Marechal, L. Heptamerón

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LEOPOLDO

MARECHAL
HEPTAMERON

EDITORIAL SUDAMERICANA
TRENT UNIVERSITY
LIBRARY
HEPTAMERÓN
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in 2019 with funding from
Kahle/Austin Foundation

https://archive.org/details/heptameron0000mare
LEOPOLDO MARECHAL

HEPTAMERÓN

EDITORIAL SUDAMERICANA
BUENOS AIRES
IMPRESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito que previe¬
ne la ley 11.723. © 1966, Editorial
Sudamericana Sociedad Anónima, ca¬
lle Humberto 1Q 345, Buenos Aires.
Primer día

LA ALEGROPEYA

A Fernando Demaría
I

INVENCIÓN Y MUERTE DE LA ELEGÍA

Yo soy el desertor de la Elegía,


el último lloroso y el primer evadido.
En verdad, no hace mucho, guardando las consignas
que me dictó una cólera sagrada,
yo, con mis propias manos, di muerte a la Elegía,
y escribo ahora sin remordimientos.
Esta canción dirá el porqué y el cómo.

Yo fui de los que usaron instrumentos de música,


pundonorosos cobres, maderas inocentes,
para excitar los duros lagrimales del hombre.
Yo soy de los que ayer enjaularon la pena
(¡triste maldad sin gloria!),
y la exhibieron en la calle,
por dos monedas y un laurel,
ante los ojos fríos de los importadores
de colchas estampadas.
Pero mi error incalculable
y el que no tiene redención

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es el de haber lanzado una Elegía
de pestañas resecas:
un deslucido monstruo que no supo llorar
según las efusiones ya previstas del agua,
ni tampoco reír, como debiera,
según la crepitante legislación del fuego.

Necesito explicar en virtud de qué ley,


¡oh, ciertamente justa!,
le di yo nacimiento a la Elegía
con la complicidad y el humor de un Centauro.
A los exploradores de florestas armadas,
a los que trotan laberintos;
a los graves turistas de la noche
(sea que hayan soltado la pollera del ángel
o que busquen un oro de manzanas prohibidas)
yo les advierto: "Es fácil encontrar un Centauro.”
Lo que no es fácil, ¡oh, cazadores de bestias!,
es digerir al animal crinudo,
ya en su jugosa carne, ya en su número seco.
A veces, descubrir al Centauro es inútil,
como hallar un teorema de santas geometrías
en el plato de sopa de un herrero.

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Yo mismo, cierta vez, en un cuarto menguante


del alma (y es notorio),
di repentinamente con esa formidable
soldadura del hombre y el caballo.
No era un bruto dormido
ni una máquina vieja del furor,
ni tampoco una fábula cuadrúpeda
ya extinguida en los labios de lisos preceptores.
Aquel Centauro mudo que frente a mi estupor
levantaba su sueño más que su arquitectura
era un libro sellado y una ciudad hermética;
o bien el cascarón de una fruta olvidada
por no sabía yo qué agricultores.

Fruta, ciudad o libro, yo debía golpear


al Centauro durmiente:
partir la dura vaina de su enigma,
romper los nueve sellos de lacre o de sigilo
que le ataban la mano con la flecha,
lo impedían de remos y horizontes,
le cerraban la puerta de la luz en el ojo,
le ponían metales de soldar en la boca.

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6

Yo soy, pues, aquel hombre que despertó al Centauro.


Recuerdo todavía, no sin algún temblor
en la piel orgullosa de mi literatura,
el instante preciso en que la bestia
se soltó como un nudo.
¡Admirable visión la del Centauro
que se abría de pronto con el alba y la rosa,
tres partos favorables!
Yo lo vi colocar sus dos puños terribles
en la doble clausura de sus ojos,
y restregarse allí las broncíneas lagañas
de un sopor milenario.
Yo lo vi desgarrar con sus uñas la costra
de miel o de silencio
que obturaba sus labios o su música,
y barrer con la cola un torbellino
de hojarasca y estiércol de otra edad,
y escarabajos fósiles
y peladuras de manzanas.

Entre la bestia y su despertador


no hubo cambio ninguno de palabras ociosas.
Yo aconsejo a los graves pescadores de mitos
que no entablen el diálogo con ningún animal

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si en sus redes entrara, sea o no fabuloso:
Nadie pudo lograrlo sin medir con sus huesos
el campo de cebollas de la Filosofía.
Ni yo le hablé al Centauro ni el Centauro me habló
él era una inquietante máquina de viajar
y yo un viajero de color abstracto.
No es mucho que, de pronto, me sintiera jinete
del animal insigne,
bien sentado en la antigua paciencia de sus lomos.
Entonces redoblaron sus patas orquestales,
y la tierra pasó del silencio a la oda.

Liberato Farías, domador de caballos,


hombre de frenos y alazanes!
Yo recibí en la pampa, de tus fuertes muñecas,
el arte noble de la equitación.
Pero escúchame ahora, ya sigas levantando
ventarrones de pelo doradillo en el sur,
ya confieses abajo tu derrota
con la oscura potranca de la muerte.
Jinetear al Centauro es más difícil:
como si le plantases tu freno y tu mandil
a una idea crinuda,
y saltaras encima de aquel miedo
y fueras derrumbando las columnas del aire.

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9

Cuando cesó aquel ritmo caballar en la tierra


y se aquietó en el viento aquel hermoso
pánico de horizontes,
yo solté las costillas humanas del Centauro
y miré alrededor.
Entonces descubrí la maldad prodigiosa
del animal que fuera mi caballo y maestro:
allí, frente a mis ojos, vergüenza de la luz,
estaba la figura de la Melancolía.

10

Era, según la miro en los recuerdos,


una mujer sentada bajo un laurel sin honra,
entre los abatidos capiteles
y las roturas de algún templo
ya no habitado por su dios.
Una gastada ropa de color aydemí
le vestía la carne hasta los pies:
llevaba una corona de latón oxidado,
con pedrería de botellas rotas.
En su regazo estéril
una lechuza de filosofar
picoteaba mendrugos remojados en vino.
Yo le vi entre las manos, grotescamente inútil,
un compás de medir la distancia que va

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desde la flor al Verbo que la nombra.
Y en torno suyo he visto cómo se amontonaban
los ya roídos huesos de un álgebra en derrota.

11

Pero lo más terrible de la mujer sentada


era el humor o llanto de sus ojos:
un agua vertical en su doble caída,
y sucia con la borra de algún vino cruel
o con el sedimento del porrón de una vieja
o con los protozoarios de una rosa
macerada y podrida en su florero.

12

Es bajo el signo de la indignación


que yo he pintado a la Melancolía
sin los adornos favorables
de una retórica más grata.
Porque digo (y lo juro por la sangre
de todos los poetas degollados
en el altar de la mujer llorosa)
que a su vista, de pronto,
se deshojó en mi pecho todo el árbol
de la risa posible.
¡Ah, por no ver sus ojos escondí yo los míos

15
en la espalda cobriza del Centauro.
Y lloré largamente:
fue mi llanto final.
No he vuelto a derramar ni una lágrima sola;
y, ciertamente, nadie llorará
después de haber mojado los hombros de un Centauro
frente a la cara idiota de la Melancolía.

13

Ya fuese que cumpliera con un oficio eterno


ya que se le ablandase la cáscara del símbolo
el Centauro advirtió mi congoja tremenda,
giró sobre sus remos y volvió a galopar:
él, abajo, era toda la cordura,
yo, arriba, era un demonio que soñaba.
La bestia fabulosa me dejó en la ciudad
y se volvió a su tierra de mutismos cantores.
Pero yo regresaba de aquel viaje
con la meditación de una Elegía.

14

Hombres atentos, cándidas mujeres,


niños ya en el temprano desvelo de la música:
yo soy el inventor de una Elegía
resistente a las viejas humedades del alma.

16
Yo, con mis propios dedos y en mi limpio taller,
construí la Elegía según leyes exactas,
con el barro gritón de lo posible,
con todas las horquillas y alfileres
que perdieron las Musas,
con un zapato roto de Pitágoras,
con alambres y telas de un maniquí olvidado,
con el violín y el arco del otoño,
con la cuerda en buen uso de un reloj de pared,
con la segunda barba de un teólogo tomista
y la primera noche de San Juan de la Cruz.

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No bien hube calzado a la Elegía


que frente a mí se alzaba ya perfecta en su hechura,
di tres pasos atrás, los de rigor,
y estudié largamente la obra de mi mano.
Era de una hermosura sin piedad,
como la exaltación de un planeta maligno:
una Elegía fuerte y desalmada
como un neutrón de uranio en bombardeo,
sin pulso en las muñecas orgullosas
y sin temperatura en sus axilas:
una mujer en forma de guitarra,
pero sin el cordaje de llorar.

17
16

¡Ah, la juiciosa criatura


de mi experiencia y de mi arte!
No se derramaría por sus ojos de cuarzo
ni por su boca de silencio en bruto,
porque yo la inventé sin lagrimales
y le cosí los labios con un hilo de seda.
Entonces, ebrio ya de mis parras ocultas,
bendije aquel pimpollo de mis dedos,
y tomé de la mano a la Elegía
y la entregué a la calle Monte Egmont.
Por fin me reintegré a mi soledad,
como un dios que ha cerrado su caja de compases
y vuelve a la frescura de su séptimo día.

17

Sucedió en adelante (me lo dijo la Fama


de soplados trombones)
que la Elegía no se comportaba
según mi duro cálculo de amor.
En la ciudad tiznada por el hombre
o en la llanura musical de toros,
en el oeste donde nace el vino
y en el norte arropado de leyendas,
la Elegía triunfaba como un ídolo ciego.

1S
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Era, en rigor, un monstruo


que, fiel a su terrible sequedad,
evaporaba todos los líquidos vitales.
Exprimía las ubres de las hembras,
chupaba las raíces del vino y el aceite,
destruía los planes mojados de la lluvia,
secaba los arroyos donde bebe la Égloga,
impedía su llanto a los rocíos,
vaciaba los estanques protectores de lotos,
idilios y batracios,
ponía sal y arena en todo zumo.
Y asaltaba de noche a los viandantes,
¡criatura en desvelo!,
sólo para dictarles al oído
sus rabiosas lecciones de sequía
y tentarles la sed con la promesa
de un paraíso icosaedro
y una manzana triangular.

19

Siendo yo el inventor de aquel daño imprevisto,


y atento a su creciente magnitud,
desenrollé los planos de la Elegía Seca
y repasé de nuevo su mecánica.
Entonces descubrí mis errores de cálculo

19
y advertí la maldad inocente del monstruo:
yo le había negado la horizontal del agua
sin darle, ¡mea culpa!, la vertical del fuego.
Tres días y tres noches azoté yo mi alma
con el rebenque frío de la ecuanimidad.
Luego, purificado en los ayunos,
me puse a resolver la tarea juiciosa
de buscar en su campo a la Elegía
y darle allí una muerte necesaria.

20

A los que alguna vez apretaron el cuello


de una verdad sin ángel;
a los héroes que hundieron su cuchillo en el flanco
de una idea letal aunque preciosa,
y a los que asesinaron tiernamente
las falsas criaturas de un amor albañil;
a todos los alados profesores del crimen
dedico estas palabras de reconocimiento,
yo, el matador de la Elegía.

21

La encontré finalmente junto al mar del Tuyú,


donde una vez yo mismo pude alzar en mis redes
un alba con aletas de pescado.

20
La Elegía vagaba
cerca del mar estéril como ella,
respirando salitres en la cola del viento,
juntando arpones rotos y mástiles heridos,
abriendo almejas frías como el agua y la luna,
pisando valvas rojas y pinzas de crustáceos.

22

¡Ah, recuerdo que al verme se arrodilló a mis pies


en un signo filial de acatamiento!
Y entonces una cuerda se me rompió en el alma:
una bordona pura que ya no ha de zumbar
hasta que me lo exijan los emplumados ángeles.
Tras aquella rotura musical de mi pecho
y sin latido alguno ya en la sien o en la mano,
le puse yo mi acero en la garganta.
No tembló la Elegía ni derramó una gota
de su llanto imposible.
A sus labios cosidos con aguja
no subió ni un lamento de cristal o de alambre.
Ni arrojó por la herida
ningún humor, ya fuera sangre o vino.
Porque sólo brotó de sus arterias
(lo vi no sin piedad)
una ecuación de primer grado
con dos incógnitas fatales.

21
23

Junto al mar del Tuyú sepulté a la Elegía:


en el Tuyú levante, donde una vez yo mismo
le calcé las espuelas a una mañana de oro.
Después caí en el sueño total de los verdugos
que por la noche duermen en seguras balanzas.

24

Al despertar me restregué los ojos


con la inocencia de un recién nacido:
el mundo estaba joven, sin explorar el cielo.
Di algunos pasos en la tierra exacta,
y advertí que mis pies eran cosas de baile.
Quise gritar el bárbaro aleluya
que se acuñaba ya en mi pecho libre,
y sólo conseguí dar a los aires
una risa de plata en el taller.
Entonces, ebrio de mi navidad,
miré yo en torno mío:
allí, tirado sobre las arenas,
yacía el cascarón de mi alma prudente,
su vieja peladura recién abandonada,
su traje de mentir.

22
II

DIDÁCTICA DE LA ALEGRÍA

Así, pues, Elbiamante, recogerás los frutos


que yo he cortado en otras latitudes
y a favor de otros climas,
tal un grumete niño que ha encontrado en las playas
el cinturón de Ulises navegante.

No haré aquí un Evangelio (nunca logré la barba


completa de un sectario),
ni siquiera una Guía de Perdidos,
obra que yo reservo a los calientes
empresarios del alma.
Te doy, sí, las grosuras de mi arte,
su riñón bien cubierto, sus maduros pichones.
Y no tras el halago de un laurel
que ya toca mi frente sin herir su modestia,
sino con la esperanza de quien puso en el viento
una paloma rica de mensajes.

23
3

Desertarás primero la Tristeza,


con su país de soles indecisos
y de rumiantes vacas.
La Tristeza es el juego más tramposo del diablo
tiene las presunciones de una Musa frutal,
y sólo es un pañuelo con que se suena el alma
su nariz en resfrío.
Elbiamor, ¿qué dirías de una lámpara hermosa,
pero sin luz adentro?
Tal es, yo te lo juro, la Tristeza:
es igual a esos platos de vitrina
que nunca recibieron y no recibirán
ni una manzana verde ni un cuchillo.

Si la Tristeza es ya tu inquilina morosa,


échala de tu casa, pero sin altivez.
Le dirás que se lleve su catre y su baúl,
que se ponga su gorro de astracán o de lluvia,
y que se vaya, en fin, a pisar hojas muertas
o a tocar los llorosos violones del hastío.

24
5

Una vez expulsada la Tristeza,


cuídate de los Tristes:
ellos no ven la luz, como no sea
por el solo agujero de sus flautas.
Yo propongo a los númenes que inventan
la salud y el decoro de la ciudad humana
la construcción de un Barrio de los Tristes
en el suburbio menos frecuentado.
Allá se juntarían, y por fuerza de ley,
todos los hombres de color invierno:
los mártires del hígado y la pena,
los convictos de angustia, los no circuncidados
en el ritual del júbilo,
todos los confesores de zozobras,
todos los virgos de la hilaridad.
Ostentarían como distintivos
una rama de sauce pluvial en el sombrero,
en el brazo una liga de la Parca
y en el ojal un buho de latón esmaltado.
Sólo comerciarían en los ramos que siguen:
el pan de la congoja y el vinagre del tedio;
los barnizados muebles de la desolación,
los trajes en buen uso del espanto,
los ataúdes hechos a medida
para las ilusiones que fallecen,
los elásticos perros del insomnio,
las muías flacas de la soledad

25
y otros artículos afines
con la tiroides y el Parnaso.

Elbiamor, la delicia que te pinté recién


es apenas un sueño municipal del alma.
Por lo cual te adelanto los consejos que siguen
y has de observar escrupulosamente.
Si yendo por la calle te enfrentas con un Triste,
busca tu salvación en la otra vereda;
y en premio, la Cordura te adornará la sien
con una fresca rama de cedrón o de mirto.
Si tu encuentro fatal con un Triste sucede
ya en el tranvía ya en el autobús,
descenderás al punto del vehículo innoble
y aguardarás el otro con naturalidad;
entonces la Prudencia
te llenará las manos de alelíes
y los bolsillos de castañas.
Si, por desdicha, un Triste visitara tu hogar,
espera dignamente a que se marche;
y luego, con urgencia, lavarás el asiento
donde ubicó sus .nalgas tormentosas,
y romperás el vaso en que ha bebido,
y quemarás en tu salón de seda
nueve granos de incienso con tres de cinamomo.
Buscarás en seguida la casa de un Alegre;

26
pues en verdad te digo
que vale más la rota pantufla de un Alegre
que la sandalia nueva de los Tristes.

Bueno es ahora que te diga yo


cuál ha de ser la esencia de un Alegre perfecto.
No entiendas, Elbiamor, que un Alegre lo es
porque la risa brota sin partera en sus labios,
o porque sus talones en frescura
son dos rojos ovillos de la danza.
Baile, canción o risa traducen a menudo
la sola complacencia de un hígado triunfante.
No desdeñes, empero, la humildad de esas flores,
porque lucir un hígado armonioso
también es un regalo de la Bondad Primera.

Según mi ciencia, es un Alegre puro


quien se atrevió a reír
después de haber mirado en equidad
el semblante primero de la Rosa.
¡Que un hombre así merezca tu saludo!
Porque ya es el espejo de una flor sin otoño.

27
9

Y es un Alegre bien atemperado


quien se metió en la caja tenebrosa
de su misma vihuela,
y allí se desnudó para verse el ombligo,
y entendió la verdad,
y luego recobró sus vestiduras
para cantar la desnudez eterna.
Eibiamor, a ese Alegre cantante le darás
un racimo de uvas y un gorro de viajero.

10

Y es un Alegre de color exacto


el que rompe a bailar
después de haber quemado su corazón de tierra
y de haber visto sobre la ceniza
la figura de un dios ensimismado.
No es bueno que saludes a ese Alegre
ni que lo mires en su justa danza.
Bastará con que dejes en su portal oculto
dos huevos de torcaz y un porrón de agua fresca.

11

Bajo tales principios, abordaré los altos


problemas de conducta

28
que ha de plantearte necesariamente
ya el uso de tus días ya el paso de tus noches.
Elbiamor, no es prudente dialogar con un ave
(ya sea cuervo suelto, ya papagayo fijo),
ni menos torturar a la bestia emplumada
con la filosofía de algún amor difunto.
En el reino animal y en sus hijos pintados
hay un decoro alegre y una santa inocencia.
Sobrecargar a un pájaro con el lastre de un hombre
es como hacerle trampas al Pesador Divino.

12

Entiendo, sin embargo,


que la imprevista muerte de un Amante
puede llevar al otro, en su locura,
o mejor dicho en su desgarramiento,
a querer violentar el portón del Enigma
con la llave sutil de los ladrones
o con el pico charlatán de un cuervo
sentado en la cabeza de una diosa.
Elbiamor, si encontraras a ese lloroso Amante,
le dirás que no irrite sus párpados de un día.
Pues en verdad te digo que enterrar a un Amado
es como devolver una guitarra
que nos prestó el Silencio padre de toda música.

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13

Podría suceder que no diera el Amante


ningún oído a tu palabra de oro,
y que, siendo el Amante la mitad de un amor,
insistiera en llorar su visible rotura.
Le enseñarás entonces la ingeniosa lección
de ortopedia celeste que yo te di en su tiempo
y en virtud de la cual un Amante partido
sabe reconstruir la mitad que le falta.
Pero, escucha: no es útil enseñar mi receta
si el operario es flojo y el material endeble.
Para el llagado Amante que se dice
la mitad solitaria de un entero amoroso,
es mejor ir saltando con la única pierna
y el ojo impar que le dejó la muerte
hacia el Polo feliz donde se juntan
y se bendicen todas las mitades de amor.

14

El llanto musical de las viudas recientes


es la demostración de un teorema perfecto,
y ha de inspirarte una emoción abstracta
como el sollozo de la Geometría.
Si alguna madre llora por su niño difunto,
es bueno que te pongas tu vestido de fiesta;
porque se dio la suerte del obrero

30
que cumplió en un instante su trabajo del día.
Si asistes al entierro de un héroe y si tus pies
van acatando el ritmo de alguna marcha fúnebre,
haz que tu corazón, al mismo tiempo,
lleve un paso de baile;
porque un héroe difunto es como un higo
que al peso de su miel ha soltado la rama.
Elbiamor, no es plausible remojar con el ojo
tales desprendimientos necesarios;
porque son alabanza de las cosas que vuelven
a su centro natal.

15

De las excavaciones arqueológicas


te mando que te apartes (bien sé yo que te gustan).
Remover con las palas un cementerio indio
es como trastornar sin derecho ninguno
la vieja utilería de la muerte.
¡Ah, si tu pala fiel desenterrase,
no la oscura tinaja de Santiago
con sus huesos vencidos y su rostro que llora,
sino un cántaro seco,
dentro del cual se conservara el grano
de la risa primera!
¡Bendeciría entonces aquel don de tu mano,
y te daría en premio una granada
que se abrió sin cuchillo!

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Pero no es útil excavar el humus
para desenterrar una imagen del llanto.

16

Te ordeno que no explores ni selva ni espesura,


tengan o no el prestigio de la fábula.
Es poco saludable la humedad de los bosques
e irrita las mucosas del corazón viajero.
Además correrías el riesgo de toparte
con los gastados monstruos de la literatura.
¡Oh, qué distinto fuera si, vagando
por un monte frutal, encontraras el árbol
donde se posa el sol para dormirse,
y a su tronco anillado con la doble serpiente
lograras acercarte sin temor!
Entonces dejaría yo de ser tu maestro,
para besar tu frente con labios de discípulo.
Fuera de tal encuentro, lo demás es un simple
goce de la botánica.

17

Elbiamor, yo conozco tu inclinación al viaje;


pero no has de viajar extrañamente.
No utilices en tierra, como cabalgadura,
ni al Centauro parlante ni al Unicornio mudo;

32
ni montes en el agua ni al Delfín que te brinde
su lomo resbaloso, ni al Caballo de Mar;
ni despeines el aire ya en Hipógrifo arisco
ya en dócil Clavileño.
Te romperás en vano los riñones del alma,
si tomas a esas bestias como fácil vehículo.
En cambio, te aconsejo navegar en la Rosa:
ya sabes manejar su difícil timón.
Si fatigas los remos y hay soplo en tu velamen,
te allanará sus golfos la hermosura de arriba.

18

Hay señores que abusan de los ángeles,


haciéndolos actuar en muy tristes oficios:
ángeles de cocina o ángeles de salón,
ángeles con tijeras o ángeles con la cítara.
No caigas, Elbiamor, en tan burdo angelismo:
has de saber que un ángel es tu hermano mayor
en el conocimiento de la fruta celeste.
Pero tales razones de familia
no te acuerdan el goce de intimidad alguna,
ni tampoco el derecho de jugar con los ángeles
como si fueran vidrios de colores.
Exactamente, un ángel es el primer espejo
de la Divinidad.
"¿Y cuál espejo soy?”, me dirá tu cordura.

33
Elbiamor, necesarios y distintos metales
espejean la hermosa cara de tu Señor.

19

Deja la soledad para el uso exclusivo


de los poetas devastados
y los filósofos en ruinas.
"¡Estoy solo y medito!", se gallardea el buho,
muy arropado en su lujosa noche.
Pero el cóndor sereno de los Andes,
erguido en su montaña y ai sol de mediodía,
reflexiona en silencio: "La soledad no existe.”
Y es verdad, Elbiamor, que ninguno está solo.

20

No la curiosidad, torpe mendiga,


sino el amor de relucientes ojos
ha de guiar tus pasos en la ciencia.
Elbiamor, en tu casa (y no lo olvides)
hay una claraboya para la luz de Arriba
y hay un sótano, abajo, para la oscuridad.
No has de asomarte ni a la claraboya
ni al sótano, buscando lo terrible.
Sólo tendrás abiertos los oídos del alma;
porque la claraboya y el sótano que dije

34
son la doble frontera de tu mundo,
y porque han de llamarte desde las dos fronteras.

21

Abundan los poetas que, al menos en la estrofa,


quieren eternizar sus amores de un año
y eternizar su gozo de talón fugitivo
y eternizar sus lágrimas que ya el sol evapora.
Elbiamor, no me opongo si quieres imitar
esas nobles tendencias del alma eternizante.
Pero sea con una condición:
en ese mismo anhelo de eternizar las cosas
has de ver el indicio y hasta la vocación
de tu más que segura eternidad.
Porque un sabor eterno se nos ha prometido,
y el alma lo recuerda.

22

Tomo un pedazo de pan duro,


lo remojo en el agua
y lo doy a los pájaros de arriba.
Come un gorrión el pan y luego tiende
sus alas al espacio:
Elbiamor, el pan duro se ha convertido en vuelo.
Se nutre de mi pan una calandria
y en seguida retoma su profesión del trino:

35
Elbiamor, el pan duro se ha transformado en música.
No es bueno destruir el pan duro del alma:
vale más remojarlo y transmutarlo
ya en altura de vuelo ya en canción.

23

El quirquincho le dice al avestruz:


"Te gano en la carrera.”
Sobre sus patas fósiles ya se apura el quirquincho:
el avestruz, en cambio, sin lanzarse al torneo,
gira sobre sus pies y le muestra la cola.
Elbiamor, si te vieras en caso parecido,
seguirás la lección del avestruz;
pero no has de mostrarle al quirquincho insolente
las plumas de tu cola en arrogancia.
Yo no despreciaría ni el flato de un mosquito.

24

Sea la paz el agua de tu día


y el vino de tu noche.
Pero si la justicia t& llamase a una guerra,
ceñirás tu buen casco y empuñarás tu lanza.
Y verterás tu sangre y la del otro,
fiel a una rigurosa economía.

36
La tierra se alimenta con la sangre del justo,
y con la del injusto se purga sabiamente.

25

La división del átomo en procura


de la unidad de la materia
es un viejo delirio de la física parda.
Elbiamor, no te ocupes en esas liviandades
ni manejes isótopos de uranio.
Ellos dividirán, hasta perderse,
la materia inasible,
y sólo encontrarán, según peso y medida,
los números cantores del Primer Intelecto.
Porque, a decir verdad, la materia no existe.

26

Si están o no habitados Marte, Venus y Júpiter,


es una duda torpe que no has de mantener.
Este globo terráqueo (planeta nada ilustre)
se vanagloria, empero, de muchos habitantes:
¿por qué no los tendrían, Elbiamor, los demás?
¿Que les falta una atmósfera de oxígeno?
Respirarán fotones o electrones.
¿Que no tienen ganados ni trigales?
Almorzarán sus cobres y amatistas.

37
Sus almas racionales bien podrían tener
un soporte de cuarzo, sin violentar la lógica.
¿Por qué han de ser iguales a nosotros?
La posibilidad es infinita,
y el Divino Alfarero no se repite nunca.

27

Un orden venerable, y a menudo cruel,


preside la existencia de toda criatura.
Le dijo el gavilán a la paloma:
"Es mediodía ya, voy a comerte”;
y la paloma se dejó embuchar,
sin acudir a la jurisprudencia.
Elbiamor, no te sumes a la hueste mojada
que llora en estos casos de inefable justicia:
ni le pegues un tiro al gavilán
ni le ofrezcas un lauro a la paloma.
Que nadie arroje a la balanza de oro
ningún lastre importuno.
Más temblaría yo si la paloma
se comiera de pronto al gavilán.

28

Cuando la rana corajuda


por igualarse con el buey,
se infló del aire de sí misma
y reventó gallardamente,
los olímpicos dioses estallaron
en una formidable carcajada.
Pero un dios que sin duda no reía
dijo a los otros y a su hilaridad:
"En la explosión heroica de la rana
yo advierto la divina locura de los grandes.”
Y entonces una rama de laurel
se consagró al esfuerzo del batracio sublime.

29

Elbiamor, que te vean siempre igual a ti misma,


ya toques las alturas, ya recorras el suelo.
Ni se rebaja el pan en la mesa del pobre
ni se sublima en el mantel del rico.
Sé como el pan, y la justicia
dirá tu elogio en su balanza.

30

Te propongo, con ánimo docente,


varias definiciones de tu cuerpo.
La viajera: "Es un traje de turismo,
entre los muchos que ha de usar tu ser
cumpliendo su moción helicoidal.”

39
La tenebrosa: "Es el cajón de muerte
o el ataúd grosero en que tu alma
yace y espera su liberación.”
La hotelera: "Tu cuerpo es una casa
que has de habitar un día y una noche.”
La fabril: "Es un útil de trabajo,
una herramienta noble (martillo, escoplo, arado)
con que realiza el alma sus oficios terrestres.”
Sea un útil o un traje, sea chalet o féretro,
cuidarás ese poco de tierra necesaria.
Ni adores a tu cuerpo ni le des latigazos:
es un buey de ojos tristes, pero muy obediente
si no lo abruma el yugo ni le sobra el alfalfa.

31

Comerás las verduras de tu huerto,


sin repudiar el haba como los pitagóricos.
Una lechuga, dos acelgas,
una manzana y un limón
te dan las mismas calorías
de un buen pedazo de teñera.
Con todo, no rechaces un lomo de novillo
por temor de que el alma de tu abuela
se haya encarnado en ese pastoril animal.
Tales encarnaciones repugnan al Demiurgo:
Elbiamor, no se ha visto ni ha de verse jamás
que un hombre habite dentro de un caballo.

40
Lo más triste y usual es que un caballo
se nos meta en el hombre.

Del fermentado jugo de las uvas


no beberás, como no sea
ya en los bautismos, ya en los casamientos.
Repudiarás en toda circunstancia
los brebajes malditos
que aviesamente se destilan
en sigilosos alambiques.
Todo borracho es una casa
que abre sus puertas al ladrón.
Y el que bebe agua pura consigue que florezca
la barba de Esculapio.

33

Te bañarás asiduamente,
pero sin ínfulas ni orgullo.
Gentes hay que se bañan y lo gritan
como si fuera un acto de heroísmo.
Que la modestia y la necesidad
te lleven de la mano hasta la ducha,
no de otro modo el labrador que limpia
la reja de su arado.

41
34

Cómodos e inocentes han de ser tus vestidos:


ni ha de ahogarte la tela ni menos desnudarte.
No des tu mano a las pulseras
ni hagas tu cárcel de una túnica:
el ostentoso pavorreal
es un esclavo de su ropa.

35

Con los preceptos de mi Alegropeya


lograrás, Elbiamante, construir tu alegría
por la virtud sapiente y obrante de tu alma.
Y darás buena sombra
para todos. Amén.

42
III

EL CANTO DE ALEGRÍA

Desde que me plantaron


como una viña en la ciudad del hombre,
yo he presentido esta bondad sonora
y este ambicioso Canto de Alegría.
Mi madre fue una escoba de barrer peladuras
y mi padre un martillo de castigar aceros.
Yo recibí la ciencia prudente de la escoba
y el arte de hacer música en la fragua.
Pero mi Canto de Alegría
fue mi pimpollo sin abrir.

Desde que se cuajó de uvas negras mi parra,


yo he deseado esta labor del ángel,
este imposible Canto de Alegría.
Mi novia era el fervor que calzaba las noches
y mi amigo la llave que abría los nacientes.
Yo aprendí a fustigar los caballos del tiempo
y a reír en la guerra.

43
Pero mi Canto de Alegría
fue mi paloma sin halcón.

o
3

Desde que hicieron vino con mis uvas,


yo he preparado este sabor del alma
y este difícil Canto de Alegría.
Mis hijos eran vientos que soplaban al norte
y mis hijas trigales en la boca del sur.
Un alegre despojo me alivianó el costado,
y barrí peladuras (mi madre fue una escoba).
Pero mi Canto de Alegría
no maduraba su domingo.

Desde que todo el vino se me trocó en vinagre,


yo deseo este pámpano de alturas,
esta piedad no humana
y este celoso Canto de Alegría.
La soledad a mi derecha estaba
y el pavor a la izquierda
y el silencio de frente.
Yo derroté al silencio (mi padre fue martillo).
Pero mi Canto de Alegría
no desbordaba la frontera.

44
5

Desde que yo incendié por sus cuatro costados


mi viña y mi ciudad,
se me aclara esta furia de los bronces,
esta sublimación de las maderas,
este redondo Canto de Alegría.
Si atravesé la Puerta de los Bueyes,
fue con la barredura de la escoba;
si me acerqué al Umbral de las Trompetas,
fue con el arte puro del martillo;
si dirigí mis pasos al Tuyú,
fue porque allá se pudre una Elegía
que yo mismo enterré junto al mar y su infancia.

Sin delfín protector ni sirena cantante,


me adentré yo en las aguas del Tuyú.
Las olas me cubrieron y bajé a lo profundo
(sucedió en el Tuyú,
donde una vez yo mismo le calcé las espuelas
a una mañana de oro).
Me vistieron las aguas y descendí a la hondura
(en el Tuyú, donde una vez yo mismo
pude alzar en mis redes infantiles
un alba con aletas de pescado).

45
7

Volví a la superficie, yo el primer evadido.


Y entonces vi la Nave de tres palos
que surcaba las olas con el viento en la tela,
yo el último lloroso.
Y vi la escalerilla de trepar a la borda,
yo el náufrago de siempre.
Y nadé con mi brazo meritorio,
yo el matador de la Elegía.

Escupiendo las hieles interiores del agua,


me subí a la cubierta de la Nave.
Desde su proa en vuelo hasta su popa
la embarcación estaba llena
de tripulantes bien peinados
y tan graciosos como el día.
Pero lo más extraordinario
de aquellos proceres navales
era el silencio en que viajaban
y florecían a la vez.
No era el mutismo de la sal
ni el del granado sin idioma:
era un silencio en atención,
un gran silencio que escuchaba.
Y yo, entre tantos auditores,

46
ningún sonido recibía,
como no fuera el de la mar
y sus timbales enojados.

Por lo cual, siendo yo un recién venido


y un tocado recién por el misterio
de aquella Nave, me asomé a la borda.
Entonces vi la punta del enigma:
todo el bajel y su tripulación
estaban en el hueco de una mano gigante.
La embarcación entera cabía y navegaba
en una mano abierta de mujer.

10

Aquella mano estaba unida


(bien lo esperé no sin temblor)
a un largo brazo de azucena
que florecía en las alturas.
El brazo se juntaba con un hombro,
y en seguida vi el cuello, torre para los nardos.
Al fin mis ojos ascendentes
vieron la cara prodigiosa
de la Mujer en cuya mano
la embarcación tendía velas.
11

Y juro que al mirar esa cara, de pronto


se abrieron las compuertas del sonido
y se partió la almendra de la música;
y empezó a caminar este niño del aire
o este moroso Canto de Alegría
que yo soñé desde que me plantaron
como una vid en la ciudad del hombre.

12

Porque un elogio inmenso la buscaba


desde las seis provincias del espacio.
El elogio de aquella Portadora de Naves
maduraba (panal de sus oídos)
en la prima del norte y en el bordón del sur,
en las cornetas del levante
y en los tambores del poniente,
en los cuernos de caza del cénit
y en los oboes del nadir cazado.
Así empezó a zumbar esta mosca del éter
y este Canto imposible que medito
desde que se cuajó
de uvas negras mi parra.

48
13

Pero advertí muy luego


que la Mujer, el barco y los elogios
eran de plata y luna,
y que de luna y plata solamente
yo tejía esta ropa de sonidos,
o este Canto piadoso que me llama
desde que hicieron vino con mis uvas.

14

En luna y plata se me había dado


la mitad de la Oda.
Y entonces busqué yo la otra mitad:
mis ojos que subieran desde la mano izquierda
de la Mujer, bajaron por su hombro derecho.
Y ya se apura este sudor del alma,
o este Canto laudable que me invoca
desde que todo el vino se me trocó en vinagre,
desde que yo incendié mi ciudad y mi viña.

15

En el brazo derecho de la Mujer estaban


la música total o el entero del Canto;
y el Niño en los pañales de su infancia

49
o el Hombre ya en la leña de su cruz;
y el Albañil parlante que construye los mundos
o el Juez que los arroja en su balanza;
y el oro exacto de los alquimistas
o el sol de los astrólogos calientes;
y la fruta devuelta como un robo a su gajo,
y el Cordero de arriba.

16

Por el brazo derecho que recoge la luz


y por la mano izquierda que sostiene la Nave,
ya rompe su obstinado cascarón este huevo,
ya sale de su abierta matriz este cachorro,
ya empluma sus alones este pichón sin hiel
o este plausible Canto de Alegría.
El Capitán, mi Capitán
tiene la barba de oro a medianoche,
de plata sin colar a mediodía.

17

Este Canto ha de ser una danza de proa,


una risa de viaje y un coro de gavieros.
Pues en la mano izquierda se asegura la Nave
y en el brazo derecho sangra bien el Piloto.
El Capitán, atado al mástil, sangra,
y esta navegación es un juego celeste.

50
18

Hombre tal vez, o libro lleno de antiguas letras


¿te mirabas autor de tu escritura?
Hombre quizás, o lámpara encendida:
¿te has pensado la luz de tu pabilo?
Y en este gran invierno de la tierra,
¿no inflaste, junto al mío, tu fantasma?

19

Bien, pero no derrames la copa de tus ojos:


desde la mano izquierda te pido que no llores.
No has de llorar, si en el Tuyú y sus aguas
yo coseché una risa y un delfín:
no has de llorar, si en el Tuyú reposa,
bien atada en su muerte, la Elegía.

20

¿Con qué metales forjaré mi Canto,


si he de soltar el nudo terrible de la música?
Trabajaré con todo lo que suena,
desde la viola o el pulmón del ángel
hasta el paso furtivo del ratero.

51
21

Lo sonable, sonoro y sonador


entra ya en este Canto de Alegría.
Todo lo que abandona su ganga de silencio
ya en la tierra brutal, ya en el puño del aire,
ya en el riñón del fuego, ya bajo el poderoso
martillo de las aguas,
con la cuerda vocal o la trompa o el élitro,
con el ala o la uña,
con dientes afilados o agallas que resoplan.
Todo lo que produce algún sonido
quiere y debe integrar esta Canción.
Porque en la mano izquierda se asegura la Nave
y en el brazo derecho sangra bien el Piloto.

22

¡Un redoble de pampas en el Sur!


¿Quién enciende caballos en el solar del viento?
Liberato Farías, domador de alazanes,
quiere hacer de la tierra su timbal.
El caballo es la espuma de la tierra
y el jinete la espuma del caballo:
más arriba, la copla del jinete revienta,
clavel salado, espuma de reseros.
Por el brazo derecho que recoge la luz
y por la mano izquierda que sostiene la Nave,

52
Liberato Farías, domador de tordillos,
quiere hacer un timbal de la tierra elogiosa.

23

¡Sólo un preludio fue de timbaleros!


José del Sur avanza detrás de los jinetes,
y trae la carreta del verano,
la morosa boyada del invierno.
Hombre quizás o libro lleno de antiguas letras,
¿qué precioso trigal cosechaban tus dedos?
"Yo no soy el autor de mi escritura”,
dice José del Sur en su carro tonante.
Hombre lleno de mieses y aforismos,
¿qué le das a este Canto de Alegría?
El son de las pezuñas, el chirriar de los ejes,
las picantes guitarras de tu boda,
el lloriquear de tus recién nacidos
y el adiós literal de tus muertos exactos.
Tu penitencia es una fruta roja,
y el Capitán, atado al mástil, sangra.

24

Es el Sur quien llamó, y el Oeste responde.


Gritan los cosecheros de uva blanca,
ríen los pisadores de uva negra,

53
los que administran en toneles justos
la exaltación del hombre, su vino enamorado.
Llenador de toneles, pisador de uva negra,
¿qué racimo de gozo corta recién tu mano?
"Yo no soy el aceite de mi mecha,
la luz de mi pabilo”,
dice ya el cosechero de uva blanca;
y su contestación es el aroma
que prefieren los vientos.
¡Pisa tu corazón en el lagar!
¡Que tu vino refresque la barba de los dioses!
Ha contestado la región del vino,
y yo gobierno esta Canción tremenda.

25

¡Pero el sonido del Norte


quiere juntarse a la Oda!
Es un palo en una caja
y una miel de Capricornio:
"Ya lo devuelven al árbol
de la delicia primera,
ya lo convierten en fruta,
ya canta la primavera.”
Así el tostado Norte ha respondido,
y el Capitán tiene la barba de oro.

54
26

¡Yo gobierno esta música de viaje


y este alegrón de quillas!
El Litoral ya sopla sus trombones de agua:
la floresta es un órgano y el viento un organista
sobre la pedalera que hace gritar los árboles.
Por el brazo derecho que recoge la luz,
yo dirijo esta risa de grumetes.

27

Y Buenos Aires, mi ciudad, arroja


su cubo de sonidos a la fusión del Canto.
Vestida de cemento, calzada de metales,
ya la ciudad me rinde su tango en espiral,
todo lo que abandona su ganga de silencio
para integrar un Canto de Alegría,
todo lo sonador y lo que suena
por la Mujer de plata y el Almirante de oro.
Y yo tengo las riendas en la mano:
yo dirijo esta música de proas,
este rigor que empieza en un Centauro
y acaba en un Navio.

55
Segundo día

LA PATRIÓTICA

A José María Castiñeira de Dios


I

DESCUBRIMIENTO DE LA PATRIA

Dije yo en la Ciudad de la Yegua Tordilla:


"La Patria es un dolor que aún no tiene bautismo.”
Los apisonadores de adoquines
me clavaron sus ojos de ultramar;
y luego devoraron su pan y su cebolla
y en seguida volvieron al ritmo del pisón.

¿Con qué derecho yo definía la Patria,


bajo un cielo en pañales
y un sol que todavía no ha entrado en la leyenda?
Los apisonadores de adoquines
escupieron la palma de sus manos:
en sus ojos de allende se borraba una costa
y en sus pies forasteros ya moría una danza.
"Ellos vienen del mar y no escuchan”, me dije.
"Llegan como el otoño, repletos de semilla,
vestidos de hoja muerta.”
Yo venía del Sur en caballos e idilios:
"La Patria es un dolor que aún no sabe su nombre.”

59
3

Una lanza española y un cordaje francés


riman este poema de mi sangre.
Yo también soy un hijo del otoño
que llegó del oriente sobre la tez del agua.
¿Qué harían en el Sur y en su empresa de toros
un cordaje perdido y una lanza en destierro?
Con la virtud erecta de la lanza
yo aprendí a gobernar los rebaños furiosos;
con el desvelo puro del cordaje
yo descubrí la Patria y su inocencia.

La Patria era una niña de voz y pie desnudos.


Yo la vi talonear los caballos frisones
en tiempo de labranza,
o dirigir los carros graciosos del estío,
con las piernas al sol y el idioma en el aire.
(Los hombres de mi estirpe no la vieron:
sus ojos de aritmética buscaban
el tamaño y el peso de la fruta.)

La Patria era un retozo de niñez


en el Sur aventado, en la llanura

60
tamborileante de ganaderías.
Yo la vi junto al fuego de las hierras:
estampaba su risa en los novillos;
o junto al universo de los esquiladores,
cosechando el vellón en las ovejas
y la copla en las dulces guitarras de setiembre.
(No la vieron los hombres de mi clan:
sus ojos verticales se perdían
en las cotizaciones del Mercado de Lanas.)

Yo vi la Patria en el amanecer
que abrían los reseros con la llave
mugiente de sus tropas.
La vi en el mediodía tostado como un pan,
entre los domadores que soltaban y ataban
el nudo de la furia en sus potrillos.
La vi junto a los pozos del agua o del amor,
¡niña, y trazando el orbe de sus juegos!
Y la vi en el regazo de las noches australes,
dormida y con los pechos no brotados aún.

Por eso desbordé yo mi copa de tierra


y un cachorro del viento pareció mi lenguaje.

61
Por eso no he logrado todavía
sacarme de los hombros este collar de frutas,
ni poner en olvido aquel piafante
cinturón de caballos
ni esta delicia en armas que recogí en Maipú.

Guardosos de semilla, vestidos de hoja muerta,


los hombres de mi clan ignoraron la Patria.
Con el temblor sin sueño del cordaje
la descubrí yo solo allá en Maipú.
Y, de pronto, en el mismo corazón de mi júbilo,
sentí yo la piedad que se alarmaba
y el miedo que nacía.
"La Patria es un temor que ha despertado”,
me dije yo en el Sur y en su empresa de toros.
"Niña, y pintando el orbe de su infancia,
en su mano derecha reposa la del ángel
y en su izquierda la mano tentadora del viento.”
El temor de la Patria y su niñez
me atravesó el costado (la cicatriz me dura).

Tal fue la enunciación, el derecho y la pena


que traje a la Ciudad de la Yegua Tordilla.

62
Y así les hablé yo a los inventores
de la ciudad plantada junto al río
y a sus ensimismados arquitectos
o a sus frutales hombres de negocio:
"La Patria es un amor en el umbral,
un pimpollo terrible y un miedo que nos busca
no dormirán los ojos que la miren,
no dormirán ya el sueño pesado de los bueyes.”
(Los apisonadores de adoquines
masticaban su pan y su cebolla.)

10

Y así les hablé yo a los albañiles:


"La Patria es un peligro que florece:
niña y tentada por su hermoso viento,
necesario es vestirla con metales de guerra
y calzarla de acero para el baile
del laurel y la muerte.”
(Los albañiles, desde sus andamios,
hacían descender cautelosas plomadas.)

11

Y dije todavía en la Ciudad,


bajo el caliente sol de los herreros:
"No sólo hay que forjar el riñón de la Patria,

63
sus costillas de barro, su frente de hormigón:
es urgente poblar su costado de Arriba,
soplarle en la nariz el ciclón de los dioses:
la Patria debe ser una provincia
de la tierra y del cielo.”

12

Me clavaron sus ojos en ausencia


los amontonadores de ladrillos.
Los abismados hombres de negocio
medían en pulgadas la madera del norte.
Nadie oyó mis palabras, y era justo:
yo venía del Sur en caballos y églogas.

13

Y descubrí en mi alma: "Todavía no es tiempo:


no es el año ni el siglo ni la edad.
La niñez de la Patria jugará todavía
más allá de tu muerte y la de todos
los herreros que truenan junto al río.”

14

La Patria no ha de ser para nosotros


una madre de pechos reventones;

64
ni tampoco una hermana paralela en el tiempo
de la flor y la fruta;
ni siquiera una novia que nos pide la sangre
de un clavel o una herida.

15

Yo la vi talonear los caballos australes,


niña y pintando el orbe de sus juegos.
La Patria no ha de ser para nosotros
nada más que una hija y un miedo inevitable,
y un dolor que se lleva en el costado
sin palabra ni grito.

16

Por eso, nunca más


hablaré de la Patria.

65
II

DIDÁCTICA DE LA PATRIA

Conozco a los varones de mi tierra y mi siglo:


inciertos en el mal y en la virtud,
son como yo, tienen la misma cara
sin dibujos de llanto
y el mismo corazón en arcilla mojada
que no tostó ni el fuego ni la gloria.

Josef, lo que te anuncio no es alegre ni triste:


sólo es fatal en esta Patria joven.
¿No te hubiera gustado, como a todos,
poner tus cuatro vientos en su bandera niña,
y montar alazanes que arquean los pescuezos
en el día feliz de una batalla;
o romper en su elogio, con la oda,
los tímpanos del mundo,
y arrancar una pluma del ángel para ella?
No has de lograrlo, y quedará en tu sueño:
la infancia de la Patria jugará todavía
más allá de tu muerte (yo lo aprendí hace mucho).

66
Ella es un año inmenso que despunta en nosotros
ni tú ni yo veremos la cara de su estío.

Generaciones hubo más dignas que la nuestra.


¿Qué nos pasó a nosotros, Josef, que nos legaron
un tiempo sin destino que merezca un laurel,
un puñal que no sale de su vaina
y un día sin talones de castigar la tierra,
o una estúpida noche
de soldados vacantes?
Nos enseñaron que la Patria era
no sé yo qué juicioso paraíso
de infalibles trigales y vacas repetidas.
Así engordamos junto a los grasicntos
asadores y cerca de las uvas pisadas.
Y dormimos en todas
las vigilias del hombre.

Entretanto, los pueblos que aventaba la historia


dos veces conocieron el sabroso
pavor de las batallas.
No me importa, Josef, el tenor de su guerra:
ellos caían bajo la implacable

67
legislación del ciclo;
se miraban desnudos
en el espejo claro de la muerte;
sentían retemblar bajo sus pies
la cubierta del mundo, navio castigado,
y abrirse arriba todos los pasajes del cielo.
Nosotros les vendíamos harinas
y carnes envasadas.
Muy dichosos de ser espectadores
y no actores de aquella promoción de la sangre,
reíamos felices de nuestra paz bovina:
quemábamos incienso a nuestro dios
en figura de Shorthon;
y lo apedreábamos a veces
cuando la lluvia, en su traición,
enflaquecía los vacunos
o nos diezmaba los trigales.
Josef, lo que te digo no es de hiel ni de miel:
sólo es fatal en una Patria niña.
Con todo, algo debemos hacer en esta infancia.
"¿Qué?”, me dirás, y te respondo ahora.

No te adelantaría mi Didáctica,
si no supiese yo lo que se incuba,
por vocación, en esta provincia de los hombres.
Josef, un ciclo amargo da su fruta en el mundo

68
la oscuridad nos miente ya la forma de un dios.
Pero un Rey no visible todavía
está plantando almendras en suelos favorables.
¿Qué me dirías tú si brotara un almendro
junto al río y sus crines de león?
Estudia mis palabras que harán reír a muchos:
yo siempre fui un patriota de la tierra
y un patriota del cielo.

El nombre de tu Patria viene de argentum. ¡Mira


que al recibir un nombre se recibe un destino!
En su metal simbólico la plata
es el noble reflejo del oro principial.
Hazte de plata y espejea el oro
que se da en las alturas,
y verdaderamente serás un argentino.

Es un trabajo de albañilería.
¿Viste los enterrados pilares de un cimiento?
Anónimos y oscuros en su profundidad,
¿no sostienen, empero,
toda la gracia de la arquitectura?

69
Hazte pilar, y sostendrás un día
la construcción aérea de la Patria.

Y es una vocación de agricultura.


¿No viste la semilla en su carozo
y el carozo en su tierra y esa tierra en su invierno?
Riñón de lo posible, la semilla es el árbol
no proferido aún y ya entero en su número.
Josef, hazte carozo de la Patria en ti mismo,
y otros verán arriba la manzana
que prometiste abajo.

Somos un pueblo de recién venidos.


Y has de saber que un pueblo se realiza tan sólo
cuando traza la Cruz en su esfera durable.
La Cruz tiene dos líneas: ¿cómo las traza un pueblo?
Con la marcha fogosa de sus héroes abajo
(tal es la horizontal)
y la levitación de sus santos arriba
(tal es la vertical de una cruz bien lograda).

70
10

Josef, si como pueblo no trazamos la Cruz,


porque la Patria es joven y su edad no madura,
la debemos trazar como individuos,
fieles a una celosa geometría.
¡La vertical del santo, la horizontal del héroe!
Te resulta difícil, ¿no es verdad?
Pero aquí no se trata de vestir armaduras
llenas de pedrería
ni de abrirse las nalgas con lujosos rebenques.
Tu heroísmo ha de ser un caballo de granja,
tu santidad una violeta gris.
Otros recogerán, a su tiempo, laureles
y el brillo escandaloso de la notoriedad:
yo te di los oficios del pilar y el carozo,
fuertes y mudos en su anonimato.

11

Josef, dos modos hay de hacerte rico:


o aumentando las cifras de tu cuenta bancaria
o reduciendo tus necesidades
a lo estricto y cabal.
Mejor es el segundo, por la razón que sigue:
¿No es el hombre un viajero de la tierra?,
¿su viaje no es de un año?
El que poco desea o necesita

71
es, bien mirado, un cómodo viajero
que anda sin equipaje.

12

Yo conozco a viajeros que se cargan


de maletas ociosas.
Por cuidar y mover sus pesados baúles
ni observan el paisaje ni leen la escritura
de este mundo sabroso
(porque todo viajero debe ser un lector).
Josef, eliminando tus valijas inútiles,
ya eres pobre y liviano según la tierra gorda:
leyendo y meditando tus lecciones de viaje,
ya eres rico y pesado según la ley de arriba.
Si todos alcanzaran este fácil teorema,
los hombres mis hermanos viajarían desnudos.

13

De los siete pecados capitales


que asaltan a los hombres junto al Río,
el primero es la Envidia (los he clasificado
por orden riguroso de maldad).
La riqueza exterior, los honores, el lujo,
la suerte y el talento constituyen el pasto
natural de la Envidia.

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¡Josef, que no te muerdan sus dientes amarillos!
Ni envidies a los otros
ni les des ocasión de que te envidien.
La manera segura de no ser envidiado
es la de no mostrar nada envidiable.

14

La Gula está en el orden segundo de mi lista.


Es terrible, Josef, lo que devoran
nuestros conciudadanos entusiastas.
Por sus jamás ociosas dentaduras
yo diría que pasa toda la Creación
en su aspecto visible y masticable:
gordos terrestres piden ser y son.
Josef, no te abandones a tan loco ejercicio:
devora, en cambio, sin temor ninguno,
toda la Creación inteligible,
y te convertirás en un gordo celeste.

15

Por la mañana, cuando te levantes,


piensa, Josef, en ese nuevo día;
y no te olvides que al salir al sol
entrarás en un campo de batalla.
Que no te engañe el paso normal de los tranvías

73
ni la canción melosa del frutero
ni el pacífico rostro de tu jefe
ni la sonrisa blanca de tu subordinado.
Angeles y demonios pelean en los hombres:
el bien y el mal se cruzan invisibles aceros.
Y has de andar con el ojo del alma bien alerta,
si pretendes estar en el costado
limpio de la batalla.
Josef, nada es trivial en esa guerra:
basta el peso ladrón de una bolsa de azúcar
para que llore un ángel y se ría un demonio.

16

No vaciles jamás en la defensa


o enunciación o elogio
de la Verdad, el Bien y la Hermosura.
Son tres nombres divinos que trascienden al mundo,
y es fácil deletrearlos en las cosas.
No los traiciones, aunque te flagelen:
yo se bien que la triste Cobardía
suele atar a los hombres junto al Río moroso.
Vence a la Cobardía de los ojos oblicuos,
y la Patria futura dará el santo y el héroe
que han de trazar las líneas de la Cruz.
17

Liviano de equipaje y avizor en tu guerra,


te asaltarán, empero, no escasas tentaciones.
Josef, has de vencerlas, o llorará la Patria
todavía en pañales.
Si te ofrecen un cargo de visibilidad,
acéptalo en razón de tu mérito sólo
y en vista de los frutos que darás a tu pueblo.
Si eres olmo, no admitas la función del peral,
o has de ser un peral falsificado
y un olmo sinvergüenza.

18

Los cargos o funciones de mucha jerarquía


tientan o con el oro fiscal siempre indefenso
o con los relumbrones de toda investidura.
Josef, no pongas mano en los dineros
que a tu virtud laudable se confíen.
El Robo, soslayada forma de la violencia,
es el tercer pecado de nuestros compatriotas.

19

En cuanto al relumbrón, si te lo imponen,


lo llevarás con el desgano y frío

75
de quien se envaina por obligación
en un frac de molesto protocolo.
Sea tu libre personalidad,
y no el brillo exterior que te prestaron,
la que se muestre a todos, fiel e igual a sí misma.
Conozco a personajes que se creían águilas,
temidos y solemnes en su pluma oficial,
y que al ser desnudados exhibieron risibles
alones de gallina.

20

Si acaso gobernaras a tu pueblo,


no has de olvidar que todo poder viene de Arriba,
y que lo ejerces por delegación,
como instrumento simple de la Bondad Primera.
Josef, el gobernante que lo ignora u olvida
se parece a un ladrón en sacrilegio
que se va con el oro de una iglesia.

21

Según la más antigua ley de la caridad,


el superior dirige al inferior.
Hasta los nueve coros angélicos reciben
y cumplen esta norma del gobierno amoroso;
y el ángel superior, al de abajo se inclina

76
para darle una luz que a su vez le fue dada.
Todo buen gobernante lo será
cuando a sus inferiores descienda por amor
y se haga un simulacro de aquel Padre Celeste
que a toda criatura da el sustento y la ley.
El gobernante que no asuma el gesto
de la paternidad
es ya un tirano de sus inferiores,
aunque regale sus fotografías
con muy dulces autógrafos.

22

Empero, no confundas esa paternidad


con un fácil reparto de juguetes.
Recordarás, Josef, que tu Padre de arriba
Gobierna con dos manos:
o

con la mano de hiel de su Rigor


y la mano de azúcar de su Misericordia.
Si asumes el poder, usa las dos,
ya la dura o la blanda, según tu inteligencia.
Josef, el que gobierna con una mano sola
tiene la imperfección de un padre manco.

23

Ni te muestres al pueblo demasiado


ni en el poder te agites como un hombre de circo.

77
Imita, si gobiernas, a ese Motor Primero
que hace girar al cosmos
y es invisible y a la vez inmóvil.

24

Preferiría yo, sin embargo, que tales


pesos no recayeran en tus hombros.
Es mejor construirse y apretarse uno mismo
(ya te hablé del pilar y la semilla),
y crecer por adentro lo que afuera se poda
y ganar por arriba lo que se pierde abajo.
Si así lo hicieras, crecerá la Patria,
Josef, en cada una de tus disminuciones.
Y todo lo que pierdas lo ganará esa Novia
del Suceder, en su más claro día.
Tercer día

LA EUTANASIA

A Ernesto Sábato
I

LOS ELOGIOS

Señora de la Puerta, virgen en el umbral:


Eutanasia desnuda,
sin las adormideras ni el beleño
con que te adornan los escandalosos
poetas de la muerte.
Y hembra de las dos caras, la nocturna y la diurna
punzante como el ojo del buho a medianoche
y alerta como el ojo del ciervo a mediodía.
Yo instalaré mi canto por encima
de tus viejos terrores, ¡oh, novia en la balanza!,
más allá de las tumbas que gritan su vacío,
lejos de los calientes epitafios
con que pregona el hombre su ilusión de morir.

Este poema es una Fundación


y un ascendente de la arquitectura.
Lo digo sin reparos, ajeno como estoy
al Orgullo de pluma levantisca
y a la Modestia de agachados ojos.

81
En cuanto a la espumosa Vanidad,
se alejó para siempre de mis lares
cuando purgué a la Musa con tres onzas
de aceite de ricino
y le impuse una dieta de lechugas amargas.

Basado en la pasión de lo terrible,


¡oh, novia desvestida!, este poema
será un Juicio de amor,
y el Tribunal (diez barbas con olor a pimienta),
y el Juez que se encabrita, bello como un amante;
y sobre todo la Inculpada, ¡oh, virgen!,
tan inocente como los novillos
que al matadero traen los rosados
camiones de la aurora.

¿De qué modo, en qué tiempos y lugares


adiviné a ese duro pimpollo de la noche
y a esa piedad en forma de llave y a esa niña
que yo nombro Eutanasia en esta música?
Los hombres que la vieron en la puerta
ya no regresarán para decir
que sus ojos no tienen lagrimales,

82
que su voz es un gallo de frontera
y que besar sus pechos es igual que beber
una taza de vino con especias
en el salón de un rey amortajado.
Pero, ¿en qué signos, horas y lugares
fui conociendo a ese pavor de miel
y a esa madre negada en los elogios
que se nombra Eutanasia en este canto?

Yo fui siempre un vigía de las transmutaciones,


de lo que ya no es Alfa ni es todavía Omega.
Yo soy de los que aguardan en acecho
ya la explosión guerrera del clavel
ya la demolición de la rosa concluida.
Y a un perro desvelado en el umbral
de todo lo mudable se pareció mi alma.

En las mesas de parto (sitio de amanecer)


o en las alcobas de los nacimientos,
yo me asomé a los ojos de arena sin tocar,
a los labios gritones y a la piel sin historia
de los recién venidos a esta patria del hombre,
sólo para entrever la cercanía

83
de algún reino anterior ya desertado.
Y Eutanasia reía en el umbral,
Señora de la Puerta, junto a un agua de olvidos:
en su mano derecha moría una paloma
y en su izquierda rompía su huevo un gavilán.

O en un jardín parlante de rosas bien habladas


yo busqué la frontera de un mundo sin novillos
en el idioma de los bisabuelos
que apuraban, sentados, el ritmo de sus muertes.
Y junto a la cordura de las rosas,
Eutanasia, despierta como un río,
vigilaba en silencio la madurez del hombre
y la desgarradura de su cáscara, ¡oh, mieles!
A sus pies era el Tiempo como un baile concluido,
y el Espacio un dolor que no regresa.

Y en las muertes del Sur,


ya lavando con aguas y vinagres
el costillar de un domador vencido,
ya frente a las pesadas osamentas
de caballos ilustres y toros memorables
que se desintegraban en la pasión del viento,

84
Eutanasia me dio su perfil de azucena,
¡oh, novia de los párpados calientes!
En la retorta de su corazón
se destruía un fénix y se reconstruía.

Mis aproximaciones a esa virgen


se dieron ya en la tierra o en el agua,
ya en el aire o el fuego:
cuatro hermosos preludios de mi muerte.
Recuerdo una ciudad y el pavor de sus niños
entre columnas ebrias y muros que bailaban
junto al volcán despierto como un odio.
Allá, sin otra espada que mi arte,
yo derroté a los gnomos que reían
sobre la piel crujiente de la tierra:
Yo conjuré a los gnomos con un signo
dibujado en el yunque de un herrero.
Y Eutanasia me dio la quietud de sus ojos:
un panal exprimido, tal era su mirada.

10

O en las crines del aire sin riendas, una vez,


yo, arriero de cien potros que se me desbandaban
como los cien pedazos de un único terror,

85
apacigüé a los silfos que acaudillan el viento,
los devolví a sus fuelles y sus odres:
Yo derroté a los silfos con dos voces escritas
en el ala derecha de un símbolo emplumado.
Y Eutanasia me dio su laudable sonrisa:
no de otro modo el arco del Amor,
cuando está ya tendido y aún no parte la flecha.

11

Otra vez en el puño del mar o en su riñón


conjuré a las ondinas que proponen
la muerte por el agua.
Con la ropa de un mago yo encanté a las ondinas,
y Eutanasia, la virgen, me saludó en la puerta.
Exactamente su saludo fue
como la inclinación de un laurel aventado.

12

O entre una quemazón de praderas, al Sur,


vencí a las salamandras
que autorizan la muerte por el fuego.
Yo las enamoré perdidamente
con la escoba y el gato de una bruja.
Y Eutanasia me habló por vez primera:
su voz de novia era un metal fundido
cuando lo hacen garganta y puede hablar.

86
13

Así Eutanasia y yo nos prometimos


una cita final donde no estorbe
ningún ciprés de la literatura.
Ella quedó en sus límites exactos
y yo en el ejercicio de su elogio.

14

Porque aseguro a toda criatura


(si teme su plausible defunción)
que mi Señora de la Puerta es grata
como un pan en la bolsa de un mendigo.
Y que su pesadez es comparable
a la del carro del otoño, lleno
de mazorcas granadas.
Y que su levedad es la del aire
dormido en la ventana de una rosa.

15

Eutanasia es el arte de atar y desatar


los nudos rigurosos, con el pulgar y el índice.
Cuando se pone grave, la comparo a la risa
bien oculta en la barba tonante de un profeta;
cuando sonríe, yo pensaría el sollozo

87
de un tejedor en fiesta
que se rindió a las uvas fermentadas.

16

En cuanto a la justicia de mi amante,


se parece al exceso de un vino que desborda,
o al dos más dos igual a cinco
y al pez creciente del Mesías.

17

Su rigor es del todo semejante al cuchillo


del sacrificador en el pecho de un toro,
y su benignidad como el sueño de Walter
a mediodía, sobre la tumba de un soldado.
¡Y su admirable discreción, no menos
prudente que un teorema celado y escondido!
¡Y sobre todo su inocencia, igual
a la del viento cuando barre las golondrinas!

18

Eutanasia desnuda, yo construí tu elogio,


y este poema es una Fundación.
Tengo los dientes rotos de morder

88
la cáscara tirante de los símbolos,
y deshechas las manos
de trabajar la tierra.
Sólo espero un regalo de tu boda y la mía:
o bien la medianoche plena de tu Señor
o bien el mediodía de Su paloma en vuelo.

S9
II

DIDÁCTICA DE LA MUERTE

Elbiamor, si afligida por tu vaina mortal


has llorado el oficio de la muerte
y en tu meditación desestimaras
esa piedad que habita en las fronteras,
escucha mis razones y suspende
la mojada injusticia de tus párpados.

Ante todo repudia el gimoteo


de las filosofías lagañosas
que ladran a la muerte sin haber olfateado
sus talones de mirra y azafrán.
La muerte no es el fin, es un paso del baile:
si sueltas los tres hilos que componen un toro,
se desintegra un toro, pero el ser continúa.
No existe, pues, en ello motivo suficiente
para el trabajo de los lagrimales.

90
3

Cierta vez, en un ancho cañadón de Maipú,


le pregunté a una rana que tañía
su vihuela de junco
si era dable y sensible comparar a la muerte
con un sistema refrigerador.
Y ella me dijo, punteando
su cordaje ver decaña:
"Morir es partir un poco.”
Luego, Elbiamor, no es justo dedicar elegías
a lo que apenas es un motivo de vals.

Que las meditaciones de tu muerte


sean aperitivos de tu vida
y no el anís letal de los velorios.
Pero, Elbiamor, no caigas en rareza ninguna:
cenar en compañía de un esqueleto ilustre
(con articulaciones o sin ellas)
y beber en el cráneo de un amigo difunto
son extremos en nada compatibles
con el tenor benigno de mi ciencia.
Yo te aconsejaría dormir sobre una tumba
nueve siestas al año.
Pero que sea bajo un sol en llamas,
con hojas de cedrón que mastiquen tus dientes
y un zumbido de abejas en la flor de tu pelo.

91
5

Con vara justa medirás entonces


el tiempo de vivir que te fue dado
para que los mil gestos elbitenses
que forman el conjunto de una Elbiamor posible
lleguen al acto de "elbiaser”, querido
por el Verbo admirable.
Al que, por meditar en su muerte, abandona
la empresa de su vida,
se le contrae, sin destino, el tiempo,
y muere de absoluta inanidad.
Por ello, alguna vez, meditar en la muerte
resulta una capciosa manera del suicidio.

Pero si bien el llanto de las filosofías


es humedad inútil y moco sin grandeza,
más infecunda es la pasión mortuoria
de los artistas a la funerala.
El "Triunfo de la Muerte”,
donde luce una bella cacería de príncipes
que se detienen con espanto al ver
un sarcófago abierto en el camino,
es, Elbiamor, una maldad sin gloria
de pintores borrachos con el mosto de Italia.
No hay derecho a segar los claveles y lirios

92
que adornan las mejillas de una condesa en flor
con el miedo imprevisto de un cadáver
no grato en su derrota,
ni a cavar las arrugas de la meditación
en la frente de lisos cazadores,
ni a forzar a los perros a que orinen su angustia.
Por otra parte, no es municipal
ni admisible al honor ni siquiera gracioso
abandonar un ataúd abierto
en un coto de caza favorable al idilio.

Ningún músico intente la impostura


de una "Danza Macabra”,
ni utilice la euforia de sus semicorcheas
en hacer bailotear esqueletos ociosos
en algún camposanto, a medianoche,
ya sea en plenilunio, ya en un cuarto menguante.
Un esqueleto, si lo miras bien,
es la herramienta sola y en desuso
de un alma bien o mal aventurada
que ha desertado ya las fatigas terrestres.
Meterlo en un bailongo es ofender
al artesano muerto y a su oficio de tierra.
Y el músico, en su falta de cordura,
se expone a la rechifla de los dignos cipreses,

93
o a meter en la danza, contra su voluntad,
al llorado esqueleto de su abuela.

Empero, caiga todo mi rigor


sobre la iniquidad de los poetas
que azuzan la jauría de sus yambos
contra la muerte y sus alrededores.
Ellos calumnian a Eutanasia y pintan
imágenes horribles de su hermosura en grano,
y le cuelgan brutales atributos
o la maldicen con vinoso plectro.
Elbiamor, el aeda que dibuje una Muerte
de huesos en pelota y agrícola guadaña,
que sea perseguido y alcanzado
por las moscas laxantes del oprobio.
El que instituya sin aviso previo
un Angel de la Muerte (sea en bronce o en mármol)
que no cobre derechos de autor sino en el Día
del Juicio por la tarde.

La diatriba de Hamlet a los enterradores


que cantan una copla sobre tumbas inglesas,
o es una concesión a los llantos de Londres

94
o un cólico renal de la Musa en aprietos.
Elbiamor, la inocencia de los sepultureros
(jueguen o no a las bochas con el cráneo de Yorik)
vale más, a mi juicio, que la filosofía
del Monólogo ilustre
donde se tocan sin pudor alguno
los obscenos trombones de la duda.

10

Si Alfredo de Musset pide un sauce que llore


junto a su bien ganado mausoleo,
se debe a los resfríos de un alma que pasó
tantas Noches de pie bajo el relente.
Yo lo entiendo a Musset en su triste botánica,
y además lo bendigo con mi mano derecha.
Lo que no entiendo ni he de bendecir
es la maldad post mortem del señor argentino
que se atrevió a plantar un sauce gaucho
en la tumba lejana del poeta.
Elbiamor, desterrar un sauce pampa
y obligarlo a llorar lutos franceses
es torcer un destino vegetal
que debía cumplirse bajo cielos autóctonos,
acariciando nautas y amantes en el Delta
o atemperando un fuego de potrillos al Sur.

95
11

No reprendas a Dante, mi terrible maestro,


porque gritó una vez: Morte vilana!
Ni su Beatriz era un clavel tronchado
ni su morte vilana era la muerte.
Yo lo sé desde un tiempo que se apretó en racimos
y pisoteó sus uvas y fermentó en tinajas.
Por lo cual, en memoria del ceñudo italiano,
levantaré mi copa llena de un vino eterno.

12

La negra utilería de la muerte,


dibujada por viejos escenógrafos,
no es más que un bofetón en la mejilla
sin culpa de la lógica.
Un cuerpo humano, ya en su fin, adquiere
la mineralogía del cadáver,
porque lo abandonó su Principio inmediato
que triunfa más allá de la gea y su reino.
Elbiamor, si yo admito que se nutra una rosa
con el ya sepultado corazón de un amante,
uso prudentemente de los fueros
que me acuerdan las Musas y las ciencias biológicas.
Pero no existe ley que me fuerce a gastar
maderas perfumadas y costosos tejidos
en vestir un cadáver, por selecto que sea,
para disimular su increíble derrota.

96
13

Tejer con hilos de oro una mortaja


y bordar en su campo flores de belladona
o abejas industriales o pensativos monos
o columnas tronchadas o mofletudos ángeles,
es lastimar, sin discreción alguna,
la natural modestia de un cuerpo jubilado.
Elbiamor, las mortajas deben ser tan sencillas
como los lienzos burdos e impecables
con que los frigoríficos envuelven
una res congelada o media res.

14

No apruebes, Elbiamor, la heterodoxia


de tantos constructores de sarcófagos
que dan forma de nave, chalupa o bergantín
al ataúd confiado a su pericia.
Unir la grata idea de la navegación
a un cuerpo fatigado que terminó su viaje
es un contrasentido que intoxica
el hígado sensible de Neptuno.
Yo estoy con los videntes de otro siglo
que ponían sus muertos en tinajas ovoides
y en posición fetal.
De tal modo, Elbiamor, y ritualmente,
se da la coincidencia del fin con su principio.

97
Y así la metafísica sonríe,
bien arropada en su batón de seda.

15

Nunca entendí yo el gusto de mis conciudadanos


por la frecuentación de cementerios,
hecha sin plan alguno y con el fin
de llover sobre tumbas, desde sus ojos claros.
Un cementerio, si lo piensas bien,
es un galpón de nobles máquinas en desuso
que, si merecen algo de ternura final,
sólo es en atención al obrero evadido.
Según mi parecer, y en homenaje
de tantas evasiones,
fuera más digno celebrar allí
bailes de fantasía junto a los mausoleos
o picnics de rigor entre las huesas.
El que devora un ala de gallina
frente a la tumba de su padre honrado
merece la más ancha sonrisa de los dioses.

16

Elbiamor, que los ángeles custodios


te ahorren la perversa tentación
de hacer o redactar un epitafio,

98
aunque te lo supliquen jesuitas en sandalia.
No ignora el hombre ciego, ni siquiera el vidente,
que publicar ideas por medio de las tumbas
es un recurso heroico de poetas inéditos
y acaso ineditables.
Además, no es piadoso castigar el silencio
de mármoles o piedras funerarios
con un aullar de viudas consolables
o un oblicuo sollozo de herederos recientes.

17

En cuestión de velorios, es absurdo


gritar sobre ataúdes llenos de geología,
o arrancarse a mechones útiles cabelleras
o repetir gastados aforismos de muerte.
Las más elementales normas de la cordura
nos invitan a usar de los velorios
para firmar seguros tratados comerciales
o abolir los más tristes principios de la lógica
o planear matrimonios convenientes
o rever discrepancias en materia de fútbol.
Un cadáver es tan alentador,
que yo mismo, una vez, en Villa Crespo,
resolví la espinosa cuadratura del círculo
en el velorio de Luciano Frías,
un plomero yacente y un alma en traslación.

99
i8

Samuel Tesler, filósofo, admitía


tres causas razonables del afán
con que un buen peatón saluda el paso
de una carroza fúnebre:
o el respeto a la ya desertada envoltura
de un ente que partió rumbo a climas distintos,
o una fuerte amistad con el cochero,
o bien una ternura solidaria
por los dignos caballos que tiran del carruaje.
Tenga verdad o no lo que dijo el filósofo,
Elbiamor, lo que importa no es el gesto,
sino el valor intencional que lleva.
Porque (y lo anuncio en todo su rigor)
el cielo está empedrado de buenas intenciones.

19

Por lo cual mi Didáctica se funda


tan solo en el intento de acolchar a los hombres
faltos de pulso y de temperatura,
contras las naturales necrofilias
de un mundo congelado hasta la médula.
Elbiamor, esta santa prosa medicinal
ha de aplicarse in situ y duramente,
como bien lo decía el gran Eíipócrates
cuando se iluminaba con moscatos de Grecia.

100
20

Extiéndase una estrofa de mi canto,


a guisa de impermeable, sobre el techo
de un alma que se llueve,
y una divina sequedad, al punto,
reinará en sus más húmedas alcobas.
Hágase un buen ungüento con mi estilo
y apliqúese a los ojos que padecen
una lacrimogenia irreductible:
a los pocos minutos el doliente
quemará sus pañuelos en honor de Esculapio.
Si se adhiere a los tristes parietales
del hombre una rodaja de mi prosa,
jamás incurrirá en la villanía
de pensar, a traición, en un sepulcro.

21

Elbiamor, es tan fuerte la virtud de mi canto,


que sus letras pintadas en un simple
camisón de dormir
preservan al mortal que lo vistiere
de soñar con guadañas y esqueletos.
Además (y es muy útil), si sahúmas la casa
tan sólo con dos versos de mi ciencia,
conjurarás la tétrica visita
de primos enlutados y poetas lacustres.

101
22

Así termina esta canción laudable.


¡Dichoso yo, que la escribí a su tiempo!
¡Y más dichosa tú, que la recibes,
Elbiamor, sin que tiemble ni un pelo de tu alma,
no de otro modo el hábil jardinero
que hasta la rosa llega sin clavarse una espina!
Y adiós, que me voy.
Cuarto día

EL CRISTO

A Edmundo García Caffdrena


EL CRISTO

Al silbo amoroso del Viento


se oponen orejas de hierro:
las caras de hierro se miran
en duros espejos de hierro.
Ya Hesíodo ha contado y llorado
las frutas violentas del hierro.
Y el padre Virgilio,
que limaba hierro,
ya vio en profecía
la gloria del Niño
fundidor de hierro,
que nacerá de madre virgen
para que tenga Juez el hierro.
Habitante del hierro y en témporas de hierro,
yo busco el oro que vuelve
sobre llanuras de plata
fundida ya siete veces.

Oye lo que te digo, hermano en bruto:


si el Verbo descendiese hasta los hombres,

105
¿piensas tal vez que reconocería
su imagen en tu duro metal enajenado?
¿Encontraría en ti la imagen de oro
que grabó en tu substancia junto al árbol primero?
Ladrón del oro, Adán oscurecido,
¿qué has hecho de la fruta que robaste?
Las caras de hierro se miran
en fríos espejos de hierro:
yo busco el oro que vuelve
sobre llanuras de plata.

Y oye lo que te digo, hermano en bruto,


ladrón del oro, fugitivo Adán:
si has cambiado tu ropa de viajero
y escondido tu robo entre metales,
¡devolverás al árbol esa fruta robada!
"¿Cómo lo haría?”, me dirás.
Al silbo amoroso del Viento
se oponen orejas de hierro.
Y oye lo que te anuncio, hermano en fuga:
para que tenga Juez el hierro
debe nacer un Niño de oro.

106
4

Lenguas untadas con la profecía


ya dicen los asombros que vendrán.
Yo, habitante del hierro
y en témporas de hierro,
previ las manos del Adán segundo.
Y eran manos calientes (dos palomas de sangre)
que llevaban al centro y devolvían
una fruta robada y un oro en dispersión.
Yo, Leopoldo el redento,
previ la gran astucia.
Y oye lo que te digo, hermano cruel:
en un jardín plantado hacia el Oriente,
hay un árbol que llora su despojo.

Ya la vieja serpiente se ha dormido en el hierro.


"¿Y quién aplastaría su cabeza?”, dirás.
Ha de nacer un Niño de oro,
para que tenga Juez el hierro:
su madre virgen lo esperaba.
Y eso es lo que te anuncio, y oye bien:
Yo, Leopoldo el redento,
previ la gran astucia,
y el teorema de Arriba
que será demostrado.

107
6

¿Quién es Aquella que florece


como el cedrón junto a las aguas,
rosa en lo exacto, almendra en lo inviolable,
nudo primero del acontecer?
Su madre virgen lo esperaba,
y ha de nacer un Niño de oro.
Yo, el redento, he previsto la justicia
de la segunda Eva,
y la ecuación celeste que se resolverá
por una flor en la balanza,
por una almendra sin rotura.
En un jardín plantado hacia el Oriente,
hay un árbol que llora su despojo.
Y eran manos calientes (dos palomas de sangre)
las que le devolvían una fruta robada.

Pero, ¿quién es Aquella,


la que pisa la luna y el dragón,
la rosa en obediencia y el cubo de la luz?
Parecerá una niña frente al ángel,
y es anterior al ángel y a su primer diseño;
parecerá una niña junto al mar,
y es anterior a todas las paciencias del agua.
Nudo gracioso del acontecer,

108
¡oh, Virgen en tu almendra, danos al Niño de oro!
Y oye lo que te digo, hermano cruel:
este poema es fácil como la geometría.

Por el número fiel de la Eva segunda


nos ha nacido este pimpollo exacto,
y este segundo Adán que vuelve al centro,
y este piadoso escándalo de Arriba.
Ladrón del oro, fugitivo Adán,
¿qué has hecho de la fruta que robaste?
Yo te anuncio al que vuelve y restituye
la fruta enajenada.
"¿Cómo lo haría Él?”, me dirás en tu hierro.
Él ha de ser la fruta y ha de buscar el árbol:
Él mismo ha de colgarse, por Sí mismo,
de la rama en despojo.
Y este poema es fácil como la geometría:
yo, el redento, previ la ecuación, ¡aleluya!

Hermano en viaje, Adán oscurecido,


te anuncio al que devuelve la fruta y su ladrón:
la fruta vuelve al árbol y el ladrón vuelve al centro
por este Adán que nos parió la almendra,
bello y escandaloso para siempre, ¡aleluya!

109
10

Y ha de asumir la forma del ladrón,


para que al centro vuelvan el ladrón y la fruta
este segundo Adán es el oro robado,
y es el primer Adán que lo devuelve.
Se desposó la tierra con el cielo, ¡aleluya!,
y este Adán es el Hijo y a la vez el Esposo.
Yo, el redento, previ la gran astucia,
o el teorema de amor que se resuelve
por la obediencia de la Rosa,
por las dos caras de su Hijo.

11

Y oye lo que te digo, hermano en fuga:


Pondrás en un mortero tu lógica de hombre,
la molerás hasta batirla en polvo
y arrojarás al viento sus átomos heridos.
Alcanzarás entonces la lógica divina,
por la cual todo es fácil
en el Cristo y su almendra.

12

Habitante del hierro y en témporas de hierro,


yo lo miro pisar la tierra exacta.

110
Bajo los pies del Cristo,
bajo sus dos talones puros y escandalosos,
la tierra ya no sabe si reír o llorar,
si detener su vuelo de tábano celeste,
si rendirle sus águilas y flores.
La tierra se anonada en el absurdo,
bajo aquellos talones que la hieren,
pues en el Cristo reconoce al Verbo
que la creó al nombrarla,
y es demasiado que la criatura
sostenga el peso de su Creador.
Pondrás en un mortero tu lógica de hombre:
sólo el desnudo entiende la desnudez primera.

13

Lo veo junto al mar, o surcando sus lomos


ya en la quilla mojada, ya con los pies enjutos.
Y el mar entra en el alto pavor de lo increíble,
pues en el Cristo ya miró a su Verbo,
al que le dio la espuma y el hígado furioso
y al que saló la esfera de sus aguas
como un pan levantisco.
Es demasiado que la criatura
sostenga el peso de su Creador;
y el mar que lo levanta no sabe todavía
si dormirse a sus pies, viejo león,
o templarle al oído sus vihuelas amargas

111
o devolverle su pescado ciego.
Todo parece fácil en el Cristo y su almendra:
si el mar lo adivinó, ya está desnudo.

14

Lo sigo bajo el cielo y su mirada.


Y el cielo que lo cubre tiembla como una flor
en el pulgar y el índice del aire;
pues en el Cristo ya conoce al Verbo
que dibujó su cúpula redonda,
que atornilló su justa mecánica de estrellas
y calculó sus polos y sus ejes.
Es demasiado que la criatura
se vea techo de su Creador.
Por eso el Cristo, abajo, es un teorema
que parece insoluble,
y el cielo, arriba, es una perplejidad combada.

15

Sólo el hombre de hierro no lo ve todavía;


y es justo, hermano en fuga, que lo ignores aún.
El Cristo es un teorema que será demostrado,
y tú mismo has de ser el compás y la escuadra.
Resolverás tú mismo la ecuación admirable,
¡oh, sin saberlo, hermano,

112
y aunque hieras al Cristo
ya con tu risa de flautín al alba,
ya con tu voz de cuerno a medianoche!

16

Judas cumplió ya el gesto que le fue señalado


misterioso de oficio, ya cuelga de una rama.
Y el peso enorme de la profecía
tironea sus pies hacia el abismo;
pero, arriba, sus ojos reventados de cuervos
usan ya otra mirada.
Fruto, a su vez, de un árbol,
Judas ya está en la higuera,
misterioso de oficio, incomprensible.

17

Y el Cristo, prisionero de la Letra,


ya está enfrentado con los Hombres Letras
con el hombre Ghimel y el hombre Thau.
Insistentes escribas le arrojan al semblante
sus gárgaras de letras:
le lloran letras o le ríen letras
(llantos de cuerno, risas de flautín).
Entre un olor de guiso de pescado
y una zumbante nube de moscas o palabras,

113
el Cristo es un silencio más alto que la música,
y es toda la Palabra, y anterior al sonido.
Insistentes escribas deshojan a sus pies
el árbol en otoño de la literatura.

18

Después, bajo sus telas imperiales,


El Hombre que se Lava las Manos le pregunta:
"¿Qué cosa es la Verdad?”
Y la mira de frente y no la ve,
preguntador de hierro bajo sus ropas claras.
Al silbo amoroso del Viento
se oponen orejas de hierro,
y el Cristo es el oro que vuelve
pisando llanuras de plata.

19

El Hombre que se Lava las Manos, juez de tierra,


quiere soltar al Cristo prisionero:
ya entre columnas imperiales gritan
odios de cuerno, rabias de flautín.
¡Ah, no temas, escriba de nariz exaltada!
Y oye lo que te digo, hermano cruel:
te juro que ni el hombre de la toga,
ni los hinchados bíceps del Imperio,

114
ni todas las astucias que medita el abismo,
ni siquiera la mano voladora del ángel
pueden soltar al Cristo prisionero.
Esa verdad te juro, y oye bien:
el Cristo es una presa
divina, entre columnas.

20

El Hombre del Imperio ya se lavó las manos:


de toda eternidad se las lavó.
Y ahora estás escupiendo, hermano en fuga,
la barba de tu Cristo,
y azotas ya su carne que brotó de la almendra,
su pulpa de mercurio trabajado.
¡Qué bien estallan en el aire digno
tus risas de flautín y tus burlas de cuerno!
Estás alegre, y con razón, hermano,
¿por qué no bailas junto al Cristo en obra?
El Cristo es un teorema que se va demostrando
tú mismo eres ahora su compás y su escuadra.

21

Lo empujas a la cruz de los ladrones,


y ríes frente al sol, hermano ciego.
¿Qué astucia de justicia te lo sopló al oído?

115
Esta verdad te anuncio, escúchame:
sólo un dios puede ser crucificado,
sólo un dios es capaz de inscribirse en la cruz.
La cruz de tus ladrones era una cruz robada:
sin saberlo, tú mismo la devuelves ahora.

22

La cruz vuelve a pasar del ladrón al robado,


y el Cristo ya la mira como el fruto a su rama.
Ladrón del oro, fugitivo Adán,
¿qué has hecho de la fruta que robaste?
La fruta vuelve al árbol
por este Adán segundo
que nos parió la almendra.

23

La fruta vuelve al árbol, y el árbol a su centro.


¡Toma la cruz restituida y marcha!
¡Bien sabes el camino, Adán sin culpa!
¡Bien conoces el centro del árbol que te duele!
¡Ah, con sus dos talones puros y escandalosos,
el Cristo es un teorema que se va demostrando!

116
24

Este segundo Adán es el oro robado


y es el primer Adán que lo devuelve.
Oye lo que te digo, hermano en hierro:
eres tú mismo quien restituye la fruta.
Llevas tú mismo al hombro la cruz, y no lo sabes'
te diriges al centro del árbol y lo ignoras.
No ves cómo tu hierro se va trocando en plata,
según opera el Cristo que te asume.
Y eran talones puros (dos rosas castigadas)
y eran manos calientes (dos palomas de sangre)
los que se dirigían al centro con el árbol.
Y el oro caminaba, y tú detrás.

25

El Cristo es el oro que vuelve,


pisando llanuras de plata.
Ya está en el centro, y tú con Él, hermano:
ya cuelga de la cruz, y tú con Él.
Y en un jardín plantado hacia el Oriente,
un árbol ya recobra su despojo.

26

El Cristo es un teorema demostrado.


Yo lo veo en la cruz, Hombre Total:

117
desde sus pies hasta su frente, asume
toda la Creación en los tres mundos.
Sólo un dios puede ser crucificado:
su madre lo buscaba entre las tumbas.

27

Yo lo miro en la cruz, y tres mundos lo ven,


dulce y escandaloso para siempre:
a su derecha el sol, a su izquierda la luna,
y en el fondo una noche de cabeza de cuervo.
Espinas de su frente lo hacen rey:
es el Rey Muerto ahora, y en seguida es el Fénix
de la resurrección y el buen oro logrado.
Su madre lo buscaba entre las tumbas:
no lo encontró, ¡aleluya!

28

¡Y adiós, hermano en plata o en retorno!


¡Llora, si quieres, por el Cristo roto:
besa la flor caliente de sus llagas ahora!
Yo, Leopoldo el redento, previ la gran astucia
y el teorema celeste que nos fue demostrado
por la obediencia de la Rosa,
por las dos fases del Cordero.
Y oye lo que te digo, hermano en plata:
no volveré a llorar junto a la Cruz.
Quinto día

LA POÉTICA

A Rafael Squirru
I

BIOGRAFÍA DE POETA

Si la Necesidad tiene cara de ángel


(este proverbio es mío) y la Justicia
por afuera reviste sus brocados lucientes
y un cilicio en su noble costillar por adentro,
es necesario y justo que hable yo de mí mismo,
sólo por una vez, en este día
ya previsible del Heptamerón.
Llega el tiempo cantable de la rosa y del toro:
la rosa, con el sol en Sagitario,
parecería una ilusión bordada
sobre tres dimensiones,
y el toro una ilusión que se construye
según peso y medida.
¿Cómo no hablar entonces de mí mismo,
de la breve ilusión separativa
que se llama Leopoldo Marechal el poeta?

Hay que tener derechos conquistados


para incurrir en la maldad sonora

121
de relinchar un Yo frente al mutismo
graciable de los dioses.
Y hay que bajar a honduras no queridas
para exhibir el impudor alegre
de levantar un Yo sobre la nada
sin que un demonio ría en su botella.
Mi derecho y mi hondura son las piernas legales
en que se afirma y se desplaza el canto.

Desde que me vestí con la forma del hombre,


yo me incliné a los otros en oblicua de amor:
yo fui el Otro, según la caridad,
y en consecuencia el Otro fue yo mismo.
Si al hablar de mí mismo hablo del Otro,
mi derecho se funda bajo un sol unitivo,
y la Equidad parece una novilla
bien afianzada en sus pezuñas de oro.
Tiré mi hoz al campo de las aguas,
y corté la mitad de los pescados:
tiré al aire mi flecha,
y he recogido un tercio de las águilas.

Pero, ¡cuidado!, advierto que la flecha y la hoz


nada tienen que ver en esta música.

122
¿Y a qué abatir entonces águilas y pescados
en una estrofa seria como la geometría?
Es que, no bien un Yo separativo
levanta su testuz y muge al viento,
la sinrazón camina, y el abuso
rompe su huevo de color otoño.
Yo estoy en esa cólera del verbo:
si alguien me desafiara (y no conviene)
podría demoler esta ciudad
y construir un templo donde se alzó un garito.
Hay en mi corazón una granada
sin abrir todavía.

Soy de los que se agarran a su infierno


más por economía que por obstinación.
Todo infierno es un haz de lo posible,
y el que no muerde ahora sus uvas de furor
las morderá otro día con los dientes más flojos.
Yo agoté las bodegas del infierno:
las olvidé más tarde, y fue virtud.
Por eso, quien alabe mi alegría
debe ignorar que se trenzó de olvidos,
y quien se anime a compartir mi danza
no ha de saber que olvidos juiciosos la construyen.
¿Es una fiesta lo que anuncia el canto?
Los jinetes del sur vienen a mí:

123
lujosos de alazanes, pisan ya mi frontera,
y estoy dudando si gritar o no.
El que aprieta mi mano recibe una provincia
y el que acepta mi abrazo ya tiene un horizonte
hay en mi corazón una granada
que no se abrió a los pájaros del éter.

La historia del poeta será la navidad,


la pasión y la muerte de un canto perseguido.
Recuerdo yo una infancia,
junto al yunque de padre forjador
y a la sartén de madre que dio su pan al fuego.
Y la oreja del alma sobre todos los ruidos
y todas las peleas de gallos y mujeres.
Y el oído piadoso de mi alma
colocado en el pecho de la música,
sólo en espera del terrible fiat
que hace parir al caos y lo exalta de rosas.

No quiero hacer llorar ni al adulto ni al niño:


si yo entendiera que mi canto puede
favorecer la lluvia de los ojos,
me cortaría el brazo tentador

124
con que pulso esta caja de la furia.
Lo que yo quiero es advertir al hombre
y a la mujer que inventan un hijo musical
que, si es herrero, el padre le forje una armadura
de algún metal bendito,
y que la madre, si cultiva el fuego,
le hierva en sus hornallas los bulbos y las hojas
que asustan al demonio.
Porque, junto a la música naciente,
se levanta un demonio y su tijera.

La construcción de un himno,
tal fue mi empresa de albañil sonoro,
desde que me vistieron con la ropa del hombre.
¡Ay, prematuramente yo he sabido
que a la tensión de Arriba contesta la de Abajo,
y que no hay don gratuito que no tenga su precio
De tal suerte, mi canto nunca fue
sino la espiga exacta de una guerra:
dos mujeres y un hombre lo acechaban
desde la esfera de sus maleficios.

Me gusta una batalla,


cuando se ven los rostros enemigos

125
y toda sangre (mía o la del otro)
se puede abrir al sol como una rosa.
Pero abomino la ofensiva oscura
de los que pagan brujos o mueven cucharones
en ollas bien tiznadas.
Un hombre y dos mujeres acechaban mi canto
desde la gran cocina de sus odios.
Y no lo supe ni lo adiviné,
yo, el albañil sonoro de pie sobre su andamio.

10

Las dos mujeres eran mazorcas del furor:


una, la de los ojos de becerra, me odiaba
porque le di mi pan y mi aceite gratuitos;
otra, la de la vieja carnadura,
traficaba de noche con el íncubo Drooh.
Y era mi hermano el hombre, racimo de la envidia
pisado en los lagares de un corazón estéril.
A la tensión de Arriba contesta la de Abajo,
y no lo supe ni lo adiviné.

11

En los talleres de su maleficio,


dos hembras y un varón trabajaron el odio.
¿Quién mezclaba cenizas a mi pan?

126
¿Quién ponía en mi vino la hiel de los batracios?
¿Y quién, hasta el pimpollo de Elbiamor,
hizo llegar embriones y larvas fabricados
en retortas previstas?
Yo no intenté jamás la fortuna de un baile
sin que algún segador me cortara los pies.
Y si mi canto remontó algún cielo,
fue para derrumbarse ante mis ojos
con un temblor de pluma ensangrentada.

12

Soy de los que se agarran


a su estado infernal.
Primer estado: el Yo separativo
detesta los espejos de metal o de agua.
Yo, Narciso al revés, odio mi rostro
persistente a lo largo de los días
y siempre igual en todos los espejos.
El demonio Razón me ha sugerido
que ponga yo mi cara bajo tierra
y que la libre a las hermosas
disoluciones de la muerte.
Pero el ángel Razón ha contestado
que a mi cara perdida sucederá otra cara.
Un albañil sonoro, de pie sobre su andamio,
llora el rigor de un himno tal vez improferible.

127
13

Segundo estado: se disfraza el Yo


con la piel y la hiel del unicornio.
La violencia es mi número cantor:
al ritmo de mi ataque o de mi fuga,
se devoran el tiempo y el espacio.
Mi color es un rojo de bruto en cacería
y un negro de emperrada medianoche.
Y esta verdad es mi cosmogonía:
"En el principio reina el unicornio.”

14

Tercer estado: un Yo vegetal se concentra.


O el espacio no existe o es el punto exclusivo
que me asegura en la inmovilidad.
Mi conciencia es un agua que se mira en sus aguas
con el ojo del agua.
Un flujo y un reflujo de líquidos amargos
hacen mi suceder.
Mi canto es una goma que fluye a mediodía
y un goteante sudor a medianoche.

128
15

Y cuarto estado: el signo de la piedra.


No hay pulsación en mí, no hay suceder,
ni el tiempo elemental que se daría
si me naciera un átomo distinto.
Soy un espacio en la concentración
de toda la dureza:
mi canto es un silencio mineral
que se instala en el polo contrario de la música.

16

Dos mujeres y un hombre cincelaban el odio.


En uno y otro estado, yo le mostré colmillos
de perro al Hacedor,
y mi blasfemia patinó la cara
sin gesto de los dioses.
Algún día, sentado en la cabeza
de un teólogo profundo, yo me dije: "¿Por qué?”
Y el viento respondió, junto a sus fuelles:
"Hay en tu corazón una granada
que no se abrió a los pájaros de arriba.”

17

Yo no debía estar crucificado


para siempre en la caja de una vihuela muda:

129
Elbiamor y el Herrero lo pensaban así.
Y en el día y la luna favorables
iniciamos la empresa, y fuimos tres:
Elbiamor, el Herrero y un albañil sonoro
crucificado en su guitarra muerta.
Elbiamor, Elbiamante o Elbiamada
consagró los manteles del altar;
el Herrero forjó la espada nueva
y el botellón de cobre;
yo dibujé a compás el pentagrama
y escribí en el espejo los Nombres admirables.
Y este relato es fidedigno
como la barba de Apuleyo.

18

En el día y la hora prefijados


yo dibujé mi círculo en el suelo,
y en él entramos Elbiamante y yo:
quedó afuera el Herrero, con la espada en lo alto
y el botellón de cobre.
Y este relato es fiel a la verdad,
como la pierna de oro de Pitágoras.
Con Raphael en el segundo cielo,
con Mercurio en su día
se hizo la operación, y éramos tres:
yo quemé los aromas y dije los vocablos,
Elbiamor esgrimía el pentagrama,

130
y el Herrero estudió las cuatro noches,
una en cada rincón.

19

Y al reiterar las fórmulas, de pronto


se nos hizo visible la maldad
o el íncubo reptante cuyo nombre
se había pronunciado.
Quiso entrar en el círculo y no pudo:
lo rechazaban Iod y Adonaí.
Entonces el Herrero, con su espada,
lo hizo pasar al botellón de cobre.
Y este relato, en su verdad, es fiel
como las pulgas de un anacoreta:
si alguien me desafiara, yo podría mostrar
el botellón con su demonio adentro.

20

No bien el enemigo abandonó


su lanzadera en el telar del odio,
un sueño de gusano cayó sobre mi alma
bien defendida por su cascarón.
Y al despertar, viví los estados que siguen

131
21

Primer estado: como el pez de río


que sube de los fondos enganchado en su anzuelo,
salgo a la superficie, resoplante de agallas
y chorreante de limos.
Sin duda un Pescador me ha dejado en la orilla:
muero en el aire denso, resucito en la luz.

22

Segundo estado: gozo una frescura


de reciente diluvio.
Gritan en torno mío las cosas exaltadas:
mil voces o una sola gritan en la unidad.
Una benevolencia que parece increíble
mana de las alturas:
mi corazón revienta y es un pimpollo nuevo.
La dicha, en su pañal, tiene formas de llanto:
lloro en el pecho abierto de la rosa,
lloro junto a los limpios caballos matinales,
lloro en los mataderos, frente a la necesaria
brutalidad del hombre.

23

Tercer estado: la ciudad de hierro


me cautiva en su fábrica de hierro.

132
Soy extraño a los hombres que se ocultan
en sus gangas de hierro,
y voy a la provincia de los niños
o a su arrabal sonoro.
Pido entrar en sus juegos:
los niños consideran mi estatura de hombre,
se han mirado, adivinan, ¡ah, ya dicen que sí!
Pero fracaso en la primera ronda:
soy demasiado niño para ellos.

24

Cuarto y último estado:


forjo la soledad en mi cubo de piedra.
Sólo yo solo, y ante mí la estatua
de aquella pura Madre Universal.
La luz a su derecha y el perfume a su izquierda
son dos elogios que arden a la vez;
pero mi corazón no se ha quemado
ni mi lengua profiere lo hermoso proferible.
Y de pronto hay un ritmo que brota de la estatua,
que pica mis talones, ¡oh, serpiente de música!
Bailo para la Madre Universal:
en mi cubo de piedra bailo solo.
Y el ritmo se acelera con el violín del fuego,
con la tuba del agua, con el trombón del aire.
Redoblan mis talones, ¡bailo para una estatua!
Y entonces una Puerta se nos abre, ¡aleluya!

133
25

Le pregunté al Eterno (ya era fácil):


"¿Qué pugilato libra mi alma sola
con mi solo Principio?”
Me respondió: "Albañil, tu combate no existe,
porque toda batalla necesita
dos púgiles al menos,
y hay Uno solo en ésta y no eres tú.”
Volví yo a preguntarle:
"¿Quién es el pugilista solitario?”
Y contestó el Eterno: "Yo soy el pugilista.”
"Y yo, ¿qué soy?”, le dije, tambaleante de alma.
Y respondió: "Albañil, si bien lo piensas,
eres una ilusión separativa
que se creyó un guerrero.”

26

Yo, el albañil sonoro, le volví a preguntar:


"¿Acaso no me duelen cien espinas de guerra?”
Y El contestó: "Albañil, si hay un solo guerrero,
queda un solo doliente.”
"Y yo, ¿qué soy?”, le dije todavía.
Y respondió: "Albañil, si reflexionas,
eres una ilusión separativa
que se creyó un herido en la batalla.”
De pie sobre mi andamio, le pregunté a mi ángel:

134
"Si soy una ilusión separativa
que se creyó albañil,
¿por qué me han ordenado la construcción de un himno?”
Y respondió mi ángel:
"Hay en tu corazón una granada
que no se abrió a los pájaros del éter.”

27

Tal es el fundamento de mi canto,


su base triangular y su altura posible:
Hay en mi corazón una granada
que no rompió su cárcel todavía.
Esa granada es más pequeña
que una semilla de mostaza,
pero es más grande que la suma
de los tres mundos conjugados.

28

Hay en el interior de mi granada


tres edades perdidas y sin embargo en flor;
y en cada edad un hombre de metal diferente
que podría ser yo si la fruta se abriera.
El surubí le dijo al camalote:
"No me dejo llevar por la inercia del agua:
yo remonto el furor de la corriente,
para encontrar la infancia de mi río.

135
29

En el punto central de mi granada


se divisa un laurel exaltado de viento.
Y afirmo que a su pie brota una fuente
de agua medicinal con sus berros y juncos.
Si yo hundiera mis labios en la fuente
y a la vez en su espejo me buscara,
no encontraría ya mi semblante de un día,
sino la cara eterna del que dice:
"Yo soy el Hablador y el Oyente y Lo Hablado.”

136
II

ARTE POÉTICA

Rafael, ese monstruo que se llama El Poeta


será motivo ahora de mi canto.
La estructura increíble del aeda,
su modus operandi, su riñón tormentoso
pesarán con justicia en la balanza
de mi ciencia (yo soy un pesador).
Me dirás que no es grato ni a la Musa ni al hombre
calificar de monstruo al portalira.
Y te respondo en alas de un fervor
casi al filo del llanto
que su monstruosidad no es imputable
ni a una errata en el libro sagaz de la natura
ni a una chispa de humor en la lengua del Verbo,
sino a la prodigiosa economía
de los dioses que tallan en el juego divino.

La complexión monstruosa del poeta


se afirma en el contraste de su doble mirada:
con el ojo derecho mira en horizontal,

137
como el buey de paciencia cotidiana
o el hombre de peinado triste y obligatorio;
con el izquierdo mira en vertical,
según la ley del ángel,
hacia la flor abierta de todas las alturas.
Y es así, Rafael, como el aeda,
puesto en aquel dualismo del mirar,
traza la resultante de una y otra visión
y se queda en la oblicua peligrosa del monstruo.
¿Es un buey en tangencia con el ángel
o un ángel que ha rozado la tangente del buey?
La humanidad, fluctuando en esa duda,
guarda un mutismo casi respetuoso.

No obstante, la Experiencia de golpeado esternón


esgrime su verdad en este axioma:
"Todo poeta es una zarza hostil
en el campo de puerros de la Sociología.”
Rafael, cuando el hombre municipal eructa
canciones licenciosas en su baile de un año,
el poeta, cubierto de ceniza,
le vuelve a recordar en sus estrofas
aquel sabor eterno que nos fue prometido.
Y cuando al fin el hombre rasga sus vestiduras
y se arropa en un llanto de ternero,
el aeda lo invita, sin pudor, a la danza

138
y le ofrece los vinos tintos de su locura.
Por eso los mortales, con buen juicio,
lo prefieren guardado en su ataúd
(tal un roto violín en su estuche de felpa),
o erecto en una estatua que insultan las palomas
cuatro veces al día.

Rafael, en el Arte Poética yo entiendo


trazar la biografía de mi alma.
Tempranamente allá en el Sur, ¡oh, días!
el esplendor terrible de las formas
enamoró mis ojos y despertó en mi lengua
los urgentes afanes de la música.
Si yo aticé la llama de potros exaltados,
antes los admiré como frutas del Verbo.
Y allá en el Sur, cuando pesaban otros
la carne de las cosas,
yo las nombré temblando, y fueron mías.
Pero más tarde puse yo los ojos
en mi propia natura de cantor,
para escrutar su enigma y adivinar sus leyes:
¿Quién era yo, ese niño que alborotaba idiomas
en un silencio duro como la geología?
El Arte que ya escribo es la respuesta.

139
5

Frente al Verbo admirable


y en su línea, yo soy
un haz de lo posible musical.
Descubrir esta esencia junto a un caballo moro
se parece a encontrar una llave perdida.
La tomo y abro: si en el Verbo soy
una espiga de música posible,
debo guardar fidelidad al Verbo
y proferir en acto lo que calla en potencia.
Es un trabajo ad intra por el cual yo realizo
lo que le corresponde a mi substancia.
Y esa conformidad del portalira
con su naturaleza inalienable
debe ser anterior al canto mismo
y a toda pesadumbre de laureles.
Rafael, cierta noche, junto a un caballo moro,
vi yo a la Metafísica en pañales.

Ahora bien, el trabajo de labriego interior


por el cual yo realizo mi substancia posible
da frutos exteriores en mi canto,
y esa exterioridad me desvela en Maipú.
¿Qué son esas vivientes máquinas del idioma,
las que, apenas brotaron de mi ser,

140
ya tienden a buscar los oídos ajenos?
Encontré la respuesta, cierto día, en el Sur,
al mirar por el ojo de un buey arrodillado:
Las criaturas de mi vocación
se instalan en el orbe con los mismos derechos
y deberes que asisten a la piedra o al ángel:
gozan de su aparente libertad,
pero tienen en mí su principio sonoro,
de igual manera que yo tengo el mío,
Rafael, en el Verbo que me nombra y te nombra.
¿Y para qué, labriego de mí mismo,
yo he de lanzar afuera esos graciosos
animales de música?
No todos pueden autorrealizar,
como yo, sus posibles musicales.
Y siendo así, yo canto por el hombre insonoro
y es el hombre insonoro quien habla en mi cantar
El Poeta, el Oyente y la Canción
forman una unidad en el sonido.
Rafael, por el ojo de un buey arrodillado,
vi cómo la celeste economía
le dictaba preceptos al Amor.

Es verdad que yo lanzo criaturas al mundo,


y a mi entender prolongo la Creación Divina.
Mas el cielo y la tierra se abrazan en el Sur,

141
desnudos como el hombre y su mujer.
Y el Sur me pide una verdad sin ropas,
una definición castamente desnuda.
¿Qué soy yo, Rafael, en esta empresa,
yo, el hijo del herrero que se ha entregado a un arte
de yunque musical?
Y la respuesta viene si uno mira
dos huevos de chajá sobre las aguas:
Yo soy un fiel imitador del Verbo,
porque al nombrar las cosas les doy una existencia.

Por lo tanto, mi modo de operar


tiene que ser el mismo del Verbo —reflexiono—,
guardando las distancias que sin duda
van del imitador al Sublime Imitado.
Pero yo ignoro el modas op&rmdi
que desarrolla el Verbo Divino en sus empresas.
Y al ignorar el arte del Sublime Imitado,
yo, el fiel imitador, ignoro el mío;
por lo cual, cierto día, mis telares del alma
se me quedan sin lulo de tejer.
Mas en el Sur el cielo puede tanto,
que una noche, al mirar la cintura de Orion,
se me ocurre de pronto que si yo descubriera
mi modus operandi en el cantar,
descubriría, por analogía,

142
el modo de operar del Divino Arquitecto,
con la cual yo daría no sólo en la Poética,
sino en la más exacta de las cosmogonías.
Rafael, esto llega de pronto, cuando el alma
quiere bailar desnuda bajo el cinto de Orion.

Desde la noche aquella, y espía de mí mismo,


yo acecho mi cantar en su origen oscuro,
antes de que su embrión aparezca y se instale,
ya definido, en la matriz del alma.
Y observo lo siguiente: yo, el Hombre y el Poeta,
sin diferenciaciones todavía,
soy ahora un conjunto de posibilidades
en su no distinción o en su caos tranquilo.
De pronto algo sucede, Rafael, en mi caos:
el Poeta (es decir, la figura del Yerbo)
se distingue del Hombre para entrar en acción.
Y antes de que yo diga, como Verbo,
10 mío preferible,
las posibilidades de la música, todas,
se afirman, en mi alma y se concentran
según un movimiento de inspiración profunda.
Rafael, en lo no manifestado
ya se alborota lo manifestable,
y tal es la primera distinción.
Lo no manifestado se parece al silencio,

143
negación y principio de la sonoridad,
que, si afirma lo suyo proferible,
ya corta los pañales de la música.

10

Esa concentración aún silenciosa


de todos mis posibles musicales
integra un nuevo caos anterior al sonido:
en él subyacen todas mis canciones posibles
aún no diferenciadas entre sí,
manifestables en potencia, oscuras
en su pasividad y en su no distinción.
Rafael, ese caos musical
es mi polo pasivo de poeta:
desde mi polo activo deberé pronunciar
el Fiat lux que ilumine la obscuridad sonora,
para que mis posibles musicales
lleguen a ser la fruta de lo sonoro en acto.
Andrógino de música, el poeta
se ha dividido ahora en sus mitades:
la activa y la pasiva, o el varón y la hembra,
para engendrar un cosmos del sonido.
Así he quebrado yo mi dichosa unidad
en una distinción que se llama segunda.

144
11

Y me dirás: "¿Por qué no te demoras


en el goce inactivo de tu pura unidad?”
Rafael, mis canciones potenciales,
como son proferibles en su esencia,
deben ser proferidas, ¡oh, necesariamente!
De otro modo cometo una injusticia
con seres en potencia cuyo pasaje al acto
depende sólo de mi actividad.
Por eso yo decía en el principio
que la Necesidad tiene cara de ángel.

Estoy ya frente al caos


de todas mis canciones proferibles:
en su oscura potencia y en su no distinción,
quieren pasar al acto de la música.
Entonces yo pronuncio mi Fiat lux,
y se ilumina el caos de tal modo
que mis canciones no diferenciadas
al punto se distinguen entre sí,
cada una en los límites ya fijos
de su cantable posibilidad.
Imitador del Verbo, en mi natura
se ha dado una tercera distinción:
aquel Uno feliz de lo cantable

145
se ha traducido en multiplicidad,
y su no diferencia en los rigores
de la individuación separativa.

13

Rafael, si ejerciese yo la fuerza del Verbo,


mis canciones posibles, ya individualizadas,
se manifestarían en simultaneidad,
cada una en la esfera del sonido
correspondiente a su limitación.
Y yo, tras el Fiat lux que les dio la existencia,
gozaría la paz de mi domingo.
Mas yo, el imitador, atado al tiempo,
debo manifestar en sucesión
mis cantares posibles, el uno tras el otro.
Y siendo, en realidad, indefinida
la serie de mis cantos proferibles,
he de vivir en el desasosiego
constante de una furia musical,
expresando en fragmento y sucesión
esa Unidad sonora, no preferible en sí,
que por inspiración yo concentro en mi alma
y por expiración yo divido en mis cantos.

146
14

Empero, no ha concluido, Rafael, esta serie


de diferenciaciones a partir de mi caos.
Entre los potenciales del sonido
que debo proferir en sucesión,
mi voluntad ahora se decide por uno
y lo actualiza en la matriz del alma.
Es un embrión tan sólo,
pero ya un individuo musical,
o una forma que aumenta de estatura
según yo la pronuncio con mi verbo interior.
¡Ah, si ese canto proferido ad míra¬
se quedara en su pura intimidad
y en la "forma sutil” que le dio la palabra
de un verbo no encarnado todavía!
Mas la Necesidad tiene cara de ángel,
y esa "forma sutil” de la canción
debe pasar ad extra y ajustarse al idioma
carnal de los vocablos en grosura.
La última distinción se ha producido,
y el último descenso del poeta.
Rafael, ya lograda la canción exterior,
he de volver al caos del sonido,
para circunscribir y actualizar
algún otro posible de la música.

147
15

Si en el instante de su inspiración
el artífice goza la unidad del sonido,
y si en la expiración abandona esa dicha
para enfrentar lo múltiple sonoro,
la canción es un autosacrificio
del poeta en las aras del amor necesario,
y en el cual el poeta es a la vez
la víctima sonora y el sacrificador.
Rafael, si consigues dar el salto
que va del Imitante al Imitado,
recibirás un día en el Tuyú
dos perdices de tierra y un caballo marino.

16

El autosacrificio de su paz en la música,


el poema que nace de tal inmolación
y la oferta gratuita de aquel hijo sonoro,
circunscriben la acción del poeta y su fruta
en un orden legal que ha de ser acatado.
Si el poeta codicia, para su desventura,
los frutos adjetivos de su acción
(como ser los volubles trombones de la Fama,
o el arqueado laurel en su frente de un día,
o el dinero sin ángel o el vestido rumboso),
pondrá en riesgo la exacta justicia de su arte

148
con la inflación de un Yo separativo
que lo expondrá tal vez a la guerra o la risa.
El poeta, en virtud de su canto unitivo,
debe ser una espiga de la paz.
Y si es bufón en algo, no lo sea del hombre,
sino del Verbo mismo, cuya pasión imita.

17

Rafael, ya hemos visto del poeta


su modus operandi necesario
y las limitaciones o descensos
que sufre hasta decir la palabra exterior.
Ahora bien, el aeda no es una voz abstracta,
sino un ente sujeto, como animal terrestre,
a los imperativos de un tiempo y un espacio
que han de infligir limitaciones nuevas
a su dichosa universalidad.
En lo que viene te diré las formas
de ubicación en tiempo y en espacio
que asumirá el aeda según el horizonte
posible de su alma.

18

Estamos, como sabes, en un final de ciclo:


la Edad de Hierro busca precipitar su fin.
Estos hombres de ahora, mis hermanos,
casi en el otro polo de la Luz inicial,
realizan hoy (y digo que necesariamente)
las posibilidades más oscuras del ser.
¡Ah, no llores, muchacho, como lo hacía Hesíodo,
ni ofendas al Adán anochecido,
con una barba teologal en furia!
Esta declinación de la luz en la sombra
nos viene desde lejos y está en el plan de Arriba.
Lo que importa, en verdad, es discernir
las tres ubicaciones posibles del aeda
en este mundo viejo ya de cuatro estaciones.

19

Si el aeda, consciente del proceso nocturno


que realiza su edad,
entendió y admiró las razones divinas
en virtud de las cuales todo se manifiesta
desde el polo admirable de la Luz
hasta el polo contrario de la noche,
ha de buscar en el Principio Eterno
la luz que no publica ya la tierra menguante.
Con lo cual ilumina su propia oscuridad
y luego su canción y a su oyente después.
Y siendo intemporal ese Principio,
el artista y el arte que lo asienten y cantan
ya están fuera del tiempo en algún modo,

150
libres de su nocturna condición.
Rafael, ai poeta que se ubicare así
yo le regalaría ciertamente
ya un novillo de oro, ya una rosa de plata,
según fueran los grados de su iluminación.

20

No obstante, lo normal en los días de hierro


es el poeta iluminado sólo
con la sola intuición de la hermosura;
el cual, sin entender ni sospechar
que trabaja realmente con un nombre divino,
hace resplandecer la hermosura en sus obras
y hace que su canción, en cierto modo,
se vista con la esencia del Hermoso Primero.
A ese borracho de no sabe qué
y a ese poeta que anda con el fuego
sin quemarse a sí mismo
yo le daría un pájaro de cobre
maravillosamente cincelado.

21

Una tercera ubicación (la última)


es la del bardo ciego a toda luz
que, fiel a las instancias nocturnas de su siglo,

151
realiza los posibles inferiores del arte,
no ya en el esplendor esencial de la forma,
sino en el espesor material del objeto.
No humilles, Rafael, a ese poeta
necesario a la noche y a la noche leal:
dale más bien, si acaso lo encontraras,
una mona de hierro fundida por la industria.

22

Ubicado, al nacer, en una tierra


y en la masa de un pueblo tal o cual,
el aeda se ve sometido a un espacio
y a sus ineludibles condiciones.
Porque la ontologia de la tierra natal
debe ser el soporte de su canto,
y ha de aprender las formas y a nombrarlas,
no de cualquier manera, ciertamente.
Por otra parte, si el aeda canta
por el hombre insonoro, según dije,
y si el hombre insonoro tiene voz
en la sonoridad de sus poetas,
el verdadero artífice del canto
se hace la voz exacta de su pueblo.
Si es así, deberá conocer a los hombres
en su tenor cantable o proferible:
los ha conocer en sus esencias,
y, ciertamente, no de cualquier modo.
23

Rafael, ¿de qué modo conocerá el poeta


las formas y los entes que habitarán su música?
Según el Intelecto
de Amor, yo te diría.
Así como el Amor logra su fin
en la unión del amante y de lo amado,
el Amoroso Entendimiento alcanza
la identificación intelectual
del cognoscente y de lo conocido.
El que por intelecto de Amor sabe las cosas,
las convirtió en esencias o aspectos de sí mismo:
de tal modo, las cosas exteriores
pierden su obstinación separativa,
y ante los vastos ojos de tal conocedor
el mundo niega su exterioridad.
Rafael, en la estrofa vigésimo tercera
se cura de repente la soledad del alma.

24

Para rendirse a tal conocimiento


(y es una rendición en verdad amorosa),
debe aplicarse rigurosamente
la ley primera de la caridad,
según cuyo dictado el cognoscente
debe mirar al otro, pero en tanto que "otro”,

153
no en tanto que sí mismo.
De tal manera el cognoscente rompe
la cáscara en verdad separativa
de su Yo limitado y limitante,
para llegar al "otro” y entenderlo
y asumir su entidad en un acto de luz.
Un breve pensador de Villa Crespo
me decía entre copas:
"Al entender el árbol, el hombre se arboriza,
y al mismo tiempo se humaniza el árbol.”
Dicho en otras palabras, el cognoscente logra
realizar en sí mismo todo ser exterior
como si fuera un rasgo posible de sí mismo.
Y así vistas, las cosas exteriores
dejan también su Yo separativo
y entran en la unidad centralizante
del amoroso entendimiento humano.

25

Rafael, si el poeta
realiza en su interior el microcosmo,
según el Intelecto de Amor que ya te dije,
su canto nombrará la ontología
de una tierra y de un pueblo;
y ciertamente no de cualquier modo,
sino en esencia pura y en viviente unidad,
porque las entidades que habitan su canción

154
ya se han hecho substancias de sí mismo.
Un breve pensador de Villa Crespo
me decía otra vez:
"El craso leñador y el poeta sutil
usan el mismo término para nombrar el árbol;
pero el árbol que nombra el portalira
no es el mismo que nombra el leñador.”

26

Si el poeta cultiva la narración o el drama


y hace obrar a distintos personajes,
él es quien juega todos los papeles
o quien realiza el gesto de todos los actores,
porque los entendió amorosamente
y los da como aspectos de su ser integral.
Y si el oyente o el espectador
se hicieran, a su vez, agonistas del drama,
compadeciendo o "padeciendo con
los actores del mismo y asumiendo su esencia,
se dará en el oyente la catarsis famosa
que decían los griegos de testa bien peinada.

27

Volvamos, Rafael, al poema naciente.


Ya realizada la canción ad Mitra,

155
vale decir lograda ya su "forma sutil’’,
es necesario proferirla ad extra,
darle una encarnación en el idioma.
Las palabras vulgares,
las que utiliza el pueblo en su trajín,
son, a mi juicio, las que más convienen
al poema exterior.
A esas mismas palabras el aeda
les ha de conferir ese brillo esencial
o esa temperatura del amor cognoscente
dichos ya en las estrofas anteriores.

28

La cargazón instrumental del habla,


los mortales abusos de "la letra”,
deben ser excluidos, por la razón que sigue:
la génesis del canto en su pasaje
de la forma sutil a la grosera
constituye un descenso necesario
y un sacrificio del amor en obra.
Tal sacrificio no ha de ser cruento,
y la forma sutil de la canción
en su descenso a la materia crasa
no ha de sufrir mutilación alguna;
porque los dioses quieren una víctima entera.
Rafael, la estructura material de tu canto
debe ser un soporte y no una cárcel

156
de la forma sutil que ya dijiste
con tu verbo interior.
Conozco dos versiones del zorzal:
el zorzal que se posa en un olivo
y el zorzal mutilado en una jaula.

29

En todo caso busca la "proporción vital”


que armoniza el espíritu y la letra.
Porque la letra, en sus excesos, mata
(la víctima o difunto es el espíritu);
y matando a su espíritu vital,
se suicida la letra.
Rafael, bien mirado, el Clasicismo
tiene su ley en esa proporción admirable:
si la letra domina y el espíritu muere,
un Academicismo sustituye a lo clásico.
Luego, una reacción contra la letra
y en favor del espíritu,
da lugar a un período romántico del arte.
Pero, a su vez, ese Romanticismo
también se basa en una desmesura
o en un exceso, ahora del espíritu,
sobre los intereses de la letra.
Dado lo cual, el arte vuelve a su proporción
en la mesura de otro Clasicismo.

157
30

Estas formas del arte se suceden


como las estaciones de la tierra;
y dicha sucesión en verdad ontológica
puede obrarse en un hombre o en un pueblo
y hasta en un mundo todo.
Mas, no sólo en el arte, Rafael,
se cumplen los excesos de la letra que mata:
si se dieran en una religión,
ésta caerá en un pobre moralismo;
y si en una política se diesen,
morirá en una fría burocracia.
Y aplicaciones de la misma ley
se ofrecerán a tu meditación,
si adviertes que la "forma corporal”
es la letra del hombre.

31

Y me preguntarás, volviendo al arte:


"¿Cómo evitar el crimen de la letra?”
Yo te respondería cautamente:
por la virtud y operación del "ritmo”.
El ritmo es la armoniosa "pulsación”
(la muy viviente, la vivificante)
que gobierna, en el orden, el fluir necesario
de todo acontecer.

158
En el principio, el Verbo medita lo posible:
luego lo manifiesta con la voz ya ritmada.
Si asumieras el ritmo de tu ángel,
Rafael, llevarías algo más que su nombre.
Un suceder poético es el canto,
y fluye normalmente con su ritmo vital
en la forma sutil de tu poema.
Lo santo y lo penoso es adaptar
ese ritmo interior de la forma sutil
a las limitaciones de la forma grosera,
y los metros corrientes del idioma
bastan a ese trabajo penitencial del arte.
Las mortificaciones y reajustes
que padece un idioma en sus esfuerzos
por exteriorizar aquel ritmo interior
evitan los excesos mortales de la letra
y alcanzan el favor de un equilibrio
por el cual el poema es a la vez
un soporte gracioso de la forma sutil
y una sublimación de la letra carnal.

32

Rafael, no entrará mi Poética en sabios


tecnicismos acerca de los metros,
las rimas, las estrofas y las acentuaciones,
ni en los rudos trabajos de la lima
que alivianan el peso material de la letra.

159
Sólo quiero añadir, como final,
dos advertencias útiles al canto:
en el duro pasaje de la forma sutil
a la forma exterior de la palabra,
gobernarás tu voz con energía,
de modo que la letra se doblegue al imperio
de la forma sutil.
Admito la justicia de un monstruo literario,
si voluntariamente lo construyó el aeda
según peso y medida intelectuales.
Pero rechazo el monstruo, si ha nacido al azar
de una letra sin freno.

33

Un "suceder poético” es el canto,


dije oportunamente: se realiza en un tiempo
que todo buen poeta sabe "calificar”.
El pintor que trabaja en un espacio
lo llena totalmente de cualidades plásticas:
de igual modo, el poeta debe colmar su tiempo
de poesía en acto,
sin dejar en el área temporal de su música
ningún vacío de la cualidad.
Calificar hermosamente un tiempo
sólo cuantitativo y en potencia:
no es otra la función de aquel monstruo laudable
que se llama El Poeta en este mundo.
Sexto día

LA ERÓTICA

A Tornas Eloy Martínez


LA ERÓTICA

En este día, con el sol en Tauro,


caminará un poema dirigido al Amor.
¿Por qué ha de ser en el otoño, bajo
la tan llorada muerte de las hojas,
y no en el tiempo de la golondrina
que por amor le arranca dos estíos al año?
Desde que los telares de la meditación
ocuparon mis dedos (los del alma),
en la disipación de las frutas concluidas
y en el entierro anual de sus almendras
yo vi el signo laudable de las cosas
que vuelven a su patria original.
Ahora bien, este canto se refiere al Amor,
pero con los talones del retorno.
Por lo cual te aseguro que mi alma,
si llora sabiamente con el ojo derecho,
con el izquierdo ríe sabiamente.

Yo tuve dos encuentros con Amor


(lo juro por la cofia del maestro Alighieri).

163
En Maipú y a la hora de atizar los caballos,
vi al Amor en figura de resero infantil:
montaba en pelo un alazán de oro
y un duraznillo blanco le ceñía la frente.
Letras rojas cantaban en sus pechos
este anuncio frutal: rDocet et ducet.”
Y en adelante aquel jinete parvo
me aleccionó y condujo de tal modo,
que recorrí la esfera de nueve paraísos
y otros tantos infiernos.
Hasta que mi razón fue como el higo
de la tuna que aprieta la miel del arenal
y en su cápsula terca la defiende
ya con la soledad ya con la espina.

Tuve un segundo encuentro en el Tuyú,


junto al mar que bramaba como un toro
y en cierto mediodía de salitre.
Acostado en las algas vi al Amor,
doble y uno en su forma de andrógino admirable
la parte del Varón (crines y bronces)
y la de la Mujer (plumas y rosas)
buscaban la unidad en un abrazo
de dos metales puestos en crisol.
Y digo que, a mi vista, la región de la hembra
se iba trocando en la región del macho
y la del macho en la de la mujer,

164
las crines y las plumas en fusión,
los bronces y las rosas confundidos,
hasta no ser ni el macho ni la hembra,
sino los dos en uno y en ninguno.
Con el primer encuentro se puede hablar de Amor:
con el segundo nace la Erótica infinita.

Walter, en el Principio es el amor.


¿En el Principio? Y ya se adelanta la duda,
con sus pies engrillados, en la tierra del himno.
Porque amor es tan sólo el movimiento
que se realiza entre un Amado inmóvil
y un Amante movible.
Y el Principio no admite distinciones,
y no se diferencian en su pura unidad
ni el Amado que aguarda ni el Amante viajero
ni el Amor que los junta sólo porque son dos.
El Principio es el átomo perfecto,
del todo indivisible.
Y en esta cuarta estrofa yo soy una figura
de la perplejidad.
Con el primer encuentro se puede hablar de amor,
y el amor es un viaje, con su nauta y su buque.

165
5

De cualquier modo, este poema logra


su posibilidad en las nociones
de un Amante, un Amado y un Amor.
Y si yo, por azar, fuese un Amante,
la canción ya tendría sus dos piernas en marcha.
Pero, ¿soy yo un Amante? Recordemos.
Desde mi promoción a la esfera del hombre,
doy siempre, si me tocan, un sonido de amor.
Golpeada con la rosa o el martillo,
tañida por el agua o por el fuego,
rozada en su tangente por la bestia o el ángel,
un tamboril de amores fue mi alma
y a todo ha respondido con idiomas de amor.

Pero ser el Amante ya es terrible


(sin ofender la gracia de su naturaleza).
Porque su vocación lo conduce a lo Amable,
y por tanto a una dura ingeniería
de puentes y caminos,
o al arte no seguro de la navegación,
y a la miel o la hiel del horizonte.
Yo, el Amante, rendí muchas veces al agua
dos remos, una vela y un timón derrotados;
y he vertido en fronteras mentirosas
el llanto grave de los ingenieros.

166
Hablo, naturalmente, de otros días,
antes de que lo Amable se trocara en lo Amado.
Y aquí llega Elbiamor al umbral de la música,
en alma, en cuerpo y en alegoría.

Elbiamor, pese a toda su leyenda,


no nació, como dicen, en el barrio de Flores,
ni en Corrientes, madeja de los ríos.
En verdad Elbiamor fue separada
cabalísticamente de mi zona lumbar,
con escalpelos de oro, cierta noche,
mientras yo descansaba en la leticia
de un vino cosechado por los ángeles.
En esa operación de cirugía,
ella ganó y retuvo la mitad de mi sexo
y la tercera parte de mi hígado,
y uno de mis pulmones.
De modo tal que, despertando, vi
mi costillar partido y sus mitades,
a saber: Yo, una inmóvil potencia de batallas
o un silencio anterior a la estrofa posible;
y Ella, gritando ya desde mi sangre,
pero afuera y en armas,
como una incitación a los dos arcos,
el de la guerra y el de la armonía.

167
8

Y observando a Elbiamor la separada,


vi cómo en ella se iban dibujando
los pimpollos de un gran desequilibrio:
Si en su mano derecha latía la paloma,
en su izquierda rascaba el gavilán
sus pulgas de furor con un pico irritado.
Si la amplitud del agua le nacía en un pie,
según la horizontal de la paciencia,
le brotaba en el otro la exaltación del fuego,
por una vertical ambiciosa de alturas.
Y Elbiamor, a mi lado,
pareció una vigilia
de toda eternidad.
Pero yo estaba inmóvil frente a ella
y arrancándome aún de las pestañas
la sal gruesa del sueño.
Por eso no advertí que su gran corazón
era el ovillo de mi suceder:
un ovillo apretado en su materia,
pues Elbiamor no hablaba todavía.
En cuanto lo haga, ya será Elbiamante,
y de su corazón desovillado
nacerán siete días para mí.

168
9

No bien habló Elbiamante, me pareció que oía


yo una ciudad ilustre de campanas.
O el fragor de Belona cuando, puesta de pie,
mueve carros de hierro sobre puentes de hierro.
O el grito metalúrgico del mar,
cuando forja una isla con su martillo de agua.
O los vocablos que pronuncia el viento,
cuando rompe la cara de la rosa.
Y su exterioridad en el sonido,
bien que hermosa y terrible, me dolió por ajena
Me dolió en Elbiamante, pues no advertía yo
que sólo hablaba en ella lo mío proferible.
Cuando lo supe, desbordó mi alma
y se lanzó con Elbiamante al flujo
de la sonoridad.
Pero un silencio roto quedaba en mí y en ella,
y también el sabor y la nostalgia
del silencio anterior a su rotura.
Sin embargo, Elbiamor está inmóvil aún:
No bien camine, ya será Elbiamada,
y entonces el espacio nacerá para mí
de su pie redoblante, de su talón en fuga.

10

Cuando salió de su inmovilidad


y midió con sus piernas las cuatro lejanías,

169
Elbiamor, Elbiamante o Elbiamada
se dispersó a la vista de mis ojos,
en el Sur y su dura mazorca de batallas,
o en los pactos de amor que se trenzan al Norte
o en el Oeste fácil a la nocturnidad,
o en el Este, patriarca de la risa y el vino.
Y aquella dispersión en verdad asombrosa
me dolió en Elbiamada, pues no sabía yo
que se aventaba en ella lo mío dispersable.
No bien lo supe, me agarré a su viento,
y me arrastró en su pluma, y fuimos dos:
ella delante, como la bandera,
yo detrás, como el héroe.
Pero quedaba entre nosotros
una quietud ya destruida,
y en mí y en ella la nostalgia
de aquel reposo en la unidad.

11

Siguen ahora las operaciones


que realizamos Elbiamada y yo
en los artículos de nuestra
separación y enfrentamiento.
Yo vestí su terrible desnudez
(su pecho encabritado, su vientre de mercurio,
sus piernas de azafrán)
con estofas urdidas y cortadas

170
en los talleres de la primavera.
Yo la calcé de antílope o de viento,
y en sus tobillos puse las ajorcas livianas
que saben tintinear a medianoche.
Yo le di brazaletes para el día
y anillos deslicé por sus falanges.
Aromas elegidos prendí yo a sus narices,
aros y sinfonías a su oreja.
Yo fabriqué para sus ojos nuevos
toda una ontología de caballos y frutas.
Y así vestida y adornada ella,
la tomé por Esposa.
Y la luna y el sol bailaron juntos
al redoblar de los tambores ebrios,
pues el vino corrió de los lagares
y subió hasta cubrir las rodillas del toro.
Y por ser dos en uno, busqué su posesión
en todas las posturas unitivas del átomo.
Y éramos dos en uno, y el dos hace llorar.

12

Por la segunda operación,


fui concebido en Elbiamante.
Yo habité su matriz, donde obró nueve lunas
el cuaternario de los elementos:
ella me dio su fósforo en la sangre
o el calcio de sus vértebras y dientes.

171
La percusión exacta de su vulva materna
pudo lanzarme al orbe de la luz,
y en sus dos pechos o en sus dos galaxias
ella me adelantó las primicias del mundo.
Luego afirmó en la tierra mi vertical de hombre:
me enseñó a pronunciar las vocales del fuego;
puso a mi risa un código frutal
y me lanzó al manejo caliente de las armas.
Su bastón en la paz y su llanto en la guerra
fui yo para Elbiamante.
Y éramos dos en uno,
y en el dos va la pena.

13

En otra operación (fue la tercera),


yo la engendré a Elbiamante con mi propia substancia,
y nació en mis rodillas a su tiempo.
Le di como nodrizas la loba y la torcaz
y vigilé su infancia como un patio de rosas.
En su mano derecha puse yo la del ángel,
y le dejé la izquierda en libertad
para que acariciara potrillos y limones.
Yo le enseñé las artes liberales,
el trivium y el quadrivium,
sin contar la gramática del hierro
ni el arte sigiloso de cuidar las fronteras.
Yo la casé más tarde con un hombre del Sur,

172
príncipe numeroso de vacadas;
y con mis propias manos edifiqué su noche
de bodas, a favor de un alegre zodíaco.
Y fuimos dos en uno,
y allí estaba el quebranto.

14

Por esos días, como silenciara


yo mis operaciones elbitenses,
no faltó la censura de amigos y enemigos
a quienes ofendía mi secreto.
Entonces publiqué los elogios que siguen
A Elbiamor No Cantada,
sólo en razón de una prudencia
que se vistió de cortesía:

15

"Elbiamor, ellos dicen


que sólo canto a mujeres abstractas
a los Principios hembras,
a las madonas de la Geometría
Ellos dicen que no he levantado para ti
ni una sola casa de música,
ni he construido el cielo de palabras
que me rogó tu ángel.

173
Ellos adornan sus amores
con la pinza maestra del joyero:
con las astillas del idioma encienden
sus públicas fogatas a Doris y Amarante;
llevan en el costado, muy visible,
la flecha del Arquero;
y todo es fácil para todos en la rima o la rama
y en la pluma o el plomo.

16

”Elbiamor, yo podría lanzar tu nombre


a las mareas del sonido,
y sentarte de pronto en la rodilla
caliente de la Musa.
Pero, ¿cómo decir lo no cantado,
lo terrible y lo justo,
sin irritar al dios que guarda
tu alegoría y mi silencio?
Ellos ignoran, Elbiamante,
que tu delicia es un sabor
defendido con siete pasadores
de un metal que lastima los dedos.
Ellos ignoran que-se han perdido
las llaves de tu mundo;
por lo cual el otoño quedó afuera,
y el verdor adentro,
y la risa de pie y con su hoja intacta.

174
17

”Ellos no saben que tu Día


se parece a la historia de un pueblo y su laurel,
donde tu mano derecha lanza el navio de Ulises
a los golfos perversos;
donde tu mano izquierda
prepara el vino de los héroes
y el ungüento de los leprosos;
donde cada bandera es un niño
y una razón y una muerte;
donde galopan juntos los caballos
del sol y los del hombre.
Ellos nunca sabrán que tu Noche
se ha edificado
con el plan de los alquimistas
que flagelan el mercurio;
con el sigilo de los ladrones a caballo
y el de los amantes a pie;
con el recelo de las brujas que arañan
la tierra, buscando una cebolla;
con la meditación del santo frente a una
calavera de príncipe;
con el insomnio de los gallos evangelistas
y la inocencia de las ranas
que presenciaron el diluvio.

175
18

”Elbiamor, así empieza la tortura


de un canto improferible.
¿Cómo decir que hacia tu voz caminan,
para beber, los dulces animales cansados;
que, al despertar, enciendes la rosa,
y al dormirte la apagas;
que tu exaltado corazón impone
su ritmo a un tiempo de alazanes;
que al caminar inventas el Espacio
y al reírte construyes
la primera guitarra;
que tu pulmón es el taller del aire
y tu espina dorsal el fundamento
de la Arquitectura,
y tu lengua el origen de la sal,
y tu riñón el yunque porfiado de la guerra?

19

”Elbiamor, tu memoria se parece a un dichoso


año muerto que resucita.
Elbiamor, cuando piensas,
tu razón es una virgen
montada en un toro blanco.
Elbiamor, en tus obras la Voluntad imita el paso
de los cargadores de trigo.

176
Elbiamor, cuando sueñas, la construcción del mundo
es una risa de albañiles.
Porque tu fábula es como la paloma
que le dijo al buitre: "Yo soy tu pan, y muero.”
Tu leyenda es como el rey que se fue de cacería
y regresó con la piel de un centauro.
Tu historia es como el ejército
que se durmió junto a las uvas.
Tu mito es como el flautista que vio a su dios
por los agujeros de una flauta.
Y es verdad que tu ciencia es una granada
inscripta en un triángulo rectángulo;
y tu justicia el pez que devuelve los anillos
tirados al mar;
y tu furor el hijo de un viento y una parra,
y tu caridad el buche roto del pelícano.

20

"Elbiamor, ellos dicen que sólo canto


a mujeres en forma de número,
y que tu elogio se parece a un niño
que no podrá nacer.
Déjalos en su mundo, y que nos dejen,
a mí en el yacimiento de tu gracia
y a ti en el ecuador de tu poeta,
Elbiatodasilencio,
y elbiamorosamente no cantada.”

177
21

Tal fue mi ditirambo:


no lo entendieron muchos.
Yo tuve dos encuentros con Amor:
en Maipú y a la hora de encender los caballos,
se me acercó en figura de resero infantil.
Montaba en pelo un alazán de oro
y un duraznillo blanco le ceñía la frente:
Con el primer encuentro
se puede hablar de Amor.
No obstante, la penuria de ser dos y ser uno
va tomando la forma de una vid:
ese parral oscuro da racimos,
y sus uvas amargas no son buenas.
Viendo, pues, tal cosecha de la melancolía,
corté yo los racimos y fabriqué un lagar
con un viejo tonel de madera de roble
ya consagrado al mosto.
Y arrojadas las uvas al tonel,
nos metimos adentro y las pisamos,
en una zarabanda cuya sublimidad
fue la misma tristeza en rebeldía.
Y al zumo de las uvas reventadas
le di su tiempo de fermentación,
y logramos el vino de un júbilo tremendo
que nos dejó calientes los riñones y el alma.
Esa transmutación de la tristeza
fue la que obramos Elbiamada y yo.

178
22

Y como sucediera que bailase desnudo


yo en un amanecer de Villa Crespo,
me apedreaban los hombres y huían las mujeres.
Pero los niños levitaron
con las figuras de mi danza:
En pleno invierno todas las glicinas del barrio
florecieron de pronto y echaron sus racimos.
Y un zapatero remendón
que trabajaba en su zaguán
profirió el aleluya de Domingo de Gloria
y cayó muerto sobre su honrado tirapié.
Si acudió la justicia, no me vieron sus hombres,
porque, al oír sus pitos, Elbiamante
se apresuró a cubrir mi desnudez
con un antiguo poncho de La Rio ja.
Y su primer sentencia de recato
nos dictó la cordura.

¿0

Pero todas las gentes nos llamaron entonces


"el Hombre y la Mujer de la Casa del Vino .
Y como alguna vez me preguntasen
dónde fructificaba mi parral,
si en la tierra del frente o en el patio del fondo,
les respondí que todas mis uvas maduraban

179
en un lugar excelso, a la derecha.
Más tarde, como algunos pidiesen nuestro vino,
les ofrecí una gota sólo por caridad:
les pareció de hiel o de vinagre,
¡y era sol fermentado!
Por lo cual otra vez nos mandó la prudencia
consignas de sigilo.

24

Ahora bien, el llamado "Recurso de las Uvas”


no es, en verdad, eterno ni lo podría ser.
Cuando son uno en dos o dos en uno
y en el número Dos nace la pena,
llora sus translaciones la Unidad
y las llora en el Dos piadosamente.
Si Elbiamor, a mi lado, se dispersaba en guerras,
yo sentía por sobre sus gestos y sus armas
el llorado sabor de aquel Uno en reposo.
Y si Elbiamor henchía la esfera del sonido,
gustaba yo la anchura de aquel primer silencio
llorado por encima de la sonoridad.
Cuando Elbiamor dormía, se integraba el reposo;
cuando Elbiamor no hablaba, ya el silencio reía.
Y como en Elbiamor sólo encontraba
lo mío transitable y preferible,
recordé al fin que se alargaba en ella
mi territorio de la dispersión,

180
cortado alguna vez de mi propia cintura,
mientras yo descansaba en la leticia
de un vino primordial.

25

Entonces concebí la gran empresa


de una restauración por el Amante,
según la cual ninguno lloraría
la paciencia del Uno con los ojos del Dos.
Y calculé la fuerte soldadura
(labor de metalúrgicos divinos),
en virtud de la cual dos mitades de amor
se juntan otra vez en la unidad.
Por tanto, yo debía, con mi arte,
primero detener a Elbiamor en su fuga
y aquietar sus tobillos exaltados;
refrenarla después en sus idiomas,
hasta reconstruir el silencio perdido.

26

Bien orientada fue la empresa mía:


Cuando logré las dos operaciones,
Elbiamor, frente a mí, cayó en un sueño
más hermoso que todas las vigilias posibles.
Entonces rescaté de su entidad

181
lo mío dividido y separado,
y a mi cintura los restituí
según el arte de los soldadores.
Pieza por pieza rescaté a Elbiamante
de su exterioridad batalladora:
La soldé a mis costillas,
y nada quedó afuera.
Dos encuentros yo tuve con Amor:
en el segundo lo miré acostado
sobre las algas y en su doble forma
de Andrógino dormido,
la parte del Varón (crines y bronces)
y la de la Mujer (plumas y rosas).
Con el primer encuentro se puede hablar de Amor,
con el segundo empieza la Erótica infinita.

27

El principio y el fin es el Amor,


la cohesión primera, sin diferenciaciones.
La perfección activa del Amante,
la excelencia pasiva del Amado
se confunden en tan poderosa unidad.
Y forman el Andrógino divino,
por el cual el Amante y el Amado
no son dos todavía,
ya que se aprietan en la beatitud
de un sueño más fogoso que todas las vigilias.

182
28

Tan sabrosa quietud en el Ser Absoluto


y en la no distinción de su unidad
se alborota de pronto cuando, en aras
de una necesidad puramente divina,
el Señor Admirable, por amor de Sí mismo,
debe sacrificar ante Sí mismo
su posibilidad sacrificable,
y en la lengua del Verbo proferir
lo necesariamente proferible.
Si la exterioridad de sus palabras
es un acto de amor hacia Sí mismo,
en la unidad primera del Señor Admirable
se dará una primera distinción:
la del Amante activo y el Amado pasivo,
la forma del Varón (crines y bronces)
y la de la Mujer (plumas y rosas).
Así el número Dos nace del Uno,
y en el número Dos llora la pena,
bien que divinamente necesaria.
Y así el Amor inmóvil entrará en movimiento
para volver a unir lo que fue separado.

29

El universo todo
parecería un himno que a manera de puente

183
se construye y se lanza del Amante al Amado
ya en diferencia y polarización.
Y toda criatura (piedra o ángel)
integra de verdad una especie sagrada
que manifiesta el autosacrificio del Uno.

30

Laus Deo in excelsis canta la última estrofa.


Yo tuve dos encuentros con Amor:
en Maipú y a la hora de atizar los caballos,
y en el Tuyú, junto a la mar desnuda.
Por el tercer encuentro
se desvela mi alma.
Séptimo día

TEDEUM DEL POETA

A Ángel Bonomini
TEDEUM DEL POETA

Al Hermoso Primero,
y al Hablador cantante de Sí mismo,
y al que dejó mil rastros pero ninguna cara,
y al Uno indivisible pero manifestable
toda oblación le sea dada
según leticia y equidad.
Porque no hay otro nombre que se asemeje al Suyo:
"La Imposibilidad de lo Imposible.
Cuando aprendí ese nombre del Hermoso Absoluto,
puse mi corazón en un mortero
y lo pulvericé con la mano de bronce.
Quemé luego en los altos mi corazón en polvo,
y era justo su aroma.
Entonces vislumbré, como Séptimo Día,
la empresa de un Tedéum necesario.
Pero, ¿con qué invenciones de la sonoridad
iniciaré Tu elogio en la leticia?
¿Pondré cordajes nuevos a la rosa y el águila?
¿Rozaré con el arco de la música entera,
ya la quilla del pez, ya el costado del ángel?
Yo soy de los que temen
provocar al silencio.

187
2

Alabanza en justicia y beatitud


al que profiere ad extra Su hermosura.
Yo soy una palabra de Su boca:
yo soy el pronunciado.
Y soy el rastreador que buscaba Sus huellas
con mis ojos del sur.
En la esfera del hombre me plantaste,
como un gajo de vid entre mieses y toros:
junto al hombre de hierro me pusiste,
bajo el signo del hierro y en el año del hierro.
De tal manera que al abrir la marcha,
sólo tocó mi pie laberinto y hondura.
Y no encontré guardián a mi derecha
ni a la izquierda me hablaron profesores de luz
ni detrás me vestían espaldares de acero
ni escudos recelosos me cuidaban al frente.
Pero diste a mis ojos la potestad gratuita
de ver en la hermosura Tu recatado nombre.
Y en mi mano pusiste las hebras de lo hermoso,
con que seguir Tu rastro en laberinto.
Yo soy el rastreador que buscaba Tu huella
con mis ojos del sur,
en el semblante de las criaturas
pronunciadas también por Tu Verbo admirable.

188
Al enumerador de Su excelencia,
todo laúd templado y herido con la púa;
y oblación en corderos de alegría
o en racimos pesados con balanzas de oro.
En la tierra del hombre me pusiste
y en el año del hierro:
con la virtud graciable de mis ojos
yo seguía Tu rastro en la hermosura,
y olfateaba el olor de Tus talones
con mi nariz de perro en laberinto.
Entonces, obligado por Tu ley de coherencia,
me diste la segunda vocación de mi alma.
Y en mis cuerdas vocales el sonido
ya empezó a deletrear el rigor de la oda
(pues el Conocimiento se transmuta en Elogio,
y el Elogio es un acto de amorosa equidad).

Pero, si me lanzabas al oficio del canto,


yo debería ser un instrumento
(caja, bordón o tubo) de la música.
Y requerido entonces por Tu ley de coherencia,
me cortaste y uniste como tabla de cedro,
según la arquitectura del violín.
Y torciste las fibras de mi cuerpo y mi alma,

189
de modo tal que fuesen cuerdas
bajo la púa de Tus dedos.
Y a manera de flauta me secaste las tibias
y las agujereaste para el tono del viento.
Y curtiste mi piel y la sobaste,
como si fuese de asno, por hacerla tambor.
Y pusiste lengüetas a mi sangre,
y al árbol de mis nervios diapasón y clavijas.
De modo tal que no quedó en mi ser
ni un hueso ni un tendón que no diera sonido.

Bendición por la escala del elogio


al que teje y desteje Su posible infinito.
Con mis ojos del sur escrutaba Tu rastro,
con mi lengua del este bendecía Tus nombres,
¡ah, sin saberlo aún, y como a tientas!
Pues, cuando me pusiste junto al hombre de hierro,
no hablaban a mi izquierda profesores de luz.
En la garganta de Tus criaturas
y en mi propia garganta que narró laberintos,
los idiomas en guerra se buscaron e hirieron,
las voces estallaban y se contradecían.
Mas el oído interno de mi alma
pudo ajustarse a tal afinación,
que advertí en el tumulto de las voces
y en su diversidad un tenor unitivo,

190
como sí todas fuesen las articulaciones
de un solo y mismo canto.
La unidad en la multiplicidad
es lo que ya escuchaban mis orejas del sur.
Y para festejar esa noción,
sacrifiqué un novillo de tres años.

Al Solo pero nunca en soledad


y al Entero absoluto de la música
todo laúd le sea dado,
toda canción restituida.
Mis tímpanos del sur ya registraban
la unidad del sonido,
por esa unificante virtud de la hermosura
que yo entendía en todo lo cantado y cantable.
Y en un exceso de mi afinación,
oí de pronto que Tus criaturas
(desde la piedra al ángel) no cantaban por sí,
ya que se me ofrecían de repente
cual otras tantas voces de un Parlante invisible,
o como sones diferentes
de un mismo y solo Tañedor.
Yo no tuve guardián a mi derecha,
ni metales juiciosos me cuidaron al frente.
Pero me concediste la potestad gratuita
de buscar en lo hermoso Tus nombres recatados.

191
Y en esa curva de mi laberinto,
ya te pude llamar el Primer Hablador
y el Hermoso Primero.
Si en la tierra del hombre me plantaste,
como un gajo de vid entre mazorcas,
exprimí los racimos de mi parra interior
y bebí de aquel jugo fermentado,
para iniciar la fiesta de Tus nombres
y el primer aleluya del alma en atención.

Con el arco en el mástil


o el pulgar en la cuerda,
¡todo el himno posible al Tañedor
y al Uno que profiere Su hermosura en lo hermoso
por la virtud activa de Su esencia
y el desvelo pasivo de Su propia substancia!
Yo soy una palabra de Tu boca:
soy el articulado,
en el racimo de Tus criaturas
(desde la piedra al ángel) como yo pronunciadas.
Y no bien medí yo la diferencia
que va de lo sonado al Sonador,
ya entendí que la espiga sonora de Tus mundos
no era más que un Tedéum consagrado
por Ti mismo, a Ti mismo y en Ti mismo.
Entonces pude ver el confín de mi esencia,

192
y rebalsó mi pecho en su leticia.
Porque Tu creación ya fue, a mis ojos,
una especie sagrada
que va desde la excelsa pluma del Serafín
hasta los tres protones y los cuatro neutrones
que organizan un átomo de litio.

Al alfa y a la omega de Su propia canción


le sea dada la primicia
de lo que suena en latitud,
o el buen riñón de los corderos
y los veranos de la rosa.
En mis dedos pusiste las hebras de lo hermoso
para que Te rondara en laberinto,
y Te hallé bajo el nombre de Tañedor Primero.
Y al saberme un acento de Tu boca,
no es mucho que buscase yo tu rostro perdido,
en una tentativa de cubrir la distancia
que va de la canción a su Cantante.
Para lo cual seguí dos movimientos:
uno de rotación sobre mis polos,
a manera de danza,
y uno de translación en espiral,
a manera de viaje
y en torno de Tu verbo.

193
9

Mugidos de la tierra, percusiones del agua,


vocerías del aire, crepitación del fuego:
todo lo que restalla fuera de su Principio
sea devuelto al Sonador
en la equidad y la leticia.
La distancia que va del sonido a su fuente
yo recorría en espiral de baile.
Y atendiendo al Cantor, no a lo cantado,
ya no escuché la voz de la rosa o del potro,
sino la Tuya que me concentraba
no sé yo en qué tirones de piedad unitiva.
La multiplicidad en la Unidad
es lo que fui aprendiendo y saboreando.
Mas, como Tu palabra se anuncia con lo hermoso
y lo hermoso nos llama ciertamente al amor,
llegué a la espira de mi laberinto
donde ya el Hablador quiere ser el Amado
y el alma que lo escucha
ya se trueca en Amante.

10

Al Inmóvil y al nunca movible y al Mhviente


le sean tributados
toda canción de viaje,
todo giro de danza.

194
En la región del hombre me pusiste
y en el año del hierro.
Con talones de plata fui buscando
Tu yacimiento de oro, en laberinto.
Y puesto en la frontera de mi ser con el Tuyo,
no mato ya terneras de oblación
ni dedico las uvas de mi parra,
ni quemo en las alturas especiosas resinas.
Hoy me ofrezco a Tu arte
donde se acaba el mío.

195
ÍNDICE

Primer día: La alegropeya


I. Invención y muerte de la elegía. 9
II. Didáctica de la alegría . 23
III. El canto de alegría . 43

Segundo día: La patriótica


I. Descubrimiento de la patria. 59
II. Didáctica de la patria. 66

Tercer día: La eutanasia


I. Los elogios .
II. Didáctica de la muerte. 9o

Cuarto día: El Cristo

El Cristo. I05

Quinto día: La poética

I. Biografía de poeta . 121


II. Arte poética. D7

Sexto día: La erótica

La erótica. I(^

Séptimo día: Tedéum del poeta

Tedéum del poeta , . ,. l8^


SF TERMINÓ I)E IMPRIMIR EL DÍA
veinte de julio dil ano mil
NOVECIENTOS SESENT V Y SEIS EN
LOS TALLERES GRÁFICOS DE I.A COM¬
PAÑÍA IMPRESORA ARGENTINA, S. A.,
CALLE ALSINA 2049 - BUENOS AIRES.
Date Due

111M - E 107^
vUH ^ 8 sí 0 S?
PQ 7797 M26 H4
Marechal, Leopoldo, 1900- 010101 000
Heptameron / Leopoldo Marechal

1999 0010870 5
TRENT UNIVERSITY

PQ7797 • M.26H4

Marechal, Leopoldo
Hep lamerón.

DATE
¡ssuedt nmm

c.Po ido
HEPTAMERON de Marechal, en sus “siete días”, abarca los
grandes temas del hombre en torno de los cuales han girado
siempre lo poético y lo metafísico: el tema del amor en LA ERO¬
TICA, el tema de la muerte en LA EUTANASIA,el tema de la fe¬
licidad en LA ALEGROPEYA, el tema del arte en LA POETICA
o el tema de lo nacional en LA PATRIOTICA, todos ellos tratados
con una desconcertante audacia lírica y un gran rigor intelectual
que no excluyen los toques de “humorismo trascendente” tan
celebrados en el autor de“Adán Buenosayres”y“EI Banquete de
Severo Arcángelo.”

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