Políticas Públicas - LIBRO La Felicidad
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Capítulo 18
POLITICAS PÚBLICAS PARA UNA SOCIEDAD
QUE PROMUEVE EL BIENESTAR Y LA FELICIDAD
Al abordar las posibles políticas públicas que pudiesen incrementar la felicidad de los seres
humanos, cabe en primer lugar preguntarse por lo apropiado de entregarle un rol activo
a los estados en estas materias. Opiniones a favor y en contra se han esgrimido durante
siglos. En el primer apartado de este capítulo (I), discutiremos algunas de las posturas más
relevantes en este trascendental dilema. A continuación, en los dos apartados siguientes (II
y III), abordaremos la visión de diversas disciplinas (economía, psicología, filosofía, desarrollo
humano, etc.) que han contribuido al debate de cómo generar las condiciones necesarias
que permitan a los seres humanos, a las organizaciones, a los países y al planeta florecer.
En el cuarto apartado (IV) nos adentraremos en recomendaciones específicas de políticas
públicas que aporten a generar las condiciones necesarias para la felicidad y el florecimiento
humano, para entregar en la última sección (V) una visión global de los aspectos más
relevantes que debieran tomar en cuenta los estados que busquen mejorar la calidad de
vida de la población.
Frente a este debate, el Primer Reporte de Felicidad Mundial (2) editado por los destacados
economistas John Helliwell, Richard Layard y Jefrey Sachs, entrega algunas luces sobre este
crucial asunto. En concreto, se plantea que:
1. Los factores que influyen en el estado de felicidad de una persona en el largo plazo son
muy similares a los factores que influyen también en los índices de su “satisfacción con la
vida”. En otras palabras: las políticas públicas que influyen en el bienestar o en la satisfacción
general de la vida de una persona, influyen de forma parecida también en su estado de
felicidad.
Por lo tanto, la felicidad sería mucho más que solamente la búsqueda de placeres y
emociones momentáneas. La búsqueda de la felicidad implicaría caminar hacia el bienestar
y el florecimiento humano, donde el altruismo, la justicia, la auto-realización, y el sentido de
vida, juegan un rol trascendental. En este sentido, los estados podrían (y deberían!) jugar un
papel clave en este proceso.
Sin embargo, además de las confusiones semánticas respecto del concepto felicidad, y de
los problemas de subjetividad involucrados al intentar adentrarnos en ella, diversos autores
ven con escepticismo la posibilidad de entregarle un rol activo al estado en una esfera tan
personal de la vida humana y que entra en el terreno de las libertades positivas y negativas.
“Si el hombre es formado por las circunstancias, entonces hay que formar las circunstancias
humanamente”(3).
Su raciocinio suena noble. Sin embargo, el objetivo estatal de formar a sus ciudadanos
acordes a su “verdadera naturaleza” se puede prestar para justificar la implementación de
gobiernos totalitarios, sean estos del color político que sean. En la historia de la humanidad
han existido suficientes ensayos mal logrados de elites racionales que han pretendido
formar a toda costa a masas “irracionales”, quienes no sabrían cómo alcanzar su desarrollo, su
plena humanidad y su bienestar. Isaiah Berlin (4) lo expresó cristalinamente en su análisis de
la libertad positiva (“libertad para”) y negativa (“libertad de”), pues históricamente habrían
habido regímenes políticos que han limitado ambos tipos de libertades, olvidándose que
una persona puede auto-realizar no solamente porque nadie se lo impide (no-interferencia),
sino porque también puede haber aprendido a determinar el curso de su vida de forma
autónoma y libre, acorde a su propia naturaleza social y racional.
Cabe recordar la novela “Brave New World” de Aldous Huxley (5), donde el Estado era el
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Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff
encargado de proveer a sus ciudadanos de una droga que les aseguraba estar siempre
felices. Este ejemplo –siendo evidentemente exagerado– encarna muy bien el temor
frente a un Estado paternalista que se encarga de hacer felices a sus ciudadanos acorde
a una receta definida a nivel estatal. Suena atemorizante, y nos hace recordar a Immanuel
Kant, pues claramente cada uno podría tener su propio concepto de felicidad, siendo casi
imposible que un estado pueda satisfacer todas las distintas visiones humanas.
Nadie me puede obligar a ser feliz a su manera. Cada uno tiene el derecho de buscar su
felicidad a su modo, siempre y cuando no interfiera con el legítimo derecho del otro a buscarla
también (6).
Los planteamientos de Kant se basan en la idea que la felicidad sería el resultado de un
proceso interno y subjetivo, donde es sólo la persona (el “yo”) quien puede interpretar,
valorizar, ponderar y contextualizar las circunstancias externas que influyen en su felicidad,
tal como lo planteó también la famosa cita de Arthur Schoppenauer:
No son las cosas mismas, sino sólo el cómo las vemos, lo que nos hace felices o infelices (7).
Por lo tanto, hoy en día existe relativa claridad respecto de los riesgos de contar con un
estado paternalista que intente influir directamente en la felicidad de su pueblo. De este
modo, parecería ser que el rol de los estados no estaría es esforzarse en producir ciudadanos
felices, sino que más bien en asegurar las condiciones óptimas que permitan que los
individuos puedan alcanzar por ellos mismos la tan anhelada felicidad.
En ese sentido, y con el objetivo de poder diseñar políticas públicas orientadas a incrementar
la felicidad y el bienestar humano, cabría preguntarse por los factores abordables desde el
estado que pudiesen influir en nuestra calidad de vida.
Según el Reporte de Felicidad Mundial (2), los ingresos económicos – y con ellos el
crecimiento económico de un país – ceteris paribus – estarían correlacionados directa
y positivamente con los niveles de felicidad de los individuos. Sin embargo, cuando el
crecimiento viene de la mano de la desigualdad, y cuando ésta es considerada como
injustificada e injusta por la población, los efectos de ambos son tremendamente
perjudiciales para la felicidad y calidad de vida de las naciones y de sus habitantes. En
este sentido, datos en Chile (8) han demostrado que la desigualdad de ingresos lleva a
otro tipo de desigualdad, la desigualdad en el bienestar y la felicidad1. En este escenario,
1 Algunos ejemplos concretos de la desigualdad en el bienestar apuntan a lo siguiente: (a) dos tercios de las personas que se
auto-clasifican como de “clase alta” consideran que la sociedad chilena respeta la dignidad y los derechos de las personas;
(b) todas las personas que se auto-clasifican en clases socioeconómicas más bajas sienten mayoritariamente una falta de
respeto en la sociedad; (c) un 42% de la clase socioeconómica E afirma sentirse frecuentemente sola, contra solo un 14%
de la Clase ABC1; (d) un 87% de la clases ABC1 afirman tener su proyecto de vida algo o muy definido, contra sólo un 52%
de la clase E; (e) las personas de escasos recursos califican su salud peor que aquellos de mayores recursos, y tienen menos
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Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad
una sociedad como la chilena, donde la desigualdad es la más alta de la OCDE, no debe
asombrarse por las inestabilidades que aparecen cuando se enfrenta una severa crisis o
tensiones sociales que ponen en peligro su desarrollo (9).
