La Vida de Las Marionetas

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 14

«—[…]Cuando cierro los ojos, sueño.

TJ KLUNE Un chico de verdad


No en líneas de código ni en ecua- y un corazón de madera.
ciones, sino como un humano. Como Sin ataduras.
ellos. Experimento amor, angustia,
«UN CORAZÓN LO CAMBIA TODO».

LA VIDA DE LAS
MARIONETAS
miedo, orgullo. Recuerdos. Todo ello
nace de mi corazón. Y no permitiré
que caiga en vuestras manos». Tres robots viven en una diminuta y peculiar casa entre las
ramas de una arboleda: una máquina enfermera un poco
sádica, una pequeña aspiradora desesperada por amor y
atención, y Giovanni Lawson, un androide inventor. Pero
también vive con ellos un humano: Victor Lawson, hijo de
Gio. Refugiados y a salvo en el bosque, los cuatro forman
una extraña familia.

Pero todo cambia el día en que Vic rescata y repara a un an- TJ KLUNE es un autor superventas,

LA VIDA DE LAS
droide llamado Hap, quien resulta compartir un oscuro se- asiduo de las listas del The New York
creto con Giovanni: un pasado dedicado a cazar humanos. Times y el USA Today y ganador del
premio literario Lambda. Al identi-
Sin ser consciente de ello, Hap alerta sobre su paradero a ficarse como queer, cree que es im-

MARIONETAS
los robots de aquella vida anterior, y la familia deja de estar portante, ahora más que nunca, te-
oculta y a salvo. Gio es capturado y, con el fin de impedir ner referentes queer positivos y
que lo desmantelen, o peor, que lo reprogramen, el resto reales en la literatura.
emprenderá un viaje para rescatarlo a través de un mundo
despiadado.

En medio de sentimientos encontrados de traición y


afecto por Hap, Vic debe tomar una difícil decisión:
¿es capaz de aceptar un amor con ataduras?

TJ KLUN
KLUNE
10348085

planetadelibros.com
Ilustración de la cubierta: @ Red Nose Studio
@crossbookslibros
La vida de las marionetas.indd 3 28/5/24 16:13
CROSSBOOKS, 2024
crossbooks@planeta.es
www.planetadelibros.com
Editado por Editorial Planeta, S. A.

Título original: In the Lives of Puppets


© del texto: Travis Klune, 2023
Publicada de acuerdo con The Knight Agency a través de Yañez, parte de
International Editor’s Co. S. L. Literary Agency
© de la traducción: Carlos Abreu Fetter, 2024
© de la imagen de cubierta: Red Nose Studio
© Editorial Planeta, S. A., 2024
Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona

Primera edición: julio de 2024


ISBN: 978-84-08-29009-4
Depósito legal: B. 11.040-2024
Impreso en España

El papel de este libro procede de bosques gestionados de forma sosteni-


ble y de fuentes controladas.
La lectura abre horizontes, iguala oportunidades y construye una sociedad mejor.
La propiedad intelectual es clave en la creación de contenidos culturales porque sostiene
el ecosistema de quienes escriben y de nuestras librerías.
Al comprar este libro estarás contribuyendo a mantener dicho ecosistema vivo y en crecimiento.
En Grupo Planeta agradecemos que nos ayudes a apoyar así la autonomía creativa de autoras
y autores para que puedan seguir desempeñando su labor.
Dirígete a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesitas fotocopiar
o escanear algún fragmento de esta obra. Puedes contactar con CEDRO a través de la web
www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

La vida de las marionetas.indd 4 28/5/24 16:13


Capítulo 1

El diminuto robot aspirador chillaba con desesperación


mientras giraba en círculos concéntricos, agitando en el aire
los delgaduchos brazos acabados en pinzas.
—Ay, Dios mío, ay, Dios mío, vamos a morir. ¡Dejaré de
existir y no quedará más que la oscuridad!
Un robot mucho más grande se encontraba inmóvil junto
al aspirador, contemplando su millonésimo ataque de ner-
vios. A diferencia del otro, carecía de brazos, piernas o pies.
En cambio, la exenfermera modelo Seis-Diez-JQN serie Alfa
era un rectángulo metálico alargado de metro y medio de al-
tura y poco más de medio metro de ancho. Sus viejos y gasta-
dos neumáticos habían sido sustituidos por cintas dentadas
de metal, no muy diferentes de las orugas de un tanque. Dos
trampillas situadas a cada lado de la base se abrían para reve-
lar una docena de tentáculos de acero equipados con diver-
sos instrumentos médicos, por si surgía la necesidad de realizar
una intervención quirúrgica. La pantalla de la parte delantera
mostraba un rostro verde y ceñudo. La enfermera Registrada
Automatizada para Tratamientos, Cuidados, Horadaciones,
Educación y Destreza (la enfermera Ratched, para abreviar)
no estaba muy contenta con el aspirador.

15

La vida de las marionetas.indd 15 24/5/24 11:07


—Si te murieras, yo jugaría con tu cadáver —dijo con voz
monótona y mecánica—. Aprendería mucho. Te taladraría
hasta que no quedara ni rastro de ti.
Tal como sin duda había planeado la enfermera, esto
sacó de quicio al aspirador.
—Huy, lo que ha dicho —gimoteó—. Huy, no, no, esto
no me gusta. ¡Victor! ¡Victor, vuelve antes de que me muera
y Ratched juegue con mi cadáver! ¡Quiere taladrarme! ¡Ya
sabes lo que opino de que me taladren!
En los Desguaces, en mitad de la ladera de un montículo
de chatarra que medía por lo menos siete metros de altura,
sonó una carcajada suave.
—No se lo permitiré, Rambo —aseguró Victor Lawson,
mirándolos desde lo alto, colgado de la pila de desechos por
medio de un sistema de poleas que había construido y un
arnés que le ceñía la cintura. Era un tinglado muy poco segu-
ro, pero Vic llevaba años usándolo y aún no se había caído.
Bueno, salvo una vez, pero más vale correr un tupido velo
sobre eso. El alarido que había pegado al ver el hueso prin-
goso que le sobresalía del brazo era el ruido más estridente
que había emitido hasta entonces. A su padre no le había
hecho ninguna gracia, y le había dicho que un muchacho de
doce años no pintaba nada en los Desguaces. Victor le había
prometido no volver ahí. Había regresado a la semana si-
guiente. Y ahora, con veintiún años, conocía los Desguaces
como la palma de su mano.
Por lo visto, Rambo no le creyó, pues se puso a chillar,
abriendo y cerrando las pinzas, mientras su redondo cuerpo
temblaba y sus ruedas todoterreno pasaban por encima de
piezas de metal que habían caído del montón de chatarra. En
su parte superior había unas letras emborronadas que de to-
dos modos nunca habían sido muy nítidas: una R y un círcu-
lo que podía representar tanto una O como una a minúscula,

16

La vida de las marionetas.indd 16 24/5/24 11:07


seguidas por una inconfundible M (tal vez) y una B, antes de
otra O, o quizá una A. Vic se había encontrado el cacharrito
años atrás y lo había reparado con hierros y mimos hasta que
había vuelto a la vida, implorando que lo dejaran limpiar.
Necesitaba limpiar más que nada en el mundo, pues, sin
ello, no tenía una finalidad, no tenía nada. A Vic le había
llevado mucho tiempo tranquilizarlo, trasteando con sus cir-
cuitos hasta que el aspirador había exhalado un suspiro de
alivio. Había sido un arreglo pasajero. A Rambo lo angustia-
ba casi todo, desde la suciedad del suelo y de las manos de
Vic hasta la muerte en todas sus variantes.
La enfermera Ratched, el primer robot de Vic, le había
pedido permiso para matar al aspirador.
Vic se lo había denegado.
Ratched le había preguntado por qué.
Vic le había respondido que no estaba bien matar a los
nuevos amigos.
—Pues yo lo mataría —había dicho ella con su voz mo-
nótona—. Me sería fácil. La eutanasia no tiene por qué resul-
tar dolorosa. Aunque puede serlo, si quieres. —Avanzó so-
bre sus llantas articuladas hacia el aspirador, con el taladro
preparado.
Rambo profirió un chillido.
Cinco años después, pocas cosas habían cambiado. Ram-
bo aún estaba con los nervios deshechos, y la enfermera Rat-
ched seguía amenazando con usar su cadáver como juguete.
Vic ya estaba acostumbrado.
Entornando los ojos, echó un vistazo por encima del
montículo de hierros, con la cabellera negra que le llegaba
hasta los hombros recogida hacia atrás y sujeta con una tira
de cuero. Probó la resistencia de la cuerda. Aunque no pesa-
ba mucho, tenía que extremar precauciones, como le repetía
una y otra vez en su cabeza la voz de su padre. Le daba de-

17

La vida de las marionetas.indd 17 24/5/24 11:07


masiadas vueltas a todo. Al fin y al cabo, Victor era delgado
como un junco, y su padre siempre le insistía en que comiera
más. «Estás en los huesos, Victor. Llévate más comida a la
boca y mastica, mastica, mastica».
El empotrador magnético parecía aguantar en lo alto del
montículo. Victor se enjugó la frente con el dorso de la mano
enguantada para evitar que le entrara sudor en los ojos. El
verano tocaba a su fin, pero aún lanzaba sus últimos coleta-
zos de calor seco.
—Muy bien —murmuró para sí—. Solo hay que subir un
poco más. Ahora o nunca. Necesitas ese recambio. —Bajó la
vista para asegurarse de que tenía los pies bien apoyados.
—¡Si te caes y te matas, yo te practicaré la autopsia! —le
gritó Ratched desde abajo—. El informe final estará dispo-
nible entre tres y cinco días hábiles después, según si que-
das desmembrado o no. Pero, por deferencia a ti, te diré
que lo más probable es que perezcas a causa de un trauma-
tismo.
—Ay, no —gimió Rambo, con las luces rojas de sus sen-
sores encendiéndose y apagándose—. Vic, Vic... Por favor,
no te desmiembres. Ya sabes que no se me da muy bien lim-
piar la sangre. ¡Se cuela en los engranajes y todo acaba hecho
un asco!
—Activando protocolo de empatía —dijo Ratched, y su
monitor pasó a mostrar una carita sonriente de boca y ojos
negros sobre un fondo amarillo. La trampilla en la parte in-
ferior de su costado derecho se deslizó hacia arriba, y uno de
sus brazos tentaculares se extendió para darle unas palmadi-
tas a Rambo en la tapa—. Hale, hale. Ya está. Yo limpiaré la
sangre y demás fluidos que manen de su débil y frágil cuer-
po. Seguramente vacíe los intestinos también.
—¿En serio? —susurró Rambo.
—Sí. El esfínter humano es un músculo que se relaja al

18

La vida de las marionetas.indd 18 24/5/24 11:07


sobrevenir la muerte, lo que da lugar a una evacuación es-
pectacular, sobre todo en caso de traumatismo.
Vic sacudió la cabeza. Esos dos eran sus mejores amigos.
No sabía si eso hablaba muy bien de él como persona. Segu-
ramente no. Por otro lado, tenía mucho en común con ellos,
en cierto modo, aunque él era de carne y hueso y ellos de
metal y alambre. No importaba de qué estuvieran hechos: to-
dos tenían los cables cruzados, o al menos eso quería creer él.
Levantó la mirada de nuevo. Cerca de lo alto del montón
de chatarra, divisó lo que parecía una PCB multicapa en buen
estado. Las placas de circuito impreso apenas se encontraban
ya, y, aunque le habían entrado ganas de extraer aquella
cuando la había visto unas semanas antes, no se había atrevi-
do. Esa pila de desechos en particular era una de las más pe-
ligrosas, y se bamboleaba mientras él escalaba. Se lo tomaría
con calma e iría extrayendo los trozos de metal que aprisio-
naban el circuito impreso hasta que este cayera al suelo. La
operación requería paciencia. La alternativa era la muerte.
—¡Vic! —exclamó Rambo—. No te vayas. Te quiero. ¡Vas
a dejarme huérfano!
—No me voy a morir. —Respiró hondo antes de trepar
despacio por la cuerda, apretando y bloqueando el mosque-
tón con cada impulso. Los delgados músculos de los brazos
le ardían por el esfuerzo.
Cuanto más ascendía, más se tambaleaba el montículo.
El sol destellaba en los trozos de metal que llovían en torno
a él y caían al suelo con gran estrépito. Esto le proporcionó
a Rambo una distracción que le permitió aparcar el pánico
mientras limpiaba febrilmente. Al bajar los ojos, Vic lo vio
recoger los pedazos de chatarra y depositarlos en la base de
la pila. Daba pitidos de satisfacción, casi como si tarareara.
—Tu existencia carece de sentido —le informó la enfer-
mera Ratched.

19

La vida de las marionetas.indd 19 24/5/24 11:07


—No sé de qué me hablas —repuso Rambo alegremen-
te, con los sensores emitiendo destellos azules y verdes.
Tras dejar caer otra pieza metálica al pie del montículo, lo
celebró girando como una peonza.
Cerca de la cima, Vic se detuvo un momento a descan-
sar y volvió la cabeza para tender la mirada más allá de los
Desguaces. El bosque llegaba hasta donde alcanzaba la vis-
ta. Tardó unos instantes en avistar los árboles sobre los que
se alzaba su hogar, entre los que descollaba el abeto prin-
cipal.
Se inclinó hacia atrás tanto como se atrevió para echar
un vistazo por un lado del montículo. A lo lejos, una colum-
na de humo se elevaba desde la chimenea de una enorme y
pesada máquina. Esta medía por lo menos doce metros de
altura, y la grúa que llevaba a cuestas se movía con destreza
entre las pilas de chatarra y escombros, recogiendo más
hierros viejos de su tolva y descargándolos en un ciclo in-
terminable. Vic memorizó la ubicación, preguntándose si la
máquina había traído algo nuevo que valiera la pena res-
catar.
Los otros Antiguos se encontraban más lejos.
Él estaba a salvo.
Alzó los ojos de nuevo hacia el circuito impreso.
—Voy a por ti —le dijo.
Tardó diez minutos más en tener la placa al alcance de la
mano. Se detuvo para comprobar la solidez de sus puntos de
apoyo y se tomó un momento para aclararse las ideas. No
bajó la mirada; no le daban miedo las alturas, o no demasia-
do, pero así reducía el vértigo, lo que le facilitaba el concen-
trarse en la tarea que tenía entre manos.
Echado hacia atrás contra el arnés, sacudió brazos y
piernas.
—Vale —murmuró—. Lo tengo controlado. —Apretando

20

La vida de las marionetas.indd 20 24/5/24 11:07


los dientes, alargó las manos hacia el circuito impreso y asió
el borde con cuidado. Tiró de él con la esperanza de que algo
hubiera cambiado desde la última vez que había estado ahí y
bastara con menear un poco la placa para que se soltara.
No hubo suerte.
Escarbó en torno a ella y desprendió un trozo de metal
que parecía haber pertenecido a una tostadora. Lo examinó
para ver si contenía algo salvable. Parecía demasiado oxida-
do por dentro para repararlo. No era aprovechable. Tras dar
una voz de advertencia, lo dejó caer. El objeto metálico se
estrelló contra el suelo, bajo sus pies.
—No le has dado a Rambo —dijo Ratched—. Tienes que
afinar la puntería.
Vic abrió mucho los ojos cuando, al agarrar de nuevo la
placa, esta se movió. Le dio un tirón. La placa cedió un poco.
Tiró con más fuerza, procurando no apretarla demasiado
para no dañarla. Papá se pondría contento. Bueno, se cabrea-
ría si se enterara de cómo la había conseguido, pero mientras
no lo supiera, no pasaría nada.
Vic meneó el circuito impreso como un diente flojo, adelan-
te y atrás, adelante y atrás. Estaba a punto de dejarlo y escarbar
un poco más alrededor cuando la placa se soltó de golpe.
—Bien —dijo—. ¡Bien! —La agitó en el aire para mostrár-
sela a los otros—. ¡Ya la tengo!
—Mi alborozo no conoce límites —dijo Ratched—. Hu-
rra. —En su pantalla aparecieron las palabras «Enhorabue-
na: es niña», bajo una lluvia de confeti.
—Vic... —dijo Rambo, atacado de los nervios.
—Estoy que no me lo creo —dijo el joven—. Me ha lleva-
do semanas.
—Vic... —repitió Rambo, elevando el tono.
—Y no parece dañada —añadió Victor, dándole vueltas
entre los dedos—. Creo que servirá...

21

La vida de las marionetas.indd 21 24/5/24 11:07


—¡Vic!
El aludido bajó la mirada, intentando disimular su irrita-
ción.
—¿Qué?
—¡Huye! —gritó Rambo.
Un bocinazo profundo y furioso retumbó por los Des-
guaces, ocasionando que el montón de hierros vibrara y se
desplazara.
Vic conocía ese sonido.
Se inclinó hacia delante todo lo que pudo.
Un Antiguo se acercaba con las sirenas ululando y la grúa
balanceándose de aquí para allá. Iba chocando con otras pilas
de chatarra, y la fricción del metal contra el metal hacía saltar
chispas. No redujo la velocidad. No se detuvo.
—INTRUSO —bramaba—. INTRUSO. INTRUSO. IN-
TRUSO.
Vic notó que se ponía pálido.
—Oh, no —susurró.
Se guardó la placa de circuito impreso en la cartera al
tiempo que apretaba el mosquetón con la otra mano. Des-
cendió casi dos metros en un segundo y dio una sacudida
dolorosa cuando el mosquetón topó con un grueso nudo, en
mitad de la cuerda. Por más que forcejeó, no consiguió pasar
de ahí.
—Te recomiendo que bajes —dijo la enfermera Ratched
mientras levantaba a Rambo en volandas y salía disparada
lanzando piedras al aire con las orugas y esquivando los cas-
cotes que se precipitaban en torno a ellos. Rambo chillaba,
preso del pánico, con luces rojas parpadeando en los sen-
sores.
—¡En esas estoy! —les gritó Vic, que seguía pugnando
por pasar el nudo a través del mosquetón.
Era inútil. No había manera.

22

La vida de las marionetas.indd 22 24/5/24 11:07


El Antiguo lanzó otro bocinazo. Vic gimió cuando algo
pesado le rebotó en el hombro y lo lanzó hacia fuera, girando
en su extremo de la cuerda. Cuando la gravedad lo empujó
de nuevo contra el montón de basura, el fuerte choque lo
dejó sin aliento. Se oía el crujir de los hierros bajo los desco-
munales neumáticos del Antiguo, que se aproximaba cada
vez más.
En cuanto consiguió recobrar el equilibrio, Vic alzó la mi-
rada, lamentando la pérdida de los empotradores. No eran
fáciles de fabricar, pero ya no podía hacer nada al respecto.
El Antiguo apareció por un lado del montículo, encen-
diendo y apagando los faros. La grúa arremetió contra la
pila. La cuchara se estampó por encima de Vic con un chirri-
do metálico, y el montículo se estremeció. Las cuerdas resta-
llaron contra su arnés y tiraron de él hacia arriba antes de
dejarlo caer de nuevo mientras la torre empezaba a inclinar-
se a la derecha. Frente a él, una gran chapa de metal en la que
se leía «Mejor gastroneta por votación popular» cam-
bió de posición.
Sin pensarlo, alargó el brazo hacia ella.
La grúa se meció hacia atrás para tomar impulso.
Justo antes del impacto, Vic sacó la chapa con un áspero
gruñido de esfuerzo. La cuchara volvió a golpear con una
fuerza demoledora, y los escombros llovieron alrededor de
Vic mientras el montículo se escoraba peligrosamente hacia
la izquierda. El joven se precipitó al vacío, con la cuerda ya
flácida enroscándose en torno a su cuerpo. Se dio la vuelta
en el aire hasta quedar tendido encima de la chapa de me-
tal. Ocultó el rostro entre los antebrazos para protegerse de
las chispas ardientes que saltaban hacia él. Le pareció que
se le escapaba un grito, pero no era capaz de oírse por enci-
ma del furibundo rugido del Antiguo y la torre que se de-
rrumbaba.

23

La vida de las marionetas.indd 23 24/5/24 11:07


Se encontraba a dos metros de altura cuando la chapa
chocó con una armadura corrugada y él salió volando. Ate-
rrizó con violencia y rodó, encogido de brazos y piernas. De-
dicó un momento a agradecer la necesidad neurótica de
Rambo de mantener el suelo despejado de escombros. De no
ser por ello, tal vez se habría empalado en alguno de los ob-
jetos que él mismo había tirado desde arriba.
Se quedó tumbado boca arriba, parpadeando y contem-
plando el cielo. Tenía que moverse. Como no notaba un do-
lor muy fuerte, se levantó ayudándose con las manos, justo a
tiempo para ver cómo el montículo se venía abajo del todo.
Arrancó a correr con la respiración agitada, mientras la atro-
nadora bocina del Antiguo sonaba a su espalda.
Como sabían que los Antiguos no podían —o no que-
rían— salir del perímetro de los Desguaces, Ratched y Ram-
bo lo esperaban en el límite. El aspirador, subido encima de
la enfermera, agitaba los bracitos de forma frenética. La pan-
talla de ella mostraba una serie de signos de admiración.
—¿Qué os decía? —comentó Vic mientras dejaban atrás
al Antiguo—. Estaba chupado.
—Sí, chupadísimo —dijo Ratched—. Estaría impresiona-
da si no fuera porque no me impresiona la idiotez. De no ser
por eso, flirtearía contigo.
Él había aprendido lo que era flirtear viendo las películas
que ponía su padre: personas que sonreían y se sonrojaban
al ver a otras y que hacían cosas que no solían hacer, todo en
nombre del amor. Él nunca había tenido a nadie con quien
flirtear. Se le antojaba algo de lo más complicado.
—No sabía que supieras hacer eso.
—Sé hacer muchas cosas —contestó la enfermera Rat-
ched, y las exclamaciones en su pantalla cedieron el paso a
una cara con una sonrisa graciosa y unos ojos muy abiertos
enmarcados por largas pestañas—. ¿Qué pasa, tío bueno?

24

La vida de las marionetas.indd 24 24/5/24 11:07


Deberías meterme el dedo en el enchufe. —La pantalla se
apagó—. Eso era flirtear. Hay una diferencia.
Vic torció el gesto mientras Rambo daba vueltas alre-
dedor de él sin parar de agitar los brazos.
—Eso no sale en las películas.
—Al menos no en las que ves tú. ¿Ha funcionado? ¿Es-
tás excitado? —La pequeña lente que tenía encima de la
pantalla cobró vida con un parpadeo, y de ella brotó una
luz azul que lo recorrió de arriba abajo—. No pareces ex-
citado. Tu pene no presenta un incremento del flujo san-
guíneo que propicie la práctica del coito con fines recrea-
tivos.
—Yo no tengo pene —dijo Rambo con aire melancólico.
Unos engranajes se movieron en sus entrañas, y una pe-
queña ranura se abrió en su parte inferior. El aspirador
soltó un gruñido, y de su interior surgió un tubito del que
goteaba lo que parecía aceite—. Ahora sí. ¡Vivan los penes!
—Haz el favor de guardarte eso —dijo Vic—. Tenemos
que volver a casa. —Alzó la vista hacia el cielo amoratado.
El sol empezaba a ponerse—. Pronto oscurecerá.
—Y a ti te da miedo la oscuridad —señaló Rambo, re-
trayendo el tubito y cerrando la ranura.
—No me da miedo la...
—El miedo es algo superfluo —aseveró Ratched, colo-
cándose en formación detrás de Vic, que encabezaba la
marcha a través del bosque—. Yo no tengo miedo de nada.
—Tras una pausa, matizó—: Excepto de los pájaros que in-
tentan anidar dentro de mí y poner huevos en mi maqui-
naria. Son unos chungos esos pájaros. Voy a matarlos a
todos.
Vic sacó la placa de circuito impreso de su cartera. Seguía
entera. Acarició la superficie irregular con el dedo.
—Ha valido la pena —musitó.

25

La vida de las marionetas.indd 25 24/5/24 11:07

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy