuerte al grito de «¡Michelle!» lo
que me confirma que, de mí, también ha escuchado hablar bien.
A su espalda aparece la madre de Charles corriendo a abrazarme a mí,
eludiendo por completo a su hijo que se queda con los brazos abiertos.
—Ayy, pero qué guapa eres, mi niña —se expresa eufórica la madre de
Charles, dándole un manotazo—. ¿Cómo no nos lo dijiste en Nochebuena?
Tendrías que haberla traído.
—¡Mamá! —le regaña Charles abrazándola—. Michelle estaba
ingresada en el hospital.
—¿Qué me dices? —Se echa las manos a la cabeza y me agarra
llevándome dirección a la cocina—. Tienes que contármelo todo.
La noche transcurre entre risas, los chistes malos del padre de Charles
e incluso los bailes coreográficos de Nian y Sheyla. Por este tipo de cosas
es por lo que me gustan estas fiestas. Son momentos de quitar la presión
que nos invade durante todo el año. Momentos en los que la familia deja de
ser un segundo plano y se vuelve el plato principal en estos días. Eso es lo
que yo recuerdo que era con la mía, a pesar de que más tarde todo se
torciera por culpa de Megan y mis padres que aun sabiendo lo que me hizo,
la prefieren a ella. Todos mis miedos vuelven a agolparse en mi cabeza
trayendo consigo el pasado que tanto me costó olvidar.
Tendría que estar feliz porque perdí una familia y ahora estoy creando
otra. Debería estar feliz. Sí, debería estarlo. Pero, aunque me hayan
aceptado de la mejor de las formas, hay algo que me dice que esto es tan
solo una invitación y no el final de mi historia.
—¡Ya, venga, preparaos, que empiezan los cuartos!
Estamos todos preparados con nuestras copas en la mano, mirando la
pantalla de la televisión para ver descender la bola de Times Square.
Ansiosos porque comience la cuenta atrás.
El sonido de las risas inunda en la estancia proporcionándome una
imagen tan entrañable que me hace hasta emocionar y soltar alguna que otra
lagrimita.
—¡Feliz Año Nuevo! —gritamos todos al unísono y nos abrazamos
unos a los otros mientras brindamos con nuestras copas de champagne.
Ayudamos a recoger todo y Charles rápidamente se despide de su
familia. Tiene pinta de estar cansado y, en cambio, yo sería capaz de irme
de fiesta ahora mismo. Me despido de todos y salgo por la puerta
persiguiendo a Charles.
—¿Estás cansado? —le pregunto.
—Para ti, nunca. —Sonríe satisfecho—. Ha sido una noche increíble,
Michelle.
—Y… ¿Para ir al local? —Se lo digo sin andarme con rodeos.
Sus ojos se abren de par en par y no da crédito a lo que acaba de
escuchar.
—¿A qué te refieres exactamente?
—Año nuevo, vida nueva. Quiero probarlo.
—¿Estás segura? —alucina. No se esperaba para nada algo así.
—Sí. Pero con una condición.
—¿Cuál? —contesta automáticamente.
—Quiero entrar sin vendarme los ojos. Quiero verlo todo.
Capítulo 23
Llegamos al local. En el camino, Charles me habrá preguntado como
treinta veces si estoy segura de verdad. En otra ocasión igual el repetírmelo
tanto me haría planteármelo, pero en esta ocasión estoy más que segura. No
puedo decir que algo no me gusta si ni siquiera le he dado la oportunidad de
probarlo. Eso era una frase muy típica de mi abuelo y aunque nada tenía
que ver con probar este tipo de cosas, sé que llevaba razón. Sin probarlo, no
puedo decir que algo es malo.
Así que aquí estoy a tan solo unos metros de abrirme paso a un nuevo
intento. A un nuevo sabor que no sé si mi paladar será capaz de degustar o
al menos saber encontrarle el sabor.
—¿Una vez dentro qué quieres hacer? ¿Mirar? —me pregunta antes de
atravesar la primera puerta.
—No lo sé, lo que soláis hacer cuando venís.
—No, Michelle. Para eso aún no estás preparada —me confiesa
frunciendo el ceño.
—Déjame estar dentro para ver qué quiero hacer, ¿vale?
Duda un instante, aunque finalmente accede. Tiene miedo. Sé que lo
tiene porque no deja de tensar la mandíbula. Es algo que me gusta, pero
solo lo hace en dos ocasiones. Cuando se tensa por algo malo o cuando se
tensa por algo bueno y sé que por la segunda ahora mismo no es. Quizá sí
dentro de un rato, ahora mismo no.
Accedemos al local y en todo el camino Charles no se ha separado de
mí. Parece querer asegurarse de que esta vez no saldré huyendo y pretende
protegerme de acabar en el hospital de nuevo. Sonrío solo de pensarlo.
Atravesamos la discoteca normal y corriente y llegamos hasta la puerta.
Ahora sí, empiezo a ponerme un poco nerviosa, pero solo un poco. Charles
me hace un gesto con la cabeza, cambiando su expresión. Asiento con la
cabeza para tranquilizarle y la puerta se abre.
La gente se pasea desnuda por el lugar sin ningún tipo de vergüenza.
Ni siquiera giran la cabeza al vernos entrar, como si fuera algo normal.
Todo está separado como en pequeñas salas separadas por cortinas que en
realidad ninguna está cerrada realmente. A la derecha veo en la que
estuvimos Charles y yo con el sillón. Es un sillón de esos curvos que salen
en las películas. Con grilletes y amarres. Todo está perfectamente diseñado.
Charles me mira intentando buscarle algún tipo de respuesta a mi rostro.
Pero ahora mismo estoy prácticamente sin expresión. No me sale sentir
nada. Ni asco ni deseo. Nada.
Le agarro de la mano y recorro el lugar de punta a punta con la
esperanza de que mi cerebro me indique qué hacer en algún momento de
esta partida de prueba. En el fondo veo a la chica mulata que me atendió en
la tienda de lencería y no me atrevo ni a mirar. Está vestida con traje de
cuero y sometiendo a dos chicos que van detrás, amarrados por una correa.
Uno de los chicos es el camarero del sitio donde comí la hamburguesa. Ya
le había visto el otro día, reptando para meterse entre las piernas de
Deborah, pero sigue insuflándome respeto verle así.
Llegamos a una zona en la que una joven de cabello blanquecino está
recostada encima de una mesa, mientras un chico le acaricia todo el cuerpo
