Estoicismo - Textos Fuente

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Estoicismo

“En los animales es innata la tendencia según la cual se dirigen hacia sus propios fines, pues a
ellos los instintos les orientan de acuerdo con la naturaleza. Pero a los seres racionales les ha
sido dada la razón para que se orienten de modo más perfecto, a fin de que viviendo de
acuerdo con ella, vivan también rectamente conforme a la naturaleza, pues la razón es la
directriz y guía de los instintos.”

DIÓGENES LAERCIO, Carta a Meneceo, VII, Zenón, 61.

“Del error proviene la perversión de la mente y por ello surgen muchas pasiones o
perturbaciones; pues según Zenón, la perturbación o pasión es un movimiento irracional o
contrario a la naturaleza del alma o, lo que es igual, una tendencia desorganizada”

DIÓGENES LAERCIO, Carta a Meneceo, VII, Zenón, 78.

“Quien es prudente es también temperante, quien es temperante es constante, quien es


constante es también imperturbable, quien es imperturbable está exento de tristeza, quien
está exento de tristeza es feliz y la prudencia basta para hacer la vida venturosa”. A esta serie
de deducciones responden algunos peripatéticos que la imperturbabilidad y la exención de
tristeza debe interpretarse en el sentido de que se llame imperturbable a quien raramente se
perturba y de manera moderada, y hombre exento de tristeza al que no es propenso a
entristecerse y no a quien nunca se turba ni entristece, pues afirmar que existe alguien
inmune a la tristeza sería negar la naturaleza humana. Los peripatéticos, pues, no arrancan las
pasiones, las moderan. Es, empero, bien poca cosa. Yo no comprendo cómo una media
enfermedad puede ser saludable y útil.”

SÉNECA, Cartas morales a Lucilio, Carta 85.

“Dicen que, entre las cosas, unas son buenas, otras malas y otras ni buenas ni malas. Son
buenas las virtudes: prudencia, justicia, fortaleza, templanza y otras semejantes; son malas, las
opuestas a estas: la imprudencia, la injusticia, etc. Y son neutras las que ni aprovechan ni
dañan: la vida, la salud, el deleite, la belleza, la fuerza, la riqueza, la gloria, la nobleza y lo
opuestos a éstos, como son la muerte, la enfermedad, las molestias, la fealdad, la debilidad, la
pobreza, el bajo linaje y otras semejantes… Y así como es propio del calor calentar y no enfriar,
es propio del bien beneficiar y no perjudicar; pero las riquezas y la salud no son más
provechosas ni dañosas, luego ni las riquezas ni la salud son bienes.”

DIÓGENES LAERCIO, Carta a Meneceo, VII, Zenón, 71.


“Mostradme un estoico, si tenéis alguno, ¿dónde o cómo? Son millares quienes repiten las
frases estoicas, ¿acaso no sucede lo mismo con las epicúreas y las peripatéticas? Entonces
¿quién es estoico? Mostradme uno que sea dichoso en la enfermedad, que se encuentre
dichoso en el peligro, que sienta felicidad a la hora de la muerte, que despreciado y
calumniado aún sea feliz. Pero si no podéis presentarme a nadie modelado así, al menos,
mostradme alguien que comience a modelarse de este modo. ¡Hacedme este favor! No privéis
a este anciano de ver un espectáculo que hasta ahora no ha podido gozar de él.”

EPÍCTETO, Disertaciones, II, 29.

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Séneca - Cartas a Lucilio

Carta 44: La verdadera nobleza está en la filosofía

(…) La filosofía, y este es su mérito principal, no repara en la nobleza. Si nos


remontamos al origen de los tiempos, nos encontramos con que todos los hombres son hijos
de los dioses. Por tu parte eres caballero romano, orden en la que has entrado por tus méritos;
pero ¡a cuántos les es imposible obtener tal distinción! El senado tampoco es accesible a todo
el mundo, y aún la Milicia escoge con cuidado los que destina a los peligros y fatigas de la
guerra. Pero todos pueden aspirar a la virtud; para ella, todos somos nobles.

La filosofía no desdeña ni prefiere a nadie; su antorcha brilla para todo el mundo.


Sócrates no era patricio; Cleantes alquilaba sus brazos para regar un jardín; Platón, debió su
grandeza a la filosofía. ¿Por qué no has de igualar a esos grandes hombres? Ellos serán tus
antepasados, si eres digno de ellos; y lo serás, con la convicción de que nadie es más noble que
tú. Todos tenemos los mismos grados de nobleza, porque el orden de todos y de cada uno se
pierde en la noche de los tiempos. “No hay rey, dijo Platón, que nos descienda de esclavos, ni
esclavo que no descienda de reyes”. Una larga serie de revoluciones ha mezclado y confundido
las generaciones.

¿Cuál es el hombre que sea noble de veras? El que la naturaleza ha formado para la
virtud. Es el único título de nobleza, pues si buscamos en la antigüedad de las razas, todo
hombre data de una época antes de la cual nada existía. Desde el principio del mundo hasta
nuestros días, las vicisitudes de la suerte nos han hecho pasar a todos por grados diversos,
alternativamente oscuros o brillantes. Un vestíbulo lleno de retratos borrosos no constituye la
nobleza. Nadie ha vivido para nuestra gloria; lo que pasó antes de vivir nosotros no es nuestro.
Lo que ennoblece es el alma; en todas las condiciones puede elevarse por encima de la
riqueza. Imaginemos que no eres caballero romano, sino simple liberto; pues pudieras ser el
único hombre libre entre tantos ciudadanos libres de nacimiento. ¿Cómo? No tomando al
vulgo por juez del bien y del mal; no mirando de dónde vienen sino a dónde van (…).
Carta 98: Es más fuerte el ánimo que la fortuna

(…) ¡Guárdate de creer feliz a un hombre que dependa de la fortuna! Confía en un


apoyo bien frágil quien funda su alegría en los bienes exteriores; su satisfacción pudiera irse
del mismo modo que vino. Pero el contento que nace de uno mismo es constante y duradero;
se agranda y conserva mientras vivimos. Los demás bienes, los que excitan la admiración del
vulgo, son efímeros. ¿Pero no puede usarse de esos bienes? ¿No se encuentra en ellos alguna
satisfacción? ¿Quién lo niega?, pero sólo en el caso de que dependan de nosotros, no cuando
nosotros dependemos de ellos. Los bienes que son del dominio de la fortuna pueden ser útiles
y gratos, cuando el que los posea esté a la vez en posesión de sí mismo sin hacerse esclavo de
lo que le pertenece.

Se equivoca, Lucilio, quien crea que la fortuna pueda hacernos bien ni mal; todo lo que
hace es proporcionarnos la ocasión de los bienes o los males, el comienzo de lo que redundará
en nuestro mal o nuestro bien. Es más fuerte el alma que la fortuna, sea cual fuere; adversa o
favorable, aquella conserva la manera de ser y debe a sí misma su felicidad y su desgracia. Un
alma corrompida trueca en mal todo lo que se le presenta con las mejores apariencias y en las
condiciones más propicias; un alma recta y virtuosa corrige y endereza la más siniestra fortuna,
suaviza sus rigores y aprende a soportarlos. Sabe acoger la adversidad con firmeza y
constancia. Aunque un hombre esté dotado de prudencia, y lleve a todas las cosas un espíritu
de justicia y de equidad, y no intente cosa alguna superior a sus fuerzas, no se verá en
posesión de ese bien inalterable que está libre de alarmas, si no se ha prevenido de antemano
contra todas las incertidumbres de la suerte.

Sea que contemples a los demás (pues juzgamos más libremente de lo que
personalmente no nos toca), sea que te examines a ti mismo sin parcialidad, habrás de
reconocer que entre todas las cosas que tanto deseamos no hay ninguna que pueda serte
ventajosa si no estás armado contra las inconstancias de la fortuna y sus accidentes, si no dices
cada vez que recibas un daño: “Los dioses lo han querido”. Para un hombre así dispuesto no
hay accidente posible, repetirá la máxima citada sin amargura, sin entonación de queja. Y
creerá más: que los dioses disponen lo que le conviene. ¿Quieres alcanzar esa disposición de
espíritu? Penétrate bien de los inestimables que son todas las cosas humanas, aún antes de
haber experimentado en ti mismo esa inestabilidad: posee tus hijos, tu esposa y tu patrimonio
como posesión precaria, como objetos que no deben pertenecerte siempre y, de esa manera,
si algún día los pierdes, no te sentirás desgraciado. Es digno de lástima el espíritu que se
inquieta de lo porvenir, que se aflige por anticipado, y pretende asegurar hasta el fin de su vida
el goce de los objetos que le placen. Para él no hay calma posible; pensando en lo venidero,
malogra el bien presente del que podría gozar. No hay diferencia entre la pérdida de un objeto
y el temor de perderlo. (…) Los bienes todos que supones tuyos, los tienes en tu casa, pero no
te pertenecen; no hay nada firme para un ser débil, nada indestructible para un ser
perecedero. Es tan inevitable perecer como perder; y si de esta verdad pudiéramos
penetrarnos, sería un consuelo perder con constancia lo que ha de perecer
irremediablemente.

SÉNECA, Tratados filosóficos y Cartas, Editorial Porrúa, México, 1975.

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