Políticas Públicas - LIBRO La Felicidad

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Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad

Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff

Capítulo 18
POLITICAS PÚBLICAS PARA UNA SOCIEDAD
QUE PROMUEVE EL BIENESTAR Y LA FELICIDAD

Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate


y Jeannette von Wolfersdorff

“Si un gobierno no es capaz de crear felicidad para su pueblo,


no hay razón de ser para su existencia”.

Código Legal de Bután (1)

Al abordar las posibles políticas públicas que pudiesen incrementar la felicidad de los seres
humanos, cabe en primer lugar preguntarse por lo apropiado de entregarle un rol activo
a los estados en estas materias. Opiniones a favor y en contra se han esgrimido durante
siglos. En el primer apartado de este capítulo (I), discutiremos algunas de las posturas más
relevantes en este trascendental dilema. A continuación, en los dos apartados siguientes (II
y III), abordaremos la visión de diversas disciplinas (economía, psicología, filosofía, desarrollo
humano, etc.) que han contribuido al debate de cómo generar las condiciones necesarias
que permitan a los seres humanos, a las organizaciones, a los países y al planeta florecer.
En el cuarto apartado (IV) nos adentraremos en recomendaciones específicas de políticas
públicas que aporten a generar las condiciones necesarias para la felicidad y el florecimiento
humano, para entregar en la última sección (V) una visión global de los aspectos más
relevantes que debieran tomar en cuenta los estados que busquen mejorar la calidad de
vida de la población.

I. ¿Deberían los estados jugar un rol activo en la promoción de la


felicidad y el bienestar de sus habitantes?
“Glücklich” –en alemán– tiene su origen etimológico en “gelücken” y significa “terminar con un
buen resultado”. Este ejemplo permitiría mostrar el carácter transitorio que a menudo se asocia
al concepto felicidad. En este sentido, y entendiendo a la felicidad como un estado de ánimo
subjetivo y relativo, cabría preguntarse qué rol podría caberle al estado y a las políticas públicas en
el abordaje de una dimensión tan “volátil e individual” como sería la subjetividad humana.

Frente a este debate, el Primer Reporte de Felicidad Mundial (2) editado por los destacados
economistas John Helliwell, Richard Layard y Jefrey Sachs, entrega algunas luces sobre este
crucial asunto. En concreto, se plantea que:

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Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad

1. Los factores que influyen en el estado de felicidad de una persona en el largo plazo son
muy similares a los factores que influyen también en los índices de su “satisfacción con la
vida”. En otras palabras: las políticas públicas que influyen en el bienestar o en la satisfacción
general de la vida de una persona, influyen de forma parecida también en su estado de
felicidad.

2. En la evaluación sobre su vida, las personas consideran tanto aspectos hedonísticos


(placeres y emociones), como también aspectos eudaimónicos (por ejemplo, la auto-
realización y el sentido de vida). Ambos aspectos son importantes para lograr tener una vida
feliz, tal como Aristóteles lo habría indicado siglos atrás. En otras palabras, la felicidad no es
un concepto liviano que considere solamente placeres transitorios, sino que abarca también
sentidos profundos e intelectuales.

Por lo tanto, la felicidad sería mucho más que solamente la búsqueda de placeres y
emociones momentáneas. La búsqueda de la felicidad implicaría caminar hacia el bienestar
y el florecimiento humano, donde el altruismo, la justicia, la auto-realización, y el sentido de
vida, juegan un rol trascendental. En este sentido, los estados podrían (y deberían!) jugar un
papel clave en este proceso.

Sin embargo, además de las confusiones semánticas respecto del concepto felicidad, y de
los problemas de subjetividad involucrados al intentar adentrarnos en ella, diversos autores
ven con escepticismo la posibilidad de entregarle un rol activo al estado en una esfera tan
personal de la vida humana y que entra en el terreno de las libertades positivas y negativas.

A modo de ejemplo, Karl Marx y Friedrich Engels razonaron lo siguiente:

“Si el hombre es formado por las circunstancias, entonces hay que formar las circunstancias
humanamente”(3).

Su raciocinio suena noble. Sin embargo, el objetivo estatal de formar a sus ciudadanos
acordes a su “verdadera naturaleza” se puede prestar para justificar la implementación de
gobiernos totalitarios, sean estos del color político que sean. En la historia de la humanidad
han existido suficientes ensayos mal logrados de elites racionales que han pretendido
formar a toda costa a masas “irracionales”, quienes no sabrían cómo alcanzar su desarrollo, su
plena humanidad y su bienestar. Isaiah Berlin (4) lo expresó cristalinamente en su análisis de
la libertad positiva (“libertad para”) y negativa (“libertad de”), pues históricamente habrían
habido regímenes políticos que han limitado ambos tipos de libertades, olvidándose que
una persona puede auto-realizar no solamente porque nadie se lo impide (no-interferencia),
sino porque también puede haber aprendido a determinar el curso de su vida de forma
autónoma y libre, acorde a su propia naturaleza social y racional.

Cabe recordar la novela “Brave New World” de Aldous Huxley (5), donde el Estado era el

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encargado de proveer a sus ciudadanos de una droga que les aseguraba estar siempre
felices. Este ejemplo –siendo evidentemente exagerado– encarna muy bien el temor
frente a un Estado paternalista que se encarga de hacer felices a sus ciudadanos acorde
a una receta definida a nivel estatal. Suena atemorizante, y nos hace recordar a Immanuel
Kant, pues claramente cada uno podría tener su propio concepto de felicidad, siendo casi
imposible que un estado pueda satisfacer todas las distintas visiones humanas.

Nadie me puede obligar a ser feliz a su manera. Cada uno tiene el derecho de buscar su
felicidad a su modo, siempre y cuando no interfiera con el legítimo derecho del otro a buscarla
también (6).
Los planteamientos de Kant se basan en la idea que la felicidad sería el resultado de un
proceso interno y subjetivo, donde es sólo la persona (el “yo”) quien puede interpretar,
valorizar, ponderar y contextualizar las circunstancias externas que influyen en su felicidad,
tal como lo planteó también la famosa cita de Arthur Schoppenauer:

No son las cosas mismas, sino sólo el cómo las vemos, lo que nos hace felices o infelices (7).

Por lo tanto, hoy en día existe relativa claridad respecto de los riesgos de contar con un
estado paternalista que intente influir directamente en la felicidad de su pueblo. De este
modo, parecería ser que el rol de los estados no estaría es esforzarse en producir ciudadanos
felices, sino que más bien en asegurar las condiciones óptimas que permitan que los
individuos puedan alcanzar por ellos mismos la tan anhelada felicidad.

En ese sentido, y con el objetivo de poder diseñar políticas públicas orientadas a incrementar
la felicidad y el bienestar humano, cabría preguntarse por los factores abordables desde el
estado que pudiesen influir en nuestra calidad de vida.

Según el Reporte de Felicidad Mundial (2), los ingresos económicos – y con ellos el
crecimiento económico de un país – ceteris paribus – estarían correlacionados directa
y positivamente con los niveles de felicidad de los individuos. Sin embargo, cuando el
crecimiento viene de la mano de la desigualdad, y cuando ésta es considerada como
injustificada e injusta por la población, los efectos de ambos son tremendamente
perjudiciales para la felicidad y calidad de vida de las naciones y de sus habitantes. En
este sentido, datos en Chile (8) han demostrado que la desigualdad de ingresos lleva a
otro tipo de desigualdad, la desigualdad en el bienestar y la felicidad1. En este escenario,

1 Algunos ejemplos concretos de la desigualdad en el bienestar apuntan a lo siguiente: (a) dos tercios de las personas que se
auto-clasifican como de “clase alta” consideran que la sociedad chilena respeta la dignidad y los derechos de las personas;
(b) todas las personas que se auto-clasifican en clases socioeconómicas más bajas sienten mayoritariamente una falta de
respeto en la sociedad; (c) un 42% de la clase socioeconómica E afirma sentirse frecuentemente sola, contra solo un 14%
de la Clase ABC1; (d) un 87% de la clases ABC1 afirman tener su proyecto de vida algo o muy definido, contra sólo un 52%
de la clase E; (e) las personas de escasos recursos califican su salud peor que aquellos de mayores recursos, y tienen menos

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una sociedad como la chilena, donde la desigualdad es la más alta de la OCDE, no debe
asombrarse por las inestabilidades que aparecen cuando se enfrenta una severa crisis o
tensiones sociales que ponen en peligro su desarrollo (9).

Por otro lado, el Reporte de Felicidad Mundial (2) descubrió también una serie de factores
adicionales claves abordables desde las políticas públicas, que podrían influir en el bienestar
y la felicidad de las personas y de los países. Dentro de ellos, destacan el mercado laboral,
la salud, la educación, la confianza, la corrupción, el altruismo y un medioambiente
sustentable. Aunque algunas de las políticas públicas actuales ya abordan parte de las
temáticas mencionadas, sin duda no serán suficientes mientras no estén orientados de
forma expresa hacia la felicidad y el bienestar de sus ciudadanos. Y menos aún, mientras no
incluyan mediciones serias de bienestar objetivo y subjetivo como parte de sus indicadores
estándar de progreso económico y social.

Adicionalmente, es vital que cualquier política pública que busque fomentar el bienestar y la
felicidad de sus habitantes no solamente aborde la dimensión individual de estas variables,
sino que además su dimensión colectiva. Esto, dado que la felicidad – como ya indicó
Aristóteles 2.397 años atrás – se encuentra en uno mismo, pero también en nuestra relación
con los demás. Por lo tanto, cobra valor político trascendental el encontrar la manera de
fomentar el sentido colectivo, la confianza y el respeto en la sociedad, junto con la diversidad
y el pluralismo. Quizás es este el mayor desafío para la esfera pública, no sólo por tratarse de
una tarea compleja, sino además por encontrarse en cierta contraposición con la filosofía
política del liberalismo, filosofía que proclama un estado meramente “neutral”. Esta utopía
liberal ha sido muy bien abordada por Renato Cristi (10).

“La esencia de la utopía liberal, la filosofía pública dominante en la actualidad, está


determinada por dos ideas centrales: la autonomía del individuo y la neutralidad del Estado.”

Sin embargo, deberíamos preguntarnos si estamos de acuerdo con esta utopía


liberal.¿Queremos realmente un estado que se limite al mero hecho de la simple
administración del país, al asegurar que se respeten las “reglas del juego”, y a dejar en libertad
(negativa) a los ciudadanos tal como lo promueve la filosofía del estado neutral? Nuestra
respuesta es claramente no!
Si bien es cierto que el Estado no puede hacer feliz a sus ciudadanos directamente, lo que
sí es su responsabilidad es asegurar las condiciones mínimas necesarias para que todas las
personas de la sociedad tengan la oportunidad de poder desarrollar una vida feliz – cada
uno acorde a sus necesidades, capacidades, a su carácter y a su voluntad. En otras palabras,
debería ser responsabilidad del estado facilitar el desarrollo de capacidades concretas en

lazos sociales; (f ) mientras que el 90% de ABC1 confirma tomar al menos una semana de vacaciones al año, contra solo un
31% de la clase socioeconómica E.

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los ciudadanos, o lo que el Premio Nobel de Economía Amartya Sen ha llamado la libertad
para el bienestar (“well-being freedom”). Este concepto considera no solamente la igualdad
de oportunidades, sino más bien la igualdad de oportunidades reales. Por ejemplo, no basta
que una persona tenga derecho a voto si nunca tuvo acceso a una educación cívica que
le explicara la importancia y la responsabilidad de tener ese derecho. No basta vivir en un
medioambiente sustentable, si los niños no aprenden cuidarlo y a disfrutarlo. Siguiendo
estas ideas, el estado debería facilitar vía políticas públicas, el desarrollo de capacidades
hedonísticas (condiciones necesarias para disfrutar la vida), pero también de capacidades
eudaimónicas (auto-realización, sentido de vida, altruismo, etc.) con el objeto de incrementar
el bienestar y la felicidad de sus habitantes. Este proceso debería ir acompañado de un
fomento a la des-centralización y a la tolerancia de la diversidad como condición sine qua
non para no caer en las tentaciones de sistemas paternalistas, populistas y/o totalitarios.

En suma, el objetivo de las políticas públicas que busquen fomentar la felicidad y el bienestar
no están en producir ciudadanos felices, sino que más bien en asegurar un marco regulatorio
que contribuya de forma seria al bienestar y a la felicidad de sus ciudadanos. En este sentido,
diversas disciplinas académicas han contribuido al debate de cómo generar las condiciones
óptimas que permitan a los seres humanos, a las organizaciones, a los países y al planeta
florecer y ser felices. En los siguientes apartados discutiremos sus principales planeamientos,
para luego adentrarnos en recomendaciones específicas de políticas públicas.

II. Felicidad y políticas públicas: una visión desde la filosofía y el humanismo


En 1865 y 1868, Karl Marx y Friedrich Engels llenaron un cuestionario con confesiones acerca
de su personalidad y actividad social que estaba de moda en ese momento. A la pregunta
sobre su idea de felicidad, Marx contestó “to fight2” y Engels respondió “Chateau Margeaux
18483” (12).

Evidentemente, la felicidad no está en un vino, ni en ningún otro placer o goce de corto plazo.
Pero lo interesante de la respuesta de Friedrich Engels – comparada con la de Karl Marx – fue
más bien la actitud detrás de ella, evidenciando el humor con el que enfrentaba su vida.

A algunas personas les resulta ser felices de forma más fácil que a otros. Esto, debido a su
disposición natural y a diversos factores internos (base genética, carácter, edad, etc.) que
pueden influir de forma importante sobre la actitud de las personas frente a la vida. Sin
embargo, también existen los factores externos como determinantes del bienestar y de la
felicidad. La famosa frase de José Ortega y Gasset (13) lo grafica claramente:

2 Pelear.
3 Una clase de vino bastante apreciado.

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Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad

”Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”

Siguiendo esta misma línea, una persona podría tener la disposición natural para ser feliz, pero
cuando vive en un medioambiente dañado, o en medio de un gobierno corrupto y poco
transparente, podría ser proclive a desarrollar más bien una vida infeliz.

Los escritos sobre felicidad (eudaimonia) desarrollados por Aristóteles en su obra “Ética a
Nicómaco” son interesantes de considerar al momento de analizar el rol y la importancia de las
políticas públicas sobre la felicidad en los seres humanos (14). Un ser humano es aún más feliz
– sostenía – mientras más logre desarrollar sus propias virtudes humanas. Es decir, mientras
más logre vivir acorde a su propia naturaleza como “ser social” y “ser racional”. Ser feliz no sería,
por tanto, una auto-realización automática, sino más bien el resultado de hábitos virtuosos y
constantes de una persona como miembro activo de su sociedad.

Para el mismo Aristóteles, la calidad de la educación sería fundamental para ello, la cual además
sería una responsabilidad política. Incluso, según el mismo filósofo griego, la educación no
solamente debería enseñar virtudes, sino también transmitir hábitos virtuosos. Y si a la mayoría
de los ciudadanos no les interesan, deberían ser entonces las leyes las que deberían tomar ese
rol, buscando siempre el interés de la misma sociedad.
Sin embargo, sólo a través de virtudes tampoco se puede vivir feliz – sostenía de forma
pragmática Aristóteles – quien siempre llevó una vida acomodada y llena de lujos (sirvientes,
buena cocina y equipamientos). Los bienes no llevan a la felicidad – indicó - pero uno tampoco
podría alcanzar la felicidad sin ellos.

Si la felicidad es el último objetivo del ser humano – seguía pensando – y si esta resulta de una
actividad del alma, el que gobierna la sociedad, el político, debiera también estudiar el alma de
las personas. Así como un oculista estudia el cuerpo humano entero y no sólo los ojos de los
individuos, las políticas públicas, por ende, deberían también considerar el estudio del estado
del alma de su sociedad.

Por lo tanto, se podría decir que para Aristóteles sólo habría autorrealización y felicidad en
el ser humano, si éste aprende a encontrarla, si adquiere hábitos virtuosos, y si es miembro
activo de un colectivo humano que viva orientado hacia el cuidado común y hacia el interés
de terceros. Y en este proceso, el estado debería jugar un papel trascendental.

III. Felicidad y políticas públicas: una visión desde la economía,


la psicología y el desarrollo humano
Por siglos, los economistas han estado preocupados de cómo incrementar la felicidad de
la población. Sin embargo, también por siglos, se han negado a la posibilidad de que esta
variable sea medible, y por lo tanto, un objetivo de políticas públicas. Por lo mismo, la ciencia
económica ha decidido enfocarse en calidad de vida, más que en felicidad humana (16). Pero

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la pregunta obvia que resulta de estas reflexiones es… ¿cómo se debe medir entonces la
“calidad de vida”? La respuesta que hemos escuchado por decenas de años es que la mejor
forma de hacerlo, es a través del Producto Interno Bruto (PIB).

Los motivos que llevaron a la economía a medir calidad de vida a través del PIB (que en
definitiva representa ingresos) se remontan al objetivo fundamental de esta ciencia: maximizar
la utilidad de los individuos. Para la disciplina, a mayor ingreso (o mayor PIB per cápita), los
individuos podrían aumentar sus capacidades de consumo, lo que los debiera llevar a mayores
niveles de utilidad, y por ende, de felicidad. Por lo tanto, la economía ha asumido por años que
la felicidad estaría directamente relacionada a la capacidad de obtener bienes.

Sin embargo, el razonamiento de la ciencia económica es parcial y erróneo. Afortunadamente,


durante los últimos 30 años han surgido voces de prestigiados científicos mundiales (incluidos
varios premios noveles en economía) que nos han demostrado lo equivocados que estábamos
en la forma de entender el mundo (17).

Por un lado, la psicometría y las neurociencias han demostrado que la felicidad sí puede ser
válidamente medida. Escáneres y resonancias cerebrales nos han mostrado que hay un lado
del cerebro que se “enciende” cuando las personas experimentan felicidad, y que se “apaga”
cuando hay sufrimiento (18). Además, la ciencia nos ha demostrado también que si bien es
cierto que el crecimiento económico ha ayudado a ciertos países a disminuir la pobreza y a
mejorar diversos indicadores económicos, es un grave error asociarlo a calidad vida, y mucho
menos a felicidad. Y más grave aún, es asociar felicidad a capacidad de compra.

La evidencia científica también muestra que por sobre cierto nivel de riqueza, una vez
que las necesidades materiales básicas han sido satisfechas, el mayor ingreso aporta
marginalmente cada vez menos al aumento de nuestra felicidad (18 - 19). Incluso se ha
demostrado que el excesivo foco puesto en el crecimiento económico habría dañado
severamente la calidad de vida de las personas y del planeta, poniendo en grave riesgo
la supervivencia de la especie humana, pues el mundo desarrollado habría alcanzado los
límites de su crecimiento (20- 23).

Por otra parte, se esta observando, sobre todo durante las últimas tres décadas, importantes
incrementos en los niveles de materialismo en el mundo (24). Este materialismo (una
excesiva búsqueda de recompensas materiales) estaría influyendo en forma importante
en el número de enfermedades mentales, al mismo tiempo que habría deteriorado la
solidaridad y la cohesión entre los seres humanos y los pueblos (25 - 26). En este sentido,
recientes investigaciones (27) han asociado al materialismo con aumentos en los niveles
de depresión, ansiedad, estados emocionales negativos, e incluso de enfermedades
físicas. Pero además, el materialismo y el exceso de consumo habrían puesto una presión
sin precedentes sobre la sustentabilidad del planeta que nos ha llevado a la crisis medio-
ambiental más grande y peligrosa de nuestra historia (28).

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Por lo tanto, nuestro modelo actual de desarrollo desconectado de algunos temas y basado
fundamentalmente en el consumo y en la riqueza, habría sido responsable de degradar
ecosistemas, de acelerar la crisis climática, de disminuir la biodiversidad, de aumentar las
inequidades, de generar inseguridades económicas a nivel global, y de incrementar los
endeudamientos, las inestabilidades y los conflictos entre diferentes naciones de nuestro
planeta (29). Esto, dado que la priorización por lo material y lo externo se habría estado
haciendo a expensas de la naturaleza, de las personas, de las comunidades y de la cultura
(29).

Si llevamos los argumentos anteriores a nuestro país, y miramos los datos del banco
Mundial, podemos observar la paradoja de un crecimiento infeliz (16). Chile ha crecido un
120 % en términos reales durante los últimos 15 años (en US$ del año 2000), llegando a
tasas envidiadas no sólo por Latinoamérica, sino que por el mundo entero. Sin embargo,
de acuerdo a datos recientes de la OCDE (30), nuestro país aparece como el segundo país
que más ha aumentado sus tasas de suicidio (55 %), siendo superado sólo por Corea del
Sur. Curiosamente, Corea del Sur ha sido catalogada como parte de los llamados “tigres
asiáticos” por sus altas de crecimiento económico durante las últimas décadas. Pero Chile
no sólo ostenta estos gravísimos indicadores de suicidio, sino que además muestra tasas de
depresión y de obesidad infantil muy similares a lo que le ocurre a los países más enfermos
del planeta.

La reflexión es obvia. El crecimiento económico nos puede llevar a mejorar diversos


indicadores de progreso material, pero no necesariamente se relaciona con un progreso
real en la calidad de vida y en la felicidad de las personas y de los países.

Es notable que esta errónea forma de comprender y contabilizar nuestra felicidad haya sido
advertida varios siglos antes. Ya en 1729, el Código Legal del Reino de Bután establecía
que “si un gobierno no es capaz de crear felicidad para su pueblo, no habría razón para su
existencia (1). Inspirado en este postulado fundamental, el Cuarto Rey de Bután declaraba
al mundo en el año 1972 que la Felicidad Interna Bruta (FIB) era más importante que el
PIB, desafiando los postulados más básicos del modelo económico neo-liberal. De hecho,
la constitución del Reino de Bután (artículo 9) hace un llamado expreso al estado para
que a través de sus políticas públicas, genere las condiciones necesarias para maximizar la
felicidad de su pueblo (1).

A partir de ese preciso discurso del rey en 1972, el pequeño reino enclavado en los Himalayas
se adentró en la gigantesca y desafiante tarea de orientar sus políticas públicas hacia la
maximización de la felicidad y del bienestar de sus habitantes y de toda forma de vida en
su territorio. Esto, debido que para los butaneses, la Felicidad Interna Bruta mediría en una
forma más holística que el PIB la calidad de vida de una nación, pues el verdadero desarrollo
seria aquel que conjuga tanto el desarrollo material como el desarrollo psicológico y
espiritual de sus habitantes.

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Para lograr su objetivo, Bután, en conjunto con el apoyo de Sabina Alkire de la Universidad
de Oxford, ha creado un Índice de Felicidad Interna Bruta (Gross National Happiness, por su
nombre en inglés) utilizando metodologías científicas altamente validadas en la literatura
sobre desarrollo. Como resultado de diversas investigaciones lideradas por el Centre for
Bhutan Studies y por la Gross National Happiness Commission, se ha descubierto que el
verdadero progreso debería ser medido a través de, al menos, 9 dimensiones: bienestar
subjetivo; salud; educación; diversidad cultural; uso del tiempo; buen gobierno; vitalidad
comunitaria; estándares de vida y; diversidad ecológica. Por lo tanto, estas son las principales
dimensiones que el Reino de Bután utiliza para medir la Felicidad Interna Bruta en su país.

Como puede verse, a diferencia de Bután, nuestra noción occidental de progreso ha estado
ligada por décadas a la maximización del PIB. Sin embargo, este indicador de progreso
material dista tremendamente de ser una medida que refleje la verdadera calidad de vida
de la población (17), sobre todo si consideramos que al diseñarse nunca fue concebido
como una medida de progreso. Es más, fue desarrollado en una época en que el mundo
aún no se percataba de los límites planetarios. Hoy en cambio, el calentamiento global y
la crisis climática actual han puesto de relieve que la maximización de la producción sin
considerar los daños ecológicos y la sustentabilidad del planeta es un objetivo que deja de
ser deseable (29, 31).
Por lo tanto, el mundo necesita urgentemente un cambio en la forma de mirar y medir
su progreso y su calidad de vida, puesto que un sistema que incentiva el consumo y la
producción desmesuradamente (como el actual) es incompatible con la sustentabilidad
planetaria, pero también con la justicia social y con la felicidad compartida con otros .

Afortunadamente, hoy en día existe consenso internacional respecto de la necesidad de


un Nuevo Paradigma de Desarrollo (NPD). Es decir, de un paradigma alternativo, donde
la búsqueda de la riqueza material se subordine a un modelo de sociedad sustentable, y
donde el ser humano y toda forma de vida en la tierra estén al centro de este. La pregunta
clave sería, entonces, ¿cómo deberíamos concebir este nuevo modelo de desarrollo? O
bien ¿Cuál debería ser el objetivo central del desarrollo que las sociedades modernas y
las políticas públicas debieran buscar? Para Bután, la ONU y diversas otras organizaciones
internacionales, la respuesta es clara: la felicidad.

¿Por qué la felicidad?


Porque como se ha profundizado en detalle en la Introducción a este libro, la ciencia ha
descubierto que la felicidad le hace bien a las personas, a las organizaciones, a las naciones y
al planeta (32). A nivel individual, la felicidad mejora la salud – física y mental – y aumenta las
expectativas de vida. A nivel organizacional, las personas más felices son más productivas,
cooperativas y creativas. Y a nivel social y planetario, las personas más felices protegen más
el medioambiente, ayudan de mejor forma a mantener la paz social, y luchan con más

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fuerza por reducir las inequidades y la pobreza. Por lo tanto, potenciar la felicidad tanto de
las personas como de los países se ha transformado en un imperativo ético y moral para las
personas, los gobiernos y las políticas públicas.
Recientemente, los más prestigiados científicos sociales alrededor del mundo (2, 17, 18)
han apoyado fuertemente el argumento anterior, comenzado a plantear que los gobiernos
deberían jugar un rol clave en la felicidad humana. En este sentido, la búsqueda de la
felicidad de sus habitantes y de sus naciones debería ser el objetivo central de toda política
pública. Por lo tanto, a través de generar las condiciones necesarias para el florecimiento
humano – potenciando los elementos claves en las instituciones y en las sociedades – los
estados podrían ayudar a construir sociedades más felices, y al mismo tiempo, sustentables
en el tiempo.

De esta manera, el primer gran desafío para lograr el cambio de paradigma pasaría
por incorporar medidas de felicidad y bienestar que complementen los tradicionales
indicadores económicos y sociales de progreso. Esto, con el objeto de contar con índices
que reflejen los verdaderos cambios en la calidad de vida de una nación, y no sólo cambios
en los estándares materiales. El contar con estos indicadores, sin duda permitiría generar los
incentivos necesarios para mejorar la calidad de vida, tanto de nuestra generación como de
las venideras.

Siguiendo con esta línea de pensamiento, en un hecho histórico, en Julio del año 2011
Bután fue apoyado por el Pleno de la ONU –incluido Chile– en la adopción de una de las
Resoluciones de las Naciones Unidas con más trascendencia de los últimos años: Felicidad:
hacia un enfoque holístico del Desarrollo (33).

A continuación, el 02 de abril del año 2012, otro evento impulsado por Bután tuvo lugar en
la sede central de la ONU en Nueva York. Más de 800 participantes, incluidos la Presidenta
de Costa Rica, el Secretario General de las Naciones Unidas, y distinguidos representantes
del mundo académico, espiritual y de la sociedad civil, se reunieron para comenzar a dar
forma a lo que se conocería como el Nuevo Paradigma de Desarrollo. Paradigma diseñado
para promover la felicidad de los seres humanos y el bienestar de toda forma de vida sobre
la tierra, enraizado fuertemente en la creencia de una necesidad de un balance saludable
y respetuoso entre el capital humano, natural, social y cultural, donde se reconoce que la
sustentabilidad ecológica y la distribución justa y eficiente de los recursos, deben ser parte
de los pilares fundamentales de este nuevo modelo de mundo que queremos (29). Como
resultado de este encuentro, el Reino de Bután fue especialmente encomendado por las
Naciones Unidas y diversas otras organizaciones de relevancia mundial para elaborar las
bases de este Nuevo Paradigma de Desarrollo basado en la felicidad y el bienestar.

A partir de lo anterior, Bután ha invitado a un grupo de destacados profesionales a


formar parte de lo que se conocería más tarde como el Grupo de Trabajo de Expertos

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Internacionales por un Nuevo Paradigma de Desarrollo (IEWG, por sus siglas en Ingles). El
IEWG, en conjunto con un Comité Ejecutivo especialmente diseñado para tales efectos,
han recibido la misión de volcar todo su conocimiento y expertiz en la construcción de
las bases de este nuevo modelo de desarrollo. El trabajo del IEWG será presentado por
primera vez a la Asamblea General de las Naciones Unidas en sus respectivas sesiones de los
años 2013 y 2014, donde uno de los objetivos centrales de los reportes será discutir sobre
las condiciones que podrían facilitar alcanzar una felicidad sustentable, incluyendo una
descripción de las formas correctas y óptimas de medir y contabilizar lo que necesitamos
para lograrla. Pero además, se buscará entregar recomendaciones concretas en términos
de cómo compatibilizar la gobernabilidad, el uso de recursos, la inversión, las finanzas, el
comercio y las políticas regulatorias con el objetivo principal de lograr un mundo más feliz
y sustentable. Una vez que se hayan dado a conocer las principales conclusiones del IEWG,
los gobiernos del mundo contarán con un listado de recomendaciones y mejores prácticas
que podrán ser utilizadas para lograr la felicidad y el florecimiento de sus habitantes y de
sus naciones.

Probablemente lo que está proponiendo Bután y la ONU ha sido uno de los cambios más
radicales que el mundo haya experimentado en pos de su bienestar, y de la disminución de
las injusticias, la miseria y el sufrimiento humano en toda su historia. Y a pesar de que parezca
lejano, la evidencia muestra que el cambio es completamente posible. Jamás la humanidad
ha contado con una mayor abundancia material, ni con el avanzado conocimiento
tecnológico con que contamos en la actualidad. Por lo tanto, el camino hacia un mundo
mejor está al alcance de nuestras posibilidades. Hoy, la humanidad tiene la posibilidad de
torcer su rumbo y navegar hacia un Nuevo Paradigma de Desarrollo que respete los límites
del planeta y que incentive la felicidad y bienestar de todos sus habitantes.

IV. Recomendaciones de políticas públicas para promover el bienestar


y la felicidad
A continuación, y basados en los argumentos anteriores y en la evidencia científica
reciente, presentaremos algunas recomendaciones de políticas públicas que aseguren un
marco regulatorio que contribuya específicamente a la felicidad de los seres humanos y al
bienestar de toda forma de vida sobre la tierra. Sin pretender ser extensiva, las siguientes
recomendaciones pretenden contribuir al debate de cómo las políticas públicas podrían
colaborar en la construcción de un Nuevo Paradigma de Desarrollo para la humanidad.

a. Medición sistemática de indicadores de felicidad y el bienestar


Lo que no se mide, no se hace. Hoy en día nuestra sociedad ha caído en una obsesión
desmesurada por medir el PIB, así como también por evaluar el avance en diversos otros
indicadores de progreso económico y social (desempleo, inflación, natalidad, criminalidad,

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Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad

etc.). La simple medición de estas variables por parte de los gobiernos, hace que las
autoridades, las personas y las políticas públicas, se interesen por estos temas y le asignen
importancia a la búsqueda de su mejoría. Sin embargo, hoy no contamos con mediciones
oficiales de felicidad y bienestar, lo que es un impedimento claro en el avance de estas
materias. De lograr incluir indicadores de este tipo en las tradicionales “cuentas nacionales”,
nos ayudaría a dar un paso gigantesco hacia la mejora de nuestra calidad de vida. El sólo
comenzar a medir estas variables haría que los seres humanos comenzáramos a preocuparnos
y a hablar de ellas. Y en la medida en que comencemos a hacerlo, la sociedad entera debiera
volcarse a la búsqueda de las herramientas claves de bienestar que le permitan florecer.

Las naciones modernas tienden a emplear los llamados indicadores objetivos (sociales,
económicos, etc.) para asignar recursos y medir el progresos de sus respectivas naciones.
Esto, dado que economistas tradicionales y expertos en políticas públicas han asumido
por decenas de años que todas las actividades en la sociedad (consumo, producción,
externalidades, etc.) pueden ser medidas en términos de costos y beneficios monetarios, lo
que permitiría asignar los recursos escasos de manera eficiente en base a los aspectos más
deseables a alcanzar por una sociedad. Sin embargo, existen al menos dos graves sesgos tras
estos argumentos. Primero, no todas las actividades en el mercado pueden ser medidas (34,
35). Segundo, a pesar de que las tradicionales medidas de progreso efectivamente proveen
útil información a los gobiernos, las organizaciones, las comunidades y a los individuos,
estos sólo muestran una pequeña parte de lo que es importante para las sociedades (17,
36).

Por lo tanto, estos indicadores objetivos deberían ser complementados con medidas que
representen de mejor forma el verdadero cambio en la calidad de vida de los seres humanos
y de sus naciones (2, 17, 18, 36).

Recientemente, académicos y personalidades del más alto nivel han comenzado a


plantear la necesidad de complementar estos indicadores tradicionales con medidas de
bienestar subjetivo (BSu) y felicidad. La principal ventaja de utilizar estas medidas radicarían
precisamente en la naturaleza subjetiva de estas (37). Al preguntarle a las personas por sus
estados internos, los individuos serían capaces de reflejar en sus respuestas sus propias
historias, personalidades y preferencias, entregando valiosa información respecto de lo que
la persona realmente siente o piensa, y no lo que los expertos o gobiernos creen que es lo
mejor para ellos (36). Utilizar estas medidas subjetivas permitiría alinear de mejor forma la
métrica de los análisis tradicionales de costo-beneficio con medidas que representen de
mejor manera los cambios en la calidad de vida de la población (2, 18, 38).

Reconocidas instituciones han apoyado los planteamientos anteriores. Por ejemplo, la


Comisión Stiglitz ha recomendado a las oficinas de estadísticas de todo el mundo incorporar
preguntas que capturen las evaluaciones subjetivas de los individuos, sus experiencias

334 La Felicidad
Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff

hedónicas y las prioridades en la vida (17). Adicionalmente, en el año 2011, a través de su


resolución A/65/L.86, las Naciones Unidas ha invitado a sus Estados Miembros a “perseguir
la elaboración de medidas adicionales que capturen de mejor forma la importancia de la
búsqueda de la felicidad y el bienestar en el desarrollo, con miras a orientar óptimamente
sus políticas públicas” (33). En Chile, a través del Ministerio de Desarrollo Social, se ha
comenzado a medir una de las áreas de la felicidad –la satisfacción con la vida– lo que hace
pensar que en el futuro estas mediciones puedan ampliarse a otras áreas del bienestar y el
florecimiento humano.

Por lo tanto, los gobiernos deberían comenzar urgentemente a realizar la medición sistemática
de la felicidad y el bienestar, con el objeto de complementar las medidas tradicionales de
progreso económico y social con medidas de bienestar subjetivo. Al hacerlo, las sociedades
podrán evaluar de mejor manera su progreso real y no sólo su progreso material (2, 17, 18,
36).

b. Enseñanza y trasmisión de valores.


b.1 ¿Es el fomento de valores colectivos un atentado a las libertades
individuales?

Los diferentes estudios y encuestas sobre felicidad y bienestar confirman la importancia que
tienen los vínculos sociales para las personas. Ligado a ello existe un set de valores como
la confianza, la solidaridad, el altruismo y el respeto, sin los cuales el tejido social de una
sociedad no puede desarrollarse.

Promover estos valores colectivos por parte del estado podría no obstante estar en cierto
conflicto con la neutralidad valórica que pide la filosofía política liberal. Según ella, el estado
no tendría derecho de imponer una cierta manera de vivir la vida, ni de decir lo que está
bien o mal en materia de valores. El sentido del Estado sería más bien facilitar y administrar
un marco regulatorio que respete a las personas como seres independientes y autónomos,
capaces de elegir su propio destino4.
A primera vista parecería razonable que la política, el derecho y la economía estén sometidos
a una racionalidad formal, valóricamente neutral, pues tal como planteaba Lechner (39)

“Nada peor que un poder moralizador que exige no solamente obediencia, sino amor y fe.
No obstante, hay que considerar que la comunicación estatal casi siempre conlleva valores,

4 Lo interesante es que – en el hecho - todo el espectro político se apodera del concepto de las libertades, explícito o
implícitamente. Las corrientes políticas que prefieren un rol mínimo del Estado en materia económica, sí le exigen al Estado
intromisiones no menores en materia valórica también (por ejemplo, acerca de la definición del concepto del matrimonio), y
las corrientes políticos más liberales en materia valórica, le exigen al Estado por otra parte una fuerte intromisión en materia
económica.

La Felicidad 335
Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad

sean expresos o implícitos. En otras palabras, si el estado no comunica valores, comunica


la ausencia de valores. Por ejemplo, si las leyes que regulan la solidaridad y la labor social
del sector civil en Chile están entrampadas en medio de un mosaico legislativo difícil de
entender, implica que el estado chileno comunica implícitamente que no valora (no le
importa), el que haya más solidaridad entre sus ciudadanos5.

En definitiva, es ilusorio pensar que pueda existir un estado que no se entrometa en el


mundo valórico de sus ciudadanos. Cada comunicación o acción estatal, así como cada
silencio o mantención de un status quo, conlleva indudablemente una declaración valórica.

Por otro lado, los ciudadanos que escuchan, leen o miran las acciones y comunicaciones
estatales tampoco son seres objetivos y cien por ciento racionales. Las personas tienen una
naturaleza subjetiva con esperanzas, sueños, deseos y miedos. Por ende, todo lo que a nivel
ciudadano sea percibido como comunicación o silencio del estado, también será valorizado
de forma subjetiva de acuerdo al ser humano que lo interprete.

Lo anterior refuerza la idea de la importancia de la necesidad de un mayor debate sobre la


importancia de la transmisión de valores ciudadanos desde la esfera pública.
Por ejemplo, sobre la ausencia de lo subjetivo en la política chilena, y su impacto en las
esferas subjetivas de los ciudadanos, Norbert Lechner (39) indica lo siguiente:

“Con la separación de política y fe, de poder y amor, toma cuerpo la autonomía individual.
Pero esa promesa de autonomía con que se inicia la modernidad es pronto contradicha
por el irresistible avance del mercado y de la burocracia. … El proceso social es pensado
exclusivamente desde el punto de vista de la funcionalidad de los elementos para el equilibrio
del sistema … Se debilitan entonces el compromiso moral y los lazos afectivos sobre los cuales
descansa el orden democrático y finalmente a la ciudadanía, le da lo mismo un régimen u
otro. En resumen, el desencanto actual se refiere a la modernización y, en particular, a un
estilo gerencial-tecnocrático de hacer política.”

Por lo tanto, la creación y mantención de un orden colectivo y valórico es de fundamental


importancia, también para el liberalismo, aun cuando en lo formal considere a la sociedad
como un conjunto de individuos que se auto-imponen reglas colectivas en su propio
beneficio. Para esta filosofía liberal, erróneamente, sólo con un mínimo de sentido colectivo
y de confianza se podría crear el ambiente necesario para que los ciudadanos puedan
respetar las leyes de forma voluntaria. Sin embargo, Rousseau nos dice (40):

5 En Chile, existen actualmente más de 90 cuerpos legislativos que regulan la labor social de los ciudadanos, entre las distintas
leyes de donaciones, artículos de leyes específicos, reglamentos, oficios y circulares – formando así un sistema legislativo casi
imposible de entender ni para las organizaciones sociales ni para las empresas o personas naturales que podrían aportar
recursos o horas de voluntariado.

336 La Felicidad
Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff

“Siempre habrá una diferencia no pequeña entre sujetar una muchedumbre y gobernar
una sociedad. Si muchos hombres dispersos se someten sucesivamente a uno solo; por
numerosos que sean, solo veo en ellos a un dueño y a sus esclavos, y no a un pueblo y a su
gente: será, si así se quiere, una agregación, pero no una asociación; no hay allí ni un bien
público ni cuerpo político.”
En definitiva, en palabras de Jean Jacques Rousseau, la diferencia entre una sociedad
individualista y una sociedad con valores colectivos es la diferencia entre una “agregación”
y una “asociación”. Sin embargo, para él la idea del “bien público” podría llegar a concordar
con la filosofía republicana del liberalismo mientras se valoriza la sociedad expresamente
como algo más que la suma de sus individuos, lo que para Rousseau, sería el resultado de
un buen gobierno (40):
De suerte que, si el ciudadano no es nada ni puede nada sin el concurso de todos los demás,
y si la fuerza adquirida por el todo es igual o superior a la suma de las fuerzas naturales de los
individuos, puede decirse que la legislación adquiere el más alto grado de perfección posible.
Por lo tanto, el concepto republicano de la libertad requiere de políticas formativas, ante
todo en materias de valores morales y cívicos como condición sine qua non. Lo anterior
también aplica para el liberalismo más liberal como lo indicaría Michael Sandel (41).
Para este pensador, para que los individuos de una sociedad puedan ejercer su libertad,
deberían no solamente aceptar reglas colectivas y someterse a la voluntad general, sino
deberían también auto-imponerse estas reglas. En otras palabras, el auto-gobierno y la
libertad requieren de participación ciudadana y de un alto compromiso cívico (41). Sentir
responsabilidad por lo colectivo, requiere la formación constante de un “nosotros”, lo que se
construye a nivel valórico.

Por lo tanto, luego de la reflexión precedente, existiría bastante claridad que el estado debe
jugar un rol clave en la trasmisión de valores. Esto, puesto que el fomento de valores cívicos y
principios universales son condición sine qua non para las políticas públicas que pretendan
contribuir al bienestar y la felicidad.

b. 2 Los valores necesarios de trasmitir y ensenar


Hoy en día las desigualdades sociales y económicas nos están llevando a una de las peores
crisis que pudiésemos haber imaginado, y gran parte de la responsabilidad se origina en la
pérdida de valores que imperan en nuestra sociedad.

Investigaciones recientes has demostrado que los valores impactan profundamente en la


felicidad y el bienestar humano (18, 42). Valores como el altruismo, la compasión, la tolerancia,
la honestidad, y el respeto al medio al ambiente, entre otros, pueden no sólo incrementar
la felicidad humana, sino que ayudar a proteger el futuro del planeta. Sin embargo, cientos
de estudios científicos durante los últimos 30 años también han mostrado que nuestra

La Felicidad 337
Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad

actual cultura de consumo, nos bombardea diariamente con mensajes que incentivan
precisamente valores opuestos, tales como aquellos valores centrados en el consumo, el
dinero, el poder, y la competencia (42).

Valores materialistas, aquellos que llevan las personas a centrar sus objetivos de vida en
alcanzar recompensas materiales y extrínsecas (fama, dinero, imagen, etc.) a expensas de
recompensas intrínsecas (auto-desarrollo, involucramiento con la comunidad, relaciones
sociales, etc.) hacen decrecer nuestra felicidad, empeoran la salud mental y ponen en
riesgo la sustentabilidad del planeta (25 – 28, 43). A mayores niveles de materialismo, se ha
visto que aumentan los estados afectivos negativos, los síntomas depresivos, la ansiedad
e incluso los problemas físicos, el individualismo y la agresión. Pero también, a mayores
niveles de materialismo, los estados afectivos positivos, la satisfacción con la vida y la
vitalidad decrecen. Y por último, en la medida que los valores estén centrados en lo material
y en el consumo, los individuos tienden a mostrar peores comportamientos y actitudes
hacia el medio ambiente.

Por lo tanto las inequidades, el hambre y la pobreza no son sólo producto de la falta de
recursos como plantea la economía clásica. Son producto también de nuestra falta de
empatía con los que sufren, como de nuestra excesiva preocupación por lo material y
extrínseco. Basta recordar las palabras de Gandhi quien planteaba decenas de años atrás
que “el mundo tiene suficientes recursos para satisfacer todas nuestras necesidades, pero no
nuestra avaricia”. Entonces, lo que nuestra sociedad requiere con urgencia es la promoción
de valores que pongan en el centro del desarrollo al ser humano y a la naturaleza, y no
al consumo y a lo material. Lo que hoy se necesita tanto en Chile como en el mundo es
promover la honestidad, el respeto, la solidaridad, el altruismo, la empatía, la tolerancia y la
compasión.

Todos los valores mencionados anteriormente son indispensables para lograr un mundo
mejor. Sin embargo, diversos científicos mundiales (Matthiedu Ricard entre ellos), han
estado planteando que en el altruismo y en la empatía, podríamos encontrar la raíz de la
solución a la gran mayoría de los problemas humanos (44).
¿Por qué altruismo y empatía?
Las personas influyen en el carácter de su sociedad, pero también la sociedad influye en
la forma en que las personas viven y piensan. Ello hace recordar nuevamente a Aristóteles,
cuyo concepto de felicidad requería que la persona pueda desarrollarse como ser social
parte de una sociedad.

Hoy sabemos que a través de las neuronas de espejo, aprendemos en el contacto y en


el vínculo con otras personas. Podemos sentir la alegría y el dolor de un otro, casi como
si fuera nuestra. La capacidad de empatía nos ayuda a ser mejores parejas, padres y a

338 La Felicidad
Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff

preocuparnos más por los demás. Por lo mismo, es importante recordar que el altruismo y
la empatía también existen entre los animales – y en mayor grado entre los más inteligentes
y evolucionados. Por ejemplo, las elefantas amamantan, aman y acarician a las crías ajenas
casi como las suyas. Son capaces de llorar y de cuidar a sus enfermos. Los elefantes son
felices al jugar, y al cuidar a sus amistades durante décadas. De experimentos con primates
se sabe también que a algunos de ellos no solamente les importa su propio bienestar, sino
también el del prójimo, por lo que podrían estar dispuestos a sacrificarse por un otro. Así lo
confirma el biólogo holandés Frans de Waal quien también sostiene que la moral, la empatía
y el altruismo son pilares de la evolución humana (45).

En esta lógica, el altruismo se basa en una especie de reciprocidad indirecta: si una persona
ayuda a una segunda persona de forma anónima, ésta última podría devolverle la mano
a una tercera persona y así sucesivamente, hasta que en algún momento todos reciban
una retribución de vuelta como en una cadena de solidaridad. Es la sociedad la que al final
se beneficia de un encadenamiento de acciones positivas, inspiradas unas en las otras, y
basadas en la confianza al otro. Como consecuencia, el bienestar promedio de la sociedad
aumenta por las acciones altruistas de algunos individuos, lo que consecuentemente
termina beneficiando a todos. Sin embargo, el altruismo es beneficioso incluso aunque
no recibamos nada a cambio. Diversas investigaciones científicas han mostrado que el
altruismo beneficia también a aquel que ayuda a otros, independiente de lo que reciba
a cambio. Esto, porque la acción altruista estimula nuestra fisiología y nuestros procesos
psicológicos internos, llevando a funcionar de mejor forma y a hacernos más felices.

Por lo tanto, más allá de una utopía, el altruismo y la empatía deberían ser valores promovidos
por todos los estados y la sociedad. Sus beneficios tanto para las personas individualmente
que reciben y que dan, para las organizaciones, los países y la sustentabilidad del planeta han
sido demostrados científicamente (32). Por lo tanto, el altruismo y la empatía pueden ser una
de las claves que nos ayude a solucionar los graves problemas de pobreza, desigualdades y
sufrimientos que existe hoy en el mundo.

En resumen, las políticas públicas deberían jugar un rol clave en la promoción de estos
valores universales
¿Dónde empezar?
En primer lugar, en las escuelas! Tal como lo planteara el famoso profesor del London
School of Economics, Richard Layard, las escuelas son el lugar natural donde los niños,
desde pequeños, comienzan su formación como seres humanos. Por lo tanto, es aquí
donde debemos radicar el cambio y empezar a enseñar el valor de la equidad, la justicia,
el respeto y la tolerancia. Es ahí donde los niños deben aprender que el héroe no debe ser
quien tiene más recursos ni más dinero, sino aquel que ayuda a construir un mundo mejor,
disminuyendo las injusticias sociales y protegiendo la tierra.

La Felicidad 339
Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad

En segundo lugar, a través de la televisión. Sin duda hoy necesitamos una televisión pública,
fuerte e independiente – casi con la autonomía del Banco Central – que no esté sujeta y
limitada al rating, sino que esté orientada a inculcar valores que puedan generar un real
aporte a mejorar nuestra sociedad.

¿Quién podría querer robar, mentir, matar, destruir el planeta o hacer otro tipo de daño si
creció sabiendo que es algo indeseable e inaceptable? ¿Y más aún si cuenta con un modelo
de televisión que fomenta día a día valores pro sociales y no valores, como la competencia,
la avaricia, la fama, el dinero o la belleza, que tan acostumbrados estamos a observar en las
pantallas de la T.V.?

Por lo tanto, aquí radica el desafío para una sociedad del futuro: convocar a la sociedad
entera, y a sus mejores técnicos, a idear este nuevo modelo educacional en valores, que sea
la pieza clave de un Nuevo Paradigma de Desarrollo basado en la felicidad y el bienestar
individual y colectivo.

c. La construcción de confianzas
El valor de lo colectivo y la construcción de confianzas no sólo influyen de forma significativa
sobre la calidad de una democracia – por liberal que sea – sino que también en el nivel de
bienestar logrado a través del desarrollo económico y la innovación tecnológica. Esto, ya que
tal como lo indica la cita de Adam Ferguson (46), es precisamente la inteligencia colectiva,
junto con la memoria colectiva, las que han llevado al ser humano a la prosperidad y al
bienestar a través del intercambio y de la especialización:

En otras clases de animales, el ser avanza de la infancia a la madurez y adquiere, en el


espectro de una sola vida, toda la perfección que puede alcanzar su naturaleza: en el género
humano, sin embargo, la especie progresa tanto como el individuo, construyendo cada edad
sobre cimientos colocados previamente.

Por otro lado, Matt Ridley (47), en su libro “El Optimista Racional” nos entrega argumentos
adicionales para comprender el valor de lo colectivo en el desarrollo de la especie humana:

“Mientras escribo, hay en mi escritorio dos artefactos que tienen aproximadamente el mismo
tamaño y la misma forma: uno es un ratón inalámbrico del ordenador, el otro un hacha de
mano de la Edad de Piedra Intermedia, de medio millón de años de antigüedad….Uno es
una compleja confección de muchas materias, con un intrincado diseño interno que refleja
muchas ramas de conocimientos. El otro es una sola materia que refleja la destreza de un
solo individuo...”

Ambos han sido “hechos por el hombre”, pero uno fue hecho por una sola persona y el otro
por cientos, tal vez millones. A eso me refiero cuando hablo de inteligencia colectiva. No

340 La Felicidad
Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff

hay una persona que sepa hacer un ratón (mouse) por sí sola. La persona que lo armó y la
fábrica no sabían cómo extraer el petróleo que produjo el plástico del ratón, y viceversa. En
algún punto, la inteligencia humana se tornó colectiva y acumulativa de un modo que no
ha ocurrido en ningún otro animal.”

En este sentido, y tal como Aristóteles lo planteaba, valores cívicos tales como la solidaridad
y la confianza deben interpretarse como coeficientes claves en la generación de inteligencia
colectiva humana, que es el motor de nuestro progreso social y tecnológico.

Sintetizando, se podrá decir que el ser humano ha logrado el desarrollo económico actual
gracias a haber desarrollado una inteligencia colectiva. Pero esta clase de inteligencia
requiere de un clima de confianza, el que lamentablemente muchas veces tiende a ser
dañado por un modelo capitalista extremo que incentiva la competencia y el egoísmo
individual (39). Por lo tanto, el estado debería no sólo facilitar el desarrollo económico, sino
que también atender a sus efectos secundarios, fundamentalmente fomentando climas de
mayor confianza en los distintos niveles de nuestra sociedad. Nuestro modelo capitalista
imperante constantemente acarrea efectos colaterales negativos relacionados con el
consumo, la competencia, la flexibilidad laboral, la globalización y la despersonalización de
las relaciones interhumanas. El mejor contrapeso a estos efectos negativos del mercado, es
el “colectivo común”, la asociatividad y la solidaridad entre los ciudadanos, pues tal como lo
planteó Norbert Lechner, cuando los miedos son compartidos, el miedo se deja tolerar (39).

d. Regulación de la publicidad infantil


Diariamente somos bombardeados por cientos de mensajes publicitarios que tratan de
mostrarnos que el dinero, la fama, el poder y la belleza son lo más importante (42), pues
nuestra sociedad se ha dado el lujo de convivir con un sistema publicitario (radio, T.V., internet,
etc.) que ha trastocado nuestros valores y distorsionado la visión de mundo que queremos. El
consumo de lo intrascendente se ha alzado como un mecanismo psicológico compensatorio
que, supuestamente, nos ayudaría a suplir los déficits emocionales de nuestras vidas. Y la
publicidad se ha encargado de convencernos de que las posesiones materiales y el dinero
son el camino hacia la felicidad. Por lo tanto, hemos venido conviviendo por años con un tipo
de publicidad poco responsable, centradas solo en las demandas del consumo.

No vamos a discutir la importancia de la publicidad para el crecimiento y el desarrollo, que por


supuesto la tiene. Sin embargo, lo que hoy en día necesitamos es regularla y convertirla en
una publicidad responsable del bienestar individual y colectivo.

Coherente con lo anterior, diversos estudios en el mundo coinciden en que la extrema libertad
con que cuenta la publicidad comercial habría sido responsable de moldear negativamente
nuestros valores, y de afectar la satisfacción con la vida y la salud mental. Pero lo más grave de
todo, es que se ha comprobado en Reino Unido y en Estados Unidos que los más afectados

La Felicidad 341
Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad

son los más pequeños. Play Stations, Nintendos, relojes de Ben 10, Barbies, y tantos otros
productos con contenidos psicológicos y simbólicos, sólo apuntan a crear en los niños un
espiral de deseos materiales que tarde o temprano terminarán atacando su bienestar subjetivo.
Todo marketing comercial que estimule estos deseos excesivos por las posesiones, aumenta
los problemas psicológicos de los niños, y a la larga, su auto estima y capacidad de adaptación.
Estos efectos negativos de la publicidad que perjudican a toda la población, afectan sobre
todo a aquellas personas que no tienen sus valores formados y que su visión de lo bueno y lo
malo están aún en desarrollo. Por lo tanto, este tipo de marketing debe ser definitivamente
limitado y controlado en Chile y en el mundo.

Los innegables perjuicios mencionados anteriormente han llevado a que Suecia haya decidido
prohibir todo tipo de publicidad comercial dirigida hacia menores de 12 años (18). Además,
Richard Layard del London School of Economics, ha emprendido una campaña para lograr
que las políticas públicas del Reino Unido sigan las enseñanzas de Suecia y protejan a las
generaciones más jóvenes. La salud mental tanto de los niños como de los adultos está en
riesgo y debe ser resguardada. En Chile hoy tenemos la oportunidad de seguir este camino,
ya que las evidencias y las experiencias están dadas. Si fuimos capaces de prohibir el fumar
en los lugares públicos y de incorporarlo culturalmente, con mayor razón debemos regular la
publicidad hacia menores.
Tenemos el deber ético de proteger el desarrollo y formación de los niños, no sólo
porque son los más fáciles de manipular, sino que también porque esta manipulación
lleva precisamente a los padres a caer en un espiral de gastos y presiones psicológicas
insostenibles, lo que refuerza la insatisfacción creciente en la familia y en la sociedad.
Años atrás habría parecido imposible plantear estos desafíos en Chile. Hoy en este sentido, las
políticas públicas y el estado tienen una responsabilidad y un rol clave que no deben eludir.

e. Caminando hacia una sociedad más justa e igualitaria


Vale preguntarse si será posible lograr altos índices de bienestar y felicidad en Chile con los
altos y persistentes niveles de desigualdad que poseemos. Varios estudios confirman que es
toda la sociedad la que sufre, cuando las percepciones de desigualdades son altas (48 – 50).

La riqueza altamente concentrada tiende a corromper el poder del Estado, mientras que la
pobreza extrema tiende a crear rebeldía, desconfianza y a veces el incumplimiento de las leyes.
Fue ya Jean Jacques Rousseau quien advirtió sobre el impacto negativo de la desigualdad
sobre el pacto social de una sociedad (51):
Por otra parte, cuantas cosas, todas difíciles de reunir, no supone este gobierno! … luego
después mucha igualdad, en los rangos y en las fortunas, pues sin esto no puede subsistir largo
tiempo la igualdad en los derechos ni en la autoridad: finalmente, poco o ningún lujo, porque el
lujo o es efecto de las riquezas, o las hace necesarias; corrompe a la vez al rico y al pobre, al uno

342 La Felicidad
Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff

por la posesión, al otro por la codicia; vende la patria a la molicie y a la vanidad, y priva al estado
de todos sus ciudadanos para sujetarlos los unos a los otros.
Los altos y persistentes niveles de desigualdad en Chile deberían ser una luz amarilla o roja
para el Estado y para la sociedad en su conjunto. La desigualdad incide decisivamente y
negativamente sobre el bienestar y la confianza de las personas. Además, la realidad contradice
los discursos de la elite política y económica, cuando se habla de igualdad de oportunidades,
si la mayoría se siente excluida y con un acceso desigual a los “sistemas funcionales” en el país.
En este sentido, se ha planteado que la calidad deficiente de los sistemas funcionales de los
países podrían ser más tolerables si todos los ciudadanos, especialmente aquellos que inciden
en la elaboración de las políticas públicas (la elite política y económica) estuviesen obligados
a utilizarlos como cualquier ciudadano. Lamentablemente, es una verdad ineludible que las
personas que usan los sistemas disfuncionales y públicos del país (hospitales, transporte,
escuelas, etc.), normalmente no son las personas que deciden las políticas públicas. Por lo tanto,
un gran avance seria que todos, absolutamente todos los ciudadanos de un país, tuviesen que
utilizar los mismos servicios públicos. Sólo de esta forma los hacedores de políticas sentirían en
carne propia los efectos de sus errores y de sus aciertos. Y para esto, es fundamental subrayar
la responsabilidad social de todos los ciudadanos con influencia política (sean ciudadanos
naturales, corporativos o gremios) en la mantención de un contrato social vigente y sostenible
en Chile.
Por último, debemos entender que una sociedad no puede ser feliz si la mayoría de sus
miembros considera que no vive en un clima de respeto, dignidad e igualdad de derechos (8).
Por lo tanto, para lograr impulsar políticas públicas que incidan positivamente en el bienestar
y la felicidad de las personas, se requiere de una gran voluntad política, y por ende de una
sociedad en la cual todos apoyen y promuevan los cambios necesarios. Aunque las elites
del país, no envíen sus hijos a las escuelas y los hospitales públicos, siguen manteniendo
una responsabilidad política clave hacia los problemas de los demás, sobre todo, una
responsabilidad ética, social y humanitaria.
Y que mejor para concluir estas ideas, que el propio Adam Smith en su Riqueza de Las Naciones
(52):

Los criados, los trabajadores y los operarios de todas las categorías constituyen la mayoría de
toda la sociedad política. Y lo que mejora las condiciones de vida de esta mayoría, no puede
ser considerado perjudicial para la sociedad. Ninguna sociedad puede ser floreciente y feliz, si
la mayor parte de sus miembros son pobres y miserables.

f. Espacios públicos
Otra área clave para las políticas públicas que pretendan impulsar la felicidad de la sociedad
se encuentra en abordar la creación y la mantención del espacio público. Estos espacios,

La Felicidad 343
Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad

mal diseñados o ejecutados, pueden impedir el bienestar y la felicidad de las personas. Bien
planificados, por el contario, pueden incentivar de forma positiva hábitos que contribuyan
al florecimiento de las sociedades.

En este sentido, hay que considerar que el espacio, como circunstancia importante e
inevitable para cualquier persona, impacta en distintos niveles de sentimientos y bienestar.
Los espacios públicos pueden (i) relajar o activar sentidos, (ii) incentivar a encontrarse
o retirarse, y (iii) pueden ser elementos identificadores. Estos tres aspectos están bajo la
influencia directa de la planificación urbanística. Planificar el carácter y el funcionamiento
de las ciudades, de sus espacios verdes, de sus áreas de vivienda y de comercio, pensar en
la seguridad de los barrios, y diseñar la estética y funcionalidad de las plazas y las viviendas
sociales, impacta de forma directa en el cómo los habitantes viven, se relacionan, se
identifican, y por ende, como se sienten en su vida, es decir, en su felicidad. Por ejemplo,
si se crean parques y plazas como pulmones verdes, y se instalan bancas debajo de los
árboles, las personas pueden relacionarse y relajarse más fácilmente, especialmente en,
medio de la vida vertiginosa de una ciudad. Por el contrario, si no se diseñan espacios para
encontrarse, las personas simplemente no se encuentran (53). Sin el diseño de espacios
públicos comunes, los vecinos no se ven, conversan menos y desarrollan menos lazos de
confianza.

En otro ámbito, también existe evidencia sobre el impacto que tiene la vista de una ventana
hospitalaria en la recuperación de los pacientes, siendo la mirada hacia un árbol y hacia la
naturaleza la que lleva a una recuperación más rápida, y a un uso reducido de analgésicos (54).

Al incorporar en sus políticas públicas de forma seria estas consideraciones, el estado no


obligaría al paciente hospitalizado a mirar los árboles frente a su ventana, ni a curarse más
rápido. Tampoco forzaría a los niños a jugar en la plaza, ni a cualquier persona a sentarse en
un banco debajo de un árbol. El estado sólo daría una opción más para que las personas
elijan un estilo de vida que fomente su bienestar y su felicidad. El rol del estado y las políticas
públicas es fundamental para el buen diseño de ciudades felices que promuevan en
bienestar en sus ciudadanos.

g. Salud mental
Las palabras que abrieron el primer reporte sobre Desarrollo Humano en Chile en el año
1990 siguen siendo tan válidas como hace más de 20 años atrás: “La verdadera riqueza
de una nación está en su gente” (55). Por lo tanto, cuidar a las personas, protegiendo y
promoviendo su salud mental, es vital para construir un desarrollo humano sustentable y
saludable.

Luego de haber realizado un análisis de la salud mental en Chile y su importancia para el


bienestar y la felicidad en el capítulo 5, en las siguientes líneas compartiremos una reflexión

344 La Felicidad
Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff

sobre propuestas para mejorar la salud mental individual y colectiva, pensado en un modelo
de desarrollo que priorice el bienestar y la felicidad de las personas.

g.1 Promover un cambio de paradigma de desarrollo que integre como


un objetivo humano fundamental el bienestar, la felicidad y la salud
mental
Las grandes decisiones políticas, económicas y sociales que se implementen en un
país, deben hacerse cargo de la pregunta sobre si estas medidas afectarán positiva o
negativamente la salud mental, el bienestar y la felicidad de las personas y de la comunidad.

Es necesario validar la importancia de la salud mental y la búsqueda de la felicidad en el


desarrollo de las personas y el país, integrándolas en todas las políticas del estado y a lo largo
de toda la vida. La reciente propuesta no oficializada “Estrategia Nacional de Salud Mental:
un salto adelante” (56), del departamento de Salud Mental del MINSAL, apunta en la línea
de la intersectorialidad cuando en su ”Visión” refiere “Al año 2020 y a través de los esfuerzos
integrados de los sistemas de salud, de protección social, de trabajo, educación, vivienda,
justicia y otros, los chilenos habrán avanzado en la construcción de un país que, desde el
nacimiento y a lo largo de toda la vida de las personas, promueve la salud mental, previene
la aparición de enfermedades mentales y garantiza a todos, el acceso a programas sanitarios
e intersectoriales de alta calidad, en un marco de respeto a los derechos humanos”.

En la misma dirección “La Fundación Victorian para la Salud (VicHealth)” en Australia (57),
ha postulado desde comienzos del 2000 que “las acciones exitosas en promoción de la
salud mental se forjan del trabajo articulado entre el sector público, el privado y actores no
gubernamentales, en lo que respecta a áreas tales como: vivienda, transporte, educación,
trabajo, salud, justicia, comunidad, academia, deporte, artes y recreación, entre otros. Desde
esta perspectiva las acciones promocionales deben considerar los determinantes sociales
y económicos de la salud mental, la participación y apoyo comunitario, en base a una
planificación, implementación e inversión integrada, con una mirada a largo plazo”.

Por lo tanto, la salud mental debe estar integrada intersectorialmente a las diferentes
políticas del país, como por ejemplo en el ámbito educacional y laboral. La educación debe
incorporar desde sus inicios en forma trasversal el trabajo teórico y vivencial de salud mental,
bienestar y felicidad en los alumnos, sus familias, los docentes y para docentes. Frente a las
altas tasas de prevalencias de problemas de salud mental, y la somatización y el acting
out de las emociones, se hace necesario hacer un proceso de “alfabetización emocional”
desde el nacimiento y la etapa preescolar. Hoy existen suficientes evidencias científicas y
estudios de impacto de la importancia de estos temas y de la necesidad de habilitar a las
personas con un repertorio de capacidades y herramientas, que le ayuden a cuidar su salud
mental y su bienestar. El último informe de Desarrollo Humano del PNUD del 2012 sobre

La Felicidad 345
Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad

Bienestar Subjetivo (8), nos reafirma la idea que es fundamental promover el desarrollo de
“capacidades” en las personas para que puedan formular y realizar sus proyectos de vida en
búsqueda de bienestar. El habilitar estás competencias emocionales, cognitivas, sociales
y de sentido de vida, nos permite “florecer”, como nos dice Martín Seligman en su libro
“Flourish” (58) es decir, tener la posibilidad de dar nuestros mejores colores y talentos, para
“convivir en bienestar”.

Además es importante incorporar la variable de salud mental y bienestar en las políticas


y prácticas laborales. El trabajo, lugar donde pasamos gran parte de nuestra vida, puede
ser un escenario promotor de bienestar o malestar. Si el trabajo es permanentemente
estresante, no gratificante, invasivo de la vida y de las necesidades personales, en un clima
organizacional hostil con jefaturas desconectadas y centradas solo en los números, se
creará un ambiente laboral que generará problemas de salud mental e infelicidad en las
personas. Debemos pensar en un trabajo que dignifique a las personas y que sea promotor
de bienestar. El futuro requiere que el trabajo no solo se preocupe del bienestar y la felicidad
de los trabajadores porque así serán más productivos, sino porque cualquier actividad del
ser humano, debe estar orientado a su bienestar individual y colectivo.

Un ejemplo de buenos resultados de salud mental desde una intervención comunitaria


de carácter intersectorial es el Programa “Communities that Care” (CTC) implementado en
Estados Unidos, Holanda, Inglaterra, Escocia, Gales y Australia. “Esta estrategia de prevención
contra la violencia se instala en distintos niveles: medios de comunicación, cambios de
políticas en las comunidades, cambio en la estructura de administración escolar o prácticas
de enseñanza, estrategia de capacitación para padres y estrategia para el desarrollo de
destrezas sociales en los individuos”, teniendo resultados efectivos en diferentes variables
de salud mental (59, 60).

g.2 Conocer objetiva y subjetivamente la realidad de la salud mental y


la felicidad en Chile
Es esencial definir una línea base de salud mental, bienestar y felicidad en Chile, midiéndola
regularmente e incorporándola como un indicador principal de desarrollo. La propuesta
de la nueva Estrategia Nacional de Salud Mental (56), define que es necesario medir
periódicamente indicadores de “Enfermedad mental” como de “Salud mental”, a través de un
estudio de prevalencia cada 5 a 10 años y a través del desarrollo de un sistema de vigilancia
epidemiológico que permita contar con información actualizada de la evolución de la salud
mental. Es importante además medir y evaluar cómo las grandes políticas y decisiones del
Estado en diferentes ministerios y ámbitos, impactan sobre la salud mental y la felicidad de
los ciudadanos.

346 La Felicidad
Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff

g.3 Invertir económicamente en salud mental y bienestar


Para buscar un desarrollo humano sustentable que promueva el bienestar y la felicidad de
las personas, es necesario aumentar significativamente el gasto en salud mental individual
y de la comunidad por parte del estado y los privados. A pesar que las enfermedades
neuropsiquiátricas corresponden al 23,2 % de la pérdida de vida de años saludables en el
país y que los problemas de salud mental impactan sobre todas las variables del desarrollo,
la Salud Mental solo ocupa cerca de un 3 % del presupuesto total de Salud, (61), lo que
se agrava más aún, al ver que Chile destina solo un 7,2 % del PIB a Salud (62), lejos del 10
% y más que ocupan países como Dinamarca, Canadá o Suiza, que lideran los ranking de
bienestar en el mundo. Cabe destacar que de las 80 patologías que actualmente cubre el
AUGE, sólo 4 corresponden al área de salud mental y que las otras patologías psiquiátricas,
son cubiertas por las instituciones privadas y el estado muy desigualmente en relación a
las llamadas enfermedades de “salud física”. Frente a esta realidad es necesario promulgar
urgentemente una ley de paridad y equidad, en la línea de la “Mental Health Parity and
Addiction Equity Act”, promulgada en Estados unidos el 2008, cuyo objetivo fue que las
enfermedades mentales tuvieran la misma cobertura económica que cualquier enfermedad
física (61). La salud física y mental deben tener requerimientos similares de financiamiento y
de acceso a los tratamientos, es decir los beneficios de salud mental deben ser equiparables
a los tratamientos médicos y quirúrgicos.

g.4 Algunas otras líneas y propuestas de desarrollo desde la salud mental


son:
t Promover una cultura social y de desarrollo humano centrado en el bien común, la
solidaridad y la empatía, que sea integrativa de la diversidad de formas de ser y vivir la
individualidad junto a otros.
t Fomentar la inclusión social de personas con discapacidad psíquica y educar para
evitar la estigmatización de los problemas de salud mental.
t Aumentar la inversión en promoción de salud mental y no solo en la prevención
y el tratamiento de los trastornos psiquiátricos. Hacer un enfoque de intervención
desde lo comunitario y lo colectivo. En Europa, el “Community based mental-health
model” (57), ha demostrado en numerosos estudios que, a igualdad de gasto, el modelo
comunitario es más eficaz en mejor la calidad de vida y produce una mayor satisfacción
en los pacientes y familiares, que la asistencia a un hospital psiquiátrico.
t Trabajar con los determinantes psicosociales de la salud y buscar un desarrollo con
equidad. La Comisión de determinantes sociales de la Salud (63), creada por la OMS el año
2008, llegó a la conclusión de que es urgente actuar directamente sobre la desigualdad
socioeconómica como vía para mejorar la salud en general. Sin salud mental, no hay salud.

La Felicidad 347
Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad

t Potenciar una política infanto juvenil de salud mental integrada a educación y al


fortalecimiento de la familia y de los grupos sociales.
t Empoderar a las personas y a la comunidad como actores principales del auto
cuidado, el cuidado de otros y la búsqueda de bienestar y felicidad.
t Cambiar los planes y programas de formación de pre- y postgrado y de educación
continua de los profesionales de la salud mental para incorporar ampliamente las
nuevas evidencias del aporte del bienestar y la felicidad.
t Cuidar la salud mental de los equipos que trabajan con la salud mental de otras
personas y de las instituciones que se encargan de la salud mental del país.
t Acompañar y evaluar los procesos, para que lo que está claramente escrito en el
papel, se materialice en la práctica habitual.
En resumen, hasta ahora, el único elemento de políticas públicas que aborda directamente
aspectos relacionados con la felicidad y el bienestar es la salud pública. Sin embargo, la
salud pública tiene, al menos, dos limitaciones (64). Primero, está enfocada en remediar la
enfermedad y no en potenciar el funcionamiento psicológico óptimo. Segundo, muchos de
los sistemas de salud en el mundo simplemente casi no abordan las enfermedades mentales
debido a diversos tabús, ignorancia o falta de recursos. Por lo tanto, es de esperar que las
líneas precedentes puedan servir de orientación hacia un sistema de salud pública efectivo
que aborde la prevención y tratamiento de enfermedades mentales, así como también la
promoción del bienestar subjetivo y el florecimiento psicológico (64).

V. Conclusiones
En este capítulo hemos tratado de abordar desde diferentes perspectivas (economía,
psicología, filosofía, salud mental, desarrollo humano, etc.) el rol que le compete a los estados
en la generación de las condiciones adecuadas para que las personas y los países aumenten
su bienestar y su felicidad. Se plantearon diversas líneas de intervención, a partir de las cuales
quisiéramos reforzar aquellas que nos parecen en el presente, de mayor relevancia y urgencia.

1. Reconocer la búsqueda de la felicidad como un objetivo humano fundamental (ONU)


e introducir a nivel estatal y de forma obligatoria indicadores que midan el bienestar y la
felicidad de los individuos, las organizaciones, las naciones y el planeta.

2. Fomentar diversos valores en nuestra sociedad desde las políticas públicas, tales como
empatía, altruismo, relaciones de confianza, participación y cohesión social, etc.:

a. Promover la incorporación de valores colectivos, como la confianza, el respeto, la


solidaridad y el altruismo, como ejes centrales del desarrollo de las políticas públicas.
Crear una Ley única de donaciones que facilite la labor social de todas las organizaciones

348 La Felicidad
Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff

sociales en Chile.
b. Fomentar la participación y la asociatividad ciudadana.
c. Incorporar mayores exigencias de transparencia en el gasto fiscal y elaborar un
presupuesto ciudadano, entendible para cualquier persona, que coloque en su centro
políticas públicas que promuevan el bienestar y la felicidad.
d. Reformar el sistema electoral chileno, haciéndolo más inclusivo y representativo.
Implementar estándares de transparencia para las organizaciones y los partidos políticos.
3. Instalar el trabajo de las emociones, el bienestar y la felicidad a lo largo de toda la
educación. Normar y delimitar la publicidad comercial infantil.

4. Asegurar que la política pública urbanística, los sistemas de transporte y obras públicas
incorporen el bienestar de las personas como objetivo primordial del desarrollo.

5. Otorgar prioridad nacional a la salud mental en Chile. Es necesario: a) promover un


cambio de paradigma de desarrollo que integre como un objetivo humano fundamental
el bienestar, la felicidad y la salud mental; b) conocer objetiva y subjetivamente la realidad
de la salud mental y la felicidad en Chile; c) invertir económicamente en salud mental
y bienestar; d) empoderar a las personas para que desarrollen sus potencialidades, se
cuiden, cuiden a otros y busquen una salud mental integral.

6. Darle prioridad a las políticas públicas que abordan la disminución de la desigualdad


y de las injusticias sociales. Es importante promover la dignidad de las personas y la
búsqueda de la felicidad con otros.

Estamos seguros que en la medida que los estados consideren estas recomendaciones y
generen progresivamente las condiciones necesarias para aumentar el bienestar y la felicidad
de los seres humanos y del ecosistema, iremos avanzando hacia el verdadero florecimiento
humano, aquel que permita construir un mundo feliz, equilibrado y sustentable.

La Felicidad 349
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354 La Felicidad

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