con una pluma. Me viene a la mente el colgante de la pluma de Jayden, el
mismo que llevo puesto en estos momentos. Lo tiendo en la mano y me
quedo observando como la chica se arquea de placer con cada caricia. Es
algo leve y fácil de ejecutar. Nada que ver con lo gore de las demás salas.
Esta, a pesar de estar abierta como las demás, me resulta algo más íntima.
Más provocativa y, por lo tanto, más fácil para empezar.
—Quiero eso. —Le señalo a Charles.
—¿Verlos? —se asegura.
—No, hacerlo.
Cogiendo mi mano me lleva hasta una de las salas que está más
apartada, por el rabillo del ojo veo que Deborah también está junto a la
chica del spa. ¿Qué pasa que aquí todos están conectados? O ¿es que todo
fue premeditado? Ahora comienzo a entenderlo todo… Deborah se gira
para mirarme, pero no se acerca a mí. Sé que en su mirada no le gusta lo
que estoy a punto de hacer, pero se resigna a tratarlo con normalidad para
que no sea a mí en este caso a quien afecte. Cosa que agradezco.
—¿Quieres lo de las plumas? O ¿qué el acto sea tú y yo?
—Quiero sensualidad, no guarrería —le aclaro toqueteando todo lo
que hay en un armario de la sala.
—¿Pero solos?
Por un momento se me cruza una idea. Si tengo que probarlo tengo
que arriesgar y qué mejor que con gente de confianza.
—Con Deborah también —le confieso temblando.
¿Pero qué he hecho? ¿De verdad estoy segura de esa decisión?
—¿Estás segura? —vuelve a repetir por decimocuarta vez.
Pues no. No lo sé. Pero asiento con la cabeza y entonces me doy
cuenta de que ya es demasiado tarde para echarse atrás.
Deborah aparece en la sala y, sin decir ni una palabra, comienza a
atarme con cuerdas de seda inmovilizando mi cuerpo. Nunca antes me
habían atado. Me siento confusa. ¿Qué tipo de diversión le verán a esto? Me
pregunto. Creo que estoy a punto de abrirme paso a un mundo totalmente
nuevo para mí y en el que ellos ya son expertos. Donde la puerta que estoy
a punto de abrir es la de la sumisión. Una cesión de poder que apenas
conozco.
Disfrutan haciéndome esperar, de rodillas. Juegan con mi voluntad, de
la misma manera que jugueteo con las cintas de seda entre mis dedos.
Saboreo la incertidumbre y aguardo con impaciencia el momento en el que
me inmovilice por completo y me someta a descubrir lo que tanto miedo me
ha dado desde que lo descubrí. Me recoge del suelo y me estrecha contra la
puerta.
Por un momento solo existen las respiraciones entrecortadas, la
humedad de nuestras lenguas batallando raudas en un duelo de titanes y su
erección presionando mi abdomen. Su aliento me azota en la cara y cuando
siento que no puedo aguantarlo más, me besa. Un beso lánguido y lascivo
que provoca que jadeé sin control sobre sus labios. Se separa despacio y me
observa. Yo, en cambio, quiero más, me revuelvo inquieta hasta alcanzarle
y darle un mordisco a su labio inferior.
De pronto, el ambiente se vuelve frío y me lanza una mirada
autoritaria, mientras que a su vez me sujeta las muñecas de manera brusca.
—Te acabas de ganar un castigo —murmura.
Sin saber muy bien por qué, estoy deseándolo…
Deborah está preparándolo todo para que encaje a la perfección,
mientras que él, solo se limita a observarme. Permanezco en silencio,
arrodillada de nuevo. Me agarro el labio inferior cuidadosamente con los
dientes en un intento por ocultar el placer que misteriosamente estoy
sintiendo.
—¡Quieta! —me grita.
Su voz se viste de completa autoridad, que empieza a generar en mí un
impulso irracional por complacerle. Me esfuerzo en permanecer inmóvil,
pero es difícil, ya que sus manos no paran de acariciar mi cuerpo desnudo y
sin poder hacer nada por controlarlo, mi sexo pide a gritos sentirse
penetrado. El roce de su pantalón contra mis muslos desnudos, me provoca
temblores que no puedo soportar. Son incontenibles. Sus manos sujetan mis
puños apretados y sus labios descienden hasta mi cuello. Mi corazón palpita
a toda velocidad, mientras un calor inesperado me envuelve.
Bajo un instante los párpados para contenerme. Su olor es adictivo y el
aire está plagado de electricidad. Hay una clara tensión entre nosotros dos,
acaso… ¿Deborah no se está dando cuenta de que sobra aquí? Si tengo que
hacer esto, con gente mirando, preferiría que ella no participara. Pero así lo
he decidido, sin pensar. Como también le he prometido que lo intentaría. A
veces pienso que si hago esto es por él. Más que por el simple hecho de
probar. Porque en el fondo creo que le quiero más de lo que estoy dispuesta
a admitir. Este hombre provoca en mí una extraña sensación. Es capaz de
controlar todos y cada uno de mis sentidos. Mi cuerpo se acerca a él,
despacio, en una muda invitación. Sus ojos se clavan en el fondo de los
míos y sondean mi alma a través de ellos. Me olvido por un instante hasta
de respirar.
Estoy aterrorizada y fascinada a la vez. Sigue sujetando mis manos,
mientras que su pulgar acaricia la palma, aportando en ella suaves
escalofríos. Quiero hablar. Quiero gritar. Retorcerme y escapar, pero otra
parte de mí, la que ahora mismo no piensa, quiere me quede. Quiere seguir
con este juego que por alguna misteriosa razón me inquieta y me excita a la
vez.
—Te deseo, te deseo tanto, Michelle… —musita con voz suave en mi
oído y esboza una sonrisa—. Muchas gracias por complacerme. Te aseguro
que no te vas a arrepentir.
De pronto ella se acerca cautelosamente con la mirada fría y me doy
cuenta de que ella no es Deborah. Al menos no la de siempre. Mi mejor
amiga acaba de dejar de serlo, para convertirse en mi compañera de cama
junto al hombre que amo. ¿En qué narices estoy pensando? No paro de
darle vueltas a la cabeza siendo incapaz de disfrutar.
Una desconcertante corriente de energía me atraviesa la columna y
viaja por mi cuerpo hasta el punto de querer explotar entre mis piernas. Me
