26 DBY - LNOJ 06-Punto de Equilibrio
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¡Que la Fuerza te acompañe!
El grupo de libros Star Wars
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
AGRADECIMIENTOS
¡Gracias!
En primer lugar a George Lucas, por supuesto.
Y también a Martha Millard, Scott Bach, Shelly Shapiro, Sue Rostoni, Alian
Kausch y Lucy Autrey Wilson por su orientación profesional. A todos los
escritores de Star Wars, que siguen ampliando ese universo, sobre todo a James
Luceno, Michael Stackpole, R. A. Salvatore, Timothy Zahn, Aaron Allston, Troy
Denning, Dan Wallace y Bill Smith. A Robert Flaherty, Cheryl Petersen y
Matthew Tyers por su ayuda especializada. Y a Mark Tyers, que me mantuvo en
pie cuando habría sido fácil desfallecer.
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DRAMATIS PERSONAE
Anakin Solo: Caballero Jedi (humano).
C-3PO: androide de protocolo.
Darez Wuht: almirante (duro).
Droma: pirata espacial (ryn).
Han Solo: capitán del Halcón Milenario (humano).
Jacen Solo: Caballero Jedi (humano).
Jama Solo: Maestra Jedi (humana).
Leía Organa Solo: embajadora de la Nueva República (humana).
Luke Skywalker: Maestro Jedi (humano).
Mara Jade Skywalker: Maestra Jedi (humana).
Mezza: refugiada (ryn).
Nom Anor: Ejecutor (yuuzhan vong).
R2-D2: androide astromecánico.
Randa Besadii Diori: refugiado (hutt).
Romany: refugiado (ryn).
Tsavong Lah: Maestro Bélico (yuuzhan vong).
Viqi Shesh: senadora (humana).
Llegaron sin avisar, desde más allá del límite del espacio galáctico. Era una raza de
guerreros llamada yuuzhan vong, armada con la sorpresa, la traición y una extraña
tecnología orgánica que demostró estar a la altura (y en ocasiones muy por encima) de la
Nueva República y sus aliados. Hasta los Jedi, liderados por Luke Skywalker, se
descubrieron luchando a la defensiva, privados de su mayor baza. Ya que, debido a
alguna razón inexplicable, los yuuzhan vong parecían carecer de toda conexión con la
Fuerza.
El primer ataque cogió desprevenida a la Nueva República, ocupada en sofocar una
revuelta provocada por el espía yuuzhan vong Nom Anor y sus agentes. Con las fuerzas
de la Nueva República ocupadas, el avance alienígena inició un primer ataque, que
destruyó varios planetas y segó un número incalculable de vidas, entre las que se
encontraba la del wookiee Chewbacca, leal amigo y compañero de Han Solo.
Durante un valiente intento de contactar y firmar la paz con el enemigo, el senador
Elegos A’Kla fue asesinado por el comandante yuuzhan vong Shedao Shai, el cual envió
luego su cuerpo a su buen amigo Corran Horn. Entonces, Horn retó a Shai a un duelo,
cuyo precio sería el planeta Ithor. Horn ganó a Shai, pero el yuuzhan vong destruyó Ithor
igualmente.
Con cada golpe que recibía, el gobierno de la Nueva República iba desentrañando el
misterio de los atacantes. Los Caballeros Jedi no tardaron en dividirse. Un grupo de Jedi
renegados liderados por Kyp Durron, irritados por lo que consideraban un exceso de
cautela por parte de Luke, decidió emplear todos los recursos a su alcance para vencer a
los yuuzhan vong, incluida una agresión desmedida que sólo podía llevarlos al Lado
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Oscuro. La disputa filosófica distanciaba a los hermanos Solo, Jacen y Anakin, mientras
que su hermana Jaina se centraba en su nuevo puesto de piloto con el exclusivo
Escuadrón Pícaro.
Consumido por los remordimientos de no haber podido salvar a Chewbacca, Han
Solo se distanció de su familia; trató de expiar su sentimiento de culpabilidad con la
acción y logró frustrar un complot yuuzhan vong para eliminar a los Jedi. Han regresó
con lo que parecía ser el antídoto a la enfermedad degenerativa que padecía Mara Jade
Skywalker. Pero ni siquiera esa victoria consiguió restañar el sentimiento de pérdida de
su querido amigo o arreglar su matrimonio con Leia.
Leia también estaba consumida por la culpa. No había hecho caso a una visión que
tuvo del futuro y temía haber abocado a la flota hapana a una derrota en Fondor. La
encarnizada batalla en los astilleros de ese sistema fue aplastada por un arma de
incontrolable poder destructivo disparada desde la estación Centralia, tras activarla su
hijo pequeño, Anakin.
Los yuuzhan vong cerraban filas y seguían avanzando hacia el interior del Núcleo,
hacia Coruscant y hacia la victoria, mientras Luke y Mara, Han y Leia y sus hijos, junto
con la propia Nueva República, seguían buscando el equilibrio perdido… antes de que no
quedase nada por perder.
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PRÓLOGO
La teniente Jaina Solo viró su Ala-X hacia arriba empleando el alerón-s de babor y
aceleró a fondo. Un coralita yuuzhan vong acosaba a su compañero de vuelo. Un
minúsculo agujero negro brotó de su cola y se tragó todos los proyectiles de energía láser
que Jaina le lanzó.
Igualó la velocidad del coralita y lo persiguió. Había participado en muchas batallas
desde que el coronel Gavin Darklighter la invitara a unirse al Escuadrón Pícaro. Su
orgullo por la invitación no había disminuido; la ilusión, sí. Demasiadas escaramuzas en
plena noche. Demasiada muerte, demasiado poco sueño.
Pero estoy en el Escuadrón Pícaro, pensó mientras pisaba el acelerador, no por
quiénes son mis padres, ni porque la Fuerza esté tan presente en mi familia.
Lo estaba por su talento a la hora de pilotar. Además, el Escuadrón Pícaro debía tener
entre sus filas al menos a un Caballero Jedi.
El coralita al que perseguía viró en dirección al crucero de asalto bothano Campeón,
que escoltaba a otra caravana de refugiados. Hosk, la luna industrializada de Kalarba, ya
flotaba en su órbita. La situación era sobrecogedoramente similar a la que tuvo lugar casi
diez meses antes, en las últimas horas de Sernpidal. Y se preveían aún más pérdidas para
los kalarbanos. Pero tanto para Jaina como para su padre, lo de Sernpidal fue una tragedia
que nunca podría tener igual.
Acabar con esos coralitas no le devolvería a Chewbacca, pero le ayudaba a borrar los
recuerdos tristes. Roció a los coralitas con proyectiles de láser carmesí, con el dedo fijo
en el gatillo de repetición. Innumerables explosiones de energía de baja potencia
cansaban y distraían a los dovin basal, absorbedores de energía de los coralitas. Como
dijo en cierta ocasión el coronel: «Hacedles cosquillas en los dientes y luego metedles el
puño hasta la garganta».
Su sensor le mostró cómo el vórtice cedía ligeramente, retrayéndose algo hacia la
nave enemiga que lo emitía. En su monitor principal, una nave Chiss apareció detrás de
ella.
—Yo te cubro, Rojo Once.
Jaina apretó más el dedo índice sobre el mando principal de disparo y soltó una ráfaga
compacta por los cuatro láseres. El pequeño pozo de gravedad que proyectaba el coralita
desvió su disparo láser, pero ella lo había cargado lo bastante para compensar esto. La
anomalía gravitatoria lanzó a dos de sus proyectiles a la deriva. Concentró los otros dos
justo donde ella quería, de modo que tiñó la cabina recubierta de cristal con la cegadora
luz de los disparos.
Ya contamos con las tácticas necesarias para vencerles de igual a igual. Pero nunca
estamos a la par. Siguen matándonos y siguen viniendo. ¡Sus naves hasta se curan solas!
Los yuuzhan vong habían convertido planetas enteros en criaderos de coralitas y habían
hecho saltar por los aires uno de los principales astilleros de la Nueva República, en
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Fondor. Los principales astilleros que quedaban (Kuat, Mon Calamari, Bilbringi) estaban
en estado de alerta roja y contaban con la protección de grupos de batalla.
El coralita dejó una estela de cristales y gravilla ardiendo y se sumió en una lenta
espiral que lo sacó de la zona de fuego. El piloto yuuzhan vong no salió. Todos morían
con sus naves. Al parecer, por elección propia.
Y cada día llegaban más, mientras los pilotos de la Nueva República eran llamados a
casa para defender sus propios sistemas.
—Eres libre, Diez —exclamó Jaina.
—Gracias, Palillos.
—No hay de qué.
Jaina viró a estribor y observó una catástrofe en ciernes.
—Pícaros, se acercan más coralitas por 349 punto 18. Se dirigen a las nacelas del
motor del Campeón.
—Recibido —dijo con tono de voz inflexible la mayor Alinn Varth, comandante de
vuelo de Jaina—. Es hora de pulverizar coral. Once, Doce, venid conmigo.
Jaina hizo doble clic en su intercomunicador para dar por recibida la orden y pulsó el
acelerador. Le dio la vuelta a su Ala-X, siguiendo a Rojo Nueve sobre la superficie
ventral del Campeón, tan cerca y tan lejos que casi pudo contar las antenas receptoras y
los remaches.
El almirante Glie’oleg Kru, un twi’leko, estaba al mando del Campeón. Desde
Fondor, Jaina venía encontrándose en casi cada enfrentamiento con nombres nuevos entre
la capitanía y el almirantazgo. Se habían perdido planetas recientemente: Gyndine,
Bimmiel y Tynna. En Kalarba, el encargado de informar diariamente a Jaina había
planteado la posibilidad de que los alienígenas intentaran cortar el paso al Corredor
Corelliano, una ruta hiperespacial de vital importancia para el Borde. Druckenwell y
Rodia acababan de entrar en alerta roja.
Otra caravana de naves kalarbanas, con docenas de seres que huían de lo que quedaba
de la estación Hosk, acababa de dar el salto. A pesar de los esfuerzos realizados por
encontrar y destruir el enorme dovin basal que, sin duda alguna, los yuuzhan vong debían
de haber colocado en Kalarba, Hosk perdía altitud en cada órbita. Ya hacía tiempo que
sus cazas Zebra de Hyrotti habían desaparecido, y que tenía inhabilitados sus diez
turboláseres. Las naves enemigas que aparecían en la pantalla de Jaina como criaturas
con varias piernas perseguían la luna enfundada en metal engullendo a las naves de la
caravana que iban quedando rezagadas. El conjunto polar de torres de Hosk ya se había
desplazado más de treinta grados de su orientación normal. Pronto, Kalarba sería otro
planeta muerto, inútil hasta para los yuuzhan vong.
Jaina rodeó los hangares de entrada de los cazas del Campeón con un movimiento
casi descontrolado. Tres coralitas salieron a su encuentro, disparando brillantes chorros
de plasma. El corazón le latió rápidamente al emprender la maniobra evasiva, que la
desplazó de un lado a otro sin pensar, sin dejar de apretar con fuerza el gatillo secundario.
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desaparecieron. Una sirena resonó en sus oídos, con el estruendo rítmico de una voz
sintética.
—Expulsión, expulsión.
Se dejó llevar por la Fuerza, agarrándose desesperadamente.
Casi…
Una explosión blanca de dolor le arrebató la consciencia.
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CAPÍTULO 1
Jacen Solo estaba junto a su padre, ante la barraca de adobe para refugiados que
compartían en Duro. El mono marrón de Jacen había acumulado una capa de polvo y
desperdicios, y la melena ondulada castaña clara le caía por las orejas, ya que aún no le
daba para hacerse una coleta. Bajo esa cúpula gris translúcida, la tensión lo envolvía
como una serpiente de cristal de Zharan, invisible pero tan palpable en la Fuerza que casi
podía sentir la presión de sus anillos.
Estaba a punto de pasar algo. Podía sentirlo acercándose cuando escuchaba en la
Fuerza. Era algo vital pero…
¿Qué?
Una ryn, cubierta de vello aterciopelado, cresta puntiaguda y la cola y los antebrazos
cubiertos de las canas propias de la edad, hablaba con el padre de Jacen, Han Solo.
—Ésas son nuestras naves caravana —gruñó ella, gesticulando—. Nuestras —dijo
con una mueca de burla, resoplando por los cuatro agujeros de su pico córneo.
Han dio media vuelta y casi golpeó a Jacen con el brazo izquierdo.
—En este momento no podemos permitirnos sacarlas del planeta para comprobar sus
sistemas. Ya sabes lo que es una zona restringida, Mezza.
La suave cobertura de pelo color gris pardo de Mezza relucía con mechas de rojo
anaranjado.
Le tembló la punta de la cola azul, un gesto que Jacen había aprendido a relacionar
con impaciencia.
—Claro que hemos estado en el hangar de naves —replicó ella—. Nunca ha habido
una verja de seguridad que los ryn no pudiéramos saltar, y ésas son las naves de nuestra
caravana. Son nuestras —se dio un golpecito en el chaleco deshilachado que cubría un
amplio pecho—. Y no me pidas que confíe en ti, capitán. Ya confiamos en ti. En quien no
confiamos es en el COSERE. Ni en el COSERE ni en la gente de allí arriba —señaló con
el brazo hacia el cielo.
A Han le temblaron las manos, y Jacen, de 17 años, se dio cuenta de que a su padre le
estaba entrando la risa. El padre de Jacen simpatizaba con los refugiados realizando
reconocimientos no oficiales, sobre todo a bordo de las naves de los propios refugiados.
Pero ahora Han estaba al mando. Se suponía que en vez de decir lo que pensaba, debía
imponer las normas del COSERE, al menos públicamente, para darle así una lección a
algunos vándalos juveniles. Mezza y él ya resolverían más tarde, y en privado, los
problemas reales.
Así que Han retomó la discusión.
Jacen observó el espectáculo que estaban montando, intentando encajar una pieza más
del rompecabezas que sentía en cada célula de su ser. Su entrenamiento Jedi y su
percepción inusual le permitían saber que la Fuerza estaba a punto de estremecerse. De
cambiar.
Y esta vez se fijó bien en las pistas que percibía.
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Jacen no podía evitar seguir mirando la escalofriante luz, hipnotizante, que le quemaba
las retinas.
Un Jedi no conoce el miedo… Ya había oído eso mil veces, pero lo que él sentía no
eran cobardes deseos de huir. Estaba sobrecogido, con un temor reverencial, sintiendo la
tentación irresistible de acercarse más, de servir a la luz y transmitir su grandeza.
Pero sólo era un punto diminuto al lado de las fuerzas que se batían a su alrededor.
Además, estaba indefenso y desarmado, por un arrebato de ira oscura. ¿Le había
condenado ese paso en falso?
Y no sólo a él, sino quizás a toda la galaxia.
Una voz parecida a la de Luke, pero más profunda, estremeció los cielos. Jacen,
resonó con estruendo. No desfallezcas.
El horizonte titiló a lo lejos. Jacen se abalanzó hacia delante, firmemente decidido a
prestar su escaso peso al lado de Luke, al Lado Luminoso.
Se tropezó. Intentó coger la mana de Luke pero falló de nuevo.
Y una vez más, su peso cayó ligeramente, por centímetros, del lado de los enemigos
oscuros.
Luke le cogió la mano firmemente. ¡Agárrate fuerte, Jacen! La cuesta que tenía bajo
los pies se hizo más inclinada. Las estrellas se apagaron. Los guerreros yuuzhan vong se
abalanzaron hacia ellos. Formaciones estelares enteras parpadearon hasta apagarse, como
una cascada oscura aplastada por pies enemigos.
Lo cierto es que ni la fuerza de cien podría impedir que la galaxia sucumbiera a esta
amenaza. Un paso en falso, en un momento crítico, por parte de una persona clave, podría
condenar a todos los que habían jurado protegerla. Ninguna fuerza militar podría detener
aquella invasión porque era una batalla espiritual.
Y si una persona clave se dejaba vencer por el Lado Oscuro, o si empleaba
erróneamente el poder encantador y terrible de la luz, todo lo que conocían se precipitaría
a la oscuridad más profunda.
¿Es eso?, gritó a la distancia infinita.
De nuevo, Jacen percibió las palabras de una voz que le resultaba muy familiar pero
demasiado ronca para ser la de Luke. No desfallezcas, Jacen.
Uno de los yuuzhan vong saltó hacia él. Jacen jadeó y alargó los brazos…
Y agarró una fina sábana. Estaba tumbado boca arriba, en un catre bajo un techo
ondulado de sintoplástico azul. La sala era más grande que un albergue de refugiados.
Debía de tratarse de la parte clínica del barracón de control blindado de la cúpula.
—Júnior —dijo otra voz conocida—. ¿Qué te ha pasado? Me alegro de que vuelvas a
estar con nosotros.
Jacen alzó la mirada y vio la sonrisa canalla de su padre. Las arrugas de preocupación
poblaban el rostro de Han. Detrás de él, el ryn llamado Droma estrujaba una y otra vez su
suave gorro rojo y azul, y tenía el largo mostacho curvado. En los últimos meses, Droma
se había convertido en el… ¿qué?, de su padre. ¿Su amigo? ¿Su ayudante? Lo cierto es
que no era ni su socio ni su copiloto, pero siempre estaba presente.
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Al otro lado del lecho de Jacen flotaba el androide más valioso del asentamiento, una
unidad médica 2-1B que Han había escamoteado no se sabía dónde, y le retiraba una
máscara flexible de oxígeno.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Han atónito—. ¿Te diste en la cabeza al bajar? Mira,
flacucho, este…
Droma señaló al androide y terminó la frase de Han.
—Quiere meterte en el tanque de bacta.
Los ryn eran muy buenos observadores, lo bastante perceptivos como para captar los
patrones racionales de otros seres y terminar sus frases.
Han se giró hacia su amigo.
—Mira, cara peluda. Cuando quiera decir algo, lo diré…
—Jaina —consiguió decir Jacen.
La nuca le latía al ritmo del pulso sanguíneo. Evidentemente, se había golpeado al
caer. Estuvo a punto de abrir la boca para describir lo que había visto, pero se lo pensó
mejor. Han ya estaba bastante confuso por la parálisis emocional de Jacen, y por el hecho
de que su hijo hubiera pedido que lo apartaran de las demás misiones de rescate e
investigación Jedi. Por mucho que Jacen intentara apartarse de las preocupaciones Jedi, la
Fuerza no le dejaba en paz. Era su herencia, su destino.
Y si el destino de miles de millones de seres yacía sobre un punto de equilibrio tan
estrecho que un paso en falso podía condenarlos a todos, ¿cómo podía siquiera mencionar
su visión antes de tener claro su camino? Ya había estado a punto de que le hicieran
esclavo en cierta ocasión, y todo por seguir una visión que lo condujo al peligro. Los
yuuzhan vong habían llegado hasta el punto de plantarle una de sus letales semillas de
coral en el pómulo. Quizá aquello había sido una advertencia privada para mantenerse
apartado de un camino peligroso. ¿Lo reconocería cuando se abriera ante él?
Aquella visión no había ayudado nada a mejorar su confusión.
—¿Qué? —preguntó su padre—. ¿Qué pasa con Jaina?
Jacen cerró con fuerza los ojos, negándose a trivializar la Fuerza y utilizarla para que
se le pasara el dolor de cabeza. ¿Qué es lo que quieres que haga?, le rogó a la Fuerza
invisible.
¿Acaso provocaría la siguiente catástrofe galáctica al intentar impedirla?
—Tenemos que contactar con el Escuadrón Pícaro —soltó de repente—. Creo que
está herida.
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CAPÍTULO 2
En el otro extremo del barracón de control, una joven ryn de aspecto atlético se sentaba
cerca de una pared de pantallas en su mayoría oscurecidas. La joven acunaba a un bebé
en su regazo. El hutt residente de la colonia, Randa Besadii Diori, roncaba junto a la
pared más cercana. Su larga cola pardusca se agitaba de vez en cuando.
—Piani —Han Solo entró en la estancia principal detrás de Jacen—. Necesitamos una
línea al exterior.
La sonrisa desapareció del pico de Piani. Los ryn tenían tal sensibilidad a la hora de
leer el lenguaje corporal que probablemente estaba cerca de adivinar lo que les
preocupaba.
—¿Fuera del sistema? —preguntó ella.
—Sí —dijo Jacen—. ¿Podrías activar el repetidor? Tenemos que enviar un mensaje a
mi hermana, que está con el Escuadrón Pícaro.
Piani cogió a su hijo dormido y lo puso en una caja acolchada que había en el suelo.
—Lo intentaré —prometió—. Pero ya conocéis al almirante Dizzlewit. Sentaos,
tomad un bedjie.
Se acercó a un panel, donde varios hongos de color pardo humeaban junto a una gran
jarra de caf. Los bedjies eran fáciles de cultivar: no había más que plantar las esporas en
un recipiente poco profundo, esperar una semana y volver con una red. Se estaban
convirtiendo en la moneda de cambio estándar de los refugiados.
Jacen no tenía nada de hambre, pero Han cogió uno con los dedos y lo mordisqueó.
Los bedjies al vapor y sin especias eran extremadamente sosos, pero las matriarcas ryn
insistían en cultivar sus propias hierbas.
—¡Solo! —Randa se despertó de la siesta. Giró sobre sí mismo y se incorporó
trabajosamente—. ¿Qué haces aquí?
Jacen había intentado llevarse bien con Randa, que se había criado como comerciante
de especias. Los hutt lo enviaron para que traficase con esclavos para los yuuzhan vong,
pero había desertado en Fondor… aparentemente.
—Vamos a enviar un mensaje —dijo Jacen sin expresión. Los Jedi no conocen el
miedo, eso le habían enseñado. El miedo pertenece al Lado Oscuro.
El miedo que sentía por él mismo era algo que podía ignorar. Pero el que sentía por
Jaina, no. No podía evitar temer por su hermana. La profundidad de su conexión era
insondable.
Randa todavía era joven, relativamente ligero y lo bastante ágil como para moverse
por sí mismo, y se acercó reptando.
—¿Qué haces tú aquí? —preguntó Han.
Randa soltó un resoplido con su enorme pecho.
—Ya te lo dije. Mi progenitora, Borga, defiende Nal Hutta con sólo la mitad del
apoyo del clan. Además está embarazada y pronto dará a luz a mi hermano. ¿Dónde
quedo yo? A la deriva, tan carente de nave como uno de esos vors idiotas. Estoy
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dispuesto a estar de guardia en comunicaciones día y noche. Así podré enterarme de las
noticias que vengan de mi hogar y vuestros trabajadores quedarán libres para…
—Ya hablaremos de eso —le interrumpió Han—. Piani, ¿qué…?
Con una mueca, la ryn alejó su silla del monitor.
—Ni siquiera puedo contactar con Dizzlewit. Ha dejado órdenes expresas: «Queda
prohibido el uso no autorizado del repetidor con fines civiles» —se burló ella—. Así que
he solicitado la autorización —sacudió su larga melena—. Os lo haré saber en cuanto me
la den.
Han puso una mueca de enfado. Tan sólo en su primera semana en Duro había tenido
dos encontronazos con el almirante duro Darez Wuht. El almirante Wuht ni siquiera
había intentado fingir que sentía simpatía por los refugiados.
Existía la esperanza de que los yuuzhan vong no estuvieran interesados en un planeta
casi muerto. El COSERE, que buscaba una zona en el Núcleo donde alojar a los millones
de desplazados de la guerra, había llegado a un acuerdo con la Suma Casa de Duro, uno
de los pocos gobiernos locales que quedaban dispuestos a admitir refugiados. La gente
desplazada podía reclamar parte de la superficie del planeta, recuperar fábricas
abandonadas y asumir la gestión de plantas de síntesis de alimentos, que seguían
abasteciendo a los duros en sus ciudades orbitales. Los duros que habían trabajado en la
superficie podían irse a casa. Y se decía que los refugiados con experiencia militar hasta
podrían ayudar en la defensa de los centros comerciales vitales de Duro, incluido uno de
los diez astilleros principales de la Nueva República que aún estaban operativos.
A no ser que hubiera menos refugiados trabajando de voluntarios en el servicio
militar de lo previsto por Wuht.
El almirante Wuht estaba al mando de los escudos planetarios superpuestos de las
ciudades orbitales, de cuatro escuadrones de cazas y del crucero mon calamari Poesía, y
ofrecía algo de protección a los refugiados, mientras las ciudades orbitales se
reconvertían para producir suministros militares. Tras la pérdida de los astilleros de
Fondor, y dado que los demás astilleros eran evidentes objetivos militares, la Nueva
República se estaba apresurando a descentralizar la producción militar.
Por desgracia, casi todas las demás naves de guerra que operaban en la zona habían
sido trasladadas a Bothawui, o más allá del Corredor Corelliano. Jacen tenía entendido
que los adumari habían intentado un ataque por los flancos a las posiciones de los
yuuzhan vong ubicadas cerca de Bilbringi. Esperaba que fuera cierto.
Jacen observó el panel de comunicación de Piani.
—¿Qué tal funciona la señal de cable hasta Pórtico? ¿Les llegaría antes a ellos la
señal?
Gracias a la presencia oficial del COSERE en aquel asentamiento cercano, Pórtico
tenía un sistema de comunicaciones fiable; incluso podía comunicarse con el exterior del
sistema. Las cúpulas estaban conectadas por cable de fibra inyectada, pero la única fauna
que quedaba en Duro, los escarabajos mutantes fefze, encontraba extremadamente
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sabrosos los cables de fibra. La corrosiva atmósfera de Duro era demasiado lóbrega para
permitir la transmisión directa o la repetición vía satélite.
Como era de esperar, Piani negó con la cabeza.
—Pórtico enviará un soporte para cable dentro de dos días.
Pórtico era un asentamiento más grande, un poco más antiguo y mucho mejor
establecido que el suyo. Mejor organizado, pensó Jacen, pero no pretendía criticar a su
padre. Han estaba esforzándose al máximo con el Asentamiento Treinta y Dos, que
mantenía una tubería que abastecía a Pórtico con el agua que extraía de una antigua mina
numerada. Pórtico mantenía el cable de comunicación y complementaba la producción de
alimentos de Treinta y Dos.
Han se metió las manos en los bolsillos y miró a Jacen, alzando una ceja.
—¿No crees que esto es como cazar mynocks con un matazumbamoscas?
—Sí —Jacen se puso el pelo tras las orejas—. Lo siento, no quería que te
preocuparas.
—Estamos en guerra. Todo el mundo se preocupa.
El momento pasó sin que ninguno de los dos mencionara a Chewbacca, y Jacen
suspiró aliviado. Últimamente, casi todo el mundo había sufrido al menos una pérdida. El
compañero de Piani no había conseguido llegar a la capital de Gyndine a tiempo para
coger una nave de evacuación. Probablemente había muerto, o algo peor. Pero había que
seguir viviendo.
—¿Qué puedo hacer para ayudar? —Randa se acercó arrastrándose.
—Nada —soltó Han. Se giró hacia Jacen—. Dime si es importante. Si de verdad
necesitas que hagamos la llamada, veré lo que puedo hacer desde el Halcón —añadió,
señalando a la entrada principal de la cúpula.
Toda una caravana de diferentes naves había sido transportada hasta allí desde el
cráter de aterrizaje por unos rondadores gigantes todo terreno, cortesía del COSERE,
diseñados para obras de roturación, y ahora estaban aparcadas bajo lonas que las
protegían de precipitaciones corrosivas. Los guardias de seguridad acababan de expulsar
de esa zona a los jóvenes del clan de Mezza.
La preocupación que Jacen sentía por Jaina colisionó con su preocupación
administrativa como ayudante de su padre… al menos durante unos tres segundos.
—Sí —dijo, mirando con culpabilidad a Piani, que pertenecía al clan de Mezza y que
no era mucho mayor que los asaltantes—. Es importante.
—Vale —Han señaló a Randa—. Tú quédate aquí. Avísame si te enteras de algo de
Nal Hutta.
—Cuenta conmigo, capitán —Randa arrancó un bedjie del plato caliente de Piani y se
lo metió entero en la boca.
Doce minutos después, Jacen se encaramaba al asiento del copiloto del Halcón
Milenario. Han pulsó con furia los botones, no de la forma bromista que Jacen le había
visto en tantas ocasiones, sino con enfado.
—Vamos —gruñó Han—. Tú, fósil. Conecta ya tu generador, que es para hoy.
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Y en ese momento, la flota yuuzhan vong, la que la Nueva República había esperado
poder atraer a Corellia, salió del hiperespacio en Fondor, en lugar de hacerlo en Corellia.
El primo de Han, Thrackan Sal-Solo, insistió en emplear el potente escudo como
arma ofensiva. Intentó forzar a Anakin a que disparase contra los yuuzhan vong
cubriendo la enorme distancia que había entre sistemas.
Jacen rogó a Anakin que no lo hiciera. Disparar esa arma podría haber sido la
agresión definitiva.
Anakin cedió ante Jacen. Por un momento, los hermanos compartieron una auténtica
victoria moral.
Entonces Thrackan se hizo con los mandos. Disparó a la formación de batalla
yuuzhan vong y diezmó la noble flotilla que Hapes había enviado en apoyo de la Nueva
República, gracias a los esfuerzos diplomáticos de Leia Organa Solo. Los yuuzhan vong
se retiraron, los hapanos que quedaban regresaron a casa y ahora Thrackan Sal-Solo era
considerado un héroe.
—Podría haberles acertado con Centralia sin haber rozado a los hapanos —insistió
Anakin. Jacen se resistió a creerle durante casi una semana. Entonces se sumió en la
duda. Quizás Anakin habría sido capaz, después de todo, de destruir a los alienígenas, de
no perjudicar a los hapanos y de salvar Fondor.
¿Cuándo se había convertido la defensa agresiva en la agresión que los Jedi tenían
prohibida?
Jacen se limitó a conservar el sable láser y consiguió un salvoconducto para ir de
Coruscant a Duro. Si no podía luchar junto a su tío Luke y los demás, al menos podría
ayudar a su padre con los refugiados.
Y ahora sabía que había tomado la decisión adecuada.
—Sólo sé que no puedes combatir la oscuridad con la oscuridad. —Eso no explicaba
nada. Lo intentó de nuevo—. Por tanto, un Jedi tampoco debería combatir la violencia
con violencia. En ocasiones incluso pienso que cuanto más luchas contra el mal, más
poder le concedes.
Han Solo abrió la boca para protestar. *
—Para nosotros es diferente —insistió Jacen—. Si empleamos la Fuerza como
método de agresión podemos acabar en el Lado Oscuro. Pero ¿dónde está el límite entre
la acción enérgica y la agresión? No acaba de quedarme claro.
La consola pitó, rescatándolo.
—Escuadrón Pícaro —se oyó una voz grave en la cabina—. Aquí el despacho del
coronel Darklighter. Capitán Solo, ¿eres tú? Estábamos intentando contactar contigo.
A Jacen le dio un vuelco el corazón.
—Sí, soy yo —gruñó su padre—. Queremos preguntar por Jaina.
—Qué oportuno —respondió la voz—. Por cierto, al habla el mayor Harthis. El Ala-
X de Jaina fue destruido en un fuego cruzado. Tuvo que salir propulsada de la nave. La
trajo un compañero.
—¿Está herida?
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Kathy Tyers
***
Leia Organa Solo miró al rincón oscuro donde su joven guardaespaldas Basbakhan
permanecía como una figura sombría. Leia llevaba sin ocuparse de un proyecto planetario
desde lo de… ¿acaso no fue desde lo de Honoghr, planeta de origen de Basbakhan?
Estaba presidiendo una larga mesa de sintomadera, rodeada de científicos
quisquillosos, y le habría gustado hundir la cabeza en las manos, taparse los oídos y
pedirles que dejaran de actuar como críos.
Ése era el efecto que ejercía Duro en la gente.
Las condiciones eran terribles. Pero, con Borsk Fey’lya aferrado al poder en
Coruscant, ésta era la única forma que tenía de apoyar a la Nueva República, de proteger
la reputación de los Jedi, y trabajaba tanto que cada noche se derrumbaba en la cama
demasiado exhausta como para preocuparse por su dispersa familia. En el último año,
había ido de un sistema a otro, ocupada constantemente con sus tareas administrativas y
diplomáticas, allí donde el Consejo Asesor de la Nueva República simulaba no enviarla.
A pesar de que estaba empezando a dejar de ser persona, el proyecto de Duro podría
ser el trabajo más importante del que se había encargado jamás. Reconstruir un planeta en
aquella época terrible supondría obtener una gran victoria.
Su meteoróloga de reconstrucción apretó el puño sobre la mesa.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—Mire —gruñó la científica, clavando una iracunda mirada en un talz alto y peludo
sentado frente a ella—. Había razones excelentes para colocar nuestras cúpulas en el lado
seco de estas cordilleras. Las peores toxinas caen con las lluvias. Cualquier asentamiento
ubicado en una zona húmeda, como el de nuestro aliado, el Asentamiento Treinta y Dos,
sería extremadamente inadecuado para los pastos de spirohierba, pero idóneo para
obtener agua. Si intentamos alterar los patrones eólicos, podríamos causar una catástrofe
medioambiental.
—¿Pero qué diferencia supondría eso? —dijo el talz con los grandes ojos inferiores
cerrados y los superiores parpadeando lentamente—. Los pastos necesitan más agua de la
que usted cree. Con todos mis respetos… —miró a Leia—. No podemos permitirnos
depender del agua extraída del subsuelo. No sólo aquí, sino en otras zonas. Está saturada
de toxinas solubles y su extracción es muy costosa.
—A propósito de esto —dijo un especialista en desarrollo vegetal ho’din que tenía los
brazos verdosos apoyados en la mesa. Apenas le cabían las largas piernas bajo la mesa de
reunión—. Me gustaría solicitar agua de los humedales del Sector Cuatro. Tengo en
desarrollo varias especies vegetales muy prometedoras…
—Lamento interrumpir a mi estimado colega —intervino el especialista en cereales—
. Pero el Sector Cuatro estaba prometido al proyecto de grano…
—¿Pero dónde está Cree’Ar? —dijo la meteoróloga, Sidris Kolb, quitándoselo a Leia
de la boca. Hasta el momento, el doctor Dassid Cree’Ar se había perdido todas y cada
una de las reuniones semanales.
No le culpo, pensó Leia amargamente, mientras observaba al ho’din devolverle el
datapad a su asistente personal, Abbela Oldsong. En todas las reuniones descargaban lo
investigado hasta el momento en los archivos administrativos de Leia. Cree’Ar, un
genetista vegetal, enviaba sus informes a través de su propio datapad.
A lo largo de su vida, Leia había conocido a auténticos excéntricos, cuya brillantez se
revelaba no sólo por sus resultados, sino a través de sus extraños hábitos personales: le
vino a la mente Zakarisz Ghent, el programador que llegó a ser experto de los servicios
de inteligencia. Impulsada por su visión de crear un refugio para los exiliados que lo
habían perdido todo menos la vida, y que aún estaban en situación de perderla, Leia había
aceptado actuar como coordinadora entre aquel grupo de quisquillosos investigadores y el
COSERE en Coruscant. Los investigadores preferían estar a solas en sus laboratorios o
rodeados de unos pocos técnicos serviciales.
No firmó el informe. Estaba harta de tener que tratar con la nueva generación de
burócratas de Coruscant y su velada condescendencia. Ya la encontrarían si de veras les
interesaba.
Leia podía comprender la devoción que los técnicos de Cree’Ar sentían por su
superior. Su más reciente descubrimiento, en colaboración con un distinguido
microbiólogo, el doctor Williwalt, había sido una materia bacteriana capaz de fermentar
tanques de agua tóxica y totalmente contaminada extraída de los pantanos. La sustancia
digería los restos procedentes de las fábricas de la guerra imperial y en su lugar dejaba un
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Kathy Tyers
rico sedimento orgánico y un elemento gaseoso que podía recogerse para su uso como
carburante.
Bajo la supervisión de Cree’Ar, los refugiados estaban vertiendo durocemento
fabricado en la zona en moldes importados del COSERE, dividiendo sectores del pantano
tóxico sobre el que se ubicaba la cúpula. Habían creado seis ecosistemas en miniatura,
habían limpiado seis klicks cuadrados de humedal, habían producido toneladas de
material purificado para suelo y habían creado las primeras tierras cultivables del planeta
desde que sus habitantes lo abandonaran.
No era sorprendente que Cree’Ar no se tomara unas horas para las reuniones de
personal. Probablemente estaba tan cansado de la burocracia como la propia Leia. No sin
esfuerzo, había conseguido sacarle al COSERE un jugoso presupuesto del Consejo
Asesor de la Nueva República como pago por haber viajado al grupo estelar de Hapes y
por haber rogado a los hapanos que les prestaran apoyo militar, su granito de arena al
desastre de Centralia.
Pero no debía pensar en eso. No era culpa suya. Ni tampoco era culpa de Thrackan.
Nadie pensó que la flota hapana podía acabar diezmada.
Era todo un problema de comunicación. Le fastidiaba que los asentamientos
emparejados apenas pudieran mantener los cables intactos. ¿Cómo iba ella a supervisar
un proyecto de recuperación planetaria, un símbolo del renacer, entre tanta muerte y tanta
pérdida, si ningún otro asentamiento informaba de forma periódica a los científicos de su
equipo?
El cerealista se giró hacia el anciano microbiólogo.
—Lo que realmente necesitamos —sugirió— es una cepa microbiótica que digiera las
partículas del aire. Así podríamos quitar las cúpulas y salir a la superficie.
—Es cierto —dijo Leia en tono cortante—. Hasta que nos dispersemos, somos un
blanco más que fácil para la aguda puntería yuuzhan vong.
El cerealista alzó las cejas drásticamente.
Qué propio de un científico, pensó ella. Está tan inmerso en su proyecto que se ha
olvidado de que tiene a la galaxia detrás, pendiente de todo lo que haga.
Abbela Oldsong terminó por fin de pasear el datapad de Leia. Se ajustó la capa azul
claro, le dio el datapad a Leia, que ojeó el resultado, y guardó la nueva información antes
de devolverlo. Como siempre, el archivo de Cree’Ar era el más largo. Todo ello iría a
parar a su informe semanal para el COSERE. Le hizo un gesto a la asistente, que salió de
allí a toda prisa con el datapad.
—Gracias por sacar tiempo de sus apretadas agendas. Recuerden —añadió Leia,
sombría—, si nos interponemos en el camino de los demás, no sólo estaremos retrasando
nuestros esfuerzos, sino que estaremos escatimando los recursos que nos manda el
COSERE. —Pórtico y Treinta y Dos ya estaban muy enfrentados, y cada uno se
apropiaba de los envíos del otro siempre que le era posible—. Veré lo que puedo hacer —
le prometió a su gestor de pastos— respecto a conseguir un carguero de esos materiales
inorgánicos.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—Gracias —Aj Koenes, el talz, abrió uno de sus grandes ojos para mirar al
meteorólogo Kolb.
Leia salió del edificio de investigación, que era una elegante construcción
prefabricada enviada por el COSERE. Para llegar a su despacho, al sur del complejo
administrativo cilindrico, había una buena caminata. Quería moverse y pensar.
Basbakhan caminaba a cierta distancia, pues prefería que ella no fuera consciente de su
presencia. Así le resultaba más sencillo mantener la concentración en su juramento de
protegerla. Bajó por la Calle Principal, como habían dado en llamarla, balanceando los
brazos.
Pórtico se había construido sobre las ruinas de Tayana, una antigua ciudad minera de
Duro. Bajo las nuevas barracas de los refugiados, chocaban dos estratos rocosos, uno
relativamente blando y otro excepcionalmente denso. Leia esperaba convertir en refugios
las viejas minas de densa roca, por si se abrían grietas en la cúpula u otras emergencias.
El COSERE había enviado dos gigantescas máquinas trituradoras de piedra, y había
prometido un láser minero de tecnología punta.
Si se quedaba quieta sin hacer ruido, podía escuchar las trituradoras bajo los pies.
Trituradoras poderosas como wookiees.
Chewie.
A Leia le dolía el pecho cada vez que se acordaba de su querido wookiee. Siguió
caminando con el ceño fruncido. No podía poner cara de pena cada vez que algo le
recordaba a su amigo. Obviamente, para matar al gran wookiee se había necesitado que le
cayera una luna enorme del cielo. Duro no tenía luna; sólo veinte ciudades orbitales.
A su izquierda, un almacén con un lateral abierto albergaba la principal maquinaria de
construcción empleada para proyectos exteriores y la edificación de nuevas viviendas.
¡Viviendas! Le habían informado de que tenía que prepararse para recibir una llegada
de falleenos y rodianos.
Tenía la esperanza de que no fuera en Pórtico. Esa combinación sería explosiva. A lo
largo de todo el ecuador del planeta se estaban instalando asentamientos de refugiados.
Crecían como crías de vors bajo la tutela de las ciudades orbitales, protegidos por
escudos planetarios.
Un nuevo barrio había surgido al otro lado del almacén de construcción, consistente
en unos cuantos edificios de durocemento, fabricado a partir de los experimentos
químicos de su equipo de ingenieros: cemento local mezclado con hierba de los
humedales previamente marinada en una sustancia de antitoxinas y luego secada a altas
temperaturas. Más allá, un complejo hidropónico emitía el poco sutil aroma del
fertilizante orgánico.
Entró por la puerta norte en el complejo administrativo y subió trabajosamente un
tramo de escaleras que rodeaban un pozo de luz interior. Un androide de limpieza U2C1
zumbaba suavemente, con los brazos como aspiradoras yendo de un lado a otro, rodeado
del traqueteo constante de la gravilla que generaba el cemento de fabricación propia. El
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Kathy Tyers
edificio, de dos plantas y un sótano, había sido construido por el COSERE antes de que
se marcharan las naves grandes.
¿De veras que sólo hacía nueve semanas de eso? Leia abrió la puerta de la sala apenas
amueblada que le servía de despacho y aposento. Cerca de la ventana norte, que daba al
edificio de investigación, al almacén de construcción y a huertecillos dispersos de las
familias de refugiados, había colocado el gran escritorio enviado por el COSERE. Una
señora le había ofrecido unos candelabros de pared heredados.
—No quiero correr el riesgo de incendiar la tienda —le explicó, por lo que Leia
accedió a custodiarlos hasta que la familia tuviera una vivienda permanente en los nuevos
apartamentos que Leia esperaba poder construir, el complejo Bail Organa.
En la pared de la izquierda estaban su cama y su unidad de cocina. Los aseos estaban
en el pasillo.
Algo olía raro. C-3PO estaba junto a la cocina de inducción.
Giró la cabeza.
—Buenas noches, señora Leia. Lo lamento, esto habría estado más suculento hace
una hora…
—No es culpa tuya, Trespeó —se desplomó en una silla—. Quiero cenar ya, antes de
que se ponga peor.
Fuera lo que fuera, quizá costillas de sojapro, además de un montón de verduras
autóctonas que se habían recalentado de tal forma que parecían una pasta viscosa, podía
haber estado sabroso en su punto. Le dio las gracias a C-3PO, que no tenía la culpa de la
programación culinaria que había recibido. A Leia se le había alargado la reunión.
Él regresó a su puesto usual en el panel de rutas, asignando mercancías entrantes y
supervisando las listas de tareas. Iba a pasarse toda la noche trabajando.
—Ama Leia, me preguntaba…
Ella masticó algo viscoso.
—Adelante, Trespeó.
—Si me permitiría realizar una pregunta personal —y dejó el comentario en el aire.
Leia creyó saber lo que se avecinaba.
—¿Existe la posibilidad —dijo él— de que el capitán Solo no se incorpore nunca a
nuestra… operación? Yo pensaba que a estas alturas ya habría aparecido, o al menos se
habría puesto en contacto con nosotros.
A Leia se le atragantó la sojapro.
La última vez que llamó ni siquiera conocía su destino.
Ella contempló el acabado metálico del androide. ¿Tenía un poco de corrosión en el
hombro izquierdo? Le había mandado al exterior de la cúpula en varias ocasiones,
agradecida por tener un asistente que no necesitara respirar. La pestilencia de Duro no era
tóxica para casi ninguna especie, pero la atmósfera había empeorado considerablemente
en las últimas décadas y resultaba casi imposible trabajar fuera sin los respiradores. Las
mascarillas se habían convertido en un complemento más para la mayoría de los
habitantes de la cúpula.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—¿Por qué lo preguntas? Han nunca ha sido muy respetuoso contigo que digamos.
C-3PO dejó caer los largos brazos.
—Hace poco tuve razones para enorgullecerme de nuestra larga relación. Me
sorprendió enterarme de que en Rúan, mis compañeros cibernéticos le recibieron como a
un héroe.
—¿Cómo dices, Trespeó? —se echó hacia delante. ¿Han, el héroe de los
androides?—. ¿Dónde has oído eso?
—Al volver a Coruscant —C-3PO abarcó la estancia con un gesto del brazo—. En la
HoloRed dieron una noticia que quizá no haya visto, ya que ha estado usted muy
ocupada. En Rúan, varios miles de androides realizaron una manifestación pacífica contra
la compañía Salliche Ag, que pretendía desactivarlos…
—Lo recuerdo —intervino ella—. Vagamente —algo sobre androides que iban a ser
almacenados para poder entregarlos como ofrenda de paz en caso de que llegaran los
yuuzhan vong. Era obvio que Rúan no pretendía plantar cara a la invasión.
—En el subtexto —dijo él— encontré referencias adicionales de alguien a quien los
androides llamaban «El Largamente Esperado», «El Único de Carne y Hueso» que podría
ayudarles. Al parecer, el capitán Solo les salvó de la destrucción inminente. Hemos
estado tan ocupados últimamente que olvidé mencionarlo…
—Cielos —dijo Leia en voz baja—. ¿Pero en qué estaría pensando Han? —le habría
encantado bromear con él sobre aquello.
Lo cierto es que le habría encantado hablar con él. Hacía tanto tiempo desde la última
vez…
¿Acaso el largo silencio de Han indicaba que había sido apresado por el enemigo?
Pero ahora tenía la ayuda de Droma. Y le había dejado claro que no quería la suya.
Si estaba muerto, y sus últimas palabras hacia ella no habían sido más que burlas e
ironías, lo lamentaría para el resto de su vida. Estuvo casi tentada de utilizar la Fuerza
para buscarlo.
No. En ese momento podía estar al otro lado del Borde Medio. Si utilizaba la Fuerza
y no percibía nada, temería lo peor. Terminó de cenar en silencio y recogió los platos
para que C-3PO los reciclara.
—Pase lo que pase, yo te cuidaré —le prometió al androide—. Te necesito.
Luego miró con gesto preocupado el datapad que tenía junto al codo. Antes de poder
irse a la cama, tenía que supervisar el equipo de la trituradora secundaria. Tenía que
asegurarse de que Abbela enviara el informe semanal a Bburru, la principal ciudad orbital
de Duro, y de que renovara la petición para mejorar los datos del satélite. Luego estaba la
panadería de Pórtico, que seguía sin funcionar. Su personal había solicitado un
cargamento de sal y de sucrosa, anticipando una cosecha de cereal. Rúan había enviado el
excedente de aquel año de semillas de burrmillet en gesto de buena voluntad, para dar a
continuación con la puerta en las narices a más remesas de refugiados.
Y el COSERE seguía sin mandar el láser minero.
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Era lógico que no hubiera tenido tiempo para Han. Lo habría dado todo para poder
verlo, tal y como era antes de que los distanciara la tragedia. Había cambiado mucho
desde la época en que él era un sinvergüenza y ella se enamoró de él, y jamás había
perdido ese brillo en la mirada, o la media sonrisa… hasta que perdió a Chewie. De
repente, volvió a ser el Han de gatillo fácil. Han, el de las malas compañías. Podía tolerar
al sinvergüenza, hasta disfrutarlo. Vale, debía reconocerlo: adoraba al sinvergüenza. Con
los años, él había aprendido a bajar las defensas que lo convirtieron en un sinvergüenza.
Había aprendido a dejar que ella atisbara su verdadero idealismo. Y necesitaba cariño a
cambio.
Con el paso de los años, poco a poco, ella había aprendido a dárselo. Ella amaba las
dos caras de su marido, la de caballero errante y la de sinvergüenza… pero esta vez tenía
que esperar que fuera él quien acudiera a ella. No podía tratar a un adulto como si fuera
un bebé.
Al menos había estado implicado en el rescate de los ryn. Al contrario que Han, ella
procuraba estar al corriente de la actualidad en las noticias de la HoloRed. Su constante
implicación con los ryn parecía una señal de recuperación.
Cuatro horas después, se soltó la larga melena y se desplomó en el catre. ¿Qué hago
aquí?, pensó por un momento. Vivía sola con su androide de protocolo como única
compañía (Basbakhan y Olmahk dormían en la escalera), por lo que se sentía como si
estuviera olvidando algo de una importancia vital, día tras día. Era una suerte que
estuviera demasiado cansada para preocuparse… demasiado cansada… para preocuparse
demasiado… por él… o por los niños…
Su último pensamiento fue: Debería utilizar la Fuerza para saber si están bien.
¿Cuántos días hace…?
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
CAPÍTULO 3
La nave de guerra Sunulok, en funcionamiento desde hacía décadas, mostraba mil
pequeñas pruebas de su avanzada edad.
Las colonias luminiscentes de liquen y bacterias crecían a intervalos a la altura de la
cabeza de los pasajeros. Muchas de esas colonias titilaban, y algunas estaban apagadas o
habían perdido luminosidad. Los nodos de comunicación, pequeños villip sin utilizar
depositados en protuberancias coralinas de un rojo anaranjado intenso, se habían tomado
grises como la ceniza.
Mientras bajaba por una de las arterias envueltas en coral, Tsavong Lah ignoraba los
indicios de edad y muerte. De sus hombros colgaba una capa viva sujeta por unos dedos
de aguja que se le clavaban a modo de broche. Del esternón y omoplatos le pendían
escamas oxidadas como placas de armadura. Las escamas de armadura larval se
implantaban en el hueso mientras un coro sacerdotal recitaba cantos atonales en su
nombre, renovando los votos de devoción a Yun-Yammka, el dios de la guerra. En
cuestión de medio año, las escamas habían crecido un poco, estirándole los tendones,
forzando nuevos ángulos en sus articulaciones. Sólo entonces, los sacerdotes
consideraron completada la transformación de Tsavong Lah en Maestro Bélico.
Tsavong Lah se regodeaba en el dolor. El sufrimiento honraba a sus dioses, que
habían creado el universo sacrificando partes de sí mismos.
Frente a él, había dos centinelas. Los espolones de sus articulaciones eran inmaduros
y estaban letalmente afilados, y aún les quedaba mucho para completar sus tatuajes.
Estaban parados ante la puerta del centro de comunicaciones y se golpearon con el puño
el hombro opuesto a modo de saludo. Tsavong alzó una mano, recibiendo su homenaje y
señalando a la puerta. La válvula orgánica de la puerta se hinchó por los bordes y luego
se dilató.
Ante el cuadro de mandos se sentaba una asistente sorprendentemente joven, con
rayas negras honoríficas tatuadas a fuego en los pálidos pómulos. Seef se levantó de un
salto y saludó. Al hacerlo, su asiento extendió unos seudópodos y se retiró hacia un lado.
—Maestro Bélico —dijo ella con reverencia—. He despertado al villip maestro en su
cámara privada y he ordenado al Ejecutor que acuda.
Se acercó a otro panel. Aquella parte de la nave Sunulok había desarrollado una serie
de blástulas de coral geométricamente arracimadas en las que yacían inmóviles docenas
de pequeños villip.
Tsavong Lah pasó por delante y se acercó a la blástula de mayor tamaño. Esperó a
que se cerrara el esfínter del cubículo y frunció el ceño al ver la bola rugosa aislada en
una vitrina. Había crecido como la levadura a partir de villip maestros y se había criado
en guarderías a bordo de la nave, o bien había crecido como un fruto en una sustancia que
parasitaban ciertas plantas pantanosas, y ese molusco permitía la comunicación
instantánea a larga distancia.
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El villip reflejó la deforme cara del Ejecutor, que apenas tenía carne, con la nariz
retorcida y múltiples cicatrices que demostraban una gran devoción, y quizá más vanidad
de la apropiada. En lugar del ojo izquierdo, se había insertado un plaeryin bol que escupía
veneno.
Pocos de los contactos de Nom Anor habían llegado a sospechar su verdadera
identidad, ni siquiera los muchos atontados sirvientes humanos que tuvo. Su misión a
largo plazo incluía encontrar y neutralizar a los enemigos más peligrosos de su pueblo.
Irónicamente, desde el ataque a gran escala en Rhommamul, unos pocos residentes de la
Nueva República le honraban como a un héroe caído… asesinado, según creían, en una
guerra que en realidad él mismo había provocado.
Yun Harla, La Diosa Oculta, parecía sonreír a Nom Anor.
—Maestro Bélico —el villip le proporcionó una buena imitación de la voz de Nom
Anor. Los subtonos bajos sugerían deferencia y sumisión.
—¿A cuántos has añadido a tu manada? —preguntó Tsavong.
—Seis mil cuatrocientos desde la última vez que hablamos. Muchos procedían de
Fondor. Se está construyendo otra cúpula.
—Abominable, pero temporal. Procura no delatarte involuntariamente —los labios
decorados de Tsavong, cortados en multitud de ocasiones para rendir honor a Yun-
Yammka, se curvaron en una sonrisa. Fondor había resistido a uno de sus comandantes
supremos, Nas Choka, hacía menos de un klekket (dos meses, según el calendario infiel).
Choka apenas pudo hacer unos cientos de cautivos durante la destrucción de los
fantasmales astilleros mecanizados.
Un torrente de fuego estelar eliminó inopinadamente a la mitad de la flotilla de Choka
y a las tres cuartas partes de las propias naves del enemigo. Los estrategas de Tsavong
seguían intentando decidir si aquello había sido un sacrificio deliberado por parte del
enemigo. Las habituales ansias del infiel por preservar la vida habían sido su mayor
debilidad, su perfidia espiritual más aborrecible. ¿Acaso estaban aprendiendo? ¿Habían
descubierto que el sacrificio era la clave de la victoria?
Según los espías, el torrente procedía del sistema que los infieles denominaban
Corellia, de una instalación mecánica monstruosa llamada Centralia. Hasta que los
estrategas de Tsavong Lah consiguieran explicar el poder maligno del arma, le habían
aconsejado establecerse en algún lugar de las rutas del Núcleo situado tras la multitud de
pozos de gravedad que eran la línea de fuego directa de Centralia.
Por una afortunada coincidencia, el deformado ejecutor acababa de ser enviado a un
planeta que cumplía con esas características.
—Busca a los más dignos —le recordó Tsavong—. Si hubiéramos hecho mejores
sacrificios, ya estaríamos limpiando los planetas del Núcleo.
Nom Anor inclinó la cabeza.
—Y a los Jedi —prometió, pronunciando bien aquella difícil palabra. Había vivido
entre ellos muchos años—. Difíciles de atrapar, pero algunos parecen dignos.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
Tsavong Lah afirmó y rozó las protuberancias del villip de Nom Anor. La cara se
desvaneció y se fue borrando. El villip se contrajo y se metió en su propia boca.
En su distante planeta, Nom Anor estaría volviéndose a poner su máscara: no era un
ooglith, sino un nuevo tipo de criatura que imitaba una especie no humana. El contacto
humano de Anor, en el planeta capital del enemigo, había accedido a enviar cargamentos
de cautivos al sistema en que se hallaba.
En cuanto llegase Tsavong, acometería gustoso la tarea de separar a los que valían de
los que no. Un sacrificio masivo de adoración convencería al poderoso Yun-Yammka
para que permitiese a Tsavong llegar al Núcleo Galáctico, a los fértiles jardines cuidados
por razas fecundas de esclavos que les había prometido el Sumo Señor.
Seis mil nuevos infieles mejorarían el sacrificio y le acercarían todavía más al planeta
que realmente quería ofrecer a sus dioses.
Coruscant.
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CAPÍTULO 4
Mara Jade Skywalker era una niña de ojos grandes cuando el Emperador Palpatine se la
llevó a Coruscant. Había sobrevivido al entrenamiento de Palpatine, hora tras hora, día
tras día. Y ahora todo el mundo volvía a pensar en Coruscant como la zona cero, pero en
esta ocasión como objetivo definitivo de los yuuzhan vong.
Su marido entrenaba a otro aprendiz, dando por supuesto que en el futuro seguiría
habiendo paz y justicia que defender. Pero ella se preguntaba si todos seguían haciendo lo
que hacían por fe o sólo por costumbre.
Con las manos cruzadas, contempló a su sobrino pequeño. Sentado junto a Luke,
llevaba una camisa color marrón claro bajo la túnica Jedi. Anakin Solo tenía una
intensidad sombría, un apellido corelliano y aquella forma de arquear la ceja tan propia
de su padre. Aun así, sus ojos azules brillaban con ganas de salvar la galaxia, él solo si
era necesario, y eso era puro Skywalker.
Hace poco, desde su regreso de Yavin 4, Luke había adquirido la costumbre de
reunirse unos cuantos días con varios Jedi en algún lugar recluido pero público. Los
últimos meses, los Jedi habían estado en el punto de mira de la opinión pública. Ithor
había caído, a pesar del sacrificio de Corran Horn. Escuadrones de batalla renegados
guiados por jóvenes Caballeros Jedi entraban y salían sin cesar de los principales frentes
de invasión sin prestar atención alguna a la estrategia militar. Y lo que era casi igual de
dañino: los datos que su antiguo jefe, Talon Karrde, había proporcionado a los Jedi sobre
el inminente ataque de los yuuzhan vong a Corellia habían resultado ser falsos.
Si los Jedi no conseguían trabajar juntos, los pulverizarían por separado o irían
cayendo uno a uno en el Lado Oscuro.
Siete Jedi habían tomado asiento aquella mañana en lo más profundo del distrito
gubernamental de Coruscant, a pocos metros de un balcón que daba a una concurrida
entreplanta. Una fuente borboteaba no muy lejos, y su aspecto y sonido parecían salidos
de la época gloriosa del Imperio…
Los días en los que ella había sido la mano derecha del Emperador. Todavía
arrastraba muchos remordimientos de aquella época, cosas que le habría gustado no haber
tenido que ver o hacer. Pero ya estaba en paz. Había cedido lo que más apreciaba, su
nave, el Fuego de Jade. Y en su lugar había recibido… bueno…
Lo suficiente.
Volvió a contemplar a Luke y a Anakin. Cada vez que los veía juntos vislumbraba
dos reflejos proyectados de la misma fuerza interior. Tenían la misma constitución
compacta, aunque Anakin no había terminado de desarrollarse, y compartían esos
hoyuelos a juego con sus barbillas…, pero lo que más les delataba era su honestidad
cerril.
El coronel Kenth Hamner, un Jedi humano increíblemente alto con un rostro alargado
y aristocrático y que servía al ejército de la Nueva República como estratega, negó con la
cabeza y dijo:
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—Sin los astilleros de Fondor y con las rutas hiperespaciales minadas, tendremos que
abandonar el Borde Interior, e incluso las Colonias. Rodia corre un grave peligro. Gracias
a la Fuerza, Anakin consiguió recuperar Centralia…
Anakin se echó hacia delante, y apretó los puños.
—Siempre y cuando no perdamos Corellia. Probablemente, Thrackan expulsará a los
drall y a los selonianos, declarará Corellia zona exclusivamente humana y nos dejará
fuera, siempre y cuando nosotros se lo permitamos…
Mara conocía bien a Anakin, por lo que podía imaginarse lo que estaba pensando sin
necesidad de palabras: Y todo porque yo no disparé a Centralia cuando pude hacerlo.
Ahora Thrackan es un héroe, independientemente de la cantidad de inocentes que
asesinó… En cuanto el gobernador general Marcha fue destituido de su puesto, Thrackan
y los de Centralia empezaron a competir por el poder en Corellia.
Kenth Hamner negó con la cabeza.
—No te culpes, Anakin. Un Jedi tiene que aprender a mantener su poder bajo control.
Tenemos que pararnos a pensar detenidamente en las consecuencias. No podías
precipitarte a la hora de decidir si disparabas o no a Centralia, e hiciste bien. Puede que
Centralia sea la última defensa del Núcleo, si conseguimos repararla. Desde allí
podremos defender los astilleros de Kuat y proteger Coruscant.
—Cierto —dijo Luke a Hamner. Una nueva oleada de naves de guerra de coral yorik
había llegado al Corredor Corelliano, cerca de Rodia. Jaina, la hermana de Anakin y
aprendiz de Mara, se había trasladado a ese frente con el Escuadrón Pícaro y era difícil
percibirla con la Fuerza, al haber allí tantos yuuzhan vong. De alguna manera, los
yuuzhan vong tenían la capacidad de anularla.
Lo que sí estaba claro era que quien corría peligro era Bothawui, entre el frente hutt y
el amenazado Rodia. La última vez que Mara había oído hablar de Kyp Durron, éste
había ubicado a su Docena de luchadores cerca de Bothawui, esperando a que hubiera
pelea.
Mara estaba harta de Kyp Durron. Y se dio cuenta del respeto con que Kenth Hamner
se dirigía a Anakin. Anakin le había salvado a ella la vida en Dantooine, donde los
guerreros yuuzhan vong les persiguieron durante días, mientras su misteriosa enfermedad
la dejaba sin fuerzas. Desde la caída de Dubrillion y la retirada a Dantooine (y más tras lo
de Centralia), la gente que paseaba por el Gran Corredor de Coruscant saludaba a
Anakin, de apenas 16 años. Los vendedores de delicias exóticas le ofrecían probarlas, y
esbeltas hembras twi’leko agitaban los lekkus al verlo pasar.
Luke también llevaba una túnica Jedi aquel día, de color parecido a la arena de
Tatooine. Como la que llevaba Cilghal, la sanadora mon calamari, que inclinaba su
masiva cabeza sobre las manos membranosas de color salmón. Se había traído a su nueva
aprendiz, la pequeña y callada Tekli. Tekli, una chadra-fan con talento marginal en la
Fuerza, tenía siempre los ojos abiertos como platos. Sus grandes orejas de soplillo se
estremecían cuando una nave atmosférica pasaba cerca del balcón.
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Kathy Tyers
Los días cada vez eran más largos para los sanadores. Cilghal les había confesado que
trataban más que nunca enfermedades relacionadas con el estrés. La ansiedad y el temor
que provocaba ver una invasión desplazando y matando a tantos seres eran como
contemplar una enfermedad consumiendo a un amigo indefenso…
Mara percibió un destello azul desde donde estaba Luke y se encontró con la mirada
de preocupación de su marido. Procuró dejar de albergar aquellos malos pensamientos.
Su enfermedad, como un cáncer mutante, había pasado por incontables cambios
aleatorios y se había vuelto incontrolable. Debería de haber sido letal.
Había guardado reposo durante tres meses. Las lágrimas de una criatura alienígena,
Vergere (apresada por poco tiempo junto con una agente yuuzhan vong), le habían
devuelto las fuerzas. Pero no sabía si declararse curada. Al igual que Luke, que no sabe si
llamar a este grupo «consejo», porque no lo es. Pero de momento estoy bien. Eso es lo
que cuenta.
