Abby Bilogía Completa - Sarah Rusell

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 539

Primera edición.

Abby. Bilogía completa


©Sarah Rusell
©diciembre, 2022
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser
reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o
transmitida por, un sistema de recuperación de información, en
ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico,
fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por
fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito
del autor.
ÍNDICE
Bajo el antifaz
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Sin máscaras ni secretos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Epílogo
Bajo el antifaz
Prólogo

New York, seis años antes…

Llevaba toda mi vida esperando ese momento, me había estado


preparando para ello durante el último año, y los nervios se
acababan de apoderar de todo mi cuerpo.

Sentía náuseas, estaba mareada, e incluso me sentía rara, tenía


un mal presentimiento. Pero aparté todo eso a un lado y me
centré en lo que estaba a punto de hacer.

No estaba sola, mis padres, Jake e Isabel, y mi mejor amiga


Fanny, estaban allí apoyándome.

—Abby, ¿estás lista? Somos los siguientes —dijo Max, mi


novio y compañero de trabajo.

—Necesito unos minutos —respondí, a lo que él asintió antes


de besarme con esa ternura que me demostraba.
Abby Grayson, esa era yo. Veinte años recién cumplidos, y a
punto de enfrentarme al mayor reto de mi vida. El campeonato
mundial de patinaje artístico sobre hielo.

Como dije, toda mi vida había esperado que llegara este


momento, luché por ser la mejor en lo que me gustaba hacer
desde bien pequeña, y si me esforzaba lo suficiente cuando
saliera a esa pista, podría optar a proclamarle ganadora.

Pero como solía decirme mi padre, lo importante no era ganar,


sino participar, y aunque el título estaba allí, la medalla de oro
y todo el prestigio que conllevaría, el solo hecho de ser parte
de aquel gran día, para mí lo era todo.

Max tenía tres años más que yo, nos conocimos en la


compañía donde empecé a patinar cuando tenía seis años y
entre ambos surgió una bonita amistad, esa que, con el paso de
los años, fue llevándonos al más sincero amor.

Llevábamos saliendo cuatro años, y sabía que él era, y siempre


sería, mi primer y único gran amor.

Miré hacia las gradas y vi a mi amiga Fanny con una pancarta


que llevaba mi nombre y el de Max, dándonos todo su apoyo.

Aquella pelirroja no pasaba desapercibida en ningún sitio, con


su melena de un bonito tono rojo brillante y sus ojos verdes
como esmeraldas.

Era ella quien se encargaba de prepararme para competición,


me maquillaba y peinaba acorde con el vestido que llevara.

Para esa ocasión cogí uno rojo de tirante fino, con la falda de
mucho vuelo, de modo que con cada movimiento el aire la
meciera. Además, llevaba una apertura lateral sobre el muslo
derecho. Los patines estaban forrados con esa misma tela roja,
y como no podía ser de otra manera, el maquillaje era
precioso. Tonos claros de base para dar un bonito color rosado
a mis mejillas, resaltando con una sombra de ojos rojo el azul
de mis iris. La oscura melena la había recogido, entrelazando
pequeñas flores rojas.

Cogí aire varias veces, cerrando los ojos para concentrarme en


la coreografía que Max y yo habíamos estado ensayando cada
día hasta que nos quedara perfecta.

Nos visualizaba en mi mente, mientras recordaba la letra de


Perfect, la canción de Ed Sheeran que nos acompañaría en
nuestra interpretación.

Fue en ese momento cuando sentí las manos de mi chico


alrededor de la cintura, abrazándome mientras se pegaba a mi
espalda.
—¿Lista, mi amor? —preguntó en un susurro, dejando un beso
en mi cuello.

—No.

—Es normal que estés nerviosa, pero tranquila, sabes que


nunca te dejaré caer.

—Lo sé, pero… tengo un mal presentimiento.

—Abby —me hizo girar entre sus brazos—. Si no ganamos,


no pasa nada. Volveremos a intentarlo el año que viene.

—Realmente no me preocupa no ganar, con estar aquí, ya es


un sueño para mí. Soy profesional desde hace cinco años, no
puedo pedir más.

—¿Entonces?

—No lo sé, es… No me hagas caso, serán los nervios que me


tienen así de miedosa.

—Venga, vamos a salir ahí a disfrutar de lo que amamos. El


patinaje.

Asentí, entrelazamos las manos y fuimos hasta la zona por la


que debíamos entrar cuando acabara la pareja que estaba
bailando.

Ni siquiera había visto el resto de interpretaciones, hasta ese


punto estaba nerviosa, dado que siempre observaba a los
demás competidores y disfrutaba de sus bailes.

En cuanto la música se acabó, y las luces se apagaron dando


fin a la participación de la pareja anterior, empecé a temblar.

Max me dio un leve apretón en la mano, y me guio hasta la


pista, quedándonos en el medio, esperando a que comenzara a
sonar nuestra canción.

Nos anunciaron a los dos, y al mismo tiempo que la voz de Ed


Sheeran resonaba en aquel estadio, la luz fue iluminando todo.

Max y yo estábamos abrazados, nos separamos y ahí dimos


comienzo a la que iba a ser la mejor interpretación de nuestras
vidas.

—Tranquila —me susurraba y después sonreía.

Me estaba dejando llevar por la música, como siempre, y por


él. Nos deslizábamos sobre el hielo como si fuéramos parte de
él, moviéndonos al unísono.
Con cada nuevo giro disfrutaba más, me relajaba, y cuando
Max me cogía en brazos para desplazarme unos metros
sosteniéndome en el aire con ambas manos, dejaba que aquella
brisa me envolviera, haciéndome sentir viva.

Poco podría haberme imaginado que lo peor estaba por llegar,


a falta de unos segundos para acabar.

Todo pasó demasiado rápido, y cuando abrí los ojos tras el


fuerte sonido de mi cuerpo golpeando el hielo, solo podía
gritar por el dolor.

La música paró en el acto, escuché a Fanny gritar mi nombre


desde la grada y traté de moverme, pero el dolor me lo
impedía.

—Abby, no te muevas —me pidió Max.

—Me duele —respondí llorando.

—Lo sé, mi amor. Te has roto la pierna.

Aquellas palabras significaban mucho más que la sola rotura


de mi pierna. Sabía que, por donde había sido, y la gravedad
que conllevaba, eso me apartaba del patinaje para el resto de
mi vida.
Los médicos acudieron rápidamente a por mí, subiéndome en
la camilla para llevarme a la ambulancia que me trasladaría al
hospital.

Mis padres y Fanny nos siguieron hasta allí, Max iba conmigo,
cogiéndome la mano mientras lloraba diciéndome que lo
sentía, que sentía haberme dejado caer.

No le culpaba, jamás podría hacerlo.

Al llegar me llevaron directamente a quirófano, iba con


calmantes en vena desde que había subido a la ambulancia,
pero el dolor no cesaba.

Lo último que vi fue a mis padres correr por el pasillo, mi


madre lloraba y Fanny decía que todo saldría bien.

—Abby, vas a dormir durante unas horas, preciosa —me dijo


la doctora con una amable sonrisa, pero sin poder ocultar la
pena por lo que sabía que me pasaría después.

Me anestesiaron, y mientras notaba los párpados pesados,


cerrándose poco a poco, se me venían a la mente las palabras
que Max me decía antes de cada interpretación.

“Nunca te dejaré caer”


Y comencé a vernos a los dos, a lo largo de todos esos años,
desde que nos conocimos, la primera vez que me miró de un
modo diferente, aquel primer beso que siempre recordaría, la
noche en que por fin me invitó a salir, nuestra primera vez, el
modo en que me hacía sentir especial, cada te quiero que salía
de sus labios…

Estaba dormida, pero sentía las lágrimas cayendo por mis


mejillas como si tuviera los ojos abiertos.

Aquella caída, truncó mis sueños, acabó con mis ilusiones de


volver a subirme a unos patines.
Capítulo 1

Boston, en la actualidad

Habían pasado seis años desde que el mundo, tal como lo


conocía, se esfumó entre mis dedos.

Tras la caída mientras disputaba aquella importante


competición, lo único que conocí fue dolor, sufrimiento y
tristeza.

Durante meses me sometí a varias operaciones, vi cómo lucía


mi pierna llena de tornillos para que volviera a ser la que era,
pero eso jamás ocurriría. El patinaje había acabado para mí,
nunca me pondría unos patines de nuevo.

Aún hoy en día, solía despertarme bañada en sudor, llorando, y


tocándome la pierna.
Tenía una gran cicatriz que iba desde mitad del muslo
izquierdo, hasta el tobillo.

Con el golpe no solo se me rompió la rodilla, sino que algunos


músculos, además de parte de la tibia, quedaron dañados y
hubo que recomponerlos.

Max me visitaba en el hospital a diario, sufría al verme


postrada en aquella cama y no dejaba de decir que era culpa
suya.

Yo sonreía y le quitaba importancia, no quería verle así de


decaído.

Él siguió compitiendo, durante unos meses lo hizo en solitario,


como cuando empezó a patinar, pero al cumplirse el primer
año del accidente, le propusieron volver a competir por
parejas, y lo hizo con una de las chicas que entraron en la
compañía al mismo tiempo que yo.

Mientras yo hacía rehabilitación, veía a mi chico competir a lo


largo y ancho del mundo, ganando algunas veces, quedando
cuarto en otras, pero siempre dando lo mejor de sí mismo,
como solía hacer.

Y entonces, ocurrió lo que me temía.


Una de esas veces que ganaba junto a su nueva pareja artística,
ella se lanzó a sus brazos y le besó, gesto al que él
correspondió sin ningún pudor.

No, aquella no había sido la primera vez que se besaban, me lo


decían muchas de las miradas que compartían cuando creían
que nos les captaban las cámaras.

Pero para mí, no pasó desapercibido.

Aquel día le mandé un mensaje diciéndole que le deseaba


mucha suerte en su carrera, pero que no quería que volviera a
visitarme, tampoco que me escribiera o me llamara.

Tras eso, dos días después hicieron oficial su relación,


confesando que llevaban juntos en secreto desde hacía ocho
meses.

Casi dos años de mi accidente, y esos meses me había tenido


engañada siendo el mismo novio amoroso que una vez fue.

Fanny solía decir que no merecía la pena, que ya encontraría


otro hombre que me amara de verdad, no como Max.

¿Sabéis eso que decían de que las desgracias nunca llegaban


solas? Pues sí, desgracia podría ser mi segundo nombre, dado
que, al mes de dejar a Max, y aun recuperándome de mis
lesiones, con fuertes y dolorosas sesiones de rehabilitación,
otra noticia golpeó a mi familia.

A mi padre, un profesor de ciencias alegre y vital, le


diagnosticaron de cáncer hacía ya cuatro años, por lo que tuvo
que jubilarse anticipadamente a sus cincuenta y seis años.

Mi madre, a sus cincuenta años, seguía trabajando como


profesora en una escuela infantil, le encantaban los niños,
como a mí, y siempre se quedó con la espinita clavada de tener
más hijos, pero tras sufrir dos abortos, dejó de intentarlo.

Decía que yo le llenaba el alma de amor como si tuviera tres


hijas.

Ambos eran morenos, él de ojos marrones y metro ochenta,


ella de ojos azules y metro sesenta, yo era igual a mi madre.

Acabé con la rehabilitación hacía ya dos años, y como los


ahorros de toda una vida patinando se me fueron entre
hospitales y fisioterapeutas, decidí buscar empleo para ayudar
en casa, dado que, con el suelo de mi madre y la pensión de mi
padre, por muy buenos que fueran, no bastaba para
mantenernos a los tres y pagar los caros tratamientos de mi
padre.

La música me había acompañado durante toda mi vida, y se


me pasó por la cabeza buscar empleo en una escuela de
patinaje, idea que rápidamente mi madre se encargó de
quitarme.

Durante un par de meses estuve en el salón de Fanny, ese que


había sacado adelante a lo largo de cuatro años y era de los
más famosos de Boston, ayudando a las peluqueras a lavar a
las clientas y acomodarlas en sus puestos, organizando el
almacén y haciendo los pedidos que Fanny me encargaba.

Hasta que mi mejor amiga me dijo una noche, de lo más seria,


que aquello no era para mí, que sí, me dejaba la piel en el
trabajo, pero no tenía la sonrisa que a ella le gustaba.

Cenando con ella y con Liam, su novio con el que llevaba


saliendo tres años y que era dueño de una empresa dedicada a
la fabricación de componentes para teléfonos móviles y
tablets, me dijo que un amigo suyo buscaba camarera para su
local.

El sueldo era bueno, y además tendría propinas, por lo que fui


a verle a la mañana siguiente.

Cuando entré en el club, me sorprendió ver varias barras de


pole dance en el escenario, la curiosidad me pudo y subí para
verlas más de cerca.

Había visto algunos vídeos en Internet de chicas que bailaban


como si hubieran nacido pegadas a una de esas barras.
Cerré los ojos, pensé en una de las muchas canciones que
había bailado mientras patinaba, y acabé haciendo algunas
piruetas en aquella barra.

Tras escuchar el aplauso de alguien, me giré hacia las mesas y


vi a un hombre alto, moreno y de ojos azul oscuro, con un traje
gris, que me observaba con una sonrisa.

Resultó ser Enzo, el amigo de Liam y dueño de aquel club. Le


dije quién era, a lo que había ido, y dijo que ganaría más si
bailaba en ese escenario.

De primeras me negué, le conté lo que me pasaba, que aún la


gente seguía hablando de mí como una de las mejores
patinadoras, le mostré con pudor la cicatriz que ocultaba tras
aquella falda larga, y dije que, si me quería como camarera,
podría empezar aquella misma noche.

No sé bien cómo, pero acabé aceptando ser una de sus


bailarinas, me aseguró anonimato y tres bailes por noche, sin
hacer pases privados como el reto de las chicas.

El sueldo me daría para costear los medicamentos, ayudar en


casa, gastar lo justo y ahorrar para el futuro.

De eso habían pasado ya dos años, y aunque no entraba en mis


planes dedicarme a ser bailarina exótica en un club de show
girls para caballeros, cuando subía a ese escenario y empezaba
a sonar la música, era como si volviera a patinar de nuevo.

Fanny y Liam se alegraron de que Enzo me contratara, solo


que se sorprendieron al saber que no fue en el puesto para el
que había ido.

A mis padres les dije que era camarera por las noches en el
local de copas de un amigo de Liam y noté el alivio en sus
rostros al saber que, no solo iríamos más desahogados todos
los meses, sino que tenía ilusión por hacer algo con mi vida
después de aquellos cuatro duros años que había sufrido.

La vida era así, una constante noria que giraba dando vueltas,
y vueltas, llevándonos a situaciones que trastocaban nuestros
planes para siempre.

En nuestras manos estaba hacer de esos cambios algo bueno


para nosotros mismos, así como para aquellos que nos
rodeaban y nos querían, sin importar qué.

Así fue como yo aproveché la vida, convirtiéndome en


bailarina.
Capítulo 2

Lunes, mi noche libre.

Había quedado con Fanny para cenar y después saldríamos a


tomar una copa, me apetecía mucho, pues por mis horarios de
trabajo tan solo podíamos vernos para tomar café, pero esas
dos horas las disfrutábamos como cuando teníamos quince
años.

—¿Ya te vas, princesa? —preguntó mi padre, asomándose por


la puerta de mi habitación.

—En cuanto me ponga las sandalias —sonreí terminando de


pintarme los labios.

—Qué mayor te has hecho, si parece que fue ayer cuando te


cogí en brazos por primera vez —dijo sin dejar de mirarme.
—Es lo que tenemos los hijos, crecemos sin que os deis cuenta
—reí.

—Sabes que tu madre y yo, estamos muy orgullosos de ti,


¿verdad?

—Lo sé, papá —lo abracé y cogí el bolso.

—Mi niña, esa cicatriz no debe ser un estigma, sigues siendo


preciosa.

—Me voy, antes de que me llame Fanny odiando mi


impuntualidad —le besé en la mejilla y fui a la cocina, donde
encontré a mi madre terminando de preparar su famoso pastel
de carne—. No me esperéis despiertos, ¿de acuerdo?

—Vale cariño —contestó ella, después de que le diera un beso


—. Diviértete con Fanny, dale recuerdos. ¡Ah! Invítala el
domingo a comer, y dile que traiga a Liam.

—Lo haré, ¡adiós!

Mis padres tenían a Fanny como si fuera hija suya. Ella, que
era hija de un sueco pelirrojo del que se enamoró su madre,
decidió quedarse en Boston cuando ellos se marcharon a
Suecia. Fanny tenía dieciocho años y dijo que no pensaba
cambiar el lugar en el que había nacido y donde tenía su vida y
a sus amistades, por mudarse a una casa en mitad del campo.
Allí solo íbamos en verano a pasar unos días, a modo de
desintoxicación de la ciudad.

Cogí el coche, ese que me había comprado tras los cuatro


primeros meses de trabajo en el club de Enzo, y fui hacia el
restaurante donde me esperaba Fanny.

Era viejito el pobre, pero me costó poco, estaba en perfecto


estado de carrocería y mecánica, y me servía para desplazarme
por la ciudad.

Adoraba conducir, era algo que había echado terriblemente de


menos durante el tiempo que pasé entre operaciones y
rehabilitación.

Me encantaba poner música y dejarme llevar por la carretera,


sin un rumbo fijo, solo que siempre acababa en el mismo
lugar.

Un rincón apartado, con un pequeño acantilado, en el que veía


caer el sol antes de ir al trabajo.

Cuando llegué al restaurante, entré y vi a Fanny agitando la


mano llamando mi atención, como si no fuera a verla con
aquella melena roja que tenía.

—Ya llegó lo más bonito de Boston —dijo poniéndose en pie


para darme un abrazo.
—Mira que eres pelota, Fanny —reí.

—Hombre, si quieres, la próxima vez que te vea, te llamo orco


de Mordor —volteó los ojos—. ¿Qué tal el día libre?

—En casa, en plan tranqui. Necesitaba descansar.

—Normal, no sé cómo aguantas esos tacones que usas en el


club, y las horas de baile.

—Fanny, solo tengo tres shows, y no son seguidos. Entre uno y


otro, me quedo escuchando música en el camerino.

—Eso está bien. Oye, Liam me ha dicho que el sábado te


invite a comer con nosotros, va a quedar con Enzo y otros dos
amigos.

—Uf, no, sabes que los fines de semana me gusta descansar


antes de currar.

—Vamos, nena, no me dejes sola con cuatro tiarrones.

—¿Será que ahora no podrás con ellos? —reí.

—¡Oye! —Me dio un golpecito en el brazo— Yo con mi


Liam, estoy de maravilla, no necesito más.
—Lo sé, pero sigo esperando a que me digáis algún día que
tengo que comprarme un vestido bonito y elegante para ir a
echaros arroz a la iglesia.

En ese momento le cambió la cara, miró hacia su copa y la


cogió para dar un sorbo, iba a preguntar qué le pasaba, cuando
llegó el camarero con lo que Fanny ya había pedido para cenar.

—¿He dicho algo que no debía? —pregunté cuando volvimos


a quedarnos solas.

—No has visto las noticias, ¿verdad?

—No, ¿qué ha pasado?

—Max… —fue escuchar ese nombre, y entrarme de todo por


el cuerpo.

—¿Qué pasa con Max?

—Va a casarse con, ya sabes quién.

—Ah, bueno, es lo lógico, al fin y al cabo, son padres desde


hace un año y medio —me encogí de hombros.
—Fue tan rastrero lo que te hizo —contestó con pesar—. Te
deja caer, te arruina la vida, se hace más famoso a tu costa, y te
engaña con esa.

—No, Fanny, por favor —le pedí dejando el tenedor sobre el


plato—. No culpes a Max de aquel terrible accidente.

—Pudo ser peor, y lo sabes.

—Sí, pero no me dejó caer, solo perdió el equilibrio. He visto


ese vídeo millones de veces.

—Está bien, no te dejó caer, pero se portó como un auténtico


gilipollas cuando fingía seguir siendo el novio adorable de
siempre, mientras se follaba a otra. ¿Tanto le costaba tener su
cosita guardada unos meses? Por Dios —resopló.

En eso llevaba razón, no iba a discutírselo. Me había tenido


engañada durante meses, y ni siquiera tuvo el valor de
dejarme, esperó a que yo lo hiciera después de ver cómo
aquella arpía se lo comía a besos delante de millones de
personas.

—Bueno, venga, ya está. Vamos a cenar, nos tomamos una


copa, y nos marcamos un baile —dijo cogiéndome la mano.

—No dirás en serio lo del baile —Arqueé la ceja—. Es mi


noche libre, mala amiga.
Reímos a carcajadas y terminamos de cenar mientras me
contaba que le habían ofrecido ser la maquilladora de un par
de influencers para un evento del viernes por la noche. Me
alegraba por ella, pues había conseguido todo aquello que se
propuso tiempo atrás.

Yo también lo tenía todo, pero el destino a veces nos saca una


mala carta y cambia el curso de la partida.

Fuimos hasta el local de copas que había cerca, estábamos


empezando junio y las noches estaban perfectas para ir
caminando.

Pedimos un par de chupitos y unos mojitos, y no nos


apartamos de la barra donde Fanny, aprovechó para mover las
caderas a ritmo de bachata.

Algún que otro hombre interesado en mi amiga se acercaba,


coqueteaba, le ofrecía una bebida y entonces ella, sonreía
declinando su oferta amablemente, diciendo que estaba
ocupada, conmigo.

Siempre me había hecho lo mismo la muy bruja, por lo que ya


no me pillaba por sorpresa, pero las primeras veces, anda que
no derramé bebidas sobre la barra delante de los camareros.

—Y tú, ¿qué? —me preguntó.


—Yo, qué de qué —respondí.

—¿Piensas seguir guardando luto al traidor?

—¿Quién se ha muerto? —Abrí los ojos, fingiendo sorpresa.

—Sabes a quién me refiero, no te hagas la tonta.

Claro que lo sabía, perfectamente, porque para ella, en el


mismo momento en que vio a Max en la televisión besando a
otra, sabiendo que aún seguía conmigo, le hizo la cruz y dijo
que para ella estaba a seis metros bajo tierra.

—No guardo luto a nadie, y lo sabes.

—Pues ya me dirás, nena. Tienes que tener ahí abajo más


telarañas que en la casa de Spiderman.

—No ha llegado el momento aún, ya aparecerá ese que me


haga temblar como si fuera gelatina —contesté, recordando las
palabras que ella me dijo cuando me habló de Liam por
primera vez.

—Con la de hombres interesantes que había en el club cuando


fui a verte…
—Sí, muchos, todas las noches hay alguno. Pero no me fijo en
ellos así. Ya sabes que yo solo voy a bailar, ni siquiera hago
pases privados.

—Por lo que dice Enzo, en esos pases, las chicas consiguen


buenas propinas.

—Lo sé, mis compañeras lo han comentado varias veces, pero


no es lo mismo que me vean de lejos, a que me observen más
de cerca y puedan ver la cicatriz.

—Yo sigo diciendo, que ahí te quedaría genial un tatuaje. Así


tipo enredadera de flores, con algunas mariposas…

—Lo que faltaba, me hago un tatuaje y a mi padre, le da un


infarto —sonreí, negando.

—Es verdad, ahora que se está poniendo bueno nuestro Jake.


A ver si voy a visitar a tus padres, que van a decir que soy una
despegada de la familia.

—Se me olvidaba, mi madre quiere que vengáis a comer el


domingo.

—Ah, pues genial, allí estaremos.

—Bien.
—Siempre que tú me acompañes el sábado, por supuesto —
sonrió batiendo las pestañas.

—Mira que eres…

—Te recogeremos a la una —dijo, y se fue moviendo las


caderas en dirección al baño.

La verdad es que tenía razón, no podía quedarme todo mi


tiempo libre metida en casa. Si no fuera por aquella primera
noche de lunes que me sacó prácticamente arrastras para ir a
cenar, ahora no tendríamos nuestra noche de chicas como años
atrás.

Cerré los ojos, apoyada en la barra con mi bebida en la mano,


y noté cómo se me iban las caderas al ritmo de la música.

Fanny no tardó en regresar, nos tomamos una segunda copa y


dimos por terminada la noche. Volvimos a la calle del
restaurante, donde nos despedimos quedando en vernos el
sábado, y me marché a casa.

Lo malo de mi único día libre a la semana, era que las horas


pasaban demasiado rápidas.
Capítulo 3

Después de pasar la mañana haciendo la compra con mi padre,


ya que mi madre estaba en los últimos días de trabajo en el
colegio, preparé la comida que, como siempre, desaparecía de
los platos antes de lo que nos gustaría.

Aproveché las horas de después para echarme un rato en la


cama y descansar, necesitaba estar al máximo de energía para
afrontar las horas de trabajo.

A modo de tortura, antes de quedarme dormida, eché un


vistazo a las noticias sobre Max, y ahí estaba la que me dio
Fanny la noche anterior.

La pareja de campeones del mundo de patinaje sobre hielo,


contraería matrimonio en tres meses, celebrando así también el
cumpleaños de ella.
“Estamos muy ilusionados, era el paso que nos faltaba por
dar. Además, nuestro pequeño va a tener un hermanito, o
hermanita”

Esa fue la declaración que ofreció la futura esposa de mi ex.

No podía dejar de pensar en aquel mensaje que le envíe,


pidiéndole que no volviera a visitarme, que no se molestara en
escribirme o llamarme, y en lo dolida que me había sentido
durante los primeros meses, al ver que no se tomaba la
molestia en preguntarme cómo estaba.

La verdad era que en alguna ocasión pensé que la caída no fue


tan accidental como parecía, puesto que él, nunca, jamás, me
había dejado caer.

Repasé una y otra vez el vídeo, ralentizando la imagen en el


punto exacto en el que todo se fue al traste.

Podía decir, con total seguridad, que me sabía de memoria


todo lo ocurrido cuando me caía, y no se me olvidaba la
expresión de mi rostro al saber que acabaría sobre el hielo, así
como la de Max.

Había dormido un par de horas, justo para estar despejada


sobre el escenario, me duché y dejé preparada la ropa, al ser un
local de copas donde supuestamente trabajaba como camarera,
podía ir con vaqueros y una camiseta.
—Qué bien huele —dije entrando en la cocina, donde mi
madre estaba terminando de servir la cena.

—Mejor sabrá —contestó ella.

Había preparado unas chuletas con puré de patatas que tenían


una pinta riquísima, pero lo mejor era el postre, su famoso
pudin. Menos mal que no era de engordar mucho, si no, no
podría subirme a esa barra cada noche.

—¿Y papá? —pregunté al no verle.

—No se encontraba bien, ya sabes que los días de compra se


fatiga mucho.

—Pues que se quede en casa, mamá. Siempre se lo digo, no


hace falta que me acompañe.

—Es así de cabezota —se encogió de hombros—. Venga,


cena, no vayas a llegar tarde al trabajo —dijo, dándome un
beso en la mejilla.

Cenamos las dos solas mientras me contaba cómo estaban


siendo esos últimos días de clase.
Sus niños, como ella los llamaba, pasaban de curso y no
volvería a verles, salvo por los pasillos del colegio o en los
recreos. Cada año era lo mismo, se apenaba por tener que
separarse de esos niños por quienes sentía un cariño enorme.

—Así que, para este fin de curso, he pensado llevarlos a pasar


el día en una granja el próximo lunes —comentó.

—Eso está muy bien, seguro que les encanta la idea.

—Ya he hablado con los padres, y con la granja, el colegio nos


pone el autobús, y los dueños de la granja prepararán la
comida.

—¿Vas a ir tú sola? —pregunté, empezando a recoger la mesa.

—Había pensado que me acompañaras, si quieres, claro.


Como es tu día libre…

—Pues me apetece mucho, sí. Un cambio de aires me vendrá


genial —sonreí.

—Gracias, hija —me abrazó con fuerza—. Eres una


bendición, mi niña.

—Al final me haces llorar —protesté—. Voy a vestirme, o no


llego.
Mi madre asintió y se quedó terminando de recoger la mesa,
me vestí rápidamente, cogí el móvil, el bolso, y salí de casa.

El trayecto no era muy largo, pero me gustaba llegar antes de


que Enzo abriera para poder aparcar en la parte trasera y entrar
sin ser vista.

Por suerte o por desgracia todo el mundo se acordaba de mí,


había sido una famosa patinadora hasta los veinte años, esa a
la que se le truncaron todos los sueños en apenas un segundo,
y aún seguían nombrándome en muchas competiciones y
programas de televisión.

Ese era mi mayor problema, que me conocía mucha gente y,


hacía un año y medio, alguien que no debería haberme visto en
este lugar, me vio.

Desde entonces pagaba las consecuencias de aquella noche.

Entré en el club y fui por el pasillo hasta la zona de los


camerinos. Las risas desde uno de ellos eran de los más
contagiosas, y ahí que fui a ver a mis compañeras.

—¡Os pillé! —grité abriendo la puerta, y tanto Julia como


Trixie, se sobresaltaron.
—Dios, Abby, qué susto —dijo Julia, llevándose la mano al
pecho.

—Un día de estos, nos quedamos en el sitio infartadas —


contestó Trixie.

Esas dos chicas eran buenas amigas, me habían acogido en


aquel lugar como si nos conociéramos de toda la vida. Ellas
eran quienes se encargaban de ayudarme a camuflar la cicatriz
a base de capas y capas de maquillaje del mismo tono de mi
piel, ese que me quitaba con toallitas desmaquillantes antes de
irme a casa.

Julia era la más pequeña de las tres. Tenía veintitrés años, una
melena rubia ondulada que brillaba como el oro, y unos ojos
azules de lo más claros. Yo solía decirle que era mi vampira
particular, porque tenían ese tono casi cristalino. Medía metro
cincuenta y cinco y era muy simpática y cariñosa, en realidad,
las dos lo eran.

Trixie era la mediana con veinticinco años, de cabello castaño


liso y en media melena, ojos azules, pero no como los de Julia,
y metro cincuenta y siete de estatura.

—¿De qué os reíais? —Me senté delante de ellas, sobre la


mesa de su tocador.
—Trixie tuvo una cita el domingo —contestó Julia—. Y el
chico le acaba de escribir para ver si puede invitarla a salir de
nuevo.

—¿Y qué tiene eso de divertido?

—Es que es amigo de un vecino, y no me gusta. Fui por


compromiso, y ahora no sé cómo decirle que su amigo le ha
dado esperanzas de algo que no es. Nos reíamos porque Julia
ha dicho que le diga que soy una mujer muy liberal y que mis
relaciones son con más de un hombre a la vez, en plan harén y
eso.

—No te pega, con lo romántica y enamoradiza que eres —reí.

—Y por eso nos reíamos.

—Dile la verdad, es lo mejor. Te lo digo yo —me encogí de


hombros y bajé de la mesa de un salto, dispuesta a ir a mi
camerino para cambiarme de ropa.

—En cuanto nos vistamos vamos a ayudarte —dijo Julia.

—Allí os espero.

Salí y vi a lo lejos a Rony, el seguridad del local, revisando


algo en su móvil.
Tenía apariencia de hombre rudo y con cara de malo, pero solo
cuando trabajaba. Aquel moreno de metro ochenta y cinco y
ojos marrones, musculado y atractivo, era un encanto y con
nosotras tres se portaba como un osito de peluche.

—Buenas noches, amor mío —lo saludé y, sin levantar la vista


del móvil, sonrió al escuchar mi voz.

—Si te oye quien tú sabes…

—Que le den a esa poli operada. Eres mi amor y punto. Con


ella solo follas. Y sigo sin entender por qué, la verdad.

—Me provoca con esos conjuntitos, me pone cachondo con


sus bailes, y a ella le gusta que la pegue a la pared y la folle
con rudeza.

—Demasiada información, gracias —cerré los ojos levantando


la mano.

—¿Qué tal tu día libre?

—Bien, como siempre. Descansando y por la noche de cena


con Fanny.

—Eso está bien, que desconectes un poco de este ambiente.


—¿Ha llegado Enzo?

—Está en su despacho, sí.

—Bien, pues voy a vestirme para que luego me ayuden las


chicas con el maquillaje.

—Te voy a decir una cosa, esa cicatriz es una muestra de lo


luchadora que has sido y sigues siendo. Yo de ti, dejaría de
cubrirla.

—Sabes por qué lo hago, no quiero más sorpresas como la de


hace año y medio.

—Si me dejaras, pondría solución a ese asunto y te aseguro


que él, tendría más cicatrices que tú.

—Lo sé, pero no soy así.

—Bueno, mi oferta estará siempre vigente, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —me puse de puntillas, y justo en el momento


en el que le daba un beso en la mejilla, se abrió la puerta del
final del pasillo, por donde entrábamos todos, y escuchamos el
inconfundible repiqueteo de los tacones de Loreta—. Ahí está
tu dominante —susurré, haciéndolo reír mientras negaba.
—Rony —lo llamó ella.

—A follar, machote —le di una palmadita en la espalda y miré


a mi compañera.

Loreta, alias, “poli operada”, porque no tenía ni una sola parte


del cuerpo que no fuera de plástico o silicona. Rubia, teñida
por supuesto, ojos marrones, metro sesenta y cinco, y me
odiaba desde que llegué.

Decía que me había quedado con las mejores horas para mis
shows de baile, y no soportaba que no hiciera pases privados,
aunque al no hacerlos no me llevara tan generosas propinas
como ella y las demás.

No quería nada serio con Rony, pero le molestaba no ser el


centro de sus atenciones cuando las chicas o yo, estábamos
cerca de él, por eso empezó a querer tener sexo con él en su
camerino. Ella se encargaba de que nos enterásemos de lo que
pasaba tras aquella puerta, porque le daba por gritar con una
cantidad de decibelios, que ni la música que solían poner
Lewis, el camarero encargado de la barra que hacía las veces
de DJ.

Los vi a ambos desaparecer tras la puerta del camerino de


Loreta, y entré en el mío para prepararme.
Aquella noche me decanté por un bonito vestido azul celeste,
me recogí el cabello en un moño bajo, y cuando estaba
terminando de maquillarme entraron mis chicas para
ayudarme.

—Listo —dijo Julia, cuando terminó de aplicar maquillaje en


la parte del tobillo.

—Muchas gracias.

—No hay de qué. Bueno, os dejo que me toca salir primero.

Julia se marchó con una sonrisa y Trixie, me ayudó a ponerme


la máscara. cuando me subía a ese escenario dejaba de ser la
famosa ex patinadora Abby Grayson, para ser una exótica
bailarina que se dejaba llevar por la música.

Después de Julia, salí yo.

Me quedé apoyada en la barra esperando a que la música


empezara y se iluminara el escenario y, como siempre,
mientras me movía con cuidado y sensualidad, imaginaba que
estaba en una de esas competiciones de antaño.

No volvería a patinar en mi vida, pero durante unos minutos,


en las noches de trabajo, lo hacía.
Como siempre, las horas pasaron entre bailes, descanso y
cambios de ropa. Cuando acabé la noche, me tomé una botella
de agua mientras me quitaba el vestido, y me sorprendió que
Enzo abriera y entrara con aquella expresión en el rostro,
parecía preocupado.

—¿Qué pasa? —pregunté sin cubrirme, total, había confianza


después de tanto tiempo, y que me viera en ropa interior, era
como si lo hiciera en bikini.

—Verás, sé que tú no haces pases privados, pero…

—Pídeselo a Loreta, estará encantada, seguro.

—Es que el cliente te quiere a ti.

—No es posible. Ya lo sabes.

—Abby, es un empresario muy importante que cierra aquí


todos sus tratos. Hace meses que me pide lo mismo y me ha
dicho que, o se lo consigo, o viene a buscarte él mismo y os
encierra aquí hasta que bailes.

—No se atreverá —lo miré con horror en el rostro.

—Me temo que sí. Todo lo que ese hombre quiere, lo acaba
consiguiendo.
—Espera, ¿eso quiere decir que me quiere a mí? —pregunté
unos segundos después, tras analizar la frase.

—Al menos para un pase privado esta noche. Meses, Abby,


lleva pidiéndomelo meses.

Vi en la mirada de Enzo, que, si no accedía a hacer ese pase


privado, aquel hombre sería capaz de presentarse en el
camerino para conseguirlo.

Suspiré, comprobé que el maquillaje de la pierna seguía


cubriendo mi cicatriz, y acabé accediendo.

Enzo había hecho mucho por mí en esos años, veía justo


devolverle una pequeña parte de ese modo.

—¿Dónde me espera? —pregunté.

—En la sala ocho. La última del pasillo.

Asentí, me coloqué la máscara de nuevo, volví a vestirme, y


fui hacia el pasillo contiguo, por el que se accedía a las salas
privadas.

Cuando llegué, respiré hondo, y recé. Estaba nerviosa.


Capítulo 4

Había visto aquellas ocho salas privadas la primera vez que


estuve en el club, Enzo me lo mostró todo cuando acepté
trabajar para él.

Todas tenían un sofá pegado a la pared, en forma de


semicírculo, con un par de mesas bajas y redondas de cristal
delante, y es que en esas salas los pases privados podrían ser
para una, o varias personas.

Abrí la puerta y apenas había luz, estaba todo en una semi


penumbra que, junto a la música que sonaba de fondo, le daba
un ambiente de lo más sensual.

Miré hacia el sofá, pero no vi a nadie allí sentado, por lo que


pensé que no había llegado aún aquel cliente que requería mis
servicios.
—Puedes empezar —escuché una voz varonil y algo grave a
mi derecha, miré hacia allí, y vi la silueta de un hombre
sentado en un sillón, con una pierna sobre la otra, y un vaso de
lo que imaginaba sería whisky en la mano.

Tragué con fuerza, y me concentré en aquella música que me


rodeaba, volviendo a subirme sobre mis viejos patines, y
empezando a bailar como si me deslizara sobre el hielo con
ellos.

Cuando bailaba en el escenario, me limitaba a eso, a bailar,


seducir con miradas, con gestos. Pero nunca me desnudaba
como hacían las demás.
Sabía, por Julia y Trixie, que en estas salas los clientes
esperaban un pase privado completo, que les gustaba que las
chicas se desnudaran solo para ellos.

Jamás había hecho eso, y tampoco pensé que llegara a hacerlo


nunca, pero ahí estaba, mirando hacia el sillón en el que el
misterioso cliente disfrutaba de su whisky, mientras me
observaba.

Deslicé un tirante por mi hombro, dejándolo caer, después el


otro, y dejé que poco a poco el vestido cayera al suelo.

En ropa interior continué bailando del modo más sensual que


podía, dados los nervios que me entumecían el cuerpo.
Me giré dándole la espalda, y mientras le miraba por encima
del hombro, aparté el tirante del sujetador. Fui a hacer lo
mismo con el otro, y me quedé inmóvil cuando vi por el
rabillo del ojo a ese hombre, pegado a mi espalda.

Su presencia imponía, era alto, calculaba que, como Rony. Me


llegaron pinceladas de su perfume, mezcladas con el whisky
que salía de sus labios.

—No —fue cuanto dijo, llevando la mano sobre la mía.

Intuí que me pedía de ese modo que no me quitara nada más,


cosa que agradecí asintiendo.

Deslizó en una suave caricia la yema de sus dedos por mi


brazo, y noté que me rodeaba la cintura con el otro,
pegándome a su cuerpo.

Entrelazó la mano con la mía y comenzó a mecernos a ambos,


al ritmo que marcaba aquella suave y sensual melodía.

Cerré los ojos y sentí sus labios posarse despacio en mi cuello,


consiguiendo que me estremeciera ante aquel contacto.

Desde Max, ningún hombre me había tocado de ese modo.


—No creo que hayas pagado para esto —dije, y lo escuché
reír.

—Quizás, sí.

—No, no lo creo. Aquí las chicas se quedan desnudas y tú, no


me has dejado ni quitarme el sujetador.

—Me gusta más quitarlos —murmuró en un susurro bajo y


sensual con el que, por un momento, pensé en que quería que
me lo quitara.

—Entonces, me lo vas a quitar tú. Te advierto que las chicas


no tenemos sexo con los clientes.

—Lo sé, tampoco es lo que quiero.

—¿De verdad has pagado por una sala privada, para bailar
pegado a mi culo? —de nuevo una risa.

—Un culo precioso, por cierto.

—Gracias, supongo.

En ese momento giré mientras le cogía de la otra mano,


quedando frente a él. Me sorprendió que llevara antifaz, tal vez
lo hizo para que yo no me sintiera incómoda.
—No te sorprendas. Enzo me dijo que nunca te muestras, y yo
no quiero que alguien pueda reconocerme en este lugar. Solo
vengo a hacer negocios.

—Lo mío es diferente, no es por negocios.

—No voy a preguntar.

—Ni yo a chantajearte si te veo el rostro.

—Eso no puedo saberlo.

—Soy de fiar, seguro que Enzo te lo ha dicho.

—Sí —sonrió de medio lado.

Aproveché para caminar con él, llevándolo hasta el sofá y


haciendo que se sentara en el centro.

Tal vez el hecho de no saber quién era, de que no pudiera


reconocerme, me estaba dando un valor que no sabía que tenía.

Lo dejé allí sentado, y comencé a bailar de nuevo para él.


Me movía con esa elegancia que había aprendido cuando
empezaba a patinar, le miraba y le seducía con mis gestos,
como hacía cuando estaba en el escenario.

Vi que se removió ligeramente y supe que le gustaba lo que


veía.

Me acerqué, y en un arranque de valentía, osadía y falta de


pudor, me senté sobre sus piernas.

No tardó en llevar ambas manos a mis caderas, para ir


subiéndolas poco a poco por mis costados, y acabó dejándolas
bajo mis pechos, sosteniéndolos, sin tocarlos.

—¿Quieres que me lo quite? —pregunté, refiriéndome al


sujetador, pero él negó sin apartar la mirada.

No podía distinguir el color de sus ojos en aquella oscuridad, y


me habría encantado hacerlo.

Sin ser consciente, acabé dirigiendo la mirada hacia sus labios,


al verlo, sonrió de nuevo.

Me sostuvo con una mano en la nuca, acercándome a él, y noté


el calor de sus labios sobre los míos.
Aquello me pilló por sorpresa, al principio no supe cómo
reaccionar, y por mucho que me gustara aquel cálido contacto,
me aparté poniéndome en pie.

—No debería haber aceptado —dije, caminando hacia el lugar


en el que había quedado abandonado mi vestido.

Me lo volví a poner con prisas, y cuando estaba a punto de


abrir la puerta, me cogió por la muñeca haciendo que girara
para mirarle.

—Lo siento, no he podido evitarlo.

—La que lo siente soy yo. Solo bailo en el escenario, nunca


hago pases privados.

—Espera, tu propina.

—No es necesario.

Salí de aquella sala y comencé a correr por el pasillo, sabía


que me estaba observando, no había escuchado la puerta
cerrarse, pero no iba a volver allí.

¿Qué había pasado en ese sofá? ¿Por qué me dejé llevar así? Si
no fuera porque tan solo había bebido agua de la nevera de mi
camerino, habría jurado que me habían cambiado la bebida.
Entré en el camerino a cambiarme, me desmaquillé, como
siempre, y pasé por el camerino de Julia y Trixie para
despedirme de ellas.

—Nos vemos mañana —les hice un guiño, y ambas me tiraron


un beso.

Ponía fin a un nuevo día de trabajo, y descontaba las horas


para volver de nuevo a él.

—Ejem, ejem. Ya creí que no llegabas, Abby —me quedé


parada junto al coche a escuchar la voz de Albert.

—Tenía cosas que hacer —dije, abriendo el bolso para coger


su sobre—. Aquí tienes tu dinero.

—Me alegra saber que nunca te olvidas de mí, a primeros de


mes, preciosa —contestó, haciéndome un guiño cuando cogió
el sobre.

—Ojalá pudiera olvidarme de ti para siempre, créeme.

—Lástima que nos una un secreto tan grande, ¿no te parece?

—Me chantajeas, Albert, no es por un secreto.


—Claro que sí, preciosa. Tu secreto, si fuera revelado, dejarías
de ser la pobre Abby a la que todo el mundo adora. ¿Qué crees
que dirían cuando supieran que bailas en un club de putas, y te
acuestas con los clientes por dinero?

—No me acuesto con ellos, y no somos putas.

—Esa sería tu palabra contra la mía. El público me creería a


mí, preciosa. Soy campeón de patinaje en solitario desde hace
años.

—Eres un miserable, eso es lo que eres —dije con desprecio,


girándome para entrar en el coche, pero me lo impidió
acorralándome con su cuerpo.

—No sabes las ganas que tengo de follarte desde hace años, y
te aseguro que, tarde o temprano, lo conseguiré.

—Antes me mato.

—No seas tonta, sabes que conmigo podrías tener todo lo que
tiene ella —dijo, refiriéndose a la futura esposa de mi ex.

—No necesito nada de ti. Suéltame, o juro que grito.

—Piénsalo, soy tu salvavidas, Abby. Nos vemos el mes que


viene.
Cuando al fin me soltó, esperé a que se marchara, y no subí al
coche hasta que escuché el suyo alejarse.

Un año y medio siendo extorsionada por un tipo que, con su


fama y su carrera, tenía todo lo que podía desear. Pero me vio
una noche en el club, no sé cómo pudo reconocerme, pero dos
días después, me abordaba como hoy, en el aparcamiento.

Puse el coche en marcha y regresé a casa, necesitaba ducharme


y quitarme esa sensación que tenía después de que Albert me
tocara.
Capítulo 5

—Buenos días, mamá —dije entrando en la cocina, donde


estaba terminando de servirse el café.

—Buenos días hija. ¿Cómo es que te levantas tan temprano?

—Voy a ir a ver a Fanny, pero antes quería organizar el


armario con toda la ropa de verano.

—Duermes muy poco.

—Tranquila, que estoy bien —le di un beso y en ese momento


entró mi padre.

—Ah, mis chicas —sonrió y nos abrazó a ambas—. Las que


dan luz a mi oscuridad.

—Qué bonito, papá.


—Se ha levantado poeta hoy —comentó mi madre, volteando
los ojos.

—Igual son los medicamentos, Isabel, que me ponen


romántico.

—Será eso, Jake, será eso.

Me eché a reír al ver a mi padre haciéndome un guiño en


cuanto mi madre se dio la vuelta para preparar las tostadas. La
verdad es que siempre estaba igual, bromista y cariñoso con
nosotras. Eso, a pesar de la enfermedad y el tratamiento, no
había cambiado.

Después de un nuevo desayuno en familia, mi madre se fue al


colegio dejándonos a mi padre y a mí, en casa. Mientras yo
organizaba armarios y cajones, guardando la ropa de invierno
que sí aprovecharía ese año, y metiendo en bolsas aquello que
podrían utilizar algunas de las familias que recibían ayuda de
la parroquia.

Cuando acabé, cogí todo, me despedí de mi padre y fui a


llevárselo al párroco.

—Buenos días, padre Henry —dije al encontrarlo en la


sacristía.
—Abby, ¡qué alegría verte! ¿Cómo estás, hija?

—Bien —sonreí—. Traigo algunas bolsas de ropa.

—Cada cambio de estación vienes con algo.

—Ya sabe, el invierno es la época más dura del año.

—Veamos qué has traído. Voy a llamar a Mary, para que nos
eche una mano.

El padre Henry nos había visto nacer a muchos de los niños


del barrio, nos bautizó y nos ofreció la sacristía cuando
nuestros padres llegaban tarde a casa por el trabajo.

Tenía tres años más que mi madre, y no dudaba en ayudarnos


con los deberes mientras hacía de niñero.

A día de hoy, el padre Henry seguía cuidando de los más


pequeños del barrio cada tarde, mientras sus padres trabajaban.
Muchos de ellos lo agradecían, dado que no podían permitirse
pagar a una cuidadora, aunque a veces las adolescentes
también ayudaban.

Vivíamos en un barrio de lo más normal, sin delincuencia ni


nada por el estilo, y había familias de clase media, así como de
salarios más bajos, pero nos llevábamos todos genial.
Mary no tardó en aparecer, aquella mujer de cincuenta años se
quedó viuda cuando solo tenía veintiocho, con dos niños
pequeños a su cargo, y acabó ofreciéndose para ayudar en la
iglesia con todo lo que fuera posible.

Se encargaba de organizar la ropa que recibían, así como del


comedor social al que acudían cientos de personas de otros
barrios que no tenían demasiados recursos, al igual que
algunas que, por desgracia, vivían en la calle.

—Hola, cariño —Mary se acercó sonriendo, y me dio un


abrazo de lo más maternal, como siempre.

—Hola, Mary. ¿Qué tal están Kevin e Isaac?

—Bien, bien. Kevin tiene mucho trabajo en el bufete, e Isaac,


sale de viaje mañana. Su jefe lo envía a controlar una de las
fábricas de Texas.

—Me alegro de que les vaya bien.

—Y yo, qué habría sido de mis niños sin la ayuda del padre
Henry.

—Mary, sabes que yo no hice mucho.


—Más de lo que cree, padre —sonrió ella—. A ver, ¿qué has
traído esta vez? —me preguntó, cogiendo las bolsas para
abrirlas, cambiando así de tema por completo.

Empezó a revisar lo que había y fue seleccionando en varios


montones toda la ropa, colocándolos por jerséis, pantalones,
camisetas…

Siempre llevaba tres bolsas bien cargadas, no es que me


sobrara el dinero para renovar vestuario a menudo, pero iba
mucho a comprar en rebajas y cargaba con varias cosas.

Después de ayudar a Mary a colocar todo en el cuarto que


tenía como ropero, me despedí y fui a ver a Fanny a su salón.

Como no le gustaba que fuera con las manos vacías, pasé por
su cafetería favorita, por ese café helado que tanto le gustaba,
al que añadía una pizca de canela y vainilla.

—Buenos días —saludé al entrar, y las peluqueras y estilistas


sonrieron.

—Fanny está en su despacho —me dijo una de ellas.

—Gracias.
Me conocían todas desde hacía tiempo, por eso podía
pasearme por la trastienda como si estuviese en mi casa.

Cuando llegué al despacho escuché a Fanny hablar por


teléfono en un tono para nada amigable. Di un par de
golpecitos en la puerta, abrí asomándome un poco, y al verme,
me dio paso haciéndome señas con la mano.

—No, escúchame tú. Es la tercera vez que el pedido llega mal,


y no puedo permitirme estos retrasos. Se acabó, Mich, no
vuelvo a comprarte nada más.

Colgó de malos modos, dio un gritito y me miró.

—¿Problemas con Mich otra vez? —pregunté dejando el café


delante de ella.

—Sí, estoy harta. Tres pedidos erróneos en mes y medio.


Menos mal que tengo otros proveedores, y que voy a probar
uno nuevo, a ver qué tal.

—Ese hombre acabará en la ruina por culpa de sus empleados.

—Desde luego, es el camino que lleva. Al parecer no soy la


única que se ha quejado, lo que no entiendo es por qué no
despide a los incompetentes que tiene en su almacén.
—Bueno, tranquila, tómate el café que verás que te quita el
estrés.

—Qué bien me conoces —sonrió.

Mientras se tomaba el café, llamó al nuevo proveedor a ver si


podían servirle lo que necesitaba en ese mismo día, ya que lo
necesitaba para el día siguiente. La pobre estaba desesperada y
la vi con ganas hasta de tirarse del pelo, pero al final le dijeron
que a última hora de la tarde se lo entregaban, por lo que
respiró un poco más aliviada.

—Listo, problema resuelto. Y menos mal, o veía que mañana


se iban las chicas sin material. Tienen una sesión de fotos para
vestidos de novia todo el día.

—¿Ves? Eso ha sido el café —dije haciéndole un guiño.

—Lo del sábado sigue en pie, no me falles, ¿eh?

—No, tranquila —miré hacia la ventana.

—Uy, a ti te pasa algo. Habla.

—No es nada, lo de todos los meses.

—La regla no, que esa te visitó la semana pasada —respondió.


—Albert.

—Ah, ese mierdecilla. Si dejaras que Rony, o Liam, se


hicieran cargo de él…

—Es mi problema, Fanny, tengo asumido que le veré la cara


cada mes.

—¿Hasta cuándo, Abby? Es un carroñero que se aprovecha de


ti. ¿Es que no le basta con el dinero que tiene? Menudo
sinvergüenza.

—Es lo que hay —me encogí de hombros.

—Si me lo cruzo por la calle, le quito las ganas de seguir


extorsionándote.

—No hagas nada, no sea que te busque las cosquillas a ti


también —le pedí—. Ayer hice mi primer pase privado.

—¿Qué has dicho? —gritó, con los ojos muy abiertos— Pero,
si Enzo te aseguró que nunca tendrías que hacerlos.

—Se lo hice más como un favor. Al parecer es un cliente muy


importante, un empresario que suele cerrar allí muchos de sus
negocios. Le llevaba pidiendo meses que le consiguiera el pase
y… —Me encogí de hombros— Accedí, como un favor por
todo lo que él me ha ayudado.

—Abby, siempre te he dicho que lo malo que tienes, es que no


sabes decir no. Y, ¿qué tal fue?

—Raro. Solo me pude quitar el vestido, evitó que me quitara


el sujetador y dijo que no quería eso. Me agarró y bailó
conmigo.

—¿En serio? —Entrecerró los ojos— Igual tiene problemas de


impotencia, o, no sé, ¿es fetichista de tocar a una mujer y
bailar con ella?

—No creo que tenga problemas de erección —sonreí.

—Ay, pillina, que notaste que ese hombre se alegraba de verte,


¿eh? —me sonrojé por toda respuesta— ¿Cómo es?

—No lo sé, la sala estaba en penumbra, y llevaba un antifaz


para que no le reconocieran.

—Vaya, así que, tienes un admirador misterioso. ¡Me encanta!

—¿Admirador? —reí.
—Te diré, si ha estado intentando que le hagas un pase privado
durante meses, eso en Suecia se llama admirador, cariño —
arqueó la ceja.

—Un admirador, envía rosas o chocolate, no se acerca para


bailar contigo.

—Pues este sí, a ver si vuelve y vais un paso más allá.

—Sí, a bailar la Macarena, no te fastidia.

Volteé los ojos al tiempo que ella se echaba a reír, porque


seguro que me estaba imaginando bailando aquella famosa
canción española de fama mundial.

Acabé ayudándola con el inventario, tenía que reponer algunos


productos y me encargué de hacer los pedidos mientras ella,
confirmaba su asistencia al evento de las influencers.

Comimos juntas, me marché a casa para descansar un rato, la


noche sería larga, como prácticamente todas, y noté que estaba
un poco nerviosa.

¿Volvería a ver a mi admirador misterioso?

Seguramente no, ya había conseguido el pase privado, ¿qué


más podría querer?
Capítulo 6

Segunda noche de trabajo, ya solo quedaban cuatro.

Eso pensaba mientras iba de camino al club en el coche,


escuchando una de esas canciones de los años ochenta que
seguramente formó parte de la banda sonora de alguna
película.

En esas a veces me inspiraba para mis bailes, no es que yo


ensayara tanto como las chicas, pero algún viernes solía ir al
club por la mañana con ellas, y después salíamos a comer.

Loreta, no, obviamente, ella nos miraba a las tres por encima
del hombro.

Y no digamos a las chicas que se encargaban de los pases


privados cada noche, para Loreta, eran poco menos que
moscas alrededor de un plato dulce.
Eran tres, Meli, Sophie y Tina, quienes se dedicaban en
exclusiva a las salas de pases privados. Ellas nunca hacían
shows en el escenario, se limitaban a bailar para quienes
querían ser el centro de las atenciones que en ese lugar se
ofrecían.

Julia, Trixie y Loreta, hacían ambas cosas y por lo que había


escuchado de nuestra poli operada y compañera de trabajo, ella
incluso llegaba un paso más allá con algunos clientes y tenía
sexo.

A Julia y Trixie, se lo habían ofrecido alguna vez en aquellas


salas, pero no aceptaban, puesto que no éramos prostitutas,
sino bailarinas exóticas.

Llegué como siempre, diez minutos antes, y aproveché para


charlar con las chicas en su camerino mientras se arreglaban,
ellas salían primero y antes de hacerlo debían ayudarme con el
maquillaje de la pierna.

—¿Y si buscamos unas medias que no den mucho calor y que


cubran la cicatriz? —preguntó Trixie, mientras se afanaban las
dos en aplicar una capa de maquillaje tras otra en mi pierna.

—Mi amiga no deja de insistir en que me haga un tatuaje sobre


ella —respondí.
—Pues esa es una buena idea. ¿Qué habías pensado? —
curioseó Julia.

—¿Yo? Nada, ella sí. Dice que una enredadera con flores me
quedaría bien.

—Pues yo lo veo, sí —sonrió Trixie.

—Madre mía, un tatuaje, con el pánico que le cogí a las agujas


por las operaciones y los tornillos que me pusieron —resoplé.

—¿No te gusta el mío? —Julia se giró para mostrarme el que


lucía en la espalda, ese que se veía perfectamente cada noche
cuando bailaba.

Era una gran rama con pequeñas flores de cerezo que iban
desde su cadera izquierda, hasta el hombro derecho.

Ella también tenía una cicatriz en la espalda, una que le hizo el


cuarto novio de su madre, ese que la tomó con ella una noche
y la golpeó con la hebilla del cinturón, rasgando la piel desde
el hombro hasta media espalda.

—Es precioso, sabes que me encanta, pero yo no soy muy


amiga de las agujas —respondí.
—Bueno, si te planteas hacerte el tatuaje, que, seguro que
quedaría precioso, me lo dices, que te llevo al estudio de mi
amigo Brandon y se pone manos a la oba.

—Muy amable de tu parte, pero creo que no lo haré —sonreí.

Trixie fue la primera en salir esa noche, mientras que Julia, fue
a una de las salas para un pase privado que habían concertado
la noche anterior.

Yo me quedé en el camerino, escogiendo el vestuario para esa


noche.

Estaba entre vestidos y zapatos cuando escuché que se abría la


puerta de golpe.

—¿Es que ahora vas a hacer pases privados? —preguntó


Loreta, con un tono de lo más molesto.

—No es de tu incumbencia.

—Por supuesto que lo es —dijo con rabia, acercándose a mí


—. No vas a quitarme los clientes fijos, ¿me oyes? Esas
propinas nunca serán tuyas.

—Loreta, tú tienes tus admiradores, las demás tienen los


suyos, y yo, tengo los míos. ¿Qué más da si hago pases
privados?

—¡No vas a hacer ni uno más! —gritó.

—¿Se puede saber qué está pasando? —preguntó Enzo,


entrando en ese momento.

—No quiero que esta mojigata haga pases privados, Enzo. Ella
no iba a hacerlos.

—Loreta, todas las chicas tienen derecho a hacerlos, si así lo


quieren.

—No con mis clientes —exigió—. Mis clientes la quieren, y


anoche corrió la voz de que estuvo en una sala.

—Bueno, te puedo asegurar que el cliente con el que estuvo


anoche, se encargó de pagar para que ella no vaya a ninguna
otra sala, que no sea esa, y con él. La quiere en exclusiva —las
palabras de Enzo me dejaron sin habla, me quedé mirándolo
con los ojos tan abiertos que pensé que no tardaría en notar
que se me quedaban secos.

—¿Qué has dicho? —pregunté, en apenas un susurro.

—Eso es imposible, nunca aceptas eso —dijo Loreta—.


¿Cuántas veces lo ha pedido uno de mis clientes, y te has
negado?

—Esto es distinto, ese hombre es mi mejor cliente y no puedo


perderlo.

—¿En serio, Enzo? Esto es increíble —protestó Loreta,


mientras caminaba en círculos en mi camerino.

—Es lo que hay, Loreta. Si no te gustan las normas de mi club


—remarcó bien esas palabras—, ya sabes dónde tienes la
puerta.

—No me jodas, Enzo. ¿Después de lo que he hecho por ti, y


por este club? Sin mí no tendrías nada, ¡nada!

—Tendría todo lo que tengo, Loreta. No hiciste nada que no te


pidiera. Bailas para mis clientes.

—Conseguí a muchos de los que vienen cada semana a cerrar


sus tratos.

—Tratos que cierran porque te follas a sus socios. ¿Crees que


no sé lo que haces en esas salas, Loreta? Me hago el tonto,
pero no lo soy. Ellos te pagan por conseguir esos negocios tan
suculentos firmados, si te follas a sus socios.

—Es mi decisión, Enzo.


—Sí, pero este es mi club. No contraté putas, Loreta, y tú,
cobras por sexo, algo que yo no quiero en mis salas.

—Te ofrecí una parte de lo que me pagan, y la rechazaste. No


me vengas ahora con esas gilipolleces, Enzo.

—Como te dije hace años, no aceptaré dinero porque no soy


un proxeneta. Ya he aguantado bastante con eso, Loreta. Si
quieres follártelos y ganar más dinero gracias a esos acuerdos,
hazlo, pero fuera de mi club. Acabas tus shows, y te vas al
hotel más caro de Boston con tus clientes y sus socios. Estoy
seguro que no les importará pagar una suite para follarte entre
los dos.

—Esto es increíble —dijo de nuevo, y salió de mi camerino


dando un portazo.

—Joder, qué a gusto me he quedado —comentó Enzo,


sentándose frente a mí—. Ey, ¿qué te pasa? —preguntó
cogiéndome por la cintura y colocándome entre sus piernas.

No, no penséis que entre él y yo había algún tipo de relación,


porque no era así. Enzo me trataba con cariño, y no se
propasaba nunca conmigo. Me acariciaba la espalda para
calmarme cuando estaba nerviosa, como era el caso en ese
momento, y a veces nos dábamos un beso en los labios, pero
solo en plan amigos. Él, tenía sus citas y noches de sexo fuera
de estas cuatro paredes, como solía decir, pero yo siempre
sería su chica favorita.

—No voy a volver a esa sala, Enzo —respondí, apoyando


ambas manos en sus hombros.

—Por lo que sé, no te exigió mucho —elevó ambas cejas.

—No, pero…

—Eh, Abby, ese hombre no es mal tipo, y sé que jamás haría


algo que pudiera perjudicarte. Me dio la propina que no
aceptaste ayer, para que te la diera, la tengo en un sobre en mi
despacho.

—No puedo aceptarla, Enzo, de verdad. Yo, no soy como


Loreta.

—Jamás se me ocurriría compararte con ella. Si no la he


despedido, es porque sus clientes se dejan una cantidad
indecente de dinero en whisky cuando vienen. Pero no voy a
seguir haciendo la vista gorda a sus juegos en ellas. Y tú, eres
única, Abby —me cogió por la cintura e hizo que me sentara
en su regazo.

Tras uno de nuestros breves besos, me abrazó con fuerza. En


ese momento, y sin saber por qué, rompí a llorar.
—Oye, ¿qué pasa, preciosa? —preguntó apartándome para
secarme las lágrimas— Menos mal que os compráis maquillaje
resistente a todo, porque ahora mismo serías una osita panda
con los ojos negros —dijo, haciéndome sonreír.

—Nada, no te preocupes —me sequé las mejillas.

—Ay, mi niña, que está sensible.

—No —reí.

—Voy a por tu propina —dijo volviendo a dejarme en el suelo.

—No la quiero.

—Pues te aguantas. Eso vendrá bien en tu casa, y lo sabes —


me hizo un guiño y salió de allí sonriendo.

Enzo, al igual que Fanny, Liam y el resto de mis compañeros


de trabajo, sabían quién era yo. Todos me guardaban el
secreto, pero de la que menos podía fiarme, sin lugar a dudas,
era de Loreta.

Hacía dos años que trabaja con ella y aún seguía yendo con
pies de plomo con esa mujer, sabía que, cuando menos lo
esperara, me la jugaría.
Enzo regresó en apenas unos minutos, dejó el sobre en mi
tocador y, tras un beso en la mejilla, se marchó.

Lo cogí, y al abrirlo me quedé sin palabras al ver aquella


cantidad de dinero. ¿Seiscientos dólares por un breve baile?
Era demasiado, no podía aceptarlo.

Cuando iba a volver a guardarlo, encontré una nota dentro. La


letra con la que estaba escrita era perfecta, muy bonita y
elegante.

“Quiero volver a verte en la sala”

No ponía nada más, por lo que podría querer volver a verme la


semana siguiente, o dentro de un mes.

Guardé el sobre a buen recaudo en la caja de seguridad que


Enzo me había dado, esa que mis compañeras también tenían
en sus camerinos, y me preparé para salir al escenario por
primera vez.

—Abby —me giré al escuchar a Enzo llamándome desde su


despacho—. Esta noche, preciosa —me hizo un guiño, fruncí
el ceño sin entender, y sonrío—. La nota, se refiere a esta
noche —dijo, volviendo a entrar y cerrando la puerta.

¿Ese hombre estaba de nuevo allí? ¿Había vuelto para verme?


No podía ser.
Salí al escenario, nerviosa por lo que me dijo Enzo, pero
procuré calmarme para ese baile, y para los dos siguientes.

Distinto fue cuando llegó el momento en el que yo solía acabar


mis noches, cuando regresé al camerino y encontré una rosa
roja sobre el tocador, con una nota.

“Te espero”.
Capítulo 7

Tardé en decidirme a ir a la sala, nunca iba y no sabía por qué


había accedido el día anterior.

Era cierto que, por Enzo, haría cualquier cosa, él me había


ayudado siempre, y sabía que le tendría ahí para lo que
necesitara.

Respiré hondo, abrí la puerta y entré encontrando la sala igual


que la noche anterior. Poca iluminación, una música de lo más
sensual, y el sofá que tenía delante completamente vacío.

Miré hacia la derecha, ahí estaba él, o al menos la silueta del


admirador misterioso.

—Me alegra que hayas venido —dijo, acercándose el vaso de


whisky para dar un sorbo.
—Solo he venido para decirte que no volveré. Esta es la última
vez.

—¿No te agrada mi compañía? —preguntó, al tiempo que se


ponía en pie y caminaba hacia mí.

—No es eso —susurré inclinando la mirada cuando lo tenía a


solo unos pasos.

—Mírame, pequeña —exigió con autoridad.

Tragué con fuerza, cerré los ojos por unos segundos, y le miré.
De nuevo se cubría el rostro con un antifaz, me sostuvo la
barbilla con apenas dos dedos y nos quedamos mirando
fijamente.

Seguía sin poder averiguar el color de sus ojos, y empezaba a


odiar que aquella sala estuviera tan poco iluminada. ¿No
habría un interruptor en algún lado? Necesitaba luz, necesitaba
verlo para saber que aquello que sentía cuando tenía esos ojos
puestos sobre mí era real.

—Quiero verte todas las semanas en esta sala —dijo con un


tono más calmado, pero dejando claro que era una orden, no
una simple petición.

—No soy como las demás chicas.


—Enzo se encargó de hacérmelo saber. Pero tienes algo que
me atrae, desde la primera noche que puse los ojos en ti, hace
meses.

—No soy prostituta.

—Lo sé, pequeña —sonrió, inclinándose, quedando apenas a


unos centímetros de mis labios—. Eres un ángel en medio de
mis demonios —susurró y me besó.

Fue algo breve, apenas un roce fugaz, como si realmente no


hubiera ocurrido nada en ese instante. Pero lo había hecho, sus
labios tocaron los míos antes de volver a mirarme fijamente y
cogerme de la mano.

Tragué con fuerza de nuevo, intentando aplacar los nervios


que se habían apoderado de mi cuerpo.

Si yo tenía algo que le atraía, no iba a negar que él, también.

No sabría decir por qué, si ni siquiera le había visto bien el


rostro.

Me llevó hasta el sofá, donde se sentó dejándome de pie frente


a él y me observó detenidamente.
Sentía las mejillas ardiendo, señal de que me estaba
ruborizando, y desvié la mirada hacia el sillón en el que había
estado sentado.

—Puedes empezar —dijo, lo miré y sonrió.

Asentí y comencé a quitarme el vestido, despacio y de manera


sensual, como la noche anterior.

Jamás habría pensado que llegaría a hacer un striptease en este


lugar, y ahí estaba, delante un desconocido que había pagado
por tenerme en exclusiva.

—A partir de la próxima semana, vendrás aquí cada viernes —


exigió, cogiéndome por las caderas y haciendo que me sentara
sobre sus piernas—. Te quitarás el vestido en cuanto se cierre
la puerta, te girarás quedándote en ropa interior, y esperarás a
que me acerque —asentí mientras me mordía el labio, mirando
el movimiento de los suyos al hablar—. Quiero besarte,
pequeña.

—No puedo —susurré y me estremecí, porque, aunque no


podía, me moría de ganas porque eso ocurriera.

—Sí que puedes. Deja que lo haga.

No contesté, él no dijo nada más, y lo siguiente que ocurrió fue


que me perdía en aquel beso húmedo que compartíamos.
Nuestras lenguas se encontraron para dar rienda suelta a
aquello que ambos sentíamos, y unos minutos después me
encontraba jugando con mis dedos enredados en la suavidad
de su cabello, mientras notaba el suave recorrido de sus manos
subiendo y bajando por mi espalda.

La cordura regresó a mí, me aparté y lo miré fijamente a los


ojos, esos que desprendían un deseo incontrolable.

—No puedo —fue lo único que dije poniéndome en pie.

Lo había notado, su miembro comenzaba a cobrar vida bajo la


tela de los pantalones, y no quería que aquello se fuera de
nuestras manos.

Iba a marcharme, pero él, impidió que lo hiciera, evitando que


cogiera el vestido. Me rodeó por la cintura, entrelazo nuestras
manos para llevar mi brazo alrededor de su cuello, y pegado a
mí comenzó a bailar, como la noche anterior.

—Lo siento, pero no he podido evitarlo. Me atraes como un


imán, pequeña —susurró besándome el cuello.

Cerré los ojos y me dejé llevar por la música, por el balanceó


de nuestros cuerpos mientras él nos guiaba.
Acabé jugando con los dedos en su nuca, acariciándola
despacio como él hacía en mi vientre.

El calor de sus labios sobre la sensible piel del cuello hacía


que me estremeciera a cada segundo que pasaba.

¿Por qué me ocurría eso? ¿Qué había visto aquel hombre en


mí, para querer mi compañía cada viernes?

Iba a preguntarlo, pero el miedo a la respuesta me lo impidió,


por lo que seguí bailando con él, durante lo que me pareció
una eternidad, hasta que me besó el hombro y se apartó.

—La semana que viene, el viernes, en esta sala —dijo, lo miré


por encima del hombro y asentí, lo que ocasionó que sonriera.

Me puse el vestido ante su atenta mirada y salí de allí para


regresar al camerino.

En el pasillo me encontré con Loreta, pero por suerte no me


montó ningún numerito dado que iba con Rony.

No tardaron en encerrarse en su camerino, desde el que se


escucharon poco después los gemidos y gritos de ella, que
parecía decir así que él era suyo, su juguete, su chico para
follar y saciarse cuando estaba molesta con las demás.
Después de quitarme todo aquello que me hacía ser otra
persona, me vestí y volví a ser simplemente Abby Grayson.

Tras un par de golpes en la puerta, esta se abrió y un sonriente


Enzo, entró en mi camerino.

—Tu propina de esta noche, preciosa —dijo entregándome un


sobre.

—¿Es de él? —pregunté, mirándolo como si quemara, y sin


cogerlo.

—Sí.

—No la quiero, ya te lo dije antes.

—Abby —Enzo se puso en cuclillas frente a mí—. Cógelo, no


me obligues a obligarte.

—Enzo.

Con un simple gesto, ese que utilizaba para persuadirnos


cuando arqueaba la ceja, consiguió que asintiera y cogiera el
sobre.

—Vete a casa, preciosa. Nos vemos mañana —me dio un beso


en la frente y se levantó para irse.
Miré el sobre, lo abrí y encontré otros seiscientos dólares. Ni
siquiera me planteaba pensar en cuál era la cantidad que le
daba a Enzo para que me tuviera en exclusiva.

Junto al dinero, una nota.

“Nos vemos el próximo viernes, pequeña”

Nueve días para volver a verle, para que nuestros encuentros


se resumieran a que me quitara el vestido y bailáramos juntos.

Cuando se lo contase a Fanny, no se lo iba a creer.

Volví a casa, en mitad de la noche, a casi las dos de la


madrugada, me metí en la cama y miré los dos sobres que
había dejado en la mesilla.

Con esas propinas, podría ahorrar suficiente para alquilar mi


propio apartamento.
Capítulo 8

Llegó el sábado, y aunque no tenía muchas ganas de salir de


casa, le había prometido a Fanny que iría a comer con ella y
Liam, además Enzo también estaría allí, por lo que no me
sentiría una extraña con la presencia de los otros amigos del
novio de mi mejor amiga.

Aunque al principio quedó en que me recogerían ellos, el día


anterior le dije que iría en mi coche, así podría marcharme
pronto y volver a casa para acostarme un par de horas, por la
noche tenía que trabajar y estaba más que comprobado que si
no descansaba un poco por la tarde, por la noche me
encontraba bajo mínimos.

Cuando llegué a la dirección que me había dado, me


sorprendió al ver que un joven se acercaba a mi puerta para
abrirla, dándome la bienvenida con una gran sonrisa.

—A la salida entregue este ticket, y cualquiera de nosotros le


traerá el coche —dijo cuando me ayudó a salir.
—Oh, gracias —sonreí.

Por suerte había decidido ponerme uno de mis vestidos largos


más veraniegos, blanco con grandes flores rosas y de tirantes
finos.

Avancé hasta la entrada, sonreí al chico que me abrió la puerta,


y entré a aquel lujoso restaurante.

—Buenas tardes, señorita. ¿Tiene reserva? —me preguntó una


mujer con una amable sonrisa.

—He quedado para comer con unos amigos. Liam Peterson —


respondí, ella miró en su libro de reservas, asintió y me
acompañó hasta la mesa, que aún estaba vacía.

Tomé asiento y llamé a Fanny, que me dijo que estaba de


camino, Liam llegaría un poco más tarde porque había tenido
un problema con el coche y no pudo recogerla.

—¿Desea tomar algo mientras espera, señorita? —Miré al


camarero que estaba a mi derecha, con ambos brazos hacia
atrás, desde luego, se notaba la elegancia y la educación que
tenía.

—Una copa de vino blanco, por favor.


—¿Alguno en especial?

—Eh… no —sonreí, porque de vinos no entendía nada—. El


que tomarías tú.

—Ah, buena elección —su sonrisa se amplió, y cuando me


hizo un guiño, sonreí en respuesta.

Me distraje mirando el móvil, leyendo algunas noticias sobre


Max y su futura esposa, así como algunas de otros antiguos
compañeros de mi academia.

Una de las chicas se acababa de proclamar campeona del


mundo en solitario, después de tantos años luchando para
conseguirlo.

Aquel deporte de élite no era fácil, yo misma lo había


comprobado.

Tras mi accidente, fueron muchos los periodistas deportivos,


así como ex patinadores profesionales, quienes aseguraban
que, de no haber sido por esa terrible caída que acabó con mi
carrera y con todos mis sueños, podría haber ganado el
campeonato ese año.

—Ya estoy aquí —miré a Fanny, que se inclinó para darme un


par de besos.
—¿No decías que venías en taxi? —pregunté.

—Sí, ¿por qué?

—¿Lo has empujado hasta aquí? Te falta el aire.

—Qué boba eres —volteó los ojos—. Es que he corrido desde


la entrada. No quería que estuvieras mucho tiempo sola.

—Tranquila, me he hecho amiga del camarero, creo —sonreí.

—Ah, ¿sí? ¿Es mono?

—Es humano, no un simio.

—Abby, no puedo con tu humor.

—Señorita, ¿desea tomar algo? —le preguntó al camarero.

—Sí, eh… —Miró mi copa— Lo mismo que ella.

—Excelente elección, el vino que yo tomaría —contestó y se


marchó con una sonrisa, esa misma que yo tenía.

—¿A qué ha venido eso? —quiso saber mi amiga.


—Pues que yo no entiendo de vinos, y le he pedido una copa
del vino blanco que él tomaría.

—¿Ese es el camarero? Chica, lánzale la caña que está


buenísimo.

—Fanny, he venido a comer con mis amigos, no a ligar.

—Ya, ya —dijo, quitándole importancia a mis palabras con un


gesto rápido de la mano—. ¿Algo que contarme de tu
admirador misterioso? No he sabido nada de ti desde el
miércoles, hasta que me llamaste ayer solo para decirme que
vendrías en tu coche.

—El miércoles por la noche, volvió a pedir que fuera a la sala.

—Oh, vaya. Eso es que le interesas. Y, ¿qué pasó?

—Nada, me quité el vestido, nos besamos, y volvimos a bailar.

—¿Os besasteis?

—Fue un error, le dije que no podía hacer eso.

—¿Conseguiste verle la cara?


—No, no pude. Llevaba el antifaz —me encogí de hombros.

—Bueno, tú siempre llevas máscara.

—Y sabes por qué es.

—Supongo que, si él es un empresario importante, querrá


guardar su anonimato.

Le trajeron la copa de vino y hablamos de su trabajo, el


reportaje de los vestidos de novia al final había sido un éxito, y
el diseñador le dijo que contaría con ella para futuros trabajos.

—Siento el retraso, chicas —nos giramos al escuchar la voz de


Liam, que le dio un beso de esos de película a Fanny—. Estás
guapísima, Abby —dijo, dándome un par de besos.

—Gracias.

—¿Qué ha pasado con el coche, amor? —le preguntó ella


mientras se sentaba a su lado.

—Parece que ha decidido no arrancar. No lo entiendo, no tiene


ni dos años y me está dando fallos. He hablado con el
concesionario, me han enviado una grúa para llevárselo al
taller y me han dejado uno de sustitución.
—Yo creo que lo que quieres es cambiar de coche, y esa es
una excusa que has buscado —dijo ella, entrecerrando los
ojos.

—¿Qué? No, amor, no. Te juro que no sé qué le pasa.

—Vale, vale.

Liam le pidió una copa de vino tinto al camarero, pero, a


diferencia de mí, él sí sabía cuál era el que quería.

No tardó en traerlo y miró el reloj un par de veces.

—Enzo se retrasa, no es habitual en él —dijo Fanny.

—Supongo que estará al llegar.

Cogí la carta y eché un vistazo a la variedad de comida que


ofrecían. Mentiría si dijera que volvería a ir a comer a ese
lugar, porque los precios no eran aptos para mi bolsillo.

Tampoco quería comer demasiado, así que me decanté por una


ensalada y pescado.

—Hombre, al fin llegan —escuché que decía Liam, y no me


dio tiempo a girarme para ver aparecer a mi jefe, cuando
escuché una voz que me resultaba familiar, una que
reconocería en cualquier lugar, dado que, en ocasiones, el
sentido auditivo se agudiza cuando el de la vista se ve un poco
perjudicado.

—Buenas tardes.

Noté un escalofrío recorriendo mi espalda y comencé a


temblar, al mismo tiempo que un sudor frío me invadía.

¿Era real o solo estaba soñando? ¿Esa era la voz de mi


admirador misterioso o me lo había imaginado?

Y lo más importante, si yo había reconocido su voz, ¿él


reconocería la mía?

—¿Abby? —Fanny me llamó mientras me daba un leve


golpecito en el brazo.

La miré, y al ver mi expresión, así como notar que temblaba,


frunció el ceño.

—Chicos, dejad que os presente a Abby Grayson —dijo Liam,


y fue cuando tuve que ponerme en pie.

—Mi chica —comentó Enzo, haciéndome un guiño.


—No es tu chica, Enzo —protestó Fanny.

—Bueno, bueno, eso solo ella y yo lo sabemos.

—Abby, ellos son Paul y Alan Benton, amigos de Enzo y míos


desde hace siglos —Liam hizo las presentaciones, y miré a los
dos hombres que tenía delante.

Altos, uno solo algunos centímetros más que el otro, ambos de


cabello castaño, físicamente muy parecidos, con el mentón
cuadrado y varonil, pero se les diferenciaba no solo por la
altura, sino porque el más alto tenía los ojos verdes, y el otro,
marrones.

—¿Abby Grayson? —preguntó el de los ojos marrones.

—Sí —respondí apenas en un susurro.

—Paul, a mamá le va a dar algo cuando le contemos que


hemos conocido a su patinadora favorita —comentó el más
bajo, dirigiéndose al otro.

Por la voz, él no era quien había hablado antes de que yo me


quedara perdida en mis pensamientos y en mis miedos.

—Encantado, Abby —dijo el tal Paul, y ahí tuve que tragar


con fuerza. Esa sí era la voz del hombre con el que había
estado en aquella sala, dos veces.

—Lo mismo digo —respondí, de nuevo en un tono apenas


audible, y me senté.

—Disculpadla —les pidió Fanny—. Es que desde que se


retiró, no le gusta que la reconozcan. Mucha gente lo hace con
pena y…

—Fanny, no sigas —le advertí.

—Lo siento, cariño —sonrió, sentándose mientras me cogía de


la mano.

—Mi madre es una gran fan tuya —comentó Alan, que se


sentó a mi lado—. No se perdía una sola de tus competiciones.

—Es bueno saberlo —sonreí.

—Lo de tu accidente, fue algo que conmocionó al mundo.

—Ya, cosas que pasan —me encogí de hombros, y no era


capaz de mirar a otra cosa que no fuera el plato vacío que tenía
delante.

—¿Cosas que pasan? Yo creo que tu compañero, te dejó caer


—contestó sin mala intención, lo sabía, pero aquello me dolió.
—Max era mi compañero artístico y mi pareja, nunca haría
algo que me perjudicara.

—Abby, te sorprendería lo que una pareja es capaz de hacer —


la voz de Paul hizo que me estremeciera, le miré y comprobé
que me observaba detenidamente.

Aparté la mirada, con el temor de que pudiera reconocerme.


La conversación cambió de rumbo cuando Enzo, dijo que
habían tardado demasiado tiempo en reunirse.

Saqué el móvil del bolso y le mandé un mensaje a mi jefe y


amigo, preguntándole si sus amigos sabían a qué me dedicaba
ahora, y respondió que no, que ese secreto tan solo lo
compartíamos con Fanny y Liam.

Me quedé un poco más tranquila, comí sin meterme en


ninguna conversación, tratando de pasar todo lo desapercibida
que pudiera, hasta que llegó la pregunta que no quería que me
hicieran los hijos de una de mis fieles fans.

—Y tú, Abby, ¿a qué te dedicas ahora?

Fue la voz de Paul, el hombre que creía que era mi admirador


misterioso, la que formuló aquella cuestión.
¿A qué me dedicaba? A quitarme el vestido para él y bailar al
ritmo de una sensual melodía.

—Es mi secretaria —dijo Enzo, y le miré moviendo la cabeza


tan rápido ante aquella sorpresa, que me mareé.

—No sabía que necesitaras secretaria —contestó Alan.

—Por supuesto que la necesito. Y Abby es la mejor. Todas las


mañanas me ayuda en lo que necesito.

—Si me disculpáis —dije, poniéndome en pie.

Fui hasta el cuarto de baño, donde me encerré, y sentada en la


taza del váter, quise poder desaparecer.

—¿Abby? —preguntó Fanny, al otro lado de la puerta.

—No estoy.

—¿Qué te pasa, cariño?

—No te lo vas a creer, ni siquiera yo sé si es real, o me lo he


imaginado.

—¿El qué?
—Paul Benton, creo que es mi admirador misterioso del club.
Capítulo 9

Después de la confesión que acababa de hacerle a mi mejor


amiga, se hizo un silencio detrás de la puerta, que pensé que se
había ido.

—¿Fanny? —pregunté, bajito.

—Espera, que me estoy recuperando de la impresión —dijo.

Abrí la puerta, y la encontré apoyada en el lavabo.

Sabía que podía estar equivocada, que mi mente me habría


jugado una mala pasada y que no era la misma voz. Pero la
tenía grabada en mi mente tan clara y nítida, que pondría la
mano en el fuego asegurando que el admirador misterioso y
Paul Benton, eran la misma persona.

—¿Estás segura de lo que dices? —quiso saber, mirándome


fijamente.
—Sé que es una locura, pero su voz… Juraría que es él.

—Bueno, no sería extraño dado que él y Enzo, son amigos


desde hace siglos, al igual que con Liam, y a pesar de que ha
estado viviendo unos años en Londres, siempre que venía a la
ciudad a ver a sus padres, visitaba el club.

—¿No vive en Boston? Tal vez por eso me dijo que a partir de
la próxima semana quería verme todos los viernes.

—Vive aquí desde hace seis meses. Verás, su padre era el


dueño de una aerolínea, tienen una sede en Londres y allí es
donde se marchó a vivir Paul, para hacerse cargo de ella. Pero
hace ocho meses su padre murió, y lo arregló todo para volver
a Boston y dirigir la sede principal. Alan también trabaja en
ella.

—Entonces no sé por qué querrá verme solo los viernes.

—¿Por eso has estado tan callada? —preguntó.

—Fanny, si yo le he reconocido la voz, puede que él también


lo haya hecho.

—Tendremos que averiguar si es él.


—¿Qué? No, no. Fanny, no se te ocurra preguntarle nada
comprometido, por favor.

—Tranquila, sabes que soy muy sutil haciendo preguntas.

—¿Sutil? ¿Te recuerdo la sutileza que tuviste cuando conociste


a Liam?

—No sé de qué me hablas.

—Le preguntaste si estaba soltero para poder tirarle los tejos.


Así, sin anestesia.

—Mujer, antes de que me lo quitara cualquier lagarta de aquel


bar, que se lo estaban comiendo con los ojos.

—Desde luego… —Volteé los ojos.

—Venga, vamos fuera o van a pensar que nos ha tragado la


tierra.

—Eso quisiera yo ahora mismo, sí —murmuré.

Fanny se colgó de mi brazo y regresamos a la mesa, donde los


chicos se reían por algo que uno de ellos habría dicho.
Noté enseguida la mirada de Paul sobre mí, y aquello me puso
aún más nerviosa.
—No os asustéis —dijo Liam—, ellas siempre tardan cuando
van al baño juntas. A veces me pongo celoso pensando que
hacen manitas y esas cosas.

—Tendrás valor de decir eso —protestó Fanny, sonriendo—.


Te he dicho mil veces que, si hiciera manitas con Abby, sería
delante tuya, que sé que te gustaría vernos.

—¿Sois una pareja liberal? —preguntó Alan— Porque estaría


dispuesto a unirme a esa fiesta privada con vosotros tres —en
ese momento me miró a mí, y sentí tal calor subirme por el
cuerpo, por la vergüenza, que en ese instante sí que me hubiera
gustado ser tragada por la tierra.

—No, no somos una pareja liberal —respondió Liam, algo


más serio.

—Me parece que me estoy perdiendo algo —dijo Fanny, al ver


lo serio que se había puesto su chico.

—Tranquila, Fanny. Es solo que Alan suele frecuentar clubs,


digamos… de gente liberal.

—Ah, o sea que, lo de las orgías para ti es algo normal.

—Digamos que sí —respondió haciendo un guiño—. Abby,


¿tú tienes pareja?
—Yo, no, no tengo.

—Ya te dije que es mi chica, chaval —comentó Enzo, y me


eché a reír.

—Jefe, yo no veo ningún anillo en mis manos.

—Eso digo yo, Enzo. Tanto que dices siempre que es tu chica,
y ni siquiera te he visto darle un besito —comentó Fanny.

—Eso lo hago en la intimidad, cuando estamos solos en mi


despacho o en su… —en ese momento se quedó callado al
verme, y es que por poco sale a relucir mi camerino.

—Paul, ¿has ido últimamente por el club de Enzo? —le


preguntó Fanny, la que decía que era sutil. En fin.

—Sí, me he tomado alguna que otra copa. Es lo bueno de ser


amigo del dueño, no pago —respondió echándose a reír.

—Cierra allí buenos negocios —comentó Alan.

—¿Qué tipo de negocios pueden cerrarse para una aerolínea?


—curioseé.
—Ah, no. No son negocios de la aerolínea —respondió Alan
sonriendo—. Paul tiene aparte una empresa de inversiones,
hace negocios por todo el mundo.

—Oh —no supe qué más decir, me limité a terminar mi postre


y después, tomarme una taza de café.

Fanny me miraba como queriendo hablar, sabía que mi mejor


amiga quería preguntarle si había estado con alguna de las
chicas, pero yo negaba disimuladamente para que no siguiera
con sus sutilezas.

Los chicos se pidieron una copa de licor, Fanny se animó a


tomar una y yo me disculpé diciendo que tenía que
marcharme.

—¿Ya? Apenas nos hemos podido conocer, estos hombres no


saben hablar de otra cosa, que no sea el trabajo —comentó
Alan.

—Lo siento, pero tengo que irme a casa.

—Si no tienes pareja, no te espera nadie. A no ser que tengas


un hijo, en ese caso, no te retendré —sonrió aquel hombre
haciendo que yo sonriera también.

—No, tampoco tengo hijos. Vivo con mis padres.


—En ese caso, puedes quedarte un poco más. Venga, tómate
un licor con nosotros.

—Alan, no insistas —le pidió Paul, que no dejaba de mirarme


y yo, me sonrojaba.

—Es que esta noche vamos a salir —intervino Fanny—. Las


dos solas, noche de chicas. Y me comentó que tenía que
ayudar a su madre a limpiar los cristales. No ha podido esta
mañana porque había quedado con nosotros.

—Bueno, espero volver a verte pronto —dijo Alan, que se


puso en pie al mismo tiempo que yo, para darme un par de
besos—. Podrías venir un día a comer a casa, a mi madre le
encantaría conocerte.

—Yo… —miré a Paul, no sé por qué, pero lo hice, como si


esperara que me diera algún tipo de aprobación o algo.

—Alan tiene razón, a mi madre le darías una alegría si fueras a


conocerla.

—No quisiera molestar, de verdad.

—No molestas, Abby —Alan sonrió al tiempo que me pasaba


la mano por el brazo—. Te aseguro que estará encantada de
recibirte.
—Bueno, lo pensaré.

—No, no hay nada que pensar. Mañana estás invitada a comer


con nosotros.

—Mañana comemos con ella en casa de sus padres —dijo


Liam.

—Vaya pues… ¿Qué tal el lunes? —Alan sonaba esperanzado,


lo que no sabía era si quería invitarme a comer por darle una
sorpresa a su madre, o porque él quería pasar más tiempo
conmigo.

—El lunes es tu día libre, preciosa —comentó Enzo, a quien


fulminé con la mirada. Ya hablaría después con él sobre
ocultarme que su mejor amigo, era el hombre que había estado
pidiendo verme en una de esas salas durante meses.

—Pues no se hable más, dime tu número y te mando la


dirección —me pidió Alan.

—Y luego soy yo la de las sutilezas —murmuró Fanny,


volteando los ojos, Alan frunció el ceño al no entender nada, y
acabé accediendo.

Me despedí de todos con un par de besos, Paul quedó el último


y, cuando me acerqué a él, de nuevo noté ese escalofrío.
—Ha sido un placer conocerte, Abby —dijo, mirándome con
sus penetrantes ojos.

—Igualmente —me aparté como si quemara, necesitando salir


de aquel restaurante lo antes posible.

—¡No lo olvides! —gritó Alan— ¡El lunes a la una y media!

Lo miré desde lejos y estaba sonriendo. Me había caído bien,


era un tipo divertido después de todo.

Entregué el ticket tal como me había dicho el chico que se


llevó mi coche, y no tardaron en traerlo de vuelta.

Cuando miré hacia el restaurante por última vez, Paul estaba


en la puerta, con el teléfono en la mano, y me miraba sin
perderme de vista mientras hablaba.

¿De verdad era él el hombre misterioso del club, o se trataba


de mi mente que me había jugado una mala pasada?

Esa noche hablaría con Enzo, tenía que salir de dudas.


Capítulo 10

En cuanto llegué al club aquella noche de sábado, fui directa al


despacho de Enzo.

Abrí sin llamar y lo encontré allí con Loreta. Ella, sentada


sobre su regazo, pasándole la uña por el pecho de lo más
provocativa mientras él, se echaba hacia atrás.

—Tenemos que hablar —dije llamando la atención de ambos.

—Ahora mismo, preciosa. Loreta ya se iba —contestó Enzo.

—No hemos terminado, Enzo —protestó ella.

—Claro que sí. Tú quieres seguir cobrando dinero en mi club


por un servicio que yo no ofrezco y que ninguna de las demás
chicas hace, y yo te he dicho que no. Lo tomas o lo dejas,
Loreta, no creas que tardaré mucho en reemplazar tu puesto de
bailarina.
—Pero, Enzo…

—No insistas, y no intentes volver a hacerme caer en tu juego,


no voy a follar contigo. Para eso tengo a la mujer que quiera, y
tú, no eres una de ellas. Me gustan naturales, Loreta, no
plastificadas.

La cara de ella en ese momento fue digna de inmortalizar.


Enfadada se levantó del regazo de Enzo, cogió su bolso de
malos modos, y salió del despacho escupiendo llamaradas de
fuego con la mirada.

—Has ofendido a la reina del drama —reí cerrando la puerta.

—No sé por qué, solo he dicho la verdad. No me atrae, no me


gusta, no me excita. ¿Le has tocado los pechos? Parece que le
han puesto ahí dos balones de plástico. Apenas se hunden los
dedos, como en los naturales.

—No los he tocado nunca, no, y tampoco tengo intención de


hacerlo.

—No lo hagas, no te iban a gustar. ¿De qué querías hablar?

—Paul Benton —dos palabras, tan solo dos, fueron suficientes


para que mi amigo y jefe abriera los ojos con lo que me
parecía un poquito de temor en la mirada.
—¿Qué pasa con él? —preguntó tras unos segundos.

—¿Es el hombre que me quiere en la sala los viernes?

—No sé de qué hablas.

—Vamos, Enzo, no soy tonta. Vale que no le vea bien la cara


con el antifaz que usa, ni pueda distinguir el color de sus ojos
dada la poca iluminación de la sala, pero esa voz… —Negué
ligeramente— Esa voz es inconfundible.

—No creí que fueras a reconocerle —contestó—. Cuando


Liam me dijo que vendrías a comer con nosotros, me pareció
bien, porque no pensé que os reconocierais.

—¿Él, te dijo algo?

—No.

—Entonces, ¿crees que no me reconoció ayer?

—Si lo hizo, no dijo nada. Tal vez porque pensara que Fanny y
Liam, no saben que trabajas como bailarina, en vez de como
mi secretaria —dijo encogiéndose de hombros.

—No puedo volver a verlo, Enzo.


—Te recuerdo que el lunes vas a comer con él, en casa de su
madre.

—Me refiero aquí, en el club. No iré más a la sala.

—Si es lo que quieres, se lo haré saber. Pero, te lo advierto, si


le gustas a Paul, no parará hasta que te tenga.

—Le gusta la bailarina exótica que ve por las noches aquí, no


Abby Grayson.

—Sois la misma persona. Y estoy convencido de que cuando


Paul conozca a Abby, le gustará mucho más que la bailarina.

—No digas bobadas. ¿Tú lo has visto? Ese hombre puede


tener a la mujer que quiera.

—Sí, pero no se va con cualquiera.

—Ay, para —me levanté, llevándome las manos a la cabeza—.


No puedo ir con él los viernes, no voy a exponerme a que me
reconozca.

—Si lo hiciera, te aseguro que sería discreto, no te


chantajearía.
—Lo que me faltaba… —murmuré pensando que otro más y
me daría algo.

—Abby, relájate, ¿quieres? No creo que te pudiera reconocer.


Pero si no quieres volver a la sala, hablaré con él.

—Te lo agradecería. Voy a prepararme, las chicas no tardarán


en ir a buscarme al camerino.

Enzo asintió, caminé hacia la puerta, pero antes de abrir, me


giré para preguntarle algo que me rondaba la cabeza.

—¿Por qué usa él antifaz en este lugar?

—Es hijo del dueño de la aerolínea más importante de Boston,


su rostro ha salido en más portadas de las que puedo recordar,
y no sería buena prensa para él que le vieran entrando o
saliendo de un club de bailarinas exóticas.

—¿Se puede saber entonces por dónde entra cuando viene? —


fruncí el ceño, y él sonrió.

—Por la puerta trasera, como los cantantes cuando llegan al


lugar del concierto.

—Espera, ¿entra por donde todos nosotros?


—Sí.

—¿Te das cuenta que algún día podría verme por los pasillos?

—Tranquila, preciosa, que no te va a ver. Y, si lo hace, entras


en mi despacho en modo secretaria y listo.

—De noche —arqueé la ceja—. ¿Me tienes a tu servicio las


veinticuatro horas, o qué?

—Eso diremos, sí. O le hacemos pensar que estamos juntos.

—Ah, perfecto. Me tiro al jefe en su despacho. Muy de


fantasía porno, desde luego.

—Creíble, sin lugar a dudas.

—No puedo contigo, Enzo —acabé riendo antes de salir del


despacho.

Ese hombre era único para hacer aflorar mi sonrisa, aun


cuando lo que quería era estrangularlo con mis propias manos.

Fui directamente a mi camerino, escogí la ropa, me maquillé y


peiné, y cuando estaba eligiendo los zapatos, entraron Julia y
Trixie para maquillarme la pierna.
Si no fuera por ellas, no habría podido bailar en ese escenario
tan ligera de ropa.

Ambas me contaron que tenían planes para la mañana


siguiente, querían ir de compras y me animaron a
acompañarlas, les dije que en otra ocasión iría, dado que ya
había quedado en que comería en casa de mis padres con mi
mejor amiga y su novio.

Trixie salió en primer lugar, con ella se abría la noche de


bailes en el club, mientras Loreta, cerraba siempre.

Ella se quejaba por ser la última, decía que muchos de los


clientes ya se habían marchado y le quedaba menos propina.

No entendía a qué venían las quejas, cuando hacía más pases


privados que ninguna y además se sacaba un sueldo extra al
tener sexo allí mismo con los socios de sus clientes.

Terminé de vestirme y me preparé para mi primer baile. En el


pasillo me crucé con Rony, que hablaba por teléfono y me hizo
un guiño, sonreí y subí al escenario cuando Loreta lo
abandonaba.

—Crees que eres la preferida de Enzo, su consentida, pero te


aseguro que eso acabará antes de lo que esperas. No eres más
que una fracasada a la que su novio dejó caer durante una
competición. ¿Crees que fue casualidad que un par de años
después saliera a la luz su relación con la que va a ser su futura
esposa? Eres más ingenua de lo que pensaba —después de
escupir su veneno, Loreta se marchó por el pasillo, y la
escuché llamar a Rony con un grito.

Por primera vez en mi vida alguien me hacía dudar seriamente


sobre Max, el que fuera el gran amor de mi vida, ese al que
quise tanto y odié con todas mis fuerzas cuando lo vi
besándose con otra, sin ni siquiera haber roto antes conmigo.

Respiré hondo, aparté todos esos recuerdos de mi mente y me


preparé para dar todo de mí esa noche.

Entre bailes y descansos se pasaron las horas. Cuando acabé y


fui a cambiarme al camerino, encontré a Enzo allí sentado.

—¿Qué pasa? —pregunté, poniéndome delante de él, para que


me ayudara a desabrocharme el vestido

—Ah, quieres que te dé mimos, ¿eh?

—No seas bobo —reí.

—Con lo buena pareja que hacemos. ¿Sabes que serías


perfecta como mi mujer? La esposa que mi madre anhela.

—Pobrecilla, ella quiere ser abuela.


—Ya me has bajado la lívido, bruja —protestó dándome un
cachete en el culo.

—¿Qué haces aquí esperando? ¿Vas a cambiar de cuarto para


el despacho?

—He hablado con Paul —fue escuchar su nombre, y me puse


nerviosa.

—Y… ¿qué ha dicho al saber que no quiero verlo?

—Que no va a renunciar a eso. Abby, hay cosas de Paul que


no sabes, y no seré yo quien te las cuente, eso solo le
corresponde a él. Pero, créeme, cuando vino a verme después
de estar contigo, lo vi tal como es, tal como era hace muchos
años.

—No entiendo a qué te refieres.

—Ya lo harás —sonrió y me dio un beso—. Estoy seguro de


que acabará contándote todo.

—No quiere que me desnude, no quiere sexo, solo…

—No —me puso el dedo en los labios, para que no siguiera


hablando—. Preciosa, lo que pase en esa sala, es solo cosa
vuestra. Y ahora, vete a casa y duerme. Tengo que darle
vueltas a un asunto, ya hablaremos.

Lo vi salir y dejarme allí más intrigada si es que aquello era


posible.

¿Qué sería eso de lo que hablaba Enzo acerca de Paul? Tan


solo había una manera de saber más cosas sobre ese hombre,
preguntando a Fanny.
Capítulo 11

El domingo me levanté temprano y bajé a la panadería a


comprar pan recién horneado, así como unos deliciosos donuts
para el desayuno.

Cuando regresé a casa, mis padres aún seguían en la cama, así


que preparé café y zumo para darles una sorpresa.

Por suerte la señora McGillian abría la panadería a las siete y


media de la mañana todos los días, dándome margen suficiente
para hacer el desayuno sin que mis padres lo esperaran.

Cuando acabé, dejé todo listo en la mesa, justo a tiempo, ya


que escuché la puerta de la habitación de mis padres
abriéndose.

—Abby, ¿qué haces levantada tan temprano, cariño? —


preguntó mi madre, cuando entró en la cocina.
—Preparar el desayuno.

—Hija, no era necesario. Tú tienes que descansar, te pasas las


noches trabajando.

—No pasa nada, papá. Sabes que después de comer me


acuesto un par de horas.

Les di un beso a cada uno, me acogieron entre sus brazos con


fuerza y susurraron lo mucho que me querían, como si de un
secreto que no tuviera que saber el otro se tratara.

Mientras desayunábamos me preguntaron qué tal me iba en el


trabajo, y mi madre me comentó que una de las profesoras más
jóvenes del colegio se iba como monitora a un campamento
durante el verano.

—Tal vez podrías ir tú también, seguro que un cambio de aires


te va bien.

—Mamá, ¿quieres que le pida a mi jefe tres meses de


vacaciones en el bar, para ir de monitora a un campamento?
No creo que me las dé.

—Bueno, por probar…


—Sí, sí, yo pruebo. Si me despide, busco trabajo de conserje
en tu colegio —reí.

—No sería mala idea, que la noche es peligrosa, cariño.

—No me ha pasado nada en estos dos años, mamá —volteé


los ojos.

—Siempre hay una primera vez, hija, ya lo sabes.

—Ya, pero en mi trabajo me cuidan mucho —respondí


mientras me levantaba y recogía la mesa.

—Hoy vienen Fanny y Liam, ¿verdad? —preguntó mi padre,


que era experto en cambios de tema cuando la conversación
me resultaba incómoda.

—¡Es verdad! ¿Los invitaste, hija?

—Sí, mamá —sonreí.

—Menos mal que tengo una carne buenísima que compré ayer
en el mercado. Voy a hacer un asado con puré y verduras.
¿Qué os parece?

—Perfecto, sabes que, a Liam, le encanta la salsa de sus


asados —contesté.
—Pues venga, dejadme sola que me pongo en faena.

Mi madre nos sacó a mi padre y a mí de la cocina,


literalmente, dándonos leves empujoncitos por la espalda.

Una vez estábamos en el pasillo, nos miramos y acabamos


encogiéndonos de hombros.

—Voy al jardín a hacer sopas de letras —me dijo, aquel era


uno de sus pasatiempos favoritos.

Me dio un beso y lo vi marcharse, mientras escuchaba a mi


madre trasteando en la cocina.

Fui a mi habitación, y después de recoger un poco y poner


ropa a lavar, me senté en mi viejo escritorio con el portátil
encendido.

Sabía que no debería atormentarme más con el pasado, pero


cada cierto tiempo ponía el vídeo de aquel día, disfrutando de
la interpretación que Max y yo estábamos haciendo. Hasta que
llegaba el fatal desenlace.

Desde ese día era incapaz de escuchar la canción completa, me


quedaba en el momento justo en el que caí al hielo, como si de
ese modo no solo mi mundo y mi carrera de patinadora
profesional se parara, sino también la voz del cantante.
Pensé en lo que me había dicho Loreta la noche anterior, era
consciente de que lo hacía para envenenarme la mente porque
me tenía una manía insoportable, pero no podía evitar
preguntarme si sus palabras tendrían algo de razón.

Repasé el vídeo una y otra vez, buscando algo, lo que fuera,


que me diera indicios de que Max me había dejado caer a
propósito y no a causa de un accidente.

Nada, no encontré nada. Lo único que conseguí fue revivir el


peor momento de mi vida, una vez más, mientras las lágrimas
me nublaban la vista.

Apenas me di cuenta de que se me habían pasado las horas ahí


sentada, y cuando quise darme cuenta, estaban llamando al
timbre. Miré el reloj y supe que debían ser Fanny y Liam.

Fui a abrir mientras mi madre seguía afanada en la cocina,


estaba metiendo en la nevera una de sus tartas frías de queso
con arándanos, esa que le quedaba riquísima y tomaríamos de
postre con el café.

—Bienvenidos —dije sonriendo al ver a mis amigos.

—Mírala, qué espabilada está, para dormir menos que un


vampiro —protestó Fanny, volteando los ojos, y me eché a reír
—. Si tuviera que trabajar de noche, no saldría de la cama en
las horas de sol.

—Claro, amor, tú solo para comer.

—Eso es una necesidad básica, Liam —contestó mirándolo


con el ceño fruncido—. Con la comida no se juega. Por cierto,
qué bien huele.

—Carne asada —sonreí.

—Adoro a tu madre, le voy a pedir que me adopte como hijo


—dijo Liam.

—Ella estaría encantada, estoy segura.

Los llevé hasta la cocina, saludaron a mi madre y Liam,


guardó una botella de vino en la nevera.

Siempre que venían a casa, traía una para que mi padre


disfrutara de ese que tanto le gustó la primera vez que Liam
apareció con una.

—¿Dónde está Jake? —preguntó Liam.

—En el jardín, con sus sopas de letras —respondí.


—Voy a saludarlo.

—¿Te ayudamos, mamá? —pregunté.

—No cariño, Fanny y tú, id a hablar de vuestras cosas. Esto ya


está casi listo.

—Bueno, pues vamos a ir poniendo la mesa —contestó Fanny,


y cogimos todo para preparar el salón.

En cuanto acabamos, la llevé a mi habitación donde podríamos


hablar tranquilamente. Necesitaba preguntarle por Paul
Benton.

—Me encanta entrar aquí —dijo, sentándose en el borde de la


cama—. En esas fotos está toda tu esencia —sonrió mirando
los recortes de revistas que aún conservaba en la pared, de mi
época como patinadora.

—¿Tú sabes algo sobre Paul Benton que puedas contarme? —


pregunté, sin andarme mucho más por las ramas.

—Algo, ¿sobre qué?

—No sé, su pasado, o su presente.

—Solo sé lo que te dije ayer.


—Enzo me dijo que hay cosas de Paul que no sé.

—¿Hablaste con Enzo?

—Anoche, le pregunté si Paul era el misterioso hombre que


me quería todos los viernes en su sala.

—¿Y? ¿Qué te dijo?

—Al principio fingió que no sabía de qué le hablaba, pero me


dijo que sí.

—¡Ay, Dios! ¿Te reconoció en la comida?

—No, o al menos Enzo cree que no. Dijo que, si me reconoció,


no le había dicho nada.

—¿Y qué vas hacer?

—Le pedí que le dijera que no volveré a la sala. No parece que


aceptara mi negativa.

—Y mañana comes con él.


—De locos, lo sé —me senté en la cama, llevándome las
manos a la cabeza.

—Bueno, si no te reconoció ayer, no creo que lo haga mañana.


Además, vas porque te quiere conocer una fan.

—Fanny.

—Dime, cariño.

—Creo que debería decirle a Paul quién soy.

—Si crees que es lo mejor, hazlo. Pero no creo que él cambie


de opinión con respecto a ti.

—Chicas, la comida ya está —escuchamos decir a mi madre


por el pasillo.

—Ya vamos —contesté.

—Si decides hablar con él y contarle que eres la chica del


club, hazlo. No es nada malo ser bailarina exótica.

—Lo sé, y no me avergüenzo de ello, solo que no creo que a


mis padres les gustara, por eso no se lo he dicho nunca.
—¿Sabes? Creo que ellos lo entenderían. Abby, son tus padres,
y te van a querer siempre. Haces eso porque es la forma más
rápida de conseguir dinero para el tratamiento de tu padre.

—Será mejor que salgamos, antes de que mi madre venga a


buscarnos con la espumadera.

—Por favor, aún recuerdo aquella vez —se echó a reír—. Nos
tuvo toda la tarde fregando los platos porque se había quedado
un poquito fría la sopa.

—Siempre me dice que, cuando sea madre y mis hijos me


hagan esperar, me acordaré de ella.

—Me acordaré hasta yo, que tu madre es como si fuera mi


segunda madre.

—Chicas, la comida —gritó.

—De ese grito, a la espumadera, van dos segundos —dijo


Fanny, poniéndose en pie.

No reunimos con mis padres y Liam en el salón, y comimos


como tantas veces lo habíamos hecho.

Mi padre se interesaba mucho por la empresa de Liam,


preguntándole cómo iba todo. En el fondo sabía que, para él,
aquellos momentos eran como si se interesara por el trabajo de
un hijo, o un yerno, ya que así consideraba a mis amigos.

Cuando mi madre sacó la tarta y el café, Liam se frotó la


manos. Era un goloso de manual, y disfrutaba visitando mi
casa porque decía que Isabel, siempre tenía algo dulce que
ofrecerle.

A las cinco se marcharon, iban a aprovechar la tarde para ir al


centro comercial y hacer la compra semanal, dado que ambos
tenían los días de entresemana muy ocupados con sus
respectivos trabajos.

Yo me metí en la cama, preguntándome qué sería aquello que


no sabía acerca de Paul Benton.
Capítulo 12

Lunes, y después de una noche de domingo para nada


tranquila, puesto que una de las chicas que hacía pases
privados se torció un tobillo al bajar las escaleras de su casa
antes de ir al club, y que Julia tuviera que ocupar su lugar,
entre Trixie y yo, nos turnamos para hacer los bailes de Julia.

Enzo nos lo había pedido a todas, pero Loreta se negó,


diciendo que ella tenía sus turnos de baile y no haría ninguno
más.

Sin lugar a dudas, fue la noche que más agotada había acabado
desde que trabajaba allí.

Me levanté un poco más tarde de lo habitual, mi madre ya se


había marchado al trabajo y encontré a mi padre en el jardín,
cuidado sus flores.

—Buenos días, papá.


—Buenos días, cariño. Por lo que veo, anoche tuviste mucho
trabajo.

—Sí, teníamos el local lleno. Apenas dimos abasto —sonreí.

—Bueno, tómate un café y un par de Donuts que traje esta


mañana para ti.

—Gracias —lo abracé y le di un beso en la mejilla—. Papá,


¿crees que podrías darme unas flores?

—Claro, ¿para tu habitación?

—No, verás, es que, voy a comer en casa de unos nuevos


amigos, su madre me seguía en las competiciones y…

—Oh, una fan. Ahora mismo le hacemos un bonito ramo.

—Eres el mejor, papá —sonreí.

—Lo sé —hizo un guiño y me eché a reír.

Fui a tomarme el café con Donuts y entré en Internet para ver


qué noticias había en el mundo del deporte.
Por lo que pude ver, todo seguía igual, y no dejaban de hablar
de la boda más famosa del año.

Puse el móvil sobre la mesa y terminé el desayuno con un


dolor en el pecho que no me dejaba apenas respirar.

Mientras que yo me recuperaba de varias y dolorosas


operaciones, mi novio había estado tonteando con otra, hasta
que me enteré y fui yo quien cortó la relación.

Si la rehabilitación fue dura, el tener que olvidarme del amor


de mi vida, lo fue aún más.

Recogí la mesa y fui a ordenar mi habitación, cuando acabé,


me di una ducha y me quedé durante diez minutos delante del
armario, pensando qué ropa ponerme.

Al final me decanté por una falda larga de gasa en color


blanca, una camiseta negra de tirante ancho y las sandalias de
tacón del mismo color

Me recogí el pelo en una coleta alta, y opté por unos tonos


claros para el maquillaje.

—Papá, me voy —dije al verlo sentado en el salón, revisando


el correo—. ¿Ese es el ramo?
—Sí, espero que le guste.

—Seguro que sí, es precioso. Muchas gracias.

—Diviértete, ¿de acuerdo?

—Lo haré —sonreí y me incliné para darle un beso.

Cogí las flores, que olían de maravilla, y salí de casa un tanto


nerviosa.

Me había estado planteando durante la tarde anterior, y parte


de la noche, el no ir a comer con Alan, Paul y su madre, pero
me había comprometido y no quería fallarles.

Si a su madre le hacía ilusión conocerme, ¿quién era yo para


acabar con esa ilusión?

Puse el GPS en el móvil para ir hasta la dirección que me


había enviado Alan, y tras más de cuarenta minutos
conduciendo, llegué ante las puertas de aquella impresionante
casa.

La de mis padres era coqueta, con su jardín trasero con porche,


dos dormitorios, salón y cocina amplios, dos cuartos de baño y
un aseo, todo ello en una sola planta. Pero, la casa de la madre
de Paul, era tres veces la de mis padres.
Atravesé las puertas de hierro cuando se abrieron, después de
llamar al timbre que encontré justo al lado de donde paré el
coche, y observé aquellos bellos jardines, donde estaba segura
que mi padre, disfrutaría cultivando y cuidando sus flores.

Varios árboles daban una buena sombra y delante de la casa,


una fuente en la que muchos pájaros se amontonaban para
beber o refrescarse.

Paré el coche frente a la entrada y me sorprendió ver el


recibimiento que tuve. Alan y Paul estaban allí, junto a una
mujer morena de ojos marrones, con un traje de chaqueta,
falda en color blanca, y un par de tacones a juego.

—Ya pensé que no vendrías —dijo Alan, con una sonrisa


cuando bajé del coche.

—No sabía que estaba tan lejos, habría salido antes de casa —
respondí.

—No te preocupes, aún es pronto.

Saqué las flores de la parte trasera del coche, así como unos
pasteles que había comprado en la panadería del barrio, y subí
la escaleras.

—Buenas tardes —saludé, algo avergonzada.


—Ay, niña, si parece que te conozco de toda la vida —me dijo
ella, acercándose para darme un afectuoso abrazo—. Abby
Grayson, la verdadera campeona del mundo de patinaje sobre
hielo, de hace seis años —sonrió mirándome, y el brillo de sus
ojos me decía que aquella mujer me tenía cariño, sin
conocerme.

—Bueno, eso dice todo el mundo, que podríamos haber


ganado.

—Quiero que sepas, que no me gustó nada lo que te hizo Max.


Mientras tú te recuperabas, él con esa mujer. Y ahora, mira
dónde están. A las puertas de la iglesia.

—Bueno, la vida a veces no es lo que esperábamos que sería


—me encogí de hombros.

—Abby, ella es Tessa, mi madre. Que, mucho hablar, pero no


se ha presentado —dijo Alan volteando los ojos.

—Hijo, es la emoción de verla. ¿Sabes lo mucho que admiro a


esta niña?

—No es ninguna niña, mamá —por fin escuchaba la voz de


Paul, que había permanecido callado en un segundo plano.
—Hombre, a mi lado lo es, hijo —contestó ella—. Tengo
sesenta años y ella, veintiséis. Tú tienes cuarenta y tu hermano
treinta y seis. No me digas que no es joven a nuestro lado.

—Sí, pero no tanto como para que la llames niña, mamá. Paul
tiene razón.

—Tessa, he traído unas flores —dije, cambiando de tema.

—¿Para mí? No tenías que haberte molestado, querida.

—Son del jardín de casa. Mi padre es un apasionado de la


jardinería desde que se jubiló —sonreí.

—Son preciosas. Tendré que visitar a tu padre y hablar de


flores, a mí también me gusta cuidar de las mías. Pero, por
favor, pasa, no te quedes ahí fuera.

—Menos mal, mamá, ya creí que tendríamos que salir a la


entrada a comer —resopló Alan.

—¿Ves lo que tengo que aguantar? A mis hijos


reprendiéndome.

Alan se echó a reír, yo sonreí, y vi que Paul volteaba los ojos.


Tessa le pidió a Norma, la mujer que se encargaba de la
limpieza de la casa, que pusiera las flores en agua y las tratara
con mimo porque iba a cultivarlas en su jardín trasero, y me
llevó a dar un recorrido por la casa.

Únicamente diré que, el lujo, la elegancia y el buen gusto,


estaba en cada rincón de aquellas paredes.

La casa estaba dividida en tres casas, una para ella, en la parte


central, con cuatro habitaciones, seis cuartos de baño,
biblioteca, un amplio salón y una gran cocina.

En la parte derecha, a la que se accedía por una puerta del


pasillo de entrada, estaba la que me dijo era la casa de Alan.
Tres habitaciones, cuatro baños, despacho, cocina y salón.

Y en la parte izquierda, la casa de Paul, con la misma


distribución que la de Alan.

Por lo que me contó Tessa, poco antes de que su marido cayera


tan enfermo, decidió hacer esa gran reforma en la casa, de
modo que, cuando él no estuviera, ella no se quedara sola en
aquella casa tan grande.

—Mi esposo sabía que algún día nuestros hijos formarían una
familia, y pensó: ¿para qué gastar dinero en comprar una casa,
cuando yo puedo regalársela? Y ahora los dos viven conmigo,
cada uno en su espacio, obviamente.
—Veo que tu esposo pensó en todo.

—Sí, por mucho que le pesara a Paul —suspiró.

—¿No se llevaba bien con su padre?

—No, querida. Discutieron hace años, y lo mejor para todos


fue poner tierra de por medio. Paul se marchó a Londres para
hacerse cargo de la aerolínea, y solo venía en Navidades y
algunos días en verano. Yo intenté que se reconciliaran, pero
no hubo manera —se encogió de hombros.

—Bueno, ahora lo tienes en casa.

—Gracias a Dios, porque no sabes lo duro que es para una


madre, estar separada de sus hijos, pero bueno, no quiero
aburrirte con mis historias. Vamos a comer antes de que Alan
venga a buscarnos.

Habíamos estado paseando por el jardín trasero, donde tenía


un bonito invernadero, y se nos fue la noción del tiempo.
Capítulo 13

Me gustaba aquella mujer que tanto me recordaba a mi madre,


era simpática y se la veía de lo más cariñosa.

Entramos al salón donde nos esperaban Paul y Alan, con un


whisky cada uno, se lo acabaron y nos sentamos a la mesa.

Una de las chicas del servicio comenzó a dejar platos y


bandejas de comida, mientras otra, nos llenaba las copas de
vino.

La comida transcurrió mejor de lo que pensaba, estaba


nerviosa, sí, pero Tessa consiguió que me relajara lo suficiente
como para que esos nervios fueran desapareciendo poco a
poco.

Me preguntó todo cuanto quiso saber sobre mi pasado como


patinadora, a pesar de que conocía muchas cosas mías de
aquella época.
Siguió manteniendo que no fue justo que Max, me hiciera
daño de aquel modo, y le confesé que ni siquiera me contó que
estuviera con ella.

—¿No te lo dijo? —preguntó, sorprendida.

—No, me enteré al ver aquel beso. Fui yo quien rompió la


relación, le envié un mensaje para que no volviera a visitarme,
no quería saber nada más de él.

—Pues hiciste muy bien, desde luego.

—Vaya cobarde —dijo Alan—. Debería haber sido más


hombre y afrontar lo que había hecho.

—¿Y de verdad crees qué no te dejó caer a propósito? —quiso


saber Paul.

—No, será un hombre despreciable por lo que hizo mientras


me recuperaba, pero nunca me habría hecho daño de ese
modo. Max sabía lo importante que era el patinaje para mí.

—Bueno, no hablemos más de ese hombre, que no le


conocemos ni queremos tampoco —respondió Tessa—. Hora
del café y esos pasteles que ha traído Abby.
Nos sentamos en los sofás y noté la mirada de Paul puesta en
mí, al igual que durante la comida. Temía que me reconociera,
por lo que rezaba internamente para que no fuera así.

Tessa era una mujer de lo más divertida, estuvo contándome


algunas anécdotas de su juventud, cuando se subió a unos
patines por primera vez, pero comprobó que no era lo suyo, no
tenía equilibrio suficiente.

Alan recibió una llamada, tenía que ir a la aerolínea


urgentemente, por lo que se despidió de mí, advirtiéndome que
quería volver a verme.

—Abby, el sábado por la noche tenemos una gala benéfica, y


me encantaría que nos acompañaras a mis hijos y a mí —dijo
Tessa, poco después—. Sería estupendo contar contigo, eres
una gran estrella. ¿Verdad, Paul?

—Por supuesto.

—No, no. Ya no soy una estrella, Tessa. Mi tren, ya pasó.

—Querida, todos los que han sido grandes en algún momento


de su vida, siguen siéndolo después. Además, así Paul no va
sin pareja, Alan me acompaña a mí, y tú, puedes acompañar a
Paul.
Casi me atraganto con el trozo de pastel que acababa de
meterme en la boca al escuchar aquello. ¿Ir como la pareja de
Paul? Imposible, y menos el sábado.

—Bueno, no sé si podré, tengo trabajo.

—¿Enzo te obliga a trabajar de noche? —preguntó Paul,


frunciendo el ceño.

—¿Eh? Sí, a veces. Soy su secretaria las veinticuatro horas del


día.

—Tendré que hablar con él, no puede disponer de una


secretaria todo el día.

—No, tranquilo, ya estoy acostumbrada —sonreí.

—Abby, hazlo por mí. Me encantaría que mis amistades


tuvieran el placer de conocerte, igual que yo —me pidió Tessa.

—Lo intentaré, pero no prometo nada. Debería irme ya, mis


padres me esperan.

—Qué rápido se ha pasado el tiempo. Tenemos que vernos


otro día, querida.
—A mí también me gustaría —sonreí, abracé a Tessa y me
despedí de ella y Paul, con un beso.

Me acompañaron hasta la puerta, y sabía que no entrarían


hasta que me vieran alejarme.

Pero eso no pasaría, dado que mi viejo y querido coche decidió


no arrancar.

—Ay, por Dios. No me hagas esto ahora —supliqué volviendo


a girar la llave en el contacto, sin éxito.

—¿Necesitas ayuda? —me sobresalté al escuchar la voz de


Paul.

Estaba tan guapo con ese traje gris, que me daba hasta apuro
pedirle ayuda.

—No, seguro que en un par de minutos… —no dije más, seguí


insistiendo, pero el coche no quiso arrancar.

—Abre el capó, por favor —me pidió.

Resoplé, pero le hice caso.

Estuvo varios minutos mirando, un par de veces me dijo que


intentara arrancarlo y nada, no quería.
—Voy a llamar un taxi, o al final se me hace de noche —
comenté con el móvil en la mano.

—Yo te llevo, vamos —se ofreció.

—No, por favor, no quiero molestar.

—Vamos.

No dijo más, pero tampoco hizo falta. Bajé del coche, Tessa
sonrió y me dijo que avisaría a un conocido que tenía taller
para que fuera a recogerlo y le echara un vistazo.

Paul abrió la puerta de su deportivo negro y esperó a que me


sentara.
Los nervios regresaron en ese instante, y empezaron a sudarme
las manos.

—¿Dirección? —preguntó tras poner el coche en marcha, le


dije dónde vivía y salimos de allí.

Los primeros minutos permanecí callada, debatiendo conmigo


misma si decirle que era la misma chica con la que bailaba en
el club de Enzo, o no.
Quise hacerlo, quise contarle mi secreto, pero no me atreví.
—Así que, eres la chica de Enzo.

—¿Qué? No, no. No soy su novia, solo trabajo para él.

—Tal como lo dijo el sábado, puede llevar a cualquiera a


pensar que sois pareja.

—Pues no lo somos, ni siquiera amigos con derecho. Yo me


rozo sola —cerré los ojos al ser consciente de que había dicho
aquello en voz alta, y escuché a Paul reírse—. No quería
decir…

—Tranquila, estamos entre amigos, es normal hablar de sexo.


Así que, te rozas sola. Seguro que mi hermano estaría
encantado de ayudarte con eso.

—¿Alan?

—No tengo más hermanos, que yo sepa.

—Dudo que quisiera.

—Le gustas, de eso no hay duda.

—¿Y a ti? —joder, ¿me había poseído Fanny y su sutileza a la


hora de preguntar?
—¿Me estás preguntando si me gustas?

—No.

—Es lo que he escuchado.

—Pues, has escuchado mal.

—Sí.

Me quedé callada, porque no quería preguntar a qué daba


respuesta ese sí. ¿Sí le gustaba o sí había escuchado mal?

El resto del camino permanecí en silencio, al igual que él,


hasta que llegamos al barrio y aparcó frente a mi casa.

—Bonita casa —dijo con una sonrisa sincera.

—Sí, lo es.

—La invitación de mi madre sigue en pie. Habla con Enzo y


pídele que no te llame para trabajar la noche del sábado. Las
secretarias no hacen horas extras nocturnas —comentó, con
una sonrisa de medio lado que me daba que pensar.

¿Es que me había reconocido?


No, no podía ser, Enzo estaba convencido de que no lo había
hecho el otro día, así que, ¿por qué debería haberme
reconocido ahora?

—Veré qué puedo hacer. Gracias por traerme.

—Un placer —contestó, acortando la distancia para besarme


en la mejilla—. Nos vemos, Abby.

—Eh… Adiós, Paul.

Salí del coche y caminé todo lo rápido que pude hasta que
entré en casa.

Me había reconocido, seguro, aquella sonrisa era por eso,


porque había descubierto quién era. Sabía mi secreto. Maldita
sea, maldita sea, maldita sea…

Respiré hondo, saludé a mis padres que estaban en el jardín


bebiendo limonada, y mi padre preguntó si le habían gustado
las flores a mi fan.

—Le han encantado, va a cultivarlas en su jardín —respondí


con una sonrisa.

—¿En serio? Me alegra saberlo.


—Voy a cambiarme y preparo la cena —dije—. ¿Os apetece
lasaña?

—Me apetece mucho, cariño —contestó mi padre.

Sonreí, fui a mi habitación y mientras me cambiaba, recibí un


mensaje de Fanny. preguntando qué tal en casa de Alan y Paul.

Le dije que bien, que su madre era encantadora y que me había


invitado a la gala benéfica del sábado, y su mensaje de
respuesta me hizo reír.

Fanny: VAS A IR A ESA GALA Y YO, ME ENCARGARÉ DE


HACERTE BRILLAR COMO LA ESTRELLA QUE ERES.

Cuando mi mejor amiga escribía así, no había lugar para


réplica, no aceptaba un no por respuesta, y sabía que ya estaba
buscando el vestido que tendría que ponerme.

Pero tenía trabajo, y no podía dejar a Enzo tirado.


Capítulo 14

La semana había pasado rápida, pero no había visto a Enzo en


el trabajo.

Rony me dijo que el lunes le comentó que tenía que salir de


viaje por un asunto importante, ya era viernes y tenía la
esperanza de poder hablar con él.

Fanny no dejó de insistir en que tenía que ir a esa gala


benéfica, y tal como pensaba, mi mejor amiga ya me había
comprado el vestido.

Recibí varios mensajes con fotos de alguna parte de esa


exquisita pieza, como ella decía, pero no conseguía imaginar
cómo era.

Rojo, largo, y de tirante ancho, era cuanto había descubierto.


Cuando llegué al club fui directamente al despacho de Enzo,
pero no estaba, así que entré en el camerino de Julia y Trixie.

—Hola, guapísima —dijo Julia al verme.

—¿Lista para la noche? —preguntó Trixie.

—Lista —sonreí.

—Más vale, porque hoy tenemos un grupo grande. Rony nos


ha dicho que es una despedida de solteros.

—Eso para vosotras es pan comido, Julia —respondí—. Voy a


ir preparándome, ahora os veo.

Fui a mi camerino y al entrar encontré una rosa con una nota.


De nuevo mi admirador secreto, diciéndome que nos veíamos
en la sala.

Me senté frente al tocador, mirando aquella rosa y la nota,


pensando en lo que le diría cuando le viera.

Tenía que conseguir que desistiera de mi presencia allí cada


viernes, máxime cuando era uno de los mejores amigos de mi
jefe, a quien ya conocía, y con quien posiblemente tuviera que
pasar la noche del sábado ante cientos de personas.
Aquella noche escogí todo mi vestuario en negro, lo preparé
todo y esperé a que las chicas llegaran para maquillarme la
pierna.

Miré la cicatriz que me recordaba el peor momento de mi vida


y pensé que, tal vez, lo del tatuaje no era tan mala idea.

Al menos así se disimularía, y aunque siguiera allí formando


parte de mi vida, de mi pasado, como un recuerdo más, no la
vería.

Julia y Trixie, entraron sonriendo y se pusieron manos a la


obra. La verdad, no sabía qué habría hecho sin ellas en ese
club.

Se esmeraban en dejar mi pierna como la había tenido durante


veinte años, sin cicatriz, sin marcas.

Estábamos riéndonos por un comentario que había hecho Julia,


cuando escuchamos un par de golpecitos en la puerta, y al
abrirse, Enzo se asomó con los ojos tapados.

—¿Estáis visibles, chicas? —preguntó.

—No, jefe, tenemos a las niñas al aire, pero tú puedes mirar,


que nos pones mucho —respondió Julia, haciéndonos un
guiño.
—Ay, Julia, eso no me lo dices cuando estemos a solas.

—Espérame en tu despacho, que cuando acabe con mi primer


baile, voy a verte.

—No hagas promesas que no puedes cumplir —dijo Enzo,


apartando la mano de sus ojos, mirándola con la ceja arqueada.

—Ah, tú espera, que igual te doy una sorpresa —Julia, batió


las pestañas con un coqueteo de lo más pícaro.

—Vale, haré como que esta conversación no ha existido —


comentó nuestro jefe.

—Esto ya está, Abby —anunció Trixie—. Me voy, que salgo


la primea.

—Te acompaño —Julia se colgó de su brazo, y al pasar por


delante de Enzo, le lanzó un beso.

—¿Eso acaba de pasar, o me lo he imaginado? —me preguntó


señalando hacia la puerta que acababa de cerrarse tras él.

—Ha pasado, ha pasado —reí.

—Pellízcame, que no me lo creo.


—No sea bobo.

—¿Qué ha bebido Julia? Si nunca me aguanta la mirada más


de dos segundos.

—La gente cambia, Enzo.

—A ver, que ella me gusta, pero, ¿yo a ella? Joder, podría ser
su padre.

—Claro, o su abuelo, no te jode. Anda, no me seas tonto. ¿Qué


quieres?

—Hablar contigo —respondió, poniéndose más serio de lo


habitual.

—Tú dirás —le pedí mientras me sentaba.

—Quiero que solo vengas de viernes a domingo, el resto de la


semana, no trabajas.

—¿Qué? No puedes hacerme eso, Enzo, sabes que necesito el


dinero, si solo vengo tres días en semana, me pagarás menos
y…

—Abby, tranquila, ¿quieres?


—¿Tranquila? No voy a poder pagar el tratamiento de mi
padre, Enzo.

—¿Puedes escucharme, por favor? —Me cogió ambas manos,


mirándome fijamente— Hace tiempo que me plantearon la
posibilidad de tener un socio, pero no quise. Ahora, esa
posibilidad ha vuelto. De lunes a jueves cubriré tus turnos con
otra chica, los lunes seguirán siendo tus días libres, y de
martes a viernes, trabajarás como mi secretaria o asistente, que
para mí es lo mismo. Los fines de semana puedes seguir
bailando, solo si tú quieres.

—¿Quién es tu socio? —pregunté, porque algo podría


sospechar.

—Paul. Ya te dije que hace inversiones, y esto, aunque vaya


bien, no va tan bien como me gustaría. Si no aceptaba la oferta
de mi amigo, en un par de meses, a lo sumo tres, tendría que
cerrar.

—Enzo, ¿por qué no me dijiste nada?

—No quería preocuparte, bastante tienes con lo de tu padre,


preciosa.

—Entonces, al ser Paul tu nuevo socio, sería lógico que me


viera contigo de día, y no de noche.
—Básicamente —sonrió.

—Y si no quiero venir los fines de semana… —Entrecerré los


ojos.

—No afectará a tu salario, te lo aseguro.

—¿Sabes? Creo que podría venir, para encargarme de la sala.


Es decir, a veces Lewis en la barra y Olga con las mesas no
dan abasto. Tal vez podría ayudar a Olga, pero seguiría
llevando la máscara.

—Por supuesto, podríamos decirle a ella que usara una


también.

—Eso sería menos incómodo para mí, la verdad —sonreí.

—Hablaré con ella. Entonces, ¿a partir del lunes serás mi


nueva secretaria?

—Solo si me das el fin de semana libre, la madre de Paul me


invitó a acompañarles mañana a una gala benéfica.

—Eso está hecho, preciosa. ¿Tienes ya vestido?

—Fanny se ha encargado de eso —volteé los ojos.


—Bien. Pues, felicidades por tu ascenso.

—Gracias.

—Verás mucho a Paul, es lo único. Le dije que para reuniones


importantes conmigo, para hablar de otras cosas, contigo.

—Creo que el lunes vendré a ponerme al día en lo relacionado


a temas contables y demás.

—Eso para ti no será difícil. Veo que tu admirador ha vuelto a


dejarte una nota —señaló la rosa que había sobre el tocador.

—Sí.

—Bueno, me voy al despacho a esperar a Julia, que creo que


me va a dejar esperando.

Ambos sonreímos, dado que era la primera vez que veíamos


así de atrevida a nuestra pequeña Julia, y los dos sabíamos que
no iría a verle.

Cuando me quedé sola cogí el móvil para mandarle un


mensaje a Fanny, pidiéndole que fuera al día siguiente a mi
casa para arreglarme. En cuanto me contestó que era lo que
pensaba hacer, escribí también a Alan, para avisarle de que
aceptaba la invitación de Tessa para ir a la gala.
Su respuesta no tardó en llegar, agradeciéndome que hiciera
eso por su madre.

Esperé pacientemente a que llegara mi turno para el primer


baile, salía detrás de Julia, y cuando la vi bajar del escenario,
no pude evitar hacerle la pregunta del millón.

—¿Vas al despacho de Enzo?

—¿Qué dices? No soy tan atrevida —se sonrojó.

—Yo que tú, iría —le hice un guiño y subí dejándola allí
pensativa.

Ocupé mi lugar en el centro, junto a la barra, y en cuanto


escuché la música y las luces me enfocaron, comencé con el
baile.
Capítulo 15

Caminaba por el pasillo hacia la sala del final, aquella en la


que Paul Benton, me esperaba escondido tras el antifaz.

Había ensayado mentalmente mi discurso varias veces, y


estaba nerviosa como la primera vez que estuve en ese lugar.

Abrí la puerta, entré y ocupé el lugar que él me había dicho la


última vez.

Cerré los ojos y me quité el vestido lentamente, dejándolo caer


alrededor de mis pies.

Me giré, dándole la espalda al sillón en el que él estaba


sentado, y esperé a que se acercara.

—Buenas noches, pequeña —susurró, rodeándome con un


brazo por la cintura, entrelazando su mano con la mía, y
comenzó a besarme el cuello.
Me dejé llevar por la sensual melodía, por el momento, por lo
que sentía al tener sus labios deslizándose por mi más que
erizada piel, y olvidé el discurso.

Aquello me gustaba, me hacía sentir deseada, que era algo que


no sentía desde antes de mis múltiples operaciones. Y por un
momento pensé que, por qué renunciar a eso, si no hacía nada
malo.

Cogió mi otra mano y llevó ambas alrededor de su cuello, de


modo que, con las dos libres, comenzó a acariciarme los
costados, bajando por ellos hasta la cintura y volviendo a
subir. Me sobresalté al sentirlas masajeándome los pechos.

—Dime que no te molesta esto —me pidió, y tan solo negué


con un leve movimiento de cabeza.

Noté que sonreía sobre mi hombro al besarlo, y mientras


seguía con los ojos cerrados, disfrutaba de sus caricias.

Retiró la tela del sujetador, liberado así mis pechos, y me


estremecí cuando comenzó a tocar ambos pezones con los
pulgares. Lo hacía despacio, en círculos, consiguiendo que se
pusieran erectos.

Gemí cuando los pellizcó y tiró de ellos, y noté una punzada


en la entrepierna que me hizo cerrarlas con fuerza. Ese hombre
estaba consiguiendo que me excitara.

—Si te dijera que hoy quiero hacerte mía sobre ese sofá, ¿qué
responderías? —preguntó.

—No soy una prostituta.

—Lo sé, pero te deseo, y no he podido dejar de imaginarme


follando contigo en esta sala.

—Creí que no querías sexo.

—Y así era, pero me atraes más de lo que siquiera podía haber


pensado.

Mientras hablaba, deslizó la mano derecha por mi vientre muy


despacio, me puse nerviosa al pensar que la llevaría por dentro
de la braguita, pero no, comenzó a acariciarme esa parte por
encima de ella.

—Para —le pedí, y me agarré con fuerza a sus hombros.

—¿De verdad quieres que pare?

—No lo sé —respondí.
—¿Para quién has bailado en ese escenario desde que nos
conocimos?

Tragué con fuerza, porque por primera vez alguien me


preguntaba aquello, como si supiera en quién pensaba mientras
me movía en ese escenario.

Siempre me había visto sobre mis viejos patines, deslizándome


por el hielo, pero debía reconocer que, desde la última noche
que vi a mi admirador, y a pesar de saber quién era, de lo
nerviosa que me ponía estando con él, y del miedo a que él
descubriera mi secreto, bailaba pensando que él era el único en
aquella sala, mientras el resto de mesas estaban vacías.

—¿Pensabas en mí, pequeña? —susurró, subiendo la mano


hasta el borde de mi braguita— Dímelo.

—Sí —en cuanto escuchó esa palabra, su mano se deslizó bajo


la tela y noté el calor que desprendía al cubrirme el sexo.

Comenzó a deslizar el dedo entre mis pliegues, llevando


consigo la humedad que él mismo había provocado. Empecé a
temblar entre sus brazos y él, me pegó aún más a su cuerpo, de
modo que noté el bulto que tenía bajo el pantalón.

Mientras nos mecía a un lado y otro, siguiendo el ritmo de


aquella música, el roce de su miembro erecto en mi trasero me
hacía querer sentirlo en otra parte.
Jamás en mi vida había sido una mujer atrevida, pero en ese
momento, llevada por el deseo que me provocaba, giré el
rostro encontrándome con el suyo.

Nuestras miradas quedaron conectadas durante unos segundos,


seguía sin poder distinguir el color de sus ojos, ni ver su cara,
pero hice cuanto pude por eliminar el antifaz que lo cubría, y
ahí estaba Paul.

Cerré los ojos mientras acortaba la distancia y lo besaba, noté


el sabor del whisky en sus labios y jugué con su lengua hasta
que el beso fue creciendo, al igual que aumentaba el ritmo de
su mano en mi húmedo sexo.

Comenzó a penetrarme con el dedo y gemí rompiendo el beso,


pero no se apartó. Apoyó su frente la sobre la mía y continuó
llevando el dedo dentro y fuera de mi ser, haciéndome temblar,
estremecerme y querer gritar.

—Córrete, pequeña —me pidió, y en cuestión de segundos


dejaba salir aquello que se había formado en mi vientre.

Grité mientras me sacudía aquel orgasmo, mientras él seguía


penetrándome con el dedo sin darme tregua, hasta que
comenzó a ralentizar sus movimientos y sentí que me fallaban
las piernas.
Sonrió, me cogió en brazos haciendo que le rodeara la cintura
con mis piernas, y fue hasta el sofá, donde se sentó dejándome
sobre su regazo.

Me atrajo hasta él, con una mano en mi nuca, besándome con


fuerza, mientras con la mano libre se desabrochaba el
pantalón.

Apoyé ambas manos sobre sus hombros cuando me soltó la


nuca, escuché que rasgaba algo y sentí ambas manos junto a
mi sexo.

Tras apartar a un lado la tela de mi braguita, me cogió por las


caderas, guiándome para quedar con mi sexo cerca de su
erección.

Noté cómo me penetraba poco a poco mientras me ayudaba a


colocarme sobre él, y ambos jadeamos al sentir aquella unión.

Me movió por las caderas y durante unos minutos estuvimos


haciéndolo así, conmigo encima, besándonos y gimiendo con
cada nueva penetración.

Y entonces intercambió los papeles.

Se levantó llevándome consigo, sin salir de mi interior, me


recostó en el sofá, colocándose entre mis piernas de rodillas, y
comenzó a penetrarme más rápida y profundamente cada vez.
Arqueé la espalda, moví las caderas yendo al encuentro de las
suyas, entrelacé los dedos en su cabello y tiré de él cuando
volví a correrme.

No tardó en acompañarme, jadeando mientras dejaba su frente


apoyada en la mía.

Cerré los ojos saboreando aquel momento, uno que me pareció


no solo erótico y excitante, sino bonito e íntimo.

—Hacía mucho que yo no… —empecé a decir, pero me quedé


callada porque no quería decirle aún quién era.

—¿Mucho que no tenías sexo? —preguntó.

—Sí.

—Bueno, dicen que es como montar en bici, nunca se olvida


—contestó, besándome.

—Yo venía a hablar contigo, no a tener sexo.

—Hemos hablado antes del sexo.

—No hemos hablado tanto —volteé los ojos—. Había


ensayado un discurso y todo.
—¿Qué querías decirme? —preguntó retirándose, volvió a
cubrirme el sexo con la braguita y se levantó mientras se
deshacía del preservativo que se había puesto.

—Pues, que no iba a volver los viernes a esta sala. Mi trabajo


aquí va a cambiar, solo estaré de viernes a domingo, me
encargaré de servir las mesas junto con la camarera.

—Eso no es impedimento para que vengas a verme. No voy a


renunciar a ti los viernes.

En ese momento supe que lo que había pasado, era un error. Se


me fue la cordura y se apoderó de mí el deseo.

Me puse en pie, cubriéndome de nuevo los pechos, y cogí el


vestido para ponérmelo.

—No te vayas, estamos hablando —me pidió, cogiéndome del


brazo.

—Esto ha sido un error. No tendría que haber pasado.

—Si ha pasado es porque los dos lo deseábamos. Nunca había


hecho esto, jamás había querido un pase privado con ninguna
de las chicas de Enzo, pero tú…
Se quedó callado, mirándome, y al no escucharle decir una
sola palabra más, me alejé y fui hacia la puerta.

—Contigo me olvido de todo, no me prives de esos minutos de


libertad —le escuché decir antes de abrir la puerta y salir.

Otro misterio que añadir a lo que me había dicho Enzo.

Aquella noche no me molesté en quitarme el maquillaje de la


pierna, sino que me cambié de ropa y me marché a casa
pensando en lo que había pasado.

Tal vez no deberíamos habernos dejado llevar, pero así había


sido.

Y por primera vez en seis años, por primera vez desde que
Max me rompió el corazón, volvía a sentirme viva.

Y quería seguir sintiéndolo.


Capítulo 16

Acababa de salir de la ducha cuando escuché que sonaba el


timbre. Sabía que era Fanny, esa mujer no es que fuera
puntual, es que llegaba media hora antes a todos los sitios.

Escuché el rumor de las voces de mi madre y de Fanny, y a


ambas reírse por alguna de las locuras de mi amiga.

Envolví mi cabello con una toalla para no mojar todo mientras


me maquillaba, y me puse el albornoz.

—Ya está aquí su estilista particular señorita Grayson —dijo la


descarada de mi amiga.

—Menos mal que no me cobras por horas, llegas pronto.

—No me gusta hacerme esperar, y hoy me voy a tomar mi


tiempo en dejarte espectacular —contestó, levantando ambas
manos mientras lo decía.
—A ver, que no voy a una recepción con el presidente, solo es
una gala benéfica.

—¿Solo una gala benéfica? Querida Abby, creo que no eres


consciente de a qué gala te ha invitado la señora Benton.

—No me dijo nada al respecto.

—Las galas que ella organiza, son noticia nacional durante


días. Lo mejor de la alta sociedad neoyorquina se reúne allí.
Toma —dijo cogiendo mi móvil—, busca Tessa Benton, gala
benéfica, y verás de lo que hablo.

Me senté frente a la cómoda en la que tenía el espejo, Fanny


fue colocando todos sus productos en ella, y aquello tomó la
forma de un auténtico tocador de pasarela de modelos.

Bases de maquillaje, polvos anti brillos, maquillajes, sombras


de ojos, rímel, delineadores de ojos, perfiladores de labios,
barras de labios, pintauñas, y todos en un gran surtido de
colores.

—¿Piensas ponerme todo esto en la cara? —pregunté


señalándolo, con los ojos muy abiertos— Mañana no habrá
agua y jabón suficientes en el mundo para desmaquillarme.
—No seas bruta, solo voy a ver qué tonos van mejor con el
color del vestido.

—Fanny, es un vestido rojo. Me he puesto cientos de veces


uno así en las competiciones. Ojos ahumados en marrón o
negro, maquillaje natural, labios y uñas rojos. Me visto, y
andando para la gala.

—¿Andando? Qué mínimo, que llegar allí en taxi.

En ese momento me entró un mensaje al móvil, ese que


sostenía en la mano sin abrir Internet. Era de Paul, decía que
pasaría a recogerme a las ocho.

—Mucho mejor, vas a llegar de la mano del heredero Benton,


eso es glamour y lo demás, minucias —comentó, leyendo por
encima de mi hombro.

—No eres tú cotilla ni nada, hija mía —resoplé.

—Venga, tú lee, que yo voy a ver qué maquillaje escojo.

Me dejó ahí sentada mientras fue a ver el vestido, ese que no


traía con ella, porque se lo había dado a mi madre para que lo
dejara en su habitación. No entendía a qué se debía tanto
misterio, si me había estado enviando fotos.
Tecleé en el buscador lo que me había dicho Fanny, y razón no
le faltaba al decir que se hablaba de aquellas galas durante
días.

Miles de resultados fueron los que encontré, y varias fotos de


Tessa con sus dos hijos.

Las mujeres que acudían a esas galas iban de lo más elegantes,


luciendo preciosos vestidos y colgadas del brazo de algunos de
los empresarios más importantes y no solo de Boston.

Eché un vistazo a las noticias más recientes, esas que estaban


fechadas un año atrás, y es que, Tessa, siempre organizaba esas
galas en verano.

La cantidad que habían recaudado me dejó impactada, no


pensé que pudiera llegar a alcanzarse una suma con tantos
ceros en una misma cifra.

Y al parecer no era de las recaudaciones más altas.

Todo el que acudía a esas galas como invitado lo hacía


aportando algo que pudiera ser subastado. Por lo que leí, una
famosa marca de coches había llevado dos modelos exclusivos
para una de las subastas anteriores.

—Ya estoy aquí —dijo Fanny, cerrando la puerta.


—¿Ya sabes qué tono de marrón vas a aplicar en mis ojos? ¿Y
qué rojo para los labios?

—Déjame a mí, anda, que soy la estilista experta aquí.

—Vale, vale, tranquila, no me muerdas —reí—. Tenías razón,


Tessa reúne a los más importantes y recauda cantidades
impresionantes.

—Sí, Liam y yo, estuvimos en la gala de hace dos años, la


gente subastaba sus objetos más preciados para que otros
pujaran. Es increíble y maravillo que tantos empresarios se
vuelquen en un asunto tan importante para esa familia.

—¿Crees que debería llevar algo para la subasta? Quiero decir,


Tessa es una gran fan mía, me seguía cuando era patinadora,
y… Bueno, comentó que estaba convencida de que muchos de
los asistentes, estarían encantados de conocerme.

—Abby, es una gran idea. ¿Qué te parece el conjunto que


luciste el año antes de tu retirada del patinaje? Ese rosa con
cristales de Swarovski y los patines, junto con la tiara, es
precioso.

—Sí —sonreí.

Recordaba aquel día como si fuera ayer, como si no hubiesen


pasado siete años.
En aquella competición participé en solitario y en pareja, y el
rosa al que se refería Fanny, era el que llevé cuando patiné
sola.

Para aquel momento escogí una de las canciones favoritas de


mi madre, Fallen, que formaba parte de la banda sonora de la
película Pretty Woman.

Me deslizaba sobre el hielo subida en mis patines como si


fuera una pluma dejándose llevar por el viento.

Disfruté mucho y, al acabar, Max me recibió como siempre,


abrazándome y besándome tras ver la puntuación que me
había dado el jurado.

No gané, pero ocupé un importante tercer puesto que me dio el


bronce.

Dejé el móvil sobre la cómoda después de poner música, y


observé a Fanny hacer su magia en mi rostro, como ella decía.

Cuando acabó, me sorprendió ver que había utilizado tonos


verde aguamarina para las sombras de ojos, pero no pregunté.
Tampoco al comprobar que los labios no lucían alguno de sus
tantos colores rojos, sino que eran de un bonito color rosado.
Retiró la toalla con la que me había cubierto el pelo, lo cepilló
a conciencia, lo secó bastante dejándolo liso, y acabó por
hacerme un precioso recogido lateral con un mechón suelto en
el lado derecho.

—Y ahora, me toca a mí —sonrió.

—¿Vas a maquillarte?

—Claro, Tessa nos invitó también a Liam y a mí.

—¿En serio? Pues me alegra saber que no estaré sola.

—Venga, date crema en el cuerpo y eso que haces tú siempre,


pero no se te ocurra estropearte el maquillaje o el peinado,
porque la tenemos —me advirtió.

—Descuida, voy a ser una chica buena —le hice un guiño y


entré en el baño para ponerme crema hidratante.

En cuanto terminé, busqué en el armario el conjunto del que


habíamos hablado y que llevaría para ofrecerlo en la subasta,
así como una de las muchas fotos que guardaba de aquél día
para que la pudieran exponer a su lado y que se la llevaran
también, en caso de quererla.
Para cuando acabé, ya se había maquillado, solía decir que
para sí misma tardaba mucho menos porque cuando empezó
en este mundillo practicaba cada día delante del espejo y había
cogido una gran habilidad.

A diferencia de mí, ella se había dejado su preciosa melena


suelta.

—Voy por los vestidos, no te muevas.

—Tranquila, no iría muy lejos en albornoz —reí.

Regresó poco después con dos fundas negras, una en cada


mano, y las dejó sobre la cama.

Tras abrir la cremallera de una de ellas, vi aquel vestido que


me había estado enseñando por fotos.

—No creo que el maquillaje que llevo, sea el adecuado para


ese vestido —comenté.

—Es que ese es mi vestido —remarcó esas últimas palabras.

—¿Me has estado mandando fotos del vestido que tú ibas a


llevar?
—Mujer, el tuyo era una sorpresa. Venga, baja esa cremallera
que me tienes nerviosa.

Abrí la otra funda y, si el que ella iba a ponerse para aquella


gala era bonito, el que llevaría yo, era realmente
impresionante.

De raso, en un bonito color verde aguamarina oscuro, largo


hasta los tobillos, o eso calculé. El escote era con forma de
corazón y sobre él, llevaba un precioso encaje en el mismo
color que se anudaba al cuello, dejando toda la espalda
completamente al aire.

—Fanny, es…

—Lo sé, una puta pasada. Cuando lo vi dije: para mi chica


favorita —sonrió—. Mira, escogí también estas sandalias.

Abrió la caja de zapatos que tenía en la mano, y vi unas finas y


elegantes sandalias negras de tacón de aguja que, en la tira que
quedaba por encima de los dedos, llevaba como si fuera una
cadena dorada. En la hebilla que las cerraba, colgaba una
bolita también dorada.

—Tienes un par de pulseras de oro que ya nunca usas, y con


este conjunto van ideales —dijo y asentí.
Me ayudó a ponerme el vestido, y mientras ella se ponía el
suyo, saqué ambas pulseras del joyero, coloqué una en cada
muñeca, y cogí los pendientes de aro que ella me regaló cuatro
años atrás por Navidad.

Estábamos terminando de ponernos los zapatos, cuando mi


madre llamó a la puerta.

—¿Estáis listas? —preguntó asomándose— Chicas, vais


preciosas —dijo con una sonrisa.

—¿Has visto lo guapa que va tu hija, Isabel? —preguntó


Fanny.

—Lo veo, lo veo, y no me lo creo. Vas a tener que aceptar más


invitaciones de este tipo, cariño.

—Mamá, sabes que hace años que no pertenezco a ese mundo.

—Porque no quieres. Como bien dijo Fanny, podrías haber


sido una gran influencer. Seguidores no te iban a faltar.

—No voy a lucir la cicatriz para que todo el mundo la vea.

—Abby, es solo una marca de lo luchadora que has sido


siempre —me dijo Fanny.
—A tu padre, lo vas a dejar sin palabras cuando te vea —
comentó mi madre con los ojos vidriosos.

—A Jake, y a todos los hombres que estén esta noche allí —


respondió Fanny.

—Eso, tú ponme nerviosa.

Resoplé, cogí el bolso para guardar el móvil y poco más, ya


que era uno de esos de mano en los que apenas cabe nada, y
salimos las tres de mi habitación para ir al salón, donde estaba
mi padre.

—Jake —lo llamó mi madre, sacándolo de la lectura que tenía


entre manos.

—Abby, cariño, estás preciosa —dijo poniéndose en pie.

—Gracias, papá.

—Esta noche la niña viene con novio, ya verás, Jake —


comentó Fanny.

—¿Estás loca? ¿Cómo le dices eso a mi padre? —la miré,


sonriendo.
—Mujer, es que, si no te salen al menos cinco pretendientes
esta noche, consideraré que he fracasado como estilista. Eso
sería deprimente para mi carrera.

—Ay, la madre que la parió —protesté.

En ese momento empezó a sonar mi móvil, Paul estaba


llamándome, y cuando corté la llamada, sonó el de Fanny.

—Ya están aquí nuestras carrozas —anunció ella,


despidiéndose de mis padres con un beso y un afectuoso
abrazo—. A las doce tenéis aquí a la niña.

—Ah, que salgo con hora de llegada y todo —protesté.

—Es un decir, mujer. No la esperéis despierta, que cuando


acabe la gala, me la llevo a dormir a casa, y no vuelve hasta el
domingo.

—Menos mal que tengo ropa en tu casa, Fanny —volteé los


ojos, porque mi amiga no me había dicho que fuera a
quedarme esa noche, y al día siguiente, en su casa con ella y
Liam.

Me despedí de mis padres, que me pidieron que disfrutara de


la noche, y salimos de casa para encontrar a Paul y Liam,
charlando junto a los coches.
—Ejem, ejem —dijo Fanny, para llamar la atención de ambos.

—Amor, estás preciosa.

—Gracias, mi amor —sonrió ella, abrazando a Liam y dándole


un beso en los labios.

Yo me quedé allí en un segundo plano, sonriendo mientras


veía a mi amiga hacerle ojitos a su chico. No iba a ser buena
idea que pasara la noche con ellos, acabarían dando rienda
suelta a la pasión y yo no pegaría ojo.

—Abby, estás… —miré a Paul cuando escuché su voz, y me


sonrojé al ver el brillo de sus ojos.

—Se ha quedado sin palabras, señor Benton —rio Fanny.

—Estás espectacular —dijo al fin, acortando la distancia que


nos separaba.

Cuando noté su mano en la cintura, sentí un escalofrío que me


subía por la espalda. Se inclinó y dejó un suave beso en mi
mejilla.

—Tú también estás muy guapo —acerté a decir, nerviosa


como me había puesto, al recordar lo ocurrido con él la noche
anterior.
—Será mejor que nos vayamos, chicos —comentó Liam—, o
a tu madre le dará algo si llegamos tarde.

—¿Y eso? —preguntó Paul, al ver lo que llevaba en las


manos.

—Solo algo que quiero enseñarle a tu madre —sonreí, y abrí la


puerta de la parte trasera para guardarlo todo bien.

Paul me abrió la puerta y, tras ayudarme a subir, ocupó su


asiento y puso el coche en marcha para ir hacia la que sería la
noche más especial de mi vida, sin ninguna duda.
Capítulo 17

Cuando llegamos al hotel en el que tendría lugar la gala, volví


por un instante a aquellos eventos a los que asistía con Max,
tras algunas competiciones.

Uno de los botones abrió mi puerta y me ofreció la mano para


ayudarme a bajar, mientras Paul, se unía a mí poco después.

No tardé en ver aparecer a Fanny y Liam, sonrientes y cogidos


de la mano.

—Un momento, tengo que coger lo que guardé atrás —le dije
a Paul, antes de que se llevaran el coche.

Fanny me ayudó a llevarlo todo, y nada más entrar, al ser los


primeros, buscamos a Tessa, a quien encontramos terminando
de ultimar detalles en el gran salón.
—Abby, has venido —Tessa sonrió al verme, y se acercó para
darme un abrazo—. Muchas gracias, querida.

—No hay de qué. Me alegro de verte. Estás guapísima.

—Tú sí que estás preciosa, no habrá nadie que no se fije en ti


esta noche.

—He traído algo para la subasta —comenté, dejando la funda


del traje sobre una de las mesas.

En cuanto bajé la cremallera y lo vio, Tessa se llevó las manos


a los labios, pero me dio tiempo a escuchar el leve grito de
sorpresa que se le había escapado.

—Abby, es… No tenías por qué, cariño —dijo, emocionada,


tocando la falda del vestido con cuidado, como si de una
verdadera y delicada obra de arte se tratase.

—Fanny me dijo que muchos de los asistentes subastaban sus


bienes más preciados —sonreí, y miré aquel traje con cariño y
anhelo, recordando mi época más feliz—. Este lo es para mí.

—Tu último podio antes del accidente —comentó Tessa,


pasándome la mano por la espalda, y asentí.
—Traemos el conjunto completo, Tessa —le informó Fanny
—. Los patines, la tiara y, además, una foto en la que sale
preciosa, con la medalla.

—No puedo permitir que te deshagas de esto, Abby. Me


sentiría mal.

—Tessa, si entre los asistentes hay algún fanático del patinaje


artístico, y sirve para que la subasta consiga una buena
cantidad, habrá merecido la pena.

—Hija, tienes un corazón tan grande, y eres tan bonita —Tessa


me abrazó emocionada, y cuando se apartó, vi que se retiraba
una lágrima de la mejilla—. Mabel —llamó a una mujer que
andaba por allí, revisando.

—Dígame, señora Benton.

—Esta pieza la dejaremos para el final, será el broche de oro a


la gala. Haz que el conjunto completo luzca impecable, por
favor.

—No se preocupe, señora Benton —contestó Mabel,


sonriendo—. Daré con la mejor manera de exponerlo.

—Trátalo con cuidado, es una pieza única.


—Lo haré.

Vi a Mabel alejarse con mi traje, Fanny me pasó el brazo por


los hombros y ambas acabamos apoyando la cabeza en la de la
otra.

—Fue un gran día, mi niña —me dijo ella.

—Lo fue —respondí con tristeza.

Aquella fue la última competición que me llevó a lo más alto,


un tercer puesto, el bronce con el que cerraba, sin aún saberlo,
un ciclo de mi vida.

—Señora Benton —la llamó uno de los camareros.

—Disculpadme, el deber me llama. Nos vemos en unos


minutos.

—Te acompaño, mamá —se ofreció Paul, y ella asintió


colgándose de su brazo.

—Voy a por una bebida, ¿queréis algo? —preguntó Liam.

—No, gracias —sonreí—. Voy a dar una vuelta por aquí.


—¿Estarás bien sola?

—Sí, Fanny, tranquila. No tardo.

Mi amiga asintió, volvió a entrelazar la mano con la de su


novio, y los vi alejarse para ir a una de las barras.

El ir y venir de gente por aquel gran salón era constante, todos


comprobando que no faltara nada en las mesas, que los letreros
con los nombres estuvieran bien colocados, los jarrones con
las flores.

Me topé con una camarera que llevaba una bandeja de copas


de vino y me ofreció una, sonreí aceptándola y salí al jardín.

Ese era uno de los hoteles más lujosos de Boston y Tessa,


siempre lo escogía para sus actos.

Caminé entre los árboles, y acabé sentándome en uno de los


bancos frente a una fuente que estaba rodeada de flores de
varios colores.

—Veo que no soy el único que necesitaba un poco de aire


antes de empezar la noche.

Me giré al escuchar la voz de Alan, sonreí poniéndome en pie


y silbó al verme.
—Hola —lo saludé.

—Estás preciosa, y muy sexy. Dime que serás mi pareja, por


favor. Conmigo luces mucho mejor que con mi hermano. Es
un viejo para ti.

—¿Acabas de llamar viejo a tu hermano, que solo es cuatro


años mayor que tú? —Arqueé la ceja.

—No se lo digas, lleva muy mal ser un cuarentón.

—Pues no parece que los tenga, se nota que se cuida.

—En serio, da una vuelta, quiero verte bien —me pidió,


cogiéndome de la mano para hacer que girara sobre mi misma
—. Uf, voy a fantasear contigo durante semanas.

—Calla, no seas grosero —reí.

—¿Grosero? Preciosa, si supieras lo que estoy pensando que


podría hacerte en este momento, no me llamarías grosero. Me
habrías tirado a esa fuente para que me enfriara.

—Sabía que era demasiado, no tenía que haber dejado que


Fanny escogiera el vestido.
—Ey, no se te ocurra pensar eso. Estás jodidamente sexy,
guapísima y espectacular. Vas a ser la envidia de más de una
esta noche, te lo aseguro. Al soltero Paul Benton, se lo rifan
las madres y las hijas, y esta noche es tuyo, nena —me hizo un
guiño y me eché a reír.

—Ahora, sí quieres que esté con tu hermano.

—Hombre, si eso sirve para que alguna de esas mujeres quiera


darme a mí sus atenciones, sí.

—Alan, ¿por qué organiza tu madre todos los años una gala?
—pregunté, porque eso no lo había leído en las noticias que vi
en Internet.

—¿Realmente no lo sabes?

—No.

—Mi madre es quien fundó la Asociación Benton, y recauda


dinero todos los veranos para ayudar a esas familias con algún
miembro afectado por un accidente de tráfico.

—Vaya, eso es… Eso habla del buen corazón que tiene tu
madre.
—Sí —sonrió—. La puso en marcha hace diez años, justo
después de que perdiéramos a mi hermano Patrick.

—¿Tenías otro hermano?

—No era solo un hermano más, era el gemelo de Paul.

Aquello me pilló por sorpresa, y menos mal que estaba


sentada, o habría acabado cayéndome al suelo de la impresión.

—Yo… Lo siento mucho.

—Paul no habla mucho de aquello y mi madre, tampoco quiso


saber nunca qué fue lo que pasó. Lo único que puedo decirte
es que él y Patrick estaban en Londres, Paul había ido a ayudar
a nuestro hermano con la delegación de la aerolínea que
tenemos allí. La noche del accidente volvían de cenar tras
haber cerrado un negocio de Paul, sobre sus inversiones,
aprovechaba sus viajes allí para esas cosas. La llamada del
hospital diciéndole a mi padre que sus hijos estaban ingresados
con varios traumatismos y heridas, nos dejó a todos en shock.
Salimos en uno de los aviones libres que estaba en el
aeropuerto en ese momento, pero no llegamos para
despedirnos de Patrick. Él no pudo superar la operación, tenía
una hemorragia interna severa y…

—Lo siento —dije, pasándole el brazo por los hombros al ver


que le caía una lágrima por la mejilla—. No quería remover
todo aquello.

—Tranquila. Que no supieras nada de esto, me hace saber que


no has investigado a mi familia en Internet. No andas detrás de
nuestro dinero.

—Yo jamás haría eso —fruncí el ceño.

—Abby, solo bromeaba, cariño —se inclinó y me besó en la


frente—. Mi madre está encantada contigo, cuando la he visto
y me ha dicho que habías venido, no sabes lo emocionada que
lo ha hecho. Creo que va a presumir de tu presencia este año
en la gala.

—He traído algo para la subasta. No es ninguno de esos


coches exclusivos que donaron una vez, pero… Es importante
para mí. Y ahora, al saber por qué fundó tu madre la
asociación, me alegro de haberlo donado.

—El traje con el que conseguiste el bronce un año antes de


retirarte —sonrió—. Te puedo asegurar que mi madre
disfrutaba de tus triunfos como si fueran los suyos propios. Le
dolió mucho cuando tuviste que dejar el patinaje.

—Ojalá pudiera olvidarme de aquel día, pero… —


Inconscientemente me llevé la mano a la pierna, tocándola por
encima de la tela del vestido.
Cuando Alan me vio, noté su mano sobre la mía y, sin
necesidad de que dijera nada, supe lo que quería al ver su
mirada. Asentí, retiré la mano y permití que subiera el vestido
para ver la cicatriz que me había quedado.

—No puedo ni imaginar lo doloroso que tuvo que ser para ti


pasar por todas aquellas operaciones.

—Lo fue, y también la rehabilitación. Pero, aquí estoy después


de mucho luchar —me encogí de hombros.

—Aquí estáis —dijo Fanny—. Vamos, los invitados están


empezando a llegar.

—¿Ya? —preguntó Alan, mirando el reloj— Se me pasa el


tiempo volando cuando estoy contigo, Abby.

—Anda, daos prisa, que tu madre quiere que estéis los dos a su
lado, junto con Paul, para recibir a todo el mundo.

—¿Qué? —grité— No, no, yo me quedo con Liam y contigo.

—Claro que sí, cariño. Intenta convencer de eso a Tessa esta


noche —mi amiga volteó los ojos, cogiéndome por el brazo, y
llevándome casi arrastras hasta el gran salón.
En cuanto Tessa nos vio aparecer, me tendió la mano para que
me colocara a su derecha, Paul lo hizo a mi lado y Alan a la
izquierda de su madre.

Fanny y Liam, se quedaron junto a una de las mesas.

—Ahora sí, Mabel, puedes abrir las puertas —le indicó Tessa,
que me cogió de la mano con un leve apretón.

—Gracias por venir, Abby —susurró Paul en mi oído mientras


jugaba con la mano acariciándome la espalda—. Era muy
importante para mi madre.

Lo miré y su sonrisa me dejó fuera de juego. Era esa que había


visto en la sala del club, en la penumbra de aquellas cuatro
paredes, y el roce de las yemas de sus dedos en mi piel hacía
que me estremeciera.

Asentí, porque no había nada que pudiera decir, me había


quedado sin palabras.

Escuché la voz de un hombre saludando a Tessa, miré al frente


y puse la mejor de mis sonrisas para conocer a todas esas
personas que ella quisiera presentarme.

Los nervios habían ido desapareciendo poco a poco, y para


cuando todos los invitados estaban en el gran salón, noté mi
cuerpo completamente relajado.
Capítulo 18

La cena transcurrió con charlas entre corrillos. En cada una de


las mesas se escuchaban risas y se veía que todos disfrutaban
de la noche.

Tessa no se apartó de mí en ningún momento, era como si se


hubiera propuesto ser mi hada madrina aquella noche.

Fanny y Liam, estaban en la mesa conmigo y la familia


Benton, no había tenido ocasión de hablar con Tessa sobre lo
que me había contado Alan, pero quería hacerlo para decirle
que era una manera preciosa de honrar la memoria de su hijo.

Estábamos terminando de tomar el postre, cuando escuché a


Alan protestar.

—Genial, otro año más —miré hacia donde él lo hacía, y vi


que se acercaba a nuestra mesa una mujer rubia con un vestido
blanco muy ceñido.
—Alan, hijo, no quiero escándalos —le pidió Tessa.

—No soy yo quien lleva nueve años buscando a Paul.

Miré a Alan, no sabía a qué venía aquello, pero algo podía


intuir. Más aún, cuando Paul resopló a mi derecha.

—Buenas noches, Tessa. Como siempre, la gala es un éxito —


dijo aquella rubia con una sonrisa de lo más falsa.

—Buenas noches, Clare.

—Veo que estáis muy bien acompañados. ¿Vas a fundar otra


asociación para deportistas tullidos y retirados?

—No te consiento que hables así de Abby, Clare, te lo


advierto…

—Alan —le reprendió Tessa.

—No, mamá, yo no tengo por qué ser educado con esta mujer.
Cada año lo mismo, viniendo a buscar a mi hermano. ¿Es que
no vas a darte por vencida nunca? Paul te dejó después de lo
que pasó en Londres con Patrick, asúmelo. No te quiere,
olvídate de él, de una maldita vez. Ni siquiera sé por qué
demonios sigues viniendo a estas galas.
—Porque mi jefe es uno de los empresarios más valorados de
Boston, Alan, y soy su asistente personal.

—Clare, vuelve a tu mesa —le pidió Paul, que hablaba por


primera vez desde que ella había llegado.

—Algún día reconocerás que te equivocaste, que no debiste


dejarme.

—Vete.

—Tessa, como siempre, un placer volver a verte.

La tal Clare se marchó, no sin antes echarme una de esas


miradas con las que parece que te escaneen por completo.

—¿Tullida? Valiente zorra… —dijo Fanny.

—Lo siento por eso, hija —Tessa me cogió la mano—. Clare


es…

—Una zorra, ya lo ha dicho Fanny, y estoy de acuerdo —


respondió Alan.

—Tranquila, estoy bien —sonreí, pero no lo estaba.


Sí, me había quedado tullida, pero era algo con lo que debía
lidiar sola, no era necesario que la sociedad me lo anduviera
recordando constantemente.

Me di cuenta que durante toda la noche los fotógrafos


acreditados de la prensa estuvieron haciéndome fotos junto a
Paul, Alan y Tessa. Los periodistas tomaban notas de algunas
cosas y yo, procuraba no acercarme mucho a ninguno de los
hermanos, no quería aparecer en portadas de medio mundo al
día siguiente como la nueva novia de uno de ellos.

Tras la cena, Tessa subió al escenario en el que expondrían


todos los objetos que se iban a subastar, dio las gracias a los
asistentes y a quienes habían tenido a bien donar sus mayores
tesoros o lo que hubieran aportado para la subasta, y recibió un
fortísimo aplauso.

No pude prestar atención apenas a sus palabras dado que


procuraba no mover ni un solo músculo de mi cuerpo, desde el
primer momento en el que noté la mano de Paul deslizándose
por mi espalda, subiendo por el hombro izquierdo e incluso
masajeándome el cuello.

Pestañeaba, para que nadie pensara que me había quedado allí


congelada, como Walt Disney.

—Estás demasiado tensa —me susurró demasiado cerca del


oído.
—No es verdad —respondí.

—Sí, lo estás. Creo que necesitas relajarte un poco.

—Estoy bien.

—Yo no —se acercó aún más—. Llevo toda la noche


imaginando mil formas de quitarte ese vestido y follarte.

Lo miré con sorpresa y me encontré con su sonrisa. Cuando


me fijé en sus ojos, no pude evitar ver que los dirigía a mis
labios, y no tardé en sentir el calor de su pulgar pasando por
ellos.

—Creo que Alan también quiere tenerte —dijo, volviendo a


mirarme a los ojos.

No dijo nada más, se acomodó en su asiento y recibió a su


madre cogiéndole la mano y llevándosela a los labios para
besarla.

Fue como si Alan hubiera estado escuchándolo, ya que cuando


lo miré, me hizo un guiño que acompañó con una sonrisa.

—Empieza la subasta, querida —me informó Tessa.


—Espero que se recaude mucho.

—Y yo.

Y sí, la subasta dio comienzo y muchos de los presentes


pujaron cantidades de dinero tan elevadas que jamás había
escuchado.

La pieza lo valía, desde luego, ya que se trataba de un


auténtico Monet.

Una a una todas aquellas obras de arte, en las que había


cuadros, jarrones antiguos y figuras preciosas, fueron
subastados durante una hora.

Después pasaron a las joyas, verdaderas piezas únicas y


exquisitas, entre las que se encontraba un collar de zafiro y
diamantes que compraron para exponer en un museo.

Fines de semana en hoteles, viajes por todo el mundo a cargo


de la aerolínea de la familia Benton, estancias en palacios y en
playas de lo más paradisíacas, todos ellos consiguiendo una
gran cantidad en su puja.

—Disculpadme, voy a ser yo quien subaste la última pieza —


dijo Tessa, y me puse nerviosa al saber que hablaba de mi
traje.
La vi subir de nuevo al escenario, sonriendo, y al estar allí
delante, me dirigió una bonita sonrisa.

—Te adora —susurró Paul—. Hacía tiempo que no la veía tan


feliz.

Tragué con fuerza, y miré a Tessa, cuando habló de nuevo para


todos los asistentes.

—No os imagináis lo agradecida que estoy con todos vosotros,


por pujar un año más en esta subasta. Sabéis lo importante que
es esto para mí, el destino final de todo ese dinero va para las
muchas familias que necesitan una ayuda para remodelar la
casa y acondicionarla a la nueva situación de uno de sus
miembros, o para todos esos gastos médicos a los que muchos
no pueden hacerles frente. Han pasado diez años desde que mi
difunto marido y yo, recibimos la peor noticia que pueden
darle a unos padres. Nuestro hijo nos había dejado con treinta
años, con toda la vida aún por delante, y el dolor se quedó con
nosotros para siempre. Decidí hacer esto por él, por Patrick, y
sé que desde allí donde esté, él también os lo agradece —en
ese momento la vi retirar una lágrima de su mejilla—. Esta
noche es muy especial para mí, no solo es la novena gala
benéfica que organizo en nombre de mi hijo, sino que me
acompaña una persona a la que admiro desde que oí hablar de
ella hace muchos años. A pesar de su juventud, es una
luchadora, sabe lo que es sufrir el dolor en primera persona,
pero superó con éxito todas las adversidades que fue
encontrando en su camino. Alguien esta noche no ha tenido
buenas palabras para ella, y en vez de enfadarse, me ha
regalado la mejor de sus sonrisas diciéndome que estaba bien.
En muchos de mis peores momentos tras la pérdida de mi hijo,
ella fue como un soplo de aire fresco. No se lo había dicho, así
que se está enterando ahora. Damas y caballeros, es para mí un
honor presentarles la última pieza de la subasta de hoy. Con
ella, la mujer a la que admiró dijo adiós a su carrera subiendo
al podio antes de siquiera saber que así sería.

Los encargados de llevar cada pieza subastada al escenario


entraron con un maniquí que lucía mi vestido, le habían
recogido el cabello y estaba maquillada igual que yo aquel día.
Miré a Fanny, que estaba con la boca abierta al igual que yo,
sin creer lo que estaba viendo.

Llevaba los patines puestos, así como la tiara, y la habían


dejado en una de esas muchas poses que yo hacía cuando
patinaba.
Aquello me dejó sin palabras.

—Esta exquisita pieza de coleccionista, pertenece a Abby


Grayson, y fue el traje que llevaba el día que consiguió el
bronce en la categoría de patinaje artístico en solitario. Quien
ofrezca la puja más alta, se llevará a casa el mayor recuerdo de
mi querida Abby.

No escuché nada más desde que empezó la puja, me había


quedado tan sorprendida al ver aquel maniquí
representándome en ese momento tan mágico de mi vida hacía
ya siete años, que ni siquiera me movía.
Miré a Paul, al notar que retiraba una de mis lágrimas con el
dedo, y sonrió de manera tierna.

—No me gusta verte llorar.

—Yo… —cogí un pañuelo y me sequé las mejillas, sin poder


dejar de mirar a Tessa, que sonreía al ver que la puja estaba
siendo muy reñida.

Cuando acabó, mi traje resultó ser la pieza que mayor cantidad


había recibido al ser subastada. Fanny se puso en pie y me
abrazó mientras lloraba conmigo.

Saber que con ese traje había aportado mi granito de arena a


una fundación que ayudaba a familias que habían sufrido
como la de Tessa, me alegré.

—Esta noche me han hecho una pregunta que, sin duda, lo que
pretendía era ofenderme —dijo Tessa, cuando se llevaron el
maniquí con mi traje—. Pero le he estado dando vueltas, y sé
que tomaré la decisión correcta al hacer lo que estoy a punto
de hacer. Abby, ¿puedes subir, por favor?

No, no quería subir, mucho menos con los ojos rojos de tanto
llorar y los nervios, que no me dejarían dar dos pasos
seguidos.
—Alan, Paul, acompañadla, o ella sola no va a venir aquí
conmigo —les pidió a sus hijos.

Ambos se levantaron, se abrocharon el botón de la chaqueta y


yo no sabía a cuál de los dos mirar.

—Vamos, pequeña —Paul me tendió la mano, y al escucharlo


llamarme así volví a la noche anterior, y a las otras dos que
había compartido con él, en el club.

Tragué con fuerza, cogí la mano que me ofrecía, y dejé que me


llevara hasta el escenario en el que nos esperaba Tessa.

—No me pidas hablar, porque no puedo —le dije a Tessa,


cuando me abrazó.

—Has llorado —sonrió.

—Estoy emocionada al saber que he puesto un pequeño


granito de arena.

—Pues coge aire, porque esto te va a sorprender —dijo,


cogiéndome la mano y llevándome con ella al atril—. Me
alegra poder anunciar esta noche, que voy a poner en marcha
la fundación Abby Grayson, para ayudar a todos esos
deportistas, así como a las personas que ven cómo sus sueños
se truncan, a consecuencia de un terrible accidente.
Si había llorado al saber que mi traje recibía la puja más alta,
al escuchar a Tessa decir aquello, no pude contener las
lágrimas ni un minuto más.

La gente se puso en pie aplaudiendo, y yo acabé entre los


brazos de Paul, llorando como una niña pequeña.

Tal vez eso era lo que me tenía reservado el destino cuando me


caí seis años atrás, ser parte de algo mucho más grande para
ayudar a quien más lo necesitara.

Cuando regresamos a la mesa, Fanny me abrazó llorando, tan


emocionada como yo.

—Necesito una copa —dije, y Alan sonrió ofreciéndome una


de champán.

—Yo habría necesitado aire —rio mi amiga.

—En cuanto me beba esto, salgo al jardín.

—Te acompaño —escuché decir a Paul, que se acabó su copa


de un sorbo.

Cuando terminé la mía, apoyó su mano en la parte baja de mi


espalda y salimos del gran salón aprovechando que los
invitados se reunían alrededor de las barras para tomar una
copa.

—Un nuevo reto para mi madre —dijo cuando nos sentamos.

—No esperaba que fuera a hacer eso, la verdad. Pensé que no


tomaría en serio las palabras de Clare…

—No la nombres —me cortó con brusquedad—, por favor.

—Lo siento.

—Abby, hay algo que llevo queriendo hacer toda la noche, y


no sé si me ganaré una bofetada.

—¿El qué? —pregunté.

Cuando lo miré, no tardó en acortar la distancia y besarme


pillándome por sorpresa. No me aparté, no quería hacerlo, yo
también había querido que me besara desde que me recogió en
la puerta de mi casa.

Me acercó aún más a él, sosteniéndome por la nuca. Apoyé


ambas manos en su pecho y mi mente me llevó a la noche
anterior, esa en la que dejé que mi cuerpo se relajara e hiciera
lo que deseaba.
—Dime que no estás con mi hermano —me pidió apoyando su
frente en la mía.

—No.

—Ven, salgamos de aquí.

Tan solo asentí, Paul me besó por última vez y, tras cogerme
de la mano, regresamos al salón para coger mi bolso y
marcharnos. Ni siquiera nos despedimos de los demás, pero
Fanny me vio y sonrió, haciéndome un guiño a sabiendas de
dónde podría ir en ese momento.

¿Me había vuelto loca por ir con él a otro lugar que no fuera la
sala del club? Posiblemente, pero era lo que deseaba, lo que mi
cuerpo y mi mente pedían.
Capítulo 19

Acabamos en su casa, aquella que compartía con Alan y Tessa,


por mucho que estuvieran divididas en tres estancias
diferentes.

Paul dejó el coche en el garaje y, cuando lo vi salir, me quedé


dudando por unos minutos si seguirlo o quedarme allí. Tal vez
no había sido tan buena idea ir con él.

Abrió la puerta, me cogió de la mano y en cuanto salí del


coche, tiró de mí para pegarme a su cuerpo.

Sus labios se posaron en los míos con fuerza, besándome al


tiempo que alternaba breves mordiscos en mi labio inferior.

Gemí sintiendo que en brazos de ese hombre me volvía


gelatina, sabiendo que mi cuerpo gritaba para que le tomara de
nuevo.
Me cogió por las nalgas cargándome en brazos, le rodeé la
cintura con las piernas y sin dejar de besarle, fui comprobando
que no acabáramos chocando con alguna puerta o pared.

Pero no fue el caso. Mientras que yo tenía que agudizar bien la


vista en aquellos pasillos oscuros, Paul se movía como pez en
el agua.

Llegamos a la habitación y cerró la puerta de una patada. En


ese momento pensé: ¿por qué la cierra si no hay nadie más en
este lado de la finca, ya que es su casa? Pero sus razones
tendría.

Volví a concentrarme en él, en esos besos húmedos que me


daba, en el modo en que su lengua jugaba con la mía.

Se sentó en la cama, conmigo sobre su regazo, y deshizo el


nudo del cuello del vestido. Retiró el encaje con rapidez con
una mano mientras con la otra me sostenía por la nuca, bajó el
escote dejando libres mis pechos y abandonó mis labios para
lamer y mordisquear los pezones.

Cerré los ojos dejando caer la cabeza hacia atrás ligeramente.


Paul, bajó la mano despacio desde mi nuca hasta la espalda, y
noté que me estremecía al sentir el tacto de las yemas de sus
dedos.
Me mordió uno de los pezones dando un leve tirón que me
hizo gritar, lo miré y vi que mientras lamía el otro, sonreía al
haber obtenido lo que quería.

Entrelacé los dedos en su cabello y tiré de él hacia atrás,


consiguiendo que soltara mis pezones.

—Eso ha dolido, señor Benton —protesté.

—¿Señor Benton? —arqueó la ceja y sonrió de nuevo—


Acabo de descubrir, que me pone que me llames así.

Volvió a besarme mientras se levantaba para después


recostarme en la cama.

En ese punto de la noche sabía que estaba perdida, que de allí


no iba a salir hasta que Paul, me follara como ambos
deseábamos en ese momento.

Comenzamos a desnudarnos con prisa, entre besos, jadeos y


suspiros de protesta.

Cuando Paul me deleitó con su torso desnudo ante mis ojos,


no pude evitar deslizar la mano por él y notar todo aquel calor
que desprendía, así como el rápido y fuerte latido de su
corazón.
Una vez estuvo completamente desnudo, lo vi colocarse el
preservativo y agradecí que hubiera pensado en ello, porque yo
en ese momento no podía pensar en otra cosa que no fuera su
erecto y palpitante miembro entrando y saliendo una y otra vez
de mi ser.

Paul llevó su mano a mi sexo húmedo y excitado, jugó con mi


clítoris unos instantes, me penetró con dos dedos llevando
consigo el producto de sus caricias y sus besos, y no tardó en
penetrarme de una certera embestida.

Grité, y desde ese instante no pude parar de hacerlo durante


aquel encuentro.

Paul me besaba el cuello, me lamía los pezones y los mordía,


masajeaba mis pechos y me apretaba las nalgas con fuerza
mientras me penetraba sin parar, con fuerza.

