Aniversario 198 de La Villa de Sagua La Grande

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 5

Aniversario 198 de la Villa de la Purísima Concepción de Saga la

Grande

Ante la proximidad de los festejos por el bicentenario de la ciudad,


nos reunimos hoy en sesión solemne para celebrar el aniversario
198 de la misma, y como ya se ha hecho costumbre, esta fecha y
este momento colectivo nos permiten meditar sobre lo que ha
ocurrido en su devenir histórico desde el inicio de su proceso
fundacional.
Meditemos entonces y propongámonos para este 8 de diciembre
“mirar al río” (Diap. 1) y comenzar a saldar la enorme deuda de
gratitud que todas las generaciones han contraído con él en casi
doscientos años de existencia de este peculiar asentamiento
poblacional (Diap. 2) que, pese a todas las inclemencias de la vida,
ha sobrevivido aferrado a ambas márgenes del cauce, de la misma
manera que también lo están a sus ríos Budapest, París o San
Petersburgo.
En la época en que surge este núcleo poblacional, la única
posibilidad para alcanzar cierto desarrollo económico y algún nivel
importante de urbanización dependía de un fácil acceso a las vías
marítimas de navegación, requisito que reunió, al menos
momentáneamente, este punto geográfico para convertirse
aceleradamente como embarcadero fluvial, en el embudo
económico de toda una gran región que tuvo entonces la
oportunidad de comunicación con el exterior gracias a la existencia
de este importante accidente geográfico (Diap. 3), ideal en su
tiempo para el intercambio comercial, rico y provechoso.

Ni aun Santa Clara, pese a su carácter de centro político del


territorio, gozó en ese momento histórico de tal dinamismo
económico ni del privilegio de tener un acceso directo al mar.
Esas fueron las razones que impulsaron a los fundadores a escoger
un sitio para establecerse que tuviera un puerto natural y un río en
sus inmediaciones. (Diap. 4)

Cuando en 1852 aparece en Sagua el primer periódico, quedará


reflejada esta realidad en el nombre puesto con orgullo por los
sagueros de entonces, quienes prefirieron el de “Hoja económica
del puerto de Sagua la Grande” (Diap. 5) aun cuando el humilde
atracadero del río no cumplía con todos los requisitos para ello y en
1863, al proponerse tener un escudo local, no pudo faltar en uno de
los dos cuarteles del mismo, el río, como símbolo majestuoso de la
prosperidad regional. (Diap. 6)

1
Ese mensaje de reverencia y respeto por lo que era considerado en
el pasado el eje en torno al cual giraba la vida de la sociedad llega
hasta el presente como reclamo espiritual de continuidad histórica.
En el transcurso de 198 años, cuántas vivencias generacionales se
han ido reflejando en el espejo de las inquietas y pasajeras aguas
del río, cual rollo fotográfico que siempre corre en dirección al
vecino mar.

Cuántos secretos guardados para siempre en sus hoy oscuras


aguas. Cuántas aspiraciones ancestrales de progresar, contenidas
en aquella simbólica decisión de nombrar a la primera calle
precisamente Progreso (Diap. 7), donde esta nace besando al río,
en el lugar de mayor ajetreo social de la época. (Diap. 8)

Pensemos en cuántas particularidades culturales, surgidas con el


transcurrir del tiempo, hubieran sido diferentes de no haber existido
el río. Es evidente que Sagua sería otro pueblo, con otra forma de
sentir, de hacer y de ser, incluso con otro nombre, porque del río la
ciudad tomó prestado el suyo.

Este magnetismo sugestionador del río sobre los pobladores que


ocuparon sus riberas, ocurre de manera casi imperceptible, porque
la cotidianidad rutinaria nos impone un ritmo tan acelerado de la
vida que nos impide captarlo en toda su magnitud. Pero esa
influencia, casi mágica, ocurre, y solo cuando meditamos
detenidamente al respecto, comprendemos que, de alguna manera,
existe una madeja de hilos invisibles que nos ata irremediablemente
al río, tal como sus aguas necesitan del cauce, las aves de sus alas
o las hojas del árbol.
La belleza paisajística que se aprecia asociada al río (Diap. 9), tan
admirada siempre por quienes nos han visitado pero tan poco
valorada por quienes convivimos a diario con ella, ha sido siempre
fuente de inspiración para los poetas, los pintores o para la
imaginación popular que se ha encargado de abarrotar de leyendas
el patrimonio intangible de la localidad, tales como “El charco del
Güije” (Diap. 10), “El charco de sábalo” (Diap. 11), El charco de la
vieja trabuco” (Diap. 12) o la vieja creencia de que cada año el río
tenía que cobrar como ofrenda la vida de algún saguero, lo cual se
ha cumplido con bastante regularidad, como para matizar más aun
el mito.
En una corta visita que realizó a Sagua en 1844 el poeta Gabriel de
la Concepción Valdés y Domínguez, más conocido como Plácido
(Diap. 13), este no pudo evitar sentirse conmovido ante el

2
imponente caudal de agua que se movía ante sus ojos, debido a lo
cual dio al río el calificativo poético de “undoso” que acompañaría
a esta Villa en su viaje hacia la eternidad.

En 1915, un poeta local captó como pocos, esa indestructible


unidad entre el río, la ciudad y el puente que la corona (Diap. 14)
“…por soberana, por lo graciosa, por lo galana”, unidad labrada, al
pasar de los años, como sellos distintivos de este pueblo que deben
ser protegidos porque sin puente ni río, en el sentir del poeta, la
reina que es la ciudad pierde el trono y la corona.
Captaba también el poeta un especial maridaje entre el violento río
y su eterna compañera: (Diap. 15)

Sagua la Grande, “…sé que tú eres


fiel del cariño del que tú quieres
con pasión loca, con desvarío,
a ese tu glauco, galante río
ser de los seres
al que veneras, al que prefieres

Inevitablemente la ciudad está impregnada del río, cual marca de


rojo hierro sobre la piel de un noble animal. Sagua, que hasta
mediados del siglo XIX nació y creció “sin orden ni concierto” como
la flor en la selva, tiene en sus primeras calles, sin ya poderse
corregir, la severa impronta de las sinuosas curvaturas del río
(Diap. 16) y no existe inventario capaz de contabilizar los metros de
arena que se extrajeron, durante años, de sus entrañas para poder
levantar la parte antigua del poblado(Diap. 17), ni la cantidad de
barro arrancado de sus riberas para fabricar los millares de tejas
que aun enrojecen los centenarios techos sagueros (Diap. 18).

Cuánta agua potable consumieron del río los pobladores, desde los
orígenes hasta mediados del siglo XIX, cuando aun esta era prístina
y pura y cuánta consumieron en su desarrollo, los trece ingenios
que, entre Sagua e Isabela (Diap. 19), irguieron sus humeantes
chimeneas a ambas márgenes del imponente caudal.

Cuánta agua del río se necesitó para mover las turbinas de la


hidroeléctrica (Diap. 20) que abasteció de energía al poblado desde
su margen izquierda hace ya unos ochenta años. Y para hacer
funcionar la antigua fábrica de hielo (Diap. 21) y para poner en
funcionamiento la potente electroquímica (Diap. 22) que junto a la

3
fábrica de Cloro Sosa (Diap. 23) continúan aun extrayendo agua
del río.
Cuanta agua se ha drenado hasta los días de hoy a través de los
canales de regadío que encausan sus vertientes hacia los planes
arroceros y cañeros que han existido durante años en la llanura
costera. (Diap. 24)
También debemos reflexionar sobre los daños que ha sufrido
nuestro río desde 1852, cuando comenzó a recibir la carga
contaminante del sistema de alcantarillado (Diap. 25) más antiguo
de Cuba, aun en uso. No lo podremos calcular jamás, ni tan siquiera
enmendar, al menos en la primera mitad de este siglo.

Cuanto influyó la construcción de la Presa Alacranes (Diap. 26) en


la pérdida del volumen de agua del caudaloso río, haciéndole
perder la navegabilidad (Diap. 27) que desde la lejana fecha de
1786 hizo de este caserío un puerto de mar atípico.

El río, con sus caprichosos meandros (Diap. 28), traería también


desgracias y desolación (Diap. 29) para el poblado, cuyos
habitantes, por amarle y temerle a la vez, desarrollaron una cultura
de estar y resistir los embates de las terribles inundaciones, las
cuales no escaparon tampoco a la inspiración de los poetas:
(Diap. 30)
Yo he visto, a veces, tu río undoso,
saltar su cauce fiero, celoso
Yo he contemplado a tu amante ingente,
ciego en coraje, saltar el puente”

Sagua es un caso excepcional de pueblo del interior con barcos


(Diap. 31) y esta tradición que viene del siglo XIX no se perdió ni en
los más difíciles días del período especial, porque aun en aquellas
condiciones extremas de carencias materiales, los barqueros se las
arreglaron para mantener a flote sus pequeñas y pintorescas
embarcaciones y eso solo ocurre cuando una tradición ha calado
profundamente en la espiritualidad de un pueblo como el saguero

Los tiempos actuales ha traído como consecuencia el abandono de


las antiguas tradiciones festivas y las prácticas económicas
asociadas al río, las cuales tenían a las márgenes del mismo como
meta o punto de partida. La centenaria escalinata (Diap. 32) jugó un
importante papel desde mediados del siglo XIX en todo tipo de
intercambio con la vecina Isabela para la cual se construyeron
muelles de atraque de goletas y balandros que transportaban

4
viajeros y mercancías por el río. (Diap. 33, 34, 35, 36)Para asombro
de las presentes generaciones, Sagua era entonces un pueblo de
arraigada tradición marinera.
Desaparecieron también de la práctica socioeconómica local los
embarques de azúcar en patanas (Diap. 37) y hasta las
concurridas cucañas, pero todas estas actividades aportaron su
valiosa cuota cultural a la trayectoria histórica de Sagua la Grande.

Somos un pueblo que existe gracias al río y aun cuando a 198 años
de la fundación ya el envejecido caudal no aporte mucho al
desarrollo local, los sagueros de corazón buscarán siempre un
simple pretexto para acercarse y mirar hacia él, sin nostalgias, pero
valorando que este curso de agua forma parte de nuestra
idiosincrasia y constituye un punto de obligado rencuentro con
nuestro pasado.

Gracias a la dialéctica sabemos que el río de hoy ya no es el mismo


río de antes, el impacto de la erosión natural y el propio accionar de
quienes lo escogieron para vivir en sus márgenes lo han hecho otro
río, pero a pesar de ello, como deuda de gratitud, a la altura de los
tiempos que corren, constituye un insoslayable deber trasmitir a la
nuevas generaciones que para comprender la historia de este
pueblo como unidad de la diverso, deberán mirar al río, (Diap. 37)
pero no mirar por mirar, sino mirar tan profundamente como su
pensamiento se lo permita, para así poder captar, de una sola vez,
la ingente magnitud de lo que ese contacto visual simboliza.

Muchas gracias

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy