Eje I - LA FILOSOFÍA-1

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Filosofía Eje I

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LA FILOSOFÍA

INTRODUCCIÓN.

La palabra filosofía significa etimológicamente (desde su origen) amor a la


sabiduría. Deriva de las palabras griegas  (filo) que significa “amor”, adhesión,
amistad y  (sofía) que quiere decir “sabiduría”. En la Grecia del s. IV a.C., el
filósofo, el amante de la sabiduría, nació como el opuesto al sofos), es
decir al “sabio”. Este último era el que poseía la sabiduría mientras que el filósofo
era aquel que la buscaba constantemente porque carecía de ella; lo suyo era el
amor por la sabiduría. El filósofo interpreta pregunta, plantea interrogantes más
que respuestas; la duda siempre lo acompaña. Se preocupa, se inquieta por
saber. ¿Por qué busca constantemente la sabiduría que el sabio ya tiene? Porque
el filósofo pretende saber pero para tener el sabor, es decir, para armonizar la
razón y los sentidos, para saber vivir y saborear las cosas. ¿Qué es ese saber
que es al mismo tiempo el sabor de las cosas? La búsqueda de la verdad. La
verdad es para los griegos de la Grecia del s. IV a.C., aquello que da sentido, lo
que es innegable, necesario, lo que ni los dioses ni los hombres logran desmentir,
lo que explica la totalidad o el todo. El filósofo es aquel que pretende entender y
explicar el origen de las cosas, de los seres humanos y del mundo.
La filosofía, como actividad que pretende explicar la totalidad y que busca la
verdad, surgió en el s. IV a.C., en Atenas, la (polis), ciudad-estado que
dominaba a las otras ciudades griegas (Hélade). El filósofo apareció con las ideas
de Sócrates y a él le siguieron Platón y Aristóteles, cada uno maestros del
siguiente. Platón y Aristóteles dejaron huellas decisivas en el pensamiento
filosófico hasta nuestros días.
Aristóteles estableció el nacimiento oficial de la filosofía a partir de sus
investigaciones en esa materia. Señaló los sabios de la ciudad de Mileto (Asia
Menor, Turquía actual) como Tales, Anaximandro y Anaxímenes, quienes
primeros emprendieron una búsqueda del origen ( - arkhé) o fundamento de
las cosas en el s. VI a.C. Luego, siguieron otros en varios lugares de la Hélade:
Jenófanes, Heráclito, Parménides, Zenón de la Elea, Pitágoras, Empédocles,
Anaxágoras, Leucipo, Demócrito. Finalmente llegaron los sofistas, Sócrates y
Platón, quien elaboró el concepto de  (eidos) o idea, y Aristóteles con la
noción de  (ousía) o sustancia.
La filosofía interpreta la realidad, formula preguntas sobre todo lo que existe y
conocemos, sobre la totalidad. Esta capacidad de hacerse preguntas, de
cuestionar lo dado es lo que se denomina “problematización”, es decir, plantear
en problemas, cuestiones o preguntas sobre aspectos del mundo. Por eso, en
filosofía se habla comúnmente del problema de la verdad, de los seres humanos
(el problema antropológico), del conocimiento, del arte, del bien y del mal, de la
política, etc.
La filosofía no acepta las verdades establecidas, la “naturalidad” del mundo, el
orden de las cosas, sino que los cuestiona, mira por debajo de ellos, lee entre
líneas, formula una y otra vez preguntas sobre aquellos que la mayoría de las
personas dan por establecido. Vuelve a descubrir el mundo con los ojos de un
niño, pone a prueba todos sus supuestos y presupuestos e inventa nombres que
resignifican las cosas que ya conocemos; crea conceptos.

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La filosofía se ha desarrollado desde el s. IV a.C. hasta la actualidad y las


personas que se dedicaron a ella, los filósofos, fueron redefiniéndola en cada
época histórica, ofreciendo nuevas respuestas a viejos o nuevos problemas. Cada
respuesta se presenta generalmente como un nuevo interrogante.
En síntesis, la filosofía permite analizar. Reflexionar y comprender mejor la
realidad en la que vivimos y a nosotros mismos.
Para ir cerrando vale recordar que la filosofía emplea un lenguaje y conceptos
propios. Su lenguaje es abstracto y los conceptos que la integran fueron
elaborados a través de la historia muchas veces a partir de las mismas preguntas.
Se trata de preguntas que ya hemos puesto más arriba, que es el ser humano, la
verdad, el mundo, etc. Durante siglos, los filósofos elaboraron respuestas. Esas
respuestas filosóficas, a diferencia de las científicas, no se excluyen unas de
otras, como eslabones de un progreso superador, sino que coexisten según
distintas tradiciones y escuelas. La filosofía funciona además como una metáfora
de nuestras vidas y del mundo en que vivimos.

LOS PROBLEMAS DE LA FILOSOFÍA1

Los principios ontológicos.

Se llama ente todo aquello que “es”. Puede tratarse de una silla, de una
montaña, de un ángel, de Don Quijote, de la raíz cuadrada de -1, o aún de
absurdos como los triángulos redondos o maderas de hierro: todo esto “es”. De
todo esto se puede predicar el término “es”, y en la medida que eso ocurre, se
trata de “entes” - así como pudiente es el que puede, viviente lo que vive, amante
el que ama, lo que “es” se llama “ente” -. A lo que hace que los entes sean se lo
llama “ser”; los entes, por tanto, son porque participan del ser - tal como el
pudiente participa del poder, lo viviente del vivir, el amante del amor, etc.
La disciplina que se ocupa de estudiar los entes se llama ontología. Esta
disciplina enuncia una serie de principios, válidos para todos los entes, que se
denominan principios ontológicos.

a) El principio de identidad afirma que “todo ente es idéntico a sí mismo”. Con


esto no se dice que todo ente sea “igual” a sí mismo, porque no es lo
mismo la identidad que la igualdad. En efecto, 2 + 2 es igual a 4, pero no
es idéntico a 4; mientras que 2 + 2 es idéntico a 2 + 2, y 4 es idéntico a 4.
Pues la palabra identidad deriva del vocablo latino idem, que quiere decir
“lo mismo”, de manera que identidad significa “mismidad”. Si a todo los
que no es idéntico se lo denomina diferente, podrá decirse que los iguales,
como 2 + 2 y 4, son, no idénticos, sino diferentes. La diferencia admite
como una de sus formas a la igualdad, junto a otras formas suyas como lo
mayor o lo menor2.
Por lo tanto, si entre dos entes no se encuentra diferencia ninguna, no se
tratara de dos entes, sino de uno solo; este es el llamado principio de la

1
Todos los temas desarrollados, como fuente principal, son tomados de Adolfo P. Carpio, “Principio de
Filosofía”, una introducción a su problemática, 2º ed. 5º reimpresión, Buenos Aires, Glauco, 2004.
2
Cf. Francisco Romero, “Contribución al estudio de la relaciones de comparación”, en Papeles para una
filosofía, Buenos Aires, Losada, 1945, pp. 71 ss.

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identidad de los indiscernibles (indistinguibles), enunciado por Leibniz


(1646 – 1716).

b) El principio de contradicción sostiene que “ningún ente puede ser al mismo


tiempo “P” y “no-P”. Con la letra “P” se simboliza cualquier predicado
posible (como por ejemplo, papel o cenizas, etc.) y con “no-P” su negación
(es decir, todo lo que no sea papel o todo lo que no sea cenizas). El
principio señala entonces que ningún ente puede ser al mismo, por
ejemplo, “papel y no-papel”; si puede ocurrir en tiempo distinto, porque si
se quema la hoja del papel, éste deja de ser papel, y se convierte en
cenizas (no-papel).

c) El principio de tercero excluido dice que “todo ente tiene que ser
necesariamente “P o no-P”. Para retomar el ejemplo anterior: todo ente
tiene que ser papel o no-papel (entendiendo por no-papel todos los
infinitos entes que haya, menos el papel); porque, en efecto, si se trata de
cenizas, será no-papel; si se trata de un ángel, será no-papel, etc. Como
forzosamente tiene que tratarse de una de las dos posibilidades – “P o no-
P”- excluyéndose absolutamente una tercera, por ello el principio se llama
de “tercero excluido”.

d) El principio de razón suficiente, o simplemente principio de razón,


conocido también como principio de Leibniz, porque fue quien lo enuncio
por primera vez, y afirma que “todo tiene su razón o fundamento”; o dicho
negativamente, que no hay nada porque sí. El principio sostiene que no
puede haber nada absolutamente que no tenga su respectivo fundamento;
no sostiene, ni mucho menos, que se conozca ese fundamento o razón de
tal o cual ente. No se sabe, por ejemplo, la causa de cierta enfermedad,
como el glaucoma, pero ello no significa que no tenga su fundamento.
Casos como este no hablan contra el principio de razón, sino más bien
contra nuestra capacidad para penetrar en las cosas y determinar sus
respectivas razones.

La diversidad de los entes.

Por lo menos según la experiencia corriente, puede decirse que no hay una
sola especie de entes, sino varias. Respecto de cuántos y cuáles son esos
géneros, los filósofos han discutido y seguirán discutiendo interminablemente.
Aquí adoptaremos una clasificación que no tiene que ser la mejor, pero es la más
corriente y que nos resulta cómoda para el estudio.
Distinguiremos tres géneros de entes: los sensibles, los ideales y los valores.
a) Los entes sensibles (o reales) son los que se captan por medio de los
sentidos fisiológicos, como la vista, el oído, el olfato, el tacto o el gusto. O por el
sentido íntimo o autoconciencia, que nos permite en un momento dado darnos
cuenta, por ejemplo, de que estamos tristes o alegres, o de que estamos
ejecutando un acto de atención o evocando un recuerdo. Los entes sensibles se
subdividen en “físicos y psíquicos”.
Los entes físicos son espaciales, es decir, están en el espacio, ocupan un
lugar: como la mesa, la silla, nuestro cuerpo.

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Lo entes psíquicos, en cambio, son inespaciales; no tiene sentido hablar del


espacio que ocupa un acto de voluntad o algún sentimiento de amor.
Es cierto que hasta donde nuestra experiencia llega, van siempre ligados a un
cuerpo orgánico, pero que vayan ligados a él no quieren decir que sean lo mismo
ni que tengan sus mismas características, en este caso la espacialidad.
Los entes sensibles, sean físicos o psíquicos, son todos ellos temporales,
esto es, están en el tiempo, tienen cierta duración, un origen y un fin. Esto le
ocurre tanto a las sillas y a las montañas y a cuanto cualquier estado psíquico;
aún la pasión más perdurable, llega un momento que fatalmente cesa y
desaparece, ya sea por la muerte o por el motivo, quizás menos consolador, de
que todas las cosas humanas tienen su momento de decadencia y desaparición.
Además, los entes sensibles están ligados entre sí por un tipo de relación que
se llama relación de causalidad: todo ente físico es causa de otro posterior, y a su
vez es efecto de otro anterior; y lo mismo ocurre en el dominio de la actividad
psíquica. La relación de causalidad está ligada al tiempo, es un tipo de relación
temporal, porque la causa es siempre anterior al efecto y el efecto es posterior a
la causa.
b) Los entes ideales, pueden mencionarse los entes matemáticos: los
números, las figuras, los cuerpos geométricos. También las relaciones como, la
identidad, la igualdad, la diferencia, la relación de mayor o menor.
Los entes ideales se caracterizan por su intemporalidad, por no ser
temporales. Porque si lo fueran, hubieran tenido un comienzo en el tiempo, es
decir que tendría que pensarse que hubo una época en la cual, por ejemplo, no
existía el número 5, y que llegará un momento en que el número 5 desaparezca.
Pero los entes matemáticos, y las relaciones que la matemática establece, no son
nada que esté en el tiempo; éste no los afecta en absoluto. El tiempo sólo tiene
relación con el espíritu del hombre que los conoce, y esto sí es susceptible a ser
fechado, por lo que entonces puede decirse que “en el s. VI a.C. se descubre el
llamado teorema de Pitágoras”. El hecho que se le ponga un nombre al teorema
(el de Pitágoras por ejemplo) alude al “supuesto” descubridor del teorema; pero
que el descubrimiento tenga autor y fecha no supone que también los tenga lo
descubierto. El descubrimiento del teorema, el proceso mental que alguien, en
determinado momento, realizó, esto sí es un ente psíquico, está inscripto en el
tiempo y es perfectamente fechable. Pero el teorema mismo, es decir, la relación
que se da entre los lados del triángulo rectángulo, es algo totalmente
desvinculado del tiempo; porque, haya alguien que la piense o no, esa relación
vale desde siempre y para siempre.
Una segunda característica de los entes ideales es la relación de principio a
consecuencia, o relación de implicación. Con la que se alude al especial tipo de
vinculación que enlaza unos entes ideales con otros. Esta relación se diferencia
de la relación causal, entre otras cosas, porque mientras esta última está
enlazada con el tiempo, tal enlace no se da entre los entes ideales. Piénsese lo
siguiente: a = b, b = c, c = d…, x = y; luego a = y. ¿Quiere esto decir que al
amanecer a = b, a la mañana b = c, al medio día c = d, y que sólo a altas horas de
la noche ocurre que x = y? Es evidente que no ocurre tal cosa, y es evidente
también lo absurdo del planteo. El matemático ordena estas igualdades para ir de
lo que se conoce primero a lo que se cono ce después; pero las cosas mismas, lo
entes de que aquí se trata, y las relaciones que los ligan, son todos a la vez. El
libro de matemáticas comienza sentando una serie de postulados o axiomas;

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luego sigue el teorema 1, que se demuestra en función de los postulados o


axiomas; viene después el teorema 2, que se demuestra en función al anterior;
luego se continúa con otros teoremas más. 3, 4, 5, etc. Pero está claro que el
orden en que aparecen los teoremas no es un orden temporal, como si el teorema
5 hubiese aparecido o fuese verdadero varios meses después del teorema 1. En
rigor, todos los teoremas son verdaderos a la vez, sin ninguna relación con el
tiempo; y el orden según el cual se los dispone no es sino el orden que
corresponde a la relación de principio o consecuencia, a que unos se fundan o
están implicados por los anteriores, o también si se quiere, se trata del orden que
va de lo más simple a lo más complejo.
c) El tercer género de entes lo constituyen los valores: la belleza, la felicidad,
la justicia, la injusticia, la utilidad, etc. Se trata de entes muy diferentes de todos
los anteriores, y la característica que los separa de ellos reside en que los valores
valen: esto significa que frente a ellos no podemos permanecer indiferentes,
porque ante un valor siempre se despierta en nosotros una reacción, una
respuesta - la valoración o estimación -, que puede ser adhesión (si el valor es
positivo) o de rechazo (si el valor es negativo). La disciplina que se ocupa del
estudio de los valores se denomina axiología.
A los objetos sensibles en los cuales se dan los valores, o en los cuales estos
encarnan, se los llama bienes (como una estatua, en que se da el valor belleza, o
una máquina de escribir, que se útil). De manera que “bienes” son todas las cosas
valiosas, como una sinfonía, o un acto de honradez, una heladera o un automóvil.
Para evitar malos entendidos, es preciso no perder de vista esta diferencia: el
valor, de un lado, y la cosa valiosa, el bien, por el otro. Una obra de arte es una
cosa valiosa, distinta de otra, pero ambas encarnan el valor belleza, que les es
común.
Una segunda característica de los valores es la polaridad: que lo valores
poseen polaridad significa que frente a todo valor hay siempre un contra valor o
valor negativo, frente a la justicia, la injusticia; frente a la bondad, la maldad;
frente a la utilidad, la inutilidad. La dualidad de las estimaciones (estimación o
rechazo) está vinculada entonces a la polaridad de los valores.
En tercer lugar, los valores tienen jerarquía. Esto quiere decir que no valen
todos uniformemente, sino que hay valores que valen más que otros, que son
más “altos”, mientras que otros son más “bajos”; unos “superiores” y otros
“inferiores” ordenados en serie o en una tabla de valores.
Hay valores económicos, como la utilidad; valores vitales, como la salud, la
enfermedad; valores religiosos, como lo santo, lo demoníaco; valores éticos o
morales, como el bien y el mal; valores jurídicos, como la justicia y la injusticia,
etc.

Una primera definición de la Filosofía.

Lo dicho sobre la ontología en los parágrafos anteriores es por ahora


suficiente. Se lo trajo a colación para fijar las nociones de ente, de ser y de los
distintos tipos de entes, de tal modo que ahora se está en condiciones de sacar, a
manera de conclusión, una primera definición de la filosofía, definición que está
en el mismo Aristóteles, quien al comienzo del libro IV de su Metafísica dice que

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la filosofía (o más rigurosamente, la ontología o metafísica) 3 es “un saber que se


ocupa teoréticamente del ente en tanto ente y de las propiedades que como tal le
son propias”.
Esta definición, sin duda muy técnica, muy “abstracta”, y que de primera
intención nos hubiera resultado seguramente ininteligible, estamos ahora en
condiciones de comprenderla bien. Porque hasta aquí no se ha hecho otra cosa
sino lo que Aristóteles dice qué es lo propio de la metafísica. En efecto, hemos
estado procediendo de manera teorética, es decir, dedicándonos simplemente a
conocer. Lo conocido ha sido el ente; se ha dicho qué es el ente, cuáles son sus
especies. Y al hablar del ente, no se ha hablado de ningún ente en particular; no
se ha hablado de Napoleón, ni de los poliedros, ni de las salamandras. Y cuando
se ha mencionado algún ente particular, como el papel, o la suma de 2 + 2, ha
sido sólo a marera de ejemplo. Nos hemos ocupado de los “entes en tanto entes”.
Este giro, “en tanto entes”, significa que nos hemos ocupado de todos los entes,
refiriéndonos absolutamente a todo lo que hay, para pensarlos en cuanto entes.
Como este giro, “en tanto ente”, es lo más difícil de comprender en la
definición aristotélica, conviene fijar la diferencia que hay entre la filosofía y las
llamadas “ciencias particulares”, como la matemática, por ejemplo.
La filosofía se ocupa con la totalidad de los entes, a diferencia de las ciencias.
Cada una de las cuales trata de un determinado sector de entes tan sólo. En este
sentido no hay ningún saber que tenga radio mayor, un alcance más totalizador,
que aquel que es propio de la filosofía. Podría pues decirse que la filosofía es el
saber más amplio de todos, ya que según esta definición aristotélica, no hay nada
que no esté a su alcance, pues todo, de alguna manera cae bajo su
consideración.

El fundamento. Primer origen de la filosofía: el asombro.

Para poder precisar mejor el sentido de la afirmación según la cual la filosofía


se ocupa con la totalidad del ente, recordemos el cuarto principio ontológico, el de
razón suficiente, y aplíqueselo a la totalidad de los entes. De ello resultaran las
siguientes preguntas: ¿por qué hay mundo?, ¿por qué hay entes? Pues “pudo”
(quizás) no haber habido nada; pero como de hecho hay algo, y como el principio
de razón dice que todo tiene su porqué o fundamento, entonces es preciso
preguntar: ¿por qué hay ente, es decir, cuál es el fundamento del ente en
totalidad? La totalidad de los entes, el mundo, parece una totalidad ordenada,
estructurada conforme a leyes; pero, ¿por qué la realidad está ordenada, y lo está
tal como lo está y no según pautas diferentes? ¿Por qué está constituida
conforme a leyes, y no de modo enteramente desordenado, caótico? ¿Es ello
casualidad, un capricho, o responde a algún designio inteligente? La parte de la
filosofía que se ocupa de este problema del fundamento, se llama metafísica.
Nos volvemos a preguntar. Si todo ente debe tener un fundamento, ¿cuál es
el fundamento de los entes en totalidad, qué es lo que hace que los entes sean,
en qué consiste el ser de los entes, de cada uno de ellos y de la totalidad? Los
entes son, pero, ¿qué quiere decir “ser”? Todas estas preguntas nacen del
asombro del hombre frente a la totalidad del ente, surgen del asombra ante el
3
Decimos la “filosofía” o la “ontología o metafísica”, porque la metafísica, por razones que más adelante
veremos, parece constituir el núcleo mismo de la Filosofía; sus otras “partes” (la gnoseología, la ética)
dependen en definitiva de la metafísica.

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hecho de que hay entes cuando bien pudo no haber habido nada. Por eso se
dice, desde Platón4 y Aristóteles5, que el asombro o sorpresa ( –thaûma) es
el origen de la filosofía, lo que impulsa al hombre a filosofar.
Este asombro, cuando se refiere a la filosofía (y no al asombro de la vida
diaria) es el asombro filosófico ante la totalidad del ente, ante el mundo. Y este
asombro ocurre cuando el hombre, libre de las exigencias vitales más urgentes
(comida, habitación, organización social, etc.) y también libre de las
supersticiones que asechan su consideración de las cosas, se pone en
condiciones de elevar la mirada para contemplar la totalidad y formularse estas
preguntas: ¿qué es esto, el mundo? ¿De dónde procede, qué fundamento tiene,
cuál es el sentido de todo esto que nos rodea?
Pues bien, en el momento en que el hombre fue capaz de formularse estas
preguntas de manera conceptual, con independencia de toda concepción mítica,
religiosa o tradicional; en ese momento había nacido la filosofía6.

Filosofía e historia de la filosofía.

Ocurre que para estas preguntas, acerca del fundamento, no hay una sola
respuesta, sino muchas; tantas como filósofos. Comenzando con Tales de Mileto
(585 a.C.) que se pregunta, qué son las cosas, y contesta con una respuesta que
puede parecer extraña: el agua; todo procede del agua, es el principio o
fundamento ( – arjé) de todas las cosas. Anaximandro afirmara que se
encuentra en lo indefinido o indeterminado, Anaxímenes en el aire y Pitágoras en
los números; los materialistas sostienen que el fundamento de todas las cosas es
la materia, y según otros filósofos ese fundamento lo constituye Dios, sea que a
ese Dios se lo entienda como trascendente al mundo, o bien como inmanente a
las cosas; y habrá quienes digan, como Platón, que el verdadero fundamento de
las cosas son las “ideas”, y también habrá quien diga que ese fundamento se
halla en el Espíritu, tal como lo sostendrá Hegel. Sólo indicamos algunas
opiniones para comprender mejor el sentido del problema que nos ocupa. Pero si
es preciso ver que son muchas las respuestas a la pregunta por el fundamento de
todas las cosas, sin que ninguna parezca por lo pronto la más verdadera.
También es preciso aclarar que hay una profunda diferencia entre la filosofía y
las ciencias. Porque la historia de la ciencia es una historia progresiva, donde
cada etapa elimina o supera las anteriores; por eso, para hacer ciencia a nadie se
le ocurre estudiar historia de la ciencia. Si se quiere aprender matemáticas, no se
pone uno a estudiar un texto de historia de las matemáticas, sino que se recurre
al tratado más nuevo y más completo de la materia, se lo estudia, y habiéndolo
asimilado, puede decirse que se sabe matemática.
Al revés de lo que ocurre con la ciencia, la historia de la filosofía no parece
tener carácter progresivo, si con ello se tiene en cuenta que Platón, por ejemplo,
ha sido superado por Descartes o por tal pensador actual, y que por ello el
estudiarlo sería tan inútil y anacrónico como aprender física, digamos, con las
obras de Arquímedes en lugar de hacerlo con un tratado actual de la materia 7. Y

4
Cf. Platón, Teétetos 155 d.
5
Cf. Aristóteles, Metafísica A 2 982 b 12s.
6
Cf. Idem, I 1 981 b 21-25.
7
No faltan, sin embargo, quienes afirmen tales “superaciones”; porque también éste es un problema
filosófico.

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es que más bien en cada filósofo pareciera latir un valor permanente, cuyas
grandes obras encierran sugerencias, inspiraciones y enseñanzas siempre
nuevas. Por eso estudiar filosofía es en buena parte, estudiar historia de la
filosofía, y por eso la historia de la filosofía no es historia, sino filosofía.

Segundo origen de la filosofía: la duda.

¿Será entonces que no es posible conocer el fundamento del ente, puesto


que la filosofía no tiene una respuesta? ¿O será que hasta ahora no se ha
acertado con la manera adecuada de conocerlo? El conocimiento humano está
constantemente acechado por el error, y esto no sólo ocurre en la filosofía, sino
también en la ciencia y en la vida diaria. Entonces aquellas preguntas y éste
estado de las cosas nos llevan8 a señalar un segundo origen de la filosofía y a
plantearnos el problema del conocimiento.
El primer origen de la filosofía se lo encontró en el asombro. Pero la
satisfacción del asombro, lograda mediante el conocimiento filosófico, pronto
comienza a vacilar y se convierte en duda en cuanto se observa multiplicidad de
los sistemas filosóficos y su desacuerdo recíproco. Esta situación lleva al filósofo
a someter a crítica nuestro conocimiento y nuestras facultades de conocer, y es
entonces la duda, la desconfianza radical de todo saber, lo que se convierte en
origen de la filosofía.
En primera instancia todos creemos ingenuamente en la posibilidad de
conocer, el conocimiento se nos ofrece con una evidencia original; pero esta
evidencia desaparece pronto y la reemplaza la duda ni bien se toma conciencia
de la inseguridad e incerteza de todo saber. Nace la duda cuando nos damos
cuenta de este estado de las cosas, de la falibilidad de las percepciones y de los
razonamientos.
Ahora bien, la duda filosófica puede asumir dos formas diferentes; la duda por
la duda misma, la duda sistemática o pirroniana, y la duda metódica o cartesiana.
a) Al escepticismo absoluto o sistemática se lo llama también pirroniano
porque fue Pirrón de Elis (360 y 270 a.C.) el que lo formuló. Como escéptico
absoluto negaba la posibilidad de todo conocimiento, y por lo mismo negaba que
pudiere siquiera afirmarse esto, “que el conocimiento es imposible”, puesto que
ello implicaría ya cierto conocimiento. Pirrón, por tanto, consecuente con su
pensamiento, prefiere no hablar, y en última instancia, como recurso final trataba
de limitarse a señalar con el dedo.
b) En segunda instancia la duda metódica, la duda de Descartes. Esta duda
no se la practica por la duda misma, sino como método para buscar un
conocimiento que sea absolutamente cierto, como instrumento o camino (método)
para llegar a la certeza. En síntesis 9, dice Descartes lo siguiente: si me pongo a
dudar de todo, e incluso exagero mi duda llevándolo hasta su colmo más absurdo,
hasta dudar, por ejemplo, de si ahora estoy despierto o dormido, hasta dudar de
que 2 + 2 sea igual a 4 (porque quizás estoy loco, o porque mi razón está
deformada o es incapaz de conocer, y me parece que 2 + 2 es igual a 4, cuando
en realidad es igual a 5); si dudo de todo, pues, y llevo la duda hasta el extremo
máximo de exageración a que pueda llevarla, sin embargo tropezaré por último
con algo de lo que ya no podré dudar, por más esfuerzo que hiciere, y que es la
8
Reflexionemos ante todo en los llamados errores de los sentidos.
9
Más adelante lo veremos con más detalle cuando hablemos de El racionalismo.

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afirmación “pienso, luego existo” (cogito, ergo sum). Esta afirmación representa
un conocimiento, no meramente verdadero, sino absolutamente cierto, porque ni
aún la duda más disparatada, sostiene Descartes, puede hacernos dudar de él.
Se dijo que el asombro es lo que lleva al hombre a formularse preguntas, y
primordialmente la pregunta por el fundamento. Por su parte, la pregunta conduce
al conocimiento; pero a su vez, cuando se tiene cierta experiencia con el
conocimiento, se descubre la existencia del error, y el error nos hace dudar. Se
plantea entonces el problema acerca de qué es el conocimiento, cuál es su
alcance o valor, cuales son las fuentes del conocimiento y a cuál de las dos – los
sentidos o la razón – debe dárseles la primacía. De todas estas cuestiones se
ocupa la parte de la filosofía que se conoce con el nombre de Teoría del
conocimiento o Gnoseología10.

Tercer origen de la filosofía: las situaciones límites.

El filósofo pregunta a causa del asombro que en él despierta el espectáculo


del mundo, pone su mirada en el mundo. Pero cuando aparece la duda, ocurre
que esa mirada se repliega sobre sí, porque aquello sobre la que la dirige, ya no
es el mundo, las cosas, sino él mismo, su mirada está dirigida a su propia
actividad de conocer, a la misma mirada. La duda inaugura la reflexión del
hombre sobre sí mismo, reflexión sobre sí que llega a su forma más honda y
trágica cuando el hombre toma conciencia de las “situaciones límites”.
Esta expresión de situaciones límites la introdujo un filósofo contemporáneo,
Karl Jaspers (1883 – 1969). El hombre se encuentra siempre en situaciones: por
ejemplo, la de un conductor de taxi, guiando si vehículo, o la del pasajero,
transportado por él. En casos como este se trata de situaciones que cambian o
pueden cambiar; el conductor puede cambiar de trabajo. Pero además de las
situaciones de este tipo, de por sí cambiantes, hay otras “que, en su esencia
permanecen, aún cuando sus manifestaciones momentáneas varíen y aún
cuando su poder dominante y embargador se nos disfrace”, dice Jaspers; y
agrega: “debo morir, debo sufrir, debo luchar, estoy sometido al azar,
inevitablemente me enredo en la culpa” 11. A estas situaciones fundamentales e
insuprimibles de nuestra existencia es a las que Jaspers llama “situaciones
límites”.
Se trata entonces de situaciones insuperables, situaciones más allá de las
cuales no se puede ir, situaciones que el hombre no puede cambiar porque son
constitutivas de su existencia, es decir, son las propias de nuestro ser-hombre.
Porque el hombre no puede dejar de morir, ni puede escapar del sufrimiento, ni
puede evitar hacerse siempre culpable de una u otra manera. En cuanto que tales
situaciones limitan al hombre, se fijan ciertas fronteras más allá de las cuales no
puede ir, manifiestan la radical finitud del hombre12. Entonces podemos decir que
en la conciencia de las situaciones límites o de la finitud del hombre, se encuentra
el tercer origen de la filosofía.

10
A la gnoseología también se la llama a veces “epistemología”, es preferible sin embargo, reservar esta
denominación para la teoría del conocimiento científico, para la filosofía de la ciencia.
11
Cf. Karl Jaspers, Einführung in die Philosophie (Introducción a la Filosofía), München, Piper, 1958. p20.
12
La finitud del hombre se puede ver en la famosa expresión de Sócrates, “sólo sé que no sé nada”, en las
que se revela la primordial menesterosidad del hombre en general, y de todo conocimiento humano en
particular.

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Epicteto (50 -138 d.C. aprox.) fue filósofo de la escuela estoica. Era esclavo, y
se cuenta que una vez su amo se complacía en torturarlo retorciéndole una
pierna; Epicteto, con toda tranquilidad le dijo. “ten cuidado, porque la vas a
romper”; y cuando efectivamente se la quebró, agregó con la misma serenidad:
“¿Has visto? Te lo había advertido”. La anécdota revela, cuál era el ideal de vida
que los estoicos perseguían: lograr la más completa impasibilidad frente a todo
cuanto pueda perturbarnos.
Pues bien, Epicteto sostuvo que el origen del filosofar reside “en la conciencia
de la propia debilidad e impotencia”13 del hombre. Enseñaba que hay dos órdenes
de cosas y de situaciones: las que dependen de nosotros, y las que no dependen
de nosotros14. No depende de mí, mi muerte, ni la fama, ni las riquezas, ni la
enfermedad; porque todas éstas son cosas sobre las que no tengo poder ninguno,
sino que están determinadas por el destino. Por tanto, tratándose de cosas que
no dependan de mí, sobre las cuales no tengo influencia ninguna, es insensato
que me preocupe o impaciente. Si muere un amigo, o cualquier persona a quien
amo, no tiene sentido que me desespere, porque esa muerte no depende de mí,
no es nada que yo haya podido modificar o impedir; si me preocupase no haría
otra cosa que sumar mi dolor a esa desdicha. Todas estas cosas encuentran
determinadas por el destino, y lo único que debe hacer el sabio es conformarse
con él, o mejor, alegrarse con el destino, puesto que es el resultado de las sabias
disposiciones de la divinidad. Por ende, lo que corresponde es que el hombre en
cada caso trate de cumplir lo mejor que pueda el papel que le ha sido destinado
desempeñar, sea como esclavo, sea como emperador15, etc. En resumen, lo único
que depende de mí son mi pensamiento, mis opiniones, mis deseos, o en una
palabra, todo acto del espíritu; esto es lo único que puedo modificar, y el hombre
logrará la felicidad en la medida en que se aplique solamente a este propósito.

13
Cf. Epicteto, Diatribas (Disertaciones) II, 11, 1.
14
Cf. op. cit. II, 22, 2.
15
No deja de ser curioso que dos de los principales filósofos de esta escuela estoica hayan sido, uno,
Epicteto, esclavo, y otro, Marco Aurelio Antonino (121 – 180 d.C.) emperador romano.

10

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