En ocasiones notaba que me quedaba sin aliento, que con cada


embestida me era imposible emitir el más mínimo sonido.

Me sorprendió que aquel fuera el mismo hombre con el que


había estado la noche anterior en el club, que, aunque fue un
encuentro cargado de rudeza, en esta ocasión sentía que había
mucha más.

—Paul —murmuré, agarrándome con fuerza a sus hombros


cuando noté que un escalofrío que reconocía perfectamente me
recorría la espalda.

—Gírate —me pidió con la respiración entrecortada.

Me colocó de rodillas en la cama, con la mejilla apoyada en la


almohada. Cogió mis muñecas, llevándolas hacia la espalda y
sosteniéndolas con una mano, y volvió a penetrarme mientras
golpeaba una y otra vez con más fuerza en cada embestida.

Nunca me había visto en esa situación, con Max todas las


veces que lo hicimos fue en la misma postura de siempre, yo
recostada y él, entre mis piernas.

Sentí que Paul se movía mucho más rápido y fuerte, notaba


cómo el colchón parecía moverse bajo mi cuerpo. Empecé a
gritar al ser consciente de que en aquella posición él podía
llegar mucho más adentro. Llevé mis caderas al encuentro de
su miembro y así alcancé el orgasmo.

Paul seguía penetrándome sin descanso mientras me corría,


hasta que poco después me siguió, liberándose mientras
echaba la cabeza hacia atrás, con los dientes apretados.

Cerré los ojos y busqué aire con urgencia, el corazón me iba a


mil por hora, bombeando sangre mientras mi cuerpo se
quedaba inerte en aquella cama. Me pesaban los brazos, los
párpados, apenas podía moverme.
Noté que Paul se levantaba, escuché pasos que se alejaban y
poco después regresó, recostándose en la cama y cogiéndome
por la cintura para colocarme sobre su cuerpo.

—Estoy agotada —murmuré con los ojos aún cerrados.

—A veces puedo ser muy intenso.

—Y hoy ha sido una de esas veces, entiendo —lo miré,


apoyando el codo en su torso y la barbilla en mi mano—.
¿Pensabas en alguien?

—¿A qué viene esa pregunta?

—No sé, es solo que… —suspiré, a punto de hablar sobre la


noche anterior, pero no lo hice— Déjalo, no es nada. Será
mejor que me vista y pida un taxi para irme a casa de Fanny.

—¿En serio? —Arqueó la ceja.

—Bueno, supongo que es lo que se hace en estos casos, ¿no?


Un poco de sexo salvaje, y a dormir a tu casa, muñeca —me
encogí de hombros.

—¿Tú, con qué clase de hombres has salido? —preguntó


retirando un mechón de pelo de mi rostro.
—Desde Max, con nadie —respondí, avergonzada.

—¿Seis años, sin…? Vaya.

—No me siento cómoda delante de un hombre estando


desnuda.

—Estás desnuda delante de mí.

—Sin luz, te recuerdo.

Paul sonrió, estiró el brazo y, tras encender la lámpara que


tenía en la mesita de noche, rodó llevándome consigo, de
modo que quedé recostada en la cama y él, sobre mí.

Me observó detenidamente, y noté que me sonrojaba, muerta


de vergüenza.

Cuando noté su mano en mi pie, y que comenzaba a subirla


lentamente por la pierna en la que tenía la cicatriz, cerré los
ojos mientras agarraba las sábanas con fuerza.

Salvo Alan, unas horas antes, nadie más había tocado esa parte
de mi cuerpo.

—No tienes que avergonzarte, Abby. Eres preciosa, con o sin


cicatriz. Yo también tengo una, y no por eso me escondo en la
oscuridad.

—No es lo mismo. Apaga, por favor —le pedí, Paul se inclinó


para besarme y comenzó a tocarme de nuevo entre las piernas.

No tardó en hacer que me excitara otra vez. Me penetró y


pellizcó mi clítoris, lamió mis pechos y pude sentir su
miembro erecto rozando el interior del muslo.

Estiró el brazo hacia la mesita de nuevo, poco después se


colocó un preservativo y volvió a tomarme allí, sobre la cama,
pero esa vez, con toda la habitación iluminada.

Lo hizo con fuerza, con penetraciones rápidas y llegando hasta


lo más hondo de mi ser.

Nos corrimos al unísono, me besó de nuevo mientras


acariciaba aquello que me recordaba el peor momento de mi
vida, y sin darme cuenta, acabé quedándome dormida.
Capítulo 20

Estaba sola en la cama cuando me desperté.

El sol entraba por la ventana por lo que debían ser más de la


nueve, sin lugar a dudas.

Me incorporé, aún desnuda tras la noche anterior, y vi que


había una bolsa de una conocida marca de ropa de mujer sobre
un sofá que no recordaba haber visto la noche anterior junto a
la ventana.

Tras levantarme, fui hasta él y al abrir la bolsa encontré unos


shorts vaqueros, una camiseta negra con una gran mariposa
rosa en ella, y un bonito conjunto de lencería en color negro.
También había una caja de zapatos, concretamente unas
bonitas deportivas blancas.

Entré al cuarto de baño para darme una ducha, me vestí y, una


vez me había recogido el pelo en un moño deshecho, salí del
dormitorio para ir en busca de Paul.

No lo encontré en la cocina, pero sí había una cafetera con


café recién hecho que no tardé en servirme en una taza, añadí
leche y azúcar, y tras el primer sorbo, sentí que empezaba a
revivir de nuevo.

No pretendía curiosear por la casa, por lo que decidí ir a jardín


a esperar a que él apareciera, y fue justo allí donde lo encontré,
sentado en la mesa con un portátil delante, tomando café.

—Buenos días —dije para llamar su atención.

—Buenos días, preciosa —sonrió, mirándome de arriba abajo


—. Me alegro de haber acertado con las tallas.

—Sí, gracias. Aunque… yo no suelo usar pantalones ni faldas


cortas.

—Espero que eso cambie, porque tienes unas piernas muy


bonitas, y sexis.

Me cogió por la cintura llevándome a su regazo, donde me


sentó mientras me sostenía la nuca para recibirme con un
efusivo y pasional beso.
De nuevo sentí que debía decirle quién era en realidad, que la
chica del club y yo, éramos la misma persona, pero me faltó el
valor para hacerlo.

—Esto no debería haber pasado —murmuré, apartándome de


él.

—¿Por qué no? Los dos deseábamos que pasara.

—Ahora eres mi jefe —dije, recordando lo que me había


comentado Enzo.

—No veo el problema. No seremos ni, los primeros, ni los


últimos en tener una relación fuera del trabajo.

—Estoy conociendo a alguien —mentí, aunque no del todo


puesto que ese alguien realmente era él.

—Yo también me acuesto con otras mujeres.

Aquella confesión me pilló desprevenida, y sentí que había


hecho el ridículo acostándome con él, cuando estaba
convencida de que las otras mujeres, serían como la tal Clare,
o como Loreta. Altas, delgadas, con grandes pechos.

Quise hablar, pero en ese momento apareció Alan por la


puerta, mirándonos con sorpresa.
—Mira a quién tenemos aquí, y con un look más casual, no el
vestido de anoche —dijo, con una sonrisa de medio lado que
me hizo sonreír al mismo tiempo que me ruborizaba—.
Buenos días, guapísima.

—Buenos días —respondí.

—Yo venía a decirte que eres la comidilla de la prensa,


hermano —comentó sentándose frente a nosotros, puesto que
Paul, no me dejaba levantarme de su regazo—. Sales en todas
las portadas con Abby. Sois la pareja del momento, al parecer.

No esperaba aquella noticia, por lo que saqué el móvil del


bolsillo y busqué en Internet tras escribir mi nombre.

Ahí estaba, la noche anterior en la gala, junto a Paul.

Había varias fotos, algunas de ellas eran de cuando estábamos


sentados en la mesa y él, me acariciaba la espalda. Otras
durante la cena, charlando, riendo, y una en la que se nos veía
abandonar el salón, cogidos de la mano.

—Tengo que irme, si mis padres ven esto… —dije


levantándome.

—Te llevo a casa —se ofreció Paul.


—No, no es buena idea, me voy en taxi.

Ni siquiera esperé a que me lo impidiera, regresé a la


habitación, metí el vestido, las sandalias y el bolso dentro de la
bolsa donde había encontrado la ropa que Paul dejó allí para
mí, y me marché de la casa mientras pedía el taxi.

Estaba desesperada. ¿Cómo había podido permitir que nos


fotografiaran juntos? Yo, que desde el accidente huía de las
cámaras y los periodistas.

Empezó a sonar mi móvil mientras esperaba en la entrada, y vi


que era Fanny.

—Si llamas para decirme que salgo en todas las portadas, se te


ha adelantado Alan —dije nada más descolgar.

—Abby, ¿dónde estás?

—Esperando un taxi en casa de Paul.

—¿Has pasado la noche con él?

—No, he venido a limpiarle los baños, no te jode. Pues claro


que he pasado la noche con él.
—¡Ay, mi niña! ¡Qué alegría!

—Fanny, no es momento de alegrarse. Salgo en la maldita


prensa. ¿Has visto los titulares? El nuevo amor de Abby
Grayson. Grayson y Benton, muy acaramelados. Paul Benton
conquista de nuevo —relaté de memoria los tres que más me
habían llamado la atención—. Esto es de locos.

—Abby, respira que te va a dar un ataque.

—No lo descarto. Fanny, ¿puedes recordarme por qué acepté ir


a esa gala?

—Porque adoras a Tessa Benton, igual que ella te adora a ti.

—Dios mío —me pasé la mano por la frente, y vi el taxi


aparecer por la calle—. Hablamos después, ya está aquí el taxi.

—¿Por qué no te lleva Paul a casa? Voy a tener que decirle a


ese hombre lo que hace un verdadero caballero después de
follar toda la noche.

—Le he dicho que no me llevara, lo que me faltaba era que


nos volvieran a ver juntos hoy. Hablamos, adiós.

Ni siquiera esperé a que me respondiera, colgué rápido y entré


en el taxi, le di la dirección de mi casa y recé para que no me
reconociera.

En el camino seguí leyendo alguno de esos artículos en los que


hablaban de Paul y de mí. Aquello no podía estar pasando, no
necesitaba que la prensa me nombrara más de lo que ya lo
hacía. Pero esto era distinto, aquí no se mencionaba nada de
mi carrera como patinadora profesional, sino que me
relacionaban con, según palabras textuales, el soltero de oro
Paul Benton.

Llegué a casa y entré corriendo, por suerte no había rastro de


periodistas por la zona. Recé para que mis padres no se
tomaran a mal todo aquello, y fui a la cocina, donde estaban
preparando la comida.

—Hola —dije al entrar.

—Hola, cariño. ¿Qué haces en casa? Creí que no llegarías


hasta mañana —comentó mi madre.

—Ya, bueno, es que…

—No me digas que has venido por eso que ha salido en la


prensa —mi padre arqueó la ceja, y yo fruncí el ceño.

—Sí, quería explicaros todo antes de que pensarais lo que no


es.
—¿Qué tendríamos que pensar? —me preguntó mi padre—.
Eres una mujer adulta y puedes hacer lo que quieras, hija.

—Pero es que no es verdad, o sea, sí estuvimos en la cena, es


el hijo mayor de la anfitriona, pero no hay nada entre nosotros
—sí que lo había, pero no pensaba compartir aquello con mis
padres.

—Abby, hace seis años que no nos has presentado a ningún


novio, y si ese tal Paul Benton lo es, no importa. Cuando estés
lista y quieras hablar de ello, nos lo dices. ¿No es tu novio?
Perfecto, así podré mandar al diablo a esos periodistas si
alguna vez me preguntan —respondió mi padre.

—Espero que traigas hambre, estoy haciendo canelones.

Asentí antes las palabras de mi madre, y respiré aliviada. Ellos


siempre estaban ahí para apoyarme, y si necesitaba un hombro
en el que llorar, los dos ofrecerían el suyo.

Fui a dejar el vestido y todo lo demás en la habitación, y


escuché que me entraba un mensaje. Creyendo que era Fanny
lo abrí sin siquiera mirar, y la sorpresa fue mayúscula al leer lo
que me había puesto Albert.

“Nos vemos mañana por la noche a las ocho en el club,


tenemos que renegociar nuestro acuerdo”
Capítulo 21

Lunes, y estaba de los nervios.

Apenas había dormido un par de horas esa noche, dando


vueltas en la cama a aquel maldito mensaje que me había
enviado Albert.

¿Renegociar nuestro acuerdo, había dicho? Había que tener


valor para querer hacer eso.

¿Y a cuento de qué quería que renegociáramos? ¿Es que no era


suficiente todo el dinero que le daba cada mes para que
guardara silencio?

Con eso pagaba por mi privacidad, para que no fuera a la


prensa con el cuento de dónde trabajaba y sacar mucho más
dinero con una exclusiva tan suculenta.
Le dije a Enzo que no podía ir por la mañana para hablar con
él del negocio, y le aseguré que nos veríamos esa noche.

Aprovecharía que iba a ver qué tenía que decirme Albert, para
después ir al club.

Me despedí de mis padres, cogí el coche y fui hacia mi trabajo


escuchando música, esa que me calmaba cuando más lo
necesitaba. Solo que, en esa ocasión, ni siquiera la música
pudo calmar esos nervios que me atenazaban el cuerpo entero.

Llegué cinco minutos antes de la hora a la que me había


citado, aparqué en mi plaza de siempre y en ese momento
deseé ser una fumadora más, al menos tendría las manos
ocupadas mientras esperaba aquellos infernales minutos, que
se me hicieron eternos.

A las ocho en punto vi aparecer el coche de Albert, un


deportivo amarillo que aparcó detrás de mi coche.

Salí, pensando en darle un puñetazo de primeras, sin


preguntarle nada, pero sabía que tenía las de perder en el
cuerpo a cuerpo.

—Y aquí está, la mujer del momento —dijo con su asquerosa


sonrisa—. ¿Qué se siente al codearse con la familia Benton,
Abby?
—¿De qué querías que habláramos?

—De dinero, nena. Vamos a hablar del pago por mi silencio.


Quiero mil dólares al mes.

—¿Es que te has vuelto loco? No gano tanto dinero, Albert.

—Vamos, no me tomes por tonto, Abby. Sé que te dejan


buenas propinas por subirte a esa barra. Mil dólares a final de
mes, o el mundo entero sabrá que eres una puta.

—No voy a pagarte eso —le aseguré.

—Bueno, también puedes ser mi puta particular. ¿Qué te


parece? Podrías incluso acompañarme a los eventos que se
organizan aquí y en Manhattan después de las competiciones.
Luego, subimos a la suite del hotel, me chupas la polla, te
follo, y sigo guardando silencio.

—No me acostaría contigo, ni, aunque fueras el último hombre


del planeta y la humanidad dependiera de nosotros —dije con
rabia, dolida porque me llamara lo que no era.

—Vamos, Abby, ¿crees que no sé que tienes la opción de follar


en las salas privadas del club? Tu compañera, esa rubia tetona,
lo hace con sus clientes. Anoche estuvimos hablando y, ¿sabes
lo que me dijo? Que tú visitas una de esas salas últimamente.
Dime, muñeca, ¿cuánto cobras por dejar que te follen en ese
sofá? Porque ahora mismo te llevaría ahí dentro para
demostrarte que ninguno de esos viejos babosos, está a mi
altura.

—Eres despreciable, Albert. No pienso pagarte ni un dólar


más. Olvida que existo.

—No sabes lo cachondo que me pones cuando te comportas


como una fiera.

No tuve tiempo para reaccionar, cuando me vi atrapada entre


mi coche y el cuerpo de Albert.

Fue directo a por mis labios, besándome con fuerza, intenté


apartarlo, pero no pude, así que le mordí el labio.

—¡Joder! —gritó soltándome— ¡Maldita zorra!

El sonido de su mano impactando contra mi mejilla, resonó en


aquel silencioso aparcamiento.

Me llevé la mano a la zona, que ardía como si acabaran de


darme con una barra de hierro.

Noté que las lágrimas se agolpaban en mis ojos, pero me


aguanté el llanto todo lo que pude.
—No eres más que una puta que folla por dinero. ¿Acaso es
que no valgo tanto como esos viejos para que me la chupes y
dejes que te folle? —gritó, girándome, y vi que levantaba la
mano para volver a pegarme.

Cerré los ojos, esperando la siguiente bofetada, pero no llegó.

—¡Suéltala, hijo de puta! —rugió Enzo.

Acabé cayendo al suelo cuando apartó a Albert de mí, lo miré


y vi que le daba un empujón contra el coche.

—Si vuelves a ponerle una mano encima, te reviento la


cabeza, desgraciado —dijo Enzo, con los dientes apretados.

—Ya veo, también te la follas. Al final va a resultar que Max


tenía razón, y eras toda una puta en la cama.

Enzo dio un puñetazo al techo del coche, Albert cerró los ojos
pensando que le iba a golpear a él, y le cogió del cuello de la
camiseta para llevárselo.

—Si vuelvo a verte en mi club, eres hombre muerto.

Lo soltó tan rápido y de repente, que Albert perdió el


equilibrio unos instantes, pero no se cayó.
Subió a su coche y le vimos alejarse.

—¿Estás bien, Abby? —me preguntó Enzo.

—Sí.

—¿Qué ha pasado?

—Nada.

—Abby —fue suficiente con que dijera mi nombre en ese


tono, para que yo acabara contándole lo del chantaje de Albert
—. Ese hijo de puta. Puedo encargarme de él.

—No, no hagas nada. Rony también se ofreció y le pedí que


no interviniera.

—Espera, ¿Rony lo sabía y yo no?

—Nos encontró una noche, me vio darle el dinero.

—Abby, debiste decírmelo.

—¿Enzo? —los dos nos giramos al escuchar la voz de Paul.


—Ey, colega. ¿Ya has llegado? —dijo Enzo, dándole una
palmada en la espalda.

—Sí, espero no interrumpir nada.

—No, tranquilo, Abby ya se iba.

—¿Has tenido a nuestra secretaria trabajando hasta tarde? —


Paul arqueó la ceja, y me miró.

—Suele pasar, se nos va el tiempo entre números y esas cosas


—sonreí, procurando que no se fijara en mi mejilla.

—¿Estás bien, preciosa? —me preguntó, acercándose, y


disimulé como pude tapándome la mejilla con el pelo.

—Sí, sí. Os dejo, que he quedado para cenar.

—¿Vas a ver a Fanny y a Liam? —quiso saber Enzo.

—No, salgo con un chico —me encogí de hombros y aquella


respuesta, mientras me metía en el coche, tuvo dos reacciones.

La de Enzo, elevar ambas cejas con sorpresa, como


preguntando que qué estaba diciendo. Y la de Paul, apretar los
dientes como si le hubiera molestado.
Lo cual no debería ser posible dado que él mismo dijo la
mañana anterior, que se acostaba con otras mujeres.

Me despedí de ellos y puse rumbo a casa, sin poder contener


por más tiempo las lágrimas.

Lloré de impotencia, de rabia y de dolor. ¿Por qué tenía que


pasar por aquello? ¿Por qué Albert se empeñaba en que le
pagara por su silencio?

No hacía nada malo, me ganaba la vida bailando sobre una


barra, como podría hacerlo siendo la secretaria del dueño de
una multinacional, si hubiera estudiado para ello.

Pero el querer evitar que mis padres sufrieran al saber a qué


me dedicaba, y que les había mentido durante dos años, era lo
que me seguía llevando una y otra vez a pagar a ese maldito
desgraciado de Albert.
Capítulo 22

La semana la pasé metida en casa, incluso Enzo me dio ese


espacio que necesitaba, a sabiendas de todo lo que había
ocurrido el fin de semana, y el lunes por la noche.

Me llamó el martes para decirme que ni se me ocurriera ir por


el club, que me despejara y desconectara de todo, hasta me
ordenó no cotillear en Internet para que no me afectara nada de
lo que pudiera encontrar ahí.

No le hice caso, y vi varias noticias en las que hablaban de


Paul Benton, a quien habían estado siguiendo esos días para
ver si se encontraba con su nueva pareja, o sea, yo.

Mi madre me animó para que me fuera al campamento de


verano en el que iba a trabajar la profesora de su colegio, pero
yo rechacé de nuevo esa propuesta. Me gustaban los niños,
mucho, además, pero no rendiría como quería si me metía de
lleno en aquella aventura.
Fanny también estuvo pendiente de mí cada día, hasta que me
convenció anoche finalmente para que saliera a desayunar con
ella.

Yo, que había estado pasando desapercibida toda la semana,


ahora iba a sentarme en una cafetería exponiéndome a que
cualquiera me viera.

Me despedí de mi padre, a quien dejé en el jardín de lo más


entretenido con sus flores, y salí a la calle con gafas de sol, a
ver si había suerte y no me reconocía nadie.

Fui hasta la cafetería que estaba en la calle donde ella tenía el


salón de belleza, allí nos conocían más que de sobra y sabía
que, de ser necesario, me ayudarían a huir de las cámaras y los
paparazzi.

Entré sin quitarme las gafas, me senté en la mesa más alejada


de los ventanales, y esperé a que llegara Fanny.

No pude evitar echar un vistazo a las noticias de Internet,


tecleando mi nombre para ver si Albert, había contado algo de
mi secreto.

Por suerte no encontré nada de eso, pero sí varias en las que


preguntaban dónde me había metido y si es que ya había roto
la relación con Paul.
—Chica, hasta que te he encontrado —miré hacia mi derecha
y vi a Fanny—. ¿Qué haces aquí en el rincón?

—Intentar no ser vista, básicamente —respondí.

—Anda que, ya te vale. Y quítate las gafas, que aquí dentro no


hace sol.

—Me protejo de la prensa, Fanny.

—No hay periodistas, por Dios.

—¿Cómo lo sabes? —Arqueé la ceja— Mira, aquel chico que


tiene el portátil, podría ser un periodista infiltrado en busca de
un suculento chisme. Y, ¿la señora que no suelta el móvil?
¿Quién te dice que no está sacando fotos mías?

—Abby, estás paranoica. Relájate, cariño —me pidió


sentándose.

—No puedo, Fanny. Hacía años que no estaba en el punto de


mira de la prensa. Además, ¿y si Albert va a contar lo que
sabe?

—Ese desgraciado no se atreverá, te lo aseguro.


—No te lo había contado, para no preocuparte. Pero el
domingo me escribió citándome en el club el lunes por la
noche. Ahora me pide mil dólares al mes para seguir
guardando silencio, o lo cuenta a la prensa.

—¿Qué? Será… —Fanny cerró los ojos, apretando ambas


manos con fuerza, sabía que se estaba controlando para no
salir corriendo en busca de ese demonio— No voy a permitir
que lo haga, ¿me oyes? Hablaré con Liam, él puede ayudarte.

—No, Fanny. Esta guerra es mía —respondí, cabizbaja—.


Enzo nos vio discutiendo, y me dijo lo mismo, que él se
encargaría, pero no quiero.

—Y, ¿qué pretendes?, ¿estar el resto de tu vida pagando a ese


maldito extorsionista? Abby, tienes que hacer algo.

—Lo haré. Si he consentido eso durante tantos meses ha sido


por mis padres, pero creo que ha llegado el momento de
sincerarme con ellos.

—Seguro que lo comprenderán, además, solo bailas, no haces


nada malo. Rony también quería darle un susto a Albert,
¿verdad?

—O partirle las piernas, lo que yo le dejara hacer —sonreí.

—Me gusta cómo piensa Rony.


Pedimos el desayuno y estuvimos charlando sobre algunos
eventos que tenía Fanny para las próximas semanas. Me
alegraba por ella, había conseguido llegar a lo más alto en tan
poco tiempo, y era considerada una de las mejores estilistas de
Boston. Los diseñadores más famosos de la ciudad contaban
con ella para muchos de sus reportajes fotográficos.

Y entonces cambió de tema, sin que lo esperase y cuando más


desprevenida me pilló, preguntándome por Paul.

Le dije que no sabía nada de él desde el lunes por la noche


cuando apareció por el club después de que Enzo echara a
Albert, y lo mal que me había sentido al escucharle decir el
domingo por la mañana en su casa, que se acostaba con otras
mujeres.

—¿Paul? —preguntó con el ceño fruncido— Imposible, él no


es de esos de sexo porque sí, sin más. Por lo que me contó
Liam, desde que rompió con Clare, tras el accidente donde
perdió a Patrick, tan solo ha tenido una novia, pero no llegaron
a nada serio, ni siquiera se la presentó a su madre. Tal vez lo
dijo porque no sabe que la chica del club y tú, sois la misma.

—Puede ser, no pensé en esa posibilidad —dije, mirando mi


taza de café casi vacía.

—Esta noche lo ves, ¿no?


—En teoría sí, pero…

—¿Pero? —Me miró entrecerrando los ojos.

—¿Crees que debería contarle quién soy? Es decir, confesar


que soy yo, Abby, la que está bajo la máscara cada viernes.

—Hazlo cuando te sientas preparada. Tú sabes quién es él,


pero no porque te lo haya dicho. Así que, ambos guardáis un
secreto, ambos estáis ocultos bajo el antifaz.

—Iré a verlo, pero le dejaré claro que será la última vez.

—Ni tú te crees lo que has dicho, cariño. Mírame —me pidió


cogiéndome la mano, y lo hice.

Fanny se quedó unos instantes callada, mirándome fijamente,


hasta que la vi sonreír.

—¿Qué? —pregunté.

—Estás pillada por Paul Benton, te brillan los ojitos.

—¿Qué? No, desde luego que no.


—No, qué. ¿No estás pillada por ese hombre, o no te brillan
los ojos? Porque los estoy viendo tan brillantes que podrías
dejarme ciega.

—No estoy pillada —aparté la mirada, y ella se echó a reír.

—Ay, Abby, que nunca has podido decir una mentira mirando
a los ojos de la otra persona.

—¿Por qué demonios me conoces tan bien, Fanny?

—Porque son muchos años a tu lado, cariño. Y ahora, haz caso


a mi consejo. Entra esta noche en esa sala y disfruta. Ya le
dirás que eres tú, quien se esconde tras la máscara.

Me quedé callada, asentí y terminé mi café.

Nadie me conocía tan bien como Fanny, ni siquiera mi madre.


Capítulo 23

Aquella noche de viernes entré en el club y fui a ver a Enzo, a


quien encontré en su despacho revisando facturas.

—Hola, preciosa —sonrió al verme—. ¿Cómo estás?

—Bien, ¿y tú?

—Hasta el gorro de números. Paul es un socio de lo más duro.


Me ha tenido toda la semana buscando papeles.

—Tendrías que haberme llamado, podría haberte echado una


mano.

—No me digas lo que tengo que hacer, yo soy el jefe.

—Y yo tu secretaria —sonreí.
—No te molestes en ir a servir mesas, Paul va directo a la sala
y te estará esperando.

—En ese caso, voy a vestirme —le di un beso y fui hacia la


puerta, pero me giré antes de salir—. ¿Sabe quién es la chica
por la que paga? —pregunté.

—¿Paul? No tiene la menor idea, al menos a mí, no me ha


dicho nada.

Asentí y salí para ir al camerino.

Aquella noche escogí un vestido azul y no me puse lencería,


quería ver su reacción al tenerme desnuda frente a él.

Tal vez sería un poco descarado por mi parte, pero no pensaba


echarme atrás con aquella decisión.

Las chicas entraron para ayudarme con el maquillaje de la


pierna, me preguntaron si estaba recuperada del virus
estomacal y sonreí diciéndoles que sí. Esa fue la excusa de
Enzo, para mi ausencia de esos días.

—Nos ha dicho el jefe que solo trabajarás los fines de semana


—comentó Trixie—. De hecho, hay una chica nueva
entresemana. Es muy simpática, pero Loreta, ya la tiene entre
ceja y ceja —volteó los ojos.
—Esa mujer no soporta a nadie que no sea ella misma —dijo
Julia.

—Pues va a tener que aguantarla —me encogí de hombros.

—Esto ya está listo. Me voy que salgo ya —Julia sonrió y me


dio un beso en la mejilla—. Me alegra que no dejes que esos
rumores puedan contigo.

Ambas se marcharon tal como habían llegado, dejándome sola.


Me miré en el espejo antes de colocarme la máscara, y escribí
a Enzo para preguntarle si Paul ya había llegado.

Enzo: Sí, te está esperando.

Respiré hondo, dejé el móvil en el cajón y salí del camerino


decidida a ver de nuevo a Paul, debía admitir que esos días lo
había echado de menos.

Cuando llegué a la sala me quedé dudando unos minutos,


delante de aquella puerta que me separaba de la lujuria que se
respiraba cuando los dos estábamos juntos.

Cogí aire, abrí, y entré sin pensarlo por más tiempo.

Miré hacia donde sabía que estaba Paul sentado, esperando mi


llegada, como siempre, con un vaso de whisky en la mano.
Le di la espalda, tal como quería que hiciera, y tras deslizar los
tirantes del vestido por mis brazos, despacio y un tanto
nerviosa por cómo reaccionaría al ver que no llevaba nada
debajo, lo dejé caer alrededor de mis pies.

Me quedé allí parada, desnuda, con los brazos a ambos lados


de mis costados, esperando.

Sin que Paul me tocara fui consciente del momento exacto en


el que se acercó a mí, lo presentí y pude oler aquella mezcla de
whisky y perfume que me enloquecía.

—¿Dónde está la lencería? —preguntó en un susurro que me


pareció de lo más erótico y sensual mientras deslizaba la yema
del dedo por mi espalda.

—En el camerino —respondí, con los ojos cerrados, mientras


me estremecía con aquella leve caricia.

—Y, ¿por qué no te la has puesto? —ahora estaba más cerca


de mi cuello, ese que besó y mordió.

—Creí que te gustaría.

—¿Querías provocarme, pequeña? —me rodeó por la cintura,


bajó la mano hacia mi entrepierna y, con un leve gesto, hizo
que separara ligeramente las piernas, llevando los dedos sobre
mi sexo.

—Sí —confesé, ¿para qué mentir a esas alturas?

—Me gusta que pienses por ti misma, que tengas iniciativa,


que me sorprendas —susurró cogiéndome por la barbilla con
dos dedos, para besarme con rudeza mientras me tocaba el
clítoris y comenzaba a penetrarme.

Cuando me escuchó gemir minutos después, mientras me


agarraba como podía a su cuello, me levantó por la cintura y
fue hasta el sofá, recostándome sobre la pequeña mesa de
cristal.

Se arrodilló entre mis piernas, me miró con una seductora


sonrisa de medio lado, y comenzó a lamer como si le fuera la
vida en ello.

Me sujetaba con ambas manos por las caderas, impidiendo que


pudiera moverme, arqueaba la espalda y notaba que
enloquecía a cada segundo que pasaba.

Paul no bajaba el ritmo, sino todo lo contrario. Cada vez iba


más rápido, hasta que me corrí a chillidos sin darme apenas
cuenta.
Lo vi incorporarse, me cogió en brazos y acabó sentándome
sobre sus piernas. Tras liberar su miembro erecto y ponerse el
preservativo, me guio hasta él y fue bajándome mientras me
llenaba por completo.

Jadeé cuando quedamos unidos, me miró a los ojos,


acercándome con su mano en mi nuca para besarme, y
mientras me sostenía en sus hombros para darme un poco de
apoyo e impulso, comencé a moverme de adelante a atrás,
despacio, hasta que su mano bajó a mi cadera y ayudó a que
me moviera más rápido, cambiando el ritmo hacia arriba y
hacia abajo.

En sus manos no parecía más que una ligera pluma, me movía


a su antojo y me llevaba directa a un nuevo orgasmo, ese que
no tardó en llegar y con el que dejé caer la cabeza hacia atrás,
mientras gritaba y me agarraba con fuerza a sus hombros, esos
en los que clavé las uñas mientras seguía moviéndome arriba y
abajo.

Cuando Paul estaba a punto de correrse, me atrajo hacia él,


sosteniéndome con fuerza por la espalda mientras me besaba.

Me había acostado muchas veces con Max, en cada una de


ellas disfrutaba de aquellos encuentros, pero ninguna la sentí
tan intensamente como estas con Paul.

No sabría decir si era por los años de experiencia que él tenía,


o por la forma en que se entregaba, pero con él, era todo tan
diferente a como recordaba el sexo.

Acomodé la cabeza sobre su hombro, con los ojos cerrados,


escuchándonos respirar agitadamente, notando el latir de
ambos corazones como si fueran dos caballos galopando con
fuerza.

Y cuando tuve el valor necesario, me aparté mirándolo a los


ojos, esos que quedaban ocultos bajo aquella tela negra.

—¿Quién hay bajo ese antifaz? —pregunté con una mano


sobre su mejilla— Ni siquiera sé tu nombre.

—Algún día te lo diré, pequeña, y yo también querré verte sin


tu máscara.

Se acercó para besarme y pensé en cuando llegara ese día, en


el que ambos nos quitáramos la máscara al fin, descubriendo a
la persona con la que habíamos compartido momentos tan
íntimos y eróticos entre las cuatro paredes que nos rodeaban en
este instante.

Tal vez, cuando eso ocurriera, acabaría perdiendo a Paul para


siempre.
Capítulo 24

El sonido incesante de mi móvil sobre la mesita me despertó


del que, posiblemente, estaba siendo el mejor sueño de mi
vida.

Me proclamaba campeona, junto con Max, en aquella


competición en la que se truncaron todos mis sueños.

Y no es que fuera el mejor por estar con aquella rata a la que


una vez amé, ni mucho menos, sino porque subía, una vez
más, al pódium.

Cogí la almohada para taparme la cabeza y el sonido del móvil


quedó ligeramente amortiguado, hasta que dejó de sonar y
respiré aliviada.

Sabía que era Fanny quien llamaba, y la odiaba por ello, tenía
la manía de despertarme muchos fines de semana sabiendo que
me acostaba tarde.
Escuché que me llegaba un mensaje, y conociendo como
conocía a mi mejor amiga, si no daba señales de vida seguiría
insistiendo.

Cogí el móvil y vi que eran las doce del mediodía, ¿cuándo


había sido la última vez que me despertaba un sábado tan
tarde?

Y entonces me fijé en que la llamada era de Paul, así como el


mensaje.

Paul: Estoy en la puerta de tu casa, sal o llamo al timbre y


saludo a tus padres.

¿Qué? No, no, no. Ni hablar. No podía dejar que se atreviera a


presentarse en mi casa y saludar a mis padres como si los
conociera de toda la vida.

Salí de la cama corriendo, sin pararme a pensar un solo


minuto, y fui hasta la entrada.

Al abrir la puerta lo encontré allí, apoyado en su coche, con


vaqueros, un polo blanco, las deportivas del mismo color y
gafas de sol. Sexy, esa la palabra perfecta para describir la
imagen que tenía delante en ese instante.

—¿Qué haces aquí? —pregunté al llegar a su altura.


—Buenos días, preciosa —sonrió de medio lado, cogiéndome
por la cintura y acercándome hacia él. Cuando sentí sus
cálidos labios sobre los míos, cerré los ojos olvidándome de
todo cuanto nos rodeaba, hasta que la cordura regresó a mi
mente.

—Para, pueden vernos y acabaremos de nuevo en todas las


portadas del corazón.

—No hay que hacer caso a los rumores —respondió


colocándome un mechón de pelo tras la oreja—. ¿Siempre
duermes así de sexy?

—¿Qué? —Fruncí el ceño, hasta que miré hacia abajo y vi que


llevaba un pijama de verano de lo más cortito, con tirantes
finos— Mierda —murmuré—. He salido corriendo, me has
despertado.

—Lo siento.

—¿Vas a decirme para qué has venido?

—Claro, a recogerte para que vengas conmigo a pasar el fin de


semana.

—¿Eh? No, no puedo. Tengo trabajo.


—¿Enzo te hace trabajar los fines de semana? —arqueó la
ceja, pero no respondí— Eso se acabó, ahora yo también soy
tu jefe. Revisaremos tu contrato.

—No hay nada que revisar, está todo perfecto.

—Entra en casa, prepara una bolsa con ropa, y sube al coche


—ordenó mirándome fijamente—. Nos vamos.

—No puedo.

—No me obligues a llamar a Enzo.

—No te atreverías —arqueé la ceja.

—Ah, ¿no? —sonrió de medio lado y sacó el móvil del


bolsillo.

Intenté quitárselo, pero esos veinticinco centímetros de altura


que nos diferenciaban, frustraron todos mis intentos.

—Cuelga —le pedí, y él negó sin borrar esa sonrisa.

—Enzo, ¿qué hay, socio? —saludó a nuestro amigo— Verás,


estoy en casa de Abby, quiero llevarla a pasar el fin de semana
fuera, y se niega alegando que tiene que ir a trabajar. El lunes
tenemos que revisar su contrato, no la quiero por el club los
fines de semana —se quedó callado unos segundos, y entonces
soltó una carcajada—. Me conoces bien, efectivamente la
quiero para mí esos días —de nuevo, escuchó a Enzo—. Ajá,
te la paso. Quiere hablar contigo —dijo dándome el móvil.

—Enzo.

—Abby, vete con él donde sea que quiera llevarte.

—Pero, ¿y el trabajo?

—Olvida el trabajo, nos veremos el lunes.

—Pero…

—Nada de peros, soy el jefe, obedece o te despido.

—No hablarás en serio…

—Y tanto que sí.

Ni tiempo me dio a protestar, cortó la llamada sin siquiera


despedirse.

—¿Y bien? —preguntó Paul, cruzándose de brazos.


—Dame quince minutos —dije devolviéndole el teléfono.

—Mejor que sean diez —sonrió y aprovechó cuando me


giraba para darme un leve azote en el culo.

Entré en casa y pillé a mis padres mirando por la ventana,


disimularon cuando me quedé parada ante ellos con los brazos
en jarras y la ceja arqueada.

—Hay que limpiar bien ese cristal, Jake.

—Mamá, ¿en serio?

—¿Qué pasa, cariño?

—No os tenía por un par de vecinas cotillas.

—¿Nosotros? —Se llevó la mano al pecho, haciéndose la


ofendida.

—Uf —resoplé y fui a mi habitación, metí algo de ropa en una


bolsa y me duché más rápido que nunca.

No me molesté en secarme el pelo, tan solo lo cepillé y lo dejé


que se secara al aire.
Me despedí de ellos y cuando Paul me vio aparecer de nuevo,
sonrió y me quitó la bolsa que guardó en el maletero del
coche.

—¿A dónde se supone que vamos? —pregunté mientras me


abrochaba el cinturón.

—Ahora lo verás.

Pues qué bien, no iba a decirme cuál era nuestro destino para
ese fin de semana, fantástico.

No hablé en todo el camino, estuve escribiéndome con Fanny,


a quien le dije que, si no tenía noticias mías el lunes, que
avisara a la policía por si Paul, se había deshecho de mi
cuerpo.

Poco después estábamos entrando con el coche en un


aparcamiento en el que no había ni un solo coche más.

Lo aparcó, salimos, y tras coger ambas bolsas, entrelazó


nuestras manos y me llevó hasta una puerta que abrió pasando
una tarjeta por delante de la cerradura.

Nos recibió una preciosa suite en la que todo estaba a la vista,


el salón comedor, la cocina, una cama, tamaño extra grande y
una puerta que intuía era el cuarto de baño.
—Ponte cómoda, voy a pedir la comida —dijo, dándome un
beso en la mejilla.

—Paul, si alguien nos ve en este sitio… —suspiré— No sé si


estoy preparada para más escándalos.

—Tranquila, no va a vernos nadie. En este hotel la discreción


es su máximo requisito. Los empleados dejan lo que pidas en
la puerta y se marchan, nadie puede ver a los clientes. ¿Has
visto dónde he dejado el coche?

—Sí.

—Esa plaza es privada, solo para esta suite. Todas cuentan con
la suya propia.

—Entonces, si salimos de la suite, ¿nadie nos verá?

—Preciosa, no vamos a salir de la suite en todo el fin de


semana, aquí tenemos todo lo que necesitamos —sonrió y
volvió a besarme antes de coger el teléfono que había en la
cocina y pedir la comida.

Una suite, los dos solos, y un fin de semana por delante. ¿Qué
más sorpresas tendría preparadas ese hombre para mí?
Capítulo 25

La comida que nos habían servido estaba deliciosa, se notaba


que en aquel hotel todo era de lo más exclusivo.

Tal como había dicho Paul, no vi al empleado que lo trajo, tan


solo escuché que sonaba un timbre, él fue a la puerta y allí
estaba el carrito con todo lo que pidió.

De igual modo, cuando acabamos, lo llevó fuera de la puerta y


no vimos a nadie que pasara a recogerlo.

—Ese postre de chocolate es un pecado —dije cuando regresó


a sentarse conmigo en el sofá.

—Un pecado delicioso, no me digas que no.

—Sí, muy delicioso, pero un pecado que acabará en mis


caderas el resto de mi vida.
—Por favor, pero si estás espectacular. Tienes el cuerpo de una
diosa.

—¿De una diosa? —arqueé la ceja y me eché a reír—


Exagerado.

—Contigo sí que voy a pecar todo el fin de semana.

—Y el lunes vas a confesarte, ¿a que sí?

—Preciosa, el día que me confiese, no habrá penitencia


suficiente para todos mis pecados —dijo acercándose para
besarme.

Acabamos allí enredados entre besos y caricias, pecando como


él decía, hasta que me cogió en brazos y me llevó hasta la
cama.

Se sentó en ella, dejándome de pie entre sus piernas, y


comenzó a desnudarme despacio mientras cubría de besos
cada pequeño rincón de mi cuerpo.

—Túmbate bocabajo —me pidió.

—¿Qué vas a hacer?


—Nada malo, te lo aseguro. Venga, obedece.

—Sí, papá —sonreí.

—¿Papá? —Arqueó la ceja— ¿En serio me ves como si fuera


tu padre? Creo que hay algo que no estoy haciendo bien —
negó mientras se acercaba a la cómoda.

Regresó con un bote de gel en la mano, se quitó la ropa, a


excepción del bóxer, y se acomodó en la cama.

Noté el líquido en la espalda y cerré los ojos cuando comenzó


a deslizar las manos por ella.

Me estaba dejando de lo más relajada, hasta que sentí que se


adentraba con una de las manos entre mis piernas. Jugueteó a
su antojo con mi clítoris, pellizcándolo y excitándome. Me
penetró sin darme tregua, rápido y sin parar, y así hizo que
alcanzara el orgasmo, dejándome agotada.

No tardó en elevarme las caderas y enterrarse con fuerza en


mí, penetrándome una y otra vez, golpeando con cada
movimiento de cadera, haciéndome gemir, gritar y pedir más.

Quería más, necesitaba más de él. Sus embestidas fueron cada


vez más fuertes y profundas, una de sus manos masajeaba mis
pechos, me pellizcaba los pezones y se aferraba con fuerza en
mi cadera, mientras con la otra me daba ligeros azotes en la
nalga.

Me movía al ritmo que él marcaba, acercando mis caderas al


encuentro de las suyas, sintiendo la punta de su miembro
erecto en lo más hondo de mi ser.

Gritaba mientras me agarraba con fuerza a las sábanas, y noté


el momento exacto en el que nuestros cuerpos estallaron
alcanzando el clímax al unísono.

Paul se dejó caer en la cama, llevándome consigo, y cerré los


ojos mientras luchaba por recuperar el aliento.

Cada nuevo encuentro que compartía con él, era toda una
experiencia que me llevaba al límite.

—Vamos, preciosa —dijo tras besarme la sien.

—¿A dónde vamos?

—A la bañera.

Sí, allí acabamos los dos, metidos en la bañera dejando que el


agua caliente nos relajara, junto con un gel que olía a vainilla y
canela.
Paul se encargó de enjabonarme con una delicadeza, que lejos
quedaba del hombre apasionado con el que acababa de follar
en la cama. Me masajeó el cuello e hizo que me recostara en
su pecho mientras me acariciaba el brazo distraídamente, al
tiempo que con la otra mano me mantenía abrazada por la
cintura.

Me gustaba la sensación de estar así con él, relajada,


compartiendo un momento tan íntimo después del sexo.

Ojalá pudiera ser así siempre.

—Alan me contó lo de tu hermano gemelo —dije, mientras


hacía círculos con el dedo sobre su antebrazo.

—¿Qué te contó exactamente?

—Que tuvisteis un accidente.

—Sí —respondió tras un largo suspiro.

—No tienes que hablar de ello si no quieres, solo… Bueno,


quería que supieras que estaba al tanto de lo ocurrido.

—No, preciosa, no tienes la menor idea de lo que ocurrió


aquella noche.
Lo dijo en un tono tan serio, cargado de enfado y rabia, que
me estremecí al sentir que había metido la pata.

—Lo siento, no quería meterme donde no me llaman —


respondí, haciendo el intento por levantarme, pero no me lo
permitió, aferrándose con fuerza a mi cintura.

—Aquel día fue el peor de mi vida, sin lugar a dudas.


Habíamos salido a celebrar el cierre de un buen negocio,
cuando visitaba a mi hermano en Londres aprovechaba para
esas cosas. Tengo varias inversiones por todo el mundo.
Después de cenar me sugirió ir a tomar unas copas, acabamos
en un local de chicas complacientes, bebimos más de la
cuenta, y de regreso a casa tuvimos el accidente. Todo fue
demasiado rápido, apenas recuerdo nada. Desperté en el
hospital, no entendía nada, y fue mi padre quien me dio la
noticia.

—Lo lamento.

—Ese día marcó un antes y un después en mi vida.

—Fanny me dijo que discutiste con tu padre y que apenas


venías a ver a tu familia, seguiste viviendo en Londres hasta
que él murió.

—Sí, bueno, decidí que era lo mejor. Verme solo les recordaba
a todos que mi hermano había muerto.
—Debe ser duro para un padre perder a uno de sus hijos —dije
entrelazando mi mano en la suya.

—Lo pasaron mal, mi madre, sobre todo.

El silencio que se hizo tras sus palabras nos acompañó varios


minutos, hasta que Paul me dio un beso en el hombro y se
puso en pie para ayudarme a salir de la bañera.

Nos secamos y fuimos a la cama, donde volvió a ser el hombre


fogoso y pasional de antes, llevándome de nuevo a alcanzar el
clímax que, tras aquel relajante baño, consiguió que me
quedara dormida entre sus brazos.

Para cuando desperté era la hora de cenar y Paul, ya había


servido todo lo que dejaron en la puerta con el carrito.

La velada fue tranquila, no faltaron besos ni miradas


cómplices, y mi cabeza seguía yendo a mil por hora, dando
vueltas a esa confesión que quería hacer, pero sin atreverme a
decirle que era su chica de los viernes.

Después de la cena, nos tomamos una botella de champán


metidos en la bañera, acompañados de una bonita y suave
melodía.
Paul no parecía saciarse de mí, y volvió a poseerme allí
mismo, rodeados de agua y espuma.

No quería que aquel fin de semana terminara, no quería


regresar a la ciudad y volver a la rutina de no verle en toda la
semana.

Pero tampoco podía detener el tiempo, ese que pasaba tan


rápido a su lado, y tan lento cuando estábamos separados.
Capítulo 26

Cuatro días después…

Miércoles, y seguía recordando cada minuto que había pasado


con Paul, en aquella suite privada de hotel.

No se me iba de la cabeza, no dejaba de pensar en los dos


momentos que compartimos en la bañera, como tampoco el
modo en que me miraba cuando creía que no me daba cuenta.

Habían pasado tres días desde que nos despidiéramos el


domingo en mi casa, y no tenía noticias suyas todavía.

Algo normal, por otra parte, dado que, para él, parecía que yo
no existiera hasta los fines de semana.

Al menos me quedaban solo dos días para verle en el club, con


eso me consolaba cuando me iba a la cama sin haber recibido
una llamada, o un mensaje suyo.
Esa mañana volvía al club para trabajar con Enzo, desde luego
que los dos nos tomamos muy en serio aquello de que mi
nuevo empleo era ser su secretaria de lunes a viernes por la
mañana.

Iba cantando en el coche, sonriendo, disfrutando de un nuevo,


aunque caluroso día de junio, finales de mes y más cerca de
comenzar julio, cuando vi un coche en el aparcamiento del
club que hizo que se me borrara la sonrisa del rostro de un
plumazo.

Aparqué lo más lejos que pude, pero nada impediría que


Albert, esa asquerosa alimaña carroñera, se acercara a mí.

—Y al fin llega la señorita Grayson —dijo acercándose a mí.

—¿No te cansas de seguirme? —pregunté.

—No, porque sé que al final conseguiré lo que quiero. Ya sea


dinero, o follarte.

—Me das asco, Albert.

—¿Yo te doy asco? Soy mucho más joven que ese viejo con el
que vas. ¿Qué pensará Max de ti? La novia perfecta, esa chica
cariñosa y dulce con la que salía. Aunque presumía de lo
fogosa que eras en la cama.
—No me importa lo que piense, ese es igual de despreciable
que tú —pasé por su lado para ir a la entrada, pero me detuvo
agarrándome del brazo—. Suéltame.

—Tenemos que hablar, la otra noche tu jefe no nos dejó


acabar.

—Claro que acabamos, no pienso darte más dinero.

—Pues ya sabes lo que tienes que hacer, muñeca.

—Antes que follar contigo, me quito la vida —dije con los


dientes apretados y soltándome de su agarre.

Ni siquiera pude dar dos pasos seguidos, cuando noté que me


cogía del pelo con fuerza, arrastrándome hacia él.

—Sería una lástima perder un cuerpo como el tuyo. Vamos, no


seas tonta, follo mejor que Paul Benton —susurró tras
pegarme con un golpe seco a la parte trasera de mi coche.

Noté que me subía la falda mientras separaba mis piernas,


intenté gritar, pero el muy desgraciado me tapó la boca con la
mano, apretando con tanta fuerza que temí quedarme sin poder
respirar.
—Hueles tan dulce, Abby —murmuró mientras me lamía el
cuello, haciendo que cerrara los ojos ante aquel asqueroso
gesto. Sentí náuseas y cómo se agolpaban las lágrimas en mis
ojos—. Me habría gustado mucho más follarte en el sofá de
una de esas salas, pero, qué le vamos a hacer. Por suerte aquí
donde has aparcado, no puede vernos nadie.

Eso pensaba él, pero yo sabía que sí nos verían. Enzo había
instalado una cámara de vigilancia en aquella parte del
aparcamiento unos meses atrás, cuando descubrió una noche
que habían intentado robarle el coche.

Miré de reojo hacia donde estaba la cámara, y supliqué


mentalmente para que mi jefe se percatara de lo que ocurría.

—Si no pagas, te arrepentirás. Qué me dices, ¿acordamos mil


dólares al mes, o te follo aquí mismo, muñeca? —susurró.

—O la sueltas —escuché la voz de Enzo, seguida el sonido del


gatillo de una pistola—, o te vuelo la cabeza de un tiro,
escoria.

—Vamos, no me fastidies —protestó Albert—. ¿Otra vez


interrumpiendo? Así no se puede ser fogoso y sorprender a mi
chica.

—No quiero repetirlo, suéltala o esparzo tus putos sesos por la


pared.
Cuando Albert apartó la mano liberándome la boca, cogí aire y
acabé tosiendo. Ni siquiera escuché qué más decían, ya que me
senté pegada a la pared tapándome los oídos.

En cuanto noté una mano sobre el hombro, me sobresalté y


miré con miedo, pero fue a Enzo, a quien encontré allí.

—Por Dios, Abby, tienes que acabar con esto —dijo


abrazándome, después de que mis ojos se convirtieran en
presas por las lágrimas que caían con fuerza—. De buena gana
le habría dado un tiro a ese hijo de puta.

—No —hipé—, no merece la pena —seguí llorando.

—Por ti la merece, preciosa, eres mi chica —dijo sonriendo


mientras me hacía un guiño.

—Gracias por evitar que me…

—No lo digas, o saldré corriendo detrás de ese cabrón y me


desharé de él, en cualquier cuneta. Si llega a pasar algo, no me
lo habría perdonado en la vida. Abby, no puedes seguir así.

—Quiere más dinero, o que sea suya.


—No va a pasar ninguna de esas dos cosas, tranquila —me
aseguró cogiéndome en brazos.

Me dejé llevar al club, Enzo entró en su despacho y me recostó


en el sofá, donde me hice un ovillo y sollocé. Cada vez que
cerraba los ojos veía a Albert intentando arrancarme las
braguitas justo antes de que llegara Enzo.
Le debía la vida a ese hombre, por segunda vez.

—Toma, bebe —dijo ofreciéndome un vaso de whisky.

—No bebo whisky, ya lo sabes. Además, ¿no es muy pronto


incluso para ti?

—Preciosa, después de lo que acaba de pasar, créeme que


necesito un buen trago. Y no me gusta beber solo.

Me senté, él se acomodó a mi lado y ambos dimos un sorbo a


nuestro vaso. Aquello me quemó la garganta, pero al menos
me hizo sentir viva.

—¿Qué hacemos con ese gilipollas? —preguntó dejando caer


la cabeza hacia atrás, mirando al techo.

—No lo sé —respondí—. Pero creo que voy a hablar con mis


padres este fin de semana.
—¿Vas a decirles que trabajas aquí?

—Sí —suspiré—. Prefiero que lo sepan por mí, antes que por
la prensa.

—Estoy para lo que necesites, lo sabes, ¿verdad? —dijo


cogiéndome la mano.

—Lo sé.

Sí, claro que lo sabía, había sido él, quien acababa de evitar
que Albert hiciera aquella locura.
Capítulo 27

Llegó el viernes, y como era de esperar, estaba nerviosa.

Cabía la posibilidad de que no viera a Paul, dado que Enzo, me


había dicho cuando llegué que saliera a servir las mesas de la
sala ayudando a Olga.

Le pregunté si había pasado algo, si es que Paul no iría, y me


respondió que tenían unos papeles que ver y firmar.

Como siempre, vi a Meli, Sophie y Tina, salir de sus


respectivos camerinos preparadas para entrar a la sala privada
que requiera de sus servicios esa noche.

Julia y Trixie, se me abalanzaron dando saltitos, gritando y


hablando atropelladamente, por lo que no entendía nada de lo
que decían.

—A ver, de una en una. ¿Qué os pasa? —pregunté.


—Nos ha tocado un coche —dijo Trixie.

—¿Un coche?

—Sí, llamamos esta mañana a uno de esos concursos de la


radio, respondimos a una pregunta y, ¡bingo! Nos acaban de
mandar un mensaje diciendo que somos las ganadoras —gritó
Julia, sin dejar de dar palmaditas.

—Felicidades, esto hay que celebrarlo. Vamos a tomar una


copa.

—¿Qué dices, Abby? En nada salimos al escenario —protestó


Trixie.

—Una copa no os va a sentar mal, boba. Venga, aprovechemos


que no hay mucha gente en la sala todavía.

Me siguieron hasta la barra, le pedí a Lewis tres chupitos y,


tras un rápido brindis, nos los tomamos.

Julia y Trixie, se fueron al camerino a esperar su turno de


salida, y yo me quedé trabajando entre las mesas de la sala.

Me quedé paralizada al ver a Albert en una de las mesas del


fondo, me sonrió de aquel modo tan perverso y sentí de nuevo
las náuseas de hacía dos días.

Seguí sirviendo copas como si nada, sonriendo a Olga cuando


nos cruzábamos, ella al igual que yo iba con la máscara,
dándole una nota de misterio a su apariencia, ya de por sí
sensual.

Ambas llevábamos el mismo conjunto, unos shorts negros de


raso con un chaleco del mismo color y zapatos de tacón.

Atendí una mesa tras otra, sin perder la sonrisa a pesar de que
sentía la mirada de Albert puesta en mí, y no dejé que aquello
me afectara en absoluto.

Vi a Julia y Trixie hacer su pase, así como a la chica que me


sustituía los fines de semana, y seguía sin saber nada de Paul,
ni de Enzo.

Loreta no había salido aún al escenario, y por lo que me había


dicho Olga, llevaba desde que abrimos rotando por las varias
salas privadas.

Fue al girarme una de las veces cuando vi a Albert hablando


con otro hombre, señalándome directamente a mí. Algo me
decía que estaba tramando alguna de las suyas, así que le pedí
a Olga que me cubriera y fui hacia la barra.
Avisaría a Enzo, le pediría que se acercara para hablar con él,
aunque si tenía en cuenta lo que quería haberle hecho el
miércoles en el aparcamiento, no sabía si sería buena idea que
se juntaran.

Estaba a solo unos pasos de la barra cuando vi a Loreta


aparecer, se acercó a mí con esa sonrisa maquiavélica, su
contoneo de caderas y la soberbia que la caracterizaba, y me
desvíe hacia otra parte de la sala para llegar a la barra y no
cruzarme con ella.

No tuve suerte, ella hizo lo mismo que yo y acabó llegando


justo hasta donde estaba.

—Y aquí tenemos a la mosquita muerta —dijo apoyándose en


la barra.

—Loreta, no tengo tiempo para tus tonterías.

—Tranquila, que tu cliente no creo que venga ya. Por cierto,


¿qué has tenido que hacer para que Enzo te ascienda a
secretaria de lunes a jueves? Porque veo que la antigüedad a
ese desagradecido no le vale para nada.

—No he hecho nada, tan solo me lo ofreció.

—Claro, como el hecho de que ahora sí hagas pases privados.


—Déjame, en serio, no tengo tiempo para ti y para tus
estupideces. Si te aburres, cómprate un payaso que te haga reír
—me alejé de ella, y al hacerlo vi salir a Enzo y a Paul, por la
puerta que daba a los camerinos.

Sonreí al verle, aun sabiendo que él no se acercaría a mí y


tampoco mostraría el más mínimo indicio de que me había
visto para no delatarse como mi admirador misterioso.

Enzo sí me miró, sonriendo al tiempo que me hacía un guiño y


se sentaba en uno de los taburetes.

Sin que lo esperara, noté una mano sobre el hombro y otra que
me cogía la máscara. Intenté evitarlo, pero todo sucedió
demasiado rápido.

El fogonazo del flash de una cámara me llegó desde donde


estaban Enzo y Paul, y vi el momento justo en el que él, me
reconocía.

—Se acabó tu secreto, Abby Grayson —dijo Loreta con


desprecio.

La miré y vi su sonrisa triunfal, esa que había visto antes en la


cara de la mujer con la que Max se besó el día que le dejé con
un mensaje de texto.
Al fondo seguía estando Albert, sonriendo igual que ella,
cobrándose así su venganza por no acceder a su chantaje, ni
tampoco a su petición de que fuera su puta.

Los ojos se me empañaron, salí corriendo y pasé junto a Paul,


sin siquiera detenerme. Me pareció escucharlo decir mi
nombre, pero ni así paré.

Entré en mi camerino únicamente para coger el bolso, me puse


una camiseta que tenía por allí y salí del club.

Me metí en el coche, llorando como hacía tiempo que no


lloraba, y me marché.

No sabía dónde ir, y no podía llegar aún a casa, mis padres


estarían despiertos y preguntarían qué había pasado.

Tan solo me quedaba un lugar en el que podría refugiarme en


ese momento, un lugar donde sabía que me darían el consuelo
que necesitaba.

Y así, sabiendo que el momento que tanto temía había llegado,


perdí la oportunidad de sentarme a hablar tranquilamente con
mis padres, confesarles en qué había estado trabajando estos
años, y exponerme a perder no solo su confianza, sino el amor
que tanto me daban.
Sin máscaras ni secretos
Capítulo 1

Un nuevo amanecer, y seguía igual.

Metida en la cama, sin querer salir de la habitación, sin comer,


levantándome tan solo para beber agua o algún zumo, y
llorando sin consuelo, así había pasado los últimos cinco días
de mi vida.

Con el móvil apagado desde el sábado por la noche, momento


en el que decidí dejar de mirar en Internet para no acabar peor
de lo que ya estaba.
Era noticia desde esa mañana, cuando la revista para la que
trabajaba la persona que me sacó la foto en el club publicó el
artículo.

Después de salir del club fui a la iglesia, donde lloré en


silencio sentada en uno de los bancos. El padre Henry, se sentó
a mi lado sin hacer preguntas, tan solo acompañándome para
no dejarme sola.
Cuando me vio algo más tranquila, se interesó por lo que me
había ocurrido, y se lo conté bajo secreto de confesión.

—No debes sentirte avergonzada, Abby. Son ellos, quienes


quieren hacerte daño, los que deberían estarlo —fueron sus
palabras mientras me cogía de la mano con afecto.

Mis padres me arroparon en ese momento, lloramos los tres


después de que me mostrara avergonzada y arrepentida ante
ellos, por lo que había estado haciendo. Y mis padres, lejos de
reprocharme que empezara a trabajar en un club de show girls,
me abrazaron diciendo que aquel era un trabajo como otro
cualquiera, con el que pudimos pagar gastos en casa, el
tratamiento de mi padre, y ahorrar para mi futuro.

Me habían estado viendo mal durante aquellos días, mi madre


lloraba al saber que no quería comer, pero es que se dijeron
tantas mentiras en aquel artículo, que me negaba a salir de
casa.

Fanny no dejaba de llamar preguntando por mí, aun dándome


el espacio que necesitaba como cuando tuve la caída, o cuando
dejé a Max.

Max, mi ex, no se había pronunciado ante el escándalo de que


me dedicara, según la prensa, a la prostitución, cuando era
mentira, en cambio su futura esposa, sí que lo había hecho.
Ni siquiera quería pensar en las palabras que escupió sobre mi
persona, diciendo que, al haber caído en una depresión tras el
accidente y perder así el sueño que ella sí había alcanzado, no
solo profesional, sino también personalmente, me abandoné
por completo y vendí mi cuerpo al mejor postor.

Mentira tras mentira, era lo único que había leído antes de


apagar el teléfono y desconectarme del mundo.

Mi madre insistía en que comiera, no quería que acabara


cayendo enferma, pero es que no me entraba nada, se me había
cerrado el estómago por completo.

Maldije a Loreta y su insana envidia para conmigo y el resto


de chicas que trabajaban en el club de Enzo. ¿Qué le había
hecho yo, para que llegara a esos extremos?

No me cabía duda de que se había compinchado con Albert,


ese despojo de hombre que, aun teniendo todo el éxito y el
dinero del mundo, quería más.

Estaba despierta, mirando hacia la ventana en la familiar


oscuridad de mi habitación, cuando se abrió la puerta y entró
mi madre.

—Cariño, hay alguien que quiere hablar contigo —dijo


sentándose en la cama.
—No quiero hablar con nadie —respondí, abrazada a la
almohada.

—Querida, más vale que me atiendas —escuché la voz de


Tessa, y vi que mi madre sostenía el móvil en la mano.

—Le dije que no querías hablar, y me pidió que pusiera el


manos libres —contestó mi madre, encogiéndose de hombros.

—Abby Grayson, coge ahora mismo el móvil, tenemos que


hablar —me pidió Tessa, y mi madre lo dejó en la mesita de
noche antes de darme un beso y dejarme a solas.

Suspiré, cerré los ojos, sentí las lágrimas de nuevo en mis ya


de por sí hinchados y doloridos ojos, cogí el móvil y me senté
en la cama, apoyándome en el cabecero, mientras quitaba el
manos libres.

—Hola, Tessa —la saludé.

—Mi niña, ¿cómo estás?

—Mal.

—Imagino, perdona por esa pregunta tan tonta que acabo de


hacer. No te vengas abajo, ¿me oyes? Ya te hemos dado
espacio para llorar y encerrarte en ti misma, pero no puedes
seguir así.

—No quiero salir de la cama.

—¿Sabes? Yo tampoco quería salir de la mía cuando perdí a


Patrick. Pero entendí que eso no era lo que mi hijo quería, así
que un día me levanté, sonreí a la vida y decidí ser feliz por él.
Fue cuando puse en marcha el proyecto de la fundación.

—No hay nada ahora mismo que me haga sonreír.

—Bueno, de eso me encargaré yo. ¿Recuerdas la fundación


que dije que iba a crear? Esa que llevará tu nombre.

—No lo hagas, nadie querrá donar nada al saber que yo…

—Espero que no se te ocurra decir que eres prostituta, porque


de sobra sé que no es así. Conozco a Enzo, y la clase de
negocio que tiene. Eres bailarina, y no me importa las mentiras
que hayan dicho en la prensa, ni la mujer esa con la que va a
casarse Max. Abby, eres una luchadora, siempre lo has sido, y
esta es solo otra batalla que tienes que librar.

—¿Cómo has conseguido el número de mi madre? —pregunté,


cayendo en la cuenta de que mi teléfono estaba apagado.
—Se lo pedí a Fanny, está tan preocupada como yo.

—Ya veo —sonreí.

—Tienes a mis hijos preocupados, sobre todo a Paul.

Cerré los ojos recordando la cara de sorpresa de Paul, al verme


aquella noche en el club, sin duda no esperaba que yo fuera
una de las camareras esa noche y, mucho menos, que estuviera
tras la máscara que él tan bien conocía.

—Abby, todo lo que has hecho ha sido por tus padres, y ellos
te aman por encima de todo —dijo, y sentí las lágrimas
deslizándose por mis mejillas—. Eres una gran mujer, y debes
estar orgullosa de ello.

—Gracias.

—Ahora, repite conmigo. Voy a salir de la cama y a comerme


el mundo —me eché a reír, y ella también—. Ah, qué
maravilla escuchar esa preciosa risa. Pero tienes que hacerlo,
Abby. Tienes que salir a la calle y no dejar que nadie te venza.
Tú eres una guerrera, querida.

—Gracias, Tessa —dije de nuevo.

—¿Por qué?
—Por hacer de madre conmigo en ese momento.

—Siempre que lo necesites, me tendrás. Seré tu segunda


madre, si me aceptas.

—Por supuesto.

—Qué alegría me das, vas a ser la hija que siempre quise.

Me despedí de Tessa unos minutos después, cogí mi móvil y al


encenderlo, me llegaron todos los mensajes que Fanny había
estado enviándome desde el domingo por la mañana.

No los leí, eran cientos, así que le mandé uno diciéndole que
estaba bien y lo dejé de nuevo en la mesita.

Mi madre entró con un vaso de leche y unas galletas, lo dejó


en la mesita y se marchó tras coger su teléfono.

No es que tuviera hambre, pero me obligué a tomar un poco


antes de volver a recostarme en la cama y quedarme dormida.

Sabía que tenía que salir de aquella cama, pero aun necesitaba
tiempo para asimilarlo todo.

—¡Arriba, jovencita!
Me incorporé en la cama sobresaltada por aquel grito, al que le
acompañaba una serie de palmadas, y cuando miré hacia la
ventana de mi habitación vi a Fanny subiendo la persiana
dejando que entrara la luz del sol.

—Baja eso —le pedí—, me duelen los ojos.

—Y más que te van a doler como te los arranque de las


cuencas. Mira qué cara tienes, los ojos hinchados por el llanto.
¿No te quedó claro cuando rompiste con Max, que nadie
merece tus lágrimas? Pues con nadie, me refiero a nadie. Ni
Max, ni Loreta, ni la rata asquerosa de Albert, ni esa sarta de
mentirosos que se hacen llamar periodistas —dijo sentándose
en la cama—. Ya estás saliendo de la cama y quitándote ese
pijama que seguro que se mantiene en pie solito —puso cara
de asco—. Dúchate mientras preparo tu maleta, nos vamos en
cuatro horas a casa de mis padres.

—¿Qué dices?

—Lo que oyes, Abby. Necesitas cambiar de aires, y qué mejor


que en el bello pueblo costero de Skanör.

—No puedes irte, el trabajo…

—Eh, nada de hablar de mi trabajo. Soy mi propia jefa y me


he ganado unas vacaciones. Vamos, sal de ahí, o te saco de los
pelos —me advirtió mientras se levantaba para ir al armario a
coger mi maleta.

La vi dejarla en el suelo y empezar a mirar toda mi ropa,


seleccionando algunas camisetas, pantalones y demás cosas
que iba colgándose en el brazo.

Salí de la cama, muy a mi pesar, y me acerqué a ella.

—Gracias, Fanny —susurré entre sollozos.

—No me las des, sabes que estoy aquí, siempre —contestó,


sonriendo y dándome un apretón en la mano—. Y date una
ducha, que me gustas más cuando hueles a tu crema hidratante
y no a comida en mal estado.

Solté una carcajada, le di un beso en la mejilla e hice lo que


me pedía.

Tenía razón, en ese momento de mi vida necesitaba un cambio


de aires, necesitaba salir de casa, de la ciudad, y dejar atrás
todo lo que me había hecho mal esos últimos días.

Skanör era, sin duda, el mejor lugar para desconectar y


regresar con fuerza, como el Ave Fénix.
Capítulo 2

La llegada a Skanör fue como tantas otras veces, emocionada


y con la certeza de que serían días llenos de paz y tranquilidad.

Skanör se caracterizaba por ser el pueblo costero de Suecia,


con una de las playas más bonitas, encantadoras y visitadas en
verano.

Y es que no tenía nada que envidiar a esas del Caribe que tanto
anunciaban en televisión, ya que contaba con unas aguas
cristalinas y arena blanca que te incitaban a dejar todo y
mudarte allí.

—Skanör, prepárate que acabamos de llegar —dijo Fanny,


subiendo al coche que habíamos alquilado para movernos por
allí esos días.

—Miedo me das, que lo sepas —sonreí.


—¿Yo? ¿Por qué? Si soy muy buena.

—Sí, sí, no me cabe la menor duda.

—Mujer, solo vamos a salir con mis primas, como siempre.

—Pues por eso, que entre las tres me lleváis siempre por el
mal camino.

—Uy, lo que ha dicho —negó, volteando los ojos.

Condujo por la costa mientras yo disfrutaba del paisaje, la


verdad es que tenía muchas ganas de ver a sus padres, esos que
siempre me habían tratado con cariño, como si fuera una hija
más para ellos, al igual que mis padres lo hacían con Fanny.

Bajé la ventanilla y respiré el aire con el característico aroma a


agua salada que envolvía todo el pueblo.

Cerré los ojos, saqué el brazo y dejé que el aire lo rozara,


sintiéndome viva, como cuando patinaba.

—Oye, ¿qué te ha dicho Liam de que le dejes tirado unos días?


—pregunté, recordando al novio de mi mejor amiga.

—Nada, que en cuanto pueda se une a nosotras. Ya sabes lo


mucho que le gusta este pueblo.
—Seguro que lo tenemos aquí el fin de semana.

—No te extrañe, no puede vivir sin mí —sonrió elevando


varias veces las cejas en un gesto de lo más pícaro.

—Serás bruja —reí.

—Paul, preguntó por ti el otro día.

—No quiero hablar de eso —respondí, apoyándome con


ambos brazos en la puerta del coche, y la cabeza sobre ellos.

—Está preocupado, Abby. Te llamó cuando saliste del club y


no te paraste.

—Estaba avergonzada, debí decirle que yo era la chica de la


sala, no tenía que haber dejado que todo se me fuera de las
manos.

—No es eso lo que le molesta. De verdad está preocupado.

—Leí una noticia en la que se le mencionaba, decían que cómo


podía haberse dejado engatusar por una prostituta.

—No vuelvas a referirte a ti misma con esa palabra, ¿de


acuerdo? No lo eres, y todos los que te conocemos lo sabemos.
Eres nuestro ángel en la tierra, Abby.

Suspiré, cerrando los ojos y viendo en ese momento a Paul y


su mirada.

Lo echaba de menos, pero no quería que su nombre y el de la


aerolínea que fundó su padre, se vieran manchados por mi
culpa.

En ese momento me entró un mensaje, sonreí al ver el nombre


de Enzo en la pantalla.

Enzo: Me ha dicho un pajarito que estás en Suecia, me alegro


que decidieras salir de casa. Pásalo bien, preciosa, y vuelve
con energías renovadas. Sigues siendo mi secretaria, que lo
sepas. Te quiero.

—Mira qué sonrisa más bonita. ¿Quién ha conseguido que


asome? —preguntó Fanny.

—Enzo, dice que sigo siendo su secretaria.

—¿Acaso lo dudabas? Ese hombre no va a permitir que lo


dejes. Por cierto, ayer habló con la prensa.

—Qué Enzo, hizo, ¿qué? —La miré con los ojos muy abiertos.
—Hablar con la prensa. Míralo tú misma.

Dudé por unos instantes, pero acabé entrando en Internet y


buscando el nombre de mi jefe. Aparecieron varios artículos
del día anterior, todos refiriéndose al comunicado aclarativo
que había pronunciado.

En él aseguraba que yo era su secretaria, que anteriormente


había bailado bajo el anonimato que me proporcionaba la
máscara porque así lo había elegido, pero que, ni yo, ni
ninguna otra de las chicas que trabajaban para él, manteníamos
sexo con los clientes.

Estaba claro que obviaba el hecho de que Loreta, sí lo tenía


con sus clientes habituales.

—Ha despedido a Loreta, por fin —me informó Fanny—. Y le


contó a Paul, lo del chantaje de Albert. ¿Por qué no me dijiste
que ese desgraciado intentó forzarte, Abby? Mira que tener
que enterarme por Enzo.

—No quería que te preocuparas, por suerte Enzo apareció


justo a tiempo.

—Y menos mal, porque no sé qué habría sido capaz de hacer


ese gilipollas.
—Le he pagado para nada, al final entre él y Loreta, han hecho
que se descubriera mi secreto —dije, recostándome en el
asiento.

—No debería decirte esto, pero…

—Decirme, ¿qué? —La miré.

—Enzo, Liam y Paul, se han encargado de que el abogado de


Enzo, presente una denuncia por extorsión contra Albert.
Además, aportan la grabación de la mañana en la que intentó
forzarte.

—¿Por qué lo han hecho?

—Porque se preocupan por ti. Todos lo hacemos. Y esa rata


asquerosa tiene que pagar por lo que ha hecho. ¿Sabías que su
carrera ya no era tan fructífera como antaño?

—No.

—Pues resulta que ya apenas participaba en competiciones.


Por lo que pude enterarme, consumía drogas desde hacía
meses y a su entrenador no le gustaba. Creo que vio la
oportunidad de conseguir dinero fácil cuando te reconoció.
No supe qué decir en ese momento, así que volví a mirar por la
ventana en aquellos últimos kilómetros hasta que llegamos a la
casa de sus padres.

Cuando aparcó el coche, no tardó en salir Zeus a recibirnos, el


perro que tanto nos quería.

—Pero, qué guapas están mis niñas —dijo Mia, la madre de


Fanny, que se acercó al escuchar tanto alboroto.

—¡Mamá! —gritó mi amiga mientras corría hacia ella para


abrazarla.

—¿Para mí no hay abrazo? —preguntó Aleksi, su padre.

—Mi pelirrojo favorito, claro que hay abrazo para ti —


respondió Fanny, saltando a los brazos de su padre.

—Parece una niña pequeña —dije, riendo al verla.

—Abby, cariño, ¿cómo estás? —Se interesó Mia,


abrazándome con fuerza.

—Ahora mejor —sonreí.

—Ven aquí, pequeña Abby —me pidió Aleksi, y dejé que me


acogiera en aquel abrazo paternal mientras me besaba la frente
—. No dejes que puedan contigo, tú vales mucho, cariño.

—Gracias, Aleksi.

—Vamos, entrad en casa y llevaos las maletas a la habitación,


seguro que estáis deseando comer algo —dijo Mia.

Sacamos el equipaje del coche y tal como ordenó Mia, Fanny


y yo fuimos a las habitaciones que teníamos en aquella casa
para dejarlo.

En cuanto bajamos al salón nos frotamos las manos al


distinguir el delicioso aroma del asado de Mia, ese que tanto
nos gustaba a las dos y que acompañaba de una rica salsa.

Razón no le faltaba, y es que, después de varias horas de


avión, y otras tantas en coche, los estómagos de ambas
empezaron a rugir como lo haría un león hambriento.
Capítulo 3

Me desperté al notar peso en la cintura, y cuando miré, vi a


Zeus observándome con la cabeza apoyada en ella.

—¿Estás cómodo, colega? —pregunté, y el sonido de mi voz


fue suficiente para que ese pastor alemán se alborotara y me
saludara con sus habituales mimos— Hola a ti también,
precioso.

Cogí el móvil y vi que había dormido más de lo habitual, cosas


del jet lag tras un viaje largo.

Le mandé un mensaje a mi madre, respondiendo al suyo de si


estaba bien, y me escribió de vuelta con una de esas caritas
sonrientes y un te quiero.

Bajé a la cocina, donde escuchaba a Fanny hablar con sus


padres, y me eché a reír al verla con el delantal y más harina
en la cara que en el recipiente.
—Buenos días —dije.

—Oh, buenos días cariño. ¿Qué tal has dormido? —preguntó


Mia, dándome un beso.

—Muy bien, y me he despertado con compañía —sonreí


mirando a Zeus—. ¿Qué haces, Fanny?

—Masa para tortitas.

—Eso dice ella —comentó Aleksi—, pero no sé si llegaremos


a comerlas.

—Papá, no me presiones.

—Fanny, lo tuyo es el maquillaje, los peinados, pero no la


cocina —reí.

—Otra dando ánimos —protestó—. Desde luego, no puede


una querer darle una sorpresa a la familia, hay que ver.

—Hija, es que tú eres una experta de los pinceles y los peines,


y yo, de la cocina. Venga, siéntate con Abby y tu padre, que ya
hago yo las tortitas. Medio kilo de harina y seis huevos es
suficiente pérdida.
Fanny se quitó el delantal y fue al cuarto de baño a asearse, al
igual que yo, ella seguía en pijama, ya habría tiempo después
para arreglarnos.

Ayudé a Mia con el desayuno, a pesar de que insistía en que


me quedara quieta en la mesa, pero no podía, mi madre decía
que desde pequeña siempre había sido muy nerviosa y parecía
que me diera alergia estar sin hacer nada.

Fanny regresó sin harina en la cara, le di un beso en la mejilla


y ella se encargó de hacer el zumo.

—Esto sí me dejáis hacerlo, ¿verdad?

—Sí, hija —respondió Mia—, pero cuidado no te cortes con el


cuchillo.

—¿Qué planes tenéis para hoy, chicas? —preguntó Aleksi.

—Nos vamos a la playa con Rose e Ingrid —contestó Fanny,


refiriéndose a sus primas.

—Eso está bien, a que os dé el solecito —dijo Mia.

—Hablé anoche con ellas, Abby —me comentó—, y


quedamos en llevarnos bocadillos para comer allí.
—Por mí, perfecto —sonreí.

—Mamá, esta noche saldremos a cenar con ellas, así que no


prepares mucho.

—Vale, cariño.

Terminamos de preparar todo y nos sentamos a desayunar.


Zeus, como siempre que veníamos a pasar unos días, no se
apartaba de Fanny ni de mí, siempre tumbado a nuestros pies,
sobre todo esperando a ver si le caía algo de comida.

En cuanto acabamos de recoger la mesa subí a ponerme el


bikini mientras Fanny hablaba con sus primas, quedamos en
vernos en la playa y la verdad es que estaba deseando llegar.

Me encantaba pasear por aquella zona y disfrutar de todas esas


casetas de colores que había en primera línea de playa.

Mia se encargó de preparar varios sándwiches y bocadillos


para nuestro picnic playero, además de bebida.

Nos despedimos quedando en llegar sobre las cinco, y salimos


de casa más que dispuestas a pasar nuestro primer día de
vacaciones.
—¿Te vas a atrever este año con el kitesurf? —me preguntó
Fanny, por el camino.

—No, ya sabes que sufro con solo veros a vosotras.

—Desde luego, qué aburrida eres.

—Fanny, la única vez que lo intenté, acabé vomitando.

—Abby, tenías dieciséis años, por el amor de Dios —rio.

—¿Y? Nunca más, te dije, ¿recuerdas?

—Vale, vale, había que intentarlo.

—Yo me quedo en la toalla tomando el sol.

Nada más llegar vimos a Rose e Ingrid, apoyadas en el coche,


esperándonos. Fue vernos, y salir corriendo para abrazarnos
como si lleváramos años sin hacerlo.

—Sois caras de ver, ¿eh? Abby, un año sin pisar Skanör, y tú,
desde Navidad, ya os vale —protestó Rose, la mayor de las
dos hermanas que, al igual que Fanny, tenía veintisiete años y
había heredado el cabello rojo de su padre.
—Ya no nos quieren, hermana —dijo Ingrid, de veinticinco
años y con una bonita melena rubia.

—Claro que os queremos, pero sabéis que tengo mucho


trabajo —se excusó Fanny—. Vosotras tampoco habéis venido
a vernos.

—El trabajo —respondieron ambas al unísono, encogiéndose


de hombros.

Rose e Ingrid, no me preguntaron cómo estaba, no hicieron


ningún comentario sobre lo ocurrido días atrás, y no era
necesario que lo hicieran para saber que, al igual que Fanny,
estarían ahí siempre que las necesitara.

Cogimos las cosas del coche y nos dirigimos a la playa, el solo


hecho de pisar aquella arena ya era suficiente para sentir que
dejaba atrás todo lo que tuviera que ver con Boston.

Y sí, era mi ciudad, esa que me había visto nacer y crecer, pero
en ese momento de mi vida era el lugar al que no quería
regresar.

Colocamos las toallas y un par de sombrillas, nos quitamos la


ropa y salimos las cuatro corriendo hacia el agua.

Sin lugar a dudas, aquello era justo lo que necesitaba, estar


rodeada de mis amigas y no pensar en nada, ni en nadie.
—Este año sí te animas con el kitesurf, a que sí Abby —dijo
Rose.

—No insistas, dice que este año tampoco —respondió Fanny.

—Ni el próximo, ni el siguiente, ni…

—Vale, lo hemos pillado —me cortó Ingrid, riendo.

—Madre mía, ¿habéis visto a aquellos tres tiarrones? —


preguntó Fanny, mirando hacia la caseta donde alquilaban las
equipaciones para el kitesurf.

—¿Quiénes? —preguntó Rose.

—Los dos rubios y el moreno de allí —dijo señalándolos.

—Son guapos —comenté.

—¿Solo guapos? Abby, no me digas que ahora vas a necesitar


gafas. ¿Los has visto bien? Están tremendos.

—Fanny, ¿tú no tenías novio? —interrogó Ingrid.

—Sí, pero también tengo ojos en la cara, prima.


—Te dije que les daría el visto bueno —comentó Rose.

—¿El visto bueno? ¿Qué dices, prima?

—Pues, que aquellos de allí, son Einar, el novio de Rose,


Hans, mi novio, y Sven, mi cuñado —sonrió Ingrid.

—¿Desde cuándo tenéis novio? —Fanny frunció el ceño.

—Desde la noche de Fin de Año —contestó Rose.

—Mira, qué callado se lo tenían, Abby.

—Ya lo veo —reí.

—Venid, que os los presentamos —dijo Ingrid, y la seguimos


fuera del agua.

Al ver que nos acercábamos, dos de ellos sonrieron y no tuve


la menor duda de quién era el novio de cada una. El moreno
era Einar, novio de Rose, y el rubio, Hans, novio de Ingrid.

Nos los presentaron, al igual que a Sven, el hermano de Hans,


y resultó que los tres eran monitores de deportes acuáticos.
Las chicas, acompañadas de ellos tres, aprovecharon para
hacer aquello que más les gustaba, surcar el mar con aquello a
lo que yo llamaba cometa con dos barras.

Fui hacia las toallas, donde me recosté a tomar el sol, y unos


minutos después escuché sonar mi móvil con la entrada de un
mensaje.

Al cogerlo y ver el nombre de Paul en la pantalla, se me


aceleró el corazón.

Paul: Me alegra saber que estás bien, Abby, llámame cuando


te sientas con fuerzas para hablar conmigo.

Cerré los ojos con el móvil en la mano, negando mientras


pensaba que no podría llamarlo por el momento.

Fuerzas, decía. ¿En algún momento las tendría para hablar con
él?

Me abracé las piernas mientras observaba el mar, mirando al


horizonte, pensando en él, en Paul, y en lo mucho que me
gustaría que en ese momento me abrazara y me dijera que todo
estaba bien.

Pero eso no pasaría, como tampoco volvería a estar con él,


como lo habíamos estado antes de que todo me estallara en la
cara.
Ojalá hubiera hablado con Paul antes, ojalá le hubiera dicho a
él, y a mis padres, qué hacía realmente en ese trabajo.
Capítulo 4

Estaba terminando de arreglarme para salir con Fanny y sus


primas, cuando me sonó el móvil.

—Hola, mamá.

—Hola, cariño. ¿Qué tal por Suecia?

—Bien, bien. Ahora salgo con las chicas a cenar.

—Pues nosotros acabamos de terminar de comer.

—¿Cómo va todo por allí?

—Tú de eso no te preocupes, y no mires las noticias en


Internet, ¿me oyes?

—Eso es que está peor que cuando apagué el móvil —resoplé.


—No cariño, está todo bien, de verdad. Pero hazme caso y
olvídate unos días de lo que pasó. He estado hablando con
Tessa. Esa mujer es encantadora. Vamos a tomar café esta
tarde.

—¿Sí? Me alegro, así ya tienes con quién charlar.

—Bueno, me habló de una asociación que va a poner en


marcha. ¿Cuándo pensabas contárnoslo a papá y a mí?

—Lo siento, se me pasó.

—No pasa nada, hija. Has tenido unos días complicados. Pero
ahora disfruta, ¿vale? Diviértete, y desconecta, sobre todo eso.

—Sí, mamá, tranquila que Fanny es experta en hacerme


olvidar un poquito.

—Eso está bien. Te quiero, cariño.

—Y yo. Dale un beso a papá de mi parte.

—Dice, que otro para ti. Adiós, tesoro.

Dejé el móvil sobre la cómoda mientras sonreía, había sido


una conversación breve y de apenas importancia, pero sabía
que mi madre necesitaba escuchar mi voz para saber que todo
estaba bien.

Lo había pasado mal al verme encerrada en mi mundo después


de aquella bomba, igual que cuando sufrí el accidente.

—¿Estás lista, Abby? —preguntó Fanny, asomada a la puerta.

—Sí.

—Pues venga, que mis primas van de camino.

Cogí el bolso, bajamos a despedirnos de sus padres y salimos


dispuestas a pasar una noche de viernes de esas a las que me
tenían más que acostumbrada.

Cena y tres locas llevándome por el camino de la perdición.

Llegamos al bar donde ya estaban Rose e Ingrid esperando,


pedimos vino y varias raciones para compartir y, tras unos
minutos de risas, fue la menor de las hermanas quien me
preguntó cómo estaba llevando todo.

—Lo mejor que puedo, Ingrid —me encogí de hombros—.


Mis padres al menos siguen estando ahí, no he perdido su
confianza.
—Desde luego, no sé cómo puede haber gente con tan mala
sangre. ¿Qué le importa a esa tal Loreta, o a Albert, lo que
hagas o dejes de hacer?

—Yo tampoco lo entiendo, Rose —dijo Fanny—, pero ella no


soporta que haya alguien que llame más la atención
físicamente, y él, es una rata asquerosa.

—Pues a las ratas hay que fumigarlas —contestó Ingrid.

—Eso quería Rony —reí— y Enzo, pero no les dejé.

—Si es que eres demasiado buena, Abby —comentó Rose.

—Bueno, y ese hombre con el que te vimos en las revistas,


¿qué?

—Qué, de qué, Ingrid —arqueé la ceja.

—Ay, mujer, pues que si estás con él.

—No —negué con un leve movimiento de cabeza.

—No quiere quererle, que es distinto —dijo Fanny—, pero lo


hace.
—Somos de mundos diferentes.

—Claro, tú eres de Plutón y él, de Saturno, no te digo… —


Rose volteó los ojos.

—Me habéis entendido más que de sobra lo que he querido


decir con eso —protesté.

—Sois los dos iguales, dos personas que se atraen. ¿Por qué no
dar una oportunidad a eso que ha surgido? —preguntó Ingrid.

No contesté, me quedé callada mirando el plato y fue


suficiente para hacer ver a las chicas que no quería seguir
hablando de ese tema, así que pasamos el resto de la cena
charlando sobre los novios de Rose e Ingrid.

Einar tenía treinta años, Hans veintiocho, y los dos trabajaban


en el mismo despacho de abogados. Eran unos apasionados de
todo tipo de deportes acuáticos, sin duda un buen punto para
ellas, que disfrutaban surcando las olas más que con cualquier
otra cosa.

—Por cierto, me ha pedido Hans que os invite a pasar mañana


el día en su casa, bueno, suya y de Sven —dijo Ingrid.

—Suena bien, ¿no te parece, Abby? —me preguntó Fanny.


—Sí —sonreí.

—Pues luego os doy la dirección y mañana pasamos el día en


la piscina y con un cóctel en la mano.

Sonaba bien, desde luego, y me apetecía estar con alguien de


fuera de mi círculo, sabía que me sentaría bien.

Acabamos de cenar y fuimos al local de copas más


frecuentado de Skanör, ese donde sonaba la mejor música y
servían los mejores cócteles de toda Suecia.

Una copa tras otra, Fanny fue soltándose cada vez más.
Aquella noche desde luego se le estaba yendo la mano con el
alcohol porque ella era como yo, de beber lo justo, pero había
que reconocer que a esos cócteles les ponían tan poco licor, y
estaban tan dulces, que entraban solos.

Al final nos dejamos llevar las cuatro por la música y bailamos


hasta que nos dolieron los pies, cosa normal, ya que
llevábamos unos tacones de diez centímetros que eran
preciosos, pero poco prácticos para el baile.

—Venga, la última y nos vamos —dijo Rose, llamando al


camarero.

—Dime, reina.
—Oh, qué piropo más bonito me ha dicho —sonrió ella—.
Ponnos cuatro chupitos, y cuatro cócteles de esos con sandía.

—Ahora mismo —contestó el camarero haciéndole un guiño.

—Ay… —suspiró Rose— Si no tuviera novio, esta noche no


dormía sola.

—La madre que te parió —reí al verla apoyada en la barra con


esa carita de soñadora.

—En casa está, bueno, a esta hora, en la cama —se encogió de


hombros.

No puede evitar seguir riendo cuando el camarero apareció


con las bebidas y Rose, que estaba un poquito borrachilla, pero
controlando la situación, empezó a decirle lo guapo que era
mientras el pobre sonreía sin decir nada.

Se notaba que estaba más que acostumbrado a los piropos de


las clientas, y se lo tomaba más como una broma que como
una proposición indecente.

—Por Abby —dijo Ingrid, levantando el vaso de chupito—.


No importa las veces que nos caigamos, cariño, lo realmente
importante, es que siempre volvemos a levantarnos.
Sonreí, nos bebimos el chupito y agradecí tenerlas en mi vida.
No solo Fanny había estado ahí para apoyarme cuando más lo
necesitaba, sino que Rose e Ingrid, también me ofrecían el
hombro para que llorara y soltara lo que dolía.

Bailamos y reímos hasta que nos acabamos ese último cóctel,


salimos a la calle donde nos recibió una agradable brisa y
acompañamos a Rose e Ingrid a coger un taxi, no iba a
permitir que condujeran, aunque estuvieran cerca de su casa y
ambas aseguraran que no estaban mal para coger el coche.

—Mira, Abby —dijo Rose, poniéndose el pulgar en la nariz y


haciendo equilibrios apoyada solo en una pierna—. Estoy
perfectamente.

—Ya lo veo, ya, pero os vais en taxi.

—¿Y cómo vamos a ir mañana a casa de Sven? —preguntó


Ingrid.

—Pedís un taxi, recogéis aquí el coche, y vais —me encogí de


hombros.

—Venga, chicas, haced caso a la mami que nos riñe —soltó


Fanny, a quien fulminé con la mirada, y acabamos las cuatro
estallando en una carcajada.
Dejamos a sus primas dentro del taxi y fuimos por el coche,
ese que no dejé que Fanny cogiera bajo ningún concepto, era
la que peor estaba de las cuatro y no iba a exponerme a que
nos ocurriera algo.

Llegamos a casa de sus padres y antes de entrar nos quitamos


los zapatos, caminamos por la oscuridad con todo el sigilo del
que éramos capaces, y la acompañé hasta su habitación.

No se quitó ni el vestido, se dejó caer en la cama y solo un par


de segundos después, ya estaba dormida.

Una vez en mi habitación, y con el pijama puesto, me metí en


la cama, esperando que el sueño me llegara tan pronto como a
mi amiga, pero no, sabía que no iba a tener la misma suerte.
Capítulo 5

Apenas había dormido, y no porque no estuviera cansada, ya


que después de una noche de baile hasta altas horas, lo más
lógico es que hubiera caído en un sueño profundo y plácido
como el de un bebé, pero no.

Me despertaba a cada rato, viendo la hora en el móvil y


resoplando por no haber conciliado el sueño más de una hora
seguida.

Por mucho que lo intentara, sabía que iba a costarme dejar de


pensar en todo lo que había pasado aquella noche en el club.

Ahora era realmente consciente de que el hombre al que vi con


Albert, tenía que ser quien hizo las fotos.

Ese miserable se había cobrado su venganza tal como dijo, y lo


peor es que yo tenía la esperanza de que no lo hiciera.
Me levanté y fui a darme una ducha antes de bajar a
desayunar, lo cual hice ya vestida y lista para cuando Fanny
dijera que nos íbamos a casa de Hans y Sven.

—Buenos días —saludé a Mia y Aleksi, que estaban sentados


a la mesa desayunando.

—Buenos días, cariño. ¿Qué tal lo pasasteis anoche? —


preguntó la madre de Fanny.

—Bien, reímos y bailamos, que falta nos hacía.

—Me alegro de que te divirtieras. ¿Llegasteis muy tarde?

—Un poco —sonreí, al saber que lo preguntaba porque mi


amiga aún no había asomado la cabeza, cuando solía ser la
primera en levantarse.

—¿Tenéis planes para hoy? —se interesó Aleksi.

—Pues sí, hemos quedado con Rose e Ingrid para ir a pasar el


día a casa de unos amigos.

—Con Einar y Hans, imagino —dijo Mia.

—Y Sven, sí —asentí.
—Son buenos chicos, me gustan para ellas —comentó Aleksi.

—Por Dios, ¿qué nos dieron de beber anoche? —preguntó


Fanny entrando en la cocina, aún con el vestido y despeinada
como si acabara de meter los dedos en un enchufe.

—Lo que tú y las otras dos locas pedíais. Parecíais esponjas,


qué manera de beber —volteé los ojos.

—Qué resaca, no vuelvo a pedir cócteles tan dulces.

—Anda, siéntate que te doy una pastilla y un zumo —reí, y


ella tan solo asintió.

—Así llegarías anoche, hija, que ni el vestido te quitaste —


dijo Aleksi.

—Es que he pensado que era mejor desayunar así de guapa, y


no en pijama.

—Claro, claro —rio Aleksi—. No quiero imaginar lo que


hacéis cuando salís en Boston.

—Nada, papi, de verdad —respondió como una niña de lo más


inocente—. Casi no bebo, en serio.
—Es verdad, anoche se le fue la mano. Es que esos cócteles
entraban solos, Aleksi —le aseguré.

—Hoy me hago amiga de las botellitas de agua, lo prometo —


dijo Fanny, y yo, me eché a reír.

Le puse el desayuno, me serví el mío, y nos los tomamos


mientras Zeus nos miraba a una y otra alternamente para ver
quién le daba un poco de pan.

Rose me llamó por teléfono, dijo que había intentado hablar


con Fanny, pero no se lo cogía, me dio la dirección de la casa
de Hans, al ver que la noche anterior no nos la había mandado
por mensaje a ninguna, y quedamos en vernos allí en un par de
horas.

Mientras Fanny subía a ducharse y vestirse, me quedé en la


cocina ayudando a Mia a preparar la masa casera para hacer
pasta, era una experta cocinera y a mí, me gustaba pasar
tiempo con ella ahí, entre fogones.

—Ya estoy —anunció Fanny.

—¿Vuelves a ser persona? —reí.

—Sí, no soy un extra de Walkin dead. ¿Nos vamos?


—Voy por la bolsa.

Subí a mi habitación a cogerla y cuando regresé a la cocina


nos despedimos de Mia y Aleksi, mientras que Zeus nos siguió
hasta el coche, y se sentó allí a esperar a que desapareciéramos
de su vista.

Fanny puso la dirección que le dije en el GPS y llegamos a las


afueras de Skanör veinte minutos después.

La zona era una urbanización preciosa, de chalets con jardín a


la entrada y garaje de doble puerta.

—Es ahí —dije al ver el número de la casa de Hans.

Aparcamos delante de la entrada, justo donde ya estaba el


coche de Rose, cogimos las bolsas y cuando llamamos, fue
Sven quien nos abrió.

—Bienvenidas —sonrió de medio lado y nos dio un par de


besos a cada una.

—Hum, ya huele a barbacoa —dijo Fanny.

—Einar y Hans están preparándola, yo me encargo de la carne


—contestó cerrando la puerta.
Nos hizo un recorrido por la casa, más que nada por si
necesitábamos ir al baño, y me sorprendió lo amplia que era,
dado que no daba esa impresión al verla desde fuera.

Salimos al jardín para saludar al resto, y ya estaban Rose e


Ingrid con una copa en la mano.

—Yo hoy no bebo —advirtió Fanny—. Solo quiero agua.

—Es limonada, mujer, y no lleva alcohol —dijo Rose.

—Ah, entonces vale, un poquito sí quiero.

—¿Cómo va esa carne, hermano? —preguntó Hans.

—Ahora la traigo —contestó Sven, y le seguí en silencio a la


cocina para echarle una mano—. Sal con ellos, que aquí me
apaño bien solo —sonrió al verme.

—Tranquilo, prefiero ayudar, o me iré directa a una de esas


cómodas tumbonas que he visto.

—Para eso están, para disfrutarlas.

—Después —sonreí.
Sven, asintió y entre los dos preparamos toda la carne que
habían comprado para la barbacoa.

Regresamos al jardín y mientras los chicos se encargaban de


hacer la carne, Fanny me acabó convenciendo para darme un
baño en la piscina con ella y sus primas.

Después de unos cuantos largos nadando, me salí para


secarme, sentada en el borde, no tardaron en unirse las tres a
mí.

—Vuestros novios son muy majos, chicas —dijo Fanny.

—Einar quiere que me case con él —anunció Rose,


dejándonos a Fanny y a mí, con la boca abierta.

—¿En serio?

—Sí, prima —respondió Ingrid—. Se lo ha pedido hincando


rodilla y todo.

—Ay, por favor. ¡Nos vamos de boda! —gritó mi amiga de lo


más emocionada, y nos dimos un fuerte abrazo las cuatro.

—¿Ya se lo has dicho? —preguntó Einar, que se acercó en ese


momento para ofrecernos un pinchito a cada una.
—Sí, amor.

Él, besó a Rose y en ese momento sentí que se me removía


todo por dentro.

Pensé en Paul, en todas las veces que sus labios habían besado
los míos, y el modo en que me cobijaba cuando dormíamos
juntos.

Miré hacia otro lado, evitando que las lágrimas afloraran en


ese momento, dado que no quería estropearles el día a mis
amigas.

—Pues esa noticia merece un brindis —dijo Fanny.

—Y mañana volverás a tener resaca —reí.

—No, porque solo me tomo una copa —contestó, sacándome


la lengua.

Fue hacia donde estaba Hans, que tenía algunas cervezas


cerca, y regresó con cuatro, una para cada una.

Brindamos por la magnífica noticia que suponía para todas


saber que Rose se casaría, y nos quedamos allí sentadas
tomando el sol con los pies en el agua mientras la futura novia
nos hablaba de cómo quería que fuera su gran día.
—Esto ya está, chicas —anunció Hans, y fuimos a la mesa con
ellos para disfrutar de aquella carne, que tenía pinta de estar
deliciosa.

Se pasaron las horas prácticamente sin que nos diéramos


cuenta, y eran las cinco cuando las chicas, así como Einar y
Hans, se fueron a las tumbonas a descansar un rato.

—Vete tú también —me dijo Sven.

—No te preocupes, te ayudo y después voy.

—Como quieras.

Recogimos la mesa, fregamos los platos y a las seis y media


estábamos los dos sentados a la sombra del porche con un café
en la mano.

—¿Tú también eres abogado? —pregunté.

—No, soy profesor de historia.

—Vaya, no esperaba esa respuesta.

—¿No tengo pinta de profesor? —sonrió.


—¿Sinceramente? No. Cuando iba al colegio, los profesores
eran mucho más mayores.

—Sí, cuando iba yo, también lo eran —rio—. ¿Qué hay de ti?
¿A qué te dedicas? —curioseó tras dar un sorbo a su café.

—¿No lees las revistas de cotilleos, o ves ese tipo de


programas?

—A veces, de pasada. Pero no me creo lo que dicen.

—Es bueno saberlo —sonreí—. De mí se han dicho más


mentiras que verdades, pero —me encogí de hombros—,
muchos se lo habrán creído.

—Ingrid comentó que fuiste patinadora profesional.

—Sí, lo fui, en pasado —respondí y, como un acto reflejo, me


toqué la cicatriz.

—Debió ser duro pasar por aquello —dijo señalando mi


pierna.

—Mucho, pero lo superé.


—A veces la vida nos pone ante obstáculos con los que no
habíamos contado, y está en nosotros superarlos y demostrar
que somos fuertes, aunque por dentro estemos hechos pedazos
—mientras decía aquello Sven tenía la mirada perdida, fija en
algún punto del cielo.

—¿Has pasado por un obstáculo así? —pregunté.

—Sigo luchando contra ello. Me casé hace seis años,


estábamos enamorados, o al menos, yo lo estaba. Dos años
después nació nuestro primer hijo, no podía ser más feliz, tenía
una familia a la que adoraba. Cuando él tenía dos años mi
mujer dijo que se había enamorado de otro, así que nos
divorciamos y se fue a Oslo, a vivir con su jefe, de quien se
enamoró, y mi hijo. Tiene cuatro años, y lo veo mucho menos
de lo que me gustaría.

—Lo siento.

—Bueno, como dije, la vida nos pone obstáculos. Procuro que


no se olvide de mí, ¿sabes? Lo llamo cada día, hablamos por
videollamada y nos vemos. En verano voy a recogerlo y lo
traigo aquí conmigo, a la que fue y siempre será su casa. Se
queda conmigo todo el mes, y después, vuelve con ella.

—No puedo ni imaginar lo duro que debe ser para ti separarte


de tu hijo.
—No le deseo a nadie que pase por esto —respondió
apoyando los brazos en las piernas—. Hans fue mi tabla de
salvación cuando todo pasó. Habíamos perdido a nuestros
padres solo unos meses antes en un accidente, y si no hubiese
sido por mi hermano, habría caído en una depresión de la que
posiblemente aún no hubiese salido. Se mudó a esta casa, me
ayudó en todo, y sé que le debo la vida.

—Es bueno contar con la gente que nos quiere, esa a la que le
importamos, para que nos ayude a levantarnos. Yo las tengo a
ellas —sonreí, mirando hacia las tumbonas donde Rose, e
Ingrid, dormían abrazadas a sus novios y Fanny, lo hacía sola
—. Fanny es mi mejor amiga desde hace años, me
acompañaba a las competiciones y se encargaba de hacerme
brillar, como suele decir. Cuando sufrí la caída, estuvo allí para
apoyarme, no quería dejarme sola. Solo ella sabe lo dura que
fui cuando estaba en rehabilitación. Le gritaba, lloraba y la
mandaba a la mierda, pero, ¿sabes qué decía Fanny? —se me
saltaron las lágrimas al recordarlo, como si estuviera
escuchándola en ese momento— “Sí, cuando puedas correr
delante mía nos vamos las dos, porque sola no voy a dejarte”.
Es la hermana que nunca tuve.

Me sequé la mejilla y noté que Sven me daba un leve apretón


en la mano, lo miré unos segundos, y volvimos a quedarnos
los dos en silencio, con la mirada perdida hacia el cielo.

Acabé metiéndome en el agua, y poco después se unieron las


chicas tras aquellas horas de sueño.
Einar y Hans, nos convencieron para quedarnos a cenar, y
después de la cena, y algunas copas, nos quedamos también a
dormir.
Capítulo 6

Me pareció escuchar el sonido de un teléfono móvil demasiado


cerca, pero sabía que el mío no era porque no tenía esa
melodía.

—Abby apaga ese aparato infernal —me pidió Fanny, que


había dormido en el sofá cama de casa de Sven conmigo.

—No es mío —murmuré tapándome con la almohada.

—¿Queréis coger el teléfono? —gritó, a lo que el resto de la


casa respondió de igual forma que yo, no era suyo— Pues ya
me diréis de quién es… Oh, es el mío.

La noté moverse y salir de la cama para cogerlo, estaba sobre


la mesa y cuando contestó, lo hizo saludando de lo más
cariñosa a su amado Liam.
Cogí mi móvil para saber qué hora era, dado que con Boston
tan solo había una diferencia de seis horas menos que en
Suecia.

Las cuatro de la tarde, y acabábamos de despertarnos. Si es


que la noche al final se alargó demasiado cuando empezaron a
desfilar las copas, una tras otra.

Sven y yo fuimos los que menos bebimos, a pesar de que


éramos los que más lo necesitábamos para olvidar aquellos
obstáculos de los hablamos por la tarde.

—¿Alguien se ha dado cuenta de que son las cuatro? —


preguntó Rose.

—Yo, sí —dije sonriendo.

—Habrá que pensar en comer algo, ¿no? —escuché decir a


Ingrid.

—Voy a pedir comida china —contestó Sven.

Me levanté y recogí todo para volver a dejar el salón como


estaba, con su sofá de tres plazas a un lado de la mesa y el de
dos en el otro.
Fui a la cocina a servirme un poco de zumo y cogí una pastilla
del bolso, para mis jaquecas esporádicas aquello era lo que
nunca me faltaba.

—Liam estará aquí el martes —anunció Fanny, entrando en el


salón.

—Pensé que vendría ayer, la verdad —le dije.

—Eso pretendía, pero me ha dicho que mañana tiene una


reunión que no puede aplazar.

—Con las ganas que tienes de verle —sonreí.

—Pues sí, aunque me ha venido bien estar contigo y mis


primas estos días. Nuestros veranos juntas son los mejores.

—La comida estará aquí en unos cuarenta y cinco minutos —


dijo Sven, apareciendo por el pasillo con pantalón corto y sin
camiseta.

—Ay, si no tuviera novio… —comentó Fanny, haciéndonos


reír a los dos.

—Lo mismo digo, pelirroja —Sven le hizo un guiño y ella, se


quedó más callada que la estatua de un museo.
—¿Ha dicho lo que creo que he oído? —me preguntó.

—Ajá.

—Qué lanzado eres, Sven.

—Igual que tú, Fanny.

Solté una carcajada y cuando Rose y los demás llegaron,


preguntaron cuál era el chiste. Les dije lo del intercambio de
palabras entre ellos y fue Hans quien habló.

—Tranquila, Fanny, que mi hermano está de broma. Desde


que se divorció, parece un monje.

—Amén, hermano —dijo Sven.

Fanny sonrió negando con la cabeza, se acercó a Sven y le dio


un abrazo de esos fraternales que solía repartir cuando notaba
una pizca de tristeza en la mirada de alguien.

Fui a la cocina por platos y demás cosas para sacar al jardín, y


entre todos pusimos la mesa esperando que llegara la comida.
La verdad es que, a esas horas, estábamos todos famélicos.

Hans sacó cervezas, limonada y agua, Sven puso algo de picar


mientras esperábamos, y en cuanto sonó el timbre fui con él a
recoger el pedido.

Olía todo de maravilla, y estaba deseando hincarle el diente al


pollo agridulce y a los rollitos de primavera, mi perdición.

—No nos dijisteis hasta cuándo os quedáis —comentó Rose,


mirándonos a su prima y a mí.

—Pues no sé, una semana más seguramente —respondió


Fanny.

—Genial, tenemos que repetir lo de la barbacoa.

—Claro, además mañana llega Liam.

—Uf, la de tiempo que hace que no vemos al primo —dijo


Ingrid—. ¿Sigue tan guapo como siempre?

—Menos mal que sé que me quieres mucho, nena, si no, me


habría puesto celoso —comentó Hans.

—Tranquilo, cariño, que yo solo tengo ojitos para ti.

—Sí, sí, pero el novio de tu prima te parece guapo.


—Pero menos que tú —respondió ella, cogiéndolo por las
mejillas para darle un sonoro beso en los labios.

Me hizo reír porque así era Ingrid, a pesar de su rostro


angelical y de parecer que no hubiera roto un plato en su vida,
era de lo más pícara y espontánea.

Después de comer preparamos café, nos dimos un baño y,


como la tarde anterior, las chicas se fueron a las tumbonas.

Sven aprovechó para llamar a su hijo y hablar con él por


videollamada mientras yo me quedaba allí sola, pensando.

Cogí el móvil tras escuchar que me llegaba un mensaje, y al


ver que era de Paul me planteé no leerlo siquiera, pero tenía la
necesidad de saber qué quería.

Paul: Me ha dicho Liam que estás bien, que estás disfrutando


de tu estancia en Skanör, y me alegro. Entiendo que no quieras
hablar conmigo, pero me habría gustado al menos saber por ti
que todo va bien. Cuídate, Abby.

Durante unos minutos dudé en si contestarle o no, pensé en


llamarle, quería escuchar su voz, pero sabía que, si lo hacía,
me derrumbaría por completo.

Me estaba costando no entrar cada poco tiempo a buscar


noticias en las que se hablara de mí, o de él, o de ambos.
Pero me había prometido a mí misma dejar de atormentarme
de ese modo, no era sano, y dolía cada vez que leía el modo en
que habían estado hablando de mí.

Sven se sentó a mi lado poco después, ofreciéndome un vaso


de limonada fría, nos lo tomamos hablando de su hijo y lo noté
mucho más animado que el día anterior. Desde luego que, el
simple hecho de pasar unos pocos minutos al día con su
pequeño, aunque fuera tan solo a través de la pantalla de un
teléfono móvil, le hacía mucho bien.

Me estuvo enseñando fotos y algunos vídeos que tenía en su


teléfono, era un niño guapísimo y se parecía mucho a él.

Cuando las chicas se despertaron, decidimos dar el fin de


semana por terminado, nos despedimos de ellos quedando en
vernos otro día y Fanny y yo, nos marchamos dejando allí a
sus primas, que cenarían con los chicos.

—¿Lo has pasado bien? —preguntó cuando estábamos solas


en el coche.

—Sí, necesitaba esto, cambiar de aires, y hablar con alguien


más aparte de vosotras.

—Sven es muy simpático, pero tiene una mirada de lo más


triste.
—Es por su hijo —respondí, y le conté un poco sin entrar en
detalles su historia.

En cuanto llegamos a casa de sus padres, Zeus salió corriendo


para recibirnos.

Mia había preparado lasaña para la cena, y después de una


ducha y ponernos cómodas, nos reunimos con ellos en el
salón.

Fanny les dijo que Liam llegaba el martes y ambos sonrieron,


adoraban a su yerno y le querían como si fuera un hijo.

Ayudé a recoger la mesa y les di las buenas noches, no es que


tuviera sueño, ya que posiblemente me volvería a costar
dormirme, pero me apetecía estar sola unos minutos.

Me recosté en la cama, con los ojos cerrados y pensé en Paul.

De nuevo dudaba en si escribirle o no, pero no lo hice.

Tal vez era lo mejor, dejar que pasara el tiempo, sabía que me
olvidaría de él, ya lo había hecho antes. Solo que él no era
como Max, y me iba a costar mucho pasar página y olvidarlo.
Estaba segura de ello.
Capítulo 7

Aquel lunes me desperté un poco más animada, suponía que,


con el paso de los días en ese bonito enclave sueco, me iría
olvidando de todo lo que no me hacía bien y seguía en Boston.

Por mucho que quisiera, allí seguirían esperándome los


rumores, las mentiras y el daño que tanto Loreta, como Albert,
me habían causado.

Por primera vez, y sin que Fanny me insistiera en que debía


lucir mis piernas, escogí unos shorts vaqueros que ella había
guardado en mi maleta, así como una camiseta de tirantes y las
deportivas.

—Buenos días —dijo mi mejor amiga al verme entrar en la


cocina.

—Buenos días —sonreí.


—Mira qué guapa se ha puesto hoy, mamá.

—Ya lo veo, cariño. ¿Estás bien, Abby? —me preguntó Mia,


acariciándome la mejilla.

—Muy bien.

Sonrió asintiendo y siguió preparando el desayuno, con Fanny


ayudándola a hacer el zumo.

Aleksi se unió a nosotras poco después.

—Abby, he pensado que hoy podíamos aprovechar el día para


salir por el pueblo, ir de tiendas y comer fuera —dijo Fanny.

—Me parece un plan perfecto. ¿Y si vamos por la tarde a la


playa?

—Eso está hecho, a ver si regresamos a Boston con un bonito


color de bronceado.

—Entonces, no os esperamos para comer —intervino Mia.

—No, pero la cena no nos la perdemos.


—Ya sabía yo que cenaríais en casa —rio Aleksi, y es que para
ninguno había pasado desapercibido el pastel de carne que
Mia, estaba preparando para comer.

En cuanto acabamos el desayuno y recogimos todo, subimos


por los bolsos y salimos hacia el coche, y como era de esperar,
seguidas de Zeus que se quedaba mirándonos con cara de
pena.

Me encantaba pasar los veranos allí en Skanör, no solo por lo


bonita que era la playa, sino por aquellos preciosos paisajes
que ofrecía, y el encanto en cada uno de sus rincones.

—Con lo bonito que es todo esto, no sé por qué decidiste


quedarte en Boston —dije al bajar del coche.

—Porque aquí prefiero venir a desconectar, no me veo


viviendo en Skanör, la verdad.

—Pues yo me quedaría aquí para siempre.

—Eso lo dices ahora porque en Boston hay mucha mierda


vertida sobre ti, pero tú, eres más de ciudad que de pueblecito.

—¿Te dijo Liam algo sobre Paul? —pregunté, aun sin tener
claro si realmente quería una respuesta o no.
—No, tampoco le pregunté.

—Me escribió un mensaje, se alegra de que esté bien y


disfrutando aquí.

—¿Le has contestado? —pregunté, y negué mirando hacia el


suelo mientras caminábamos.

—No estoy segura de querer hablar con él, me da miedo


venirme abajo, Fanny. Además, si me dice que no quiere saber
nada más de mí…

—Bueno, fuiste tú la que salió corriendo del club aquella


noche. Estoy segura de que si te hubieses quedado cuando te
llamó, te habría sacado de allí para llevarte a su casa y alejarte
de los demonios que te persiguieron durante días.

—O no, pero ya no lo sabré —me encogí de hombros.

—Venga, vamos a tomar un café y después echamos un


vistazo a ver qué encontramos en las tiendas —dijo,
agarrándome del brazo.

Asentí y dejé que Fanny me llevara donde quisiera, pasar el


día con ella, siempre era de lo más terapéutico.
Nos sentamos en la terraza de una cafetería de lo más coqueta
que había cerca de donde dejamos el coche, pedimos café, un
buen surtido de dulces y pasamos allí parte de la mañana,
disfrutando del día tan bonito que hacía.

—Y ahora sí, vamos de shopping, preciosa —volvió a colgarse


de mi brazo y nos dirigimos a la zona de tiendas.

Aquello no era como New York, donde se concentraban las


mejores firmas de moda en una misma calle, pero no tenía
nada que envidiar a los grandes y conocidos centros
comerciales.

Algunas de las tiendas parecían casitas, eran una monada, y


dentro encontramos varios vestidos y conjuntos de los que nos
enamoramos nada más verlos.

Zapatos, complementos, bisutería, no faltó de nada en todas


esas bolsas con las que íbamos cargadas de vuelta hacia el
coche.

Cuando las dejamos fuimos a comernos algunos sándwiches


en la misma terraza donde habíamos tomado el café, y es que
por la mañana le echamos el ojo a todo el mostrador de salado
que tenían, pues si había algo que nos gustaba Fanny y a mí,
era la comida.
Su móvil empezó a sonar y sonrió, señal de que era Liam,
quien estaba al otro lado de la línea.

Mientras ella hablaba con su novio, y yo fingía no escuchar


nada, cogí mi teléfono y volví a leer los mensajes que me
había mandado Paul aquellos días.

Escribí, borré, volví a escribir y a borrar de nuevo, sin acabar


de decidirme a qué ponerle o si enviarle el mensaje o no.

Suspiré dejándolo de nuevo en la mesa, y en ese momento me


entró un nuevo mensaje.

Paul: Si tuvieras la oportunidad de que te concedieran un


deseo, ¿cuál sería?

Aquello me hizo sonreír al tiempo que negaba con la cabeza.

Muchas veces había pensado en eso, me había hecho la misma


pregunta una y otra vez durante seis años.

Si había algo que deseaba, más que nada, era volver a patinar,
o al menos, subirme a unos patines con la certeza de que no
me iba a quedar paralizada, y disfrutaría de la sensación de
deslizarme por el hielo, sintiendo el aire en la cara con cada
pirueta, como tantas veces había sentido.
Tampoco respondí a ese mensaje, guardé el teléfono y escuché
a Fanny despedirse de Liam con un, “yo también te quiero, mi
vida”.

—Unas horas y mi chico estará aquí —dijo con un suspiro—.


No estarías mirando en Internet otra vez.

—No, tranquila. Es que Paul, me ha mandado otro mensaje.

—Abby, a ese hombre le gustas más de lo que imaginas.

—Creo que solo quiere cerciorarse de que estoy bien, nada


más —me encogí de hombros.

—Lo que tú digas. ¿Vamos a la playa?

—Vamos.

Cogimos el coche y fuimos hacia aquel pequeño oasis sueco,


donde Fanny tenía claro que volvería a disfrutar de una sesión
de kitesurf, mientras yo me quedaba en la toalla.

Nos dimos un baño antes de que me dejara sola, y aproveché


ese momento para dar un paseo por allí, sintiendo la arena
entre los dedos.
Pensé en Paul, y por un momento quise que estuviese aquí
conmigo, que me rodeara con el brazo por la cintura, apoyar la
cabeza en su hombro y sentir que no había pasado nada, que
todo estaba como siempre.

Dicen que a veces, si deseas mucho una cosa, se hace realidad.

Me quedé parada en la orilla, con los ojos cerrados, y


pronuncié mentalmente ese deseo, el de tener a Paul, en este
instante.

Pero los minutos pasaron, volví a abrir los ojos y comprobé


que seguía estando sola, que él no había aparecido ni tampoco
lo haría.

Regresé a la toalla, me senté y vi a Fanny quitándose el traje


antes de volver conmigo.

Allí pasamos la tarde, tumbadas al sol, charlando y riendo


como cada verano, hasta que se acercó la hora de cenar y
decidimos irnos a casa.

Un día más que acababa, y uno menos para regresar a Boston,


a la rutina, y a enfrentarme a todos esos fantasmas que dejé
atrás.
Capítulo 8

Martes, y Fanny estaba de lo más risueña y cantarina esa


mañana, ya que iba a ver a su chico tras haber pasado unos
días sin él.

Desde que se levantó, no había parado de tararear algunas de


las canciones más románticas de los últimos años, y es que
estaba tan enamorada de Liam, que parecían vivir en un San
Valentín constante.

—Oye, qué te parece si esta noche salimos a cenar los tres —


me dijo, mientras nos tomábamos un café en el porche del
jardín trasero.

—Por mí bien, pero imagino que Liam querrá descansar


después de un vuelo tan largo. Te recuerdo que salió de Boston
ayer por la tarde.
—Se lo pregunto, y si está cansado pedimos algo para cenar y
listo.

—Teniendo en cuenta que va a quedarse a dormir contigo —


sonreí, pero a ella le cambió la cara.

—Sí, claro.

Miró hacia donde estaba Zeus recostado y no dijo nada más,


como si se hubiera quedado perdida en sus pensamientos.

Por norma general cuando Liam venía a pasar unos días con
nosotras a Skanör, se quedaba en casa de los padres de Fanny,
eran novios desde hacía tiempo y ya vivían juntos. Mia y
Aleksi, no iban a asustarse por eso, así que no era tan raro que
se quedara ahora también.

Era la una del mediodía, estábamos jugando con Zeus a


lanzarle sus juguetes favoritos para que los trajera, cuando
escuchamos el claxon de un coche acercarse y Fanny empezó a
sonreír y dar palmadas.

—Ya está aquí tu chico —dije, y la vi salir corriendo hacia la


entrada.

Zeus iba detrás, ladrando a sabiendas de que llegaba alguien.


Me eché a reír cuando vi a Fanny lanzarse a los brazos de
Liam, que acabó perdiendo el equilibrio y cayó al suelo con
ella.

—Fanny, que le vas a desgastar la cara —reí mientras ella,


seguía repartiendo besos y más besos a su chico.

Y no era la única, ya que Zeus no dejaba de ladrar y corretear


alrededor de ellos, esperando su turno para los saludos.

—Qué efusiva, cariño —rio Liam.

—Te echaba de menos, ¿cómo querías que te recibiera? —


respondió ella.

—Anda, deja que el pobre se levante que le estás dejando la


ropa hecha un cristo —dije, una vez que llegué al coche.

Y sin esperarlo, sin pensar que aquello podría pasar, vi que se


abría la puerta del copiloto y salía un Paul más guapo que
nunca, si es que eso era posible.

No me caí de culo de casualidad, porque bien podría haberlo


hecho al verle.

—¿Qué haces aquí? —fue lo único que pude decir.

—Hola, preciosa —dijo acercándose, pero me aparté.


—¡Sorpresa! —gritó Fanny.

—¿Tú lo sabías? —pregunté, y mi amiga asintió—Tenías que


habérmelo dicho.

—Le pedí que no lo hiciera —contestó Paul.

—Hola, Liam —escuché a Aleksi hablar, y no tardó en llegar


para saludar a su yerno.

—Aleksi, me alegro de verte.

—Lo mismo digo, hijo.

—Te presento a Paul, uno de mis mejores amigos.

—Encantado, y bienvenido a Skanör —dijo Aleksi, dándole


un apretón de manos a Paul.

—Muchas gracias, señor.

—¿Qué es este jaleo? —preguntó Mia, ya que Zeus no había


dejado de ladrar— Ah, ya veo, ha llegado el compinche de mi
perro —volteó los ojos.
—Mia, sabes que Zeus me adora —rio Liam, yendo hasta su
suegra.

—Cómo no te va a adorar, si siempre que vienes me lo


consientes dándole de comer todo lo que le gusta y yo no le
dejo comer —se cruzó de brazos.

—Si consiente así al perro, mamá, no quiero ni imaginar el día


que tengamos un hijo —comentó Fanny.

—Mia, este es Paul, un amigo de Liam —dijo Aleksi.

—¿También has venido a pasar unos días con las chicas? —


preguntó Mia.

—Sí, necesitaba desconectar de la ciudad.

—Pues has venido al lugar indicado. Te va a encantar la playa


que tenemos aquí.

—Liam me ha dicho lo mismo.

—¿No cogéis vuestro equipaje? —interrogó Aleksi.

—No, no nos quedamos en la casa —respondió Liam—.


Hemos reservado un par de habitaciones en el hotel.
—Pero, ¿y eso por qué? Teniendo casa como tienes, hijo —
protestó Mia—. Cancela la reserva y os quedáis aquí.

—Mamá, dónde pretendes que duerma Paul, ¿en el sofá?

—Ah, pues… Pensé que Abby y tú dormiríais juntas, y ellos


en la otra habitación, pero mejor no. Son demasiado grandes
los dos para esa cama.

—Estaremos bien en el hotel, no te preocupes. Además, no te


vas a deshacer de nosotros, vendremos a comer —dijo Liam.

—Pues hoy os quedáis, he preparado para tomar con el café


esos bollitos de canela que tanto te gustan.

—Paul, cuando pruebes los bollitos de Mia, querrás llevarte a


Boston —comentó Liam, y sonreí, porque razón no le faltaba.

Aquellos bollitos típicos eran una delicia, en muchos lugares


del mundo los hacían, pero no eran igual de buenos que los
auténticos suecos.

Yo estaba de los nervios, había evitado tener que contestar a


los mensajes de Paul y ahora lo tenía ahí, a mi lado, tan cerca
que podía rozarlo con los dedos de la mano y notar su tacto.
Todos entraron en la casa mientras que yo me quedé de las
últimas, al igual que Paul, que me cogió de la mano evitando
que me alejara, y nos quedamos a solas en la calle.

—Abby.

—¿Qué haces aquí realmente, Paul? —pregunté sin girarme.

—No me contestabas los mensajes y pensé que si venía


podríamos hablar.

—Pensaste mal —respondí—. Vine aquí para dejar atrás lo


que pasó en Boston, y tú eres una de esas cosas que ocurrieron.

—¿Por qué no me dijiste nunca quién eras, Abby?

Ahí estaba la pregunta que tanto temía, esa para la que no tenía
respuesta por mucho que quisiera darle una. Tantas veces
había querido decírselo, y no me atreví nunca a confesar que
era yo, la que se ocultaba bajo la máscara en aquella sala del
club.

—Si te lo hubiese dicho, ¿habría cambiado algo? —pregunté.

—Todo, Abby, habría cambiado todo —susurró y noté que


estaba mucho más cerca de mi espalda.
—Eso no lo sabes, Paul.

Hice que me soltara la mano y entré en la casa, Zeus estaba


junto a la puerta esperándome, le acaricié la cabeza y se quedó
allí parado observando a Paul, hasta que entró.

Fuimos al salón donde encontramos a Fanny y Liam, ella


sentada sobre el regazo de él, de lo más acaramelados y
comiéndose a besos.

—Lo que te dije, lo vas a desgastar —reí.

—Ni caso, amor, a mí me encanta que me des besos —dijo


Liam, que era un hombre de lo más tierno y mimoso.

—Entonces, vais a quedaros en el hotel —comentó Fanny.

—Es lo mejor —respondió Paul.

—Bueno, pues esta noche podemos cenar los cuatro.

—Yo prefiero quedarme aquí —dije.

—Abby…
—Sal tú con Liam, llevaos a Paul y enseñadle el pueblo. Haré
compañía a tus padres por una noche.

—¿Y si vamos esta tarde a la playa? —propuso Liam.

—Sí, vamos, Abby —insistió mi amiga, suspiré y acabé


aceptando.

—Está bien, pero esta noche yo no salgo.

Ambos asintieron y miraron a Paul. Sabía que era su amigo


también, al igual que yo, pero necesitaba mi tiempo para
asimilar que el hombre que me gustaba había cruzado medio
mundo para verme y hablar conmigo, porque no le contestaba
a sus mensajes.

Aleksi nos llamó para que fuéramos a comer al jardín, donde


había preparado la mesa, y salimos a disfrutar de la deliciosa
comida que Mia había estado preparando toda la mañana
sabiendo que llegaba su yerno favorito, como decía Liam, aun
siendo el único que tenía.

Aleksi se interesó por Paul y sus negocios, no solo la aerolínea


que había heredado de su padre y que dirigía junto a su
hermano pequeño, sino también por esas inversiones que tenía
por todo el mundo.
Yo apenas hablé, evitando también mirar a Paul, que me
observaba creyendo que no me daba cuenta, pero lo hacía.

Y quería hablar con él, decirle que supe desde que nos
presentaron en la comida con nuestros amigos que era el
hombre al que había conocido unos días antes en el club, pero
que me faltó valor para confesarlo.

Cuando acabamos de comer ayudé a Mia a recoger la mesa


mientras Aleksi preparaba el café. Paul, intentó ayudarnos,
pero dije que no era necesario, Fanny me miró con tristeza y es
que entendió que no estaba muy cómoda con aquella situación.

Aproveché para coger aire cuando me quedé un momento sola


en la cocina.

—Abby, lo siento —me dijo Fanny, mientras pasaba la mano


por mi espalda.

—Debiste decirme que venía.

—¿Para qué te hubieses ido ayer mismo? No quería que te


marcharas, Abby.

—No creo que sea buena idea que estemos los dos aquí. Es…
incómodo.
—Solo serán unos días.

—Me ha preguntado por qué no le dije que era yo la chica del


club.

—Y, ¿qué le has dicho?

—Nada, no sé qué respuesta darle. No me atreví a contárselo.

—Pues dile eso, cariño —me animó—. Es mejor que le


cuentes la verdad, no tengáis más secretos.

—Fanny, creo que estoy enamorada de él, y me aterroriza


perderlo, como perdí a Max.

—Algo intuía, pero quería que me lo dijeras tú. Habla con él,
os lo debéis.

—Lo sé.

—Aprovecha esta tarde en la playa. Me llevaré a Liam a surcar


las olas.

—A él, no le gusta eso —reí.

—No se lo digas, o no querrá venir.


—¿A quién no hay que decirle qué? —preguntó Liam.

—No seas cotilla, amor, son cosas de chicas —dijo Fanny,


poniendo los brazos en jarras.

—Ah, en ese caso, no he dicho nada —contestó levantando las


manos en señal de rendición.

—¿Aún quedan bollitos de canela? —le pregunté a Liam.

—De momento sí, no os lo puedo asegurar si tardáis más de


dos minutos en sentaros a la mesa.

—Corre, Abby, antes de que se acaben.

Fanny salió corriendo y Liam, se quedó allí observándola. Al


ver el amor con el que lo hacía, desee que alguien me mirara a
mí de igual modo, aunque solo fuese una vez.
Capítulo 9

Después del café los chicos cogieron el coche para ir al hotel a


cambiarse, Fanny y yo, fuimos a la playa a esperarlos.

—Has estado muy callada, Abby, y eso no es para nada normal


—dijo mi amiga, cuando acabamos de extender las toallas.

—Lo siento, pero entiende que me ha pillado por sorpresa la


llegada de Paul.

—Lo sé, pero él quería estar aquí.

—Vamos a intentar no hablar de Paul mientras estemos solas,


¿de acuerdo? Voy a pasar muchas horas a solas con él,
mientras Liam y tú, os escabullís.

—Lo dices como si fuéramos un par de adolescentes —rio.


—Oh, desde luego lo parecéis. ¿Recuerdas cuando salías con
Kyle en el instituto?

—El capitán del equipo de fútbol, sí, lo recuerdo.

—Yo recuerdo perfectamente todas las veces que tuve que ir a


buscaros a las gradas del gimnasio —volteé los ojos.

—Besaba bien, ¿te lo había dicho alguna vez?

—¿Quién besa bien, cariño? —preguntó Liam, apareciendo sin


que nos hubiésemos dado cuenta.

—Mi novio del instituto —respondió Fanny, con toda


naturalidad.

—¿En serio? Vaya, y yo que pensaba que te gustaba cómo


beso.

—Por supuesto que me gusta, tonto, pero cuando tenía quince


años, me gustaba cómo besaba Kyle Mitchell.

—Fantástico, ahora cuando te bese pensaré si lo hago mejor o


peor que el adolescente Kyle —resopló Liam y tuve que
contenerme para no reír.
—Vamos al agua, cariño, que te noto un poquito acalorado —
le pidió Fanny, mientras le quitaba la camiseta.

—Os recuerdo que hay niños en esta playa —dijo Paul.

—Tranquilo, no voy a tirarme a mi chico aquí delante de todo


el mundo. Distinto será lo que hagamos después en el hotel —
Fanny le hizo un guiño cogiendo a Liam de la mano y se
encaminaron hacia el agua.

Me había quedado sola con Paul y no sabía cómo actuar, era


como si de repente nos hubiéramos convertido en dos extraños
que no se conocían de nada.

Cogí el bote de crema protectora y me puse un poco en las


manos para extenderla en mis piernas, en silencio y sin querer
mirar hacia donde estaba él, que no era muy lejos, dado que se
había sentado justo a mi derecha.

—No podemos hacer como si no nos conociéramos de nada —


dijo.

—Ojalá fuera así, no me sentiría tan avergonzada.

—¿Por qué ibas a sentir vergüenza? —preguntó, pero no


contesté, me limité a seguir callada poniéndome crema allí
donde podía, menos en la única parte de mi cuerpo a la que no
alcanzaba, mi espalda— Trae, deja que te ponga yo.
Negué y traté de guardar el bote, pero Paul fue mucho más
rápido y me lo quitó de la mano.

Se sentó detrás de mí, con ambas piernas a cada lado de las


mías, y me estremecí en cuanto sus manos entraron en
contacto con la piel de mi espalda.

Cerré los ojos y los recuerdos de todos y cada uno de nuestros


encuentros llegaron de nuevo a mi mente.

Fue entonces cuando sentí aquel beso, fue apenas un roce de


sus labios en mi hombro, pero lo había sentido.

—Ni una sola de las veces que estuvimos en el club, después


de conocernos, me imaginé que fueras tú —dijo.

—Yo te reconocí aquel sábado por la voz, es de esas que no se


olvidan fácilmente, ¿sabes?

—Si hubiera sabido que eras tú…

—¿Qué crees que hubiera pasado? Y no es que me


avergonzara de que la gente supiera dónde trabajaba o a qué
me dedicaba, ni mucho menos. Lo hacía porque quería, con
ese dinero pagaba el tratamiento de mi padre. Ocultaba todo
eso precisamente por ellos, por mis padres, para no darles un
disgusto. Había estado durante prácticamente toda mi vida
expuesta en televisión por el patinaje, seguían hablando de mí
y de aquella época gloriosa que viví hasta el accidente, no
quería que mi mayor secreto saliera a la luz y mis padres, se
sintieran defraudados.

—Abby, si me hubieras hablado de ello, si me hubieras


contado que te extorsionaban, me habría encargado de ese
cabrón.

—Era mi problema, Paul, no quería que nadie hiciera nada.

—Pues lo hicimos, Enzo, Liam y yo, nos encargamos de él. Y


de esa mujer del club. Sabes que Enzo la despidió, ¿verdad?

—Fanny comentó algo —me encogí de hombros.

—Ven, vamos a dar un paseo —me pidió poniéndose en pie y


ofreciéndome la mano.

—Gracias, pero no. Estoy muy bien aquí sentada.

—Vamos, no te voy a comer, preciosa —hizo un guiño


acompañado de su sensual sonrisa, y tuve que morderme el
labio para no reaccionar y sonreír yo también.

Suspiré, le cogí la mano y dejé que me ayudara a levantarme.


Miré hacia donde estaban Fanny y Liam, habían ido hasta la
caseta de equipaciones de kitesurf y él, no dejaba de negar
mientras ella le decía que sí, que iban a subirse a esa cometa.

—Siempre he pensado que Fanny era perfecta para Liam —


comentó Paul, que también miraba a la pareja—. Ella es la
pizca de aventura que le faltaba a él, siempre tan centrado en
el trabajo.

—Yo pienso igual, pero con respecto a Liam. Consigue que


Fanny se calme, que deje a un lado los nervios y los agobios
que le producen muchas veces el trabajo.

—Creo que todos tenemos esa pieza que nos complementa en


algún lado del mundo.

—Yo no estoy tan segura, creí que la había encontrado y


resultó que se fue con otra.

Empecé a caminar dejando atrás a Paul, pero no tardó en


alcanzarme. no dijo nada, tan solo se quedó ahí conmigo
dándome mi espacio.

—Intenté decirte muchas veces que era la chica del club —


hablé tras unos minutos caminando por la orilla—, pero no me
atreví, y no sabría decirte el motivo. Puede que fuera por si
dejabas de verme como lo hacías siendo simplemente Abby.
No pensé en ningún momento que lo que había entre nosotros
lejos de tu antifaz y mi máscara, fuera a ir mucho más allá de
unas semanas, de verdad que no me planteé una relación seria
contigo.

—¿De verdad estabas conociendo a alguien? —preguntó.

—No, lo dije porque me veía contigo en el club. Tú, en


cambio, sí ves a otras mujeres.

—Sí.

—Y Fanny convencida de que lo habías dicho porque no


sabías que era yo misma la del club de Enzo.

—Hay cosas de mí que no sabes, Abby, pero me gustaría


poder hablar de ellas contigo.

—No es necesario, todos tenemos secretos y a veces es mejor


no dejar que salgan a la luz. El mío no debería haber salido,
quería contárselo a mis padres antes de que ocurriera lo de
aquella noche.

—Abby —Paul me cogió de la mano, haciendo que me girara.


Se quedó mirándome sin decir nada, y estábamos tan cerca que
en ese momento deseé que me besara.

Quise que su mano se enredara en mi cabello como lo había


hecho otras veces, atrayéndome hacia él y apoderándose de
mis labios con urgencia, con necesidad.

Pero no ocurrió, tan solo se inclinó para besarme en la frente.

—Estoy aquí, preciosa, estoy aquí —dijo abrazándome, y me


aferré a él como si fuera mi tabla de salvación en mitad de un
naufragio.

Nos quedamos allí en silencio unos minutos, hasta que


escuché a Fanny llamándonos a gritos.

—Será mejor que regresemos —dije, apartándome de él, pero


sin querer hacerlo.

—Cena conmigo mañana. Necesitamos tiempo a solas.

Tal vez me acabaría arrepintiendo de ir, pero accedí porque en


el fondo quería saber si habría una posibilidad, por pequeña
que fuera, de que hubiera algo entre nosotros.

Paul me cogió de la mano y no la soltó en ningún momento, ni


siquiera cuando llegamos a las toallas donde ya estaban Fanny
y Liam, esperándonos.

Acabaron por convencerme de que saliera a cenar con ellos,


por lo que después de pasar la tarde intercalando baños
refrescantes en la playa con momentos de relax tomando el
sol, nosotras nos fuimos para casa a ducharnos y arreglarnos,
nos veríamos en su hotel en un par de horas.

—Mañana ceno con Paul —dije cuando subimos al coche.

—Me alegro, os vendrá bien tener un momento a solas.

—No te hagas ilusiones, yo no me las he hecho.

—No he dicho nada.

—Tampoco ha hecho falta, Fanny, con la sonrisa que has


puesto al vernos cogidos de la mano, ha sido más que
suficiente.

—Bueno, el jueves me contarás cómo os va todo.

—Voy a ir a dormir a casa de tus padres mañana, no me voy a


quedar en el hotel con Paul.

—Sí, sí, por supuesto —contestó como dándome a entender


que no se lo creía, pero ni un poquito.

La pregunta que me hacía yo era: ¿sería capaz de marcharme


si Paul me invitaba a quedarme?
Capítulo 10

Intentaba controlar los nervios, pero era misión imposible.

¿Cómo podía estar tan nerviosa por ir a cenar con Paul, si ya


había estado con él otras veces?

Fanny me había maquillado y peinado, además de ayudarme


aquella mañana a escoger un vestido para la ocasión.

Le dije mil veces que no era más que una cena de amigos, no
una gala benéfica en la que me codearía con las personalidades
más importantes de Skanör, con la mirada fulminante que me
lanzó, me dejó callada para el resto de la mañana.

—Guapa es poco, Abby —dijo al verme—. Estás preciosa,


cariño.

—Te has pasado con el vestido.


—Me he quedado corta, que no es lo mismo. Pensaba haberte
cogido el rojo ceñido que vimos, pero me lo ibas a tirar a la
cabeza.

—Cómo lo sabes —reí.

—En serio, estás perfecta para esta cena. Es un vestido de lo


más sencillo y elegante.

—Lo sé, pero habría preferido ir en vaqueros.

—Claro, y con las deportivas —resopló.

—Chicas, han venido a buscaros —dijo Aleksi desde la


entrada.

—Ya vamos, papá.

Sí, Fanny también iba a salir con Liam, solo que ella había
avisado a sus padres de que no la esperaran despiertos, puesto
que no iría a dormir, por lo que le pedí a ella que me dejara sus
llaves para cuando Paul me llevara de vuelta.

—Estáis preciosas, chicas —Mia sonrió al vernos cuando


bajamos las escaleras, se despidió de nosotras y regresó a la
cocina para echar un vistazo al pastel que horneaba para el día
siguiente.

Cuando entramos en el salón allí estaban Liam y Paul,


esperándonos, guapísimos con sus vaqueros, un polo y las
deportivas. Menos mal que el vestido que Fanny se empeñó en
que llevara esa noche era sencillo y veraniego, o habría subido
a cambiarme al ver a Paul.

—Y aquí llegan vuestras mujeres, muchachos —dijo Aleksi


con una sonrisa, yo lo miré cortada y me sonrojé, más aún
cuando mis ojos se cruzaron con los de Paul y vi la sonrisa que
trataba de ocultar—. Pasadlo bien.

—Adiós papá —Fanny le dio un beso y salimos los cuatro de


la casa.

Nos despedimos de la pareja y subimos al coche con el que


ellos habían llegado el día anterior, Liam y Fanny, se fueron
con el que alquilamos nosotras.

—Estás preciosa —dijo Paul, cogiéndome la mano para


besarla.

—Gracias, tú también estás guapo.

—Vamos a cenar en el restaurante que hay al lado del hotel,


espero que no te importe. No es que conozca mucho más del
pueblo.

—Tranquilo, me parece bien.

Asintió y siguió conduciendo en silencio hasta que llegamos a


nuestro destino.

La verdad es que no esperaba que hubiéramos ido a otro sitio,


dado que podríamos coincidir con Fanny y Liam y sería raro
estar cenando en el mismo sitio, pero en diferentes mesas.

Entramos y nos acompañaron hasta la mesa, dejaron las cartas


y Paul, pidió una botella de vino que no tardaron en servirnos.

—Está bueno —dije tras dar un pequeño sorbo.

—Sí. ¿Qué te apetece comer? —preguntó mirando la carta.

—La verdad es que no tengo mucha hambre.

—Son los nervios —sonrió—. No me mires así, Fanny le


cuenta todo a Liam, y ya sabes… —Se encogió de hombros.

—Él, te lo cuenta a ti —volteé los ojos—. Ensalada y pescado


—dije cerrando la carta.
—Buena elección.

Cuando regresó la camarera para tomarnos nota, Paul pidió lo


mismo que yo.

La siguiente media hora hablamos de la aerolínea, de Alan, de


su madre…

Me dijo que Tessa, tenía muy avanzado el proyecto de la


asociación que llevaría mi nombre, y que, hasta mi madre, se
había involucrado en ello.

—Me dijo que hablaban mucho por teléfono —comenté.

—Sí, mi madre está encantada con Isabel. Dice que al fin


encuentra una mujer a quien poder llamar amiga de verdad.
Todas las que tenía antes se movían por el interés, ya sabes, la
reputación de mi padre y su estatus económico. A tu madre no
le mueve el dinero.

—Nunca ha sido así —le aseguré—. Lleva trabajando desde


muy joven, y cuando obtuvo la plaza de profesora en el
colegio en el que está, vio cumplido su sueño.

—Y tú, ¿tienes algún sueño que te gustaría cumplir? —


preguntó.
—Una vez lo tuve, pero es algo que nunca podrá ser.

—Te refieres al patinaje.

—Sí. La caída no solo acabó con mi carrera, sino con mis


sueños. Pero me dio otras cosas, porque no sabía que tuviera
tanta fuerza y resistencia para superar esos obstáculos que me
había puesto el destino.

—Es algo que mi madre siempre dijo de ti, que eres una
luchadora.

—No me quedó otra —me encogí de hombros—. O luchaba


para volver a caminar sin necesidad de ayudarme de un par de
muletas, o me dejaba vencer por la depresión y me encerraba
en mí misma.

—Cuando murió mi hermano, me perdí a mí mismo.

—Alan me dijo que nunca hablas de Patrick.

—Y no lo hago, intento olvidar aquella maldita noche, pero es


imposible.

—No quería sacar el tema, lo siento.


—No lo sientas, preciosa —me pidió cogiéndome la mano por
encima de la mesa—. Te dije la segunda noche que nos vimos
en la sala, que eras un ángel en medio de mis demonios, y lo
sigo manteniendo.

—Se lo dijiste a una desconocida que se ocultaba tras una


máscara en un club de bailarinas exóticas. No a mí.

—Esa desconocida y misteriosa chica, y tú, sois la misma, sois


mi ángel.

—No sé qué clase de demonios tienes.

—Lo sabrás a su debido tiempo, te lo aseguro. Aunque me


preocupa que salgas corriendo cuando llegue ese día.

—Si no salí corriendo al saber que Paul Benton era el hombre


que pagaba por mi compañía en el club, y mantuve el secreto
de que me acostaba contigo dentro y fuera de ese lugar, no
creo que haya algo que me haga salir corriendo, la verdad.

—Ojalá así sea —sonrió, pero fue un gesto cargado de tristeza.

No pregunté qué secretos peores que los míos podría tener,


esperaría a que quisiera contármelos.
Terminamos de cenar y la verdad que fue una velada tranquila,
no podía imaginarme que el tiempo pasara tan rápido, pero así
fue.

Cuando terminamos de cenar me pidió que lo acompañara a


dar un paseo, no quería perderme tan pronto.

—Has estado mucho tiempo separada de mí —dijo pasándome


el brazo por los hombros.

Suspiré al sentirme tan a gusto con él, queriendo que aquella


noche no acabara nunca.

Entre risas acabamos llegando a la playa, donde nos quitamos


los zapatos y paseamos por la orilla mientras notábamos el
agua mojándonos los pies.

—Liam tenía razón, este lugar es precioso.

—Lo es —sonreí—. A mí me encanta venir aquí cada verano a


desconectar de la ciudad.

—Abby —Paul me cogió de la mano, haciendo que me parara,


giré y recordé que la tarde anterior habíamos estado en ese
mismo punto de la playa, y deseé que me besara.

—¿Qué pasa? —pregunté tras unos minutos de silencio.


—No sabes lo mucho que he necesitado saber que estabas
bien, pequeña —susurró colocándome un mechón de pelo tras
la oreja, y entonces me acarició la mejilla, para después
sostenerme por la nuca.

Tragué con fuerza, nuestros ojos se quedaron conectados,


observándose fijamente. Por favor, que me bese, pensé, y en
ese momento cerré los ojos sin saber si aquel beso que tanto
deseaba llegaría.

Y sí, llegó, sentí sus cálidos labios posándose sobre los míos,
en lo que me pareció el beso más tierno que me había dado
Paul Benton, desde que lo conocía.

Me rodeó por la cintura con el brazo, pegándome a su pecho, y


me dejé llevar por todo aquello que él me hacía sentir.

Entrelacé las manos en su cabello, jugando con él mientras


nuestras lenguas se encontraban de nuevo.

Perdí toda la cordura de la que siempre presumía en el


momento en que Paul, se sentó en aquella playa, bajo la luz de
la Luna, lejos de miradas indiscretas, conmigo a horcajadas
sobre su regazo.

Nuestras manos recorrieron el cuerpo del otro una y otra vez,


tocando cada rincón que tan bien conocíamos.
Gemí cuando noté sus dedos entre mis piernas, tocándome por
encima de la braguita.

—Pídeme que pare —susurró.

—No quiero que lo hagas —respondí y nos miramos a los ojos


—. Paul…

No dijimos nada más, volvimos a besarnos y antes de que


aquello se nos fuera de las manos, se levantó llevándome
consigo entre sus brazos.

En aquel momento sobraban las palabras, sabía más que de


sobra dónde me llevaba, y no pensaba impedírselo.

Me había pedido que le dijera que parase, pero, ¿cómo hacerlo


cuando mi cuerpo lo necesitaba tanto en ese momento?

¿Cómo pedirle que no me besara, que no me tocara, si era lo


que deseaba cada día?

Ahí estaba la respuesta a la pregunta que me hice la noche


anterior.

No podía marcharme, ni tampoco quería hacerlo. Quería pasar


aquella noche con él, aunque a la mañana siguiente todo se
acabara, aunque me dijera que no volveríamos a vernos, quería
y necesitaba dormir esa noche con él, entre sus brazos,
sintiéndome amada, sintiéndome suya, una vez más.
Capítulo 11

Para cuando llegamos al hotel se me habían quitado los


miedos, esos que sentía sobre si Paul, querría o no tener algo
conmigo una vez más.

Sobraba decir que, aunque echara de menos el tenerlo cerca y


que me hiciera sentir todo aquello, había intentado no caer en
aquella espiral de pasión que nos envolvía en ese momento.

Pero le deseaba, como nunca antes creí que desearía a alguien


que no fuera mi ex.

En el silencio de aquella habitación tan solo escuchaba el


fuerte latido de mi corazón, ese que se había acelerado nada
más salir del ascensor.

Paul me llevaba por la cintura, caminando despacio hacia la


cama, donde me senté y dejé que la mujer seductora que sabía
que llevaba dentro, saliera a la luz.
Me quité el vestido bajo su atenta mirada, quedándome en
aquel conjunto de lencería negro que realzaba mi silueta,
separé ligeramente las piernas y lo miré mientras me
mordisqueaba el labio, nerviosa.

—¿A qué espera, señor Benton? —pregunté.

Paul sonrió y comenzó a desnudarse sin romper el contacto


visual conmigo, sin apartar sus lujuriosos ojos de los míos. Vi
determinación en ellos, y supe que esa noche marcaría un
antes y un después para mí.

Una vez estuvo completamente desnudo, se arrodilló entre mis


piernas y me besó.

Fue tierno, más de lo habitual, y el calor de sus manos en mi


piel hacía que me estremeciera de solo pensar en lo que haría
con ellas después.

—Echaba de menos esto —dijo besándome el cuello mientras


retiraba el tirante del sujetador.

Cerré los ojos y me concentré en su tacto, en el modo en que


me tocaba, no tardó en quitarme el sujetador y dejar mis
pechos expuestos para él, para su disfrute.
Masajeó ambos con sus cálidas y poderosas manos,
excitándome a cada segundo que pasaba, lamió mis pezones,
los mordisqueó y jugó con ellos consiguiendo que se me
escaparan gemidos de placer y anhelo.

No tardó en volver a apoderarse de mis labios en un beso


mucho más profundo, rudo, pasional y autoritario que el
anterior, mientras bajaba una mano a mi entrepierna y la
pasaba despacio por mi sexo, haciéndome desear que me
quitara aquella tela que nos separaba del placer.

Gemí agarrándome a su cabello, intentando de ese modo que


me desnudara por completo, tal como estaba él, pero seguía sin
hacerlo. Le mordisqueé el labio y noté que sonreía el muy
descarado.

—¿Tienes prisa, pequeña? —preguntó, volviendo a utilizar


aquel apelativo con el que me llamaba en la sala del club.

—Sí —respondí entre jadeos al mismo tiempo que deslizaba la


mano por su torso, notando cómo se le erizaba la piel al paso
de mi fina uña en su vientre, hasta que alcancé mi objetivo—.
Quiero sentir esto —le aseguré.

—Y lo sentirás, preciosa —respondió dándome un leve


mordisco en el labio.
—Ahora, señor Benton —dije a modo de orden, y volvió a
sonreír.

En venganza a su descaro, pasé el pulgar por la punta de su


erección, haciendo que cerrara los ojos y se le escapara un leve
jadeo.

No tardó en volver a besarme con rudeza, sosteniéndome por


la nuca mientras yo llevaba la otra mano alrededor de su
erección.

Paul abandonó mis labios para ir hacia el cuello, ese que besó
haciendo que me recorriera un escalofrío de pies a cabeza.

—Paul —gemí.

—Dime, preciosa —murmuró bajando con aquellos besos


hacia mi pecho.

—Por favor.

—Por favor, ¿qué? —insistió, llevándose uno de mis pezones a


la boca, lamiéndolo y mordiéndolo, tirando de él,
consiguiendo arrancarme un grito, mezcla de placer y dolor
que hizo que dejara caer la cabeza hacia atrás.
—Fóllame —le pedí, tratando de que sonara como una orden,
pero salió más como una súplica.

—Lo haré, te lo aseguro, tenemos toda la noche.

Gemí a modo de protesta, quería que lo hiciera ya, pero él no


tenía prisa, quería tomarse su tiempo.

Llevó la mano por el interior de mi braguita, al fin, y apunto


estuve de gritar un aleluya que se escuchara hasta en Boston,
pero me contuve, conformándome con aquel gemido que le
arrancó una nueva sonrisa.

Sus dedos se deslizaban entre mis pliegues húmedos, jugando


con el clítoris, pellizcándolo y haciendo que mis gemidos
subieran de nivel mientras me agarraba con una mano a su
cabello, y con la otra subía y bajaba lentamente por su
erección.

—Pequeña —jadeó, y supe que lo que estaba haciendo


comenzaba a llevarle a la locura.

Hizo que me moviera sobre la cama, llevándome aún más al


borde, donde me dejó sentada con las piernas bien abiertas, y
mirándome con los ojos cargados de deseo, sacó la mano de
mi braguita para retirarla a un lado y no tardó en acercar su
rostro a mi sexo.
—Dios —gemí al sentir la punta de su lengua pasando
despacio por el clítoris, para después hacerlo una y otra vez,
con más fuerza, haciéndome gritar mientras me estremecía.

Enredé ambas manos en su cabello y noté cómo me movía


mientras me sujetaba por las caderas, cerré los ojos y grité al
contacto de sus dientes mordisqueándome el clítoris.

—Paul, por favor —aquello era una súplica en toda regla, lo


necesitaba cuanto antes, quería sentirlo como hacía tiempo que
no lo sentía, pero él seguía sin tener prisa.

Me penetró con el dedo, pero lo hacía muy despacio, entrando


y saliendo de aquella manera tan tortuosa para mí. Sin prisa,
viendo cómo me estremecía y suplicaba.

—Paul, o me follas ahora mismo, o me voy —exigí tirándole


del pelo para que me mirara.

—¿No puedes esperar un poquito?

—No voy a esperar más —le aseguré.

—Me gusta cuando te pones exigente —sonrió,


incorporándose, al tiempo que apoyaba ambas manos en la
cama y me besaba, quitándome la braguita al final—. Me gusta
cuando me necesitas — dijo, haciendo que me recostara con él
entre mis piernas—. Me gusta que me desees —susurró, y
sentí la punta de su erección en mi sexo—. Me gustas toda tú,
Abby.

Se acomodó seductoramente sobre mi cuerpo, mirándome


fijamente a los ojos, y sin avisar, sin decir una sola palabra, me
penetró con fuerza haciendo que tuviera que agarrarme a sus
brazos.

Volvió a besarme mientras entraba una y otra vez en mi


cuerpo, llenándome por completo, moviendo las caderas y
golpeando sin cesar.

Acompasé mis caderas a las suyas, necesitando que se


adentrara tan profundamente que me hiciera gritar como nunca
antes lo había hecho.

Le rodeé la cintura con las piernas, noté una mano en mi nalga


y apretó con fuerza, pegándome más a él.

Siguió follándome con rudeza, fuerte y rápido, entrando,


golpeando, gimiendo en mis labios.

Arqueé la espalda rompiendo el beso que estábamos


compartiendo, noté que mi cuerpo se preparaba para el
momento final, para llegar a ese clímax que no sabía que
realmente había necesitado hasta que le tuve delante, y sentí
que los músculos de mi vagina se apretaban con fuerza
alrededor de su erección.
—Joder, Abby —dijo, y se le tensaron los brazos al aumentar
el ritmo de sus movimientos.

Me follaba como si hubiéramos estado años separados, como


si no quisiera que acabara ese instante.

—Paul… Paul —pronuncié su nombre sabiendo que en


cuestión de segundos estaría corriéndome, y entonces se apartó
—. ¿Qué…?

—Gírate, preciosa —exigió, ayudándome a incorporarme y a


que me pusiera de rodillas sobre la cama, apoyada en los
codos.

Volvió a hundirse con fuerza en mí, agarrándome por las


caderas, golpeando una y otra vez, más rápido con cada nueva
embestida.

Mis caderas comenzaron a seguir su ritmo, yendo al encuentro


de aquellas penetraciones que me arrancaban chillidos.

En aquella posición, con las caderas elevadas y su erección


entrando más profundamente, no tardé en alcanzar el orgasmo.

Me dejé llevar por la sensación de liberación que me


embargaba, gritando como nunca antes mientras el clímax
hacía que me estremeciera de pies a cabeza, y Paul me siguió
apenas unos segundos más tarde.

Nuestros jadeos resonaban en el silencio de aquella habitación,


con la Luna como testigo de la pasión que se había desatado
nada más entrar.

Me abrazó con fuerza, llevándome consigo para quedar


recostados en la cama.

Cerré los ojos mientras sentía sus labios dejándome breves


besos en el cuello, en el hombro, y me acariciaba con la yema
de los dedos en el vientre.

La sensación de estar en el lugar correcto, en el momento


indicado, me invadió, sabiendo que era ahí, y no en otro sitio,
donde quería pasar el resto de mi vida.

Con él, con Paul Benton, entre sus brazos.


Capítulo 12

Desperté a la mañana siguiente con un escalofrío que me subía


por la espalda. Pensé que sería frío, dado que había dormido
desnuda, pero no, no era nada de eso.

Lo supe en cuanto me escuché gemir.

Abrí los ojos y encontré a Paul entre mis piernas, lamiéndome


el clítoris despacio mientras me observaba.

—Buenos días —dijo antes de volver a pasar la lengua


despacio entre mis pliegues húmedos.

—¿Qué haces?

—Tomar mi desayuno.

—¿Cómo dices? —reí tapándome la cara.


—Lo que has oído, preciosa. Me has privado de esto —
respondió deslizando el dedo por aquella humedad— mucho
tiempo. Y me lo voy a cobrar.

—¿Tiene que ser ahora? Tengo sueño.

—Ya dormirás esta noche. O mañana por la noche.

—¿Es que no vas a dejarme salir de la habitación siquiera?

—Eh… —entrecerró los ojos mirando hacia el techo— No.

—No puedo quedarme aquí todo el día, Paul. Mia y Aleksi


estarán preocupados, no fui anoche a dormir.

—Me parece que saben perfectamente dónde han pasado la


noche su hija y su mejor amiga —contestó antes de volver a
jugar con mi clítoris.

—Dios mío —gemí en cuanto me penetró con el dedo.

Me olvidé del mundo en ese momento en el que solo éramos él


y yo, disfrutando de las miles de sensaciones que nos
rodeaban.
Abandonó mi sexo y subió de lo más juguetón, como si
reptara, rozándose con mi cuerpo, dejando un beso tras otro,
hasta que se apoderó de mis labios y, sin avisar, me penetró
con fuerza.

Nos dejamos llevar por aquel acto pasional, rodando una y otra
vez por la cama, intercambiando posiciones, siendo yo en
ocasiones quien se movía arriba y abajo sobre su miembro
mientras Paul, me pellizcaba los pezones, los lamía y
mordisqueaba arrancándome gemidos y gritos de placer.

Estallamos en un orgasmo tan intenso, que acabé quedándome


dormida de nuevo entre sus brazos.

Cuando volví a despertarme, Paul me acaricia la espalda con la


yema de los dedos.

—¿Qué hora es? —pregunté girándome.

—Casi la una.

—¿En serio? Deberíamos levantarnos, habrá que comer.

—Liam me envió un mensaje, hemos quedado con ellos en el


restaurante.
—Llévame a casa de los padres de Fanny, tengo que
cambiarme de ropa.

—¿Por qué? Con ese vestido vas preciosa.

—¿Tú es que quieres que todo el mundo sepa que no he ido a


casa esta noche? No puedo volver al restaurante con la misma
ropa.

—¿Crees que Fanny va a pasar por casa a cambiarse? —


Arqueó la ceja.

—Ella no es yo, o yo, no soy ella —fruncí el ceño—. Ay, no sé


ni lo que digo —me tapé la cara con ambas manos, suspirando.

—Me encanta cuando te sonrojas —dijo, besándome el cuello.

—No empieces otra vez, o al final me dejas sin comer.

—Puedo pedir que nos traigan algo, y no salimos del hotel en


todo el día.

—No, no, necesito que me dé un poco el aire. Voy a la ducha


—intenté levantarme rápido pero no, no lo conseguí, Paul me
cogió por la cintura haciéndome gritar al tiempo que me
llevaba con él de vuelta.
—¿A qué viene tanta prisa?

—¿De verdad lo preguntas?

—Tengo que hacerte una propuesta —dijo, retirándome el pelo


de la cara.

—¿Indecente? —Arqueé la ceja.

—No, no es indecente, te lo aseguro —rio.

—Vale, te escucho.

—Tengo que ir a Londres, hay unos asuntos que tengo que


atender allí, y me gustaría que vinieras conmigo.

—¿Qué se me ha perdido a mí en Londres?

—¿Yo? —sonrió.

—Hablo en serio, Paul.

—No se te ha perdido nada, pero quiero pasar unos días


contigo, los dos solos, enseñarte Londres, mi casa. Además,
tengo una cena de negocios y me gustaría que vinieras como
mi acompañante, igual que a la gala benéfica de mi madre.
—No tengo aquí ropa apropiada para una cena de negocios —
argumenté, buscando una excusa para no ir.

—Iremos de tiendas, te compraré lo que quieras, preciosa —


respondió inclinándose para besarme.

—¿Este es tu modo de persuadirme para que acepte ir a


Londres contigo? —pregunté tras varios minutos de besos.

—Ajá —dijo, dejando un camino de besos por mi cuello—.


Pero puedo emplear otras tácticas más… seductoras —susurró
mientras bajaba la mano hasta posarla entre mis piernas.

—No, no, para —le pedí cogiendo su mano para que la quitara
—. Iré —contesté—, iré a Londres y te acompañaré a esa cena.

—Qué fácil ha sido convencerte —sonrió.

—Y ahora, vamos a ducharnos y vestirnos para bajar a comer.


Tengo tanta hambre que me comería un kilo de carne yo sola.

—Te diría que puedo darte algo de aperitivo, pero… igual me


gano una bofetada.

—¿Qué quieres darme de aperitivo? —fruncí el ceño, y él


sonrió mientras se miraba la entrepierna— ¡Serás!
Me levanté de la cama mientras Paul reía a carcajadas, cosa
que hice yo también cuando estaba sola en el cuarto de baño,
bajo el agua de la ducha.

No sabía que había echado tanto de menos su compañía, su


forma de mirarme, de tocarme, e incluso sus besos.

Y ahora estaba a punto de irme unos días con él a Londres, los


dos solos, y no sabía si esa era una buena o una mala idea.

Salí llevando el albornoz puesto y vi a Paul sonriendo en la


cama, observando cada uno de mis movimientos mientras
recogía la ropa para vestirme.

—Aún tenemos tiempo, pequeña —susurró en mi oído


abrazándome desde atrás.

—Son casi las dos, seguro que Liam y Fanny, están


esperándonos ya en el restaurante.

—No lo creo —me besó el cuello.

—Para, date una ducha y vístete. Vas a tenerme para ti solo en


Londres unos días.

—¿Me dejarás hacer lo que quiera contigo?


—Depende de lo que sea eso que quieras hacerme.

—Follarte, y arrancarte gritos y gemidos de placer hasta que te


quedes sin voz —murmuró llevando de nuevo la mano por
dentro de mi braguita.

—Paul… —jadeé al notar que deslizaba los dedos despacio


sobre el clítoris.

—Permíteme darte otro orgasmo, por todos los que no te he


dado estos días —susurró, y no pude evitar mirarlo a los ojos a
través del reflejo que nos ofrecía el espejo que tenía delante.

Paul empezó a besarme el cuello mientras me excitaba de


nuevo con sus hábiles dedos en mi sexo, y con la otra mano
pellizcaba uno de mis pezones.

Jamás había vivido un momento tan erótico y sensual como


aquel. Llevaba el albornoz, Paul había desatado el cinturón
para abrirlo, por lo que veía mi cuerpo en el reflejo.

Él también estaba desnudo, y notaba su palpitante erección


junto a mis nalgas.

Me excité tanto que acabé rodeándole el cuello con ambas


manos, dejando que hiciera conmigo lo que quisiera.
No tardó en acercarme hasta el espejo, hacer que me apoyara
con las manos en él y, tras levantarme las caderas, comenzar a
penetrarme desde atrás.

La lujuria se reflejaba en mi rostro, así como en el suyo.


Aumentó el ritmo mientras me sostenía por una cadera y me
pellizcaba el pezón con la otra mano, y acabó llevándome a un
nuevo orgasmo que hizo que me quedara con las piernas
temblorosas.

—Esto, pequeña, no es más que un adelanto de lo que te


espera en Londres —susurró antes de darme un leve azote en
la nalga, retirarse, y dejarme allí mientras entraba en el cuarto
de baño.

Me dejé caer en la cama con los ojos cerrados, sintiendo aún el


escalofrío que me había recorrido de pies a cabeza al sentir
que Paul me hacía suya.
Londres, Paul y yo, ¿qué podría salir mal?
Capítulo 13

Después de aceptar el día anterior ir con él a Londres, buscó el


primer vuelo que saliera y resultó que había uno para el mismo
viernes, así que no dudó en reservar dos billetes.

—Tienes que venir pronto, Abby —me pidió Mia, la madre de


Fanny, mientras me abrazaba.

—Lo haré, te lo prometo. Secuestro a tu hija una semana y nos


venimos.

—Cuídate mucho, hija —dijo Aleksi, a sabiendas de todo lo


que me había llevado hasta su casa, días atrás.

—Tranquilo, que no habrá quien pueda conmigo.

—Llámame en cuanto lleguéis a Londres, por favor —exigió


Fanny—. Y a tu madre, que ya sabes cómo se pone cuando
viajas.
—Sí, tranquila —sonreí.

—Y tú, Paul — le señaló, con los ojos entrecerrados—.


Cuídala, o juro que cuando te vuelva a ver en Boston, te rompo
las piernas.

—Cariño, no seas bruta —rio Liam.

—No soy bruta, amor, soy realista. No tendré su fuerza, pero


busco un matón que le dé un susto, y me quedo tan a gusto.

—No va a hacer falta, Fanny, Paul me va a cuidar todos los


días, ¿verdad? —le aseguré, y tras mirar a Paul, asintió con
una sonrisa.

—Será mejor que nos vayamos, o perderemos el avión.

—Estás invitado a nuestra casa cuando quieras, Paul —ofreció


Mia.

—Gracias, será un placer volver a este precioso pueblo. Me


voy más enamorado de lo que vine —sonrió, y por un
momento me sobresalté pensando que podía referirse a mí,
pero me quité esa tonta idea de la cabeza.
Últimos besos y abrazos, algunas lágrimas de Fanny y su
madre, que tuve que secar asegurándoles que estaría bien, y
subimos al coche que Paul y Liam habían alquilado.

Nos esperaba cerca de una hora de camino en coche hasta el


aeropuerto, por lo que acabé quedándome dormida tras lo poco
que había dormido, y es que Paul no me dejó conciliar el
sueño, llevándome al orgasmo una y otra vez.

Una vez dejamos el coche y pasamos todos los controles,


fuimos a tomarnos un café mientras esperábamos para
embarcar.

Paul recibió una llamada y yo aproveché para enviarle un


mensaje a mi madre, sabía que aún no lo vería dado que en
Boston a esas horas apenas estaba amaneciendo, pero al menos
se quedaría tranquila hasta que volviera a escribirle.

Poco después pudimos ir hasta nuestra puerta de embarque,


subimos al avión y nos acomodamos en primera clase, algo
que no esperaba para nada.

—Estos asientos son mucho más cómodos —dije


recostándome en el mío.

—Es un vuelo corto, pero puedes descansar si lo necesitas.

—Tranquilo, he dormido en el coche.


—Hazme caso, necesitarás coger fuerzas —sonrió.

—¿Es que piensas tenerme desnuda y en la cama todo el


tiempo?

—Tal vez —me hizo un guiño a la vez que sonreía.

Una de las azafatas se acercó para preguntarnos si queríamos


tomar algo, pedí un zumo y Paul, un café, dos minutos después
lo teníamos delante.

—¿Por qué nunca me hablaste de Albert? —preguntó.

—No lo vi necesario. Enzo lo sabía y porque nos vio discutir


en el club.

—Debiste decírmelo, Abby, podría haberte ayudado.

—Soy así —me encogí de hombros—, me callo muchas cosas.

—Pues a partir de ahora no quiero que te calles nada, ¿me


oyes? —dijo, cogiéndome la mano— Cuenta conmigo,
pequeña, para lo que sea.

Asentí, y miré por la ventana justo cuando el avión comenzaba


a moverse por la pista.
Paul no me soltó la mano, y noté que acariciaba el interior de
la muñeca.

Nada más despegar le pregunté cuándo era la cena a la que


tenía que acompañarlo, y me dijo que, al día siguiente, que era
sábado.

Me estuvo hablando del negocio que tenía entre manos, era


algo sobre una empresa petrolífera en la que quería invertir, y
su socio le había dicho que tenía al dueño y al sobrino
prácticamente convencidos para aceptarlo como nuevo socio
mayoritario antes de que tuvieran que vender toda la empresa.

La verdad es que yo de inversiones no entendía, pero suponía


que, a él, le pasaría igual si me pusiera a hablarle sobre el
patinaje y el nombre que recibían las diferentes piruetas que se
llevaban a cabo con cada salto.

Tras media hora de vuelo, acabé quedándome dormida, y ojalá


no lo hubiera hecho, porque tuve una de las peores pesadillas
de toda mi vida…

Estaba en el aparcamiento del club, acababa de dejar el coche


y Albert aparecía de la nada abalanzándose sobre mí.

Intentaba gritar, pero era como si me hubiera quedado sin voz,


ni un solo sonido salía de mis labios. Y estaba paralizada,
completamente quieta mientras él, me retenía atrapada entre su
cuerpo y la pared.

No dejaba de tocarme, de susurrarme lo que me haría, al


tiempo que me mantenía con la boca cubierta por una de sus
manos.

Empecé a sentir las lágrimas caer por mis mejillas y cerré los
ojos con fuerza, deseando que aquello acabara.

Albert seguía pegado a mí, podía notar cómo presionaba su


erección en mis nalgas y sentí náuseas.

—Abby —me pareció escuchar la voz de Paul, pero me


llegaba desde tan lejos que no conseguía verle—. Abby,
preciosa.

Miré alrededor, pero en la oscuridad que nos rodeaba a Albert


y a mí, no podía ver a nadie. De nuevo intenté gritar, traté de
morder la mano de Albert para librarme de su agarre, pero fue
en vano.

Cerré los ojos mientras las mejillas se me bañaban en


lágrimas, esas que traspasaban la mano de Albert y acababan
sobre mis labios.

Me removí, forcejeé cuanto pude para liberarme, pero no pude.


—Abby, pequeña, despierta —la voz de Paul me llegó un poco
más nítida, más cercana, y quise hacerle caso, de verdad que sí
—. Abby, no es más que una pesadilla, vamos, abre los ojos,
preciosa.

¿Una pesadilla? Pensé, y luché por salir de ella.

Poco a poco comencé a respirar, agitada, pero cogiendo todo


ese aire que creí que me faltaba. Miré hacia mi izquierda y
encontré los ojos preocupados de Paul.

—Era un mal sueño, preciosa —susurró cogiéndome ambas


mejillas y secando esas lágrimas que me caían.

—Parecía tan real —susurré, y me abrazó.

—Ya pasó —me besó la sien y siguió abrazándome hasta que


avisaron de que estábamos a punto de aterrizar.

Volvió a cogerme de la mano, dándome un leve apretón en


ella, como si de ese modo dijera que estaba ahí, que siempre
estaría ahí para mí.

Albert no podría volver a molestarme, eso me había asegurado


Enzo, pero nadie, ni siquiera Paul Benton, podría impedir que
se colara en mi mente provocándome esos sueños.
Tomamos tierra, bajamos del avión y salimos del aeropuerto
cogidos de la mano. Parecía como si a Paul, no le importara
que pudieran vernos cientos de personas, que alguien nos
hiciera una foto y la vendiera a la prensa, retomando así aquel
rumor en el que nos habían relacionado como pareja semanas
atrás.

Me llevó hasta un coche negro que había parado en la entrada,


ese del que salió un chico no mucho mayor que yo, abrió la
puerta de la parte trasera, en la que Paul y yo subimos, y tras
guardar nuestro equipaje en el maletero, regresó a su asiento.

—¿A dónde, señor Benton?

—A mi apartamento, Frank,

—Sí, señor —asintió y se incorporó al tráfico.

Recorrimos aquellas calles de Londres y no podía dejar de


mirar a un lado y otro, sonriendo, y con ganas de salir a
conocer cada rincón.

—En cuanto dejemos el equipaje, salimos a comer y a


comprarte un vestido para mañana —me dijo Paul.

—Por mí, bien —sonreí, dejando que me abrazara, y tras


aquella horrible pesadilla, cerré los ojos sintiendo que, con él,
estaba segura.
Capítulo 14

—Señor Benton, hemos llegado.

Abrí los ojos cuando escuché la voz de Frank y miré hacia la


calle.
Estábamos frente a un edificio alto y antiguo, situado bastante
cerca del puente de Londres.

Salimos del coche y tras recoger nuestro equipaje, Paul le


pidió que nos esperara por allí.

Al entrar en el edificio nos saludó el portero, un señor de unos


cincuenta y pocos años que sonrió y se sorprendió de ver allí a
Paul, al que saludó con cariño.

Entramos en el ascensor y vi que pulsaba el botón del ático, así


que estaba deseando llegar para comprobar por mí misma, si
las vistas de esa altura eran tan impresionantes como todo el
mundo decía.
—Bienvenida a mi casa —dijo tras abrir la puerta.

—Vaya, no es como la esperaba —sonreí.

—¿Y cómo la esperabas?

—Pues, más oscura, es decir, no tienes muebles negros, sino


blancos. Todo es blanco —reí.

—Me gusta el blanco —se encogió de hombros.

—Pero al club ibas de negro.

—La ropa me gusta negra, para la casa, blancos.

—Bueno, la casa que hicieron tus padres para ti, tiene otro
color aparte del blanco.

—Eso fue cosa suya, yo me decanté siempre por el blanco.

—Me gusta, le da amplitud, y más luz.

Caminé hacia el salón, dado que esa zona de entrada y salón


estaba abierta y se comunicaban, y me fijé en una foto que
había sobre el mueble.
—¿Patrick? —pregunté, señalándola, y él asintió— Sois
idénticos, no habría forma de decir quién es quién.

—Sí —sonrió—. Cuando éramos pequeños solíamos reírnos


de mi madre, solía equivocarse de nombre cuando nos
regañaba.

—Uf, si tuviera gemelos, creo que les pondría algo en el


cuerpo para saber quién es cada uno. Tiene que ser un lío.

—Los padres acaban acostumbrándose, sobre todo a las


trastadas. Ven, te enseño el resto —me cogió de la mano y fue
guiándome por cada estancia.

La cocina era enorme, con una isla en el centro donde dijo que
le solía gustar cocinar, esa era su manera de desestresarse, pero
que hacía mucho que ni siquiera se preparaba un sándwich.

Por el pasillo me llevó hasta el despacho, la habitación de


invitados y su dormitorio, ese que podía asegurar era como la
suite de un hotel.

—La casa tenía tres habitaciones, pero uní dos para hacer la
mía más grande —dijo mientras sacábamos la ropa de las
maletas y la colocábamos.
—Pues me gusta la casa, y esas vistas… —suspiré
acercándome a la ventana.

El puente se veía de maravilla, pero no solo eso, sino gran


parte de la ciudad. Hice una foto y se la mandé a mi madre,
diciéndole que ya estaba en mi nuevo destino.

—Voy a venderlo —dijo abrazándome desde atrás.

—¿El qué? —Fruncí el ceño.

—Esto, el apartamento. Lo tengo puesto a la venta desde hace


un par de semanas.

—Vaya —no esperaba que me diera aquella primicia.

—Mi vida ahora está en Boston, y aunque aquí tengamos una


sede de la aerolínea, si me necesitan puedo quedarme en un
hotel.

—Sí, claro, supongo.

—Vamos, salgamos a comer —me besó la mejilla y volvió a


cogerme de la mano.

Era como si necesitara mantener el contacto conmigo todo el


tiempo, como si temiera que fuera a esfumarme de su lado si
no me tocaba.

Frank nos esperaba justo donde había aparcado unos minutos


antes, cuando subimos al coche, Paul le pidió que nos llevara
hacia la zona de la abadía.

Yo iba en aquel coche como una niña pequeña en el parque de


atracciones, observando todo lo que nos encontrábamos sin
poder creerme que estuviera realmente allí.

Al llegar nos dejó frente a un restaurante de lo más bonito y


elegante, con varias fotografías de un Londres antiguo
decorando las paredes, mesas con manteles color beige y
mobiliario en madera oscura que contrastaba a la perfección.

—¿Qué te apetece comer? —preguntó mientras yo seguía


mirando la carta.

—No sé, la verdad es que por lo que leo, debe tener todo una
pinta buenísima. Escoge por mí, no me importa —dije
finalmente, y Paul asintió.

Cuando regresó la camarera pidió una ensalada para compartir,


una tabla de quesos y uvas, y la especialidad de la casa, que
resultó ser pescado al horno.

Comimos mientras me hablaba de sus años en aquella ciudad,


cuando se mudó definitivamente tras perder a su gemelo. Se
había centrado en el trabajo y en sus negocios, dejando de lado
el amor.

—Pero, Clare…

—No quiero hablar de ella —respondió al escucharme decir el


nombre de la mujer a la que conocí en la gala benéfica de su
madre.

—Lo siento.

—La dejé después de lo que pasó, ya está, no hay nada


interesante que mencionar. Ella se enfadó, siempre quiso que
volviera, y yo no.

—Ha habido otras mujeres, aunque nadie cree que así sea —
comenté, recordando lo que me dijo Fanny, sobre la novia a la
que nadie conoció.

—No le suelo dar explicaciones a mi familia o mis amigos de


lo que hago, o dejo de hacer. Pero sí, hablé de una única mujer
después de Clare, a pesar de que he follado con muchas.

Me quedé callada, no quería seguir hablando sobre otras


mujeres dado que notaba que me empezaba a doler el pecho
con solo imaginarme a Paul besando a otras.
En ese momento fui consciente de que, sin apenas darme
cuenta, me había ido enamorando de él.

Cuando acabamos de comer regresamos al coche y Frank, nos


llevó a una de las tiendas de ropa más exclusivas de todo
Londres, según me había dicho Paul.

El dueño era un conocido suyo, y sabía que allí


encontraríamos todo lo necesario para la cena que teníamos la
noche siguiente.

—Señor Benton, bienvenidos —dijo una mujer morena con


una amplia sonrisa cuando nos vio entrar.

—Gracias, Tracy.

—¿Qué necesitan?

—Para mí, un traje azul oscuro, con chaleco y camisa blanca.


Para ella, vestido, zapatos y complementos —respondió.

—Claro. Señorita, si me acompaña por aquí —me pidió, y la


seguí hacia unas escaleras por las que me llevó hasta la
segunda planta.

Aquello era impresionante, estaba rodeada de varios maniquíes


luciendo unos vestidos tan bonitos, que iba a tener problemas
para decantarme por alguno de ellos.

—Vamos a empezar por estos —dijo quedándose parada frente


a unos vestidos negros—. Hay colores que realzarán el color
de sus ojos.

—Tracy, ¿podrías llamarme Abby? Es que, si me tratas de


usted, me siento incómoda.

—Por supuesto —sonrió—. ¿Tenías alguna idea de lo que


buscabas?

—Pues no. Paul solo me dijo que íbamos a una cena de


negocios y… bueno, no sé qué podría quedarme mejor.

—Hum, bien, deja que yo me encargue. Voy a hacer una


selección de varios, te los pruebas, y ya decidimos. ¿Quieres
tomar algo mientras busco?

—Eh… vale, sí, un café, gracias.

—Enseguida te lo sube Caroline —sonrió y se marchó,


dejándome allí sola.

Aproveché para recorrer toda la planta y ver aquellos vestidos,


desde luego eran piezas únicas y de lo más exclusivas, además
de valer auténticas fortunas.
Raso, seda, encajes, lentejuelas, cristales, y cada uno que veía
me gustaba más que el anterior.

Una rubia preciosa llegó con mi zumo y volvió a dejarme sola


hasta que vi aparecer a Tracy, con un perchero y varios
vestidos colgados, así como cajas de zapatos y completemos.

—Bien, empecemos —dijo escogiendo el primer vestido, uno


en amarillo pastel que me gustó mucho.

Entré en el probador, que no tenía nada que ver con esos a los
que estaba acostumbrada, ya que en ese podrían caber seis
personas perfectamente, me desnudé y me probé el vestido, así
como los zapatos que Tracy había escogido.

Sonreí al ver mi reflejo en el espejo, me gustaba la imagen que


me devolvía. Abrí la cortina y Tracy se me quedó mirando
unos segundos.

Salí, la vi caminar a mi alrededor y finalmente, habló.

—Te queda muy bien, pero no me convence. Ten, pruébate


este.

Escogió uno azul oscuro con escote en forma de corazón y sin


tirantes ni mangas, largo, de raso, con los zapatos a juego.
Al igual que el primero, me gustó cómo me quedaba,
realzando mi figura, pero a Tracy tampoco le convencía.

Rojo, negro, verde, rosa, violeta, ninguno de esos otros le


terminaba de convencer a mi nueva estilista, esa que fue en
busca de una segunda tanda de vestidos, por lo que me había
probado un total de quince, y estaba agotada.

—Ahora entiendo a las novias —dije cuando me ofreció el


vestido número dieciséis.

—Abby, cada vestido dice algo en la persona que lo lleva,


todos te quedaban muy bien, pero no he visto el que diga
“desnúdeme, señor Benton”.

—Espera, ¿qué? —Me asomé por la cortina.

—¿Tú has visto cómo te mira? Le gustas, y por mucho que


mañana sea una cena de negocios, estoy segura de que se
pasará toda la velada deseando irse para estar a solas contigo.
Querrá arrancarte el vestido, y quiero encontrar el adecuado.

—¿No tendrás una hermana perdida que se llama Fanny, o una


prima? —Entrecerré los ojos.

—Soy hija única, al igual que lo son mis padres —se encogió
de hombros.
—Entonces eres el doble de mi mejor amiga, porque las dos
pensáis igual —volteé los ojos.

—Venga, ponte ese vestido y sal para que te vea.

Resoplé, me quité el vestido negro que llevaba y me puse el


rosa que me acababa de entregar, así como los zapatos.

Me miré en el espejo, una vez, y otra, giré, me observé la


espalda, una nueva vuelta, y abrí la cortina.

—Ya estoy —dije, llamando la atención de Tracy que estaba


mirando su teléfono.

Cuando levantó la vista y me vio, se quedó boquiabierta. No


dijo nada, tan solo caminó hacia mí, me rodeó observándome
bien, y cuando se paró frente a mí, sonrió.

—Perfecta.

—¿De verdad? —pregunté, y ella asintió— ¿No tengo que


probarme nada más?

—No, ese vestido lleva tu nombre. Veamos qué complementos


le van mejor —dijo cogiendo una caja en la que había varios
conjuntos de pendientes con pulsera y gargantilla.
Dio con el adecuado, me ayudó a ponérmelo, se colocó a mi
espalda recogiéndome el pelo para que viera cómo luciría
mejor a la noche siguiente, y sonrió volviendo a dejarme sola
para que me cambiara.

En eso estaba cuando escuché que se abría la cortina poco


después de que se llevara el vestido y los zapatos para
guardarlos.

—No me digas que traes otro vestido, Tracy, porque no quiero


probarme más —dije sin mirar.

—Me gustas más así, desnuda —respondió Paul y noté sus


manos alrededor de mi cintura.

—Pero, ¿se puede saber qué haces aquí? Sal ahora mismo —le
pedí en susurros.

—Estabas tardando mucho, creí que te habías ido.

—¿En serio? Pues no, no me marché. Tu amiga Tracy, me ha


tenido probándome vestidos las últimas… —Miré el reloj—
¿Llevo aquí arriba tres horas? Por Dios.

—Estás sin sujetador, y esos pezones me llaman, pequeña —


murmuró inclinándose, y no dudó en lamer uno de ellos.
—Paul, para, pueden vernos.

—No nos va a ver nadie, he pedido que no nos molesten —me


aseguró al tiempo que llevaba la mano al interior de mi
braguita, y comenzaba a tocarme el clítoris sin abandonar el
pezón que lamía y mordisqueaba.

—Paul… —dije su nombre entre jadeos, y noté que sonreía.

Desde luego, se debía haber vuelto loco para estar haciendo


aquello en un probador, pero por mucho que lo intentara, no
podría detenerlo.

Acabó quitándome la braguita, besándome con esa intensidad


que le caracterizaba, y tras desabrocharse el pantalón me llevó
hasta el espejo para que me apoyara en él con ambas manos.

Fue así como me penetró, mientras nos mirábamos a través del


reflejo que nos ofrecía el espejo, llevándome a la noche que
pasamos en el hotel de Skanör.

Yo estaba completamente desnuda, expuesta ante él, y el


contraste con su cuerpo cubierto por los vaqueros y el polo, era
de lo más erótico que había visto en mi vida.

Cerré los ojos, pero me ordenó que los abriera y contemplara


cómo me follaba.
Pasó el dedo por mis labios y acabé llevándomelo a la boca, lo
vi morderse el labio ante aquel gesto, y supe que tenía que
hacer algo que a él le gustaría, estaba segura.

Me aparté, hice que se retirara de mi interior y antes de que


pudiera protestar, me arrodillé ante él y sin dudar ni un
segundo, me llevé su erección a los labios como había hecho
segundos antes con su dedo.

Paul jadeo mientras me sostenía el cabello con una mano, lo


miré a los ojos y vi que los tenía fijos en el reflejo.

Poco antes de que se corriera, me levantó, cogiéndome por las


nalgas y haciendo que le rodeara la cintura con mis piernas,
me pegó al espejo y entró con fuerza de nuevo en mí.

Me folló con tanta intensidad, que apenas tardamos unos


minutos en corrernos.

—Eres increíble, Abby —dijo, mirándome fijamente a los


ojos.

Me besó, volvió a dejarme en el suelo y tras ayudarme a


vestirme, salimos de aquel probador cogidos de la mano, y
regresamos a su apartamento.
Capítulo 15

Aquella mañana de sábado la pasamos en casa, Paul tenía que


repasar las notas que había recibido por parte de su socio, así
como las cifras que barajaban para ofrecer a ese hombre por la
compra de parte de su petrolera.

Pidió comida italiana para comer, vimos una película sentados


en el sofá mientras disfrutábamos de una tarrina de helado, y
hablé con mis padres poco antes de empezar a arreglarme.

Tracy se había encargado de enviar a un estilista amigo suyo


para que me peinara y maquillara acorde con el vestido que
habíamos escogido y resultó que Leo, era un chico de lo más
encantador.

—Cuando te vea el señor Benton, se va a quedar sin palabras


—dijo una vez que acabó de ayudarme a ponerme el vestido.

—Espero que al menos me diga que estoy guapa —sonreí.


—¿Guapa? —Elevó ambas cejas— Por favor, Abby, estás
impresionante. Esta noche más de uno se va a provocar una
tortícolis al girarse para volver a verte.

—No exageres, Leo —reí.

—No estoy exagerando, cariño. Si no fuera porque me gusta


más tu hombre, que tú, ahora mismo estaría intentando
desnudarte.

Acabamos los dos riendo, y cuando escuchamos que Paul


llamaba a la puerta, me sobresalté. Leo se despidió de mí, me
dio su teléfono por si necesitaba de sus servicios de nuevo, y
se marchó.

Suspiré y volví a mirarme en el espejo, sonriendo como una


niña al ver lo guapa que me había dejado ese hombre.

El cabello recogido, maquillaje en tonos rosas y marrones


suaves, y el vestido era una auténtica maravilla.

Largo hasta los pies, de seda rosa, y tan solo la parte delantera
del corpiño con forma de pico, de modo que se cerraba con un
pequeño botón en el cuello por la parte de la nuca, dejando
toda la espalda descubierta.

—Abby, ¿puedo entrar? —preguntó Paul desde el pasillo.


—Sí, pasa.

Cuando se abrió la puerta, me quedé sin aliento al ver lo guapo


que estaba con aquel traje azul oscuro. Si no fuera porque
teníamos que irnos, me habría lanzado a sus brazos dejando
que me tomara.

—¿No vas a decir nada? —pregunté, al ver que seguía en


silencio, mirándome.

—Estás… —se acercó con las manos metidas en los bolsillos


del pantalón, soltó el aire y se inclinó para besarme— Estás
espectacular, Abby.

—¿De verdad te gusta?

—Me encanta, pequeña —sonrió y me agarró por las caderas,


pegándome a su cuerpo, antes de besarme con más ternura de
la que esperaba—. Vámonos, antes de que cancele la cena y te
desnude.

Sonreí, cogí el bolso de mano que Tracy había incluido en


aquellas cajas, y salimos para bajar a la calle, donde nos
esperaba Frank, que nos recibió con una inclinación de cabeza
dándonos así las buenas noches.
Estaba sentada al lado de Paul con los nervios bien agarrados
al estómago, tenía miedo de no estar a la altura de lo que él
esperara de mí en aquella cena.

Debió sentir que algo me pasaba, ya que cogió mi mano para


darle un leve apretón, lo miré y sonrió al tiempo que me hacía
un guiño antes de besarme.

—Tranquila, que no va a comerte nadie —dijo.

—Quiero causar buena impresión, a fin de cuentas, vas a


invertir en ese negocio.

—Lo harás bien, estoy seguro.

Veinte minutos después llegábamos al restaurante en el que


había reservado para aquella reunión.

Al entrar, el camarero nos dijo que ya estaban esperándonos y


Paul, me rodeó por la cintura para ir hasta el fondo del salón.

En la mesa sentados encontré a un hombre mayor, de pelo


canoso, junto a uno bastante más joven, moreno y de sonrisa
amable. Supuse que ellos eran los dueños de la petrolera,
mientras que el regordete y medio calvo con mirada lasciva
que no me quitaba el ojo de encima, tenía que ser el socio de
Paul.
—Aquí estás, al fin —dijo el calvo, poniéndose en pie.

—No llegamos tan tarde, David —sonrió Paul, pero su socio,


el calvo a quien le acababa de poner nombre, arqueó la ceja.

—Estos señores están muy ocupados, y les has hecho esperar.

—Señor Hall, lo lamento si así ha sido —se disculpó Paul, con


el hombre más mayor.

—No se preocupe, joven, no llevamos tanto tiempo esperando,


¿verdad, Kevin?

—En absoluto, acabábamos de sentarnos —contestó el joven.

—Permítanme presentarles, ella es Abby Grayson, mi pareja


—dijo, y me sorprendió que dijera aquellas últimas palabras,
pero intenté que no se me notara mucho.

—Una joven realmente hermosa, señor Benton —el más


mayor cogió mi mano y la besó.

—Gracias —respondí con timidez.

—Si tuviera una mujer así al lado, yo también haría esperar a


un anciano como yo —sonrió.
—Señor Hall, va a conseguir que me sonroje —dije.

—Llámame Carl, por favor.

—Carl —sonreí, y me senté entre él y Paul.

Pidieron vino, eché un vistazo a la carta y como el día anterior


con Paul, dado que me parecía que todo tendría buena pinta y
dejé que él escogiera por mí.

Los escuché hablar durante las siguientes dos horas y media


sobre la petrolera, el buen negocio que era y la pena que le
daba al señor Hall deshacerse de ella, era el negocio de su
familia desde que su bisabuelo la puso en marcha solo tres
años después de llegar a Londres tras abandonar su Irlanda
natal.

Él, no había tenido hijos varones, tan solo tenía dos hijas que
nunca se habían interesado por la petrolera, por lo que fue su
sobrino Kevin, el hijo de su hermana, quien cogió las riendas
junto a él, hacía más de una década.

Me disculpé con los cuatro caballeros que me acompañaban y


fui al cuarto de baño, necesitaba un momento a solas sin
escuchar hablar de petróleo, plataformas en mitad del mar, y
todo acerca de aquel millonario negocio.
Aproveché para leer un par de mensajes que me había enviado
Fanny, seguía en Skanör con Liam y sus padres, y decidieron
quedarse allí hasta final de semana, después regresarían a
Boston y a la rutina de su día a día.

Después de refrescarme un poco, salí para regresar a la mesa,


y me topé con David, el socio de Paul.

—Lo siento —me disculpé tras chocar con él—. No te había


visto.

—Ah, pero yo a ti sí, querida Abby —sonrió.

—Si me disculpas —intenté pasar por su lado, pero me lo


impidió cortándome el paso, apoyando la mano en la pared,
delante mía.

—Eres realmente preciosa, mucho más que en aquellas fotos


—dijo sin dejar de recorrer mi cuerpo de arriba abajo, con esa
misma mirada lasciva que había visto horas antes, cuando
llegué con Paul—. Dime, ¿cuánto me pedirías por pasar la
noche conmigo? —preguntó, mientras me acariciaba la
mejilla, y sentí que me daba náuseas.

—No soy prostituta —contesté apartándole la mano.

—No es eso lo que he leído, princesa —sonrió, cogiéndome el


mechón de cabello que Leo había dejado suelto, para olerlo.
Me dio tanto asco en ese momento por cómo me miraba, cómo
hablaba y el modo que sonreía, que salí corriendo para volver
a la mesa.

Estaba a punto de llorar, pero no lo hice, no quería estropearle


a Paul aquel negocio.

—¿Estás bien, querida? —me preguntó Carl poco después, una


vez que el baboso de David se sentó de nuevo en la mesa.

—La verdad, no me encuentro bien.

—¿Qué te pasa, pequeña? —se interesó Paul.

—Creo que algo de lo que he comido, no me ha sentado bien.


¿Te importa si le pido a Frank que me lleve a casa?

—Nos vamos los dos.

—No, Paul —llevé la mano a su mejilla—, tienes un negocio


que cerrar —susurré—. Me iré sola, estaré bien.

—¿Segura?

—Sí —sonreí y me acerqué para darle un beso rápido en los


labios—. Ha sido un placer conocerte, Carl. Espero que
llegues a un buen acuerdo con Paul —miré a mi chico y sonreí
al decir las siguientes palabras—. Es un buen hombre, y la
petrolera estará en muy buenas manos.

—Señor Benton, no pierda nunca a esta hermosa mujer —dijo


Carl, cogiéndome la mano para besarla de nuevo—. Ese amor
que desprende cuando le mira, no lo compra ni todo el dinero
del mundo.

Noté que las mejillas me empezaban a arder por el sonrojo que


aquellas palabras habían provocado en mí, me despedí de
todos y salí a la calle en busca de Frank que, al verme llorar,
frunció el ceño.

—Señorita, ¿se encuentra bien? —preguntó una vez que


llegamos al edificio.

—Sí, tranquilo. Pero no le digas a Paul que me has visto llorar,


por favor.

—Descuide —asintió, salió para abrirme y me dio las buenas


noches.

No podía dejar de pensar en David y en cómo me había tratado


esa noche. Si él, que era socio de Paul, se permitía el lujo de
llamarme puta sin apenas pronunciar esa palabra, ¿qué no
pensaría el resto del mundo de mí?
Y lo peor de todo es que aquello repercutiría en Paul, en sus
negocios, en la aerolínea de su familia…

Me puse el pijama y acabé metiéndome en la cama llorando,


pensando que nunca podría estar con Paul, sin que nadie
hablara sobre aquello que había salido a la luz.

Qué difícil era guardar un secreto, y cuánto daño nos causaba


que alguien lo contara.
Capítulo 16

Martes, y habían pasado tres días desde la cena con el socio de


Paul.

No le había contado nada, pero sabía que me estaba notando


más rara de lo normal, aunque no me preguntara por ello.

Me daba mi espacio, dejaba que fuera yo quien hablara cuando


quisiera, pero en lo relativo a la actitud de aquel baboso para
conmigo, no pensaba decir nada, mucho menos sabiendo que
no tenía que volver a verle, al menos por el momento.

—Qué bien huele —dijo Paul, entrando en la cocina.

—Café recién hecho, huevos con bacon, zumo y tostadas —


contesté.

—Me estás acostumbrando a estos desayunos, y cuando


volvamos a Boston tendré que secuestrarte para que vivas
conmigo —me abrazó desde atrás y besó mi cuello.

—Venga, siéntate que te sirvo antes de que se enfríe.

Resopló y se sentó a la mesa. Cuando me giré para llevar todo,


vi que se había puesto uno de esos trajes que tan bien le
sentaban, estaba de lo más sexy y seductor con ellos.

Aparté los recuerdos de las dos últimas noches de mi mente,


esos en los que Paul me hacía tocar el cielo con las manos tras
llevarme a un increíble orgasmo, y me senté frente a él, para
compartir ese momento antes de que se marchara.

Tenía reuniones y trabajo que hacer toda la semana, así que


mientras él se iba durante un par de horas, como mucho tres,
yo me quedaba en el apartamento para enseñarlo cuando venía
la chica de la inmobiliaria con los posibles compradores.

Le llamaron por teléfono y se despidió con un beso rápido, le


esperaban en la aerolínea para solucionar unos problemas con
varios empleados que querían organizar una huelga, recogí la
mesa y me preparé un café para tomármelo frente a la ventana,
con aquellas inmejorables vistas.

La mañana se pasó rápida, y cuando vi que era una hora más


que prudente para hablar con mi mejor amiga, cogí el móvil y
la llamé.
—¿Qué tal por Londres? —preguntó después de saludarme.

—Bien, me gusta estar aquí.

—No me digas que te planteas mudarte, si Paul te lo pide.

—No, y no me pediría que lo hiciera, su apartamento está en


venta.

—Ah, y no podría querer comprar una casa para los dos —


suspiró.

—¿Qué tal en Skanör? —cambié de tema.

—Bien, llegando al final de las vacaciones. Liam y yo


regresamos a Boston el viernes, el deber nos llama. ¿Y tú?
¿Cuánto más a quedarte por allí?

—No lo sé, Paul no me ha dicho cuándo tiene pensado que


regresemos. Estos días se está encargando de la aerolínea y sus
inversiones, apenas está en casa por las mañanas.

—¿Y te quedas esperándole? Mujer, sal a conocer la ciudad.

—Sí, bueno… —me rasqué el cuello, nerviosa como estaba, y


saqué el tema que me había hecho llamarla— El socio de Paul
me preguntó cuánto le cobrara por una noche.
—¿Qué acabas de decir? —gritó.

—Lo que has oído. El sábado, en la cena, conocí a su socio, un


tío medio calvo y regordete con cara de viejo verde. Él, sí
creyó lo que dijeron en la prensa, eso de que soy…

—No se te ocurra decir esa palabra —me advirtió—. Y no


hagas caso a ese gilipollas. Seguro que tiene un pene pequeño
y es impotente, no habrá mujer que quiera verle desnudo.

—Fanny, si el socio de Paul piensa eso de mí, ¿qué crees que


pensará el resto de gente? No quiero que eso afecte a sus
negocios.

—Estoy segura que no afectará para nada, Abby. Y con


respecto a ese sujeto por el que me has llamado, no le hagas
caso. ¿Se lo has dicho a Paul?

—No, ni lo voy a hacer.

—Bueno, tal vez deberías. Más que nada para que sepa qué
clase de persona tiene trabajando con él.

—¿Y si cree que miento? Si piensa que me he inventado eso


por… no sé, lo que sea.
—Estoy segura de que te creería a ti, cariño. Pero si no quieres
hablarlo con Paul porque hace más tiempo que conoce a su
socio que a ti, que sé que ese es el motivo de tu miedo, no lo
hagas. Y, Abby.

—Dime.

—Hazme un favor, pero, sobre todo, háztelo a ti misma. Sal a


la calle, conoce la ciudad, siéntate en una de sus múltiples
terrazas y disfruta de un verdadero té inglés con pastas. Y
mándame una foto con el Big Ben de fondo, que llevas allí
cuatro días y no me has mandado ni una sola.

—Eres peor que mi madre —reí.

—A veces creo que soy su hija, fíjate.

Nos quedamos hablando un rato, hasta que me despedí y fui a


vestirme para salir a la calle.

Fanny tenía razón, debía olvidarme del socio de Paul y no


permitir que lo que pensara o dijera me afectara.

Cogí el bolso y las llaves que Paul siempre dejaba en la cocina


por si salía a por pan o algo, y comencé con mi día de turismo
por la ciudad.
Tal como sugirió Fanny, disfruté de un delicioso té inglés con
pastas en una terraza desde la que se veía perfectamente el
puente de Londres.

Busqué el móvil en el bolso, pero no lo encontré, y tras dar


vueltas en la cabeza por si lo había perdido, recordé que lo
dejé sobre la mesita de noche mientras me cambiaba de ropa.

Nada de fotos, perfecto, mi amiga me iba a echar una buena


bronca cuando le dijera que no había podido hacérmelas por
mi descuido.

Abandoné la cafetería y continué con el paseo, vi varios


escaparates en los que exponían souvenirs de lo más bonitos, y
entré en un par de tiendas a comprar algunos para mis padres y
para Fanny.

Me gustaba la ciudad, la tranquilidad que se respiraba, la


cordialidad de la gente con la que me cruzaba, y acabé
perdiendo tanto la noción del tiempo, que compré un sándwich
y un refresco para comer sentada en un parque.

No quería irme de allí, me había enamorado de la ciudad y sus


rincones, quería quedarme para siempre.

Vi a una mujer no mucho mayor que yo pasear con sus hijos


de la mano, eran gemelos y me parecieron dos niños
guapísimos.
Fue en ese momento que Paul me vino a la mente, me levanté
con prisa y emprendí el camino de vuelta, ese que me llevó
más de una hora caminando hasta el edificio en el que estaba
su apartamento.

¿Cómo me había olvidado así de él? Seguramente ya estaría en


casa y al ver que no había cogido mi móvil, se habría
preocupado.
Capítulo 17

Cuando entré en el apartamento escuché a Paul gritando desde


algún sitio, estaba enfadado, como fuera de sí.

Seguí el sonido de su voz y lo encontré en la habitación,


guardándose la cartera en el bolsillo de los vaqueros.

—Paul —lo llamé, se giró, y suspiró de tal modo que vi el


alivio reflejado en su rostro.

—Puedes irte a casa, Frank, ya ha aparecido —dijo, colgó y


tiró el móvil sobre la cama—. ¿Se puede saber dónde cojones
te habías metido? —gritó.

—Lo siento, salí a pasear y… perdí la noción del tiempo.

—¿Y el móvil? ¿Por qué te lo dejaste aquí?


—Se me olvidó, me di cuenta cuando ya llevaba un rato fuera,
y estaba lejos de casa.

—Joder, Abby —acortó la distancia, me asusté y temí que me


diera una bofetada, pero me abrazó con tanta fuerza, que pensé
que me rompería algún hueso—. ¿Sabes el susto que me has
dado? Supuse que habías bajado por pan, o algo de comer. Al
ver que tardabas, te llamé por teléfono y lo escuché en casa,
llamé a Frank para que fuera a buscarte y no te encontraba.
Creí… —volvió a suspirar— Creí que te habías marchado, que
me dejabas otra vez.

—¿Irme sin el móvil y sin mi ropa?

—Pensé que volvías a casa.

—No me iría sin decirte nada. Yo solo quería que me diera el


aire, lo siento.

—Abby, no me vuelvas a hacer algo así, pequeña —me pidió,


apoyando su frente en la mía.

—De verdad que lo siento.

—¿Dónde has ido?


—Pues me tomé un té, estuve paseando, y creo que acabé
cerca de la abadía.

—Menudo paseo —sonrió—. ¿Estás bien?

—Ajá.

—No sé, Abby, te noto rara.

—Estoy bien, de verdad—mentí acariciándole la mejilla—.


¿Qué tal la reunión de hoy?

—Larga —resopló—. Pero al menos no irán a la huelga. He


llegado a un acuerdo con ellos.

—Me alegro. ¿Quieres que preparemos algo para cenar?

—Ahora mismo me quedaría así, abrazándote.

—Ey, estoy aquí, ¿vale? No me he ido.

—Eso no lo sabía.

—Venga, vamos a ver qué tenemos en la nevera —dije


cogiéndolo de la mano para llevarlo hasta la cocina.
No pensé que fuera a asustarse de ese modo, ni siquiera que le
importase lo más mínimo si me había marchado o no. Pero le
importaba.

Llegamos a la cocina y empecé a sacar todo lo que me parecía


adecuado para preparar algo comestible.

Pollo, pimientos, tomates, patatas, berenjenas.

Le pedí que troceara los pimientos y un par de berenjenas


mientras yo me encargaba de los tomates. Cuando acabamos,
lo sofreí todo con una pizca de sal y cebolla, en lo que él me
cortaba el pollo en taquitos pequeños.

Lo reservé, partí las otras dos berenjenas en rodajas, esas que


puse sobre una bandeja para horno con las patatas que también
había troceado.

Mezclé el pollo con el sofrito y lo añadí a la bandeja, poniendo


queso por encima.

Aquella era una receta de mi madre, y me encantaba. Era


ligera y sana para tomar en la cena.

Mientras esperábamos que se horneara, nos tomamos una copa


de vino, y acabamos frente a la ventana observando el puente
iluminado.
—¿Cuándo volveremos a Boston? —pregunté, mientras le
acariciaba el brazo distraída.

—¿Ya quieres irte? —preguntó en respuesta, dándome un beso


en la mejilla.

—No, no. Era solo curiosidad. Mi madre me preguntó ayer.

—Aún me queda trabajo unos días.

—Vale.

—¿Qué te parece si mañana te invito a comer?

—Me parece muy bien —sonreí mirándolo y me besó.

—Tengo una reunión, pero te prometo que estaré aquí antes de


la una.

—No tienes que prometer nada, Paul, has venido por trabajo,
no de vacaciones.

—En realidad, quería que vinieras a mi casa antes de que la


vendiera. Pensé que podría quedarme con algunos buenos
recuerdos. Han sido demasiado los malos que acumula —dijo
acabándose de un trago el vino.
Se apartó y regresó a la cocina para servirse otra, mientras yo
lo miraba y me preguntaba si algún día me contaría todo
acerca de esos demonios que había mencionado dos veces.

Decía que yo era su ángel, pero no sabía qué tipo de demonios


le acechaban.

Habíamos dormido juntos varias noches, y en alguna que otra


ocasión le notaba moverse, ponerse tenso y cuando escuchaba
mi voz, parecía relajarse.

No sabía si él era consciente de que tenía pesadillas, ni de qué


sería lo que las causaba, pero esperaba que algún día tuviera la
suficiente confianza conmigo como para hablar de ellas.

—La cocina huele de maravilla —dijo cuando regresó.

—Pues espero que te guste.

—Seguro que sí. No pensé que fueras tan manitas en la cocina.

—Eso es gracias a mi madre —sonreí—. Pasé muchas horas


en la cocina con ella cuando era pequeña.

—Creí que pasabas muchas horas patinando.

—Ah, eso también. Los patines y yo, éramos uno solo.


—¿Alguna vez has pensado en volver a patinar? —preguntó
llevándose la copa a los labios.

—¿Recuerdas que me preguntaste cuál era mi mayor deseo?

—Sí.

—Pues acabas de responderte tú mismo.

—¿Quieres patinar de nuevo?

—Con poder subirme a unos patines, sin quedarme paralizada


por miedo a caer, me conformo —me encogí de hombros y
miré por la ventana, perdiéndome en mis pensamientos, en
aquellos días en los que el sonido de las cuchillas de los
patines deslizándose por el hielo era el que me acompañaba.

Terminamos aquella segunda copa justo cuando el horno avisó


que había terminado.

Fui a la cocina y saqué nuestra cena, dejándola que se enfriara


unos minutos mientras preparábamos la mesa entre los dos.

Paul me cogió entonces sin que lo esperara, me rodeó por la


cintura y se quedó mirándome fijamente.
—¿Qué? —pregunté frunciendo el ceño.

—Eres preciosa, Abby.

—Eh… gracias.

Se inclinó para besarme y volvió a la cocina para coger la


botella de vino, esa con la que regresó para dejarla en la mesa.

Ese hombre conseguía que me quedara paralizada ante su sola


presencia, que me faltara el aire o que apenas me salieran las
palabras.

Pero también era el causante de muchas de mis sonrisas de


aquellos últimos días.

Nos sentamos a cenar, alabando aquella delicia que le había


preparado, y me preguntó qué tipo de comida me apetecía para
el día siguiente.

A ambos nos gustaba la comida china y la italiana, por lo que


tuvimos que decidirnos por una de ellas.

Finalmente, acabó ganando la comida china.


Capítulo 18

Después de cenar recogimos todo, lavamos y secamos los


platos, así como las copas, y Paul me cogió de la mano para
llevarme hasta el salón, ese en el que comenzó a sonar una
suave melodía mientras la única luz que nos acompañaba, era
la de la Luna entrando por la ventana.

—Jamás habría imaginado que, a un hombre como tú, le


gustara tanto bailar —dije con la cabeza apoyada en su
hombro—. ¿Por qué era lo único que querías hacer en la sala
del club?

—No quería follarte y ya, a ti no.

—Pero, dijiste que llevabas meses viéndome. Supongo que…


me desearías.

—Lo hacía, pero me parecías tan frágil, tan delicada.


—No me conocías, ni siquiera me habías visto la cara.

—Tu forma de moverte en el escenario me lo decía. El modo


en que tus ojos brillaban, con una mezcla de tristeza y dolor.
Necesitaba conocerte —dijo, acariciándome la mejilla.

Seguimos bailando al ritmo de aquella melodía con la que


parecía que nos meciéramos, y sentí su cálida y suave mano
tocándome la barbilla.

Me levantó la cabeza haciendo que lo mirara, y aquello fue mi


perdición.

Quedé enganchada a sus profundos y penetrantes ojos verdes,


esos con los que deseaba encontrarme cada mañana al
despertar, y que fueran lo último que viese cada noche.

Respiré hondo, embriagándome con aquella mezcla de vino y


su varonil perfume. Estando entre sus brazos, me hacía sentir
en casa.

Paul se inclinó, acercando cada vez más sus labios a los míos,
y me besó con ternura.

En sus movimientos, en sus gestos, no encontraba nada de


aquella rudeza que había visto otras veces.
Jadeé en sus labios, dando paso a aquella lengua que me moría
por recibir.

Me estrechó aún más fuerte, pegándome a su cuerpo mientras


el mío se estremecía a cada segundo que pasaba.

Los jadeos pasaron a ser gemidos, leves y como si de susurros


se tratara, al mismo tiempo que su mano comenzaba a bajar
por mi brazo hasta encontrarse con la otra.

Sentí que iba a desmayarme cuando el beso tomó un nuevo


nivel, subiendo de intensidad mientras que la mano continuaba
con su recorrido por mi cuerpo.

Llevaba unos pantalones vaqueros que no parecían ser


impedimento para Paul y alcanzar su objetivo, ese que yo
deseaba que alcanzara lo antes posible.

Desabrochó el botón, comenzó a bajar la cremallera despacio,


haciendo que me impacientara, y noté cómo llevaba su mano
por dentro hasta cubrirme el sexo con ella.

Separé ligeramente las piernas, dándole acceso a esa zona que


había empezado a humedecerse, y volví a escucharme gemir
cuando apartó la tela de la braguita para deslizar un dedo entre
mis pliegues, llevándose consigo el fruto de sus caricias.
Entrelacé mis manos alrededor de su cuello, sosteniéndome de
ese modo en caso de que me flaquearan las fuerzas.

Él conseguía eso, él era el causante de que mis piernas se


volvieran frágiles y temblorosas cuando me tocaba.

Me pregunté si alguna vez podría superarlo cuando todo


acabara, si podría olvidar el modo en que me besaba, cómo me
tocaba y todo aquello que me hacía sentir cuando me tenía
entre sus brazos. Porque estaba segura de que no era más que
otra de sus muchas conquistas, esas que él reconocía haber
tenido a pesar de que a sus familiares y amigos se las había
ocultado.

No, mi cuerpo jamás le olvidaría, y si alguna vez volvía a


buscarme, sabía que no podría decirle que no.

No cuando me hacía estremecer con un simple roce de sus


dedos en mi mejilla, una leve caricia o uno de esos breves y
rápidos besos con los que tanto llegaba a sentir.

Paul siguió acariciándome mientras enredaba mis dedos en su


cabello, tirando ligeramente de él, haciéndole saber que quería
más, que necesitaba mucho más en ese momento.

Mordisqueé sus labios y me miró con fuego en los ojos, con


aquella pasión y lujuria que conocía, esa que me moría porque
dejara salir.
Me pareció que gruñía cuando retiró su mano de entre mis
piernas y protesté como respuesta.

Fue entonces cuando lo vi quitarse la ropa con rapidez,


quedándose completamente desnudo ante mí, en apenas unos
minutos.

Me quitó la camiseta, se apoderó de mis labios con un beso


cargado de deseo y promesas de lo que estaba por llegar, me
bajó el pantalón junto con la braguita despojándome de todo
cuanto nos impedía sentirnos, y mientras sus labios devoraban
los míos con urgencia, con necesidad, me cargó en sus brazos
para llevarme hasta la mesa en la que habíamos estado
cenando poco antes.

Sentada y con él entre mis piernas, le rodeé la cintura con ellas


mientras sus manos se deslizaban por mis costados, mis
pechos y los muslos, sintiendo el roce de su palpitante y dura
erección rozándose con mi clítoris.

Gemí mientras él seguía besándome, mientras llevaba su mano


a mi sexo y lo deleitaba con leves caricias, me penetraba y
hacía que arqueara la espalda en busca de más.

Acabó recostándome sobre aquel cristal, repartiendo besos por


mi cuello, el pecho, lamiendo mis pezones y
mordisqueándolos mientras tiraba de ellos, provocándome
gritos de placer, y comenzó a lamerme el clítoris, alternando
delicadeza con brusquedad, penetrándome con dos dedos,
llevándome a la locura mientras gritaba su nombre y me
agarraba a su cabello tirando de él.

Estando en aquella mesa, con él saciando su apetito sexual y el


mío propio en esa posición, me vino a la mente la noche en
que compartimos un momento así en la sala del club.

Los recuerdos de lo ocurrido mezclados con lo que sentía en


ese preciso instante, hicieron que el orgasmo me alcanzara
como si de un rayo se tratara.

Me corrí mientras Paul seguía lamiendo sin parar, con una


mano sobre mi vientre de modo que no pudiera moverme,
haciendo que aquel fuera el orgasmo más intenso y salvaje que
había experimentado en toda mi vida.

Cuando se vio satisfecho ante esa recompensa por su trabajo


en mi sexo, me acercó un poco más hasta él y me penetró con
fuerza, agarrándome por las caderas y llevándome al encuentro
de sus poderosas embestidas.

Los gritos y gemidos de ambos se mezclaban en aquel oscuro


salón con la melodía de una nueva canción.

El temblor de mi cuerpo, las nuevas sacudidas que sentí con


cada penetración, el modo en que Paul me miraba con esas
llamaradas lujuriosas en los ojos, fueron el detonante de un
nuevo orgasmo con el que le recompensé.

Aumentó el ritmo, comenzó a tocarme el clítoris con el pulgar


para que no perdiera aquel estado de excitación al que me
había llevado, y no paró hasta que volví a correrme al mismo
tiempo que a él, le alcanzaba su propio orgasmo.

El gritó de liberación que salió de sus labios mientras se


enterraba profundamente en mí, con la cabeza ligeramente
hacia atrás, hizo que me estremeciera.

Se inclinó para besarme con fuerza, cogiéndome en brazos sin


salir de mi interior, y me llevó hasta el dormitorio donde
acabamos recostados en la cama, enredados entre besos y
caricias que nos volvieron a poner en un estado de excitación
tal, que presentí que aquella iba a ser una de esas largas noches
en las que Paul me hacía suya.

Lejos quedaban el misterioso admirador y la mujer que se


ocultaba tras una máscara, así como mi miedo al rechazo
cuando él supiera que yo era consciente de quién era el
hombre con el que me acostaba en aquella sala.

Tal vez nunca lo reconociera, tal vez él ni siquiera se hiciera


una idea, pero estaba enamorada de Paul.

Completamente enamorada.
Capítulo 19

Aproveché esa mañana de miércoles para darle un repaso de


limpieza al apartamento de Paul, por mucho que él dijera que
ese no era mi deber durante mi estancia en Londres, bien
sabían quienes me conocían que no me podía estar quieta.

Además, no era más que quitar un poquito de polvo aquí y


allá, no es que me fuera a poner a quitar cortinas para lavarlas,
como hacía mi madre una vez al mes.

Más que nada porque en el apartamento no había cortinas.

Paul había salido a una reunión y quedó en que me recogería


para comer a la una, así que a las doce ya estaba yo echando
un ojo al armario para ver qué me ponía.

Acabé decantándome por una de mis preciosas faldas largas


fresquitas y una camiseta de tirante fino con las cuñas negras.
Iba monísima.

Aún quedaban unos diez minutos para que llegara, por lo que
le mandé un mensaje diciéndole que me recogiera en el
puente, iba a ir a tirarme un par de fotos para enviárselas a
Fanny.

En cuanto se las mandé, me contestó que ya era hora, que


faltaba la del Big Ben, y tuve que decirle que el día anterior
me había dejado el móvil en casa.

Fanny: ¿Saliste por una ciudad que no conoces sin teléfono?


Ya te vale, Abby, lo que no sé es cómo no te han secuestrado
todavía. Menos mal que aquello es Londres, y no un poblado
perdido de la selva, donde te sacan los órganos para
venderlos.

Me eché a reír, porque a exagerada y paranoica no había quien


ganara a mi mejor amiga.

Secuestrarme, a mí, menudo chiste acababa de decir. ¿Quién


querría hacer eso? Nadie pagaría el rescate que pidieran, ya
que mis padres vivían al día.

Estuve allí en el puente paseando hasta que me llamó Paul, que


me esperaba apoyado en el coche con los tobillos cruzados, las
manos en los bolsillos del pantalón, y una de esas sonrisas que
derretían a cualquiera.
—Hola, preciosa —dijo nada más acercarme, cogiéndome con
una mano por la cintura y pegándome a él para darme un señor
beso, uno de esos de final de película romántica. Si hasta
juraría que escuchaba la típica música que acompañaba a
aquellas escenas—. ¿Nos vamos?

—Sí —sonreí y me dio un beso en la frente antes de abrirme la


puerta—. Hola, Frank.

—Buenas tardes, señorita Grayson.

—¿Qué tal la mañana, preciosa? —me preguntó Paul,


pasándome el brazo por los hombros.

—Bien, ¿y la tuya?

—Agotadora. En cuanto lleguemos a casa me meto en la


ducha y me siento en el sofá a ver una peli, de ahí no me
mueven.

—Es un buen plan. ¿Puedo acompañarte?

—¿A la ducha también? —murmuró arqueando la ceja.

—Sobre todo a la ducha, señor Benton.


—Eres una provocadora —contestó mientras me pasaba el
pulgar por los labios.

Nos quedamos mirando y fui consciente de lo que me decía sin


palabras en ese momento. Aquello era una promesa de lo que
ocurriría no solo en la ducha, sino fuera de ella cuando
estuviéramos en casa.

En casa, dos palabras que él me había repetido a lo largo de


esos días, como si yo también fuera dueña de ese lugar.

Me acomodé entre sus brazos y pensé en cuánto me gustaría


vivir con él.
Pero no ocurriría.

Llegamos al restaurante y nos acompañaron a una mesa, no


había hecho reserva, pero le conocían y nunca le ponían
problema, según me comentó.

Pidió vino y eché un vistazo a la carta, había un par de platos


que me llamaron la atención y acabé eligiendo uno.

—¿Quieres que te asesore? —preguntó.

—No, gracias, hoy sí sé lo que quiero —sonreí mientras


dejaba la carta sobre la mesa de nuevo.
—Eso está bien. ¿Puedo saber qué quieres?

—Bistec.

—Ah, tú te referías a la comida. Vale, y yo pensando que me


hablarías de lo que te apetecía hacer después en casa.

—¡Paul! —protesté riendo— No se habla de intimidades en


lugares públicos.

—¿Es que crees que toda esta gente no folla? —murmuró.

—Pues, a lo mejor hay muchos que no. A ver, ¿quién te dice a


ti que aquellas mujeres con carita de buenas, no son monjas?

—Dudo que los hábitos sean tan cortos —arqueó la ceja, al


comprobar que las cuatro mujeres a las que me refería llevaban
faldas de ejecutiva por encima de las rodillas.

—No puedo contigo —volteé los ojos—, es que tienes


respuestas para todo.

—Gajes del oficio —se encogió de hombros.

La camarera llegó para tomarnos nota, pedimos y cuando


volvimos a quedarnos a solas me preguntó si había hablado
con mis padres, a lo que dije que le enviaba mensajes a mi
madre todos los días.

—Alan me ha enviado un mensaje esta mañana —me dijo—.


Mi madre está muy entregada a esa nueva fundación, la que
llevará tu nombre.

—No tenía que haberse embarcado en ese proyecto —


contesté, cabizbaja mirando mi copa—. Ahora estoy en boca
de todo el mundo por algo que no es verdad. No quiero que el
nombre y la reputación de tu madre se vean manchados por
eso.

—Abby, deja de preocuparte, ¿de acuerdo? Mi madre sabe


cómo enfrentarse a esas situaciones. La prensa habla más de la
cuenta, ya lo sabes.

—Tuvieron motivos, esa bruja y la rata de Albert…

—Se acabó —me cortó cogiéndome la mano por encima de la


mesa—. No quiero oír hablar más de ese hombre, y tampoco
de lo que dijo la prensa. Los dos sabemos que no eres la
persona que quisieron mostrar. ¿Llegaste a leer alguno de los
miles de comentarios buenos que dijeron sobre ti?

—Ah, pero, ¿hubo alguno de esos?


—Por supuesto que sí, preciosa. Muchos de tus seguidores
decían que siempre fuiste una luchadora, que todo el mundo
debería recordar la gran patinadora que eras, y si ahora
bailabas, ¿cuál era problema?

—Te lo estás inventando —entrecerré los ojos.

—Vale, me has pillado —sonrió.

—Paul, sé que intentas animarme, pero déjalo. La gente


hablará siempre, inventarán cosas para dañar a otras, y por
mucho que queramos, esas mentiras no desaparecerán. Al
menos ahora no tengo que seguir pagando a Albert cada mes.

Nos sirvieron la comida y me encargué de cambiar de tema,


preguntándole por sus reuniones de trabajo, y sobre todo por el
negocio que tenía entre manos con la petrolera del señor Hall.

Dijo que ese asunto iba mejor que bien, que tenía al viejo Carl
en el bote y que tanto él, como su sobrino, estaban encantados
de que se asociara con ellos en la empresa.

—Parte del éxito de esta nueva inversión es gracias a ti —dijo


haciéndome un guiño—. Voy a tener que llevarte como mi
acompañante a más cenas.

—Dudo mucho que fuera por mí —reí.


—Pues yo estoy convencido de que sí. Tendré que hablar con
Enzo, hay que revisar bien tu contrato de secretaria.

—Paul, eres consciente de que nunca fui secretaria de Enzo,


¿verdad?

—Pero ahora lo eres.

De verdad que no podía con él, me rebatía todo y siempre


quería salirse con la suya, desde luego que se notaba que era
bueno para los negocios, no era de extrañar que tuviera tanto
éxito en las inversiones.

Terminamos de comer y regresamos a casa, dado lo que


habíamos hablado horas antes, los dos estábamos deseando
darnos esa ducha relajante y acomodarnos en el sofá.

Solo de pensar en lo que ocurriría, me estremecí y noté que


Paul se reía, como si acabara de leerme la mente.

Nos despedimos de Frank, entramos cogidos de la mano al


edificio y en cuanto las puertas del ascensor se cerraron detrás
de nosotros, Paul me pegó a la pared y comenzó a besarme con
urgencia.

Noté que sus manos subían la falda con rapidez, y no tardé en


sentir una de ellas entre mis piernas, sobre mi sexo.
Gemí, me mordisqueó el labio y cuando el ascensor avisó que
habíamos llegado a la última planta, cargó conmigo en brazos
para entrar en el apartamento.

Me sentó en la mesa del salón, se quitó la chaqueta y cuando


fue a quitarme la braguita, sonó su teléfono.

—Mierda —murmuró, pero siguió besándome.

—Cógelo, puede ser importante.

—Que les den, he dicho que no me molesten en toda la tarde


—siguió besándome, pero su móvil no dejaba de sonar.

—Paul —lo aparté—. Cógelo.

—Maldita sea —protestó sacando el móvil del bolsillo del


pantalón—. Sí —contestó enfadado—. ¿Ahora? Estoy
ocupado —cerró los ojos y se pasó la mano por la frente—.
Está bien, voy para allá —colgó y me miró—. Tengo que irme,
pero no creas que voy a olvidarme de dónde nos hemos
quedado.

—Tranquilo, yo tampoco —le aseguré y me dio un beso antes


de ponerse la chaqueta y llamar a Frank para que volviera.
—No te me escapas, pequeña —me advirtió desde la puerta
mientras me señalaba—. Esta noche no te me escapas.

No se me ocurriría, desde luego, porque le deseaba tanto como


él a mí.
Capítulo 20

Acababa de quitarme la ropa y estaba a punto de darme una


ducha, cuando escuché que llamaban al timbre. Me puse el
albornoz y fui a abrir pensando que podría ser Paul que se
habría dejado las llaves, o algo así.

Pero no, no era Paul quien estaba al otro lado, en el pasillo,


con esa sonrisa que tanto asco me producía.

—David, Paul no está, ha salido.

—Lo sé, ya creí que ese idiota no se marcharía nunca. ¿Qué le


das para que esté tan enganchado a ti? —preguntó entrando
antes de que pudiera evitarlo.

—¿Qué haces? Vete, no puedes estar aquí.

—¿No puedo estar en el apartamento de mi socio? Vamos,


princesa, no me hagas reír.
—Si no está Paul, no puedes entrar. Me deja al cargo de la
casa.

—¿Crees que es tu casa también? Qué bonito —volteó los ojos


—. No eres más que una puta, Abby, una de tantas que han
pasado por la cama de Paul, y por la mía. ¿O no te ha contado
que compartimos a nuestras conquistas? Lo que no entiendo es
por qué aún no me ha invitado a follar con vosotros. Tendré
que tomar medidas —se encogió de hombros abalanzándose
sobre mí.

—¡Para! —grité tratando de apartarlo, empujándolo del pecho


hacia atrás, pero aquel maldito gordo asqueroso tenía mucha
más fuerza que yo.

—No te resistas, princesa, esto iba a pasar antes o después.


¿Creías de verdad que eras especial para Paul Benton? Por
favor, puede tener a la mujer que desee. Y a todas ellas me las
follo yo también. Somos socios, en lo bueno y en lo malo,
como un matrimonio. Y ahora, sé buena, estate quieta, y abre
las piernas, puta —dijo mientras me abría el albornoz.

En ese instante volví a la noche en la que Albert intentó


forzarme, se me saltaron las lágrimas y no quería quedarme
como aquella vez, paralizada por el miedo y completamente
indefensa.
Pero David me acababa de recostar en el respaldo del sofá,
inclinada hacia delante, tapándome la boca con la mano
mientras con la otra me apartaba la braguita.

Cerré los ojos al notar su asquerosa mano en mi sexo,


deslizándose por el clítoris mientras jadeaba.

—Dios, qué bien me lo voy a pasar contigo. Tienes un coñito


de esos jóvenes que tanto me gustan —me dieron arcadas solo
de pensar en que intentara siquiera penetrarme.

Me retorcí y traté de golpearlo con el pie, pero no podía, me


había separado las piernas y estaba colocado entre ellas,
moviendo las caderas mientras rozaba su miembro contra mis
nalgas.

—No sabes las ganas que tenía de quedarme a solas contigo.


Ya estaba cansado de que Paul te quisiera solo para él. ¿Sabes
lo mal que se pasa cuando quieres follarte un coñito como este,
mientras ves cómo lo hace tu amigo?

Aquello me pilló por sorpresa, me giré para mirarlo y lo vi


sonreír cuando vio que tenía los ojos muy abiertos, además de
cubiertos de lágrimas.

—Ah, me encanta veros llorar tratando de evitar, falsamente,


que os folle. Veo que Paul te ha dicho que me gustan así, que
pongan resistencia. Pero, ¿de verdad te ha sorprendido que te
dijera que os he visto follar? No puedo creer que Paul no te
mencionara ni una sola vez, que tengo acceso a las cámaras
que hay en este apartamento, colocadas estratégicamente, para
ver cómo folla con nuestras chicas. La de noches que he
pasado masturbándome viendo una y otra vez tu cara de
placer, pequeña puta —sonrió y tras apartar la mano, se
abalanzó sobre mis labios.

Me resistí todo lo que pude, pero acabó metiendo su sucia


lengua en mi boca mientras uno de sus dedos se adentraba en
mi vagina.

Le mordí, consiguiendo que me soltara y se retirara, momento


que aproveché para salir corriendo hacia la cocina, donde cogí
un cuchillo.

—¿Qué crees que estás haciendo, Abby? —gritó desde el salón


— Ven aquí, joder.

No contesté, busqué mi móvil porque recordaba que lo había


dejado por allí cuando fui a beber agua antes de ir a darme una
ducha, pero no estaba. Fue cuando caí en la cuenta de que lo
había llevado conmigo al cuarto de baño.

Estaba jodida, muy jodida en ese momento.

—Vamos, Abby, no te resistas más, princesa. Ven a darle a


papi David lo que quiere.
—¡Púdrete, hijo de puta! —grité, con lágrimas en los ojos.

—Me estás poniendo cachondo, más de lo que venía. Ven, que


te voy a follar mejor que mi socio. Vas a disfrutar tanto, que no
querrás que Paul vuelva a ponerte una mano encima, vendrás
conmigo.

—Antes me corto las venas, desgraciado.

—Suelta el cuchillo, y ven, que tengo una polla esperando esa


dulce boquita.

—No te acerques —dije apuntándole con el cuchillo—, o juro


que te mato.

—Oh, por favor. No sigas fingiendo que no sabes nada de lo


que hacemos Paul y yo. Si hasta pasamos la última noche de
Patrick los tres juntos con una chica. ¿No te ha hablado de lo
que pasó aquella noche? Nos follamos a esa preciosidad
durante horas. Íbamos de coca y alcohol hasta las cejas, pero
fue la mejor noche de nuestras vidas. Una buena despedida
para Patrick, que era el alma de esas noches de locura. Paul se
fue aficionando poco después, y hasta hoy. Seguimos
compartiendo como buenos socios.

—Me das asco, David —le aseguré—. Jamás me acostaría


contigo.
—Claro que te vas a meter conmigo en la cama, princesa.
También vamos a follar en el suelo, en el sofá, sobre la mesa…
Dios, cómo me puse al ver a mi socio follándote sobre ella.

—¡No te acerques! —grité al ver que daba un paso hacia mí.

—Vuelve al salón, siéntate en la mesa, y dame ese coño para


saborearlo y follármelo.

Perdí el equilibrio momentáneamente, lo que ocasionó que


David me alcanzara y, tras quitarme el cuchillo, volvió a
cogerme en brazos con fuerza. Me recostó sobre la mesa,
bocabajo y con las piernas separadas, y escuché cómo rasgaba
la braguita.

Le supliqué llorando que no lo hiciera, que me dejara ir, pero


solo conseguí que se riera ante mis lágrimas.

—No me voy a ningún lado, princesa, hasta que me corra aquí


dentro —susurró mientras me penetraba con fuerza con el
dedo.

Me hacía daño, quería que parara, pero él seguía reteniéndome


por las muñecas pegadas a mi espalda.

Mientras llevaba su asqueroso dedo a mi interior, movía las


caderas haciendo que el roce de su miembro contra mis nalgas
me hiciera sentir náuseas.

Quería que parara, que todo aquello acabara cuanto antes, pero
no entraba en los planes de David dejarme libre.

En ese momento supe que lo peor estaba por llegar, que


acabaría llevando a cabo su amenaza de tomarme por la
fuerza, y aquello sería mi perdición, lo que me llevaría a no
poder volver a levantarme del pozo en el que sabía que
acabaría cayendo.

—¿De verdad no te ha contado nunca qué pasó la noche que


murió su hermano? Deberías preguntárselo, princesa. Todos
saben que fue culpa suya, que, de no haberle convencido para
todo lo que hizo Patrick, ahora estaría vivo —mientras hablaba
escuché cómo se desabrochaba el pantalón.

Dejé de luchar, dejé que mi cuerpo se relajara esperando lo


peor, y cuando noté la punta goteante de su miembro entre mis
nalgas, cerré los ojos y me dispuse a poner la mente en blanco.

—¡Suéltala, David! —el rugido de Paul me llegó tan cerca,


que no tardé en notar cómo el cuerpo de David se alejaba del
mío.

No me quedaban fuerzas para mantenerme en pie, así que me


dejé caer y acabé sentada en el suelo, junto a la mesa en la que
aquel desgraciado estuvo a punto de violarme.
—¿Se puede saber qué haces? —gritó David.

—¿Qué cojones haces tú, David? —le increpó Paul.

—Follarme a esta puta, como hago con todas las demás.

—Abby no es como todas las demás, te lo dejé claro la


primera noche.

—Vamos, socio, no me jodas. No es más que una puta, y


siempre compartimos a las chicas —dijo con sorna y una
diabólica y lasciva sonrisa mientras me miraba.

—No la mires, y no vuelvas a intentar tocarla, David, o juro


que te mato.

—No me digas que te has enamorado de ella, porque no me lo


creo. Es una más, solo una puta jovencita más para follarnos.

David no esperaba el puñetazo que le dio Paul, ese por el que


perdió el equilibrio y acabó de rodillas en el suelo.

Paul se inclinó sobre él, lo cogió por el cuello de la chaqueta y


le dio un puñetazo más.

—Te mataría ahora mismo —dijo.


—Paul —lo llamé, me miró y se le suavizó el semblante un
poco.

Lo vi apretar los dientes, así como las manos, una para agarrar
con más fuerza a David y la otra para golpearle. Pero le
supliqué que no lo hiciera, que no se jugara de ese modo su
reputación.

—Vaya, el gran Paul Benton dominado por una puta, ver para
creer… —dijo David con una sonrisa.

—Lárgate —le exigió Paul, poniéndolo en pie—. Vete de mi


vista y no vuelvas por la empresa.

—No me jodas, Paul.

—No, David, no tienes ni puta idea del modo en que voy a


joderte a partir de ahora. ¡Frank!

—¿Sí, señor? —al escuchar la voz del chófer me quedé sin


aire en los pulmones, ¿había estado ahí todo el tiempo?

—Lleva a David a su apartamento, y asegúrate de que los


chicos se encargan de tenerlo vigilado. Mañana iremos a
hacerle una visita.
—Sí, señor —Frank asintió y cogió a David por el brazo para
sacarlo del apartamento.

—Esto no quedará así, y lo sabes. Tarde o temprano me follaré


a Abby, Paul.

—Vete de mi vista, antes de que te mate y me deshaga de tu


cadáver, hijo de puta —dijo Paul.

Yo seguía allí sentada, cubriéndome como podía, llorando y


temblorosa, mientras Frank sacaba a David del apartamento.
Vi a Paul acercándose y, sin decir una sola palabra, me cogió
en brazos y fue hasta el sofá, donde se sentó conmigo sobre su
regazo.

—Ya está pequeña, ya pasó —susurró acariciándome la


espalda.

—¿Qué pasó la noche en que murió tu hermano? —pregunté


— ¿Qué es lo que guardas con tanto secreto que David me ha
insinuado? Paul, puedes confiar en mí, necesito saber si esos
son los demonios de los que siempre has hablado.

Lo vi cerrar los ojos, luchando internamente consigo mismo,


debatiendo si contármelo o no. Hasta que me cogió ambas
mejillas, secándome las lágrimas que corrían por ellas con los
pulgares, me miró fijamente y acercó sus labios a los míos
para besarme con una mezcla de ternura, miedo y posesión que
nunca antes había sentido.

¿Tan malo sería lo que guardaba para sí mismo, que temía


hablar de ello conmigo?

—No soy Paul, sino Patrick…


Capítulo 21

Si no fuera por la seriedad con la que acababa de hablar, por


cómo me miraba y por el brillo en sus ojos verdes, que lo hacía
parecer más oscuros de lo que eran, pensaría que me estaba
tomando el pelo con aquella declaración.

—No tiene gracia, Paul —dije, tras varios minutos en silencio.

—No estoy bromeando, preciosa —contestó apartando la


mirada, avergonzado.

—¿Te estás oyendo? ¿Cómo vas a ser Patrick? Tu hermano


murió hace años, por el amor de Dios.

—Fue Paul quien murió, Abby, Paul y no Patrick.

—Mira, si lo que quieres es que me vaya y no vuelva, dímelo,


porque después de lo que ha estado a punto de ocurrir, te
aseguro que no volvería a este apartamento, en mi vida.
—No —me miró con el ceño fruncido—. No quiero que te
vayas, Abby. No quiero perderte, pequeña, eres mi ángel.

—Pues deja de decir tonterías, Paul.

—Soy Patrick, preciosa —sonrió con desgana—, por mucho


que lleve años fingiendo ser quien no soy.

—No lo entiendo, si fue Paul quien murió, ¿por qué fingirías


ser él? ¿Por qué dejar tu vida para vivir la de quien no eres?

—Porque vi justo que debía ser su vida, y no la mía, la que


siguiera adelante.

—No entiendo nada —me llevé las manos a la cabeza,


empezaba a dolerme después de haber pasado por ese episodio
con David, y ahora esa confesión sin sentido.

—Aquella noche salimos a cenar con unos clientes míos,


cerramos un buen negocio. Paul y yo, éramos socios en eso de
las inversiones, pero era él quien figuraba en todos los
contratos, yo me limitaba a cerrarlos y conseguir que todo
fuera un éxito. Era él quien se hacía cargo de la aerolínea aquí
en Londres, yo vivía en Boston y me encargaba de nuestro
negocio paralelo. Después de la cena, fuimos a tomar unas
copas, lo llevé a un local al que solía ir cuando venía a
visitarle, David nos acompañó y nos desfasamos un poco.
Drogas, alcohol y sexo con una chica los tres, durante varias
horas. Nos despedimos de David en la puerta del local, Paul y
yo cogimos su coche, que yo conducía, y regresamos aquí —
dijo mirando el apartamento.

—Pero tuvisteis el accidente —murmuré.

—Sí —suspiró, pasándose las manos por el pelo—. En teoría


yo era el que mejor se encontraba de los dos, Paul no estaba
acostumbrado a beber, era el hijo bueno, yo el rebelde. No sé
cómo pasó, pero perdí el control del coche durante apenas un
segundo, lo que fue determinante para que acabáramos dando
algunas vueltas, y tirados en una cuneta. Joder —se dejó caer
con los ojos cerrados hacia el respaldo del sofá.

En ese punto yo tenía un nudo en el estómago, así como las


lágrimas cayendo libremente por mis mejillas de nuevo.

Un segundo, lo único que se necesita para que nos cambie la


vida.

—Paul no debería haber muerto aquella noche, mi padre lo


sabía y yo también.

—¿Tu padre?

—Sí —sonrió mientras negaba—. Él era el único que sabía


diferenciarnos a los dos, nunca supe por qué, ni cómo lo hacía,
pero así era. Cuando abrí los ojos aún en el coche, vi a mi
hermano respirando con dificultad, me di cuenta de que
habíamos chocado con un árbol, la rama atravesó el metal de
la puerta y perforó el costado de Paul.

—Dios mío —me tapé la boca y contuve el llanto que


necesitaba salir con fuerza.

—Estaba malherido, grave y con apenas aliento. Le dije que


iba a sacarlo de esa, que se pondría bien, que vería a Clare y
acabaría casándose con ella y teniendo hijos, pero él me cogió
de la mano y negó. Cuando me miró, lo supe, al igual que él.
No soportaría lo que vendría después, su vida se apagaba. Lo
último que me dijo fue que viviera, que me convirtiera en el
hombre de éxito que él sabía que podría llegar a ser. Paul sabía
que se me daban muy bien los negocios, que tenía ojo para las
inversiones, y quería que siguiera con ello. Me había dado un
golpe en la cabeza y acabé perdiendo el conocimiento.
Desperté horas después en el hospital, nadie sabía quién de los
dos era el gemelo que entró en estado crítico ni quién estaba en
mejores condiciones, dentro de la gravedad de aquel accidente.
No dejaron a mis padres entrar a verme hasta que abrí los ojos
y pedí hablar con ellos. Fue mi padre quien entró, y con solo
una mirada, supo que era Paul quien había muerto. Me dijo
que debería haber sido yo quien muriera esa noche, que, por
mi culpa y mi mala cabeza, su hijo había perdido la vida. Paul
era su favorito, y no lo culpo, mi hermano era el obediente, el
inteligente. Yo, en cambio, no era más que el rebelde que no
seguía las normas del gran señor Benton.
—Pero, no entiendo, si fue Paul quien murió, ¿por qué hacerte
pasar por él?

—Antes de que mi padre saliera a decir quién de sus hijos


había muerto, le dije que podía enterrarme a mí, que podía
contar la lamentable pérdida de su hijo Patrick, y decir que era
Paul, el dueño del coche, el más sensato de sus hijos, el que
había perdido el control del coche tras algunas gotas de lluvia
en la carretera el que seguía con vida. Le aseguré que me iría
de casa, que me encargaría de la aerolínea en Londres y apenas
tendría que verme. Aquella noche decidí vivir la vida que Paul
debería haber vivido, aunque fue inevitable no seguir con
algunos hábitos que siempre había tenido Patrick.

—Y yo que tenía miedo de confesarte que era la misma chica


con la que habías estado follando en el club de Enzo —dije,
poniéndome en pie—. ¿Alguien más sabe esto que me acabas
de contar?

—No, nadie, solo mi padre y está muerto.

—¿Por qué me lo has contado?

—Necesitaba hacerlo, pequeña, necesitaba quitarme el peso de


la mentira que cargo desde que te conocí. ¿Sabes lo que es
amar a alguien y no poder escucharla decir tu verdadero
nombre?
Aquellas últimas palabras me dejaron en shock por completo,
no esperaba escucharle decir que me amaba, aunque podría ser
una mentira más.

—Abby, necesito que por favor me asegures que nunca le


contarás esto a nadie, ni siquiera si alguna vez dejamos de
vernos. Para todo el mundo, Patrick Benton murió hace años y
está enterrado en Boston. Todos creen que soy Paul, y así
deberá ser hasta que me muera.

—Puedes estar tranquilo, como has comprobado, soy buena


guardando secretos —dije mirándolo por encima del hombro.

—Abby —apenas había dado un par de pasos para irme a la


habitación, pero me cogió por la cintura y noté que me
abrazaba con fuerza, haciendo que me estremeciera al sentir el
calor de su cuerpo y el aroma de su perfume.

—No le contaré nada a nadie, pero necesito que entiendas que


quiero irme a casa. Quiero pensar, necesito estar con mi gente.

—No me dejes, pequeña —Paul, o Patrick, dijo aquellas


palabras con un desgarro que hizo que se me encogiera el
corazón.

—Lo siento, pero ahora mismo necesito estar lejos de ti.

Suspiró, asintió y me besó el cuello antes de soltarme.


No estaba huyendo como había hecho cuando me descubrió
tras la máscara en el club, sino que necesitaba poner en orden
todo aquello que acababa de contarme.

Para mí era Paul Benton, el hombre al que conocí durante una


comida con amigos en común, y que resultó ser el admirador
misterioso que había estado queriendo tenerme en una sala
durante meses.

¿Cómo hacerme a la idea de tener que llamarlo de otro modo


que no fuera Paul? ¿Cómo entender que me había enamorado
de alguien que no era él? Porque hacía años que dejó de ser
Patrick, con su personalidad y su estilo de vida, para ser Paul,
a pesar de que no se había apartado del todo en eso de
acostarse con mujeres y compartirlas con otros.

Me metí en la ducha y dejé que el agua se llevara las lágrimas


que no paraban de caer por mis mejillas.

Había estado durante semanas viviendo un amor con alguien


que no era quien pensaba.

El hombre que estaba al otro lado de aquella puerta, seguía


oculto bajo el antifaz.
Capítulo 22

Boston, dos semanas después…

No había vuelto a ver a Paul, mejor dicho, a Patrick, desde que


me contó la verdad de quién era.

Aquella noche, a pesar de que nos acostamos en la misma


cama, fue como si estuviéramos cada uno en un lugar del
mundo.

Dormí poco, y procuré moverme lo menos posible para no


despertarlo. Ni siquiera me giré para mirarlo.

A la mañana siguiente cuando me desperté, ya tenía mi billete


reservado para que volviera a Boston ese mismo día, cosa que
agradecí porque realmente necesitaba alejarme de él un
tiempo.
No podía hablar de aquello con nadie, ni siquiera con mi mejor
amiga y confidente, porque sería romper la palabra que le
había dado a él.

Sabía guardar un secreto mejor que nadie, había mantenido el


mío durante años sin que lo supieran mis padres, tan solo
quienes yo decidí que lo supieran, o en el caso de Albert, que
me chantajeó cuando lo descubrió todo.

A Fanny le pedí una de nuestras tardes de chicas que


compartió conmigo encantada, le hablé de los días que había
pasado en Londres con Paul y confesé lo que ella sabía al igual
que y yo, que me había enamorado hasta la médula de aquel
hombre de ojos verdes que me robaba el aliento.

No entendía que yo hubiera vuelto y él no, por lo que tuve que


contarle lo ocurrido con David, su socio, y que fue el motivo
de que marchara tan apresuradamente de Londres, dejando a
Paul allí para romper toda relación con ese individuo.

Rompí a llorar y me abrazó como tantas otras veces, creyendo


que mi llanto era por culpa de ese hombre que intentó
forzarme, cuando en realidad era porque estaba superada con
todo lo que me había contado Paul, sobre la noche del
accidente en la que murió su hermano.

Seguía sin poder pensar en él como Patrick, dado que era


como si no conociera a ese gemelo, yo conocía a Paul y amaba
a Paul.
Me había escrito preguntándome cómo estaba, interesándose
por mí, como hizo durante el tiempo que desaparecí tras lo
ocurrido con Loreta y la prensa. Pero no le contestaba.

Mi madre y Tessa, se habían hecho muy buenas amigas en ese


tiempo, y estuvimos hablando largo y tendido sobre el
proyecto que la señora Benton llevaba adelante y con el que
pretendía ayudar a muchas otras personas en mi situación.

Enzo seguía teniéndome como empleada, pero en el puesto de


secretaria y chica para todo. Habíamos descubierto que se me
daban muy bien los números y que cuadraba las cuentas como
si fuera una experta en matemáticas, así que pasó a darme el
mando de la economía del negocio, cosa que a Paul le pareció
perfecto, además de encomendarme la tarea de ir al banco y a
ver a gestor una vez a la semana.

Julia y Trixie, estaban la mar de emocionadas porque mi vida


hubiera dado ese cambio, aunque decían que echaban de
menos pasar unos minutos de charla conmigo mientras me
maquillaban la pierna.

Nunca más volvería a poner maquillaje en la cicatriz, como


decía Tessa, era la marca de guerra que me había quedado tras
mi época de patinadora.

Meli, Sophie y Tina, seguían siendo aquellas chicas que hacían


pases privados en las salas cada día, al igual que Lewis y Olga,
se encargaban de la barra y las mesas respectivamente.

Si hubo algo que cambió en Olga, fue que había decidido


llevar la máscara y a veces incluso lucía pelucas de diferentes
colores, o fingía tener acento de algún otro país, para que
nadie pudiera reconocerla.

Enzo estaba encantado con esa idea, decía que ella era su chica
misteriosa.

Lo que podía asegurar era que, desde que Loreta no formaba


parte del club, estábamos todos mucho más tranquilos y
relajados, incluido Rony, a pesar de que era quien más
contacto estrecho tenía con ella. Pero no la echaba de menos.

—Me marcho, jefe —dije, asomándome al despacho de Enzo.

—¿Ya te vas?

—Sí, he quedado con Tessa para tomar café en su casa. Quiere


enseñarme algunas cosas de la asociación que ha puesto en
marcha.

—Dale recuerdos de mi parte. Nos vemos mañana.

—Sí, chao.
Salí del club y me monté en el coche, con Ed Sheeran como
compañía y aquella canción que hacía años que no había
vuelto a escuchar por todo lo que removía en mí, y sonreí por
primera vez en mucho tiempo.

Perfect, era para mí como el veneno de una serpiente, ese que


puede matarte en décimas de segundo tras una mordedura.

Pero había aprendido a escucharla sin llorar, sin pensar en la


caída, y sin querer sospechar de Max, como tanta gente hacía.

Se había casado mientras estuve en Skanör y ni siquiera me


enteré, tampoco me extrañó que así fuera, ya que su recién
estrenada mujer nunca soportaba que hablaran de mí y le
quitaran a ella el protagonismo que decía merecer.

Habían dado la noticia de la boda, y poco después estalló todo


ese escándalo sobre Abby Grayson y su supuesto trabajo como
prostituta, eclipsando a la gran Melania. Su manera de actuar,
adelantar la boda y vender además la exclusiva de su lujosa
luna de miel en las Maldivas.

Max, por su parte, seguía siendo aquel peón que se dejaba


manejar por ella. Y no, sabía con certeza que él no me había
dejado caer a propósito aquel fatídico día, simplemente fue un
terrible accidente.
Llegué a casa de Tessa rezando para no encontrarme con Paul,
a quien debería acostumbrarme a llamar Patrick, pero lo cierto
era que tampoco le había visto por el club de Enzo mientras yo
estaba trabajando. Según mi jefe, su socio se pasaba a última
hora de la tarde para ver cómo iba el negocio y, sobre todo,
para preguntar cómo estaba yo.

—Abby, mi niña —dijo Tessa, al verme entrar en el salón,


donde me esperaba con una bandeja de café y pastas.

—Hola, Tessa —sonreí abrazándola.

—Estás guapísima, cada día que pasa, mucho más.

—¿Cómo va a ser eso posible?

—Ah, pues lo es, hazme caso, que soy la mayor y la más sabia
de las dos —me riñó mientras se colgaba de mi brazo.

Nos sentamos a tomar el café y estuvo mostrándome algunos


de los locales que había visto con mi madre para poner la
asociación. Contaba ya con varias personas que trabajarían allí
atendiendo el teléfono y demás, y estaba de lo más
emocionada por toda la colaboración que le ofrecían sus
conocidos.

—Se han volcado con esto, querida, tanto como cuando puse
la fundación por mi hijo Patrick —dijo, y noté un pellizco en
el estómago al escuchar aquel nombre.

—Me alegra saber que cuentas con tan buenos amigos, Tessa,
de verdad.

—Ay, niña —sonrió acariciándome la mejilla—. Aquello que


hicieron los de la prensa fue una crueldad. ¿Por qué no se
pararon a pensar que tenías tus motivos para trabajar como
bailarina? Pero claro, la prensa siempre habla más de la cuenta
y no hace otra cosa que verter mentiras sobre la gente.

—Por suerte lo mío está olvidado.

—Aún recuerdo todo lo que se dijo de mi pobre Patrick —


miró hacia el jardín—. Mujeriego, asiduo consumidor de
alcohol y drogas, que no sentaría nunca la cabeza. Y la muerte
me lo arrebató demasiado pronto.

—Lo siento, Tessa —dije pasándole la mano por la espalda.

No era capaz de imaginar lo doloroso que debía ser perder un


hijo, pero lo peor de todo es que no podía contarle la verdad,
decirle que Patrick estaba vivo, porque eso solo haría que abrir
más la herida, sabiendo que enterró a Paul.

—Bueno, creo que este local —cambié de tema cogiendo una


de las carpetas— sería perfecto. Tiene ya todo organizado con
sus despachos y demás. No habría que hacer ninguna reforma.
—Sí, es lo que pensamos tu madre y yo, pero quería
consultártelo. A fin de cuentas, tú estarás allí conmigo.

—Sabes que lo que decidas, me parecerá bien —sonreí.

—Pues decidido, mañana llamo al dueño para hablar. Nos lo


quedamos.

—Vaya, vaya, si están aquí mis chicas favoritas —nos giramos


al escuchar la voz de Alan.

—Hola, hijo. Qué pronto has vuelto.

—¿Pronto? Mamá, son casi las nueve de la noche. Me retrasé


por una reunión con Paul y algunos empleados.

—¿Las nueve? —me sorprendí— Ay, Dios, qué tarde. Me


marcho antes de que mi madre piense que no voy a ir a dormir
a casa.

—¿No te quedas a cenar? Mi hermano no tardará mucho en


llegar.

—No, no, me voy —contesté poniéndome el pie y cogiendo el


bolso.
—¿Nos vemos mañana para comer y te enseño el local, Abby?
—preguntó Tessa, acompañándome a la puerta.

—Claro, dime hora y sitio, y allí estaré.

—Muy bien, cariño. Mañana te aviso. Ten cuidado con el


coche.

—Sí, descuida —nos abrazamos y besamos, subí al coche y


salí de la casa despidiéndome de ella con la mano.

¿Acababa de huir de esa casa con el temor de que Paul llegara


y pudiera encontrarme con él? Sí, lo había hecho. En el fondo
era una cobarde que no quería enfrentarme al hombre al que
amaba, porque, ¿de quién me había enamorado realmente?
¿De Paul, o de Patrick Benton?

Llevaba más de medio camino recorrido, por aquella carretera


poco transitada, o más bien nada a esas horas, salvo el coche
que hacía unos minutos circulaba detrás de mí, cuando noté
que aceleraba y se acercaba cada vez más a mí.

Aparté la vista del retrovisor, ya que si no lo hacía acabaría


cegándome con las luces, y cuando pensé que iba a
adelantarme, me sorprendió chocando conmigo con mucha
fuerza.
Perdí el control del volante, intenté frenar, pero no pude al
sentir un nuevo golpe en la parte trasera.

Noté que el coche parecía estar volando, empecé a dar tumbos


y acabé golpeándome la cabeza, después de eso, nada.

Silencio, oscuridad, el rostro de Paul y los “te quiero” que ya


no podría decirles a mis padres.
Capítulo 23

Me desperté con un dolor de cabeza tan fuerte, que parecía que


me hubieran estado golpeando con un martillo toda la noche.

Cuando abrí los ojos me costó un poco acostumbrarme a


aquella luz, pero no tardé en reconocer el sonido de la máquina
que tenía al lado.

El pitido de aquello que decía que mi corazón seguía


funcionando perfectamente.

Miré alrededor solo para comprobar lo que sabía, que estaba


en la habitación de un hospital, y aquello hizo que los
recuerdos de años atrás, cuando mi vida cambió para siempre,
se agolparan en mi mente.

Vi a Fanny sentada en el sillón junto a mi cama, abrazándose


las piernas, y sonreí al saber que ella, pasara lo que pasara,
siempre estaba a mi lado.
—Fanny —la llamé, con la voz ronca notando áspera la
garganta—. Fanny, despierta.

Poco a poco fue abriendo los ojos, y cuando me vio mirándola,


se echó a llorar tapándose la cara.

—¿Ese recibimiento me das después de horas aquí dormida?


—protesté.

—Llevas tres días en esa cama, Abby —contestó, y la miré


abriendo tanto los ojos que creí que se me saldrían de las
órbitas—. Tres días, y pensé que no despertarías.

—Pues ya ves, he abierto los ojitos para ti, cariño —reí,


tratando de quitarle un poco de hierro al asunto, pero ella
seguía llorando—. ¿Qué hora es?

—Las ocho y media de la tarde.

—¿Estás sola? —pregunté, y negó mientras se secaba las


lágrimas.

—Liam, ha ido a por algo de cena, me he debido quedar


dormida sin querer.

—¿Por qué no te has ido a casa?


—Yo me quedo contigo por las noches, tu madre viene por la
mañana. Voy a llamarla y hablas con ella —dijo cogiendo el
móvil, y después de decirle que estaba despierta, me la pasó.

—Hola, mamá.

—Ay, mi vida —respondió llorando—. ¿Cómo te encuentras?

—Ahora mismo, como si me hubieran dado golpes con un


martillo en la cabeza.

—Te diste un golpe durante el accidente, es normal que te


duela.

—Al menos siento todas mis articulaciones moverse.

—Eso es bueno. En el hombro también te diste un golpe, ¿te


duele mucho?

—Eh… —Cerré los ojos, centrándome en ambos hombros, y


noté una leve molestia en el izquierdo, sin duda me había
golpeado contra la puerta— Un poquito, pero no parece grave.

—Mañana por la mañana me tienes ahí a primera hora, que


estoy deseando darte un abrazo, mi niña. Dice tu padre que él
también irá, y que te quiere mucho.
—Y yo a él, y a ti también. Dale un beso a papá.

—Hasta mañana, cariño. Te quiero.

Colgué y le devolví el teléfono a Fanny, que sonrió al sentarse


de nuevo en el sillón.

—¿Recuerdas qué pasó, Abby? —preguntó poco después.

Le conté la visita a casa de Tessa, que salí casi a las nueve por
lo que había dicho Alan, la carretera, el coche que iba detrás,
las luces cegándome…

—Y entonces noté el golpe. Miré hacia atrás por si había sido


un accidente, pero al ver que se acercaba de nuevo y muy
rápido, chocando otra vez conmigo —suspiré—. No sé por
qué, pero quería sacarme de la carretera y lo consiguió.

En ese momento se abrió la puerta y vi entrar a Liam con


Enzo, que sonrió al verme y se acercó para darme un abrazo.

—Sabía que mi chica saldría de esta —dijo Enzo, haciéndome


un guiño—. ¿Cómo te encuentras, cariño?

—Bien, estoy bien.


—Menudo susto nos diste, Abby —comentó Liam, dándome
un abrazo—. Fanny no quería irse a casa.

—Pues deberías llevártela ahora mismo, estoy despierta y no


creo que necesite vigilancia.

—Voy a avisar al médico, para que te echen un vistazo —dijo


Fanny, cogiendo el teléfono de la mesita.

No tardaron en entrar un par de médicos y una enfermera,


comprobaron que todo estaba bien y se marcharon diciéndome
que les avisara si necesitaba cualquier cosa.

—Me ha dicho que la sacaron de la carretera —les comentó


Fanny a Liam y Enzo.

—¿Quién querría sacarte de la carretera? —preguntó Enzo,


sentándose en la cama.

—No lo sé, pero… —Me llevé la mano a la cabeza, notando


un pinchazo bastante fuerte— Creo que vi la matrícula del
coche que me golpeó.

—¿Estás segura, Abby? —cuestionó Liam.

—Sí, creo que sí.


—Joder, pues habría que hablar con la policía. En aquel tramo
de carretera no hay cámaras, tampoco pasaba nadie en el
momento del accidente y pensamos que te habías salido
porque habrías perdido el control o algo, no que quisieran
echarte de ella —dijo Enzo.

—Voy a llamar al policía que vino a tomar nota de tus datos, y


le damos la matrícula —comentó Fanny, que ya estaba
marcando el número.

Hablé con un agente que me pidió el número de la matrícula,


se la di y comentó que iba a ver si encontraba algo.

—¡No me jodas! —escuché exclamar a Enzo.

—¿Qué pasa, tío? —le preguntó Liam.

—Tendría que haberme imaginado algo, joder —decía,


paseándose por la habitación con las manos entrelazadas en la
nuca.

—¿Vas a compartir lo que sea que estés pensando? —preguntó


Fanny.

En ese momento el agente de policía, que estaba aún al otro


lado de la línea, me dijo que tenía el nombre del dueño del
coche.
—¿Enzo? —lo llamé.

—Esa matrícula es del coche de Loreta.

Tragué con fuerza para pasar el nudo que tenía en la garganta,


y el policía me dijo el nombre y los apellidos de aquella bruja.

Le confirmé al policía que la conocía, que había trabajado con


ella, y dijo que iban a buscarla para poder interrogarla.

Se lo hice saber a Fanny y los chicos, y Enzo, se sentó


cogiéndome la mano.

—Lo siento mucho, cariño, de verdad. No imaginé que Loreta


fuera capaz de hacer algo como esto en contra tuya. Fui yo
quien la despidió, podría haberme cortado los frenos del coche
cualquier día, ¿no?

—Se ve que se la tenía jurada a Abby, y no a su jefe —


contestó Liam.

—Esa hija de puta —gritó Fanny—. Si la veo, le arranco la


silicona de las tetas.

—No seas bruta, Fanny —reí.


—Poco he dicho que le haría a esa arpía, para el susto que nos
ha dado a todos. Podrías haber muerto, Abby, si no llega a
pasar un camionero por allí que vio las luces del coche
volcado. Ni siquiera sabemos cuánto tiempo estuviste allí
tirada como una colilla.

—Vale, ya está, estoy bien, ¿de acuerdo?

En ese momento le sonó el móvil a Enzo, por el modo en que


me miró supe que era Paul, estaba segura de que le había
contado lo ocurrido y que quería información de cómo me
encontraba.

—Se ha despertado, colega —dijo nada más descolgar, y salió


de la habitación.

Fanny me cogió de la mano, ella al igual que yo, sabía que al


otro lado de esa llamada estaba Paul, pero no entendía que aún
no hubiera hablado con él después de mi vuelta de Londres.

—Ha estado muy preocupado —miré a Liam, cuando lo


escuché decir eso, sonrió y asentí.

Poco después los tres se marcharon, a pesar de la negativa de


mi amiga que insistía en no dejarme sola.

Le aseguré que no necesitaba que se quedara que, si me


encontraba mal o quería algo, el personal del hospital me
atendería. Y se fue con la amenaza de volver por la mañana
para desayunar conmigo.

—Mientras dormías, desayunaba aquí sentada para no estar


sola en la cafetería —me dijo, y me eché a reír, hasta que noté
un nuevo pinchazo de dolor en la cabeza y me recosté
cerrando los ojos.

Cuando al fin me quedé sola, miré por la ventana pensando en


Loreta y preguntándome por qué había hecho aquello.

Me sonó el móvil con un mensaje, lo cogí, y me estremecí al


ver el nombre de Paul en la pantalla.

Paul: Buenas noches, pequeña. Me alegro de que hayas


despertado, tenías a todos los que te queremos muy
preocupados.

No decía nada más, pero tampoco era necesario. Con aquellas


palabras me hizo llorar, al ser consciente de que Paul, al igual
que yo a él, me quería.
Capítulo 24

Hacía dos días que me había despertado en aquella habitación


del hospital, y estaba deseando que me dejaran salir para irme
a casa.

A pesar de que estaba en perfectas condiciones, el médico


insistió en que me quedara unos días para tenerme vigilada por
si surgía cualquier complicación, cosa que acabé descubriendo
la tarde anterior que había sido idea de Paul.

Estaba terminando de desayunar cuando entraron Fanny, Liam


y Enzo corriendo en la habitación, sonriendo de oreja a oreja.

—¿Os ha tocado a alguno la lotería? —pregunté.

—Mucho mejor, Abby —contestó Fanny, sentándose en la


cama.

—Han detenido oficialmente a Loreta —dijo Liam.


—¿En serio?

—Sí, cariño —respondió Enzo—. Después de mucho


presionarla durante toda la noche, ha acabado confesando.
Decía que le había arruinado la vida, que por tu culpa la
despedí, que perdió a todos sus clientes y estaba en la ruina y
sin trabajo. Quería vengarse y el único modo que encontró, fue
quitándote de en medio.

—¿Cómo podía odiarme tanto? Jamás le hice nada, no le di


motivos para ello.

—Cariño, desde que entraste en mi club te tenía manía. No


soportaba que trabajaras menos que ella, y que te quisiera más.
Ya sabes, con ella hice la vista gorda en lo de las salas, y me
arrepiento de que así fuera.

—Esa mujer solo se quiere a sí misma —dijo Fanny,


encogiéndose de hombros.

—Podría haber encontrado trabajo en otro club, hay cientos en


Boston, y por todo el Estado —comenté.

—Quería ser mi socia, o mi mujer, o qué sé yo —respondió


Enzo—. Incluso cuando dije que Paul se había convertido en
mi socio, se enfrentó a mí, porque decía que podría haberle
pedido a alguno de sus clientes habituales que invirtiera en el
negocio.

—Qué poco te conocía, Enzo —Fanny volteó los ojos.

—Desde luego, porque si le costó dejar que un amigo suyo


invirtiera, no creo que dejara que cualquiera de aquellos
hombres pusiera las narices en los libros de cuentas —dijo
Liam.

—Bueno, pero ahora está donde debe. Pasará una buena


temporada en la cárcel por intento de homicidio.

—Jefe, creo que me voy a encargar personalmente de


entrevistar a las futuras empleadas del club —comenté
haciéndoles reír.

—Mejor nos irá, eso seguro.

En ese momento se abrió la puerta y me quedé mirando a Paul.


Estaba tan guapo como siempre, con ese traje gris que hacía
resaltar el verde de sus ojos.

—Buenos días, socio —dijo Enzo, dándole una palmada en el


hombro.
—Buenos días —contestó sin apartar los ojos de los míos—.
¿Cómo estás, Abby?

—Mucho mejor, deseando irme a casa, pero el médico,


siguiendo instrucciones —contesté arqueando la ceja—, no me
ha querido dar aún el alta.

—Seguro que el médico solo quiere cerciorarse de que estás en


condiciones de dejar el hospital.

—Pues me podría subir ahora mismo a mis tacones y ponerme


a bailar en la barra, como hacía cada noche en el club.

En cuanto dije aquello, noté cómo le cambiaba el semblante,


apretó los dientes y se le oscurecieron los ojos.

—Esto… —miré a Fanny, que se levantaba de la cama—


¿Alguien quiere un café?

—No, a mí ahora mismo no me apetece —contestó Liam.

—¿Podéis dejarnos solos, por favor? —les pedí.

—Vamos a la cafetería, que me apetece un Donut —dijo


Fanny, cogiendo a su novio de la mano y tirando también de
Enzo, a quien agarró de la manga de la chaqueta—. Volvemos
en un ratito, cariño.
—Tráeme un Donut, que estas galletas no saben a nada —le
pedí, poniendo cara de asco, y se echó a reír mientras cerraba
la puerta.

Paul se quedó callado con las manos en los bolsillos,


mirándome, y cuando pensé que no iba a decir nada, habló.

—¿De verdad estás bien?

—Sí, de verdad. Ya podría estar en casa, si no fuera porque tú


—le señalé—, obligaste a mi médico a retenerme unos días
aquí.

—No te retenemos, solo quería estar seguro de que te


recuperabas antes de irte a casa.

—Pues ya puedes decirle que me dé el alta esta misma tarde.


Quiero, no, necesito irme.

—Si te ibas a casa, no podría verte.

—¿Qué?

—Pensé que, si estabas en casa, no querrías verme. Estando


aquí me aseguraba que al menos hoy me recibirías.
—Paul, digo, Patrick —abrió los ojos y miró alrededor, con
temor—. Lo siento, es que, no sé cómo tengo que llamarte.

—Paul —respondió.

—Vale, Paul. Puedes estar tranquilo, no he contado nada, ni lo


haré nunca. Tu secreto está a salvo conmigo.

—Abby, me cambiaste, tú me cambiaste —dijo acercándose, y


me cogió la mano para acariciarla.

—No entiendo a qué te refieres —fruncí el ceño.

—Jamás creí que me enamoraría, el romántico de los dos era


mi hermano —sonrió, supuse que recordando al verdadero
Paul—. Pero tú, hiciste que eso cambiara. No quiero a otra que
no seas tú a mi lado, Abby —me aseguró mirándome
fijamente.

—Y yo no puedo dejar de pensar en ti, lo he intentado, pero no


he podido. Creí que alejándome acabaría olvidando todo lo
que vivimos, incluso tu mayor secreto, pero no es así. Me hago
preguntas, muchas, estoy hecha un lío porque me siento
atraída por uno hombre que, muy a mi pesar, no es quien decía
ser.

—Llevo siendo esta persona casi el mismo tiempo que la otra


que fui —susurró—. Media vida prácticamente. Mi otro yo
murió hace años, este es el que soy desde entonces.

—Me da miedo si alguna vez meto la pata y no te llamo Paul.

—No tienes que temer eso, sé que nunca pasará. Abby —dijo,
cogiéndome la barbilla con dos dedos para que lo mirara—.
Confío en ti, preciosa, por eso te conté la verdad. Eres la única
persona que lo sabe, aparte de mi padre que ya no está. He
puesto mi vida en tus manos, todo lo que tengo, todo lo que he
conseguido en estos años, el perder a mi madre y mi hermano,
a mis amigos. Con una noticia como esa en la prensa, me
arruinarías la vida.

—Fue tu rostro lo último que me vino a la mente antes de


perder el conocimiento —confesé con lágrimas en los ojos—.
Y me arrepentí de no haberte dicho aún que te quería.

—¿Me querías? —preguntó, y asentí— ¿Es que ya no me


quieres?

—Claro que te quiero, ¿no me has oído cuando dije que no


puedo olvidarte? No soy capaz de sacarte de mi mente.

—Yo también te quiero —susurró mientras se inclinaba para


besarme—. ¿Te casarías conmigo, pequeña?

Cerré los ojos al oírlo llamarme así, lo había echado tanto de


menos…
Asentí, volvió a besarme y me abrazó mientras lloraba y él me
susurraba, una y otra vez, que me quería y siempre lo haría.
Capítulo 25

Había pasado una semana desde que Paul se me declarara en el


hospital, sin anillo, ni poniéndose de rodillas, ni nada, pero no
habría querido que lo hiciera de ninguna otra manera.

Solo hacía unos meses que nos conocíamos y para mí, era
tiempo suficiente para saber que quería a ese hombre en mi
vida.

Me costó ver que era quien llevaba siendo esos años, porque
yo le había conocido así, y así era como viviría conmigo,
como Paul Benton, el heredero de una de las aerolíneas más
importantes de Boston y Londres, y un gran empresario e
inversor en diferentes sectores.

Los dos habíamos tenido nuestros propios secretos, esos que


cuando acabaron siendo revelados nos unieron más en lugar de
separarnos.
Y yo había huido cuando lo mío salió a la luz, alejándome de
él por miedo a su rechazo, sí, pero también fue él, quien no
cejó en su empeño de tenerme a su lado.

Y ahora estábamos a punto de llegar a no sabía dónde, puesto


que me dijo que era una sorpresa, y me llevaba en el coche con
una venda en los ojos y los cascos con música puestos.

Todos, mi familia y mis amigos, sabían de qué iba la dichosa


sorpresa, menos yo, y eso que todos me conocían a la
perfección y eran conscientes de que, a mí, las sorpresas no me
gustaban si no sabía sobre qué eran.

Vale, si lo supiera ya no sería sorpresa, pero es que me gustaba


estar preparada para todo aquello que fuera a encontrarme.

Cuando el coche ya llevaba un buen rato parado, intenté


quitarme la venda, pero no tardé en notar las manos de Paul
cogiendo las mías para impedir que lo hiciera.

Protesté y resoplé, gritando más de la cuenta porque no podía


escuchar lo que decía, salí del coche y dejé que hiciera de guía
y me llevara hasta donde fuera que íbamos.

Me sentó en un sofá, me quitó las deportivas y me puso otros


zapatos, fue entonces cuando caí en la cuenta de que me había
llevado a la bolera. ¿Tanto misterio para eso? Lo iba a matar.
—¿Sigues sin ver nada? —preguntó cuando me quitó los
cascos.

—Sí, no veo nada más que todo negro.

—Muy bien.

—No, Paul, muy bien no. Quiero ver, que me has tenido así
una hora, o más. Ya no sé ni qué hora es. ¿Sigue siendo de día?

—Ya está anocheciendo, pero tranquila que vas a ver tu


sorpresa en unos minutos.

—Aleluya —si hubiera podido, habría volteado los ojos para


que me viera.

Me cogió en brazos, protesté diciendo que podía ir yo solita


hasta la pista de bolos, y el muy cabrito se echó a reír diciendo
que no estábamos en la bolera.

Entonces, ¿dónde me había traído?

—Apóyate aquí —dijo colocándome ambas manos sobre una


barandilla tras dejarme en el suelo.

—Paul, me estoy empezando a poner nerviosa. ¿Se puede


saber dónde estamos?
—Haciendo que uno de tus deseos se cumpla, pequeña —
susurró cerca de mi oído, mientras retiraba la venda con la que
me había cubierto los ojos.

Tras varios parpadeos para acostumbrarme de nuevo a poder


ver, me llevé las manos a la boca amortiguando el grito de
sorpresa que salió.

Volvía a estar en una pista de patinaje sobre hielo después de


varios años lejos de ese mundo.

—¿Te gusta la sorpresa? —preguntó abrazándome desde atrás.

—Pero, pero…

—Venga, que va a empezar la música y tenemos que salir ahí


—señaló la pista, lo miré y me hizo un guiño.

—¿Cómo que tenemos? ¿Vas a patinar?

—Sí, llevo unas semanas practicando —se encogió de


hombros.

—No, no, no. Paul, no puedo.


—Por supuesto que puedes, pequeña. Tú, siempre puedes con
todo. Y esto seguro que es como montar en bici, no habrás
olvidado cómo deslizarte sobre el hielo subida en esos patines.

—De verdad, no puedo, Paul. Me voy a quedar paralizada y…

—Vamos.

Me cogió de la mano y salió a la pista, lo miré mientras me


mordía el labio, completamente indecisa, sin querer salir por
temor a caerme, y entonces empezó a sonar la misma canción
que me acompañaba aquel fatídico día.

—No puedo —dije, cerrando los ojos sin querer seguir


escuchando la voz de Ed Sheeran.

—Abby, quiero cambiar los malos recuerdos que te trae esta


canción, por unos nuevos y bonitos. No voy a dejarte caer —
me aseguró, y me dejé llevar por él, hacia la pista.

Comenzamos a deslizarnos despacio, Paul me llevaba pegada


a su costado y cogida de la mano, sin soltarme, sin dejarme
caer, tal como había prometido.

Sentir de nuevo el viento en la cara, ser consciente del frío que


desprendía la pista de hielo, y el sonido de las cuchillas al
deslizarse sobre él, fue como estar una vez más en una de las
muchas competiciones a las que había asistido durante años.
Miré a Paul, que sonrió e incluso se permitió el lujo de
besarme mientras seguíamos patinando.

En un momento dado, empezó a llevarme solo de la mano, y


ahí me liberé por completo, volviendo a ser la chica que
disfrutaba del patinaje.

Abby Grayson había vuelto.

Disfruté de aquel momento sintiéndolo como la despedida


oficial que habría tenido cuando dejara el patinaje para
siempre, si no hubiera tenido que abandonar mi carrera de
aquel modo.

Al mirar hacia las gradas puesto que me parecía haber visto a


alguien, me encontré con la sonrisa de Max, que estaba allí
parado con las manos en los bolsillos. No entendía qué hacía
allí, pero Paul, no tardó en sacarme de dudas.

—Me puse en contacto con él, para que hablara con los
responsables y nos permitieran venir hoy. Dijo que él se
encargaba de todo.

—Pero, no entiendo…

—Lo ha hecho porque quería verte una vez más sobre los
patines, fue tu compañero, pero también el hombre que más te
quiso durante años.

Se me humedecieron los ojos, pero no le di el gusto a Max de


que me viera llorar. Me olvidé de que estaba allí y seguí
patinando sin miedo, sin temor de llegar a caerme.

Y cuando la canción estaba llegando a su fin, en un giro de lo


más profesional, Paul me cogió de la mano y frenó poco a
poco el ritmo que llevábamos para quedarse de rodillas ante
mí.

—¿Qué haces?

—Ponerte el anillo, pequeña —respondió mientras sacaba una


cajita del bolsillo de sus vaqueros.

De ella sacó un precioso anillo de oro con un pequeño


diamante en el centro, me lo puso y se llevó la mano a los
labios para besarla antes de volver a ponerse en pie y
abrazarme.

—Ahora sí que eres oficialmente mi prometida, y no tendré a


Fanny a llamándome constantemente para preguntar cuándo
voy a darte un anillo —dijo, y me eché a reír, porque conocía a
mi amiga y sabía que así había estado desde el momento en
que supo que me había pedido matrimonio.
Lo besé con ternura y me fundí en un abrazo con él, cerré los
ojos y supe, sin ninguna duda, que a su lado estaba en casa.

—Jamás te dejaré caer, pequeña —susurró, abrazándome aún


con más fuerza.
Capítulo 26

Tres meses después…

Estaba sentada en mi vieja habitación, frente al espejo, sin


poder creerme aún que ya hubiera llegado el día.

Desde el día siguiente a que Paul me pusiera el anillo de


compromiso, me fui a vivir con él, decía que no quería estar
más tiempo separado de mí, a pesar de que me había quedado
a dormir con él más de una noche.

La mudanza la hicimos en tiempo récord, y es que todos


nuestros amigos ayudaron con las cajas y demás, Fanny
incluso me echó una mano a la hora de colocarlo todo en la
casa de Paul.

Tessa estaba encantada con tenerme allí cerca, decía que de


ese modo podíamos tomarnos una taza de café con pastas por
la tarde sin miedo a que se me hiciera de noche y tuviera que
volver a casa conduciendo.

—¿Abby? —La voz de mi padre, hizo que volviera al


presente.

—Hola —sonreí al mirarlo, estaba guapísimo con aquel traje


negro y una rosa en el bolsillo de la chaqueta.

—Hija, estás preciosa —dijo acercándose para besarme la


mejilla.

—Fanny hace verdaderas obras de arte con las manos —reí.

—¿Fanny? Por Dios, todo el mérito es de la modelo. Y esa,


eres tú.

Se quedó con las manos apoyadas en mis hombros, yo sostenía


una de ellas, y nos miramos a través del reflejo que nos ofrecía
el espejo.

Llevaba razón cuando dije que Fanny había hecho una obra de
arte, y es que me había maquillado en tonos muy suaves y
naturales, y me hizo un recogido precioso en el que intercaló
pequeñas horquillas de cristal que quedaban perfectas.
—Paul ha llamado tres veces a tu madre —dijo—. Cree que lo
vas a dejar plantado.

—Qué bobo es —sonreí.

—Me encanta verte así, feliz y con esa sonrisa tan bonita que
siempre has tenido. La has ocultado durante mucho tiempo.

—Sabes por qué lo hice, papá.

—Sí, pero a pesar de las adversidades y las piedras que


encontraste en el camino, fuiste más fuerte que nadie y
seguiste adelante.

—Tenía que hacerlo —me encogí de hombros.

—Mi niña, nunca te he dado las gracias por todo lo que hiciste
y lo que aún haces por tu madre y por mí —me besó la cabeza.

—Papá, cuando yo era pequeña, me cuidabais vosotros, es


lógico que sea yo quien os cuide ahora que soy mayor.

—Sabes a qué me refiero, Abby.

—Sí, pero eso es parte del pasado.


—Te espera un gran futuro por delante, cariño. Dime, ¿Paul te
hace feliz?

—Si no fuera así, papá, te aseguro que no me casaría con él —


sonreí.

—También es verdad, qué pregunta más tonta he hecho —


volteó los ojos haciéndome reír.

—¿Estás lista, Abby? —preguntó mi madre— Tenemos a un


novio impaciente en la iglesia. He tenido que silenciar el
teléfono para que no me llame más —resopló—. A este paso,
lo bloqueo.

—Mamá —reí poniéndome en pie—, vámonos, antes de que


venga él mismo a buscarme.

—Sin duda, lo veo capaz —dijo mi madre, saliendo hacia la


puerta de casa.

Una vez en la calle vi a Enzo esperándonos en su coche, le


había puesto las típicas flores y lazos blancos a los manillares
de las puertas, así como uno decorando el capó.

—Dios mío, estás… —silbó con los ojos muy abiertos—.


Señores Grayson, si me fugo con su hija para casarnos en Las
Vegas, no le dirían nada a Paul, ¿verdad?
—Enzo, será mejor que conduzcas hasta la iglesia, o te doy mi
móvil para que hables tú con Paul. Ese hombre no ha dejado
de llamarme en toda la mañana —contestó mi madre.

—Vaya, nos ha salido impaciente. Años pensando que ya no lo


casábamos, y ahora está nervioso esperando a la novia. Las
vueltas que da la vida —comentó Enzo, poniendo el coche en
marcha, haciéndonos reír a mis padres y a mí.

Si Enzo supiera lo que yo sabía, que Paul en realidad era


Patrick y que nunca había pensado en casarse, no como su
hermano que a punto estuvo de hacerlo con Clare, le daría un
ataque al corazón de la impresión.

Paul, Patrick, en realidad no me importaba cómo se llamase,


para mí fue, era y siempre sería Paul, el modo en que le
llamaría.

Era con ese nombre con el que lo conocí durante una tarde de
junio, hacía ya casi toda una vida, a pesar de haber pasado
unos meses, y sería con ese nombre con el que me despediría
cuando llegara la hora de partir de este mundo.

Cuando llegamos a la iglesia y empezó a sonar la música, mi


padre me ofreció su brazo y comenzamos aquel camino que
me separaba del hombre al que amaba.
Paul estaba junto a su hermano, esperándome con una amplia
sonrisa, y vi que soltó el aire nada más verme caminar hacia él.

Mi padre iba acariciándome la mano, tratando de calmarme, ya


que los nervios se habían hecho notar y estaba temblando
ligeramente.

—Aquí tienes a mi hija, Paul —dijo mi padre, entregándole mi


mano—. Cuida de ella, es el tesoro más grande que tenemos su
madre y yo.

—Lo haré, Jake, te lo prometo —contestó Paul, cogiéndome la


mano.

Mi padre asintió y fue a ocupar su lugar al lado de mi madre y


de Tessa, quienes me miraron sonriendo con lágrimas en los
ojos.

La ceremonia la pasé recordando todos y cada uno de los


momentos vividos con él, aquellas noches en el club cuando
me debatía en decirle quién era, o cuando estábamos juntos sin
esas máscaras que ocultaban nuestros rostros, y soñaba con un
futuro a su lado.

Paul se pasó todo el tiempo dándome leves apretones en la


mano a sabiendas de que estaba nerviosa. Le había dicho
tantas veces que me daba miedo que ocurriera algo malo que
estropeara nuestro gran día, que no dejaba de tranquilizarme
de ese modo, haciéndome saber que nunca me dejaría caer.

La noticia de nuestro compromiso meses atrás trajo consigo


varias reacciones diferentes, desde quienes se alegraban por
nosotros, hasta quienes decían que no entendían cómo un
hombre de la clase y la posición de Paul Benton, se había
enamorado de una ex prostituta.

Él, acabó estallando y hablando para el país entero,


asegurando que jamás fui eso de lo que tan gratuitamente me
tachaban, y que siempre supo quién había bajo la máscara de
aquella dulce joven que bailaba y le encandiló con una sola
mirada. Que me conocía bien de los años que su madre había
estado siguiendo mi carrera como patinadora, y que jamás
pensó que al tenerme delante en persona hiciera que su
corazón latiera por mí.

No era cierto, obviamente, pero de ese modo consiguió callar


muchas bocas, y que todo el mundo que adoraba a su padre
dejara de decir que con nuestro matrimonio lo único que hacía
era manchar el buen apellido de la familia Benton.

Incluso Tessa salió en mi defensa, diciendo que no podría


haber mejor mujer que yo para llevar ese apellido, ni siquiera
Clare, a quien mencionaron en más de una ocasión.

Y luego estaba David, el antiguo socio de Paul, que ya no


formaba parte de nuestras vidas y que, para mi sorpresa, nos
envió un regalo de bodas desde Londres con sus mejores
deseos.

Por lo que me dijo Paul, ese hombre había caído como las
grandes torres, rendido a los pies de una mujer que le había
cambiado la vida.

—Puedes besar a la novia —dijo el cura, y Paul no tardó en


acercarme a él rápidamente para apoderarse de mis labios.

—Ey, colega, que la ahogas —comentó Enzo, haciendo que


nos apartáramos riendo.

Salimos a la calle convertidos en marido y mujer, sonriendo y


compartiendo aquella felicidad con nuestros familiares y
amigos, y fuimos hacia la casa de Tessa donde se celebraría el
banquete, dado que habíamos decidido que aquella sería una
boda íntima.

Mis padres, Tessa, Alan, nuestros amigos y mis compañeros


del club, que se habían convertido en los empleados de Paul,
eran todos los testigos que necesitábamos para compartir
nuestro amor.

—Abby —Paul me retuvo unos minutos delante de la puerta


de su casa, mientras que Enzo, se alejaba tras hacernos un
guiño.
—¿Qué pasa? —pregunté, porque lo veía algo nervioso.

—Sé que te dije que debías llamarme Paul —contestó, con


cuidado de que nadie pudiera escucharnos—, pero… —suspiró
cerrando los ojos— Olvídalo, pequeña, es una tontería. Vamos.

—No, espera —le pedí, impidiendo que empezara a caminar


—. ¿Qué ibas a decir?

—Nada, en serio —sonrió—. No me hagas caso, creo que me


hago mayor y hoy estoy sensible, como me ha dicho Alan.

—Cariño, dímelo.

—¿Recuerdas que te dije que era jodido no escuchar a la


persona a la que amas decir tu nombre? —preguntó.

—Sí —fruncí el ceño.

—Me gustaría escucharlo, solo por una vez, solo hoy, para
estar seguro de que sabes con quién te has casado realmente —
dijo, y en ese momento sentí que se me humedecían los ojos al
ver a ese hombre, rudo y fuerte, tan vulnerable por primera vez
desde que le conocía.

—Sé perfectamente con quién me he casado —le aseguré—.


Con aquel hombre que conocí y se ocultaba bajo un antifaz,
con el hombre que no dudó en ir a buscarme dos veces para
que me quedara a su lado. Con ese que siempre me dijo que yo
era el ángel que podía con todos sus demonios. Con el que me
contó el secreto que, ni siquiera su familia sabía, con ese. Paul
—dije acariciándole la mejilla y cerró los ojos mientras me
cogía la mano—. Pero, si quieres escuchar otro nombre —me
puse de puntillas y susurré en su oído, para que nadie más
pudiera escucharme—, te diré que te amo más que a nada,
Patrick Benton.

Mi marido me estrechó entre sus brazos con fuerza,


escondiendo el rostro en mi cuello para besarlo, y ahí nos
quedamos unos instantes, hasta que escuchamos a Alan
llamarnos porque todos pensaban que nos habíamos fugado.

Nos reímos y, tras mirarnos a los ojos, Paul se inclinó para


besarme.

—Te amo, Abby Benton.


Capítulo 27

Un año después…

Llevaba viviendo como en una nube todo este tiempo, desde


que me convertí en la esposa de Paul.

Recordaría aquel día como el más feliz de mi vida, sin duda,


pero también como el que marcó un antes y un después en
nuestra relación.

Cada cierto tiempo, sobre todo cuando me hacía el amor, se


quedaba mirándome de aquel modo en que me miró antes de
entrar en casa de su madre el día de nuestra boda, y ese anhelo
me decía lo que necesitaba.

Acariciándole la mejilla, y en un leve susurro, le decía las


mismas palabras cada vez.

—Te amo más que a nada, Patrick Benton.


A pesar de que siempre sería Paul, mi Paul al igual que lo era
para el resto del mundo, en lo más profundo de mi corazón era
Patrick, aquel hombre al que los demonios le atormentaban y
que había dejado caer todos sus muros para amarme.

—Pequeña, ¿estás lista? —me preguntó entrando en nuestro


dormitorio, donde acababa de ponerme los zapatos.

—Ajá, cuando quieras podemos irnos.

—Mi madre y Alan, nos están esperando fuera.

—Pues vamos —sonreí.

—¿Cómo están estos dos guisantes? —se interesó pasando la


mano por mi vientre.

—¿Guisantes? —Arqueé la ceja— Estoy embarazada de siete


meses, tus bebés distan mucho de ser aquellos dos guisantes
que vimos por primera vez en la ecografía, hace como
setecientos años —exageré y se echó a reír.

—¿De verdad no quieres saber el sexo de nuestros bebes?

—No, te dije que quiero que sea sorpresa para ambos.


—Pero, pequeña, tendremos que pensar los nombres, mira que,
luego igual no nos gusta ninguno.

—Tú tranquilo, que tengo muy claros los nombres para dos
niñas, o para dos niños.

—¿Y si son mellizos? Ya sabes, una niña y un niño. ¿Vas a


ponerles nombres compuestos?

—Claro, ya veo la felicidad de tus hijos, si decido ponerles


Alan Enzo Benton Grayson, y Tessa Isabel Benton Grayson.

La cara de horror que puso fue digna de poder retratar y


guardar para la posteridad, pero no lo hice. En su lugar, me
quedé allí quieta mirándolo, esperando a ver si decía algo.

—Muy bonitos, me gustan —dijo para mi sorpresa.

—Señor Benton, mienten usted muy mal —susurré


poniéndome de puntillas para darle un beso.

—¿Esos son los nombres que has pensado? ¿Alana y Enzo


para ellos, y el de nuestras madres para ellas?

—Ajá —sonreí.
—Pues les vas a hacer muy felices al que tenga el placer de
escuchar esos nombres cuando nazcan los bebés —me aseguró
saliendo de casa, donde encontramos a mi suegra y mi cuñado
esperando en la calle.

—Estás preciosa, querida —me dijo Tessa, con una sonrisa.

—Sí, ese azul celeste te sienta muy bien, cuñada —comentó


Alan.

—Gracias, aunque me siento como una vaca con esta barriga.

—Eres la vaca más sexy que he visto en mi vida.

—Ese es mi hermano, animando a su mujer —rio Alan.

—Sí, tu hermano es único para esas cosas —volteé los ojos, y


Alan soltó una sonora carcajada.

—Ay, qué nerviosa estoy —comentó Tessa, cuando subimos al


coche—. La primera gala benéfica de la Fundación Abby
Grayson.

—Será un éxito, mamá, como las que organizas para la


asociación de Paul —contestó Alan, que era quien conducía.
Sí, al fin era una realidad la fundación que llevaba mi nombre,
y esa noche tendría lugar la primera gala benéfica anual que
habíamos decidido organizar.

Mis padres asistirían, así como Fanny, Liam, Enzo, y diversas


personalidades del mundo del deporte, tanto activo
actualmente como retirados, con los que Tessa había hablado y
que aportarían su granito de arena.

Muchos de ellos subastarían camisetas, equipaciones


completas, medallas y trofeos que habían ganado a lo largo de
años de carrera profesional, y mi suegra estaba agradecida,
emocionada y pletórica de felicidad ante el altruismo de todos
ellos.

Cuando llegamos fuimos recibidos por todos los asistentes


entre aplausos, y me quedé sorprendida a ver a muchas viejas
glorias del deporte, no solo de nuestro país, sino de otros
muchos, que nos acompañarían aquella noche.

—Abby —me giré al escuchar una voz más que conocida para
mí, y me encontré cara a cara, por primera vez en siete años,
con Max.

—Max… —Fruncí el ceño, porque no sabía quién les había


invitado a él y a su esposa— ¿Qué haces aquí?
—Tessa Benton se puso en contacto conmigo, me invitó a
venir y… Aquí estoy —se encogió de hombros.

—Vaya, pues… gracias —sonreí—. ¿Y tu mujer?

—Nos estamos divorciando —contestó, y aquello me dejó


helada y sin palabras.

—No sabía nada, no estoy al tanto de las noticias del corazón.

—Aún no ha salido a la luz, le pedí que, por favor, mantuviera


las formas hasta que se firmara oficialmente el divorcio, por
nuestros hijos.

—Entiendo. ¿Qué ha pasado? Se os veía bien, felices.

—Eso creí yo —sonrió con desgana—. Lleva unos meses liada


con su nuevo preparador físico.

—Oh —no supe qué más decir, salvo que lo sentía.

—Gracias. Oye, estás preciosa. ¿Qué vas a tener? —preguntó,


señalando mi barriga.

—Por el hambre que me hacen pasar, creo que dos aliens —


volteé los ojos y se echó a reír—. No, ahora en serio, no quiero
saberlo hasta que nazcan.
—Siempre dijiste que nunca querrías saber el sexo de los
bebés hasta que nacieran, me alegro de que eso no haya
cambiado.

—Muchas cosas nunca cambiaron, Max —contesté, apartando


la mirada.

—Siento mucho todo lo que pasó, Abby. Me culpé durante


años por aquella caída. Si no me hubiera desconcentrado.

—No, Max, por favor —le pedí—. No vayas por ahí, ¿quieres?
Sé que no fue tu culpa, así que, no pidas perdón por un
accidente.

—¿Todo bien por aquí? —preguntó Paul, pasándome el brazo


por la cintura, dejando la mano sobre mi barriga, en modo
padre y marido protector.

—Sí —sonreí—. Max me comentaba que tu madre lo invitó.

—Así es, y he traído algunas cosas para la subasta —dijo él.

—Gracias, Max. Si nos disculpas, mi madre te busca, pequeña


—Paul me dio un beso en la mejilla, nos despedimos de Max y
fuimos hacia donde estaba Tessa.
—Se está divorciando —le comenté en susurros—. La mujer
lo engaña con su preparador físico desde hace meses.

—Lo siento por él, porque tú ya eres mía y no va a


recuperarte.

—Oh, por favor, Paul —reí—. No se ha acercado para intentar


recuperarme.

—No has visto cómo te miraba.

—Pues con los ojos, ¿cómo me iba a mirar, con los pies? —
resoplé.

—Sí, con los ojos, pero con deseo, con anhelo. Creo que nunca
te olvidó.

—Pues oye, lo ha disimulado muy bien estos años.

—Hum —respondió, sin más.

—Un momento —me giré para mirarlo—. ¿Está usted celoso,


señor Benton?

—¿Yo? ¿Celoso de ese hombre? Vamos, no digas bobadas —


miró hacia otro lado, para después suspirar—. Pues mira, un
poco sí. ¿Y si ha aceptado la invitación de mi madre para
acercarse a ti, recuperar el contacto, y volver a conquistarte?
No podría soportar perderte, Abby.

—Y no me vas a perder, bobo —sonreí—. Te quiero a ti, y


solo a ti.

—Abby, querida —me llamó Tessa—. Ven, quiero que


conozcas a alguien.

Me cogió de la mano y me llevó hasta una mesa en la que vi a


la que fue mi ídolo en cuanto a patinaje sobre hielo se trataba
durante toda mi vida.

—Abby, ella es Anastasia Kirilenko, una de las mejores


patinadoras del mundo.

—Tessa, no es para tanto —contestó ella—. Abby era mucho


mejor que yo. Si no hubiera sido por aquella caída, esta joven
se habría alzado como campeona del mundo varias veces.

—Huy, no creo —reí—. Encantada de conocerla, señora


Kirilenko.

—Ah, no. De señora, nada. Anastasia, por favor. Tengo


cincuenta años, no noventa —comentó con cara de horror.

—Está bien, Anastasia —sonreí.


—Disculpe, señora Benton —me giré cuando noté una mano
sobre el hombro—. ¿Podría hacerles una foto a las dos juntas?

—Por supuesto —respondió Anastasia—. Es un verdadero


placer para mí, estar al lado de esta campeona del patinaje.

La miré con admiración, como siempre que la había visto en la


televisión, y tras la foto nos quedamos allí charlando mientras
Tessa, iba de un lado a otro saludando a los invitados.

Conocí a muchos de los mejores deportistas de élite en su


campo, disfrutando de una velada de lo más agradable.

Y tras la cena, comenzó la subasta.

No solo Anastasia Kirilenko había donado varios de sus trajes


y patines, sino que todos habían puesto su granito de arena
para hacer de aquella primera gala, todo un éxito.

—Damas y caballeros —dijo Tessa desde el escenario—.


Quería darles las gracias por asistir esta noche a la primera
gala benéfica de la Fundación Abby Grayson. Con lo que se
recaude ayudaremos a varias familias que se acercaron a
nuestras oficinas como último recurso para poder pagar los
costosos tratamientos de sus operaciones, así como las
sesiones de rehabilitación. Hoy nos acompaña una de esas
luchadoras, Leila, que, a sus diez años, ha perdido la pierna y
no volverá a competir en gimnasia rítmica. Es un poco tímida
y no quiere subir, pero está sentada junto a sus padres —señaló
hacia una de las mesas cerca del escenario y la pequeña Leila,
sonrió tímidamente—. Hemos dejado una pieza única que nos
han donado para el final. Sé que, con esto, una persona
especial para mí, derramará algunas lágrimas, pero espero que
sepa que la quiero como a una verdadera hija. Max nos ha
donado la foto más especial de toda su carrera, y no es suya
precisamente, sino de Abby.

Aquellas palabras me dejaron en shock, y cuando vi que los


chicos que llevaban los objetos a subastar entraban con una
foto mía de gran tamaño, enmarcada y de la última vez que me
subí a los patines, sonriendo y deslizándome por la pista
mientras saludaba al público, los recuerdos de aquel día se
agolparon en mi mente.

Sentí que se me humedecían los ojos, y es que no había visto


nunca esa foto. Paul me cogió de la mano, dándome un leve
apretón, lo miré y me sonrió.

—No sabía que Max tuviera esa foto —le dije.

—Se lo comentó a mi madre, la tenía en casa de sus padres, su


último recuerdo tuyo.

Tessa abrió la puja, la gente empezó a decir cifras y me


sobresalté cuando escuché la voz de Paul a mi lado.
—Un millón de dólares —lo miré con los ojos muy abiertos, al
igual que todos los presentes.

—Señores, estamos ante la puja más alta —dijo Tessa.

—Y en esa se va a quedar, mamá —sonrió Paul—. La foto de


Abby debe estar en la fundación que lleva su nombre. Sé que
así lo querría quien la ha donado.

Miramos hacia donde estaba sentado Max, que sonería, y


asintió. Tessa cerró la puja y empecé a llorar, culpando a las
hormonas del embarazo.

Aquella primera gala se recaudó más de lo que Tessa habría


imaginado, y antes de que nos marcháramos, me acerqué a
hablar con Max.

—No sabía que existiera esa foto —dije.

—Te la hizo un fotógrafo amigo mío, me la dio cuando la


reveló y, no sé, supongo que quería recordarte siempre así, y
no con aquel mensaje que me enviaste dejándome.

—Te besaste con otra delante de todo el mundo, me sentí…


mal.
—Y no sabes cuánto me arrepiento de haber sido quien te
causara ese daño, cuando más me necesitabas. Pero me pudo
todo, Abby. Lo siento.

—Gracias por traerla, creo que en la fundación quedará bien.

—Espero que seas feliz, como te mereces, Abby. Cuídate —se


inclinó y me dio un beso en la mejilla.

Tantas veces había recibido uno de esos besos, consiguiendo


que se me removiera todo por dentro, y en esta ocasión, no
sentí nada en absoluto.

Max se alejó y con él, se fueron todos esos recuerdos y


momentos de una época que ya no volvería a vivir.
Epílogo

Seis años después…

—Vamos, niños, que los abuelos están a punto de llegar —les


dije a mis hijos.

—¿La tía Fanny también viene? —preguntó uno de ellos.

—Sí, y el tío Liam, y la pequeña Sami, y el tío Enzo. Vienen


todos, cariño —sonreí.

—Mami, si la tía Fanny no es nuestra tía, pero la llamamos así,


¿a Sami tenemos que llamarla prima?

—Si queréis, sí.

—Es que, no es prima como Tessa.


—No, Tessa es la hija de vuestro tío Alan y vuestra tía Mina
—respondí.

—Es que, a él, le gusta Sami —rio uno de mis gemelos,


señalando al otro.

—No me gusta —protestó.

—Sí, sí te gusta. Dijiste que es guapa.

—¿Y por eso ya me tiene que gustar? —se quejó, enfadado.

—Ay, mis pequeños monstruitos —reí abrazándolos—. No


tiene por qué gustarte solo porque dijeras que es guapa. Y
tienes razón, la pequeña Sami es muy guapa, igual que su
madre.

Sí, mi amiga Fanny tenía un pequeño clon en su hija, idéntica


a ella.

Mientras que yo, tenía un par de hombrecitos de cinco años en


casa iguales a su padre.

Paul y Patrick, como siempre pensé que los llamaría, eran el


vivo retrato de su padre y su tío.
Tessa estaba que se le caía la baba con sus nietos, al igual que
con la hija de Alan, que ese día cumplía tres años.

Estábamos organizando la fiesta en nuestra casa, ya que, a


pesar de ser vecinos como nos gustaba decir, las grandes
celebraciones se preparaban en mi casa.

Mi madre venía a ayudarme con la comida o la cena, y es que


seguía siendo toda una manitas con la cocina.

Mi padre nos había dejado solo un año antes, al final el


dichoso cáncer se lo llevó después de mucho luchar, pero al
menos conoció a sus nietos y vivió los mejores últimos meses
de su vida compartiendo secretos con ellos.

Cuando le dije a mi marido los nombre que había escogido


para nuestros bebés, se emocionó y me comió a besos en la
habitación del hospital. Decía que no encontraba mejor manera
de honrar a su hermano, que poniéndole su nombre.

Ambos sabíamos que ese nombre era Paul, aunque su familia


se emocionara al saber que podrían volver a pronunciar el
nombre de Patrick en casa después de tanto tiempo.

Habían pasado siete años desde que me confesara aquello que


tanto le había estado atormentando y yo, seguía guardándole el
secreto a mi marido, jamás se lo había contado a nadie, ni lo
haría nunca.
—¿Abby? —escuché que me llamaba desde la entrada.

—En la cocina, cariño.

—Ah, aquí están mis campeones. ¿Os habéis portado bien? —


preguntó cogiendo a cada uno con un brazo.

—Sí, papá —respondieron al unísono.

Como siempre me pasaba, me quedé mirando a Paul


embobada, y es que, a pesar de sus cuarenta y siete años, de
esas canas esparcidas aquí y allá en el cabello castaño, y del
paso del tiempo que se reflejaba en algunas de las arrugas que
lucía su rostro, seguía provocándome miles de sensaciones
cuando lo tenía cerca.

Cuando me miraba con sus penetrantes ojos verdes, hacía que


me estremeciera de anticipación a lo que me esperaba cuando
estábamos en la cama.

Las cosas no habían cambiado en esos años en cuanto a sexo


se refería, seguíamos siendo igual de fogosos que cuando nos
conocimos, me seguía excitando con tan solo rozarme y me
hacía desearlo como el primer día.

—¿Pequeña? —me llamó e hizo que volviera en mí— ¿Me


estás desnudando con la mirada? —preguntó arqueando la
ceja, y comprobé que nos habíamos quedado solos, cuando lo
vi acercarse y rodarme por la cintura.

—¿Yo? No, no, para nada —respondí, mordisqueándome el


labio.

—¿No te sacié anoche?

—Bueno… —fruncí los labios.

—Mira que, ahora que están tu madre y la mía en el salón con


los gemelos, te llevo a la cama le pongo solución a ese
problema ahora mismo.

—No me tiente, señor Benton —murmuré y lo besé.

—Pues no me provoque, señora Benton.

—Es que, creo que tengo las hormonas un poco revueltas


últimamente.

—La primera vez que me dijiste eso, nos acabamos enterando


de que íbamos a ser padres —desvié la mirada un instante—.
¿Pequeña? ¿Tienes algo que contarme?

—Eh… pues…
—Abby, ¿estás embarazada?

—Me he enterado esta misma mañana —sonreí, apretando los


dientes.

—¿En serio?

—Sí, y espero que estés preparado para esto que te voy a decir,
porque… igual te caes de culo.

—¿Qué pasa?

—Vamos a tener otros dos bebés.

—¿Qué? —se quedó como en shock, pero acabó riendo a


carcajadas.

—Veo que te lo has tomado mejor de lo que esperaba.

—Pequeña, es que creo que esto es cosa de mi gemelo, que


desde ahí arriba ha debido pensar “hermanito, vas a tener tus
gemelos, y los míos”.

—¿Qué dices? —reí yo también.


—Es broma —me besó—. ¿Te encuentras bien? ¿Algún
síntoma?

—Náuseas por las mañanas, por eso he ido al médico.

—Bueno, pues ya sabes lo que toca, a cuidarte mucho, ¿de


acuerdo? Y a bajar el ritmo de trabajo en la fundación.

—Sí, papá.

Paul me abrazó con fuerza, besándome el cuello y el hombro,


mientras me susurraba lo mucho que me quería.

—Te quiero, pequeña.

Yo a él también lo quería, lo amaba con todo mi ser, y le


estaba agradecida al destino por haberlo puesto en mi vida
aquella noche, siete años atrás.

—Te amo más que a nada, Patrick Benton —susurré, como


tantas veces en esos años.

Ambos éramos conscientes de que amábamos al otro como


jamás creímos que amaríamos a una persona.

Pero, lo más importante para nosotros, era que supimos


aprender a vivir el uno al lado del otro, formando la familia
que siempre quisimos, sin aquellas máscaras ni secretos bajo
los que antes nos habíamos estado ocultando.
¡Hola! ¿Cómo estás? ¿Qué te ha parecido esta novela?
Curiosidad de autora jeje.

Si te gusta cómo escribo, disfrutas con mis historias, viajas a


esos lugares donde los personajes viven mil y una aventuras, y
quieres estar al día de mis novedades, puedes seguirme en la
página de Amazon y en mis redes.

¡¡Nos vemos por allí!!

Sarah Rusell.

Facebook: Sarah Rusell


Instagram: @sarah_rusell_autora
Página de autora: relinks.me/SarahRusell
Twitter: @ChicasTribu

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy