Abby Bilogía Completa - Sarah Rusell
Abby Bilogía Completa - Sarah Rusell
Abby Bilogía Completa - Sarah Rusell
Para esa ocasión cogí uno rojo de tirante fino, con la falda de
mucho vuelo, de modo que con cada movimiento el aire la
meciera. Además, llevaba una apertura lateral sobre el muslo
derecho. Los patines estaban forrados con esa misma tela roja,
y como no podía ser de otra manera, el maquillaje era
precioso. Tonos claros de base para dar un bonito color rosado
a mis mejillas, resaltando con una sombra de ojos rojo el azul
de mis iris. La oscura melena la había recogido, entrelazando
pequeñas flores rojas.
—No.
—¿Entonces?
Mis padres y Fanny nos siguieron hasta allí, Max iba conmigo,
cogiéndome la mano mientras lloraba diciéndome que lo
sentía, que sentía haberme dejado caer.
Boston, en la actualidad
A mis padres les dije que era camarera por las noches en el
local de copas de un amigo de Liam y noté el alivio en sus
rostros al saber que, no solo iríamos más desahogados todos
los meses, sino que tenía ilusión por hacer algo con mi vida
después de aquellos cuatro duros años que había sufrido.
La vida era así, una constante noria que giraba dando vueltas,
y vueltas, llevándonos a situaciones que trastocaban nuestros
planes para siempre.
Mis padres tenían a Fanny como si fuera hija suya. Ella, que
era hija de un sueco pelirrojo del que se enamoró su madre,
decidió quedarse en Boston cuando ellos se marcharon a
Suecia. Fanny tenía dieciocho años y dijo que no pensaba
cambiar el lugar en el que había nacido y donde tenía su vida y
a sus amistades, por mudarse a una casa en mitad del campo.
Allí solo íbamos en verano a pasar unos días, a modo de
desintoxicación de la ciudad.
—Bien.
—Siempre que tú me acompañes el sábado, por supuesto —
sonrió batiendo las pestañas.
Julia era la más pequeña de las tres. Tenía veintitrés años, una
melena rubia ondulada que brillaba como el oro, y unos ojos
azules de lo más claros. Yo solía decirle que era mi vampira
particular, porque tenían ese tono casi cristalino. Medía metro
cincuenta y cinco y era muy simpática y cariñosa, en realidad,
las dos lo eran.
—Allí os espero.
Decía que me había quedado con las mejores horas para mis
shows de baile, y no soportaba que no hiciera pases privados,
aunque al no hacerlos no me llevara tan generosas propinas
como ella y las demás.
—Muchas gracias.
—Me temo que sí. Todo lo que ese hombre quiere, lo acaba
consiguiendo.
—Espera, ¿eso quiere decir que me quiere a mí? —pregunté
unos segundos después, tras analizar la frase.
—Quizás, sí.
—¿De verdad has pagado por una sala privada, para bailar
pegado a mi culo? —de nuevo una risa.
—Gracias, supongo.
—Espera, tu propina.
—No es necesario.
¿Qué había pasado en ese sofá? ¿Por qué me dejé llevar así? Si
no fuera porque tan solo había bebido agua de la nevera de mi
camerino, habría jurado que me habían cambiado la bebida.
Entré en el camerino a cambiarme, me desmaquillé, como
siempre, y pasé por el camerino de Julia y Trixie para
despedirme de ellas.
—No sabes las ganas que tengo de follarte desde hace años, y
te aseguro que, tarde o temprano, lo conseguiré.
—Antes me mato.
—No seas tonta, sabes que conmigo podrías tener todo lo que
tiene ella —dijo, refiriéndose a la futura esposa de mi ex.
—Veamos qué has traído. Voy a llamar a Mary, para que nos
eche una mano.
—Y yo, qué habría sido de mis niños sin la ayuda del padre
Henry.
Como no le gustaba que fuera con las manos vacías, pasé por
su cafetería favorita, por ese café helado que tanto le gustaba,
al que añadía una pizca de canela y vainilla.
—Gracias.
Me conocían todas desde hacía tiempo, por eso podía
pasearme por la trastienda como si estuviese en mi casa.
—¿Qué has dicho? —gritó, con los ojos muy abiertos— Pero,
si Enzo te aseguró que nunca tendrías que hacerlos.
—¿Admirador? —reí.
—Te diré, si ha estado intentando que le hagas un pase privado
durante meses, eso en Suecia se llama admirador, cariño —
arqueó la ceja.
Loreta, no, obviamente, ella nos miraba a las tres por encima
del hombro.
—¿Yo? Nada, ella sí. Dice que una enredadera con flores me
quedaría bien.
Era una gran rama con pequeñas flores de cerezo que iban
desde su cadera izquierda, hasta el hombro derecho.
Trixie fue la primera en salir esa noche, mientras que Julia, fue
a una de las salas para un pase privado que habían concertado
la noche anterior.
—No es de tu incumbencia.
—No quiero que esta mojigata haga pases privados, Enzo. Ella
no iba a hacerlos.
—No, pero…
—No —reí.
—No la quiero.
Hacía dos años que trabaja con ella y aún seguía yendo con
pies de plomo con esa mujer, sabía que, cuando menos lo
esperara, me la jugaría.
Enzo regresó en apenas unos minutos, dejó el sobre en mi
tocador y, tras un beso en la mejilla, se marchó.
“Te espero”.
Capítulo 7
Tragué con fuerza, cerré los ojos por unos segundos, y le miré.
De nuevo se cubría el rostro con un antifaz, me sostuvo la
barbilla con apenas dos dedos y nos quedamos mirando
fijamente.
—Sí.
—Enzo.
—¿Os besasteis?
—Gracias.
—Vale, vale.
—Buenas tardes.
—No estoy.
—¿El qué?
—Paul Benton, creo que es mi admirador misterioso del club.
Capítulo 9
—¿No vive en Boston? Tal vez por eso me dijo que a partir de
la próxima semana quería verme todos los viernes.
—Eso digo yo, Enzo. Tanto que dices siempre que es tu chica,
y ni siquiera te he visto darle un besito —comentó Fanny.
—No.
—Si lo hizo, no dijo nada. Tal vez porque pensara que Fanny y
Liam, no saben que trabajas como bailarina, en vez de como
mi secretaria —dijo encogiéndose de hombros.
—¿Te das cuenta que algún día podría verme por los pasillos?
—Menos mal que tengo una carne buenísima que compré ayer
en el mercado. Voy a hacer un asado con puré y verduras.
¿Qué os parece?
—Fanny.
—Dime, cariño.
—Por favor, aún recuerdo aquella vez —se echó a reír—. Nos
tuvo toda la tarde fregando los platos porque se había quedado
un poquito fría la sopa.
Sin lugar a dudas, fue la noche que más agotada había acabado
desde que trabajaba allí.
—No sabía que estaba tan lejos, habría salido antes de casa —
respondí.
Saqué las flores de la parte trasera del coche, así como unos
pasteles que había comprado en la panadería del barrio, y subí
la escaleras.
—Sí, pero no tanto como para que la llames niña, mamá. Paul
tiene razón.
—Mi esposo sabía que algún día nuestros hijos formarían una
familia, y pensó: ¿para qué gastar dinero en comprar una casa,
cuando yo puedo regalársela? Y ahora los dos viven conmigo,
cada uno en su espacio, obviamente.
—Veo que tu esposo pensó en todo.
—Por supuesto.
Estaba tan guapo con ese traje gris, que me daba hasta apuro
pedirle ayuda.
—Vamos.
No dijo más, pero tampoco hizo falta. Bajé del coche, Tessa
sonrió y me dijo que avisaría a un conocido que tenía taller
para que fuera a recogerlo y le echara un vistazo.
—¿Alan?
—No.
—Sí.
—Sí, lo es.
Salí del coche y caminé todo lo rápido que pude hasta que
entré en casa.
—Lista —sonreí.
—A ver, que ella me gusta, pero, ¿yo a ella? Joder, podría ser
su padre.
—Gracias.
—Sí.
—Yo que tú, iría —le hice un guiño y subí dejándola allí
pensativa.
—Si te dijera que hoy quiero hacerte mía sobre ese sofá, ¿qué
responderías? —preguntó.
—No lo sé —respondí.
—¿Para quién has bailado en ese escenario desde que nos
conocimos?
—Sí.
Y por primera vez en seis años, por primera vez desde que
Max me rompió el corazón, volvía a sentirme viva.
—Sí —sonreí.
—¿Vas a maquillarte?
—Fanny, es…
—Gracias, papá.
—Un momento, tengo que coger lo que guardé atrás —le dije
a Paul, antes de que se llevaran el coche.
—Alan, ¿por qué organiza tu madre todos los años una gala?
—pregunté, porque eso no lo había leído en las noticias que vi
en Internet.
—¿Realmente no lo sabes?
—No.
—Vaya, eso es… Eso habla del buen corazón que tiene tu
madre.
—Sí —sonrió—. La puso en marcha hace diez años, justo
después de que perdiéramos a mi hermano Patrick.
—Anda, daos prisa, que tu madre quiere que estéis los dos a su
lado, junto con Paul, para recibir a todo el mundo.
—Ahora sí, Mabel, puedes abrir las puertas —le indicó Tessa,
que me cogió de la mano con un leve apretón.
—No, mamá, yo no tengo por qué ser educado con esta mujer.
Cada año lo mismo, viniendo a buscar a mi hermano. ¿Es que
no vas a darte por vencida nunca? Paul te dejó después de lo
que pasó en Londres con Patrick, asúmelo. No te quiere,
olvídate de él, de una maldita vez. Ni siquiera sé por qué
demonios sigues viniendo a estas galas.
—Porque mi jefe es uno de los empresarios más valorados de
Boston, Alan, y soy su asistente personal.
—Vete.
—Estoy bien.
—Y yo.
—Esta noche me han hecho una pregunta que, sin duda, lo que
pretendía era ofenderme —dijo Tessa, cuando se llevaron el
maniquí con mi traje—. Pero le he estado dando vueltas, y sé
que tomaré la decisión correcta al hacer lo que estoy a punto
de hacer. Abby, ¿puedes subir, por favor?
No, no quería subir, mucho menos con los ojos rojos de tanto
llorar y los nervios, que no me dejarían dar dos pasos
seguidos.
—Alan, Paul, acompañadla, o ella sola no va a venir aquí
conmigo —les pidió a sus hijos.
—Lo siento.
—No.
Tan solo asentí, Paul me besó por última vez y, tras cogerme
de la mano, regresamos al salón para coger mi bolso y
marcharnos. Ni siquiera nos despedimos de los demás, pero
Fanny me vio y sonrió, haciéndome un guiño a sabiendas de
dónde podría ir en ese momento.
¿Me había vuelto loca por ir con él a otro lugar que no fuera la
sala del club? Posiblemente, pero era lo que deseaba, lo que mi
cuerpo y mi mente pedían.
Capítulo 19
Salvo Alan, unas horas antes, nadie más había tocado esa parte
de mi cuerpo.
Aprovecharía que iba a ver qué tenía que decirme Albert, para
después ir al club.
Enzo dio un puñetazo al techo del coche, Albert cerró los ojos
pensando que le iba a golpear a él, y le cogió del cuello de la
camiseta para llevárselo.
—Sí.
—¿Qué ha pasado?
—Nada.
—¿Qué? —pregunté.
—Ay, Abby, que nunca has podido decir una mentira mirando
a los ojos de la otra persona.
—Bien, ¿y tú?
—Y yo tu secretaria —sonreí.
—No te molestes en ir a servir mesas, Paul va directo a la sala
y te estará esperando.
Sabía que era Fanny quien llamaba, y la odiaba por ello, tenía
la manía de despertarme muchos fines de semana sabiendo que
me acostaba tarde.
Escuché que me llegaba un mensaje, y conociendo como
conocía a mi mejor amiga, si no daba señales de vida seguiría
insistiendo.
—Lo siento.
—No puedo.
—Enzo.
—Pero, ¿y el trabajo?
—Pero…
—Ahora lo verás.
Pues qué bien, no iba a decirme cuál era nuestro destino para
ese fin de semana, fantástico.
—Sí.
—Esa plaza es privada, solo para esta suite. Todas cuentan con
la suya propia.
Una suite, los dos solos, y un fin de semana por delante. ¿Qué
más sorpresas tendría preparadas ese hombre para mí?
Capítulo 25
Cada nuevo encuentro que compartía con él, era toda una
experiencia que me llevaba al límite.
—A la bañera.
—Lo lamento.
—Sí, bueno, decidí que era lo mejor. Verme solo les recordaba
a todos que mi hermano había muerto.
—Debe ser duro para un padre perder a uno de sus hijos —dije
entrelazando mi mano en la suya.
Algo normal, por otra parte, dado que, para él, parecía que yo
no existiera hasta los fines de semana.
—¿Yo te doy asco? Soy mucho más joven que ese viejo con el
que vas. ¿Qué pensará Max de ti? La novia perfecta, esa chica
cariñosa y dulce con la que salía. Aunque presumía de lo
fogosa que eras en la cama.
—No me importa lo que piense, ese es igual de despreciable
que tú —pasé por su lado para ir a la entrada, pero me detuvo
agarrándome del brazo—. Suéltame.
Eso pensaba él, pero yo sabía que sí nos verían. Enzo había
instalado una cámara de vigilancia en aquella parte del
aparcamiento unos meses atrás, cuando descubrió una noche
que habían intentado robarle el coche.
—Sí —suspiré—. Prefiero que lo sepan por mí, antes que por
la prensa.
—Lo sé.
Sí, claro que lo sabía, había sido él, quien acababa de evitar
que Albert hiciera aquella locura.
Capítulo 27
—¿Un coche?
Atendí una mesa tras otra, sin perder la sonrisa a pesar de que
sentía la mirada de Albert puesta en mí, y no dejé que aquello
me afectara en absoluto.
Sin que lo esperara, noté una mano sobre el hombro y otra que
me cogía la máscara. Intenté evitarlo, pero todo sucedió
demasiado rápido.
—Mal.
—Abby, todo lo que has hecho ha sido por tus padres, y ellos
te aman por encima de todo —dijo, y sentí las lágrimas
deslizándose por mis mejillas—. Eres una gran mujer, y debes
estar orgullosa de ello.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por hacer de madre conmigo en ese momento.
—Por supuesto.
No los leí, eran cientos, así que le mandé uno diciéndole que
estaba bien y lo dejé de nuevo en la mesita.
Sabía que tenía que salir de aquella cama, pero aun necesitaba
tiempo para asimilarlo todo.
—¡Arriba, jovencita!
Me incorporé en la cama sobresaltada por aquel grito, al que le
acompañaba una serie de palmadas, y cuando miré hacia la
ventana de mi habitación vi a Fanny subiendo la persiana
dejando que entrara la luz del sol.
—¿Qué dices?
Y es que no tenía nada que envidiar a esas del Caribe que tanto
anunciaban en televisión, ya que contaba con unas aguas
cristalinas y arena blanca que te incitaban a dejar todo y
mudarte allí.
—Pues por eso, que entre las tres me lleváis siempre por el
mal camino.
—Qué Enzo, hizo, ¿qué? —La miré con los ojos muy abiertos.
—Hablar con la prensa. Míralo tú misma.
—No.
—Gracias, Aleksi.
—Papá, no me presiones.
—Vale, cariño.
—Sois caras de ver, ¿eh? Abby, un año sin pisar Skanör, y tú,
desde Navidad, ya os vale —protestó Rose, la mayor de las
dos hermanas que, al igual que Fanny, tenía veintisiete años y
había heredado el cabello rojo de su padre.
—Ya no nos quieren, hermana —dijo Ingrid, de veinticinco
años y con una bonita melena rubia.
Y sí, era mi ciudad, esa que me había visto nacer y crecer, pero
en ese momento de mi vida era el lugar al que no quería
regresar.
Fuerzas, decía. ¿En algún momento las tendría para hablar con
él?
—Hola, mamá.
—No pasa nada, hija. Has tenido unos días complicados. Pero
ahora disfruta, ¿vale? Diviértete, y desconecta, sobre todo eso.
—Sí.
—Sois los dos iguales, dos personas que se atraen. ¿Por qué no
dar una oportunidad a eso que ha surgido? —preguntó Ingrid.
Una copa tras otra, Fanny fue soltándose cada vez más.
Aquella noche desde luego se le estaba yendo la mano con el
alcohol porque ella era como yo, de beber lo justo, pero había
que reconocer que a esos cócteles les ponían tan poco licor, y
estaban tan dulces, que entraban solos.
—Dime, reina.
—Oh, qué piropo más bonito me ha dicho —sonrió ella—.
Ponnos cuatro chupitos, y cuatro cócteles de esos con sandía.
—Y Sven, sí —asentí.
—Son buenos chicos, me gustan para ellas —comentó Aleksi.
—Después —sonreí.
Sven, asintió y entre los dos preparamos toda la carne que
habían comprado para la barbacoa.
—¿En serio?
Pensé en Paul, en todas las veces que sus labios habían besado
los míos, y el modo en que me cobijaba cuando dormíamos
juntos.
—Como quieras.
—Sí, cuando iba yo, también lo eran —rio—. ¿Qué hay de ti?
¿A qué te dedicas? —curioseó tras dar un sorbo a su café.
—Lo siento.
—Es bueno contar con la gente que nos quiere, esa a la que le
importamos, para que nos ayude a levantarnos. Yo las tengo a
ellas —sonreí, mirando hacia las tumbonas donde Rose, e
Ingrid, dormían abrazadas a sus novios y Fanny, lo hacía sola
—. Fanny es mi mejor amiga desde hace años, me
acompañaba a las competiciones y se encargaba de hacerme
brillar, como suele decir. Cuando sufrí la caída, estuvo allí para
apoyarme, no quería dejarme sola. Solo ella sabe lo dura que
fui cuando estaba en rehabilitación. Le gritaba, lloraba y la
mandaba a la mierda, pero, ¿sabes qué decía Fanny? —se me
saltaron las lágrimas al recordarlo, como si estuviera
escuchándola en ese momento— “Sí, cuando puedas correr
delante mía nos vamos las dos, porque sola no voy a dejarte”.
Es la hermana que nunca tuve.
—Ajá.
Tal vez era lo mejor, dejar que pasara el tiempo, sabía que me
olvidaría de él, ya lo había hecho antes. Solo que él no era
como Max, y me iba a costar mucho pasar página y olvidarlo.
Estaba segura de ello.
Capítulo 7
—Muy bien.
—¿Te dijo Liam algo sobre Paul? —pregunté, aun sin tener
claro si realmente quería una respuesta o no.
—No, tampoco le pregunté.
Si había algo que deseaba, más que nada, era volver a patinar,
o al menos, subirme a unos patines con la certeza de que no
me iba a quedar paralizada, y disfrutaría de la sensación de
deslizarme por el hielo, sintiendo el aire en la cara con cada
pirueta, como tantas veces había sentido.
Tampoco respondí a ese mensaje, guardé el teléfono y escuché
a Fanny despedirse de Liam con un, “yo también te quiero, mi
vida”.
—Vamos.
—Sí, claro.
Por norma general cuando Liam venía a pasar unos días con
nosotras a Skanör, se quedaba en casa de los padres de Fanny,
eran novios desde hacía tiempo y ya vivían juntos. Mia y
Aleksi, no iban a asustarse por eso, así que no era tan raro que
se quedara ahora también.
—Abby.
Ahí estaba la pregunta que tanto temía, esa para la que no tenía
respuesta por mucho que quisiera darle una. Tantas veces
había querido decírselo, y no me atreví nunca a confesar que
era yo, la que se ocultaba bajo la máscara en aquella sala del
club.
—Abby…
—Sal tú con Liam, llevaos a Paul y enseñadle el pueblo. Haré
compañía a tus padres por una noche.
Y quería hablar con él, decirle que supe desde que nos
presentaron en la comida con nuestros amigos que era el
hombre al que había conocido unos días antes en el club, pero
que me faltó valor para confesarlo.
—No creo que sea buena idea que estemos los dos aquí. Es…
incómodo.
—Solo serán unos días.
—Algo intuía, pero quería que me lo dijeras tú. Habla con él,
os lo debéis.
—Lo sé.
—Sí.
Le dije mil veces que no era más que una cena de amigos, no
una gala benéfica en la que me codearía con las personalidades
más importantes de Skanör, con la mirada fulminante que me
lanzó, me dejó callada para el resto de la mañana.
Sí, Fanny también iba a salir con Liam, solo que ella había
avisado a sus padres de que no la esperaran despiertos, puesto
que no iría a dormir, por lo que le pedí a ella que me dejara sus
llaves para cuando Paul me llevara de vuelta.
—Es algo que mi madre siempre dijo de ti, que eres una
luchadora.
Y sí, llegó, sentí sus cálidos labios posándose sobre los míos,
en lo que me pareció el beso más tierno que me había dado
Paul Benton, desde que lo conocía.
Paul abandonó mis labios para ir hacia el cuello, ese que besó
haciendo que me recorriera un escalofrío de pies a cabeza.
—Paul —gemí.
—Por favor.
—¿Qué haces?
—Tomar mi desayuno.
Nos dejamos llevar por aquel acto pasional, rodando una y otra
vez por la cama, intercambiando posiciones, siendo yo en
ocasiones quien se movía arriba y abajo sobre su miembro
mientras Paul, me pellizcaba los pezones, los lamía y
mordisqueaba arrancándome gemidos y gritos de placer.
—Casi la una.
—Vale, te escucho.
—¿Yo? —sonrió.
—No, no, para —le pedí cogiendo su mano para que la quitara
—. Iré —contesté—, iré a Londres y te acompañaré a esa cena.
Empecé a sentir las lágrimas caer por mis mejillas y cerré los
ojos con fuerza, deseando que aquello acabara.
—A mi apartamento, Frank,
—Bueno, la casa que hicieron tus padres para ti, tiene otro
color aparte del blanco.
La cocina era enorme, con una isla en el centro donde dijo que
le solía gustar cocinar, esa era su manera de desestresarse, pero
que hacía mucho que ni siquiera se preparaba un sándwich.
—La casa tenía tres habitaciones, pero uní dos para hacer la
mía más grande —dijo mientras sacábamos la ropa de las
maletas y la colocábamos.
—Pues me gusta la casa, y esas vistas… —suspiré
acercándome a la ventana.
—No sé, la verdad es que por lo que leo, debe tener todo una
pinta buenísima. Escoge por mí, no me importa —dije
finalmente, y Paul asintió.
—Pero, Clare…
—Lo siento.
—Ha habido otras mujeres, aunque nadie cree que así sea —
comenté, recordando lo que me dijo Fanny, sobre la novia a la
que nadie conoció.
—Gracias, Tracy.
—¿Qué necesitan?
Entré en el probador, que no tenía nada que ver con esos a los
que estaba acostumbrada, ya que en ese podrían caber seis
personas perfectamente, me desnudé y me probé el vestido, así
como los zapatos que Tracy había escogido.
—Soy hija única, al igual que lo son mis padres —se encogió
de hombros.
—Entonces eres el doble de mi mejor amiga, porque las dos
pensáis igual —volteé los ojos.
—Perfecta.
—Pero, ¿se puede saber qué haces aquí? Sal ahora mismo —le
pedí en susurros.
Largo hasta los pies, de seda rosa, y tan solo la parte delantera
del corpiño con forma de pico, de modo que se cerraba con un
pequeño botón en el cuello por la parte de la nuca, dejando
toda la espalda descubierta.
Él, no había tenido hijos varones, tan solo tenía dos hijas que
nunca se habían interesado por la petrolera, por lo que fue su
sobrino Kevin, el hijo de su hermana, quien cogió las riendas
junto a él, hacía más de una década.
—¿Segura?
—Bueno, tal vez deberías. Más que nada para que sepa qué
clase de persona tiene trabajando con él.
—Dime.
—Ajá.
—Eso no lo sabía.
—Vale.
—No tienes que prometer nada, Paul, has venido por trabajo,
no de vacaciones.
—Sí.
—Eh… gracias.
Paul se inclinó, acercando cada vez más sus labios a los míos,
y me besó con ternura.
Completamente enamorada.
Capítulo 19
Aún quedaban unos diez minutos para que llegara, por lo que
le mandé un mensaje diciéndole que me recogiera en el
puente, iba a ir a tirarme un par de fotos para enviárselas a
Fanny.
—Bien, ¿y la tuya?
—Bistec.
Dijo que ese asunto iba mejor que bien, que tenía al viejo Carl
en el bote y que tanto él, como su sobrino, estaban encantados
de que se asociara con ellos en la empresa.
Quería que parara, que todo aquello acabara cuanto antes, pero
no entraba en los planes de David dejarme libre.
Lo vi apretar los dientes, así como las manos, una para agarrar
con más fuerza a David y la otra para golpearle. Pero le
supliqué que no lo hiciera, que no se jugara de ese modo su
reputación.
—Vaya, el gran Paul Benton dominado por una puta, ver para
creer… —dijo David con una sonrisa.
—¿Tu padre?
Enzo estaba encantado con esa idea, decía que ella era su chica
misteriosa.
—¿Ya te vas?
—Sí, chao.
Salí del club y me monté en el coche, con Ed Sheeran como
compañía y aquella canción que hacía años que no había
vuelto a escuchar por todo lo que removía en mí, y sonreí por
primera vez en mucho tiempo.
—Ah, pues lo es, hazme caso, que soy la mayor y la más sabia
de las dos —me riñó mientras se colgaba de mi brazo.
—Se han volcado con esto, querida, tanto como cuando puse
la fundación por mi hijo Patrick —dijo, y noté un pellizco en
el estómago al escuchar aquel nombre.
—Me alegra saber que cuentas con tan buenos amigos, Tessa,
de verdad.
—Hola, mamá.
Le conté la visita a casa de Tessa, que salí casi a las nueve por
lo que había dicho Alan, la carretera, el coche que iba detrás,
las luces cegándome…
—¿Qué?
—Paul —respondió.
—No tienes que temer eso, sé que nunca pasará. Abby —dijo,
cogiéndome la barbilla con dos dedos para que lo mirara—.
Confío en ti, preciosa, por eso te conté la verdad. Eres la única
persona que lo sabe, aparte de mi padre que ya no está. He
puesto mi vida en tus manos, todo lo que tengo, todo lo que he
conseguido en estos años, el perder a mi madre y mi hermano,
a mis amigos. Con una noticia como esa en la prensa, me
arruinarías la vida.
Solo hacía unos meses que nos conocíamos y para mí, era
tiempo suficiente para saber que quería a ese hombre en mi
vida.
Me costó ver que era quien llevaba siendo esos años, porque
yo le había conocido así, y así era como viviría conmigo,
como Paul Benton, el heredero de una de las aerolíneas más
importantes de Boston y Londres, y un gran empresario e
inversor en diferentes sectores.
—Muy bien.
—No, Paul, muy bien no. Quiero ver, que me has tenido así
una hora, o más. Ya no sé ni qué hora es. ¿Sigue siendo de día?
—Pero, pero…
—Vamos.
—Me puse en contacto con él, para que hablara con los
responsables y nos permitieran venir hoy. Dijo que él se
encargaba de todo.
—Pero, no entiendo…
—Lo ha hecho porque quería verte una vez más sobre los
patines, fue tu compañero, pero también el hombre que más te
quiso durante años.
—¿Qué haces?
Llevaba razón cuando dije que Fanny había hecho una obra de
arte, y es que me había maquillado en tonos muy suaves y
naturales, y me hizo un recogido precioso en el que intercaló
pequeñas horquillas de cristal que quedaban perfectas.
—Paul ha llamado tres veces a tu madre —dijo—. Cree que lo
vas a dejar plantado.
—Me encanta verte así, feliz y con esa sonrisa tan bonita que
siempre has tenido. La has ocultado durante mucho tiempo.
—Mi niña, nunca te he dado las gracias por todo lo que hiciste
y lo que aún haces por tu madre y por mí —me besó la cabeza.
Era con ese nombre con el que lo conocí durante una tarde de
junio, hacía ya casi toda una vida, a pesar de haber pasado
unos meses, y sería con ese nombre con el que me despediría
cuando llegara la hora de partir de este mundo.
Por lo que me dijo Paul, ese hombre había caído como las
grandes torres, rendido a los pies de una mujer que le había
cambiado la vida.
—Cariño, dímelo.
—Me gustaría escucharlo, solo por una vez, solo hoy, para
estar seguro de que sabes con quién te has casado realmente —
dijo, y en ese momento sentí que se me humedecían los ojos al
ver a ese hombre, rudo y fuerte, tan vulnerable por primera vez
desde que le conocía.
Un año después…
—Tú tranquilo, que tengo muy claros los nombres para dos
niñas, o para dos niños.
—Ajá —sonreí.
—Pues les vas a hacer muy felices al que tenga el placer de
escuchar esos nombres cuando nazcan los bebés —me aseguró
saliendo de casa, donde encontramos a mi suegra y mi cuñado
esperando en la calle.
—Abby —me giré al escuchar una voz más que conocida para
mí, y me encontré cara a cara, por primera vez en siete años,
con Max.
—No, Max, por favor —le pedí—. No vayas por ahí, ¿quieres?
Sé que no fue tu culpa, así que, no pidas perdón por un
accidente.
—Pues con los ojos, ¿cómo me iba a mirar, con los pies? —
resoplé.
—Sí, con los ojos, pero con deseo, con anhelo. Creo que nunca
te olvidó.
—Eh… pues…
—Abby, ¿estás embarazada?
—¿En serio?
—Sí, y espero que estés preparado para esto que te voy a decir,
porque… igual te caes de culo.
—¿Qué pasa?
—Sí, papá.
Sarah Rusell.