Hora Santa
Hora Santa
Hora Santa
VIGILIA DE PENTECOSTÉS
«Espíritu Santo, rompe las cadenas de mis esclavitudes y libérame».
27 DE MAYO 2023
HORA SANTA
Se recibe al Santísimo
Acompáñame,
ilumíname toma mi vida,
acompáñame,
ilumíname Espíritu Santo ven.
Santifícame y transfórmame,
Tú cada día santifícame y
transfórmame
Espíritu Santo ven.
Con el nombre de DONES nos referiremos específicamente a los que enumera Isaías 11,2
y el Catecismo de la Iglesia en el numeral 1831.
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PARROQUIA DE SNA JUAN PABLO II – LA CASA DEL NIÑO JESÚS
VIGILIA DE PENTECOSTÉS
«Espíritu Santo, rompe las cadenas de mis esclavitudes y libérame».
27 DE MAYO 2023
Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia,
piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cfIs11, 1-2).
Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles
dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas (Catecismo de la Iglesia
Católica 1830-1831).
«Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las
potencias del alma para recibir y secundar las mociones del propio Espíritu Santo al modo
divino o sobrehumano» (Royo Marín, Fr. Antonio, Teología de la Perfección Cristiana).
Esta tarde, a nosotros, nos ha tocado reflexionar delante del Señor, sobre el don de
Sabiduría.
1. Definición
El Don de Sabiduría es el encargado de llevar a su última perfección la virtud de la caridad.
Siendo la caridad la más excelente y perfecta de todas las virtudes, entonces el don de
Sabiduría es el más excelente y perfecto de los dones. Así como la caridad encierra a todas
las virtudes, el don de sabiduría resume a todos los demás dones.
estudios teológicos, nos sorprenden por sus conocimientos profundos de las cosas
divinas.
El don de sabiduría, entonces, es aquel que ilumina nuestro conocimiento que tenemos
de Dios, nos permite ver las cosas creadas con los ojos de Dios.
Pidamos, hermanos, en este momento, al Espíritu Santo que derrame sobre nosotros, el
Don de Sabiduría, para que podamos ver la vida con los ojos de Dios, para que podamos
experimentar y saborear la Presencia de Dios en nuestro día a día.
Amado Jesús, estamos en tu Presencia, clamamos a Ti, envíanos tu Espíritu Santo, que
descienda sobre nosotros, especialmente con el Don de Sabiduría; cuánta falta nos hace,
Señor, poder contemplar y juzgar nuestras realidades con tus ojos, con tu mirada, esa
mirada que es amor y misericordia, haz, Señor, que nuestro corazón sea dócil y deje entrar
tus dones, permítenos, de ahora en adelante poder percibir tu mano divina en todas las
situaciones y acontecimientos de nuestra vida. Bendito seas, Señor, llénanos de Ti, del
Espíritu Santo y sus dones.
3. Efectos
El don de Sabiduría, hermanos, les da a los santos el sentido divino, de eternidad, con que
juzgan todas las cosas. Personas como los grandes santos, que se dejan guiar dócilmente
por el don de sabiduría, ven todo desde las alturas, desde el punto de vista de Dios, a tal
grado que ven a Dios obrando tanto en los acontecimientos sencillos como en los grandes.
En todo ven clarísima la mano de Dios, incluso en un insulto, una bofetada, una
humillación o una calumnia que se hace contra ellos, de inmediato se remontan a Dios
que lo quiere o permite para ejercitarse en la virtud de la paciencia y humildad.
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Cualquiera puede pensar en la maldad del hombre ante una ofensa, incluso buscar la
venganza, pero un santo se remonta a Dios y juzga todo desde las alturas. No llaman
desgracia a lo que comúnmente llamamos todos, como la muerte, un desastre natural,
persecución, enfermedad y otras, contrariedades, sino a aquello que realmente
representa para ellos una desgracia, tal como la tibieza espiritual, el pecado, alejarse de
Dios. Llegan a una madurez espiritual tal que cuando ven un diamante o una joya preciosa,
simplemente ven un cristal que brilla más que los demás, pero que no amerita mayor
atención y ser considerado como una gran riqueza o una joya, pues comprenden que no
hay otro tesoro más valioso que Dios y las cosas que nos llevan a Él. De modo que siempre
que ven algo o van a adquirir algo, se preguntan primero cuánto va a servir aquel bien
para obtener la eternidad.
Otro efecto de este don es que lleva hasta el heroísmo la virtud de la caridad, de tal
manera que las almas trabajadas por el don de sabiduría mueren a su propio yo y aman a
Dios con un amor purísimo y anhelan tanto el cielo, porque desean ardientemente estar
con Dios para amarlo con mayor intensidad. Solo por este don se pueden entender los
actos de hombres y mujeres como Santa Teresa de Calcuta y su labor con los leprosos,
porque ven a Cristo en los pobres, en los que sufren, y corren a ayudarle con el alma llena
de amor.
Esforzarnos por ver todas las cosas desde el punto de vista de Dios. Ver siempre la mano
de Dios en todos los acontecimientos prósperos o adversos, en la salud y en la
enfermedad, en la alegría y la tristeza; en todo, absolutamente todo, debemos buscar la
mano de Dios y saber que suceden para algo, pues todas las cosas suceden para bien de
los que aman a Dios (Cf. Rm 8,28)
No aficionarse demasiado a las cosas de este mundo, aunque sean buenas y honestas.
Es cierto que la ciencia, el arte, la cultura humana y el progreso en general son de suyo
buenas siempre que se encauzan y ordenan rectamente; pero si nos entregamos a estas
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cosas con demasiado afán y ardor, con seguridad que nos perjudicarán
acostumbrándonos al gusto por las criaturas y no por el creador.
No apegarnos a los consuelos espirituales, sino pasar a Dios a través de ellos. A veces
Dios nos da algunos estímulos para que lo busquemos con más ardor: podemos sentir
algo muy especial en una oración, un retiro espiritual o durante la Santa Misa, pero no
debemos apegarnos a ellos, porque cuando venga la prueba no nos va a gustar y todo se
nos puede venir abajo. Debemos acostumbrarnos a servir y amar a Dios tanto en la
oscuridad como en la luz, en la sequedad como en los consuelos, en la aridez como en los
deleites espirituales. Debemos buscar directamente al Dios de los consuelos y no los
consuelos de Dios.
Oración
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles.
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu y serán creadas todas las cosas.
Y renovarás la faz de la tierra.
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Con el nombre de DONES nos referiremos específicamente a los que enumera Isaías 11,2
y el Catecismo de la Iglesia en el numeral 1831.
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Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia,
piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cfIs11, 1-2).
Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles
dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas (Catecismo de la Iglesia
Católica 1830-1831).
«Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las
potencias del alma para recibir y secundar las mociones del propio Espíritu Santo al modo
divino o sobrehumano» (Royo Marín, Fr. Antonio, Teología de la Perfección Cristiana).
Esta tarde, a nosotros, nos ha tocado reflexionar delante del Señor, sobre el don de
Entendimiento.
1. Definición
El don de entendimiento o Inteligencia es una gracia especial del Espíritu Santo que nos
permite comprender la Palabra de Dios y todas las verdades reveladas. Por la acción
iluminadora del Espíritu Santo, la inteligencia del hombre se hace apta para profundizar
las verdades reveladas. Es como un fogonazo que nos ilumina para comprender al
instante una verdad revelada. Tomamos la Sagrada Escritura, la leemos y no
comprendemos algún pasaje; pero, de repente, una luz penetrante del Espíritu Santo nos
hace comprender de inmediato aquello inaccesible para nuestra capacidad humana,
como les sucedió a los discípulos de Emaús, cuando se les abrieron los ojos y reconocieron
a Jesús.
La palabra «inteligencia» deriva del latín intus legere, que significa «leer dentro»,
penetrar, comprender a fondo. Mediante este don el Espíritu Santo, que «escruta las
profundidades de Dios» (1 Cor 2,10), comunica al creyente una chispa de capacidad
penetrante que le abre el corazón a la gozosa percepción del designio amoroso de Dios.
Se renueva entonces la experiencia de los discípulos de Emaús, los cuales, tras haber
reconocido al Resucitado en la fracción del pan, se decían uno a otro: «¿No ardía nuestro
corazón mientras hablaba con nosotros en el camino, explicándonos las Escrituras?» (Lc
24,32)
Entendimiento nos lleva a conocer las verdades reveladas al modo divino, en una intuición
sencilla, rápida y luminosa, pero sin emitir juicio sobre ellas (un plan de simple
aprehensión). Caso contrario sucede con el don de ciencia, al que le compete juzgar
rectamente de las cosas creadas; al de sabiduría, que juzga rectamente de las cosas
divinas, y si se trata de la aplicación a los casos concretos y singulares, corresponde al don
de consejo.
Señor Jesús, aquí estamos esta tarde, frente a Ti, Tú conoces nuestro interior, nuestras
dudas, nuestra falta de comprensión y entendimiento, por ello, te pedimos en este
momento, que envíes tu Espíritu Santo sobre nosotros, reunidos en comunidad. Que tu
Espíritu Santo descienda sobre nosotros y nos inunde con sus Dones, especialmente, el
Don de Entendimiento, para que podamos y comprender tu Palabra, descubrir tu
mensaje, para que tengamos la certeza de nuestra fe, que no haya dudas en nuestro
interior sobre las verdades enseñadas por la Iglesia.
3. Efectos
A las almas que dejan perfeccionar su fe por el don de Entendimiento, el Espíritu Santo
les proporciona un increíble grado de intensidad y certeza, les manifiesta las verdades
reveladas con tal claridad, que, sin descubrirles del todo el misterio, les da una seguridad
inquebrantable de la verdad de nuestra fe, quitando toda duda sobre la fe, a tal grado
estarían dispuestas a creer lo contrario de lo que ven con sus propios ojos antes que dudar
en lo más mínimo de alguna de las verdades de la fe.
Este don nos permite descubrir la divinidad presente en la Eucaristía, sin ninguna duda.
Por eso hay personas que ante el Santísimo se vuelven contemplativas, sin hablar, sin
decir nada, solo contemplar porque se ven envueltas por esa divina presencia que les da
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paz y tranquilidad. «Le miro y me mira», como dijo al santo Cura de Ars, aquel sencillo
campesino poseído por el divino Espíritu.
Otro efecto es que nos abre el sentido oculto de las Sagradas Escrituras. Fue lo que les
ocurrió a los discípulos de Emaús cuando «les abrió la inteligencia para que entendiesen
las Escrituras» (Le 24,45), y es lo que les sucede a los místicos, han experimentado este
fenómeno, quienes, sin estudios ni otro tipo de ayuda humana, el Espíritu Santo les
descubre de pronto el sentido profundo de algún pasaje de las Sagradas Escrituras. Por
eso se les caen de las manos los libros escritos por los hombres y deciden mejor escuchar
solo las palabras que brotan del Verbo Encarnado.
No se rompen jamás del todo en esta vida los velos del misterio, como decía San Pablo:
«ahora vemos como en un espejo y oscuramente» (1 Cor 13,12), pero nos da una
seguridad inquebrantable de las verdades de la fe.
Del don de Entendimiento se producen los frutos del gozo espiritual y la certeza
inquebrantable de la fe.
Invocar al Espíritu Santo. El mismo Espíritu que inspiró las Sagradas Escrituras puede
explicárnoslas, pero hay que invocarlo para que actúe en nuestro entendimiento. Por eso
cada vez que leemos la Biblia, primero debemos invocar al Espíritu Santo.
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Oración
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles.
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu y serán creadas todas las cosas.
Y renovarás la faz de la tierra.
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Acompáñame,
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acompáñame,
ilumíname Espíritu Santo ven.
Santifícame y transfórmame,
Tú cada día santifícame y
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Espíritu Santo ven.
Con el nombre de DONES nos referiremos específicamente a los que enumera Isaías 11,2
y el Catecismo de la Iglesia en el numeral 1831.
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Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia,
piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cfIs11, 1-2).
Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles
dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas (Catecismo de la Iglesia
Católica 1830-1831).
«Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las
potencias del alma para recibir y secundar las mociones del propio Espíritu Santo al modo
divino o sobrehumano» (Royo Marín, Fr. Antonio, Teología de la Perfección Cristiana).
Esta tarde, a nosotros, nos ha tocado reflexionar delante del Señor, sobre el don de
Consejo.
Por medio de este don, El Espíritu Santo nos ilumina la conciencia ante las diversas
circunstancias de la vida diaria, para que descubramos con prontitud y seguridad
sobrehumana lo que es la voluntad de Dios.
Cuando hablamos del don de consejo, casi siempre, si no se tiene el conocimiento básico
del mismo, nos referimos a él como aquella capacidad que Dios nos da para «poder
aconsejar» a otras personas. Sin embargo, debemos recordar que los siete dones nos han
sido dados a cada uno, desde el momento de nuestro bautismo, para nuestro provecho
personal en orden a la salvación.
Los siete dones nos sirven para santificarnos y conseguir nuestra salvación. Son para que
los usemos para nuestro beneficio, no para el de los demás. Aunque del buen uso que de
ellos hagamos surgirá en nosotros una actitud diferente y una mejor disposición de ayuda
al prójimo, para servir a los demás. El Espíritu Santo nos da sus carismas, que esos sí, no
son para provecho personal, sino para ponerlos al servicio de los demás. Sin embargo, el
Don de Consejo viene en auxilio de todos aquellos que tienen algún tipo de gobierno
sobre una comunidad religiosa, incluso de los padres de familia para poder orientar bien
a los que están bajo su responsabilidad. Así, el director espiritual debe pedir el don de
consejo para no decir a las almas cosa alguna antes de haber consultado al Espíritu Santo.
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1. Definición
«El don de consejo hace perfecta la virtud de la prudencia dándonos a entender pronta y
seguramente, por una especie de intuición sobrenatural, lo que conviene hacer,
especialmente en los casos difíciles.»
«El don de consejo es un hábito sobrenatural por el cual el alma en gracia, bajo la
inspiración del Espíritu Santo, juzga rectamente, en los casos particulares, lo que conviene
hacer en orden al fin último sobrenatural»
Efectivamente, el don de consejo viene en nuestro auxilio para ayudarnos a elegir y hacer
lo que conviene para nuestro bien y el de nuestra salvación, sobre todo en aquellos
momentos en los que se nos hace difícil tomar la decisión correcta en el menor tiempo
posible. El Espíritu Santo nos ilumina la conciencia ante las diversas circunstancias de la
vida diaria, para que descubramos con prontitud y seguridad sobrehumana lo que es la
voluntad de Dios. Nos sugiere lo que es lícito y conviene al alma.
Este don enriquece y perfecciona la virtud de la prudencia y guía al alma desde dentro,
iluminándola sobre lo que debe hacer, especialmente cuando se trata de opciones
importantes como la elección de su cónyuge o la vocación misma al sacerdocio o vida
consagrada. Actúa como un soplo en la conciencia sugiriéndole lo que le conviene y es
bueno a los ojos de Dios. Viene en nuestro auxilio para ver lo mejor, qué es lo que hay
que hacer ante las situaciones que se nos presentan a diario, muchas veces complicadas
para tomar la mejor decisión.
requiere la intervención del don de consejo, que nos saque de apuros de inmediato, sin
titubeos, como en el caso del juicio de Salomón o la respuesta de Jesús para confundir a
quienes le preguntaron si había que pagar el impuesto al César.
Hermanos, si bien todos los Dones del Espíritu Santo, son necesarios para nuestra vida en
comunidad, cuánta falta no hace el Don de Consejo, en algunas ocasiones y situaciones
particulares.
Pidamos pues, a nuestro Señor Jesucristo, presente delante nuestro, nos envíe su Espíritu
Santo esta tarde, que el Espíritu Santo se derrame sobre nosotros, y nos inunde,
especialmente con el Don de Consejo, para tener la prudencia, la seguridad de las
decisiones que debemos tomar, especialmente aquellas en las que, de equivocarnos,
podríamos dañar a terceras personas.
Padre bueno, Padre Santo, amado Jesús, envía sobre nosotros al Espíritu Santo, que entre
y penetre nuestra mente, nuestro corazón, que seamos dóciles a su guía, que nos dejemos
conducir, que seamos humildes para comprender y aceptar nuestra ignorancia y la
necesidad de la ayuda divina.
Ven Espíritu Santo, derrama sobre nosotros el Don de Consejo, tan necesario para la vida
en familia, en comunidad, para poder construir una mejor y más humana Iglesia.
3. Efectos
a. Nos preserva del peligro de una falsa conciencia. Cuando se tienen ciertos
conocimientos, corremos el riesgo de querer adaptar los principios morales y religiosos a
nuestra conveniencia. Es más, hay personas que buscan un «consejo» de un guía
espiritual, pero, en realidad, lo que andan buscando es alguien que les apruebe lo que ya
tienen pensado hacer en ciertas situaciones sobre las que buscan ayuda. Y cuando
consultan a un sacerdote y éste les da una respuesta diferente a la que buscan, entonces
van a un segundo o un tercero, hasta encontrar a alguien que les diga lo que esperan
escuchar, como para justificar o tranquilizar falsamente su conciencia.
que, superando las luces de la razón natural, entenebrecida por el capricho o la pasión,
dicta lo que hay que hacer con una seguridad y fuerza inapelables, puede preservarnos
de este gravísimo error de confundir la luz con las tinieblas.
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c. Atender en silencio al maestro interior. Dios suele hablar en la soledad al corazón (Os.
2,14). Para escucharlo debemos hacer el vacío en nuestro espíritu y acallar por completo
los ruidos del mundo. Como María de Betania debemos sosegarnos a los pies de Jesús (cf.
Le. 10,39), desechando toda distracción y perturbación que nos ofrece el bullicio del
mundo.
d. Extremar nuestra docilidad y obediencia a los que Dios ha puesto en su Iglesia para
gobernarnos. Sobre esto nos enseñan mucho los santos con su ejemplo. Santa Teresa
obedecía a sus confesores con preferencia al mismo Señor, y éste alabó su conducta. Un
alma dócil y humilde está en una gran ventaja para poder recibir la luz del Espíritu Santo.
Eso no será posible si en nosotros prevalece el espíritu de autosuficiencia y de
insubordinación a los legítimos representantes de Dios en la tierra.
Oración
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles.
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu y serán creadas todas las cosas.
Y renovarás la faz de la tierra.
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Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia,
piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cfIs11, 1-2).
Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles
dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas (Catecismo de la Iglesia
Católica 1830-1831).
«Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las
potencias del alma para recibir y secundar las mociones del propio Espíritu Santo al modo
divino o sobrehumano» (Royo Marín, Fr. Antonio, Teología de la Perfección Cristiana).
Esta tarde, a nosotros, nos ha tocado reflexionar delante del Señor, sobre el don de
Ciencia.
Es un hábito sobrenatural infundido con la gracia por el cual la inteligencia del hombre,
bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo, juzga rectamente de las cosas creadas en
relación a Dios, su creador.
1. Definición
Si hay un don del Espíritu Santo que nos lleva a valorar la creación de Dios, es el de ciencia.
Muy necesario para cuidar de la «casa común», para aprender a valorar, respetar y cuidar
todo aquello que Dios ha creado y puesto a nuestra disposición.
Por el don de ciencia juzgamos rectamente de las cosas creadas en relación a Dios, su
creador. Con una observación de las cosas creadas, iluminados por la acción del Espíritu
Santo, podemos descubrir a Dios, su creador: «Desde la creación del mundo, lo invisible
de Dios, su eterno poder y su divinidad, se pueden descubrir a través de las cosas creadas»
(Rm 1,20)
El don de Ciencia es un hábito sobrenatural por el cual la inteligencia del hombre, bajo la
acción iluminadora del Espíritu Santo, juzga rectamente de las cosas creadas en relación
a Dios, su creador. Nos da a conocer las cosas creadas en sus relaciones para con Dios.
Si Adán no hubiese pecado, todos seríamos capaces, sin auxilio alguno, de ver a todas las
cosas creadas como una especie de sagrario de las divinas perfecciones y por ellas
adoraríamos a Dios, su creador. Por la acción del Espíritu Santo, sin esfuerzo alguno y en
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un solo instante, podemos ver cómo todas las cosas dependen de Dios y nos llevan a él.
Los grandes santos, que han dejado obrar en ellos el don de ciencia, lo han conseguido a
la perfección.
El don de Ciencia, junto con el de entendimiento y sabiduría, se parecen, en tanto que los
tres inciden en la razón, en cuanto que nos dan conocimiento; pero hay una gran
diferencia entre los tres. Por el don de entendimiento captamos y penetramos las
verdades reveladas (por ejemplo, al leer la Biblia) por una profunda intuición
sobrenatural, pero sin emitir juicio sobre ellas. Por el don de ciencia, por impulso especial
del Espíritu Santo juzgamos rectamente de las cosas creadas en relación a su creador. El
don de sabiduría juzga rectamente de las cosas divinas, no de las creadas. O sea, el don
de ciencia juzga lo creado, el don de sabiduría juzga las cosas divinas. Ambos tienen algo
en común: los dos nos hacen conocer a Dios y a las criaturas. Pero cuando conocemos a
Dios por las criaturas, estamos hablando del don de ciencia; cuando se juzga de las
criaturas por el gusto y conocimiento que se tiene de Dios, entonces nos referimos al don
de sabiduría. La ciencia nos lleva a conocer a Dios por las criaturas. La sabiduría nos lleva
a conocer sobre las criaturas por el conocimiento que tenemos de Dios.
El don de ciencia nos lleva a juzgar cómo las cosas creadas nos pueden llevar al
conocimiento de Dios y acercarnos a Él, pero también nos advierte de cómo las criaturas
nos pueden apartar de Dios. Da al hombre el recto juzgar en ambos sentidos. Las cosas
creadas nos pueden acercar a Dios: un sacerdote, un padre de familia, una persona que
nos da un buen consejo. También podemos tener una bonita experiencia al contemplar
la naturaleza y admirar a Dios por las maravillas de su creación, según aquello de San
Pablo: «Lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las
criaturas» (Rom. 1,20). Por eso San Francisco tenía un profundo respeto por la naturaleza
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y llamaba «hermanos» a los seres creados. Pero también las criaturas nos pueden alejar
de Dios: una mala compañía, un inconverso en la familia que se opone a la perseverancia
en la Iglesia, el alcohol, la droga, la televisión, etc. El don de ciencia nos ayuda a usar bien
de lo creado y saber lo que nos aleja o nos acerca a Dios.
Por este don juzgamos rectamente sobre el uso de las criaturas, su valor, utilidad o peligro
en orden a la vida eterna. El objeto del don de ciencia es, pues, las cosas creadas, en
cuanto que nos llevan a Dios.
a. Nos despega de las criaturas mostrándonos cuán vanas son en sí, incapaces de hacernos
felices, y aún dañinas, porque tienden a pervertimos atrayéndonos a sí, y embobándonos
para apartarnos de Dios. Una vez desasidos de ellas, nos elevamos mejor hasta el único
que puede saciar los deseos de nuestro corazón, que es Dios, y no su creación.
b. Nos enseña a usar debidamente de las criaturas, haciendo de ellas peldaños para subir
hasta Dios. Por natural instinto deseamos gozar, y somos tentados de poner en los goces
nuestro fin; por eso es necesario el don de Ciencia para que en las cosas creadas no
veamos sino lo que Dios puso en ellas, y de este pálido reflejo de las bellezas divinas,
subimos hasta la belleza infinita.
Pidamos esta tarde, hermanos, en nuestra Vigilia de Pentecostés, que el Señor envíe su
Espíritu Santo y este, se derrame abundantemente sobre nosotros, nos regale nos
Sagrados Dones, especialmente el de Ciencia, que es el que nos ha tocado reflexionar hoy.
Espíritu Santo de Dios, Fuerza de Dios, ven y penetra nuestros corazones, ilumina nuestra
vida y enséñanos a descubrir a nuestro Creador en toda su creación. Que seamos capaces
de amar, valorar, cuidar, proteger, promover a nuestros hermanos, como lo que son,
creaturas de Dios, hijos de Dios, que podamos ver en todos y en cada uno de nuestros
hermanos a Dios, y, si acaso, alguno de nuestros hermanos, es motivo de alejamiento,
que tengamos la fuerza y la voluntad de apartarnos él.
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3. Efectos
Nos enseña a juzgar rectamente de las cosas creadas en relación a Dios. Es lo propio de
este don. Nos ayuda a descubrir la huella de Dios en la creación. Por lo creado nos lleva
al creador. Pero también nos hace ver el vacío de las criaturas, de su nada; por eso grandes
santos como Santo Domingo, llegaron a sentir dolor por la suerte de los pobres pecadores.
Nos hace sentir dolor por una persona que fallece en pecado mortal, al saber que, lo más
probable, es que su alma se pierda en el infierno.
Nos guía certeramente acerca de lo que debemos creer y no creer. Las almas en las que
el don de ciencia actúa intensamente, tienen instintivamente el sentido de la fe. Sin haber
estudiado teología ni otras ciencias religiosas, se dan cuenta en el acto si una devoción,
una doctrina, un consejo o una máxima cualquiera está de acuerdo o en oposición a la fe.
Aunque no sepan las razones, lo entienden perfectamente.
Nos inspira el modo más acertado de conducirnos con el prójimo en orden a la vida
eterna. Por este don, un predicador conoce lo que debe decir a sus oyentes, y cómo debe
exhortarles para llevarlos a la conversión. Una persona que dirige a un grupo de oración
o una comunidad conoce el estado de las almas que dirige, sus necesidades espirituales,
los obstáculos que se oponen a su perfección, lo que Dios obra en ellas y lo que deben
hacer de su parte para colaborar con Dios y cumplir sus designios. Un padre de familia,
por este don, es capaz de saber cómo conducir su hogar para llevarlo a Dios.
Nos desprende de las cosas de la tierra. Nos lleva a comprender que todas las criaturas
son como si no fueran delante de Dios. El alma pasa por las criaturas sin verlas para no
detenerse sino en Cristo. Este don nos hace quitar nuestra mirada en el dinero para
ponerla en Dios. Nos hace despreocuparnos tanto por lo material, porque todo es nada
comparado con Dios (El oro solo es un mineral que brilla). Llegamos a comprender de las
cosas creadas: su fragilidad, su vanidad, su escasa duración su impotencia para hacernos
felices y el daño que el apego a ellas puede acarrearle al alma.
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VIGILIA DE PENTECOSTÉS
«Espíritu Santo, rompe las cadenas de mis esclavitudes y libérame».
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Nos enseña a usar debidamente de las criaturas, haciendo de ellas peldaños para subir
hasta Dios. Este efecto es complementario del anterior: de las cosas creadas no solo
debemos desprendernos, sino usarlas como escalas para llegar a Dios. La creación nos
conduce a Dios, de Él nos hablan y a Él nos llevan cuando las usamos correctamente. Por
el don de la ciencia, lejos de encontrar obstáculos en las criaturas para acercarnos a Dios,
las usamos como palancas y así nos ayudan para hacerlo con más facilidad.
Acostumbrarse a relacionar con Dios todas las cosas creadas. No descansar en las
criaturas, sino pasar a través de ellas hasta Dios. Esforzarnos por ver en todas las cosas la
huella de Dios.
Oponerse enérgicamente al Espíritu del mundo. El mundo nos ofrece la felicidad en las
criaturas. Hay que huir de las reuniones mundanas. No asistamos a espectáculos
saturados o influenciados por ambientes malsanos del mundo, donde se hablan y afirman
cosas contrarias al Espíritu de Dios.
Oración
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles.
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu y serán creadas todas las cosas.
Y renovarás la faz de la tierra.
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VIGILIA DE PENTECOSTÉS
«Espíritu Santo, rompe las cadenas de mis esclavitudes y libérame».
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HORA SANTA
Se recibe al Santísimo
Acompáñame,
ilumíname toma mi vida,
acompáñame,
ilumíname Espíritu Santo ven.
Santifícame y transfórmame,
Tú cada día santifícame y
transfórmame
Espíritu Santo ven.
Con el nombre de DONES nos referiremos específicamente a los que enumera Isaías 11,2
y el Catecismo de la Iglesia en el numeral 1831.
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VIGILIA DE PENTECOSTÉS
«Espíritu Santo, rompe las cadenas de mis esclavitudes y libérame».
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Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia,
piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cfIs11, 1-2).
Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles
dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas (Catecismo de la Iglesia
Católica 1830-1831).
«Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las
potencias del alma para recibir y secundar las mociones del propio Espíritu Santo al modo
divino o sobrehumano» (Royo Marín, Fr. Antonio, Teología de la Perfección Cristiana).
Esta tarde, a nosotros, nos ha tocado reflexionar delante del Señor, sobre el don de
Piedad.
El don de Piedad es un hábito sobrenatural que despierta en nosotros, por instinto del
Espíritu Santo, un afecto filial hacia Dios considerado como Padre y un sentimiento de
fraternidad universal para con todos los hombres en cuanto hermanos nuestros e hijos
del mismo Padre, que está en los cielos.
Todos los dones perfeccionan de manera especial a algunas virtudes. El don de piedad
perfecciona a la virtud de la justicia y sus derivadas, especialmente la religión y la piedad,
sobre las que recae principalmente.
La virtud de la justicia inclina constante y siempre a la voluntad a dar a cada uno lo que le
pertenece estrictamente. Por la virtud de la religión le damos el culto merecido a Dios por
ser el primer principio de nuestro ser y gobierno, es decir, por ser nuestro creador y quien
nos gobierna. Por la virtud de la piedad le damos el honor y el servicio debido a nuestros
padres, a la patria y a todos los consanguíneos, por ser el principio secundario de nuestro
ser y gobernación.
La religión da culto a Dios como Señor y Creador, pero el don de piedad se lo ofrece como
Padre, y en este sentido es aún más precioso que la virtud de la religión. La virtud de la
religión venera a Dios como Creador, o sea como primer Principio de todo cuanto existe,
conocido por las luces de la razón y de la fe, mientras que el don de piedad le considera
más bien como Padre, que nos ha engendrado a la vida sobrenatural, dándonos con la
gracia santificante una participación física y formal de su propia naturaleza divina.
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1. Definición
Cuando hablamos del don de la Piedad tendemos a confundirlo o hacernos ideas
diferentes sobre el mismo. Así decimos, por ejemplo, que una persona es piadosa cuando
se la pasa solo orando, en la Iglesia, ante el Santísimo. En parte lo es, porque este don
despierta ese deseo de hablar con Dios por ser nuestro padre. Pero este don va más allá
de nuestra relación con Dios, nos traslada también a ver al prójimo como nuestro
hermano.
El don de Piedad es un hábito sobrenatural que despierta en nosotros, por instinto del
Espíritu Santo, un afecto filial hacia Dios considerado como Padre y un sentimiento de
fraternidad universal para con todos los hombres en cuanto hermanos nuestros e hijos
del mismo Padre, que está en los cielos.
Indica nuestra pertenencia a Dios y nuestro vínculo profundo con Él. Nos lleva a ver a Dios
como Padre y amarle como tal; pero también a ver a todos los seres humanos como
hermanos nuestros y amarles fraternalmente, porque también ellos son hijos del mismo
Dios y, por lo tanto, hermanos nuestros, todos por igual. Nos hace darle reverencia a Dios
con devoción y filial afecto, y extiende ese reverencial amor no sólo a padres y superiores,
sino también a los hermanos e iguales, e incluso a los inferiores, a todas las hermanas
criaturas. Santo Tomás dice que, así como por la virtud de la piedad ofrece el hombre
culto y veneración, no sólo al padre carnal, sino también a todos los consanguíneos
(parientes), en cuanto pertenecen al padre, así el don de piedad no se limita al culto y
veneración de Dios, sino que lo extiende también a todos los hombres, en cuanto
pertenecen a Dios (Cf 121,1 ad 3).
En resumen, nos hace ver a Dios como Padre, a nosotros mismos como hijos suyos, y a
los hombres como hermanos:
«Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús… No hay ya judío o griego, no hay siervo
o libre, no hay varón o mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Gál 3, 26-28).
«Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis
un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se
une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios.» (Rm 8, 15-16)
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Amado Señor Jesús, estamos en tu Presencia Real, te pedimos que nos envíes al Espíritu
Santo, como a los apóstoles en Pentecostés; mira, Señor, cuánta falta nos hace recibir los
Dones del Espíritu Santo, de manera especial, te clamamos al Espíritu Santo, por el Don
de Piedad, para que podamos entender y comprender que somos hijos, todos, de un
mismo Padre, que podamos vivir como lo que somos, una gran familia.
Espíritu Santo, ven y derrámate, penetra nuestro interior, infunde tus sagrados dones en
nosotros, especialmente el don de Piedad, para que en nuestra comunidad parroquial,
podamos vernos como una familia, saber que somos hermanos, verdaderos hermanos,
por ser hijos de Dios.
3. Efectos
Pone en el alma una ternura verdaderamente filial hacia nuestro Padre amorosísimo,
que está en los cielos. Con esto dejan de ser una carga pesada los ejercicios de piedad,
como la oración, el ayuno, ir a Misa, etc., y tórnanse en una verdadera necesidad del alma,
y en un suspiro del corazón hacia Dios, porque no es cualquier cosa para nosotros, es
nuestro «Padre». Por eso Santa Teresita lloraba de amor al pensar en lo bello y dulce que
era llamar «Padre» a un Dios tan bueno.
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Pone en el alma un filial abandono en los brazos del Padre celestial. Por este don, el
alma se abandona tranquila y confiada en brazos de su Padre celestial. Nada le preocupa
ni le quita la paz. No pide nada ni rechaza nada en orden a su salud o enfermedad, vida
corta o larga, consuelos o arideces, persecuciones o alabanzas, etc. Corre a Dios como un
hijo hacia su padre.
Nos hace ver en el prójimo a un hijo de Dios y hermano en Jesucristo. Este don lleva a
las almas a amar a todos los hombres con apasionante ternura, viendo en ellos a
hermanos queridísimos en Cristo Jesús, a los que quisiera colmar de toda clase de
bendiciones y gracias. Por eso San Pablo decía a los Filipenses (4,1): «Por tanto, hermanos
míos queridos y añorados, mi gozo y mi corona, manteneos así firmes en el Señor,
queridos». Un alma por este don es capaz de ver en todos a Cristo y hacer por ellos lo que
por Cristo haría.
Cultivar el espíritu de fraternidad universal con todos los hombres. Hay que hacer
ejercicios frecuentes de fraternidad: cada vez que vemos a un ser humano, pensar que
también es hijo de Dios, comenzando por los vecinos, compañeros de trabajo, de
estudios. Mirarlos con ojos de ternura porque son nuestros hermanos. Luego vemos a un
hombre de otra raza, cualquiera, africano, asiático, americano, europeo, de la que sea, y
pensar que también son hijos de Dios y hermanos nuestros.
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¿No vas a correr por tu vida?». El niño respondió: «No, es que mi papá es el capitán de
este barco, y si él sabe que yo voy a bordo, no permitirá que algo malo suceda».
Oración
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles.
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu y serán creadas todas las cosas.
Y renovarás la faz de la tierra.
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HORA SANTA
Se recibe al Santísimo
Acompáñame,
ilumíname toma mi vida,
acompáñame,
ilumíname Espíritu Santo ven.
Santifícame y transfórmame,
Tú cada día santifícame y
transfórmame
Espíritu Santo ven.
Con el nombre de DONES nos referiremos específicamente a los que enumera Isaías 11,2
y el Catecismo de la Iglesia en el numeral 1831.
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Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia,
piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cfIs11, 1-2).
Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles
dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas (Catecismo de la Iglesia
Católica 1830-1831).
«Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las
potencias del alma para recibir y secundar las mociones del propio Espíritu Santo al modo
divino o sobrehumano» (Royo Marín, Fr. Antonio, Teología de la Perfección Cristiana).
Esta tarde, a nosotros, nos ha tocado reflexionar delante del Señor, sobre el don de
Fortaleza.
El Don de Fortaleza lleva a la perfección la virtud moral del mismo nombre (fortaleza),
haciendo que el hombre se mantenga firme aún en las mayores dificultades y horrores de
la vida, disponiéndolo incluso al martirio para conservar su estado de cristiano, siempre
que no haya otra posibilidad de conservar ese estado y no se pueda dar otro testimonio
de Cristo. Este es también el don que lleva a los grandes místicos (santos) a aceptar el
sufrimiento o purgatorio terrenal para lograr su perfección cristiana.
Por este don conseguiremos fortalecernos ante el miedo y cumplir fielmente nuestras
obligaciones cristianas, aún aquellas tareas más arduas y enfrentar los peligros sin
quejarnos.
1. Definición
Es un don que perfecciona a la virtud de la fortaleza dando al alma fuerza y energía, por
instinto del Espíritu Santo, para practicar toda clase de virtudes heroicas con una
confianza invencible en superar toda clase de peligros o dificultades que puedan surgir.
El don de fortaleza viene en auxilio, no solo de la virtud de la fortaleza, sobre la que recae
directamente su acción, sino también sobre todas las demás virtudes, que requieren de
una fortaleza de alma verdaderamente extraordinaria para llegar al grado de heroísmo,
que no podría conseguirse con la sola virtud abandonada en sí misma.
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Este don infunde en el alma y en el cuerpo una disposición habitual para hacer y sufrir
cosas extraordinarias y soportar penas, dolores y hacer trabajos rudos de una manera
heroica. Esa es la fuerza que recibieron los grandes cristianos que han dado testimonio
de su fe en Cristo llegando incluso a aceptar con valentía el mismo martirio.
Para entender mejor este don, es necesario establecer bien la diferencia entre la virtud
de la Fortaleza y el Don de Fortaleza. Aunque es un tanto complicado definir exactamente
dónde termina su acción la virtud y dónde comienza el del don, hay algunas
consideraciones que nos ayudan en esta tarea:
Como las virtudes actúan al modo humano y los dones al modo divino, la virtud de la
fortaleza nos robustece para sobrellevar cualquier dificultad, pero la confianza plena e
invencible de que superaremos esas dificultades o peligros nos viene solo del don de la
fortaleza.
Aclaremos que hay una fortaleza natural o adquirida que robustece al alma para enfrentar
los grandes peligros de la vida. De cualquier persona, incluso no bautizada, podemos decir
que es fuerte o débil, valiente o temerosa. Hay muchos héroes paganos, muy fuertes,
pero no sin sentir cierto temblor, ansiedad o miedo al reconocer también en ellos la
flaqueza de las propias fuerzas, únicas con las que cuentan. La virtud de la fortaleza añade
a esa fuerza natural un apoyo divino, que, por venir de Dios, que es invencible, nos da
mayor seguridad; pero aún esa fortaleza se conduce en su ejercicio al modo humano, que
no acaba de quitarle del todo el miedo o temblor al alma. El don de fortaleza, en cambio,
por actuar al modo divino, le hace sobrellevar los mayores males y exponerse a los más
inauditos peligros con gran confianza y seguridad, por cuanto la mueve el propio Espíritu
Santo no mediante el dictamen de la simple prudencia, sino por la altísima dirección del
don de consejo, o sea, por razones enteramente divinas. Con el don de la fortaleza ya no
incide la razón ni la fuerza humana, sino que es Dios el que toma el control de la situación
y lleva al alma a actuar de tal manera que ella misma queda sorprendida de lo que es
capaz de hacer.
También, como seres humanos, muchas veces nos enfrentamos con tentaciones
violentas, repentinas e inesperadas, que requieren la aceptación o rechazo en un
segundo, para lo que el modo lento y discursivo de las virtudes de la prudencia y la
fortaleza no son suficientes. Necesitamos, en esas circunstancias, de la acción ultrarrápida
de los dones de consejo y fortaleza, sobre todo cuando son tentaciones tan apremiantes
que ponen en riesgo nuestros bienes, el honor o la vida. Ese auxilio lo han tenido los
grandes Santos que han optado por el martirio antes que acceder a cometer un pecado.
Ven Espíritu Santo, infunde en nosotros tus sagrados dones. Reunidos ante Jesús
Sacramentado, clamamos a Ti, Espíritu Santo, que tus dones sean derramados esta tarde
sobre todos y cada uno de los aquí presentes, clamamos especialmente por el don de
Fortaleza que muchas veces nos hace falta.
3. Efectos
Proporciona al alma una energía inquebrantable en la práctica de la virtud de la
fortaleza. Con la acción de este don, el alma no conoce desfallecimientos ni flaquezas y
lucha con energía sobrehumana. La fuerza del Espíritu Santo nos hace capaces de
sobrepasar una barrera, esquivar un problema, prepararnos para pruebas superiores y
avanzar en el camino hacia la perfección, cueste lo que cueste, seguir, aunque otros se
queden en el camino, permanecer, aunque otros abandonen, pelear, aunque la victoria
parezca imposible. Hay una fuerza sobrenatural, divina, que no conoce límites y esa es la
que se encarga de perfeccionar la virtud de la fortaleza.
salir de un compromiso, pero sin poner nuestro máximo empeño en que los resultados
sean los idóneos. Nuestro trabajo se vuelve rutinario, mecánico y sin horizontes. Pero el
don de fortaleza, robusteciendo en grado sobrehumano las fuerzas del alma, es remedio
proporcionado y eficaz para destruir en absoluto y por completo la tibieza en el servicio
de Dios.
Hace soportar los mayores dolores con gozo y alegría. A muchas personas que escuchen
esto, en pleno siglo XXI, le sonará a algo así como «masoquismo» o «locura». Pero muchos
santos en la historia de la Iglesia, no han conocido la resignación. No se resignan al dolor,
sino que, por el contrario, algunos hasta han salido a buscarlo voluntariamente; hacen
penitencias increíbles y sufren con una paciencia heroica, soportando el dolor y las
enfermedades, con el cuerpo destrozado, pero con el alma radiante de alegría. Ese fue el
efecto que provocó el Espíritu Santo en Santa Teresita del Niño Jesús, llevándola a decir:
«He llegado a no poder sufrir, porque me es dulce todo padecimiento».
haraganes que le quieren dejar todo el trabajo a Dios. Ya reza el dicho» A Dios rogando y
con el mazo dando».
No pedir a Dios que nos quite la cruz, sino únicamente que nos dé fuerza para
sobrellevarla santamente. Este parece ser un mal de casi todos. Son escasas las esposas
que le pedirán a Dios que le dé fuerzas para soportar a su esposo. No siempre acudimos
al Señor para pedirle que nos dé valentía para sobrellevar una enfermedad. Lo más lógico
y común en nuestras oraciones es pedir que nos quite el problema y no que nos ayude a
soportarlo. En cambio, Dios nos ofrece el don de fortaleza para poder resistir las grandes
cruces y tribulaciones inevitables en nuestro camino si queremos llegar a la santidad. Si
Dios nos halla flacos y flojos al probarnos en cosas pequeñas, no nos podemos hacer los
sorprendidos si no vienen en nuestra ayuda los dones del Espíritu Santo. Para fomentar
el don de fortaleza debemos evitar quejarnos de las cruces y acercarnos mejor al Señor
para pedirle que nos dé fuerzas para llevarlas. Dios, que no se deja vencer en generosidad,
vendrá en nuestro auxilio.
Oración
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles.
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu y serán creadas todas las cosas.
Y renovarás la faz de la tierra.
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Se recibe al Santísimo
Acompáñame,
ilumíname toma mi vida,
acompáñame,
ilumíname Espíritu Santo ven.
Santifícame y transfórmame,
Tú cada día santifícame y
transfórmame
Espíritu Santo ven.
Con el nombre de DONES nos referiremos específicamente a los que enumera Isaías 11,2
y el Catecismo de la Iglesia en el numeral 1831.
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Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia,
piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cfIs11, 1-2).
Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles
dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas (Catecismo de la Iglesia
Católica 1830-1831).
«Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las
potencias del alma para recibir y secundar las mociones del propio Espíritu Santo al modo
divino o sobrehumano» (Royo Marín, Fr. Antonio, Teología de la Perfección Cristiana).
Esta tarde, a nosotros, nos ha tocado reflexionar delante del Señor, sobre el don de Temor
de Dios.
1. Definición
El don de Temor de Dios es un hábito sobrenatural por el que el cristiano, movido por el
Espíritu Santo, teme sobre todas las cosas ofender a Dios, separarse de Él, aunque sólo
sea un poco, y desea someterse absolutamente a la voluntad divina. Dios es a un tiempo
Amor absoluto y Señor total; debe, pues, ser al mismo tiempo amado y reverenciado.
Y esa actitud de veneración (Ehrfurcht) ante Dios da también la justa postura ante los
hombres y cosas que Dios nos pone en nuestro camino. Auxiliados por este don
entendemos que en todos los hombres y las cosas nos sale al paso Dios mismo.
Este don nos hace presentarnos ante Dios con actitud y sentimientos de hijos y a que no
perdamos esa postura, aunque Dios nos pruebe y nos envíe dolores. A la vez hace que
abarquemos con nuestro amor a nuestros prójimos, que veamos en ellos hermanos y
hermanas y que superemos rápidamente cualquier sentimiento de rechazo o desagrado
que sintamos por nuestros semejantes.
Santo Tomás, cuando habla de este «temor de Dios» se pregunta «¿Es posible que Dios
sea temido?». Y contesta diciendo que Dios en sí mismo, como suprema e infinita
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Bondad, no puede ser objeto de temor, sino de amor. Pero en cuanto que, en castigo de
nuestras culpas, puede causarnos un mal, debe ser temido.
Antes de asustarse por esta aclaración de Santo Tomás, debemos entender que hay
diferentes tipos de temor y que, Dios es infinitamente misericordioso, pero también es
infinitamente justo. El Papa Francisco decía hace algún tiempo que en Dios todas las
virtudes se elevan al infinito. Dios es infinitamente misericordioso y por eso tenemos la
esperanza de conseguir nuestra salvación, apelando a esa misericordia. Pero también es
infinitamente justo y dará el premio justo a quien practique el bien (el cielo), pero también
recibirá su debido premio (causarle un mal, el infierno) aquel que practique el mal, en
oposición al mandato divino. Al final de los tiempos o en el juicio particular, habrá justicia
para todos de acuerdo con nuestras obras. En ese sentido, el cristiano sabe
perfectamente que con Dios no se juega y debe rendírsele la reverencia debida.
Hay cierto temor mundano que busca evitar a toda costa un mal en este mundo, de tal
manera que es capaz de renunciar a Dios por evitar un mal. Si tuviera que sufrir un castigo
por ser cristiano, renuncia a ser cristiano para evitar dicho castigo. Este temor es siempre
malo, no puede provenir del Espíritu Santo. También existe el temor servil que impulsa a
servir a Dios y a cumplir su divina voluntad para evitar el castigo al portarse mal. Por evitar
los castigos temporales o el infierno. Pero existe un temor filial, que sí procede del Espíritu
Santo. Es el que nos impulsa a servir a Dios y cumplir su divina voluntad, evitando el
pecado solo por ser una ofensa a Dios y por el temor de ser separado de Él. Huye del
pecado sin tener para nada en cuenta la pena que implica caer en pecado, sino por no
ofender a Dios y ser separado de Él.
que se echaban amargamente en rostro las faltas más leves, y nunca pensaban haber
hecho bastante para satisfacer por ellas.
b) Viva contrición de todos los pecados cometidos, aún de los más menudos, porque
por ellos hemos ofendido a un Dios infinito e infinitamente bueno; de donde nace un
deseo ardiente y sincero de repararlos a fuerza de obras de sacrificio y de amor. No solo
surge la contrición o dolor de los pecados cometidos, sino el deseo de reparación. Es más,
hay santos que no solo han sentido ese deseo de hacer actos de reparación por sus
pecados sino por los del mundo, de aquellos que ni siquiera familiares ni amigos suyos
son.
c) Un atento cuidado de huir de las ocasiones de pecado. Por este don fue que Santo
Domingo Savio logró mantenerse en gracia hasta su muerte y hacer vida siempre su lema
de «antes morir que pecar», huyendo de toda ocasión de pecado. Por este don, si lo
dejamos actuar en nosotros, lograremos huir de esos sitios de Internet que son nocivos
para nuestra vida espiritual, así como de esos programas de televisión o películas que
ofenden a Dios y, ya no se diga, de esa música que promueve antivalores o que ofende
directamente a nuestro creador.
Tres son las principales virtudes que necesitan ser reforzadas por la regulación del don de
Temor de Dios: la esperanza, la templanza y la humildad. El hombre por sí solo puede
cometer pecado de presunción, contra la esperanza.
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Es necesario este don para corregir la tendencia desordenada a los placeres carnales. El
temor a ofender a Dios nos ayuda a controlarnos y así el don de temor de Dios ayuda y
refuerza la virtud de la templanza.
Hermanos, pidamos esta tarde, al Espíritu Santo, que nos regale el Don de Temor de Dios,
que nos permita vivir una vida más plena y ser cada día, más semejantes a nuestro
Creador, que podamos ver la grandeza de Dios y rendirle el honor y la reverencia que se
merece. Que entendamos que es necesario que Él crezca y nosotros disminuyamos.
3. Efectos
Un vivo sentimiento de la grandeza y majestad de Dios, que las sumerge en una
adoración profunda, llena de reverencia y de humildad: Es el efecto más característico
del don de temor de Dios, ocasionando en el alma un fuerte sentimiento de reverencia
hacia Dios, reconociendo esa grandeza y majestad divina que hace temblar a los mismos
ángeles. La humildad llega a su culmen, y desaparecen hasta los más ligeros pensamientos
de vanidad o presunción. En algunos santos este don produjo manifestaciones especiales;
por ejemplo, el Santo Cura de Ars llegó a sentir deseos de padecer y ser despreciado por
Dios. Santo Domingo de Guzmán se ponía de rodillas a la entrada de los pueblos, pidiendo
a Dios que no castigase a aquel pueblo donde iba a entrar tan gran pecador. El alma
reconoce la grandeza de Dios y lo adora profundamente, con reverencia y humildad.
Un gran horror al pecado y una vivísima contrición por haberlo cometido: El alma llega
a sentir angustias mortales por los pecados cometidos y es llevada por el mismo Espíritu
al arrepentimiento. Es tan grande el horror que las almas llegan a sentir por el pecado,
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que San Luis Gonzaga cayó desmayado a los pies del confesor al acusarse de dos faltas
veniales muy leves y San Alfonso de Ligorio experimentó semejante fenómeno al oír
pronunciar una blasfemia.
Este don lleva a las almas a sentir al más vivo arrepentimiento hasta por las faltas más
pequeñas y al deseo inmediato de reparación por esos pecados.
Una vigilancia extrema para evitar las menores ocasiones de ofender a Dios: El Espíritu
Santo mueve a las almas a evitar meterse voluntariamente en las más mínimas ocasiones
de pecado. Lejos están aquellas almas que, al acercarse al sacramento de la confesión,
antes de acusarse, comienzan a echarle la culpa a otros por haberlos llevado a lugares en
donde cayeron en pecado. Muy por el contrario, las almas bajo el influjo del don de temor
de Dios son capaces de decir NO a cualquier ocasión que pueda llevarles a ofender a Dios.
Por eso hay personas que no asisten a fiestas, a espectáculos públicos donde ocurren
groserías, evitan ver cierto tipo de películas y reunirse con personas que no tienen ningún
tipo de temor de Dios. Una pareja de novios, guiada por el Espíritu Santo, evitará siempre
estar a solas en lugares propicios para faltar a la pureza. Un joven guiado por el Espíritu
Santo, evitará siempre estar conectado a la Internet a solas y viendo sitios, fotos o vídeos
que pueden provocarle malos pensamientos o deseos. Eso es producto de este don.
Acostumbrarse a tratar a Dios con confianza filial, pero llena de reverencia y respeto.
No olvidemos nunca que Dios es nuestro Padre, pero también el Dios de terrible grandeza
y majestad. Debemos evitar permitirnos en el trato con Dios familiaridades excesivas,
llenas de irreverente atrevimiento. Si bien es cierto que Dios llega a establecer una
relación especial y familiar con ciertas almas que le son gratas por su grado de santidad,
es necesario esperar que sea Dios quien tome la iniciativa.
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«Espíritu Santo, rompe las cadenas de mis esclavitudes y libérame».
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Meditar con frecuencia en la infinita malicia del pecado y concebir un gran horror hacia
él. Los motivos del amor son de suyo más poderosos y eficaces que los del temor para
evitar el pecado como ofensa de Dios. Pero también éstos contribuyen poderosamente a
detenernos ante el pecado. El recuerdo de los terribles castigos que Dios tiene preparados
para los que desprecian definitivamente sus leyes sería bastante para hacernos huir del
pecado si lo meditáramos despacio y con prudente reflexión. Hebreos 10, 31 dice que Es
«horrendo» caer en las manos de Dios ofendido. Cuando la tentación venga, debemos
concebir un horror tan grande al pecado, que nos lleve a pensar como Santo Domingo
Savio: «Antes morir que pecar». Es necesario el examen de conciencia al final de cada día
para prevenir las faltas voluntarias y llorar por las ya cometidas.
Oración
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles.
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu y serán creadas todas las cosas.
Y renovarás la faz de la tierra.
Ven, Espíritu Santo a nuestro mundo.
Ilumínanos con tu luz, para conocer mejor el Evangelio.
Llénanos de tu fuego para animar nuestras vidas.
Infunde tu amor en nuestros corazones poco solidarios.
Limpia nuestro pecado con tu misericordia.
Consuélanos en los momentos de tristeza.
Fortalécenos en la debilidad.
Irradia tu paz donde haya guerra y división.
Reaviva el amor en todas las familias. Ven, Espíritu Santo, ven. Amén.
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