Simone de Beauvoir en Tierras Mexicanas
Simone de Beauvoir en Tierras Mexicanas
Simone de Beauvoir en Tierras Mexicanas
mexicanas
El paso de la pensadora francesa por nuestro país es una historia
aún por escribir. Aquí les damos algunas pistas.
No son pocos los lectores aviesos que escarban entre estos documentos privados
en busca de la mujer manipuladora, la hetaira, la activista acomodaticia, la
burguesa decadente que, en un efectista golpe de timón, jugaba a épater le
bourgeois. Se le reprocha que con su cara afable y su voz meliflua haya atraído a
jóvenes estudiantes a un ovillo de pasiones lésbicas. El escarnio y la fascinación
son como una bruma que todavía envuelve su nombre.
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Podríamos seguir enumerando sus aportaciones, pero la pregunta que nos
interesa es otra. Tiene que ver con el paso —literal y simbólico— de Simone de
Beauvoir por nuestro país. ¿Dejó huella en la filosofía mexicana del siglo XX?
¿Alguien siquiera la leyó?
Retrocedamos a junio de 1947. José Mancisidor, el político mexicano que asistió a
los funerales de Máximo Gorki (en 1937), se reúne en el Trocadero, cerca de la
Torre Eiffel, con Octavio Paz. El poeta lo bombardea con preguntas. Quiere
enterarse de “las cosas culturales y los movimientos literarios” de México.
Mancisidor, a su vez, quiere saber de la vida artística de París.
Paz toma aliento. ¿Por dónde empezar?
En la taberna las Canettes, a la cabecera de Saint-Sulpice, “grandes como un
pañuelo”, era posible encontrar al padre y a la madre del existencialismo: Sartre,
“con rostro de administrador de hotel o de rentista retirado”, y Simone de Beauvoir,
acompañados a veces del cineasta Jacques-Laurent Bost o del joven autor de La
peste, Albert Camus. Alrededor de estos “existencialistas de lujo”, en el Café de
Flore del boulevard Saint-Germain o en el Barvert de la calle Jacob o en el bar
subterráneo de Pont Royal, zumbaba un tupido enjambre de muchachos
“atacados de patetismo, en su vida como en su dicción”.
José Mancisidor se despidió de Paz y abandonó París con un regusto amargo en
la boca.
Ésta es la primera imagen que se recibió en México de Simone de Beauvoir. Una
mujer de aspecto desaliñado que se repantingaba en los cafés de París del alba al
anochecer y que del anochecer al alba iba en busca de la verdad, “interrogando,
uno tras otro, a todos los vinos de Francia”.
En ese mismo año de 1947, Emilio Uranga (1921-1988), un joven estudiante de
filosofía, se encontró en la Librería Francesa de Reforma número 12 un ejemplar
L’être et le néant (El ser y la nada), el libro de Sartre que estaba causando euforia
en la capital francesa. Regresó a los pocos días para llevarse L’existentialisme est
un humanisme. Luego de haber pasado la mayor parte de su carrera filosófica
sumergido en el aula de José Gaos, deletreando trabajosamente los oscuros
renglones de Heidegger, el estilo dicharachero de Sartre representaba una
enorme bocanada de oxígeno.
Uranga arrastró a sus compañeros (Luis Villoro, Jorge Portilla, Ricardo Guerra,
Joaquín Sánchez MacGregor, Salvador Reyes Nevárez, Fausto Vega) a las
primicias del existencialismo francés. Éste fue el inicio del Grupo Hiperión y de una
rebelión estruendosa en contra del magisterio de Gaos y de la ortodoxia
heideggeriana. Los hiperiones leyeron, además de a Sartre, a Maurice Merleau-
Ponty, Gabriel Marcel, Albert Camus, Francis Jeanson… y Simone de Beauvoir.
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En julio de 1948, los hiperiones lanzaron su grito de batalla en una serie de
conferencias celebradas en el Instituto Francés de América Latina (que todavía se
ubica en la calle Río Nazas 43). Anunciaron allí que su propósito último no era
importar los aparatos teóricos de Francia con mansedumbre de colonizado. Su
acto no sería de imitación, sino de apropiación y de expolio. Querían ocuparse de
los problemas más inmediatos de México y construir una moral acorde con
nuestras circunstancias. Ricardo Guerra fue el único que mencionó a Beauvoir:
“¿Falta a la verdad o exagera Mlle. de Beauvoir cuando afirma que ‘la doctrina
existencialista… no solo permite la elaboración de una moral, sino que aun
aparece como la única filosofía que puede establecer una moral’?” Más adelante,
Guerra asegura que el último libro de Beauvoir, Pour une moral de l’ambiguité
(1947), es un libro “con propósitos de divulgación”. De este modo le regateaba a
Beauvoir su originalidad como pensadora.
¿Por qué Uranga no se leyó, fascinado, Pour une moral de l’ambiguité? Allí
Beauvoir arguye, entre otras cosas, que debemos aprender a lidiar con la
incertidumbre de una existencia siempre movediza y contingente. Esa es la única
solución posible al conflicto de la libertad. Sartre había prometido una segunda
parte de El ser y la nada en que abordaría temas morales, pero no había el menor
indicio de que fuese a aparecer pronto. Beauvoir hubiese sido la escala más lógica
en el itinerario de Uranga; le habría dado varias pistas sobre cómo urdir una moral
de la contingencia y cómo pensar la libertad en términos no conflictivos (“quererse
libre es querer que los otros también sean libres”). De haber tomado en serio a
Simone de Beauvoir, la “filosofía de lo mexicano” hubiese continuado por otro
derrotero.
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Aquí me tengo que desdecir. Por lo menos un hiperión sí leyó concienzudamente
Pour une moral de l’ambiguité. En el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la
UNAM, custodiadas por el Dr. Miguel Gama, reposan las notas manuscritas que
preparó Luis Villoro para un curso de 1950 sobre el “existencialismo cristiano”.
Beauvoir, evidentemente, no llegó a formar parte del programa. Villoro se guardó
sus impresiones para sí.
Les bouches inutiles (Las bocas inútiles, 1945), la única obra de teatro escrita por
Simone de Beauvoir, tampoco pasó completamente desapercibida. Rodolfo Usigli
se refiere a ella en un quejoso artículo de octubre de 1950. José Aceves, quien ya
había obtenido pingües ganancias con el teatro existencialista, la tradujo en
diciembre de 1950 con la intención —a la postre frustrada— de llevarla a escena
en el Caracol de la calle de Cuba. Se estrenó, en su lugar, El niño y la niebla, de
Rodolfo Usigli, con un éxito arrollador. Más de 400 representaciones. Se trataba,
dijo la prensa, de un milagro nunca antes visto en México.
Las bocas inútiles, dicho sea de paso, son aquellas personas desvalidas que
ingieren los alimentos que otros producen. Son ese lastre del que prescinde la
sociedad en los momentos críticos.
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La historia de Simone de Beauvoir en México está aún por escribirse. Es una
historia de viajes clandestinos, de citas truncas, de anotaciones íntimas en las
hojas de un cuaderno, de proyectos suspensos en el aire. Tendremos que esperar
a la década de los sesenta y los setenta para ver a Simone de Beauvoir
deambular a sus anchas por los escritos de Rosario Castellanos. Hoy en día es
una habitué de las pláticas académicas y extracadémicas. Se deja sentir incluso
en las stories de Belinda. En medio del escándalo por su ruptura amorosa con
Christian Nodal, la cantante sacó a relucir su estirpe existencialista publicando en
sus redes sociales un pasaje de El segundo sexo (pp. 724-725 de la edición de
Cátedra): “El día que una mujer pueda no amar con su debilidad sino con su
fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse,
ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un
peligro mortal”.