v12 Rosa Huertas

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ENCUENTROS EN VERINES 2012

Casona de Verines. Pendueles (Asturias)

Literatura juvenil de frontera


Rosa Huertas

Antes de abordar esta controvertida cuestión conviene plantearse una


pregunta: ¿qué es Literatura juvenil? La respuesta más exacta sería: aquella
que también pueden leer los jóvenes.
Hay incluso quien niega su existencia y, peor aún, quien la ignora o la
cree prescindible. La considero, como escritora y como profesora,
absolutamente necesaria para acceder a la literatura sin complejos, para
conseguir lectores competentes.
Mi deseo es plantear la cuestión de la Literatura juvenil de frontera
desde el punto de vista de una profesora de secundaria. La finalidad, el
objetivo principal del docente con respecto a la lectura, es lograr que los
alumnos lleguen a ser lectores competentes. ¿Qué es un lector competente?
Aquel que se siente capaz de acercarse y leer cualquier obra literaria, que
no se siente excluido por la literatura en todas sus facetas. Quien no consiga
llegar a ese estadio no tendrá una carencia vital, pero se perderá algunas
experiencias muy interesantes.
La clave para acceder a ese nivel se halla en los niveles de recepción.
Cada nivel se asienta sobre el anterior y se relaciona con una edad ideal,
pero no siempre se ajusta a ella pues las circunstancias personales y
sociales del lector son muy diversas. Primero, el niño aprende a leer y
necesita afianzar la técnica. Luego quiere libros sencillos, divertidos, con
personajes y situaciones predecibles y estereotipadas, con final feliz.
Aunque este nivel se correspondería con la edad de 8 a11 años, muchos
adultos se quedan en este estadio. No es necesario comentar que
demasiadas lecturas, supuestamente para adultos, no rebasarían este
esquema. Pero los adolescentes, no se conforman con estos personajes
planos, quieren que respondan a motivos más humanos. Se buscan a sí
mismos y sus problemas en la literatura, necesitan las respuestas que no les
dan los adultos.
Es evidente que no se puede pasar de leer Fray Perico y su borrico,
por poner un ejemplo de Literatura infantil, a leer El Quijote. Por desgracia,
soy testigo de que esto ocurre en muchos institutos. Los adolescentes que
no tienen la oportunidad de acercarse a la Literatura de frontera tendrán
dificultades para dar el salto. En medio está la Literatura Juvenil, para llegar
hasta allí.
La buena Literatura juvenil abre un camino necesario para llegar al
objetivo final: para conseguir emocionarse con los grandes textos de la
Literatura de siempre.
¿Qué no es la Literatura Juvenil?
No todo lo que se escribe deliberadamente para jóvenes es literatura
o, al menos, buena literatura. Y muchos libros que no están en colecciones
para jóvenes lo son. No es lo que se escribe para jóvenes sino lo que ellos
hacen suyo. La buena Literatura Juvenil debe estar en esa fina línea que
casi no distingue los libros de jóvenes de los de adultos, que pueden gustar
a todos los lectores, independientemente de la edad.
Literatura juvenil no es la que se escribe para adolescentes, sino la
que ellos hacen suya. Hay libros que no se escribieron para jóvenes, pero
que los chicos-as de diversas generaciones se han apropiado: Verne,
Dumas, Poe, Dickens, London, Asimov… Y hay muchos libros que se
escribieron para jóvenes que los jóvenes no tienen ningún interés en leer y
que, si leen, olvidan rápidamente.
Literatura Juvenil no es lo mismo que literatura ligera y simplona. No
es una literatura sin palabras complicadas, sin elaboración del lenguaje, sin
temas difíciles (tomemos como ejemplo la novela del Premio Nacional
Palabras envenenadas, de Maite Carranza) o sin complicaciones. Es
literatura que sabe hacer suyas las posibilidades de expresión y
comprensión del joven, sus maneras de interpretar la realidad y el mundo, su
modo de estar en las cosas que pasan y que le pasan.
Literatura Juvenil no es lo mismo que literatura con protagonista niño
o joven. Es verdad que a menudo la presencia de un niño o un joven de
determinada edad permite más rápidamente la identificación por parte del
lector, pero es solo eso: una herramienta que puede ser facilitadora. Lo
importante es que la literatura conecte con las inquietudes, las necesidades
y los anhelos de niños y jóvenes. Por citar un ejemplo, Cielo Abajo, de
Fernando Marías, es una novela en la que no hay ningún personaje
adolescente y que posee una calidad incuestionable.
Literatura Juvenil no es lo mismo que pedagogía. Y esto es
importante, porque, a pesar de que todos (autores, editores, profesores) lo
tenemos más o menos claro, lo de la “literatura” con intención (moralizante o
educativa) parece que nos tienta más de la cuenta. En palabras de una de
las grandes autoras de la literatura infantil: “La literatura infantil no es una
píldora pedagógica envuelta en papel de letras, sino literatura, es decir,
mundo transformado en lenguaje.” (Christine Nöstlinger). A veces, a los
docentes nos cuesta separar ambas cuestiones.
¿Qué tienen los libros que los jóvenes hacen suyos? ¿Cuáles son los
ingredientes? Sin duda, una de las claves la tendrá la palabra “autenticidad”.
Y quizá, también, la palabra “conmover”, en su sentido más literal: moverse
interiormente con alguien o algo.
Un libro que no interesa, que no atrapa, que no impacta en el mundo
del lector infantil o juvenil, es un libro fallido, por muy bien escrito que esté,
por mucho que aporte y por muy interesante y maravilloso que sea. Pero
tampoco consiste en ir a lo fácil, en escribir solo lo que parece que los
jóvenes demandan. ¿Qué sería de nosotros si solo se nos ofreciera aquello
que somos capaces de demandar?
La demanda hay que cultivarla y fomentarla con una oferta rica,
novedosa, motivadora y sugerente. Una oferta que descubra demandas que
ni el propio demandante hubiera imaginado que tenía, que cambie las reglas
del juego sin dejar de jugar a él. Mi juego es que los autores clásicos se
pueden colar en las novelas juveniles. Esa es mi apuesta.
Como autora, me interesa más hacer una Literatura Juvenil que no se
limite a explotar las fórmulas que parece que funcionan, y explore
propuestas nuevas, que apueste por abrir nuevos caminos. Quiero pensar
que siempre hay un antes y un después de que un libro entre en la vida de
una persona. Sobre todo si esa persona es un niño o un adolescente. Me
interesa escribir libros que impacten en el lector; libros que logren una
transformación, del tipo que sea, en él: formar personas a través de literatura
de calidad atractiva para los lectores.
En mi caso, creo que me resulta más fácil escribir para jóvenes
porque los adolescentes son mi interlocutor habitual en el trabajo. Me fijé el
ambiente del IES para contar lo que ocurría en el instituto en el que está
ambientada una de mis novelas
Intento no rebajar el lenguaje a lo vulgar pero conseguir que los
diálogos no suenen forzado, si los que hablan son jóvenes. Por eso conviene
que no todos los personajes lo sean, que haya un contrapunto adulto (y
cuanto más culto y diferente a ellos, mejor).
El escritor debe enamorarse de una historia y querer contarla por
encima de todo. Por encima, principalmente, de las modas imperantes.
Pensar, quizá, en el joven que fuimos, en la novela que nos habría gustado
leer cuando éramos jóvenes.
El autor debe intentar atrapar al lector, cuidarlo para que no se aburra
y no tenga que leer todos los datos que hemos manejado para realizar
nuestra investigación: que no falte pero que tampoco sobre nada.
Es obligado cuidar cada línea, ofrecer calidad, mimar el lenguaje, el
estilo y el vocabulario para que el lector pueda saborear cada página, para
que se fije no solo en lo que se cuenta sino también en cómo se cuenta. En
ese momento será cuando ya haya dado un salto importante para
convertirse en un buen lector competente: aquel que jamás se sentirá
excluido de la Literatura con mayúsculas y sin adjetivos.

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