Quien Soy Yo

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Cuando la mente sepa ver nuestras sensaciones como lo que son,

vibraciones efímeras y sin sentido, dejará de interesarnos buscarlas.


Porque ¿qué sentido tiene correr tras algo que desaparece tan deprisa
como aparece?

ChatGPT
El pasaje del historiador Yuval Noah Harari sugiere una perspectiva
basada en la meditación y la contemplación de las sensaciones humanas.

Ver las Sensaciones como Vibraciones Efímeras y Sin Sentido: Harari nos
invita a observar nuestras sensaciones (como emociones, deseos, o
incluso pensamientos) sin aferrarnos a ellas. Describe estas experiencias
como "vibraciones efímeras y sin sentido". Aquí, "efímeras" significa que
son temporales y pasajeras, y "sin sentido" sugiere que no tienen un
significado intrínseco más allá de ser experiencias que ocurren en
nuestra mente y cuerpo.

Dejar de Interesarnos en Buscarlas: Si vemos nuestras sensaciones de


esta manera, es menos probable que nos sintamos apegados o
impulsados a perseguirlas o evitarlas. Al reconocer que son transitorias y
no fundamentales para nuestra esencia, podemos experimentarlas sin
identificarnos plenamente con ellas.

Reflexión sobre la Futilidad de la Búsqueda Constante: Harari nos desafía


a cuestionar por qué deberíamos invertir una gran cantidad de energía
en perseguir sensaciones que, aunque pueden ser poderosas en el
momento, desaparecen rápidamente. La naturaleza efímera de estas
experiencias sugiere que no tienen un valor duradero en sí mismas.

En resumen, el pasaje de Harari aboga por una perspectiva desapegada


hacia nuestras sensaciones y emociones, invitándonos a verlas como
fenómenos transitorios y a considerar si tiene sentido perseguirlas o
aferrarnos a ellas de manera excesiva. Esto se alinea con ideas presentes
en prácticas de meditación y mindfulness, donde se promueve la
observación objetiva y no apegada de la experiencia interna.
¿Lo mismo podría argumentarse sobre los pensamientos, que son
efímeros?
ChatGPT
Absolutamente, el mismo razonamiento puede aplicarse a los
pensamientos. Al igual que las sensaciones, los pensamientos son
fenómenos mentales que surgen y desaparecen en nuestra conciencia.

Si vemos los pensamientos como eventos efímeros y transitorios,


podemos adoptar una perspectiva más desapegada hacia ellos. Esto
significa que no necesitamos identificarnos completamente con cada
pensamiento que surge en nuestra mente. Podemos reconocerlos como
acontecimientos mentales que vienen y van, y no necesariamente como
una representación precisa de nuestra realidad o identidad.

Esta comprensión puede ser liberadora porque nos permite observar los
pensamientos con una distancia saludable. No estamos obligados a creer
o apegarnos a cada pensamiento que surge, especialmente aquellos que
pueden ser negativos o poco útiles. En cambio, podemos elegir cómo
responder a esos pensamientos de manera consciente y alineada con
nuestros valores y objetivos.

Al practicar esta perspectiva, se promueve una mayor flexibilidad


cognitiva y emocional, lo que puede conducir a una mayor tranquilidad y
bienestar mental.

En resumen, ver los pensamientos como eventos efímeros y transitorios


puede ser una forma valiosa de cultivar una relación más saludable y
liberadora con nuestra propia mente. Esto está en línea con las prácticas
de mindfulness y enfoques terapéuticos como la Terapia de Aceptación y
Compromiso (ACT).
Solo son pensamientos, sensaciones y emociones. Déjalos estar sin
luchar con ellos. No evadas ni suprimas lo que percibes. Acepta tu
experiencia interna y actúa según tus valores. Deja que las olas vengan y
vayan a gusto.
En ACT, se reconoce que los pensamientos, emociones y sensaciones son
eventos mentales y físicos que ocurren en la experiencia de una persona,
pero no definen completamente la identidad de esa persona. Es decir,
solo porque alguien tiene un pensamiento o una emoción en particular,
no significa que eso sea todo lo que esa persona es.
Por ejemplo, si alguien experimenta un pensamiento negativo o una
emoción desagradable, no se espera que se identifique plenamente con
ese pensamiento o emoción como si fuera la totalidad de su ser. En
cambio, se anima a la persona a reconocer que estos son eventos que
ocurren en su experiencia, pero no son equivalentes a su identidad
fundamental.
Esta distinción es importante porque permite a las personas desarrollar
una mayor flexibilidad psicológica. Al no identificarse completamente
con los pensamientos y emociones, pueden ser más capaces de
observarlos con una perspectiva más amplia y elegir cómo responder a
ellos de manera consciente y alineada con sus valores y objetivos.
Tendremos que repetirlo; la vida filosófica estoica consiste
esencialmente en el dominio del discurso interior. Todo en la vida del
individuo depende de cómo se representa las cosas, es decir, de cómo se
las dice a sí mismo. «Lo que nos turba», decía Epicteto, «no son las
cosas, sino nuestros juicios sobre las cosas» (Manual\ § 5)? es decir,
nuestro discurso interior con respecto a las cosas.

“A propósito de todo lo que provoca en ti la tristeza, acuérdate de hacer


uso de este «dogma»: No solamente esto no es una desgracia, sino que
es una suerte el soportarlo con coraje”. Marco Aurelio.
Debemos aceptar con serenidad lo que nos llega y que no depende de
nuestra voluntad.
Lo determinante no son todas las historias desgraciadas y trágicas que
repite tu mente sobre tu vida, lo determinante es tu capacidad interior
para tomar postura frente a esos pensamientos trágicos, así como tu
actitud para enfrentar y apropiarte de tu destino con valor. El drama
personal, en forma de relatos, que la capacidad verbal de tu mente te
presenta no es lo determinante. Puedes convertir tus circunstancias en
una autentica victoria interior. Puedes decidir soportar antes que
sucumbir. Puedes optar por el dogma del coraje del vicealmirante y la
última de las libertades humanas para actualizar la capacidad de
resistencia del espíritu. ¿Para qué sufrir? Para demostrar la capacidad
de resistencia del espíritu. Para demostrar el triunfo de los principios.
“Autocompasión. Nunca he visto un animal sentir autocompasión. Un
ave caerá muerta, congelada de frio de la rama de un árbol, sin jamás
haber sentido autocompasión”.
“Al homo sapiens contraponemos el homo patiens. Al imperativo sapere
aude salimos al paso con el pati aude: osa sufrir. Esta audacia, la audacia
para el sufrimiento, es lo que importa. Se trata de asumir el sufrimiento,
de afirmar el destino, de tomar postura ante él. Sólo por esta vía
podemos acercarnos a la verdad, barruntarla; por esta vía y no por la vía
de la huida y el miedo al sufrimiento”.

El hombre es el autor de su propia


turbación
“Sólo lo que depende de nosotros puede estar bien o mal, y nuestro
juicio y nuestro asentimiento dependen de nosotros. En consecuencia,
no puede haber otro mal y turbación para nosotros que nuestro propio
juicio, es decir, en la manera en que nos representamos las cosas”.
Marco Aurelio.

La vida filosófica estoica consiste, esencialmente, «en el dominio del


discurso interior», podemos concluir que «Todo en la vida del individuo
depende de cómo se representa las cosas, es decir, de cómo se las dice a
sí mismo». Aceptar con serenidad los acontecimientos que no dependen
de uno mismo.
Aceptar con serenidad los acontecimientos del Destino que no dependen
de nosotros.

¿La vida filosófica estoica consiste, esencialmente, «en el dominio del


discurso interior», podemos concluir que todo en la vida del individuo
depende de cómo se representa las cosas, es decir, de cómo se las dice a
sí mismo?
ChatGPT
Sí, tu afirmación resume acertadamente uno de los principios
fundamentales de la filosofía estoica. La vida filosófica estoica pone un
fuerte énfasis en el "dominio del discurso interior" y en cómo una
persona se representa a sí misma y a las situaciones que enfrenta. Esto
se conoce a menudo como el "juicio" o la "interpretación" que uno hace
de los eventos y circunstancias de la vida.

Para los estoicos, lo que importa no es tanto lo que sucede en el mundo


exterior, sino cómo uno elige percibir y responder a esos eventos. En
otras palabras, la forma en que nos hablamos a nosotros mismos,
nuestras creencias y las interpretaciones que damos a las cosas, tienen
un poderoso impacto en nuestra experiencia y en nuestra capacidad
para enfrentar desafíos.

Al practicar el dominio del discurso interior, los estoicos buscan cultivar


una perspectiva de aceptación serena, equanimidad y virtud en medio
de las circunstancias de la vida. Esto implica aprender a discernir entre lo
que está dentro de nuestro control (nuestras acciones, pensamientos y
actitudes) y lo que está fuera de nuestro control (eventos externos,
acciones de otras personas).
Al reconocer que no podemos controlar todo lo que sucede en el mundo,
pero sí podemos controlar cómo elegimos responder, los estoicos buscan
vivir en armonía con la naturaleza y alcanzar un estado de tranquilidad y
sabiduría.

En resumen, la filosofía estoica enfatiza que nuestra interpretación y


respuesta a los eventos tienen un impacto significativo en nuestra
calidad de vida y bienestar emocional, y que aprender a dominar nuestro
discurso interior es esencial para vivir una vida plena y virtuosa.

PATI AUDE
La expresión latina "pati aude" se traduce al español como "atreverse a
sufrir" o "tener el coraje de sufrir". Esta frase sugiere la idea de tener la
valentía o la determinación de enfrentar dificultades, desafíos o
adversidades, incluso cuando implica sufrimiento o dolor. Puede
utilizarse para alentar a alguien a afrontar una situación difícil con
valentía y determinación. Es una expresión que resalta la importancia de
la fortaleza y la capacidad de resistencia en momentos difíciles.

"Ser igual que el promontorio contra el que sin interrupción se estrellan


las olas. Éste se mantiene firme, y en torno a él se adormece la espuma
del oleaje. «¡Desdichado de mí, porque me aconteció eso!» Pero no, al
contrario: «Soy afortunado, porque, a causa de lo que me ha ocurrido,
persisto hasta el fin sin aflicción, ni abrumado por el presente ni
asustado por el futuro. Porque algo semejante pudo acontecer a todo el
mundo, pero no todo el mundo hubiera podido seguir hasta el fin, sin
aflicción, después de eso. ¿Y por qué, entonces, va a ser eso un
infortunio más que esto buena fortuna? ¿Acaso denominas, en suma,
desgracia de un hombre a lo que no es desgracia de la naturaleza del
hombre? ¿Y te parece aberración de la naturaleza humana lo que no va
contra el designio de su propia naturaleza? ¿Por qué, pues? ¿Has
aprendido tal designo? ¿Te impide este suceso ser justo, magnánimo,
sensato, prudente, reflexivo, sincero, discreto, libre, etc., conjunto de
virtudes con las cuales la naturaleza humana contiene lo que le es
peculiar? Acuérdate, a partir de ahora, en todo suceso que te induzca a
la aflicción, de utilizar este principio: No es eso un infortunio, sino una
dicha soportarlo con dignidad."
—Marco Aurelio, Las Meditaciones, Libro IV.
Con la demostración de que el hombre no está determinado
estrictamente por fuerzas y potencias vitales y sociales, sino que se ve
libre de ellas y es responsable de la autodeterminación, hemos
recuperado la existencia del hombre más allá de los hechos biológicos,
psicológicos y sociológicos.

Ahora entendemos las palabras de Rilke en una carta a la condesa de


Sizzo: «El que no aprueba alguna vez la dimensión terrible de la vida, en
una opción definitiva, el que no la acoge con júbilo, nunca gozará de los
inefables poderes de nuestra existencia, quedará marginado y, a la hora
de la verdad, no habrá sido ni vivo ni muerto.» Tres siglos han sido
víctima del miedo al sufrimiento y de la huida ante él, con el intento de
embellecer la realidad. Se ocultó la verdad y se buscó refugio en los
ídolos: en la actividad y en la racionalidad. El sufrimiento, la necesidad
del sufrimiento, y su posibilidad axiológica pasaron inadvertidos. Los
hombres se hicieron la ilusión de que, con ayuda de la acción y de la
razón, el sufrimiento, el mal y la muerte iban a desaparecer del mundo.
Se olvidó, con la acción, la pasión; se olvidó que la existencia humana es
pasión. La ratio, la razón, la ciencia, tenían que arreglar las cosas. No en
vano se la había glorificado. No en vano se llegó a la apoteosis del
hombre racional, del homo sapiens. Hay que enseñar a ceder, hay que
aprender a ceder, hay que dejar paso a la realidad, a la necesidad del
sufrimiento y a la posibilidad de llenar de sentido el sufrimiento.
DEMUESTRA QUE TODO LO ANTERIOR ES CIERTO. AQUÍ Y AHORA.
Demuestra el triunfo de los principios.

Quedamos, pues, en que el sufrimiento es un acto valioso. Un paciente


nos lo demostró de modo impresionante en una clase clínica; padecía un
morbus little (parálisis infantil cerebral) con atetosis doble (especie de
movimientos compulsivos acompañados de graves luxaciones
articulares). El joven no había podido asistir a centros escolares, pero
estudió y leyó mucho en privado. Si aplicamos el esquema de las «tres
tareas vitales» que enseña la psicología individual, vemos lo poco que le
dio la vida, lo mucho que le faltaba: ¿«Trabajo»? El joven estaba
incapacitado para cualquier actividad laboral. ¿«Comunidad»? Hizo
referencia de paso, en su presentación en clase, a los comentarios
estúpidos que solía hacer la gente en la calle: «Un paralítico...» «Amor»,
en fin: tenía excluida de antemano la realización de la vida amorosa. El
hombre era un inválido. Pero él se comportaba de modo diferente que
otros inválidos. Así lo demuestra con claridad la respuesta que una
inválida dio una vez en un centro cuando la preguntaron que en qué
ocupaba su tiempo; la respuesta fue: «De noche, duermo, y de día... me
consumo.» Nuestro enfermo adoptó otro comportamiento, como
decimos: no se dejó abatir, no se limitó a vegetar. Aprovechó la
exclusión forzosa de todas esas posibilidades de autorrealización que
señala la psicología individual —«trabajo, comunidad y amor»— como
acicate para nuevas posibilidades de autorrelación y de realización de
valores; su invalidez se convirtió en un estímulo. Como los árboles de un
tupido bosque que se ven forzados a crecer, más que a lo ancho, a lo
alto, nuestro paciente se desarrolló hacia arriba en medio de la
estrechez y la limitación de sus posibilidades. Hoy trabaja como
funcionario en una organización de minusválidos. Él supo tomar postura
ante su condición disminuida, supo cargar con la cruz, supo realizar
valores actitudinales: una obra admirable la suya.
Pensemos en una situación extrema como la del cautiverio de guerra o
del campo de concentración: en esa situación el ser humano se halla en
el límite de dependencia de condiciones que le son impuestas, de
circunstancias que le son dictadas. Pero resulta que esas circunstancias y
condiciones sólo le hacen dependiente en lo que respecta a su acción y
su pasión (la única acción era cavar, y la única pasión, golpes, hambre y
frío); pero le dejan libre de adoptar una actitud u otra ante esta situación
de extrema dependencia. Pero esto significa que el ser humano es
dependiente en la realización de los valores creativos y vivenciales, pero
es libre en la realización de los valores actitudinales: libre «de» todas las
condiciones y circunstancias y libre «para» el dominio interno del
destino, «para» el sufrimiento auténtico. Esta libertad no tiene
condiciones, es una libertad «bajo cualquier circunstancia» y hasta el
último suspiro.

LA VIDA TIENE SENTIDO EN CUALQUIER CIRCUNSTANCIA, INCLUSO EN


LAS CONDICIONES MÁS ADVERSAS.
Sólo el que, además de estar convencido de que la vida puede tener
sentido aun en el caso de un morbus little, es testigo de que este sentido
tuvo cumplimiento siquiera una vez, puede hacer creíble esa posibilidad
al «caso» siguiente. Sólo él puede descubrir posibilidades de sentido en
la vida, en el sufrimiento de otro, y despertar su anhelo de sentido.

El doliente ya no puede configurar el destino externamente, pero el


sufrimiento le capacita para dominar el destino desde dentro,
transportándolo del plano de lo fáctico al plano existencial. En el caso de
nuestro paciente, el jactum, el hecho era: yo padezco un morbus little,
esta enfermedad me es «dada». Pero no quedó ahí la cosa, sino que ese
hecho fue elaborado existencialmente: yo padezco un morbus little y
esta enfermedad me es dada como una tarea: me encuentro con la
responsabilidad de lo que voy a hacer con ella.
"El que se sobrepone a su dolor, sube más alto"
Pero la maduración se basa en que el ser humano alcanza la libertad
interior, a pesar de la dependencia exterior.

Pensemos en una situación extrema como la del cautiverio de guerra o


del campo de concentración: en esa situación el ser humano se halla en
el límite de dependencia de condiciones que le son impuestas, de
circunstancias que le son dictadas. Pero resulta que esas circunstancias y
condiciones sólo le hacen dependiente en lo que respecta a su acción y
su pasión (la única acción era cavar, y la única pasión, golpes, hambre y
frío); pero le dejan libre de adoptar una actitud u otra ante esta situación
de
extrema dependencia. Pero esto significa que el ser humano es
dependiente en la realización de los valores creativos y vivenciales, pero
es libre en la realización de los valores actitudinales: libre «de» todas las
condiciones y circunstancias y libre «para» el dominio interno del
destino, «para» el sufrimiento auténtico. Esta libertad no tiene
condiciones, es una libertad «bajo cualquier circunstancia» y hasta el
último suspiro.

¿No fue toda su vida el fruto de una gran renuncia? Pues bien: esta
«renuncia» fue «obra» suya: una obra realizada con gallardía, incluso
con elegancia, a un nivel humano, que nos hizo exclamar, al presentarlo
en el aula: Ecce vita hominis.
La expresión "Ecce vita hominis" proviene del latín y se traduce al
español como "He aquí la vida del hombre". Esta frase se utiliza para
señalar o destacar la naturaleza, la condición o las circunstancias de la
vida humana. Puede ser empleada en diferentes contextos, como en
obras literarias, discursos filosóficos o reflexiones sobre la existencia y la
condición humana. Es una frase que evoca la contemplación de la vida y
sus complejidades desde una perspectiva filosófica o literaria.
La conducta humana no está predeterminada por las condiciones, sino
que depende de la opción del hombre mismo. Lo sepa o no, el hombre
decide resistir o decide ceder a las condiciones; en otros términos, el
hombre decide dejarse regir o no, y en determinada medida, por las
condiciones.
Todo lo humano está condicionado. Pero sólo es propiamente humano
aquello que supera su propio condicionamiento «trascendiéndolo». Así,
el ser humano sólo lo es en la medida en que, como ser espiritual, se
eleva por encima de su ser corporal y anímico. O también: el ser humano
sólo es existencial en la medida en que se distancia de lo vital y de lo
social. El hombre es también, sin duda, un ser vital y social (cf. lo dicho
anteriormente sobre el psicoanálisis y sobre la psicología individual);
pero la existencia lleva consigo la posibilidad de trascender las
necesidades vitales y sociales. Los condicionamientos del ser humano no
son, pues, un simple dato fáctico, sino un reto: el reto a superarlos.

Si queremos, pues, despertar en nuestros pacientes la conciencia de su


responsabilidad, si queremos que se percaten realmente de su
responsabilidad, debemos dejar patente el carácter histórico de la vida
y, en consecuencia, la responsabilidad humana en la vida. Al hombre que
acude a la consulta se le recomienda, por ejemplo, que imagine estar al
final de su vida, hojeando en su biografía y abriendo el capítulo que trata
del momento presente; milagrosamente tiene la posibilidad de decidir
cuál será el próximo capítulo, con capacidad para introducir enmiendas
en un capítulo decisivo de su historia personal no escrita. Se podría
expresar la máxima en este imperativo: Vive como si vivieras por
segunda vez y como si la primera vez lo hubieras hecho tan mal como
estás a punto de hacerlo ahora. Si uno logra centrarse en esta fantasía,
comprenderá toda la magnitud de la responsabilidad que el hombre
tiene en cualquier instante de su vida: la responsabilidad de lo que va a
ser el momento siguiente, del cariz que va a dar a la próxima jornada.

En este pasaje, Frankl está afirmando que, consciente o


inconscientemente, cada individuo tiene el poder de decidir cómo
enfrentar las situaciones que se le presentan . Puede optar por resistir y
mantenerse firme frente a las adversidades , o puede optar por ceder y
permitir que las condiciones lo dominen.
la aceptación serena de las circunstancias externas. Creía en la idea de
que no podemos controlar lo que sucede a nuestro alrededor, pero sí
podemos controlar nuestra reacción y actitud hacia lo que ocurre.
La libertad del hombre incluye la libertad para tomar postura sobre sí
mismo, para enfrentarse a sí mismo y, con este objeto, distanciarse de sí
mismo. La cuestión no es el miedo o cualquier otro sentimiento, sino la
postura que adoptamos frente a tales sentimientos. Esa postura la elige
el hombre libremente.

A pesar de las circunstancias y herencias, cada persona tiene la


capacidad de decidir cómo responder a su propia existencia.
De igual modo debo «aceptar» mi destino, apropiármelo, hacerlo mío,
convertirlo en «mi» propio destino. Y esto lo hago dándole forma. No
podría hacerlo rechazándolo, negándolo, aniquilando mi vida.

Yo no puedo sentirme culpable de mi patrimonio genético, pero la


configuración de este patrimonio me da la oportunidad de realizar una
obra personal o de omitirla. Así vemos, una vez más, lo poco que
significa en sí el destino, el destino genético; el hombre tiene que
disponer de lo que el destino ha dispuesto. Debe disponer de las
disposiciones.
El hijo de un alcohólico que arrastra consigo una predisposición
neuropática y psicopática en la línea de las enfermedades epileptoides,
debe cargar sin duda con las secuelas de los «pecados de sus padres».
¿Carga también con la responsabilidad? Está claro que los padres no se
eligen, no se eligen los propios cromosomas. A nadie se le pregunta si
quiere venir al mundo, y en qué condiciones; a nadie se le ha preguntado
y nadie ha contestado sí o no. Nadie ha dicho sí. Pero todos lo dicen en
cada momento de su existencia. Siempre dicen sí a la vida, a esa vida
suya imperfecta; siempre dicen sí, «a pesar de» no habérseles
preguntado ni dicho nada, a pesar de no haber elegido ellos la vida, de
haber sido «arrojados» a la existencia, a pesar de no estar conformes
con esta o aquella predisposición y de no haber estado de acuerdo, si se
los hubiese preguntado realmente; a pesar de todo ello, todos siguen
viviendo. De algún modo, pues, dicen sí, y son también responsables de
algún modo. Esta responsabilidad, en efecto, implica siempre una
libertad: la libertad de decir no a la vida concreta, a la vida en su
facticidad y herencia. Yo no me veo forzado a continuar la vida, y puedo
recusarla.

La experiencia del campo de concentración fue en realidad un gran


experimento, un verdadero experimentum crucis. Nuestros colegas
difuntos lo pasaron con honor. Ellos nos demostraron que el ser humano
puede ser hombre, verdadero hombre y verdadero médico, aun en las
peores condiciones, en las más indignas. Su ejemplo debe ser una lección
para nosotros, debe enseñarnos lo que el hombre es y lo que puede ser.
¿Qué es el hombre? Nosotros lo hemos conocido quizá como ninguna
otra generación; nosotros llegamos a conocerle en el campo de
concentración, en el campo donde uno perdía todo lo que poseyó:
dinero, poder, fama, dicha, donde sólo quedaba lo que un ser humano
no «tiene», sino que «es»: lo que quedaba era el hombre mismo,
consumido de dolor y abrasado de sufrimiento, fundido en lo esencial de
él, en lo humano. ¿Qué es, pues, el hombre? Seguimos preguntando. Es
un ser que siempre decide lo que es. Un ser que alberga en sí la
posibilidad de descender al nivel de un animal o de elevarse a una vida
acendrada. El hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de gas;
pero es también ese ser que caminó en dirección a esas cámaras de gas
en actitud erguida o rezando el Padre nuestro o con la oración judía de
los agonizantes en los labios. Eso es el hombre.

Sufrir significa tomar postura frente al propio dolor, y esto equivale a


estar «por encima» de él.
Recuérdese lo que hemos dicho reiteradamente: la predisposición
psicofísica, juntamente con el factor social, constituyen la actitud natural
de una persona; pero no son el factor decisivo. El factor decisivo es la
persona, la actitud personal frente a la posición natural.
El hombre enfermo debe madurar humanamente dentro de esa
circunstancia, de ese destino que el elemento psicofísico introduce en su
vida, en su existencia. Debe obtener una ventaja existencial de su
enfermedad, como decíamos antes; debe «sobreponerse a su desgracia»
psicofísica para «estar más alto» espiritualmente.

Si el hombre, en virtud de su libertad espiritual, es capaz de no


«sucumbir» a ninguna situación, de «estar por encima» de ella, es con el
fin de actuar, de comprometerse o, eventualmente, de adaptarse a la
situación. Aunque haga esto último, lo hace libremente, desde su propia
libertad espiritual.
Por eso la predisposición caracterológica nunca es lo decisivo; lo decisivo
es siempre la toma de postura de la persona. La persona (espiritual)
decide «en última instancia» sobre el carácter (psíquico), y en este
sentido cabe afirmar que el hombre decide en definitiva sobre sí mismo
(el hecho de que no siempre lleve a efecto esta capacidad no altera la
validez fundamental de la afirmación). El hombre, pues, no sólo posee
libertad frente a las influencias de su medio ambiente, sino también
frente a su propio carácter. En cierto sentido, la libertad frente al medio
ambiente se basa en la libertad frente al carácter, ya que la mayor o
menor influenciabilidad por el medio ambiente constituye una cualidad
caracterológica, y la cuestión de si el hombre está sometido a las
influencias ambientales deriva en último extremo en la pregunta de
cómo se comporta frente a esa cualidad de la influenciabilidad. (Aunque
el temperamento sea algo congénito, sólo vale decir que a lo mejor uno
lo tendrá difícil, pero no que le esté permitido tomarse la dificultad a la
ligera, pues también está en su mano decidir en contra de su
temperamento.
El pasaje del Dr. Viktor Frankl destaca la idea de que, a pesar de las
predisposiciones y características que una persona puede tener (como el
carácter o temperamento), lo realmente crucial es la elección consciente
que hace la persona ante estas influencias.

"La predisposición caracterológica nunca es lo decisivo; lo decisivo es


siempre la toma de postura de la persona": Esto significa que aunque las
tendencias o rasgos de personalidad puedan influir en cómo una persona
se comporta, no determinan completamente su destino. Lo más
importante es la manera en que la persona elige responder y tomar una
postura ante estas tendencias.

"La persona (espiritual) decide 'en última instancia' sobre el carácter


(psíquico)": Aquí se enfatiza la importancia del aspecto espiritual o de la
conciencia de la persona en la toma de decisiones. A pesar de las
características psicológicas, la persona tiene el poder de decidir cómo
actuar y qué dirección dar a su vida.

"El hombre, pues, no sólo posee libertad frente a las influencias de su


medio ambiente, sino también frente a su propio carácter": Este
fragmento resalta que la libertad de elección no se limita solo a la
respuesta ante el entorno externo, sino también a la manera en que uno
se relaciona consigo mismo y con su propia naturaleza.

"La libertad frente al medio ambiente se basa en la libertad frente al


carácter": Se establece una relación importante entre la libertad de
elección ante el entorno y la libertad de elección ante las características
de personalidad. La manera en que uno se relaciona con su propia
naturaleza y características influirá en cómo responde a las influencias
del entorno.
En resumen, el pasaje de Frankl resalta la capacidad inherente de la
persona para elegir su propia postura frente a las circunstancias y su
propia naturaleza. Aunque uno pueda tener predisposiciones o
características, sigue siendo libre para decidir cómo responder y actuar
en función de sus valores y objetivos más profundos.

La pregunta que debemos formularnos es: ¿cómo podemos decir sí a la


vida a pesar de todo este su aspecto trágico ? Una pregunta que lleva a
esta otra: la vida, a pesar de todos sus aspectos negativos, ¿puede tener
un sentido, mantener el sentido en todas sus condiciones y
circunstancias?
Si el hombre es, en el fondo, un ser en busca del sentido, y si la busca
tiene éxito, se siente feliz; el sentido, tal como se le manifiesta, es lo que
le da el motivo de ser feliz. Pero la persecución del sentido no sólo hace
feliz al hombre, sino que le hace también capaz para el sufrimiento. Y
ustedes se convencerán de esto si hablan con los que un día vivieron en
los campos de concentración situados entre Auschwitz y Stalingrado:
ceteris paribus, las posibilidades de supervivencia dependerán de la
orientación hacia un sentido de la vida, de que hubiera algo o alguien en
la conciencia del cautivo que estuviera esperándole para el tiempo de la
libertad. Y a la inversa: si nada o nadie le aguardaba, si el cautivo no
tenía una meta para su vida, un futuro por el que luchar y sufrir, «un
buen día se quedaba tendido en el barracón y no había quien le moviera
a vestirse, ir al lavabo y presentarse en la plaza de revista. Nada le hacía
mella, nada le inmutaba, ni ruegos, ni amenazas, ni golpes, todo era
inútil: él permanecía tendido, sin apenas moverse, y si era una
enfermedad lo que provocó esta crisis, rehusaba ser llevado a la
enfermería o recibir cualquier ayuda. Se había dado por vencido. Yacía
sobre sus propios excrementos, sin importarle nada» (Viktor E. Frankl, El
hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona 61984, p. 76) ¿Y saben
ustedes lo que hacía después? Sacaba del bolsillo el último cigarro que
tenía guardado y empezaba a fumar. Entonces sabíamos que iba a morir
dentro de pocos días.
En el ciclo de aceptación y compromiso la secuencia es distinta. Empiezas
dándote cuenta de toda la cháchara, pero no te enredas en ella . Ves que
hay una diferencia entre tú, el conductor consciente y responsable del
autobús, y los pasajeros que transportas. Tienes sitio para ellos en el
autobús. Los aceptas y mantienes las distancias con ellos. De esa
manera, vuelves a mirar la carretera y sintonizas con lo que tú valoras de
verdad. Conduces en esa dirección. Como resultado, tu vida crece un
poco más y se vuelve un poco más vital y flexible.

En vez de decirte a ti mismo que eres quien tu mente te dice que eres,
has aprendido a percibir ese yo trascendente que no es una cosa, un yo
más allá de las categorías verbales, y que está presente de manera
continua.

¿CÒMO LIDIAR CON LAS EXPERIENCIAS DIFICILES?


La respuesta más sencilla es: de la misma manera que has aprendido a
enfrentarte a todas las demás experiencias difíciles. Ábrete a ellas
primero, situándote en la posición de observador y luego, viéndolas
desde tu yo observador de una manera distanciada, aceptante y
consciente.
Deberías notar lo que sucede en tu cuerpo. Localiza en qué punto del
cuerpo experimentas cualquier sensación o emoción. Nota el matiz de
tus sensaciones, dónde empiezan y terminan. Escanea tu cuerpo y nota
cualquier otro lugar en el que estés experimentando sensaciones; y una
vez que las hayas notado, psicológicamente tócalas y permítete sentir
esas sensaciones sin defensa ni manipulación. Asegúrate de que tu
propósito es estar PRESENTE y DISPUESTO. Nada más. No se trata de una
manera secreta de conseguir que los malos sentimientos disminuyan o
se desvanezcan e, incluso si resultara que tus sentimientos
experimentan un cambio, no te aferres a ningún otro pensamiento que
te pueda decir cualquier otra cosa.
Advierte qué pensamientos se te ocurren. Míralos como verías pasar una
nube. No hagas nada para que surjan o se vayan. No discutas con ellos,
no los desacredites ni te los creas. Solo advierte que están ahí, del
mismo modo que percibirías el sonido de fondo de una radio encendida.
Dale las gracias a tu mente por crear estos productos para ti.

¿Qué significado puede tener "no soy lo percibido, sino el que percibe"?
La frase "no soy lo percibido, sino el que percibe" tiene un trasfondo
filosófico y se relaciona con cuestiones de identidad y consciencia. A
continuación, te proporcionaré una interpretación de esta afirmación:

Dualidad entre el Observador y lo Observado: Esta frase sugiere una


distinción entre el sujeto que está realizando la percepción (el
observador) y el objeto o fenómeno que está siendo percibido. Es decir,
sugiere que hay una diferencia fundamental entre la experiencia de
percibir y aquello que es percibido.
Identificación de la Consciencia: Al afirmar "no soy lo percibido", se está
indicando que la verdadera naturaleza o esencia de uno mismo no está
contenida en los objetos o fenómenos que percibimos. En lugar de eso,
sugiere que la esencia de uno mismo radica en el acto mismo de percibir,
en la consciencia que experimenta.

Desapego de la Identificación con los Contenidos Mentales: Esta


afirmación también puede ser interpretada como un recordatorio de no
identificarse exclusivamente con los pensamientos, emociones y
experiencias que surgen en la mente. En lugar de considerarse
simplemente como los contenidos de la mente, se invita a reconocer la
consciencia que es testigo de estos fenómenos.

Reflexión de Perspectivas Filosóficas y Espirituales: Esta frase encuentra


resonancia en varias tradiciones filosóficas y espirituales, incluyendo la
filosofía oriental y enseñanzas de prácticas meditativas y
contemplativas. Por ejemplo, en algunas corrientes del budismo, se
enfatiza que la verdadera naturaleza de uno mismo no está en los
fenómenos cambiantes sino en la naturaleza de la consciencia misma.

Invitación a una Mayor Autoconciencia: Esta afirmación puede servir


como una invitación a explorar más profundamente la naturaleza de la
propia consciencia y a reconocer la diferencia entre el "yo" que observa
y los fenómenos que son observados.

En resumen, "no soy lo percibido, sino el que percibe" apunta a una


comprensión más profunda de la naturaleza de la consciencia y la
identidad, enfatizando la distinción entre el observador y lo observado, y
sugiriendo que la esencia de uno mismo reside en el acto de percibir.

EL YO – CONCEPTO
El yo-concepto es uno mismo en cuanto objeto de categorizaciones y
evaluaciones verbales sumarias. Es el “yo soy” verbal, como en: “yo soy
mayor, yo soy ansioso, yo soy amable, yo soy insignificante, yo soy
indeseable, yo soy dulce, yo soy guapo” y demás. El yo-concepto rebosa
de contenido; tal contenido es la historia que te has estado contando a ti
mismo sobre ti y tu vida. Contiene todos los pensamientos,
sentimientos, sensaciones corporales, recuerdos y compulsiones que te
has creído al pie de la letra y que has integrado en un autorretrato
verbal permanente de ti mismo. Es el yo que te resulta más familiar
porque es el resultado de las aplicaciones habituales del lenguaje a ti
mismo y a tu vida. En términos de trampa de sufrimiento, el yo-concepto
resulta el más peligroso. Y ello es así porque el yo-concepto encaja en
una historia que te proporciona razones para tus acciones y un yo que da
coherencia a tus experiencias. Es una especie de cómoda –pero
asfixiante– coherencia que conduce implacablemente a “más de lo
mismo”.

El yo como proceso de una autoconsciencia continua.


Autoconsciencia continua es el conocimiento fluido, continuo, de las
propias experiencias en el presente. Se parece al yo-concepto en que
también se le aplican categorías verbales al yo. Se diferencia de él
porque, en vez de ser contundentes y evaluativas, tales categorías son
descriptivas, no evaluativas, formuladas en presente y flexibles: “Ahora
estoy sintiendo esto”, “ahora estoy sintiendo aquello”, “ahora estoy
recordando esto”, “ahora estoy viendo aquello”.
El yo observador
Es probable que el yo observador sea la forma de considerar al yo que,
verbalmente, te resulta menos familiar; a pesar de que constituye la
vertiente más importante del ser y de que te ha estado acompañando
durante mucho tiempo. Se le conoce con diferentes denominaciones:
“yo
como contexto”, “yo trascendente”, “yo espiritual”, “yo vacío” y “yo
observador” son solo unas cuantas. Más adelante las vamos a utilizar.
LA METAFORA DEL TABLERO DE AJEDREZ
La metáfora del ajedrez
Imagina un tablero de ajedrez que se extiende hasta el infinito en todas
direcciones. Sobre este escenario empiezan a aparecer diferentes piezas.
Unas son negras y otras blancas, igual que en una partida de ajedrez. Se
aproximan al centro del tablero y empiezan a alinearse en dos equipos
distintos, en lugares enfrentados del tablero. Ahora, imagina que cada
una de esas piezas representa una emoción distinta, una cognición, un
recuerdo o una sensación. Algunas de las piezas son positivas:
sentimientos de felicidad, alegría y placer o recuerdos de cariño; todas
ellas se reúnen en un mismo equipo mientras que algunas otras piezas
representan tu dolor, miedos y fracasos. Quizás estés profundamente
deprimido o tal vez hayas sido diagnosticado con un trastorno de
ansiedad. Comprueba y verás que los pensamientos y sentimientos
negativos asociados a estas condiciones se reúnen también en otro
equipo. Pero este es un equipo muy diferente del conjunto positivo.
Ahora, imagina que algunas piezas establecen un combate. Es una guerra
larga y sangrienta en la que muchas piezas están resultando aplastadas o
son despedazadas a tu alrededor. Esta batalla se ha venido librando
durante años. Las piezas negras están luchando contra las blancas,
esforzándose por avanzar, mientras que las piezas blancas, a la
desesperada, retroceden al tiempo que intentan, con todas sus fuerzas,
no terminar siendo capturadas por el enemigo. Tienen que luchar
porque, desde el punto de vista de cada “equipo”, los adversarios
suponen una amenaza para su existencia.

Ser quién eres, no quien no eres


¿Qué tal si resultara que eres el tablero sobre el que se está jugando la
partida? Piénsalo. ¿Qué significaría eso para ti? ¿Qué pasaría si no te
definieras por tu sufrimiento, sino que, más bien, fueras su contenedor
consciente? ¿Qué significaría eso para ti?
Empezar a ver las cosas desde la perspectiva del tablero es ponerse en
contacto con el yo observador. Todas las piezas se mantienen sobre el
tablero mientras siguen jugando su partida interminable. Solo hay dos
cosas que puede hacer el tablero desde el “nivel tablero”: 1) sostener a
las piezas (a todas ellas) y, 2) llevárselas consigo de viaje cada vez que el
tablero se desplace. Para desembarazarte de alguna de las piezas
tendrías que pasar de ser quien eres (un ser humano consciente,
perfectamente informado de todas esas reacciones, es decir, desde el
nivel del tablero) a quien no eres (identificado únicamente con algunas
emociones, pensamientos o recuerdos específicos y no con otros). Dicho
de otra manera: Para empezar, tú jamás estuviste realmente en esa
guerra. Todo fue una simple ilusión.

LA FELICIDAD SEGÙN LOS BUDISTAS

Según el budismo, la mayoría de la gente identifica la felicidad con


sensaciones placenteras, al tiempo que identifica el sufrimiento con
sensaciones desagradables. Por lo tanto, la gente atribuye una gran
importancia a lo que siente, y anhela experimentar cada vez más
sensaciones placenteras al tiempo que evita las dolorosas. Sea lo que
fuere que hacemos a lo largo de nuestra vida, ya sea rascarnos una
pierna, movernos ligeramente en la silla o librar guerras mundiales, solo
estamos intentando obtener sensaciones agradables. El problema, según
el budismo, es que nuestras sensaciones no son más que vibraciones
pasajeras, que cambian a cada momento, como las olas del océano. Si
hace cinco minutos me sentía gozoso y con un fin determinado, ahora
estas sensaciones han desaparecido y quizá me sienta triste y abatido.
De modo que si quiero experimentar sensaciones agradables, he de
buscarlas constantemente, al tiempo que alejo las sensaciones
desagradables. Aun en el caso de que tenga éxito, tengo que empezar de
nuevo todo el proceso, sin siquiera obtener ninguna recompensa
duradera por mis esfuerzos. ¿Qué hay de tan importante en la obtención
de estos premios efímeros? ¿Por qué esforzarnos tanto para conseguir
algo que desaparece casi tan pronto como surge? Según el budismo, la
raíz del sufrimiento no es ni la sensación de dolor ni la tristeza, ni
siquiera la falta de sentido. Más bien, el origen real del sufrimiento es la
búsqueda continua e inútil de sensaciones fugaces, que hace que
estemos en un estado de tensión constante, de desazón y de
insatisfacción. Debido a esta búsqueda, la mente nunca está satisfecha.
Incluso cuando experimenta placer no está contenta, porque teme que
esta sensación desaparezca pronto, y anhela que dicha sensación
permanezca y se intensifique. La gente se libera del sufrimiento no
cuando experimenta este o aquel placer pasajero, sino cuando
comprende la naturaleza no permanente de todas sus sensaciones y deja
de anhelarlas.

SAPIENS: DE ANIMALES A DIOSES. YUVAL NOAH HARARI. PAG. 1563

LA MEDITACIÒN DE LOS BUDISTAS

En la meditación se supone que uno observa de cerca su mente y su


cuerpo, presencia la aparición y desaparición incesante de todas sus
sensaciones, y se da cuenta de lo inútil que es intentar conseguirlas.
Cuando la búsqueda se detiene, la mente se vuelve más relajada, clara y
satisfecha. Siguen surgiendo y pasando todo tipo de sensaciones (alegría,
ira, aburrimiento, lujuria), pero cuando uno deja de anhelar sensaciones
concretas, estas se aceptan sencillamente por lo que son. Uno vive en el
momento presente en lugar de fantasear acerca de lo que pudo haber
sido. Es como un hombre que permanece durante décadas en la playa,
abrazando algunas olas «buenas» e intentando impedir que se
desintegren, mientras que simultáneamente aparta las olas «malas»
para evitar que se acerquen a él. Un día tras otro, el hombre sigue de pie
en la playa, volviéndose loco con su ejercicio infructuoso. Finalmente, se
sienta en la arena y simplemente deja que las olas vengan y se vayan a
su antojo. ¡Qué apacible!

SAPIENS: DE ANIMALES A DIOSES. YUVAL NOAH HARARI. PAG. 1564


La mayoría de la gente se identifica equivocadamente con sus
sentimientos, pensamientos, gustos y aversiones. Cuando sienten ira,
piensan «Estoy enfurecido. Esta es mi ira». En consecuencia, pasan su
vida evitando algunos tipos de sensaciones y en busca de otras. Nunca se
dan cuenta de que no son sus sensaciones, y que la búsqueda incesante
de determinadas sensaciones no hace más que dejarlos atrapados en la
desdicha.

Según las ciencias de la vida, la felicidad y el sufrimiento no son otra cosa


que equilibrios diferentes de las sensaciones corporales. Nunca
reaccionamos a acontecimientos del mundo exterior, sino solo a
sensaciones de nuestro propio cuerpo. Nadie padece por haber perdido
el empleo, por haberse divorciado o porque el gobierno decidió entrar
en guerra. Lo único que hace que la gente sea desgraciada son las
sensaciones desagradables en su propio cuerpo. Ciertamente, perder el
empleo puede desencadenar la depresión, pero la propia depresión es
una especie de sensación corporal desagradable. Hay mil cosas que
pueden enojarnos, pero el enojo nunca es una abstracción. Siempre se
siente como una sensación de calor y tensión en el cuerpo, que es lo que
hace que el enojo sea tan exasperante. No en vano decimos que
«ardemos» de ira.
Por el contrario, la ciencia dice que nadie alcanza la felicidad
consiguiendo un ascenso, ganando la lotería o incluso encontrando el
amor verdadero. La gente se vuelve feliz por una cosa y solo una: las
sensaciones placenteras en su cuerpo. Imagine el lector que es Mario
Götze, centrocampista de la selección alemana de fútbol en la final de la
Copa del Mundo de 2014 contra Argentina; ya han pasado ciento trece
minutos sin que se haya marcado un gol. Solo quedan siete antes de que
empiece la temida tanda de lanzamiento de penaltis. Unos 75 000
aficionados excitados llenan el estadio de Maracaná, en Río de Janeiro, e
incontables millones siguen ansiosos el partido en todo el mundo. Y ahí
está usted, a pocos metros de la portería argentina, cuando André
Schürrle le hace un pase magnífico. Usted detiene el balón con el pecho,
que cae hasta su pierna, lo chuta al vuelo y ve como supera al portero
argentino y va a parar al fondo de la red. ¡Gooooool! El estadio
erupciona como un volcán. Decenas de miles de personas gritan como
locos, los compañeros de equipo se abalanzan sobre usted para
abrazarlo y besarlo, millones de personas en casa, en Berlín y Múnich, se
derrumban llorando ante las pantallas de los televisores. Usted está
extático, pero no porque el balón haya entrado en la portería argentina
o por las celebraciones que se producen en los Biergarten bávaros: en
realidad, está reaccionando a la tempestad de sensaciones que tienen
lugar en su interior.
Unos escalofríos le recorren la columna vertebral, oleadas de
electricidad le surcan el cuerpo, y siente que se disuelve en infinidad de
bolas de energía que explotan. El lector no tiene que marcar el gol de la
victoria en la final de la Copa del Mundo para sentir estas sensaciones. Si
acaba de enterarse de que ha conseguido un ascenso inesperado en el
trabajo y empieza a saltar de alegría, está reaccionando al mismo tipo de
sensaciones. Los planos más profundos de su mente no saben nada de
fútbol ni de puestos de trabajo. Solo conocen sensaciones. Si le
ascienden en el trabajo pero, por alguna razón, no experimenta
sensaciones placenteras, no se sentirá muy satisfecho. También es cierto
lo contrario: si acaba de ser despedido (o de perder un partido de fútbol
decisivo), pero experimenta sensaciones muy placenteras (quizá porque
se tomó alguna pastilla), todavía podría sentirse en la cima del mundo.
La mala noticia es que las sensaciones placenteras desaparecen
rápidamente, y más pronto o más tarde se transforman en sensaciones
desagradables. Incluso marcar el gol de la victoria en la final de la Copa
del Mundo no garantiza el éxtasis de por vida. En realidad, puede que
todo vaya cuesta abajo desde ese momento. De manera parecida, si el
año pasado conseguí un ascenso inesperado en el trabajo, puede que
todavía ocupe el nuevo puesto, pero las sensaciones muy agradables que
experimenté al oír la noticia desaparecieron al cabo de pocas horas. Si
quiero volver a sentir aquellas maravillosas sensaciones, debo obtener
otro ascenso. Y otro. Y si no consigo ningún ascenso, puede que termine
sintiéndome mucho más amargado e irascible que si hubiera continuado
siendo un humilde pelagatos.

Todo esto es culpa de la evolución. Durante incontables generaciones,


nuestro sistema bioquímico se adaptó a aumentar nuestras
probabilidades de supervivencia y reproducción, no nuestra felicidad. El
sistema bioquímico recompensa los actos que conducen a la
supervivencia y a la reproducción con sensaciones placenteras. Pero
estas no son más que un truco efímero para vender. Nos esforzamos
para conseguir comida y pareja con el fin de evitar las desagradables
sensaciones del hambre y de gozar de sabores agradables y orgasmos
maravillosos. Pero los sabores agradables y los orgasmos maravillosos
no duran mucho, y si queremos volver a sentirlos, tenemos.
que ir en busca de más comida y más parejas. ¿Qué habría ocurrido si
una mutación rara hubiera creado una ardilla que, después de comer
una única nuez, gozara de una sensación duradera de dicha?
Técnicamente, esto podría hacerse reprogramando su cerebro. ¿Quién
sabe?, a lo mejor le ocurrió realmente a alguna afortunada ardilla hace
millones de años. Pero si fue así, dicha ardilla gozó de una vida muy feliz
y muy corta, y ese fue el fin de la mutación rara. Porque la arrobada
ardilla no se habría molestado en buscar más nueces, y mucho menos
parejas. Las ardillas rivales, que se sentían de nuevo hambrientas a los
cinco minutos de haber comido una nuez, tuvieron muchas más
probabilidades de sobrevivir y de transmitir sus genes a la siguiente
generación. Por la misma razón, las nueces que nosotros, los humanos,
queremos recolectar (trabajos lucrativos, grandes casas, parejas de buen
ver) rara vez nos satisfacen durante mucho tiempo.
Hay quien dirá que esto no es tan malo, porque no es el fin lo que nos
hace felices: es el viaje. Escalar el Everest es más satisfactorio que
hallarse en la cumbre; los flirteos y el juego previo son más excitantes
que el orgasmo, y realizar experimentos de laboratorio que producirán
resultados importantes es más interesante que recibir encomios y
premios. Pero esto apenas cambia el panorama. Solo indica que la
evolución nos controla con una amplia gama de placeres. A veces nos
seduce con frescas sensaciones de dicha y tranquilidad, mientras que en
otras ocasiones nos incita a seguir adelante con sensaciones excitantes
de euforia y emoción. Cuando un animal busca algo que aumente sus
probabilidades de supervivencia y reproducción (por ejemplo, comida,
pareja o nivel social), el cerebro produce sensaciones de alerta y
excitación, que impulsan al animal a hacer esfuerzos todavía mayores,
porque son muy agradables. En un experimento famoso, los científicos
conectaron unos electrodos al cerebro de varias ratas que les permitían
generar sensaciones de excitación simplemente presionando un pedal.
Cuando a los animales se les dio a escoger entre una comida sabrosa y
presionar el pedal, prefirieron el pedal (de manera muy parecida a como
los niños prefieren seguir con los videojuegos a ir a cenar). Las ratas
presionaron el pedal una y otra vez, hasta que se desplomaron de
hambre y agotamiento. También los humanos prefieren la excitación de
la carrera a descansar en los laureles del éxito. Pero lo que hace que la
carrera sea tan atractiva son las sensaciones estimulantes que lleva
aparejadas. Nadie desearía escalar montañas, jugar con videojuegos o
participar en citas a ciegas si tales actividades estuvieran acompañadas
únicamente de desagradables sensaciones de estrés, desesperanza o
aburrimiento.
Pero ¡ay!, las excitantes sensaciones de la carrera son tan efímeras como
las sensaciones dichosas de la victoria. El donjuán que goza de la
emoción de un encuentro nocturno, el hombre de negocios que disfruta
mordiéndose las uñas mientras ve cómo el Dow Jones sube y baja y el
jugador que lo pasa bien matando monstruos en la pantalla del
ordenador no encontrarán ninguna satisfacción recordando las
aventuras de ayer. Al igual que las ratas que presionan el pedal una y
otra vez, también los donjuanes, los magnates de los negocios y los
jugadores necesitan un nuevo chute cada día. Peor aún: también aquí las
expectativas se adaptan a las condiciones, y los retos de ayer se
convierten con demasiada celeridad en el tedio de hoy. Quizá la clave de
la felicidad no sea ni la carrera ni la medalla de oro, sino combinar las
dosis adecuadas de excitación y tranquilidad; pero la mayoría tendemos
a saltar directamente del estrés al aburrimiento y de nuevo al estrés, y
estamos igual de descontentos con el uno como con el otro.

Hace unos dos mil trescientos años, Epicuro advirtió a sus discípulos que
era probable que la búsqueda desmesurada de placer los hiciera más
desgraciados que felices. Un par de siglos antes, Buda había hecho una
afirmación todavía más radical al enseñar que la búsqueda de
sensaciones placenteras es en realidad la raíz misma del sufrimiento.
Dichas sensaciones son solo vibraciones efímeras y sin sentido. Incluso
cuando las sentimos, no reaccionamos ante ellas con alegría; por el
contrario, ansiamos más. De ahí que, por muchas que vaya a sentir, las
sensaciones dichosas o emocionantes nunca me satisfarán. Si identifico
la felicidad con sensaciones placenteras y fugaces, y anhelo
experimentarlas cada vez en mayor cantidad, no tengo más opción que
buscarlas de forma constante. Cuando finalmente las consigo,
desaparecen enseguida, y, puesto que el simple recuerdo de los placeres
pasados no me satisfará, tendré que volver a empezar una y otra vez .
Incluso si prolongo esta búsqueda durante décadas, nunca me
proporcionará ningún logro duradero; por el contrario, cuanto más
anhelo esas sensaciones placenteras, más estresado e insatisfecho me
sentiré. Para conseguir la felicidad real, los humanos necesitan
desacelerar la búsqueda de sensaciones placenteras, no acelerarla. Esta
visión budista de la felicidad tiene mucho en común con la visión
bioquímica. Ambas coinciden en que las sensaciones agradables
desaparecen con la misma rapidez con que surgen, y que mientras las
personas deseen sensaciones placenteras sin, en realidad,
experimentarlas, seguirán sintiéndose insatisfechas. Sin embargo, este
problema tiene dos soluciones muy diferentes. La solución bioquímica es
desarrollar productos y tratamientos que proporcionen a los humanos
un sinfín de sensaciones placenteras, de modo que nunca nos falten. La
sugerencia de Buda era reducir nuestra ansia de sensaciones agradables
y no permitir que estas controlen nuestra vida. Según Buda, podemos
entrenar nuestra mente para que aprenda a observar detenidamente
cómo surgen y pasan constantemente dichas sensaciones. Cuando la
mente sepa ver nuestras sensaciones como lo que son, vibraciones
efímeras y sin sentido, dejará de interesarnos buscarlas. Porque ¿qué
sentido tiene correr tras algo que desaparece tan deprisa como aparece?

Cuando la mente sepa ver nuestras sensaciones como lo que son,


vibraciones efímeras y sin sentido, dejará de interesarnos buscarlas.
Porque ¿qué sentido tiene correr tras algo que desaparece tan deprisa
como aparece?

ChatGPT
El pasaje del historiador Yuval Noah Harari sugiere una perspectiva
basada en la meditación y la contemplación de las sensaciones humanas.

Ver las Sensaciones como Vibraciones Efímeras y Sin Sentido: Harari nos
invita a observar nuestras sensaciones (como emociones, deseos, o
incluso pensamientos) sin aferrarnos a ellas. Describe estas experiencias
como "vibraciones efímeras y sin sentido". Aquí, "efímeras" significa que
son temporales y pasajeras, y "sin sentido" sugiere que no tienen un
significado intrínseco más allá de ser experiencias que ocurren en
nuestra mente y cuerpo.

Dejar de Interesarnos en Buscarlas: Si vemos nuestras sensaciones de


esta manera, es menos probable que nos sintamos apegados o
impulsados a perseguirlas o evitarlas. Al reconocer que son transitorias y
no fundamentales para nuestra esencia, podemos experimentarlas sin
identificarnos plenamente con ellas.

Reflexión sobre la Futilidad de la Búsqueda Constante: Harari nos desafía


a cuestionar por qué deberíamos invertir una gran cantidad de energía
en perseguir sensaciones que, aunque pueden ser poderosas en el
momento, desaparecen rápidamente. La naturaleza efímera de estas
experiencias sugiere que no tienen un valor duradero en sí mismas.

En resumen, el pasaje de Harari aboga por una perspectiva desapegada


hacia nuestras sensaciones y emociones, invitándonos a verlas como
fenómenos transitorios y a considerar si tiene sentido perseguirlas o
aferrarnos a ellas de manera excesiva. Esto se alinea con ideas presentes
en prácticas de meditación y mindfulness, donde se promueve la
observación objetiva y no apegada de la experiencia interna.

FUSION COGNITIVA
El sufrimiento tiene lugar cuando la gente se cree firmemente el
contenido literal de su mente y se “fusiona” con sus cogniciones. En este
estado de fusión, la persona no puede distinguir su consciencia de sus
narraciones cognitivas debido a que cada pensamiento y su referente
están sólidamente unidos. Esta combinación significa que es muy
probable que la persona siga ciegamente las instrucciones que le son
transmitidas socialmente a través del lenguaje.
Sin embargo, raramente somos conscientes de nuestros ojos y del
proceso de ver a pesar de que constantemente contemos con nuestra
habilidad de ver. Nos damos cuenta de los cambios en lo que vemos,
pero no apreciamos el hecho de ver. De forma similar, somos
conscientes de los contenidos de la conciencia, pero no de la conciencia
en sí misma. Esta dimensión del yo como una perspectiva libre de
contenido, aunque persistentemente presente, no es el yo que
identificamos cuando nos preguntan «¿quién eres?». Cuando se nos
hace esa pregunta, no es probable que contestemos «yo soy esa
perspectiva única que ha estado siempre donde yo he estado, que ha
visto todo lo que yo he visto y que ha experimentado todo lo que yo he
experimentado». En vez de eso, cuando se pregunta por quién eres, la
gente suele responder con una serie de afirmaciones como las
siguientes: «yo soy...». El espacio en blanco puede completarse con una
gran variedad de cosas tales como los papeles de uno en su vida, los
pensamientos, las emociones, las disposiciones psicológicas, los
recuerdos y los estados corporales. Por ejemplo:
Yo soy alto/a.
Yo soy optimista.
Yo soy un/a trabajador/a nato/a.
Yo soy un/a amante divertido/a.
Yo soy una persona comprensible.
Soy una persona que está bien con otros.
Yo soy un padre o una madre.
Soy una persona que creció huérfana.
O quizá responda:
Soy débil.
Soy estúpido/a.
Soy indigno/a.
Estoy deprimido/a.
Estoy aburrido/a.
Soy una persona que no puede mantener una
relación.
Soy un fracaso.

La distinción entre el yo-como-contexto y el yo-como-contenido hace


posible una aceptación radical. Es más fácil aceptar que uno tiene algo
malo que aceptar que uno es malo. Un efecto secundario del lenguaje es
que llegamos a identificamos con el contenido de la conciencia. Incluso
la estructura misma del habla se confabula para reforzar esta
identificación. No decimos «tengo ansiedad», sino «estoy ansioso». No
decimos «ser padre es una de mis facetas», sino «soy padre». No
afirmamos «tengo un cuerpo fuerte», sino «soy fuerte». Si la
identificación con tal autoconcepto es poderosa, la ruptura del
autoconcepto puede hacer muy difícil el ajuste a las nuevas
contingencias. Cuando una carrera profesional finaliza, cuando un hijo
muere, cuando se pierde la salud, las personas a menudo manifiestan
padecer una crisis de identidad. Los toxicómanos pueden llegar' a
identificase con pensamientos tales como «no puedo aguantar estas
ansias», «no puedo permanecer limpio, pues me quedo muy deprimido»
o «no haré nunca nada bueno en mi vida». Hasta el punto en que se
responda a estos pensamientos en términos de su sentido literal, más
que como simples pensamientos, la recuperación puede ser dificultosa.
Si han perdido la distinción entre esos pensamientos (yo-como-
contenido) y el yo que «tiene» esos pensamientos (yo-como-contexto),
la recuperación es, probablemente, muy difícil. En todo caso, se trata de
enseñar al cliente que hay una persona consciente, que se da cuenta de
la persona que está detrás de sus ojos, que es consciente de que es
consciente.
FOMENTANDO UN YO-CONTEXTO: ALTERANDO LA LITERALIDAD Y
DISTINGUIENDO ENTRE CONTEXTO Y CONTENIDO DEL YO

TOMAR DISTANCIA O HACER ESPACIO EN RELACION CON EL OBJETO


Imagínate ahora, que tomas este sentimiento y lo colocas a unos cuantos
pasos delante de ti. Más tarde ya volverás a recogerlo; así, si te plantea
alguna queja por colocarlo ahí fuera, hazle saber que volverás luego a
por él. Mira si puedes depositarlo en el suelo, frente a ti, en la misma
habitación en la que estás leyendo. Puede que te ayude el hecho de
cerrar los ojos para imaginártelo y cuando lo hayas visualizado, abre los
ojos el tiempo necesario para seguir leyendo la siguiente cuestión.
Luego, cierra otra vez los ojos, observa lo que se te ocurre en respuesta a
las preguntas y deja que ese sentimiento adopte las propiedades que te
vengan a la cabeza. El ejercicio puede que te parezca un poco extraño
pero no dejes de hacerlo.
SENSACION CORPORAL
Ahora, céntrate en esa sensación física concreta. Si surgen otras
vivencias (pensamientos, emociones, recuerdos, sensaciones corporales
diferentes), hazles saber que te ocuparás de ellas más tarde y céntrate
en esa sensación corporal originaria. Observa dónde empieza y dónde
termina la sensación. Nota en qué lugar de tu cuerpo se localiza
exactamente. Si tuvieras que hacer una escultura con la forma de esa
sensación, ¿qué aspecto tendría? Mira si puedes “soltar la cuerda”
respecto a esa sensación. ¿Tiene que ser tu enemiga? ¿Puedes acogerla
exactamente tal como es? Si encuentras que hay alguna resistencia,
forma una figura que sea idéntica al cien por cien a la sensación y
colócala en el lugar donde se ubicaba la sensación de manera que, en
cualquier lugar en el que se asentara la sensación, tengas ahora esta otra
sensación idéntica que tú has creado. Son idénticas, pero ésta es una
creación tuya. Mira si puedes permitir que esta sensación permanezca
ahí, tal como es, en vez de intentar escapar de ella. ¿Cómo sería? No
estás prometiéndote a ti mismo que vas a hacer siempre esto que estás
haciendo pero, de momento, mira si puedes hacerlo.

Ahora, céntrate en esa sensación corporal específica. Observa dónde


empieza y dónde termina. Advierte exactamente en qué lugar del cuerpo
se sitúa. Y, de nuevo, comprueba si puedes renunciar a toda lucha contra
esa sensación. Está bien sentir esa sensación (no “bien” como a ti te
gustaría, sino “bien” en el sentido de que la reconoces y le permites que
sea como es). Tómate unos momentos y siéntate con ese sentimiento
hasta que percibas que estás un poco más dispuesto a acoger ese
sentimiento en tu cuerpo. Si ves que estás hablando contigo mismo
sobre todo esto, eso es un pensamiento. No estamos ocupándonos aún
de los pensamientos. Así que vuelve a percibir la sensación y mira si
puedes renegociar tu relación con ella. ¿Estás dispuesto a sentir lo que
ya estás sintiendo?
Tómate unos momentos para observar otras sensaciones corporales
específicas. Puedes repetir el proceso tantas veces como quieras con
cada sensación corporal. Después de unos instantes, puedes continuar y
percibir cada una de las pequeñas punzadas o cualquier otra reacción
que surja sin dedicarle demasiado tiempo a cada una. Cada vez que surja
alguna, reconócela y salúdala. Lo mismo que harías con un conocido que
te cruzas por la calle. Dale la bienvenida y reconócela sin discutir, sin
darle la razón ni hacer nada de lo que diga, sin resistirte, defenderte o
cualquier otra cosa.

SIENTE LA EMOCION EMERGENTE


Céntrate en esa emoción concreta, mira si puedes decidir permanecer
junto a ella en lugar de evitarla. Comprueba si consideras que está bien
sentir esa emoción concreta. El objetivo no es que te llegue a gustar ni
que te disguste esa emoción. No estamos evaluando nada. El objetivo es
sentirla tal cual es sin rechazos ni defensas. Procura no dispersarte hacia
otros ámbitos como pensamientos o impulsos; solo céntrate en esa
emoción específica.
Como ya te has abierto a esa emoción concreta, mira si te puedes abrir
un poco más. De nuevo, comprueba si realmente puedes elegir acercarte
a esa emoción en lugar de escapar de ella. Comprueba si, en este preciso
momento, puedes permanecer con esa emoción. Tómate unos minutos y
siéntate junto a esa emoción hasta que te puedas sentir un poco más
abierto a ella.
Después de uno o dos minutos, mira de nuevo y si te parece que hay
otras emociones a las que debas atender, reconócelas, dales la
bienvenida. A medida que vayan surgiendo, dales la bienvenida. Anota
debajo el nombre de las emociones que surjan, una detrás de otra. No
sigas adelante hasta que sientas que estás empezando a “soltar la
cuerda” (p. ej.: que estás dejando de resistirte tanto) de la emoción en la
que te estás centrando.

En ACT se usan algunos ejercicios de meditación con el fin de ayudar a


los clientes a experimentar un sentido de sí mismos como
independientes de sus roles, pensamientos, emociones y estados
corporales. Roberto Assagioli (1971) empleaba un ejercicio experiencial
que modificado se emplea como técnica central en ACT para ayudar a
nuestros clientes a notar un «yo» que trasciende roles, pensamientos,
emociones, el propio cuerpo y otras cosas con las cuales llegamos a estar
excesivamente identificados (véase ejercicio del observador, Hayes et al„
1999, pp. 193-196). También usamos metáforas, tales como los
«muebles y la casa», en la cual la persona es la casa y sus pensamientos
emociones y estados corporales constituyen el mobiliario. Los muebles
no son, ni pueden ser minea, la casa: el mobiliario es el contenido de la
casa. Que el mobiliario se considere bueno o malo en realidad no dice
nada acerca del valor de la casa.
Ciertas metáforas pueden permitir la diferenciación esencial entre los
dominios del yo, el dominio conceptual y el dominio del yo-contexto. Es
la conciencia del proceso flexible y continuo de la actividad verbal en la
que se esté implicado. Se trata de resaltar que lo que ocurre ocurre, que
tener un pensamiento es tener un pensamiento, que tener una
evaluación es simplemente eso, un contenido, una evaluación, sin que
haya que hacer nada al respecto. Al hacerlo sin crítica, sin juicio añadido,
sin sumar ni sustraer nada, tan sólo notar el proceso y el contenido
desde el yo-contexto, se comienza a alterar la literalidad o fusión
cognitiva.

SOY EL TABLERO, NO LAS PIEZAS


Terapeuta: Desde luego, ¿dónde estarían las piezas, sus pensamientos,
sin usted para darse cuenta de que ellas están?... Las piezas no pueden
existir sin usted. Ellas no le sujetan, mejor es usted quien las mantiene a
todas. Tenga en cuenta que desde la posición de tablero la guerra entre
las piezas realmente no importa, da igual que estén situadas de un modo
que de otro. El tablero no cambia. Es más, siendo tablero, usted puede
ver todas las piezas, estar en contacto muy cercano con las piezas y ver
cómo se mueven. Y además, usted puede moverse en las direcciones que
son valiosas para usted mientras ve tales piezas y sus movimientos.

TERAPEUTA (cuidadosamente interrumpe esta cadena de razones): Ya,


buscar eso ¿es algo familiar para tí?
Cliente: Sí, es lo mismo de siempre, buscar algo para no volver a tener
esto nunca más.
T erapeuta: Y tú lo sabes bien, ¿cómo te ha ido?, ¿qué te dice tu
experiencia cuando has tratado por todos tus medios de no volver a
tener esos pensamientos, esos recuerdos, esas sensaciones...?
C l i e n t e (llorando): Entonces, tampoco v o y a conseguir ser tablero
siempre. Terapeuta: De eso se trata; si en un momento te peleas con las
fichas, intentas controlarlas y te das cuenta y sabes por tu experiencia
dónde te conduce eso, ¿qué puedes hacer?
Cliente: Dejar de pelear con las fichas. Saltar de ahí y ponerme como
tablero. Terapeuta: Sólo una cosa es segura: cuanto más practiques ese
«salto», más habilidad tendrás para situarte a nivel del tablero cuando
estés enfrascada con las fichas. Es como practicar con la bici. La práctica
te hace hábil pero no te garantiza que no te caigas. Nadie puede
garantizar si uno se va a caer de la bici, se cae incluso el ciclista más
experto, Pero si uno se cae, si uno se encuentra al nivel de las fichas, sólo
tienes que saltar como tú dices, y eso se consigue con la práctica de
darte cuenta de que estás haciendo caso a las fichas, peleando con ellas
y, entonces, abandonas la lucha, las dejas, y te resitúas en la dirección
elegida (pausa). Y cuando otra vez te veas iniciando la lucha, sólo tienes
que abandonarla. La práctica es darte cuenta de que estás peleando con
las fichas. Es darte cuenta de que al hacer caso a los pasajeros de tu
autobús te has salido de la carretera, pero como tú eres quien conduce,
sólo tienes que girar el volante en la dirección conveniente para ti. Eso
sí, oyendo a todos los pasajeros, a los que te animan y a los amenazantes
y críticos que te desaniman (pausa). ¿Qué pasajeros tienes ahora, qué
fichas andan por ahí (pausa)! Da dos pasos hacia atrás y contémplalas
desde el tablero.
NO SOY MIS EMOCIONES

No soy mis emociones, soy algo más: ahora examinemos sus emociones.
Piense en aquel momento en el que usted estaba tan triste como no ha
vuelto a estar nunca más. Déjese deslizar en esa experiencia por un
instante. Ahora imagine aquel momento en que estuvo más feliz que
nunca. Imagine un ejemplo concreto. Cuando lo tenga en mente,
permítase deslizarse en esa situación. Permítase sentir lo que sentía al
estar allí... al sentir aquello. Ahora piense en alguna ocasión en la que
estuviera aburrido. Represéntese esa situación y sumérjase en ella.
Recuerde ahora alguna vez en que estuviera contrariado. Imagínela.
Imagine estar, en aquella situación. Ahora represéntese una ocasión en
que estuviera enamorado. Sienta como sentía aquello. Quiero que note
que, a través de todos esos cambios, el usted que estaba triste es el
mismo usted que estaba feliz. El usted que estaba enamorado es el
mismo usted que estaba aburrido. Advierta que, aunque sus emociones
han cambiado constantemente, había un usted que tenía todas esas
emociones. Sólo por un momento, caiga en la cuenta de que, aunque
tenga emociones, usted no es sus emociones. Note que, aunque sus
emociones han cambiado a lo largo de su vida, en todo momento había
un «usted» que permanecía siempre el mismo . Él usted que tenía esas
emociones es el mismo usted que está; aquí; ahora/ Por Un momento,
tan sólo, déjese notar este hecho fundamental: «aunque tengo
emociones, yo no soy mis emociones».

NO SOY MIS PENSAMIENTOS


No soy mis pensamientos, soy algo más: examinemos ahora un área en
verdad muy peliaguda. Examinemos sus pensamientos. Piense en
cuando era estudiante y note que usted pensaba un montón de cosas
acerca de ser estudiante. Advierta que usted puede no haber pensado
nada en absoluto de eso en los últimos años. Caiga en la cuenta de que,
en ese tiempo, usted podía tener pensamientos acerca de sus amigos de
la escuela. Ahora recapacite cuándo fue la última vez que pensó en ellos.
Quizá no haya pensado en ellos durante años. Vea si puede recordar
alguna ocasión en la que usted pensaba que algo era verdadero y que
ahora no piensa que sea verdad. Puede que cuando era niño pensará
que existía Santa Claus, pero ahora no lo piensa así. Puede que alguna
vez usted pensara que se casaría y que viviría feliz para siempre, pero
ahora no lo piensa así. Tal vez usted pueda recordar un tiempo en el que
pensaba mucho en la política, pero ahora quizá no lo haga. O puede que
sea justo, al contrario, que ahora piense en cosas en las que entonces no
pensaba. Note que antes de esta sesión usted podría haber estado
pensando sobre qué hablaríamos hoy. Quizá justo ahora esté pensando
acerca de este ejercicio. Intente recordar en qué estaba pensando ayer a
la misma hora que hoy. Trate de recordar qué estaba pensando la
semana pasada, a esta misma hora. Ahora, advierta que el usted que
estaba pensando acerca de eso la semana pasada es el mismo usted que
está aquí, ahora mismo, pensando en esto. Note que ese sí mismo que
una vez creía en ciertas cosas es el sí mismo que ahora piensa de forma
diferente. Caiga en la cuenta de que, aunque sus pensamientos hayan
cambiado constantemente, había un usted que tenía todos esos
pensamientos. Por un solo instante, note que, aunque usted tenga
pensamientos, usted no es sus pensamientos. Note que, aunque sus
pensamientos han cambiado en el transcurso de su vida, todo ese
tiempo había un «usted» que permanecía el mismo. El usted que tenía
esos pensamientos es él mismo usted que está aquí ahora. Sólo por un
momento, permítase notar este hecho fundamental: «aunque tengo
pensamientos, yo no soy mis pensamientos».
CONCLUSION
Ahora, recapacite en lo que hemos revisado, roles, cuerpo, emociones,
pensamientos, en que hay una corriente de cosas que han cambiado y
que, sin embargo, usted podía notar un usted que permanecía
constante. Desde esta perspectiva, advierta todas las cosas con las que
ha estado luchando (poner ejemplos concretos de los eventos
psicológicos —pensamientos, emociones, etc.- con los cuales el cliente
ha estado luchando). Advierta que no importa cómo sean esos
pensamientos, ya que hay un usted que permanecerá a través de ellos .
No importa cómo se desarrolle la lucha, pues usted estará allí al final,
siempre, detrás de todos esos pensamientos, emociones, etc. Note que,
aunque esas cosas parecen amenazarle, usted es mucho más que todas
ellas, hay una parte de usted mismo que no está, y no ha estado nunca,
realmente amenazado. Hay un usted que persiste a todos los
pensamientos, sensaciones, recuerdos. Y ahora, en este momento,
advierta ese usted que está aquí y ahora, que está advirtiendo todo esto.

EJERCICIO DE OBSERVACION

El ejercicio de observación del flujo de experiencia privada


Le pedimos al cliente que:
a) Se coloque confortablemente en el sillón.
b) Cierre los ojos y se centre en él mismo. Le decimos: «Céntrese en
usted mismo y véase en esta habitación, véase sentado en el sillón de
esta habitación... Note la posición de sus brazos..., de sus piernas..., la
posición de sus pies..., la posición de sus manos. Note sus glúteos
presionando la silla..., y los músculos de su cara..., note los músculos
alrededor de sus ojos cerrados».
Le decimos «note su respiración, cómo el aire entra y sale por su nariz...,
note los músculos de su vientre al respirar..., el ritmo de su respiración
sin alterarlo..., sólo ponga atención a lo que ocurre...».
Ahora, le decimos, «no haga sino observar lo que venga. Observe las
sensaciones que se dan ahora mismo en su cuerpo... Dese cuenta de los
pensamientos que vienen como si los viera reflejados en una pantalla de
cine. Note cómo surgen y cómo se van..., no agarre nada y no empuje
nada..., déjelos estar como vienen y déjelos ir cuando se vayan...».
«Ahora, aprecie su estado de ánimo..., nótelo y no haga nada por
empujarlo o por retenerlo, sólo nótelo.,.».
«Ahora, note su mente juiciosa, analítica, crítica, note lo que dice sin
más..., quizá le diga que lo está haciendo mal o bien, nótelo
simplemente..., su trabajo aquí y ahora es sólo notar lo que venga...».
«Permítase a sí mismo vivenciar sus sensaciones y pensamientos en este
momento. Si tiene sensaciones o pensamientos que no le gustan, no
intente alejarlos, empujarlos o atraerlos. Si nota que no aprecia nada y
que no le viene ningún pensamiento, note ese pensamiento y esa
sensación de no notar nada. Simplemente adopte la posición de estar
abierto a cualquier sensación y pensamiento que le venga en este
preciso momento... Trate lo que venga gentilmente, con cariño, sin
pasión, como si se tratara de observar abiertamente el cielo desde la
ladera de la montaña…
«Quédese ahora por unos minutos vivenciando lo que venga...» (Al cabo
de unos minutos) ... «y ahora, vuelva a darse cuenta de su posición en
esta habitación..., de su posición en la silla, de los músculos alrededor de
sus ojos..., y cuando quiera, abra los ojos».
PERSPECTIVA
Los terapeutas ACT piden a sus clientes que sean conscientes de los
pensamientos y sentimientos etiquetándolos como tales. Más que
fusionarse con el contenido de su experiencia privada, les pedimos que
se distingan a sí mismos del contenido usando el prefijo «Yo estoy
teniendo el pensamiento de que...» o «Yo estoy teniendo la sensación
de angustia que valora como mala...». Así, en vez de decir «Nunca seré
capaz de permanecer limpio», se le pide al cliente que diga «Yo estoy
teniendo el pensamiento de que nunca estaré limpio»

OBSERVAR LOS CONTENIDOS DE LA CONSCIENCIA DESDE LA


PERSPECTIVA DEL YO COMO CONTEXTO
El terapeuta pide al cliente que se ponga en una posición cómoda, que
cierre los ojos y se centre cada vez más en su experiencia privada, que se
percate de los ruidos y la voz del terapeuta. Después, se conduce el
ejercicio hacia la experiencia del yo-contexto y desde ella a apreciar
cualquier contenido psicológico (pensamientos, sensaciones, emociones,
etc.) que ocurra. Se le pide que contemple cada contenido psicológico
que ocurra como si fuera un cuadro (se utiliza el mecanismo simbólico
que sea más apropiado a cada cliente. Por ejemplo, que lo ponga en los
carteles que llevan los soldaditos de la cabalgata, o que lo sitúe en la
pantalla del ordenador, o que lo sitúe frente a él como si fuera una
película, o que lo vea como fichas del tablero, o que lo contemple como
los mensajes que le dan los pasajeros del autobús, que los escuche como
si fueran la radio, etc.
Trascender las cogniciones. El punto crítico es que, al nivel de la
experiencia, los clientes necesitan conocer la distinción entre sí mismos y
sus cogniciones, y, más aún, que tales cogniciones pueden ser evaluadas
en términos de su utilidad para que ellos se muevan por la vida que han
elegido, por lo que valoran. Se les pregunta, insistentemente, quién está
detrás de sus pensamientos, de sus sentimientos. Se les dice que ellos
son mucho más que un pensamiento o un sentimiento, fuere el que
fuere. Se les pregunta, insistentemente, si hacer lo que les dicen esos
pensamientos y sensaciones es un signo de vitalidad para sus vidas o una
acción tóxica para cuidar sus plantas.
ENTRENAMIENTO EN EL YO COMO CONTEXTO

El sistema verbal del cliente volverá en muchas ocasiones a darle los


mismos contenidos, y el cliente ha de haberse ejercitado en distanciarse
de ellos para poder tratarlos como lo que son, fichas en el tablero,
pasajeros que no conducen el autobús. Y en el caso de que el cliente los
haya tomado en serio, éste también se habrá ejercitado muchas veces en
detectar tales giros en el volante de su autobús y en retomar de nuevo la
dirección de sus valores.
EL YO COMO CONTEXTO
Ése es el «uno mismo, el yo» que transciende aun cuando cambien
nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestros estados
corporales, y aunque cambien nuestros «yoes» conceptuales que van y
vienen en el tiempo. Es interesante este sentido del yo, que ha pensado
siempre que nosotros pensábamos, que iba donde nosotros íbamos y
que ha sentido todo lo que nosotros hemos sentido. Ese mismo yo es
enteramente estable una vez que adquiere entidad existencial lo que
ocurre temprano en la vida. Ninguno de nosotros habrá notado o puesto
en duda la existencia de ese yo al tener un pensamiento, un recuerdo,
una imagen, una emoción o una sensación corporal. No habremos
experimentado que ese «yo» desapareciera o dejara de existir al tener
alguno de estos eventos.
CONCLUSION
Sea como fuere, cuando un cliente llega a establecer un contacto
experiencial con este sentido transcendente del yo, las vicisitudes de la
vida diaria se convierten en algo mucho menos impactante. Es una
experiencia equivalente a la planteada en otros foros, en diversos
momentos históricos, diversos momentos de la vida, diversas
sociedades, y que vienen a señalar la perspectiva de uno mismo en
proyección a lo que uno valora. Sin esta perspectiva, cualquier
tratamiento aparentemente efectivo en momentos concretos puede
quedar simplemente vacío, al faltar un horizonte explícito en términos
de haber proporcionado al cliente las condiciones para un
autoconocimiento útil que le permita elegir los senderos de su vida.
IDENTIFICACION CON LA MENTE
Cuando uno está demasiado ocupado en ser quien su mente le dice que
es, le resulta imposible salirse de los hábitos normales incluso cuando,
claramente, le resultaría muy útil hacerlo.

TODOS SUFREN
Ellos lo sienten y tú lo sientes: todo el mundo sufre dolor. Todos los
seres humanos. Si uno vive lo suficiente, ya habrá experimentado o
experimentará, más adelante, la desgracia de la pérdida de alguien a
quien se ama. Cada persona concreta ha experimentado o
experimentará dolor físico. Todo el mundo ha sentido tristeza,
vergüenza, ansiedad, miedo y pérdidas. Todos tenemos recuerdos que
nos resultan embarazosos, humillantes o vergonzosos. Todos llevamos
ocultos, en el interior, secretos dolorosos. Nos esforzamos en mostrar
caras radiantes, felices, simulando que todo va bien y que nuestra vida
es inmejorable. Pero no es así y no puede ser así. El hecho de ser
humano implica sentir dolor de un modo mucho más penetrante que lo
que puedan experimentar cualesquiera otras criaturas de la tierra.

Engancharte en el “tren” de tu mente se ha convertido en un proceso


automático: te crees los pensamientos que la mente te pone delante.
Dejarse llevar por el tren era de lo más inocente: adquiriste el lenguaje;
aprendiste a hablar, a razonar y a resolver problemas. Una vez
conseguido esto, el tren de tu mente se convirtió en una presencia
permanente en tu vida y, ahora, no hay forma de que consigas parar de
pensar y de generar pensamientos. El tren de tu mente sigue y sigue su
marcha; en parte, porque el lenguaje resulta verdaderamente útil en
muchas áreas. Pero solo porque el tren esté todo el tiempo en marcha,
no significa que tú tengas que seguir en él en cada momento.
“Estar dispuesto” y aceptar significa que te das cuenta de que tú eres el
cielo, no las nubes, el océano, no las olas. Significa que comprendes que
eres lo bastante amplio como para contener todas tus vivencias, de la
misma forma que el cielo es capaz de contener cada nube y el océano
cada ola.
FUSION COGNITIVA
“Fusión cognitiva” significa que te estás tomando esas expresiones como
verdades literales y, al final, empiezas a creerte que, en realidad, tú eres
tu sufrimiento. Llega a ser muy difícil entender que tu dolor no es lo que
te define; en parte, porque resulta muy difícil ver que todo eso no son
más que pensamientos producidos por la mente.

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