San Isaac Jogues
San Isaac Jogues
San Isaac Jogues
Temple de misionero
Fue la histórica ciudad de Orleans, marcada por el heroísmo de
Santa Juana de Arco, la que lo vio nacer en 1607. Desde el
comienzo de su formación religiosa e intelectual, ya sentía el
deseo de ser misionero y evangelizar tierras lejanas. Cuando
ingresó en el noviciado jesuita de Ruan, soñaba con las
misiones en Etiopía o en Japón. Sin embargo, el maestro de
novicios, el P. Louis Lalemant, le vaticinó: “No morirás en otro
sitio que no sea Canadá”.2
Los meses iban pasando y las noticias de las bajas en las aldeas
eran alarmantes. También en la comunidad misionera los
religiosos caían enfermos uno tras otro. Esta fue una de las
varias epidemias que “en pocos años redujeron a doce mil una
población de treinta mil habitantes”.5
Entonces los jesuitas decidieron hacer una novena de Misas
con la intención de parar la campaña difamatoria levantada
contra ellos. En el día nono, hubo una calma repentina que
maravilló a todos. Y a finales de 1637 la predicación pasó a ser
muy bien recibida e incluso admirada, tanto en Ossossané,
donde estaba el P. Jean de Brébeuf, como en la misión de Saint
Joseph, en Ihonatiria, a donde había sido enviado el P. Isaac
Jogues.
Enseña Santo Tomás de Aquino que “el martirio es, entre los
demás actos humanos, el más perfecto en su género, como
signo de máxima caridad, conforme a las palabras de San Juan:
‘Nadie tiene mayor amor que el dar uno la vida por sus amigos’
”.6 Siendo, pues, un acto tan sublime y grandioso, no fue de
repente que se despertó en nuestro santo la inclinación hacia
él. El anhelo de unirse a los sufrimientos de Cristo le inundaba
el alma, y así como el P. Brébeuf había hecho el ofrecimiento
formal de su vida, “el padre Isaac Jogues había suplicado:
‘Señor, dame a beber abundantemente el cáliz de tu pasión’; y
una voz interior le advirtió que su súplica había sido
escuchada”.7
—No, padre mío, está vivo. Porque es él mismo el que está aquí
delante de usted y le pide que lo bendiga…