siento envuelta en una especie de capullo reconfortante, que me devuelve
de nuevo a la realidad. Aumentando así mis ganas por querer probar. ¿Por
qué tardan tanto?
De una de las paredes despliegan una cama enorme. Me vuelve a coger
del suelo, tirándome bruscamente a la cama. Deborah se acerca a mí y
separando mis piernas con su rodilla se abre paso hasta posar su boca en mi
entrepierna. Mi acto reflejo es cerrarlas, pero no me lo permite. Mientras
pasea su lengua por todo mi sexo, empuja mis piernas hacia afuera con sus
manos. Un escalofrío me recorre todo el cuerpo. Me sorprende el hecho de
estar sintiendo un gusto prácticamente arrebatador, pero cuando pienso que
es a manos de mi mejor amiga, todo deja de gustarme. Cierro los ojos para
no pensar en que es ella la que está ahí abajo y entonces vuelvo a sentir
todo el frenesí palpitando. Amplios gemidos se instalan en mi garganta y
salen a la luz en forma de grito desesperado por liberarse. Abro los ojos de
nuevo y veo a un Charles completamente absorto en ver cómo disfruto.
Bajo la mirada hasta encontrarme con el bulto que asoma entre sus piernas
y me muerdo el labio.
Se acerca a mí y cumpliendo mi deseo lo mete en mi boca con
delicadeza. Paseo mi lengua por todo su miembro haciendo que un ligero
espasmo aflore en su estómago. Deborah sigue absorbiendo todo de mí y
esta vez, al mirar hacia abajo, no deja de gustarme, sino que encima me
gusta un poco más. Igual no es tan malo como parecía. Me introduzco el
sexo de Charles en la boca, alcanzando mayor profundidad cuando de
repente siento todo muy intenso y creo que estoy a punto de explotar.
Deborah se da cuenta y frena de inmediato. Haciendo que yo aminore la
velocidad con Charles también.
Deborah se acerca a Charles y le besa. Ese gesto me arde en el
estómago. Comienzan a besarse mientras yo sigo con su sexo en mi boca.
Dejo de hacerlo y me separo bruscamente. Charles está tan absorto en el
placer que ni siquiera se da cuenta y gira todo su cuerpo para encontrarse
con el de ella. No me está gustando en absoluto lo que estoy viendo. Sé que
no es justo porque ella también lo ha hecho conmigo y él no ha puesto
objeción, pero a mí me está haciendo daño ver lo que estoy viendo. Y lo
peor de todo es que no sé cómo cortarlo.
Toco la cadera de Charles y abro mis piernas pidiendo que me penetre
a ver si así dejan de pegarse como lapas. Él me hace un gesto asintiendo
con la cabeza, pero antes de acercarse a mí, Deborah se agacha y comienza
a realizar lo que yo hace apenas unos minutos le estaba haciendo. Me duele.
Me duele tanto que no sé si seguir mirando. Me fijo en sus gestos y son
muchísimo más expresivos que cuando se lo estaba haciendo yo. ¿Acaso
conmigo no le gustaba? ¿No lo hacía bien? Muevo la cabeza para liberarme
de todo lo malo que ahora mismo intenta apoderarse de mí poco a poco.
Pero el ardor en el pecho no desaparece y hasta ha conseguido esfumar el
que se gestaba entre las piernas.
Charles separa a Deborah y se dispone a embestirme. Sinceramente, ya
ni ganas tengo, pero no quiero que note que lo estoy pasando mal. Sería
darle la razón en cierta manera y no me da la gana. Se introduce lentamente
en mi interior y poco a poco vuelvo a recuperar ese cosquilleo y esos
temblores que solo él es capaz de provocarme y todo va bien hasta que
Deborah se tumba a mi lado y tras sacarla de mí, comienza a penetrarla a
ella. Cierro los ojos, fuerte, esto sí que no puedo verlo. No, no puedo. Oigo
sus gemidos y me crean repulsión. Es que no puedo con esto. Creía que
podría, pero no puedo compartir con nadie a la persona que quiero. Igual
soy egoísta o débil en ese aspecto. Pero no puedo.
Me entran muchas ganas de llorar y acabo tumbándome boca abajo y
restregando la cara contra las sábanas para secarme las lágrimas. Charles
sale del interior de Deborah y vuelve a penetrarme fuerte. Pero esta vez ya
no siento nada. Lloro pegada a la cama hasta que siento que termina. Ni
siquiera yo consigo llegar y eso que solo un roce de él consigue hacerme
hasta volar. Tengo que fingirlo para que parezca real y así lo hago. Lo finjo.
Ambos se recuestan a mi lado y no sé cómo reaccionar. Estoy fría y
paralizada. Solo quiero que esto termine ya para poder irme de aquí.
Charles me desata con una sonrisa de satisfacción en la cara y le respondo
con otra totalmente fingida.
—Ha sido espectacular, mi niña. Muchísimas gracias —me susurra
mientras me da un casto beso en los labios.
—Sí, ha estado bien. Aunque todavía me falta experiencia. —Sigo
fingiendo, quiero salir ya de aquí.
Me levanto y empiezo a vestirme rápido. Deborah se abraza a mí y
creo que ella sabe perfectamente lo que estoy sintiendo porque sus ojos
también me dicen que huya de aquí y no vuelva nunca más.
—¿Te vas? —me pregunta Charles tumbado en la cama, desnudo
todavía.
—Sí. Estoy cansada —le miento.
—Te acompaño. —Hace el amago de levantarse, pero no se lo permito.
Necesito estar sola, tiempo para mí y para pensar qué hacer a partir de
ahora.
—Quédate aquí, tienes que solucionar muchas cosas. Te espero en
casa. —Le beso en los labios y me voy.
Salir a la superficie hace que expulse todo el aire que estaba
acumulando para no explotar. No puedo más con toda esta situación. Dije
que lo probaría, pero no puedo soportarlo. ¿Podrá él abandonar su vida por
mí? No lo creo.
Capítulo 24
En este momento solo se me ocurre un lugar donde poder alejarme de
todo. Un lugar donde el tiempo sea capaz de detenerse y hacerme volver a
la realidad para poder ver las cosas de forma racional. Ahora mismo tengo
un conflicto de sensaciones batallando en mi interior. La ira mezclada con
el dolor, ambos son sentimientos muy negativos. Sentimientos que no
debería de estar sintiendo cada día. Saco el móvil del bolsillo del abrigo y
mando un mensaje a mi refugio con la esperanza de que me responda.

