Eje I - LA FILOSOFÍA-1
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LA FILOSOFÍA
INTRODUCCIÓN.
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Se llama ente todo aquello que “es”. Puede tratarse de una silla, de una
montaña, de un ángel, de Don Quijote, de la raíz cuadrada de -1, o aún de
absurdos como los triángulos redondos o maderas de hierro: todo esto “es”. De
todo esto se puede predicar el término “es”, y en la medida que eso ocurre, se
trata de “entes” - así como pudiente es el que puede, viviente lo que vive, amante
el que ama, lo que “es” se llama “ente” -. A lo que hace que los entes sean se lo
llama “ser”; los entes, por tanto, son porque participan del ser - tal como el
pudiente participa del poder, lo viviente del vivir, el amante del amor, etc.
La disciplina que se ocupa de estudiar los entes se llama ontología. Esta
disciplina enuncia una serie de principios, válidos para todos los entes, que se
denominan principios ontológicos.
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Todos los temas desarrollados, como fuente principal, son tomados de Adolfo P. Carpio, “Principio de
Filosofía”, una introducción a su problemática, 2º ed. 5º reimpresión, Buenos Aires, Glauco, 2004.
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Cf. Francisco Romero, “Contribución al estudio de la relaciones de comparación”, en Papeles para una
filosofía, Buenos Aires, Losada, 1945, pp. 71 ss.
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c) El principio de tercero excluido dice que “todo ente tiene que ser
necesariamente “P o no-P”. Para retomar el ejemplo anterior: todo ente
tiene que ser papel o no-papel (entendiendo por no-papel todos los
infinitos entes que haya, menos el papel); porque, en efecto, si se trata de
cenizas, será no-papel; si se trata de un ángel, será no-papel, etc. Como
forzosamente tiene que tratarse de una de las dos posibilidades – “P o no-
P”- excluyéndose absolutamente una tercera, por ello el principio se llama
de “tercero excluido”.
Por lo menos según la experiencia corriente, puede decirse que no hay una
sola especie de entes, sino varias. Respecto de cuántos y cuáles son esos
géneros, los filósofos han discutido y seguirán discutiendo interminablemente.
Aquí adoptaremos una clasificación que no tiene que ser la mejor, pero es la más
corriente y que nos resulta cómoda para el estudio.
Distinguiremos tres géneros de entes: los sensibles, los ideales y los valores.
a) Los entes sensibles (o reales) son los que se captan por medio de los
sentidos fisiológicos, como la vista, el oído, el olfato, el tacto o el gusto. O por el
sentido íntimo o autoconciencia, que nos permite en un momento dado darnos
cuenta, por ejemplo, de que estamos tristes o alegres, o de que estamos
ejecutando un acto de atención o evocando un recuerdo. Los entes sensibles se
subdividen en “físicos y psíquicos”.
Los entes físicos son espaciales, es decir, están en el espacio, ocupan un
lugar: como la mesa, la silla, nuestro cuerpo.
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hecho de que hay entes cuando bien pudo no haber habido nada. Por eso se
dice, desde Platón4 y Aristóteles5, que el asombro o sorpresa ( –thaûma) es
el origen de la filosofía, lo que impulsa al hombre a filosofar.
Este asombro, cuando se refiere a la filosofía (y no al asombro de la vida
diaria) es el asombro filosófico ante la totalidad del ente, ante el mundo. Y este
asombro ocurre cuando el hombre, libre de las exigencias vitales más urgentes
(comida, habitación, organización social, etc.) y también libre de las
supersticiones que asechan su consideración de las cosas, se pone en
condiciones de elevar la mirada para contemplar la totalidad y formularse estas
preguntas: ¿qué es esto, el mundo? ¿De dónde procede, qué fundamento tiene,
cuál es el sentido de todo esto que nos rodea?
Pues bien, en el momento en que el hombre fue capaz de formularse estas
preguntas de manera conceptual, con independencia de toda concepción mítica,
religiosa o tradicional; en ese momento había nacido la filosofía6.
Ocurre que para estas preguntas, acerca del fundamento, no hay una sola
respuesta, sino muchas; tantas como filósofos. Comenzando con Tales de Mileto
(585 a.C.) que se pregunta, qué son las cosas, y contesta con una respuesta que
puede parecer extraña: el agua; todo procede del agua, es el principio o
fundamento ( – arjé) de todas las cosas. Anaximandro afirmara que se
encuentra en lo indefinido o indeterminado, Anaxímenes en el aire y Pitágoras en
los números; los materialistas sostienen que el fundamento de todas las cosas es
la materia, y según otros filósofos ese fundamento lo constituye Dios, sea que a
ese Dios se lo entienda como trascendente al mundo, o bien como inmanente a
las cosas; y habrá quienes digan, como Platón, que el verdadero fundamento de
las cosas son las “ideas”, y también habrá quien diga que ese fundamento se
halla en el Espíritu, tal como lo sostendrá Hegel. Sólo indicamos algunas
opiniones para comprender mejor el sentido del problema que nos ocupa. Pero si
es preciso ver que son muchas las respuestas a la pregunta por el fundamento de
todas las cosas, sin que ninguna parezca por lo pronto la más verdadera.
También es preciso aclarar que hay una profunda diferencia entre la filosofía y
las ciencias. Porque la historia de la ciencia es una historia progresiva, donde
cada etapa elimina o supera las anteriores; por eso, para hacer ciencia a nadie se
le ocurre estudiar historia de la ciencia. Si se quiere aprender matemáticas, no se
pone uno a estudiar un texto de historia de las matemáticas, sino que se recurre
al tratado más nuevo y más completo de la materia, se lo estudia, y habiéndolo
asimilado, puede decirse que se sabe matemática.
Al revés de lo que ocurre con la ciencia, la historia de la filosofía no parece
tener carácter progresivo, si con ello se tiene en cuenta que Platón, por ejemplo,
ha sido superado por Descartes o por tal pensador actual, y que por ello el
estudiarlo sería tan inútil y anacrónico como aprender física, digamos, con las
obras de Arquímedes en lugar de hacerlo con un tratado actual de la materia 7. Y
4
Cf. Platón, Teétetos 155 d.
5
Cf. Aristóteles, Metafísica A 2 982 b 12s.
6
Cf. Idem, I 1 981 b 21-25.
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No faltan, sin embargo, quienes afirmen tales “superaciones”; porque también éste es un problema
filosófico.
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es que más bien en cada filósofo pareciera latir un valor permanente, cuyas
grandes obras encierran sugerencias, inspiraciones y enseñanzas siempre
nuevas. Por eso estudiar filosofía es en buena parte, estudiar historia de la
filosofía, y por eso la historia de la filosofía no es historia, sino filosofía.
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afirmación “pienso, luego existo” (cogito, ergo sum). Esta afirmación representa
un conocimiento, no meramente verdadero, sino absolutamente cierto, porque ni
aún la duda más disparatada, sostiene Descartes, puede hacernos dudar de él.
Se dijo que el asombro es lo que lleva al hombre a formularse preguntas, y
primordialmente la pregunta por el fundamento. Por su parte, la pregunta conduce
al conocimiento; pero a su vez, cuando se tiene cierta experiencia con el
conocimiento, se descubre la existencia del error, y el error nos hace dudar. Se
plantea entonces el problema acerca de qué es el conocimiento, cuál es su
alcance o valor, cuales son las fuentes del conocimiento y a cuál de las dos – los
sentidos o la razón – debe dárseles la primacía. De todas estas cuestiones se
ocupa la parte de la filosofía que se conoce con el nombre de Teoría del
conocimiento o Gnoseología10.
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A la gnoseología también se la llama a veces “epistemología”, es preferible sin embargo, reservar esta
denominación para la teoría del conocimiento científico, para la filosofía de la ciencia.
11
Cf. Karl Jaspers, Einführung in die Philosophie (Introducción a la Filosofía), München, Piper, 1958. p20.
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La finitud del hombre se puede ver en la famosa expresión de Sócrates, “sólo sé que no sé nada”, en las
que se revela la primordial menesterosidad del hombre en general, y de todo conocimiento humano en
particular.
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Epicteto (50 -138 d.C. aprox.) fue filósofo de la escuela estoica. Era esclavo, y
se cuenta que una vez su amo se complacía en torturarlo retorciéndole una
pierna; Epicteto, con toda tranquilidad le dijo. “ten cuidado, porque la vas a
romper”; y cuando efectivamente se la quebró, agregó con la misma serenidad:
“¿Has visto? Te lo había advertido”. La anécdota revela, cuál era el ideal de vida
que los estoicos perseguían: lograr la más completa impasibilidad frente a todo
cuanto pueda perturbarnos.
Pues bien, Epicteto sostuvo que el origen del filosofar reside “en la conciencia
de la propia debilidad e impotencia”13 del hombre. Enseñaba que hay dos órdenes
de cosas y de situaciones: las que dependen de nosotros, y las que no dependen
de nosotros14. No depende de mí, mi muerte, ni la fama, ni las riquezas, ni la
enfermedad; porque todas éstas son cosas sobre las que no tengo poder ninguno,
sino que están determinadas por el destino. Por tanto, tratándose de cosas que
no dependan de mí, sobre las cuales no tengo influencia ninguna, es insensato
que me preocupe o impaciente. Si muere un amigo, o cualquier persona a quien
amo, no tiene sentido que me desespere, porque esa muerte no depende de mí,
no es nada que yo haya podido modificar o impedir; si me preocupase no haría
otra cosa que sumar mi dolor a esa desdicha. Todas estas cosas encuentran
determinadas por el destino, y lo único que debe hacer el sabio es conformarse
con él, o mejor, alegrarse con el destino, puesto que es el resultado de las sabias
disposiciones de la divinidad. Por ende, lo que corresponde es que el hombre en
cada caso trate de cumplir lo mejor que pueda el papel que le ha sido destinado
desempeñar, sea como esclavo, sea como emperador15, etc. En resumen, lo único
que depende de mí son mi pensamiento, mis opiniones, mis deseos, o en una
palabra, todo acto del espíritu; esto es lo único que puedo modificar, y el hombre
logrará la felicidad en la medida en que se aplique solamente a este propósito.
13
Cf. Epicteto, Diatribas (Disertaciones) II, 11, 1.
14
Cf. op. cit. II, 22, 2.
15
No deja de ser curioso que dos de los principales filósofos de esta escuela estoica hayan sido, uno,
Epicteto, esclavo, y otro, Marco Aurelio Antonino (121 – 180 d.C.) emperador romano.
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