09 La Vida
09 La Vida
09 La Vida
10 La experiencia de la salvación
Con amor y misericordia infinitos Dios hizo que Cristo, que no conoció pecado, fuera
hecho pecado por nosotros, para que nosotros pudiésemos ser hechos justicia de Dios en
él. Guiados por el Espíritu Santo sentimos nuestra necesidad, reconocemos nuestra
pecaminosidad, nos arrepentimos de nuestras transgresiones, y ejercemos fe en Jesús
como Señor y Cristo, como sustituto y ejemplo. Esta fe que acepta la salvación nos llega
por medio del poder divino de la Palabra y es un don de la gracia de Dios. Mediante Cristo
somos justificados, adoptados como hijos e hijas de Dios y librados del dominio del
pecado. Por medio del Espíritu nacemos de nuevo y somos santificados; el Espíritu
renueva nuestras mentes, graba la ley de amor de Dios en nuestros corazones y nos da
poder para vivir una vida santa. Al permanecer en él somos participantes de la naturaleza
divina y tenemos la seguridad de la salvación ahora y en ocasión del juicio.
11 Crecer en Cristo
Jesús triunfó sobre las fuerzas del mal por su muerte en la cruz. Quien subyugó los
espíritus demoníacos durante su ministerio terrenal, quebrantó su poder y aseguró su
destrucción definitiva. La victoria de Jesús nos da la victoria sobre las fuerzas malignas que
todavía buscan controlarnos y nos permite andar con él en paz, gozo y la certeza de su
amor. El Espíritu Santo ahora mora dentro de nosotros y nos da poder. Al estar
continuamente comprometidos con Jesús como nuestro Salvador y Señor, somos librados
de la carga de nuestros actos pasados. Ya no vivimos en la oscuridad, el temor a los
poderes malignos, la ignorancia ni la falta de sentido de nuestra antigua manera de vivir.
En esta nueva libertad en Jesús, somos invitados a desarrollarnos en semejanza a su
carácter, en comunión diaria con él por medio de la oración, alimentándonos con su
Palabra, meditando en ella y en su providencia, cantando alabanzas a él, reuniéndonos
para adorar y participando en la misión de la iglesia. Al darnos en servicio amante a
quienes nos rodean y al testificar de la salvación, la presencia constante de Jesús por
medio del Espíritu transforma cada momento y cada tarea en una experiencia espiritual.
12 La Iglesia
13 El remanente y su misión
La iglesia universal está compuesta de todos los que creen verdaderamente en Cristo;
pero en los últimos días, una época de apostasía generalizada, se llamó a un remanente
para que guarde los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. Este remanente anuncia la
llegada de la hora del juicio, proclama la salvación por medio de Cristo y pregona la
proximidad de su segunda venida. Esta proclamación está simbolizada por los tres ángeles
de Apocalipsis 14; coincide con la hora del juicio en los cielos y, como resultado, se
produce una obra de arrepentimiento y reforma en la Tierra. Se invita a todos los
creyentes a participar personalmente en este testimonio mundial.
La iglesia es un cuerpo constituido por muchos miembros, llamados de entre todas las
naciones, razas, lenguas y pueblos. En Cristo somos una nueva creación; las diferencias de
raza, cultura, educación y nacionalidad, y las diferencias entre encumbrados y humildes,
ricos y pobres, hombres y mujeres, no deben causar divisiones entre nosotros. Todos
somos iguales en Cristo, quien por un mismo Espíritu nos unió en comunión con él y los
unos con los otros; debemos servir y ser servidos sin parcialidad ni reservas. Por medio de
la revelación de Jesucristo en las Escrituras, participamos de la misma fe y la misma
esperanza, y damos a todos un mismo testimonio. Esta unidad tiene sus orígenes en la
unicidad del Dios triuno, que nos adoptó como hijos suyos.
15 El bautismo
La Cena del Señor es una participación en los emblemas del cuerpo y la sangre de Jesús
como expresión de fe en él, nuestro Señor y Salvador. Cristo está presente en esta
experiencia de comunión para encontrarse con su pueblo y fortalecerlo. Al participar de la
Cena, proclamamos gozosamente la muerte del Señor hasta que venga. La preparación
para la Cena incluye un examen de conciencia, el arrepentimiento y la confesión. El
Maestro ordenó el servicio del lavamiento de los pies para denotar una renovada
purificación, para expresar la disposición a servirnos mutuamente en humildad cristiana, y
para unir nuestros corazones en amor. El servicio de comunión está abierto a todos los
creyentes cristianos.
Dios concede a todos los miembros de Su Iglesia, en todas las épocas, dones espirituales.
Siendo otorgados por la actuación del Espíritu Santo, el cual distribuye a cada miembro
como le place, los dones proveen todas las aptitudes y ministerios que la Iglesia necesita
para cumplir sus funciones divinamente ordenadas. Algunos miembros son llamados por
Dios y dotados por el Espíritu para funciones reconocidas por la Iglesia en ministerios
pastorales, evangélicos, apostólicos y de enseñanza.
18 El don de profecía
Uno de los dones del Espíritu Santo es el de profecía. Este don es una señal identificadora
de la iglesia remanente y se manifestó en el ministerio de Elena G. de White. Como
mensajera del Señor, sus escritos son una permanente y autorizada fuente de verdad que
proporciona consuelo, dirección, instrucción y corrección a la iglesia. Ellos también
establecen con claridad que la Biblia es la norma por la cual debe ser probada toda
enseñanza y toda experiencia
19 La ley de Dios
Los grandes principios de la ley de Dios están incorporados en los Diez Mandamientos y
ejemplificados en la vida de Cristo. Expresan el amor, la voluntad y el propósito de Dios
con respecto a la conducta y a las relaciones humanas, y son obligatorios para todas las
personas en todas las épocas. Estos preceptos constituyen la base del pacto de Dios con
su pueblo y son la norma del juicio divino. Por medio de la obra del Espíritu Santo, señalan
el pecado y despiertan el sentido de la necesidad de un Salvador. La salvación es
totalmente por la gracia y no por las obras, pero su fruto es la obediencia a los
mandamientos. Esta obediencia desarrolla el carácter cristiano y da como resultado una
sensación de bienestar. Es una evidencia de nuestro amor al Señor y de nuestra
preocupación por nuestros semejantes. La obediencia por fe demuestra el poder de Cristo
para transformar vidas y, por lo tanto, fortalece el testimonio cristiano.
20 El sábado
El bondadoso Creador, después de los seis días de la creación, descansó el séptimo día, e
instituyó el sábado para todos los hombres como un monumento conmemorativo de la
Creación. El cuarto mandamiento de la inmutable ley de Dios requiere la observancia del
séptimo día, sábado, como día de reposo, adoración y ministerio en armonía con las
enseñanzas y la práctica de Jesús, el Señor del sábado. El sábado es un día de agradable
comunión con Dios y con nuestros hermanos. Es un símbolo de nuestra redención en
Cristo, una señal de nuestra santificación, una demostración de nuestra lealtad y una
anticipación de nuestro futuro eterno en el reino de Dios. El sábado es la señal perpetua
del pacto eterno entre él y su pueblo. La gozosa observancia de este tiempo sagrado de
una tarde a la otra tarde, de la puesta de sol a la puesta de sol, es una celebración de la
obra creadora y redentora de Dios.
21 La mayordomía
22 La conducta cristiana
Somos llamados a ser un pueblo piadoso que piense, sienta y actúe en armonía con los
principios del cielo. Para que el Espíritu recree en nosotros el carácter de nuestro Señor,
nos involucramos sólo en aquellas cosas que producirán en nuestra vida pureza, salud y
gozo cristiano. Esto significa que nuestras recreaciones y nuestros entretenimientos
estarán en armonía con las más elevadas normas de gusto y belleza cristianos. Si bien
reconocemos las diferencias culturales, nuestra vestimenta debiera ser sencilla, modesta y
de buen gusto, como corresponde a aquellos cuya verdadera belleza no consiste en el
adorno exterior, sino en el inmarcesible ornamento de un espíritu apacible y tranquilo.
Significa también que, puesto que nuestros cuerpos son el templo del Espíritu Santo,
debemos cuidarlos inteligentemente. Junto con la práctica adecuada del ejercicio y el
descanso, debemos adoptar un régimen alimentario lo más saludable posible, y
abstenernos de los alimentos inmundos, identificados como tales en las Escrituras. Como
las bebidas alcohólicas, el tabaco y el uso irresponsable de drogas y narcóticos son
dañinos para nuestros cuerpos, debemos también abstenernos de ellos. En cambio,
debemos empeñarnos en todo lo que ponga nuestros pensamientos y nuestros cuerpos
en armonía con la disciplina de Cristo, quien quiere que gocemos de salud, de alegría y de
todo lo bueno.
23 El matrimonio y la familia
El matrimonio fue establecido por Dios en el Edén y confirmado por Jesús para que fuera
una unión para toda la vida entre un hombre y una mujer, en amante compañerismo. Para
el cristiano, el matrimonio es un compromiso con Dios y con el cónyuge, y debiera
celebrarse sólo entre personas que participan de la misma fe. El amor mutuo, el honor, el
respeto y la responsabilidad constituyen la estructura de esa relación, que debe reflejar el
amor, la santidad, la intimidad y la perdurabilidad de la relación que existe entre Cristo y
su iglesia. Con respecto al divorcio, Jesús enseñó que la persona que se divorcia, a menos
que sea por causa de relaciones sexuales ilícitas, y se casa con otra persona, comete
adulterio. Aunque algunas relaciones familiares estén lejos de ser ideales, los consortes
que se dedican plenamente el uno al otro pueden, en Cristo, lograr una amorosa unidad
gracias a la dirección del Espíritu y a la instrucción de la iglesia. Dios bendice a la familia y
quiere que sus miembros se ayuden mutuamente hasta alcanzar la plena madurez. Los
padres deben criar a sus hijos para que amen y obedezcan al Señor. Deben enseñarles,
mediante el precepto y el ejemplo, que Cristo disciplina amorosamente, que siempre es
tierno, que se preocupa por sus criaturas, y que quiere que lleguen a ser miembros de su
cuerpo, la familia de Dios. Una creciente intimidad familiar es uno de los rasgos
característicos del último mensaje evangélico.
26 La muerte y la resurrección
La paga del pecado es la muerte. Pero Dios, el único que es inmortal, otorgará vida eterna
a sus redimidos. Hasta ese día, la muerte constituye un estado de inconsciencia para todos
los que han fallecido. Cuando Cristo, que es nuestra vida, aparezca, los justos resucitados
y los justos vivos serán glorificados, todos juntos serán arrebatados para salir al encuentro
de su Señor. La segunda resurrección, la resurrección de los impíos, ocurrirá mil años
después.
El milenio es el reino de mil años de Cristo con sus santos en el cielo, que se extiende
entre la primera y la segunda resurrección. Durante ese tiempo serán juzgados los impíos;
la tierra estará completamente desolada, sin habitantes humanos con vida, pero sí
ocupada por Satanás y sus ángeles. Al terminar ese período, Cristo y sus santos y la Santa
Ciudad, descenderán del Cielo a la Tierra. Los impíos muertos resucitarán entonces y,
junto con Satanás y sus ángeles, rodearán la ciudad; pero el fuego de Dios los consumirá y
purificará la Tierra. De ese modo el universo será librado del pecado y de los pecadores
para siempre.
28 La Tierra Nueva
En la Tierra Nueva, en que habita la justicia, Dios proporcionará un hogar eterno para los
redimidos y un ambiente perfecto para la vida, el amor, el gozo y el aprendizaje eternos
en su presencia. Porque allí Dios mismo morará con su pueblo, y el sufrimiento y la
muerte terminarán para siempre. El gran conflicto habrá terminado y el pecado no existirá
más. Todas las cosas, animadas e inanimadas, declararán que Dios es amor; y él reinará
para siempre jamás.