Estoicismo - Textos Fuente
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“En los animales es innata la tendencia según la cual se dirigen hacia sus propios fines, pues a
ellos los instintos les orientan de acuerdo con la naturaleza. Pero a los seres racionales les ha
sido dada la razón para que se orienten de modo más perfecto, a fin de que viviendo de
acuerdo con ella, vivan también rectamente conforme a la naturaleza, pues la razón es la
directriz y guía de los instintos.”
“Del error proviene la perversión de la mente y por ello surgen muchas pasiones o
perturbaciones; pues según Zenón, la perturbación o pasión es un movimiento irracional o
contrario a la naturaleza del alma o, lo que es igual, una tendencia desorganizada”
“Dicen que, entre las cosas, unas son buenas, otras malas y otras ni buenas ni malas. Son
buenas las virtudes: prudencia, justicia, fortaleza, templanza y otras semejantes; son malas, las
opuestas a estas: la imprudencia, la injusticia, etc. Y son neutras las que ni aprovechan ni
dañan: la vida, la salud, el deleite, la belleza, la fuerza, la riqueza, la gloria, la nobleza y lo
opuestos a éstos, como son la muerte, la enfermedad, las molestias, la fealdad, la debilidad, la
pobreza, el bajo linaje y otras semejantes… Y así como es propio del calor calentar y no enfriar,
es propio del bien beneficiar y no perjudicar; pero las riquezas y la salud no son más
provechosas ni dañosas, luego ni las riquezas ni la salud son bienes.”
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¿Cuál es el hombre que sea noble de veras? El que la naturaleza ha formado para la
virtud. Es el único título de nobleza, pues si buscamos en la antigüedad de las razas, todo
hombre data de una época antes de la cual nada existía. Desde el principio del mundo hasta
nuestros días, las vicisitudes de la suerte nos han hecho pasar a todos por grados diversos,
alternativamente oscuros o brillantes. Un vestíbulo lleno de retratos borrosos no constituye la
nobleza. Nadie ha vivido para nuestra gloria; lo que pasó antes de vivir nosotros no es nuestro.
Lo que ennoblece es el alma; en todas las condiciones puede elevarse por encima de la
riqueza. Imaginemos que no eres caballero romano, sino simple liberto; pues pudieras ser el
único hombre libre entre tantos ciudadanos libres de nacimiento. ¿Cómo? No tomando al
vulgo por juez del bien y del mal; no mirando de dónde vienen sino a dónde van (…).
Carta 98: Es más fuerte el ánimo que la fortuna
Se equivoca, Lucilio, quien crea que la fortuna pueda hacernos bien ni mal; todo lo que
hace es proporcionarnos la ocasión de los bienes o los males, el comienzo de lo que redundará
en nuestro mal o nuestro bien. Es más fuerte el alma que la fortuna, sea cual fuere; adversa o
favorable, aquella conserva la manera de ser y debe a sí misma su felicidad y su desgracia. Un
alma corrompida trueca en mal todo lo que se le presenta con las mejores apariencias y en las
condiciones más propicias; un alma recta y virtuosa corrige y endereza la más siniestra fortuna,
suaviza sus rigores y aprende a soportarlos. Sabe acoger la adversidad con firmeza y
constancia. Aunque un hombre esté dotado de prudencia, y lleve a todas las cosas un espíritu
de justicia y de equidad, y no intente cosa alguna superior a sus fuerzas, no se verá en
posesión de ese bien inalterable que está libre de alarmas, si no se ha prevenido de antemano
contra todas las incertidumbres de la suerte.
Sea que contemples a los demás (pues juzgamos más libremente de lo que
personalmente no nos toca), sea que te examines a ti mismo sin parcialidad, habrás de
reconocer que entre todas las cosas que tanto deseamos no hay ninguna que pueda serte
ventajosa si no estás armado contra las inconstancias de la fortuna y sus accidentes, si no dices
cada vez que recibas un daño: “Los dioses lo han querido”. Para un hombre así dispuesto no
hay accidente posible, repetirá la máxima citada sin amargura, sin entonación de queja. Y
creerá más: que los dioses disponen lo que le conviene. ¿Quieres alcanzar esa disposición de
espíritu? Penétrate bien de los inestimables que son todas las cosas humanas, aún antes de
haber experimentado en ti mismo esa inestabilidad: posee tus hijos, tu esposa y tu patrimonio
como posesión precaria, como objetos que no deben pertenecerte siempre y, de esa manera,
si algún día los pierdes, no te sentirás desgraciado. Es digno de lástima el espíritu que se
inquieta de lo porvenir, que se aflige por anticipado, y pretende asegurar hasta el fin de su vida
el goce de los objetos que le placen. Para él no hay calma posible; pensando en lo venidero,
malogra el bien presente del que podría gozar. No hay diferencia entre la pérdida de un objeto
y el temor de perderlo. (…) Los bienes todos que supones tuyos, los tienes en tu casa, pero no
te pertenecen; no hay nada firme para un ser débil, nada indestructible para un ser
perecedero. Es tan inevitable perecer como perder; y si de esta verdad pudiéramos
penetrarnos, sería un consuelo perder con constancia lo que ha de perecer
irremediablemente.