«Jayden. Sé que es egoísta, pero te necesito.


¡¡Feliz Año!!» 04:30
Me siento en un banco cerca del local, pero lejos para que si salen no
puedan verme, a esperar a que Jayden me conteste. Pero no lo hace. Cruzo
las piernas en el banco y rompo a llorar, cubriéndome con las manos.
Cuando por fin consigo tranquilizarme, vuelvo a mirar el móvil y veo
un mensaje de Jayden que no me ha sonado.

«¿Dónde estás?» 04:32

Le envío la ubicación y me hago un ovillo en el banco. Los párpados


me pesan demasiado, pero tengo miedo de quedarme dormida. A lo lejos
veo a un hombre que se acerca hacia mí, tambaleándose. Agarro todas mis
cosas, fuerte, sin dejar de mirarle. Pero justo cuando está a punto de llegar
donde estoy, un coche se para entre medias de mi campo de visión y ahí
está él. Con el pelo alborotado y los ojos de recién levantado. Corro y me
meto rápidamente en el coche.
—¿Qué ha pasado? —pregunta, nervioso.
—Sácame de aquí. Me da igual donde, pero lejos de aquí y allí te
explico.

Me lleva a su casa y me presta un pijama. Me siento en el sofá hecha


una bola y se sienta a mi lado sin preguntar.
—¿Por qué soy tan tonta, Jayden?
—No lo eres, no digas tonterías. —Se rasca el puente de la nariz sin
entender nada—. ¿Qué ha pasado?
—Yo solo quería probar a entrar en su mundo, pero no lo he soportado.
No he podido soportar tanto dolor y no creo que esté dispuesta a volver a
hacerlo. —Comienzo a llorar y me abraza. Su abrazo me proporciona tal
paz que soy incapaz de separarme. No quiero hacerlo.
—Tendrás que darme más detalles para que consiga entenderlo.
—El día del accidente, Charles me había contado su secreto y es que
tiene un local de putos sádicos. Dispuestos a follar todos con todos. —El
llanto va desapareciendo poco a poco, dando lugar a la ira—. Salí corriendo
de allí y fue por eso por lo que me atropelló aquel coche, porque no miré,
solo quería salir de allí. Y entonces, cuando desperté, lo vi como una señal
de que igual tendría que arriesgar. Pensé que no era justo juzgar algo que no
has probado, así que hoy, se me ha ocurrido probar y, ya que estaba, a lo
grande. Con Deborah incluida.
—¿Con Deborah? —Alza las cejas sorprendido.
—Sí y todo iba bien, hasta que han empezado a hacerlo juntos y me he
dado cuenta de que no puedo soportarlo.
—¿Se lo has dicho a él?
—No porque sé que se lo va a tomar a mal. Él tiene unos pensamientos
muy diferentes a los míos y una forma muy diferente a la mía de ver el
sexo.
—Y… ¿Qué piensas hacer?
—No lo sé. Lo que sí tengo una cosa clara y es que no quiero volver
ahí.
—Pues no lo hagas. —Lo ve muy fácil, pero no lo es tanto como
parece.
—Ayúdame… —Me mira como intentando buscar la forma en la que
podría ayudarme—. No me permitas entrar.
Me abraza fuerte y otra vez vuelve la calma a mí. Tanto hasta que
siento que los párpados pesan tanto que voy a ser incapaz de sostenerlos por
mucho más tiempo. Sus dedos acariciando mi cabeza, recostada sobre su
pecho, me lo dificulta todavía más.
—Gracias, Jayden —susurro bajito.
—No tienes que dármelas. Ahora descansa. —Se recuesta él también
sin separarse de mí.

Me despierto sobresaltada con un fuerte olor a café. No estoy en el


sofá, estoy en su cama y lo primero que hago es mirar que lleve el pijama.
Para mi tranquilidad lo llevo puesto. Me levanto y voy hacia el comedor y
le veo. Preparando una bandeja con un café y un plato de tortitas.
—Tengo que irme —le digo.
—Desayuna primero. Te van a encantar.
No he mirado el móvil desde anoche y estoy segura de que tendré mil
mensajes de Charles al no haber ido para casa. Seguro que está hasta
llamando a la policía o vete a saber.
—Tengo que hablar con él y explicarle que no puedo seguir así.
—Vale, lo entiendo. Ve. Ya probarás otro día mis famosas tortitas
caseras.
—Te lo agradezco tanto, Jayden.

Al llegar a casa de Charles, él me espera sentado en la barra de la


cocina. Tiene la cara descompuesta y ojeras de no haber dormido en toda la
noche.
—¿Dónde has estado? —me interroga con dureza.
He estado todo el camino pensando qué decirle. Si mentirle y decirle
que fui a mi casa para pensar o contarle que he pasado la noche con Jayden.
Cosa que por mucho que le explique va a pensar cosas que no son. Por fin,
tras mucho reflexionar he llegado a una conclusión justo cuando estaba
llegando, pero claro, no todo es tan sencillo cuando te encuentras chocando
directamente con la realidad.
—He pasado la noche en casa de Jayden —admito quitándome el
abrigo y colgándolo en el perchero de la entrada.
Alza las cejas y no es capaz de hablar. Sabía que no le iba a hacer
gracia, pero preferiría que siguiera interrogándome para poder estallar y
decirle que no me gustó en absoluto lo de anoche.
—No pasó nada. Solo necesitaba poder hablar con alguien y él me
escuchó —sigo diciéndole.
—¿Por qué, Michelle? ¿Por qué necesitaste hablar?
Ahí está la pregunta que necesitaba escuchar para poder contestar y, en
cambio, ahora que la tengo, no tengo ni jodida idea de cómo contestarla.
—Me dolió —suelto de golpe—. Me dolió ver cómo te la follabas y
tus caras de satisfacción que solo esperaba ver que lo sentías conmigo. —
Comienzo a llorar—. Lo siento mucho, Charles, lo he intentado. Te juro que
lo he hecho, pero ese mundo no es para mí. Yo no concibo el sexo de esa
manera.
Se levanta de golpe del taburete y corre a abrazarme. Agradezco su
abrazo, pero ahora mismo estoy rota y ni siquiera me resulta reconfortante.
—¿No has hecho nada con él? —insiste, cogiéndome de la barbilla y
alzando mi cabeza.
—No —niego con la cabeza sin dejar de llorar.
Me besa en los labios y sigue abrazándome. Hay una cosa que me
duele y es que, a pesar de haberme abierto en canal, diciéndole que lo de
anoche me dolió, en ningún momento ha sido capaz de decirme que ese
mundo se acaba. ¿Podrá dejarlo simplemente para complacerme? O, ¿al
final el agua siempre vuelve a su cauce?
Capítulo 25
Desde que le confesé a Charles que había pasado la noche con Jayden
ha estado distante. Han pasado semanas y no ha vuelto ni a hablarme del
tema del local. Seguimos nuestros días de una manera cotidiana. Él se va a
trabajar, vuelve y hacemos vida de pareja. En varias ocasiones he intentado
sacar la conversación, ya que me gustaría aclararlo, pero siempre cambia de
tema rehuyéndolo. No sé si simplemente se ha acomodado a esperar a que
entienda que él pertenece a ese mundo o ha cambiado su idea respecto a eso
por mí.
Él sigue tratándome bien. De hecho, diría que casi mejor de lo que en
este tiempo lo ha hecho. Pero claro, no puedo evitar pensar en si, en
realidad, esto es todo lo que quiero.
Hoy se celebra una gala benéfica de la empresa en la que oficialmente
iré como su pareja. Me ha hablado muy bien de ella y me ha dicho que se
recauda mucho dinero que irá destinado a la investigación contra el cáncer.
Es un acto muy noble por su parte y la verdad que me hace especial ilusión
acudir. Nunca he ido a este tipo de eventos…
—Tienes un regalito encima de la cama. —Me da un beso en los
labios.
—¿Qué es? —le pregunto impaciente.
—Ve y míralo.
Voy corriendo hasta la habitación y me encuentro con una caja negra
con un lazo rojo. Es extremadamente grande. Tiro del lazo y separo la tapa.
En el interior está todo lo que intuyo que quiere que me ponga esta noche.
Un vestido rojo con el pecho en V, que su apertura cae hasta casi el
ombligo. Es largo hasta los pies con cola de sirena y en un lateral una raja
que asciende hasta la cadera. Dentro también hay un conjunto de lencería
parecido al que la chica mulata de la tienda me aconsejó y finalmente acabé
poniéndome para ir al local. Solo que en esta ocasión es de color negro. A
juego con unos zapatos que se amarran al tobillo.
—¡Es increíble, Charles! —Me abrazo a su cuello.
—Una princesa, debe de ir como tal.
Llegamos al hotel donde se celebra la cena benéfica anual por el día de
Martin Luther King Jr. Nada más entrar, ya comienzo a sentirme extraña.
Todos me miran y cuchichean… Sé que voy despampanante y destaco por
encima del resto. Todos visten de etiqueta y completamente tapados.
Debería de sentirme bien porque es un regalo de Charles y me veo
estupenda, pero eso no siempre es bueno en una sociedad donde lo más
importante es encajar. Me siento como una pieza de puzle que se ha
equivocado de caja.
—Todo está bien, Michelle. —Intenta tranquilizarme estrechando la
mano que lleva agarrada—. No vas así para encajar con el resto, sino para
hacerlo conmigo. —No sé cómo debería de tomarme sus palabras.
—Pero aquí todos van elegantes…
—Y tú tremendamente sexy —me interrumpe—. Eres preciosa y no
puedes hacer nada por esconderlo. Esta panda de aburridos esconde su
amargada vida tras una chaqueta americana. Lo llaman elegancia cuando,
en realidad, solo intentan tapar su vacío existencial. —Poco a poco
comienzo a tranquilizarme—. Al sol no se le puede pedir que deje de brillar,
Michelle, por mucho que el mundo siga girando y quede a su espalda.
Parece que todo empieza a ir bien. La gente ya ha dejado de mirarme y,
al menos, ya no me siento tan bicho raro. La cena ha sido espectacular.
Charles se levanta y sacude el tenedor contra la copa, llamando la atención
de los aquí presentes.
—Antes de que dé lugar la gala en la que contaremos los proyectos
para este nuevo año y los logros conseguidos en el anterior. Me gustaría
hacer un brindis por todo lo que juntos hemos conseguido.
Un camarero nos sirve a todos copas de champagne y Charles acerca
su copa para chocarla con la mía para brindar.
—¡Vaya, vaya, señor Davis! —Se escucha de fondo una voz jocosa,
con tintes de que el vino de la cena ha comenzado a hacer efecto—. No me
esperaba que el macho alfa de la empresa necesitara los servicios de
«señoritas» para venir acompañado.
—¿Perdona? —Charles se gira con los puños apretados.
Mi mundo comienza a desmoronarse, comenzando a caer sobre mis
pies poco a poco. Mi aliento se paraliza al buscar la voz del hombre que
habla y reconocerle de inmediato.
—¡Cuánto tiempo, Michelle! —Se ríe nuevamente de mí y lo peor de
todo es que soy incapaz de contestar. Un nudo me oprime la garganta.
Charles me mira en busca de alguna explicación que ahora mismo no
soy capaz de dar. Debería darme tiempo para explicarme o al menos el
beneficio de la duda, pero, por el contrario, sus ojos me miran
decepcionados.
—¿De qué conoces a mi jefe, Michelle?
No puedo articular ninguna palabra.
—¿Tu jefe? —pregunto sin voz.
—Sí, es uno de los mayores accionistas de la empresa.
¿Hola? ¿Este hijo de puta es su jefe?
—Necesito ir al baño. —Salgo corriendo de allí dirección al baño.
Atravieso la puerta tambaleándome y voy directa al lavabo. Abro el
grifo y sumerjo las manos debajo del chorro y me lo llevo a la cara. Todo a
mi alrededor comienza a nublarse y a dar vueltas haciendo que me maree.
No puedo seguir con esto o acabará conmigo. Necesito salir de aquí, me
ahogo. Salgo del baño y sin pensar en que mis cosas aún están donde
Charles, me dirijo a la salida.
Charles ni siquiera se percata de que me estoy yendo, pero yo si me
percato de que sigue hablando con él y se me revuelve el estómago. Ya debe
estar contándole todo. El mundo comienza a tambalearse por encima de mi
cabeza y no soy capaz de sostenerlo. Salgo a la superficie prácticamente
corriendo y con el corazón martilleándome el pecho. Está lloviendo, pero
no me importa, ahora mismo solo quiero escapar. Las luces mezcladas con
las gotas que caen por mis ojos, me desorientan y aparecen los recuerdos.
«Mi hermana dejándome un vestido para una cita. Ella me había
presentado a un amigo. Estaba ilusionada. Había quedado un par de veces
ya con él y todo parecía ir sobre ruedas. Las anteriores veces que habíamos
quedado, habían sido más informales que la que íbamos a tener hoy».
Vuelvo a la realidad al escuchar el pitido de un coche a punto de
atropellarme por segunda vez mientras que, con las ruedas, pisa un charco
que me salpica en la cara y me termina de empapar por completo y, otra
vez, vienen los recuerdos a mi mente en forma de flashes.
«Era tan guapo que era imposible dejar de mirarlo. Me llevó a un
restaurante de esos extremadamente caros en los que hay que ir de etiqueta.
Estaba muy emocionada por la relación que estábamos teniendo. Él era un
chico muy educado y cortés.
—Levanta esa cara que la vea, no tengas vergüenza, eres preciosa. —
Alcé la cabeza para mirarle en aquel instante y ahí estaba, el mismo
hombre que hoy es el jefe de Charles, solo que con unos cuantos años
menos.
—Después te mostraré mi mansión, tengo hasta una sala de cine.
¿Quieres verla? —me preguntó aprovechándose de mi inocencia y de la
confianza plena que depositaba en mi hermana».
De nuevo, vuelvo a la realidad cuando escucho a un chico.
—¡Eh! ¡Mira por dónde vas, borracha!
Todo se tambalea y no soy capaz de ser consciente de mi alrededor.
Todo sucede muy deprisa y no puedo controlarlo.
—No estoy borracha —susurro con la voz quebrada—, no estoy
borracha —repito sin voz, adentrándome de golpe en todo aquello que
había almacenado en una parte en la que jamás pensé volver a acceder.
«Mantuvimos relaciones. Creí que todo estaba siendo perfecto hasta
que escuché esas estúpidas palabras que me destrozaron la vida al
completo.
—¡Madre mía, muchacha! Megan no me contó que follabas tan bien.
El mejor dinero invertido de toda mi vida en una mujer.
—¿Dinero? —le pregunto confusa.
—Claro, ya se lo di a tu hermana. No sé cómo lo acordaste con ella,
pero está todo pagado, puedes irte.
¿Pagado? ¿He sido una puta? Entonces, ¿por qué tanta palabra
bonita? No podía entenderlo. ¿Por qué habría hecho Megan eso, con su
hermana pequeña? Un fuerte dolor en el estómago me atravesó. Náuseas
incontrolables. Muchas ganas de llorar. La rabia, la impotencia, todo ello
se traslada a mi yo del presente».
De pronto un olor, un pequeño toque de perfume mezclado con el olor
a tierra mojada de la lluvia, ralentiza mi tiempo y el ritmo de mi frenético
corazón, devolviéndome poco a poco las fuerzas para poder respirar otra
vez. Algo cálido me atraviesa por dentro.
—¿Qué haces aquí, Michelle? ¡Estás empapada! —Le miro fijamente
sin poder llegar a creérmelo. Está aquí. Conmigo. Mojándose en mitad de la
calle, sin abrigo porque me lo ha puesto en los hombros, después de todas
las veces que he actuado egoístamente con él.
—¡Jayden! —exclamo sorprendida—. Tu abrigo… Te vas a mojar.
—Y tú a enfermar como sigas así. ¿Y tus cosas?
Ahora mismo me dan exactamente igual mis cosas. Como si se las
queda. Le miro fijamente y me abalanzo sobre él para abrazarle. Sus brazos
me rodean haciéndome sentir en paz. Y de repente, me doy cuenta de que
todo da igual, es pasado y ahí va a seguir. Forma parte de mi vida sin que
pueda hacer nada por cambiarlo. Pero… ¿Y el presente? Eso va más allá de
lo que debería. De lo más sensato. De lo que de verdad quiero. He pasado
mucho tiempo con la cabeza absorta en alguien que ha sido una montaña
rusa. No me arrepiento, pero no he sido una prioridad. Y ahora mismo lo
que quiero, o más bien lo que no quiero es dejar de abrazar a Jayden.
—Ven, vámonos…
—No quiero —le digo agarrándome más fuerte a su pecho.
—¿No? —Se echa a reír—. Deberías cambiarte de ropa. Vamos a mi
casa, te prepararé una sopa calentita.
Estoy sentada en el sofá. Me he duchado y puesto un pijama de Jayden
y ahora estoy arropada con una manta de pelito, bebiéndome el caldito que
Jayden me ha preparado. Le he contado todo y por primera vez, me siento
libre con alguien.
Termino de beberme el caldo, dejo la taza encima de la mesa y le
abrazo de nuevo.
—¿Por qué siento que estoy en calma solo cuando te abrazo?
—La razón no la sé, pero si te viene bien, nunca dejes de abrazarme.
—Levanto la mirada y me cruzo con la suya.
He estado tan engañada y ciega todo este tiempo que no he sido
consciente de que tenía al hombre perfecto a tan solo centímetros de mí. He
disfrutado de la lujuria sin pensar en que solo era eso. Sin pensar en que dos
corazones que se unen, pueden latir juntos, formando solo uno y ambos
compaginan sus latidos y el de Charles solo está dispuesto a latir en
solitario.
—Daría mi vida porque me mirases así el resto de mis días. —Sus
palabras me dan un vuelco en el estómago. Se acerca lentamente y me besa.
Su beso es fugaz, pero intenso. Me mira a los ojos al separarse y esta
vez soy yo quien se acerca a besarle. Es un beso apasionado y tranquilo.
Vivo y hambriento en silencio. Puedo sentirlo todo entre sus labios porque
avanzamos sin prisa. Tengo ganas de beber de este jugo que ha sido
prohibido durante todo este tiempo. Quiero saborear cada uno de sus
sentimientos y sensaciones. Encajar como piezas de puzle que sí son de la
misma caja. Navegar por el mar de su cuerpo sin chaleco y deleitarme de
las melodías de placer con nuestra partitura de amor.
A partir de hoy quiero comenzar. Gracias a él he conseguido
desprenderme del pájaro que me ataba y ahora vuelo libre como una pluma.
Quiero sonrisas con hoyuelos en las mejillas y dolor de barriga de tanto reír.
Hoy me he dado cuenta de que le quiero a él. El que siempre ha estado tras
la sombra de lo que yo veía y, en cambio, es la luz que alumbra mis días.
Me coge en brazos y me lleva en volandas hasta la cama. Su aliento en
mi cuello provoca un millón de sensaciones. Me tumba sobre ella y
agarrándole por el cuello le tiro literalmente encima de mí. No me besa. No
me toca, solo nos miramos. Disfrutando de la complicidad de nuestro
destino bajo las sábanas. Besa mi frente. Mi mejilla. Hasta que vuelve a
besar mis labios para fundirse con ellos. Poco a poco la delicadeza va
transformándose en perdición. En deseo contenido.
Me quita la ropa con delicadeza. Hago lo mismo con él. Me acaricia
entera como queriendo pintar con su dedo sobre mi piel sin dejar ningún
espacio en blanco. Haciendo que mi piel se erice hasta en lugares que jamás
imaginé que podría llegar a pasar. Desciende por mi abdomen hasta colarse
de lleno entre mis piernas. No puedo aguantarlo más. Por primera vez en mi
vida siento que voy a explotar cuando apenas acabo de empezar. Pongo
freno y él se ríe. Se levanta, coge un preservativo y se lo coloca en su
miembro perfecto.
Sin preámbulos, me incorporo subiéndome encima de él a horcajadas.
Creo llevar el control por un momento cuando siento que su cuerpo tiembla
por debajo de mí, pero no, me equivocaba por completo. Agarra mis
caderas con sus fuertes manos y elevándolas un poquito, se introduce en mi
interior lentamente. Descubriendo que encajamos a la perfección. Deslizo
mis caderas en busca de agrandar al máximo el nuevo placer que estoy
sintiendo. Sus manos reposan en mis caderas, ayudando a mecerme entre
sus deseos.
No puedo dejar de gemir y a él parece encantarle porque siento cómo
hace espasmos en mi interior. De un golpe, tira de mis caderas y, sin sacarla
del interior, me gira postrándome debajo de él. Sus embestidas se
intensifican a medida que su placer se acrecienta y me encanta. Mi cuerpo
reacciona retorciéndose entre las sábanas. Una satisfacción arrebatadora que
despierta mis mayores sentidos. Siento cómo la sangre fluye en grandes
cantidades, concentrándose en una misma zona. La misma que Jayden está
ahora mismo poseyendo a su antojo.
De pronto, acelera sus movimientos, deslizando su miembro en mi
interior con mayor rapidez. Estallando juntos entre sonoros gemidos.
Jadeando, despavoridos, alcanzamos juntos el clímax más intenso y
arrebatador que he sentido en toda mi jodida vida.
—Te quiero, Michelle… —susurra.
—Yo a ti también, Jayden.
Epílogo
Seis meses más tarde
—¡Michelle! ¿Te queda mucho? —Oigo a Jayden gritarme desde la
otra punta de la casa mientras termino de cerrar la maleta.
No sé por qué, pero siempre dejo las cosas para última hora. En dos
horas sale nuestro avión destino a París. Llevo mucho tiempo queriendo
hacer este viaje y cuando Jayden me lo regaló para que pasáramos mi
cumpleaños, juntos allí, no podía haberme hecho más ilusión.
—¡Sí, ya voy! —le grito, bajando la maleta de la cama y dando una
vuelta mientras pienso para que no se me olvide nada.
El sol centellea en lo alto del cielo cuando salimos al exterior, así que
me pongo las gafas de sol mientras nos acercamos al coche. Discutimos por
ver quién de los dos conduce y finalmente entre cosquillas gana él. No
puedo soportarlas.
—Vale, tú conduces, pero yo elijo música. —Vinculo Spotify con el
bluetooth del coche y pongo una canción dedicada exclusivamente para él
de El Arrebato. Dejo que pase la música mientras le miro fijamente para ver
su reacción y comienzo a cantar alto cuando llega la parte que me interesa.

Porque solo necesito tu mirada


Con ella puedo ganar cualquier batalla
No dejes de mirarme nunca
Como lo estás haciendo ahora.

Gira la cabeza y me mira durante unos segundos.

Y ahí fuera, que se quede el mundo con sus malos rollos


Y su gran mentira
Tú acurrúcate conmigo
Dame tu alegría.
Se trata de que tú mueras conmigo
De que yo muera contigo
Y nada más.

Veo cómo varias lágrimas descienden hasta sus mejillas procedentes de


sus ojos bañados en líquido. Poso mi mano sobre la suya mientras cambia
de marcha, entrelazando nuestros dedos. Me mira y sonríe. Nunca en mi
vida había estado más feliz como lo estoy en este momento.
De camino al aeropuerto pasamos de largo por el local. Tiene un cartel
gigante que anuncia que está a la venta. Me quedo paralizada cuando lo
veo. No he vuelto a saber nada más de Charles desde el día de la gala
benéfica. A raíz de ahí, intenté alejarme de todo lo que me hacía daño. Con
Deborah volví a tener contacto, pero ya no tenemos la relación que
teníamos antes. Por ninguna de las partes, desde aquel día, nuestra relación
se rompió por completo. Me apena pensar en ello porque siempre fue
importante para mí. Espero que algún día podamos volver a hablar y
arreglar nuestras diferencias olvidando el pasado.
En cuanto a mi familia. Perdoné a Megan. Seguir enfadada no me
dejaba avanzar en el presente porque en cierto modo me ligaba
continuamente al pasado. Me explicó que necesitaba el dinero y aunque no
fuesen razones para hacerlo, lo entendí. A fin de cuentas, fui yo la que me
metí en la cama con él. La que decidí hacerlo. Nadie puede juzgarme por
ello y yo tampoco puedo hacerlo. Porque mi cuerpo es mío y hago con él lo
que me place a pesar de ser engañada. No podía haberlo sabido… Sigo sin
tener relación estricta con ellos, pero al menos no me atormentan las deudas
pendientes, porque ya todas las he saldado. Al menos las importantes.
Ahora comienza mi nueva vida, junto a la persona que el destino se
encargó de poner en mi camino. Le agradecería al destino por interponerle,
pero la verdadera razón por la que yo hoy soy feliz, es Jayden. El encargado
de abrirme los ojos de nuevo y dibujar flores en el trayecto de mi mirada.

Ya hemos llegado al hotel donde nos hospedamos. Hemos ido todo el


vuelo durmiendo, así que no nos hemos enterado de nada. Está a punto de
anochecer y Jayden ha reservado en el restaurante de la Torre Eiffel. A
partir de las doce de la noche comienza mi cumpleaños y qué mejor manera
que celebrarlo junto al amor de mi vida en la ciudad destinada para ello.
Nos arreglamos. Él no lo tiene complicado porque ponga lo que se
ponga siempre va a estar perfecto. Me he maquillado suave porque
últimamente estoy tan resplandeciente que apenas necesito maquillaje. Me
aliso el pelo y me visto con un vestido corto negro ajustado, con mangas de
encaje que caen un poco por debajo del codo. Me subo a unos taconazos
color granate a juego con una chaqueta polipiel del mismo color.
—¡Guau! Estás preciosa —me piropea con la boca abierta. Casi puedo
ver su campanilla desde aquí y eso me hace reír.
Me acerco despacio a él y contoneando mis caderas le doy un suave
beso en los labios, absorbiendo al separarme su labio inferior.
Llegamos al restaurante Le Jules Verne, subimos en ascensor junto a
varias personas. Ver la Torre Eiffel desde abajo es increíble, pero cuando se
abren las puertas del ascensor y veo desde las cristaleras del restaurante
todo París, el corazón me da un vuelco. Es impresionante. Las luces de la
torre están iluminadas por la oscuridad del exterior.
Jayden está nervioso y apenas ha pronunciado ninguna palabra desde
que hemos salido del hotel. Ha estado todo el trayecto callado. El camarero
se acerca a nosotros y, tras preguntarle el nombre a Jayden, nos insta a que
le sigamos. Nos lleva a una mesa pegada a uno de los ventanales. Jayden
me separa la silla como un caballero para que me siente, pero antes de que
pueda sentarme, me frena.
—Igual debería esperar hasta las doce para que sea tu cumpleaños,
pero estoy tan nervioso que como no lo haga ya, creo que me va a dar un
infarto. —Se arrodilla a mis pies delante de todo el mundo. Los camareros
han dejado hasta de repartir los platos a los clientes y tan solo nos miran a
nosotros. Expectantes. De su bolsillo saca una caja, descubriendo un anillo
de oro blanco con una pluma tallada—. Michelle Blackwell, la mujer de la
que he estado enamorado desde que tengo uso de razón. La niña de las
trenzas pelirrojas y los hoyuelos en las mejillas. Te dije que quería que me
miraras así el resto de mis días y hoy quiero pedirte, aquí, delante de todas
estas personas que no nos conocen, que te cases conmigo y sigas
mirándome así eternamente.
Las lágrimas bailan por mis mejillas, el corazón se me va a escapar del
pecho y no sé cómo agarrarlo en el aire porque, ahora mismo, mis manos,
en especial una, se dirige hacia él.
—¡Sí, sí quiero! —grito, eufórica, abalanzándome sobre él mientras
todos aplauden y vitorean.
Y así termina nuestra historia. Bueno, más bien, acaba de comenzar.

Fin
Agradecimientos
Como siempre escribir los agradecimientos es una de las partes más
complicadas. Me atrevería a decir que incluso más que la propia novela.
Tantas personas a las que debería de agradecer y seguro que alguna me dejo
en el camino. Esta novela fue realmente la primera que escribí. La primera
que me impulsó a crear una historia desde cero. Pero también una historia
que sabia en aquel entonces que necesitaba reposar con tranquilidad para
poder convertirse en lo que hoy es. Espero que hayáis disfrutado tanto
leyéndola como yo disfruté cuando la escribí.
Quiero agradecer a muchas personas.
A mi familia: Mi yaya Ana. Mis tíos y mi súper prima Sara por
prestarme sus piernas para el tráiler y por apoyarme cada día. A mi padre
por seguir incitándome a que cumpla mi sueño. A mis suegros y mi cuñada.
A Raúl: Una persona que apareció en mi vida como un milagro caído
del cielo. El fan número uno de mis novelas. Una persona que, sin llevar la
misma sangre que yo, no dudó ni un segundo en acoger y cuidar de una
adolescente rebelde. El mismo que hoy en día sigue a mi lado y trata a mis
hijos como si fueran sus nietos. El mismo también que por desgracia está
ahora luchando una gran batalla contra su propio cuerpo. Quiero hacerte
una mención especial y es que, aunque siempre sea una pensante negativa,
en esta ocasión no puede ser así. Necesitas mis fuerzas casi tanto como las
tuyas propias, tienes que luchar y sé que lo vas a conseguir y dentro de nada
podrás reírte junto a mí cuando leas este párrafo. Te quiero mucho casi
papá. Si tú caíste para mí como un milagro, el milagro también debe de caer
para ti.
A Sandra: Por vestir de color cada párrafo que escribo y darme la
posibilidad de obtener mi sueño sobre las manos.
A Rachel: Por adentrarse en mi cerebro y sacar la perfección en cada
portada.
A mis amigos: Patri, Yaiza, Laura y muchos más.
A Loreeniitah7: Por escucharme y aguantarme cada día. Por tirarse
horas conmigo al teléfono para escuchar mis quebraderos de cabeza y hacer
que mis nervios desaparezcan para seguir luchando por lo que quiero. Por
darme la posibilidad de encontrar una amiga a través de una pantalla. Te
quiero.
A Dani: Por aguantar mi locura y contestar todas las incógnitas sobre
el sexo masculino y prestarme su punto de vista para que mis personajes
sean lo más reales posibles.
A mi equipo de warzoneros: Kratos, Grady y muchos más.
A Sara Sanz: Porque en ella he encontrado realmente a una amiga con
la que poder compartir todo. Con la que poder hablar de personajes ficticios
y hacer que sean tan reales como la vida misma.
A Yeray: Por meterme caña. Apoyarme y hasta obligarme cada día a
que esta novela pudiera daros un buen sabor de boca. Gracias, amigo, por
estar ahí.
A mis hijos: Gracias por darme el mejor súper poder, ser vuestra
madre. Gracias por darme las fuerzas necesarias para que siga avanzando y
sobre todo gracias por hacer que pueda enterrarme entre vuestro mundo de
fantasía y darme la oportunidad de poder volver a ser niña, donde la
imaginación es lo más bonito que podemos tener.
Gracias al padre de lo mejor que me ha podido dar la vida. Aunque la
vida no nos lo ha puesto fácil y nuestro camino ha sido más de hiedras
venenosas que otra cosa, siempre has estado ahí, a mi lado. En todos los
momentos buenos, pero sobre todo en los malos y aún sigues haciéndolo.
Gracias por seguir haciendo que luche y gracias por darme a mis dos
criaturas, esas que ahora son mi motor de vida.
Pero sobre todo y no menos importante, gracias a ti, querido lector. Por
haber llegado hasta aquí y por darme la oportunidad de mostrarte lo que
habita en mi cerebro. Gracias por todo y no os relajéis que pronto vendré
pisando aún más fuerte.
Biografía

Patricia Duró Gallego nacida en Madrid el 20 de enero de 1994. Siempre le


gustó la escritura.
Desde que tenía siete años, la vallecana escribía en cuadernos escenas
de terror y suspense.
Más adelante se creó un blog con el nombre de sus redes sociales ¨El
Rincón de Patriiss¨ donde se desahogaba de todo tipo de temas. Empezó a
escribir un proyecto de novela que se quedó en el tintero, de trama erótica.
Y finalmente reaparece varios años después convertida en esta novela.
Hubo una temporada en la que este mundo pasó a un segundo plano y
se ilusionó y especializó en Maquillaje de caracterización y FX. Tiene
muchos hobbies, bailar, cantar, leer y, sobre todo, escribir. Se presentó a
muchos concursos de relatos. Hasta que en la cuarentena por covid 19
decidió ir más allá y arriesgar en algo más grande, con la primera parte de
la trilogía Sin Saber.
De la que no tardó mucho tiempo en publicar finalmente la segunda y
tercera parte hasta finalizar una historia que le dio tanto.
Su pareja y sus hijos le dieron las ideas y las fuerzas necesarias para
hacer volar las letras y párrafos hasta convertirlas en una más de la familia.
Bibliografía

TRILOGÍA SIN SABER

El amor que siente Sara por Cristian se verá truncado por una
confesión que romperá por completo los esquemas de ella. Haciéndola
desvanecer su corazón, precipitando su cuerpo al fondo del acantilado.
Pasados tres meses del fallecimiento de su única amiga, Cristian se
derrumba. No consigue hacerse a la idea de que ella ya no está y nunca más
volverá a verla. Pero una serie de sucesos que le harán cambiar su vida y su
percepción de ella, le darán las fuerzas suficientes para descubrir qué es lo
que le está ocurriendo.
Conocerá a personas en su camino que, junto a Mia, descubrirán que
están unidos a un mismo lazo. Una cuerda invisible que lo rodeará sellando
sus caminos.
La supervivencia de la especie.
Las pruebas del destino.
Todo ello con un solo propósito; salvaguardar y proteger el corazón
que les une.

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