Un Jefe Por Navidad - Vega Manhattan

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 120

Un jefe por Navidad

Novela corta
©Vega Manhattan
1ª Edición: Diciembre, 2023
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro
sin el previo permiso del autor de esta obra. Los derechos son exclusivamente del autor,
venderlo, compartirlo o mostrarlo parcialmente o en su totalidad sin previa aceptación por parte
de él, es una infracción al código penal, piratería y siendo causa de un delito grave contra la
propiedad intelectual.
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes y sucesos y lugares son producto de la
imaginación del autor.
Como cualquier obra de ficción, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia y el
uso de marcas/productos o nombres comercializados, no es para beneficio de estos ni del autor
de la obra de ficción.
SINOPSIS

Decir que se odian es, en realidad, exagerar un poco. Más bien, lo suyo es una especie de
antipatía mutua que se palpa tanto en el trabajo como en su vida privada.
Porque él, vamos a decirlo claro, es insoportable, un capullo de primera categoría. Siempre
con una respuesta sarcástica en la punta de la lengua, como si llevara el manual del perfecto
arrogante en el bolsillo.
Y ella, por su parte, tampoco se queda atrás. No sabe cuándo callarse, siempre con esa chispa
en los ojos y una palabra afilada lista para lanzar a la mínima provocación.
Pero, como suele ocurrir en estas historias, el destino tiene sus propios planes. Un viaje de
negocios, una inesperada nevada que los sorprende, y de repente, se encuentran en una situación
que ninguno de los dos había previsto: tener que compartir habitación.
Y, por si fuera poco, también cama.
¿Qué puede ocurrir cuando dos personas que no se soportan se ven obligadas a convivir en un
espacio tan íntimo?
Las chispas vuelan, claro, pero no todas son de ira.
Así que, querida lectora, abróchate el cinturón, porque este viaje va a estar lleno de
turbulencias, descubrimientos, y quién sabe, quizás hasta de amor.
ÍNDICE
SINOPSIS
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
NOVELAS
«El amor es el mejor adorno de la Navidad…»
Para ti, que te has convertido en un ángel…
Introducción

¡Ah, Navidad!
Esa época del año que, irónicamente, debería ser de paz y amor, pero que se convierte en un
desfile de hipocresía, vestido de gala con papel de regalo, brillante y chillón, y coronado con un
gran lazo de falsedades. Y es que, en esos días, los buenos deseos, esos que se compran al por
mayor en el bazar de la esquina junto a los adornos baratos, parecen costar menos que la
sinceridad.
Sinceridad que brilla por su ausencia.
Cada año, sin falta, se repite lo mismo: luces parpadeantes, árboles sepultados bajo adornos
excesivos que parecen más un grito de auxilio que una decoración festiva, y familias que, bajo
una fachada de cordialidad, apenas pueden soportarse.
Sí, todo es fingido, porque en realidad se evitan durante todo el año porque no pueden verse ni
en pintura. Se guardan los reproches, acumulando veneno para soltarlo en el momento oportuno,
convirtiendo la cena en un campo de batalla verbal, haciendo sangrar los oídos de los presentes.
La Navidad, como ese tío lejano que nadie quiere, pero que siempre aparece, puntual a su cita
anual, ataviado con su jersey de renos que parece sacado de una pesadilla navideña y su sonrisa
forzada, mientras los villancicos se escapan de sus labios como una tortura auditiva que más bien
parecen cantos fúnebres de un coro desafinado.
En esos momentos, pones a prueba tu paciencia y luchas internamente para que el Grinch que
llevas dentro no gane la batalla y no arruine lo que se supone que es la noche más feliz del año y
la transforme en el preludio de un crimen justificado por un exceso de «Jingle Bells».
Y esto me lleva a preguntarme, con una mezcla de sarcasmo y desesperación: ¿quién fue el
lumbreras que pensó que mezclar familia, alcohol y antiguas rencillas era una buena idea para
una cena? ¿Acaso era un sádico o simplemente un iluso?
Me río amargamente al pensar en ello, consciente de la tragicomedia que es nuestra existencia.
Pero espera, hay algo peor que la Navidad. Sí, has leído bien. Peor.
Hablemos del amor…
Esa ilusión que nos venden en comedias románticas y novelas de bolsillo. El amor existe, sí,
pero ¿dura?
Permíteme dudarlo con una sonrisa cínica en mis labios…
El amor es como esos cupones de descuento: emocionantes al principio, pero luego te das
cuenta de que están llenos de condiciones en letra pequeña y, lo peor de todo, caducan
rápidamente, dejándote con un amargo sabor en la boca.
Y si caes en la trampa de enamorarte de la persona equivocada, como tu jefe, la encarnación
de todas las pesadillas de recursos humanos, el epítome de las pesadillas laborales, entonces,
cariño mío, estás en un jodido aprieto.
Tu jefe, ese ser que parece existir solo para hacerte la vida imposible, ese que tiene el
superpoder de aparecer siempre en el peor momento, justo cuando estás a punto de tomarte ese
café que podría salvarte la mañana, y te mira con esa cara que te hace sentir como una
conspiradora por querer disfrutar de un merecido descanso.
Sí, él.
Ese que en diciembre se transforma en una versión todavía más insoportable de sí mismo,
imponiendo suéteres navideños que pican y promoviendo un «espíritu de equipo» tan falso como
su sonrisa.
Así que aquí estoy, brindando con una copa de vino barato, cortesía de un jefe que, además de
insoportable, resulta ser de la hermandad del puño cerrado.
Más tacaño que una rata en tiempos de escasez.
No brindo por celebración, ni mucho menos por alegría. Lo hago por pura supervivencia,
resistiendo otro año más de esos villancicos que se clavan en el cerebro, sonrisas forzadas y
cenas incómodas, ya sea con parientes que apenas tolero o con compañeros de trabajo que
secretamente desean mi despido. Y no solo lo desean, sino que fantasean con él, planeando
mentalmente quién ocupará mi silla el día que me vaya.
Porque, si hay algo peor en este mundo que las cenas familiares, con sus preguntas incómodas
y comentarios fuera de lugar, son las cenas de empresa. Esas en las que todos fingen ser mejores
amigos cuando, en realidad, ni siquiera se soportan.
Pero ¿sabes qué?
A pesar de mi cinismo crónico, de mi deseo irrefrenable de escupir al muérdago cada vez que
lo veo y de mi profunda aversión a la Navidad, al amor y especialmente a mi jefe, siempre, de
alguna manera extraña y retorcida, encuentro un consuelo al final de todo este teatro.
Por muy mal que estén las cosas, al menos tengo la certeza de una cosa: no soy como él. No
me he convertido en esa especie de Grinch corporativo, sin corazón ni compasión.
Y eso es lo más cercano a un milagro navideño que puedo esperar en estos tiempos.
Así que, con esta copa de vino en la mano, que sabe más a vinagre que a uvas, propongo un
brindis. No por mi jefe, ni por la Navidad, sino por esa pequeña victoria personal, por ese
consuelo que, aunque pequeño, es significativo.
¡Salud!
Por encontrar, en medio de este loco mundo, algo que se asemeje, aunque sea de lejos, a un
milagro navideño.
¡Salud!
¡Feliz Navidad!
¡Feliz año nuevo!
¡Hasta el 2024!
Vega Manhattan
Capítulo 1
KYLA

Todos hemos escuchado, en algún momento de nuestras vidas, esa frase que resuena
mundialmente como un mantra: «Para alcanzar la cima del mundo, primero tienes que empezar
desde abajo.»
Lo hemos asumido, yo incluida. Incluso lo hemos aceptado. Claro que eso fue antes de darme
cuenta de que «desde abajo» significaba, literalmente, desde los bajos fondos.
O mejor dicho, ¡desde las cloacas!
Y cuando digo cloacas, no exagero ni un ápice, es la cruda y desagradable realidad. La
realidad que te golpea en la cara como un balde de agua fría en una mañana de invierno.
En mi caso, el proverbio debería decir: «Para alcanzar la cima del mundo corporativo, primero
tienes que aprender a usar la fotocopiadora». Y no cualquier fotocopiadora, sino una que parece
haber sido diseñada por un ingeniero con un sentido del humor muy retorcido y una fascinación
por los rompecabezas.
Así que aquí me encuentro, inmersa en mi período de experiencia profesional en el estudio de
arquitectura de mi padre, acumulando las horas necesarias en diseño de interiores para calificar
para el examen NCIDQ, en medio de una oficina que parece más un zoológico de papeles
voladores, donde cada hoja parece tener vida propia, intentando domesticar a esta bestia
mecánica que parece sacada de un episodio de ciencia ficción. La fotocopiadora, con más
botones que un transbordador espacial, parece tener carácter propio, semejante al de una
adolescente en plena rebeldía, con todas las hormonas disparadas y una actitud de «yo contra el
mundo».
En un acto de desafío, la fotocopiadora decide no solo fotocopiar lo que yo le he indicado,
sino lo que parecen ser las solicitudes acumuladas de todo el edificio durante el último mes, a
juzgar por la cantidad de hojas que está escupiendo por doquier.
Es como si hubiera decidido rebelarse y manifestarse en contra de la opresión laboral, o
simplemente tomarse un día libre a mi costa.
No he logrado congeniar con la fotocopiadora, eso es evidente. Estamos en una batalla de
voluntades, y la máquina tiene la ventaja.
Si enfrentarme a este aparato caprichoso es un paso indispensable para ascender en mi
carrera… Bueno, entonces alguien olvidó mencionar que la primera escalera de mi carrera estaba
averiada.
O rota.
Literalmente.
—¡Kyla!
En medio del caos absoluto, con hojas revoloteando alrededor como confeti en pleno carnaval
y mi dignidad esparcida por el suelo, escucho mi nombre pronunciado con una mezcla de
frustración y resignación que solo una persona sabría infundir en dos simples sílabas.
Hablo, por supuesto, de mi jefe.
El rey de la selva, llamándome como si yo fuera el último mono del lugar, algo así como el
eslabón perdido en la cadena de mando.
Pongo los ojos en blanco y me trago un gemido que amenaza con convertirse en grito,
sabiendo que no grita mi nombre de esa manera para felicitarme.
¡Ja!
Eso sería tan probable como ver a un pingüino en el desierto.
Es una regla no escrita: si grita mi nombre, es porque he metido la pata hasta el fondo. Y no
una pata cualquiera, sino una pata monumental, del tipo que se estudia en los cursos de «Cómo
no hacer las cosas en una oficina».
Y echando un vistazo a mi alrededor…
Estoy rodeada de un mar de papel que parece haber sido escupido por un volcán en erupción,
con la fotocopiadora como epicentro del desastre.
Sí, no hay dudas de que la he liado parda. Y no una de esas pequeñas travesuras, sino una de
esas que te hacen merecedora de un premio Nobel en desastres oficinescos.
—¡Kyla!
Ese grito, que ya se ha convertido en un eco constante en mi cabeza, es como una alarma
incendiaria en un bosque tranquilo. El tono de su voz no solo es la banda sonora de mis
pesadillas, sino también el himno de mi vida laboral en esta oficina.
Vamos, que si no la he cagado, también me grita.
Si piensas que exagero, te cuento que me gritó nada más llegar esta mañana a la oficina y
verme. Me quedé mirándolo, esperando que dijese algo, esperando saber qué había hecho mal
esa vez.
¿Sabes lo que hizo?
Sí, esa es la pregunta del millón. Te cuento…
Ahí estaba él, con esa mirada que parecía analizar cada partícula de mi existencia, una mezcla
entre la incredulidad más absoluta y una desesperación que ya casi me resulta cómica. Se quedó
ahí plantado, con los ojos como platos, y soltó un refunfuño que, si afinabas el oído, podías
captar como un murmullo de «es que no puedo con ella».
O algo por el estilo, porque la verdad es que no tengo un doctorado en interpretación de
murmullos.
Después de ese momento de tensión dramática, que bien podría haber salido de una de esas
telenovelas de sobremesa, dio media vuelta, como un soldado en una parada militar, y se metió
en su oficina. Pero no de cualquier manera, no, lo hizo dando un portazo que seguro se escuchó
hasta en la cafetería de la esquina.
¿Y yo?
Pues ahí me quedé, en medio del pasillo, con una mezcla de agobio y confusión. No sabía si
reír o llorar, así que opté por agachar la cabeza y echar un vistazo a mi atuendo. Me miré de
arriba abajo, buscando alguna señal, algún indicio de qué pudo haberle molestado tanto.
Pero no, nada fuera de lo común.
No me había plantado allí con el pantalón del pijama, ni había salido de casa con las zapatillas
de estar por casa. Y los zapatos… sí, estaban en su sitio, bien puestos y todo.
En un acto reflejo, levanté la mano y me toqué el pelo, por si acaso. Pero no, tampoco había
fallo alguno ahí. Estaba bien peinado, sin rastro de esa pinza que suelo usar en casa y que me
hace parecer una vagabunda recién levantada.
Así es él, un misterio envuelto en un enigma, con un toque de drama.
Y ahí estaba yo, en medio del pasillo, tratando de descifrar uno de los muchos enigmas de ese
ser indescifrable.
—¡Kylaaaa!
¿Me crees ahora?
Esa regla no escrita existe y se ha transformado en una verdad universal en este lugar. Como la
ley de la gravedad, pero menos científica y mucho más humillante.
Sin excepciones, sin derecho a réplica.
Gimo abiertamente, sin intentar disimular mi frustración esta vez. Ya no hay lugar para fingir
que controlo la situación. Dejo de mirar a la fotocopiadora, esa máquina descontrolada que sigue
escupiendo papeles a una velocidad vertiginosa, y desvío mi atención de las miradas de
incredulidad de mis compañeros que me observan con estupefacción, como si acabase de
transformarme en una criatura de leyenda, quizás en un unicornio en medio de una oficina, o
algo todavía más raro.
¿Qué le voy a hacer? Soy patosa por naturaleza, es algo que mis colegas saben muy bien.
Después de una mirada de disculpa hacia ellos y una promesa de limpiar este caos a mi
regreso, comienzo a moverme como si cada movimiento me costase un esfuerzo sobrehumano.
Cada paso es pesado, como si caminase sobre una delgada capa de hielo, temiendo que en
cualquier momento se quiebre bajo mis pies.
Con una mezcla de resignación y la poca de dignidad que me queda, me dirijo hacia donde
está mi jefe, el rey de la selva.
El señor de los gritos.
Mi andar es cauteloso, como si me acercara a un león en su territorio. A pesar de ser la hija del
dueño, y tener mi lugar en la empresa más que asegurado, este camino hacia él se siente como
una travesía épica, llena de miradas compasivas y susurros apenas audibles de mis compañeros.
Todos sabemos que aunque mi posición está segura, el tiempo que me queda aquí, aun año y
medio después de seis meses ya vividos, no será un paseo tranquilo en el parque, sino más bien
un desfile constante de retos y desafíos.
Pongo la mano en el picaporte de la puerta de su despacho y suspiro pesadamente.
Vamos, Kyla, ¿qué podría ser peor que una fotocopiadora enloquecida y un mar de papeles?
Qué tal la cara de mi jefe esperándome con esa expresión que solo él sabe poner, esa que
mezcla la incredulidad con un toque de «¿por qué tengo que aguantarte?» «¿Qué hice para
merecer semejante castigo?»
Esa mirada que dice «eres un desastre con patas, pero, por desgracia, no puedo despedirte».
Porque tengo claro que, si pudiera, lo haría. No, mejor dicho, si hubiera sido por él, estoy segura
de que ni siguiera me habría permitido cruzar el umbral de su oficina.
Tampoco es que a mí me apeteciera mucho hacerlo, la verdad.
Pero cuando mi padre, con una gran sonrisa en su rostro e hinchando el pecho cual pavo real la
noche de la celebración de mi graduación, mientras hablábamos de mi pronta unión a la empresa,
decidió soltar, para sorpresa de todos, un bombazo: «pero yo no seré tu mentor, porque para ti
quiero lo mejor. Por ello, tendrás al mejor de los mejores».
Cuando seguí la dirección de la copa de vino que había levantado y seguí con la mirada hacia
donde señalaba (me lo imaginé antes de mirarlo, pero estaba en modo negación), casi me da el
soponcio del siglo.
Y él…
Bueno, él casi se ahoga con el vino que bebía. Un momento bastante cómico, si no fuera
porque el vino salió disparado por su nariz. ¿Te lo imaginas? Ahí, en medio de una elegante
cena, tratando de recuperar la compostura mientras todos lo miraban. La escena tenía su gracia,
la verdad.
Ya se podía haber quedado pajarito ahí, ¿verdad?
No es que le deseara, ni le desee, nada malo, pero a veces uno no puede evitar pensar en esas
pequeñas tragedias cómicas. Imagínate, un titán de los negocios, derribado por un sorbo de vino
mal tragado. Sería el chisme del año, la comidilla de todos los almuerzos empresariales y los
cafés de media tarde.
Y yo no me estaría convirtiendo en la especialista de los capuchinos, en la futura reina de las
fotocopiadoras rebeldes, y en la próxima aspirante a ensayos con sonotones cuando me quede
sorda.
Si no acabo antes loca. Más de lo que estoy ya, claro está.
Porque especialista de las fotocopiadoras es evidente que no lo soy. Y especialista en lidiar
con mi jefe, todavía menos. Él, con su eterna cara de póker y sus demandas imposibles, hace que
cada día en la oficina sea una aventura impredecible.
A este paso, mi especialidad será escribir un manual titulado «Cómo sobrevivir a tu jefe y no
morir en el intento, una guía práctica y desesperada».
Sí, eso suena bien.
Quizás hasta me haga famosa, quién sabe. Me imagino ya dando entrevistas en programas
matutinos, compartiendo mis estrategias de supervivencia oficinesca con el mundo.
«No existe nadie mejor para formarte», había dicho mi padre aquella noche. Se le olvidó
añadir «en el arte de la supervivencia extrema en oficina y el manejo de las fotocopiadoras y los
jefes poseídos».
Volviendo al presente…
Giro la mano y abro la puerta. Al entrar, el señor de los gritos, como me gusta llamarlo en
secreto, está sentado detrás de su escritorio, con una pila de documentos que parece más alta que
la Torre Eiffel.
Y casi tan intimidante como esta.
—Señorita Doyle, finalmente decide venir —comenta sin levantar la vista de sus papeles, en
un tono que, claramente, rezuma sarcasmo puro y duro.
Evito poner los ojos en blanco, sabiendo que con eso solo empeoraría su ya de por sí crónico
mal humor. Y, claro, si me habla de usted, con esa formalidad tan exagerada que solo usa cuando
está a punto de estallar, puedo asegurar que de muy buen humor no está.
¿Lo está alguna vez?, me pregunto, tratando de recordar un momento en que su semblante no
reflejara una mezcla de desdén y fastidio.
Sí, cuando no estás cerca, responde la voz de mi cabeza con un tono sarcástico.
—Sí, señor. Estaba contemplando si unirme al mundo real o seguir en mi planeta unipersonal,
pero aquí estoy —respondo con una sonrisa burlona que aparece en mi cara antes de poder
detenerla y me arrepiento de ello nada más que las palabras salen de mi boca.
Lo de controlar la lengua no te lo enseñaron, ¿verdad?
La mano con la que sujeta el lápiz con el que dibuja uno de sus bocetos, se queda parada un
instante.
—Encantador —dice, entonces, secamente—. Necesito que revises el informe del proyecto
Conlon —su tono deja claro que su humor no ha mejorado mucho.
Pero al menos, ya me habla de tú, señal de que ya no está tan cabreado. Es un pequeño
progreso, ¿no?
—Al parecer, hay discrepancias en las mediciones y no puedo presentarle al cliente un diseño
con errores —dice mientras me entrega unos documentos que parecen tener más anotaciones que
el manuscrito de un novelista frustrado.
Y lo hace sin mirarme.
—Oh, revisar medidas… Eso suena a una aventura emocionante. ¿Quién necesita acción
cuando se tiene arquitectura?—refunfuño tomando la documentación.
Estudié para diseñadora de interiores, ¡diseñadora de interiores!
Esa era la pasión que me había llevado a pasar noches en vela, imaginando y creando espacios
que no solo fueran funcionales, sino también hermosos, lugares que contaran historias sin
necesidad de palabras. Pero aquí estoy yo, con un montón de documentos y mediciones en mano,
muy lejos de los telares de colores y los bocetos de ensueño.
—Me alegra que aprecie la importancia del detalle, señorita Doyle —dice él, y ahí vamos de
nuevo, de vuelta al usted. Esa formalidad que pone una distancia entre nosotros.
Deja el lápiz en el escritorio con cuidado, como si fuera un objeto de gran valor, y luego
levanta la mirada hacia mí. Se acomoda en la silla y me mira fijamente, con esos ojos que
parecen escudriñar hasta el último rincón de mi alma.
En ese momento, desearía que se hubiese quedado como estaba y que no me mirase. Prefiero
su nuca a esos ojos fríos.
Y hermosos.
Sí, hermosos.
Soy bocazas, pero ciega no.
Y él no solo tiene ojos hermosos; todo en él lo es, desde sus ojos verdes hasta su pelo oscuro,
despeinado y ondulado, que parece pedir a gritos que alguien pase sus dedos por él, y su
mandíbula perfectamente definida. Todo un cuadro, y no precisamente uno de esos que pasas de
largo en el museo, sino uno de esos que te detienes a mirar y del cual no puedes apartar la vista.
—¿Te gusta lo que ves? —pregunta él entre tenso y burlón, sacándome de mis pensamientos.
Me quedo sin palabras, atrapada en su mirada y en el reconocimiento de su atractivo, algo por
lo que lucho por ignorar todos los días.
Mis ojos, traicioneros, habían vagado por su rostro sin mi consentimiento, y ahora,
forzándolos a volver a sus ojos, me reprendo internamente por haber sido tan descaradamente
observadora.
Y mi cuerpo…
¡Traidor!
Sí, él es increíblemente guapo, con cada detalle perfecto, excepto su personalidad
desagradable, pienso mientras me enfrento a esa mirada fría que parece atravesarme y, a la vez,
odiarme.
—No se lo tenga tan creído… —digo con un bufido, apartando la mirada y sintiendo cómo
mis mejillas se tiñen de un intenso rojo.
Una risita burlona sale de sus labios y, en ese momento, no sé si es porque le he hablado de
usted, algo que no suelo hacer y que solo hago para fastidiarlo, o por el comentario en sí. Quizás
por ambas cosas. Aunque no me sorprendería que simplemente sea porque le gusta joderme.
En el mal sentido, claro está.
¿En el bueno también?
Pero Kyla, por Dios, exclamo mentalmente. ¡Ni se te ocurra ir por ahí! Muy desesperada
tendrías que estar para…
Para…
Hombre, un poco sí lo estás…, se burla de mí la voz de mi cabeza. ¿Cuánto hace que…?
¡Que te calles!
Telarañas… ¡Tienes telarañas!
—Y hablando de detalles… —carraspea mi jefe, siendo útil por una vez en su vida y
arrancándome de mis horribles pensamientos con una eficacia sorprendente. Y menos mal
porque qué calor, ¿no?— ¿Has avanzado con la presentación para el proyecto del centro
comercial del próximo mes?
La tensión que se había hecho cargo de mi cuerpo desaparece tan rápido como un helado en
pleno agosto, y casi me desinflo delante de él como un globo pinchado.
La magia del cambio de tema, ¡por fin puedo respirar!
Y ya puedo abrir las piernas.
No, espera, ¡¿por qué habías apretado las piernas?!, exclama la voz de mi cabeza, siempre
metiéndose donde no la llaman.
¡Que te calles!
—Por supuesto —digo tras carraspear varias veces, intentando sonar profesional y todo eso—.
Estoy dándole los toques finales. Te sorprenderás al saber cuánto se puede hacer con PowerPoint
y una imaginación desbordante. Estoy pensando en hacer un espectáculo de magia con las
diapositivas, pero me contengo de decirlo.
Él arquea una ceja, claramente no convencido. Debe pensar que soy un mago de tres al cuarto
con estas ideas.
—Espero que tu «imaginación desbordante» no incluya unicornios o arcoíris en la
presentación. Esto es un negocio serio, no una fiesta de cumpleaños infantil —su tono suena a
advertencia, como si realmente esperara que yo pusiera a bailar a los ponis en las diapositivas.
Evito, otra vez, poner los ojos en blanco.
Por los dioses, ¿de verdad piensa que soy una niña de cinco años? Este tío es gilipollas.
Y eso es bueno, porque si mi cuerpo se comporta como un traidor, sé que una vez que él abra
la boca, todo ese sex-appeal se esfumará como humo.
—Tranquilo, los unicornios están en el corral hoy y los patrones psicodélicos los he dejado en
casa. Solo traigo seriedad y profesionalismo en mi maletín —mi sonrisa es casi inocente, pero sé
que no cuela.
Ahora, el que pone los ojos en blanco al escucharme es él. Parece que no aprecia mi sentido
del humor.
¿Solo lo parece?
—No sabes cuándo cerrar el pico, ¿verdad? —resopla, sonando exasperado, pero con una
pizca de diversión.
A veces creo que disfruta de estos intercambios tanto como yo, aunque nunca lo admitiría.
—Lo siento —digo, sintiéndome realmente contrita por un momento. Porque sí, seré bocazas,
sí, pero también sé cuándo es momento de cerrar la boca.
¿Lo dices en serio?, pregunta la voz de mi cabeza, a la que, evidentemente, vuelvo a ignorar.
—Me he enfocado en asegurar que la información sea clara y concisa, presentando los datos
arquitectónicos de forma que resalten tanto la funcionalidad como la estética del proyecto —
digo, poniendo mi voz más seria y profesional, como si estuviera leyendo el telediario.
—Estupendo —asiente él con un escueto movimiento de cabeza.
—Aunque un toque de color no vendría mal para animar ese espacio tan sobrio —añado, sin
poder resistirme a añadir un poco de humor a la conversación. Y dar mi opinión como
profesional, además.
Es más fuerte que yo, qué le voy a hacer.
Su mirada fría, que podría congelar el mismísimo sol, me recuerda que estoy jugando con
fuego. Pero es que con este hombre no puedo evitarlo. No sé qué tiene, pero saca lo peor (o lo
mejor, depende de cómo se mire) de mí. No soy así con nadie más, solo con él.
¿Por qué?
No tengo ni idea, la verdad…
Quizás porque es como chocar con una pared de ladrillos, siempre tan serio y formal.
—Bueno, espero que ese humor se traduzca en resultados —dice él, de nuevo, con ese tono
secamente sarcástico que parece ser su marca registrada—. Y no olvides el informe del cliente
internacional, necesito una revisión detallada de sus preferencias de diseño en los últimos cinco
años. ¿Crees que puedes manejar eso sin distraerte con tu planeta unipersonal? —la mofa, tan
evidente en su voz, me hace rodar los ojos internamente.
Y la desesperación, también.
—Por supuesto, señor —la ironía en esa última palabra—. Analizar tendencias de diseño
interior es prácticamente mi pasatiempo favorito. ¿Quién necesita redes sociales cuando se tiene
un mundo de estilos y texturas por explorar?
Hay un momento de silencio en el que él me mira, evaluando si mi comentario es serio o no.
Enarco las cejas y me aguanto su escrutinio mientras desliza su mirada por todo mi rostro.
Joder, qué calor hace otra vez, ¿no?
¿Será posible que este hombre tenga un superpoder para subir la temperatura del ambiente con
solo mirarte?
—Solo asegúrate de que el informe esté en mi escritorio mañana por la mañana —dice con un
mal humor repentino, gruñendo como si le hubiera pisado el pie sin querer —Y no quiero
excusas —me advierte con severidad.
—Ninguna excusa. Solo pura eficiencia y un poco de magia de oficina —digo con una sonrisa.
Pero este hombre parece tener una alergia crónica a la alegría.
—Mantén la magia al mínimo y concéntrate en la eficiencia.
Desde luego, a desagradable no lo gana nadie. Como para no soltar la lengua de vez en cuando
con él…
—Ah, y otra cosa —dice cuando yo, tras un asentimiento de cabeza, estaba a punto de girarme
para marcharme de allí—. La próxima reunión con el equipo de diseño necesita una revisión
exhaustiva de sus propuestas. Quiero que asistas y tomes notas detalladas. Y quiero ver qué eres
capaz de hacer como diseñadora de interiores en ese proyecto.
Espera, ¡¿qué?!
Mis ojos se abren como platos y, por un momento, creo que estoy soñando. ¿Me está dando
una oportunidad, es eso? ¿Me está confiando una tarea más allá de traerle capuchinos y hacer
fotocopias?
—Necesitamos innovación, no más de lo mismo —termina diciendo él, con esa voz que
parece tallada en piedra.
Sí, lo ha dicho, ¿verdad? No estoy alucinando.
¡Es real!
Sin poderlo evitar, una enorme sonrisa se dibuja en mi rostro. ¡Es la oportunidad que he estado
esperando desde que empecé aquí!
—¿En serio? —pregunto, mi felicidad desbordante se escapa en cada palabra— ¿Me estás
dando una oportunidad?
Él me mira, y puedo ver cómo aprieta la mandíbula, como si estuviera luchando contra su
propia naturaleza al darme esta oportunidad. Seguidamente, vuelve a posar la mirada sobre el
plano que tiene sobre el escritorio.
—Solo te he pedido que tomes notas y que me hagas una propuesta —gruñe—. No te aseguro
nada…
Pero ni el más gruñón de los gruñones va a borrar la sonrisa de mi cara ahora. Solo el hecho de
que considere mi opinión, de que me dé la oportunidad de demostrar lo que puedo hacer, es un
gran paso.
Y no voy a desaprovecharlo.
—¡No lo necesito! —exclamo emocionada—. Yo… Esto… —las palabras se atropellan en mi
boca, pero en mi mente todo está claro—. Innovación, no monotonía. Tomaré notas tan
detalladas que podrías diseñar una casa con ellas y te entregaré ¡la mejor propuesta que hayas
visto nunca!
Mi jefe resopla.
—Eso sería más útil que algunas de las propuestas que he visto últimamente —refunfuña.
Sonrío, sin dejarme amilanar por ese sarcasmo que parece ser su segunda piel.
—Bueno, si me aburro del diseño, siempre puedo considerar una carrera en arquitectura —
bromeo, porque, ¿por qué no?
—Concéntrese en su trabajo actual, señorita Doyle. No creo que el mundo de la arquitectura
esté preparado para usted —su respuesta es seca, pero hay un brillo en sus ojos que me dice que,
en el fondo, está disfrutando esto tanto como yo.
—Eso es lo que hacen los pioneros, señor. Preparar el mundo para lo inesperado —le
respondo con una sonrisa pícara.
Él levanta la mirada y la clava, de nuevo, en mí.
—Solo asegúrate de que lo «inesperado» no incluya más sorpresas en tu trabajo.
Sonrío todavía más, no puedo evitarlo.
Me doy la vuelta, lista para salir de su oficina, pero con una sensación de victoria.
Sin embargo, mi paso decidido se ve interrumpido cuando alguien me agarra por el brazo. Me
giro, un poco desconcertada, y me encuentro con mi hermano Blair. Al verlo, la sonrisa que ya
llevo se agranda todavía más. Estoy a punto de abrir la boca para contarle la buena nueva,
emocionada por compartir mi entusiasmo.
Aunque, siendo honesta, no me sorprendería que él ya estuviera al tanto de todo, dada su
habilidad casi mágica para enterarse de las cosas antes que nadie, aunque no trabaje en la
empresa.
Y, realmente, dudo mucho que la decisión haya sido idea de mi padre. Porque él no se mete en
lo referente a mi formación.
Mi jefe tiene carta blanca en ese aspecto, ofrenda del jefe mayor.
Pero antes de que pueda decir una palabra, Blair, que me mira con esa expresión que combina
diversión y una especie de acusación juguetona, me interrumpe.
—¿Qué has hecho, pequeña artista del desastre? —pregunta, con una sonrisa pícara en los
labios.
Por un momento, estoy completamente desconcertada. ¿A qué se refiere?
Entonces, Blair hace un gesto sutil con la cabeza, indicándome que mire hacia un lado. Sigo la
dirección de su mirada y ahí lo veo: el caos absoluto que he dejado en la sala con la impresora.
—Oh, mierda, ¡se me había olvidado! —exclamo, casi en un susurro.
Justo en ese instante, una voz estruendosa retumba por el espacio.
—¡Kyla! —explota entonces mi jefe, tan fuerte que, prácticamente, me rompe el tímpano.
Pues sí, ya lo vio…
Capítulo 2
HUNTER

