Los Dias de Aquel Tiempo

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LOS D1AS DE AQUEL TIEMPO

1
1 FERNANDO ESCOPINICHI

LOS DIAS DE.


AQUEL TIEMPO

'

LA PAZ, 1980
la. edición, abril de 1980
© Femando Escopinichi y FEM
Derechos reservados conforme a la ley.

A Ignacio del Río, porque creyó en


Obregón Perla cuando sóto era un
recuerdo.

e
FE!m
49
Colección NARRACIÓN REPRESENTATIVA

FEDERACIÓN EDITORIAL MEXICANA, S. A. DE C. V.


Manmnillo 64, Col. Roma, México 7, D. F.
Tels. � 584-88-58 y 574-20-78
l
Cornelio Césa,-.-Es una novela
Juanito Quieto.-No, es una fábula
Felipe Malacara.-No, es una trampa
Obreg6n Perla.-No, no es nada
} Autor.-¿ ?
1
Yo remonto el furor de la corriente
para encontrar la infancia de mi río ...

1
"Nos vamos agotando como un trapo consumido
por el aire", dijo Obregón Perla la sombría tarde que

\
los voluntarios de Mulegé trajeron a puerto los restos
de las siete muchachas que se asfixiaron sin encon­
trar refugio en el fondo del mar. El retomo se cum­
plía ...
Un grupo más de doncellas que retomaba el mar
en su taciturna acechanza. "Ni modo", dijo Juanito
el·Quieto la mañana sin vapores que el cartero le con­
tó los sucesos con dramática incongruencia: "Ni modo,
murieron". Pero eso no es todo: vendrán otros tiem­
pos más difíciles.
El incidente reconstruiría la misma consternación
que la del chubasco de principio de siglo que azotó
las playas y las calles y los barrios y los perros y las
personas en diez noches de vientos desalmados que
prometieron regresar y regresaron para arrastrar cien­
tos de gemidos que aullaban desconsolados.
"Si· el pueblo resiste esta desgracia, ni modo, ya
nada podrá sorprenderlo". Pero volvió a sorprenderse
con la muerte de las doncellas, y volvería a hacerlo
quince años después cuando el pueblo del sur des,­
apareció ante la mirada insensible del pueblo del nor-

9
os roma-·
te que en medio de los escombros, cuando las casas volveríamos a mirar sin ver los candelabr s, mu­
se hundían, con tristeza, musitó: nos, desiguales, desconchados, grises, plateado cadá-
os
"Así son las cosas . Entiérrenlos en la fosa común. grosos, que humeaban la sal evaporada de l
Háganlo rápido. Cuando llegue el jefe le echamos la veres ...
tanas,
culpa a los periodistas". Y escucharíamos en los patios, por las ven mur­
Pero los periodistas estuvieron ensimismados en los en las bodegas los callejone s, el gimn a s io, el
es en
ruidos que venían del monte despeinando con pre­ mullo a pausa;, el estupor cómpl�ce de los prof e de
mura las laderas de los arroyos. Los sonidos descen­ traj e de velorio. En el ":ie�to excit ado d.e la tard
pro­
dían en montones. Las aguas ocres cercaban de on­ noviembre el olor enve1ecido del deterioro. El des-
dulantes cicatrices la porfiada tierra sembrada de le.. fesor Comelio César trepado en la tarim a d e su
janías. Felipe Malacara acercó sus peludos nervios 3 concierto:
for-
la nariz de Obregón Perla y le dijo en tono de re- -"La muerte d e las muchachas anuncia mala
as p or
proche, equidistante: tuna. Los días que vivieron en el mar profanad o.
-Pinche agua. los cangrejos signific� que .no querían el retom

La. ente pe�só por última vez que la península se
9 para siempre en el médano de la incertidum­ · Observó usted Juamto Qmeto, los cuerpos emb ?
hundma áumados con ei verdoso tinte de la serenidad? ¿No
bre. Pero la tierra permaneció inconmovible. Obre­ Pues es usted un imbécil : ellas se marcharon sin co­
ará
gón �erla contaría .más tarde que las desgracias siem­ nocer el amor y eso es algo desgr�ciado que acarr�
pre tienen un desuno común: la desobediencia y la desventuras. Este cielo entor pecid o po r s u clan da �
trope l de carte ri ta , pro ti­
soledad. La indiferencia . . . 1 vidriosa será testigo del s s s
o
,
-"Pero es. m�j�; P�!1sar . qu e acá abajo todo es l tutas y vagabundos que atascarán .las playas tiemr ­
s1mbolo y mi sterio , diJO mientras reco rría con ve­ después que el más grande de lo s rm serable s : el eg01s
la
lado estupor el destruido panorama de sus primeros mo, lo apropie todo". Ju�ito el quieto evocó en
recuerdos. \ figura del maestro Comebo la tard � en que la fa­
tiga lo oblig ó a detener se en e l c �mmo para pensar
rada transparente ,
Las doncellas desaforaron las órdenes del Gran Di­ e n Mari Tere, la doncella de mi
rector, el señor de los refranes, y suspendieron labo­ que un día le dijo:
res y ab3mdonaron sus celdas escolares y corrieron tras -"No nos engañemos. No tenemos más patria que
el crepusculo y el que n o aprende con los años su­ la infancia".
fre amargos desengaños y mujer ociosa no es virtuosa Allá en los muelles al ras de las aguas, Obregón
Y el que no oye con sejos no llega a viejo y el que Perla desleía sus ojo; peregrinos vi:ndo e.l di ��urso
por su gusto es giiey hasta la muerte le sabe . . . de las gaviotas y tirando arponazos sm dest1��· .�ue­
Y ahí estaríamos días después empotrados en el mi­ n a sangre para teñir huevos en el carna
val , d1Jo a
unad as que de strozaba la
ra � or de !1ues tro aturdimiento viendo sin ver las siete
. . un marino de barbas aceit
CaJ1tas gnses enfiladas en el la rgo salón de música. y cabeza de un enorme calam a r . Sin res pu es ta, recon-

10 11
tinu6 el trote de sus pensamien!os que se e�uma�on
por las palmeras del médano rmentras sus OJOS gnses
chocaban sin entusiasmo con el rojo de las barcazas.
-"Los hombres que siguen algún rumbo pare<:en
seres agotados que se diluyen con la borrasca del m­
viemo" habría de escribir Comelio César en: su co­
lumna 'Marginalia. Luego agregaría con una fingida
convicción: "Pero tan pronto se les hurga por dentro
descubren resortes para resistir la fatiga de muchos JORNADA TOTAL
caminos. El tránsito de Obregón Perla es el de los
que sobrellevan su desarraigo sin alarmar a la gente. ENCUENTRO Y ENTORNO
Sus pasos no sucumben al dudoso honor de mamar TRANSFIGURACION DE LA MEMORIA
en las agrias tetas del conformismo. Van por a� con
las pupilas rotas, en sigilo. Disensión y encuentro, Es bueno estar solo, porque la soledad
desdoblamiento en protagonistas diversos al extremo es difícil; también es bueno amar, por�
de perder la gracia de dar nombre a los seres. Pero..." que amar es difícil . ..
Desandemos la trampa del tiempo. Vayamos a la
busca de esa fábula múltiple de la que todos somos • Cuando Obregón Perla, el señor herrumbre, se dio
deudores, en que todos los rostros se mezclan sospe­ cuenta de que ungiendo su cuerpo con saliva mezcla­
chosamente ... da con sangre de cardones, calzarse en las orejas dos
Mari Tere, la doncella de mirada transparente, vol­
vió a ver a Juanito el quieto y le insistió la misma
enormes pendientes de gitano, sonar latas de cerveza
y ornarse con tiras de colores, llamaría la atención
nota: del pueblo, era ya demasiado tarde: su imagen ha­
-"No te engañes. No tienes más domicilio que tu bía quedado atrás y él sólo era el recuerdo de un
infancia. Vámonos a la mierda, ya es tarde. El ca­ hombre cubierto de andrajos que agitaba botes vacíos
mino es largo y la noche llega. Empecemos a cami-
nar. Empecemos ..."
y se exornaba con cintas multicolores.
Su rostro lívido salpicado de viruela que despedía
tufaradas· de mentolato y eucalipto parecía el sem­
blante de un monolito pagano condenado a un siglo
de intemperie o a una guerra sin tregua con el pol­
vo de cien caminos. Las grietas de su frente, surcadas
a trechos por navajazos intemporales, acarreaba el
pasmo de un ánima en pena o del fantasma exal­
tado de una visión producida en las dunas en la in­
tensa reverberación del verano ...
12
Justo mediodía asaltaba las calles llevando a cues­ ron que se trataba del cinturón del tío Carlos Miguel
ta una bolsa de mecate que jadeaba al peso de dis­ y se largaron indiferentes por los corredores.
pares objetos: envoltorios de damiana para retirar Pendiente abajo, yendo a los mueHes, saltando el
obsesiones tardías en el amor; yerbajos para todos arroyo de las sombras, grupos de sombreros abani­
los males en la otra vida, sobre todo para los deseos caban su pereza con la mirada perdida en los reco,.
compulsivos de nunca regresar de la muerte; rece­ dos de la memoria, o soñando sueños de hombres sin
tarios mágicos para impedir que los niños de siete cabeza que llegaron al pueblo y se fueron, que vol­
años se sientan infelices; estampas inéditas de Nues­ vieron a venir y de nuevo se marcharon cansados de
tra Señora del Pilar de La Paz; oscuros novenarios buscar los cofres alucinantes de Francis Drake. Esos
de parturientas y oraciones abreviadas para los tu­ cofres que tus amigos iniciales buscaron por las ori­
llidos por los eclipses... llas y los cañones; que recorrieron con afán las fal­
Un perro de color incierto esparcido de innume­ das de la Calavera y los pantanos de San Francisco;
rables mataduras seguía sus pasos con nobleza· obs­ que hurgaron palmo a palmo las alturas rocosas del
tinada, olisqueando continentes naranjados en árbo­ Filoso y las blandas playas del Ermitaño; que hun­
les y esquinas y lanzando dentelladas a pulgas invi­ dieron sus pasos en los lodos de Palmira y remonta­
sibles ... ron el lomerío de Alondras; que volvieron derrenga­
dos y felices después de una agotadora jornada en que
encontraron el misterio del silencio y toparon con el
Yo remonto la corriente de mi río tibio sonido de las madrugadas. Los mismos amigos
para encontrar el furor de mi infancia... que muchos años después, en el tiempo en que el pue­
blo sufría los efectos de la gripe china, contarían otra
El día que conociste al señor latas vacías, al Obre­ versión más de la historia de los hombres sin cabeza
gón Perla de la primera memoria, julio dejaba caer y su origen incierto. Esos hombres que nacieron cual­
sobre el desaliño de la tierra el sol difícil que dila­ quier día y cobraron para siempre una realidad inu­
taba el cuero en erupciones mezquinas. Las viejas la­ sitada ...
gartijas de tu barrio asomaban sus estriadas panzas
por las rendijas de las piedras en aquella constante La mañana que viste a Obregón Perla, la cantina
muscular de sube y baja: practicaban el sexo con "La Chula Vista" combinaba el aire de la sierra con
diligencia. Los perros de Carlos Miguel, el tío perru­ oleadas de corridos revolucionarios y orines quema­
no de las manos descomunales, más grandes que las dos por el sol. El turbio· olor de tiburones hacinados
de cualquier otro mortal, arrastraban su discurrir en­ en los barrizales contaminaba la imagen de alcatra­
simismado ladrando a fingidos atacantes como estra­ ces .rondando sardineras. La resaca resbalaba a flor
tegia para engañar su propia frustración. La vez de tierra en el vértigo del verano ...
primera que hubieron de atacar al cascabel que se Habías terminado de elevar papalotes en un claro
despatarró tranquilo en las cajas de tomate, pensa- de las nubes contra un diamante que flechaba sus es-

14 15
pejismos en las retinas elementales. Tu pasión por . el dentro. Fue cuando advertiste su pétrea soledad de
porvenir te llevó a elevarlos tan alto que se perdie­ siglos ...
ron en los patios del cielo y descendieron maltrechos, Esos momentos el pueblo padecía el terror de una
ajados de colas y puntas, inservi�les p�ra una n�eva mujer enlutada que tocaba a las puertas, entrada la
acometida. A través del tenso hilo enviaste repetidos medianoche, en demanda de una limosna para ofi­
mensajes a Dios. Usaste papel_ delgado y letra de _im­ ciar responsos por los muertos en vida que habrían
prenta para que Dios los pudiera entender y el vien­ de ser aliviados desde el más allá. El miedo popu­
to suave los depositara oportunamente en sus manos lar comentaba que las monedas depositadas con re­
de porcelana, en esos dedos expresivos de finísimo ín­ celo en los umbrales, amanecieran impregnadas de un
dice que te gustaba contemplar en el templo y en las humor salitroso de palmera rejuvenecida, como si la
fotografías borrosas de Cleofas, _ el sacristán, que hubo marisma estornudara sobre ellas su vaho transterra­
de inventar un mundo de suenos para sent1rse más do, o el claroscuro vespertino iniciara su lenta erosión
solitario en medio de sus campanas. sobre las colas de las águilas. El rhismo instintivo hu­
Los volantes volvieron sin respuesta una y otra vez. mor que habría de sentirse en más intensidad la
Pero adivinaste que allá arriba debía haber mucho mañana de luces que el presidentt de la república
trabajo como para atender solicitudes de muchacho inauguró en forma simbólica la primera ruta de pa­
corrido de la escuela que sólo elevaba papalotes y sajeros por el mar, trepado temerariamente en el Ar­
pensaba asedios escritos en papel delgado, que se en­ turo, el viejo barco de cabotaje que terminó exhausto
tretenía en recordar las innumerables mentiras de en al guna ensenada, víctima de los incurables acha­
Cleofas, el sacristán, y su indecible perici� para to­ ques que le produjeran la multitud de la inaugura­
mar fotografías borrosas. Te gustaba repetir muchas ción. De la nave desmantelada en el olvido sólo so­
veces el recado que para ti fue una impávida reve.: breviven los versos ocasionales que Calvario Martínez
!ación y una idea sin sentido, porque te lo dijeron murmura de tarde en tarde, cuando el recuerdo de
que lo dijeras en la única fiesta de tus doce años: su hija ausente lastiman de reproches sus pequeños
-"Oye, Dios: te pido que me toque una buena ojos de azul celeste:
mujer".
El amor se forma de
Sólo los pájaros carpinteros que ganan gran altura recuerdos
en los días despejados te simulaban respuestas con y los recuerdos ti�nen
menudos acosos que tú interpretabas de diferentes ma­ la cara dura ;
neras, según corrieran las ventiscas familiares: "Oye, El amor amontona memoria
Dios: te pido que me toque una buena mujer" ... y la memoria es recuerdo
y el recuerdo hostiga.
Fue entonces cuando conociste a Obregón Perla,
que su figura caló hondo y se te fue aplastando por Cuando viste a Obregón ·Perla, un ·corro· de mucha-
16 17
ue los muerto
s duelen
u rd , m uchacho,q
chos lo seguía por aquí, por allá lanzándole piedre­ "-R . c
n más Vives e
1 suenO del silen-
e a
el
e
v s d
N

cillas desafiantes q ue Obregón Perla miraba estrellar­ pero los v


d e : ega c on
l os borregos de1
i o u e
qu t m
se e n s u ros tro con la sensación de que er an mariposas cio. Cree s ¡ s� l�s nubes p ero lo cierto es
e u
de prima vera en peregrinación amoros a. Lo mi raste cielo, que te ll � ñ as de la �u­
st rozó las �nt ra
a a
m r� � ti d:
con expectación ese día, esa tarde, esa noche, y lo se­ que tu alu b 1e n
� rito desesperado .
Aulló cmco
guis te viendo muchas veces , y aún miras su figura, y jer que te pano en dolor que v ía volteado .
días .sin poder ªa�roJ ���u ue te entrega
en
sus brazos y sus manos y sus palabras y su sombra ' " a n algún
Munó recomen an d e q . . . n
r e
obstinada y su recuerdo y su historia y su muer te y
· · n su imagmac10 ·
su transfiguración y aquella rueda de niñ os en sus lugar que s61o existio, e � del santuario comenzaron
danzas desconfiadas. Esas danzas desconfiadas que gi­ Esa t arde las ca�pana ab cinturón de nu -
raban en los polos del asombro y el terror ... a doblar en for�� mexphc 1��:rada del pueblo.
Advertiste que sus ojos reflejaban la mi rada dis ­ bes negras humi
llo la calma uelo dibu­
n a ras del s
persa de un niño que ríe sus p ropias travesuras . Que Parvadas de zanat�d cru::� símbolos ondulados que
eran el reclam o ambiguo de un ser señ a lado por la jando en su estampi a . v el oeste crepusc

in ocencia que sólo sabía de a islamientos. Que le d e­ ilit r el roJ O . am arillo d m­
se d ar los sí
creyeron; adivin
a on en
lar. Las vi ej as del ro�ano a
eb
cían el nagudo, el coco, porque ves tía lis tones multi­ iar s sus remor­
s d l p lv � c orrrr1n
en
colores y sonaba latas de cerveza para a huyenta r la bol �� 8 cara
e
el homb re de
u
o e o
ita° ª
n d eye,n
y
soledad que lo seguía como cosa conocida . .. dim ien t s mu abía muerto en
sus cnmenes h
s
·
o
Habrían de deci rte que se llamaba Obregón Perla c n J p m anch6 1a
r de los zanates
u e or
b ti
e O
El
o
d
de
olor d q
t da
porque de alguna manera llamaban a aquel viento 1 · ª . macul ada en memo-
sa n
parte del cielo que pe7�n t :Uerte por la libertad
e
que cruzaba el pueblo justo al mediodía envuelt o en
e

una nube de polvo y en asaltos infantiles. ria d el niñ o que sacn i�o o en ue la peste usur­
ª
Los días que el último aguacero devastó la tierra de su padre, en aquel tiemp que b�ja de los pueblos
hasta dilui rla en un vid rio irreparable supiste que padora lo inmoló en la curva
Obregón Perla padeció encuentros c on el círculo de fantasmas .. ·. as va-
erla, el señ or lat
irrealidades que le parecían la habitación de un em­ Cuando viste a Obregón P bras de su abuela mez-
1a
budo desolado. Las m.Í$lllas irrealidades que lo ago ­ cías todavía recordaba las pa condenaban el m�men-
biaron la vez que Roberto Ma lacara le preguntó por cladas con otr�s .palab.ras que regó al primer extrano
to en que �u umc� hiJ a se .entel último miserable que
N

la identidad de sus raíces y no tuvo más respuesta que "


retomar la obsesión d el túnel : que apareció por el pueblO• •
ºn una
arribó c on el ca ll l a g c
� ��i� :; ;���fñi que le
r
-"Sólo sabemos la e ntrada pero no la salida. ¿ En r o n
·
be o

qué realidad estamos?º . . maleta llena de cuentas e vi de pe os f 1 "


bi rló la honra por un
puñ.ado �
Esos encuentros y su nacimiento inesperado lo en­ ·
Ese tiempo de e x lta c n s t rm ,ª
mana �:�ndo. l,a
volve rían en prédicas taciturnas. Volverían sobre él re gón Perl a traducma
a io e e

los rencores. y las palabras de su abuela : gente de jó de creer que Oh


19
18
la leyenda de marginaciones en un tiempo de emble­ . . tuales. Los J. ueces de anchos levitones y ma-
vas espm . c ruzada
mas. Cuando se convenció que el eremita, el deser­ rneron e1 pueblo en una
tor, el n agudo, el fugitivo, sólo era una brizna de si­ nos de flamingo reco r la fe qu e se había marcha ­
tra
lencio en una costra de destrezas para conve rsar de esperanza: encon bón que promet', io un río . L
. o .m-
s gu n d bri
do con el
a
un t
consigo mismo en largos monólogo s. Pas os que se pier­ o n fr acaso tuvo
cruzada, que s� pens , ;ro, n te�ue brillo esmeralda
e o
acier
den, historia sin mérito, huida y polvo, mediodía y
escape ... esperado: la tierra co arn �bar el otoño con sus aire
s
El día que lo conociste te produj o la impresión de todo e�e verano, ,Pero eraIda adquirió el tin t de
perplej os, l a p ehcula esm
al
e

un viento de presagios, de a lgo cali ente que se alej a


pl omo indeciso . . · e
del ánimo ciertas tardes y regresa en n oches indeci­
ombre s si n cabeza
de un origen remo�o q u
bles para contin uar cavando, ro yendo, con sus uñitas de la última �t p , ll ­
'!-- CI�)11a con los fundadores un intento mas por res:
º
com
ia e
de ónix, las revelaciones interiores.
o

en
<1aron de nuevo al pueblo . o .mgl'es. Retrucaron su:>
de l c rs n .
Ahora recuerdas que sólo una vez viste plega rse en catar 1os baúle.s . . ra mirada de los zopilotes
0
a
1es t
o

esos al advertir 1
sm
su rostro la mueca de la resignación: el día que un os h -
lmente en el contorn o . L
a

camión enturbiado de estibadores trituró al perro �ue d nza ba n rit u or�:::a


bres sin cabeza se die
a

f
a
de color incierto desbordándolo en una masa sangui­
;:�a���� s2t�\e� 0 :e�ía una
l

desolado no andaba pa
:��r:
nolenta. Viste que recogió la pelambre del animal
revuelta con tierra de tepetate, a tarla cuidadosamen­ paz �repuscular ,., d fm't' 0 Se avinie r
ll�� d� herrumbre ue
on
q
te con sus lágrimas y depositarla en la bolsa pronun ­ ;�d�
ciando algo que se pe rdió e n el sop or de l atardecer.
Esa mañana los vecinos del estero habían descubierto
:r:1::i� ��Jwell había co.lgado a o��:: 1: t�i!:
bahía para desollar el remolm del verano . Al o este
o q ue p�
l ª

en los mezq uites los residuos de una anciana que se flota en l a asp r z
an�l� acamp3:nada s
e a
e
e
extinguía en un mes de m uerte y devora da por hor­ ����: b�omwell hundiera la �ltima utopia en 1
l
migas cimarrona s. La anciana había permanecido ins.talaron los fundadores de . prt
muda y clavada en s u camastro virreinal mientras g ra de gu arniciones, en esa
pruner cuart . . .
. y m ás º<1rande aventura
mera gran m 1S1o, n, la mso,1ita
e l
veía aterrada la lenta devastación que derruía su cue r­
el en

po : la muerte latente que avanzaba irreductible. Los de los tiempos pas ado
s.
a utopía desm nta
?n
vecinos lograron r escatar un objeto macilento que de­ Los fundadores de l a últim ataron paros �
positaron en los fangales "del otro extremo del pueblo . ,m ª,
siete hectáreas de tierra bravía es avemanas con ;�:
Por ese tiempo la leyenda de la mujer enlutada aron tr
nidos de serpi ente s, cruz -
había quedado grabada en los vientos viajeros de la in. descifrables natur l s y el avaron su campana en .me -

m dó
ensenada y lo s muertos en vida, e xculpados en un tes de buscar
e

dio de las pa1meras, Y an


a

. ra cr z, d" lJ O el más vie jo


l a co a I

juicio sumario por jueces de anchos levitones, sufrían nea para levantar la pn me �
una n ueva calamidad : el agotamiento de sus reser- a:
de ellos con desafinada impot enci
20 21
-Carajo, debemos conformamos con rezar. Es in­ los envases de cerveza; orinaba hasta saciarse, incon­
útil toda esperanza. tenible, en las tiras de colores, y esperaba la muerte
Siempre supiste que Obregón Perla desvivió los con la misma indiferencia · como cuando esperó por
años sin premura. La tarde que lo encontraron con rruchos meses la respuesta al enigma del infortunio.
la pelleja endurecida, el sol concedía la tregua vesper­ "Rasta aquí llegamos", dijo, y reconstruyó la figu ra
tina v el crepúsculo batía palmas en su autofagia es­ d animal sepultado a la sombra de los ciruelos. Vio
plendente. la ube mensajera que se desfloraba en borregos des­
Con el rumor de su muerte que recordarán siempre hi anados y volvió a pensar en la imagen de su ma­
en otras muertes, un ruido de sepulturas reptó ondu· dr que nunca había conocido. La miró desvanecerse
lante por las calles del centro; recorrió las bancas un punto abandonado del cielo y su cuerpo recu­
ociosas del jardín municipal; giró, sorprendido, por el p ó resentido el cansancio de la vida. Volvieron si­
busto del Benemérito; dio tres vueltas en las torres ltáneos los rencores y las palabras de la abuela :
de la iglesia y desapareció alarmado de su propia pre­ ¡-"¡Oh, Dios, la muerte es el recurso que tomas
sencia por la cresta del cerro atravesado. dara limpiar la mierda que nos ahoga!"
Al tiempo que Obregón Perla desahogaba su vida Viste a Obregón Perla que yacía en un banco de
contemplando una nube mensajera, cre.íste escuchar huizapoles y de su vientre manar interminables chu­
las trompetas de una banda sinaloense que tocaba ) parrosas que se perdían en la parda tarde rumbo al
lejanamente el niño perdido. Pensaste que los soni­ crepúsculo. El ambiente quería conciliar el sueño de
dos de las trompetas eran el silbido de los muertos un niño que retoma al vientre de su madre después
dd camposanto remiso enclavado en tierra de exco­ del abandono. Viste que el cuerpo del señor herrum­
munión. Comprobaste la inexistencia de las tumbas bre se fue pegando a la tierra, diluyéndose en un te-
remisas y afirmaste que los ruidos bajaban del río nue vapor ...
que el pueblo siempre quiso tener pero que el go­ Al morir el día, observaste los contornos borrosos
bierno nada más prometía. Negaste que vinieran de de un hombre que apareció por el pueblo para res­
las bocinas melancólicas de la Tenería que llamaba catar sus raíces y vivir el espejismo de un pasado que
a los trabajadores desaparecidos en el último incen­ buscó en el recuerdo de su filiación ...
dio. Abrigaste la sospecha que llegaran de la caldera
abandonada hacía un siglo que de vez en vez vomi­
t�?ª fumarolas de buen augurio. Concluiste por ve­
rificar que Obregón Perla había muerto con la es­
peranza de. morir en medio de ruidos que 1...onfundieran
a los vecinos ...
Obregón limpiaba cuidadosamente las manchas de
saliva en la curva que baja de los pueblos fantasmas.
Arrojaba lejos las pendientes de gitano; destrozaba

22 23
ESOS Y OTROS DíAS

\\
En cada linaje, el deterioro ejerce su
dominio ...

Obregón Perla penetró en la iglesia con el temor


de que los santos advirtieran su presencia y desvir­
tuaran el diálogo que sostenían con las almas que ha­
bían dejado el mundo sin conocer el amor. Pensó
sorprenderlos en .Pleno debate y cancelar para siem­
pre las reservas inauguradas desde la infancia, en
aquel tiempo en que el pretexto de sus ojos se cla­
vaban en los labios de Santa María con la ilusión de
que la virgen le agradeciera sus visitas con una mi­
rada de cortesía. Con sigilo se entró en la bóveda
adoquinada que en su parte más comba dibujaba el
trazo de un paraíso churriguero que recortaba las fau­
ces de una serpiente bicéfala parecida al rostro de
Calvario Martínez, el hombrecillo de mezclilla que
durante treinta años se prestó a batir las campanas
parroquiales con la esperanza de que el juicio final
t�viera compasión de su hija escapada de su hogar
s� dejar ningún recado. El olor de incienso de una
misa recién oficiada apagaba los canturreos místicos
de Prudencio, el monaguillo, que encendía los desco­
munales cirios pascuales con un tridente entorchado.
En el terso semblante de los santos se adivinó la
alegría poco después que el hermano Fratelo fue

25
arra,ncán?oles lo� ropones de balleta negra con aciones
hab1an sido c�?1ertos en los días de la pa sión. S u
q e pia debe purificarse ; de spren��rse . de aspir ficio,
al­ vulgares por medio de la mortifi ca ción, e l sacri
ta?an en las OJ1vas laterales las notas de un in
-" ¡... e araJ. o .,,,
m1sere :e. arr�ncad? sin talento pero con la ener cisivo el dom inio de sí misma".
, gía de
la vohc!on n:isen. s1ble a un viejo órgano napolitano
cuya ex1stenc1a siempre se puso en duda. El ronroneo de las palomas en las to rres gemel�s
Obn;g?n Perla r ecorrió humillado l a va sta nav arrastró el pensamiento de Obre gón Perla al espaci.o
e y
se �ento J unto a u complacien
� te San Ignacio de piel donde se embotella ban las preguntas, _al lugar mevi­
papza que t�as!ab1llaba en el corcel y ofrecí table cercado de silencios: el cementerio, que lo_ sa�u ­
a la mi­
tad d; su tun ca a un lepro
. � so de m anos metálicas. raba de un temor animoso. El correr de sus me�1taci?­
Espero cab1zbaJ? que el ue r ero sin mengua nes lo instaló en la tumba del g ener al r�� oluci ona no
entrega­
ra co mpleto el !1�nzo, y vi&"o, :incrédulo, que el que e spe ró la guerra sentado .e� una. v1e)a poltrona
mendigo ,
d� manos met::ihca s se alejó renqueando p de mimbre. El día que se dec1dio a lunp� ar la ca ra­
or la co ­
�1sur� del atno . Al fondo de las banca s, Prudencio bina abandonada en el a rmario vio apacible que los
d1scu!ia con la bea �a Anastasia el poder de cadávere s de sus enemigos pasaban por la puerta ? e
l
ras b1bh. cas por encima de las vigilias alucin as lectu­ su ca sa. Murió en la certidumbre qu� las. revolucio -
ante s:
-"Hay que soñar sólo Jo que se necesita" l nes se consiguen con una ardiente pacienc ia .·
Y r eto mó el encendido de las lámparas con' e dijo Sentado en la tumba del general revoluc10nan o,
: .
recelo s;
generosida d.
Obre gón Pe rla vio que seis misterio sos ho mb e s lle­
Obregón Perla recuperó el cuchicheo de lo s vaban a pulso un ataúd de modesta factura ( :; c1;1atro
que ya se �abían unificado en su de sdén por santos tablit as frágiles") que contenía "la mate ria sutil de
la vida

!�
Y reconveman a las almas desamorada s q un poe ma co nclui?o ". Los seis �isted osos sep�lture ­
ue in voca­
ban miseria de un derecho escamotea do : ros cavaron sin pnsa una pequena fosa y depo sita. ron
- . . . el a mor nos llena de e xaltaciones en el fondo la materia leve del poe ma conclm�o .
n os puebla , P;ro el desierto que llevamos cuando
d entro Jo Arrodillados los seis sobre la tierra go rda, pronuncia­
conf�a en algun lugar que nuestro egoísm ron una o ración inco mprensible 'y se r etira ron co n la
o des
-. , . . El a mor se afana por descubrim tr uye ". misma parsimonia con la �ue Obregón Perla gustaba
morimos desgarra dos". os, pero
e ntreo ír el rumor de lo s pmos propagarse por los so ­
-" ... quere�os las transgresiones que de
do a nuestras vidas, pues sólo el pecado j n senti­ cavones de las t umba s, conj etura r en las l�rvas que
ustifica a l fluían de ] as quebr aduras, lo s brut�les cammos reco­
mundo" .
" rridos en sus inces antes meta morfosis.
el a mor no muere ; nosotros
le damos su Al marcha rse los enterradores, la tarde. obli�ua
esencia ".
" clausur aba a pausas la entr ada al ce me nte n o, mien ­
.
" PPerm aneced en 1a inocencia ".
a ra que el alma pueda halla
tra s Obregón Perla reconstruía las truculencias de su
rse a sí pro- abuela:
26 27
-"La gente de buen corazón puede ver el milagro La madrugada lo sorprendió c �m .una esmerada puñalada
d �l. rico rechazado del reino de los cielos y el pro­ que le barrió la �da antes �e d1genr el fresc?,r d�l alba. Su
sangre se disgrego a los gntos cazurr�s que . realizamos las
d1g10 del camello penetrando por el hueco de la aguja. primeras pesquizas". El cadáver qued? un ov1!lo ,qu� se tr �­
La gente de buena digestión observa sin inmutarse dujo en difunto afamado y el asesmo, en mcogmta estl­
que s e pudran de hambre los tibios y los cobardes mulante.
mientras ellos agradecen el pan y rezan el Alabado..." El crimen fue una fiesta persecutoria .. El lug�r del . ovillo
Obregón Perla miraba los epitafios. Por ahí circu­ lo ocupa la cruz puntia�da que da ongen a mtermmables
laba la síntesis del pueblo. Ahí la voz de todos y la inquisiciones en los estudios de escarlata .. . )
de . �inguno: la conseja y. �l embuste, el sublime y
el 1d1ota; el manso que ced10 a todo por lejanía y co­ "El Mechudo... ¿ ?"
modidad y el pesimis ta que colgó su quimera entre (La soberbia del Mechudo es un af�� i;mo porq ue Dio� cas­
la felicidad y la duda. Galería arbitraria de la me­ tiga severamente el pecado de omJSJon. ¿ Qu e patrana es
moria voluntaria: esa de que un gentil se arroje a la. ma� �;1 busca de la
perla del tamaño de un huevo de gallma p1d1endola e? �om­
"Antonio González, muerto en 19.. . , te recuerda bre del Supremo Sinvergüenza? Las pe�las son las la�mas
de las doncellas violadas por los conqmstadores y es m�d­
tu esposa como el primer día..." misible que un cabrón indio sin cruz_ ni a�abeto compita
(Antonio González se aferró a la vida como náufrago cuan­ con aquellos que las piden por la gracia u mvers�l. Que sea
para escarmiento, y en lo fu turo las perlas extra1das de �os
do el médico le amagó tuberc ulosis. Vivió con intensidad
placeres deste rumbo sólo ornarán la testa de nuestro fel.1;e
el romance que culminó en matrimonio insubstancial. Casó
emperador. Queda prohibido, ?ajo pena de e.5trangulac1on
con Facunda López, mujer estrábica de carácter ceremo­
regresiva, que los guaycuras av1ent�m su s malditas flechas a
nial que se negó a tener hijos al enterarse que su marido
los buzos de la corona. El golfo sera la fron�era entre. la per­
se desinflaba como un caballo en el desierto. Antonio Gon­
versión inconcusa de un occidente enloquecido y la simpleza
zález ( t: rec uerda tu esposa como el primer día) agonizó
una manana y Jo enterraron dos horas después en previsión seductora de estas tierras que ya levant-:ron la úl,tim.a utop;a
_ ,
en desagravio al Gran Traicionado. ¡ Que cono mas nd1culo.)
de que el aire fresco de la marisma le diera fuerza para
aferrarse a la vida como náufrago. Vivió intensamente el .
breve romance que ...) "María, viuda de G onza'lez, en memona... ,,
"María Osuna, cortesía del Municipio, 192
... " ( Cuando la anciana amaneció colgada de� !Dadero supusi­
mos los motivos del asesinato pero no h1crrnos otra cosa
(Señor cura soy una lavandera con cinco que persignarnos. Lo curioso, mi querido Comelio Césa�, es
hijos que dejo
solos todo el día y tengo miedo que las la terquedad acumulada en la millonaria que se resistió a
ratas se coman al
más pequeño Je suplico una oración.. . morir después de 1!1uerta. T��tas �e��s como fue muerta,
-Vieja pendeja cómprate un gato...) otras surgió a la vida y rnuno defm1tivamente cansad� de
morir. Los embozados practicaron una decena de _acc1o�es
"Inocencia Tejeda, r.i.p., ... " desesperadas y seguro se placieron en la que les.�1,0 me1or
resultado: un soberbio estacazo asestado con precJSJon en el
(El crimen fue en los palmares, en sus parietal izquierdo)
palmares queridos.

28 29
a lgo se le zafaba
"La animi ta, 19 ... " Obre ón Perla tosió y sintió que ar s pre
ific �ta_s;
or den�ro. Le costó trabajo just pant es,u
el on y � smtio
�alió de la iglesia y ab andono oncs que contmuaban
e
(El niño fusilado en la curva que baja de los pueblos fan­
tasmas tenía diez años cuando ofreció su vida por la liber­
aturdido por los primeros cohe
t
tad de su padre. Es decir, cuando ofreció su muerte para val . . ·d '
que su padre viviera. Los soldados aceptaron el trueque. el tercer día de carn a
o y en el J al m ce
_
El cielo se oscurc c�a poc o a poc . �e
Los dejaba igual fusilar un muchacho que pedía la muerte,
y los prepa rativos
que tronar un ranchero que chillaba como gorrión. El ma­ tral se a grup aban los disfraces
zó e� parque con d1s­
tariíe castrense graznó lo práctico de tumbar un objeto obs­ la diversión. Obregón Perla cru cien de al merca o,
tinado en su verticalidad que un blanco temblequeante. Lo� al ganar la calleja que des
calzado con botas
r::pº;zl con un gigantesco a rlequín
disparos abrieron brechas en el pecho del niño, pero resi5-
tió la metralla sin pestañear. Una segunda descarga se apres­
taba para abatirlo, cuando el muchacho se retiró acrecido pretorianas : ,,
hasta ubicarse en la porción del cielo que permanece in­ -"Hazte un lado, pinche loco
maculada en recuerdo del niño que sacrificó la muerte por y Obregón se hizo.
la vida de su padre en aquel tiempo en que la peste usur­
padora lo inmoló en la curva que baja de los pueblos fan­
tasmas ... )

"Jeremías Montoya, 193 ... , requiescat in pace ... "


(Aquí yace Jeremías Montoya que murió de un exceso de
idealismo. No soportó el ataque de un zancudo que con­
fundió con el conde Drácula. Antes de morir. dijo a su
suegra: "Pasaban en el Tropical El hombre murciélago; al
salir, la noche y los relámpagos me aterrorizaron. Una som­
bra aleteó ante mí y defensivamente me llevé las manos al
culo. Sentí los colmillos transilvanos absorbiendo mi san­
gre... " Palmó sin más confidencias. En el velorio, y en
la bolsa de su chaleco, una mano anónima colocó la mise­
ricordia de un collar de ajos, dos agudos estiletes de ma­
dera y un crucifijo de sololoy)

"Anselmo Carvajales, poeta , 191 ... "

(Anselmo Carvajales fue un notable poeta de corte medie­


val. Iluminó su lira con cantos desaforados que loaban las
virtudes de la abstinencia y el sacrificio. Su mérito mayor
fue haber compuesto una sentida décima al presidente mu.
nicipal. Al oírla, el presidente murmuro:
-¡Caray! ¡Si no eres tan pendejo, Anselmo!)
31
30
La barca del amor se estrelló contra
la vida cotidiana.

El primer hombre sin cabeza que llegó al pueblo


era un vizcaíno perplejo que venía huyendo de la jus­
ticia por asaltar El Escorial y hurtar el jubón pre­
claro de Felipe el triste. Fallido el asalto por el mal
olor del pudridero, su natural condición de pícaro sin
consuelo le ofrecía olfato para detectar botines con
sólo husmear los aspavientos de los conquistadores
que se encontraban en los figones. Ubicuo y diestro,
enigmático y cazurro, escapó en formas plurales de
las torturas del potro, y en Zaragoza, mientras mi­
raba con embeleso la estatua del segundo de los mise­
rables, se enteró de las Sergas de Esplandián por boca
de Wl bachiller derrengado que había estado en la
península de la utopía en tiempos de la recolección
de ciruelas, "un fruto especial que obliga al retor­
no", según él, pero según el maestro Comelio César
-periodista y profesor de la vida-, que explicó a
un anillo de empinados turistas:
-"La ciruela no es otra cosa que el fruto del ci­
ruelo, de carne dulce y jugosa, que envuelve Wla al­
mendra agridulce y encierra un hueso leñoso. Gustan
mucho en tiempo de aguas, robre todo cuando escam­
pa. Que tengan propiedades extravagantes que obli­
guen al retomo no· pa!a de ser un si gno de nuestro
retraimiento".
-"Sabed -dijo el bachiller al vizcaíno con tau­ ras y la color embetunada destos naturales me r e-
matúrgica solicitud- que en la diestra mano de las vienta. Sólo veo soledad. ¡ Mecachis ...!
Indias hubo una isla llamada California, muy llegada Pero aguantó con diligente esto icism o_ los pnmer�s
a la parte del Paraíso Terrenal, la cual fue poblada tiempos. Sintió muchas veces. que .la puna!ada del si­
por mujeres negras, sin que algún h ombre entre ellas lenci o le sobregiraba una exi�tenc1a de no.ma. .da pos­
h u biese, que casi como las Amazonas era su manera tergado . Pensó que, �l silen�10 era la posib�1dad de
de vivir. La ínsula en sí, la más fuerte de rocas y bra­ una cuarentena poht1ca. Mas tarde recu pero la sen ­
vas peñas que en el mundo se hallaba; las armas eran sación de que el silencio se debía al esc�zo i: de un
todas de oro, y también las guarnici one s de las bes­ próximo terremo to por el parto _de un v�lca.I; 1?genuo
tias fieras, en que después de haberlas amansado, ca­ que la población habría de sonar con 1mpav1da ex-
balgaban; que en toda la isla no había o tro metal pectativa.
alguno. En esta isla de California vivía una reina Ca­ Animoso recorrió las radas para hu rgar en las are-
lafia llamada ... " nas la señal que l o llevara al término de sus ambi­
Sin descuidar sus buenos modales de taimad o ana­ ciones. Removió los escombros de los matorrales y
crónico, el vizcaíno sobrenadó l os mares enfilando los estornudos del mar que arrojaba cordilleras de
siempre hacia occiden te. Procuraba no olvidarse de detritus en las orillas. Observó disimulado que las ca­
"la die�tra mano de las Indias" ni de las negroides suchas del pu eblo estaban co�strui?as de mezquiJ�
pantorrillas de las amazonas que veía danzando en sin devastar como las o bservana mas tarde Obregon
la tibia oscuridad del paraíso terrenal. Resistió sin Perla para decirle a Felipe Malacara que el vidrio so ­
desesperarse el escorbuto de la fatalidad. Sobrevivió plado que se acercaba embotellaría sus vidas en una
una prolongada estada en los islotes del golfo donde compresora de tornillos. .
aligeró la caza de rat ones y asaltó aldeas mudado en El vizcaíno sigui ó resistiendo muchas generaciones.
guardia civil. Cubrió el territori o de hij os cobrizos A pu nto de abandonar sus quimeras, una mañana se
q!le habría� de heredar del padre la afición por los topó con cuatro e xtraños jinetes que tení� como �l
cielos despejados y el entretenimient o de sumar estre­ la misma mirada, perseverante y desaprensiva. El mas
llas si n perder la cuenta. La primavera del añ o de alto, rubio y descomunal, arrastraba un taparrabo he­
l? inquietud arribó al pueblo empotrad o en u na ba­ cho trizas zurcido en misterios y tribulacio nes; el más
liza y se sorprendió de la tierna indiferencia de la bajo, blandió al vizcaíno un arcabuz ansioso y le em­
gente ; se trabucó con los molinos de vien to que le re­ bigotó en castilla apremiante :
cordaron vagamente un person aje de su infancia y se -"Mierda, otro cojón".
aterró de que los habitantes soportaran la devoción El median o, incie rto y culterano, desvió su sorpre­
de creer en las buenas intenciones y toleraran las tram­ sa; el {1ltimo, trasijado, traficante, pro veedor:
pas de la incertidumbre : -"Terminemos. Busquemos todos el oro. Si encon­
-¡Coño! Aquí no veo amazonas ni pantorrillas. Ni tramos la utopía, carguemos con ella".
paraíso ni bestias de oro. Sólo veo alacranes y víbo- Y marcharon los cinco p or el tiempo ...
34 35
Pero el primer hombre sin cabeza que identificó el Muchos años después que los hombres sin cab.eza
pueblo tenía la apariencia de un filibustero desvane­ indagaran los lugares donde se encon!raban los veh�es
cido. El bosquejo de su nariz hipocondriaca digería mágicos de \.Yilliam Drake, una manana decembnna
con felicidad lo mismo el tufo azolvado de las mo­ el pueblo despertó con la noticia . bomba: �n los ba­
nedas victorianas que el vapor de cebollas marchitas rrizales del norte habían varado siete formidables le­
de las muchachas en los años de la sensualidad. La viatanes de color acero, de proporción insólita, casi
pasión por el oro y las pantorrillas se le metió con bíblica, que para penetrar en sigilo durante la noche,
igual sosiego como se le fue la idea de la ternura. y concluir en los médanos mo�ibundos por 1� extensa
Oriundo de un gaviero de ojos azules que murió en navegación, habían sido empuJados por los vientos del
el palo mayor por querer valer la legalidad, dedicó la deseo que la gente desperdigaba por el mar en los
mitad de su vida en ganar fortuna, y la otra mitad, días de la Santa Cruz.
que habría de prolongarse por varios siglos, en per­ Y numerosas conjeturas produjo la llegada de los
der!�. Despachaba una edad indefinida de su primer cachalotes. Al final se aceptó en sumario consenso que
tercio, cuando se dio cuenta que no tenia hacienda los visitantes marinos representaban el número siete
y . su estrella apenas le forzaba una existencia quebra­ de la ilusión de los guaycuras. Que se iniciar�a con el
diza. Fue cuando conoció al bachiller en el figón ca­ arribo una estampida de progreso ya anuncia?ª por
minero, y éste le deslumbró el universo del otro lado el caracol ritual de las doncellas antes de ser violadas
del mar, y le habló y lo convenció de los tesoros de por los conquistadores. La alegoría semejaba la del
los piratas británicos escondidc� en las ensenadas. Te­ tres de mayo cuando Hemando de Cortés entró por
soros y baúles que yacían temerosos de la ira de la el mismo lugar de esa bocana gritando desde sus na­
corona y la persecución implacable de la armada. Le ves casi en cueros:
volvió a repetir que los indígenas eran seres silvestres -"¡Hideputa, qué calor!"
a punto de extinguirse por la hambruna, las epide­ Hubo de asombrar el rosario de revuelos, peregri­
mias y las enfermedades transmarinas; que eran tan naciones, revuelcos y desatinos que trajo el �hubasco
simples qu� desconocían la embriaguez y el pitorreo, de los eximios matalotes. Mientras fue posible con­
pero practicaban el sexo sin descanso y fumaban ta­ servarlos en baños tibios de sal alcanforada y alimen­
baco cimarrón; que vivían pepenando de la piedad tarlos con sardinas adultas, el pueblo cedió a la ten­
de la cruz, de la piedad de las pitahayas, y segura­ tación de dar sentido universal a la cronología de los
mente también tienen un lugar especial donde depo­ sucesos' de ofrecer crédito . a los ojos del mundo para
sitan. sus per!�s y si vos actúas con astucia podréis que vean los que no qmeren ver, para que 01gan
.
localizar el sitio y regresar con fortuna. No olvidéis los que no quieren oír, para que entiendan los que
que la tradición nos aconseja la victoria, jamás la de­ no quieren entender. Por eso organizó guardias noc­
rrota : somos vagabundos, conquistadores y caballe­ turnas con relevos tumultuosos. Envió embajadas de
ros... caminantes azorados por los rincones del mundo para
que dieran fe y cantaran la hazaña de los tiempos
37

l
presentes. Para que la historia y la mitología dieran animalitos que sólo conocían la brújula de oídas. Que
un giro de vértigo y la verdad no caminara a ciegas no existía otra historia detrás de la historia sino la
con el lazarillo de la parcialidad a su lado. Corridos única realidad del maestro Comelio y su hábito in­
y décimas, cantares y vigilias. Pero siempre la ver­ veterado de mojar la cama. Que en cuanto a la pes­
dad, que por primera vez se sentía ataviada co� un te, que con su pan se la comiera. Que en cuanto al
semblante adolescente. Fue la única ocasión en que monumento, mejor en el próximo artículo, lector ...
el pueblo se vio forzado a expulsar a los charlatanes, -Pinche Comelio, es un mión. -Confesó a Obre­
falsarios y monomaníacos. Se obligó a los periodistas gón Perla mientras le mostraba los garabatos de un
a ceñirse con claridad, concisión y precisión a los he­ galeón que sucumbe a los embates de la ballena
chos, sin alterar una tilde los acontecimientos, y a de­ blanca.
nunciar a los prejuiciosos, inoportunos, escépticos y Fue Malacara el primero que pensó en construir
templados. una máquina que formara, imprimiera y doblara el
El tamaño de las acciones orilló a la gente a dejar periódico sin la intervención de tantos cajeros y pren­
de soñar en el río que siempre quiso tener: "Olvi­ sistas, y a los veinte minutos de producidas las noti­
darán también, temporalmente, la erupción del vol­ cias. Urdió con paciencia carmelita un complicado
cán ingenuo que ya empieza a quejarse con flatulen­ esquema de cables, planchas y tornillos, junto con una
cias periódicas por el rumbo del cabo de San Lucas", admirable red telefónica portátil que Jlevara a la im­
escribió el periodista Felipe Malacara. "El pueblo prenta la noticia justo en el momento de ocurrida.
volcará la fuerza de sus predilecciones oníricas en re­ -"Así el púhlico tendrá su ejemplar cada hora y
tocar los hechos con los detalles inadvertidos que de nosotros nos evitamos el engorro de verle Ja jeta al
pronto cobrarán su inmune frescura", concluyó con director", di jo la madrugada que le tocó reportear
optimismo restaurado. el crimen de Inocencia Tejeda, cribado en los pal­
El maestro Camelio César, al leer a Malacara, agi­ mares. Lo volvió a decir la noche que lo sacaron en
tó su consternada melena y contestó en su Margi­ andas de "La Chula Vista", después de tres litros de
nalia: aguardiente. "Sólo que hasta ahora no sé cómo in­
-"La otra historia de la historia es que estos pen­ ventar otra máquina que me d�a cuándo va a ocu­
dejos elefantes cayeron en el enredo de las corrien­ rrir la noticia", confirmó a Obregón Perla con pen­
tes, pero su muerte será vida para este pueblo. Lamen­ sativo desencanto.
taremos la peste de difunto que tendremos todo el
verano. Sólo falta que la declamatoria imaginación La importancia del asunto de los leviatanes, que
de Malacara levante un monumento a los cachalotes fue apoyado por una pluralidad de anécdotas, opacó
caídos". ostensiblemente la aparición de un minúsculo cristo
Malacara tomó en agravio la respuesta y dijo a sus simulado por los desafíos de la naturaleza en la cruz
lectores que no se concebía que un maestro de la vida de un cardón reverdecido por el salitre. No hubo can­
como Camelio llamara pendejos a unos despistados tos de gloria, ni se apagó el sol, ni el mar perdió su

38 39
f
color salobre ni se escuchó la música de las esferas, i traído de Alemania por los indiferentes, blanqueado

t
sino el silencio del valle con sus mil rumores de vida. por las palomas y trepado por los liberales el día que
En el fondo, erguido entre la rocalla del paisaje, es­ las fuerzas vivas del pensamiento cayeron en la cuen­
coltado por las guitarras y acordeones del aire, !ª ta de que nada tenían qué hacer, salvo comentar las
silueta minúscula del cardón formulaba en voz baJa extravagancias del hermano Fratelo y su cabeza de
una queja milenaria. mandril rapado.
Calvario Martínez abandonó un momento sus cam­ Obregón Perla olvidó el espectáculo de los barri­
panas para repicar en el violín la nota distante de un zales del norte. Tiempo después reparó que los des­
bolero que no tocaba desde que Obregón Perla le pojos de los ballenatos rodaban de puerta en puerta
dijo: . . . y de calle en calle, formando una sábana de huesos
-Mira Calvario el violín y las muJeres se h1c1e- porosos. Comelio César le informó que los desperdi­
ron para tocarlos. 'A Felipa la tocaron más de la cios que trompicaban por las calles eran la mortaja
cuenta y la desafinaron. Le sobaron la cuerda que con que se había cubierto el espectáculo de los tiem­
más gusta a las mujeres: la cuerda de la ilusión. Fe­ pos presentes ...
lipa no regresará porque la hicieron creer en el an1;or. -Sí, así son las cosas . . .
-Mi hija volverá y la reconoceré por el vestido
de primera comunión que llevaba el día que me la
robaron.
-Mantener la esperanza no te cuesta nada mien­
tras las campanas te aturdan con sus espejismos.
Calvario Martínez botó el violín y no quiso tocar la
polka tejabanera donde se mienta la madre a un
municipal. Volvió a sus campanas y Obregón Perla
regresó a platicarse los rencores de su abuela y a pre­
guntarse por la respuesta a los enigmas del infortu­
nio. En ese tiempo no registró ningún interés por los
cachalotes y apenas se indispuso por lo del cristo car­
donario. "El puede esperar: sus azares son la espe­
ranza. No nos gusta ver. La gente lo hubiera creído
si se lo cuentan". Hacía meses que sepultara el perro
incierto a la sombra de un ciruelo y su recuerdo lo
lastimaba cuando se tumbaba derruido en el pasto del
jardín central. Observaba el azul intenso del cielo y
ia extraña conformación del busto del Benemérito
que · flotaba incómodo en las alturas. Viejo bronce
40
41
He soñado con la realidad,
¡ Ay, con qué alivio me d,sperté!

Cierta mañana el maestro Comelio César despertó


con actitud inexorable. Vio tímidamente la pereza de
los ventanales. Recordó la derrota de la noche ante­
rior en una partida de conquianes y pensó en Ma­
nuel González, el policía. Reflexionó en las tensiones
del ajedrez, en sus variantes y artificios, en la victo­
ria hepática y en el deterioro desarbolado de la de­
rrota.
Llegó al salón de clase y miró a sus alumnos con
desdén corrosivo desde la eficacia de sus ojos de da­
miana. Los clavó en la calva primaria de Galindo y
se dilató en sus meditaciones:
-"Dos generales enemigos jugaban ajedrez en lo
alto de una colina. El encuentro era espléndido. Nin­
guno cedía posiciones. Los ingenios parecían equili­
brados. Abajo, los ejércitos de ambos generales batían
armas en la tercera edición de una lucha desconcer­
tante.
La tarde del desenlace? el general más joven per­
dió terreno por el acecho de los alfiles, y en la pla­
nicie un tercio de sus hombres fue desmantelado. El
general más viejo desenvolvió con nobleza los recur­
sos de los numaras y asestó temible tropel de peones
al monarca cabizbajo de su adversario.
43
-¡ M a te en siete jugadas!, dijo el viejo, y observó ñorío, decidió colocar las discrepancias en su propio
sombrío que sus solda dos se dislocab a� en fug a. tablero y se equivocó. Son los imponderables a que
-· Mierda! Yo debía gana r la p artida y perder la aludía el a nciano oficia l, ya que suponemos loa ble,
batalla. Usted, vicevers a, dijo el joven general. , . pero no operante, que los sueños, los v aticinios, los
-No, sir. Las posibilidades de . f allar er an mm1- deseos y las guerras dialoguen con el Tiempo en la
mas. Mi vacila ción consistió en los 1mponder_ables. � mesa de las discusiones ...
danza de las piezas es un a bellísima g�ometna , un in­ -Pero h ay algo más que no comprendo del todo
tento por ordenar el caos y reconstruir el or?en per­ -dijo el maestro Cornelio, ensopando de lirismo la
dido. Es suplantar a la divinidad. C ada pa rtida es la excitante medusa de sus ca bellos-. ¿ Quién soñó a
historia de un deicidio. Por lo demás, no creo que quién? ¿Fui yo quien los soñó? ¿Fueron los milita­
s a crific ar un ejército revist a importancia cu�ndo se res, o el Tiempo, o los augures, o los sold ados, quie­
tiene la oportunidad de perder otros. El destino de­ nes me soñaron? Bueno, dejemos eso. Los n aipes, el
pende de movimientos precisos ... ajedrez y los conqui anes son pendej ada s, por el mo­
-Va mos, gener al. Demos una tregu a. Volveremos mento.
a encontramos. -¡Y deje usted de soñar, compañero Galindo!
Ab ajo, los ejércitos reconstruyeron sus tiendas y se Y Comelio calló con un silencio animoso que con­
retiraron con ardimiento estricto". dujo sus pensamientos al bienamado paraje de los lo­
No obstante aclaró el m aestro Comelio, la batalla bos donde se creyó feliz a la orill a del m ar, por la
dependí a del Jueg�, y amb as :7ictorias . debieron incli­ tarde, en la frescura , la soled ad, los recuerdos, con
n arse h acia el vieJo, que accionó meJor la.s estrate­ las olas enormes como búfa los despeñados, soñ ando
gias. Aquí, sin duda, advierto la mano del Tiempo? ya con el imperio de sus dí as futuros. "No temo a n ada ,
que el viejo soñó la primera noche.9-ue perdía el JU�: Señor, pero temo a todo. Es mentira mi fortaleza . Es­
go, pero ganab a la b atalla, cm;st1on que� sobre�og10 toy solo, vacío por dentro. Sin resign ación, porque no
su dignidad c astrense. La alegona del sueno la mter­ creo en el cielo. Pero creo y sueño con el amor. Sólo
pretó por el anverso y jugó p ara media . vi�toria . El tengo esta másca ra, el va cío que me desgarra , este
,
joven militar hurgó en las �a�las de pred�cc1ones dias arte de mierd a, insuficiente, que na ce de mis debili­
antes y dedujo que sucumbma en la p artida, pe�o no dades y temores. Quiero salir, salir ..."
en la guerra. Sus augures lo entrenaron para mter­ Y volvió al grupo. Encendió el puro de rutin a sin
pret ar los mens ajes como se descifra un sueño, por dejar de pensar en el incendio de los crepúsculos mez­
el reverso: por eso pensó en la derrot a de su rey. El cl�do con el suave olor de los romeros, allá, en el pa­
sueño y la predicción eran correctos, no así l as pre­ raJe ...
tensiones íntimas de ambos generales . .. Oyó voces en los patios y creyó que era Obregón
Al enfrentarse, el Tiempo, que es l a metáfora de Perla que lo busc ab a. Acercó su perfil a l a rendija
un sueño inconcluso y siempre lo entendemos como un de la puerta y vio que el profesor de deportes plati­
eni!!TJl
::, a ' que suele inmiscuirse cuando se sosl a ya su se­
caba distraído. Volvió de nuevo al grupo y miró a
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J\,fanuel el flaco que tenía la clase ese día, .. -¡ Poco me importa donde empieza la historia o
-A ver, jovencito, empece�os.... en qué lugar defeca la leyenda! Me importa mi pro­
Manuel el flaco, soñador de 1mpos1bles, persegmdo pia fábula y sentirme involucrado en la fábula de los
por la nostalgia de la recuperación que te�!ª en. PD?º demás...
aprecio a los general�s ("So� una peste), mng� -¡Pero...!
acercamiento por el aJedrez ( , Es _una}ata ) y vanas -¡ Hace tiempo me quedé vacío y con un par de
acepciones por el maestro Comeho ( Es un f�rsante obsesiones que he convertido en fantasías! ¡ Sólo so­
intoxicado de parábolas"), resopló un bostezo mespe­ mos dueños de dos o tres obsesiones ...!
rado que Comelio César confundió con una trompe- -Usted no tiene convicciones.. .
tilla. ., -Tener convicciones es patinar y resbalar en la
Enamorado de una clepsidra con la que v1v1a_ en duda. Piense que los sueños son como las conviccio­
apareamiento, 1:fanuel el fl�co se evaporaba segu1d�­ nes: cambian de chaqueta según la digestión ...
mente por las fisuras del tiempo, .Y �etornaba am�n­ -¡ ... !
guo, con la ceniza de la congoJa d1bu.1ada en sus OJOS -El problema no es la historia, amiguito. ¡ Es el
viajeros. De vez en cuando, a la �ombra de las bar­ corazón del hombre!
das del internado, escapaba confes10n�s y c?ntaba sus -¿ ...?
fuaas. Era el tiempo que se sentía libre, hbre en el -Algo quedó por ahí a medio hacer.
espacio para asir a su clepsidra. Sólo que est_a oca­ -Hay que creer en algo, maese. En el amor, por
sión al traducir el bostezo por una trompetilla, el ejemplo. Mi clepsidra y yo ...
ma;stro lo atrapó en alguna dimensió�, probablemen­ -¡ Yo sólo tengo tiempo para emborracharme y te­
te la cuarta, a juzgar por la profundidad de su tur­ nerme piedad!
bación. Irritado, sin el paraje de los lobos en su -¡ El tiempo! ¡ Siempre el tiempo! ¡ Al diablo con
mente sin los búfalos despeñados, sin sus vacíos so­ la polisemia!
ledoso� vuelto a la otra realidad, el maestro disparó Manuel el flaco eludió la tormenta para escampar
por la �entana el bolo relamido del puro ("j Mi pla­ sus pensamientos en la seria rivalidad que le avecin­
ca, carajo!"), pronunció dos o tres frases de mtroduc­ daba la presencia de un hipogrifo policromo que in­
ción, incomprensibles, apocalípticas. vadía ya los sueños de su clepsidra. Desmelenado y
-Mire, Manuelito. ¡ Es usted un estupendo buey! taciturno, lo oyó cantar un día: "¿ De quién es esta
• ?
-é . . .. voz que va conmigo / por el desierto de la noche os­
-Si los pendejos como usted volaran, el cielo es- cura? / ¿ De quién es esta voz que me asegura / la
taría siempre oscurecido. certidumbre de lo que persigo? / / ¿ De quién es esta
-No' maestro' viviríamos en paz. Me molestan . sus voz que no consigo / reconocer en la tiniebla impu­
parábolas, sus cuentos, sus caracoleo�, �s reqmebro�. ra? / ¿ De quién es esta voz cuya dulzura / me re­
Usted es incongruente. Se pasa la h1stona y la reali­ cuerda la voz del pan de trigo? / / ¿ De quién es esta
dad por las tumbas etruscas ... voz que me serena? / ¿ De quién es esta voz que me
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levanta? / ¿De quién es esta voz que me enaje��? Su problema f ue siempre el ojo. El ojo con su llo­
/ / ¿ De quién es esta voz que cuando canta, / de qu1 ;n vizna porfiada. El ojo perdido en las bayonetas .•.
es esta voz que cuando suena / me allllda el corazon Llegó a la policía por haber aguzado el bueno en
y la garganta? pillajes de poca monta, donde no se precisa más cien­
-Disculpe, maestro. No lo vuelvo a hacer. -Con- cia policial que la injuria y el atropello.
cluyó Man uel el flaco y salió del aula en el momento La madrugada que descubrió el cadáver de Ino­
que Obregón Perla indagaba rcor el mae�t�o. Alcan­ cencio Tejeda, hendió el estilete de su único ojo como
zó a oír sus últimas palabras: ... los psicologos bu ­ un faro en la oscuridad para saturar al punto de su­
cean en el estercolero del alma para emborracharse con blimación su metafísica forense:
las frustraciones, y parece que es� jedentina ?e de;,­ -¡ Puta madre ¡ Está más frío que un muerto!·
echos les satisfacen. Bueno, la misa ha termmado . Hijo natural de un cuartel de drogadictos donde
olvidó a su pesar el fanal izquierdo en una colisión
-Vámonos, Obregón. de bayonetas, González fue siempre el miedo de ado­
,
-S,1, vamonos.
, , . lescentes y borrachines, al espionaje de infractores sin
Caminaron al centro. El día era esplendido. Trota- riesgos: perseguir proxenetas y conducirlos a piñazos
ron por el arroyo de las sombras y saludaron a un en medio de moralinas edificantes:
par de sombreros que abanicaban su pereza �on la -¡ Jálele, cochino!
mirada perdida en los recodos de la memona. No Un día memorable llegó al pueblo un pequeño bai­
pensaban en los hombres sin cabeza. Se entretenían larín de barba azabache que juró a Fe1ipe Malacara
en contar distintas versiones de las doncellas que se que "haría bailar a todo mundo". El municipio, ad­
marcharon sin conocer el amor, de las siete mucha­ mirado de aquella seguridad que hacía tanta falta a
chas que fueron profanadas por los cangrejos ... las nuevas generaciones, puso a su disposición las al­
Jadearon la cuesta del mercado y toparon con Ma­ mas y los cuerpos de todo el pueblo, y a Manuel Gon­
nuel González, el policía, "hoy pensé en ti, no te v�s zález como guía inseparable.
a morir este año". El gendarme, por saludo, extraJO El bailarín inició su baile en medio de una salva
de su bolsa trasera un pañuelo de mezclilla que en­ de ��l3msos. Nadie dudó de sus méritos. El ·pueblo
sabanó en d aire como latigazo. Orquilló la nariz en prefmo no dudar y se entregó a los méritos de aquel
embudo y sonó varias veces hasta botar un cilindro t:ompo infatigable que giraba todo el día, y seguía
amarillo que se escurrió por su lacio bigote. Raspó girando durante la noche, y giró tres meses sin -can­
los residuos con las uñas y siguió los pasos de la pa­ sancio, hasta q ue todo mundo bailó una mañana ante
reja con ánimo recalentado, adivinando la cuchufle­ los ojos complacidos del candidato presidencia], que
ta, floreteando el albur inminente, preparando el tras- comentó:
patio de maldiciones. . -¡Es un meco!
.
La pareja alcanzaba ya la plaza. Volvieron su vista
y reconstruyeron sus ligas con González: . El bailarín cumplió su promesa, derrengado y sa-·
tisfecho, con Manuel González a su diestra. S61o re-

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como usted lo describió con· sµ :lógica petulante, sino
paró en que el cálor lo ·apabullaba, los murmuradores a la desesperación de encontrar una residenci� defi­
lo aplastaban y Manuel ·González lo zurraba. Al des­ nitiva para morir. Esa residencia fuerol). nuestras pla­
pedirse, dio tin · beso a Manuel González, prometió no yas. Admito que todo fue un desbarajuste, pero el
regresar ·y desapareció con una maleta de fayuca que día que los investigadores universitarios traduzcan
la aduana, en gesto heroico, cubrió de sellos. En la lo que realmente pensaban los leviatanes, sabreI)1os la
explanada donde había hecho bailar a miles de per­ verdad. Mientras tanto sólo los cojones de la direc-
sonas, quedó desclavado un gigantesco caballo de ma­ ción tienen opinión". .
derá 'que el pueblo pintó con la duda para recordar Y con una bmsca transición que. despertó a Ma­
la visita del candidato, que antes de marcharse, ex- lacara, el director acercó sus escrúpulos a la oreja pe­
presó: · luda del reportero, y lo interrogó tiernamente..
-¡ Es un meco! -Oiga, aquí, entre nos, ¿ usted los vio. llorar?
La gratitud de González por el bailarín se tomó in­ El director se rascó la nariz como· un mQno apre­
finita. "Sólo· dos cosas me apasionan, Obregón: el miado y despidió a Malacara con una · palmadita en
llanto de niño mimado de los cachalotes, y las patas las nalgas.
de ventilador del maestro Ulises".
Manuel González no se amilanó · por .la experiencia
Fue. l\,fanuel González quien. discurrió diversos ins­ desafortunada de Malacara. Era obstinado. Lo. único
trumentos para torturar soldados inconvenientes. Nun­ que nunca logró vencer fueron sus . temores .. por el in­
ca los dio a conocer por temor de incurrir en el mis­ vierno mulégino y el olor . avinagrado de los recién
mo d(;scalabro que la máquina impresora de Felipe nacidos. Resistía con cierto . decoro, sus pi:opias. tenta­
Malacara. Cuando el ·reportero presentó sus esquemas ciones, aun cuando su temple desangelado 19 Gondu­
al dir�ctor del periódico, éste lo recibió con benévola jera a regiones embarazosas. El día de la .�lisi6n de
descortesía, y le dijo: bayonetas, en la hostilidad de los puñetazos,. su ojo
-"El día que fabrique un piano que toque como ·derecho quedó prendido en la pupta del sable del. cabo
violín, o. que encuentre la forma de enfriar este ca­ Tenorio,. y en vez de dolerse o blasf�mar, de correr
lor de perros, entonces haré .caso de los potros de Gon­ a la enfermería o de odiar a todo .e}. rrwndo, se .sentó
zález para inaugurarlos con usted. Ah, lo olvidaba: la impávido en las gradas a esperar que Tenorio le tra-
crónica ·de los cachalotes fue una porquería sentimen­ jer;:t la bellota derribada: .
tal. A la dirección no le interesa si los matalotes ge­ -Ya me desgraciaste: Ahora cómo me · lo pego ..... :
mían, o si 'estaban tristes, o si dejaron sus hijos en ·_ya encontraremos la manera. r:' . : .'.'
1vfadagascar. Al lector hay que mentirle, eso le gusta. Y la encontraron, pero sin· resultado.· Usando: -el
Si dijéramos siempre la verdad, ¿no le parecería abu­ pegamento de mezquite que úbregón'Perla'había re:­
rrido? Usted debe asumir el criterio de la clirección: comendado para pegar fornituras, pasaron = mucho
las baUenas c1:1mplían una misión del destino, y su tiempo tratando de empotrarl<i en ·la euenéa· ·atasca-
arribo no se debió al desconocimiento de la brújula,
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da. Tenorio, a punto de orinarse, temblaba descon­ -Imaginármela.
certado: el ojo se venía al suelo a cada momento. Lo -¿Cómo?
soplaban, lo espigaban, le quitaban las virutas, lo co­ -Pensando que de un lado están los que me
locaban en la caverna, y de nuevo al suelo. Una de odian ...
esas, al recogerlo González, se adelantó la bota del -¿ Y del otro...?
médico militar y aplastó la canica como a una cuca­ -Los que me detestan.
racha. -e·Y en med.10 • • ••?
-Eso no sirve, se le va a infectar, sargento. -Y -Los indiferentes ...
lo empelló a la enfermería ... Los indiferentes eran los murmuradores. González
Sí, fue ese mismo médico, de hábitos higiénicos inu­ decía que había muchos, pero es difícil identificarlos.
sitados, quien aprovechó la oscuridad y un disfraz de Se les puede reconocer porque se pasan la vida mur­
jinete del apocalipsis -en su versión de la peste­ murando indiferentemente. Se clavan en algún punto
para d esquitarse de Felipe Malacara y propinarle de la abstracción y permanecen agazapados, inmó­
una atroz golpiza, porque el reportero comentó que viles, en los parques, los cafés, las arenas del ma­
la alegría repentina de los enfermos tuberculosos era lecón, fuera de sus casas, en sus poltronas de mim­
sospechosa : "pues no creemos que se origine en la bre, siempre en la misma actitud de indiferencia y
música de lQs altoparlantes. Es porque el médico, murmuración, como si practicaran un rito ancestral
cada martes y sábados, coloca a los pacientes en fila o buscaran un refugio contra la realidad. Ellos se en­
india y los baña a manguerazos con agua fría, mien­ cargaron de hacer la única abolladura al maestro
tras los arenga desde la pirámide de Patología: Ulises. Lo hicieron de la única manera que podrían
-La tristeza no se hizo para este hospital. Prefiero hacerlo: murmurando.
que mueran limpios y sonrientes, y no entregar unos El día que pregunté a un murmurador el color de
cadáveres tiñosos. Los familiares gustan que sus difun­ las rosas rojas, contestó:
tos conserven un porte atildado, con semblante trans­ -Amarillas.
parente, frescos en sus cajitas de pino. Una de las Ellos llegaron al pueblo hace mucho tiempo. Tal
formas de acabar con el bacilo es duchar a media vez en el tiempo en que se supo la ambición de los
población, incluyendo poetas y alcohólicos". hombres sin cabeza. La diferencia entre los hombres
sin cabeza y los murmuradores, es que los primeros
Manuel González confesó a Obregón Perla el tra­ buscan una quimera y los segundos buscan eso: la
bajo que le costaba acostumbrarse a la ausencia del murmuración indiferente. Se parecen a la campamo­
ojo, sobre todo cuando se echaba al mar a bucear pa­ cha, por su mimetismo, y tienen la apariencia de to­
tas de mula. En el cieno, en la orilla pantanosa, sólo dos, incluso de hombres sin cabeza. Es posible que
advertía un cuarto de la vida, y a flor de las aguas, yo sea uno de ellos. Crecieron como las hierbas sil­
la mitad. vestres, reptando por las tapias, enredándose con las
-¿ Y la otra mitad? bugambilias, sin cambiar su color amarillo original.
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Han permanecido enraizados sin ganar nunca el oxí­
geno de las alturas. Prefieren la inercia: el movi­
miento los agota. Su vuelo, como los papagayos de
Miraflores, es lento y artificial, pero son cazadores
respetables, capaces de rastrear durante meses la hue­
lla de los coyotes y lobos, hasta que la presa, rendida
en el acoso sin trampas ni disparos, cae aturdida. Us­
ted recuerda, sin duda, que ellos husmearon los va­
pores del presidente municipal, que se había perdido Se terminó de imprimir el día lo.
de abril de 1980 en los Talleres Tipo­
en una de sus frecuentes borracheras. Lo encontraron gráfica "AZTECA",. Isabel la Católica
aturdido en la taberna del español, comiendo cama­ No. 504, México 8, D. F. La edición
en tiro de 2,000 ejemplares, estuvo al
rones fritos y rodeado de su corte celestial, mientras cuidado de Hilda Guzmán y Rogelio
gritaba al cantinero: Villarreal M.
-Echamela la otra, ya me voy. ¡ Ya me encon­
traron estos cabrones!
-Vámonos, Obregón.
-Sí, vámonos Comelio.
Comelio volvió a pensar en el ajedrez, en las don­
cellas, en los hombres sin cabeza, en las hormigas
cimarronas, en los sombreros perezosos, en los indife­
rentes y en Manuel González que les seguía los pasos.
Todo s.e le vino encima de un golpe. Obregón Perla
recordó_ la imagen de su abuela y se sintió feliz sin su
presencia.
-. Regresemos de nuevo Comelio .
. -Sí, desandemos de nuevo...
-El círculo sólo se cierra con la muerte. Recuer�
das que· Juanito Quieto dijo a Mari Tere 1 la.· mucha�
chita de los ojos transparentes: . : .
-Vámonos, Juan. Ya es (arde. _El camino. es_ largo
y la noche llega. Quedémonos en nuestro domicilio.

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