Por otro lado, el Reporte de Felicidad Mundial (2) descubrió también una serie de factores
adicionales claves abordables desde las políticas públicas, que podrían influir en el bienestar
y la felicidad de las personas y de los países. Dentro de ellos, destacan el mercado laboral,
la salud, la educación, la confianza, la corrupción, el altruismo y un medioambiente
sustentable. Aunque algunas de las políticas públicas actuales ya abordan parte de las
temáticas mencionadas, sin duda no serán suficientes mientras no estén orientados de
forma expresa hacia la felicidad y el bienestar de sus ciudadanos. Y menos aún, mientras no
incluyan mediciones serias de bienestar objetivo y subjetivo como parte de sus indicadores
estándar de progreso económico y social.
Adicionalmente, es vital que cualquier política pública que busque fomentar el bienestar y la
felicidad de sus habitantes no solamente aborde la dimensión individual de estas variables,
sino que además su dimensión colectiva. Esto, dado que la felicidad – como ya indicó
Aristóteles 2.397 años atrás – se encuentra en uno mismo, pero también en nuestra relación
con los demás. Por lo tanto, cobra valor político trascendental el encontrar la manera de
fomentar el sentido colectivo, la confianza y el respeto en la sociedad, junto con la diversidad
y el pluralismo. Quizás es este el mayor desafío para la esfera pública, no sólo por tratarse de
una tarea compleja, sino además por encontrarse en cierta contraposición con la filosofía
política del liberalismo, filosofía que proclama un estado meramente “neutral”. Esta utopía
liberal ha sido muy bien abordada por Renato Cristi (10).
lazos sociales; (f ) mientras que el 90% de ABC1 confirma tomar al menos una semana de vacaciones al año, contra solo un
31% de la clase socioeconómica E.
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Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff
los ciudadanos, o lo que el Premio Nobel de Economía Amartya Sen ha llamado la libertad
para el bienestar (“well-being freedom”). Este concepto considera no solamente la igualdad
de oportunidades, sino más bien la igualdad de oportunidades reales. Por ejemplo, no basta
que una persona tenga derecho a voto si nunca tuvo acceso a una educación cívica que
le explicara la importancia y la responsabilidad de tener ese derecho. No basta vivir en un
medioambiente sustentable, si los niños no aprenden cuidarlo y a disfrutarlo. Siguiendo
estas ideas, el estado debería facilitar vía políticas públicas, el desarrollo de capacidades
hedonísticas (condiciones necesarias para disfrutar la vida), pero también de capacidades
eudaimónicas (auto-realización, sentido de vida, altruismo, etc.) con el objeto de incrementar
el bienestar y la felicidad de sus habitantes. Este proceso debería ir acompañado de un
fomento a la des-centralización y a la tolerancia de la diversidad como condición sine qua
non para no caer en las tentaciones de sistemas paternalistas, populistas y/o totalitarios.
En suma, el objetivo de las políticas públicas que busquen fomentar la felicidad y el bienestar
no están en producir ciudadanos felices, sino que más bien en asegurar un marco regulatorio
que contribuya de forma seria al bienestar y a la felicidad de sus ciudadanos. En este sentido,
diversas disciplinas académicas han contribuido al debate de cómo generar las condiciones
óptimas que permitan a los seres humanos, a las organizaciones, a los países y al planeta
florecer y ser felices. En los siguientes apartados discutiremos sus principales planeamientos,
para luego adentrarnos en recomendaciones específicas de políticas públicas.
Evidentemente, la felicidad no está en un vino, ni en ningún otro placer o goce de corto plazo.
Pero lo interesante de la respuesta de Friedrich Engels – comparada con la de Karl Marx – fue
más bien la actitud detrás de ella, evidenciando el humor con el que enfrentaba su vida.
A algunas personas les resulta ser felices de forma más fácil que a otros. Esto, debido a su
disposición natural y a diversos factores internos (base genética, carácter, edad, etc.) que
pueden influir de forma importante sobre la actitud de las personas frente a la vida. Sin
embargo, también existen los factores externos como determinantes del bienestar y de la
felicidad. La famosa frase de José Ortega y Gasset (13) lo grafica claramente:
2 Pelear.
3 Una clase de vino bastante apreciado.
La Felicidad 327
Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad
Siguiendo esta misma línea, una persona podría tener la disposición natural para ser feliz, pero
cuando vive en un medioambiente dañado, o en medio de un gobierno corrupto y poco
transparente, podría ser proclive a desarrollar más bien una vida infeliz.
Los escritos sobre felicidad (eudaimonia) desarrollados por Aristóteles en su obra “Ética a
Nicómaco” son interesantes de considerar al momento de analizar el rol y la importancia de las
políticas públicas sobre la felicidad en los seres humanos (14). Un ser humano es aún más feliz
– sostenía – mientras más logre desarrollar sus propias virtudes humanas. Es decir, mientras
más logre vivir acorde a su propia naturaleza como “ser social” y “ser racional”. Ser feliz no sería,
por tanto, una auto-realización automática, sino más bien el resultado de hábitos virtuosos y
constantes de una persona como miembro activo de su sociedad.
Para el mismo Aristóteles, la calidad de la educación sería fundamental para ello, la cual además
sería una responsabilidad política. Incluso, según el mismo filósofo griego, la educación no
solamente debería enseñar virtudes, sino también transmitir hábitos virtuosos. Y si a la mayoría
de los ciudadanos no les interesan, deberían ser entonces las leyes las que deberían tomar ese
rol, buscando siempre el interés de la misma sociedad.
Sin embargo, sólo a través de virtudes tampoco se puede vivir feliz – sostenía de forma
pragmática Aristóteles – quien siempre llevó una vida acomodada y llena de lujos (sirvientes,
buena cocina y equipamientos). Los bienes no llevan a la felicidad – indicó - pero uno tampoco
podría alcanzar la felicidad sin ellos.
Si la felicidad es el último objetivo del ser humano – seguía pensando – y si esta resulta de una
actividad del alma, el que gobierna la sociedad, el político, debiera también estudiar el alma de
las personas. Así como un oculista estudia el cuerpo humano entero y no sólo los ojos de los
individuos, las políticas públicas, por ende, deberían también considerar el estudio del estado
del alma de su sociedad.
Por lo tanto, se podría decir que para Aristóteles sólo habría autorrealización y felicidad en
el ser humano, si éste aprende a encontrarla, si adquiere hábitos virtuosos, y si es miembro
activo de un colectivo humano que viva orientado hacia el cuidado común y hacia el interés
de terceros. Y en este proceso, el estado debería jugar un papel trascendental.
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Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff
la pregunta obvia que resulta de estas reflexiones es… ¿cómo se debe medir entonces la
“calidad de vida”? La respuesta que hemos escuchado por decenas de años es que la mejor
forma de hacerlo, es a través del Producto Interno Bruto (PIB).
Los motivos que llevaron a la economía a medir calidad de vida a través del PIB (que en
definitiva representa ingresos) se remontan al objetivo fundamental de esta ciencia: maximizar
la utilidad de los individuos. Para la disciplina, a mayor ingreso (o mayor PIB per cápita), los
individuos podrían aumentar sus capacidades de consumo, lo que los debiera llevar a mayores
niveles de utilidad, y por ende, de felicidad. Por lo tanto, la economía ha asumido por años que
la felicidad estaría directamente relacionada a la capacidad de obtener bienes.
Por un lado, la psicometría y las neurociencias han demostrado que la felicidad sí puede ser
válidamente medida. Escáneres y resonancias cerebrales nos han mostrado que hay un lado
del cerebro que se “enciende” cuando las personas experimentan felicidad, y que se “apaga”
cuando hay sufrimiento (18). Además, la ciencia nos ha demostrado también que si bien es
cierto que el crecimiento económico ha ayudado a ciertos países a disminuir la pobreza y a
mejorar diversos indicadores económicos, es un grave error asociarlo a calidad vida, y mucho
menos a felicidad. Y más grave aún, es asociar felicidad a capacidad de compra.
La evidencia científica también muestra que por sobre cierto nivel de riqueza, una vez
que las necesidades materiales básicas han sido satisfechas, el mayor ingreso aporta
marginalmente cada vez menos al aumento de nuestra felicidad (18 - 19). Incluso se ha
demostrado que el excesivo foco puesto en el crecimiento económico habría dañado
severamente la calidad de vida de las personas y del planeta, poniendo en grave riesgo
la supervivencia de la especie humana, pues el mundo desarrollado habría alcanzado los
límites de su crecimiento (20- 23).
Por otra parte, se esta observando, sobre todo durante las últimas tres décadas, importantes
incrementos en los niveles de materialismo en el mundo (24). Este materialismo (una
excesiva búsqueda de recompensas materiales) estaría influyendo en forma importante
en el número de enfermedades mentales, al mismo tiempo que habría deteriorado la
solidaridad y la cohesión entre los seres humanos y los pueblos (25 - 26). En este sentido,
recientes investigaciones (27) han asociado al materialismo con aumentos en los niveles
de depresión, ansiedad, estados emocionales negativos, e incluso de enfermedades
físicas. Pero además, el materialismo y el exceso de consumo habrían puesto una presión
sin precedentes sobre la sustentabilidad del planeta que nos ha llevado a la crisis medio-
ambiental más grande y peligrosa de nuestra historia (28).
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Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad
Por lo tanto, nuestro modelo actual de desarrollo desconectado de algunos temas y basado
fundamentalmente en el consumo y en la riqueza, habría sido responsable de degradar
ecosistemas, de acelerar la crisis climática, de disminuir la biodiversidad, de aumentar las
inequidades, de generar inseguridades económicas a nivel global, y de incrementar los
endeudamientos, las inestabilidades y los conflictos entre diferentes naciones de nuestro
planeta (29). Esto, dado que la priorización por lo material y lo externo se habría estado
haciendo a expensas de la naturaleza, de las personas, de las comunidades y de la cultura
(29).
Si llevamos los argumentos anteriores a nuestro país, y miramos los datos del banco
Mundial, podemos observar la paradoja de un crecimiento infeliz (16). Chile ha crecido un
120 % en términos reales durante los últimos 15 años (en US$ del año 2000), llegando a
tasas envidiadas no sólo por Latinoamérica, sino que por el mundo entero. Sin embargo,
de acuerdo a datos recientes de la OCDE (30), nuestro país aparece como el segundo país
que más ha aumentado sus tasas de suicidio (55 %), siendo superado sólo por Corea del
Sur. Curiosamente, Corea del Sur ha sido catalogada como parte de los llamados “tigres
asiáticos” por sus altas de crecimiento económico durante las últimas décadas. Pero Chile
no sólo ostenta estos gravísimos indicadores de suicidio, sino que además muestra tasas de
depresión y de obesidad infantil muy similares a lo que le ocurre a los países más enfermos
del planeta.
Es notable que esta errónea forma de comprender y contabilizar nuestra felicidad haya sido
advertida varios siglos antes. Ya en 1729, el Código Legal del Reino de Bután establecía
que “si un gobierno no es capaz de crear felicidad para su pueblo, no habría razón para su
existencia (1). Inspirado en este postulado fundamental, el Cuarto Rey de Bután declaraba
al mundo en el año 1972 que la Felicidad Interna Bruta (FIB) era más importante que el
PIB, desafiando los postulados más básicos del modelo económico neo-liberal. De hecho,
la constitución del Reino de Bután (artículo 9) hace un llamado expreso al estado para
que a través de sus políticas públicas, genere las condiciones necesarias para maximizar la
felicidad de su pueblo (1).
A partir de ese preciso discurso del rey en 1972, el pequeño reino enclavado en los Himalayas
se adentró en la gigantesca y desafiante tarea de orientar sus políticas públicas hacia la
maximización de la felicidad y del bienestar de sus habitantes y de toda forma de vida en
su territorio. Esto, debido que para los butaneses, la Felicidad Interna Bruta mediría en una
forma más holística que el PIB la calidad de vida de una nación, pues el verdadero desarrollo
seria aquel que conjuga tanto el desarrollo material como el desarrollo psicológico y
espiritual de sus habitantes.
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Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff
Para lograr su objetivo, Bután, en conjunto con el apoyo de Sabina Alkire de la Universidad
de Oxford, ha creado un Índice de Felicidad Interna Bruta (Gross National Happiness, por su
nombre en inglés) utilizando metodologías científicas altamente validadas en la literatura
sobre desarrollo. Como resultado de diversas investigaciones lideradas por el Centre for
Bhutan Studies y por la Gross National Happiness Commission, se ha descubierto que el
verdadero progreso debería ser medido a través de, al menos, 9 dimensiones: bienestar
subjetivo; salud; educación; diversidad cultural; uso del tiempo; buen gobierno; vitalidad
comunitaria; estándares de vida y; diversidad ecológica. Por lo tanto, estas son las principales
dimensiones que el Reino de Bután utiliza para medir la Felicidad Interna Bruta en su país.
Como puede verse, a diferencia de Bután, nuestra noción occidental de progreso ha estado
ligada por décadas a la maximización del PIB. Sin embargo, este indicador de progreso
material dista tremendamente de ser una medida que refleje la verdadera calidad de vida
de la población (17), sobre todo si consideramos que al diseñarse nunca fue concebido
como una medida de progreso. Es más, fue desarrollado en una época en que el mundo
aún no se percataba de los límites planetarios. Hoy en cambio, el calentamiento global y
la crisis climática actual han puesto de relieve que la maximización de la producción sin
considerar los daños ecológicos y la sustentabilidad del planeta es un objetivo que deja de
ser deseable (29, 31).
Por lo tanto, el mundo necesita urgentemente un cambio en la forma de mirar y medir
su progreso y su calidad de vida, puesto que un sistema que incentiva el consumo y la
producción desmesuradamente (como el actual) es incompatible con la sustentabilidad
planetaria, pero también con la justicia social y con la felicidad compartida con otros .
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Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad
fuerza por reducir las inequidades y la pobreza. Por lo tanto, potenciar la felicidad tanto de
las personas como de los países se ha transformado en un imperativo ético y moral para las
personas, los gobiernos y las políticas públicas.
Recientemente, los más prestigiados científicos sociales alrededor del mundo (2, 17, 18)
han apoyado fuertemente el argumento anterior, comenzado a plantear que los gobiernos
deberían jugar un rol clave en la felicidad humana. En este sentido, la búsqueda de la
felicidad de sus habitantes y de sus naciones debería ser el objetivo central de toda política
pública. Por lo tanto, a través de generar las condiciones necesarias para el florecimiento
humano – potenciando los elementos claves en las instituciones y en las sociedades – los
estados podrían ayudar a construir sociedades más felices, y al mismo tiempo, sustentables
en el tiempo.
De esta manera, el primer gran desafío para lograr el cambio de paradigma pasaría
por incorporar medidas de felicidad y bienestar que complementen los tradicionales
indicadores económicos y sociales de progreso. Esto, con el objeto de contar con índices
que reflejen los verdaderos cambios en la calidad de vida de una nación, y no sólo cambios
en los estándares materiales. El contar con estos indicadores, sin duda permitiría generar los
incentivos necesarios para mejorar la calidad de vida, tanto de nuestra generación como de
las venideras.
Siguiendo con esta línea de pensamiento, en un hecho histórico, en Julio del año 2011
Bután fue apoyado por el Pleno de la ONU –incluido Chile– en la adopción de una de las
Resoluciones de las Naciones Unidas con más trascendencia de los últimos años: Felicidad:
hacia un enfoque holístico del Desarrollo (33).
A continuación, el 02 de abril del año 2012, otro evento impulsado por Bután tuvo lugar en
la sede central de la ONU en Nueva York. Más de 800 participantes, incluidos la Presidenta
de Costa Rica, el Secretario General de las Naciones Unidas, y distinguidos representantes
del mundo académico, espiritual y de la sociedad civil, se reunieron para comenzar a dar
forma a lo que se conocería como el Nuevo Paradigma de Desarrollo. Paradigma diseñado
para promover la felicidad de los seres humanos y el bienestar de toda forma de vida sobre
la tierra, enraizado fuertemente en la creencia de una necesidad de un balance saludable
y respetuoso entre el capital humano, natural, social y cultural, donde se reconoce que la
sustentabilidad ecológica y la distribución justa y eficiente de los recursos, deben ser parte
de los pilares fundamentales de este nuevo modelo de mundo que queremos (29). Como
resultado de este encuentro, el Reino de Bután fue especialmente encomendado por las
Naciones Unidas y diversas otras organizaciones de relevancia mundial para elaborar las
bases de este Nuevo Paradigma de Desarrollo basado en la felicidad y el bienestar.
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Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff
Internacionales por un Nuevo Paradigma de Desarrollo (IEWG, por sus siglas en Ingles). El
IEWG, en conjunto con un Comité Ejecutivo especialmente diseñado para tales efectos,
han recibido la misión de volcar todo su conocimiento y expertiz en la construcción de
las bases de este nuevo modelo de desarrollo. El trabajo del IEWG será presentado por
primera vez a la Asamblea General de las Naciones Unidas en sus respectivas sesiones de los
años 2013 y 2014, donde uno de los objetivos centrales de los reportes será discutir sobre
las condiciones que podrían facilitar alcanzar una felicidad sustentable, incluyendo una
descripción de las formas correctas y óptimas de medir y contabilizar lo que necesitamos
para lograrla. Pero además, se buscará entregar recomendaciones concretas en términos
de cómo compatibilizar la gobernabilidad, el uso de recursos, la inversión, las finanzas, el
comercio y las políticas regulatorias con el objetivo principal de lograr un mundo más feliz
y sustentable. Una vez que se hayan dado a conocer las principales conclusiones del IEWG,
los gobiernos del mundo contarán con un listado de recomendaciones y mejores prácticas
que podrán ser utilizadas para lograr la felicidad y el florecimiento de sus habitantes y de
sus naciones.
Probablemente lo que está proponiendo Bután y la ONU ha sido uno de los cambios más
radicales que el mundo haya experimentado en pos de su bienestar, y de la disminución de
las injusticias, la miseria y el sufrimiento humano en toda su historia. Y a pesar de que parezca
lejano, la evidencia muestra que el cambio es completamente posible. Jamás la humanidad
ha contado con una mayor abundancia material, ni con el avanzado conocimiento
tecnológico con que contamos en la actualidad. Por lo tanto, el camino hacia un mundo
mejor está al alcance de nuestras posibilidades. Hoy, la humanidad tiene la posibilidad de
torcer su rumbo y navegar hacia un Nuevo Paradigma de Desarrollo que respete los límites
del planeta y que incentive la felicidad y bienestar de todos sus habitantes.
La Felicidad 333
Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad
etc.). La simple medición de estas variables por parte de los gobiernos, hace que las
autoridades, las personas y las políticas públicas, se interesen por estos temas y le asignen
importancia a la búsqueda de su mejoría. Sin embargo, hoy no contamos con mediciones
oficiales de felicidad y bienestar, lo que es un impedimento claro en el avance de estas
materias. De lograr incluir indicadores de este tipo en las tradicionales “cuentas nacionales”,
nos ayudaría a dar un paso gigantesco hacia la mejora de nuestra calidad de vida. El sólo
comenzar a medir estas variables haría que los seres humanos comenzáramos a preocuparnos
y a hablar de ellas. Y en la medida en que comencemos a hacerlo, la sociedad entera debiera
volcarse a la búsqueda de las herramientas claves de bienestar que le permitan florecer.
Las naciones modernas tienden a emplear los llamados indicadores objetivos (sociales,
económicos, etc.) para asignar recursos y medir el progresos de sus respectivas naciones.
Esto, dado que economistas tradicionales y expertos en políticas públicas han asumido
por decenas de años que todas las actividades en la sociedad (consumo, producción,
externalidades, etc.) pueden ser medidas en términos de costos y beneficios monetarios, lo
que permitiría asignar los recursos escasos de manera eficiente en base a los aspectos más
deseables a alcanzar por una sociedad. Sin embargo, existen al menos dos graves sesgos tras
estos argumentos. Primero, no todas las actividades en el mercado pueden ser medidas (34,
35). Segundo, a pesar de que las tradicionales medidas de progreso efectivamente proveen
útil información a los gobiernos, las organizaciones, las comunidades y a los individuos,
estos sólo muestran una pequeña parte de lo que es importante para las sociedades (17,
36).
Por lo tanto, estos indicadores objetivos deberían ser complementados con medidas que
representen de mejor forma el verdadero cambio en la calidad de vida de los seres humanos
y de sus naciones (2, 17, 18, 36).
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Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff
Por lo tanto, los gobiernos deberían comenzar urgentemente a realizar la medición sistemática
de la felicidad y el bienestar, con el objeto de complementar las medidas tradicionales de
progreso económico y social con medidas de bienestar subjetivo. Al hacerlo, las sociedades
podrán evaluar de mejor manera su progreso real y no sólo su progreso material (2, 17, 18,
36).
Los diferentes estudios y encuestas sobre felicidad y bienestar confirman la importancia que
tienen los vínculos sociales para las personas. Ligado a ello existe un set de valores como
la confianza, la solidaridad, el altruismo y el respeto, sin los cuales el tejido social de una
sociedad no puede desarrollarse.
Promover estos valores colectivos por parte del estado podría no obstante estar en cierto
conflicto con la neutralidad valórica que pide la filosofía política liberal. Según ella, el estado
no tendría derecho de imponer una cierta manera de vivir la vida, ni de decir lo que está
bien o mal en materia de valores. El sentido del Estado sería más bien facilitar y administrar
un marco regulatorio que respete a las personas como seres independientes y autónomos,
capaces de elegir su propio destino4.
A primera vista parecería razonable que la política, el derecho y la economía estén sometidos
a una racionalidad formal, valóricamente neutral, pues tal como planteaba Lechner (39)
“Nada peor que un poder moralizador que exige no solamente obediencia, sino amor y fe.
No obstante, hay que considerar que la comunicación estatal casi siempre conlleva valores,
4 Lo interesante es que – en el hecho - todo el espectro político se apodera del concepto de las libertades, explícito o
implícitamente. Las corrientes políticas que prefieren un rol mínimo del Estado en materia económica, sí le exigen al Estado
intromisiones no menores en materia valórica también (por ejemplo, acerca de la definición del concepto del matrimonio), y
las corrientes políticos más liberales en materia valórica, le exigen al Estado por otra parte una fuerte intromisión en materia
económica.
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Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad
Por otro lado, los ciudadanos que escuchan, leen o miran las acciones y comunicaciones
estatales tampoco son seres objetivos y cien por ciento racionales. Las personas tienen una
naturaleza subjetiva con esperanzas, sueños, deseos y miedos. Por ende, todo lo que a nivel
ciudadano sea percibido como comunicación o silencio del estado, también será valorizado
de forma subjetiva de acuerdo al ser humano que lo interprete.
“Con la separación de política y fe, de poder y amor, toma cuerpo la autonomía individual.
Pero esa promesa de autonomía con que se inicia la modernidad es pronto contradicha
por el irresistible avance del mercado y de la burocracia. … El proceso social es pensado
exclusivamente desde el punto de vista de la funcionalidad de los elementos para el equilibrio
del sistema … Se debilitan entonces el compromiso moral y los lazos afectivos sobre los cuales
descansa el orden democrático y finalmente a la ciudadanía, le da lo mismo un régimen u
otro. En resumen, el desencanto actual se refiere a la modernización y, en particular, a un
estilo gerencial-tecnocrático de hacer política.”
5 En Chile, existen actualmente más de 90 cuerpos legislativos que regulan la labor social de los ciudadanos, entre las distintas
leyes de donaciones, artículos de leyes específicos, reglamentos, oficios y circulares – formando así un sistema legislativo casi
imposible de entender ni para las organizaciones sociales ni para las empresas o personas naturales que podrían aportar
recursos o horas de voluntariado.
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Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff
“Siempre habrá una diferencia no pequeña entre sujetar una muchedumbre y gobernar
una sociedad. Si muchos hombres dispersos se someten sucesivamente a uno solo; por
numerosos que sean, solo veo en ellos a un dueño y a sus esclavos, y no a un pueblo y a su
gente: será, si así se quiere, una agregación, pero no una asociación; no hay allí ni un bien
público ni cuerpo político.”
En definitiva, en palabras de Jean Jacques Rousseau, la diferencia entre una sociedad
individualista y una sociedad con valores colectivos es la diferencia entre una “agregación”
y una “asociación”. Sin embargo, para él la idea del “bien público” podría llegar a concordar
con la filosofía republicana del liberalismo mientras se valoriza la sociedad expresamente
como algo más que la suma de sus individuos, lo que para Rousseau, sería el resultado de
un buen gobierno (40):
De suerte que, si el ciudadano no es nada ni puede nada sin el concurso de todos los demás,
y si la fuerza adquirida por el todo es igual o superior a la suma de las fuerzas naturales de los
individuos, puede decirse que la legislación adquiere el más alto grado de perfección posible.
Por lo tanto, el concepto republicano de la libertad requiere de políticas formativas, ante
todo en materias de valores morales y cívicos como condición sine qua non. Lo anterior
también aplica para el liberalismo más liberal como lo indicaría Michael Sandel (41).
Para este pensador, para que los individuos de una sociedad puedan ejercer su libertad,
deberían no solamente aceptar reglas colectivas y someterse a la voluntad general, sino
deberían también auto-imponerse estas reglas. En otras palabras, el auto-gobierno y la
libertad requieren de participación ciudadana y de un alto compromiso cívico (41). Sentir
responsabilidad por lo colectivo, requiere la formación constante de un “nosotros”, lo que se
construye a nivel valórico.
Por lo tanto, luego de la reflexión precedente, existiría bastante claridad que el estado debe
jugar un rol clave en la trasmisión de valores. Esto, puesto que el fomento de valores cívicos y
principios universales son condición sine qua non para las políticas públicas que pretendan
contribuir al bienestar y la felicidad.
La Felicidad 337
Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad
actual cultura de consumo, nos bombardea diariamente con mensajes que incentivan
precisamente valores opuestos, tales como aquellos valores centrados en el consumo, el
dinero, el poder, y la competencia (42).
Valores materialistas, aquellos que llevan las personas a centrar sus objetivos de vida en
alcanzar recompensas materiales y extrínsecas (fama, dinero, imagen, etc.) a expensas de
recompensas intrínsecas (auto-desarrollo, involucramiento con la comunidad, relaciones
sociales, etc.) hacen decrecer nuestra felicidad, empeoran la salud mental y ponen en
riesgo la sustentabilidad del planeta (25 – 28, 43). A mayores niveles de materialismo, se ha
visto que aumentan los estados afectivos negativos, los síntomas depresivos, la ansiedad
e incluso los problemas físicos, el individualismo y la agresión. Pero también, a mayores
niveles de materialismo, los estados afectivos positivos, la satisfacción con la vida y la
vitalidad decrecen. Y por último, en la medida que los valores estén centrados en lo material
y en el consumo, los individuos tienden a mostrar peores comportamientos y actitudes
hacia el medio ambiente.
Por lo tanto las inequidades, el hambre y la pobreza no son sólo producto de la falta de
recursos como plantea la economía clásica. Son producto también de nuestra falta de
empatía con los que sufren, como de nuestra excesiva preocupación por lo material y
extrínseco. Basta recordar las palabras de Gandhi quien planteaba decenas de años atrás
que “el mundo tiene suficientes recursos para satisfacer todas nuestras necesidades, pero no
nuestra avaricia”. Entonces, lo que nuestra sociedad requiere con urgencia es la promoción
de valores que pongan en el centro del desarrollo al ser humano y a la naturaleza, y no
al consumo y a lo material. Lo que hoy se necesita tanto en Chile como en el mundo es
promover la honestidad, el respeto, la solidaridad, el altruismo, la empatía, la tolerancia y la
compasión.
Todos los valores mencionados anteriormente son indispensables para lograr un mundo
mejor. Sin embargo, diversos científicos mundiales (Matthiedu Ricard entre ellos), han
estado planteando que en el altruismo y en la empatía, podríamos encontrar la raíz de la
solución a la gran mayoría de los problemas humanos (44).
¿Por qué altruismo y empatía?
Las personas influyen en el carácter de su sociedad, pero también la sociedad influye en
la forma en que las personas viven y piensan. Ello hace recordar nuevamente a Aristóteles,
cuyo concepto de felicidad requería que la persona pueda desarrollarse como ser social
parte de una sociedad.
338 La Felicidad
Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff
preocuparnos más por los demás. Por lo mismo, es importante recordar que el altruismo y
la empatía también existen entre los animales – y en mayor grado entre los más inteligentes
y evolucionados. Por ejemplo, las elefantas amamantan, aman y acarician a las crías ajenas
casi como las suyas. Son capaces de llorar y de cuidar a sus enfermos. Los elefantes son
felices al jugar, y al cuidar a sus amistades durante décadas. De experimentos con primates
se sabe también que a algunos de ellos no solamente les importa su propio bienestar, sino
también el del prójimo, por lo que podrían estar dispuestos a sacrificarse por un otro. Así lo
confirma el biólogo holandés Frans de Waal quien también sostiene que la moral, la empatía
y el altruismo son pilares de la evolución humana (45).
En esta lógica, el altruismo se basa en una especie de reciprocidad indirecta: si una persona
ayuda a una segunda persona de forma anónima, ésta última podría devolverle la mano
a una tercera persona y así sucesivamente, hasta que en algún momento todos reciban
una retribución de vuelta como en una cadena de solidaridad. Es la sociedad la que al final
se beneficia de un encadenamiento de acciones positivas, inspiradas unas en las otras, y
basadas en la confianza al otro. Como consecuencia, el bienestar promedio de la sociedad
aumenta por las acciones altruistas de algunos individuos, lo que consecuentemente
termina beneficiando a todos. Sin embargo, el altruismo es beneficioso incluso aunque
no recibamos nada a cambio. Diversas investigaciones científicas han mostrado que el
altruismo beneficia también a aquel que ayuda a otros, independiente de lo que reciba
a cambio. Esto, porque la acción altruista estimula nuestra fisiología y nuestros procesos
psicológicos internos, llevando a funcionar de mejor forma y a hacernos más felices.
Por lo tanto, más allá de una utopía, el altruismo y la empatía deberían ser valores promovidos
por todos los estados y la sociedad. Sus beneficios tanto para las personas individualmente
que reciben y que dan, para las organizaciones, los países y la sustentabilidad del planeta han
sido demostrados científicamente (32). Por lo tanto, el altruismo y la empatía pueden ser una
de las claves que nos ayude a solucionar los graves problemas de pobreza, desigualdades y
sufrimientos que existe hoy en el mundo.
En resumen, las políticas públicas deberían jugar un rol clave en la promoción de estos
valores universales
¿Dónde empezar?
En primer lugar, en las escuelas! Tal como lo planteara el famoso profesor del London
School of Economics, Richard Layard, las escuelas son el lugar natural donde los niños,
desde pequeños, comienzan su formación como seres humanos. Por lo tanto, es aquí
donde debemos radicar el cambio y empezar a enseñar el valor de la equidad, la justicia,
el respeto y la tolerancia. Es ahí donde los niños deben aprender que el héroe no debe ser
quien tiene más recursos ni más dinero, sino aquel que ayuda a construir un mundo mejor,
disminuyendo las injusticias sociales y protegiendo la tierra.
La Felicidad 339
Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad
En segundo lugar, a través de la televisión. Sin duda hoy necesitamos una televisión pública,
fuerte e independiente – casi con la autonomía del Banco Central – que no esté sujeta y
limitada al rating, sino que esté orientada a inculcar valores que puedan generar un real
aporte a mejorar nuestra sociedad.
¿Quién podría querer robar, mentir, matar, destruir el planeta o hacer otro tipo de daño si
creció sabiendo que es algo indeseable e inaceptable? ¿Y más aún si cuenta con un modelo
de televisión que fomenta día a día valores pro sociales y no valores, como la competencia,
la avaricia, la fama, el dinero o la belleza, que tan acostumbrados estamos a observar en las
pantallas de la T.V.?
Por lo tanto, aquí radica el desafío para una sociedad del futuro: convocar a la sociedad
entera, y a sus mejores técnicos, a idear este nuevo modelo educacional en valores, que sea
la pieza clave de un Nuevo Paradigma de Desarrollo basado en la felicidad y el bienestar
individual y colectivo.
c. La construcción de confianzas
El valor de lo colectivo y la construcción de confianzas no sólo influyen de forma significativa
sobre la calidad de una democracia – por liberal que sea – sino que también en el nivel de
bienestar logrado a través del desarrollo económico y la innovación tecnológica. Esto, ya que
tal como lo indica la cita de Adam Ferguson (46), es precisamente la inteligencia colectiva,
junto con la memoria colectiva, las que han llevado al ser humano a la prosperidad y al
bienestar a través del intercambio y de la especialización:
Por otro lado, Matt Ridley (47), en su libro “El Optimista Racional” nos entrega argumentos
adicionales para comprender el valor de lo colectivo en el desarrollo de la especie humana:
“Mientras escribo, hay en mi escritorio dos artefactos que tienen aproximadamente el mismo
tamaño y la misma forma: uno es un ratón inalámbrico del ordenador, el otro un hacha de
mano de la Edad de Piedra Intermedia, de medio millón de años de antigüedad….Uno es
una compleja confección de muchas materias, con un intrincado diseño interno que refleja
muchas ramas de conocimientos. El otro es una sola materia que refleja la destreza de un
solo individuo...”
Ambos han sido “hechos por el hombre”, pero uno fue hecho por una sola persona y el otro
por cientos, tal vez millones. A eso me refiero cuando hablo de inteligencia colectiva. No
340 La Felicidad
Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff
hay una persona que sepa hacer un ratón (mouse) por sí sola. La persona que lo armó y la
fábrica no sabían cómo extraer el petróleo que produjo el plástico del ratón, y viceversa. En
algún punto, la inteligencia humana se tornó colectiva y acumulativa de un modo que no
ha ocurrido en ningún otro animal.”
En este sentido, y tal como Aristóteles lo planteaba, valores cívicos tales como la solidaridad
y la confianza deben interpretarse como coeficientes claves en la generación de inteligencia
colectiva humana, que es el motor de nuestro progreso social y tecnológico.
Sintetizando, se podrá decir que el ser humano ha logrado el desarrollo económico actual
gracias a haber desarrollado una inteligencia colectiva. Pero esta clase de inteligencia
requiere de un clima de confianza, el que lamentablemente muchas veces tiende a ser
dañado por un modelo capitalista extremo que incentiva la competencia y el egoísmo
individual (39). Por lo tanto, el estado debería no sólo facilitar el desarrollo económico, sino
que también atender a sus efectos secundarios, fundamentalmente fomentando climas de
mayor confianza en los distintos niveles de nuestra sociedad. Nuestro modelo capitalista
imperante constantemente acarrea efectos colaterales negativos relacionados con el
consumo, la competencia, la flexibilidad laboral, la globalización y la despersonalización de
las relaciones interhumanas. El mejor contrapeso a estos efectos negativos del mercado, es
el “colectivo común”, la asociatividad y la solidaridad entre los ciudadanos, pues tal como lo
planteó Norbert Lechner, cuando los miedos son compartidos, el miedo se deja tolerar (39).
Coherente con lo anterior, diversos estudios en el mundo coinciden en que la extrema libertad
con que cuenta la publicidad comercial habría sido responsable de moldear negativamente
nuestros valores, y de afectar la satisfacción con la vida y la salud mental. Pero lo más grave de
todo, es que se ha comprobado en Reino Unido y en Estados Unidos que los más afectados
La Felicidad 341
Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad
son los más pequeños. Play Stations, Nintendos, relojes de Ben 10, Barbies, y tantos otros
productos con contenidos psicológicos y simbólicos, sólo apuntan a crear en los niños un
espiral de deseos materiales que tarde o temprano terminarán atacando su bienestar subjetivo.
Todo marketing comercial que estimule estos deseos excesivos por las posesiones, aumenta
los problemas psicológicos de los niños, y a la larga, su auto estima y capacidad de adaptación.
Estos efectos negativos de la publicidad que perjudican a toda la población, afectan sobre
todo a aquellas personas que no tienen sus valores formados y que su visión de lo bueno y lo
malo están aún en desarrollo. Por lo tanto, este tipo de marketing debe ser definitivamente
limitado y controlado en Chile y en el mundo.
Los innegables perjuicios mencionados anteriormente han llevado a que Suecia haya decidido
prohibir todo tipo de publicidad comercial dirigida hacia menores de 12 años (18). Además,
Richard Layard del London School of Economics, ha emprendido una campaña para lograr
que las políticas públicas del Reino Unido sigan las enseñanzas de Suecia y protejan a las
generaciones más jóvenes. La salud mental tanto de los niños como de los adultos está en
riesgo y debe ser resguardada. En Chile hoy tenemos la oportunidad de seguir este camino,
ya que las evidencias y las experiencias están dadas. Si fuimos capaces de prohibir el fumar
en los lugares públicos y de incorporarlo culturalmente, con mayor razón debemos regular la
publicidad hacia menores.
Tenemos el deber ético de proteger el desarrollo y formación de los niños, no sólo
porque son los más fáciles de manipular, sino que también porque esta manipulación
lleva precisamente a los padres a caer en un espiral de gastos y presiones psicológicas
insostenibles, lo que refuerza la insatisfacción creciente en la familia y en la sociedad.
Años atrás habría parecido imposible plantear estos desafíos en Chile. Hoy en este sentido, las
políticas públicas y el estado tienen una responsabilidad y un rol clave que no deben eludir.
La riqueza altamente concentrada tiende a corromper el poder del Estado, mientras que la
pobreza extrema tiende a crear rebeldía, desconfianza y a veces el incumplimiento de las leyes.
Fue ya Jean Jacques Rousseau quien advirtió sobre el impacto negativo de la desigualdad
sobre el pacto social de una sociedad (51):
Por otra parte, cuantas cosas, todas difíciles de reunir, no supone este gobierno! … luego
después mucha igualdad, en los rangos y en las fortunas, pues sin esto no puede subsistir largo
tiempo la igualdad en los derechos ni en la autoridad: finalmente, poco o ningún lujo, porque el
lujo o es efecto de las riquezas, o las hace necesarias; corrompe a la vez al rico y al pobre, al uno
342 La Felicidad
Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff
por la posesión, al otro por la codicia; vende la patria a la molicie y a la vanidad, y priva al estado
de todos sus ciudadanos para sujetarlos los unos a los otros.
Los altos y persistentes niveles de desigualdad en Chile deberían ser una luz amarilla o roja
para el Estado y para la sociedad en su conjunto. La desigualdad incide decisivamente y
negativamente sobre el bienestar y la confianza de las personas. Además, la realidad contradice
los discursos de la elite política y económica, cuando se habla de igualdad de oportunidades,
si la mayoría se siente excluida y con un acceso desigual a los “sistemas funcionales” en el país.
En este sentido, se ha planteado que la calidad deficiente de los sistemas funcionales de los
países podrían ser más tolerables si todos los ciudadanos, especialmente aquellos que inciden
en la elaboración de las políticas públicas (la elite política y económica) estuviesen obligados
a utilizarlos como cualquier ciudadano. Lamentablemente, es una verdad ineludible que las
personas que usan los sistemas disfuncionales y públicos del país (hospitales, transporte,
escuelas, etc.), normalmente no son las personas que deciden las políticas públicas. Por lo tanto,
un gran avance seria que todos, absolutamente todos los ciudadanos de un país, tuviesen que
utilizar los mismos servicios públicos. Sólo de esta forma los hacedores de políticas sentirían en
carne propia los efectos de sus errores y de sus aciertos. Y para esto, es fundamental subrayar
la responsabilidad social de todos los ciudadanos con influencia política (sean ciudadanos
naturales, corporativos o gremios) en la mantención de un contrato social vigente y sostenible
en Chile.
Por último, debemos entender que una sociedad no puede ser feliz si la mayoría de sus
miembros considera que no vive en un clima de respeto, dignidad e igualdad de derechos (8).
Por lo tanto, para lograr impulsar políticas públicas que incidan positivamente en el bienestar
y la felicidad de las personas, se requiere de una gran voluntad política, y por ende de una
sociedad en la cual todos apoyen y promuevan los cambios necesarios. Aunque las elites
del país, no envíen sus hijos a las escuelas y los hospitales públicos, siguen manteniendo
una responsabilidad política clave hacia los problemas de los demás, sobre todo, una
responsabilidad ética, social y humanitaria.
Y que mejor para concluir estas ideas, que el propio Adam Smith en su Riqueza de Las Naciones
(52):
Los criados, los trabajadores y los operarios de todas las categorías constituyen la mayoría de
toda la sociedad política. Y lo que mejora las condiciones de vida de esta mayoría, no puede
ser considerado perjudicial para la sociedad. Ninguna sociedad puede ser floreciente y feliz, si
la mayor parte de sus miembros son pobres y miserables.
f. Espacios públicos
Otra área clave para las políticas públicas que pretendan impulsar la felicidad de la sociedad
se encuentra en abordar la creación y la mantención del espacio público. Estos espacios,
La Felicidad 343
Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad
mal diseñados o ejecutados, pueden impedir el bienestar y la felicidad de las personas. Bien
planificados, por el contario, pueden incentivar de forma positiva hábitos que contribuyan
al florecimiento de las sociedades.
En este sentido, hay que considerar que el espacio, como circunstancia importante e
inevitable para cualquier persona, impacta en distintos niveles de sentimientos y bienestar.
Los espacios públicos pueden (i) relajar o activar sentidos, (ii) incentivar a encontrarse
o retirarse, y (iii) pueden ser elementos identificadores. Estos tres aspectos están bajo la
influencia directa de la planificación urbanística. Planificar el carácter y el funcionamiento
de las ciudades, de sus espacios verdes, de sus áreas de vivienda y de comercio, pensar en
la seguridad de los barrios, y diseñar la estética y funcionalidad de las plazas y las viviendas
sociales, impacta de forma directa en el cómo los habitantes viven, se relacionan, se
identifican, y por ende, como se sienten en su vida, es decir, en su felicidad. Por ejemplo,
si se crean parques y plazas como pulmones verdes, y se instalan bancas debajo de los
árboles, las personas pueden relacionarse y relajarse más fácilmente, especialmente en,
medio de la vida vertiginosa de una ciudad. Por el contrario, si no se diseñan espacios para
encontrarse, las personas simplemente no se encuentran (53). Sin el diseño de espacios
públicos comunes, los vecinos no se ven, conversan menos y desarrollan menos lazos de
confianza.
En otro ámbito, también existe evidencia sobre el impacto que tiene la vista de una ventana
hospitalaria en la recuperación de los pacientes, siendo la mirada hacia un árbol y hacia la
naturaleza la que lleva a una recuperación más rápida, y a un uso reducido de analgésicos (54).
g. Salud mental
Las palabras que abrieron el primer reporte sobre Desarrollo Humano en Chile en el año
1990 siguen siendo tan válidas como hace más de 20 años atrás: “La verdadera riqueza
de una nación está en su gente” (55). Por lo tanto, cuidar a las personas, protegiendo y
promoviendo su salud mental, es vital para construir un desarrollo humano sustentable y
saludable.
344 La Felicidad
Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff
sobre propuestas para mejorar la salud mental individual y colectiva, pensado en un modelo
de desarrollo que priorice el bienestar y la felicidad de las personas.
En la misma dirección “La Fundación Victorian para la Salud (VicHealth)” en Australia (57),
ha postulado desde comienzos del 2000 que “las acciones exitosas en promoción de la
salud mental se forjan del trabajo articulado entre el sector público, el privado y actores no
gubernamentales, en lo que respecta a áreas tales como: vivienda, transporte, educación,
trabajo, salud, justicia, comunidad, academia, deporte, artes y recreación, entre otros. Desde
esta perspectiva las acciones promocionales deben considerar los determinantes sociales
y económicos de la salud mental, la participación y apoyo comunitario, en base a una
planificación, implementación e inversión integrada, con una mirada a largo plazo”.
Por lo tanto, la salud mental debe estar integrada intersectorialmente a las diferentes
políticas del país, como por ejemplo en el ámbito educacional y laboral. La educación debe
incorporar desde sus inicios en forma trasversal el trabajo teórico y vivencial de salud mental,
bienestar y felicidad en los alumnos, sus familias, los docentes y para docentes. Frente a las
altas tasas de prevalencias de problemas de salud mental, y la somatización y el acting
out de las emociones, se hace necesario hacer un proceso de “alfabetización emocional”
desde el nacimiento y la etapa preescolar. Hoy existen suficientes evidencias científicas y
estudios de impacto de la importancia de estos temas y de la necesidad de habilitar a las
personas con un repertorio de capacidades y herramientas, que le ayuden a cuidar su salud
mental y su bienestar. El último informe de Desarrollo Humano del PNUD del 2012 sobre
La Felicidad 345
Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad
Bienestar Subjetivo (8), nos reafirma la idea que es fundamental promover el desarrollo de
“capacidades” en las personas para que puedan formular y realizar sus proyectos de vida en
búsqueda de bienestar. El habilitar estás competencias emocionales, cognitivas, sociales
y de sentido de vida, nos permite “florecer”, como nos dice Martín Seligman en su libro
“Flourish” (58) es decir, tener la posibilidad de dar nuestros mejores colores y talentos, para
“convivir en bienestar”.
346 La Felicidad
Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff
La Felicidad 347
Politicas públicas para una sociedad que promueve el bienestar y la felicidad
V. Conclusiones
En este capítulo hemos tratado de abordar desde diferentes perspectivas (economía,
psicología, filosofía, salud mental, desarrollo humano, etc.) el rol que le compete a los estados
en la generación de las condiciones adecuadas para que las personas y los países aumenten
su bienestar y su felicidad. Se plantearon diversas líneas de intervención, a partir de las cuales
quisiéramos reforzar aquellas que nos parecen en el presente, de mayor relevancia y urgencia.
2. Fomentar diversos valores en nuestra sociedad desde las políticas públicas, tales como
empatía, altruismo, relaciones de confianza, participación y cohesión social, etc.:
348 La Felicidad
Wenceslao Unanue Manríquez, Daniel Martínez Aldunate y Jeannette von Wolfersdorff
sociales en Chile.
b. Fomentar la participación y la asociatividad ciudadana.
c. Incorporar mayores exigencias de transparencia en el gasto fiscal y elaborar un
presupuesto ciudadano, entendible para cualquier persona, que coloque en su centro
políticas públicas que promuevan el bienestar y la felicidad.
d. Reformar el sistema electoral chileno, haciéndolo más inclusivo y representativo.
Implementar estándares de transparencia para las organizaciones y los partidos políticos.
3. Instalar el trabajo de las emociones, el bienestar y la felicidad a lo largo de toda la
educación. Normar y delimitar la publicidad comercial infantil.
4. Asegurar que la política pública urbanística, los sistemas de transporte y obras públicas
incorporen el bienestar de las personas como objetivo primordial del desarrollo.
Estamos seguros que en la medida que los estados consideren estas recomendaciones y
generen progresivamente las condiciones necesarias para aumentar el bienestar y la felicidad
de los seres humanos y del ecosistema, iremos avanzando hacia el verdadero florecimiento
humano, aquel que permita construir un mundo feliz, equilibrado y sustentable.
La Felicidad 349
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