2024 Apuntes Sobre La Oracion Libro 1

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«El Jubileo Ordinario del 2025 está ya a la puerta.

DICASTERIO PARA LA EVANGELIZACIÓN


¿Cómo prepararse a este evento tan importante para
la vida de la Iglesia si no a través de la oración?
El año 2024 estará dedicado íntegramente a la ora-
ción. Para favorecer este Año de la Oración se han
APUNTES SOBRE

APUNTES SOBRE LA ORACIÓN 1    Orar hoy, un desafío a superar


realizado algunos breves textos que, en la sencillez
de su lenguaje, ayudarán a entrar en las diversas
dimensiones de la oración» (De la Introducción del
Santo Padre). LA ORACIÓN
1. Orar hoy, un desafío a superar, por A. Comastri.
2. Orar con los salmos, por G. Ravasi.
3. La oración de Jesús, por J. López Vergara.
1
4. El viaje en Dios. Santos y pecadores en oración,
por P. B. Murray.
5. Las parábolas de la oración, por A. Pitta.
6. La Iglesia en oración, por Un monje cartujo.
7. La oración de María y de los santos,
por C. Aubin.
8. La oración que Jesús nos enseñó: Angelo Comastri
«Padrenuestro», por U. Vanni.
Orar hoy,
un desafío a superar
INTRODUCCIÓN DEL PAPA FRANCISCO

Biblioteca BAC Popular


de Autores Cristianos 262

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DICASTERIO PARA LA EVANGELIZACIÓN

APUNTES SOBRE
LA ORACIÓN
1
Orar hoy,
un desafío a superar

POR

ANGELO COMASTRI

INTRODUCCIÓN DEL PAPA FRANCISCO

BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS


MADRID • 2024

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 5 23/1/24 20:01


Título original: Appunti sulla preghiera, vol 1: Pregare oggi. Una sfida da vincere
Traducido por Sol Corcuera Urandurraga

Damos las gracias a la Fundación Terzo Piastro por su contribución a la


publicación de los volúmenes

© Dicasterio para la Evangelización - Sección para las cuestiones fundamentales


de la evangelización en el mundo - Libreria Editrice Vaticana, 2024
00120 Ciudad del Vaticano
© de esta edición: Biblioteca de Autores Cristianos, 2024
Manuel Uribe, 4. 28033 Madrid
www.bac-editorial.es

Depósito legal: M-2321-2024


ISBN: 978-84-220-2324-1

Preimpresión: M.ª Teresa Millán Fernández


Impresión: Anebri, S.A. Pinto (Madrid)

Impreso en España. Printed in Spain

Diseño de cubierta: BAC

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transforma-


ción de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo ex-
cepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográ-
ficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.cedro.org;
91 702 19 70 / 93 272 04 47)

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ÍNDICE GENERAL

Nota del editor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . IX


Introducción del Santo Padre. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XI

ORAR HOY, UN DESAFÍO A SUPERAR

Prefacio. ¡Hay que leerlo! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3

Capítulo. 1. Tres referencias autorizadas sobre la


necesidad de la oración. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Con la oración podemos levantar el mundo. . . . . . 7
El hombre no puede realizarse sin oración. . . . . . . 10
Sin Dios somos demasiado pobres para poder ayu-
dar a los pobres. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
La oración es un imán que atrae a Jesús. . . . . . . . . 12

Capítulo. 2. ¡Señor, enséñanos a orar!. . . . . . . . . . 15


No se puede vivir sin oración. . . . . . . . . . . . . . . . . 15
«¡Jesús rezaba!»: este argumento basta para estar a
favor de la oración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18
Primer paso del hombre hacia la oración: «Se-
ñor, dame a conocer cuál es la medida de mis
años, para que comprenda lo caduco que soy»
(Sal 39,5) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22

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VIII Índice general

Segundo paso del hombre hacia la oración: «¡Oh


Dios!, ten compasión de este pecador!»
(Lc 18,13). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
El primer paso de Dios hacia el hombre: «Tanto
amó Dios al mundo, que entregó a su Unigéni-
to» (Jn 3,16). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30
El segundo paso de Dios hacia el hombre: «Padre,
les he dado a conocer y les daré a conocer tu
nombre, para que el amor que me tenías esté en
ellos, y yo en ellos» (Jn 17,26). . . . . . . . . . . . . 32

Capítulo 3. San Francisco de Asís. . . . . . . . . . . . . . 39

Capítulo 4. Madre Teresa de Calcuta. . . . . . . . . . . 57


Malcolm Muggeridge. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57

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NOTA DEL EDITOR

La Biblioteca de Autores Cristianos asume gustosa-


mente el encargo de la Conferencia Episcopal Española
de publicar los Apuntes sobre la oración preparados
por el Dicasterio para la Evangelización con motivo
del ­Jubileo 2025, tal como hizo el año anterior con los
­Cuadernos del Concilio.
Estos Apuntes se presentan en forma de pequeños li-
bros, un total de ocho, que irán apareciendo progresiva-
mente durante los primeros meses del año, desde enero a
mayo de 2024. La colección Popular de la BAC ya aco-
gió en diversas ocasiones los subsidios y materiales para
las grandes celebraciones de la Iglesia universal y una
vez más colabora en la preparación espiritual y pastoral
para este gozoso acontecimiento del Jubileo Ordinario
2025.
Como propone la oficina del Jubileo, «las diócesis
están invitadas a promover la centralidad de la oración
individual y comunitaria». También nosotros, deseamos
contribuir editorialmente a «poner en el centro la relación
profunda con el Señor, a través de las múltiples formas
de oración contempladas en la rica tradición católica».

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INTRODUCCIÓN DEL SANTO PADRE

La oración es el respiro de la fe, es su expresión más


profunda. Como un grito silencioso que sale del corazón
de quien cree y se confía a Dios. No es fácil encontrar
palabras para expresar este misterio. ¡Cuántas definicio-
nes de oración podemos recoger de los santos y de los
maestros de espiritualidad, así como de las reflexiones de
los teólogos! Sin embargo, ella se deja describir siempre
y sólo en la sencillez de quienes la viven. Por otro lado,
el Señor nos advirtió que cuando oremos no debemos
desperdiciar palabras, creyendo que seremos escuchados
por esto. Nos enseñó a preferir más bien el silencio y a
confiarnos al Padre, el cual sabe qué cosas necesitamos
aun antes de que se las pidamos (cf. Mt 6,7-8).
El Jubileo Ordinario del 2025 está ya a la puerta.
¿Cómo prepararse a este evento tan importante para la
vida de la Iglesia si no a través de la oración? El año 2023
estuvo destinado al redescubrimiento de las enseñanzas
conciliares, contenidas sobre todo en las cuatro constitu-
ciones del Vaticano II. Es un modo para mantener viva la
encomienda que los Padres reunidos en el Concilio han
querido poner en nuestras manos, para que, a través de su
puesta en práctica, la Iglesia pudiera rejuvenecer su pro-
pio rostro y anunciar con un lenguaje adecuado la belleza
de la fe a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Ahora es el momento de preparar el año 2024, que esta-
rá dedicado íntegramente a la oración. En efecto, en nues-
tro tiempo se revela cada vez con más f­ uerza la n­ ecesidad
de una verdadera espiritualidad, capaz de responder a las

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XII Orar hoy, un desafío a superar

grandes interrogantes que cada día se presentan en nuestra


vida, provocadas también por un escenario mundial cier-
tamente no sereno. La crisis ecológica-económica-social
agravada por la reciente pandemia; las guerras, especial-
mente la de Ucrania, que siembran muerte, destrucción y
pobreza; la cultura de la indiferencia y del descarte, tiende
a sofocar las aspiraciones de paz y solidaridad y a margi-
nar a Dios de la vida personal y social… Estos fenómenos
contribuyen a generar un clima adverso, que impide a tan-
ta gente vivir con alegría y serenidad. Por eso, necesita-
mos que nuestra oración se eleve con mayor insistencia al
Padre, para que escuche la voz de cuantos se dirigen a Él
con la confianza de ser atendidos.
Este año dedicado a la oración de ninguna manera pre-
tende interferir con las iniciativas que cada Iglesia particular
considere proyectar para su cotidiana dedicación pastoral.
Al contrario, nos remite al fundamento sobre el cual deben
elaborarse y encontrar consistencia los distintos planes pas-
torales. Es un tiempo para poder reencontrar la alegría de
orar en su variedad de formas y expresiones, ya sea perso-
nalmente o en forma comunitaria. Un tiempo significativo
para incrementar la certeza de nuestra fe y la confianza en la
intercesión de la Virgen María y de los Santos. En definiti-
va, un año para hacer experiencia casi de una «escuela de la
oración», sin dar nada por obvio o por sentado, sobre todo
en relación a nuestro modo de orar, pero haciendo nuestras
cada día las palabras de los discípulos cuando le pidieron a
Jesús: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1).
En este año estamos invitados a hacernos más humil-
des y a dejar espacio a la oración que surja del Espíritu
Santo. Es Él quien sabe poner en nuestros corazones y en
nuestros labios las palabras justas para ser escuchados por
el Padre. La oración en el Espíritu Santo es aquella que

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Introducción del Santo Padre XIII

nos une a Jesús y nos permite adherirnos a la voluntad


del Padre. El Espíritu es el Maestro interior que indica
el camino a recorrer; gracias a Él, la oración aun de uno
solo, se puede convertir en oración de la Iglesia entera, y
viceversa. Nada como la oración según el Espíritu Santo
hace que los cristianos se sientan unidos como familia de
Dios, el cual sabe reconocer las exigencias de cada uno
para convertirlas en invocación e intercesión de todos.
Estoy seguro de que los obispos, sacerdotes, diáco-
nos y catequistas encontrarán en este año las modalida-
des más adecuadas para poner la oración en la base del
anuncio de esperanza que el Jubileo 2025 quiere hacer
resonar en este tiempo turbulento. Para esto, será muy
valiosa la contribución de las personas consagradas,
en especial de las comunidades de vida contemplativa.
Deseo que, en todos los Santuarios del mundo, lugares
privilegiados para la oración, se incrementen las iniciati-
vas para que cada peregrino pueda encontrar un oasis de
serenidad y regrese con el corazón lleno de consolación.
Que la oración personal y comunitaria sea incesante, sin
interrupción, según la voluntad del Señor Jesús (cf. Lc
18,1), para que el reino de Dios se extienda y el Evange-
lio llegue a cada persona que pide amor y perdón.
Para favorecer este Año de la Oración se han rea-
lizado algunos breves textos que, en la sencillez de su
lenguaje, ayudarán a entrar en las diversas dimensiones
de la oración. Agradezco a los Autores por su colabora-
ción y pongo con gusto en vuestras manos estos «Apun-
tes», para que cada uno pueda redescubrir la belleza de
confiarse al Señor con humildad y con alegría. Y no se
olviden de orar también por mí.

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Orar hoy,
un desafío a superar

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Prefacio
¡HAY QUE LEERLO!

Como prefacio, o mejor, como introducción a estas


páginas sobre el fascinante y actualísimo tema de la ora-
ción, he pensado proponerles el relato de una curiosa ex-
periencia del escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn. En
1962 publicó su primera novela que tenía como título Un
día en la vida de Iván Denisóvich.
Era el periodo eufórico de la desestalinización. El
propio Kruschev, delante de una asamblea de intelectua-
les, calificó la obra de Solzhenitsyn como una de las que
«ayudan al pueblo en su lucha por una nueva sociedad,
lo unen y consolidan sus fuerzas».
La narración del escritor ruso nos da a conocer una
de las 3 653 jornadas que Iván Denisóvich transcurrió en
el campo de concentración, resaltando que para el pobre
prisionero se trataba de un «precioso día, casi feliz».
Es fácil intuir que este pobre Iván es el mismo autor,
el cual sintetiza en este «precioso día, casi feliz» todo el
horror que ese lugar provocó en él, donde «se le puede
dar la vuelta a un hombre como si fuera un calcetín»;
donde, «después de un día de viento, hielo y hambre,
una cucharada de sopa de col cuenta más que la libertad
de toda la vida pasada y de toda la vida futura y donde,
al llegar la noche, el detenido puede ser feliz por haber
conseguido sobrevivir».
Los trabajos forzados, el ser contado y vuelto a con-
tar como si fuera ganado, la conciencia de encontrarse

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4 Orar hoy, un desafío a superar

en manos de un tirano y no de la justicia, llevan a la


aniquilación espiritual del hombre, a la descomposición
de su sentido moral volviéndolo malo, cruel, despiadado
y egoísta hasta el punto de que «el peor enemigo del pri-
sionero es él mismo».
Pero en la oscura noche de la opresión, en lo que
parece que es terreno de los lobos, una pequeña llama
brilla y da esperanza: es la fe de quien es prisionero por
haberla custodiado, defendido y propagado; la fe del jo-
ven Aljoska, el cual «mira el sol y se alegra» y «tiene la
sonrisa en los labios» a pesar de todo.
Él ha conseguido llevar consigo a ese infierno el libro
del Nuevo Testamento: los evangelios y las epístolas de
los apóstoles. Hasta ahora ha podido salvarlo de las con-
tinuas redadas y es feliz. Cada noche, a la tenue luz de la
lámpara que se queda encendida en el frío barracón, lee
y reza. Iván lo escucha, ya que su cama está justo encima
de la suya. Esa noche oye que le dicen:
—Ves bien, Iván Denísovich, que su alma aspira a
dirigir una oración a Dios. ¿Por qué no dejas que
la haga?
Iván miró de reojo a Aljoska. Vio sus ojos relucir
como dos luces. Suspiró.
—¿Quieres saber por qué no rezo? Porque, Aljoska,
las oraciones, como las preguntas escritas, o no
llegan a su destino o son rechazadas.
—¡Uno ha de tener una confianza inquebrantable en
su propia oración! Si tiene una fe semejante, po-
drás decir a ese monte que se mueva y lo hará.
Iván sonrió y se enrolló otro cigarrillo. Se lo hizo
encender por uno de los estonios.

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Prefacio. ¡Hay que leerlo! 5

—¡Para de contar patrañas, Aljoska!... Vosotros los


baptistas habéis rezado todos a coro en el Cáucaso,
y ¿habéis movido si acaso un solo monte?
También ellos eran pobres «cristos»: ¿qué mal po-
dían hacer orando a Dios? Sin embargo, a todos les ha-
bían caído veinticinco años por cabeza. Porque era un
periodo así: le caían veinticinco años a cualquiera.
—Pero no hemos rezado por eso, Denísovich, —in-
tentaba convencerlo Aljoska—. El Señor nos ha
enseñado que, de todas las cosas terrenas y pere-
cederas, solo tenemos que orar por el pan de cada
día. Nosotros en realidad rezamos así: «Danos hoy
nuestro pan de cada día».
—La ración, ¿quieres decir? —preguntó Iván.
Pero Aljoska no se rendía: quería convencerlo más
con los ojos que con las palabras y le acariciaba la mano:
—Iván Denísovich, no hace falta orar para que te
envíen un paquete postal o te den un tazón más
de esa bazofia. ¡Las cosas más apreciadas por los
hombres son viles a los ojos de Dios! Hay que orar
por el espíritu, para que el Señor nos quite del co-
razón la espuma de la maldad.
Iván se volvió a tumbar... Se sumergió en sus propios
pensamientos sin escuchar el borboteo de Aljoska.
—En resumen —concluyó al final— reza todo lo que
quieras, pero no te reducirán la pena. Tendrás que
vivirla desde el principio hasta el final.
—¡Pero no se tiene que orar por eso! —se horrorizó
Aljoska—. ¿Qué te importa la libertad? ¡En liber-
tad, los últimos restos de tu fe serán ahogados por

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6 Orar hoy, un desafío a superar

las malas hierbas! ¡Tienes que estar contento de


estar en la cárcel! ¡Aquí, tienes todo el tiempo para
pensar en el alma!
Iván miraba el techo en silencio. Tampoco él sabía si
quería volver a ser libre o no... Ni sabía si la vida habría
sido mejor allí que aquí...
Aljoska no mentía cuando decía que estaba contento
de estar en la cárcel: se le notaba en la voz y en los ojos...
—Mira, Aljoska —le explicaba Iván— tu razona-
miento va bien. Cristo te ha dicho que vayas a la
cárcel y es por Cristo que te encuentras aquí. ¿Pero
por qué me han metido a mí aquí?
La pregunta se quedó sin respuesta, ya que lo impi-
dió un enésimo control nocturno. Pero la respuesta ya se
la había dado: «Hay que orar por el espíritu, para que el
Señor nos quite del corazón la espuma de la maldad».
La maldad es el verdadero mal del hombre: liberarse
de ella es sin duda obra suya; pero le es imposible sin la
ayuda de Dios: este es el gran motivo de la necesidad de
la oración del hombre.
Y donde quiera que estemos hemos de hacer nuestra
la oración de Iván: «Señor, ¡quítanos del corazón la es-
puma de la maldad!»
¡Qué hermoso es, qué consolador, verdadero y de
gran actualidad es el testimonio de este prisionero de un
campo de concentración perdido en la inmensa Rusia!
Su lección es también válida para nosotros, en espe-
cial en este año dedicado a la oración.

Cardenal Angelo Comastri

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Capítulo 1
TRES REFERENCIAS AUTORIZADAS
SOBRE LA NECESIDAD DE LA ORACIÓN

Con la oración podemos levantar el mundo

Santa Teresa de Lisieux (1873-1897), que fue una


misionera maravillosa y fecunda a pesar de quedarse
toda su vida dentro de un monasterio, expresó bien el
secreto de la fecundidad de la oración que hoy muchos
ya no entienden.
Ella, con una gran lucidez, escribió: «Un sabio dijo
“dadme una palanca, un punto de apoyo yo levantaré el
mundo”. Lo que Arquímedes no pudo obtener porque su
petición no se dirigía a Dios y era expresada solo desde
un punto de vista material, los santos lo han obtenido
plenamente. El Omnipotente les ha dado como punto de
apoyo a Él mismo y solo a Él; como palanca ha dado
la oración que inflama con un fuego de amor, y así han
elevado el mundo. Y así lo elevan los santos de la Iglesia
militante y lo levantarán también los santos futuros hasta
el final del mundo».
Son palabras que hay que meditar de rodillas. Y,
sobre todo, son palabras que hay que tomarse en se-
rio empezando a orar de verdad. ¡De inmediato: hoy
mismo!
Teresa nos confía una verdad de un valor incalcula-
ble: ¡los verdaderos «apóstoles» son los santos! Y, ante
todo, ¡son apóstoles porque rezan!

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8 Orar hoy, un desafío a superar

Ella, con pocas palabras, destruye viejas contro-


versias e ilumina el problema de la evangelización del
mundo y de la fecundidad del apostolado cristiano: ¡ne-
cesitamos santos!
Y para tener santos, necesitamos personas de una
auténtica oración; y la auténtica oración es la que infla-
ma con un fuego de amor: solo así es posible levantar
el mundo y acercarlo al corazón de Dios.
¿Se podía ser más claro? ¿Y al mismo tiempo más
sencillo? ¿Y más profundo? ¿Y más luminosamente
evangélico?
Santa Teresa de Lisieux, patrona de las misiones
(¡hay que señalarlo!) entendió la eficacia de la oración
desde los catorce años. Así sucedió todo.
En Francia, en la noche del 17 de marzo de 1887,
un tal Enrico Pranzini cometió un triple asesinato. Fue
arrestado y su juicio terminó el 23 de julio con una
condena a muerte: así preveía la ley francesa del mo-
mento.
Teresa de Lisieux, hoy santa, tenía entonces catorce
años y ya era una maravillosa cristiana, abierta a la luz
de Dios y deseosa de llevar almas al encuentro con la
misericordia de Dios.
En cuanto se enteró de la noticia de la condena a
muerte de Enrico Pranzini, Teresa se preocupó mu-
cho porque el homicida había rechazado expresamen-
te cualquier encuentro con un sacerdote y todo dejaba
pensar que había muerto impenitente.
La futura santa estaba triste por este hecho y comen-
zó una oración ferviente, involucrando a su hermana
Celina en la misma tarea. ¿Y qué sucedió? Escuchemos
el relato vivo de Teresa:

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1. Tres referencias autorizadas sobre la necesidad de la oración 9

«Yo estaba segurísima de que Dios perdonaría al


pobre desgraciado Pranzini […], para mi consuelo,
le pedía solo “una señal” de arrepentimiento... ¡Mi
oración fue escuchada al pie de la letra! A pesar
de la prohibición que papá nos había hecho de leer
periódicos, no creía desobedecerle leyendo los pa-
sajes que hablaban de Pranzini. Al día siguiente de
su ejecución, se puso a mi alcance sin pretenderlo
el periódico “La Croix”. Lo abro apresuradamente,
y ¿qué es lo que veo?... ¡Ah!, las lágrimas traicio-
naron mi emoción, y me vi obligada a esconder-
me.... Pranzini no se había confesado, había subido
al cadalso, y estaba a punto de meter su cabeza en
el lúgubre agujero, cuando de repente, sobrecogi-
do por una inspiración repentina, da media vuelta,
coge un Crucifijo que le presentaba el sacerdote, ¡y
besa por tres veces sus llagas sagradas!... Luego, su
alma voló a recibir la sentencia misericordiosa de
Aquel que declara que “en el cielo habrá más gozo
por un solo pecador que hace penitencia que por
99 justos ¡que no tienen necesidad de penitencia!”
(Lc 15,7)» 1.
Si creyéramos en la eficacia de la oración, nos pa­
saríamos mucho tiempo de rodillas. ¡Y el mundo cam-
biaría de dirección!

1
Santa Teresa de Lisieux, Obras completas (BAC, Madrid
2017) 136-137.

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10 Orar hoy, un desafío a superar

El hombre no puede realizarse sin oración

David Maria Turoldo (1916-1992), ha dicho:


«Yo creo que el hombre no puede realizarse sin
el silencio ni la oración. Lo que más falta en este
tiempo nuestro, en esta civilización, es el espíritu
de oración. Esta sería la verdadera revolución: ¿el
mundo no reza? Yo rezo. ¿El mundo no guarda si-
lencio? Yo guardo silencio. Y me pongo a la escu-
cha. Revolución no consiste en romper o destruir,
sino en introducir un espíritu nuevo en las formas
de siempre. Lo que más nos falta es precisamente
la relación con el misterio, la apertura hacia el in-
finito de Dios: por eso está tan solo el hombre, por
eso es tan insuficiente y se ve tan amenazado. Es la
característica de esta civilización del fracaso: ya no
se guarda silencio, no se contempla. Se ha perdido
el verdadero valor de las cosas. Y es un tiempo sin
cantos. Hoy no se canta; hoy se chilla, se grita: real-
mente es la civilización del estruendo. Un tiempo
sin oración, sin silencio y, por tanto, sin escucha. Ya
nadie escucha a nadie. No sin razón estos tiempos
no tienen alegría porque la alegría viene de lejos.
Hay que excavar en profundidad: es necesario vol-
ver a orar».
¡Sí, es necesario volver a orar! Solo la oración deja
espacio a Dios en nuestra vida y en la historia del m
­ undo:
y con Dios todo es posible.

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1. Tres referencias autorizadas sobre la necesidad de la oración 11

Sin Dios somos demasiado pobres para poder ayudar


a los pobres

En 1968 estuve con Madre Teresa de Calcuta por pri-


mera vez.
Era sacerdote desde hacía apenas un año y sentí el
impulso de ir a pedir a Madre Teresa que me acompañara
con su oración.
Madre Teresa, nada más verme, me preguntó a quema-
rropa: «¿Cuántas horas rezas al día?». Me pilló un poco por
sorpresa, porque me esperaba que me preguntara: «¿Cuánta
caridad haces?». En cualquier caso, le respondí: «Madre,
celebro la santa misa todos los días, rezo el rosario todos
los días, no descuido mi oración cotidiana del breviario...».
Madre Teresa cogió mis manos entre las suyas y me
susurró al oído: «¡No es suficiente! ¡La relación con Je-
sús es una relación de amor! Y en el amor uno no puede
limitarse al deber. Haces bien en celebrar la misa cada
día y en rezar el rosario y el breviario: ¡es tu deber! Pero
tienes que añadir un poco de tiempo de adoración delan-
te de la Eucaristía, ¡en un tú a tú con Jesús!».
El consejo de Madre Teresa me llegó al corazón, pero
me permití decirle: «Madre, me esperaba que usted me
preguntara: “¿Cuánta caridad haces?». Madre Teresa se
puso seria y luego me recitó lentamente estas palabras en
las que se encierra todo el secreto de su vida. Dijo: «¿Y
tú crees que yo podría llevar mi amor a los pobres si Je-
sús no me diera su Amor cada día a través de la oración?
Recuerda: ¡sin Dios somos demasiado pobres para poder
ayudar a los pobres!».
Se tendrían que gritar estas palabras en las iglesias
y en las plazas: son la medicina para curar la actual
­dispersión de tanta gente… ¡también eclesiástica!

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12 Orar hoy, un desafío a superar

Con su vida, Madre Teresa nos recuerda una verdad


imprescindible: «¡Sin Dios somos demasiado pobres
para poder ayudar a los pobres!».
Saquemos consecuencias de todo esto: con honradez,
prontitud y coherencia.

La oración es un imán que atrae a Jesús

Domenico Giuliotti, poeta y escritor, nació el 18 de


febrero de 1877 en San Casciano Val di Pesa, en la pro-
vincia de Florencia. Vivió una infancia serena en una
familia en la que se respiraba la fe católica. Él mismo
comentaba:
«Mi infancia transcurrió en una antigua villa solita-
ria en lo alto de una colina cuando el campo todavía
era piadoso y fue una infancia muy religiosa. Me
rodeaban de cosas y de personas verdaderamente
puras. Era el tiempo en el que los campesinos, des-
pués del duro día de trabajo, se reunían en la cocina
iluminada por una gran llama en la chimenea del
hogar y, de rodillas, sobre el suelo irregular, rezaban
el rosario mientras una gran cacerola freía el sofrito
para su sopa de pan negro. Mi padre, granjero, era
amigo de sus subordinados y como un padre para
ellos. Mi madre, nacida en el seno de una familia
campesina, una mujer purísima y muy fuerte, alter-
naba el gobierno de la casa con la oración cotidiana.
Por la mañana, una breve acción de gracias al Señor por
habernos concedido un buen descanso y una invo-
cación a su ayuda para las tareas de la jornada; a
mediodía, el ángelus antes de ponernos a la mesa; y,
antes de dormir, la avemaría y el credo. Eran oracio-

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 12 23/1/24 20:01


1. Tres referencias autorizadas sobre la necesidad de la oración 13

nes que recitábamos todos juntos y que descendían


al alma con una luz benéfica» 2.
En su adolescencia, Domenico Giuliotti se separó de
forma brutal de Cristo y se convirtió en un feroz ene-
migo de la Iglesia y de todo lo que olía a cristianismo:
como diría él mismo, se convirtió en un seguidor del An-
ticristo.
Pero su corazón estaba inquieto y, poco a poco, re-
tomó el camino de regreso. En cuanto dio el paso que
lo devolvió a la casa de la fe, Domenico Giuliotti se dio
cuenta de lo «insensato» que había sido y se hizo inflexi-
ble consigo mismo para castigarse por su fuga imperdo-
nable.
Se comportó como el borracho que, una vez cortado
el lazo con el vino, no quiere ni siquiera sentir su olor.
Después de su conversión, Domenico Giuliotti amó vis-
ceralmente la fe católica y escribió páginas vibrantes en
defensa de la grandeza del sacerdote católico.
He aquí una página memorable:
«Ellos solos [= los sacerdotes], aunque indignos,
sostienen, sostenidos por Cristo, los muros vacilan-
tes de la ciudad terrena. Si nos imagináramos que ya
no habría sacerdotes, tampoco existiría ya la Iglesia;
pero si no existiera ya la Iglesia, tampoco habría
ya liturgia; y si ya no existiera la liturgia, tampoco
existirían ya los sacramentos; y sin sacramentos, ya
no se daría la irrigación de la gracia. Y consecuen-
cia de todo ello vendría la sequedad, la esterilidad
y la muerte. El sacerdote es un hombre, pero es
más que los ángeles; es un pecador, pero quita los

2
La Civiltà Cattolica III (1975) 495ss.

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14 Orar hoy, un desafío a superar

p­ ecados; es un siervo, pero el Señor le obedece. Los


ángeles e incluso la Reina de los ángeles no tienen
el poder de absolver, ni el poder de obligar a Cristo
cada día a renovar, bajo las santas especies del pan
y del vino, la ofrenda universalmente reparadora de
Dios a Dios. Solo él puede hacer estos prodigios» 3.
Domenico Giuliotti se apagó cristianamente a las
nueve y cuarto del 12 de enero de 1956. Había escrito
poco antes de morir:
«Ven por tanto pronto, oh Señor, a devorar todo el
mal con tu famélico amor. ¿Qué importa si no te ve-
rán mis cansados ojos de la carne? ¡Sé que vendrás,
Señor! Por tanto, puedo partir con alegría de esta
“cama ensangrentada” ahora que, en proporción con
mi capacidad de entender, es decir, de amar, me has
abierto y desvelado tu adorable Misterio» 4.
¿Cómo se dio el milagro del regreso de Domenico
Giuliotti al conmovedor abrazo a Dios? Él mismo dio un
día la respuesta: «Todo sucedió gracias a las oraciones
insistentes y sinceras de mi madre».
¡Es verdad! Cuando alguien se convierte, ¡siempre
hay alguien que está rezando por él en algún sitio!

Polvere dell esilio (Vallecchi, Florencia 1929) 129.


3

Il malpensante: pagine di fede e di lotta e d’amore (Vallecchi,


4

Florencia 1957) 166.

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Capítulo 2
¡SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR!

No se puede vivir sin oración

En la Biblia se afirma claramente la necesidad de la


oración, ¡de la verdadera oración!
En el Antiguo Testamento hay sobre todos dos epi-
sodios que ponen muy bien de manifiesto el gigantesco
poder de la oración.
El primero está ambientado alrededor de los robles
de Mamre. Abrahán acaba de hospedar a tres personajes
misteriosos y ha recibido el anuncio de que dentro de
un año será padre de un niño... largamente esperado. El
clima está lleno de misterio, pero también lleno de luz:
en realidad, cada encuentro con Dios es así.
Esta es la escena de la oración audaz e insistente:
«Los hombres se levantaron de allí y miraron hacia So-
doma. Abrahán los acompañaba para despedirlos. El
Señor pensó: “¿Puedo ocultarle a Abrahán lo que voy
a hacer? Abrahán se convertirá en un pueblo grande y
numeroso, y en él se bendecirán todos los pueblos de la
tierra”» (Gen 18,16-18).
Dios confía a Abrahán que el pecado pesa sobre el
destino de dos ciudades, hasta tal punto que tiene pen-
sado destruirlas. Abrahán siente un estremecimiento de
solidaridad hacia las dos ciudades y al mismo tiempo
siente que puede llamar al corazón de los “tres miste-
riosos personajes”: «Abrahán se acercó y le dijo: “¿Es

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 15 23/1/24 20:01


16 Orar hoy, un desafío a superar

que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay


cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no
perdonarás el lugar por los cincuenta inocentes que hay
en él? ¡Lejos de ti tal cosa!, matar al inocente con el
culpable, de modo que la suerte del inocente sea como
la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de toda la tierra, ¿no
hará justicia?”» (Gen 18,23-25).
La verdadera oración nos hace entrar en el corazón
de Dios y, por lo tanto, puede permitirse ser audaz e in-
sistente. Por este motivo, Abrahán no pierde el ánimo
y desciende el número a cuarenta personas, a treinta, a
veinte y la respuesta es: «En atención a los veinte, no la
destruiré» (Gen 18,31). Abrahán tiene un momento de
duda, pero a continuación, con la fuerza de la fe, se atre-
ve a decir: «Que no se enfade mi Señor si hablo una vez
más: ¿Y si se encuentran diez?». Contestó el Señor: «En
atención a los diez, no la destruiré» (Gen 18,32).
Desgraciadamente, tampoco hubo diez justos. Pero
permanece intacto el significado del relato: la oración
es diálogo; la oración es iniciativa de amor; la oración es
atrevimiento; la oración es la puerta que nos introduce
en el Corazón de Dios y en el mismísimo misterio de
sus decisiones.
¡Oh, si rezáramos de verdad! Juan Pablo I, en una de
las pocas catequesis que el Señor le concedió dar, con
el candor que era propio en él, exclamó: «¡Perdemos
muchas batallas porque rezamos poco!». La Biblia le da
ampliamente razón.
El segundo episodio memorable sobre la fuerza de la
oración está en el libro del Éxodo. Israel está de cami-
no hacia la Tierra Prometida: pero el viaje está lleno de
dificultades, riesgos, emboscadas y enemigos. Ante un
enemigo poderoso y peligroso, Moisés toma la siguiente

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2. ¡Señor, enséñanos a orar! 17

decisión: «Amalec vino y atacó a Israel en Refidín. Moi-


sés dijo a Josué: “Escoge unos cuantos hombres, haz una
salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la
cima del monte, con el bastón de Dios en la mano”. Hizo
Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; entretan-
to, Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte. Mien-
tras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras
las tenía bajadas, vencía Amalec. Y, como le pesaban los
brazos, sus compañeros tomaron una piedra y se la pusie-
ron debajo, para que se sentase; mientras, Aarón y Jur le
sostenían los brazos, uno a cada lado. Así resistieron en
alto sus brazos hasta la puesta del sol» (Ex 17,8-12).
A veces, ante los continuos problemas de nuestro
duro camino hacia el Paraíso, nosotros buscamos so­
luciones de pura alquimia humana y también de una astu-
cia totalmente terrestre.
¿Y si en cambio la solución estuviera en alzar sim-
plemente las manos a Cristo día y noche? ¿Acaso no es
posible que el ejemplo de Moisés tenga algo que ense-
ñarnos también a nosotros, «profesores» de Dios más
que «testigos» de Dios?
En teoría, todos estamos convencidos de la impor-
tancia de la oración: se habla muy a menudo de ello y se
repite por todas partes.
Pero ¿estamos de verdad seguros de que la oración
está en el centro de nuestra vida? ¡Una cosa es hablar de
oración y otra bien distinta es orar!
A veces, ante los recurrentes e insidiosos desafíos de
la historia, todos estamos tentados de abandonarnos a
colaboraciones de refinadas competencias y de alta pro-
fesionalidad... teórica. ¿Y si en vez de eso buscáramos
simplemente a algunas personas, como Aarón y Jur, para
tener siempre en alto las manos de quienes tienen que

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18 Orar hoy, un desafío a superar

orar por todos? ¿No pensamos que tendríamos más fuer-


za y credibilidad, más eficacia en nuestro apostolado?

«¡Jesús rezaba!»: este argumento basta para estar a


favor de la oración

Para el discípulo, El comportamiento de Jesús es una


norma absoluta de vida. ¡De hecho, Jesús es el Maestro!
Pues bien, nadie puede negar que la oración haya
sido literalmente el centro de la vida de Jesús: la oración
era su respiración, su horizonte de referencia, la fuente
de sus acciones y de sus palabras.
Blaise Pascal (1623-1662), al mirar a Jesús, observa-
ba las normas del comportamiento cristiano y concluía:
«¡Amo la pobreza porque Cristo ha amado la pobreza!».
Pero se puede decir tranquilamente y de manera legítima
lo mismo con respecto a la oración: ¡Amo la oración sin
discusión porque Cristo ha amado la oración!
El evangelista Marcos anota: «Se levantó de madru-
gada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un
lugar solitario y allí se puso a orar» (Mc 1,35).
Debía de ser un gesto tan habitual que se quedó pro-
fundamente impreso en la memoria de los apóstoles: es-
tos, después de la Ascensión, no podían acordarse de su
Maestro y Señor sin recordar al mismo tiempo su oración.
San Lucas, un escritor capaz casi de pintar los gestos
de la vida de Jesús, subraya un aspecto de gran impor-
tancia: Jesús, antes de tomar la decisión de llamar a los
apóstoles, ¡pasó una noche entera en oración! El evan-
gelista relata este hecho porque es una extraordinaria
­lección de vida: «En aquellos días, Jesús salió al monte
a orar y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de

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2. ¡Señor, enséñanos a orar! 19

día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce,


a los que también nombró apóstoles» (Lc 6,12-13).
Charles de Foucauld (1858-1916), conmovido pro-
fundamente por este comportamiento de Jesús, se ena-
moró de la oración nocturna: la noche se convirtió en el
refugio habitual de su oración y el tiempo más apreciado
para el coloquio, la adoración y la intercesión.
¿No tendría que hacer lo mismo cada discípulo? ¿No
debería el discípulo tener sus ojos mirando siempre al
Maestro para entender cada latido, cada matiz, cada pos-
tura en su vida?
¿Cuánto se ha dirigido nuestra mirada al Señor en el
día de hoy?
¿Cuánto inspira su vida la nuestra?
¡No se pueden eludir estas preguntas, si queremos
que Jesús sea nuestro Maestro y nosotros seamos sus
discípulos!
Por otra parte, resulta doloroso tener que admitir que
muchas de nuestras decisiones no nacen de la oración:
nacen de la inteligencia, pero ¿basta con la inteligencia?
Nacen del estudio, pero ¿basta con el estudio? Nacen de
la investigación, pero ¿basta con la investigación? Na-
cen de la sociología, pero ¿basta con la sociología?
Nacen de la astucia, pero ¿basta con la astucia?
Sigamos de nuevo al Maestro. Escribe el evangelis-
ta Mateo: «Al enterarse Jesús [de la muerte de Juan el
Bautista] se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar
desierto» (Mt 14,13); poco después, añade: «Enseguida
[después de la multiplicación de los panes] Jesús apremió
a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelan-
taran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y
después de despedir a la gente subió al monte a solas para
orar. Llegada la noche estaba allí solo» (Mt 14,22-23).

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20 Orar hoy, un desafío a superar

Estos gestos habituales de Jesús quedaron indele-


blemente grabados en la memoria de los discípulos y se
convirtieron en el punto de referencia continuo de sus
decisiones y de su comportamiento.
Pedro (¡al que eligió Jesús para confirmar la fe del
resto!), no habría podido decir un día: «Nosotros nos
dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra»
(Hch 6,4), si no hubiera estado más que convencido
de estar siguiendo un comportamiento ya visto en el
­Maestro.
Esta decisión de Pedro, ¿no tiene nada que decirnos
hoy?
Estoy convencido de que hoy habría meditado larga-
mente el inicio del capítulo sexto de los Hechos de los
Apóstoles: tengo la impresión de que nos estamos mo-
viendo en la dirección opuesta a la que tomaron los após-
toles en un momento muy similar al nuestro.
Incluso los Evangelios nos dicen que la oración de
Jesús puso en crisis la oración de los discípulos. Mirando
a Jesús que rezaba, ¡se dieron cuenta de que no sabían
orar! Y esto es lo que sucede: «Una vez que estaba Je-
sús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus
discípulos le dijo: “¡Señor, enséñanos a orar, como Juan
enseñó a sus discípulos!”» (Lc 11,l).
La oración de Jesús tenía que ser al mismo tiempo
transparente y misteriosa: era una santa oración en la que
se veía algo hermoso, pero al mismo tiempo seguía sien-
do un misterio profundo. La petición de los apóstoles
fue espontánea: «Jesús, haznos entrar en este hermoso
misterio que se ve en tus ojos y en tu rostro. Jesús, ¡en-
séñanos a orar!».
Nosotros también necesitamos retomar esta invoca-
ción: en efecto, a todos nosotros nos tiene que ­quedar

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2. ¡Señor, enséñanos a orar! 21

muy claro que el camino de nuestra oración no ha ter-


minado porque no ha terminado el camino de la fe y
tampoco el de la conversión; el camino de conversión,
el camino de fe y el camino de oración son caminos al
mismo tiempo, son caminos intercambiables.
El evangelista Juan, que tuvo la gracia de sentir el la-
tido del corazón de Cristo y de intuir el abismo de amor
que ocultaba, fotografió los sentimientos de las últimas
horas de la vida de Cristo citando una larga y memorable
oración: la oración al Padre, la oración de la ofrenda de
Amor, la oración de la amistad divina, la oración ferviente
por la unidad de sus discípulos, la oración para invocar
el alma de la oración para sus apóstoles y para sus discí-
pulos de todos los tiempos.
Una vez concluida la cena, relata san Lucas: «Salió
y se encaminó, como de costumbre, al monte de los Oli-
vos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les
dijo: “Orad, para no caer en tentación”» (Lc 22,39-40).
¿Cómo es posible que en el momento más dramá-
tico de su vida, cuando su mismo cuerpo reaccionaba
sudando sangre, haya visto la oración como única fuerza
y único recurso? Y, sin embargo, es así. El Evangelio no
puede cambiarse, ni ser retocado: ¡es así, es sencillamen-
te así!
Cuando llegó el momento supremo, Jesús entra oran-
do en el abrazo con su Padre: «Y Jesús, clamando con
voz potente, dijo: “Padre, a tus manos encomiendo mi
espíritu”» (Lc 23,46).
Si esta ha sido la vida de Jesús, si este ha sido su
apostolado, ¿podemos vivir nosotros una vida distinta o
pensar nuestro apostolado de un modo diverso?
«¡Señor, enséñanos a orar!».
La Palabra de Dios nos responde. ¡Escuchemos!

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22 Orar hoy, un desafío a superar

Primer paso del hombre hacia la oración: «Señor,


dame a conocer cuál es la medida de mis años,
para que comprenda lo caduco que soy» (Sal 39,5)

La Biblia enseña categóricamente (¡pero también lo


enseña la experiencia!) que el hombre es pequeño. ¡Sí, el
hombre es pequeño!
Esta verdad de partida es fundamental: en efecto, si
el hombre intercambia la medida real de su estatura con
la medida irreal de sus deseos, realiza un error fatal y,
antes o después, pasará de la ilusión a la desilusión, del
delirio de omnipotencia a la postración del nihilismo.
Así ha sucedido siempre y sucede continuamente, no
hay más que mirar a nuestro alrededor.
La Biblia nos advierte con lealtad lo pequeño que
es el hombre. Entonces, la primera postura que permite
comenzar un verdadero camino de oración es precisa-
mente esta: reconocer nuestra pequeñez, ser conscientes
de nuestra condición de criaturas.
Veamos algunos textos significativos de la Escritura
a través de los cuales aparece claramente el verdadero
rostro del hombre.
Isaías, con un lenguaje robusto y nítido, escribe:
«Dice una voz: “Grita”. Respondo: “¿Qué debo gritar?”.
Toda carne es hierba y su belleza como flor campestre»
(Is 40,6).
¡Es verdad! El hombre lleva dentro de sí mismo un
innato estado incompleto que no es otra cosa que su mis-
ma condición de “criatura” escrita en todas las fibras de
su ser: ¡por eso hay una necesidad innata de adoración
en el hombre! ¡El riesgo fatal del hombre es confundirse
con el destinatario de esa adoración!

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2. ¡Señor, enséñanos a orar! 23

El Salmo 8, después de haber reconocido que el


hombre tiene en él mismo una marca de grandeza, se
apresura a precisar:
«Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado.
¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?».
El Salmo 37, recogiendo una objeción antigua y re-
ciente, aconseja:
«No te exasperes por los malvados,
no envidies a los que obran el mal:
se secarán pronto, como la hierba,
como el césped verde se agostarán».
¿Por qué? Porque el malvado es el que no se apoya en
el Señor; el malvado es el que ha orientado hacia «otros
señores» la innata necesidad de adoración: se encontrará
inexorablemente arrugado en la nada y el fracaso exis-
tencial. Así, el salmista susurra dirigiéndose al justo:
«Confía en el Señor y haz el bien:
habitarás tu tierra y reposarás en ella en fidelidad;
sea el Señor tu delicia,
y él te dará lo que pide tu corazón».
El salmista está decididamente seguro al afirmar que
solo Dios es proporcional a los deseos del corazón hu-
mano: de hecho, ¡el hombre está sediento de Dios! Por
este motivo, la conclusión es rápida como una fl
­ echa:
«Mejor es ser honrado con poco
que ser malvado en la opulencia;
pues al malvado se le romperán los brazos,
pero al honrado lo sostiene el Señor».

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24 Orar hoy, un desafío a superar

Sin embargo, a menudo el justo parece un derrotado


y el impío parece un vencedor. No, asegura el salmista,
no te dejes engañar:

«Vi a un malvado que se jactaba,


que prosperaba como un cedro frondoso;
volví a pasar, y ya no estaba;
lo busqué, y no lo encontré».

Esta es la certeza del hombre de fe: del hombre que


sabe ser pequeño e incompleto, pero que al mismo tiem-
po sabe que Dios lo completa.
También el Salmo 73, nos entrega el mismo mensaje
en unas pocas frases:

«Pero yo por poco doy un mal paso,


casi resbalaron mis pisadas:
porque envidiaba a los perversos,
viendo prosperar a los malvados.
[...]
En un momento causan horror,
y acaban consumidos de espanto.
Como un sueño al despertar, Señor,
al despertarte desprecias sus sombras.
[...]
¿No te tengo a ti en el cielo?
Y contigo, ¿qué me importa la tierra?
Se consumen mi corazón y mi carne;
pero Dios es la roca de mi corazón y mi lote perpetuo».
¡Este es el verdadero rostro del hombre que surge de
la Escritura!
El hombre es un pequeño que no puede jugar a ser
un gigante. De hecho, la pequeñez del hombre solo t­ iene

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2. ¡Señor, enséñanos a orar! 25

un enfoque liberador: apoyarse en el único Grande y de-


jarse abrazar por Él. Por eso, Fiódor Dostoyevski dijo
con unas pocas palabras fulgurantes: «Toda la ley de la
existencia reside en esto: que el Hombre pueda inclinar-
se ante el infinitamente Grande». Gandhi añadió sabia-
mente: «El buscador de Dios debe ser más humilde que
el polvo».
Y san Agustín Roscelli, un pequeño gran sacerdote
genovés del siglo xix, afirmaba con una profunda preci-
sión teológica: «En el paraíso encontraremos a personas
que no han sido ni mártires, ni obispos, ni sacerdotes, ni
teólogos... pero no encontraremos a ni una sola persona
que no haya sido humilde».
Sin humildad no se llega a Dios: el hombre solo lle-
gará a sentir los pasos del Eterno y la careza del Infini-
to si acepta con serenidad su pequeñez como verdad y
como punto de partida del camino de su inquieta inte-
ligencia.
Por desgracia, no siempre sucede así. El hombre his-
tórico ha vivido el trágico incidente de la libertad he-
cha orgullo: el hombre histórico ha rechazado a Dios y,
dramáticamente, ha caído en la amarga experiencia del
pecado. Por lo tanto, hemos de mostrar ahora el segundo
paso indispensable.

Segundo paso del hombre hacia la oración: «¡Oh Dios!,


ten compasión de este pecador!» (Lc 18,13)

Friedrich Nietzsche (1844-1900), filósofo inquietan-


te y testigo singular del drama de la cultura occidental,
en el fragmento 108 de su obra La ciencia jovial declara
con seguridad:

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26 Orar hoy, un desafío a superar

«Dios ha muerto: pero tal y como es la naturaleza


de los hombres, habrá, quizá aún durante milenios,
cuevas en las que se proyecte su sombra. Y noso-
tros… ¡nosotros aún tenemos que derrotar a su som-
bra!».
¡Qué propósito más descabellado! En realidad, ¡Dios
nunca se convertirá en una sombra, pero el hombre sí
se convierte en una sombra cuando se separa de Dios!
El mismo Nietzsche, en el fragmento 125 de la misma
obra, nos entrega una sufrida página en la cual el ateísmo
ya no es presentado como una conquista, sino como un
altísimo drama. Escribe:
«¿No oísteis hablar de aquel loco que en pleno día
corría por la plaza pública con una linterna encen-
dida, gritado sin cesar: “¡Busco a Dios! ¡Busco a
Dios!” Como estaban presentes muchos que no
creían en Dios, sus gritos provocaron a risa. “¿Se
te ha extraviado?” decía uno. “¿Se ha perdido como
un niño?”, decía otro. “¿Se ha escondido? ¿Tiene
miedo de nosotros? ¿se ha embarcado? ¿ha emi-
grado? Y estas preguntas acompañaban risas en
el corro. El loco se encaró con ellos y, clavándo-
les la mirada, exclamó: “¿Dónde está Dios? Os lo
voy a decir. Le hemos matado, vosotros y yo, to-
dos n­ osotros somos sus asesinos. Pero ¿cómo he-
mos podido hacerlo? ¿Cómo pudimos vaciar el mar?
¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizon-
te? ¿Qué hemos hecho después de desprender la
­tierra de la cadena de su sol? ¿Dónde la conducen
ahora sus movimientos? ¿A dónde la llevan los
nuestros? ¿Es que caemos sin cesar? ¿Vamos ha-
cia adelante, hacia atrás, hacia algún lado, erramos

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2. ¡Señor, enséñanos a orar! 27

en todas direcciones? ¿Hay todavía un arriba y un


abajo? ¿Flotamos en una nada infinita ¿No sentimos
frío? ¿No veis de continuo acercarse la noche cada
vez más cerrada? ¿Necesitamos encender las lin-
ternas antes del mediodía? ¿No oís el rumor de los
sepultureros que entierran a Dios? ¿No percibimos
aún nada de la descomposición divina? Los dioses
también se descomponen. ¡Dios ha muerto! ¡Dios
permanece muerto! ¡Y nosotros le dimos muerte!
¡Cómo consolarnos nosotros, asesinos entre los ase-
sinos! Lo más sagrado, lo más poderoso que había
hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre
nuestro cuchillo. ¿Quién borrará esa mancha de san-
gre? ¿Qué agua servirá para purificarnos? ¿Qué ex-
piaciones, qué ceremonias sagradas tendremos que
inventar? La grandeza de este acto ¿no es demasia-
do grande para nosotros?”».
Paradójicamente, Nietzsche ha recogido un aspecto
real y trágico de la historia humana: en efecto, realmen-
te, el hombre siempre ha intentado y sigue intentando
matar a Dios; el hombre siempre ha intentado y sigue
intentando huir de su Padre; el hombre siempre ha in-
tentado y sigue intentando hacerse un propio «dios»: es
más, ¡intenta hacerse «dios»!
¿Y el resultado? El resultado es la llegada amarga a un
sentimiento de orfandad, a una insignificancia ­opresiva,
a una pérdida de las coordenadas que nos permiten res-
ponder a las preguntas decisivas e ineludibles: ¿quiénes
somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos?
El periodista Indro Montanelli (1909-2001) tenía to-
talmente razón. Poco antes de morir, tuvo la valentía y
la honradez de decir: «Si tengo que cerrar los ojos sin

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28 Orar hoy, un desafío a superar

saber de dónde vengo y a dónde voy, ¿qué he venido a


hacer en estos rápidos días de mi vida… valía la pena
abrir los ojos? ¡Lo que estoy diciendo es una declaración
de fracaso!».
Da que pensar.
El pecado es un auténtico germen de insensatez que
enmudece el pasado y el futuro del hombre y hace que su
presente sea indescifrable: en efecto, en cuanto rechaza a
Dios, el hombre se encuentra en una vorágine de deseos
que ya no llevan a ningún sitio. ¡Es la experiencia que
tiene mucha gente hoy en día!
El Salmo 78, percibiendo el movimiento de fracaso
de todo pecado, llega a compararlo con un tiro que no
alcanza su objetivo:
«Desertaron y traicionaron como sus padres,
fallaron como un arco engañoso» (Sal 78,57).
Por este motivo, el pecado es el verdadero mal del
hombre: es el mal originario del que derivan todos los
demás males. Jeremías, en una página densísima, llega
a escribir: «Siguieron vaciedades y se quedaron vacíos»
(Jer 2,5).
Y añade un llamamiento apremiante: «En tu maldad
encontrarás el castigo, tu propia apostasía te escarmentará.
Aprende que es amargo y doloroso abandonar al Señor, tu
Dios» (Jer 2,19).
Pier Paolo Pasolini (1922-1975), al que podemos
considerar símbolo de la modernidad que se ha alejado
de Dios, llegó a esta amarga consideración:
«Siempre falta algo, existe un vacío
en cada intuición mía. Y es vulgar,
este ser incompleto, es vulgar.

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2. ¡Señor, enséñanos a orar! 29

Nunca fui más vulgar que en esta ansia,


en este “no tener a Cristo”» 1.
Se ha escrito todo esto: abramos los ojos y no repita-
mos los mismos errores fatales.
Pero ahora se plantea una pregunta determinante:
¿Cuánto incide todo esto en el camino de nuestra ora-
ción? Evidentemente, no se puede iniciar un verdadero
camino de oración si no se da una lúcida y sufrida con-
ciencia de lo mucho que el pecado ha herido el corazón
del hombre y ha devastado su historia. En efecto, he-
mos de ser bien conscientes de que al nacer nos vemos
introducidos en una humanidad marcada por el peso del
primer pecado, que ha abierto la primera herida de la
separación de Dios: y a este primer pecado (el pecado
original) se ha añadido veneno sobre veneno, hasta el
punto de que la historia humana se ha hecho cada vez
más tortuosa, más retorcida, más enferma.
Pero todo no acaba aquí. A esta herencia de naci-
miento se superpone el peso de nuestro pecado personal:
desgraciadamente, ¡hemos dejado proliferar la cizaña en
el pequeño campo de nuestra vida!
Este es el segundo paso del camino de la oración:
tomar conciencia de que nuestra pequeñez innata se ha
encallado en el pecado, el cual ha deformado nuestra pri-
mitiva belleza y ha complicado nuestra gravitación inna-
ta hacia Dios convirtiendo nuestra vida en un verdadero
laberinto.
Sin esta conciencia, la oración no puede ser verdade-
ra: para orar en la verdad, hemos de presentarnos delante
de Dios con las heridas de nuestra pequeñez y de nuestro

1
«L’alba meridionale», en Le poesie (Garzanti, Milán 1975) 505.

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 29 23/1/24 20:01


30 Orar hoy, un desafío a superar

pecado al descubierto. Solo así podrá ser el encuentro


con Dios un encuentro de liberación y de redención.
Pero surge aquí otra pregunta: ¿Quiere Dios liberar-
nos? ¿Quiere Dios salvarnos? ¿Se interesa realmente
Dios por nuestras acciones y nuestras desventuras?
En el Antiguo Testamento hay una oración que reco-
ge la aspiración más noble y profunda del corazón hu-
mano: «¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses! En tu
presencia se estremecerían las montañas» (Is 63,19).
¿Y Dios? ¿Y su respuesta? ¿Hay una respuesta de
Dios? Los cristianos decimos: ¡Sí!

El primer paso de Dios hacia el hombre: «Tanto amó


Dios al mundo, que entregó a su Unigénito» (Jn 3,16)

La oración cristiana comienza solo ahora: en reali-


dad, los cristianos, en la tormenta de los siglos somos
como una pancarta pobre y arrugada, pero tenemos una
noticia que, desde hace dos mil años, nos quema en el
corazón y nos ilumina los ojos: «Y el Verbo se hizo carne
y habitó entre nosotros» (Jn 1,14).
¡Todo cambia! ¡Todo se ilumina! ¡Incluso el pecado
(que la Iglesia tiene el sacrosanto deber de predicar y
recordar, porque es el «asunto más serio» de la historia
humana)! ¡El pecado ya no da miedo: viene iluminado
de repente por un rayo de esperanza!
En una hermosa página, Blaise Pascal condensa toda la
enseñanza cristiana. Dirigiéndose a Dios, ora con confian-
za del siguiente modo: «Oh Dios, revélame mis pecados».
Pero Dios duda, no quiere hablar. Ante la insistencia
de Pascal, responde: «Si conocieras tus pecados, ¡no lo
soportarías!».

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 30 23/1/24 20:01


2. ¡Señor, enséñanos a orar! 31

Pascal se siente entonces turbado, se siente dejado al


descubierto por la luz de Dios, pero tiene la fuerza para
replicar: «Dios mío, ¡entonces estoy condenado perder
la esperanza?».
Y, a continuación, viene la respuesta de Dios que, a
fin de cuentas, es la síntesis de todo el anuncio cristiano:
«¡No, no la perderás porque tus pecados te serán reve-
lados en el mismo momento en el que te serán perdona-
dos!».
¡Qué gran verdad! Jesús, al venir al mundo, ha dado
golpes decisivos al orgullo testarudo de los hombres.
¡El orgullo ciega de verdad! ¡El orgullo mata! El or-
gullo esconde la llaga y hace que se pudra.
Debemos acercarnos a Jesús con la verdad de lo que
somos: ¡somos pequeños y somos pecadores! Pero ahí se
da el prodigio: delante de la humildad, Dios manifiesta
un deseo irrefrenable de perdón y de reconciliación.
Escribe el evangelista Juan: «Dios no envió a su Hijo
al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo
se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que
no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nom-
bre del Unigénito de Dios. Este es el juicio: que la luz
vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la
luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra
el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse
acusado por sus obras. En cambio, el que obra la verdad
se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están
hechas según Dios» (Jn 3,17-21).
Entonces, ¿qué es la oración cristiana?
La oración cristiana es el asombro siempre nuevo
de quien ha sabido que Dios ha desgarrado el cielo de
verdad y se ha hecho cercano a cada uno de nosotros. La
oración cristiana es el llanto emocionado del hijo que,

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32 Orar hoy, un desafío a superar

oprimido por la culpa, regresa a la casa del Padre; y, de-


lante del Padre, alza su mirada y no se encuentra con la
ira, sino que ve una sonrisa y advierte la infinita ternura
del corazón del Padre. La oración cristiana comienza
así.
La experiencia de alegre asombro es el alma de toda
auténtica oración cristiana: ¡entiendo entonces a san
Francisco de Asís que, delante del crucifijo no conseguía
contener sus lágrimas!; ¡entiendo a Charles de Foucauld
que, en el desierto del Sáhara, pasaba noches intermina-
bles delante de la eucaristía solo para sentir y bendecir
el Amor!
En efecto, Jesús es la buena noticia del amor de Dios;
es más. ¡Jesús es el Amor hecho buena nueva!
He aquí el segundo paso de Dios hacia nosotros; nos
encontramos en la cima de la oración cristiana: Dios no
solo nos perdona, sino que, al abrazarnos, ¡nos regala la
posibilidad de amar come ama Él!

El segundo paso de Dios hacia el hombre: «Padre, les


he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre,
para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo
en ellos» (Jn 17,26)

¿Estamos en el mismo corazón de la experiencia cris-


tiana: ¡estamos en el corazón de la oración! ¡Amar como
ama Dios!? ¡Sí, el cristianismo está precisamente ahí!
Sigamos al Maestro y escuchemos su Palabra: solo
Él puede decirnos cómo ama Dios.
Un día Jesús, entristecido por la continua incompren-
sión y por la sorda hostilidad con la que se pagaba la
noticia de la bondad de Dios, dijo: «¿Quién de vosotros

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2. ¡Señor, enséñanos a orar! 33

que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las


noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada,
hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la car-
ga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa,
reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos
conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdi-
do”» (Lc 15,4-6).
¡Qué humano es este pastor que, para buscar una
oveja perdida, se enfrenta a los problemas, los riesgos y
el cansancio!
Pero debemos concluir: ¡qué divino es este pastor!
En realidad, Jesús se apresura a precisar: «Os digo que
así también habrá más alegría en el cielo por un solo
pecador que se convierta que por noventa y nueve justos
que no necesitan convertirse» (Lc 15,7).
¡Detrás de la imagen del pastor se encuentra el rostro
y el corazón de Dios! ¡Es un hecho impresionante!
Jesús añade una segunda pincelada: «O ¿qué mujer
que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende
una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, ­hasta
que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las
amigas y a las vecinas y les dice: “¡Alegraos conmigo!,
he encontrado la moneda que se me había perdido”. Os
digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios
por un solo pecador que se convierta» (Lc 15, 8-10).
Esta imagen de Dios es realmente atrevida: ¡Dios es
como una mujer que vive un mal momento cuando se da
cuenta de haber perdido una moneda de gran valor! La
mujer se agita, corre por la casa, barre y busca por todas
partes hasta que grita de alegría por haber encontrado la
moneda perdida.
Pues bien, ¡Dios lo hace igual! El propio Jesús afirma
que hay alegría delante de los ángeles de Dios por un

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 33 23/1/24 20:01


34 Orar hoy, un desafío a superar

solo pecador que se convierte. Entonces, ¡Dios tiene sus


alegrías y Jesús las muestra sin que pueda haber ninguna
posibilidad de confusión!
¿No nos hace llorar de emoción este estilo, este ros-
tro y este corazón de Dios?
Pero Jesús todavía no ha dicho todo: da una tercera
pincelada vigorosa y el cuadro del rostro del Padre toma
las líneas definitivas y bellísimas: «Un hombre tenía dos
hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la
parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los
bienes» (Lc 15,11-12).
Sigamos el delicado movimiento de la parábola. En
el centro hay un padre con un trágico destino: tiene dos
hijos; el más joven llega a la insolencia de exigir la he-
rencia aun cuando el padre sigue vivo. Este comporta-
miento del hijo más joven revela una crueldad aterra-
dora: para este hijo, el padre está como muerto; es más,
este hijo mata al padre dentro de él. ¡A él solo le interesa
la herencia! Y el padre (¡imaginemos con qué dolor in-
terior!) se ve obligado a dejar que el hijo se vaya. ¡Este
padre ama realmente y no puede permitirse obligar al
hijo a que lo ame porque el amor no puede ser ordenado!
El hijo se va, pero el castillo soñado se convierte en una
vida entre puercos: ¡siempre es así! ¡El mal es mal por-
que siempre hace daño!
Dice Jesús: «No muchos días después, el hijo me-
nor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país leja-
no, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un
hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue en-
tonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel
país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos»
(Lc 15,13-15).

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 34 23/1/24 20:01


2. ¡Señor, enséñanos a orar! 35

El sueño se acabó: lejos de casa se está mal; lejos del


padre, la vida es amarga; la alternativa a la casa es una
pocilga. La huida se transforma en nostalgia: ¿nostalgia
de qué? ¿Nostalgia del padre? ¿Nostalgia de un abrazo?
¿Nostalgia de una reparación?
No, la parábola no relata estos sentimientos: apor-
ta una fotografía más bien insípida del hijo más joven:
«Cuántos jornaleros de mi padre —dice— tienen abun-
dancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre.
Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi pa-
dre» (Lc 15,17-18).
En este hijo no se da el pesar de haber hecho sufrir
a su padre; no existe una herida punzante que se abre
pensando que ha sido causa de dolor para el corazón
bueno de su padre. No dice llorando: «¡Cuánto he he-
cho sufrir a mi padre! ¡Cuánto deseo devolverle la ale-
gría que le he robado injustamente! ¡Cuánto quiero a
mi padre!».
No, el hijo tiene apenas un inicio de arrepentimiento
y se encamina lentamente hacia la casa de la que había
salido corriendo.
¡Pero aquí se da el hecho imprevisible! Aquí se da la
novedad inesperada, la novedad que estremece el cora-
zón del hijo:
«Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le
conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó
al cuello y lo cubrió de besos» (Lc 15,20).
¡Qué imprevisible es este padre! ¡Está fuera de cual-
quier esquema y de toda lógica humana! Tenía derecho
a indignarse, se habría tenido que enfadar y, en cambio:
«Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; poned-
le un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed
el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebre-

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36 Orar hoy, un desafío a superar

mos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto


y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado»
(Lc 15,22-24).
El padre no ha cambiado por la prueba: ¡sigue sien-
do inquebrantablemente padre! Este padre tiene un co-
razón con una reserva inagotable de amor: solo sabe
amar y ama totalmente, sin condiciones, porque el amor
verdadero es necesariamente maximalista e incondicio-
nal.
¡Este padre es Dios! Nos podemos tambalear con
esta noticia. Pero es una noticia que no viene de noso-
tros, sino que viene del «Dios unigénito, que está en el
seno del Padre» (Jn 1,18).
¿Quién puede dudar? ¿Quién puede presentar alguna
objeción?
Pero no ha acabado la parábola: el hijo mayor explo-
ta de repente en una crisis de celos.
Sigamos el relato que sale del mismo corazón de
Cristo: «Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al
volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza,
y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era
aquello. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu
padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha re-
cobrado con salud”» (Lc 15,25-27).
¡Hijo mayor, tendrías que haber corrido junto al pa-
dre! Si lo quisieras de verdad, tendrías que haberle di-
cho: «Padre, ¡qué feliz estoy al verte feliz! ¡Padre, cómo
comparto contigo la alegría de este momento! ¡Padre,
me siento de fiesta al ver tu corazón de fiesta!».
En cambio: «Él se indignó y no quería entrar»
(Lc 15,28).
¡Qué decepcionante es este comportamiento! El hijo
mayor no está en sintonía con el corazón del padre.

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 36 23/1/24 20:01


2. ¡Señor, enséñanos a orar! 37

Ha cavado un surco entre él y su padre: la ocasión del


regreso de su hermano desvela que el surco es igual de
profundo que un abismo.
¿Y su padre? Apenas acaba de abrazar a su hijo más
joven y ya se encuentra ante una nueva prueba: no ha
podido todavía disfrutar de la emoción de la fiesta y ya
tiene que probar la amargura de una huida inesperada.
¿Cómo reaccionará? ¿Cómo explotará su indigna-
ción?
Lo dice Jesús: «Su padre salió e intentaba persuadir-
lo» (Lc 15,28).
¡Esto es demasiado! ¡Es indignante!
Y, sin embargo, es así. Dios ama de este modo y toda
nuestra vida está marcada por los gestos de su inagota-
ble ternura: «Hijo mío, mi niño —habla el padre con el
corazón en la boca—, tú estás siempre conmigo, y todo
lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banque-
te y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto
y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado»
(Lc 15,31-32).
Jesús pone en labios del padre la palabra «mi niño».
De este modo, Jesús pinta un retrato de Dios en el que el
Amor es el color dominante que da vida al resto de los
colores: el Padre es Amor, es esencial, fiel e inagotable-
mente Amor.
Y nosotros estamos llamados a entrar en su corazón
para vivir su misma vida: «Padre justo —reza Jesús en
la cena de las grandes emociones y de las grandes con-
fidencias—, si el mundo no te ha conocido, yo te he co-
nocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les
he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para
que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos»
(Jn 17,25-26).

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 37 23/1/24 20:01


38 Orar hoy, un desafío a superar

La oración cristiana desemboca en este océano: ¡en


el mismo amor de Dios! No existe oración cristiana si
no se crea un contacto entre nuestra pobreza y la riqueza
infinita de la caridad de Dios.
Pero cuando la oración es verdadera, un río de amor
entra en nuestro corazón y nos llenamos del Espíritu
Santo: ¡nos llenamos del amor de Dios!
¡Como le ocurrió a san Francisco de Asís!

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 38 23/1/24 20:01


Capítulo 3
SAN FRANCISCO DE ASÍS

¡Un santo hecho de oración!


¡Por eso ha dejado una profunda huella en
la historia!
Pero orando también puede estallar nuestra
respuesta al amor de Dios.

San Francisco nació en 1182 en Asís. Su padre, de


nombre Pietro di Bernardone, era un comerciante muy
habilidoso y, por tanto, muy rico, y solo se preocupaba
por aumentar su riqueza. Su madre se llamaba Pica y era
de origen francés (en concreto, de la Provenza).
Cuando nació el niño, su padre se encontraba fuera
en un viaje relacionado con el comercio de telas.
Su madre lo hizo bautizar inmediatamente y eligió
para él el nombre de «Juan». Cuando su padre regresó de
su viaje, se lamentó por la elección de un nombre dema-
siado religioso. Y cambió el nombre de su hijo: lo llamó
«Francisco» en honor a un paño que comerciaba y que
era llamado «francisco» porque se producía en Francia.
De este modo, el nombre de «Francisco» entró en la
historia. ¡Entró como un nombre que fue elegido en
­honor al beneficio! ¡Qué hecho tan extraño! ¡Qué hecho
tan peculiar!
Francisco llevó una juventud desenfadada e inclu-
so frívola. En realidad, nunca tuvo mal carácter, nunca
fue violento ni tuvo sucios sentimientos. En realidad,

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 39 23/1/24 20:01


40 Orar hoy, un desafío a superar

t­ambién en el momento de la frivolidad, Francisco se


mostró generoso y sensible hacia los pobres que se en-
contraba por la calle.
Se ha de decir enseguida que su padre no estaba con-
tento con esta generosidad, pero le dejaba hacer, pensan-
do que antes o después el hijo derrochador entraría en la
lógica que era el fin de la vida de Pietro di Bernardone,
la del mercado y el beneficio.
El carácter jovial y sociable llevaba a Francisco a te-
ner muchos amigos; y el abundante dinero de su padre
le permitía organizar fiestas de todo tipo. En Asís sus
contemporáneos se quedaban arrobados con él y lo pro-
clamaban «el rey de las fiestas».
Pasaron así varios años. Si hubiera seguido así, nadie
hablaría hoy de él, nadie lo recordaría.
Francisco habría sido uno de los muchos jóvenes que
consumen sus años dejando que se quemen por el egoís-
mo y la vanidad. Si hubiera perseverado en este camino,
hoy no existiría san Francisco de Asís y se habría dado
un gran vacío en la historia.
Pero esto no sucedió. En la vida del joven Francisco
se dio un salto, una ruptura, un replanteamiento: hubo un
momento en el que Francisco fue distinto de todos noso-
tros y esta diferencia le ha dado un puesto extraordinario
en la historia.
San Juan Pablo II, hablando a los jóvenes (¡pero este
discurso también es válido para los adultos!), dijo un día:
«¡No seáis como los caracoles!».
En un principio todos pensaron que el papa quería
recomendar que no tenían que ir despacio como hacen
los caracoles. Pero la idea del papa era distinta. En efec-
to, añadía: «No seáis como los caracoles que solo dejan
tras de sí un poco de baba inconsistente e insignificante:

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3. San Francisco de Asís 41

¡basta con que llovizne un poco y desaparece el paso de


un caracol! ¡No seáis así! ¡No malgastéis vuestra vida!».
Francisco no dejó detrás de sí un poco de baba, sino
que dejó un surco profundo. Un surco que aún está abier-
to y que atrae a muchísimos jóvenes y hace que nazca en
nuestros corazones una pregunta: ¿qué huella dejaremos
nosotros?
Volvamos a Francisco.
Para Francisco, fue crucial el encuentro con Jesús
crucificado en la iglesia de San Damiano, ocurrido en el
otoño del año 1205, cuando tenía 23 años.
Fue un encuentro con Jesús que, por primera vez, le
habló al corazón y entró en su corazón y lo interpeló
personalmente.
Evidentemente, Francisco había rezado muchas ve-
ces delante del crucifijo, pero este encuentro determinó
el cambio.
En la vida de tantos cristianos, sacerdotes, religio-
sas y teólogos suele faltar precisamente estos encuentros
con Jesús vivo y, entonces, la vida cristiana se reduce a
una costumbre aburrida. Dios está lejos y casi es insigni-
ficante: falta el clic del entusiasmo y la implicación del
corazón y, por tanto, de la vida.
Pero el encuentro decisivo de Francisco con Jesús
es preparado por una crisis de seguridades: muy pronto,
Francisco comprende que el dinero no es la seguridad
sobre la que construir la vida; luego entiende lentamente
que la diversión ni el poder ni el éxito ni la gloria mun-
dana son las seguridades sobre las cuales poder construir
la vida.
Julien Green, impactado por la excesiva multiplica-
ción de los lugares de diversión que caracteriza nues-
tra época, un día tuvo la valentía de decir: «Si quisieran

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42 Orar hoy, un desafío a superar

convertirnos, no haría falta ir a la Iglesia, sino a los luga-


res llamados “de placer”; ¡son lo más miserable y triste
que se puede encontrar en el mundo!».
Y el escritor Luigi Santucci exclamaba: «Los pro-
miscuos de este mundo, los que van a las discotecas, a
los sex-party y a los ambientes similares, saben que los
creyentes evitamos sus orgías no tanto porque tenemos
miedo del infierno, sino porque se goza muchísimo más
cuando se es puro y generoso y se está libre de las cade-
nas del egoísmo».
La vida no puede construirse sobre estas bases por-
que ceden. ¡Cuántos no lo entienden!
El orante del Salmo 4 exclama: «¿Hasta cuándo ul-
trajaréis mi honor, amaréis la falsedad y buscaréis el en-
gaño?».
Francisco entiende todo esto y también descubre al
mismo tiempo su insuficiencia, su pobreza radical, su
fragilidad y «deja de adorarse a sí mismo» (¡así lo relata
la Leyenda de los tres compañeros!).
Esta actitud lo acompañará durante toda su exis­
tencia.
«¿Quién eres tú, oh, dulcísimo Dios mío? ¿Quién soy
yo, vilísimo gusano e inútil siervo tuyo?», repetirá conti-
nuamente en el silencio de La Verna.
Y en el libro de Las Florecillas encontramos este epi-
sodio encantador y revelador:
«Cierta vez, viviendo san Francisco en el lugar de la
Porciúncula con fray Maseo de Marignano, hombre
de gran santidad, discreción y gracia en hablar de
Dios, por lo cual san Francisco le amaba mucho.
Un día, volviendo san Francisco del bosque y de
la oración, hallábase a la salida del mismo el dicho

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3. San Francisco de Asís 43

fray Maseo y queriendo probar cuán humilde fuese


san Francisco, se hizo el encontradizo, y casi rega-
ñando, dijo: “¿Por qué a ti? ¿Por qué a ti? ¿Por qué a
ti?”. San Francisco le respondió: “¿Qué es lo que
quieres decir?”. Fray Maseo añadió: “Digo, ¿por
qué todo el mundo viene derecho hacia ti, y todas
las gentes parece que desean verte, oírte y obedecer-
te? Tú no eres hermoso de cuerpo, tú no posees gran
ciencia, tú no eres noble. ¿De dónde, pues, viene
que todo el mundo vaya detrás de ti?”. Oyéndole,
san Francisco, muy alegre en su espíritu, levantó la
cara al cielo y por largo rato estuvo con la mente
en Dios, y después que volvió en sí se arrodilló, dio
gracias y alabanzas al Señor y luego, con gran fer-
vor, se volvió a fray Maseo y dijo: “¿Quieres saber
por qué a mí? ¿Quieres saber por qué a mí? ¿Quie-
res saber por qué todo el mundo viene detrás de mí?
Esto me viene de aquellos ojos del Altísimo Dios,
los cuales en todas partes contemplan lo bueno y lo
malo, y cómo estos ojos santísimos no han visto
entre los pecadores ninguno más vil, ni más capaz,
ni más pecador que yo”».
El hecho extraordinario es que Francisco estaba ple-
namente convencido. Como santa Bernadette, cuando le
preguntaron por qué la Virgen le había elegido a ella.
Bernadette, con toda la sinceridad de su corazón, respon-
dió: «Porque era la más ignorante. Si la Virgen hubiera
encontrado a alguien más ignorante que yo, le habría ele-
gido a él».
Sobre este tema, san Buenaventura relata un episodio
que desvela los sentimientos íntimos de Francisco. Este
es el hermoso relato:

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44 Orar hoy, un desafío a superar

«Tanto en sí como en todos sus súbditos, prefería


Francisco la humildad a los honores, Dios —que
ama a los humildes— lo juzgaba digno de los pues-
tos más encumbrados, según le fue revelado en una
visión celestial a un hermano, varón de notable vir-
tud y devoción.
Iba dicho hermano acompañando al santo y, al orar
con él muy fervorosamente en una iglesia abando-
nada, fue arrebatado en éxtasis.
Vio en el cielo muchos tronos, y entre ellos uno más
relevante, adornado con piedras preciosas y todo
resplandeciente de gloria. Admirado de tal esplen-
dor, comenzó a averiguar con ansiosa curiosidad a
quién correspondería ocupar dicho trono. En esto
oyó una voz que le decía: “Este trono perteneció a
uno de los ángeles caídos, y ahora estoy reservado
para el humilde Francisco”.
Vuelto en sí de aquel éxtasis, siguió acompañando
—como de costumbre— al santo, que había salido
ya afuera.
Prosiguieron el camino, hablando entre sí de cosas
de Dios; y aquel hermano, que no había olvidado
la visión tenida, preguntó disimuladamente al santo
qué es lo que pensaba de sí mismo.
El humilde siervo de Cristo le hizo esta manifesta-
ción: “Me considero como el mayor de los pecado-
res”. Y como el hermano le replicase que en buena
conciencia no podía decir ni sentir tal cosa, añadió el
santo: “Si Cristo hubiera usado con el criminal más
desalmado la misericordia que ha tenido conmigo, es-
toy seguro de que este le sería mucho más agradecido
que yo”.

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 44 23/1/24 20:01


3. San Francisco de Asís 45

Al escuchar una respuesta de tan admirable humil-


dad, aquel hermano se confirmó en la verdad de la
visión que se le había mostrado y comprendió lo
que dice el santo Evangelio, que el verdadero hu-
milde será enaltecido a una gloria sublime, de la que
es arrojado el soberbio».
A menudo, nosotros solo hacemos actos aparentes
de humildad, pero nuestro corazón sigue habitado por
el orgullo.
Para Francisco, la formidable decisión de no adorarse
más a sí mismo, prepara el salto hacia los brazos de Dios.
Que quede bien claro algo: si el yo está en el centro,
Dios siempre se quedará en la periferia. No lo olvide-
mos. Y cuando Dios está en la periferia, ¡tampoco es po-
sible la fraternidad!
Para nosotros, el riesgo es este: fingir hacer o haber
hecho el salto hacia Dios, pero, en cambio, seguimos te-
niendo los pies en dos o más soportes, viviendo una vida
de continuos compromisos.
Desgraciadamente, todos tenemos muchos compro-
misos escondidos, pero no lo queremos admitir. Debe-
mos hacer la verdad dentro de nosotros mismos y con
nosotros mismos, como hizo Francisco. Solamente así
comienza la conversión: empieza con un acto de humil-
dad verdadera, un acto tan convencido que se convierte
en una actitud permanente.
No olvidemos lo que escribe Francisco en el Saludo
a las virtudes: «No hay nadie en el mundo entero que
pueda tener a una de vosotras [las virtudes], si antes no
muere [a sí mismo]», es decir, si no es humilde.
¿Cómo podemos entender que nuestra seguridad se
apoya totalmente en Jesús y, por tanto, en base sólida?

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 45 23/1/24 20:01


46 Orar hoy, un desafío a superar

Francisco responde en el famoso episodio de la «per-


fecta alegría».
Escuchémoslo con atención:
«El mismo [fray Leonardo] refirió allí mismo que
cierto día el bienaventurado Francisco, en San-
ta María [de los Ángeles], llamó a fray León y le
dijo: “Hermano León, escribe”. El cual respondió:
“Heme aquí preparado”. “Escribe —dijo— cuál es
la verdadera alegría.
Viene un mensajero y dice que todos los maestros
de París han ingresado en la Orden. Escribe: No
es la verdadera alegría. Y que también, todos los
prela­dos ultramontanos, arzobispos y obispos; y
que también, el rey de Francia y el rey de Inglate-
rra. Escribe: No es la verdadera alegría. También,
que mis frailes se fueron a los infieles y los convir-
tieron a todos a la fe; también, que tengo tanta gra-
cia de Dios que sano a los enfermos y hago muchos
milagros: Te digo que en todas estas cosas no está
la verdadera alegría”.
“Pero ¿cuál es la verdadera alegría?”, exclama fray
León.
“Vuelvo de Perusa y en una noche profunda llego
aquí, y es el tiempo de un invierno de lodos y tan-
to frío que se forman canelones del agua fría con-
gelada en las extremidades de la túnica que hieren
continuamente mis piernas, y mana sangre de tales
heridas. Y todo envuelto en lodo y frío y hielo, llego
a la puerta y, después de haber golpeado y llama-
do por largo tiempo, viene el hermano y pregunta:
‘¿Quién es?’ Yo respondo: ‘El hermano Francisco’. Y
él dice: ‘Vete; no es hora decente de andar de ca-

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 46 23/1/24 20:01


3. San Francisco de Asís 47

mino; no entrarás’. E insistiendo yo de nuevo, me


responde: ‘Vete, tú eres un simple y un ignorante;
ya no vienes con nosotros; nosotros somos tantos y
tales, que no te necesitamos’.
Y yo de nuevo estoy de pie en la puerta y digo: ‘Por
amor de Dios recogedme esta noche’. Y él respon-
de: ‘No lo haré. Vete al lugar de los Crucíferos y
pide allí’. Te digo que, si hubiera tenido paciencia
y no me hubiera alterado, en esto está la verdade-
ra alegría y la verdadera virtud y la salvación del
alma”».
Quede claro que no son las incomprensiones las que
dan la perfecta alegría. Pero si las incomprensiones y
las pruebas me dejan sereno, entonces yo tengo la cer-
teza de apoyarme totalmente en Jesús: y Jesús es fiel y,
por tanto, mi corazón siempre habitará en la «perfecta
alegría».
Si, en cambio, una incomprensión o una humillación
me ponen en crisis, quiere decir que mi orgullo es toda-
vía el dueño de mi vida: así nunca conoceré la perfecta
alegría.
Volvamos a la experiencia de San Damiano.
En la iglesia de San Damiano, Francisco entra con
el corazón pobre, con el corazón que había hecho añi-
cos al enemigo que todos tenemos en nuestro interior:
el orgullo.
¡Y Francisco oye a Jesús!
La misma experiencia hizo san Agustín, que declara
en sus Confesiones: «Yo no buscaba a Jesús de humilde
a humilde y, por lo tanto, no lo encontraba».
En la pequeña iglesia de San Damiano, Jesús llama a
Francisco por su nombre: «¡Francisco!».

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 47 23/1/24 20:01


48 Orar hoy, un desafío a superar

Y, como un pedigüeño, Jesús le dice: «Francisco,


arregla mi casa que, como ves, está en ruinas». Profun-
dicemos en este momento extraordinario.
En el encuentro con Jesús crucificado:
— Francisco entiende que el hombre tiene el poder
de destrozar la casa de Dios, porque Dios nos deja verda-
deramente libres: da miedo esta verdad, pero es crucial
entenderla. ¡Es posible convertirse en Judas! ¡Es posible!
¡Para todos! Don Primo Mazzolari, dijo con valentía en
una homilía de Jueves Santo: «Alrededor de cada mesa
de la Eucaristía aletea la sombra de Judas. ¡Debemos es-
tar vigilantes y luchar para que su sombra no coincida
con la nuestra!».
Todos necesitamos mucha humildad.
No olvidemos la perspicaz observación de san Agus-
tín: «Dios no ha creado a los demonios porque de las
manos de Dios solo puede salir el bien. Se puede llegar
a ser demonio con una elección de la libertad. Y así su-
cedió. Algunos ángeles, (creados buenos por Dios) se
rebelaron a Dios por soberbia: y la soberbia transformó
a algunos ángeles en demonios». Es un hecho impresio-
nante.
— Francisco entiende además que Dios está llaman-
do a la puerta de su libertad y espera de su parte una
respuesta personal…
Como sucedió con Moisés…
como sucedió con Isaías…
como sucedió con María…
como sucedió con los apóstoles…
como sucedió con san Pablo…
como sucedió con san Agustín en la casa de campo
de un amigo cerca de Milán…
¡como también tendría que suceder con nosotros!

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3. San Francisco de Asís 49

La vida es una respuesta. Pero, para darnos cuenta de


ello, es imprescindible oír la pregunta, ¡la llamada por
nuestro nombre! ¡Todos nosotros tenemos poca audición
porque hay mucho ruido de vanidad en nuestro corazón!
¡Qué pena!
— Francisco entiende que Dios solo posee la fuer-
za del amor para convencernos: el Crucificado es un
grito de amor que atraviesa los siglos y cada uno ha de
percibirlo personalmente. La santidad comienza cuan-
do se oye este grito de amor: Dios solo tiene la fuerza
del Amor, no tiene otros argumentos. Por este motivo,
no hay ningún camino de salvación si se rechaza el
amor.
— Francisco oye el grito del Crucificado y es herido
por esta experiencia, en la cual descubre el poder junto
con la fragilidad de Dios-Amor.
Relata Tomás de Celano: «Desde entonces se le cla-
va en el alma santa la compasión por el Crucificado... y
se le imprimen profundamente en el corazón... las vene-
randas llagas de la pasión [las heridas del amor]». Son
impresionantes estas palabras: «Se le clava en el alma la
compasión por el Crucificado». ¡Meditémoslas, medité-
moslas ampliamente!
Y desde ese momento ¡la vida de Francisco se con-
virtió en una respuesta de amor al Amor! ¡Y sufrirá mu-
chísimo al ver que el Amor no es amado!
Es importante el episodio que ocurrió en las inme-
diaciones de la Porciúncula. Sigue relatando Tomás de
Celano: «Por eso, no puede contener en adelante el llan-
to; gime lastimeramente la pasión de Cristo, que casi
siempre tiene ante los ojos. Al recuerdo de las llagas de
Cristo, llena de lamentos los caminos, no admite consue-
lo. Se encuentra con un amigo íntimo, que, al c­ onocer

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 49 23/1/24 20:01


50 Orar hoy, un desafío a superar

la causa del dolor de Francisco, luego rompe a llorar


­también él amargamente».
La experiencia de Dios como «sumo amor —sumo
bien—, todo el bien» produce en Francisco la inevitable
consecuencia de la libertad de la pobreza: la pobreza de
Francisco no es desprecio a las cosas del mundo (¡todo
lo contrario!), sino que es consecuencia del descubri-
miento de la verdadera riqueza, del verdadero tesoro de
la vida: ¡es Dios quien se ha hecho cercano a nosotros en
Jesús crucificado por amor a nosotros! ¡Qué importante
es entender esto!
Para Francisco, el fortísimo compromiso con la po-
breza es el modo de expresar su fortísima convicción de
que Dios es el «el sumo bien, todo el bien».
Pero si Dios no es percibido como el «sumo bien»,
la pobreza es imposible porque el corazón ha de ser re-
llenado de todos modos. Esta es una terrible verdad y la
experiencia lo demuestra abundantemente.
Describe san Buenaventura: «Considerando el santo
que esta virtud había sido muy familiar al Hijo de Dios
y al verla ahora rechazada casi en todo el mundo, de
tal modo se determinó a desposarse con ella mediante
los lazos de un amor eterno, que por su causa no sólo
abandonó a su padre y a su madre, sino que también se
desprendió de todos los bienes que pudiera poseer. No
hubo nadie tan ávido de oro como él de la pobreza, ni
nadie fue jamás tan solícito en guardar un tesoro como él
en conservar esta margarita evangélica. Nada había que
le alterase tanto como el ver en sus hermanos algo que
no estuviera del todo conforme con la pobreza». Estas
observaciones de san Buenaventura tienen una impresio-
nante actualidad.
¡Ojalá tuviéramos también nosotros esta experiencia!

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 50 23/1/24 20:01


3. San Francisco de Asís 51

La familiaridad con el misterio de Dios que se nos ha


hecho cercano en Jesús desvela a Francisco una carac-
terística conmovedora e irrenunciable de Dios: ¡la hu-
mildad! Y así se cierra el círculo: la humildad está en el
principio y al final del camino de san Francisco.
Sí, Dios es humilde y desde Belén al Calvario todo
habla de la humildad de Dios. Y Francisco tiene el valor
de dirigirse así a Dios: «¡Tú eres humildad!».
Y se lanza a la humildad para estar en comunión con
Dios y siente horror de la soberbia y la desobediencia, su
hija pésima.
Relata san Buenaventura:
«Dijo una vez a su compañero: “No me considera-
ría verdadero hermano menor si no me encontrare en
el estado de ánimo que te voy a describir. Figúrate
que, siendo yo prelado, voy a capítulo y en él predi-
co y amonesto a mis hermanos, y al fin de mis pala-
bras estos dicen contra mí: ‘No conviene que tú seas
nuestro prelado, pues eres un hombre sin letras, que
no sabe hablar, idiota y simple’. Y, por último, me
desechan ignominiosamente, vilipendiado de todos.
Te digo que, si no oyere estas injurias con idéntica
serenidad de rostro, con igual alegría de ánimo y con
el mismo deseo de santidad que si se tratara de elo-
gios dirigidos a mi persona, no sería en modo alguno
hermano menor”. Y añadía: “En la prelacía acecha la
ruina; en la alabanza, el precipicio; pero en la humil-
dad del súbdito es segura la ganancia del alma. ¿Por
qué, pues, nos dejamos arrastrar más por los peli-
gros que por las ganancias, siendo así que se nos ha
dado este tiempo para merecer?”. De ahí que Francis-
co, ejemplo de humildad, quiso que sus hermanos se

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 51 23/1/24 20:01


52 Orar hoy, un desafío a superar

­llamaran m
­ enores, y los prelados de su Orden minis-
tros, para usar la misma nomenclatura del Evangelio,
cuya observancia había prometido, y a fin de que con
tal nombre se percataran sus discípulos de que habían
venido a la escuela de Cristo humilde para aprender
la humildad».
Y la humildad se convierte también en el estilo de su
apostolado.
Se relata en la Leyenda de Perusa:
«Ciertos hermanos dijeron al bienaventurado Francis-
co: “Padre, ¿no ves que los obispos no nos permiten
a veces predicar, y nos obligan así a estar largos días
ociosos antes de poder dirigirnos al pueblo? Sería
conveniente que consiguieras del señor Papa un pri-
vilegio en favor de los hermanos, mirando así por la
salvación de las almas”. Les respondió, reprendién-
doles fuertemente: “Vosotros, hermanos menores, no
conocéis la voluntad de Dios y no me permitís con-
vertir al mundo entero, como Dios quiere. Mi deseo
es que primeramente convirtamos a los prelados con
nuestra humildad y nuestra reverencia para con ellos.
Cuando vean la vida santa que llevamos y el respe-
to que les profesamos, ellos mismos os pedirán que
prediquéis y convirtáis al pueblo, y lo congregarán,
para que os oiga, mucho mejor que los privilegios
que pedís, y que os llevarían al orgullo. Si sois aje-
nos a toda avaricia e inculcáis al pueblo que entreguen
a las iglesias sus derechos, los obispos os rogarán
que oigáis las confesiones de su pueblo, aunque de
esto no debéis preocuparos, pues, si los pecadores
se convierten, ya encontrarán confesores. Para mí, el
privilegio que pido al Señor es el no ­recibir ­privilegio

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 52 23/1/24 20:01


3. San Francisco de Asís 53

alguno de los hombres, sino mostrar reverencia a to-


dos y convertirlos, mediante el cumplimiento de la
santa Regla, más con el ejemplo que con las pala-
bras”».
Y precisamente porque era humilde, Francisco no
era violento, ni un revolucionario ni un contestatario: se
convirtió en un reformador con la fuerza del ejemplo, con
la fuerza de la santidad.
Dijo una vez Gilbert K. Chesterton: «No os podéis
imaginar lo bien que se viviría en este mundo si creciera,
aunque solo fuera un poco, el nivel de humildad entre los
hombres». Esto es válido para los cristianos y también
para todos los hombres.
A este respecto podemos concluir: ¿cuál es el men-
saje que deja Francisco a todos los cristianos y a todos
los hombres?
Es sencillo y, al mismo tiempo, formidable: Francis-
co nos invita a tomarnos en serio el Evangelio, a tomar-
nos en serio a Jesús, a tomarnos en serio el camino reco-
rrido por Jesús porque el amor asemeja: ¡el amor genera
la imitación!
¡San Francisco nos recuerda que el Evangelio se pue-
de vivir! Ahora viene la pregunta: ¿queremos de verdad
al Señor? ¿Es el Señor realmente nuestro bien y nuestro
sumo bien? No respondamos con precipitación.
El problema se encuentra aquí. Que la misericor-
dia de Dios nos conceda dar el salto hacia Dios, hacia
el amor de Dios, del mismo modo que hizo Francisco.
Ahora nos toca a nosotros. Nos lo recuerda el mismo
Francisco con unas palabras dirigidas a sus hermanos
poco antes de abandonar esta tierra.

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54 Orar hoy, un desafío a superar

«Al acercarse a los últimos días, en los cuales a la luz


temporal que se desvanecía sucedía la luz p­ erpetua,
demostró con ejemplo de virtudes que nada tenía de
común con el mundo. Acabado, pues, con aquella
enfermedad tan grave que puso fin a todos los dolo-
res, hizo que lo pusieran desnudo sobre la desnuda
tierra para que en aquellas horas últimas en que el
enemigo podía todavía desfogar sus iras, pudiese lu-
char desnudo con el desnudo. En realidad esperaba
intrépido el triunfo y estrechaba ya con las manos
entrelazadas la corona de justicia. Puesto así en tie-
rra, despojado de la túnica de saco, volvió, según la
costumbre, el rostro al cielo y, todo concentrado en
aquella gloria, ocultó con la mano izquierda la llaga
del costado derecho para que no se viera. Y dijo a los
hermanos: “He concluido mi tarea; Cristo os enseñe
la vuestra”».
Hoy, estas palabras las dirige Francisco a cada uno
de nosotros.
Ahora nos toca a nosotros dar una respuesta de amor
al infinito amor que está ante nosotros, clavado en el te-
rreno de nuestra vida con la Cruz de Jesús crucificado
por amor nuestro.
La pequeña iglesia de San Damiano está dentro de
cada uno de nosotros: allí Jesús nos llama por nuestro
nombre y espera nuestra respuesta. Y solo podemos oír
la voz de Jesús si oramos, orando de verdad, orando con
humildad.
Hermanos y hermanas, os invito a entrar todos en
la escuela de la oración. Haced que vuestra oración sea
cada vez más verdadera, más nutrida de Evangelio, más
abierta a la escucha y menos ahogada por las preguntas.

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3. San Francisco de Asís 55

Queridísimos padres: os pido un pequeño compro-


miso: haced oración en vuestras familias comenzando
por un momento de comunión entre vosotros, los padres,
cada noche, al concluir vuestra jornada.
Y poco a poco llevad la oración al comienzo de cada
comida que compartáis con vuestros hijos: los miraréis
con nuevos ojos y os daréis cuenta de que la oración da
un sabor diferente a la vida. ¡Probadlo!
Orad y tendréis una mirada distinta y un corazón di-
ferente. Os lo digo con una íntima convicción y con el
deseo de ver reflejada en vuestros ojos la luz de Dios que
habéis acogido en vuestros corazones.

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C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 56 23/1/24 20:01
Capítulo 4
MADRE TERESA DE CALCUTA

Dijo en la ONU: «¡Solo soy una pobre monja


que reza!».
Esta es la definición que dio Madre Teresa
de sí misma.

Malcolm Muggeridge

Malcolm Muggeridge, un periodista inglés más bien


despreocupado e indiferente, fue a Calcuta en 1969 con
el simple e inocuo objetivo de rodar una película sobre la
vida de Madre Teresa y de sus monjas, dentro de la «Casa
del Corazón Inmaculado», que algunos europeos, de ma-
nera despectiva llamaban «El Cementerio de Calcuta».
Malcolm no tenía fe y pidió poder filmar la vida que
se desarrollaba dentro de las dos grandes salas donde a
diario eran recogidos muchos pobres, enfermos y mori-
bundos. Pronto sucedió algo inexplicable. Así lo relata
él: «Parte de la tarea de las monjas era recoger a los
moribundos por las calles de Calcuta e introducirlos en
un edificio —un antiguo templo dedicado al culto de
la diosa Kali— donado a Madre Teresa con el fin de
que, como dice ella, mueran a la vista de un rostro que
los ama. Algunos mueren: otros sobreviven y son cura-
dos. Esta casa de moribundos está muy poco iluminada
por unas pequeñas ventanas en lo alto de las paredes».

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 57 23/1/24 20:01


58 Orar hoy, un desafío a superar

El realizador televisivo se mostró inflexible y dijo que


filmar ahí dentro era imposible. Solo teníamos un pe-
queño reflector; no era imaginable tener el local adecua-
damente iluminado en el tiempo que ponían a nuestra
disposición. A pesar de ello, se decidió que se hiciera
igualmente, pero, por precaución, el realizador filmó al-
gunas escenas en el patio exterior donde algunos estaban
sentados al sol. En la película desvelada, la parte filma-
da en el interior apareció tamizada por una hermosa luz
especialmente tenue, mientras que la parte filmada en el
exterior aparecía gris y borrosa.
¿Cómo se puede explicar esto? El realizador televi-
sivo siempre insistió en que, técnicamente hablando, ese
resultado era imposible. Para probar su afirmación, en su
siguiente expedición documental en Oriente Medio, usó
parte de la misma película con idéntica escasez de luz y
con resultados completamente negativos. Por lo que no
pudo aportar ninguna explicación, simplemente elevaba
los hombros y admitía que pasó así. Yo estoy totalmente
convencido de que, en realidad, esa luz inexplicable téc-
nicamente es la Kindly Light, la «Luz amable» a la que se
refiere Henry Newman en su exquisito y célebre himno.
Pero el verdadero milagro era otro. Malcolm Mug­
geridge observó con atención lo que ocurría en los dos
grandes dormitorios y luego se permitió decir a Madre
Teresa: «Madre, aquí hay todo lo que basta para tener el
infierno en la tierra. Hay miseria, hay gente desnutrida,
hay esqueletos que están solo cubiertos por la piel, aquí
está la muerte, se la ve directamente. Sin embargo, aquí
todos sonríen, no hay desesperación, sino alegría de vi-
vir. Madre, ¿por qué?».
Madre Teresa estaba alimentando a una pobre mujer
desnutrida recién recogida de las calles. Se paró unos

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 58 23/1/24 20:01


4. Madre Teresa de Calcuta 59

instantes, miró al periodista y luego respondió: «Aquí


no está el infierno, ¡aquí está el paraíso porque está el
amor!». A continuación, con serenidad, siguió dando de
comer a la mujer que tenía la boca abierta como la de un
niño que espera la leche materna.
Malcolm Muggeridge se quedó impresionado. Y
como era intelectualmente honrado, quiso profundizar
en el misterio de esa santidad inusual y preguntó: «Pero
¿dónde encuentran la fuerza para amar? ¿Dónde encuen-
tran la fuerza para sonreír... aquí?». Madre Teresa fue
extremadamente sincera y desafió al periodista dicién-
dole: «Venga mañana a las seis de la mañana a la puerta
de nuestro pequeño convento. Entenderá dónde encon-
tramos la fuerza para amar y sonreír». Al día siguiente,
puntual como auténtico inglés que era, Malcolm estaba
delante de la puerta del pequeño convento.
Madre Teresa, también puntual, lo recibió y lo llevó
a la paupérrima capilla, sin bancos para sentarse, donde
un grupo de hermanas con el sari de las mujeres que no
cuentan para nada en la India, estaba recogida en oración
y esperaba la celebración de la santa misa.
Malcolm Muggeridge participó en silencio y todo le
parecía sencillo, humilde e incluso un poco misterioso y
aburrido.
Se preguntaba: «¿Qué hacen estas religiosas? ¿Con
quién hablan? ¿Qué reciben en esa pequeña hostia?
¿Acaso es posible que todo el secreto se encuentre
aquí?». Una vez terminada la santa Misa, mientras Ma-
dre Teresa estaba yendo con paso rápido hacia sus po-
bres, dijo al periodista: «¿Ha visto? Todo el secreto está
aquí. Es Jesús que nos pone en nuestro corazón su amor
y nosotras vamos sencillamente a entregarlo a los pobres
que nos encontramos en nuestro camino».

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60 Orar hoy, un desafío a superar

¿Sabéis cuál fue la conclusión? El periodista indife-


rente, un poco de tiempo más tarde, pidió recibir el santo
Bautismo y convertirse al catolicismo con esta maravi-
llosa razón: «Quiero ser católico para recibir esa santa
Eucaristía que produce en esa santa mujer ese milagro
de amor y de alegría».
Y así ocurrió. El amor que vio llevó a Malcolm Mu-
ggeridge a los brazos del amor vivo, Jesús.
¿Por qué nuestras comuniones no producen este
efecto? Reflexionemos seriamente.

Sigamos aún los pasos de esta «monja que reza»

Cuando en 1979 se extendió la noticia de que el Pre-


mio Nobel de la Paz había sido otorgado a Madre Teresa
di Calcuta, fue una gran sorpresa. No sorprendió el he-
cho de que el premio hubiera sido dado a Madre Teresa.
Es más, ¿quién lo merecía más que ella?
La sorpresa nacía del hecho de que un Comité rígi-
damente luterano hubiera decidido entregar el Premio
Nobel de la Paz a una monja católica: realmente, ¡el Es-
píritu Santo sopla donde quiere!
Se ha de decir de inmediato que a la Madre Teresa no
le gustaban los premios. Los aceptaba para dar a conocer
a los pobres y para poder ayudar a estos pobres: ningún
otro motivo la habría convencido.
Cuando estaba a punto de salir para Oslo, donde le
iban a entregar el Nobel de la Paz en diciembre de 1979,
algunas personas se apresuraron a dar un consejo a Ma-
dre Teresa que, humanamente hablando, parecía más que
razonable. Le dijeron: «Madre, el Nobel de la Paz es un
premio nacido en tierras luteranas. Y la entrega se hace

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 60 23/1/24 20:01


4. Madre Teresa de Calcuta 61

en el Parlamento de Oslo, que es un Parlamento luterano.


Por tanto, no es oportuno que se presente con el rosario
en la mano: los luteranos rechazan la devoción a la Virgen
como si fuera una superstición. ¡Por desgracia es así!».
Madre Teresa escuchó en silencio. Cuando llegó el
día de la entrega del premio, se presentó agarrando entre
sus manos huesudas el rosario más grande que tenía: no
era una provocación, era su identidad; no era una osten-
tación, era una sencilla coherencia.
Madre Teresa recogió el premio con toda su sencillez
y dio un memorable discurso que venía directamente de
su corazón y que hizo torcer el hocico a más de uno,
pero que reveló una vez más las profundas convicciones
que guiaban toda su acción. ¿Querían premiar su acción?
¡Bien! Entonces tenían que saber de dónde partía su ac-
ción. Realmente es aquí donde brilla la profunda honra-
dez de Madre Teresa.
Y las últimas palabras pronunciadas por Madre Tere-
sa con motivo de la entrega del premio Nobel de la Paz
son una sincera invitación a orar para que se abran los
ojos sobre el terrible y tan difundido delito del aborto.
Dijo: «Les pido hoy, majestad, excelencias, señoras
y señores que han venido de todos los países de la tierra:
recen para que tengamos el valor de proteger la vida del
no nacido. Aquí en Noruega tenemos ahora la ocasión de
abogar por esta causa».
Pero la Providencia quiso que Madre Teresa llegara
a hablar ante la mismísima Asamblea de las Naciones
Unidas.
Los objetivos de la ONU son en gran medida, si no
exclusivamente, políticos. Como es bien sabido, Madre
Teresa siempre buscó permanecer ajena a toda política
partidista.

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 61 23/1/24 20:01


62 Orar hoy, un desafío a superar

No parece que haya tomado ella la iniciativa de enta-


blar relaciones directas o indirectas con la ONU. Sí pare-
ce en cambio, a partir de los documentos de las Naciones
Unidas, que, por medio de su secretario general, Javier
Pérez de Cuéllar, se tomó la iniciativa de invitarla a un
acto público que tuvo lugar el 26 de octubre de 1985. En
aquella circunstancia, además de conmemorar el cuadra-
gésimo aniversario de la fundación de este organismo
internacional, la ONU quiso rendirle homenaje, pro-
yectando un documental titulado The World of Mother
Teresa («El mundo de Madre Teresa»), realizado por la
colaboradora canadiense de su obra, Ann Petrie.
Pérez de Cuéllar hizo la presentación de Madre Tere-
sa a todos los participantes en la ceremonia, a la cual ha-
bía sido invitado el entonces arzobispo de Nueva York,
el cardenal J. O’Connor. Quizá, entre todas las defini-
ciones de Madre Teresa dadas en vida y tras su muerte
—todas más o menos relacionadas con la santidad de su
vida, con su generosidad en el servicio a los más pobres
de los pobres— la de Pérez de Cuéllar fue la más sor-
prendente y paradójica. Pérez de Cuéllar dijo que Madre
Teresa era «la mujer más poderosa de la tierra». Estas
fueron sus palabras: «Esta es una sala de palabras. Hace
unos días tuvimos a los hombres más poderosos de la
tierra. Hoy tenemos el privilegio de tener a la mujer más
poderosa del mundo. No creo que necesite presentarla.
Ella no precisa de palabras, sino de hechos. Creo que la
mejor forma de rendirle homenaje es decir que es mucho
más que yo, mucho más que todos nosotros. Ella es las
Naciones Unidas. Ella es la paz en el mundo».
Madre Teresa, ante estas palabras altisonantes se hizo
todavía más pequeña, pero su fe era grande y su valentía
igualmente grande.

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 62 23/1/24 20:01


4. Madre Teresa de Calcuta 63

Mostró la siempre presente corona del rosario y dijo:


«Yo soy solo una pobre monja que reza. Rezando, Jesús
me llena el corazón de su amor y yo voy a donárselo a
los pobres que encuentro en mi camino».
Hizo un momento de silencio, que pareció una eter-
nidad. Luego añadió: «¡Recen también ustedes! Recen y
se darán cuenta de los pobres que tienen al lado. Quizá
muy cerca de sus casas. Quizá incluso en sus casas existe
quien espera su amor. Recen y los ojos se abrirán y el
corazón se llenará de amor».
¡Decidme si esta mujer no tenía un valor de león! ¿Y
dónde encontraba el valor? ¡En la oración!
Sigamos su ejemplo: que este año dedicado a la ora-
ción despierte en cada uno de nosotros la humildad que
nos hace caer de rodillas y que salga del corazón una
verdadera oración.
Cuando preguntaron a Miguel Ángel como había
podido esculpir el famoso David, respondió: «Fue sen-
cillo. Bastó con quitar el mármol que escondía la obra
maestra».
Lo mismo puede ocurrirte también a ti orando. Deja
caer un poco tu orgullo, ora con mucha fe y humildad y
saldrá la obra maestra que Dios ha esculpido dentro de ti.

C1._ORAR HOY. UN DESAFÍO A SUPERAR.indb 63 23/1/24 20:01

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