Así que le devolvió la mirada, admirando sus rasgos de madurez. Hacía años que
había perdido aquel aspecto de inmaduro chico de granja. Alrededor de sus intensos ojos
azules había acumulado arrugas de sonrisa, y surcos de preocupación sobre el puente de
la nariz. Aquí y allá, sobre todo cerca de las sienes, le asomaban unas pocas canas.
Bastante distinguidas, pensó ella.
Desde aquella hora en las cuevas de Nirauan, cuando el peligro mortal les obligó a
luchar tan estrechamente que la profunda conexión que tenían con la Fuerza les permitió
ver el mundo a través de la mente del otro, Luke y ella tenían momentos en los que
parecían luchar, pensar e incluso respirar como una sola persona. Completamente
distintos en apariencia, sus fuerzas se equilibraban perfectamente. El destino había
sonreído a Mara Jade, la que fuera mano derecha del Emperador, y no necesitaba de la
Fuerza para ver que su unión hacía feliz a Luke Skywalker.
Así que era obvio que el riesgo de recaída de su mujer le preocupaba
desesperadamente. Todavía les quedaban muchos sueños por perseguir.
Luke se ruborizó.
Pues presta atención a tu reunión, Skywalker, pensó hacia él, burlándose de su rubor.
Deja de preocuparte por mí.
Aunque su conexión con la Fuerza rara vez les permitía comunicarse con palabras, él
captó claramente el mensaje. Se giró hacia Kenth Hamner y dijo:
—Daye Azur-Jamin, de Nal Hutta, lleva sin informar casi una semana. Le pedí a su
hijo Tam que se dirigiera hacia allí, con cautela, para ver si podía averiguar algo en la
retaguardia de las fuerzas de asedio.
Al igual que en Kalarba, la presencia del enemigo se masificaba cerca de Nal Hutta, y
de alguna manera neutralizaba la Fuerza.
—Daye es un buen hombre —dijo Cilghal en voz baja—. Lowbacca y Tinian han
salido del Espacio Hutt, ¿no?
Luke asintió.
—Acaban de informar desde Kashyyyk. Allí no hay señal de actividad enemiga.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—Al menos los yuuzhan vong no están fastidiando a los wookiees en casa —dijo
Kore alegremente.
Era una delicada y joven bith con un talento para la música que le abría las puertas de
ciertos eventos sociales cargados de información. Ulaha parecía agobiada y andaba tan
encorvada que Mara apenas podía ver sus largos ojos bajo su protuberante cabeza calva.
Su comentario provocó una risa nerviosa en el círculo, lo que demostró a Mara que
hasta los Jedi estaban desesperados por un poco de diversión.
—¿No hay nada de Bilbringi? —preguntó Hamner—. ¿Qué hay de los mon calamari?
Luke dejó que el coronel llevara la conversación a los puntos fuertes militares que
quedaban de la Nueva República.
—Sin novedades en Bilbringi —respondió él—. Tenel Ka y Jovan Drark se han
apostado en sitios públicos, buscando puntos muertos en la Fuerza que pudieran indicar la
presencia de yuuzhan vong enmascarados. Lo mismo por parte de Markre Medjev, que
está dando el toque final a su investigación en Bothawui —dijo, mirando a Mara no sin
cierta amargura. Con Borsk Fey’lya aferrándose al puesto de jefe de Estado, la reducida
Quinta Flota había vuelto al espacio bothano, y ya no era de utilidad al Núcleo—. Y
nuestras líneas de suministro y comunicación con Mon Calamari siguen cortadas.
Llevaban meses cortadas. Los otros Jedi guardaron silencio durante casi un minuto,
reflexionando sobre los informes. Luke entrecerró los ojos.
Mara entrelazó los dedos, esperando que su marido no tuviera la intención de forzar
el destino. Si el futuro le golpeaba en la cabeza y demandaba su atención, de acuerdo.
Pero forzar las cosas era algo distinto.
La fuente, una creación mon calamari de forma libre y superficie irregular, seguía
borboteando. El plato superior rotaba, enviando corrientes de agua a todos lados. Mara
apreciaba aquel sonido de fondo. Pero a Luke seguía fascinándole el agua que caía
libremente del cielo, sin tener que utilizar vaporizadores de humedad. Solía convocar
estas reuniones aleatoriamente en distintos lugares, pero a menudo elegía sitios cercanos
a agua corriente. Quizás empezaba a darse cuenta de las formas y los patrones de su vida,
comenzando por la sutil transición del principio de su madurez a una edad más sabia.
Ella frunció los labios, frustrada por pensar de ese modo. Ahora estaba sana de nuevo
y disfrutaba con sus años. La fortaleza le merecía respeto.
Pero la juventud tenía sus privilegios, esperanzas que ella todavía no había hecho
realidad y que quizá nunca haría. Tomó el elixir de Vergere porque su instinto le dijo que
funcionaría. No tenía ni la menor pista de cuándo, si es que ocurría, podría concebir un
hijo sin problemas.
En el otro extremo del círculo, la pequeña Tekli se aclaró la garganta. El vello de sus
grandes orejas se estremeció.
Luke abrió los ojos, y Mara también se sintió sorprendida. La aprendiz chadra-fan
jamás había tomado la palabra durante una reunión.
—No sabía si debía informar de esto —comenzó a decir, y su voz era un arrullo
musical.
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Kathy Tyers
La sonrisa de Anakin se torció irónica. Mara tomó nota mental para recordar hablar
con él sobre su actitud hacia los menos dotados, si es que Luke no lo hacía antes.
—Adelante —Cilghal le indicó con la mano que podía hablar.
Tekli miró a su mentora y continuó.
—Hace dos días, estaba cerca de Ciudad Domo, en una nueva zona llamada el
Callejón de JoKo. Buscando a un amigo —añadió ella a toda prisa, como si le diera
vergüenza admitir que había estado en una zona tan conflictiva de los barrios bajos de
Coruscant.
—¿Ah, sí? —Luke miro a Tekli con expresión seria y atenta. Como supervisor de la
academia Jedi, había aprendido a ser paciente. Nunca dejan de aprender, le había dicho a
Mara, siempre y cuando alguien les anime a hacerlo.
—Y oí a alguien hablando en un tapcafé de…
—¿En cuál? —preguntó Anakin.
Luke alargó una mano con la palma hacia abajo.
—Espera, Anakin. Sigue, Tekli.
Ella alzó la cabeza y se atusó los largos bigotes.
—Pues fue en La Hoja Verde. Había dos rodianos hablando de uno de sus
compañeros de trabajo, diciendo que no se creían que fuera humano. Todos hemos oído
hablar de los enmascaradores ooglith, y de que los yuuzhan vong pueden hacerse pasar
por humanos. Quizá sea fruto de la intranquilidad general, Maestro Skywalker, pero no
costaría nada que unos Jedi más… dotados, como vosotros, lo comprobasen.
—¿Quieres regresar allí? —preguntó Luke con amabilidad.
Tekli negó con la cabeza.
—Yo no sé pelear, señor.
Mara vio de reojo a Anakin, que la miró arqueando una oscura ceja. Ella frunció los
labios.
Luke la miró y luego a Anakin.
—No pasa nada, Tekli. Acabo de conseguir dos voluntarios de lo más capacitados.
Los Jedi serán más fuertes —añadió— cuando todo el mundo utilice su talento por
completo. Hagas lo que hagas, hazlo con todo tu potencial.
La ancha nariz de Tekli se estremeció encantada.
***
—¿Seguro que estás preparada para esto? —preguntó Luke.
Mara caminaba a su lado por el patio abierto. Junto a un grandioso edificio, un
androide jardinero se agarraba al tronco de una higuera cantora, podando el crecimiento
errático del año pasado.
La túnica de Luke ondeaba a su paso, atrayendo las miradas. Miradas que a ella no le
gustaba atraer tras tantos años como agente en la sombra. Jamás llevaba ropajes Jedi a
menos que fuera estrictamente necesario.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—Claro que sí. No me encontraba tan saludable desde que… —lo dejó en el aire—.
Bueno, desde hacía mucho tiempo.
—Puedo mandar a alguien contigo.
Mara se rió.
—Con Anakin me basta.
Había solicitado estar unos minutos a solas con su marido, por lo que su sobrino les
seguía a cierta distancia. Sin tener que utilizar la Fuerza, ella sintió el estado mental alerta
del chico. Se tomaba su papel de guardián tan en serio como todo lo demás.
—Se siente fatal por lo de Centralia —añadió ella—. Es una carga para él, además de
la culpabilidad por la muerte de Chewie. Lo lleva cada vez mejor, pero tiene muchos
remordimientos.
Luke lo sabía, claro. Luke captaba los sentimientos de la gente tan rápido como ella
obtenía pistas con su instinto.
—Se siente todavía peor por lo de Jacen —indicó Luke—. El distanciamiento que hay
entre ellos me preocupa.
—A mí me preocupa Jacen —replicó Mara. No había salido de Coruscant en muy
buen estado anímico, y llevaban dos meses sin noticias suyas.
Atravesaron un pasadizo lateral. Una brisa gélida, probablemente procedente de algún
sistema de ventilación instalado para la comodidad de los talz, le hizo temblar. Luke
abrió la boca para decir algo, pero se calló y arqueó una ceja, rogando comprensión.
Había estado a punto de fallar y preguntar a su mujer si se encontraba bien. Estaba
llegando al límite diario.
No vaciles, esposo mío. De nuevo volvió a pensar para él, pero suavizó la respuesta
con un guiño.
A Luke le temblaron los labios. Estuvo a punto de sonreír. Habían tenido
intercambios así ¿cuántas veces…?, ¿cien? Habían pasado a formar parte de la ingente
cantidad de reconfortantes rituales de su matrimonio, casi siete años que habían templado
la amargura de Mara gracias a la inamovible devoción de Luke.
Ella echó la vista atrás. Anakin les seguía en silencio, arrastrando los pies con sus
botas marrones hasta la rodilla, como siempre hacía cuando quería parecer relajado y
tranquilo. Tres chicas y una sinuosa falleen, probablemente funcionarías de nivel bajo, se
detuvieron al verlo y se le quedaron mirando.
Con aquel oscuro atractivo, Anakin seducía a la multitud. Coruscant necesitaba un
héroe joven y vital. Anakin parecía gustar a los que querían vigilantes Jedi (la facción de
Kyp Durron), así como a aquellos que seguían aprobando una postura más tradicional por
parte de los Jedi de ejercitar el poder bajo la disciplina extrema. Entre hazaña y hazaña de
su escuadrón, Kyp había intentado con todas sus fuerzas convencer a Anakin de que se
uniera a él.
Mara apretó los labios. Estaba casi tan preocupada por Anakin como por su
deprimido hermano. Anakin se vería tentado algún día, sin duda. Por mucho talento
precoz que tuviera, no podía alardear de haber tenido la infancia virtuosa y trabajadora
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que tuvo su tío. Ella había visto los recuerdos de Luke, sus remordimientos más
profundos y sus penas más hondas. Sabía lo cerca que había estado del Lado Oscuro.
Y Anakin se vería acosado porque a él le había criado un ex contrabandista al que le
encantaba saltarse las normas, una madre cariñosa pero ausente, su buen ayudante y un
androide de protocolo, por no hablar de la academia Jedi, a la sombra de sus dos
hermanos. Si Anakin no se rendía al Lado Oscuro, resistir a semejante tentación le haría
todavía más fuerte, quizá el Jedi más poderoso de su generación.
—Sobre lo de ese agente yuuzhan vong —murmuró ella—, si es que lo que vio Tekli
fue real. Lo quiero vivo. Podemos obtener más cosas de un prisionero vivo que de un
cadáver. —Los xenobiólogos ya tenían unos cuantos cadáveres que les había costado
mucho encontrar, preservados en distintos planetas—. Como el efecto que tienen los
dardos tranquilizantes en su química corporal.
—No es ético experimentar con prisioneros —Luke entrecerró los ojos.
—¿Y cómo vamos a…?
—También necesitaríamos saber si se les puede aturdir —le interrumpió él en plena
objeción.
—Tienes razón.
Su armadura viviente parecía rechazar los disparos láser, pero ¿podría atravesarla una
vibración de baja energía? Con que sólo sirviera para incapacitar al cangrejo vonduun, se
podría inmovilizar al guerrero que lo portaba.
Para realizar ese pequeño experimento, que desde luego no sería con un prisionero,
habría que acercarse a un enemigo más de lo que se atrevería cualquiera que no fuese un
Jedi.
Y Luke no había pedido asumir aquella misión. Mara se dio cuenta de que él acababa
de convencerla de su punto de vista sin necesidad de contradecirla.
Mara le tocó el brazo, y él le acarició la mano. Su profunda unión había sufrido
durante la época oscura en la que ella creyó morirse. Se había retraído, apartándose
incluso de Luke.
Qué alivio poder retomar su relación. Su matrimonio daba de sobra para que les
durara toda la vida, con o sin pequeños sueños que perseguir.
***
La gente que había salido a cenar ya escaseaba cuando Mara guió a Anakin al exterior del
tren retropropulsor hacia el Callejón de JoKo. Se acercó a un mirador, plantó ambas
manos en la barandilla y miró hacia abajo.
A lo lejos, capas de luz se desvanecían en los peligrosos barrios bajos. Un
murcielalcón apareció planeando, atrapando babosas graníticas o alguna otra forma de
vida silvestre de las paredes de durocemento. Por el conducto amarillo brillante del
turboascensor que había en la pared de enfrente se elevó un módulo naranja que devolvió
a los visitantes de Coruscant a los niveles superiores más poblados.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
Aquel distrito estaba tan bajo que al alzar la mirada no se veían las aeropistas de alta
velocidad situadas más allá de la Ciudad Domo controlada por los militares. En aquel
nivel sólo podía verse el tráfico local. Por allí pasaba una unidad de patrulla, con las luces
emitiendo un pálido resplandor azul intermitente.
—Una noche tranquila, de momento —Anakin se acercó a ella, de medio lado.
Satisfecha con el rastreo, Mara se puso de espaldas al abismo y contempló la
multitud. Cautelosa, se abrió tan sólo un poco a la Fuerza. Burbujas de sonidos emotivos
estallaban aquí y allá, casi siempre procedentes de gente de la edad de Anakin. Una
anciana pareja de quarren pasó rápidamente con las cabezas gachas, hombro con hombro.
Ella apreció cierta tensión en los tentáculos faciales temblorosos. El más alto mantenía la
vista apartada de su compañero. Guardaban un amplio espacio personal a su alrededor.
Quizá esta noche lleven algo demasiado valioso, fue la conclusión a la que llegó ella.
En la otra dirección, dos humanos avanzaban a trompicones, uno de ellos algo cojo. A
juzgar por su cara, era obvio que se hallaba bajo la influencia de varias jarras de lum.
Cuando pasaron, ella alcanzó a oír algunas palabras sueltas.
—… a la Brigada de la Paz. Así, si los vong llegan hasta aquí…
La voz se desvaneció y dejó a Mara levemente preocupada. Coruscant, que siempre
había sido pasto de la intriga, se estaba convirtiendo en una olla de temor reconcentrado.
La Brigada de la Paz, formada por humanos que habían decidido colaborar con los
yuuzhan vong, no llevaba abiertamente la insignia de las manos entrelazadas, pero supuso
que aquello no tardaría en ocurrir.
Mara se metió una mano en el bolsillo del chaleco. Por debajo de las creditarjetas y el
intercomunicador llevaba un traje de vuelo color naranja con capucha, además de la
pistola y el sable láser que Luke le había regalado. La costumbre le obligaba a curvar los
hombros en el ángulo preciso para que sus vestiduras le taparan las armas. La túnica y los
pantalones anchos de Anakin le venían bien para eso. Tenía un bulto extraño en el
cinturón, que probablemente era un báculo de miedo de Sabrashi, pero un viandante
cualquiera habría podido confundirles con una mujer y su hijo dando una vuelta.
Hijo. Volvió a fruncir el ceño. Cada mes que pasaba, centrado en la invasión o
siguiendo el ritmo de las preocupaciones por el destino de los Jedi, las ganas de abrazar a
su propio hijo se iban acrecentando al tiempo que se hacían menos viables. Luke y ella se
distanciaban cada vez más.
En ocasiones, según le habían contado Cilghal, Oolos y los otros sanadores, la
extraña enfermedad que Mara padecía había acabado con sus víctimas destruyendo las
proteínas que envolvían el núcleo de las células. Ella lo había sentido alguna vez, como si
algo le mordisqueara los huesos y otros órganos específicos. Un síndrome que atacaba la
integridad de las células podría destruir a un hijo nonato o alterar su estructura celular
para producir… ¿Producir qué?, se preguntó. Si alguna vez tenía un niño, no sabía
siquiera si sería humano.
No, tendría que contentarse con una sobrina aprendiz superdotada y dos estupendos
sobrinos. Luke y ella también habían apadrinado, y visitado cuando podían, a una
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Kathy Tyers
huérfana bakurana de trece años, Malinza Thanas. El padre de Malinza había muerto de
una enfermedad crónica, y la madre en otra crisis en Centralia, hacía años. Luke se sentía
profundamente responsable de la niña, que vivía con una buena familia de acogida
bakurana. Al menos Malinza parecía a salvo de los yuuzhan vong en aquel lejano planeta.
Al pensar en Bakura, Mara imaginó cómo debieron de luchar los derrotados ssi-ruuk
contra los yuuzhan vong. ¿Acaso los nuevos invasores, que evidentemente estaban
muertos para la Fuerza, tenían energías vitales que podrían extraerse para alimentar la
tecnología ssi-ruukiana?
Eso sí que habría sido humillante…
Anakin contempló un quiosco transparente. A nivel ocular, mostraba un holo
animado tridimensional de cinco niveles de la zona.
—Creo que La Hoja Verde está dos pasadizos al norte —dijo él—. ¿Quieres que
cojamos otro tren?
—Vamos andando —respondió Mara—. No bajes la guardia.
Ella se dio cuenta de que él se rezagaba ligeramente a su izquierda cuando Mara se
mezcló con la multitud. Era una buena formación de defensa bipersonal, con la Maestra
en vanguardia.
Mara ladeó la cabeza levemente.
—La clase de hoy —dijo a Anakin— es un repaso —Anakin nunca aprendería el arte
del engaño de Luke, que solía destacar entre el gentío como un predicador sunesi.
—Ajá —Anakin observó una serie de luces en movimiento, dispuestas como una
pasarela para atraer a los viandantes a un nuevo restaurante.
—Nunca dejes de evaluar —dijo ella—. Cuanta más información recolectes antes de
que llegue el momento crucial, más opciones tendrás y menos posibilidades tendrá el
enemigo de sorprenderte.
Él entrelazó las manos, apretando los pulgares.
—Ya lo sé —pasaron por una puerta que emitía varios olores pestilentes y una niebla
densa.
—¿Y qué ocurrió la semana pasada en los simuladores? —preguntó ella—. Y
mientras te lo piensas, deja esa pose Jedi.
Anakin dejó caer los brazos.
—Volando contra ti no tenía ni la menor oportunidad.
—Atacas demasiado pronto. Siempre lo haces. Para superar nuestros fallos, primero
debemos conocer nuestras debilidades.
Y sé en lo que estás pensando, Anakin Solo: Piensas que estoy desesperada.
Mara cambió de rumbo al ver que tres jóvenes twi’lekos borrachos se acercaban en su
dirección. Anakin mantuvo su posición, ya que no se iba a cruzar con ellos de todas
formas.
Aprendía rápido. Toda su generación de Jedi había tenido que madurar rápidamente.
Pero lo cierto era que Mara tampoco había tenido mucha paz en su adolescencia.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
Sobre sus cabezas se arquearon más luces móviles que dibujaban escalofriantes
reflejos en las ropas, el pelo, el vello y la piel expuesta. La muchedumbre se apretó aún
más en la acera. Por todas partes se veían conjuntos de ondulantes hongos amarillos,
desarrollados por un científico ho’din para ayudar a oxigenar correctamente las zonas
más oscuras de los subterráneos.
Tras avanzar casi medio kilómetro, las luces sobre sus cabezas pasaron a ser hojas
verdes luminosas con forma de flecha. Ella divisó unas grandes puertas. Las luces de
dentro no eran tan oscuras como las de otros antros que habían visto. Al otro lado del
pasadizo, había un llamativo estudio de tatuajes.
—Bien —murmuró ella—. El amigo de Tekli tiene buen gusto.
Se adentró en La Hoja Verde. Anakin mantuvo en todo momento el codo derecho en
contacto con el codo izquierdo de su tía.
El tapcafé estaba construido alrededor de una columna central. Mientras Mara
esperaba a que su vista se adaptara a la luz reinante, vio que la columna había sido tallada
y pintada para que pareciera un tronco de árbol vivo. Su parte superior se dividía en
docenas de imitaciones de ramas. Las hojas se mecían en la brisa artificial.
El lugar ideal donde se escondería un asesino, en su opinión profesional, sobre todo
en el centro, donde las ramas parecían más resistentes.
—Buenas noches, nobles amigos. ¿Quieren mesa?
Mara bajó la mirada y vio a un joven drall, quizá uno de los primeros inmigrantes de
Corellia.
—Sí —dijo ella—. Cerca de la puerta, por favor —alzó la vista, observando el
escondite del tronco del árbol—. Y cerca de la pared exterior —para poder vigilar todo el
establecimiento.
—Síganme, por favor.
El drall les guió por una superficie blanda y elástica y se detuvo junto a una mesa de
dimensiones humanas. Mara cogió el asiento que miraba a la entrada y dejó a Anakin el
que miraba al fondo del establecimiento. La mano se hundió en la mesa, que parecía
cubierta de un mullido musgo. La moqueta era parecida a un manto de hojas caídas.
Esperaba que la comida estuviera en buenas condiciones higiénicas.
—¿Quieren algo para comenzar, nobles señores? —el camarero les obsequió con la
hospitalidad tradicional, mientras introducía menús holográficos que aparecieron sobre la
mesa.
—Agua de elba —respondió ella.
Anakin asintió.
—Yo lo mismo.
El fornido y joven drall se alejó por entre las hojas caídas.
Un manantial artificial borboteaba en la base del árbol, humidificando el aire. Mara
tomó nota mental del sitio para traer a Luke. Contempló discretamente a los otros
comensales, pero no vio nada más peligroso que una joven pareja de dug discutiendo por
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el postre. Anakin y ella eligieron lo que querían tomar de la manera habitual, pulsando
los menús activos ante ellos. Luego Mara se giró y se apoyó en la pared.
—¿Ves algo? —preguntó ella.
—Nada digno de mención —pero seguía mirando. Muy bien, Anakin—. Si de verdad
odiara la tecnología, éste es el único sitio de Coruscant en el que me sentiría medio
cómodo.
Cierto.
No se veían androides de servicio por ningún lado. Sólo ese hecho bastaba para que
Mara sospechara del dueño. A largo plazo, los androides eran muchísimo más rentables y
fiables que los empleados orgánicos.
Cuando su camarero regresó con el agua de elba y dos calientaplatos cubiertos, una
familia de whiphids se marchó armando jaleo, con el padre resoplando entre los
colmillos. Mara vio a otro camarero, que caminaba algo jorobado llevando una bandeja
de lo que parecía gastronomía cavernosa. Dejó la bandeja y comenzó a recoger los platos
y cubiertos de una mesa.
Ése tenía que ser el que había visto Tekli. Tenía un aspecto retorcido. Quizá fuera por
alguna antigua lesión, pero…
—Ése —susurró Anakin.
—Utiliza la Fuerza para tantearle.
Ella se hundió todavía más en el asiento, estrechando el ángulo entre Anakin y el
camarero de aspecto humano para poder verlos a ambos sin mover la cabeza. Anakin
entrecerró los ojos azules y, al echarse hacia delante, le cayó un mechón de pelo por la
frente. Frunció el ceño.
—Pareces el campeón de la galaxia —susurró ella a modo de advertencia.
Él apretó los labios, molesto.
Luego se enderezó varios centímetros.
Mara se metió una mano en el chaleco y agarró la empuñadura del sable láser.
—¿Nada? —murmuró ella.
—Nada.
Mara utilizó la Fuerza para confirmar el veredicto de Anakin. El supuesto humano era
como una sombra, un punto muerto, un vacío.
Anakin ya se estaba levantando de la mesa.
—No —dijo Mara cortante—. No en medio de un restaurante lleno de gente.
—¿Y qué hacemos? —preguntó él—. Se nos va a escapar.
—No creo. Está en su tumo. Vamos a terminar la cena —Mara se apoyó en la
musgosa mesa—. Y antes de hacer nada, debemos saber si tiene refuerzos en la cocina.
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CAPÍTULO 5
Randa se adentró en el barracón dormitorio de los Solo. Ese día, Han estaba en el
depósito, haciendo alguna chapucilla con la estación de bombeo. Jacen había vuelto a por
un intercomunicador.
Randa apenas cabía en el limitado espacio entre catre y catre, pero lo intentó.
—Ya es terrible —dijo furioso, moviendo compulsivamente la cola junto a la pila de
pertenencias que yacían al pie de la cama de Jacen— no poder recurrir a la ayuda de mi
planeta natal, pero que me digan que tengo que subsistir con las mismas raciones que un
ryn —se enderezó todo lo que pudo, resoplando con todo el pecho—. ¿Acaso encuentras
algo mínimamente similar entre mi constitución física y la de esas pequeñas criaturas
peludas? Mi metabolismo requiere…
—No es la misma ración —Jacen se metió el intercomunicador en un bolsillo y se
sentó en la cama, apoyando la espalda lentamente en la pared. Algunos de los edificios se
habían caído sólo por los juegos de los niños ryn—. Es el mismo porcentaje de ración
nutritiva estándar. Si tu metabolismo se calcula tres veces mayor que el de un ryn, se te
dará…
—No es lo suficiente. Me debilitaré, me arrugaré, me atrofiaré. Y ya soy demasiado
pequeño para mi edad —a la luz de la puerta abierta del barracón, Jacen vio que los
luminosos iris de Randa se agrandaban, estrechando pupilas que apenas eran rendijas.
—¿Ha habido noticias de Nal Hutta, Randa? ¿Has oído algo? ¿Sabes si tu progenitora
está en peligro?
Un disparo directo. Las manos de cuatro dedos de Randa se abrieron y cerraron con
frustración.
—No he oído nada de mi gloriosa progenitora —rugió él.
—Lo lamento —intentó decir Jacen—. Tenemos…
—La Nueva República no defenderá Nal Hutta —gritó Randa—. Van a sacrificar
nuestro planeta como sacrificaron Tynna y Gyndine. Ya nos han desahuciado. Están
llevándose el ejército de vuelta a Coruscant —la poderosa cola volvió a estremecerse—.
Y a esos dichosos astilleros de Bilbringi.
—Bothawui pronto estará amenazado también —dijo Jacen con expresión neutral.
Randa expresaba su preocupación con miedo, lo cual llevaba fácilmente a la agresión—.
Estamos todos en peligro, Randa. El potencial militar está tan disperso…
—Entonces, ¿por qué no estás ahí fuera luchando, Jedi? —Randa apretó uno de sus
regordetes puños—. En cierta ocasión vi a un poderoso Jedi matar a un yammosk. Tenéis
poderes que van más allá de lo que puedas hacer aquí. Tu familia ha conseguido grandes
cosas.
—Yo tengo mis propios problemas, Randa —Jacen negó con la cabeza, sospechando
de tanto halago por parte de Randa. No habría sabido distinguir a un hutt sincero, pero lo
de que su familia había hecho grandes cosas… estaba seguro de que Randa sabía quién
había estrangulado a Jabba hasta la muerte.
LSW 47
Kathy Tyers
Randa se acercó aún más a la única ventana del refugio, en la pared opuesta a la
puerta.
—Si pudiéramos llegar a Coruscant, tú y yo podríamos asestar tal golpe a los yuuzhan
vong que lamentarían haber pisado jamás esta galaxia. Mi clan tiene recursos en una
docena de planetas. Podríamos sufragar el armar nuestro propio escuadrón, aunque, por
desgracia, entre los míos no hay mucha gente preparada para la lucha.
Jacen intentó imaginarse a un hutt adulto en un Ala-X. ¡No se podría ni cerrar!
Pero a él le habría encantado pilotar un Ala-X. Aquella nave le hacía sentir ágil,
poderoso, casi invencible.
—He oído que eres un piloto increíble —Randa entrecerró sus enormes ojos negros y
se aclaró la garganta.
—Mi hermana es mejor que yo —¡Jaina! Habían pasado ya tres días y el Escuadrón
Pícaro seguía sin darles un diagnóstico—. Y mi hermano también —admitió Jacen,
concediendo a Anakin el honor que se había ganado en el Capricho de Lando, el cinturón
de entrenamiento de asteroides, así como en la batalla por Dubrillion.
—Pero tus honorables hermanos no están aquí. El destino nos ha unido, Jedi Solo. Yo
podría hacer que tu nombre fuera más grande de lo que ya es.
Jacen estiró los brazos e hizo crujir sus nudillos. ¿Su nombre? En ese momento su
nombre era poco más que pienso de bantha para los Jedi y la Nueva República.
—Encontraré la forma de salir de Duro y acudir en ayuda de Nal Hutta, aunque sólo
consiga llegar demasiado tarde y estrellar una nave en medio del banquete de celebración
de los invasores. O localizaré a Kyp Durron y daré todo mi apoyo a su escuadrón,
llevando la batalla a las puertas enemigas —el hutt se deslizó hacia la puerta.
—Randa —dijo Jacen en tono conciliador—. Necesitamos tu ayuda. Aquí.
—¿Ah, sí? —Randa se detuvo—. Dime, joven Solo. ¿Qué puedo hacer aparte de
remover tanques hidropónicos? ¿Además de supervisar las bombas de agua y de…?
El intercomunicador de Jacen pitó.
—Un momento —dijo, alzando una mano a modo de ruego—. Randa, no te vayas —
se quitó el intercomunicador del cinturón—. Aquí Jacen Solo —dijo.
—Aquí Piani, desde Comunicaciones —anunció una vocecilla—. Ya tenemos el
mensaje. Ven cuanto antes.
Aturdido, Jacen cambió el canal del intercomunicador.
—Papá, ¿has oído eso?
La voz del cabeza de familia sonó borrosa. Hasta en las distancias cortas, las
comunicaciones de baja potencia eran difíciles en la extraña atmósfera de Duro.
—Voy para allá —dijo Han.
***
La misma persona de contacto con la que había hablado en primer lugar saludó a Jacen en
el enlace de audio.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—Irá recuperando la vista sin necesidad de intervención médica, con el tiempo. Pero
estará fuera de combate varias semanas y deberá guardar reposo.
Han irrumpió en el barracón de control.
—¿Vista? ¿Qué es eso de la vista?
—La exposición ha afectado a las córneas, capitán —repitió el mayor Harthis—. Es
reversible, pero de metabolismo lento —la voz dudó por un momento—. En alguien de
más edad podríamos haber implantado ojos artificiales, o un amplificador de ultrasonidos
traxes. Pero es joven, y los Jedi tienen gran capacidad de curación —hizo una pausa
todavía más prolongada—. Además… nos enfrentamos a muchas carencias propias de la
guerra.
Han negó con la cabeza.
—Está bien. Si se le van a curar los ojos, déjeselos donde están.
—Eso pensamos nosotros. No podemos tener personal militar ocupado
permanentemente en su cuidado, así que le daremos un permiso para que esté con su
familia —la voz se suavizó finalmente—. Nos gustaría… eh, enviársela a usted a Duro,
capitán. Eso nos ahorrará el trabajo de tener que localizar a su madre.
***
Mara se levantó de la musgosa mesa.
—Quédate aquí —murmuró ella. El sospechoso se había esfumado tras las puertas de
la cocina de La Hoja Verde.
Anakin miró con el ceño fruncido el plato de su tía, un filete de gornt a medio
terminar.
—Ten cuidado.
Sorprendentemente, el chico no insistió en seguirla. Aquella incursión de
reconocimiento la haría mejor ella sola.
—Si no he vuelto para cuando te termines las gambis, ven a ver si me ha pasado algo.
Anakin trinchó un trozo y cortó un bocado grande y fino.
La entrada de la cocina no estaba lejos del aseo, y vio una mesa vacía no muy lejos.
Ya había repasado a todos los miembros del personal de La Hoja Verde y los había
examinado con la Fuerza. Su sospechoso era el único que parecía ausente.
En cuanto al personal de cocina… podría tener allí refuerzos, o quizás incluso un jefe.
Avanzó segura hacia la mesa vacía y se sentó con la cara oculta por la capucha.
Cuando todos los camareros, y sobre todo el sospechoso, siguieron con sus rondas, se
escabulló hacia la puerta de la cocina. Apoyó la palma de la mano en el panel de apertura,
tal y como hacían los camareros. La puerta se abrió.
No se encontró con nadie. Mantuvo una mano cerca de la pistola, preparada para la
lucha, y se encaminó hacia la izquierda pegada a la pared, lejos de la zona más bulliciosa.
Encontró un puesto donde unos pequeños androides de cuatro brazos, los primeros seres
mecánicos que había visto en La Hoja Verde, colocaban guarniciones en bandejas.
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***
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
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de amenaza. Más intrigante que los demás pasajeros era el hecho de que aquella dirección
les llevaría de vuelta al punto de partida, hacia la zona gubernamental.
El tren se deslizaba suavemente, con el ruido de fondo solapado por las
conversaciones de los treinta pasajeros del compartimento. Su objetivo se abrió paso
entre los pasajeros que viajaban de pie mientras se acercaban a la parada del Barrio de las
Embajadas y a la sede del COSERE. Mara y Anakin se miraron y luego ella miró hacia la
puerta. Él asintió y siguió al camarero.
Dejó que el trasbordador avanzara otra estación antes de salir y dar media vuelta.
Podía percibir a Anakin alto y claro a través de la Fuerza.
El objetivo se movía más rápido cada vez por una calle que Mara conocía porque era
donde se alojaba el personal de las embajadas. Apretó el paso para acercarse más,
prestando atención por si percibía algo con su aguzada intuición para el peligro.
El camarero se dio la vuelta. Mara siguió caminando sin detenerse, pero Anakin se
paró y miró a un lado con una expresión quizá demasiado inocente.
El objetivo se introdujo por un pasadizo lateral estrecho. Anakin corrió tras él.
Mara negó con la cabeza, con gesto frustrado, y echó a correr. A pesar de todo su
potencial, Anakin tenía la sutileza de un hutt en un tanque de meditación mon calamari.
Apenas tiene 16 años, se recordó ella. Sigue siendo lo bastante joven como para tener
el gatillo fácil. Al menos había dejado de intentar vengarse por la muerte de Chewie con
todos los sospechosos de ser yuuzhan vong que había en la galaxia.
El callejón era un pasadizo gris de elevadas paredes que se adentraba en uno de los
edificios de Coruscant. En las paredes había unas cuantas ventanas sin comisas. Del
tercer piso colgaban unas farolas amarillentas. El extraño se acercó a un portal y se
agachó para activar un panel de acceso.
Anakin corrió más deprisa, sacó la pistola y disparó hacia la silueta agachada.
El camarero dio una vuelta, alzando un brazo.
¡Es obvio que estás demasiado lejos! Por lo que Mara podía ver, ni siquiera parecía
haberle dado al enmascarador ooglith. Desenfundó el sable láser a medida que se
acercaba.
Una forma negruzca salió deslizándose de la manga del camarero. Con la mano que le
quedaba libre, le tiró algo a Anakin. Fuera lo que fuera, soltó un chirrido al salir volando.
Anakin encendió el sable láser con una mano e iluminó el callejón con un
escalofriante resplandor rosado.
Mara no podía dedicarle su atención a Anakin. Su sentido del peligro hizo que se le
erizara el vello. El camarero cogió la porra floja por ambos lados. Al agarrarla, se
endureció, mostrando unos ojos líquidos relucientes que reflejaron la hoja azul de Mara.
La mujer asestó una estocada baja con el sable láser con la intención de desestabilizar al
agente enemigo.
El yuuzhan vong alzó el anfibastón, bloqueando la estocada, e intentó alzar las armas
entrelazadas. Mara cedió por un instante, cambió de dirección y volvió a girar. Por el
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
rabillo del ojo, vio cómo Anakin acudía al encuentro de un pequeño objeto volador negro.
Se precipitó hacia su cara, con las garras apuntándole a los ojos.
Ella se zafó, dio un paso a un lado y apuntó hacia la cabeza del anfibastón. ¡A por él,
Solo! ¡Atúrdelo! Mientras no consiguiera inutilizar el anfibastón no podría prescindir de
una de las manos para coger la pistola, y tenía a Anakin a la izquierda.
El anfibastón se quedó flojo y a su oponente casi se le cayó de las manos. En ese
preciso instante, él abandonó la postura encogida. Su rostro y su torso se contorsionaron
en algo que parecía salido de una extraña pesadilla.
Mara se negaba a distraerse. Intentó lanzar otro ataque inferior, y esta vez consiguió
abrirle una raja en los pantalones, cerca de la rodilla. Un fluido blanco salió disparado y
salpicó el cemento. Había cortado el enmascarador. En ese momento, el anfibastón se
endureció de nuevo y la sorprendió con un chorro de veneno. Le dio en el dorso
descubierto de la mano izquierda. El yuuzhan vong rió y le apuntó a la garganta. Ella se
agachó.
Le empezó a picar la mano. Cilghal y ella habían aprendido a desarrollar un ejercicio
de biotoxinas y convocó hacia su mano izquierda a sus leucocitos limpiadores, ahora
cargados con la misteriosa esencia de las lágrimas de Vergere.
Como estaba convencido de que la había matado, el guerrero buscó en un bolsillo del
cinto. Mara se enderezó y atacó con una mano, apuntando al bolsillo. De nuevo sintió ese
escalofrío en el subconsciente, justo a tiempo. Dio un paso atrás rápidamente, mientras el
alienígena se llevaba la mano al bolsillo. Algo restalló cerca de sus pies. El objeto echó
seudópodos e intentó agarrarle los pies.
¡Otra vez tú! Con un gesto de asco, ella saltó por encima de la gelatina pegajosa
blorash. Ella se pasó el sable láser a la dolorida mano izquierda y buscó la pistola en su
chaleco.
Anakin se acercaba desde atrás, oculto a la vista de su enemigo. Su sable láser
eliminó a la criatura voladora. Luego sacó la otra arma del cinto. No era un báculo de
pánico, más bien parecía un bastón nebulizador stokhli, pero más pequeño y corto.
Mara dejó la pistola en la funda, cogió el sable láser con ambas manos y reinició el
ataque. El guerrero volvió a blandir el anfibastón.
La capacidad de la criatura-bastón para sanar parecía convertirla en algo casi
invencible. Ella atacó con todas sus fuerzas, apuntando directamente a la cresta de la
cabeza de la serpiente, mientras se hacía a un lado. La mitad de la cabeza salió disparada
y fue a parar a la pared de piedra más cercana provocando un crujido de lo más
satisfactorio. El anfibastón quedó inerte.
¡Sí!
En ese momento, Anakin disparó. Un proyectil azulado en forma de red salió a toda
velocidad de su arma.
Pringado con residuo pegajoso, el yuuzhan vong consiguió lanzar dos discos afilados
más. Uno rodeó la cabeza de Mara y descendió en picado, girando sin parar. El otro fue a
por Anakin. Ella se libró del suyo mientras el guerrero caía al suelo, luchando contra la
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red de aturdimiento. Ella empuñó la pistola, que soltó un gemido al emitir otra carga de
aturdimiento mayor casi a bocajarro.
Pero ni siquiera eso pudo con él. Era obvio que no se les podía aturdir en absoluto.
Mara apagó el sable láser, lo aferró con fuerza y asestó un golpe en la sien al yuuzhan
vong.
El guerrero cayó al suelo.
Anakin se acercó corriendo.
—Déjame desenmascararlo —exclamó él.
Mara dio un paso atrás, sin soltar el sable láser, y dejó vía libre al joven. Abrió y
cerró la mano izquierda para ver qué tal la tenía. Le seguía cosquilleando, pero no había
perdido sensibilidad.
La cara del guerrero parecía estar sangrando algo blanco por el golpe que le había
asestado Mara. Con cuidado, Anakin trazó con el dedo una débil línea a lo largo de la
nariz de la criatura.
La piel comenzó a retirarse, como si algo se moviera por debajo, y se apartó de la
cara inmóvil, llevándose consigo la herida. El enmascarador ooglith se hundió en la
garganta del uniforme del yuuzhan vong, emitiendo unos ruidillos babosos, mientras
dejaba libre los poros de su portador.
Dejó al descubierto a un alienígena pálido, sin apenas carne en la cara. Tenía unas
bolsas azuladas bajo los ojos y en uno de los pómulos lucía una profunda quemadura que
casi dejaba el hueso al descubierto. En la frente tenía tatuajes, como círculos de energía
concéntrica. El pómulo expuesto tenía una serie de fracturas curadas y retorcidas.
El enmascarador se amontonó en tomo a las piernas del guerrero. La red stokhli lo
atrapó junto a las rodillas de su portador.
—Lo del bastón stokhli ha sido buena idea —murmuró Mara.
Anakin se puso el cinturón.
—Es un nuevo modelo, de corto alcance. Casi invisible.
—Me ha sorprendido —admitió ella. Le molestaba que el chico hubiera descubierto
aquello antes de que ella llegase siquiera a saber lo que era. Él sonrió encantado mientras
ella sacaba el intercomunicador—. ¿Refuerzos? Aquí Mara. Tenemos un infiltrado.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
CAPÍTULO 6
El yuuzhan vong capturado yacía en una mesa de operaciones mientras el enmascarador
herido permanecía guardado en un tanque de transpariacero. Mara cruzó los brazos y se
apoyó en la pared. El Servicio de Inteligencia de la Nueva República se ocuparía del tema
a partir de ahí, pero no se había ido. Y Anakin tampoco había ido muy lejos.
La exobióloga Joi Eicroth se había recogido el pelo rubio en una coleta. Dispuso una
serie de instrumentos y ampollas en una bandeja junto a la mesa y luego se quedó de pie,
negando con la cabeza.
—Sabemos demasiado poco sobre su fisiología —dijo—. Sólo que no sabemos nada.
Mara se alejó de la pared.
—Al menos hemos descubierto que una inyección aturdidora no puede con ellos, por
muy cerca que se la disparemos.
—Dudo que nadie se atreva a acercarse tanto —dijo Eicroth.
Cuando los médicos confirmaron que el yuuzhan vong era una hembra, la
envolvieron en una bata. Tenía mechones sueltos de pelo negro por la cabeza, y la mitad
del cuerpo tatuado con dibujos concéntricos como los de la frente. Eicroth señaló un
punto en concreto que se parecía vagamente a una criatura viva. De los nudillos le nacían
espolones. La exobióloga le había atado bandas de sujeción en antebrazos, piernas y
torso.
Cilghal estaba junto a Mara. Le había examinado la herida de la mano y había tomado
muestras de piel y de sangre para los demás especialistas. Después había intentado
reanimar a la yuuzhan vong. Ni las inhalaciones ni los shocks leves funcionaron.’
Tampoco se veía capaz de marcharse de allí.
Belindi Kalenda, miembro del Servicio de Inteligencia de la Nueva República que
hacía poco había sido degradada a teniente coronel tras el escándalo de los informes
falsos, entró en la sala. Eicroth se puso firme. La teniente coronel Kalenda era de baja
estatura y de piel oscura, y llevaba el pelo rizado en un moño en la nuca.
Echó un vistazo a su alrededor y frunció el ceño.
—Estoy impresionada —dijo. Tras el engaño que había sufrido por parte de la
supuesta desertora yuuzhan vong y de la estratagema de Corellia, Kalenda había estado a
punto de ser expulsada del servicio—. Jamás pensé que sería posible conseguir a uno de
éstos vivos —miró fijamente a la doctora Eicroth—. ¿Lo estáis grabando? Esto no
podemos desperdiciarlo.
—Si es que sacamos algo en claro —dijo Mara.
Ya se había enfrentado a suficientes de aquellos alienígenas como para esperar cada
vez una nueva sorpresa.
Sobre la mesa había un escáner de cuerpo completo. En esta ocasión iban a realizar
análisis de fluidos corporales, lecturas de funciones orgánicas y quizás un mapa de los
campos microeléctricos del cuerpo. Una exploración química podría revelarles las
sustancias que podían afectarles. Personalmente, a Mara le gustaría obtener información
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Kathy Tyers
sobre su sistema nervioso, sobre aquello que pudiera vencerlos, además de un golpe en la
sien.
Contempló a la guerrera alienígena, casi deseando poder haber hablado con ella de
mujer a mujer, y no de depredador a presa, de captor a prisionero. Mara sabía lo que era
darse cuenta poco a poco de que uno se ha criado en el lado equivocado.
La guerrera yuuzhan vong se agitó. Mara se acercó un poco. Kalenda observó los
monitores superiores.
La guerrera abrió los ojos. Intentó apartarse de la maquinaria que tenía encima e hizo
una mueca violenta.
Mara alargó una mano.
—No queremos hacerte daño —le insistió—. Conozco vuestro idioma básico. Te vi
trabajando en La Hoja Verde. Déjanos ayudarte. Te devolveremos con los tuyos si…
La prisionera la interrumpió con un largo e ininteligible discurso que gritó, quizás, a
sus dioses. Al hacerlo, arqueó la espalda, forzando sus ligaduras. La doctora Eicroth se
echó hacia atrás. Anakin se acercó un poco, con una mano apoyada en el sable láser.
De la mano derecha de la guerrera salió un espolón que creció hasta casi cuatro veces
su tamaño. Cortó la atadura de tejiacero del antebrazo como si fuera plastifino. Después,
con un brazo liberado, la guerrera apretó el puño.
El sable láser de Anakin se encendió con un siseo.
—¡No! —gritó Mara.
La guerrera se clavó sin dudarlo el espolón en su propia garganta. Brotó un chorro de
sangre negra. Cilghal se abalanzó hacia la camilla y apretó una compresa de sintocarne
contra la herida con una mano enorme y membranosa mientras buscaba recambios de
fluido con la otra. Otro asistente sujetó la mano liberada de la prisionera. Un androide
quirúrgico que Cilghal había colocado fuera de la vista de la prisionera se acercó rodando
y puso manos a la obra.
Mara respiró hondo, esperando que las lecturas le ofrecieran algún tipo de
información útil. Ya había obtenido algún dato que otro por sí misma, y ahora sentía más
respeto por aquellos espolones de combate. Y se aseguraría de que este dato figurara en el
informe de la doctora Eicroth.
Una hora después, pasada la medianoche, se sentó en un escritorio para repasar el
informe y los escáneres médicos de Cilghal. La prisionera había conseguido desangrarse
hasta morir, y Mara envió a Anakin a casa. Luke se quedó con ella, repasando con el
dedo las cicatrices de los múltiples traumatismos craneales. Mara lo contemplaba de
reojo, intentando adivinar su reacción. Hacía unos años, un wampa le había deformado la
cara. Quizá los yuuzhan vong aceptarían el tratamiento de bacta, teniendo en cuenta que
la única tecnología que requería era un tanque para contener los organismos vivos.
