La Democrácia

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VICERRECTORADO

DE PRODUCCIÓN AGRICOLA
ESTADO PORTUGUESA
GUANARE

ENSAYO

Subproyecto: Eje Transversal Proyección Institucional III (Participación


Ciudadana y Desarrollo Local)
La Democracia y sus Elementos

En los tiempos actuales la mayoría de los países buscan presentarse a sí


mismos como democracias, como si ésta fuera un ideal que todas las sociedades
deben alcanzar. Por este motivo es importante entender en qué consiste un
régimen democrático, cuáles son sus características definitorias y los elementos
que están relacionados con ella. El presente ensayo se ocupa de describir que es
la democracia y muchos de los elementos que están estrechamente relacionados
con esta forma de gobierno.

Desarrollo

Para iniciar el desarrollo del ensayo se puede decir que la palabra Democracia
viene del griego y significa literalmente poder (kratos) del pueblo (demos) el
término fue inventado en la Grecia clásica (500-250 a.C.), originaria y
etimológicamente significa gobierno del pueblo, donde el pueblo (demos) se
refería a los ciudadanos. Según Salazar y Goldemberg (1993) el significado
etimológico de democracia es “gobierno del pueblo por el pueblo y deriva de las
palabras griegas demos (pueblo) y cratos (poder o gobierno)” (p. 15). De esta
manera, la democracia es una forma de gobierno, un modo de organizar el poder
político en el que lo decisivo es que el pueblo no es sólo el objeto del gobierno lo
que hay que gobernar sino también el sujeto que gobierna.
Asimismo, Borea (2003) señala un concepto que dice que es “el sistema de
gobierno en el que participan todos los habitantes con edad suficiente que forman
parte de la sociedad”. (p. 349). Mientras que, Alzamora (2005) señalo que la
democracia “es una forma de organización de grupos de personas, cuya
característica predominante es que la titularidad del poder reside en la totalidad
de sus miembros, haciendo que la toma de decisiones responda a la voluntad
general” (p.18)
De la misma manera, se considera importante citar dos términos o conceptos
que están muy ligados a la democracia como lo son la participación y el desarrollo
local; la primera es definida por Roger Hart, (1993) como la capacidad para
expresar decisiones que sean reconocidas por el entorno social y que afectan a la
vida propia y/o a la vida de la comunidad en la que uno vive” (p.65). Así también
Odría (2003) la define como “los modos de fundamentar la legitimidad y el
consenso de una determinada población, por ejemplo participación democrática o
también los modos de luchar contra las condiciones de desigualdad social y para
cuya superación se necesita impulsar la participación”. También Bobbio (2004)
señala que la participación es “la intervención de los ciudadanos en la esfera
pública en función de intereses sociales de carácter particular” (p.21).
Mientras tanto, el desarrollo local es definido por Arocena (2002) como “un
enfoque y una práctica que persigue impulsar el desarrollo endógeno, la auto-
organización y el bienestar social, para lo que requiere tanto de la participación
colectiva como de la intervención individual” Por su parte Millán (2003) opina que
el desarrollo local puede tomarse como “el conjunto de experiencias que se han
desarrollado utilizando recursos locales (humanos y financieros) sin intervención
directa del estado y localizados en pequeños centros” diseminados a lo largo del
territorio. De otro lado, Márquez (2002) lo entiende desde una perspectiva más
social, como “el proceso de organización del futuro de un territorio y resulta del
esfuerzo de concertación y planificación emprendido por el conjunto de actores
locales, con el fin de valorizar los recursos humanos y materiales de un territorio,
manteniendo un diálogo con los centros de decisión económico, social y político
en donde se integran y de los que dependen” (p.2)
En el ámbito jurídico estos tres términos antes señalados (democracia,
participación y desarrollo local) están estrechamente relacionados con un sistema
que se rige por un ordenamiento jurídico que parte del marco constitucional, como
Estado de Derecho. Es decir, su filosofía, prácticas, conceptos y bases se
fundamentan en lo establecido en el marco legal vigente.
Continuando con el tema de la democracia, esta vez corresponde citar la
democracia política, la cual es entendida como la capacidad de los ciudadanos
para decidir mediante el sufragio quién tomará las decisiones de gobierno en su
representación. Es la democracia representativa, donde los ciudadanos gozan de
libertad política, ya que pueden elegir libremente a sus representantes. Esta
libertad surgió con la resistencia de los súbditos a las constantes explotaciones
del monarca. Así también se tiene que la democracia social hace referencia a
una corriente política mundial, vinculada a la causa e intereses de los
trabajadores y las clases populares. Combina la lucha por la justicia social con la
defensa y el fortalecimiento de la libertad democrática y los derechos humanos.
Protesta a la vez contra las injusticias económicas del sistema capitalista y contra
la tiranía política del régimen comunista.
Los movimientos políticos que en el mundo luchan por la democracia social,
utilizan nombres distintos de país en país demócratas sociales, socialdemócratas,
socialistas democráticos, socialistas, laboristas, izquierda democrática,
progresistas, demócratas, etc. pero constituyen una sola confraternidad universal
de hombres y mujeres unidos en la esperanza de crear una nueva sociedad que
combine la libertad con la igualdad, la justicia y la solidaridad. Mientras tanto, la
democracia económica es la situación en que todos tienen acceso equitativo a
medios de producción, a las decisiones económicas, a la riqueza y a las
posibilidades de desarrollo. basa en una economía plural que incentiva la
participación de agentes de producción públicos, sociales y privados en beneficio
de las actividades productivas y de prestación de servicios. Es en realidad, otra
manera de designar al libre mercado.
En referencia al punto de la democracia en singular y en plural se tiene que
hablar de democracia, en singular, nos remite necesariamente al plano de las
ideas. Pensar en un único concepto homogéneo de democracia, automáticamente
nos distancia forzosamente del mundo de la política real. Los diversos regímenes
políticos que se pueden observar en la realidad y a los cuales nos referimos
cotidianamente al hablar de democracias (aquí sí en plural), nos muestran, luego
de un breve análisis, una serie de diferencias mayores o menores que los
distinguen entre sí, a pesar de que utilizamos un mismo calificativo, el de sistemas
democráticos o el de formas de gobierno democráticas, cuando pensamos en
ellos.
Es decir que al hablar de democracia en singular se hace referencia al poder que
el pueblo ejerce o al gobierno del pueblo, mientras que cuando se refiere la
democracia plural está referido a democracias como forma de gobierno.
Mientras tanto, por democracia literal se entiende la democracia explicada por
la palabra. Si democracia quiere decir poder popular, entonces las democracias
deben ser lo que dice la palabra, es decir, sistemas de regímenes políticos en los
que el pueblo manda.
Siguiendo la línea anterior se tiene que la democracia como legitimidad,
se vincula con un sistema en el que el poder político emana del pueblo y conlleva
diversos principios tales como la división del poder, el control del poder y el trato
igualitario entre los miembros de la sociedad. En democracia la legitimidad la
confieren los ciudadanos con sus votos y las instituciones que, a través de
mayorías, tienen la capacidad de otorgar el poder en nombre del pueblo. No es un
cheque en blanco ni permanente. Por eso la legitimación de origen ha de
revalidarse día a día en el ejercicio del poder y la ley establece mecanismos
judiciales y parlamentarios para apartar a aquellos individuos o gobiernos que
violen la norma o traicionen la confianza ciudadana.
Siguiendo el orden anterior cabe decir que en referencia al tema de la
Democracia y Ciudadanía, Salazar y Woldenberg (1993) señalan que “el pueblo
en las sociedades modernas lo constituyen el conjunto de ciudadanos que gozan
de derechos políticos. Se asume que estos ciudadanos tienen la capacidad de
discernir racionalmente entre las ofertas que se les presentan y que con su
opinión pueden contribuir a la toma de decisiones” (p. 44). Se entiende entonces
que para que la democracia funcione en una sociedad moderna es necesario que
los ciudadanos participen de forma activa en los procesos por medio de los cuales
se eligen a los gobernantes. De esta manera los ciudadanos, titulares del poder,
son responsables del destino de su propia sociedad.
La democracia es considerada como una forma de gobierno justa y
conveniente para vivir en armonía. En una democracia ideal la participación de la
ciudadanía es el factor que materializa los cambios, por lo que es necesario que
entre gobernantes y ciudadanos establezcan un diálogo para alcanzar objetivos
comunes. Uno de los modelos normativos de democracia más reconocidos son la
democracia representativa y la democracia participativa. La democracia
participativa, se fundamenta en que no hay que esperar a que haya elecciones
para participar en la toma de decisiones de políticas ni es necesario el apoyo de
los representantes electos.
Dependiendo de cada país y cada sistema electoral, la democracia
participativa puede hacerse de manera más o menos cotidiana. Esto surge como
respuesta a los cuestionamientos y críticas a la capacidad de la democracia
representativa de atender las demandas sociales. Entre los mecanismos de este
modelo se encuentran 1) el referéndum, 2) el plebiscito, 3) el presupuesto
participativo, 4) la revocatoria de mandato, 5) la iniciativa popular y 6) la asamblea
barrial o vecinal (INE e IIJ-UNAM, 2020).
Otro aspecto digno de destacar es el tema de las democracias realistas y las
democracias de razón, la primera, es un proceso continuo de restauración de
determinados derechos de restauración presentes en la Carta política de en país,
los cuales habían sido usurpados por el absolutismo de las dinastías. Se trata no
de una ruptura con el pasado ni una revolución con respecto un
determinado orden, sino más bien de una reivindicación gradual. La democracia
se entiende como un objeto de hecho.
La segunda, es una matriz histórica que se funda en la Revolución Francesa
en la cual la ruptura total con el pasado fue mucho más radical que en los casos
angloamericanos. Aquí la democracia no solo realizó el principio del gobierno
popular sino también que dio sentido a los principios generales que guiaron la
revolución Desde este foco se funda una definición sustantiva que sienta los
principios generales sobre los cuales debe asentarse la democracia tales como el
autogobierno y la participación. Dicho de otra forma, la democracia entendida
como un ideal.
En el mismo orden de ideas, cabe agregar en cuanto a los términos pueblo y
poder que la definición de “poder” está referida “…a la actividad sostenida de un
determinado pueblo en la consecución de sus objetivos. Tal potencia sólo puede
ser percibida en acto, en el ejercicio de la misma. Un poder que no se ejerce es
un absurdo. Un pueblo, cualquier pueblo, afirma su existencia mediante el
ejercicio efectivo del poder estable o precario, legítimo o ilegítimo sobre un
territorio determinado. Esto significa que el poder no es una característica o
propiedad que junto a otras define a un pueblo, sino su constitutivo esencial, lo
que le confiere inmediata realidad, de modo que, según el autor, cuando un grupo
humano resigna ese poder inmediatamente deja de ser “pueblo”.
En el mismo marco de referencias, se tiene el punto de la mayoría y respeto
de las minorías, en el cual se hace referencia a la elección en democracia, dado
que el pueblo que decide en términos mayoritarios es el cuerpo que representa al
pueblo y que refleja a la mayoría que lo elige. En otras palabras este pueblo que
es contabilizado por la mayoría se divide en una mayoría que toma todo y en una
minoría que pierde todo, lo cual permite a la mayoría si así se quiere, reducir a las
minorías a la impotencia, sin embargo debe existir respeto por los derechos y las
libertades de las minorías que votó con la mayoría. De ello es menester señalar
que las democracias permiten el disenso porque al confiar el gobierno a la
mayoría tutelan el derecho de las minorías para hacerles la oposición. En otras
palabras, el principio mayoritario activa por sí mismo un mecanismo para que los
derechos de las minorías se respeten.
Respecto de la sociedad de masas, se puede decir que este es un concepto
que hace referencia a aquella parte de la población que, en la antigüedad, no
formaba parte de los estamentos políticos, sociales y económicos de la época y
que gana relevancia en las democracias actuales dado a la toma de conciencia
por parte de la población de aquellos privilegios que ostentaban dichos
estamentos políticos, sociales y económicos adquiriendo una mayor
representación, así como derechos.
En otras palabras, es un estamento social que nace con el objetivo de describir
una población que, a diferencia de la nobleza o el clero, no contaba con privilegios
añadidos pero que posteriormente, fueron adquiridos hasta la actualidad donde
han emergido emergen un nuevo sujeto social, siendo, a su vez, un sujeto de
derecho, reconocido por los Estados. estas sociedades de masas comienzan a
estar más representadas en las sociedades, a la vez que cuentan con aquellos
derechos que, en el pasado, solo ostentaban los estamentos sociales,
económicos y políticos citados anteriormente.
En lo que se refiere al poder del pueblo sobre el pueblo, se entiende que en
muchas Repúblicas “el poder del pueblo” significa que las masas de ciudadanos
comunes y corrientes pueden ejercer su poder para destituir de su cargo a un
presidente electo. Como se ha dicho antes, el término democracia desde siempre
ha indicado una entidad política, una forma de Estado y de gobierno, y así ha
permanecido como la acepción primaria del término. Sin embargo, aunque existen
muchas variaciones modernas de la democracia, todas involucran al pueblo en los
procesos que expresan la voluntad de la mayoría o que actúan como controles y
contrapesos sobre una autoridad centralizada.
En relación al punto relacionado con Maquiavelo y la política pura, se puede
decir que para Maquiavelo a la política le es indispensable la existencia de una
relación de poder (si no hubiera una subordinación del gobernado desaparecería
la distinción entre gobernado y gobernante). De ello se comprende en primer
lugar, las relaciones de mando y obediencia, constituyen relaciones políticas; en
segundo lugar, que el poder ejercido por el gobernante sobre el gobernado
constituye la relación de poder por excelencia.
Maquiavelo encuentra en esta relación aquello que constituye lo puramente
político, y el objeto de su análisis. Entenderá la historia a través de este prisma y
distinguirá diferentes tipos de gobernantes y diferentes tipos de gobernados. Una
vez distinguidos, analizará cómo ha de darse la relación de poder y cómo deberá
actuar el gobernante en cada situación. No importará tanto la relación con el
extranjero (gobernante-gobernante) cuanto el orden interno, pues en el caso de
ser atacado, no hay mejor defensa que la unidad de los súbditos bajo su príncipe
(Maquiavelo, 2002: 113), y en el caso de invadir "por fortísimo ejército que tenga
un príncipe, necesita de la buena voluntad de los habitantes para ocupar un
territorio" (Maquiavelo, 2002: 23).
Por su parte, la cuestión del realismo indica que una vez que se conoce el
significado de democracia es necesario verificar cual es la verdad efectiva de ello;
quien verifica los hechos es el realista; observador que mira lo real y se
desinteresa de lo ideal, se empieza entonces con el realismo y de él, y luego la
política realista se convierte en la noción de política pura. Así, el realismo político
no es una posición política, es un ingrediente de cualquier posición política donde
cualquier propuesta descriptiva siendo exacta es una proposición realista. Bovero
(2024) piensa en esto cuando escribe: [...] el realista busca el rostro verdadero de
la política por debajo del mundo de las ideas hacia el que mira el utopista
y detrás de las máscaras legitimantes construidas por el ideólogo: en otras
palabras, rechaza los sueños de la utopía y las falsificaciones de la ideología.
(p.242.)
Por su parte Bobbio (2004) ha simplificado esta concepción del realismo
político de la siguiente manera: En el concepto de realismo político deben
distinguirse dos aspectos diferentes, según que "real" sea contrapuesto a "ideal" o
a "aparente". En la antítesis real-ideal, concepción realista significa dirigir la
atención, no a lo que los hombres piensan de sí mismos, o se imaginan que son,
sino a su comportamiento efectivo. En cambio, la antítesis real-aparente significa
atender a la verdadera naturaleza de las relaciones sociales que se esconden
detrás de las formas exteriores de las instituciones.
Por otra parte, cabe decir acerca del realismo y los valores, que el concepto
de realismo político muchas veces es emparentado con una orientación política
conservadora y, en ocasiones, con una actitud cínica. Esto en particular por su
reserva, su desconfianza o su pesimismo frente a la proclamación de elevados
ideales de paz y de justicia, así como por su rechazo de una política deontológica
y su defensa de la guerra como medio para la conservación de la comunidad
política. Desde este enfoque, los realistas aparecen con frecuencia como
amorales, como aliados del orden establecido o como apologetas de las razones
del poder, por lo que tienden a ser considerados servidores del
Estado o consejeros de tiranos. Tucídides y Maquiavelo son señalados como los
representantes más conspicuos de esta presunta tradición milenaria de
pensamiento político.
Cabe señalar que en lo referente a la conceptualización y teoría de la cultura
política y democrática, se comprende que esta es la distribución particular de
patrones de orientación psicológica hacia un conjunto específico de objetos
sociales los propiamente políticos entre los miembros de dicha nación. Es el
sistema político internalizado en creencias, concepciones, sentimientos y
evaluaciones por una población, o por la mayoría de ella. Es decir, el conjunto de
elementos que configuran la percepción subjetiva que tiene una población
respecto del poder, se denomina cultura política.
Esta es el ideal para las sociedades en sentido democrático, en la medida que
constituye el mejor respaldo para el desarrollo de instituciones y prácticas
democráticas. Es una barrera de contención frente a las actitudes y
comportamientos anticonstitucionales que violenten la vigencia de un Estado de
derecho. Al mismo tiempo, es un muro en contra de eventuales inclinaciones a la
prepotencia o a la arbitrariedad del poder, ya que se resiste a reconocer
autoridades Políticas que no actúen con responsabilidad, es decir, que no estén
expuestas al escrutinio permanente de las instancias encargadas de hacerlo.
Cabe resaltar que los valores culturales no solamente dan apoyo y
consistencia a las instituciones de una sociedad, sino que pueden jugar un papel
significativo en el desarrollo económico y político de la misma, de modo que
promover expresamente una cultura política democrática ayuda a la construcción
de instituciones y organizaciones democráticas. La construcción de una sociedad
democrática requiere, entonces, de una estrategia de varias pistas, ya que hay
que promover declaradamente las bondades de los valores democráticos, a la vez
que impulsar la construcción de instituciones que funcionen a partir de los
principios de legalidad, pluralidad, competencia, responsabilidad política, es decir,
a partir de principios democrático.
En concordancia con los puntos anteriores se tiene la cultura política y la
evolución del concepto, de la cual se señala que a pesar de lo antigua que es la
noción de cultura política, el concepto propiamente dicho fue acuñado por la
ciencia política norteamericana a mediados de los años cincuenta del presente
siglo, en cierta medida como alternativa al concepto de ideología dominante de la
escuela marxista, y por lo tanto a su enfoque particular sobre la incidencia de las
creencias, referentes simbólicos y actitudes sobre la política inscrita dentro de la
corriente teórica conductista, que enfatizaba la necesidad de construir unidades
de análisis referentes a la conducta humana que sirvieran de base común para
diseñar ciencias especializadas, esta perspectiva analítica planteaba considerar y
explicar las conductas políticas desde la óptica de una concreta forma de
organización institucional.
El objetivo último de la perspectiva conductista era elaborar teorías con
fundamentación empírica que fueran capaces de explicar por qué los seres
humanos se comportan de determinada manera. El enfoque conductista inauguró
la perspectiva psico-cultural para el estudio de los fenómenos políticos. De
acuerdo con los propulsores de la cultura política no sólo en cuanto concepto,
sino en cuanto a perspectiva analítica propiamente dicha, su importancia teórica
radica en que permite penetrar en los supuestos fundamentales que gobiernan las
conductas políticas. En este sentido, es un concepto enlace porque la cultura
política es el patrón que surge de la distribución social de las visiones y
orientaciones sobre la política y que se manifiesta exteriormente en las conductas
o comportamientos políticos.
Con el concepto de cultura política se intentó llenar el vacío entre la
interpretación sicológica del comportamiento individual y la interpretación macro
sociológica de la comunidad política en cuanto a entidad colectiva, poniendo en
relación las orientaciones sicológicas de los individuos su comportamiento
propiamente dicho con el funcionamiento de las instituciones políticas. En cuanto
enfoque de tipo conductista, el de la cultura política plantea que en toda sociedad
existe una cultura política de tipo nacional en la que están enraizadas las
instituciones políticas y que es un producto del desarrollo histórico, que se
transmite de generación en generación, a través de instituciones sociales
primarias como la familia, la iglesia, la escuela, y mediante un proceso
denominado socialización.
En cambio, para una perspectiva como la marxista, el conjunto de creencias,
valores y actitudes que comparte la mayoría de una sociedad (ideología
dominante) es producto del esfuerzo declarado de las clases dominantes por
imponer sus códigos valorativos a través de medios formales de transmisión de
los mismos, como los medios de comunicación o el sistema educativo, con el
propósito de legitimar su poder económico y social. La transmisión de dichos
códigos se denomina, en este caso, adoctrinamiento, porque subraya la
intencionalidad del proceso y rechaza cualquier pretensión de una visión o
interpretación neutral como la que sostiene el enfoque conductista.
En la misma dirección se tiene el desarrollo del tema referido a la democracia
y cultura política de América Latina, así como los problemas de la
transición, construcción y consolidación democrática; sobre los cuales se
puede señalar que la ruptura de la situación colonial en el continente
latinoamericano implicó para los diferentes actores políticos y sociales la
resolución de varias cuestiones, entre las cuales la primera y más urgente es la
del poder: ¿quién manda?, ¿sobre quién manda?, ¿cómo manda?, ¿para qué
manda? donde se comprende que acceder al poder y ejercerlo requiere la
definición de los principios de legitimidad de la ruptura (la revolución de
independencia), de soberanía y su titularidad (Dios, el rey, los pueblos, la nación),
de representación y de organización política.
Así, el proceso de construcción de nuevos Estados en Latinoamérica se
desarrolla invocando como principio legitimador el corpus liberal, tanto en la
economía como en el ordenamiento político. La apelación incluye los principios de
representación, ciudadanía y democracia. Resumiendo en extremo, puede decirse
que la cuestión se plantea en términos de transformación de principios
universales en prácticas singulares. A las tres grandes exclusiones del proceso
europeo, las clases "peligrosas", las mujeres y los dementes, América Latina
añade una cuarta, de orden étnico: los pueblos originarios y los afroamericanos.
El largo y tortuoso proceso de construcción de los Estados y las sociedades
latinoamericanos posterga y/o resignifica el ideal de la democracia política. Es
decir, se establece el principio de la soberanía residiendo en la nación (más que
en el pueblo), la división tripartita de los poderes, la forma representativa, incluso
el sufragio universal masculino. En ese desfase reside una de las claves de la
cuestión de la democracia en América Latina. Las respuestas posibles varían de
país en país. Por otra parte, la opción por el liberalismo realizada por sectores
propietarios e intelectuales y militares a ellos vinculados tiene menos que ver con
una supuesta adscripción a una moda ideológica o una importación cultural y
mucho más con sus intereses materiales: colocar en el mercado mundial, sin
trabas ni limitaciones, las materias primas de los productores criollos, que no en
vano demandan comercio libre desde finales de la colonia.
La tarea de repensar la democracia se hizo urgente, incluyendo su articulación
con el proceso de globalización económica, social, política, cultural e ideológica
neoliberal. La articulación entre Estado (mínimo) y grupos empresarios es una de
las formas que adquiere ese proceso. Otra manifestación es la opción prioritaria
del crecimiento económico por sobre la democracia, elección indicativa de un
triunfo ideológico del neoliberalismo, que privilegia la primacía del mercado en la
definición de los mecanismos de crecimiento económico, mas no de desarrollo
económico-social, postergando la extensión y profundización de los derechos
democráticos. El problema es, pues, el de la colisión entre intereses económicos y
valores político-sociales democráticos.
Es de resaltar que el liberalismo es entendido en América Latina como
expresión de la modernidad superadora del antiguo régimen y apunta, implícita o
explícitamente, al establecimiento de la democracia política. En este sentido, no
hay en los comienzos demasiadas divergencias e, incluso, no son pocos los
católicos que abogan por una república democrática representativa.
La forma privilegiada que adoptan las constituciones en el continente es la
república representativa (excepto en Brasil) federal en algunos casos, centralista
en otros, fundada en derechos políticos y civiles con fuertes restricciones. La
limitación de la ciudadanía es un dato clave de ese proceso, que ayuda a
comprender mejor su resolución bajo la forma oligárquica de dominación, De
hecho, el desfase entre los principios y las prácticas produce una persistente
tensión política, a menudo traducida en guerras civiles u otras formas de violencia
física y/o simbólica, particularmente entre grupos de las clases propietarias.
Mientras tanto, los procesos de construcción de los Estados latinoamericanos
pueden explicarse empleando el concepto de revolución pasiva, es decir, un
entramado de continuidades y cambios, de persistencias y rupturas en el conjunto
de la sociedad, que la modifican (modernizan) sin transformarla radicalmente. Es
un proceso que reconoce el poder y los privilegios de clases o grupos
tradicionalmente dominantes en regiones menos desarrolladas en términos
capitalistas, al tiempo que, frena el potencial transformador que pueden expresar
o demandar las clases subalternas.
Se trata de una dialéctica conservación-innovación. La revolución pasiva es un
proceso de transformación capitalista que resulta del acuerdo entre clases o
fracciones dominantes con exclusión de las clases subalternas y de los sectores
"jacobinos", con empleo sistemático de la violencia o coerción y con una decisiva
intervención del Estado en todos los espacios sociales. Se trata de una solución
"desde arriba", elitista y antipopular, que en América Latina se resuelve, con
frecuencia, bajo la forma y el ejercicio de la dominación política oligárquica. Más
aún: son revoluciones pasivas dependientes, en una simbiosis de economías
capitalistas (Europa, Estados Unidos) y economías no capitalistas. Las
revoluciones pasivas protagonizadas por las clases dominantes locales tienen
componentes que van más allá de lo estrictamente político-estatal, resuelto en el
modo de dominación oligárquica, y generan imaginarios sociales, símbolos y
comportamientos colectivos sintetizables en la expresión "modo de ser
oligárquico".
En América Latina, la situación tiene, en cambio, otras características, puesto
que aquí, mucho más que en Europa, la democracia política aparece, más bien,
como una petición de principios postergada para un futuro impreciso. La década
de 1930 es, para la región, la década en la que la demanda de democracia
política termina en una notable frustración. A su turno, la aparición de los
populismos, en sus expresiones más paradigmáticas el cardenismo mexicano, el
varguismo brasileño y el peronismo argentino pone la cuestión de la democracia
política en su forma más clásica (liberal representativa) en una perspectiva
diferente: estas expresiones sociopolíticas, manteniendo en lo formal los criterios
de la democracia política, liberal representativa, ponen el acento en el carácter
plebiscitario que las caracteriza y refuerzan la inclusión desde los derechos
sociales, y en el caso argentino también la inclusión política, al incorporar a las
mujeres a los derechos de ciudadanía política.
Por otra parte, el Departamento de Estado estadounidense invoca fuertemente
la democracia política, más como forma de contener ese potencial "amenazante"
de la estabilidad de la región ya sea el comunismo o las experiencias populistas−
que como una pretensión genuina. En efecto, y a despecho de esa apelación,
nadie conculca más fuertemente la posibilidad del ejercicio de la democracia
política liberal que la propia política exterior de los Estados Unidos. Ahí está el
reguero de dictadores autócratas en el Caribe y América Central (Trujillo, Batista,
Somoza, Ubico), en Paraguay (Stroessner), Venezuela (Pérez Jiménez), entre
otros, prueba evidente de la falacia de una argumentación que alcanza su punto
paradigmático en la intervención estadounidense en el derrocamiento del
gobierno de Salvador Allende, en Chile, en 1973.
Concatenando los temas anteriores con la cultura política de América
Latina, bajo parámetros de medición y sobre algunas tendencias actuales,
se tiene que, la historia de la región muestra que, por distintas razones, tanto las
clases subalternas proletarios, trabajadores, campesinos, las clases medias
urbanas, como las clases propietarias (sean burguesías o no) no siempre hicieron
y/o hacen de la democracia un horizonte político deseable, una conquista
después del 11 de setiembre de 2001, y se centra en escenarios puntuales:
Venezuela, por la cuestión del petróleo; Colombia, por la militarización del
conflicto político y el narcotráfico; Bolivia, por la radicalidad asignada a los grupos
indígenas (a la que se suma que el nuevo presidente sea de extracción indígena y
campesina y de orientación socialista); Brasil y la Argentina, por su afán en pro de
la integración regional sudamericana. Y, obviamente, Cuba.
Hoy, las condiciones de construcción de democracia siguen siendo precarias.
Es un proceso cargado de buena dosis de ambigüedad. Así como se constatan
intentos (más serios y consistentes que en el pasado) por construir regímenes
políticos plenamente democráticos aunque sin contenido social, una demanda
clave en una región azotada por la tremenda desigualdad y asolada por la
pobreza, se observa también una fuerte tensión entre demanda de mayor
ciudadanía a los ciudadanos, por parte de actores más genuinamente
democráticos, y demanda de mayor poder represivo a los gobernantes, por parte
de actores democráticos sólo por oportunismo o interés
En síntesis, América Latina es hoy la región más desigual del mundo. No es
necesaria demasiada perspicacia para advertir que esta cuestión lleva a la de la
relación entre democracia y exclusión o, en expresión clásica, entre democracia y
capitalismo. La democracia política en su forma hoy dominante, la liberal
representativa está lejos de estar consolidada en América Latina. Las realmente
existentes son democracias políticas relativamente estables, no consolidadas ni,
mucho menos, irreversibles. Están aún más cerca de la precariedad que de la
fortaleza. Son, en rigor, democracias de pobres y democracias pobres, con un
futuro de pobres democracias.
Al marco de temas que se han venido explicando se suma la educación para
la vida en democracia, la cual se ofrece para enseñar y promover el desarrollo
de conocimientos, valores y destrezas necesarios para vivir en una sociedad
democrática. Un sistema educativo que tiene una estructura democrática y se rige
por principios democráticos. Por ejemplo, educadores y educandos trabajan
juntos, reciben el mismo trato respetuoso y están igualmente involucrados en el
proceso de enseñanza y aprendizaje. Implica la construcción de relaciones
interpersonales de tolerancia, respeto, diálogo y reconocimiento mutuo de
derechos y de responsabilidades.
La vida en la escuela puede convertirse en una oportunidad para que niños/as,
jóvenes, maestros/as, madres y padres de familia, conozcan, practiquen y vivan
los derechos humanos y los valores democráticos. En la escuela, lo mismo que en
otros espacios en los que transcurre la vida humana, están presentes la
diversidad y las diferencias de género, étnicas, culturales, de clase, de saber, de
opiniones etc. Cada una de ellas genera tensiones y conflictos propios, que es
preciso comprender y atender. Solo así se puede crear un clima de valoración y
respeto mutuo, que permita aprender a manejar la frustración o el temor que
produce saber que los demás tienen otros ideales, otras estrategias, otros ritmos,
otras metas distintas.
Se trata de formar sujetos humanos, hombres y mujeres, con personalidades
capaces de reconocer su humanidad desde el conflicto y dotarlos de alternativas
que les permitan transformar pacífica y creativamente las situaciones que afrontan
en sus vidas personales y sociales. La escuela es también un escenario cruzado
por muchas formas de ejercicio del poder. Las tentaciones propias del ejercicio
del poder político, económico y social, en su degradante manifestación autoritaria,
se expresan, por una parte, en las estrategias de construcción y acceso al saber,
en los currículos de cada área del conocimiento.
Dentro de los lineamientos de la educación para la vida en democracia, los
autores Novoa, Pirela e Inciarte (2019) presentan los siguientes lineamientos: a)
orientar acciones para la formación humana y para el desarrollo de la capacidad
de crear con otros, en espacios de convivencia deseable; resignificarse,
actualizarse y ampliarse, b) Formar en la convivencia, como principio que orienta
la vida participativa, más allá del espacio de la lección, del aula, la institución y la
gestión de experiencias del currículo en vinculación con organizaciones,
escenarios y recursos tecnológicos, son vínculos que forman para la convivencia
en y para la vida. c) Experiencias que promuevan el aprendizaje en la
convivencia, en la reflexión y las interacciones, producto de los significados y
dinámicas relacionales que se establecen entre actores.
d) resignificar la democracia en las organizaciones educativas, con la creación,
potenciación y diseminación de los aprendizajes ciudadanos involucrados en un
proceso de producción y reproducción de significados provenientes de las
prácticas comunitarias que le dan sentido al actor social y lo dotan para participar
en los diversos escenarios políticos y sociales. El desarrollo de competencias
generales para la interacción social y el ejercicio de la ciudadanía, el manejo de la
información y el conocimiento, el hacer sensato y reflexivo, la formación vivencial,
bajo la formación de ciudadanos, libres de imposiciones culturales, política e
ideológica, favorecer la participación y el compromiso ciudadano, bajo el
convencimiento de un proceso constructivo de la sociedad deseada.
e) Concebir a la persona como un ser que construye su propia teoría de
acción, diseña sus acciones, las ejecuta aprende y evalúa sus consecuencias,
aceptando y adoptando nuevas acciones cuando los resultados son adversos; f)
construcción de seres humanos como individuos creadores de sí mismos, de su
vida individual y de su vida cotidiana, para lograr una convivencia justa donde se
exalte la libertad, la equidad, la tolerancia y el desarrollo del bienestar colectivo; g)
incorporar valores morales básicos de igualdad y libertad, así mismo, intereses
compartidos, libertad en la interacción y participación social.
Los valores para la viabilidad práctica de una vida democrática: veracidad,
honestidad intelectual, disposición a reconocer errores, justificación,
argumentación, diálogo racional y pacífico, no violencia como método de
resolución de conflictos, actitud crítica, todo estos garantizan la realización de
intereses y metas comunes. h) prácticas socioeducativas que garanticen, el
ejercicio de un conjunto de derechos, la participación en los procesos de
deliberación y toma de decisiones acerca de los problemas sociales; i) una visión
educativa-cultural integral y abarcar lo científico, social, moral y lo político;
además de lo tecnológico y ecológico; j) promover una cultura democrática,
formas democráticas de pensar, sentir y actuar; generar un interés personal en las
relaciones sociales para que deseen alcanzar metas comunes superando
diferencias, k) levantar y mantener un control social basado en el logro de tales
metas.
l) desarrollar las habilidades intelectuales, ciudadanas, morales, y prácticas
sociales necesarias para llegar a acuerdos mediante procedimientos racionales
sobre la base del respeto a las personas y los procesos; una forma de vida y no
un mero contenido conceptual, una forma de interactuar resolviendo tensiones y
diferencias, de constituir y producir en equipo, la toma de decisiones compartidas,
reflexionar y dar significado a las razones que la sustentan, m) mejorar el clima y
fortalecer la autoestima, la autonomía o las potencialidades de los alumnos;
disminuir las desigualdades sociales que se manifiestan, suprimiendo las
condiciones que las crean.
Después del recorrido investigativo realizado por el tema de la democracia y los
elementos que están con ella relacionados, aunque unos más que otros, cabe
resaltar a título de conclusión, que la democracia es entendida como el régimen
político que, mediante el razonamiento público y las instituciones de gobierno
reguladas por el control ciudadano y las leyes, busca la libertad y la justicia La
apelación de este concepto ineludiblemente relacionado con la libertad y la
justicia, hace evidente que, ante todo, la democracia es un valor, un régimen
político ideal y nunca definitivamente logrado. La igualdad en libertades
fundamentales es el compromiso fundamental de los demócratas del mundo.
Además de los diversos tipos de democracia (social, política, económica,
participativa, literal, singular, plural, realistas, de razón) y todos los elementos
estudiados, como han sido la ciudadanía, la cultura política, el realismo y muchos
otros aspectos relacionados con la construcción, evolución, problemas,
tendencias actuales y educación en democracia, entre otros, vale resumir las
ideas conclusivas señalando que en relación a todos los tipos de democracias
aquí estudiados, la democracia política es condición necesaria de las otras. Por
ello, democracia sin objetivos se entiende como democracia política. Así, se
puede decir que el ejercicio de la democracia es el que mejor refleja los hábitos y
costumbres cívicos de una sociedad, en la actualidad, esta práctica reclama la
procuración de una experiencia política en la que la ciudadanía ejerza su derecho
y tenga los conocimientos para tomar mejores decisiones.
En este sentido, la democracia es considerada como una forma de gobierno
justa y conveniente para vivir en armonía. En una democracia ideal la
participación de la ciudadanía es el factor que materializa los cambios, por lo que
es necesario que entre gobernantes y ciudadanos establezcan un diálogo para
alcanzar objetivos comunes. Solamente con la participación efectiva, la voluntad,
así como con la sinergia entre los órdenes de gobierno y la sociedad la
democracia se puede tornar en una realidad ideal.
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