Que valía lo he sabido siempre.


Desde la primera vez que vi algunos de esos bocetos que tenía desparramados con una especie
de caos organizado por toda su casa, supe que tenía un talento único.
Ella era poco más que una niña en aquel entonces, pero sus creaciones ya eran verdaderas
obras de arte.
Sí, efectivamente, he estado en su casa. Incontables veces. O, para ser más precisos, en la casa
de sus padres, porque su progenitor resulta ser no solo mi jefe y mi mentor, sino también una
especie de padre para mí.
Su familia es como mi segunda familia, más allá de la que tengo con mi madre. Son mi familia
adoptiva.
Blair, el hermano de Kyla, es mi mejor amigo. Un tipo excepcional. Siempre está ahí para
echar una mano o una cerveza, según se necesite. Es el tipo de persona que te apoya en los
buenos momentos y te levanta en los malos, siempre dispuesto a escuchar y aconsejar.
Siempre con esas bromas que te hacen reír hasta que te duele el estómago. Es el alma de la
fiesta, el que siempre tiene una ocurrencia ingeniosa o un comentario hilarante para cada
situación. Y aunque a veces pueda parecer un poco bromista de más, te aseguro que tiene un
corazón de oro.
Ah, ¿pero tú ríes?, pregunta, sorprendida, la voz de mi cabeza.
Mi conciencia, esa pequeña crítica interior que todos llevamos, siempre lista para lanzar un
comentario sarcástico en los momentos más inesperados. Pongo los ojos en blanco mentalmente
y la ignoro, aunque sea por un momento. Es difícil no hacerlo cuando se mete en medio de mis
pensamientos como un elefante en una cacharrería.
Con su hermana no ríes. Ella te provoca otras cosas, ¿verdad?, insiste la voz, incisiva como
siempre.
Y tiene razón, en parte. Kyla no me hace reír de la misma manera que su hermano. Con ella,
es diferente.
Es como si cada vez que estoy a su alrededor, todo se volviera un poco más…
Intenso.
Pero volviendo al tema…
La cuestión es que sé que Kyla es buena en lo que hace. Y no es una afirmación que haga a la
ligera. A lo largo de los años, he visto muchos bocetos de ella que, la verdad, me han dejado con
la boca abierta. Son una explosión de creatividad, una tormenta de ideas y conceptos que
desafían lo convencional, que te hacen pensar y sentir cosas que nunca habías experimentado.
Y teniendo en cuenta que soy una persona a la que no le impresiona cualquier cosa, eso ya es
decir mucho. Tengo bastante experiencia en este mundillo de la arquitectura, ya sabes, años y
años metido en este berenjenal. Y aunque el diseño de interior no es exactamente mi campo de
batalla, tengo ojo para estas cosas. Sé distinguir lo que es bueno de lo que es simplemente para
pasar el rato.
Y lo de ella, definitivamente, es bueno.
Muy bueno.
Tan bueno que incluso me hace cuestionarme mi propia perspectiva del arte y el diseño.
Su trabajo no solo es visualmente impresionante, sino que también tiene ese toque personal,
esa firma inconfundible que deja claro que no es obra de un aficionado, sino de alguien con un
don genuino. Y eso, en un mundo donde todos parecen seguir las mismas tendencias, es
refrescante.
Y, créeme, bastante inusual.
Supe, siempre, que había nacido para ello. Que tenía que dedicarse a ello. Que ese talento no
podía, ni debía, desaprovecharse.
Su padre, a pesar de reconocer el inmenso talento de Kyla, nunca ejerció presión sobre ella en
cuanto a su elección de carrera. Respetó su libertad, permitiéndole encontrar su propio camino en
la vida, algo por lo que siempre estaré agradecido. Su decisión de abrazar su pasión artística, sin
duda, marcó el inicio de una carrera brillante y prometedora.
También le dio libertad a Blair, quien a día de hoy se dedica a algo muy diferente al negocio
familiar. Es abogado. Y no uno cualquiera, la verdad es que el cerebrito es un puto as en lo suyo.
Lo apodan «el tiburón», un título que le queda como anillo al dedo. Se lanza de lleno en cada
caso, con una tenacidad y un enfoque que pocas veces he visto. Sin embargo, al contrario de lo
que podría pensarse por su implacable actitud profesional, en su vida personal es un tipo
completamente diferente.
Y cuando se trata de su hermana…
Digamos que Blair es algo especial. No es solo una mezcla de dos personalidades, sino la
encarnación perfecta de un cariño desbordante y una protección férrea, como un hermano mayor
en el sentido más profundo y verdadero de la palabra.
Por eso, no me sorprende que él sea la primera persona en la que pienso, la imagen que inunda
mi mente en este instante tan extraño y casi irreal en la pensión donde Kyla y yo nos
encontramos.
El dueño de la pensión, un hombre de mirada aguda y presencia poco imponente, que ya que
estamos, para el negocio que regenta, no le vendría nada mal un poco más de carisma… Este
señor, con un rostro curtido por años de experiencia, repite las palabras que ya me había dicho.
Esas mismas palabras que, en mi inocencia y con una pizca de esperanza, le pedí que repitiera,
creyendo, o más bien deseando, haberlas malinterpretado. En sus ojos se refleja una mezcla de
sorpresa y algo que podría ser pena, como si viera en mí algo más que a un simple huésped
confundido.
No se hace usted una idea de lo acertado que está sintiendo lástima por mí…, murmuro para
mis adentros, mientras un suspiro se escapa de mis labios.
Walter me observa por encima de sus gafas, esas que descansan precariamente en la punta de
su nariz. Las sube con un gesto rápido de su dedo índice, un movimiento que parece haber hecho
mil veces.
—¿Necesita que se lo repita otra vez? —pregunta, mirándome, con un tono que roza la
incredulidad, como si no pudiera creer que aún no lo hubiera comprendido.
No es que no lo comprenda, ¡es que no quiero hacerlo!
¡No puedo hacerlo!, grito internamente, mientras una ola de negación me invade.
Porque, seamos sinceros, lo que me está diciendo es una auténtica locura.
—¡Por supuesto! —exclamo con rapidez, sonando desesperado. Pero mi voz se quiebra en un
murmullo de dolor cuando Kyla, de estatura pequeña, pero con una fuerza sorprendente, me da
un codazo en el costado— ¡Ay! —exclamo.
Pequeñita, pero matona, ¿eh?
—¿Quieres hacer el favor de comportarte? —me reprende en un susurro.
Aunque le saco dos cabezas, se planta delante de mí, con esa postura que dice «no estoy
jugando», y me mira con los ojos entrecerrados, como si intentara descifrar el último misterio del
universo, aunque yo sé que solo está calculando cuántas formas hay de matarme sin dejar rastro.
Sus enormes ojos castaños destellan con una ira dirigida solo a mí, como si yo fuera el único
responsable de todos los males del mundo, incluyendo el calentamiento global y la extinción de
los dinosaurios.
—¡¿Pero has oído lo que ha dicho?! —exclamo.
Ni susurro ni hostias.
Mi voz se eleva más allá de lo prudente, el pánico y la incredulidad me embargan.
—Sí, lo escuché, a pesar de que gracias a ti pronto necesitaré un sonotone —responde con
sarcasmo.
Pestañeo varias veces, confundido.
—¿Qué? —pregunto.
Ella pone los ojos en blanco y yo maldigo mentalmente.
—¿Quieres hacer el favor de comportarte como lo que eres? —insiste, con un tono que busca
inyectar algo de razón en la situación. Su rostro muestra una mezcla de exasperación y
preocupación, como si estuviera lidiando con un niño terco.
—¡¿Y qué demonios se supone que soy?!
¡Un hombre condenado, eso es lo que soy!, pienso, lleno de un temor visceral.
Siento un escalofrío recorrer mi espina dorsal, una premonición de un destino que se acerca.
Porque, sinceramente, siento que mi final se acerca. El descubrimiento de lo que se oculta
detrás de las palabras del dueño de la pensión podría ser mi perdición.
Tras mirar detenidamente lo que supongo que es mi cara de horror, resoplar y poner los ojos
en blanco, Kyla mira, de nuevo, al hombre de cabello, cejas y barbas blanquecinas con cara de
bonachón que se encuentra al otro lado del mostrador.
Su aspecto es el de alguien que ha vivido mucho, que ha visto de todo un poco y que ya poco
le sorprende.
—No se preocupe por él… —le dice Kyla al anciano, sonriendo dulcemente.
Gimo.
Muerto, estaré muerto.
—¿Está… enfermo? —pregunta el hombre mientras levanta la mano y hace un gesto con el
dedo, moviéndolo mientras lo pone sobre la sien. Su gesto es una pregunta sin palabras, una
indagación sobre mi estado mental.
Vamos, que está preguntando si estoy loco.
Sí, como una puta cabra estoy. Porque no hay otra razón para haber acabado aquí, en lo que
será el corredor de la muerte para mí.
—Sí, muy bien no es que esté el pobre. Un poquito malito, ya sabe… —susurra Kyla.
—Peor de lo que imaginas —gimo yo, sin poder llevarles la contraria. Mi voz es un lamento,
una confesión de mi derrota inminente.
Me ignoran.
—¿Entonces tiene libre una habitación? —pregunta Kyla.
Me da, juro por Dios que me da.
—Sí. Como les dije, no es muy espaciosa, tenga en cuenta que es una habitación individual.
Pero podrán usarla hasta que se restituyan las comunicaciones y puedan despejar la nieve de las
carreteras —el tono del dueño de la pensión es práctico, como si estuviera acostumbrado a lidiar
con huéspedes en situaciones complicadas—. Yo no tengo problema en que compartan
habitación. Además, les cobraré solo como si fueran uno, dadas las circunstancias.
Gimo.
—Perfecto —responde Kyla, con una serenidad que me deja completamente atónito.
¿Cómo que perfecto?
¿En qué universo paralelo es esto siquiera remotamente perfecto?, me pregunto, mientras una
expresión de asombro se apodera de mi rostro.
¿Y cómo puede sonar tan tranquila?
Parece como si estuviera hablando de algo tan mundano como elegir una marca de cereal en el
supermercado, no de quedarse atrapados en una pensión.
¡Juntos!
—Nos la quedamos —dice ella, su voz resuelta y firme, dejando en claro que no hay espacio
para debate. Es una declaración, un decreto que no admite réplica.
Con esa simple frase, Kyla toma las riendas de la situación, dejándome a mí, con mi
desconcierto y mis dudas, relegado al papel de un mero espectador en esta inesperada obra de
teatro que es nuestra vida en este momento.
En un acto desesperado, movido por un impulso que ni yo mismo comprendo del todo, la cojo
del brazo y la aparto del mostrador, buscando un espacio de intimidad para poder conversar «a
solas», dentro de lo que el reducido tamaño del lugar nos permite.
Al instante de tocarla, me doy cuenta de lo que he hecho y la suelto rápidamente, como si su
piel fuera brasa ardiente. En el lugar donde la he tocado, siento mi piel arder, su simple contacto
desencadena una tormenta de emociones en mi interior.
—¿Nos la quedamos? —consigo susurrar, apenas audible, llevando mis manos a las caderas
en un gesto de desconcierto total— ¡¿Pero cómo que nos la quedamos?!
Siento una mezcla de frustración y desesperación, como si estuviera atrapado en una jaula
invisible.
Ella entrecierra sus ojos y por cómo me mira, sé que tiene ganas de estrangularme.
Hazlo, pienso, casi deseándolo. Mejor morir en tus manos que en las de tu hermano.
—¿Tienes que poner esa cara de horror ante la idea? —sisea ella, con una mezcla de reproche
y desafío.
La miro.
La miro intensamente.
—¡Sí! —exclamo entonces, incapaz de controlarme. La veo poner los ojos en blanco— ¿Qué
cara quieres que ponga? ¿La de alguien que está encantado de compartir su espacio contigo? —
¡La cama contigo!, exclamo mentalmente— ¡¿Y Dios sabe por cuántos días?! ¡Lo mismo hasta
pasamos la Navidad aquí! —porque solo quedan unos días para ello.
Me matará, Blair me matará…
—¿Crees que a mí me gusta la idea? ¿Crees que quiero comerme el pavo contigo?—pregunta
ella con una risa cargada de sarcasmo, mirándome directamente a los ojos. En ellos puedo ver un
reflejo de irritación mezclada con resignación.
—Pues no sé, viendo lo rápido que has aceptado… —replico, arrepintiéndome de mis palabras
inmediatamente.
No debería haber dicho eso, es lo más injusto que le he dicho en los últimos tiempos. Y
teniendo en cuenta cómo me comporto con ella siempre y la de barbaridades que le digo,
imagina…
Observo cómo aprieta los labios, cómo sus fosas nasales se dilatan ligeramente, pero toma aire
profundamente antes de hablar. Su expresión se suaviza ligeramente, aunque puedo notar la
tensión que aún permanece en sus hombros, en la rigidez de su postura.
—¿Qué quieres que hagamos entonces? —pregunta con una calma que no es más que el
preludio de la tormenta que se avecina— ¿Nos quedamos en la intemperie? —en sus ojos veo un
brillo desafiante, como si me retara a proponer una mejor solución.
Y ambos sabemos que no lo hay…
—No, joder —me paso las manos por el pelo, frustrado—. Pero… —mi voz se quiebra, sin
saber exactamente cómo continuar.
—No nos hemos matado en la carretera de milagro y suerte hemos tenido de que el sheriff nos
haya encontrado y nos haya traído a un lugar seguro —suspira—. Maldita sea, Hunter, me hace
la misma gracia que a ti, pero menos me gusta ¡pasar frío y morir!
—¿No crees que estás exagerando un poco? —pregunto con un resoplido, intentando aligerar
el ambiente y que olvide el susto.
—¿Crees que estoy exagerando? —casi grita, sus ojos abiertos por la incredulidad. La veo allí,
con el temor danzando en su mirada, y me doy cuenta de que no es una exageración sin
fundamento.
Sigue asustada, tanto como lo estaba cuando bajó del coche en medio de la carretera.
—Sí, ¡estás exagerando! Maldita sea, ¿tan poco confías en mí? ¿Crees que no sabía lo que
hacía? —mi voz refleja un orgullo herido. Porque joder, me duele. Me duele que piense que no
puedo protegerla.
Y también se escucha mi miedo. El miedo que pasé pensando que yo podría haber sido el
culpable de cualquier daño que ella sufriera.
—El coche derrapó —me recuerda ella con un temblor en su voz que apenas logra disimular.
Veo cómo sus ojos se empañan de lágrimas—. ¡Podíamos haber chocado!
—Los cinco íbamos a chocar… —respondo, mi voz un susurro.
Vuelvo a vivir ese momento en mi mente: la sensación de perder el control, el pánico que me
invadió por un instante. Entiendo su miedo, porque yo también lo experimenté. Pero sabía que no
íbamos a terminar mal, nuestros cuerpos no iban a quedar esparcidos en la mediana, cubiertos
por un manto de nieve. No conmigo al volante. No cuando mi único pensamiento, mi única
prioridad, era mantenerla segura.
Pero no quiero que ella reviva ese momento, solo quiero que lo olvide.
—¡Pero podía haber pasado! —exclama ella, el miedo aún palpable en su voz.
—Estabas conmigo, Kyla —gruño, enfadado—. Estás conmigo. Estás a salvo, joder. ¡¿Crees
que dejaría que te ocurriera algo?! —exploto, sintiendo una mezcla de frustración y auto—
reproche. Me enfado más conmigo mismo que con ella, por no haber anticipado el peligro, por
no haber podido evitar ese terror. Nuestras vidas no estaban en peligro real, pero el susto fue
inmenso.
Yo jamás permitiría que le ocurriese nada malo, menos aún estando conmigo.
¿Acaso no es evidente?
El silencio se instala entre nosotros como una losa pesada. Ella me mira con las cejas
arqueadas, sorprendida por mi efusividad.
Joder, ¿pero qué acabo de decir? ¿Y por qué me mira así? Con una mezcla de curiosidad y
asombro que no logro descifrar.
Carraspeo, tratando de recuperar mi compostura. Siento cómo mi garganta se seca, y me
obligo a tragar saliva antes de hablar.
—Tu hermano me mataría si te pasa algo, y ni te digo lo que me haría tu padre, empezando
por joder mi carrera para siempre. Y créeme, no tengo ganas ni de trabajar en otra cosa…
Aunque, pensándolo bien, debí haber reconsiderado mi situación en el instante en que me
dijeron que tenía que viajar por negocios con su hija.
En ese mismo momento, debería haber desaparecido. Cualquier cosa para evitar estar tan cerca
de ella durante tanto tiempo.
A solas.
Pero no, como el cobarde que soy, solo pude decir «sí, jefe…».
Y aquí estoy, después de haber concluido la reunión exitosamente y haber asegurado el
proyecto para la firma. Durante esos tres largos días de viaje, me mantuve a una distancia
prudencial, llegando incluso a alojarme en otra ala del hotel para evitar encuentros innecesarios.
Solo la vi en la reunión, esquivando cualquier otra interacción más allá de lo estrictamente
profesional.
Tanto esfuerzo para que, justo a unos kilómetros de casa, nos sorprenda una nevada histórica.
Nos hizo derrapar en una carretera perdida, en algún lugar que ni siquiera aparece en el mapa,
hasta que nos encontró el sheriff de un pueblo desconocido y nos trajo a esta pensión. Ahora,
parece que la vida juega conmigo, riéndose en mi cara.
Todos tus esfuerzos en vano, Hunter. ¿Tanto empeño por mantenerla lejos?
¡Pues toma!
—Ni, mucho menos, tengo ganas de morir —me apresuro a aclarar, aunque, claro, no le
menciono que, de una manera u otra, siento que estoy condenado.
Intento sonar lo más desagradable posible, mirándola con la expresión más antipática que
puedo. Suspiro aliviado al ver un cambio en sus ojos, un retorno a la imagen que ella siempre
tiene de mí: el cabrón de siempre.
Por un lado, me alivia ver esa familiaridad, esa normalidad en su mirada. Por otro, me
pregunto qué habría pasado si hubiera dejado que esa otra faceta mía, la que había asomado por
un momento, se mostrara un poco más.
—Te matarían igual si muero ahí afuera, congelada, ¡porque no te ha dado la gana de que
duerma en una cama caliente! —explota ella, dejando a un lado el susto del coche. Por fin. Su
voz refleja su frustración, su miedo, y una pizca de desesperación —Que contigo no me pasará
nada —ríe con amargura—. Nada bueno será. ¡Prefieres que muera congelada a compartir
habitación conmigo! —suena ofendida.
Yo pongo los ojos en blanco, aunque en el fondo sé que, a pesar de su teatralidad, tiene un
punto. La conozco lo suficiente para saber que está utilizando mis propias palabras en mi contra
y exagerando la situación, incluido el miedo que pasó en el coche, que bien podría merecer un
Óscar. Pero a pesar de su dramatismo, no puedo negar que tiene razón.
No hay más alternativa…
Me paso ambas manos por el rostro y dejo escapar todo el aire de mis pulmones.
—De acuerdo, nos quedamos —digo, resignado, cuando la miro. Dejo caer mis brazos a
ambos lados de mi cuerpo.
—No me digas… —gruñe ella, con un tono irónico que suena a «como si tuviéramos otra
opción».
Y no, es evidente que no la tenemos.
Me guste o no, me aterre la idea más o menos, tendré que compartir un pequeño espacio con
ella. ¿Cuán pequeño será?
Como si importara…
Sea como sea, Blair acabará conmigo.
Una duda, Hunter…, comienza a decir la voz de mi cabeza y sé, demás, que lo que va a
preguntar no me va a hacer ninguna gracia. ¿Te da miedo quedarte en una habitación a solas con
ella por Blair…?
¿O lo que te da miedo eres tú mismo?
—Disculpen… —miro a Walter cuando carraspea, interrumpiendo el tenso intercambio entre
nosotros y, por fortuna, a la voz de mi cabeza. Sus ojos nos observan con una mezcla de
curiosidad y confusión— ¿Seguro que son jefe y empleada? —pregunta, la incredulidad teñida
en su voz.
Es una pregunta normal, dadas las circunstancias. ¿Quién pensaría que lo somos?
—En realidad somos el secuestrado y la secuestradora —explico, serio—. Así que de usted
depende mi vida. ¡Ay! —me quejo cuando siento un tacón clavándose en mi pie— ¿Lo ve? —
digo, intentando recuperar el aliento, mi voz se estrangula un poco por el dolor— ¿Está seguro
de que no tiene otra habitación disponible?
Capítulo 3
KYLA

Pego un bote cuando escucho cómo se cierra la puerta a mi espalda, un sonido que resuena en
las paredes como si anunciara el inicio de algo inminente y, probablemente, incómodo.
Hunter, tras gemir por enésima vez desde que entró en la habitación, una habitación que
parece haber absorbido cada uno de sus suspiros de resignación, vuelve a mirar la pequeña cama
que está entre él y yo.
—Joder —sisea, como si cada sílaba fuera una gota de veneno.
Pone la mano en su nuca, un gesto tan dramático que casi me provoca una sonrisa, y,
maldiciendo entre dientes, se da la vuelta. Con un movimiento brusco, casi teatral, mueve la
cortina y despeja la pequeña ventana, por donde entra un rayo de luz que parece demasiado
optimista para esa habitación.
Aunque, pensándolo bien, más que habitación, se le podía llamar cuartucho, un término
mucho más adecuado para esa mezcla de claustrofobia y decoración de dudoso gusto.
—Así que eso es todo… —no sé si lo digo en voz alta por hablar con él o si me sale sin
querer, una especie de reflexión involuntaria que se escapa de mis labios.
Miro alrededor, buscando algo más en qué enfocarme. La habitación parece haber sido
decorada por alguien con un sentido del gusto bastante peculiar, por no decir catastrófico. Es
pequeña, lo suficientemente acogedora como para ser un refugio, pero con un aire de descuido
que casi roza lo cómico.
En el centro, una cama igualmente pequeña. Las mantas son de un estampado que
probablemente estuvo de moda hace décadas, con colores tan chillones que por un momento me
pregunto si estoy en una cápsula del tiempo. Alrededor, las paredes están adornadas con cuadros
que parecen haber sido elegidos al azar en una tienda de segunda mano. Uno de ellos, de hecho,
está colocado torcido, dándome la sensación de que la habitación misma está inclinada.
Dios mío, ¡que soy diseñadora de interiores!
—Eso es todo, sí —gruñe él, sin darse la vuelta, como si cada palabra le costara un esfuerzo
titánico.
Tras dejar salir el aire de sus pulmones, en un suspiro que parece llevarse consigo todo el
orgullo del mundo, deja caer la mano que tenía en su nuca. Con un movimiento suave y
pensativo, desliza ambas manos en los bolsillos del pantalón. Este gesto hace que el tejido se
tense en la parte trasera, delineando una anatomía que, pese a las circunstancias, capta,
inevitablemente, mi atención. Observo cómo la camisa se ajusta sobre sus anchos hombros,
delineando cada músculo con precisión.
Porque si no lo sabías, ya te lo digo yo: este hombre está petado. Y duro.
¿Muy duro?
Esta vez, la que gimo, soy yo.
No puedo evitarlo, es un sonido que se escapa de mis labios, antes incluso de que tenga la
oportunidad de reprimirlo.
Él mira rápidamente para atrás, y yo desvío la mirada. A la cama hortera, que de repente
parece el objeto más interesante del universo.
Graso error.
—Tendremos que compartir cama —vuelvo a poner voz a mis pensamientos, como si
estuviera condenada a verbalizar cada reflexión incómoda, y me arrepiento en el mismo
momento en que me doy cuenta de lo que acabo de hacer.
¿Pero se puede ser más tonta?, me pregunto a mí misma, poniendo los ojos en blanco
mentalmente.
Hunter, entonces, se gira por completo y me mira de esa manera horrorizada con la que me
miró cuando se enteró de que tendríamos que compartir habitación.
Lo miro fijamente.
Me mira como si acabara de proponerle compartir una celda en Alcatraz en lugar de una cama
en un cuartucho.
No puedo evitarlo, me río. Es una risa irónica, pero una risa al fin y al cabo. Una defensa ante
la absurda situación en la que nos encontramos.
—Sé que no le puedo gustar a todo el mundo, pero nunca antes me había mirado nadie con
semejante mirada de asco al pensar que compartiría cama conmigo —digo, intentando sonar
despreocupada, pero la verdad es que estoy más dolida de lo que debería.
Porque joder, me duele.
Claro que me duele.
No espero que brinque de alegría ni que le encante la situación, tampoco es que a mí me
apetezca demasiado compartir cuarto y cama con él a saber por cuánto tiempo, pero joder, al
menos podía hacerme las cosas más fáciles, ¿no?
A los dos.
Un poco de cortesía no hace daño a nadie.
—Supongo que a ti debe de encantarte la idea —suelta él con un tono que se balancea
peligrosamente entre el sarcasmo y la irritación.
Jamás había mirado a nadie con tanto asco e incredulidad como lo estoy mirando a él en este
momento. Es una mirada que, sinceramente, debería patentar para ocasiones especiales como
esta, una especie de arma secreta en mi arsenal de expresiones faciales.
Podría titularla «cómo mirar al gilipollas de turno», un nombre que le vendría como anillo al
dedo.
Una mirada que es una mezcla perfecta de desdén y sorpresa, como si acabara de descubrir
que el sujeto en cuestión es el último ejemplar de una especie de idiotas en peligro de extinción.
—Te lo tienes muy creído, Callaghan —digo, usando su apellido, como hace mi hermano
cuando se cabrea con él, una táctica que siempre me ha parecido efectiva para transmitir enfado
—. Yo no soy una más de esas que haría lo que fuera por ser una más de tus conquistas —escupo
con odio. Y es que ahí donde lo veis, mi jefe es un poco, o «un bastante», picaflor.
Lo sé yo, lo sabe toda la oficina y lo sabe, sin duda, toda la ciudad.
Él vuelve a mirarme horrorizado, como si acabara de revelarle que es el protagonista de un
reality show sin su consentimiento.
—¿Pero quién demonios te crees que soy? —pregunta, y tiene la decencia de sonar hasta
ofendido, como si mi opinión sobre él fuera una sorpresa inesperada y no grata.
Resoplo.
Un capullo, eso es lo que eres, pienso, pero no lo digo. Algunos pensamientos son mejor
guardarlos para una misma.
—¿Esa es la imagen que tienes de mí? —pregunta, con un tono que revela cierta incredulidad,
casi como si estuviera esperando que le diera una respuesta diferente, una que pudiera
contradecir sus propias expectativas.
Me encojo de hombros, un gesto que habla más de lo que quisiera admitir.
—Esa, entre otras muchas —digo con toda la tranquilidad del mundo, aunque por dentro
siento una mezcla de irritación y diversión.
Él enarca las cejas, sorprendido por mi descaro.
—Supongo que ninguna buena.
—Supones bien… —confirmo sus sospechas, sin darle el consuelo de una mentira piadosa.
No la necesita.
Ni la merece.
Hunter saca las manos de sus bolsillos, las levanta y las deja caer en un gesto de rendición.
Mientras tanto, sus ojos se elevan al cielo, como buscando paciencia en alguna parte del techo
descascarado de nuestro cuartucho.
Mientras, por fin, suelto la maleta, la cual tenía agarrada como si fuera mi salvavidas en aquel
lugar y situación, y me acerco al pequeño cuarto de baño que hay en la habitación. Es un punto a
favor, al menos no tenemos que salir del dormitorio para ir al baño que está al fondo del pasillo,
como suele pasar en otros moteles o pensiones, baño que tendrías que compartir con toda la
planta.
Es antihigiénico.
Y asqueroso.
—Supongo que me lo tengo merecido —dice entonces él, con un tono de resignación que casi
me hace sentir mal por él.
Casi.
—Supones bien también —replico mientras vuelvo a mirar el pequeño cuarto que, por alguna
jugada del destino, será nuestro hogar en los próximos días. Espero, tanto por mi bienestar como
por mi salud mental, que esos días sean contados.
Él suspira, un sonido profundo y cargado de algo que no logro descifrar completamente.
—Merezco eso y más —dice con un tono lúgubre que hace eco en las paredes del cuartucho,
añadiendo un matiz de seriedad a nuestro intercambio.
Me mira un instante, sus ojos indescifrables, antes de posar su vista sobre la cama. Niega con
la cabeza, como si estuviera en un diálogo interno, y abre la boca para decir algo. Sin embargo,
se detiene y enarca las cejas en sorpresa cuando mis tripas deciden dar un concierto inesperado.
Con una mano sobre mi estómago, desvío la mirada, un poco abochornada por la rebelión de
mis entrañas en el momento menos oportuno.
—Será mejor que te deje a solas para que… —empieza a decir, haciendo un gesto nervioso de
arriba abajo con la mano— Te duches y entres en calor —asiento con la cabeza, reconociendo
que es una gran idea—. Voy a echar un ojo por el lugar para saber qué tipo de gente nos rodea
como huéspedes y lo que nos espera en los próximos días.
Walter, el dueño de la pensión, nos había informado previamente que todas las habitaciones
estaban ocupadas. Recordando los varios camiones estacionados afuera, me hago una idea
bastante clara del tipo de compañía que tendremos en el lugar. No es difícil imaginar un grupo de
camioneros robustos, quizás algunos viajantes y quién sabe qué más personajes interesantes o
peculiares compartiendo este espacio con nosotros.
—Bien… —es todo lo que consigo decir, mientras mi mente divaga un poco en las posibles
historias de los otros huéspedes.
Hunter camina hacia la puerta y se detiene justo antes de llegar a ella, girando la cabeza para
mirarme una última vez.
—Tardaré, no tengas prisa —dice, y en su voz ya no hay rastro de aquella acritud anterior. Es
un cambio sutil, pero notable.
Me quedo mirando esos ojos verdes que me escrutan fijamente y carraspeo, intentando disipar
la tensión que hay en el aire, como una neblina invisible pero palpable.
—Gracias —susurro, más por el gesto de paz temporal que por la privacidad que me ofrece.
Tras un leve asentimiento de cabeza, como si reconociera mi gratitud, él pone la mano en el
pomo de la puerta, lo gira, abre la puerta y sale de la habitación.
Y es en ese momento, cuando la puerta se cierra tras él, que siento que puedo respirar.
¿Tienes alguna idea del lío en el que estás metido, Kyla?, me pregunto a mí misma, una duda
que resuena en mi cabeza mientras me dejo caer en la cama, sintiendo el muelle más viejo que el
tiempo mismo ceder bajo mi peso.
Cierro los ojos con fuerza, como si intentara borrar la realidad con un simple parpadeo,
buscando un poco de paz en la oscuridad detrás de mis párpados.
Quizás, cuando los abra, resultará que todo esto no es más que una pesadilla, me digo,
aferrándome a esa pequeña esperanza, aunque sea irracional, aunque sea solo un deseo fugaz.
Es posible, ¿verdad?, me pregunto, sabiendo en el fondo que es poco probable, pero queriendo
creerlo de todos modos.
Pero la vida no es así. Los problemas no desaparecen solo porque cerremos los ojos. Sin
embargo, en ese instante, en esa pequeña burbuja de negación, me permito la ilusión, el breve
alivio de pensar que, tal vez, solo tal vez, al abrir los ojos, me encontraré en un lugar diferente,
lejos del cuartucho, lejos de los líos.
Lejos de Hunter Callaghan.
Sigue soñando, Kyla…
Capítulo 4
HUNTER

No hay nada mejor que una ducha caliente para liberar tensiones.
Eso es lo que uno normalmente diría, ¿verdad? Pero en mi caso, lo que necesito es todo lo
contrario.
Miro hacia abajo, entre mis piernas, y maldigo a todos los dioses habidos y por haber por la
situación en la que me encuentro. Con una mezcla de frustración y resignación, pongo la mano
en el grifo y lo muevo hasta que el agua que comienza a caer está helada, tan fría como el Polo
Norte. Entonces, me muevo para que el chorro caiga justo donde más lo necesito.
Al sitio que está gritando SOS, que necesita enfriarse urgentemente. A la bandera que lleva
izada horas, días, ¡joder, incluso años!
Y no por falta de intentos de bajarla.
Sí, lo has entendido bien. Kyla es la culpable de mi desgracia, y lo ha sido más tiempo del que
yo mismo quisiera reconocer.
¿Cuándo comenzó todo?
No podría decirlo con exactitud, ni yo mismo lo sé.
Solo sé que un día, un buen día, o mal día, según se mire, algo cambió. Mi corazón se paró
mientras la miraba dibujar. Después, comenzó a latir con tanta fuerza que me tuve que poner la
mano en el pecho, temiendo un paro cardíaco.
Desde ese momento, jamás he podido mirarla de la misma manera.
Ya no era solo la hija de mi mentor, del hombre que es casi como un padre para mí. Ya no era
solo la hermana pequeña de mi mejor amigo, quien me mataría si sospechara de mis
pensamientos impuros.
No servía ninguna excusa, ni que fuera seis años menor que yo. Ella, quisiera o no, ocupaba
todos y cada uno de mis pensamientos, despiertos y soñados.
Ella se había convertido en la persona que me provocaba taquicardias, en quien hacía que mi
bandera estuviera eternamente izada, como un monumento a mi desesperación y deseo.
Y el agua helada no parece ayudar.
Ahí está, cayendo sobre mí, pero mis pensamientos se niegan a congelarse. No,
definitivamente no es el momento de ahogarme en pensamientos poco apropiados, y mucho
menos con ella al otro lado de la puerta.
Dormida, sí, pero eso no cambia nada.
No podría hacer nada sabiendo que ella podría oírme. No soy un pervertido, no señor. Solo
alguien que lucha con sus propios sentimientos y deseos, tratando de mantenerlos a raya mientras
comparte un espacio tan reducido con la persona que los provoca, esa que hace que hasta la
ducha más fría parezca una sauna.
De repente, unos golpes en la puerta me sobresaltan.
—¡Hunter!
Escucho esa voz, y no es cualquier voz, es la de Kyla, cargada de una mezcla de urgencia y
desesperación. Me quedo ahí, como una estatua congelada por el frío del Ártico, mientras mi
cerebro intenta procesar por qué me llama.
—¿Kyla? —pregunto, con una voz que denota mi sorpresa y preocupación.
Un millón de pensamientos cruzan mi mente en un segundo.
¿Qué podría haber pasado?
Ella estaba plácidamente dormida cuando entré a la ducha, tan dormida que incluso estaba
babeando sobre la almohada, en una escena digna de una película romántica, de esas que te
hacen suspirar y pensar «¡Ay, el amor!»
No puedo evitar sonreír ante el recuerdo.
No es la primera vez que la veo dormida, pero sí es la primera vez que tengo la oportunidad de
observarla así, sin prisas, y grabar esas imágenes en mi memoria.
Imágenes de ella tan apacible, tan tranquila, tan confiada a mi lado que ni siquiera se inmutó
cuando, con un movimiento tan lento como deliberado, cogí aquel mechón de su largo pelo
castaño que, juguetón, cubría parte de su rostro. Con cuidado, coloqué el mechón detrás de su
oreja, despejando su rostro para poder admirarla mejor.
—¡Hunter, por Dios, que no aguanto más! —exclama ella con urgencia.
—¿Pero qué…? —me apresuro a apagar el grifo, sintiendo cómo mi corazón da un vuelco.
Tras mover la cortina de la ducha, extiendo la mano para coger la toalla que había dejado sobre
el lavabo, cerca.
—¡Hunter! —exclama de nuevo, y su voz suena como si estuviera a punto de entrar en modo
de pánico total.
Ni siquiera me da tiempo a enrollarme la toalla alrededor de la cintura y cubrir lo que debe
estar cubierto, cuando la puerta del baño se abre bruscamente.
¡Boom!
Ahí está ella, y yo aquí, haciendo malabares con una toalla que parece tener vida propia.
—Oh, ¡joder! —exclamo, apretando con fuerza la toalla contra mí— ¿Pero estás loca o qué te
pasa?
Allí está ella, en la puerta, haciendo gestos desesperados con las manos, como si estuviera
dirigiendo una orquesta de urgencias, instándome a salir. Y por alguna razón, está dando saltitos
como si no pudiera estarse quieta, como un personaje de dibujos animados en apuros.
—¿Pero qué…? —intento preguntar, más confundido que un turista sin mapa.
No me da tiempo a terminar la pregunta cuando ella se acerca, me agarra del brazo con una
fuerza sorprendente y me arrastra fuera del baño como si yo fuera un maniquí ligero.
—¡¿Pero se puede saber qué haces?! —exclamo, todavía aferrándome a la toalla como si fuera
mi último salvavidas.
—¡Que me meo, joder! —exclama ella, con una sinceridad tan brutal que me deja con la boca
abierta.
Si es que a veces creo que le hizo la boca un camionero…
Y aquí estoy, en medio de la habitación, con una toalla alrededor de la cintura, sintiéndome
más perdido que un pingüino en el desierto, preguntándome cómo es posible que, incluso en
estas situaciones, Kyla logre sorprenderme de maneras tan inesperadas y cómicas.
¡Vaya forma de bajar la bandera!
Ni tiempo me ha dado a terminar de subirme el pantalón cuando la puerta del baño se abre.
—Qué alivio… —dice Kyla con todo el morro del mundo, ese morro que parece haberle
otorgado Dios en un día especialmente generoso.
La miro, no puedo evitarlo, como si acabara de escapar del hospital psiquiátrico, porque,
sinceramente, esa es la impresión que da en estos momentos.
Ella, sin embargo, parece completamente ajena a mi estado de shock y enarca las cejas al
mirarme.
Y ahí me doy cuenta, oh sí, me doy cuenta de que sigo medio desnudo cuando veo cómo su
mirada, que parece sorprendida y un poco divertida, recorre mi pecho, mi vientre y, bueno, baja
por territorios que deberían estar bajo llave en este momento.
—¡¿Quieres hacer el favor de mirar para otro lado?! —pregunto, entre desesperado y
avergonzado, mientras me doy la vuelta y me pongo, a toda prisa, la camiseta.
Es un espectáculo digno de ver, seguro, yo tratando de cubrirme como si me avergonzara mi
cuerpo.
No es que me moleste que me mire, joder, al contrario.
¿A quién no le gusta ser el centro de atención y ver la aprobación en la mirada de la otra
persona? Eso es algo universal, como disfrutar de una pizza recién hecha o ver tu serie favorita.
Y no es una invención mía ni mi cerebro me está jugando una mala pasada. Le gusta lo que ve,
eso está claro como el agua. Lo sé, no es la primera vez que la he pillado mirándome, aunque ella
siempre lo niegue y ponga esa cara de «yo no fui» que tan bien se le da.
Es como cuando vas a un museo y te quedas embobado mirando un cuadro. No es que quieras
llevarte el cuadro a casa, es simplemente apreciar el arte, nada más.
En mi caso, un cuerpo trabajado, sí, que he esculpido con algo de esfuerzo. A ver, que no me
paso las horas muertas en el gimnasio como si fuera mi segundo hogar, pero la verdad es que
intento mantenerme en forma. Por salud, más que por otra cosa. La vanidad tiene un límite y el
mío está en la línea de sentirme bien, no en convertirme en una estatua griega.
Pero que aprecie mi cuerpo no tiene que significar nada más, ¿verdad? No es como si cada
mirada fuera una declaración de intenciones o un contrato emocional.
Es solo arte, solo estética, solo… una apreciación superficial y ya está. Nada de leer entre
líneas o inventar historias donde no las hay.
Ya me entiendes.
—¡¿Estás loca o qué te pasa?! —exclamo, enfrentándome a ella con una mezcla de
incredulidad y frustración.
Mis palabras reflejan todo el caos de emociones que estoy sintiendo: el deseo reprimido, la
sorpresa, y un montón de cosas más que ni siquiera puedo empezar a enumerar.
Ahí estoy, con las manos en mis caderas, intentando proyectar una imagen de autoridad,
aunque por dentro me siento como un flan tembloroso. Mi mirada intenta fulminarla, pero
seamos honestos, con Kyla eso es como intentar derretir un iceberg con una cerilla.
La veo sentarse en el sofá con toda la tranquilidad del mundo, como si no acabara de
interrumpir mi ducha y, por su culpa, casi provocarme otro infarto.
Yo no sé cómo mi corazón aguanta estando cerca de esta mujer…
Blair, mi amigo, no llegará a ponerme una mano encima porque no hará falta, ya me moriré yo
antes…
Solito a este paso.
—Tampoco es que haya visto algo que no hubiera visto antes —dice ella con una indiferencia
que me deja sin palabras. Vamos, como si estuviera hablando del tiempo o de lo que va a comer
para cenar. Pone los ojos en blanco, en un gesto que es todo un espectáculo de despreocupación.
Tranquilamente, como si estuviera en su propio salón y no en una situación que para mí es un
cruce entre un examen sorpresa y un concurso de improvisación, coge su larga melena entre las
manos y comienza a hacerse una coleta. Es evidente que su pelo, el mismo que tenía húmedo
mientras dormía, ya está seco del todo. Y mientras lo maneja con destreza, no puedo evitar
pensar en lo bien que quedaría ese pelo alrededor de mi puño mientras…
Elevo las manos al cielo y miro al techo, como pidiendo ayuda divina o al menos una señal, un
manual de instrucciones sobre cómo manejar esta situación.
¡Venga ya, un poco de apoyo aquí!
Es como estar en una comedia romántica de esas en las que nunca sabes si reír, llorar o
simplemente gritar al personaje principal que se deje de tonterías. Y aquí estoy yo,
protagonizando mi propia versión, sin guion y sin red de seguridad.
—No se trata de si me has visto sin camiseta antes, Kyla.
—También en ropa interior.
—Ni que me hayas… —las palabras se me cortan en la garganta y la miro, horrorizado, al
entender lo que acaba de decir— ¡¿Cuándo demonios me has visto en ropa interior?!
Ella resopla como si fuera la cosa más normal del mundo.
—Más veces de las que te gustaría. Es lo que tiene cuando te quedas a dormir en casa de tu
amigo. Y vienes borracho.
¿Y te gustó lo que viste?
¡Hunter!
—Joder —gimo y me paso las manos por el pelo, sintiendo cómo está empapado y goteando
—. Mierda.
Cojo la toalla que había dejado sobre la pequeña mesilla de noche antes de vestirme y la
pongo sobre el pelo para secarlo. Mientras, Kyla sigue con su monólogo.
—También te vi en bañador, y para el caso es lo mismo.
Pues a mí no me hace ni puta gracia, la verdad. Hay una gran diferencia entre un bañador y la
ropa interior.
Y estar medio desnudo en tu baño.
—Lo mismo y una mierda —gruño, dejando de secarme el pelo para mirarla directamente a
los ojos—. No puedes entrar en el baño mientras me ducho, joder.
—Lo siento —dice ella, y por primera vez su tono cambia, suena arrepentida, y su rostro
refleja genuina contrición—. Es que no podía más, ¿qué querías que hiciera? La próxima vez lo
tendré en cuenta e iré al baño común que hay en la planta —añade con un tono de voz que
intenta ser inocente.
Y una mierda. Esa inocencia está más fingida que un billete de tres dólares.
—La próxima vez me encargaré de que vacíes tu vejiga antes de ducharme —refunfuño.
Ella sonríe, claramente divertida por la situación y por mi reacción.
—Será mejor, sí —dice, empezando a reír.
Y ahí estamos, ella riendo y yo con una mezcla de molestia y diversión, pensando en cómo es
posible que, incluso en las situaciones más absurdas, Kyla logre sacarme de quicio y al mismo
tiempo, hacerme sonreír.
La vida junto a ella es, sin duda, una montaña rusa de emociones.
Y aquí me quedo, como un perfecto idiota, mirándola mientras se limpia las lágrimas de los
ojos.
—Me alegra verte reír —suelto, así, sin más.
Sin filtro.
Sin pensar.
Es una de esas frases que se escapan antes de que el cerebro tenga tiempo de enviar un
mensaje de «¡Eh, piensa un poco antes de hablar!»
Y, claro, no me hago el harakiri en ese mismo instante porque físicamente no puedo.
Por supuesto, su risa se desvanece tan rápido como apareció. Y su mirada cambia, oh, vaya
que si cambia. Es como si de repente se convirtiera en un espejo del Ártico, fría y clara,
dejándome claro que mis palabras no le han gustado ni un pelo.
Y, sinceramente, a mí tampoco me gustaría escuchar algo así, dicho de esa manera.
Ni tampoco decirlas, ya que estamos. No había sido esa mi intención, soltar un comentario que
sonara tan…
¿Qué?
¿Forzado?
¿Inoportuno?
Lo que sea que fuera, seguro que, además, habré sonado de todo menos sincero. Habré sonado
torpe, que es como suelo sonar cuando de ella se trata.
Resoplo, frustrado conmigo mismo, sintiendo cómo la irritación se mezcla con un toque de
autorreproche. Con ella siempre es igual, como una repetición de un episodio mal guionizado en
una serie de televisión. Siempre termino metiendo la pata, ya sea de forma grandiosa o sutil, pero
siempre es un desastre asegurado.
Es como si lo llevara grabado en el ADN, una especie de maldición personal que se activa
cada vez que estoy cerca de ella.
Mi actitud hacia ella, aunque algo brusca y distante, no es más que un mecanismo de defensa,
una táctica mal ejecutada para mantenernos a una prudente distancia el uno del otro. Pero, lo
haga queriendo o sin querer, siempre consigo sonar como un completo gilipollas.
Es una habilidad, si es que se le puede llamar así, que parece aflorar con una facilidad
pasmosa cuando estoy en su presencia.
Y yo, como un actor secundario en mi propia vida, termino comportándome exactamente
como ese gilipollas que parezco ser.
Ella carraspea, intentando disimular su incomodidad, volviéndose seria y tensa. Y yo, en una
esquina de mi mente, me llamo a mí mismo de todo.
Joder, eres un maldito imbécil, Hunter, me digo, en un monólogo interno que suena a regaño.
—¿Dónde estabas? —inquiere, entonces, volviendo a la conversación con un tono cortante,
casi defensivo— Me quedé dormida esperándote —añade después.
Esperándome…
Esa idea, la de alguien esperando por mí, me resulta extrañamente reconfortante y a la vez
aterradora. Qué bueno sería llegar a casa y encontrar a alguien que te espere, que se preocupe por
ti.
Alguien, Hunter. Pero no Kyla… Nunca Kyla.
Al menos no de esa manera.
—Me entretuve hablando con gente, hay gente verdaderamente interesante por aquí —miento
descaradamente.
La verdad es que la persona más interesante con la que me he encontrado, también la única, ha
sido Walter. Me he pasado todo el rato sentado solo, en una especie de sala de estar, cavilando
sobre cómo voy a soportar tenerla tan cerca sin perder la cabeza.
Eso es lo que pienso, pero obviamente, no se lo digo.
—Imagino… —responde ella, con un tono que me hace darme cuenta de que lo ha pillado.
Aunque, como siempre, lo interpreta de la forma equivocada. Porque soy un experto en hacer
que malinterprete las cosas.
Avanzo hacia ella, que está sentada en el butacón donde he pasado un buen rato observándola
dormir, y cojo la bolsa que está a su lado. La dejo sobre sus piernas y me dirijo a la cama, donde
me siento.
—¿Comida? —pregunta ella, sorprendida, tras mirar dentro de la bolsa y luego volver a clavar
sus ojos en mí.
—No tengo ganas de escuchar tus tripas toda la noche —respondo, con mi típico tono
desagradable.
Ella resopla, claramente no impresionada.
—No iba a pensar que sales a buscar comida solo por cuidarme, Hunter —replica con una
pizca de ironía.
Lo cierto es que sí he salido por eso, pero es mejor que ella no lo sepa…
—Me alegro —contesto. —Lo siguiente que pensarías es que soy amable, y de ahí a
enamorarte de mí hay un paso.
Ella se queda con un bocadillo en la mano, levantando la mirada para mirarme fijamente.
—Eso es tan posible como que tú seas amable conmigo —replica ella.
Niega con la cabeza y me pasa el bocadillo.
Ay, Kyla, si tú supieras lo complicado que es para mí tenerte cerca y no mostrarme
vulnerable…
—No, ya he comido —miento, aunque, para ser honestos, mi estómago está haciendo más
piruetas que un acróbata en su mejor noche—. La traje para ti —esto, por otro lado, es la pura
verdad.
Ella escudriña el interior de la bolsa y después, con esa mirada suya que parece atravesar todas
las capas de mi ser, me mira a mí.
—Pero hay para tres. O cuatro —dice, con un tono que denota sorpresa y quizás un poco de
sospecha.
Me encojo de hombros, intentando parecer despreocupado.
—A Walter le caes bien —suelto a modo de explicación, aunque me guardo para mí el detalle
de que Walter, el rey de las viandas y los buenos precios, no tenía de otra. Iba a venderme toda la
comida que yo quisiera y más.
Después de todo, el dinero habla más fuerte que cualquier otra cosa en este mundo…
—Pero… —empieza ella, con ese tono que usa cuando está a punto de desenmascarar uno de
mis pequeños trucos.
—Come, Kyla —refunfuño, poniendo un tono desagradable a propósito.
Ella me mira un instante, esos ojos brillantes que parecen leerme como un libro abierto.
Luego, con un gesto de resignación, tras sacar también una lata, coloca la bolsa en el suelo.
Desenrolla el bocadillo con una lentitud que parece meditada y le da un bocado. Gime por el
gusto, y yo, incómodo, me remuevo en la cama, buscando una mejor postura para que mi
bandera no se pueda izar.
Lo que vivo es un martirio, un maldito suplicio.
—¿Has conocido a alguien interesante? —pregunta con la boca llena, después de acomodarse
sobre sus piernas cruzadas en una postura que desafía toda lógica humana.
Kyla y sus extrañas posturas…
Parece una niña sin modales y me cuesta la vida no sonreír al mirarla.
—Sí, ya te dije que sí —a cortante no me gana nadie.
—¿Muy interesante? —insiste ella, mordisqueando otro pedazo del bocadillo.
En ese instante, una gotita de mahonesa rebelde decide hacer su propio acto de escapismo y se
desliza, terminando su aventura en el labio de Kyla. Como si fuera lo más natural del mundo, su
lengua emerge rápidamente, en un acto reflejo, para limpiarla. Se lame esos carnosos labios con
una despreocupación que, en mi mente, desencadena una cascada de imágenes que
probablemente deberían estar censuradas.
Y yo, ahí parado, me imagino…
Bueno, mejor no entrar en detalles.
—Sí… —consigo articular, finalmente, con una voz que tiene menos firmeza que un flan
tembloroso en un terremoto.
—Entiendo… —murmura Kyla, aunque en sus ojos marrones, oscuros como dos profundos
pozos de café, veo brillar la confusión, un destello de algo que no logro descifrar.
No sé qué entiende ella, porque, sinceramente, yo no entiendo nada.
¿Acaso ella se imagina algo?
—Come y calla —digo, intentando sonar autoritario pero sin mucho éxito. Más bien sueno
como un gato tratando de rugir como un león.
Tras dejar la toalla en el baño, vuelvo a la cama y me siento, apoyando la espalda en el
cabecero. Me estiro, cruzando las piernas, una encima de la otra, en una pose que me gustaría
pensar que es de modelo, pero que probablemente se ve más bien cómica. Apoyo también la
cabeza y cierro los ojos, cruzando los brazos sobre mi pecho, intentando parecer reflexivo, pero
probablemente pareciendo, más bien, un oso en hibernación.
—¿Tan interesante como para que te dé el número de su habitación? —pregunta ella después
de carraspear tres veces, con un tono extraño, como si le costara pronunciar las palabras.
Más extraña de lo que me resulta su pregunta, que ya es mucho decir.
Tardo en mirarla, pero cuando lo hago, es con un proceso lento, primero abriendo un ojo y
después el otro, como si despertara de un sueño profundo o de una resaca monumental.
Bueno, sin la resaca.
Entonces la miro un instante mientras ella, después de soltar semejante patochada, parece
incapaz de mirarme a los ojos. Es como si estuviera intentando descifrar un jeroglífico escrito en
mi frente.
—¿Qué me estás preguntando exactamente, Kyla? —inquiero con toda la calma del mundo,
aunque por dentro, un mar de preguntas y dudas se agita furiosamente.
Ella niega con la cabeza, esbozando una falsa sonrisa en sus labios, y hace un gesto con una
mano, como queriendo quitarle importancia al asunto.
Como si hubiera soltado una mosca en vez de una bomba.
—Nada, solo era una pregunta tonta —dice, pero en su voz hay un matiz que me hace pensar
que no es tan tonta después de todo.
—No me estarás preguntando si he conocido a alguna mujer interesante que me haya dado el
número de su habitación para que pase con ella la noche, ¿verdad? —mi voz suena más incrédula
que seria.
Ella ríe, una risa más falsa que la sonrisa anterior.
—¡Para nada! ¿Cómo te iba a preguntar algo así? ¿Qué me importaría a mí eso? —su voz
suena teatral, como si estuviera actuando en una obra de bajo presupuesto.
—Nada —le respondo cortante. Más cortante de lo normal por hacerme ilusionarme, aunque
fuera por un efímero segundo, con la idea de que ella pudiera sentir un poco de celos por mí.
Sigue soñando, Hunter.
Ella, por su parte, aprieta los labios un segundo, como si estuviera procesando mi respuesta.
Después, con un movimiento que parece más reflejo que decisión, afirma con la cabeza, como
dando por terminada esa breve y tensa conversación con ella misma.
—Exactamente, nada —confirma, su tono ahora más serio—. Pero vamos, de ser así, no
pierdas la oportunidad por mí —matiza.
—¿Qué oportunidad? —pregunto lentamente, tan peligrosamente bajo que si no estuviera
nerviosa, se habría dado cuenta de que está jugando con fuego y que no era una cuestión para la
que estuviera esperando una respuesta.
—La de deshacerte de mí mientras puedas —dice ella entonces, poniéndole un poco de humor
a sus palabras, aunque suena más a humor negro que a comedia—. Ya que tenemos que estar
aquí encerrados, disfruta si puedes —dice como si no le importara una mierda que fuera así.
Porque realmente no le importa, pienso.
Yo no le importo.
Ella no me ve como yo a ella. No siente lo que yo siento por ella.
—No hace falta que me des carta blanca, Kyla —digo, dejando que mi voz suene todo lo
desagradable que puedo ser, y créeme, puedo ser muy desagradable cuando me lo propongo.
Y cuando no me lo propongo, también.
—No necesito tu permiso para follarme a nadie —gruño.
Sí, reconozco que soy un cabrón de primera.
—No hacía falta que fueras tan desagradable —gruñe ella.
Está claro que he tocado una tecla sensible.
—No hablemos, entonces, de lo que no tenemos que hablar —corto yo, poniendo fin a la
conversación con mi tono de voz.
El tema está cerrado, finito.
Kaput.
Cierro los ojos de nuevo y aprieto los dientes con fuerza, sintiendo cómo todo mi cuerpo
también está en tensión. Estoy luchando contra la necesidad que siento de levantarme, de
levantarla a ella de ese maldito butacón y de gritarle que no, que no he conocido a nadie ni
quiero hacerlo.
Que no quiero, en mi cama, a nadie que no sea ella.
Joder, esto va a ser un infierno. ¿Cómo demonios voy a soportarlo?
¿Cómo voy a poder contenerme?, me pregunto, apretando las piernas con fuerza, como si
intentara estrangular a mi polla para que no le llegue sangre, antes de que despierte y empiece a
dar guerra.
—¿Con quién has comido? —pregunta ella un momento después, rompiendo el silencio que se
había instalado entre nosotros como un invitado no deseado.
Suspiro pesadamente, al ver que ella será incapaz de callarse. Es superior a ella.
El silencio y Kyla no casan, son como el agua y el aceite.
—Solo —digo bruscamente.
—Ah… —ella se calla, pero sé que el silencio no va a durar mucho.
Es Kyla, después de todo.
—No has comido, ¿verdad? —dice entonces, y cuando abro los ojos y la miro, me está
mirando y se está mordiendo el labio inferior.
Lo miro más tiempo del que debería, hasta que noto que mi polla vuelve a empezar a
despertar.
Te comería a ti…
Me remuevo, incómodo, y maldigo mentalmente a mis pensamientos y a mi cuerpo. Es como
si siempre estuvieran conspirando contra mí.
—Sí, he comido —digo con la voz un poco estrangulada.
—¿Con quién? —insiste ella, y suena como un detective que no se deja engañar fácilmente.
—Te he dicho que solo…
—¿Por qué me mientes? —pregunta ella y entonces, coge de nuevo la bolsa y, tras sacar otro
bocadillo y otra lata, camina hacia mí— Nunca comes solo —dice entonces, dejándome como el
gran embustero que soy.
Es como si tuviera un detector de mentiras incorporado.
Deja la comida y la bebida sobre la mesita de noche, un movimiento tan sencillo y cotidiano,
pero cargado de significado en ese momento. Aprovecho para embriagarme con su olor, ese
aroma que me vuelve loco, una mezcla de su perfume y algo que es esencialmente ella.
Gimo involuntariamente, como si mi cuerpo respondiera a su presencia sin permiso de mi
cerebro.
—No soy tu compañía favorita para comer, pero supongo que siempre será mejor que comer
solo —dice al llegar al butacón, con un tono que suena a resignación, pero también a esperanza.
Lo mueve un poco y, al sentarse, mira por la ventana. Sus ojos parecen buscar algo en la
oscuridad, un faro en la noche.
—Estarán preocupados —susurra entonces, abrazando su rodilla y apoyando la barbilla en
ellas para mirar afuera.
Sé que se refiere a su familia. Las comunicaciones aún no se han restablecido, lo harán en las
próximas horas, esperemos que no tarden mucho.
Cojo el bocadillo con una mezcla de hambre y distracción, y mientras miro su perfil en
silencio, empiezo a comer. La oscuridad del exterior cubre todo como un manto, apenas puedo
discernir las formas más allá de la ventana. Afortunadamente, solo se ha ido la luz de la calle. Si
fuera un apagón total, estaríamos en un verdadero lío.
—¿Hunter? —escucho su voz, apenas un susurro, rompiendo el silencio un momento después.
—¿Sí? —respondo, esperando su pregunta.
Hay una pausa prolongada y me extraña su silencio. ¿Se habrá quedado dormida así, sentada?
Con Kyla nunca se sabe, es impredecible.
—¿Podrías, por favor, ignorarla? —dice, finalmente, con una voz que parece cargar más que
solo palabras.
Frunzo el ceño, confundido por su petición.
—¿Ignorar a quién? —pregunto, buscando claridad en su enigmática solicitud.
—A quien sea que hayas conocido —responde ella.
Levanto la vista al techo, como buscando una respuesta divina a esta conversación surrealista.
¡Esta mujer es imposible!
¡Y tremendamente ignorante cuando se trata de mí, además!
—¿De qué demonios estás hablando, Kyla? Esto está lleno de camioneros, todos hombres, por
muy machista que sea el asunto —camioneros que no he visto hasta el momento porque están
descansando—. No he conocido a ninguna mujer, joder —no puedo evitar que mi voz revele mi
enfado.
Porque estoy enfadado.
Y mucho.
—Pero si la conoces…
—¡Que no voy a conocer a nadie! —exclamo frustrado.
¿Pero qué demonios le pasa?
¿Realmente cree que soy ese tipo de hombre que busca aventuras pasajeras donde sea que
vaya?
¿Tan baja es la opinión que tiene sobre mí?
Joder, ¿eso es lo que le he hecho creer de mí?
—Pero si la conoces —insiste la pesada—. ¿Podrías no pasar la noche fuera? Al menos hoy…
—gira su cabeza hacia mí, y el brillo de sus ojos me golpea directo al corazón. Siento una
opresión en mi pecho, un dolor inesperado al verla tan vulnerable—. No quiero estar sola hoy.
Oh, joder. Lágrimas no, por favor, eso no.
¡¿Pero cómo demonios voy a soportar esto?!
Mi instinto me grita que me levante, que derribe todas las barreras que he construido entre
nosotros, que la consuele.
Que no la deje sola.
No cuando ella es capaz de mostrarse frágil y vulnerable ante mí por primera vez en su vida,
dejando a un lado todas las defensas, izando una bandera blanca de tregua, aunque sea solo por
esta noche.
Pero permanezco inmóvil, incapaz de moverme, incapaz de romper completamente esa barrera
que he erigido entre nosotros.
Sin embargo, Kyla ha logrado crear una grieta en ella.
No iré a ningún lado, pienso, pero las palabras que tanto necesita oír se quedan atrapadas en
mi garganta, incapaces de encontrar su camino al exterior. En lugar de eso, lo que sale es un
comentario sarcástico.
—Al punto que llegas con tal de dormir conmigo —digo.
Ella pone los ojos en blanco y desvía la mirada hacia la oscuridad de la noche.
—Será eso… —refunfuña.
No puedo evitar que una sonrisa se escape de mis labios. Soy un tremendo gilipollas, pero algo
en su forma de reaccionar me resulta divertido.
—Tranquila, ya te dije que no dejaré que te pase nada. Valoro mucho mi vida… —digo con
un tono ligero, intentando ocultar la seriedad que siento en mí.
Observo a Kyla, con su mejilla apoyada sobre sus rodillas y suspiro.
No voy a separarme de ti mientras estemos aquí, Kyla. Ni de día ni de noche, juro en silencio.
Esta promesa no pronunciada me hace sentir como si, de alguna manera, acabara de sellar mi
destino.
¿O estaba sellado muchísimo antes?, me pregunto.
Mientras los recuerdos de nuestro pasado y la tensión del presente se entrelazan, empiezo a
sospechar que nuestros destinos siempre estuvieron, de alguna manera, inevitablemente
entrelazados.
Si fuera por mí, no te dejaría nunca…
Capítulo 5
KYLA

Salgo del baño, bostezando, justo cuando mis ojos, aún medio cerrados, se posan en Hunter.
Allí está él, en medio de un baile con la almohada, que parece más una lucha de titanes.
La coge, la coloca en el centro de la cama, como si estuviera trazando una frontera imaginaria
entre nosotros. Pero parece no estar satisfecho con su obra, la vuelve a coger, la pone a lo largo,
y después de maldecir entre dientes, la coloca de nuevo en su sitio original.
Observo la escena, divertida, y no puedo evitar soltar una risita burlona.
—La cama no es el mapa de un país en guerra como para que necesites crear una barrera física
en la mitad —comento—. Tranquilo, puedo dormir ahí sin problemas —señalo al butacón con
una inclinación de cabeza
Sus ojos se desvían hacia el butacón, como si estuviera evaluando las dimensiones del mueble,
y luego vuelven a posarse en mí, con una intensidad que casi me hace retroceder.
—No —responde él, con una firmeza que suena a final de discusión.
Pero yo, obviamente, tengo otra idea en mente.
—Con el regalo de mi escaso metro sesenta, creo que me adaptaré perfectamente a ese rincón
—replico, haciendo una mueca divertida.
—He dicho que no, Kyla —insiste, con un tono que prácticamente grita «caso cerrado». Pero
yo no soy de las que se rinden fácilmente.
—Hunter… —empiezo, con un suspiro teatral.
—Duerme en la cama, yo me quedaré en el butacón —sentencia.
Resoplo, cruzándome de brazos mientras lo miro con las cejas enarcadas.
—Uno ochenta y cinco —lo señalo con la mirada, refiriéndome a su altura— frente a poco
más de metro y medio —me refiero a mí, claramente—. ¿Quién crees que encajará mejor en ese
pequeño lugar? —inquiero, refiriéndome al butacón.
Pero Hunter pasa de mí.
Se da la vuelta, ignorando mi lógica irrefutable, y se pone a rebuscar en su neceser. Saca su
cepillo de dientes con un aire de «fin de la discusión» y entra en el baño.
—Hunter… —me acerco al baño, intentándolo otra vez.
—Se acabó, Kyla —dictamina.
Intento replicar, pero es en vano.
Él ya no me presta atención, ya solo se concentra en cerrar la puerta del baño con un
movimiento rápido y decidido.
Vamos, que si llego a estar un paso más cerca, seguro que me rompe la nariz y los dientes de
un golpe.
—Pues que te den —murmuro, enfadada, mientras me lanzo a la cama y me cubro hasta el
cuello con una de las mantas.
Cuando Hunter sale del baño, me lanza una rápida mirada y, con pasos medidos, coge la
manta con la que no me he tapado y que ha terminado en un revoltijo a los pies de la cama. Se
dirige al butacón con aire decidido. Se sienta en él, tratando de acomodarse, pero, como si fuera
un espectáculo predecible de una comedia romántica, pronto se da cuenta de que no va a ser nada
fácil.
Una cosa es, claro está, sentarse ahí para comer algo rápido, pero otra muy distinta es intentar
convertir ese pequeño sillón en una cama para alguien tan corpulento como él.
—Hunter…
Suspiro, intentando iniciar una conversación, pero él me interrumpe antes de que pueda formar
una frase coherente.
—Menos mal que te has tapado —dice, levantándose de un salto, casi como si hubiera pisado
algo desagradable— y me has evitado tener que mirar más tiempo ese horrible pijama —
comenta, mientras empieza a arrastrar el butacón hacia un lugar que, supongo, considera más
apropiado—. Joder, Kyla, ¿ni para un viaje de negocios puedes comprarte uno mejor? —
pregunta, ya con el butacón colocado a su gusto—. ¿No piensas jubilar ese trozo de tela
agujereada nunca? —añade, resoplando con un aire de resignación teatral al volver a sentarse.
Levanta los pies con un movimiento exagerado y los coloca sobre la cama, cubriéndose luego
con la manta. Entonces suspira, un suspiro profundo que parece querer decir «Así está mucho
mejor».
Cuando finalmente me mira, me encuentra sentada en la cama, completamente destapada, con
los ojos clavados en él, rebosantes de un odio extremo y casi cómico.
Casi.
—¿Trozo de tela? ¿Horrible? ¡Es mi pijama favorito! —exclamo, casi escandalizada.
—No me digas… —responde él, con un tono que finge rozar la incredulidad.
—Lleva conmigo diez años. ¡Diez! —insisto, sin poder creer que esté teniendo esta
conversación— No tiene agujeros, ¿vale? Es solo… —cojo la camisera del pijama y la examino,
como si esperara encontrar alguna justificación— Bueno, sí, tiene unos pocos, ¡pero no puedes
deshacerte de las cosas por algo así! —digo, sintiéndome ofendida hasta la médula.
—¿Y cuándo, según tú, tendrás que deshacerte de él? —pregunta él, con una sonrisa burlona.
—¿A ti qué te importa? —refunfuño, cruzándome de brazos— Tampoco es que tengas un
gusto espléndido. Que llevas, llevas… Un pijama de cincuentón, ¡eso llevas! —añado, señalando
su pijama de rayas azules y marrones que, honestamente, parece sacado de un catálogo de moda
anticuado, más hortera que un jardín de gnomos.
Para mi sorpresa, Hunter suelta una sonora carcajada, como si acabara de escuchar el chiste
del año. Y eso, por alguna razón, me cabrea todavía más.
—¿Qué hay de malo con mi pijama? —pregunta Hunter cuando termina de reír, alzando una
ceja y mirándome con una mezcla de diversión y desafío.
En realidad, el pijama de Hunter es un espectáculo en sí mismo. Rayas que van en todas
direcciones, colores que chocan entre sí como enemigos en una batalla épica de mal gusto.
Azul, marrón, un poco de beige aquí y allá…
Es como si alguien hubiera intentado representar el concepto de «moda pasada» en una sola
prenda.
Y lo peor de todo es que él parece estar completamente cómodo en él, como si fuera la última
tendencia en moda de dormitorio para hombres maduros con un toque excéntrico.
—¿Qué hay de malo? —repito, incrédula. Abro los brazos en un gesto teatral—. ¡Todo!
Parece que te lo has robado del armario de un abuelo que no actualiza su guardarropa desde los
años 70.
Hunter suelta otra carcajada, esta vez más sonora y contagiosa. No puedo evitar que una
sonrisa se me escape, a pesar de mi intento de mantener una fachada de indignación. Es
imposible estar realmente enojada con él, incluso cuando se burla de mi pijama favorito, cuando
se ríe de esa manera.
—Sabes que lo que realmente importa es la comodidad —dice él, aun con una sonrisa
contagiosa.
—Sí, claro, la comodidad —respondo con un tono irónico, rodando los ojos—. Pero incluso
eso no justifica semejante atentado contra la moda. ¡Y te quejas de mis patos!
—Si el diseñador de mi pijama te oyera —comenta, intentando contener más risas.
—Yo no soy tan presumida como tú —respondo, dejándome caer dramáticamente de nuevo en
la cama y cubriéndome con las sábanas.
—No, eres diseñadora de interiores, Kyla. Se supone que tienes un gusto más refinado que
para un pijama de patitos amarillos y rojos —replica él, con una sonrisa burlona danzando en sus
labios.
—¡Pero si me encantan los patos! —protesto, sintiendo que la discusión se ha desviado hacia
un terreno completamente absurdo.
—Sí, claro, te gustan… Siempre y cuando estén lejos. Todavía me acuerdo de aquel día en el
parque, cuando una bandada de patos te persiguió porque pensaron que tenías comida. Nunca te
había visto correr tan rápido, y tu cara de pánico fue inolvidable —dice, con un brillo travieso en
los ojos.
—¿Te acuerdas de eso? —pregunto, asombrada y ligeramente incrédula porque él recuerde
aquel día tan peculiar.
Él, de repente, se queda callado. Como si un interruptor se hubiera apagado, la sonrisa se
desvanece de sus labios. Me mira fijamente, con una intensidad que casi me hace retorcerme,
incómoda, y suspira profundamente, como si aquel recuerdo le pesara toneladas.
—No lo olvidaré nunca —dice entonces muy serio.
La risa también ha desaparecido de mi cuerpo.
Lo observo mientras siento, sin una razón aparente, un nudo en la garganta.
Estoy a punto de abrir la boca, quizás para decir algo conciliador o quizás solo para llenar el
silencio, pero él carraspea y habla antes que yo, cortando el aire con su voz.
—Será mejor que durmamos, ha sido un día pesado.
Su tono no deja lugar a dudas. No es una sugerencia amistosa, es una orden en toda regla,
firme y definitiva. Asiento, aunque una parte de mí quiere protestar, y me acomodo mejor en la
cama. Lo veo incómodo allí, a su lado, como si estuviera luchando contra mil demonios internos,
además de contra ese incómodo sofá.
—Hunter… —comienzo, pero él me interrumpe.
—Apaga la luz —dice, con un tono desagradable, como si estuviera dándome órdenes y no
pidiéndome un favor.
Resoplo, sintiendo una mezcla de frustración y preocupación, pero alargo la mano y apago la
luz de la mesilla de noche. La oscuridad nos envuelve, y un silencio incómodo se instala entre
nosotros.
—Buenas noches, Kyla —susurra él, para mi sorpresa, un momento después. Su voz suena
diferente en la oscuridad, más vulnerable, más humana.
Y esa vez, el nudo que siento no está en la garganta, sino en el corazón.
Capítulo 6
HUNTER

Solo un momento…
Eso fue lo que cruzó por mi atormentada mente a mitad de esa interminable noche, cuando ya
no sabía cómo acomodarme en ese maldito butacón que parecía más duro que una tabla de
planchar. Ahí estaba yo, revolviéndome inquieto, buscando alguna posición que no me dejara
con más nudos que un pretzel, y al final, vencido por la incomodidad, terminé desplomándome
en el suelo.
Y joder, qué duro estaba y qué frío hacía.
Después de rebanarme los sesos durante lo que pareció una eternidad, y de darle vueltas y
más vueltas a la cabeza, decidí que no pasaría nada, absolutamente nada, porque me tumbase
un poco en la cama, ¿no?
Claro, lo haría manteniendo las distancias, por supuesto, como si estuviéramos en una de
esas citas incómodas donde nadie quiere dar el primer paso. Ella, que estaba dormida y hecha
un ovillo en un lateral, no se daría ni cuenta, sumida en sus sueños y enredada en la sábana
como un burrito.
Kyla y sus extrañas posturas…
En vez de diseñadora de interiores, que era lo suyo, bien podría haber sido contorsionista en
el circo.
Madre mía, no sé cómo puede descansar así, con todo el cuerpo doblado como si estuviera
practicando yoga en su sueño.
Con cuidado de no despertarla, y tras echarle encima la manta que tenía a mano, como quien
cubre a un niño pequeño, destapé la cama por mi lado y lentamente, me metí en ella.
Acabé con medio trasero fuera mientras intentaba no tocarla. Pero era difícil, vaya que sí,
porque la cama no es que sea grande, ni siquiera para una persona. Yo, tumbado de espaldas, la
ocupaba por completo. Menos mal que ella es menuda, y los dos de lado cabíamos…
Aunque un poco apretados.
Suspiré de alivio cuando, al fin, conseguí acomodarme. Tras apagar la linterna del móvil, que
iluminaba la habitación, cerré los ojos.
Solo un rato, me dije a mí mismo, intentando convencerme. Descansaré solo un rato y me
levantaré antes de que ella se dé cuenta.
Solo un momento…
—Nena…
Susurro su nombre cuando la noto cerca, demasiado cerca. Más cerca de lo que debería estar,
pero, aun así, menos cerca de lo que secretamente me gustaría.
Hay una tensión palpable, una mezcla de deseo y cautela, flotando en el aire entre nosotros.
Su cuerpo roza el mío.
Siento sus pezones, duros y erectos, a través de la delgada barrera de nuestra ropa, un
recordatorio de la intensidad del momento. Su pelvis encaja con la mía, una coincidencia
perfecta que dispara mi pulso.
Levanto la mano, una acción casi inconsciente, y gimo cuando la cojo por la cadera y la pego
todavía más a mí. En este instante, el mundo se reduce a este contacto.
Sé que es un sueño, lo sé porque lo he soñado miles de veces. Pero esta vez es diferente, es,
sin duda, la mejor de todas esas fantasías nocturnas. Parece tan real que puedo sentir cada detalle,
cada pequeña variación en su respiración.
Noto su aliento, cálido y tentador, sobre mis labios. Muevo la cabeza, solo un poco, en un
gesto de acercamiento hasta que, finalmente, nuestros labios se tocan.
—Dios… —gimo al sentirlos, tan suaves y tentadores, invitándome a explorar más.
Con una audacia que solo encuentro en los sueños cuando se trata de ella, saco la lengua, lo
suficiente como para rozar su labio inferior. La sensación es eléctrica, y tengo que apretar el
agarre en su cadera, como si eso pudiera anclarla a mí, mantener este momento suspendido en el
tiempo.
—Te deseo tanto… —susurro antes de devorarla con mis labios.
Porque puedo hacerlo.
Porque es mi sueño.
Porque en este mundo onírico, ella me desea tanto como yo la deseo a ella. Siente por mí tanto
como yo siento por ella.
—Hunter… —gime sobre mis labios, su voz, un eco de mi propio deseo.
—Nena…
Hoy, todo es diferente.
Sus labios saben diferente, mejor, mucho mejor. Profundizo el beso, perdiéndome en él, y
gimo cuando siento cómo coloca una de sus piernas sobre mi cadera, acercando más su sexo al
mío. Mi mano, la que descansaba en su cadera, viaja hasta ese perfecto trasero que siempre me
ha vuelto loco. Me muevo hacia delante, en un baile de seducción y anhelo, rozando mi
entrepierna con su sexo.
—Te quiero sin nada —le digo, la voz cargada de deseo crudo—. Dios, nena, te quiero
desnuda y debajo de mí.
—Hunter… —su voz tiembla, una mezcla de sorpresa y deseo.
Le muerdo el labio inferior y la hago gemir de nuevo.
—No sabes la de veces que he soñado con esto —susurro entre besos, uno tras otro, cada uno
más profundo, más desesperado que el anterior.
La beso con más fuerza, la pego más a mí, y siento que estoy a punto de perder el control.
Nuestras lenguas se entrelazan en una batalla apasionada, nuestros cuerpos se mueven en una
danza frenética, buscando más contacto, más roce, más de todo.
Deseosos de más. Siempre de más.
—Pero esto no es un sueño —dice ella, rompiendo el hechizo de la noche.
Me río sobre sus labios, pero es una risa irónica, teñida de pesar.
—Sí, cariño. Sí que lo es —digo, mi voz cargada de una tristeza profunda. Le doy otro beso,
más lento esta vez, y suspiro pesadamente—. Lo he soñado muchas veces y, como siempre,
despertaré antes de llegar a más.
Ella se queda en silencio por un momento, luego pone una mano en mi rostro y me acaricia la
mejilla con suavidad.
—¿Te gustaría no despertar? —pregunta en un susurro.
La mano, esa que descansa sobre su trasero, la subo con delicadeza y la pongo sobre la mano
que ella tiene sobre mi mejilla. Muevo la cabeza, un gesto lento y lleno de significado, y beso la
palma de su mano, sellando esa promesa silenciosa que flota entre nosotros.
—Sí, nena —suspiro, una nota de tristeza colándose en mi voz—. Me gustaría no despertar…
Las palabras se desvanecen en el aire, como un deseo susurrado a una estrella fugaz. Siento
cómo el sueño se apodera más profundamente de mí…
Y, a mi pesar, me dejo llevar por él.
Me muevo un poco, un gesto inconsciente, y levanto la mano, intentando ahuyentar a la mosca
que no deja de molestarme. Pero la mosca se marcha solo por unos minutos. Al rato, vuelve a la
carga, persistente.
Levanto la mano rápidamente, esperando encontrarme con la molesta intrusa, pero me llevo
una sorpresa cuando en lugar de una mosca, lo que encuentro es…
¿Eso es una mano?
Me cuesta, porque estoy sumido en la pesadez del sueño, pero logro abrir los dos ojos de
golpe. La neblina del sueño tarda en desaparecer, como un velo que se retira lentamente, y
cuando lo hace, lo que me encuentro son un par de ojos marrones, intensos y llenos de
emociones inescrutables, mirándome fijamente.
A mi cerebro le cuesta reaccionar, como si estuviera atrapado entre dos mundos, pero cuando
finalmente lo hace, maldigo a todos los dioses habidos y por haber.
Joder, ¡me he quedado dormido!
Y para colmo, ¡ella me ha pillado!
—Oh, ¡joder! —exclamo mientras me doy una leche épica, digna de los mejores bloopers de
Hollywood. No me he partido el coxis de milagro al caerme de la cama.
Me dejo caer por completo sobre mi espalda, sintiendo el frío suelo bajo mí. Sigo soltando
tacos, ahora acompañados de quejidos por el dolor agudo que me recorre. Me tapo los ojos con
un brazo, intentando esconder mi vergüenza.
¿Podría ser esto más humillante?
—Esto… —la escucho decir, con una voz que denota sorpresa y tal vez, ¿preocupación?
Muevo un poco el brazo, solo lo suficiente para ver cómo su cabeza asoma por encima de mí.
Ahí está ella, tumbada boca abajo en la cama, mirándome con esos ojos grandes y expresivos. Su
largo pelo cayendo a cada lado de su rostro, luciendo recién despierta.
Preciosa.
Y yo aquí, tirado en el suelo como un muñeco desinflado.
Ella me mira, y puedo distinguir una mezcla de sorpresa, curiosidad y diversión en su rostro.
—Había un mosquito a punto de picarte —dice ella, finalmente, con una sonrisa traviesa que
poco a poco se transforma en una carcajada. Y lo entiendo, debo de parecer un cuadro, un
verdadero espectáculo cómico.
Más bien patético… Pero, ¿qué se le va a hacer? A veces, la vida te tira al suelo, y solo te
queda reírte de ti mismo.
O no reírte, que es lo que hago yo.
—Me alegra ser el causante de tu diversión —refunfuño, mientras intento levantarme del suelo
con una dignidad que definitivamente he perdido.
Me incorporo poco a poco, porque la caída ha sido de Óscar. Casi podía escuchar la banda
sonora dramática de fondo.
—Lo siento —dice ella, todavía limpiándose las lágrimas de risa de los ojos—. ¿Estás bien?
La miro de mala manera, frunciendo el ceño aún más si cabe.
—A buenas horas la pregunta… Me podía haber matado y tú ahí, descojonándote —le
reprocho, intentando mantener el tipo.
—Oh, vamos. Tampoco ha sido para tanto —se queja entre risas, claramente disfrutando de la
situación más de lo que debería.
—Tampoco ha… —intento replicar, pero solo consigo resoplar y descorrer la cortina para
mirar fuera, intentando cambiar de tema.
—¿Sigue nevando? —pregunta ella, apareciendo a mi lado con curiosidad.
Me roza al pasar y se coloca delante de mí para mirar mejor. Su cercanía me hace estremecer
ligeramente.
—No —digo, mi voz sonando un poco más afectada de lo normal por su roce. El golpe, sin
duda, me ha dejado más tocado de lo que pensaba.
—¿Crees que podremos volver pronto a casa? ¿O tendremos que comernos el pavo aquí? —
pregunta ella, girándose hacia mí y quedándose peligrosamente cerca— Seguimos sin internet,
ya lo he comprobado.
Para mi desgracia, estaba demasiado cerca. Involuntariamente, doy dos pasos atrás y noto
cómo su sonrisa se desvanece ligeramente. Incluso sin sonreír, sigue siendo deslumbrantemente
hermosa con esas mejillas sonrosadas y esa cara de quien acaba de despertar.
No es la primera vez que la veo así, pero definitivamente, será una imagen que no olvidaré
jamás.
—Espero que podamos irnos pronto —gruño, intentando ocultar cualquier atisbo de emoción
—. No tengo ganas de aguantar esto mucho más.
Me giro y me dirijo al baño con pasos firmes y decididos.
—¿De aguantar esto o de aguantarme a mí? —pregunta ella, y por el tono de su voz, puedo
imaginarla poniendo los ojos en blanco.
Cierro la puerta del baño antes de tener que responder a esa pregunta… Porque tendría que
mentir, como siempre.
¿Hasta cuándo podrás seguir haciendo eso, Hunter?
¿Hasta cuándo podrás seguir negando lo que sientes?
Capítulo 7
KYLA

Abro la puerta del viejo motel con una mezcla de expectativa y una pizca de miedo, su madera
crujiente y desgastada testigo de innumerables historias.
Mis ojos, brillando con curiosidad, se pasean por la escena afuera, observando a la gente
moverse frenéticamente bajo la nevada que cubre todo como un manto blanco, espeso y frío. El
ambiente es casi mágico, como sacado de una película navideña, pero con un toque de caos.
Pero apenas logro asomar la cabeza, cuando, de repente y sin previo aviso, unos brazos fuertes
me envuelven, levantándome en el aire.
Suelto un grito, una mezcla de sorpresa y miedo, tan fuerte que seguro se escucha en el motel
entero.
—¡¿Pero qué…?! —intento articular, pero mi voz se ahoga en mi garganta cuando me sueltan
bruscamente al suelo.
Me encuentro cara a cara con Hunter, su mirada es un huracán de emociones, tan intensas que
casi puedo sentirlas. Un suspiro de alivio se escapa de mis labios, pero es rápidamente
reemplazado por la irritación.
—Me has asustado —le reprocho, dándole un golpecito con el puño en el pecho.
Es un gesto suave, más una expresión de mi disgusto que un intento de lastimarlo.
Hunter frunce el ceño, las aletas de su nariz se dilatan.
—¿Que yo te he asustado? —replica, con una voz que es un gruñido, cargada de una
preocupación apenas disimulada— ¡Casi me da un infarto al no verte al salir del baño! —
exclama, y su preocupación es tan palpable que casi puedo tocarla.
Observo su apariencia desaliñada: pantalones desabrochados, camiseta a medio poner, como si
fuera un adolescente que se ha levantado tarde para ir al colegio.
Parece como si hubiera salido corriendo de un incendio, o peor, de alguna pesadilla
inesperada, una de esas que te hacen sudar frío.
—¿No estás exagerando un poco? —pregunto, intentando que mi tono sea calmado, pero sus
ojos revelan que mis palabras no tienen el efecto deseado.
Es como si le hubiera echado gasolina al fuego.
—¿Exagerando? ¡¿Exagerando?! —exclama, pasándose las manos por el cabello con
frustración. Veo el temblor en sus dedos, la tensión en su mandíbula, como si estuviera a punto
de explotar— ¡¿Qué será de mí si te pasa algo?! —exclama.
No puedo evitar rodar los ojos. También iba a preocuparse por mí el gilipollas…
—Soy mayorcita, sé cuidarme solita, Hunter. ¡No necesito una niñera! —mi voz se eleva, cada
palabra marcada con una firmeza que espero le haga entender.
Él da un paso hacia mí, su rostro una mezcla de frustración y preocupación.
—Kyla… —la advertencia en su voz.
—Ni Kyla ni leches —me zafo de su agarre con un movimiento brusco. —Sé que te preocupa
mucho mantener tu cuello intacto y créeme —le digo, fijando mi mirada en la suya, dura como el
acero—, haré lo que sea necesario para mantenerme a salvo. Porque me interesa, más que nada
—añado, mi voz teñida de un tono burlón e irónico —. ¡Puedes dejarme en paz!
Antes de que mi mano alcance el picaporte, siento una presión firme en mi brazo. Me giro
bruscamente, encontrándome con su mirada intensa.
—¿Adónde vas?
—Afuera, a ayudar —respondo con decisión, como una heroína en una película de acción.
Él mira hacia afuera un instante antes de mirarme a mí, negando con la cabeza rápidamente,
como si estuviera viendo algo horrible.
—Y una mierda, Kyla —tira de mí hacia el lado contrario, intentando llevarme de vuelta a la
habitación.
Pero deja de hablar cuando, con todas mis fuerzas, le doy un zapatazo en la espinilla. El dolor
se refleja en su cara al instante, como si le hubiera dado con un martillo.
—¡Iré adonde me dé la gana! —exclamo.
¡Es que me tiene muy harta!
—Kyla… —me advierte, con un gruñido, mientras sigue doblado, sujetándose la pierna
herida.
—Joder, Hunter, tengo tantas ganas como tú de irnos de aquí. Pero no vamos a lograr nada
estando de brazos cruzados, esperando a que los demás arreglen el desastre —digo, con una
determinación que espero le haga entender que no soy una damisela en apuros. —Así que,
aunque sea poco, si puedo coger una de esas malditas palas y ayudar a quitar la nieve para volver
a casa, lo haré. ¡Y tú! —lo señalo acusadoramente— Deberías hacer lo mismo. ¿O quieres que
nos den las Navidades aquí? ¡Porque a este paso nos comeremos el pavo aquí! ¿Te recuerdo que
quedan días? ¡Horas!
—Te dije que no te separarías de mí mientras estuviéramos aquí —me recuerda él, ignorando
mi diatriba, con un tono que intenta ser autoritario, pero suena más como un ruego desesperado.
—Pues con más razón, sal conmigo, ¡y coge una maldita pala! —le replico, decidida a no
dejar que me trate como una niña pequeña— ¡Volvamos a casa de una maldita vez! —exclamo
mientras abro la puerta de par en par— ¡Y perdámonos de vista el uno al otro!
Miro hacia atrás cuando escucho que la puerta se ha cerrado a mi espalda y, para mi sorpresa,
ni lo escucho a él ni lo veo a mi lado. Entonces, veo, a través del cristal de la puerta, cómo se ha
girado y camina, dándome la espalda.
Volverá a la habitación solo, pienso.
Pues perfecto, así me deja en paz un rato, que estoy de Hunter Callaghan hasta el cogote.
—¡Buenos días! —exclamo con entusiasmo acercándome a un grupo de hombres que, con
palas y cubos, intentan despejar el camino de nieve. ¿Puedo ayudar? —pregunto, poniendo una
sonrisa de oreja a oreja.
Todos me miran un rápido instante, como si acabara de aterrizar de otro planeta.
—Por ahí sigue habiendo alguna pala y cubos. Coge lo que quieras —dice entonces uno de
ellos, con un tono de voz que no puedo decidir si es de sorpresa o resignación.
Me encamino hasta donde me ha señalado el hombre y cojo una pala, pero el objeto
desaparece rápidamente de mis manos. Me giro y ahí está él, Hunter, con una expresión que es
una mezcla entre preocupación y determinación.
—Si vas a hacerlo, hazlo bien —gruñe, mientras coge una de mis manos con la intención de
colocarme un guante.
¿Ha ido a por mis guantes?
Lo cojo, tanto ese como el otro que trae para ponérmelos yo misma.
—Gracias —sueno agradecida. Y sorprendida, porque ¿quién hubiera pensado que Hunter
Callaghan haría algo así por mí?
Termino de ponerme los guantes y no me quejo mientras me coloca un gorro en la cabeza. Es
un gesto torpe, como si no estuviera acostumbrado a cuidar de alguien más.
—Espero que no te enfades porque haya rebuscado en tu maleta —dice mientras, torpemente,
me coloca el gorro—. No ibas a hacerme caso si te lo pedía, así que… —se encoge de hombros y
termina de enrollar la bufanda alrededor de mi cuello.
Solo entonces, me mira a los ojos. Sus ojos revelan una tormenta de emociones, como si
estuviera luchando consigo mismo.
—No… —carraspea, y me da la impresión de que realmente está librando una batalla interna
— No quiero que te enfermes —dice entonces en un susurro, como si le costara admitirlo.
—Sí que valoras tu cuello —intento reír, negando con la cabeza. Aunque la risa me sale algo
extraña, porque su cercanía me afecta más de lo que debería.
Sobre todo hoy…
Él traga saliva y me asiente con la cabeza, con una seriedad que no le he visto muchas veces.
—No sabes cuánto —afirma con una voz que suena sincera—. Yo… ¿Qué hay que hacer? —
pregunta entonces, con una determinación que me sorprende.
Y sonrío, sin poder evitarlo.
Cuelgo la llamada tras hablar con mis padres y mi hermano por enésima vez en el día. Parece
que, desde que hemos vuelto a tener las líneas operativas, no pueden resistir el impulso de
llamarme cada dos por tres, sobre todo Blair.
Es como si temieran que me trague la tierra o algo por el estilo.
Lo entiendo, lo habrán pasado mal sin saber nada de mí.
Dejo el móvil sobre el butacón y sigo mirando a través de la ventana. Observo cómo la noche
se cierne sobre nosotros, como un manto oscuro y misterioso que poco a poco va cubriendo todo.
Miro un momento hacia atrás, distraída por el sonido de la puerta que se abre, y vuelvo a mirar
al frente al ver cómo Hunter entra en la habitación. Ha ido por algo para cenar.
Yo le dije que podíamos comer con los demás huéspedes en el salón, como hicimos al
mediodía después de una dura mañana quitando nieve del camino. Pero se negó, con esa
terquedad que a veces me saca de quicio.
«Necesitas una ducha y entrar en calor», me dijo. «Ya es suficiente por hoy», sentenció como
si fuera el juez y parte del tribunal.
La verdad era que tenía razón, aunque me costara admitirlo.
Había sido un día pesado, de esos que te hacen sentir cada músculo y me dolía todo el cuerpo,
así que le hice caso y subí a la habitación. Tomé una ducha caliente, de esas que te hacen olvidar
por un momento dónde estás, me abrigué lo más que pude y aquí estoy, abrazándome a mí
misma, sumida en mis pensamientos, todavía con el frío metido en el cuerpo.
No tardo mucho en notar cómo Hunter, en un gesto que me toma completamente por sorpresa,
coloca una manta sobre mis hombros. Me sorprende, sí, pero no puedo negar que agradezco el
gesto.
Giro la cabeza y lo miro, intentando descifrar qué pasa por su mente.
—Gracias —susurro, con una voz tan suave que casi se pierde en el silencio de la habitación.
—No quiero que… —comienza él, resoplando como si las palabras correctas estuvieran
jugando al escondite en su cabeza— Ya sabes.
Enarco las cejas, confundida. ¿Ya sé? ¿Qué se supone que debería saber?
—Tu hermano me mataría —dice finalmente, como si eso explicara todo.
Resoplo, y lo hago tan fuerte que casi podría jurar que las paredes tiemblan. Si es que debería
de haberlo imaginado…
A veces pienso que a gilipollas no hay quien le gane.
La gente no cambia, eso es un hecho, y Hunter, bueno, Hunter es como es, especialmente
conmigo.
—Sí, lo sé… —susurro, aceptando su lógica de alguna manera.
—¿Tienes hambre? —pregunta entonces, cambiando de tema, como quien cambia de canal en
la televisión.
—¡Me muero de hambre! —exclamo con una pizca de ironía, aunque parece que él no capta el
tono.
No importa, es Hunter después de todo, y ya estoy acostumbrada a que nuestras ondas a veces
no se sintonicen en la misma frecuencia.

Cuando salgo del baño, después de prepararme meticulosamente para dormir, lo veo ahí, tan
tranquilo, tumbado en la cama. Tiene las piernas estiradas la una sobre la otra, tan casual que
parece un modelo de revista, y con el móvil en la mano, absorto en lo que sea que está leyendo.
Me quedo parada, como una estatua, en la puerta del baño, simplemente observándolo.
Es, sin duda, una estampa digna de ser inmortalizada en una fotografía.
¿No lo es siempre?
Bueno, pues sí, la verdad es que sí.
Hunter es de ese tipo de hombre que, sin querer, te obliga a mirarlo. No solo por su físico, que
vaya, es espléndido sin caer en la exageración, sino porque tiene una especie de aura, una magia
que lo hace único.
Es difícil de definir…
No tengo ni idea de qué estará leyendo, pero está superconcentrado. Frunce el ceño por un
instante, como si estuviera resolviendo el misterio del siglo, y una sonrisa involuntaria se forma
en mis labios.
A saber lo que estará descifrando en ese universo paralelo de su móvil.
Decido acercarme a él, con pasos silenciosos, y no puedo evitar que me alegre al ver que no
salta al otro lado de la habitación al notar mi presencia.
Lo hará, seguro, en el momento en que me acerque más a la cama, pienso mientras me voy
acercando, pero no, para mi sorpresa, me siento en el filo de la cama y él continúa allí, inmerso
en su mundo.
Me acomodo al lado de él, apoyando mi espalda en el cabecero, imitando su postura. Estiro
mis piernas junto a las suyas, casi rozándolas. No lo toco, pero por unas milésimas de
milímetros, casi puedo sentir el calor que emana de su cuerpo.
—¿Crees que mañana podremos volver a casa? —pregunto después de un rato, cuando el
silencio entre nosotros se hace pesado.
Él, que sigue en su mundo paralelo, pestañea un par de veces, como si acabara de aterrizar de
Marte. Entonces, gira la cabeza hacia donde estoy yo y lo veo abrir los ojos de par en par, como
si acabara de ver un fantasma.
Era cierto, ni cuenta se había dado de que estaba ahí, a su lado.
—Mierda, yo… —hace el amago de levantarse de la cama, como si de repente recordara que
hay reglas no escritas sobre la distancia y el espacio personal, pero pongo mi mano sobre su
antebrazo rápidamente, deteniéndolo.
—Sabes que en ese butacón no puedes dormir, te va a dejar un dolor de espalda que ni el
mejor fisioterapeuta del mundo podrá curar —digo en un tono mitad serio, mitad en broma.
Él mira primero donde está mi mano, después me mira a mí, cuando yo suelto su brazo. Hay
algo en su mirada, un destello, una chispa que no puedo descifrar.
—Aquí tampoco, Kyla —susurra entonces, mirándome fijamente, y su voz es un susurro que
parece llevar un peso mucho mayor que las palabras que dice.
No sé por qué, no sé si es por el tono de su voz, por la intensidad de su mirada, o por la
combinación de ambas, pero siento un escalofrío recorriendo mi cuerpo, como si de repente la
temperatura de la habitación hubiera bajado unos cuantos grados.
Me encojo de hombros, intentando dejar de lado mis tontas e inútiles sensaciones, esas que me
hacen sentir como si estuviera en una novela de adolescentes.
—Anoche dormiste aquí y no ocurrió nada —le recuerdo, intentando poner un poco de lógica
a la situación.
Mentira.
—Kyla… —comienza él, con ese tono de voz que ya conozco, el que dice «esto es
complicado».
—Oh, vamos, Hunter. No voy a saltar sobre ti, relájate —digo, intentando aligerar el ambiente
con una broma.
Pero, para mi sorpresa, a él no parece hacerle ninguna gracia. Abre los ojos todavía más, si es
que eso es posible, con una expresión de horror y vuelve a hacer el amago de levantarse de la
cama.
Pongo los ojos en blanco, sintiendo una mezcla de incredulidad y diversión.
¿En serio?
¿Tan dramático va a ser?
—De verdad, te lo tienes muy creído —gruño, más por frustración que por enojo.
Me levanto de la cama y con un movimiento decidido, destapo la cama y me meto en ella de
nuevo.
—No soy una de esas que babea por ti —suelto, intentando sonar convincente.
Bueno, es un poco mentira.
Un poco porque, vamos a ser honestos, sí, babeo por él, pero no de esa manera exagerada y
desesperada que parece sacada de una telenovela de bajo presupuesto.
No soy una de esas y punto.
Entonces, tiro de las mantas con fuerza, dándome cuenta de que él está encima de ellas y,
obviamente, molesta. Se levanta.
—Joder, Hunter. Se trata de ser prácticos en una situación que lo requiere, nada más. Pero haz
lo que te dé la gana, por mí, como si te vas a dormir con alguno de los camioneros, con Walter,
¡o con la primera mujer que te encuentres! —exclamo, más por desesperación que por enojo real.
¡Subnormal!
No entiendo cuál es su problema con dormir en la misma cama conmigo. Bueno, mentira, en
parte sí lo entiendo.
Pero él no sabe qué es lo que yo puedo entender, así que…
No puedo ver su reacción, porque le estoy dando la espalda, pero conociéndolo, estoy segura
de que estará mordiéndose el labio inferior o pasándose las manos por ese desastroso cabello que
tanto me gusta.
—¿Segura que dormirás cómoda? —pregunta, su voz mostrando una pizca de duda.
—¿Contigo cerca? ¡Jamás! —respondo con tono irónico, queriendo que suene a broma, pero
en realidad sé que dormiré mal.
Muy mal.
A no ser que…
Él resopla, y lo hace de nuevo, como si estuviera luchando consigo mismo. Entonces, para mi
sorpresa, noto cómo el colchón se hunde bajo su peso.
—Solo porque no tengo más opción —dice, y suena como si estuviera tratando de
convencerse a sí mismo más que a mí—. Ya que tú no quieres dormir en el butacón…
Gruño, pero esta vez es un gruñido fuerte, mostrando mi frustración y, en cierta manera, mi
diversión ante la situación.
—Y yo tampoco te lo permitiría, por supuesto —añade rápidamente, como si se diera cuenta
de que su comentario anterior sonaba un poco egoísta.
Ya, pienso, rodando los ojos internamente.
—Porque no tienes ganas de morir —repito sus palabras, con un tono que intenta ser divertido,
pero que sale más serio de lo que quisiera.
—Exactamente —confirma, y puedo oír el alivio en su voz.
—Tranquilo, ni siquiera sabrán que compartimos habitación —digo un instante después,
tratando de tranquilizarlo, aunque no sé por qué me molesto.
—Gracias —susurra él, y hay algo en su voz que me hace preguntarme qué estaría pensando
en realidad.
Ay, si él supiera lo que podría contar…
Pero no, mejor guardarme eso para mí.
Noto cómo se tumba y se tapa, manteniendo una distancia prudente. No lo rozo, pero sé que
está tenso, lo sé por su respiración entrecortada.
Yo suspiro pesadamente y cierro los ojos, decidida a revivir la noche anterior en mi mente, esa
noche que fue tan diferente a esta…
—Buenas noches, Kyla —susurra entonces.
Y yo, suspirando, me muevo para quedar tumbada, bocarriba, sin imaginarme que ese simple
movimiento cambiaría mi vida para siempre.
Capítulo 8
HUNTER

He luchado una agónica batalla interna antes de tomar la decisión de tumbarme en esta cama.
No tengo ni idea de por qué ni cómo he acabado aquí.
Quizás es el cansancio, ese que me hace sentir como si llevara un saco de piedras a cuestas. O
puede que sea porque, a pesar de lo que me gusta pensar, en el fondo confío demasiado en mí
mismo, creyendo que puedo controlar mis emociones incluso estando tan cerca de ella.
Mi voz interior, esa burlona y siempre crítica, acaba de poner los ojos en blanco…
Vamos, que ni ella se cree esta última excusa.
La cuestión es que no sé por qué, pero he terminado cediendo, y ahora estoy aquí, tumbado en
la misma cama que la mujer que me vuelve loco, la causante de todos mis males físicos y
mentales.
El culpable eres tú, degenerado, dice la voz.
Y tiene razón…
Escucho a Kyla suspirar y, un momento después, cuando noto que su respiración se ha
calmado, me muevo un poco. Cambio de postura, me pongo de lado, apoyándome sobre uno de
mis brazos, y estiro el otro para pulsar el interruptor de la luz que está en su mesilla de noche. No
quiero molestarla pidiéndole que lo haga ella.
Pero lo que no me esperaba es que, en ese mismo momento, ella también se moviera.
El aire se me atasca en los pulmones cuando ella, que se ha tumbado bocarriba, queda tan
cerca de mí. Tan cerca que mi pecho roza su brazo… Tan cerca que puedo distinguir con
claridad cada una de las pecas que adornan su nariz.
El brazo que me sostiene cede un poco con el susto, y termino aún más cerca de ella, nuestros
rostros a escasos centímetros de distancia.
—Hunter… —susurra ella.
Respiro su aliento, cálido y dulce, y gimo cuando un estremecimiento me recorre el cuerpo. La
miro a los ojos, esos ojos que parecen tener un universo entero dentro, y cierro los míos con
fuerza.
—No me mires así —ruego, con una voz que suena más temblorosa de lo que me gustaría
admitir.
Y cierro los ojos, mortificado.
Aunque no pensaba decirlo en voz alta, era solo un pensamiento que escapó de mis labios
antes de que pudiera detenerlo.
—¿Así cómo? —susurra ella, con una voz que parece una caricia.
Y ahí estoy, atrapado en ese momento, con los ojos cerrados, luchando contra el impulso de
acercarme todavía más, de cruzar esa línea invisible que he estado evitando toda la vida.
Pero en ese instante, con su aliento mezclándose con el mío, todo parece demasiado intenso,
demasiado real. Y me pregunto si esta batalla interna alguna vez tendrá un vencedor.
Debo quitarme, debo alejarme de ella, ¡ya!
Mi mente lo sabe perfectamente, pero mi cuerpo parece tener otros planes. Es como si toda la
sangre hubiera abandonado mi cerebro para concentrarse en…
Bueno, ya sabes, mi entrepierna.
—Empújame, Kyla —le ruego, sintiendo cómo, por primera vez en mi vida, estoy a punto de
ceder a esta tensión que me devora por dentro—. Por favor, empújame.
—¿Por qué? —pregunta ella, con esa voz suave que parece acariciar cada palabra.
Estoy tan cerca que estoy seguro de que si extiendo un poco la lengua, podría saborear esos
labios que tanto me obsesionan.
Ay, nena, no puedes ser tan ingenua.
¿O sí?
—Porque es lo que tienes que hacer —digo en un gruñido, intentando que suene como una
orden.
—¿Y si no quiero? —pregunta, y al hacerlo, me hace abrir los ojos de par en par.
La miro, completamente sorprendido por su respuesta.
¿Se está burlando de mí?
Pero no, lo que veo en sus ojos no es burla, es algo más… algo profundo y peligroso.
—¿Y si no quiero? —repite, colocando la palma de su mano en mi mejilla— ¿Y si no quiero
luchar más contra esto?
¿Más?
¿Cómo que más?
Ella levanta un poco la cabeza, y nuestros labios se rozan. El simple contacto me recorre como
un rayo, encendiendo cada célula de mi ser.
Cierro los ojos mientras ella mueve su cabeza, rozando apenas sus labios con los míos.
Es un tormento y un éxtasis, todo en uno.
—Kyla… —es un gemido, una mezcla de deseo y tortura, de remordimiento por saber que
estoy a punto de ceder, de hacer algo que no debería.
—Bésame otra vez —dice ella.
¿Otra vez?
¿Cómo que otra vez?
—Bésame, Hunter. Esta vez sabiendo que no es un sueño.
¿Un sueño? ¿De qué demonios está hablando?
No solo salto de la cama, sino que llego a la otra punta de la habitación en un abrir y cerrar de
ojos.
—Espera, ¡¿qué?! —la sorpresa y el horror me invaden— ¿De qué demonios estás hablando?
¿Qué beso? ¿Qué sueño? —pregunto atropelladamente.
Me paso las manos por el pelo, sintiendo que me va a dar un ataque al corazón y me voy a
quedar ahí mismo tieso.
—¡Kyla, por Dios, responde! —exclamo, desesperado por entender.
—¡Que conteste a qué, Hunter! —pregunta ella, levantándose también de la cama, con un tono
de voz que delata su confusión y frustración.
—¿A qué? ¡¿A qué?! ¡A la locura que acabas de decir! —replico, sintiendo cómo la
incredulidad me invade.
Ella se pasa las manos por el pelo, claramente agitada. Cuando me mira, lo hace con una
expresión que mezcla incredulidad y exasperación.
—¿No puedes, simplemente, olvidar lo que acaba de pasar y…?
—¡No! —exclamo, con un tono que resuena en toda la habitación.
Olvidarlo sería como tratar de olvidar el color del cielo.
—¡Pues deberías! —exclama ella, con una vehemencia que me sorprende— Porque no tiene
sentido que te diga que me besaste.
—¡¿Qué yo qué?! —suelto, completamente atónito.
Pero ella no se detiene.
—Estabas dormido, ¿vale? Y ni siquiera sabías que era yo. De ser así, es evidente que no lo
harías —dice con una risa amarga—. Pero te dejé hacerlo, ¿vale? Te dejé besarme porque me
gustó, y joder, quería más. Pensé que ahora… —hace un gesto hacia la cama y niega con la
cabeza— Sé que estoy loca, Hunter, pero no necesito que me mires así.
—¿Y cómo demonios esperas que te mire después de lo que acabas de decir? ¡Es una locura,
Kyla!
—¡Pues no entiendo por qué! —grita, su frustración palpable— ¿Es tan malo que me beses?
¿Tan terrible sería para ti desearme? Joder, Hunter —suspira pesadamente—. ¿Tan asquerosa y
repelente te parezco?
—¿Qué? —no puedo creer lo que estoy oyendo.
—No tengo que gustarte, lo sé. Tampoco es importante que me gustes, pero mierda, Hunter,
¿es tan difícil no pisotear mi autoestima? ¿No hacerme sentir tan mal? —pregunta, su voz
quebrándose.
Y en ese momento, veo la tristeza en sus ojos, y me doy cuenta de lo que he causado.
¿Asco?
¿Repelente?
No tiene ni idea de cómo me siento realmente.
—¡Sí! —exclamo, aunque cada palabra me duele— Eso es lo que tienes que pensar, que te
rechazo. ¡Que me repeles!
Veo el dolor en su mirada y me maldigo por dentro. No, por favor, que no llore.
—Eso es por lo que llevo años trabajando, ¡para que no puedas ver lo que realmente provocas
en mí! —exploto entonces, sin poderlo evitar, revelando más de lo que quería.
Y me arrepiento en el mismo momento en que lo digo. Tanto esfuerzo, tanto control, y ahora,
unas lágrimas de ella han conseguido que revele mi verdad más profunda.
¡Joder!
—¿De qué hablas? —me interroga ella, con una mezcla de sorpresa y confusión en su voz.
—¡De nada! —respondo rápidamente, casi atropellándome con mis propias palabras— No
hablo de nada que tengas que saber. Olvídalo todo, Kyla. Olvídate de todo, olvídate de mí, igual
que yo intento olvidar, cada día, ¡el maldito deseo que siento por ti! —las palabras salen de mi
boca antes de que pueda detenerlas, y ni siquiera soy consciente de lo que acabo de decir.
He perdido el control por completo, algo que siempre he temido que pudiera ocurrir.
—Olvídalo, Kyla —continúo, tratando de enmendar mi desliz, como si no hubiera confesado
nada—. Olvida lo de hoy y…
Pero no sé cómo, cuando me doy cuenta, ella está delante de mí, casi pegada a mi cuerpo,
mirándome directamente a los ojos.
Yo doy un paso atrás.
—Kyla… —mi voz lleva una advertencia implícita.
—¿Me deseas? —pregunta, claramente sorprendida por mi confesión.
—¿Qué? —la miro, intentando que parezca que la considero loca por siquiera pensar eso,
aunque por dentro estoy gritando que sí.
—Me deseas —afirma ella, ya no como una pregunta, sino como una certeza.
—Kyla…
Ella suelta una carcajada amarga, una risa que parece llevar todo el peso del mundo.
—Así que ¿todo esto es porque aprecias tu cuello? —la risa se desvanece y la veo cómo sus
ojos se nublan, cómo traga saliva antes de hablar— No hay nada malo en mí.
Aprieto la mandíbula con fuerza, obligándome a no hablar para no estropear las cosas aún
más.
Internamente, estoy luchando una batalla campal.
Por un lado, quiero decirle todo, dejar que sepa lo que realmente siento por ella. Pero por otro,
sé que hacerlo podría cambiarlo todo, para bien o para mal.
Y no estoy seguro de estar listo para enfrentar las consecuencias de esa verdad.
—Eres un maldito imbécil, Hunter, ¡no tienes ni puta idea de cuánto te odio en este momento!
—exclama ella, las lágrimas brotando de sus ojos, mientras se aleja de mí. La desesperación y el
dolor en su voz me taladran el corazón.
—¡Sí, ódiame! —exclamo, pero la verdad es que no puedo soportar verla llorar. Me acerco a
ella, impulsado por un deseo incontrolable de consolarla—. Ódiame, Kyla, eso es exactamente lo
que merezco —digo, y sin saber bien qué hago, cojo su cara entre mis manos.
La miro a los ojos, esos ojos que siempre me han cautivado, y siento como si me estuvieran
arrastrando hacia un abismo.
—Ódiame, nena —susurro, limpiando con mis pulgares las lágrimas que caen por sus mejillas
—. Ódiame y nunca, nunca me perdones.
—Hunter… —su voz es un hilo, frágil y tembloroso.
La miro a los ojos, tratando de grabar cada detalle de su rostro en mi memoria. Quiero
recordar este momento, ella, tal y como es ahora, para siempre.
—Ódiame, pero, por favor, no llores —le ruego.
—Entonces no me hagas llorar —susurra ella, sus lágrimas aun deslizándose por sus mejillas
—. Y bésame.
Gimo al oír sus palabras, sintiendo cómo una mezcla de deseo y miedo se entrelaza dentro de
mí. Me acerco más, cerrando los ojos, y apoyo mi frente en la suya. Puedo sentir cómo mis
barreras, esas que he construido y mantenido durante años, están a punto de desmoronarse como
un castillo de naipes en un vendaval.
El calor de su aliento se mezcla con el mío, y cada inhalación es como un elixir dulce y
embriagador.
Sé que debería retroceder, que debería mantener esas barreras intactas por mi propio bien, por
el bien de ambos. Pero ahora, con ella tan cerca, sintiendo la suavidad de su piel bajo mis dedos,
el delicado aroma de su cabello, todo eso me parece tan lejano…
Es una lucha interna, una batalla entre la razón y el deseo, entre lo que sé que es correcto y lo
que mi corazón anhela desesperadamente.
—Kyla…
—Bésame —insiste ella, con una mezcla de desesperación y ternura en su voz—. Solo una
vez, sabiendo que a quien besas soy yo.
Me río, pero no es un gesto de alegría, sino uno teñido de amargura, de esa risa que surge
cuando te encuentras en una encrucijada sin salida.
—¿Crees que en ese sueño no era en ti en quien pensaba? —pregunto, aunque por dentro, en
lo más profundo de mi ser, sé que ya he perdido.
No solo la batalla, sino la guerra entera.
He perdido todas mis defensas, toda mi resistencia. Todo lo que me hacía pensar que podía
resistirme a ella.
—Ay, nena, qué ingenua eres —susurro sobre sus labios, casi rozándolos, en un suspiro que
lleva consigo más verdad de la que me gustaría admitir.
—Bésame —gime ella, con una urgencia que me atraviesa el alma, sobre los míos.
—No podemos… —empiezo a decir, pero mis palabras suenan vacías, incluso para mis
propios oídos.
—Bésame, Hunter —insiste ella, con una voz que lleva toda la súplica del mundo, toda la
esperanza y el anhelo—. Solo una vez.
Entonces, es ella quien toma la iniciativa, rompiendo la mínima distancia que nos separa, y me
da un rápido y suave beso en los labios.
Ese simple contacto me hace gemir de placer, un sonido que surge desde lo más hondo de mi
ser.
—Kyla…
¿Y si yo no puedo prometerte lo mismo?, me pregunto en silencio, pero no lo digo. ¿Y si yo
no puedo cumplir eso de solo una vez?
¿Y si, para mí, una vez no es suficiente?
—Podemos olvidar todo, Hunter, y marcharnos de aquí sin que ocurra nada entre nosotros —
me separo un poco, solo lo justo para poder mirarla a los ojos, buscando algo, cualquier cosa que
me haga resistirme a ella—. O podemos dejar de luchar solo por un día.
—¿Solamente por un día? —pregunto, no porque quiera que me confirme eso, sino porque no
creo que sea posible para mí.
No cuando cada fibra de mi ser ya está clamando por más.
—Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas, dicen… —me recuerda con una sonrisa
cómplice, una invitación abierta a lo prohibido.
No, nena, no creo que…
—Solo una noche, Hunter. Danos únicamente una noche. Nos la merecemos, ¿no? —su voz es
un susurro, una tentación que me llama.
—¿Y después? —la pregunta se me escapa, revelando más de lo que pretendía.
Ella se encoge de hombros, como si no tuviera respuesta, como si el futuro fuera algo lejano e
incierto.
—Siempre nos quedará esta noche —dice ella con una mezcla de desenfado y seriedad que me
desconcierta.
En mi cabeza resuenan las palabras «y después», eco de una pregunta sin respuesta. Una
pregunta que, tal vez, no quiero responder.
Pero ya no me quedan defensas… Me he rendido ante la inevitable atracción que siento por
ella.
—¿Solo un beso? —pregunto, con un hilo de esperanza, sabiendo que ya estoy perdido.
Ella sonríe, esa sonrisa que me desarma por completo, y se pone de puntillas para darme un
beso un poco más profundo, un beso que me hace desear más.
Mucho más.
Un beso que es una promesa, un preludio de lo que está por venir.
—¿Solo una noche? —pregunto entonces, sabiendo que esta vez, no podré resistirme a ella.
Ya no hay vuelta atrás.
—Solo una noche —dice ella, mirándome a los ojos, sus ojos brillando con una mezcla de
emoción y determinación.
Y sin decir nada más, pone sus manos alrededor de mi cuello y me besa. Me besa con un
hambre, una ansiedad y necesidad que mucho se parecen a lo que siento yo por ella.
Una necesidad que va más allá de lo físico, que toca algo profundo y primario en mí.
Suelto su rostro para cogerla por la cintura y pegarla a mi cuerpo por completo, sintiendo
cómo cada fibra de mi ser vibra en sintonía con la suya mientras giro la cabeza, buscando
profundizar el beso, deseoso de explorar cada rincón de su boca.
Hacerlo más profundo.
Más intenso.
Ella entrelaza los dedos en mi pelo, enredándolos y me hace gemir cuando tira un poco de él
después de que yo, juguetón y atrevido, le muerda el labio en un acto de provocación pura.
Estamos hambrientos el uno del otro.
No soy solo yo quien está sintiendo esto. Lo sé. Lo siento en la urgencia de su agarre, en el
fuego de su mirada.
—Una noche —digo cuando separo mis labios de los de ella y la hago caminar hacia atrás
lentamente.
—Una noche —confirma ella, con una voz que destila promesas y secretos.
Y los dos estamos mintiendo…
Porque ambos sabemos que una noche nunca será suficiente.
Cuando ella choca contra la cama, me separo un poco de ella y miro su cuerpo de arriba abajo,
admirando cada curva, cada línea que la convierte en una obra de arte viviente.
—Quítamelo, dice ella, refiriéndose al pijama, con una sonrisa traviesa y desafiante—. Sé que
lo estás deseando —añade, su voz tintineando con diversión.
Sonrío al mirarla, mi corazón latiendo con fuerza en el pecho.
—He soñado con deshacerme de este horrible pijama más veces de las que puedas imaginar —
confieso, mi voz teñida de un anhelo apenas contenido.
Ella ríe, una risa que resuena como música en mis oídos.
—Pensé que ibas a decir que habías soñado con verme desnuda.
Enarco las cejas. ¿Acaso duda que así sea?
—Quítatelo —le ordeno, mi voz ahora un ronco susurro lleno de promesas.
Le sorprende mi orden, lo veo en el destello de sus ojos, pero no duda en deshacerse de la
camiseta de pijama. Me quedo sin respiración al ver ese sujetador negro que lleva, una prenda
que parece haber sido diseñada solo para ella.
—El pantalón —digo con la voz ronca, casi estrangulada por la emoción.
Con un movimiento grácil y lleno de confianza, coge la cinturilla del pantalón y lo baja por
sus caderas. Con un gracioso movimiento, deja que este caiga hasta sus pies. Entonces da un
paso adelante para deshacerse de la ropa que quedó en el suelo.
La miro de arriba abajo, devorándola con la mirada, y no puedo evitar bajar mi mano para
colocar bien mi polla en su sitio. Mi gesto no pasa desapercibido para ella e, inconscientemente,
saca la lengua y se lame los labios.
Gimo.
Dios, quiero esa lengua en mi polla.
Veo cómo levanta las manos para deshacerse del resto de la ropa, en un gesto que destila un
deseo tan intenso como el mío. Pero no, no todavía.
—No —ordeno con firmeza, queriendo prolongar este momento, saborearlo.
Levanto una mano y con mis dedos, acaricio su cuello, deslizando suavemente por su piel,
sintiendo el pulso acelerado bajo mis yemas. Después, mi tacto recorre clavícula y el pecho que
asoma por el borde de su sujetador, explorando cada centímetro de su piel que parece arder bajo
mi contacto.
—Yo las liberaré cuando quiera —digo entonces, mi voz teñida de un poder que siento vibrar
entre nosotros.
Ella no rechista, y yo, con una rapidez que refleja mi propia urgencia, me deshago de mi ropa,
quedándome solo con el bóxer puesto.
Para mi sorpresa, ella coloca una mano sobre mi pecho, acariciándolo con una reverencia que
me deja sin aliento. Mi cuerpo se tensa, una mezcla de anticipación y deseo, cuando su mano se
desliza hacia abajo, más abajo, por mi vientre y…
Más abajo.
Evito que toque más de lo que debe cuando cojo su mano, interrumpiendo su descenso
tentador. Ella hace un mohín con su boca, una especie de puchero gracioso que me hace reír.
—Si lo que tenemos es una noche, Kyla, vamos a aprovecharla bien —le digo, con una
promesa en cada palabra.
Me acerco a ella y desabrocho su sujetador con una habilidad nacida de la anticipación,
dejando que este caiga a nuestros pies. Me detengo un momento, admirando su belleza, luego
bajo sus bragas por sus caderas, por su trasero. Ella se contonea con gracia, ayudando a terminar
de deshacerse de ellas.
—Siéntate en la cama —le ordeno, y ella obedece.
Me coloco de rodillas, sobre sus piernas abiertas, sintiendo el calor de su cuerpo. Coloco una
mano en su nuca y pego nuestras bocas en un beso que promete mundos de placer.
—Te voy a devorar, Kyla —le susurro entre besos y mordiscos en el labio.
Te voy a demostrar todo lo que en realidad provocas en mí, para que nunca te queden dudas.
Aunque sé que no debería hacerlo…
—Te vas a correr con boca y mis dedos y después te follaré y haré que te corras con mi polla
una y otra vez…
Ella gime y saca la lengua para lamer mis labios, su gesto un reflejo de la pasión desbordante
que nos envuelve.
—Menos palabras y más acción —se queja con una mezcla de impaciencia y deseo.
Me río, una risa corta y llena de promesas, y hago exactamente lo que me pide.
La beso con una pasión desbordante, la muerdo suavemente, devorando esos perfectos labios
que parecen creados para ser besados por mí.
Nos dejó a los dos sin aliento, y no me importa, porque lo que quiero, lo que necesito, es más.
Mucho más.
Suelto sus labios solo por un momento, necesitando explorar más de ella. Bajo por su cuello,
primero lamiéndolo con la lengua, saboreando su piel suave y caliente, luego dándole pequeños
besos que arrancan gemidos de su garganta.
Escucharla gemir es, lo prometo, el mejor sonido del mundo.
Tras lamer su clavícula, mi lengua recorre su canalillo y sus pechos, hasta llegar a sus
pezones, que acojo entre mis labios, chupándolos y tirando de ellos con fuerza.
Joder, le gusta fuerte.
Perfecta. Jodidamente perfecta.
La hago que se tumbe sobre su espalda, y mi boca sigue su camino de exploración y placer.
Beso su vientre, le doy un beso a su ombligo y meto la lengua en él, provocando que se retuerza
de placer.
Sí, nena…
Entonces, continúo mi camino, bajando lentamente, rozándola solo con mis labios, haciéndola
sentir solo el calor de mi aliento. Me paro sobre su pubis, y la siento tensa.
Pero esa tensión se transformará en puro placer en poco tiempo…
Aspiro su embriagador aroma, pensando que podría morir allí mismo por el placer. Me
incorporo y, con una mano, abro sus labios vaginales. Está empapada, una visión digna de
admiración. Sin esperar más, me agacho y la lamo de abajo arriba. Solo un lametazo, suficiente
para hacerla gritar.
Joder, juro que ya soy adicto a su sabor.
No la torturo más, básicamente porque si lo hago, sería torturarme a mí mismo, y no creo que
terminar nuestra primera vez corriéndome en los calzoncillos sea lo ideal…
Así que la devoro con ansias. La lamo, la chupo, cojo su clítoris con mis labios y lo aprieto
suavemente, jugando con él. Cuando pone las manos en mi cabeza, enredando los dedos en mi
pelo, y levanta las caderas pidiéndome más, cuando noto cómo su cuerpo comienza a temblar, sé
que está a punto de llegar al clímax.
En mi boca.
Y lo quiero todo. Aumento el movimiento y la intensidad, y cuando noto los espasmos de su
orgasmo, meto dos dedos dentro de ella, aumentando la intensidad del placer. Ella grita, se
retuerce, apretándome con fuerza contra su sexo mientras me bebo hasta la última gota de ella.
Joder, ¡esta mujer es el puto cielo!
¿Una vez?
Ni una eternidad con ella sería suficiente…
Capítulo 9
KYLA

Cuando vuelvo a ser consciente y salgo de la neblina del orgasmo, él ya me ha tumbado en la


cama y se ha tumbado a mi lado. Está de lado, apoyándose sobre uno de sus brazos, con la
cabeza descansando en la palma de su mano. Con su otra mano, acaricia mi rostro.
Me mira fijamente, como si quisiera grabarse cada detalle de mi cara en su memoria y yo,
todavía flotando en el letargo del placer, le sonrío perezosamente.
Una sonrisa torcida se dibuja en sus labios.
—Siempre me pregunté cómo sería tu rostro después del orgasmo— dice él, sus dedos
trazando suaves caminos por mi piel mientras sigue con la mirada los movimientos de su propia
mano.
—¿Y? —pregunto, intrigada al ver que se queda en silencio.
Vuelve a posar sus ojos en los míos. La sonrisa se ha esfumado y me mira con seriedad.
Estoy a punto de suspirar, de resoplar, o quizás de gritar, no lo sé.
No quiero que piense demasiado, que le dé vueltas a las cosas. No sé qué es eso tan grave que
cree que estamos haciendo, no sé qué es lo que realmente le detiene, pero lo que sí sé es que no
quiero que rompa este momento.
Es cierto lo que le dije: solo será una noche.
Yo, al menos, no le pediré más. No insistiré por más. No será suficiente, pero lo dije
conociendo las consecuencias, y las acataré. Es él quien tiene que luchar contra sus demonios, no
yo. No voy a suplicarle ni a convencerlo de nada.
Pero esta noche, sí voy a pedir todo lo que quiera.
Y lo que quiero es a él.
Así que, sin darle tiempo a pensar, a reaccionar o a decir algo, actúo. Levanto la mano, la
coloco sobre su nuca, sintiendo la calidez de su piel bajo mis dedos, y tiro de él para que baje la
cabeza.
Lo beso con una urgencia que me sorprende a mí misma, lo beso con todas las ganas
acumuladas, hasta que nos quedamos sin aliento, hasta que el mundo exterior se vuelve una mera
sombra borrosa en nuestras mentes. En ese momento, en ese pequeño e infinito instante, solo
existimos nosotros dos, y nada más.
—Nena…
Así era como gemía la noche anterior cuando me besaba, con esa voz ronca y ese tono que
eriza la piel. Su gemido resuena en mi cabeza mientras el beso se intensifica, se vuelve más
desesperado.
De pronto, él rompe el contacto y yo refunfuño, como una niña a la que le quitan su dulce
favorito.
—No tardaré —dice tras plantarme un rápido beso en los labios.
Se levanta de la cama, completamente desnudo, y camina con una naturalidad pasmosa hasta
su maleta. Yo me incorporo ligeramente, apoyando mi cuerpo sobre los codos, y observo su
cuerpo.
Madre mía, qué espalda. Es un espectáculo digno de ser admirado: cada músculo, cada
contorno, perfectamente definido.
Entonces, tras rebuscar entre sus cosas, se deshace del bóxer que aún lleva puesto.
Y qué culo.
Vale, admito que se me queda la boca seca y el aire parece atascarse en mi garganta. Me siento
como si estuviera en primera fila en el mejor espectáculo del mundo.
Entonces se gira y, por un momento, siento que no puedo ni pensar, ni respirar, ni nada. Solo
puedo mirar, hipnotizada, cómo sus dedos hábiles y seguros colocan el preservativo en su
miembro.
Madre del amor hermoso, ¿todo eso es para mí?
Aprieto las piernas por la anticipación, la expectativa corre por mis venas. Me muerdo el labio
inferior, una mezcla de nerviosismo y deseo recorriendo mi cuerpo.
Cuando finalmente llega hasta mí, lo hace mirándome fijamente a los ojos, como si pudiera
leer cada uno de mis pensamientos. Enarca una ceja al ver mi postura, esa mezcla de inocencia y
provocación, y, con su mano, toca suavemente mi rodilla.
—Abre —ordena con voz firme, pero suave.
No me lo va a tener que repetir dos veces, como no me ha tenido que repetir nada hasta ahora.
No pienso resistirme, no cuando cada fibra de mi ser grita su nombre.
Me dejo hacer…
Descruzo las piernas lentamente y las separo, invitándolo a entrar en mí. Esa sonrisa ladeada,
esa que me vuelve loca, vuelve a aparecer y desaparece en el momento en que tumba su cuerpo
sobre el mío, quedando él entre mis piernas abiertas.
—Dios mío… —agacha la cabeza y la mete en el hueco entre mi hombro y mi cuello. Y
entonces, con un movimiento suave, pero lleno de intención, mueve un poco su pelvis y roza mi
sexo con su erección— Oh, joder —gruñe, ronco, con esa voz que me deshace.
Yo gimo ante el contacto, una mezcla de sorpresa y placer, y gimo sobre sus labios cuando
vuelve a besarme. Es un beso que sabe a pasión, a deseo contenido.
—Quería alargar el momento, pero…
—No —esa vez soy yo quien ordena, porque no quiero esperar más.
No, ahora no hay espacio para dilaciones ni juegos previos. La urgencia y la necesidad son
demasiado intensas.
Lo quiero dentro de mí. Ya.
—Hunter, por favor —casi le ruego, mi voz se quiebra en una mezcla de deseo y súplica.
Hunter, tras besarme una vez más, se incorpora un poco y apoya el peso de su cuerpo sobre las
palmas de las manos, coloca su miembro en la abertura de mi ser y me mira. Me mira durante lo
que parece una eternidad, sus ojos penetrantes explorando los míos, buscando quizás una
confirmación o simplemente perdiéndose en la conexión que compartimos.
Entonces, entra en mí con fuerza.
—Oh, joder —gruñe. Su voz es un ronco gemido que resuena en la habitación, lleno de un
placer tan intenso como inesperado.
Joder, sí, esa sensación es…
Indescriptible, abrumadora.
Abro los ojos que ni cuenta me había dado de que los había cerrado y él sigue mirándome.
Tiene la mandíbula apretada, una expresión de intensidad y autocontrol que denota cuánto se está
conteniendo.
No quiero que lo haga.
Hoy no.
—Fóllame —le pido, entonces, una súplica que es, a la vez, una orden.
Gruñendo, con un sonido que sale desde lo más profundo de su ser, Hunter agacha la cabeza y
me besa.
Sale de mi cuerpo y vuelve a entrar sin dejar, en ningún momento, de besarme.
—Te follaría siempre —dice sobre mis labios, entre gemidos, con la respiración entrecortada
por los movimientos.
Ni siquiera sé si es consciente de lo que dice o si todo es producto de la pasión del momento.
—Nena... Eres el puto cielo —se mueve con premura, con más fuerza.
Y yo noto cómo mi cuerpo, pronto, comienza a responder al ritmo frenético que él impone.
Estoy cerca.
Muy cerca.
Cada movimiento de Hunter me lleva a un estado de éxtasis inminente. Con cada embiste, me
hace gemir.
—Hunter… —susurro.
—Nena… Me voy a correr, una y otra vez, dentro de ti —muerde mi labio y tira de él, un
gesto que es puro deseo—. Aquí también —dice, refiriéndose a mi boca.
Cada palabra suena como una promesa.
Se mueve entonces, dejando caer el peso de su cuerpo sobre un codo, mientras con la otra
mano agarra uno de mis senos y lo aprieta con fuerza.
—Soñaba con esto, pero no… —se queda callado de repente cuando un gemido gutural,
profundo y animal, sale de su garganta—. No imaginé…
Yo tampoco imaginé que sería así.
Noto cómo mi cuerpo responde a él de manera instintiva, cómo mi vagina empieza a
contraerse en los primeros espasmos.
—Hunter, estoy a punto —le advierto, mi voz temblorosa por la anticipación del clímax que se
aproxima.
Él me mira y sonríe. Entonces deja mi pecho y baja la mano, colocándola entre los dos. Y
cuando me roza, es como si todo mi ser explotara en mil pedazos.
El placer es abrumador, y me lleva, arrastrándome, hasta el punto más alto del placer.

—¿Qué estás haciendo? —la voz de Hunter, suave y adormilada, me sobresalta.


Miro hacia la cama cuando habla y ahí está él, con esa mirada que siempre logra derretirme,
incluso en su estado semidormido. No puedo evitar sonreír al verlo así, tan vulnerable y a la vez
tan irresistiblemente atractivo.
—No podía dormir —confieso con suavidad—. ¿Te he despertado? Lo siento, necesitaba un
poco de luz…
—No —me corta rápidamente.
Se levanta y su cuerpo desnudo se mueve con una gracia innata hacia mí. Me quita la libreta y
el lápiz de la mano y tira de mí para hacerme levantar, y yo me dejo llevar, como siempre,
incapaz de resistirme a él.
—¿Por qué te has vestido? —protesta Hunter, quejándose. Comienza a desnudarme, y yo no
pongo resistencia, permitiendo que sus manos expertas me liberen de las prendas que me separan
de su piel.
Cuando me desnuda, tira de mí de nuevo, hacia la cama, y pronto estamos los dos bajo las
sábanas, envueltos en el calor del otro.
—Así está mejor —murmura, somnoliento, mientras me acomoda y se acomoda él mismo
como quiere.
Estoy tumbada boca arriba, y él se acomoda más abajo, agarrado a mi cadera, con la cabeza
apoyada debajo de mis pechos.
Se queda así, y noto por su respiración, que vuelve a quedarse dormido. Bajo las manos y
comienzo a acariciar su pelo, un gesto instintivo y tierno, simplemente disfrutando del momento.
Sin saber si de verdad tenemos fecha de caducidad.
—¿Me lo enseñarás? —pregunta de repente, en un susurro que apenas rompe el silencio.
—¿El qué? —pregunto, confundida por un momento, sin entender a qué se refiere.
—Lo que sea —susurra, y bosteza, sumido en esa nebulosa que precede al sueño—. Siempre
—añade, su voz cada vez más adormilada.
Mis manos se detienen un instante, y un suspiro se escapa de mis labios.
¿Eso significa que habrá más de una noche?
En ese momento, con la luz del amanecer filtrándose por las cortinas, todo parece irreal, como
si estuviéramos suspendidos en un limbo de placer y conexión.
—Buenos días… —ronroneo entre gemidos, mientras Hunter besa mi cuello y aprieta uno de
mis pechos con ternura.
La sensación de sus labios mordiendo suavemente mi cuello, el calor de su aliento, me
envuelve en un estado de éxtasis.
Siento su mano descender…
—Y tan buenos… —dice cuando, con sus dedos, explora mi intimidad, descubriendo cuán
deseosa estoy de él.
—¿Quieres correrte? —pregunta él, pegándose más a mi espalda, introduciendo sus dedos en
mí, arrancándome un grito de placer.
Siento la urgencia en su toque, el deseo que lo consume tanto como a mí.
Su polla, tensa y urgente, se frota contra mí, desatando un nuevo nivel de deseo. La adicción
de tenerlo, de ser suya, es un martirio delicioso.
—Siempre —respondo, mi voz vibrando con necesidad.
Hunter juega conmigo, sus dedos danzando dentro de mí, llevándome al borde una y otra vez.
Cada movimiento suyo me lleva más cerca del abismo.
—Me duele la polla de tan dura como la tengo, nena —gime en mi oído, sus palabras llenas de
un deseo crudo y sincero.
Siento sus dientes en el lóbulo de mi oreja, su lengua provocándome, empujándome más allá
de mis límites.
—Hunter… —su nombre se escapa de mis labios.
Una súplica.
Sé que sabe lo que estoy pidiendo, sé que sabe lo que significa mi tono en su voz.
—Vamos a por ello —dice, y siento la urgencia de sus movimientos.
Cuando finalmente llego al clímax, mi cuerpo tiembla con la intensidad del momento.
No hay respiro, Hunter no espera.
Se coloca un preservativo, me toma de una pierna y me penetra desde atrás con urgencia,
—Te deseo, nena. Te deseo tanto… sus palabras resuenan en mi mente mientras me pierdo en
el torbellino de placer.
La interrupción repentina por la llamada a la puerta nos saca de nuestro mundo privado, un
recordatorio abrupto de la realidad que nos espera fuera de estas cuatro paredes. Cubriéndome
rápidamente con las sábanas, Hunter se levanta. Maldiciendo, se viste con su pantalón de pijama
y abre la puerta.
—Walter… Es temprano, ¿ocurre algo? —su voz, aunque tranquila, no logra esconder el leve
rastro de frustración.
—Siento despertarlos, pero pensé que les gustaría conocer la noticia —escucho decir a Walter
desde el umbral—. Ya se puede circular, así que pueden volver a casa.
La noticia, aunque esperada, cae como un jarro de agua fría.
Cuando Hunter cierra la puerta tras despedir al dueño del motel, nuestros ojos se encuentran
en un silencio cargado de palabras no dichas.
—Bueno… —carraspea, intentando aligerar el ambiente— Por fin volvemos a casa.
Sus palabras resuenan en el espacio entre nosotros, y no puedo evitar sentir una punzada de
incertidumbre.
«Por fin» suena a conclusión, a final de algo que apenas estaba comenzando.
No puedo apartar los ojos de Hunter, buscando en su mirada alguna pista, algún indicio de lo
que está pensando o sintiendo. Pero todo lo que encuentro es una mascarada de normalidad.
Sí. Supongo que por fin volvemos a casa…
Capítulo 10
HUNTER

Al enviarle otro mensaje, mi corazón late con fuerza y ansiedad. Estoy pegado al móvil, como
si con solo mirarlo pudiera hacer aparecer esos deseados dobles checks azules, pero nada. Ni en
el último mensaje ni en ninguno de los anteriores.
Resoplo, impaciente y algo desesperado, y decido llamarla otra vez, como si la persistencia
pudiera cambiar algo. Pero la respuesta es la misma, esa voz grabada que parece burlarse de mi
situación: «El teléfono al que llama no está disponible en este momento. Por favor…»
La frustración me invade y, sin pensarlo dos veces, suelto un «¡Joder! », que resuena en el
lugar mientras lanzo el móvil sobre el escritorio con más fuerza de la necesaria.
Me levanto de la silla, descompuesto, y me paso las manos por el pelo, intentando calmar la
tormenta de pensamientos y emociones que me asaltan.
¿Pero qué demonios está pasando?, me pregunto, buscando respuestas en el aire.
Entonces, esa voz conocida y sarcástica me saca de mis cavilaciones.
—¿Quieres una cita con mi psicólogo? Es especialista en temas de ira— dice Blair con ese
tono burlón que tanto le caracteriza.
Le lanzo una mirada que podría derretir acero, pero él, imperturbable, continúa:
—Joder, ¿la quieres también con mi estilista? —su expresión, horrorizada al mirarme
detenidamente— ¿Pero qué demonios te pasa?
Blair, siempre el confidente no solicitado pero inevitablemente presente.
No tiene nada que ver físicamente con su hermana Kyla, por fortuna. Es alto, no tanto como
yo, pero sí lo suficientemente alto como para no pasar desapercibido. Además, está mucho más
cuadrado que yo, gracias a su amor por el gimnasio, y a su afición por presumir de ello.
Su cabello y sus ojos castaños, heredados como su hermana de la genética familiar, pero con
facciones que recuerdan más a su padre. Mientras Kyla es el reflejo de su madre, Blair es la
imagen viva de su padre.
Yo, por mi parte, me parezco más a mi madre, algo que siempre he agradecido. De mi padre
no sé nada, nos abandonó cuando yo era solo un niño, y nunca lo he necesitado. O eso me gusta
pensar, porque en momentos como este, cuando pienso en Harry, el padre de Kyla, me doy
cuenta de que quizás sí he echado en falta esa figura paterna en mi vida.
Tal vez esa sea la razón de mi conexión tan profunda con él, una especie de necesidad
subconsciente.
Pero claro, nada de esto tiene que ver con el tema que nos ocupa, ni con la historia que nos
importa en este momento.
Bueno, sí tiene que ver, pero no es lo importante ahora.
—Que me estoy muriendo, eso me pasa —gruño con una mezcla de desesperación y
exasperación.
—¿No estás exagerando? —pregunta poniendo los ojos en blanco.
Mi respuesta es inmediata y rotunda.
—Puede parecerlo, pero no —la verdad es que siento que, si no tengo noticias de ella pronto,
voy a acabar perdiendo la cabeza.
Blair, que se ha sentado en el sillón que hay frente a mi silla de trabajo, exhibe una calma que
contrasta enormemente con mi estado de ánimo.
Se acomoda, cruza las manos sobre sus rodillas y me observa con esas cejas enarcadas, una
expresión que, tengo que admitirlo, sí que le hace parecerse mucho a su hermana Kyla en este
momento.
—¿Estás así por mi hermana? —pregunta con una mezcla de sorpresa e incredulidad.
Por dentro, me hierve la sangre. ¿Cómo puede preguntarlo tan despreocupadamente?
¡Por supuesto que estoy así por su hermana!
Llevo dos días intentando contactar con ella sin éxito alguno.
—¿Tú qué crees? —respondo, intentando contener mi frustración.
—¿Pelea de enamorados? —dice con una sonrisa burlona.
Le lanzo una mirada que debería ser suficiente para callarlo, pero él insiste.
—Joder, tío. Pues sí que te ha dado fuerte.
No tiene idea de lo acertado que está.
—Ya te lo dije.
Blair levanta una mano, interrumpiéndome con un gesto que me insta a callar.
—Me dijiste más de lo que quería saber —resopla.
La misma noche que volvimos de la aventura, después de poner al día a Harry sobre el viaje
de negocios, y las aventuras del motel (lo que se podía contar, claro), no pude resistirme a
compartir lo que sentía por Kyla.
Fue un momento de vulnerabilidad, de sinceridad, algo que no suelo permitirme a menudo.
Y Blair, por supuesto, se enteró de todo aquella misma noche. Interrumpió la conversación
que mantenía con Harry y, sin quererlo, se convirtió en testigo de mis confesiones.
No sabía qué esperar, qué reacciones iba a encontrar. Había imaginado muchas posibilidades,
pero nunca me esperé la que realmente ocurrió.
—¿La quieres? —me había preguntado Harry, con esa mirada penetrante y sabia de padre.
—Más que a nada —respondí, con una honestidad que me sorprendió incluso a mí mismo.
Fue la primera vez que lo admitía en voz alta, tanto a alguien más como a mí mismo.
—¿Ella te quiere? —continuó Harry.
Mi respuesta fue un titubeante:
—Yo… No lo sé.
La sinceridad de mis palabras se suspendió en el aire, pesada y llena de incertidumbre.
Harry me miró entonces con un semblante sereno y lleno de comprensión.
—Lo único que quiero es ver a mis hijos felices. A los tres —dijo señalándome, y sentí una ola
de emoción al incluirme en esa categoría, como parte de su familia—. Te conozco y te admiro,
Hunter. Y nada me gustaría más que Kyla te eligiera, sé que harías todo por hacerla feliz. Sea
como sea, siempre serás parte de esta familia.
Fue un momento abrumador, una aceptación que nunca esperé recibir. Pero entonces, Blair,
siempre impredecible, intervino.
—Bueno, ¿puedo partirle la cara ya? —preguntó, rompiendo la tensión del momento con su
humor característico.
Lo que vino después, fue todavía más sorprendente. Blair, en lugar de actuar como el
hermano sobreprotector que todos esperábamos, dijo algo completamente inesperado.
—Siempre lo supe.
Y para completar la sorpresa, Harry añadió con una risa:
—Y yo.
¿Pero qué…?

—No hace falta que me lo recuerdes, todavía tengo ganas de partirte la cara—, dice, pero a
pesar de sus palabras, hay un tono juguetón en su voz.
Una broma entre hermanos, algo que siempre ha caracterizado nuestra relación.
—Hazlo de una vez. ¡Lo mismo así hasta me ayudas con el sufrimiento! —replico.
—Joder —Blair suelta una carcajada que resuena en la habitación—. Dios mío, jamás habría
imaginado verte así, hecho una mierda por una mujer.
—No es por cualquier mujer, te recuerdo —lo interrumpo, y mi voz lleva una advertencia
implícita.
Kyla no es alguien de quien me gusta hablar a la ligera.
—Por supuesto que no —sigue riendo Blair—. Desde luego, si alguien podía conseguir que
Hunter Callaghan se pusiera de rodillas, esa era Kyla. Vaya par de cegatos —su risa es
contagiosa, pero no logra aliviar la tensión que siento.
Exhalo profundamente, dejando salir todo el aire de mis pulmones, y me dejo caer en la silla
detrás del escritorio. Mi mente está en un solo lugar.
—¿Está bien? —pregunto, mirando directamente a los ojos de Blair con una mezcla de
preocupación y esperanza—. No puedo evitar pensar que tal vez no quiere verme más y que para
ella solo fui una aventura pasajera de una noche y...
—¿Te parto la cara por pensar así de mi hermana? —Blair responde con un tono entre enojado
y jocoso, sus cejas arqueadas en una expresión que no deja lugar a dudas sobre su lealtad
familiar.
—Joder, ¿qué quieres que piense? —replico con un suspiro, sintiéndome atrapado en una
montaña rusa emocional— Una noche, eso fue lo que dijimos y yo... La he cagado, ¿verdad? Me
he precipitado al hablar con tu padre antes que con ella.
—Hombre, un poco sí —responde Blair, con un tono que no logra ocultar completamente su
diversión ante mi angustia.
Es como si disfrutara viéndome sufrir, pero de una manera fraternal, si eso tiene algún sentido.
—Pero ella me dijo... —trago saliva, dejando de lado eso, ahora no es el momento— Joder...
¿Ella está bien? —insisto, con una voz llena de ansiedad, necesitando saber que ella no está
herida, que no he roto algo precioso e irremplazable con mis torpes manos.
Por un momento, Blair deja de lado las bromas y la actitud de hermano mayor protector. Sus
ojos se suavizan y asiente con la cabeza, un gesto lento y meditado.
—Está mejor… —confirma, y aunque sus palabras son escuetas, siento un peso enorme salir
de mis hombros.
—Está mejor… ¿Sabes por qué no quiere hablar conmigo? No, espera, ¿mejor? —pregunto
repentinamente aterrorizado— ¿Mejor de qué?
—Ya le bajó la fiebre —añade.
—¿Fiebre? ¡¿Pero qué fiebre?! —estallo, levantándome de la silla, mi preocupación escalando
a nuevas alturas.
Blair me mira con el ceño fruncido, como si acabara de darse cuenta de algo.
—Pero vamos a ver... ¿Desde cuándo no hablas con Kyla?
Capítulo 11
KYLA

—Pasa —digo cuando escucho cómo llaman a la puerta.


Es Blair, mi hermano, quien aparece en el umbral. Viene con una taza en las manos.
—¿Cómo te encuentras? —pregunta con una mezcla de preocupación y curiosidad,
observándome como si intentara leer cada pensamiento que cruza por mi mente.
—No tengo hambre —es lo primero que digo, intentando disuadirlo de cualquier intención de
alimentarme.
La verdad es que la idea de comer algo me resulta tan apetecible como bailar en medio de un
campo de cactus.
—Bueno, a mí eso me da un poco igual. Y a mamá, que es quien me manda, también. Te vas a
tomar el caldo, quieras o no —insiste Blair con esa terquedad que siempre le ha caracterizado.
—Blair… —empiezo, pero me interrumpe antes de que pueda formular una excusa creíble.
—¿Bajo, le echo unos fideos y lo traigo en un cuenco? —ofrece, como si la idea de los fideos
fuera a ser el factor decisivo para que mi apetito se dispare.
—Oh, está bien —digo al final, resignándome. Lo que me faltaba era que me obligaran a
comer todavía más. Pero con Blair, a veces es mejor no discutir.
Sin decir nada más, me entrega la taza cuando me siento en la cama. Se sienta frente a mí,
mirándome de frente, como si intentara descifrar cada uno de mis pensamientos.
—¿Cómo te sientes? —vuelve a preguntar, con un tono un poco más suave esta vez.
—Mejor, aunque todavía me duele el cuerpo —confieso.
La verdad es que me siento como si un tren me hubiera pasado por encima.
—Normal… Debiste coger frío allí —comenta, y no puedo evitar pensar que «allí» se refiere a
esa aventura.
Allí no sé, pero aquí, en este momento, estoy segura de que hace un calor…
Lo sé porque lo siento en la cara. Vamos, que debo haberme puesto roja como un tomate.
Y mi hermano, tonto, no es.
—Joder… Lo mataré —gruñe Blair de repente, y sé que habla de Hunter. Aunque Blair y yo
no hemos hablado del tema, sé que él lo sabe.
En ese momento, como si lo hubiese invocado, el móvil que está en la mesilla de noche vibra
con la llegada de un mensaje. No voy a mirar, no voy a leerlo, sé que es de él. Es como esas
doscientas llamadas perdidas que tengo y que he ignorado.
Un poco exagerada soy, pero bueno.
Sigo bebiendo mi caldo, intentando actuar como si nada pasara.
—¿Tienes… algo que contarme? —pregunta mi hermano con delicadeza, como si caminara
sobre cáscaras de huevo.
Yo suspiro, sabiendo que tarde o temprano tendré que abrirme con él. Después de todo, Blair
siempre ha estado ahí para mí, incluso en los peores momentos.
—Ya lo sabes —le digo, mirándolo a los ojos, buscando en ellos alguna señal de comprensión.
—Sí, lo sé. Pero quiero que me lo cuentes tú —insiste Blair.
—Yo… No quiero hablar de ello —respondo, cerrándome en banda.
No estoy lista para abrir esa caja de Pandora, al menos no todavía.
Blair se queda un momento en silencio, como si estuviera evaluando sus próximas palabras
antes de volver a hablar.
—¿Te ha hecho daño, Kyla? —pregunta, finalmente, con un tono que revela más
preocupación que acusación.
Frunzo el ceño al entender su pregunta. ¿Cómo puede pensar eso de Hunter?
—No, ¡por dios! ¿Pero qué clase de pregunta es esa, Blair? Joder, es tu mejor amigo, ¿cómo
puedes pensar así de él? —le reprocho, sintiéndome un poco traicionada por su desconfianza.
Mi hermano pone los ojos en blanco, claramente frustrado.
—Esa boca —se queja—. Y no he pensado nada malo, solo te estoy preguntando qué ha
ocurrido. Porque es evidente que si tú estás mal, es porque algo te ha hecho daño.
—¿Lo has visto? —pregunto entonces, cambiando el tema.
No quiero pensar en Hunter, pero la curiosidad me puede.
—Sí —confirma Blair, y yo no puedo evitar sentir un vuelco en el corazón.
—Ah… —digo, evitando preguntar cómo está, aunque en realidad me muero por saberlo.
Mi hermano enarca una ceja, claramente leyéndome como un libro abierto.
—¿Me lo vas a contar, Kyla? —me corta, impaciente.
—No hay nada que contar —digo con firmeza, aunque por dentro siento que todo se
desmorona.
—¡Y una mierda que no! —exclama Blair, exasperado.
—No hay nada que contar —repito, intentando convencerme a mí misma más que a él—. Solo
ocurrió algo entre nosotros que se quedará en eso, un desliz y ya. ¿Por qué darle tantas vueltas?
—Pues no lo sé, ¿quizás porque estás enamorada de él? —suelta Blair, para mi sorpresa.
Debería horrorizarme por lo que ha dicho, pero no lo hago. Mis ojos, sin poder evitarlo, se
llenan de lágrimas. Joder, porque sigo enferma, sigo mal y yo… Yo…
—Lo quieres, ¿verdad? —pregunta mi hermano con dulzura.
Asiento con la cabeza, no soy capaz de mentirle. No quiero hacerlo. A él no.
—¿Desde cuándo? Y no, no me mires así. Era evidente, Kyla —sonríe con comprensión—.
¿Entonces por qué…?
—Soy un error, ¿no? —mi hermano frunce el ceño—. ¿No fue eso lo que te dijo? Fui un
maldito error.
Veo el momento en que mi hermano entiende de lo que hablo, el momento en que revive,
mentalmente, ese recuerdo.
—Oh, dios mío… —gime Blair, comprendiendo finalmente la magnitud de mi dolor.
Capítulo 12
KYLA

—Es Navidad... —dice mi hermano cuando me ve bajando las escaleras.


Me paro un momento, agacho la cabeza y me miro, consciente de mi atuendo poco festivo.
—¿Y? —pregunto, alzando la mirada hacia él con cierto desafío.
No estoy de humor para sermones sobre la vestimenta adecuada para las festividades
—Estoy enferma —le recuerdo.
—Lo estabas, ahora lo que estás es depresiva, mal de amores se llama —resoplo y él suspira.
Pienso que hablará en serio, pero…— ¿Necesitas dinero? Si es así, solo tienes que pedírmelo —
comenta Blair, observándome de arriba abajo con una mezcla de humor y desaprobación.
—No te metas con mi pijama de patos —le advierto, cruzando los brazos sobre el pecho. Ese
pijama es mi refugio de comodidad y no estoy dispuesta a tolerar críticas al respecto.
Además, me trae muy buenos recuerdos.
Pero a él le gustaba quitártelo, me recuerda la voz de mi cabeza.
Ya…
—No se me ocurriría —dice Blair con una ironía que prácticamente puedo tocar—. Pero joder,
al menos lávalo que llevas con él desde que llegaste de viaje.
Exagerado… Tampoco es para tanto.
Bueno, tal vez un poco...
Con un gesto dramático, cojo el chaleco por la axila y lo huelo.
—No huele —declaro, satisfecha con mi comprobación.
Mi hermano pone los ojos en blanco, claramente no convencido.
—Estás con gripe, la que no huele eres tú —resopla—. Al menos te has estado duchando, ¿no?
—no contesto y él resopla— Un día desaparecerá —añade en un tono amenazante, refiriéndose a
mi querido pijama.
No a la gripe. Esa sí que parece haberse encariñado conmigo y no muestra signos de querer
dejarme. Aunque estoy mejorando, no puedo negar que he pasado unos días horribles.
—Te dejo eunuco antes —le advierto.
Él se ríe y se encoge de hombros, tomando mi comentario a la ligera.
—No quiero tener hijos, tampoco me importa. Ven aquí —dice cuando termino de bajar las
escaleras.
Llego hasta él y, con un gesto fraterno, me pone el brazo alrededor de los hombros, dándome
ese apoyo silencioso que tanto he necesitado estos días. En momentos como este, a pesar de
nuestras diferencias y bromas, no puedo evitar sentirme agradecida por tener un hermano como
Blair.
—¿Soportas el olor? —refunfuño, medio en broma, medio en serio, consciente de que mi
pijama de patos y yo no somos precisamente una fuente de aromas navideños.
Blair me da un beso en la cabeza, un gesto que disipa cualquier tensión que pudiera haber
entre nosotros. Comenzamos a caminar en dirección al salón, donde nuestros padres nos esperan
para la cena de Navidad.
—Por mi hermana favorita, lo que sea —responde Blair con una sonrisa, demostrando que a
veces puede ser realmente dulce.
—Soy la única que tienes —le recuerdo, no pudiendo evitar el tono sarcástico.
—Menos mal —gime él, en un tono que no logro descifrar si es de alivio o resignación.
Le doy un codazo juguetón en las costillas y, después de quejarse dramáticamente, se echa a
reír. Justo cuando pensaba que podíamos continuar hacia la cena sin más incidentes, Blair se
detiene justo antes de entrar al salón.
—Por cierto, peque… —dice, poniendo sus manos en mis hombros y mirándome de frente.
Esa expresión seria en su rostro me pone en alerta.
Uy.
Uy, uy, uy…
Cuando Blair usa ese apelativo cariñoso, algo grande se avecina.
—Me quieres, ¿verdad?
La pregunta me toma por sorpresa. La ha liado, y parece que bastante.
—¿Qué has hecho? —pregunto, intentando ocultar la preocupación en mi voz.
—Contesta a la pregunta… —insiste él, esquivando por el momento mi cuestión.
—Sí, te quiero —respondo con los ojos en blanco, aún a la espera de su confesión—. ¿Qué has
hecho?
—Salvarte el culo, así que recuérdalo, ¿vale? —dice entonces, y sin darme tiempo para
procesar sus palabras, abre la puerta del salón y me empuja ligeramente para que entre.
Y entonces lo veo, allí.
Y, claro, está guapísimo, como sacado de una de esas revistas en las que los modelos parecen
más ficticios que reales.
Lo miro un instante, lo justo y necesario para que mi cuerpo reaccione como si hubiera tocado
un cable pelado: escalofríos, mariposas en el estómago, el corazón acelerado.
Y, sin decir nada, sin una palabra, doy la vuelta sobre mis talones, como una bailarina en un
escenario imaginario. Pero, oh sorpresa, ahí están mis padres, en la puerta de la cocina, con esas
sonrisas cómplices que tanto detesto.
Vamos, eso solo puede significar una cosa: mis padres también están en el ajo, ¿verdad? Que
todo ha sido una encerrona, una trampa bien orquestada por todos ellos.
Despellejaré a mi hermano, lo juro por lo más sagrado. Voy a convertir su vida en un capítulo
de una serie de terror cómica.
—¡Kyla, espera! —exclama Hunter.
Pero yo no tengo intención de esperar ni un segundo más y ya estoy subiendo las escaleras con
la velocidad de una gacela perseguida por un león. Claro, considerando mis mini piernas al lado
de las suyas, que son más largas que un día sin pan, no tarda nada en llegar a mi lado y cogerme
del brazo con suavidad pero firmeza.
—Kyla…
—Hunter, ahora no es el momento —digo con toda la tranquilidad del mundo, o al menos con
toda la que soy capaz de aparentar, teniendo en cuenta el estado de agitación en que me
encuentro.
—Nena … Necesito hablar contigo, por favor —insiste, con esa voz que podría derretir hasta
el hielo de la Antártida.
Nena dice…, pienso amargamente.
—No me llames nena —gruño, intentando sonar amenazadora, pero probablemente sonando
más como una cría haciendo un berrinche—. No soy tu nena.
Sí, he sonado como una cría. Pues sí, querida lectora, es lo que hay. Actuación de niña
pequeña, les presento a Kyla en su gran debut.
Entro en mi cuarto con la gracia de un elefante en una tienda de porcelana y, por supuesto, él
me sigue.
—¿Se puede saber por qué huyes de mí? —pregunta.
—No estoy huyendo de ti —miento descaradamente, porque vamos, es obvio que es lo que
acabo de hacer.
De libro, huida nivel experto.
—¿Entonces qué ha sido eso, Kyla? —se pasa las manos por el pelo con un gesto de
exasperación—. Estás actuando como una cría.
Y tiene razón, no se lo puedo negar. Pero, ¿quién no ha tenido un momento de inmadurez en
su vida?
Si la vida fuera un juego, esa sería mi carta de «comodín de adolescencia».
—Me siento mal, Hunter, y te juro que lo que menos quiero ahora, para lo que menos tengo
fuerzas, es para hablar contigo —explico, con un hilo de voz que delata mi cansancio emocional.
Y físico.
—¿Por qué? —pregunta, dejando salir todo el aire de sus pulmones como si fuera un globo
desinflándose.
Me siento en la cama, mirándolo. Sí, está guapísimo, con esa apariencia de galán de cine que
siempre lleva como si fuera su segunda piel.
Pero, ¿y esas ojeras? ¿Será por mí? ¿Por nosotros?
¿O es solo que se ha pasado viendo series hasta tarde?
—¿Estás bien? —las palabras se me escapan de los labios antes incluso de que mi cerebro dé
su visto bueno.
Maldita sea, soy un desastre ambulante en situaciones como estas.
Y cuántas situaciones como estas has vivido, ¿eh, Kyla?
Pues ninguna, la verdad. Soy más novata en esto que un pingüino en el desierto.
Entonces, hija mía…, la voz en mi cabeza, esa especie de yo-consejera que parece tener
siempre una opinión para cada cosa, rueda sus ojos imaginarios.
Es como tener a una madre virtual en mi cerebro, siempre dispuesta a recordarme lo poco
preparada que estoy para las complejidades del amor y las relaciones.
Me imagino a esa voz con un delantal, agitando una cuchara de madera en el aire, como si
estuviera cocinando consejos en vez de galletas. «Kyla, hija, cuándo vas a aprender», parece
decir, mientras yo me encojo de hombros internamente, aceptando que en el juego del amor soy
más bien una principiante con demasiado miedo de perder fichas.
Pero, ey, ¿quién necesita experiencia cuando tienes un caos emocional tan grande que podría
competir con una telenovela de las tres de la tarde?
Exacto, nadie.
Así que aquí estoy, intentando navegar en un mar de sentimientos complicados, con un barco
que tiene más agujeros que un queso suizo.
¡Aventura en el amor, aquí vamos!
—¿Que si estoy bien? —su risa amarga resuena en la habitación, llenándola de una melodía
triste y rota— No, nena. No estoy bien…
—No me llames…
—¿Por qué no? ¿Por qué solo ibas a serlo durante una noche? —interrumpe, con un tono que
revela más dolor del que esperaba escuchar.
Aprieto los dientes, decidida a mantener mis razones encerradas en mi propio fuerte de
secretos. No necesita saberlas. No tengo por qué explicarle nada. Porque, además, no tengo
derecho a pedirle explicaciones sobre lo que siente.
Para él, yo fui un error, un desliz, tiene todo el derecho del mundo a sentirse así. Y yo, bueno,
yo no tengo ningún derecho a reprocharle nada.
Una noche, solo eso era el trato.
Y joder, lo he pasado mal estos días mientras me metía eso mismo en la cabeza. Porque sí,
porque soy una maldita idiota que, en algún rincón secreto de mi corazón, pensó que, tal vez,
solo tal vez, las cosas podrían haber sido diferentes.
Que tal vez había algo más, algo que no fuera solamente esa noche, ese acuerdo tácito que no
se pronunciaba, pero que estaba ahí, flotando entre nosotros como una nube cargada de lluvia
que nunca llega a caer.
Pero no, no era así.
—Sí, por eso —miento de nuevo.
—Entiendo… —asiente con la cabeza— ¿Eso es lo que quieres? ¿Que olvidemos todo lo que
pasó y nos comportemos como si nada hubiese ocurrido? —pregunta, y su voz suena tan rota que
por un segundo me siento como la peor persona del mundo.
—Sí —vuelvo a mentir, con la garganta seca y el corazón tan pesado que parece que en
cualquier momento se me va a caer a los pies—. ¿No era eso en lo que quedamos?
—Sí, maldita sea. En eso quedamos —su voz se quiebra, y por un segundo parece vulnerable,
humano, real—. A eso accedí pensando que tú no... —pero entonces cierra la boca bruscamente,
como si se hubiera dado cuenta de que estaba a punto de revelar demasiado—. ¿Y en el trabajo?
—cambia de tema.
—Siempre nos hemos llevado mal —me encojo de hombros, intentando parecer indiferente,
como si todo esto fuera solo un juego y yo una jugadora hábil—. ¿Qué problema hay?
Él se ríe, pero su risa es irónica, y a pesar de todo lo hace lucir guapísimo. Es como si incluso
su dolor le sentara bien. Y ese traje gris marengo, ¡Dios mío! Le sienta a las mil maravillas,
como un guante hecho a medida, destacando cada línea y curva de su cuerpo atlético. Se ha
vestido muy elegante para la cena, como un príncipe de cuento moderno que, de alguna manera,
ha perdido su corona en algún rincón del camino.
Igualito que yo…
Aunque mi «elegancia» es más bien un intento desesperado por parecer que todo está bajo
control, cuando en realidad por dentro estoy más desorientada que un GPS sin señal.
—¿Y lo que me dijiste antes de salir del coche cuando volvimos, cuando aparqué en la puerta
de tu casa? —pregunta él.
—Quiero más, Hunter —había dicho yo, aquella noche en el coche, con una voz temblorosa
pero decidida, sin ser capaz de mirarlo directamente. El corazón me latía como un tambor
desbocado en mi pecho—. Mentí desde el principio, sabiendo en lo más profundo de mí que
querría más, que una noche no sería suficiente.
—Kyla…
—Solo quería que lo supieras —lo había interrumpido entonces —. Como quiero que sepas
que jamás te pediré nada más ni te reprocharé nada. Puedes estar tranquilo. Soy consciente de
las reglas del juego y jugué sabiendo las consecuencias.
—¡Bienvenidos a casa! —había exclamado mi hermano, irrumpiendo en la escena como un
tornado inesperado, abriendo la puerta del copiloto donde yo me encontraba.

No contesto, y él suspira pesadamente. Ni siquiera lo miro…


—¿Es eso lo que quieres, Kyla? ¿De verdad es eso lo que quieres? —Hunter me lo pregunta
de nuevo, enfatizando cada palabra. Es como si me estuviera dando una oportunidad de oro para
arrepentirme de mis palabras, para reconsiderar lo que estoy diciendo.
Él está tenso, y tiene las manos apretadas en puños a cada lado de su cuerpo. Puedo ver los
músculos de sus brazos tensarse, una muestra física de la tormenta emocional que debe estar
azotando su interior.
—Sí —digo, mirándolo de nuevo a los ojos, intentando sonar todo lo segura que puedo.
Mi voz, sin embargo, suena más como un murmullo que como una afirmación rotunda.
—Ya veo... —responde él, y su voz tiene un matiz de resignación que me hace pensar en un
guerrero a punto de rendirse.
Es en ese momento cuando creo que se va a ir, que va a darse la vuelta y salir de mi
habitación, dejando un vacío más grande que el que había antes. Y que aquí, en este preciso
instante, se va a terminar todo.
El fin de una historia que nunca llegó a ser escrita del todo.
Y por Dios que no quiero que se vaya. Pero jamás lo sabrá…
—Pues tenemos un problema, Kyla —dice entonces, para mi sorpresa, rompiendo el guion que
había formado en mi cabeza.
Frunzo el ceño, confundida.
¿De qué demonios está hablando?
—Porque eso no es lo que yo quiero.
Capítulo 13
HUNTER

Horas antes, en una llamada telefónica…


Tú, pedazo de subnormal. ¿Tengo que darte clases de cómo no joderla con una mujer?
¡Joder, tío, más cenutrio y no naces!

En el presente…
Veo cómo Kyla pestañea, desorientada y sorprendida por lo que acabo de decir.
Ay, nena…, pienso, mientras una parte de mí se retuerce, incómoda pero esperanzada, como
un gato en un tejado caliente, sin saber muy bien dónde poner la pata.
—¿Qué quieres decir? —pregunta con una voz en la que se mezcla la confusión y una chispa
de algo más.
¿Esperanza?
—Lo que he dicho. Tenemos un problema —cojo la silla de su escritorio, una de esas sillas
que parecen sacadas de una película de detectives, y la coloco frente a él, manteniendo una
distancia prudente pero significativa.
Me siento y la observo un instante antes de hablar.
Necesito mirarla, necesito absorber cada detalle de ella porque, joder, la he echado mucho de
menos. Han sido pocos días, pero se han sentido como una eternidad.
No tenía dudas de lo que ella significa para mí, pero, ¿sabes? No supe, hasta ese momento en
el que creí que la podía haber perdido incluso antes de tenerla, todo lo que ella significaba para
mí.
Por fin la tengo cerca, tan preciosa como siempre. Aunque se nota cansada. Imagino que
seguramente siga teniendo dolor, tal vez un malestar persistente que se niega a abandonarla. Se le
nota en los ojos, esos ojos que solían ser tan vivaces y ahora parecen llevar una carga de tristeza
y fatiga.
No está bien, es evidente, pero incluso en su cansancio, sigue estando preciosa.
—Porque lo que tú quieres, no es lo que yo quiero —aclaro.
Ella sigue con el ceño fruncido y yo lucho contra el impulso de levantar la mano y alisar esa
pequeña arruga entre sus cejas.
—No entiendo —dice, y su voz suena como un hilo frágil a punto de romperse.
—¿Qué no entiendes? —le pregunto con suavidad.
—Lo que… —carraspea, claramente luchando por encontrar las palabras— ¿Qué quieres
decir?
Abro las piernas, me inclino hacia adelante, y la miro con intensidad, intentando transmitirle
cada emoción que me atraviesa, como si pudiera pasarle mis sentimientos a través de la mirada.
—Que no voy a olvidar nada, Kyla. Ni la primera vez que te toqué, ni el primer beso que nos
dimos y, mucho menos, la primera vez que fuimos uno —poco a poco, va abriendo los ojos más
y más, parece que finalmente está entendiendo —. No voy a olvidar nada, nena. ¿Sabes por qué?
—niega con la cabeza— Porque no quiero —digo con sinceridad—. No quiero olvidar las veces
en las que he sido más feliz, las veces en que el mundo parecía un lugar perfecto.
—¿De qué estás hablando? —pregunta, con los labios temblorosos y los ojos llenándose de
lágrimas.
—Tergiversaste la conversación —me siento más recto, pero más al borde de la silla—. «¿Mi
hermana ha sido un error?», eso fue lo que me preguntó tu hermano en la llamada telefónica que
tuvimos. «No, joder», respondí yo, al otro lado del teléfono. «No contarte antes lo que sentía por
ella lo fue».
—Hunter… —me mira con los ojos llorosos, y una lágrima cae por su mejilla.
No puedo controlarme y me acerco, cojo su rostro con las manos y limpio las lágrimas con
delicadeza.
—Puedes preguntarle a tu padre y a tu hermano si no me crees, pero la misma noche que
llegamos, hablé con ellos y les dije lo que sentía por ti. Lo hice mal, lo sé, y lo siento —digo
entonces, con un nudo en la garganta y el corazón en un puño, mientras recuerdo aquella noche,
las palabras torpes y precipitadas que utilicé—. Tenía que haberlo hablado antes contigo, haberte
consultado… —añado, sintiendo una mezcla de arrepentimiento y ansiedad.
—¿Por qué lo hiciste? —veo la confusión en su mirada, como un mar de dudas y preguntas sin
respuesta— Yo pensé que… —traga saliva, buscando las palabras, quizás luchando con sus
propios sentimientos— No me hablaste en todo el viaje, Hunter. ¿Sabes cómo me sentí? ¿Sabes
todo lo que imaginé? —sus ojos se llenan de un brillo especial, una mezcla de tristeza y
reproche.
Sí, Blair me lo contó…
Mi mente vuelve a aquel momento, a las palabras de Blair, a todo lo que había ignorado.
—Lo siento —digo de nuevo, y de verdad lo hago—. Ya tu hermano me echó la bronca, pero
aceptaré que me la eches de nuevo —intento bromear, pero no funciona.
Suelto su cara y cojo sus manos, esas que descansan sobre sus piernas, buscando alguna
conexión, algo tangible en este mar de emociones.
—Esperaba tener más tiempo contigo —esa es la verdad—. Pensé que podríamos pasar, tal
vez, otra noche así, juntos. No sabía cómo pedírtelo, y no lo hice. Así de torpe soy cuando de ti
se trata —reconozco un poco avergonzado, reviviendo cada instante, cada segundo perdido. Me
pasé el camino a casa pensando en cómo hacerlo: hablar con tu padre, con tu hermano…
Contigo. Cuando me di cuenta, estábamos delante de tu casa, contigo abriéndome tu corazón y el
gilipollas de tu hermano interrumpiéndonos —resoplo y ella ríe, nerviosa, un sonido que es como
música para mis oídos. Le doy un apretón a sus manos antes de continuar—. Pensé que les debía
a tu padre y a tu hermano una explicación y la verdad, actué, pensando hablar contigo después,
cuando me dieran el visto bueno.
—¿Y si no te lo hubieran dado? —pregunta ella, con una voz que es casi un susurro, cargada
de incertidumbre.
Resoplo.
—Los habría mandado al carajo, te habría cogido, te habría secuestrado y te habría llevado
lejos. Conmigo —y no es muy mentira, eh…
Es como esos planes locos que se te ocurren cuando estás desesperado, cuando te sientes
acorralado por tus propios sentimientos.
Ella, por primera vez desde que la he visto hoy, ríe. Y joder, siento cómo se me calienta el
corazón.
—No entendía nada, Kyla. Por qué no respondías a mis mensajes o llamadas. Por qué no sabía
nada de ti. Me estuve volviendo loco, joder. No podía ni dormir. ¿Cómo demonios me iba a
imaginar lo que había pasado? ¿Que ibas a malinterpretar una llamada telefónica con tu hermano
solo escuchando una frase? —mis palabras saliendo atropelladamente.
—¿No crees que estás exagerando? —pregunta, riendo nerviosa, pero veo en sus ojos que
empieza a entender.
—No, nena —digo, solemnemente—. He creído morir y no exagero —cada palabra es una
verdad cruda, desnuda, expuesta ante ella.
—Hunter, hasta hace unos días no me soportabas —hay un tono de incredulidad en su voz,
como si aún no pudiera encajar todas las piezas del rompecabezas.
—Tú tampoco a mí, nena… —le recuerdo, bromeando de nuevo. Entonces suspiro—. No
soportaba desearte, Kyla. No podía mirarte y saber que no podía tocarte. He vivido un infierno
por años. Pero no se compara a estos últimos días. Tenerte para perderte otra vez… —siento que
me duele el pecho de recordarlo—. La voy a cagar, muchas veces. Yo… Soy nuevo en esto. Pero
por favor, ayúdame a que esto funcione. Y si la cago… Pues no sé, haz lo que creas para
castigarme. O que me castigue tu hermano. Pero no vuelvas a hacerme esto, Kyla. No
desaparezcas de mi vida así otra vez —le suplico.
Levanto las manos y limpio las lágrimas que, sin control, caen, de nuevo, por sus mejillas.
—No llores nena, no lo soporto —digo, y siento que mi voz tiembla un poco.
—¿Qué me estás pidiendo exactamente, Hunter? —pregunta con suavidad.
¿No es evidente?
Pues no, Hunter, no lo es, dice la voz de mi cabeza. Joder, sigue siendo claro y di todo de una
vez, no te guardes nada.
Voz, ¿estás llorando?
¡Continúa!, exclama ella.
—Una oportunidad —le digo entonces, con el miedo atenazándome, como si estuviera en la
cuerda floja, a punto de caer al vacío—. Sin tiempo límite —añado, lanzando todas mis cartas
sobre la mesa, dejándolo todo al descubierto, vulnerable y expuesto.
Llorando, y riendo a la vez, Kyla asiente con la cabeza. Siento que yo también voy a llorar
entonces. Cojo su cara entre mis manos y la beso.
Con desesperación.
Con miedo.
—Te quiero, nena —las palabras salen de mi boca con una naturalidad sorprendente, como si
hubieran estado allí, esperando el momento perfecto para ser dichas, y joder, se siente tan bien
decirle eso…
—Yo también —ríe entre lágrimas.
—Ahora sí que no vas a poder tirar ese maldito pijama —suelto entonces, justo cuando
termino el beso, intentando volver al humor para aligerar el momento.
No, ese pijama es demasiado importante para nosotros…
Kyla suelta una carcajada al escucharme y yo…
Yo la callo con un beso.
Epílogo
KYLA

Y así, querida lectora, comienza la historia de amor de Hunter y Kyla, una pareja única en su
especie.
La de ellos, como las relaciones de cualquiera, está repleta de altibajos, momentos de enfados,
episodios tensos y, por supuesto, esas peleas que bien podrían formar parte de una telenovela
dramática, aunque nunca faltan esos toques cómicos que les son tan característicos.
Pero, ¿sabes qué?
No hay ni una sola noche en que duerman separados, ni siquiera cuando la pelea del día es tan
épica que bien podrían vender los derechos a Hollywood. Ellos, como dos piezas de un
rompecabezas complicado, pero perfectamente encajado, se apoyan incondicionalmente y están
siempre ahí, el uno para el otro, dispuestos a darlo todo, sin temor a mostrar esos verdaderos
sentimientos que a veces nos cuesta tanto sacar a la luz.
Y lo siguen haciendo, día tras día, con una pasión que ni el mejor de los poetas sabría describir
con justicia.
Y eso, mi querida lectora, es todo lo que importa, ¿no te parece?
En un mundo donde todo parece efímero, encontrar ese anclaje en otra persona es como
descubrir un tesoro en medio del océano. Este año, como cada uno antes, celebran la Navidad y
su aniversario, dos fechas llenas de significado y recuerdos que, sin lugar a dudas, añaden más
páginas doradas a su libro de amor.

—¡Kyla!
Sonrío al instante cuando escucho la voz de Hunter. Es como una melodía que siempre me
hace feliz, sin importar el día o la hora. Cierro mi diario, ese compañero de secretos y
pensamientos, y lo dejo cuidadosamente sobre la mesa.
—Nena, ¿dónde estás?
Su voz se acerca, y yo no puedo evitar sonreír aún más. Es increíble cómo después de tanto
tiempo, él sigue teniendo ese efecto sobre mí. Al verlo, confirmo lo que siempre pienso: está
guapísimo. Cada día parece superarse a sí mismo en ese aspecto, y para mí, eso es un hecho que
nunca cambiará.
Es lo que hace el amor, ¿no crees? Transforma a la persona que tienes delante en el ser más
maravilloso del mundo, día tras día.
—Dios, nena... —dice él, mi maravilloso marido, acercándose a mí con pasos rápidos para
envolverme en un abrazo que me roba el aliento— Te eché de menos.
Me río ante su comentario, porque aunque suene exagerado, sé que lo dice en serio.
—Hace dos horas que me viste —le recuerdo, todavía sonriendo. Había salido un poco antes
de la oficina porque tenía que poner punto final a un nuevo proyecto que me tenía bastante
ocupada.
Ya soy su igual en el trabajo. Y no, no crean que es por enchufe o favoritismo, me lo he
ganado a pulso, con esfuerzo y dedicación. Porque, a ver, te puedo asegurar que Hunter no me lo
ha puesto nada fácil, por más que fuéramos pareja. En la oficina, él es todo profesionalismo y
rigor, y eso me ha exigido subir mi nivel.
Y, sinceramente, se lo agradezco. Porque he aprendido del mejor. Ahora, mi padre puede
confiar plenamente en mí, sabe que estoy más que preparada para enfrentar cualquier reto que se
presente en el negocio.
Aunque, claro, no para ocupar su lugar. Eso es algo que está reservado para Hunter. Él será
quien tome las riendas en el futuro, y tanto Blair como yo estamos de acuerdo.
Se lo merece más que nadie.
Pero yo estaré a su lado, como su igual, como su compañera en cada decisión y cada paso que
demos juntos. Es una especie de equipo perfecto, donde cada uno aporta sus fortalezas para hacer
que todo funcione a la perfección.
—Dos horas es una eternidad —responde él, separándose un poco para mirarme a los ojos.
Luego, sujetándome con fuerza por la cadera, me planta un beso de esos que me hacen olvidar
dónde estoy.
—Joder, es tocarte y me pongo duro. ¡No! Vivo en una constante erección, nena. Moriré a este
ritmo —exclama, haciendo una mueca exagerada.
—Serás tonto —le digo, golpeando su hombro con mi mano, pero no puedo evitar reírme al
ver su cara fingiendo dolor—. No te preocupes, a partir de ahora tendremos menos tiempo para
nosotros.
Él frunce el ceño, claramente preocupado y desconcertado por mis palabras.
—¿De qué estás hablando? —no le ha gustado ni un pelo, es evidente.
—Decido jugar un poco con el misterio, haciendo una pausa dramática antes de revelar la
noticia—. De que a partir de ahora… —extiendo mi mano hacia atrás, buscando a tientas sobre
la mesa hasta que encuentro lo que necesito. Con una sonrisa, le muestro el objeto— Tendré que
compartirte. ¡Feliz aniversario! ¡Y feliz Navidad!
Hunter me mira, luego al test de embarazo en mi mano, y de nuevo a mí. Su expresión es un
cóctel de sorpresa, incredulidad y emoción.
—Oh, joder… —murmura, con los ojos como platos.
—Felicidades, papá —susurro, emocionada y con un nudo en la garganta.
—Oh, dios mío… —sus ojos se llenan de lágrimas, y de repente su expresión se transforma en
una de pura alegría— ¡Tengo que comprar un mini pijama de patos!

Y en este momento, querida lectora, es cuando nos damos cuenta de que la vida, con todas sus
sorpresas y giros inesperados, es en realidad una novela en la que somos tanto autores como
protagonistas.
Así, desde nuestra perspectiva privilegiada, nos sumergimos de nuevo en la historia de Hunter
y Kyla y estamos ahí con ellos, en espíritu, brindando por su felicidad y la nuestra.
Así que, ¡salud!
¡Por Hunter y Kyla, y por todas esas historias de amor que nos hacen suspirar, reír y, a veces,
llorar!
¡Felices fiestas!
Que sean días llenos de amor, risas y esos pequeños momentos mágicos que, al final del día,
son los que realmente importan. Sé feliz, querida lectora, al fin y al cabo, para eso estamos aquí.
Para encontrar la felicidad en los rincones más inesperados y compartirla con aquellos que
amamos.
¡Besos y más besos!
Y no olvides, la vida es una novela, asegúrate de hacerla apasionante.
Vega Manhattan
NOVELAS
Vega Manhattan

01 — Emmanuel
02 — Huyendo del príncipe azul
03 — Ódiame... Pero quédate conmigo
04 — Una propuesta arriesgada (Propuesta 1)
05 — Una propuesta peligrosa. La historia de David (Propuesta 2)
06 — En las manos del Duque
07 — Siempre fuiste tú (FBI 1)
08 — Nunca imaginé que fueras tú. La historia de Noah (FBI 2)
09 — Siempre serás tú. La historia de Alan (FBI 3)
10 — La seducción del Highlander
11 — ¡No lo hagas! La organizadora de bodas
12 — Para mi desgracia, mi jefe
13 — Todo por sentir
14 — Toda una vida
15 — Un lugar para refugiarse
16 — No callaré para siempre
17 — Cambiaste mi vida
18 — Sin mirar atrás
19 — Te protegeré siempre (FBI 4)
20 — Mi lugar eres tú (Relato Navideño)
21 — Prometo no amarte hasta que el pacto nos separe
22 — Cupido. ¡La madre que te parió!
23 — Lo que provocas en mí
24 — Un hermanastro por Navidad
25 — Tengo ganas de ti
26 — Jefe, ¡que te den!
27 — Un regalo de NAVIDAD para ti (Novela corta)
28 — ¡Por qué no te callas!
29 — Raven. Serie La Mansión 1
30 — Rain. Serie La Mansión 2
31 — Romeo. Serie La Mansión 3
32 — Un jefe por Navidad (Novela corta)

Próximamente
33 — Raider. Serie La Mansión 4

Recopilaciones
—Serie Propuesta
—Serie FBI
—Recopilación Relatos navideños

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy