J. C. Stearns - Void Crossed

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 17

VACÍO CRUZADO

JC STEARNS
VACÍO CRUZADO
JC STEARNS

El Arconte Melandyr atravesó el campo de batalla, apartando de su camino un brazo


amputado de una patada. Había muchos entre los drukhari que desdeñ aban poner un
pie en la tierra. Xevrik Tayne, el hemonculus a quien le habían pagado para que lo
acompañ ara, entró en batalla llevado por micropropulsores, flotando a un brazo de
distancia del suelo como un espectro malévolo. Estaba lejos de ser el ú nico; Melandyr
había colaborado frecuentemente con los hekatarii de Scarring Barb, que libraban la
guerra casi exclusivamente desde motos a reacció n y skyboards. Incluso los
Arlequines con los que trabajaba ocasionalmente pertenecían a Soaring Spite, quienes
se enorgullecían de saltar por el campo de batalla en una serie interminable de
acrobacias, con los pies rara vez tocando el suelo.
No es así para el Arconte Melandyr, señ or de la Garra Esmeralda. Para él, rechinar sus
botas en la tierra de otro mundo era una señ al de orgullo. ¿Qué otra salpicadura de
sangre o vísceras atravesaría su armadura en comparació n con la carne misma de un
planeta? Cada huella de bota era una cicatriz en otro cuerpo celeste, marcando sus
conquistas, sus grebas manchadas de barro un testimonio de las heridas que había
causado sobre la tierra.
El mundo de Dunwiddian ya tenía algunas cicatrices, por supuesto. Los pocos aeldari
marginados que habían vivido allí custodiando la antigua Puerta Dunwiddian no
habían sido rival para los colonos mon-keigh que habían venido a arrebatá rsela. Sin
embargo, los guardabosques que partieron no sintieron la necesidad de advertir al
Imperio sobre las incursiones orkas en el sector, y los humanos habían pasado siglos
luchando contra los piratas pieles verdes. Cuando los humanos finalmente fueron
invadidos, los orkos despojaron a sus colonias de todo lo que pudieran recolectar y
luego se dedicaron a la guerra consigo mismos. Finalmente se habían marchado,
dejando el planeta en paz. Con la Puerta Dunwiddian sin vigilancia por primera vez en
añ os, los aeldari habían venido a reclamar su premio.
A lo largo de la extensió n de las Llanuras de Isha'nne, grupos de Guardianes del
mundo astronave intercambiaron andanadas de fuego con guerreros kabalitas. Los
tanques gravitacionales y los Raiders cruzaban el campo de batalla, peligrosamente
cerca del suelo, mientras elegantes naves de combate dominaban los cielos,
intercambiando misiles y lanzas de energía entre sí.
Una vez má s, Dunwiddian se había convertido en una zona de guerra. Los intereses de
Melandyr radicaban en gran medida en otros sectores, e inicialmente no tenía ningú n
interés en la puerta de la red, pero cuando escuchó que el mundo astronave de Tir-Val
había enviado fuerzas para reclamarla, se apoderó del derecho de liderar a los
drukhari en oposició n.
El Arconte Melandyr divisó a un grupo de kabalitas con el negro brillante del Emerald
Talon, con sus armaduras ribeteadas en verde fluorescente, desalojados de su
posició n y huyendo de una enorme construcció n espectral. El señ or de los espectros
blandió su espada, partió a un dragó n en dos y desató una llamarada desde una
muñ eca. Las largas extremidades del caminante de la muerte tenían el mismo tono
pú rpura que la armadura de los Guardianes, el pú rpura oscuro de un hematoma
lívido, adornado con un amarillo dorado. El estandarte que colgaba de su espalda
proclamaba que el espíritu interior era Venzaynthe de la Casa Cruiran.
Deteniéndose por un momento, el arconte levantó la mano, haciendo una señ al al trío
de Devastadores que flotaban sobre él. Los íncubos que seguían sus pasos lo
flanquearon mientras Melandyr señ alaba al arrasador señ or de los espectros. Los
Devastadores, tripulados por artilleros sedientos de sangre que él había seleccionado
personalmente, eran la segunda parte de la guardia personal de Melandyr. Sus lanzas
oscuras le permitieron extender su alcance a través de campos de batalla enteros y lo
protegieron desde arriba mientras sus íncubos lo protegían de las amenazas desde
abajo.
Hubo un gemido colosal cuando los Devastadores dispararon al unísono. Nueve rayos
de partículas concentradas de materia oscura atravesaron el campo de batalla,
paralizando la asombrosa forma de Venzaynthe. El vá stago no-muerto de la Casa
Cruiran desapareció , su caparazó n de hueso de espectro estalló en pedazos en un
instante, vaporizado por las potentes fuerzas celestiales empleadas contra él.
El Arconte Melandyr aulló de risa mientras los drukhari se reunían y cargaban sobre
los restos humeantes donde había estado Venzaynthe. Despegó de nuevo,
adentrá ndose má s en la refriega. Había líneas de batalla cuando comenzó el
derramamiento de sangre, pero hacía mucho que se habían disuelto. De todos modos,
para los aeldari significaban muy poco. Cuando sus fuerzas pudieron redesplegarse en
un instante en Serpientes Ondas que desafían la gravedad y á giles Asaltantes, o volar
sobre trincheras enemigas con alas forjadas con naves psicoplá sticas o haemonculus,
los despliegues pronto quedaron irremediablemente entrelazados.
La hierba había sido pisoteada y las suaves pendientes reducidas a campos de sangre
fangosa. Cientos de personas habían muerto en las horas transcurridas desde que se
disparó el primer tiro, y cientos má s morirían antes de que un bando cediera. El
Arconte Melandyr había esperado pacientemente a que apareciera su presa, pero no
podía esperar má s. Corrió a través de los campos de exterminio, buscando a su
víctima. La Ciudad Oscura podría desear que se recuperara la puerta para su uso, y sus
aliados podrían haberse sentido atraídos a la batalla con la promesa de valiosos
juguetes del mundo astronave, pero Melandyr había cruzado las estrellas con un
ejército entero a su lado para matar a una sola persona. .
Ciorstah estuvo aquí. Só lo necesitaba encontrarla.
La cubierta del carguero estaba cubierta de marcas de quemaduras, las paredes
redondeadas de color beige desfiguradas por balas de plasma de bajo rendimiento y
tachonadas de shuriken errantes. Los pocos t'au que quedaban se acurrucaron
aterrorizados, esperando que sus captores los encadenaran y se los llevaran. Sus
defensores habían sido asesinados hasta el final, dejando a la tripulació n a merced de
los corsarios que habían abordado. Los piratas aeldari avanzaron por la bodega,
inspeccionando el cargamento y manejando bruscamente a sus nuevos prisioneros.
Melandyr vio a la mujer que estaba buscando y se abrió paso entre sus compañ eros
corsarios, acercá ndose a ella con la gracia sigilosa de un depredador de la jungla.
Saltando por detrá s, la agarró por la cintura y la hizo girar en un círculo vertiginoso.
Le quitaron el casco después de que la tripulació n se rindiera, las largas trenzas
negras de Ciorstah se desplegaron a su alrededor formando un halo negro y ella se rió
con él.
—¿Cuá l es el resultado final, levressa? Preguntó Melandyr, soltá ndola. Al igual que él,
estaba vestida con la armadura naranja de los Nova Blades del Príncipe Eidear. Como
todos los corsarios en la bodega del carguero t'au, cada uno de ellos tenía cortes rojos
en los hombros, parecidos a marcas de garras felinas, que los señ alaban como parte de
la camarilla de Jolanial el Dos Espadas.
Ciorstah pasó un brazo alrededor de la cintura de Melandyr, acercá ndolo. Todavía olía
a tierra cocida y sales alcalinas: el aroma de la sangre t'au. Todavía llevaba el olor del
aire ionizado a su alrededor, procedente del compartimiento de ingeniería que había
despejado, luchando cuerpo a cuerpo contra la tripulació n t'au en lugar de arriesgarse
a disparar armas en el ambiente volá til.
"Todavía tenemos que terminar, mi shoathé", dijo, acercá ndose a su oído, "pero
contamos dos quillas llenas de solinio refinado. Wezdarciel también encontró má s de
veinte manojos de tallos de gasamina. Se emocionó al sentir su aliento en su cuello,
pero casi igual de emocionante fue el valor de su captura: mercancías raras y
narcó ticos valiosos que podrían comercializarse en cualquier puerto que los recibiera.
'¿Có mo se siente haber sido reivindicado tan completamente?' preguntó . Lenfionne y
Ardren habían argumentado en contra de atacar las rutas marítimas t'au, pero
Ciorstah, con la ayuda de Melandyr, había persuadido, intimidado e intimidado a los
barones para que aceptaran la propuesta de Jolanial, un plan que su baró n y príncipe
sabían que se había originado con los dos amantes.
"Parece justificado", dijo Ciorstah. Cerró los ojos, abrió los brazos y pasó junto a él con
el paso lento y majestuoso de un regente en procesió n. "Se siente como si el destino
nos coronara con la gloria que nos corresponde".
"Hablando de la coronació n que nos corresponde", dijo Melandyr. "Puede que la
camarilla de Jolanial haya tenido un gran éxito, pero la gente de Ardren lo tuvo mucho
má s difícil".
'¿Oh?' Ciorstah volvió la cara hacia su amante y arqueó una delicada ceja con
curiosidad.
"De hecho", dijo. “Les tendieron una emboscada por detrá s y los expulsaron del á rea
médica. Fueron puestos en tal fuga que el propio Príncipe Eidear tuvo que tomar la
bahía. Imagínese su sorpresa cuando descubrió que toda una cuadrilla había sido
enviada a huir nada má s que un ingeniero solitario y un grupo de esos drones que
tanto gustan a los t'au.
'¿Ejecutado?' Los ojos de Ciorstah brillaron de avaricia. Todavía no habían perdido el
tono cerú leo traslú cido comú n en los adultos jó venes aeldari. Se volverían violetas a
medida que ella envejeciera, pero Melandyr los amaba tal como eran, un recordatorio
vivo y conmovedor de que los dos aú n no habían sido aplastados como lo habían
hecho sus mayores. Sus mejillas redondeadas, aú n no ahuecadas hasta la agudeza de
la edad adulta, eran un punto similar de fascinació n para ella.
Melandyr asintió . "Oh, inmediatamente", se rió . "Y nuestro querido príncipe ha
proclamado que entregará el mando de su camarilla a otro, tan completo fue su
fracaso". É l tomó su mano y la acercó , hasta que sus pechos se tocaron y él la miró a
los ojos. —¿Y a quién crees que se los dará ?
"Los compartiremos, por supuesto." Ella puso la palma de su mano en su mejilla, su
mano temblaba de emoció n. '¿Qué marca les haremos llevar para indicar nuestro
liderazgo?'
Melandyr sonrió . '¿Qué pasa con la runa de la mano abierta, colocada sobre su pecho?'
'¿Para mostrar el corazó n que me has quitado?' -susurró , acercando su rostro al de
ella.
"Y usted de mí", respondió .
Los Dire Avengers saltaron desde detrá s de un Falcon destrozado, y sus catapultas
shuriken provocaron una tormenta de afeitar para impedir su avance. Melandyr
simplemente se rió . Sus íncubos cargaron, cubriendo la corta distancia hasta los
Guerreros Aspectos antes de que pudieran retirarse.
El Santuario de la Columna Cortada fue uno de sus mayores logros. Sin líder y disperso
tras la humillante derrota del Arconte Xarat, el santuario de los íncubos había estado
al borde de la extinció n cuando Melandyr les ofreció su patrocinio. Con su riqueza, los
había rescatado del borde de la ruina, y ahora le servían por encima de todos los
demá s, con su lealtad adquirida a perpetuidad. Líderes altivos que no habrían
escupido sobre la Columna Cortada hace tres décadas ahora ofrecían tesoros
invaluables o bodegas llenas de esclavos al servicio de un solo íncubo.
Con trajes de guerra de color gris metalizado realzados con rojo sangre, los íncubos
eran maestros en su oficio. Cada uno de ellos empuñ aba sus klaives a dos manos con
tanta destreza como si las armas de hoja ancha pesaran menos que un cuchillo wych.
La armadura de absorció n de impactos de los Dire Avengers, capaz de hacer caso
omiso de lá seres o incluso proyectiles explosivos de bó lter, no ofrecía má s protecció n
que una hoja de pergamino. El klaivex de los íncubos, el líder de su santuario, era un
poderoso guerrero llamado Throvein, cuyas paletas de trofeos estaban adornadas con
tachuelas de plata extraídas de los crá neos de los oficiales del Adeptus Astartes,
piedras espirituales destrozadas y puntas de espadas de honor rotas.
El exarca de los Dire Avengers comandaba a los guerreros desde el centro de sus filas,
y era hacia él hacia quien Throvein se dirigía. Los dos comandantes se encontraron,
sable de poder contra klaive, mientras los Dire Avengers se encontraban incapaces de
ceder terreno lo suficientemente rá pido para evitar el ataque asesino de los íncubos.
El exarca era el maestro de cien campos de batalla, y su vida estaba entregada a la
guerra de asalto a corta distancia que su santuario exaltaba. Su fijació n le permitió
alcanzar un nivel de habilidad que la mayoría de los seres vivos difícilmente podrían
concebir, y mucho menos aspirar a alcanzar. Su misma alma se fusionó con la de todos
aquellos que habían llevado su armadura antes que él, y sus habilidades y
conocimientos se fusionaron en el considerable repertorio del exarca. Throvein lo
mató en el espacio de seis latidos. Desvió la espada de energía del exarca, enganchó su
klaive detrá s de las rodillas del Dire Avenger y tiró de él hacia adelante. Contra un
compañ ero íncubo o un Marine Espacial fuertemente blindado, la maniobra podría
haber derribado al enemigo sobre su espalda. Contra este enemigo, la espada cortó las
piernas del exarca a la altura de las rodillas. Con su movimiento sin freno, Melandyr
vio a Throvein continuar su golpe, arqueando su espada hacia arriba y hacia arriba,
cortando al artesano por la mitad por la cintura antes de que su cuerpo siquiera
hubiera tocado el suelo.
No todos los enfrentamientos resultaron tan decisivos.
"Onzeisch informa de grandes pérdidas", chisporroteó una voz en el oído de Melandyr.
Las descargas de energía en la atmó sfera eran tan intensas que comenzaban a causar
interferencias, incluso en los avanzados sistemas de comunicació n aeldari.
"Esto estaba previsto", respondió Melandyr. "La archita sabía en lo que se estaba
metiendo". Tenía un gran respeto por el venerado Onzeisch, campeó n de las arenas y
un tercio de los gobernantes ynnitach de Scarring Barb. Las bandas diabó licas que la
siguieron a la guerra eran un activo invaluable, pero al final del día todavía eran poco
mejores que escoria callejera. Las ú nicas fuerzas de Onzeisch de valor real eran sus
asistentes personales, un grupo de Reavers que volaban a la guerra arrastrando
inmensas guirnaldas de cabezas arrebatadas a los comandantes enemigos, y la archita
no desperdiciaría sus vidas en objetivos insignificantes.
"Está amenazando con retirarse si no la apoyan, señ or".
Melandyr lo consideró por un breve momento. Onzeisch era un aliado valioso, pero
estaba desplegado en el borde de las Llanuras de Isha'nne, donde el río Corennan
corría caudaloso y lento, obstruido con contaminantes humanos y orkos. Aquello
estaba lejos del centro principal de la batalla, donde se había visto al liderazgo Tir-Val.
Comenzó a buscar un Raider para hacerle señ ales. Parecía que tendría que encontrar a
Ciorstah en otro momento.
Entonces lo vio: un destello azul y violeta en medio de una inundació n del verde má s
pá lido. Sabía quién era, incluso sin confirmació n. Sus runas de comando mostraban un
escuadró n de kabalitas cerca de su posició n, y parpadeaban mientras él observaba.
Imaginó que podía oír el lú gubre gemido incluso por encima del corte de los discos de
afeitar.
"Enviaré a mis Devastadores para reforzar, pero yo no puedo reubicarme", dijo. Hizo
un gesto para que Severed Spine lo siguiera y echó a correr. "Si la archite no puede
cumplir con sus compromisos, entonces podrá regresar a la Ciudad Oscura".
"No podemos quedarnos", murmuró Melandyr con mal humor.
"Por supuesto que no podemos quedarnos", espetó Ciorstah. Ambos lo sabían. El
príncipe Eidear se había vuelto frío y paranoico. Había dejado de ser un verdadero
Corsario hacía añ os. No habían realizado incursiones en meses, no habían hecho
prisioneros ni se habían apoderado de tesoros. Cada vez má s, había convertido a los
Nova Blades en nada má s que una gran fuerza mercenaria para los asuryani. Incluso
había ido tan lejos como para unirse a la batalla aliado con sus odiados rivales, los
Insolent Kin bajo el mando del Príncipe Isbeil. —¿Pero no puedes pensar seriamente
en que iríamos a Commorragh?
¡Hemos vendido decenas de prisioneros en sus mercados de esclavos! Dijo Melandyr.
"Nuestra reputació n como secuestradores de esclavos es má s que suficiente para
asegurarnos una posició n".
Las habitaciones del baró n que compartían, tan grandes y espaciosas en comparació n
con los estantes de la camarilla, se habían vuelto pequeñ as y estrechas. Melandyr
apenas podía darse la vuelta sin tropezar con alguna baratija que su compañ ero había
escondido, algú n recuerdo de rebelió n al que se aferraba como si fuera un juguete de
niñ o.
'¿Hacer que?' -Preguntó Ciorstah. '¿Bañ arse en sangre? ¿Licuar nuestras mentes con
có cteles narcó ticos? ¿Pelear en las calles como animales? Ella se giró , como si no
pudiera soportar mirarlo.
—¿A diferencia de qué? el grito.
"Tir-Val ofrece un respiro", espetó . '¿Vivirá s como un niñ o toda tu vida? ¿No sientes el
llamado a algú n tipo de responsabilidad, a construir algo con tu existencia?
Melandyr puso los ojos en blanco y levantó las manos.
'¿De vuelta a los mundos astronave?' él gritó . —¿Quieres que corramos como bestias
azotadas, para acobardarnos tras los talones de nuestros mayores? ¿Te escuchas
siquiera a ti mismo? ¿Tu cobardía? É l la señ aló con un dedo acusador. '¡He pasado
demasiado tiempo, he hecho demasiado, para desperdiciar mi nombre por la vida
grandiosa e ilustre de un trabajador comú n o un artista que se retuerce las manos!'
Ella dio un paso hacia él, con el rostro contorsionado en un desprecio
condescendiente.
"No es necesario que abandones tu vocació n", dijo. "Hay docenas de caminos que
honran a Khaine, si realmente sientes que el trabajo de tu vida no es má s que un
derramamiento de sangre".
É l caminó hacia ella, mirá ndola a los ojos, los ojos que se habían oscurecido a violeta.
'¿No lo ves?' preguntó . 'El derramamiento de sangre es lo que hacemos.
¿Desperdiciarías tan descuidadamente la emoció n de la caza, el canto eléctrico de la
caza? ¿La gloria de poner las manos en tu premio? En Tir-Val podríamos ser ú tiles —
escupió , como si la misma palabra lo ofendiera—, pero en Commorragh seríamos
gloriosos.
Ella se burló , mirá ndolo como si fuera un extrañ o.
"Me repugnas", gruñ ó . Estaban de pie, pecho contra pecho. Podía sentir la tensió n en
ese momento. Su orgullo nunca les permitiría a ninguno de ellos retractarse de sus
palabras ahora, pero él sabía que incluso un solo insulto má s podría llevarlos a la
violencia.
Las campanadas de alarma resonaron en el barco Corsair. Ambos giraron sus cabezas.
Las campanadas sonaron una, dos y un tercer tono largo. Orkos. Se apresuraron a
conseguir sus armamentos. Este argumento, como todos los demá s, habría que
conservarlo para otro momento.
Los Guardianes de la Tormenta intentaron enfrentarse a él, pero el Arconte Melandyr
no estaba de humor para demoras. Ni siquiera se tomó tiempo para saborear las
muertes, simplemente se agachó y se abrió paso entre el tumulto. Las pistolas
shuriken silbaron y los disparos resonaron en su armadura de placas fantasma. El
Moebian Edge, la espada de poder arcano que había tomado del cadá ver humeante del
Arconte Kholanthe, desvió las débiles hojas de sus agresores. El guantelete en su mano
tejía delicados cables desde su espada hasta la matriz cristalina pentaú rica que llevaba
debajo de su placa. Con cada vida que cosechaba su espada, la trampa del alma
alimentaba má s y má s vitalidad a su cuerpo. Se desvanecería con el paso de las horas,
pero ya se había cobrado docenas de víctimas. La trampa de almas era emocionante
cuando se usaba en formas de vida inferiores, pero nada comparado con la emoció n
de capturar a otros aeldari. Incluso los abnegados habitantes del mundo artesanal
vivieron má s tiempo y má s intensamente que las razas má s antiguas y débiles, y
Melandyr fue capaz de saborear la totalidad de esa experiencia en tan solo un instante,
cada uno de sus triunfos y alegrías alimentaron no só lo su cuerpo, sino también su
monstruoso ego. también.
Era un maestro espadachín, pero los Guardianes de la Tormenta no requerían gran
habilidad para despacharlos. Sus cortes eran rá pidos y brutales, confiando en su
fuerza aumentada para atravesar las defensas de sus enemigos, enviando chorros de
sangre a su paso. La Espina Cortada avanzaba detrá s de él, sus propias espadas
cortando a los asuryani como guadañ as talando cultivos. Brazos, piernas y cabezas
llovieron sobre el suelo, los artesanos murieron antes de que sus miembros
amputados hubieran siquiera comenzado a sangrar.
Melandyr pudo ver a su escolta delante de él. Así como lo había detenido en el ú ltimo
minuto el grupo de Guardianes de la Tormenta, Ciorstah había sido emboscado en el
ú ltimo momento por una bandada de azotes. Su séquito personal, el Santuario del
Lamento Triste, la había acompañ ado a través de Dunwiddian y se mantuvo firme,
disparando sus pistolas shuriken a los mercenarios con alas de murciélago que
chillaban sobre ellos, acribillando a los Guerreros Aspectos con fuego de astillas. Las
Howling Banshees se negaron a ceder y sus disciplinados disparos siguieron a su
enemigo incluso cuando su espectral armadura verde estaba tachonada de fragmentos
de cristal envenenado.
Oyó su grito desgarrador, vio uno de los azotes caído del cielo y allí estaba ella. Su
armadura de color pú rpura oscuro era una obra maestra de la artesanía aeldari, pero
era só lo el fragmento má s bá sico de su vestimenta. Alas elegantes, delicadamente
esculpidas a semejanza de las de un pá jaro, las plumas coloreadas en hileras de
vibrantes pú rpuras y azules, se extendían desde sus hombros. La má scara verde
pá lido sobre su rostro, contorsionada en el rostro de una mujer que gritaba, hacía
juego con las del Lamento Triste, hasta el cabello negro como el carbó n que se
desplegaba en abanico desde la coronilla. A su lado había una pistola de fusió n,
adornada con imá genes de llamas doradas, y una delgada espada sierra con una borla
de cuentas colgando de la empuñ adura; en sus manos una lanza rematada en una
ancha hoja cristalina. Sus armas, sus alas, su armadura (incluso el guantelete afilado
que proyectaba el escudo de fuerza que llevaba en la muñ eca) alardeaban de otra
faceta de la guerra que había dominado sin ser víctima de la hiperobsesió n que la
habría encerrado en su propio mundo. camino para siempre. El yelmo con cresta,
adornado con fibras de color rosa intenso, fue su mayor logro y la proclamó Ciorstah
de la Casa Opalion, autarca de Tir-Val y comandante de la Hueste de Guerra
Maidenblade.
Podía escuchar los informes de sus subordinados sonando en sus oídos mientras se
lanzaba hacia adelante. Las brujas y los demonios de Scarring Barb se habían retirado,
después de que una emboscada de un grupo de Dark Reapers hubiera hecho volar a la
mayor parte de sus Reavers del cielo. Xevrik Tayne, cuya lealtad estaba duramente
puesta a prueba por la prolongada batalla, exigía una retirada. Sus propios dracones,
sin embargo, informaron que los elementos de apoyo que habían acompañ ado a los
asuryani Tir-Val también estaban huyendo. Melandyr no se molestó en responder. Sus
fuerzas eran comparables en fuerza. Mientras los pará sitos de la batalla huyeran en
igual nú mero, no importaba. Tir-Val y Emerald Talon podrían resolver su guerra sin
ayuda.
'¿Por qué me importa la Puerta Dunwiddian?' Preguntó el Arconte Melandyr. Lady
Stryxe simplemente sonrió , haciendo un gesto a uno de sus esclavos para que volviera
a llenar su copa. '¿Por qué debería ser yo quien lo reclame?'
Su propuesta era interesante, sin duda: con la retirada de los orkos, la puerta de la
Telarañ a seguramente beneficiaría enormemente a alguien. Sin embargo, el Emerald
Talon ya tenía acceso a los portales de la red, así como a un paso seguro a través de
ciertas rutas en la propia red. La Puerta Dunwiddian no conectaba con ningú n
territorio que Melandyr pudiera considerar amistoso. Era un recurso valioso, sin
duda, pero no para él.
—¿No lo has oído, Melandyr? Tir-Val ya lo ha proclamado suyo. Han enviado a
Maidenblade para asegurar su reclamo. Su aliado comercial se reclinó en su asiento y
esperó a que sus celos se disiparan.
Su supremacía había tardado siglos en gestarse. Primero había servido como un
humilde artillero en una de las tripulaciones de asaltantes de Kholanthe, ascendiendo
lenta pero seguramente en las filas hasta convertirse en uno de los dracones má s
confiables de Emerald Talon, una confianza que había traicionado cuando clavó una
daga envenenada en el corazó n de Kholanthe y Se apoderó de la Kabal para sí mismo.
Melandyr también había oído la noticia del ascenso de su amor. Al principio había
intentado destruirla por poderes, para mostrarle lo poco que significaba para él. Había
enviado a Soaring Spite para tenderle una emboscada en el Fletchan Cluster. Había
plantado informació n falsa que había culminado con los Martillos de Dorn derrotando
a Maidenblade en el mundo helado de Lhynn. Aú n así ella prosperó . Má s que eso, ella
había contraatacado. Después de que tomó el Emerald Talon, un cuarteto de
guardabosques empleados por ella habían pasado meses siguiendo sus incursiones en
el espacio real, asesinando a sus dracones uno por uno. Siguiendo el consejo de los
agentes Tir-Val, los t'au de Cha'nel habían tendido una emboscada a sus fuerzas en
Sancta Rordan Secundus, convirtiendo una incursió n rutinaria de esclavos en una
derrota calamitosa.
Melandyr se enfureció . Había reconstruido sus fuerzas. Su kabal nunca había sido má s
fuerte. Su estrella nunca había estado má s alta. Só lo le quedaba una espina en el
costado, una astilla en su psique que nunca había podido sacar.
"Estaría encantado de liderar la invasió n", dijo, con una conducta que era la viva
imagen del gracioso buen humor. No sería bueno que Lady Stryxe viera su furia, su
obsesió n. '¿Confío en que nuestros aliados ya hayan comenzado los preparativos?'
Sus aliados habían huido. El arconte no le prestó atenció n. Pudo ver arlequines y
corsarios abandonando el campo de batalla en direcció n opuesta. Las fuerzas de
Ciorstah no eran má s fuertes que las suyas.
Ella se abalanzó sobre él con un grito de rabia incoherente. La má scara de Banshee
que llevaba amplificaba sus aullidos de furia, convirtiendo sus gritos en ondas
psíquicas. El Lamento Triste siguió a su señ ora, y sus propios chillidos se sumaron al
coro de fatalidad.
Los Espinazos Fragmentados tenían demasiada experiencia y disciplina para ser
derrotados por completo por los trucos de sus pares asuryani, pero el gemido de
Ciorstah era otra cosa. Su odio, tan intenso como só lo podían ser las emociones de un
aeldari, era demasiado incluso para que los veteranos íncubos pudieran soportarlo. Se
les quedó el aliento atrapado en la garganta y sus extremidades de pronto estaban
demasiado plomizas para moverse. Las Banshees estuvieron entre ellos antes de que
pudieran contraatacar.
Melandyr atrapó la lanza de Ciorstah con el Moebian Edge. Ella apartó su espada hacia
un lado. É l la dejó y aprovechó el momento para intervenir y golpearle la cara con el
puñ o. Su impulso era irrefrenable. Sintió una red de dolor abrasador que le subía por
la mano mientras varios huesos se rompían, pero a Ciorstah le fue mucho peor.
Aturdida, su inmersió n se convirtió en una caída en picado y se estrelló contra el suelo
de Dunwiddian.
La Columna Cortada, libre de la funesta influencia del autarca, se recuperó en el ú ltimo
momento. Klaives se acercó para desviar las espadas de energía y los chillidos dieron
paso al choque de espadas. Uno de los Woeful Wail se desvió hacia Melandyr,
creyendo tontamente que podría derribar al enemigo de su amante antes de que él se
diera cuenta de que estaba sobre él. É l cumplió con su cargo. Su espada arrojó una de
sus hojas a un lado, la otra la atrapó en su hombrera. Con su mano libre la agarró por
su melena de cabello color ébano y le estrelló la cara contra su rodilla.
Aumentada por la trampa del alma, su fuerza era titá nica. Su yelmo se agrietó y se
hundió . La sangre brotó a través del laberinto de grietas y la Banshee fue arrojada al
suelo. El Arconte Melandyr se movió para tomar su cabeza, pero antes de que el golpe
pudiera caer, vio la mancha de color cuando Ciorstah se levantó del lodo, y se vio
obligado a girarse y defenderse de su ataque.
—¿Beber almas para obtener poder? La voz de Autarca Ciorstah era ronca y metá lica a
través de la má scara. 'Patético.' La lanza lo atravesó , obligando a Melandyr a ceder
terreno ante los asuryani. Sus movimientos eran practicados y rá pidos, demasiado
veloces para atrapar la espada y arrebatá rsela de las manos.
"Su hipocresía es lo suficientemente espesa como para desviar los disparos", se rió
Melandyr. '¿Cuá ntas baratijas tienes haciendo tu trabajo para ti? ¿Sigues
coleccionando juguetes, pequeñ a levressa? El uso de su antiguo apodo para ella tuvo
el efecto deseado: ella rugió de rabia y blandió su lanza en un golpe brutal. En lugar de
moverse para encontrarse con ella, se tomó el tiempo mientras ella se giraba para
retroceder y despejar cierta distancia entre ellos.
Se arrodilló , sacó su pistola y disparó una lluvia de astillas de cristal en su direcció n.
La lanza giratoria se desvió má s de lo que hubiera creído posible, y el resto rebotó
inofensivamente en su magistral armadura. Eso estuvo bien; nunca había tenido la
intenció n de matarla con la pistola. La Columna Cortada lo vio arrodillarse y
conocieron su señ al. Uno de los íncubos se separó del Howling Banshee con el que
estaba luchando y se abalanzó sobre Ciorstah por detrá s.
Tan rá pido como había desviado sus disparos, Ciorstah giró sobre sus talones y
escuchó el acercamiento del íncubo antes de que hubiera acortado la distancia
suficiente para golpearla. Su lanza lo atravesó en el estó mago, y con una fuerza que
Melandyr no sabía que poseía, levantó al enemigo drukhari en lo alto, bramando de ira
y triunfo.
Melandyr ya se estaba lanzando hacia el autarca. Al darse cuenta de su error, Ciorstah
intentó sacar su lanza del cuerpo del íncubo que había empalado, pero él se lanzó
hacia ella. La lanza se le cayó de las manos mientras los dos caían al barro de
Dunwiddian.
Rodaron por la pendiente poco profunda en la que estaban luchando, separá ndose y
luchando por ponerse de pie. El lodo que manchaba sus armaduras tenía tanta sangre
como tierra y agua; el campo de batalla se había convertido en un campo de batalla del
que el propio Khaine habría estado orgulloso. Los muertos se contaban por
centenares, tal vez incluso por miles. Decenas de naves de combate y transportes de
personal yacían en las laderas, convertidos en ruinas. Con sus aliados completamente
huidos, las tropas de Tir-Val y Emerald Talon fueron superadas en nú mero por los
cadá veres.
"Señ or", dijo la voz en su casco, apenas audible debido a la interferencia crepitante,
"nos acercamos... tenemos una mezcla de... naves aeldari... parecen ser corsarios".
A su alrededor, sus escoltas seguían luchando sin cesar. Throvein y el exarca Howling
Banshee estaban enzarzados en un duelo, espadas de espejo parpadeando contra
golpes de klaive en una prueba de habilidad inigualable. Ni siquiera Melandyr y
Ciorstah podían presumir de semejante destreza con sus armas. La mirada de
Melandyr se centró en Ciorstah, pero su furia por su intervenció n se convirtió en
euforia cuando vio que su cabeza también estaba inclinada hacia un lado, escuchando
una transmisió n.
—Tampoco son de ella —gruñ ó . Si los piratas hubieran sido sus aliados, no habría
necesitado detenerse y responder a las noticias. Corrió hacia ella, decidido a
derribarla antes de que pudiera volver a la pelea. Mientras pasaba, una Banshee
Aulladora dio un salto mortal sobre el hombro de uno de sus íncubos, hundiendo su
espada de energía en la espalda del guerrero. Melandyr atacó con el Moebian Edge,
cortá ndole la pierna a la altura de la rodilla, pero eso fue todo lo que pudo pensar en
ella antes de llegar a Ciorstah.
—¿Llamar a los piratas por fin, mi shoathé? ella aulló mientras él se acercaba. Ella lo
había visto venir en el momento en que comenzó a moverse, con su espada sierra de
escorpió n desenvainada y lista. —Tu viejo amigo, el príncipe Eidear, sin duda. Su
recompensa por añ os de servicio continuo.'
La hoja sierra se estrelló contra su yelmo. La placa fantasma curva desvió lo peor del
ataque, pero una parte de su red de comunicació n falló y la distorsió n se convirtió en
un chillido agudo. Melandyr se arrancó el casco arruinado de su cabeza antes de que
su antiguo amante pudiera aprovechar su distracció n. En medio de semejante campo
de exterminio, su rostro estaba en la cima de la vitalidad. Su piel brillaba como el
alabastro. Su cabello ceniciento caía en cascada por la parte posterior de su armadura.
Sus ojos, una vez conmovedores y profundos, ahora eran del negro má s puro.
Logró levantar su espada de energía a tiempo para protegerse de su nuevo ataque.
Ella se reía mientras le lanzaba golpes. La espada sierra era un arma mucho menos
intimidante, pero ella la manejaba con mayor precisió n que la pica.
"Tu mente ha quedado confundida por tu canto y meditació n", se burló . "Dejé el
servicio de Eidear el mismo día que tú lo hiciste". Sus espadas chocaron entre sí y su
juego de pies se olvidó . Un espadachín competente podría haber matado a cualquiera
de ellos en su estado, pero ambos estaban perdidos en la agonía de su odio.
—¿Demasiado cobarde para surcar las estrellas solo? ella dijo. Detrá s de ella, uno de
los íncubos de Melandyr había dado vueltas alrededor del exarca Howling Banshee
contra el que Throvein estaba luchando. Throvein hizo una finta y la exarca cometió , y
cuando lo hizo, el segundo íncubo le golpeó la cabeza de los hombros. Su victoria duró
poco: una bala de shuriken atravesó el traje de guerra del íncubo y le atravesó la
garganta en una gota de sangre. La asuryani cuyo rostro Melandyr había destrozado
antes se rió , rodeando el tumulto con su pistola aú n extendida.
'¡Ja!' La espada de Melandyr se estrelló contra la espada sierra. Ella sacó su pistola de
fusió n, pero él la agarró por la muñ eca con la mano libre y le inmovilizó la mano
contra el costado. Clavaron sus espadas entre sí, con las armas trabadas. Su vitalidad
robada comenzaba a fallarle y luchaba por mantener su postura. "Só lo me quedé tanto
tiempo como para mantenerte con vida", dijo. "Una vez que te fuiste, ya no hubo nada
que me detuviera".
Melandyr no pudo mantener el punto muerto para siempre. Con sus fuerzas casi
agotadas, giró su cabeza hacia adelante, golpeando su má scara con su frente. Ella se
tambaleó , su pistola de fusió n salió volando de su mano, y él se arrojó hacia atrá s,
dá ndole una brutal patada en el pecho.
É l rodó hacia atrá s y se puso de pie antes de que ella pudiera atacarlo con la espada
sierra. Para su alivio, ella estaba luchando por quitarse el yelmo de la cara. Lo dejó a
un lado y sacudió la cabeza. La sangre brotó de su nariz. El tiempo había endurecido
sus rasgos, desbaratado los bordes suaves y la había dejado tan inflexible como el
má rmol. Un par de cicatrices brutales y sinuosas corrían en paralelo desde encima de
su ojo izquierdo hasta la parte inferior de su mandíbula derecha, donde una mano con
garras claramente había intentado arrancarle la cara en algú n momento. Su propio
cabello había sido cortado por completo. Ya no había ninguna parte de ella dedicada a
nada má s que a la disciplina y la eficiencia.
Ciorstah se miró el pecho en estado de shock. La piedra espiritual azul pá lido
incrustada en su armadura había sido destrozada por su patada, exactamente como
pretendía Melandyr. Había consumido el ú ltimo á pice de energía que su trampa de
almas había cosechado durante el transcurso de la batalla, pero la expresió n de horror
en su rostro hizo que valiera la pena el costo.
—¿Has olvidado lo que significaba bailar sobre el filo de la espada? Dijo Melandyr,
burlá ndose de ella. '¿Cuá nto tiempo ha pasado desde que está s sin tu pequeñ a prisió n
espiritual?'
Ciorstah escupió al suelo. —¿Piensas intimidarme con tus amenazas? ella siseó . Ahora
eres tan mortal como yo. Ella levantó una mano. 'Tu propia kabal está huyendo. La
Ciudad Oscura te ha abandonado. Hay pocas posibilidades de que tus aliados
hemonculus te devuelvan la vida ahora.
Melandyr miró hacia un lado, donde pudo ver Raiders y Venoms, de color negro
brillante y adornados en verde. Sus banderines personales estaban siendo
descartados mientras él observaba, el traicionero Emerald Talon abandonando a su
comandante hacia su campo de exterminio. Sin embargo, estaban mezclados con la
nave violeta de Tir-Val, lo que le hizo sonreír.
"Retírate con tus ascetas", dijo, agitando una mano hacia sus fuerzas que huían. Só lo
quedaron con ellos el Lamento Triste y la Columna Cortada, aunque apenas había un
puñ ado de cada uno. Throvein estaba caído, con una espada de espejo que sobresalía
de su hombro y se hundía en su torso. Melandyr no había visto el hecho y no podía
decir qué Banshee había tomado la espada para vengar a su líder. 'Corre a casa, a Tir-
Val. Incluso seré lo suficientemente magná nimo como para permitirte usar mi nueva
puerta a la red.
Ella se abalanzó sobre él. Sus espadas chocaron de nuevo y se rodearon, golpeando
arriba y abajo, buscando una entrada. Su espada de energía le atravesó la cadera, pero
ella atrapó el brazo de su espada con un feroz gancho. Toda la extremidad quedó
entumecida y flá cida.
"Preferiría inclinarme y besar los pies marchitos del dios cadá ver mon-keigh", jadeó ,
"que permitirte salir vivo de este mundo". Sus ojos eran ahora de un profundo color
amatista. Se preguntó cuá ndo había tomado la decisió n de afeitarse el pelo. De alguna
manera, imposiblemente, ahora ella era má s hermosa de lo que lo había sido antes
para él. Se acercó a ella, agarrando su espada con su mano ilesa.
Un impacto casi lo derriba al suelo. La contienda entre los santuarios había sido
decidida. El ú ltimo íncubo yacía muerto, y la ú nica Banshee Aulladora superviviente se
había estrellado contra él, su espada de energía cortó su placa fantasma con el brazo
debilitado de un luchador cansado. Melandyr se dio cuenta de que, contra todo
pronó stico, el ú nico superviviente era el mismo asuryani al que había golpeado al
inicio de su compromiso. Su sangre todavía brotaba de su má scara arruinada con cada
exhalació n laboriosa. Recuperando el aliento, Melandyr se preparó y le atravesó el
abdomen con la espada.
Leal hasta el final, Banshee se retorció mientras caía, arrancando el Moebian Edge de
sus manos. Ella se deslizó entre la sangre bajo sus pies, y antes de que él pudiera ir
tras ella, Melandyr sintió una sensació n cortante en el muslo. Se giró y vio la espada
sierra mordiéndole la parte superior de la pierna, Ciorstah presioná ndola
sombríamente con cada gramo de su peso.
Gritó sin palabras y cayó de rodillas. Sacó la hoja de su bota y la enterró en su pecho,
su hombro, su bíceps. Ahora ambos se habían ido. Estaban de costado en el barro y
ella le dio una patada con la ú nica pierna que trabajaba y le hundió la rodilla en el
estó mago. Ambos se pusieron tan erguidos como pudieron, sus gritos se fundieron en
un coro de odio. Cada uno de ellos se habría arrancado el corazó n que palpitaba de su
propio pecho si eso significara poder matar al otro a golpes con él. Finalmente, le cortó
el torso con la espada sierra, alejá ndolo de ella.
Melandyr se puso de rodillas y respiró entrecortadamente. Su rostro se sentía frío. Su
cuero cabelludo se estaba entumeciendo. Sus extremidades apenas responderían; ni
siquiera podían soportar su peso para llegar hasta ella.
"Nunca supiste cuá ndo retirarte, levressa", dijo con voz á spera. 'En toda tu existencia,
lo ú nico que lograste dejar fue a mí. Incluso para los de nuestra especie, la obsesió n
está en la sangre. Es un milagro que no te perdieras en cada camino que recorriste.
Ciorstah se desplomó . Su rostro estaba enfermizamente pá lido y su pérdida de sangre
ya rayaba lo fatal. La espada sierra se le cayó de las manos. Se apoyó contra el cadá ver
de Throvein.
"Fuiste... fuiste tú ", dijo, su discurso se detuvo por la dificultad para respirar. 'Cada vez
que... sentía que me perdía... perdido en un camino... recordaba tu cara. Nunca podría
convertirme en – ahh – convertirme en exarca, porque eso significaría… significaría
dejar ir todo lo que había sido. Y nada podría hacerme olvidar cuá nto… te odio.'
Incluso con su visió n debilitada, Melandyr podía ver la nave que se acercaba. Los
asaltantes y las serpientes onduladas se acercaron. Las banderas y los banderines
estaban cortados y desgarrados, como si hubieran pasado por muchas batallas, pero a
medida que se acercaban pudo distinguirlos. La Espada Sable. Las banshees de Hegria.
El Laberinto de Jade. El rosa sobre negro del Bladed Lotus.
—¿Quieres quejarte de los verdaderos bebedores de almas? Melandyr murmuró , con
la sangre arrastrando las palabras. 'Tú ... está s a punto de tener tu oportunidad.'
Levantó un dedo con lo ú ltimo de sus fuerzas. 'Corsarios no... Ynnari.'
—Deja que me lleven, shoathé —dijo, levantando el rostro en una mueca altiva. "Si eso
significa que te veo por primera vez devorado por La que tiene sed".
Melandyr tosió a medias, a medias rió , y escupió una gota de sangre que le corrió por
el pecho.
"Deja que el Príncipe Oscuro me tenga", jadeó , "si eso significa que viviré lo suficiente
para ver tu propio espíritu devorado por el Dios Joven y sus seguidores sedientos de
sangre".
Sus hombros se hundieron y se miraron a los ojos. No había má s palabras que decir;
Ahora cada respiració n era literalmente una lucha de vida o muerte. Habían liderado
ejércitos, se habían enfrentado espada contra espada, y ahora su batalla para acabar
entre sí se había reducido a una competencia sobre quién podía respirar a
continuació n. La cabeza de Melandyr se movía hacia delante y hacia atrá s, luchando
por mantenerse en el aire, y Ciorstah hizo lo mismo. Lucharon para triunfar unos
sobre otros, sabiendo que su batalla duraría hasta la muerte y má s allá . No importa si
los Ynnari llegaron a tiempo para agregar sus almas al creciente colectivo espiritual
del Dios Joven, o si su esencia fue arrancada de sus estructuras y devorada por
Slaanesh, morirían como vivieron, con cada uno obsesionado con nada má s que el
otro. No importaba qué dios se los llevara, porque ninguno de los dos tenía derecho
sobre ellos: ella era suya y él suyo, para siempre.
Sobre el Autor
JC Stearns es un escritor que vive en un pantano de Illinois con su esposa y su hijo,
ademá s de má s animales de los razonables. Comenzó a escribir para Black Library en
2016 y es autor del cuento 'Wraithbound', así como de 'Turn of the Adder', incluido en
la antología Inferno! Volumen 2 y 'The Marauder Lives', en la antología de terror
Maledictions. Interpreta a Salamanders, Dark Eldar, Sylvaneth y, tan pronto como
descubre có mo pintar relá mpagos, Night Lords.

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy