Patricia Duro Gallego - No Me Permitas Entrar
Patricia Duro Gallego - No Me Permitas Entrar
Patricia Duro Gallego - No Me Permitas Entrar
-Patricia Duró-
«En todo encuentro erótico hay un personaje invisible y siempre activo:
la imaginación».
-Octavio Paz-
Prólogo
¿Nunca os habéis encontrado en la típica situación en la que os
gustaría desaparecer? ¿Creer que la muerte puede cambiar todo? ¿En si esa
vida de la que hablan que hay después de la muerte puede ser mejor? ¿O
simplemente pensar si realmente la muerte arregla todo?
Es increíble las vueltas que puede llegar a dar la vida en tan poco
tiempo. Cuando crees que lo tienes todo, al final te das cuenta de que no
tienes nada. Que la persona que quieres y qué crees que va a estar a tu lado
hasta el fin de los días no es más que un maldito espejismo y, entonces es
cuando tienes ganas de desaparecer, porque crees que has fracasado en todo
por lo que has luchado. Pero es que realmente la vida no es blanca o negra.
Es un momento, un instante… Nosotros somos los protagonistas de nuestra
vida. Porque… La vida, solo tiene un rumbo y es el que tú elijas.
Me llamo Michelle Blackwell, tengo veintisiete años. Os escribo para
contaros el giro de ciento ochenta grados que ha dado mi vida. Digamos
que yo he pasado por todos esos pensamientos… Quise desaparecer debido
a que mi pasado a lo largo de los años, no me trajo nada bueno.
Me encuentro en el bar donde trabajo, Union Square Café, situado muy
cerca de la Quinta Avenida y de la zona empresarial de Rockefeller Center.
Como siempre ando algo distraída, asomada a la ventana viendo a la gente
pasar. Con su pareja e hijos y sin dejar de preguntarme si realmente son
felices o viven la gran mentira como en su día la viví yo. Pero mi
ensoñación no dura demasiado cuando me doy cuenta de la inmensa cola
que se ha formado ante mí, a la espera de ser atendidos. En especial, un
hombre que me mira con el ceño fruncido y al que, finalmente, mi oído
consigue escucharle replicar, haciéndome volver de nuevo a la realidad.
—Oiga, señorita, la pagan por trabajar, no por mirar a la calle…
—Discúlpeme, señor. ¿Qué desea? —le digo agachando la cabeza.
—Quiero mesa para dos —responde con tono déspota.
—Muy bien, sígame. —Ignoro por completo su forma de dirigirse a mí
y, tras tragar saliva, me limito a acompañarle a su mesa.
—¿Va a esperar a su acompañante o desea pedir algo? —murmuro
mirando la silla vacía que tiene en frente.
—Sí, tráigame la carta y una botella de vino de la casa. ¡Gracias! —lo
último lo añade con ironía.
Me dirijo a por la carta y la botella de vino como me ha pedido.
Cuando regreso a la mesa noto un escalofrío por todo el cuerpo y me quedo
automáticamente sin respiración. Totalmente petrificada ante la mesa de
aquel hombre arrogante, al ver a su acompañante. ¡Es mi hermana Megan!
¿Qué narices hace esta aquí?
—¡Michelle! —exclama sorprendida.
Sin saber qué hacer ni qué decir dejo la botella de vino y la carta sobre
la mesa y me doy la vuelta para seguir con mi trabajo. La relación con mi
familia nunca fue buena, en especial con mi hermana Megan. Ella siempre
fue la mujer de bien. La que tenía estudios, una pareja formal, hijos y como
no, un buen trabajo. Nada que ver con trabajar de camarera en un
restaurante. Algo que mi padre nunca vio bien. En definitiva, la hija que
todo padre querría tener.
—Michelle, me gustaría poder hablar contigo. Yo creo que ya es hora,
¿no? —Me frena agarrando mi brazo.
—Ahora mismo no puedo hablar… Estoy en mi puesto de trabajo. —
Le señalo con la mirada la cola que aún me queda por atender—. Aunque
hace tiempo que el diálogo entre nosotras dejó de existir… —finalizo sin
piedad.
—Michelle, yo creo que ya tenemos una edad como para seguir con
estos malos rollos. Tú eres mi hermana y te quiero. Deberíamos de
olvidarnos del pasado —susurra fingiendo estar triste. Aunque con lo falsa
que ha sido siempre cualquiera la cree—. Fue todo un tremendo error,
Michelle…
—¿Olvidarnos del pasado? ¿En serio crees que las cosas se arreglan
así? —No doy crédito a lo que estoy escuchando, será hipócrita…—. No
pienso seguir hablando de este tema, más bien no pienso jugarme mi puesto
de trabajo con tonterías —hablo alto sin llegar a gritar para que los clientes
no nos escuchen—. Pero deberías de pensar el motivo por el que no quiero
hablar contigo y si realmente merece la pena arreglar algo que hace tiempo
que no tiene solución.
Aparece por el cerco de la puerta Mike, mi jefe.
—Michelle, ¿hay algún problema? —me reprende mosqueado por el
espectáculo que estamos montando en mitad del restaurante.
—No, Mike, ningún problema. Ella ya se iba… —reto a mi hermana
con la mirada y automáticamente me doy la vuelta para seguir de nuevo con
mi trabajo.
No me hace falta aguantarle mucho la mirada porque pronto se resiste.
—Sí, es cierto, yo ya me iba. —Se dirige tímida a Mike y tras
mirarme, agacha la cabeza intentando ocultarse bajo el velo de la
vergüenza. Mike parece haberse conformado y vuelve a bajar de nuevo a su
despacho—. Michelle, me gustaría hablar de verdad contigo. Estaré una
semana por la zona, en el hotel Sofitel New York. Piénsalo.
No puedo dejar de darle vueltas a todo lo que me ha pasado en el día
de hoy. Mi hermana, aquel hombre. Intentando descubrir qué tipo de
relación hay entre ellos. No tiene mucho sentido que mi hermana esté por la
zona. Solo espero que no esté planeando una de las suyas.
Mientras camino hacia mi casa, vuelvo de nuevo a pensar en mi
hermana y si, en cambio, la razón es otra. ¿Habrá tenido algún problema
con James?, o ¿quizá con mis padres? No lo sé. Lo que sí tengo claro es que
no pienso ir a hablar con ella y mucho menos después de todo lo que me
hizo en el pasado. Jugó conmigo y con mis sentimientos, y eso no se lo
perdonaré en la vida…
He llegado a casa casi sin darme cuenta del tiempo que ha pasado en el
trayecto. Pensar y recordarlo todo ha hecho que el recorrido que
habitualmente se me hace eterno fuese más corto. Necesitaba llegar, ha sido
un día cargado de emociones. Atravieso la puerta y me dispongo a ir a la
cocina. De puntillas cojo una de las botellas del armario y me preparo un
gin-tonic que pienso tomarme mientras me relajo en la bañera con agua
calentita y espuma. Solo el hecho de imaginarlo hace que se me pongan los
pelos de punta y estoy segura de que mis pies serán los primeros en
agradecérmelo.
Mi casa no es una de las más grandes, pero sí lo bastante acogedora
para hacerme sentir segura y en paz. Es un loft amplio, con cocina
americana que enlaza con un pequeño salón. Al final de la estancia una
pared de pladur que sirve de separación y al otro lado, una cama de
matrimonio. Justo a los pies de esta, un ventanal que cubre toda la pared y
las restantes pintadas en color rojo. No tengo muchos muebles, hasta ahora
no he tenido ni tiempo ni dinero para comprarlos. Aunque sin duda, lo
mejor de mi casa es la gran bañera en la que puedo tener la libertad de
tumbarme, rodar e incluso bucear. Caben por lo menos tres personas.
También decir que es la única zona de la casa donde hay una puerta tras la
que esconderse. Aunque bien es cierto que no tengo de quién esconderme si
vivo sola.
Tomando el baño y pequeños sorbos de mi gin-tonic me acuerdo de
que: «¡Mañana es el cumpleaños de Deborah!», grito en mi cabeza.
Deborah es una de mis mejores amigas. Por no decir la única que
tengo. Nos conocemos desde la infancia, íbamos juntas al colegio y desde
entonces nunca nos hemos separado. Recuerdo que nos matriculamos en la
famosa escuela de arte dramático New York Film Academy para poder
seguir haciéndolo todo juntas. Aunque por circunstancias de la vida yo no
pude llegar a terminarlo, ella sí. Ahora es una de las actrices más conocidas
del momento. La verdad es que siempre valió para ello. Una rubia de ojos
verdes y curvas voluminosas. Sin contar todo el talento que ya traía de serie
para la interpretación. Pero no quería meterse sola, en el fondo siempre fue
una chica muy tímida. Aunque se abre con facilidad en cuanto coge
confianza. «Y no es que necesite mucho tiempo para ello», me echo a reír.
Creo que mañana debería de levantarme pronto y antes de ir a trabajar
pasarme por la Quinta Avenida para comprarle un detallito y, a la que salga,
pasarme por su casa para dárselo y ya de paso felicitarla como es debido.
Aunque primero tendría que llamarla y asegurarme de que estará mañana en
su casa.
Salgo lo más rápido que puedo de la bañera. Me seco y me enrollo en
una toalla. Tras secarme, corro hacia el armario a por mi camiseta ancha
favorita de estar por casa y me acomodo tirándome en el sofá antes de
marcar su número.
—¡Deborah! —No le doy tiempo a contestar, directamente grito su
nombre cuando el pitido deja de sonar.
—¡Hola, mi niña! ¿Qué tal todo? —responde riéndose de mi
efusividad.
—Nada, cariño, pues como siempre la verdad que nada nuevo. Bueno,
sí, ¿sabes quién está en la ciudad? —murmuro apenas sin voz.
—¿Quién?
—Megan… No sé qué puede estar haciendo aquí. Pero bueno, no
quiero hablar de ella ahora mismo. Te quería preguntar, ¿mañana vas a estar
en casa por la tarde? —Cambio de tema rápidamente cuando siento que
hablar de ella me revuelve tanto el estómago que casi puedo notar en mi
garganta las ganas de vomitar.
—Claro, si he organizado una fiesta por mi cumpleaños. Te he
mandado un correo con la hora. He pensado en ti la primera. ¿No lo has
leído? —Menos mal que es mi amiga y sabe que la organización no es una
de mis mayores virtudes—. En cuanto salgas de trabajar y antes de que
lleguen los invitados, te vienes y aquí te duchas y te vistes con algún
vestido mío, ¿vale? —No intenta indagar y se une al nuevo tema sin decir ni
un ápice del anterior.
Madre mía... ¿Al correo? Hará siglos que no me meto en él. Creo que
no voy a saberme ni la contraseña
—Ah, ¿sí? Si te soy sincera no lo he visto. Ya sabes, siempre que salgo
de trabajar estoy tan cansada que solo quiero meterme en la cama y dormir,
pero mañana estaré allí.
Nos despedimos al instante y me voy directamente a la cama. Una vez
dentro de ella me apetece oír música mientras dejo que mi cuerpo se enrede
entre las sábanas buscando mi mayor confort. Cojo el iPod de la mesilla de
noche y me pongo a escuchar el disco entero de Ne-yo. Poco a poco siento
el peso de mis párpados y cómo el sueño termina por vencerme.
Capítulo 1
—Siento que el corazón me da vueltas y solo tú puedes calmar estos
latidos que se descontrolan bajo mi pecho. —No conozco su voz y tampoco
puedo apreciar las facciones de su cara por mucho que lo intento—. Te
necesito, Michelle. ¡No! ¡No te vayas, por favor! Quédate a mi lado…
«Pi, Pi, Pi»
Abro los ojos sobresaltada y miro el reloj. «Las 9:30 de la mañana, qué
corto se me ha hecho el descanso», pienso. Quizá es por lo que he soñado.
Aunque lo único que recuerdo de aquel misterioso hombre era que, con esa
sonrisa amplia y bonita, irrumpía en mi vida de manera inesperada. Lo que
no entiendo es que por mucho que lo intentaba, ver su rostro era imposible.
Meneo la cabeza para librarme de toda cavilación, no quiero darle mayor
importancia, ya que tan solo se trata de un mero sueño.
Me levanto de la cama de un brinco y voy directa al baño. Me lavo la
cara y tras mirarme en el espejo me doy cuenta de que necesito pasar por
chapa y pintura. Menuda cara pálida y ojeras adornan mi cara. Nunca me
gustó maquillarme en exceso, pero remarcar mis pestañas, hace que me
sienta muy bien porque destaca el color de mis grandes y redondos ojos
grises. Después de arreglar un poco mi rostro me dispongo a adecentar el
pelo. Lo tengo muy enredado. He debido de moverme en exceso mientras
soñaba con el hombre misterioso, pero… ¿por qué? ¿Qué habrá ocurrido en
la parte del sueño que no consigo recordar?
Se me está haciendo tarde, así que voy al armario, cojo la blusa rosa
palo, mis pantalones vaqueros favoritos y salgo de casa lo más rápido que
puedo. Voy a por el coche. Lo tengo aparcado en un pequeño descampado
que la gente utiliza como parking privado. Aunque realmente de privado
tiene poco porque puede entrar cualquiera.
Cuando llego, ¿cuál es mi sorpresa? ¡Me han roto el jodido cristal de la
luna trasera! Mi coche es un Mini Cooper del 2002 de color negro apagado.
Mi padre me lo regaló en cuanto me saqué el carnet de conducir. No es un
cochazo, al menos no ahora, pero me lleva y me trae y la verdad es que
nunca me ha dado ningún problema. ¿Quién habrá podido hacer semejante
barbaridad? ¿Habrá sido Megan? Ahora otro gasto más… ¡Joder! ¿Quién
habrá sido el maldito indeseable que se le ha ocurrido hacerme esto? Tengo
que buscar taller rápido, no puedo dejar mucho tiempo el coche así…
Mientras me dirijo dirección a la Quinta Avenida, estoy pensando en
qué puedo comprarle a Deborah que la haga muchísima ilusión. Tiene que
ser algo súper especial que defina nuestra amistad. Recuerdo que de
pequeñas siempre nos parábamos a mirar en una tienda de antigüedades que
estaba cerca, y nos gustaba una bola con dos amigas juntas en el interior
con una montaña rusa de fondo. Siempre decíamos que esas dos amigas
éramos nosotras y que nos montaríamos juntas en aquella atracción. Me
pregunto de dónde sería esa montaña rusa. Y si seguirá abierta esa tienda.
Pero lo más importante, ¿seguirá teniendo la bola con las dos amigas y la
montaña rusa de fondo?
Cuando llego a la tienda Seidenberg Antiques que era donde Deborah
y yo siempre nos quedábamos perplejas, veo detrás del mostrador a una
mujer joven, con cara de borde y me acerco a preguntarle.
—Hola. Buenos días. Quiero comprarle un regalo a mi mejor amiga, y
es que siempre de pequeñas nos quedábamos mirando una figurita que era
una bola con dos amigas dentro y de fondo una montaña rusa. Quería saber
si seguía estando —le comento, echando un vistazo a mi alrededor por si
pudiese ver algo más que llame mi atención.
—Hola, muy buenas, pues no lo sé porque esta tienda la llevaba mi
madre. Aunque con el tiempo que ha pasado creo que no estará, pero si me
disculpa un segundo la llamo y le confirmo —me contesta muy amable.
Nada que ver con la apariencia que al principio tenía.
Mientras la chica va a llamar a su madre, me quedo totalmente
fascinada de una cajita con una bailarina que da vueltas al compás de la
música clásica que suena de fondo. La miro fijamente y no puedo apartar la
vista de ella dando vueltas.
—Pues ha tenido suerte, me acaba de decir mi madre que nunca la
compró nadie y que está en el almacén, bajo en un momento y se la subo.
—Me sorprende por detrás y pego un brinco por el susto.
—Vale, también me gustaría que me dijera el precio de esta cajita de
música, por favor.
—El precio de esta cajita es de dieciocho dólares. La verdad que está
muy bien de precio y a la gente le suele gustar mucho, es la última que nos
queda.
—Muy bien, pues póngamela también —le digo eufórica porque sé
que a Deborah le van a gustar mucho los regalos.
—Perfecto, bajo a por la figurita y ahora mismo se la subo.
La verdad que esta chica es maja y me está dando un trato bastante
bueno. Muchas veces las apariencias engañan, tenía pinta de la típica
chulita y mira. A partir de ahora, siempre que tenga que comprar un regalo
a alguien, vendré aquí.
—Muy bien, pues aquí tiene, señorita, son cuarenta y un dólares en
total. ¿Desea que se lo envuelva para regalo? —me dice despertándome de
los pensamientos en los que estaba inmersa de nuevo.
—Si me hace el favor y no es molestia… —le contesto algo
avergonzada.
—No es molestia para nada, faltaría más.
—Y una última pregunta, ¿sabe usted de donde es la montaña rusa que
sale de fondo?
—Sí, la montaña rusa es muy famosa, es la de Coney Island en el
parque de atracciones que está situado en Brooklyn.
Después de todas las preguntas, se pone a envolverme los regalos. Me
lo está envolviendo con un papel acorde con la ocasión, color rojo brillante,
precioso. Es mi color favorito y el de Deborah… Es el color del amor, de la
lujuria, el desenfreno, todo esto sin contar que es un color cálido y alegre.
—Muy bien, pues eso es todo, muchas gracias por la atención.
Salgo lo más rápido que puedo de la tienda en dirección al coche, para
ir pitando a trabajar. En cuanto salga, me pasaré por Coney Island, estará a
una hora aproximadamente de donde trabajo. ¿Me dará tiempo a salir,
comprar las entradas y llegar a la fiesta de Deborah antes de que empiece?
No lo sé, de todas formas, Mike me debe horas, quizá pueda salir un
poquito antes.
Ya una vez en el restaurante, no paro de mirar el reloj deseando que las
horas y los minutos corran para poder ir a por las entradas y a la fiesta de
Deborah. Tengo muchas ganas de verla.
Voy a hablar con Mike y pedirle que me deje salir antes, ahora que en
el restaurante las cosas están tranquilas. Bajo nerviosa las escaleras para ir a
la sala que está en la planta baja, donde Mike la utiliza de despacho.
—Hola, Mike, discúlpame, pero necesito hablar contigo un minuto —
susurro mientras doy un par de golpes en la puerta que está abierta.
—Sí, pasa, Michelle. Dime. —Se recuesta en la silla y me mira
fijamente con el ceño extrañamente relajado.
—Pues mira, te comento. Hoy es el cumpleaños de mi mejor amiga y
me acordé ayer. Hoy he estado toda la mañana comprándole los regalos,
pero no me ha dado tiempo a comprar el más importante, y es que tengo
que irme a Brooklyn y tardo una hora en llegar allí aproximadamente. Era
por si podría salir un poquito antes —recito rápido para no darle tiempo a
contestar y pienso en por qué le estoy dando tantas explicaciones, si me
debe horas…
—Vale, Michelle, sal cuando necesites.
—Muchas gracias, Mike —festejo, eufórica. ¿Me ha dicho que sí? O
¿estoy soñando?
Vuelvo de nuevo al trabajo, pero sin dejar de pensar qué es lo que le
pasa hoy a Mike que derrocha alegría. Normalmente, suele ser muy borde,
arisco y desde luego me hubiese dicho que no. Qué raro la verdad.
—¡Michelle! —exclama Carton, sacándome de mis pensamientos.
Carton es uno de mis compañeros de trabajo. Un chico muy majo,
humilde y bastante mono… Qué pena que tenga novia, su novia es muy
guapa también, aunque una borde que te cagas y encima le trata fatal.
—¡Hola, Carton! ¿Qué pasa? ¿Algún problema?
—Sí, necesito que me ayudes. Acaba de venir un grupo muy grande
para una despedida de soltera, pero creo que no hay mesas. ¿Puedes bajar a
preguntarle a Mike qué podemos hacer? —me dice algo nervioso.
—Sí, claro, Carton, ya mismo bajo.
Bajo de nuevo al mini despacho de mi jefe.
—Mike, acaba de venir un grupo muy grande de chicas. Vienen de
despedida de soltera, y no hay mesas libres... ¿Qué hacemos?
—Abrir de inmediato la otra sala, no podemos perder una clientela así,
tendrás que ayudarle, Michelle, no sé si podrás salir tan pronto como decías.
Oh, no. ¿Y qué hago ahora? No me va a dar tiempo a ir a Coney Island
a comprar las entradas, e ir a casa de mi amiga antes de que empiece la
fiesta.
—No me va a dar tiempo a hacer todo…
—Bueno, Michelle, sal, aunque sea una hora antes, ya me encargo yo
de ayudar a Carton —suelta con un tono de voz bastante suave.
—Vale, Mike, muchas gracias.
Subo rápidamente de vuelta al restaurante para ayudar a Carton con la
despedida de soltera.
—Carton, me ha dicho Mike que abramos la otra sala.
—Muy bien, muchas gracias, Michelle.
—De nada, Carton, ya sabes también es mi trabajo, déjame hablar a
mí.
Me acerco decidida hasta las chicas y disculparme en nombre del
restaurante por la demora y el tiempo que las hemos hecho perder.
—Hola, chicas, bienvenidas al restaurante Union Square Café,
principalmente pediros disculpas por la tardanza.
—No pasa nada, si la culpa es nuestra por venir sin reserva, ¿habéis
podido hacer algo? —dice la afortunada que va a dejar de ser soltera muy
pronto.
—No hay problema, seguidme por aquí, os hemos preparado la sala
ambientada a fiestas porque no teníamos hueco fuera, aquí estaréis más
cómodas, ya que solo estaréis vosotras —les informo.
Llegamos a la sala superior que ya han preparado, con los sillones
blancos que brillan por la luz ultravioleta que han puesto. Mesitas llenas de
cócteles y una música chill out de fondo que dan ganas de quedarse, la
verdad que se lo han currado un montón en poco tiempo.
—Muy bien, chicas, lo que necesitéis aquí estamos tanto Carton, que
es ese chico tan guapo de la barra, como yo.
—Muchísimas gracias, con que nos traigáis más cócteles de estos,
nosotras estamos servidas —contesta mientras mira a las demás chicas para
ver si están de acuerdo con ella.
—Muy bien, ahora mismo pido que os lo sirvan.
—Sí, pero que nos lo sirva aquel chico de la barra que nos has dicho
—vacila una de las chicas portando en la cabeza una diadema con penes
que se mueven.
Después de haberlas atendido y situado, voy dirección a la barra donde
se encuentra Carton, para informarle de que le reclaman. Miro el reloj. ¡Oh,
no puede ser! Son las siete de la tarde, no me va a dar tiempo a todo, tengo
que salir ya.
Después de hablar con Mike, despedirme de todos mis compañeros y
cambiarme, me meto en el coche dirección al parque de atracciones para
comprar las entradas.
De camino a Brooklyn, se pone a tronar como si el mundo se fuese a
acabar hoy. Sobre mí un cielo tan nublado que me es incapaz de ver más
allá de la negrura. «Menos mal que estoy dentro del coche», pienso
mientras estudio el momento en el que tengo que bajarme a por las
entradas. Bueno, total es solo cogerlas, pero… ¿Y si hay mucha cola? No
he traído paraguas.
A medida que avanzo en el trayecto, la lluvia se va apaciguando. Poco
a poco parece que va desapareciendo. En el horizonte, alcanzo a ver la noria
que se eleva en los aires y la gente diminuta sentada en las cabinas
disfrutando de las vueltas. Toda una vida viviendo aquí al lado y jamás he
pisado este sitio. Es alucinante. Varias atracciones aparecen en la espalda de
la gran noria que es en realidad la que preside y el mar rodeando la mitad
del parque.
He aparcado el coche un poquito lejos porque estaban casi todos los
alrededores del parque llenos, se conoce que debe de haber mucha gente
probando las atracciones. Así que voy directa a la taquilla para comprar las
entradas rápido y que me dé tiempo a llegar a casa de Deborah. Hay una
pequeña cola, no muy grande, habrá como unas ocho personas delante de
mí. Me pongo en la fila y, de repente, el cielo empieza a sonar y a ponerse
de un color grisáceo que da miedo. ¡No puede ser, espero que me dé tiempo
a comprarlas antes de que se ponga a llover! Me digo a mí misma.
Cuando ya solo quedan tres personas delante de mí, empieza a llover,
no llueve mucho, pero sí lo suficiente para que mi pelo se encrespe más de
lo que ya estaba… Saco el móvil para ver la hora. ¡Son las ocho y media!
¡Oh, no, no me va a dar tiempo a comprarlas y llegar antes de que empiece
la fiesta de Deborah! Según vi en el correo, la fiesta empieza a las diez
menos cuarto…
Después de esperar, por fin llego a la taquilla, estoy tan empapada, que
me resbalan las gotas por la cara y no me dejan ni siquiera ver el rostro de
la persona que está tras el mostrador. Pido las entradas para utilizarlas
cualquier día y corro hasta el coche a toda prisa.
Para ir a la urbanización de Deborah hay que pasar por un camino de
arena, que al haber llovido se ha convertido en barro. Cuando ya estoy a
punto de llegar, paso por un charco y al llevar la ventanilla abierta me pone
la cara totalmente cubierta con esa asquerosa pasta… ¡Qué asco! ¿Qué es lo
que le pasa a mi día? Hoy no es normal, me rompen la luna trasera del
coche, se me chafa el poder salir antes, me empapo comprando las entradas
en Coney Island, me topo con un charco de barro que me embadurna toda la
cara y, para colmo, llego tarde… Me ha debido de mirar un tuerto, no me lo
explico…
No tiene pinta de que haya empezado aún la fiesta, está todo muy
tranquilo y no hay ni rastro de ningún coche. Me acerco a la puerta para
llamar y que me abran para meter el coche dentro, pero de repente la
enorme verja empieza a abrirse. ¿Me habrá visto por las cámaras? La casa
de Deborah es enorme, no se la puede denominar casa. Yo vivo en un
cuchitril y esto, comparado, es una jodida mansión.
Vive dentro de una urbanización de lujo. El muro exterior que rodea la
finca es de millones de piedras abstractas, pero que hacen una cobertura
espectacular. La puerta de la entrada es enorme, debe de medir al menos
cuatro metros de altura y hay dos cámaras, una que apunta a la calle y otra
hacia dentro. Nada más entrar hay un camino que a los extremos está
cubierto de un hermoso césped con flores y un montón de majestuosos
álamos negros. Si seguimos el camino, nos encontramos con una rotonda,
justo delante de la entrada a la casa, que en su interior hay una fuente con
un cupido de puntillas disparando una flecha, pero lo más curioso de todo
es por donde sale el agua, es como si estuviese orinando. La verdad es que
aparte de gracioso y peculiar, resulta algo sensual y bastante erótico.
La casa es enorme y toda de cristal. Cristales que cuando ella quiere
los oscurece y hace que desde fuera parezcan espejos y nadie consiga ver
nada más, aparte de a ellos mismos y el exterior que les rodea. Hacia la
derecha hay como un pequeño garaje donde ella guarda su bien más
preciado, su querido coche. Un Ferrari California de color rojo brillante, lo
tiene totalmente impoluto.
Voy directa a aparcar mi coche delante del suyo, mi coche a su lado
parece la típica chatarra arrugada que llevan al desguace por un siniestro.
Espero que no haya empezado aún la fiesta, me moriría de vergüenza si me
vieran un centenar de personas, con buen estatus, en estas condiciones.
Entonces creo que lo más sensato sería no entrar por la puerta principal, ya
que, si la fiesta ha empezado, por ahí sería el centro de todas las miradas.
Será mejor que suba por la gran escalera de cristal, que da al porche donde
mi amiga suele salir a tomar el sol para relajarse, y a la izquierda es donde
se encuentra la puerta del servicio.
De repente, la puerta principal se abre, saliendo mi amiga junto a todas
las personas que han acudido a la fiesta, como si de una gran manada se
tratase. Me miran fijamente y me quedo totalmente paralizada ante todas
esas personas repletas de elegancia en sus vestimentas. No sé exactamente
qué hacer ni qué decir. Todos están frente a mí admirando mis pintas, con la
ropa sudada del ajetreo del día, mojada por la lluvia que me cayó en Coney
Island y con la cara totalmente impregnada de barro, ya seco y cuarteado…
Oh, Dios, ¡tierra trágame! Cuando creo que estoy a punto de
desmallarme, aparece Greta, la adorable sirvienta de Deborah y me coge del
brazo, arrastrándome al interior por la puerta de servicio.
Capítulo 2
Sin mediar palabra, me lleva directamente a la habitación de mi amiga.
Encima de la gran cama con velos ya tengo preparado todo mi vestuario
nuevo. Hay hasta un conjunto de lencería rojo y negro de encaje perfecto
para ocasiones especiales dentro de una cajita de color gris, justo a un lado
hay una funda típica para guardar trajes o vestidos caros. ¿Qué será lo que
me habrá preparado?
En el suelo hay unos zapatos con un tacón de al menos trece
centímetros de color negro. Me acerco para abrir aquella funda y ver lo que
se encuentra en su interior, pero aparece Greta, saliendo del baño y
haciendo que me sobresalte.
—Muy bien, señorita, su baño está preparado. —Junta las piernas y
sitúa sus brazos hacia atrás, entrelazando los dedos a su espalda—. He
dejado toallas limpias, champú, gel de baño, mascarilla y todo lo que desee
a su alcance, justo en la encimera del lavabo. Si desea algo más, estaré fuera
esperándola.
—Muchas gracias, Greta, pero no me llame de usted, tutéame —le
digo con una sonrisa.
—Señora, es mi trabajo —me suelta casi en un susurro, agachando la
cabeza mientras se da la vuelta y sale por la puerta.
¿Le habrá molestado a Greta mi reacción? Pienso mientras me dirijo al
baño para ducharme y ver si por fin consigo quitarme toda esta capa de
porquería que recubre mi cuerpo.
Las gotas resbalan suavemente por mi cuerpo haciéndome entrar en
total relajación, me acarician la cabeza, pasando por cada gesto de mi cara.
Mi cuello, rodeándome ligeramente los pechos, es una sensación increíble,
aunque mi cabeza no para de pensar en todas aquellas personas que estaban
abajo mirándome y farfullando sobre mí, ¿cómo sacaré la suficiente
valentía para enfrentarme a todos ellos? ¿Cómo debo de mirarlos, ya que
me siento tan avergonzada?
He terminado de quitarme el olor a mofeta que tenía impregnado en mi
cuerpo. Tengo que hacerme algo que les haga cambiar la imagen que he
hecho que obtengan de mí y enmascararla por completo. ¿Pelo recogido o
suelto?, pienso, pero claramente me decanto por el pelo recogido, sin duda
me queda muchísimo mejor. Al ser tan delgada se me aprecian mejor las
facciones. Cojo el secador y unas tenacillas que Deborah tiene guardadas en
el segundo cajón de un armario que se encuentra al lado del lavabo y me
dispongo hacerme un recogido con una cascada de tirabuzones que cae
suavemente por mi espalda. El flequillo lo ondulo hacia un lado. La verdad
que, entre el pelo así arreglado y los maquillajes caros de mi amiga, parezco
otra persona.
Voy directamente a la cama a mirar qué es lo que hay dentro de esa
funda que me tiene tan intrigada. La abro, no puedo aguantar mi sorpresa, al
ver un vestido de Guess, de gasa en color rojo, a juego con mi color de pelo.
El pecho es en forma de doble «U» en vertical, con una cinta de perlas
brillantes justo debajo del pecho. La espalda queda totalmente al
descubierto, justo por debajo de las lumbares. Del cuello caen dos cadenitas
con diamantes que terminan justo en el principio de la espalda.
Me pongo la lencería que me han preparado, es de Victoria Secret, me
queda todo genial, estiliza muchísimo las pocas curvas que tengo. Porque es
la verdad, no tengo ni una ligera curva que acentuar. Estoy excesivamente
delgada. Me pongo el vestido y me miro en el espejo. Estoy tan diferente
que me asusta. Me da la sensación de no conocer a la persona que hay en el
reflejo. Mmm, pero falta una última cosa perfume, no hay nada mejor que
una mujer huela bien, voy dirección al baño para ver qué perfumes tiene mi
amiga por aquí que se amolde perfectamente a la forma en la que voy
vestida.
Abro un armario en el que solo hay perfumes, ¡oh, que de perfumes!
Madre mía, Chanel n5, Dior, Carolina Herrera, Guess, pero solo hay uno
que llama excesivamente mi atención, es un bote que parece estar hecho a
base de oro y con diamantes. Se llama Imperial Majesty. ¡Oh, madre de
Dios! Este perfume salió en la televisión como uno de los más caros que
existen, más de doscientos mil dólares, no podría pagar un perfume así ni
trabajando toda mi vida. Me voy a echar nada más que un par de gotitas, lo
suficiente para que mi cuerpo desprenda el olor necesario para hipnotizar a
cualquier persona que se me acerque. Tiene un olor bastante bueno y a la
vez sensual, debe de tener algo que lo haga afrodisíaco.
Salgo por la puerta y tras ella me encuentro a una Greta realmente
sorprendida al verme.
—Está usted excelente, señorita —confiesa mientras sonríe y me
observa de arriba abajo.
—Muchas gracias, Greta, la verdad que habéis acertado
completamente con el vestuario, me siento tan diferente. —Frunzo el ceño y
acaricio la gasa nerviosa.
—Ha sido obra de la señorita Deborah, ella decidió elegir
expresamente su vestuario, señorita Michelle —expresa y acto seguido me
engancha del brazo para llevarme hacia la gran escalera que comunica con
el hall central.
La verdad es que me muero de vergüenza, ¿y si realmente todas
aquellas personas no llegan a tener la impresión que yo me he imaginado?
¿Y si deciden humillarme? ¡Oh, no, más humillación no puedo soportar!
¿Debería de dar media vuelta y esconderme como hacía cuando era
pequeña?
Greta nota mi tensión y como mis pies parecen no querer moverse con
la misma naturalidad que lo hacía antes.
—Señorita, cálmese. Todo va a salir bien. —Suaviza su mirada y
sonríe. No sé cómo lo hace esta mujer, pero consigue tranquilizar a la
inquieta e insegura Michelle que llevo dentro.
Tengo ante mí el primer peldaño de la escalera. Visualizo a todo el
mundo y parece que están a lo suyo y que mi presencia es tan solo una más.
Algo que realmente me tranquiliza. Piso, temblorosa, el escalón y veo cómo
todas las miradas apuntan en mi dirección de repente. Las piernas me
flaquean y Greta suelta mi brazo. Desaparece, dejándome como único
elemento en el campo de visión de todas estas personas tan sumamente
elegantes. Algunos con asombro. Otros con cara de asco, pena, no sabría
denominarlo. Intento mientras bajo, buscar a mi amiga Deborah con la
mirada, ya que es a la única que conozco de aquí, me engancho fuerte a la
barandilla y ni siquiera soy consciente de que mis pies andan solos.
Avanzan por inercia. Estoy muy nerviosa, cuando tan solo quedan dos
escalones para llegar al final, allí está Deborah, la única persona que me
mira sonriendo y junto a ella un hombre trajeado, que agranda su mirada
cada vez más según me voy acercando.
Su cara me resulta familiar cuando llego a la distancia perfecta para
distinguir sus facciones. ¿De qué me suena? ¿Dónde he visto yo a este
hombre? Me acerco con la cabeza erguida a saludar a mi amiga, con un
toque de picardía en cada paso que ejecuto.
—¡Guau! Michelle, estás fabulosa —exclama mi amiga mientras me
da un abrazo enorme.
—Muchas gracias, cariño, tú que me ves con buenos ojos. Por cierto,
felicidades, mi niña —musito mientras estiro el brazo para coger el regalo
que tengo para ella en el interior de una bolsa que Greta ha preparado—.
Toma esto es para ti, no es gran cosa, pero sí un detalle que espero que te
guste.
—Muchas gracias, Michelle. Ahora mismo lo abro, pero primero
quiero presentarte a alguien —dice mientras se acerca a aquel hombre
trajeado que tan fascinada me tiene por alguna misteriosa razón.
Deborah se acerca a hablarle, me señala y de repente vienen los dos
hacia mí.
—Michelle, te presento a Charles Davis, es el principal dueño
capitalista de la empresa New York City Global Enterprise —suelta con un
toque de seriedad en su voz.
Madre mía es guapísimo. Una melena morenaza rodea sus impecables
facciones. Sus ojos azul cielo me hipnotizan con solo una mirada. Cuerpo
perfectamente estructurado. No le conozco y no sé si será el típico
gilipollas, seguramente sí, pero solo con verle podría decir que la perfección
existe.
—Encantada de conocerle, señor Davis —susurro con la voz quebrada,
dirigiéndome a este hombre de mirada cautivadora, mientras estiro
cuidadosamente mi mano para estrechar la suya.
—El placer es mío, señorita Blackwell —responde educadamente con
una sonrisa dibujada en su rostro mientras deja mi mano en el aire y se
acerca. Besa mis mejillas con delicadeza y de forma fugaz.
Siento un escalofrío por todo el cuerpo cuando sus labios rozan mis
mejillas, algo cerca de las comisuras. De repente, siento mi vagina
contraerse, ¿por qué provoca esta sensación en mí, un hombre al que apenas
conozco de dos minutos? ¿Qué significado tiene esta sensación? Pienso
mientras vuelvo de nuevo al mundo real.
—Bueno, mi niña, voy a abrir tus regalitos, aunque ya sabes que no
tenías que haberme comprado nada —agradece y se dispone a abrir el
primer regalo en el que en su interior está la cajita de música con la
bailarina bailando.
—¡Oh, muchísimas gracias, Michelle, me encanta! —Sonríe.
—No tienes que dármelas, princesa. Toma abre este, te gustará. —Le
entrego el de la bola con las dos amigas y la montaña rusa de fondo.
Cuando abre el regalo y ve lo que guarda en su interior, rompe en
llanto mientras me da uno de los mayores abrazos que nunca nadie me ha
dado jamás.
—E… Esto sí… Muchas gracias, esto es lo que nos gustaba de
pequeñas —dice con la voz acongojada.
—Sí, ¿recuerdas? Siempre la veíamos y la queríamos para nosotras.
Decíamos que esas dos amigas éramos nosotras y que de mayores
averiguaríamos de donde era esa montaña rusa en la que juntas nos
montaríamos. Yo ya lo he averiguado —le digo mientras le entrego las
entradas para el parque de atracciones de Coney Island.
—¡Oh, Michelle! Es el mejor regalo que me han hecho nunca, y por
supuesto que me acuerdo, como para no acordarme, pequeña, eran los
mejores tiempos —apunta, como puede entre sollozos.
De repente suena el timbre de la puerta principal y todo el lugar se
sume en un silencio absoluto. Deborah se dirige hacia la puerta para ver
quién es el que llama con tanta insistencia si se supone que, por la hora que
es, todo el mundo ya está aquí. Abre la puerta y mi mirada consigue abrirse
paso para ver quién se encuentra allí. ¿Cuál es mi sorpresa? Es mi hermana
Megan… ¿La habrá invitado Deborah? Si no es así, ¿cómo puede haberse
enterado de la fiesta? Y lo más importante de todo, ¿cómo podía tener la
suficiente desfachatez como para presentarse aquí sabiendo que estaría yo?
Sin ni siquiera saludar a Deborah y omitiendo todo lo que le está
diciendo, se acerca a paso apresurado hacia mí.
—Michelle, he venido aquí expresamente para hablar contigo, pasado
mañana me vuelvo a casa con James y me gustaría irme tranquila, habiendo
arreglado las cosas contigo —suelta con tristeza en sus palabras.
—¿Cómo puede ser que tengas tanta cara? Después de todo por lo que
me has hecho pasar. ¿Cómo tienes la poca vergüenza de venir a casa de mi
amiga en su cumpleaños, fastidiarlo y, sobre todo, dejarme a mí en ridículo?
—grito fuera de mí, sin pensar en que todos me miran—. Como ya te dije
en el restaurante, no quiero hablar contigo. No quiero saber de ti y, por
favor te lo pido, sal ahora mismo de aquí —le recrimino furiosa.
—Hermana, ¿cómo puedes hacerme esto? Ya sé que no he actuado
bien contigo. Que la cagué, pero si estoy haciendo todo esto por
encontrarte, es porque quiero de corazón pedirte perdón por todo lo que te
hice. Me obligaron y yo no pude decir que no… —musita arrepentida.
—¡Cállate! —La corto—. ¡Vete! —Me doy la vuelta en busca del
vigilante de seguridad para que la saque de aquí él mismo, ya que sé que,
por su propio pie, ni loca va a hacerlo.
Richard, el vigilante de seguridad, aparece sin darme pie a decirle
nada, la coge por el brazo para sacarla por la puerta. Cuando ya están
saliendo y creo recuperar un poco el aliento, Megan se gira.
—Michelle Blackwell, te lo juro por lo más sagrado que te arrepentirás
de esto. ¡Te arrepentirááás!
Empiezo a sentir una presión en el pecho. Noto como el aire que cojo
no me sacia lo suficiente como para obtener una respiración equilibrada.
Comienzo a hiperventilar y una fuerte presión se instala en mi cabeza. Mis
manos se duermen bajo el cosquilleo que le provocan unos calambres que
no consigo calmar, ni siquiera rascándome para recuperar el flujo de la
sangre en ellas. El corazón bombea tan rápido que me da la sensación de
que pronto saldrá de mi pecho, disparado. Veo nublado, pero sé que todos
me están mirando. Unos brazos me recogen cuando mi cuerpo cae
desplomado, queriendo tocar el suelo.
Capítulo 3
Una luz intensa perfora mis párpados y me obliga a despertar
bruscamente. Me miro y veo que estoy llena de cables. Mi ropa elegante ha
desaparecido y ha sido sustituida por una bata blanca, con el nombre del
hospital. Giro la cabeza y veo a Deborah sentada en un sillón a mi derecha.
Al notar que me muevo pega un brinco y se acerca a mí.
—¡Michelle! Gracias a Dios que estás bien —grita eufórica. Parece
estar cabreada, aunque alegre de que me haya despertado. Me abraza tan
fuerte que prácticamente me ahoga y me impide respirar.
Me quito la mascarilla de oxígeno.
—¿Qué hago en un hospital, Deborah? ¿Qué pasó anoche? —le
pregunto carraspeando.
—En cuanto sacaron a tu hermana de mi casa, empezaste a
hiperventilar y te desmayaste. Charles fue rápido y consiguió cogerte antes
de que te estrellaras contra el suelo y, juntos, te trajimos al hospital.
—¿Charles? ¿El hombre que me presentaste? Y… ¿Dónde está? —le
pregunto algo emocionada, aunque no entiendo muy bien el porqué, si nada
más que crucé dos míseras palabras con él. Aunque… ¡qué mono! Me salvó
la vida. Sonrío pícara por debajo de la sábana del hospital para que Deborah
no se dé cuenta.
—Se ha tenido que ir a trabajar, pero ha estado toda la noche conmigo
en la sala de espera, hasta que ya te subieron a la habitación —confiesa
bostezando.
Se la ve cansada. Debería decirle que se vaya a dormir a su casa
tranquilamente, que yo aquí estoy bien y atendida. Menudo cumpleaños la
he hecho pasar… Mi cabeza empieza a darle vueltas a todo lo que pasó ayer
y de qué manera acabo todo. Cuando entra la enfermera con un ramo de
rosas gigante en la habitación.
—¿Michelle Blackwell? —pregunta mirándonos a ambas para
averiguar cuál de las dos es la futura dueña del ramo.
—Sí, soy yo, ¿qué pasa? ¿Quién las manda? —suelto, temblorosa.
—Vengo a darle estas flores, las ha dejado un hombre en el mostrador
a su nombre, y para comentarle que le vamos a dar el alta. Puede estar
tranquila no ha sido nada más que un ataque de ansiedad. Ahora lo que si
tiene es que estar en reposo absoluto, nada de emociones fuertes —me
informa, dejando el ramo en la mesilla.
—Muchas gracias, doctora —le agradezco sin apartar la vista del
ramo. Busco con la mirada algún rastro de tarjeta para que me ayude a
entender quien las envía.
—Bueno, pues ahora mismo le traen el informe y el alta. Usted puede
irse duchando y vistiendo. —Se da la vuelta y sale por la puerta dejándonos
solas de nuevo.
—¡Michelle! ¿Quién las envía? —pregunta la cotilla de mi amiga,
desapareciendo totalmente el cansancio que tenía y convirtiéndolo en
completa expectación.
Cojo el ramo y rebusco. Encuentro una tarjeta en color rosado con dos
mariposas azules revoloteando. La abro.
Espero que te encuentres mejor.
Me gustaría volver a verte.
Un beso.
Charles Davis.
¿Charles? No, no puede ser… ¿Cómo sabe dónde vivo? ¿Se lo habrá
dicho Deborah? ¡Joder! Como puede ser tan chivata… Sabe de sobra que
no me gusta que la gente lo sepa. No me siento realmente orgullosa de ello.
Solo espero que no lo diga en serio y que no venga a buscarme al trabajo.
Salgo con unas pintas horribles siempre de sudar y con un olor a fritanga
que tira para atrás.
Si es cierto que va a venir como dice en la carta, necesitaré que Mike
me deje salir antes de trabajar. Por lo menos lo suficiente para que me dé
tiempo a venir a casa, ducharme y aparecer como una chica medianamente
normal. Dejo la carta encima de la mesa y me dispongo a prepararme un
café con leche para poder ser persona, pero cuando llego a la cocina el
móvil empieza a sonar y corro hacia él.
—¿Sí, dígame?
—Hola, buenos días, señorita Blackwell. Le llamamos del taller Auto
Repair First, tenemos un hueco sobre las ocho y media de la mañana para
arreglar la luna trasera de su coche —me informa la voz dulce de un chico.
—Sí, no hay problema, allí estaré. Muchas gracias.
¡Madre mía! El coche, se me había olvidado completamente. Menos
mal que el taller está a menos de un kilómetro de donde trabajo.
Últimamente, tengo la cabeza ida. Realmente sé que la tengo porque la
tengo encima de los hombros si no creería que la he perdido en cualquier
lugar. Cosa que con lo despistada que soy no sería muy difícil.
Una vez en el coche dispuesta a ir al taller, me pongo a darle vueltas a
todo lo que ha pasado en estos últimos tres días. ¿Serían de verdad o igual
sigo soñando? No me puedo imaginar qué habrá tenido que pensar Charles
de mí. Seguro que ha pensado que soy la típica chica con la que es fácil
acostarse el primer día y la verdad es que no sé qué me pasó. Tampoco
debería estar martirizándome por ello, ya que con mi cuerpo hago lo que me
viene en gana. Pero, aun así, no puedo dejar de pensar en si será eso lo que
le habrá echado para atrás o si lo que tenía al otro lado del teléfono era
muchísimo más importante que en ese momento yo. He de admitir que si
esa llamada no hubiera llegado me habría acostado con él en la parte trasera
de su limusina y estoy segura de que no me arrepentiría de ello. O igual sí,
quién sabe. Es todo tan intenso que hay veces que no estoy segura de saber
gestionarlo.
¿Qué narices es todo esto? Después de tirarse días sin hablarme y sin
saber de él, ¿me viene con estas? ¿Debería de aceptarlo y así finalmente
descubrir su secreto de una vez y salir de dudas? He de admitir que la idea
es bastante original y cuanto menos tentadora, pero ¿qué será lo que oculta
para tener que crear tanto misterio con pistas y encrucijadas?
Algo me dice que no debería y que lo que mejor podría hacer es bajar a
la basura más cercana y deshacerme cuanto antes de esta caja, de sus
recuerdos y de él, pero la realidad es, que la intriga me puede y necesito
salir de dudas cuanto antes. Dejo la carta sobre la caja y voy corriendo a la
habitación. Me desprendo del albornoz haciéndolo caer al suelo a mis pies.
Abro el armario y cojo lo primero que pillo. Unos vaqueros pitillo y una
camiseta blanca de manga larga con un estampado en el centro en colores
anaranjados, que meto por dentro del pantalón. Vuelvo a recoger la carta y
con ella en la mano salgo pitando de mi casa.
«¡Charleeeeeessssss!
Serás idiota…» 16:40
«Hola, Michelle».
17:02
Son las siete de la tarde y esa dirección está bastante retirada de donde
me encuentro. Decido pedir un taxi. Todos pasan de mí y los que parecen
hacerme caso van con pasajeros. Me dicen que por la zona hay compañeros
en servicio sin pasajeros y que espere a que llegue alguno que me lleve. En
internet pone que en coche se tarda como una media hora. Teniendo en
cuenta que se trata de la otra punta de Manhattan y que para llegar allí
tenemos que coger NY-9A N bastante poco me parece para la hora que es.
Por fin he conseguido que un taxi vacío se pare.
—¡Hola, buenas tardes, señorita! ¿A dónde quiere que la lleve? —me
recibe alegre un hombre de avanzada edad.
—Tengo que ir a 3418, Broadway 10031.
—Muy bien. Allá vamos. Si quiere que le ponga música, solo tiene que
pedírmelo. En el hueco de la puerta de la derecha tiene una botellita de agua
por si tiene sed —me informa muy amable el hombre. Algo que de verdad
agradezco, ya que he salido un poco enfadada de la peluquería.
Espero que lo de Charles merezca la pena, porque si no todo esto no
habrá servido de nada. Aunque pensándolo bien... ¿Cuántas ocasiones
tendré yo para disfrutar de un día como el de hoy? Sinceramente, ninguna.
Me recuesto en el asiento trasero del taxi y empiezo a mirar el cielo.
Aún hay un poco de claridad en él, pero entre que está a punto de anochecer
y que está lloviendo, las nubes ocultan el verdadero azul. Si soy sincera me
encantan los días así, pero no para estar pateándome medio Manhattan, sino
para estar en mi casita. Con el pijama de pelo y comiendo palomitas
mientras veo una película en Netflix. Me da exactamente igual si
acompañada o sola. Nunca he estado acompañada como tal, así que
tampoco sé cómo es la sensación.
Nunca he tenido una pareja seria. Con la única persona con la que
estaba dispuesta a serlo, terminó siendo un completo fraude y me jodió
tanto que me dije que jamás volvería a confiar en nadie de esa forma. A
partir de ahí solo los usaba para pasar el rato y ni siquiera volvía a llamarles
ni, aunque me gustaran mucho en la cama. Hasta que llegó Charles y
cambió el orden de mis principios y mi forma de pensar. Me trastocó de tal
forma que no sabría ni explicarlo. Suena mi teléfono. Es un WhatsApp de
Deborah.
«Vale, Deborah.
Te digo más tarde que día libro la
próxima semana y hablamos
mejor todo en persona». 19:25
Capítulo 11
Llego a la que intuyo por la hora qué es y que ya está anocheciendo, a
la que será mi última parada. Sin duda es la que más me sorprende, ya que
al ver el rótulo que hay encima del local me indica que debe de tratarse de
una tienda de juguetes eróticos. No tiene nada que ver con mis anteriores
paradas, pero intuyo que es la única que se acerca más al gran secreto que
Charles guarda como oro en paño. Al entrar me encuentro de bruces con
una chica mulata de cabello afro vestida con ropa, como diría yo… muy
poca ropa. Lleva puesto un picardías color negro que acentúa sus caderas
anchas. «Lo que daría yo porque me quedara tan sexy como le queda a
ella», pienso.
—¿Michelle?
—Sí.
—Muy bien, sígueme.
La chica se mueve alegre por el lugar y, en cambio, a mí hay algunas
cosas hasta que me cuesta mirarlas. Los penes de plástico o las vaginas de
silicona en tubos es lo de menos. Al final del pasillo veo unos muñecos y
muñecas que bien parecen tener vida propia. Son extremadamente
perfectos. Nada que ver con lo que se ve en las películas. La típica muñeca
de inflar. Son tan reales que siento hasta que me miran. Gracias a Dios
giramos antes de llegar. Directamente al pasillo de la lencería.
—Elige lo que más te guste, monada. Corre a cuenta de Charles, así
que no te preocupes por elegir lo más caro. —Me guiña un ojo.
—Pero… yo no entiendo de esto. —Parezco tonta. ¡Joder, Michelle!
Elige lo que más te guste y punto.
—A ver, monada, ¿qué color te gusta más de todo lo que ves?
—Ese. —Señalo la zona de lencería de color rojo vino.
—Buena elección. —Aplaude satisfecha—. Ahora dime qué es lo que
más te gusta de sujetador. Braga, tanga o culote y liguero.
—Eso es lo que no entiendo. —Me avergüenzo de inmediato—. Nunca
he comprado nada de este estilo y tampoco me he puesto nunca nada así.
No sabría decirte cuál de todos sería el que mejor me podría quedar.
—Eres finita. Yo te pondría un sujetador con push up para realzar el
pecho y darle volumen. Un tanga de tira ancha de encaje y además al
liguero le añadiría unas medias hasta la rodilla con puntillita en el borde —
dice mientras va recogiendo a la vez cada prenda que nombra.
—Vale, no tengo ni idea de lo que has dicho, pero me fío de tu criterio.
—Me echo a reír y ella se une a mí, señalándome los vestuarios para
cambiarme—. Te espero por aquí, si tienes alguna duda o necesitas ayuda
con alguna de las prendas ya sabes.
Salgo del vestuario con todo puesto. La verdad es que me veo genial.
Miro hacia todos los lados en busca de la chica joven e intentando
esconderme de los demás clientes.
—¡Guau! ¡Estás espectacular, chica! —Aparece a mi espalda
sobresaltándome.
—Sí, pero hay un problema, si me pongo esto, no me entran los
vaqueros. —Carcajeo.
—Ay, no, monada. Es que esto lo vas a llevar sin nada.
—¿¡Cómo que sin nada!? ¡No puedo llevar esto sin nada encima! ¿Te
recuerdo que hace frío afuera?
—Eso está ya más que planeado, cariño. Te vas a poner esto. —
Recoge de un perchero un abrigo tres cuartos color negro de paño—. Y
estos tacones a juego con la lencería.
¡Joder! ¿Pero cuál es su secreto? ¿Tengo que ir en lencería para ello?
Nada tiene sentido. Me va a explotar la cabeza.
Me pongo el abrigo y los tacones. Espero que no esté muy lejos donde
tengo que ir porque con esto sí que no voy a ser capaz de andar ni cien
metros. Meto mi ropa en una bolsa que me ha dado la chica y me dispongo
a ir al mostrador.
—Ha sido un placer atenderla, señorita. Mientras mi compañera busca
el sobre que no tenemos ni idea de donde lo hemos dejado, puedes ir
echando un vistazo a la tienda. Hay muchas cositas que te encantarán.
Le hago caso y me acerco a ver los muñecos que antes me han llamado
la atención. Si todo me sale mal con Charles no te digo yo que no me
compraría uno de estos. Al menos no te dan problemas. No son celosos y
los tengo para cuando me apetezca. Al lado de los muñecos veo una puerta
roja que llama mi atención. Tiene un letrero grande encima que pone:
«¡Cuidado, zona Depot extrema!». La curiosidad me incita a abrir la puerta
y adentrarme para saber qué tan malo se esconde tras ella. La luminosidad
desciende casi al cien por cien y no consigo ver muy bien hacia donde me
llevan mis pies. Cuando mis ojos se acostumbran a la oscuridad consigo ver
que estoy en un pasillo con un montón de puertas hacia el lado contrario al
que he entrado. De una de ellas consigo ver a una chica que sale de una de
las puertas sofocada. La intriga todavía se acrecienta más y decido entrar
por la misma puerta por la que ha salido ella. La puerta da a parar a una sala
diminuta que bien podría parecer un confesionario sin nada. Una cortina
roja en frente. Como ya sabréis soy curiosa y decido correr la cortina.
Al hacerlo mis ojos se salen literalmente de mis órbitas naturales. Un
cristal que da lugar a otra sala de mayor amplitud en la que un chico de
rodillas, mete la cabeza entre las piernas de una chica que está tumbada en
un sofá curvo. «¿Le está comiendo el coño?», pienso y automáticamente
quiero irme de aquí, pero la voz de Charles resuena en mi cabeza como un
espejismo sin motivo y aunque mi cabeza quiera salir huyendo, mi cuerpo
no puede moverse del lugar frente a la ventanita. Y muchísimo menos, mis
ojos apartar la vista de la imagen que tengo frente a mí. No entiendo nada.
Mi cuerpo empieza a aumentar en temperatura y un cosquilleo se concentra
en mi entrepierna. Ni siquiera me he rozado y ya siento las ganas de
explotar. Verlos haciendo esas cosas me excita hasta un punto que jamás
imaginé que podría llegar a alcanzar.
Sin ser dueña de mi cuerpo y sin creerme lo que voy a hacer, mi mano
se cuela por debajo de mi ropa interior y comienzo a masajearme. El placer
es intenso y deliberado. Como mil descargas eléctricas concentrándose ahí
queriendo estallar nada más empezar. Mis ojos no se separan de ellos
mientras yo agito incesante mi sexo. Humedezco mis labios con la lengua y
muerdo mi labio inferior. Un placer intenso me recorre desde la columna
vertebral hasta la parte alta de mi abdomen.
—Acelera —me exige Charles de nuevo en mi cabeza.
Al escucharle introduzco mis dedos en el interior de mi vagina
mientras que, someto a mi clítoris a la rapidez y la fuerza invasiva con la
palma de mi mano. La sangre de todo mi cuerpo se concentra entre mis
piernas. Agolpándose y deseando fluir de forma rabiosa. Mi cuerpo se tensa
cuando la imagen cambia y esta vez la chica se reclina hacia delante con el
pecho apoyado en el sillón y la cadera alzada y él por detrás comienza a
penetrarla. Mi cuerpo se tensa con cada estocada haciendo aumentar mi
éxtasis perturbado. No puedo aguantarlo por mucho más tiempo. Mi
insistencia aumenta y aminora a su vez alcanzando un millón de espasmos,
dejándome ir junto a ellos, entre sonoros gemidos de placer. Derramando
fluidos entre contracciones bajo mi ropa interior.
¿Qué he hecho? ¿Estoy loca? ¿Acabo de tocarme viendo a dos
completos desconocidos mantener relaciones sexuales?
Capítulo 12
Salgo disparada de la puerta roja y tras ella me espera la chica mulata.
—Toma, aquí tienes. Has tardado bastante. ¿Te ha gustado la zona
secreta? —Me mira de reojo con cara pícara. Sabe perfectamente lo que
acabo de hacer ahí dentro.
—Eh… Mmm. No me ha dado tiempo a ver mucho, estaba todo muy
oscuro —tartamudeo mientras le cojo el sobre de las manos y salgo
corriendo literalmente de la tienda.
Una vez fuera decido abrir el sobre. Ya es completamente de noche y
apenas puedo ver lo que está escrito. Me acerco a una farola y comienzo a
leer.
Tu recorrido está a punto de finalizar. Jules te espera a dos calles,
desde la tienda podrás ver la limusina. No preguntes, no busques más
respuestas. En mí las tienes todas. Ven a verme ya, te espero ansioso.
Fdo. Charles.
A lo lejos veo la limusina y corro como puedo hasta allí. Cuando llego,
Jules ya me espera fuera y con la puerta de atrás abierta.
—¡Hola, Jules! —saludo, eufórica—. ¿Cómo estás?
—No tan bien como usted, señorita. Se ve resplandeciente.
—Ay, Jules, cuántas veces tendré que decírtelo. Tutéame.
—Ya sabe que no puedo, señorita. Sigo órdenes del jefe. —Sonríe y
me cede la mano para ayudarme a entrar en la limusina.
Busco por la limusina algún rastro de alguna nueva pista. Pero no hay
nada. Jules sube la ventanilla tapando así cualquier contacto que quiera
tener con él. Me levanto un poco el abrigo y me veo. Este tipo de lencería le
sienta estupendamente a mi cuerpo. Lo vuelvo a bajar rápidamente cuando
escucho la música sonar a todo trapo en la parte de atrás. Me pongo a cantar
como una loca cuando identifico que se trata de una de mis canciones
preferidas.
Eso es una buena noticia, pero ¿quién se va a quedar con ella? ¿Será
que, por fin, su familia se ha dignado a aparecer?
«NOOO!!
Ni loca. Jayden me ha pedido
por favor que le deje quedarse con ella.
Y no he podido decirle que no.
Espero que lo entiendas…» 13:12
«A la orden mi capitán.
(Emogi poniéndose firme)»
13:15
Mi respuesta debería de ser no. Mi idea inicial era cenar con mi familia
como todos los años. Quedarme hasta que hagan el paripé de los regalos de
Papá Noel a mis sobrinos y volver de nuevo al hospital haciéndoles creer a
mis padres que me voy a dormir a casa. Pero que sea Jayden el que se quede
con ella acaba de arruinar por completo mis planes. Así que no lo sé, igual
en casa de mis padres bebo lo suficiente como para ahorrarme el mal trago
de tener que agachar la cabeza delante de todos y finalmente puedo poner
las cartas encima de la mesa respecto al local.
Siempre he tenido una vida planificada al detalle. Tener todo bajo
control formaba parte de mi día a día y, ahora de repente y junto a un
chasquido de dedos, siento que todo se desmorona. Y lo peor de todo es que
ni siquiera tengo los cojones suficientes para afrontarlo. Es inútil. Sé de
sobra que, a día de hoy, no puedo sujetar mis ideales de la misma forma que
lo hacía antes. Ahora mismo solo me interesa que ella despierte. Volver a
verla sonreír. Y si he de retomarlo todo que sea porque ella decida
intentarlo junto a mí…
«Probablemente.
Pero no te aseguro nada».
13:22
«Te espero por allí entonces
(Emogi carita sonriente)»
13:23
Acabo de llegar. La casa está fría, así que enciendo la calefacción para
caldearla un poco. Me sirvo una copa de vino y voy hacia mi habitación
para preparar la ropa que me voy a poner. Saco del armario toda la
colección de trajes de noche que tengo y dándole pequeños sorbos a la
copa, me dispongo a elegir el más adecuado para esta noche. Elijo uno de
mis favoritos en color azul brillante oscuro que combino con una camisa
blanca y una corbata azul con pajaritas blancas como estampado. Cuelgo
los demás en el armario y voy hacia el baño. Suelto la copa en el poyete del
lateral de la ducha y enciendo el grifo del agua caliente.
Me desprendo de la ropa, echándola en el cesto de la ropa sucia y me
meto. Me lavo la cabeza y después prosigo con el cuerpo. Enjabono las
axilas con la esponja. El pecho y desciendo por el abdomen, hasta llegar a
mi miembro. Dejo caer la esponja al suelo de la bañera y empiezo a
frotarme con la mano mi zona íntima. Me produce un cosquilleo al rozarme
y comienzo a tocarme. El asunto empieza a coger mayor dureza y me
proporciona un gusto que no sabría explicar. Pequeñas descargas
agolpándose en la cabeza y en el bajo vientre a la vez. Esta vez no quiero
luchar contra ellas porque no tengo que hacerlo. No estoy fallando de esta
forma a Michelle.
Me recreo entre mis piernas propiciando cada vez más fuertes
sacudidas que hacen aumentar mi nivel de excitación. Cierro los ojos y
meto la cabeza bajo el grifo, deleitándome de la satisfacción tan intensa que
siento con cada movimiento. Cuando siento que estoy a punto de explotar y
todas mis terminaciones nerviosas se ponen alerta, ansiando la liberación
tanto como yo, comienza a perder consistencia, deshaciéndose en mi mano.
¿Qué cojones? ¿Se me acaba de bajar así de repente? ¿Qué me está
pasando? No me ha pasado en toda mi vida y no será por falta de uso.
Salgo de la ducha, cabreado conmigo mismo y comienzo a rayarme.
Buscando alguna explicación entre mis pensamientos para encontrar el
motivo por el que ha podido pasarme esto. Pero no la encuentro. Me seco
rápido y tiro la toalla de golpe sobre la cama. Vuelvo al baño desnudo, cojo
la copa de vino y me la bebo de un trago. Repaso mi barba y me acicalo un
poco el cabello.
Vuelvo a la habitación y tras vestirme con el traje que siempre me
había gustado, al mirarme en el espejo me doy cuenta de que ni siquiera me
sienta igual. Ese puñetero acto acaba de romper por completo mis
esquemas, viéndome como un completo despojo. No puedo contárselo a
nadie o tiraré toda mi reputación o lo que quede de ella por la borda.
¿Necesitaré ayuda?
Bajo a toda prisa hacia la cocina y me relleno la copa mientras miro el
móvil. Tengo un mensaje de mi hermana Zoe y otro de Linda. Abro primero
el de mi hermana.
«CHARLES, NO TARDES MUCHO
EN IR A CASA DE MAMÁ A AYUDARLA».
18:48
«Hola, Charles.
Te quería pedir perdón por lo de la otra noche.
¿Esta noche nos vemos en el local?» 18:36
«¿Hola?» 01:11
«¿Aceptas venir?
No es una cita. Solo en plan amigos». 11:16
Debería darle una negativa para no darle falsas esperanzas, pero algo
en mí me dice que vaya con él. Total, tampoco es que tenga nada más
interesante que hacer y así me da un poco el aire que realmente lo necesito.
Fin
Agradecimientos
Como siempre escribir los agradecimientos es una de las partes más
complicadas. Me atrevería a decir que incluso más que la propia novela.
Tantas personas a las que debería de agradecer y seguro que alguna me dejo
en el camino. Esta novela fue realmente la primera que escribí. La primera
que me impulsó a crear una historia desde cero. Pero también una historia
que sabia en aquel entonces que necesitaba reposar con tranquilidad para
poder convertirse en lo que hoy es. Espero que hayáis disfrutado tanto
leyéndola como yo disfruté cuando la escribí.
Quiero agradecer a muchas personas.
A mi familia: Mi yaya Ana. Mis tíos y mi súper prima Sara por
prestarme sus piernas para el tráiler y por apoyarme cada día. A mi padre
por seguir incitándome a que cumpla mi sueño. A mis suegros y mi cuñada.
A Raúl: Una persona que apareció en mi vida como un milagro caído
del cielo. El fan número uno de mis novelas. Una persona que, sin llevar la
misma sangre que yo, no dudó ni un segundo en acoger y cuidar de una
adolescente rebelde. El mismo que hoy en día sigue a mi lado y trata a mis
hijos como si fueran sus nietos. El mismo también que por desgracia está
ahora luchando una gran batalla contra su propio cuerpo. Quiero hacerte
una mención especial y es que, aunque siempre sea una pensante negativa,
en esta ocasión no puede ser así. Necesitas mis fuerzas casi tanto como las
tuyas propias, tienes que luchar y sé que lo vas a conseguir y dentro de nada
podrás reírte junto a mí cuando leas este párrafo. Te quiero mucho casi
papá. Si tú caíste para mí como un milagro, el milagro también debe de caer
para ti.
A Sandra: Por vestir de color cada párrafo que escribo y darme la
posibilidad de obtener mi sueño sobre las manos.
A Rachel: Por adentrarse en mi cerebro y sacar la perfección en cada
portada.
A mis amigos: Patri, Yaiza, Laura y muchos más.
A Loreeniitah7: Por escucharme y aguantarme cada día. Por tirarse
horas conmigo al teléfono para escuchar mis quebraderos de cabeza y hacer
que mis nervios desaparezcan para seguir luchando por lo que quiero. Por
darme la posibilidad de encontrar una amiga a través de una pantalla. Te
quiero.
A Dani: Por aguantar mi locura y contestar todas las incógnitas sobre
el sexo masculino y prestarme su punto de vista para que mis personajes
sean lo más reales posibles.
A mi equipo de warzoneros: Kratos, Grady y muchos más.
A Sara Sanz: Porque en ella he encontrado realmente a una amiga con
la que poder compartir todo. Con la que poder hablar de personajes ficticios
y hacer que sean tan reales como la vida misma.
A Yeray: Por meterme caña. Apoyarme y hasta obligarme cada día a
que esta novela pudiera daros un buen sabor de boca. Gracias, amigo, por
estar ahí.
A mis hijos: Gracias por darme el mejor súper poder, ser vuestra
madre. Gracias por darme las fuerzas necesarias para que siga avanzando y
sobre todo gracias por hacer que pueda enterrarme entre vuestro mundo de
fantasía y darme la oportunidad de poder volver a ser niña, donde la
imaginación es lo más bonito que podemos tener.
Gracias al padre de lo mejor que me ha podido dar la vida. Aunque la
vida no nos lo ha puesto fácil y nuestro camino ha sido más de hiedras
venenosas que otra cosa, siempre has estado ahí, a mi lado. En todos los
momentos buenos, pero sobre todo en los malos y aún sigues haciéndolo.
Gracias por seguir haciendo que luche y gracias por darme a mis dos
criaturas, esas que ahora son mi motor de vida.
Pero sobre todo y no menos importante, gracias a ti, querido lector. Por
haber llegado hasta aquí y por darme la oportunidad de mostrarte lo que
habita en mi cerebro. Gracias por todo y no os relajéis que pronto vendré
pisando aún más fuerte.
Biografía
El amor que siente Sara por Cristian se verá truncado por una
confesión que romperá por completo los esquemas de ella. Haciéndola
desvanecer su corazón, precipitando su cuerpo al fondo del acantilado.
Pasados tres meses del fallecimiento de su única amiga, Cristian se
derrumba. No consigue hacerse a la idea de que ella ya no está y nunca más
volverá a verla. Pero una serie de sucesos que le harán cambiar su vida y su
percepción de ella, le darán las fuerzas suficientes para descubrir qué es lo
que le está ocurriendo.
Conocerá a personas en su camino que, junto a Mia, descubrirán que
están unidos a un mismo lazo. Una cuerda invisible que lo rodeará sellando
sus caminos.
La supervivencia de la especie.
Las pruebas del destino.
Todo ello con un solo propósito; salvaguardar y proteger el corazón
que les une.