Probablemente no. Para ellos las cicatrices eran motivo de orgullo.
—Los espolones son criaturas vivas independientes —comentó en voz alta. Era tan
tarde que ya no le importaba divagar—. Son parásitos incrustados en el hueso. Eso tiene
que doler.
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cualificado para pilotar casi cualquier cosa que la Nueva República pudiera lanzar contra
los yuuzhan vong, exceptuando quizás un crucero de combate mon calamari.
Se podía contar con Skywalker para hacerlo todo legalmente y bien.
Los pasillos de su parte del palacio estaban recubiertos de maderas exóticas, talladas
con sofisticados remolinos para apagar los ecos de los pasos que levantaban las losas de
mármol de Wayland. Mara se quedó atrás, con las manos metidas en los bolsillos del
chaleco, y dejó que Luke le abriera la puerta. Era más sencilla que las demás, pero casi un
metro más alta.
Ella cerró la puerta y le entregó la larga túnica a un androide de servicio. A su
izquierda se escuchó una bienvenida por parte de la estación de datos y recarga. Luke
saludó a su amigo mecánico con un silbidito igualmente amable.
—Hola, Erredós.
La suite era pequeña pero elegante, y a ella le gustaba vivir en un sitio tan céntrico.
Frente a ellos, bajando tres escalones, tenían un mirador de transpariacero que daba a
Coruscant. Las torres de un nuevo edificio se interponían entre Mara y la puesta de luna.
Ella bostezó. Se apoyó contra la pared y se quedó mirando la gran luna, viendo cómo
se ponía, ya que daba la impresión de ser cada vez más grande y más pesada a medida
que se mezclaba con la niebla de la ciudad. Hasta una simple puesta de luna parecía una
mala señal en aquella época. Si el enemigo rehacía y alteraba Coruscant como había
hecho con Belkadan, ¿de qué color serían esas puestas de luna?
Unos brazos cálidos la abrazaron desde atrás.
—¿Vamos a dormir? —murmuró Luke.
Ella le agarró con cariño.
—Dentro de un minuto.
—¿Qué pasa?
—Nada —fue la respuesta de siempre, y Luke se dio cuenta. Por alguna extraña
razón, no podía dejar de preguntar—. Me siento casi fastidiosamente bien.
—Pero te pasa algo —dijo él—. Y no, no he utilizado la Fuerza para percibirlo. Es
sólo que te conozco.
—Bien hecho —susurró ella, pero sin ánimo de ser irónica—. No es por mí. Mira ahí
fuera. ¿Cuántos miles de hogares ves? ¿De verdad están a salvo?
Él apoyó la barbilla en su hombro. No respondió, pero la abrazó con más fuerza.
—Se han perdido tantos hogares por todo el Borde. Planetas enteros. Y los más
cercanos sólo piensan en sobrevivir. ¿Qué clase de vida es ésa?
La pregunta era retórica, y él no respondió. ¡Vas aprendiendo, Skywalker!, pensó ella,
un tanto retorcidamente. Como él no dijo nada, ella insistió.
—Somos Jedi. Protegemos vidas. Eso sí merece la pena, pero no tiene nada que ver
con el tipo de vida que llevan.
—No podemos elegir por ellos. ¿Cuánto tiempo llevas diciéndome eso?
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—Años. Y sigo teniendo razón. Pero la gente que vive en el terror y el dolor
permanentes, ¿realmente está mejor que los esclavos con implantes de coral
deformándoles todo el cuerpo?
Él se limitó a abrazarla por la cintura, por lo que ella tuvo que responder de nuevo.
—Sí, claro, están mejor —admitió ella—. No están agonizando. ¿Pero no te preguntas
alguna vez… o quizá me puedas responder… cuál es el efecto de la Fuerza en toda esta
violencia y desesperación? La amenaza de la invasión ha traído miedo y hambre. El Lado
Oscuro es cada vez más fuerte. ¿Y cuál es la respuesta?
—Pequeñas esperanzas —respondió Luke—. Pequeñas alegrías.
Mara contempló la luna poniente.
—Es como nuestra situación —reconoció ella—. Pero está en todas partes.
Él le acarició el hombro.
Ella agachó la cabeza.
—El mero hecho de proteger a los que siguen con vida acaba siendo como un callejón
sin salida. ¿Pero qué otra opción tenemos?
—Sólo la de seguir a su servicio, con cada segundo que nos quede de vida —la voz
de Luke era más tenue que la luz de la luna—. Defender a la gente que no pueda
defenderse. Morir por ellos si es necesario. Como hizo Chewie.
Mara se apoyó en el pecho de su marido.
—Yo sobreviví al Imperio —murmuró ella—. Perdí mi medio de vida, a un hombre
al que quería y al que servía. Quizá sobreviva a la Nueva República. Adoro la estabilidad
y las cosas fáciles… y a ti también, por cierto.
Él la abrazó con fuerza.
—Pero es que permanecer con vida no lo es todo. ¿No te das cuenta? Lo único que
intentamos conseguir es… impedir la eliminación de la vida.
—Y tú has mejorado la mía, Mara —dijo él suavemente, sin expresión—. Vamos a
descansar.
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CAPÍTULO 7
Jacen, Han y Piani, la ryn, estaban reunidos alrededor del monitor de seguimiento de la
barraca blindada de control, contemplando una pequeña señal que resplandecía en la
pantalla, mientras Randa refunfuñaba en un rincón y Droma miraba por la burbuja-
ventana. Una sensación de cosquilleo recorrió por fin el subconsciente de Jacen.
—Es Jaina —confirmó. Han cruzó los brazos con el ceño fruncido.
—¿Cómo está? —Jacen se paró a pensar lo que sentía.
—Enfadada —dijo.
Uno de los enrevesados conductos de Treinta y Dos llegaba hasta el corredor médico.
Jacen y Han se encontraban al pie de la rampa de aterrizaje cuando se abrió la escotilla.
En primer lugar salió tina piloto mon calamari que portaba la insignia tricircular del
servicio médico de la Nueva República. Tenía unas manos largas, femeninas y
membranosas.
—¿Capitán Solo?
Han dio un paso al frente.
—Espero que traigas a mi niña —su voz produjo un eco extraño en el conducto.
—Su asistente la está ayudando a salir. Firme aquí, por favor —la piloto le lanzó un
datapad.
—No —dijo Han—. No hasta que la vea.
Por encima del hombro de su padre, Jacen vio un mono de color gris oscuro, el pelo
moreno sorprendentemente corto y medio cubierto por una especie de máscara.
Jaina rechazó disgustada el brazo que le tendía su asistente androide.
—Puedo bajar yo sólita una rampa. Hola, papá. Hola, Jacen. Gracias por venir a
recoger lo que queda de mí.
Jaina bajó cojeando lentamente. Han la abrazó, balanceándola de un pie al otro.
Luego Jacen le rodeó cauteloso los hombros con los brazos. Hasta que supiera más sobre
su estado, no quería apretujarla mucho.
—No soy el esqueleto de una hoja —gruñó ella, abrazándole más fuerte. Hundió los
dedos en los tríceps de su hermano.
—Aquí tienen las instrucciones —el androide médico le dio a Han un segundo
datapad.
Jaina se alejó. Llevaba dos lentes oscuras y curvadas que colgaban de una cinta en la
cabeza, con varios conectores. Jacen esperaba que los médicos no hubieran tenido que
implantarle nada bajo el cuero cabelludo para que la cosa funcionara.
—Ves lo bastante como para reconocernos —dijo—. No está mal.
—Además os reconozco a través de la Fuerza. Lo que veo son sombras, y sombras de
sombras. Pero estoy mejorando —ella cerró la boca con firmeza, pero sólo un
momento—. Ya puedo distinguir sombras en el monitor de un radar. Mandarme aquí ha
sido un gasto de combustible. A menos que sepáis algo que yo no sepa. —Cruzó los
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brazos y se giró enfadada hacia Jacen—. ¿Es que estoy en fase terminal y no me lo han
dicho?
—No —exclamó Jacen. No podía resistirse a utilizar la Fuerza. La presencia de su
hermana era de un color rojo encendido, más parecida a una brasa que a una llama—. No,
te estás recuperando bien. Lo que pasa es que no querían ponerte en peligro en el
combate. O arriesgarse a que pusieras a alguien más en peligro —añadió él, intentando
aplacar la ira de su hermana. Ahora que estaba con ella se sentía algo nervioso, casi como
si el suelo estuviera temblando.
—Tú también…, no, por favor —Jaina se quitó la máscara y se acercó a su hermano.
Sus ojos estaban como nublados, con las pupilas de color ligeramente gris.
Cuando terminó de lidiar con el equipo médico, su padre le pasó un brazo por el
hombro.
—Ven dentro, cariño. Quiero dejarte instalada antes de irme a la estación de bombeo.
Le encontraron una cama en el barracón de una anciana ryn cuyo marido había
muerto en la Rueda del Jubileo de Ord Mantell y que estaba encantada de tener
compañía. Han se marchó rápidamente, y Jaina dejó a regañadientes que Jacen guardara
sus cosas bajo la cama. Ella se giró hacia la pequeña ventana.
—Puedo ver bastante bien si hay luz suficiente.
—Eso es un problema aquí en Treinta y Dos —admitió Jacen—. La capa de nubes no
deja pasar mucha luz. —Y los refugios del COSERE sólo tenían una puerta y una
ventana—. Por los paneles del techo entra algo —añadió señalando hacia arriba.
Aquellas barracas sólo estaban adaptadas para hábitats bajo cúpula. Una buena
tormenta podría hacer saltar todos los tejados y llevarse por delante el cemento que unía
los ladrillos de adobe como refuerzo de las paredes de sintoplástico.
—¿Cuánto tardaste tú en acostumbrarte a esta peste?
Jacen se relajó. Miró a la anciana sentada en el otro catre. Lo que olía Jaina no era
sólo la atmósfera de Duro. Los ryn olían así…
—En parte, soy yo —dijo la ryn de repente.
—Menos de un día —dijo Jacen rápidamente—. Y, Clarani, ya sabes que no eres tú
en particular. Es que tu gente tiene una química corporal algo deficiente.
Jaina negó lentamente con la cabeza.
—Perdón —murmuró—. Es muy amable por su parte el acogerme. Lo último que
necesita es una niñata desagradecida en su casa.
—No te preocupes —Clarani señaló a derecha e izquierda, abarcando la puerta que
habían dejado abierta para que entrara la luz, y la pequeña ventana, con su primitivo
pretil-estantería—. Estoy cansada de dormir sola.
Cuando Jaina alzó una mano para ajustarse la máscara, Jacen se fijó en que temblaba,
y se dio cuenta de que su hermana lo había pasado realmente mal.
—Bueno, ponme al día —dijo él como si nada—. ¿Qué han estado haciendo
últimamente los Pícaros, y quién se cargó tu Ala-X?
—Yo. Eso es lo peor de todo.
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—¿Tú?
Ella suspiró.
—Estaba persiguiendo a un coralita. En Kalarba —añadió.
—Sí, ya nos lo contaron. Creo que también hemos perdido Druckenwell, ¿no? —
Druckenwell había sido una fábrica importante en época del Imperio.
—Y Falleen. Han llegado a Rodia. Es como un martillo que no deja de golpear.
—Es increíble —murmuró Jacen, preguntándose si los falleen habían luchado hasta la
última gota de su sangre verde o si habían empleado sus famosas feromonas para
conseguir algo de libertad.
Jaina no dio detalles, y no era momento de insistir.
—Me pegué demasiado a un crucero que estaba siendo atacado —dijo ella—. Cuando
estalló, me… alcanzó la radiación. En un par de semanas estaré bien —insistió—. No hay
daños permanentes.
—Bien.
A cambio, Jacen le explicó rápidamente el proyecto de purificación de agua de
Treinta y Dos, el viejo pozo minero que se había inundado de agua subterránea tóxica, la
relativa colaboración que tenían con Pórtico, que estaba al otro lado de las colinas bajas y
explotadas, y los problemas de suministro. Logística CorDuro, contratada por el
COSERE para enviar cargamentos a las cúpulas de refugiados, se había saltado dos
entregas aquel mes, y las otras once habían llegado tarde.
—Aquí hay trabajo de sobra —añadió—. Cosas de mecánica. Tu especialidad.
Ella soltó una risilla.
—Déjaselo a alguien que no sepa cómo vaporizar coralitas, Jacen. Nos están quitando
esta galaxia. El ejército necesita todos los buenos pilotos que pueda conseguir. Y allí es
donde deberías estar tú. Y papá.
Su tono de voz era perturbadoramente parecido al de Randa: ansioso, iracundo.
Volvió a acordarse de la visión que había tenido, y de las repercusiones potenciales que
podía tener dar un paso en la dirección equivocada.
—¿En lugar de quedarse aquí, ayudando a gente indefensa? —intervino Clarani—.
Piensa las cosas, jovencita. ¿Por quién luchabas tú? No te estás jugando la vida por
diversión precisamente.
—Así es —para sorpresa de Jacen, Jaina se afligió—. Y me preocupa… un poco…
hacerlo fatal cuando vuelva a subir a un Ala-X.
—No lo harás fatal —dijo Jacen.
—Ahora es distinto —ella entrelazó los dedos sobre el regazo de su mono gris—. ¿Te
han contado que perdí a Chispas?
—No —Jacen se giró hacia la ryn—. Chispas era su androide personal. Lo tenía
desde hacía…
—Mucho tiempo —dijo Jaina—. Lo suficiente como para empezar a depender de él.
Sé que no son más que máquinas, pero es que él era… genial —dejó caer los hombros.
Jacen negó con la cabeza.
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—Trabajando con los refugiados. Podría estar aquí en Duro y ni nos habríamos
enterado. No podemos mantener el funcionamiento de los cables de comunicación, la
contaminación es demasiado espesa para establecer contacto directo, y el COSERE sigue
sin enviamos un buen repetidor.
Jaina se terminó el desayuno y palmeó el durocemento buscando su taza.
Jacen le ayudó a cogerla y percibió movimiento por el rabillo del ojo. Una masa
pardusca y fofa en movimiento.
—Oh, oh —murmuró.
—¿Qué pasa? —ella giró la cabeza.
—Randa —dijo él rápidamente—. Nuestro hutt. Quiere vengarse de los yuuzhan
vong. Va a intentar implicarte en su plan privado de combate. A mí me está intentando
convencer.
—Dile que no puedo.
—Díselo tú —dijo Jacen—. Aquí viene.
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CAPÍTULO 8
Dos días después, Jacen se ajustó el respirador y se apoyó en la puerta principal de
durocemento de Treinta y Dos, esperando al trasbordador de suministros de CorDuro. La
cúpula gris se desvanecía en la niebla de las alturas. El COSERE no podía permitirse
equipar a sus refugiados con trajes de aislamiento caros, sólo trajes baratos y respiradores
chapuceros como el de Jacen. Había veces en las que tenía ganas de abandonar y volver
al combate.
La oferta de Randa le volvió a la mente, pero la rechazó enseguida. Entregarse a la
agresión significaría traicionar todo lo que había prometido proteger, sin olvidar su
visión.
¿Pero acaso no podía luchar sin utilizar la Fuerza?
A la derecha, a un lado del cráter de una explosión, yacía el extremo sellado de un
contraído conducto en acordeón. Aquel tubo se podía expandir para conectarse a la
escotilla de carga de un carguero. Treinta y Dos esperaba una carga de fertilizantes
químicos para el proyecto hidropónico. Sin esa carga, la nueva cosecha de alimentos se
pudriría en los tanques.
Pero no hacía falta ser Maestro Jedi para darse cuenta de que el carguero no llegaría.
Jacen frunció el ceño y se metió por la puerta, que era un compartimento estanco
modificado. Se detuvo para que los chorros de aire eliminaran toda la polución posible de
sus ropas, dejó las botas en un tubo de sedimentación y caminó siguiendo la pared de la
cúpula hasta el pabellón de control.
—No va a venir —retumbó una voz grave.
Randa había colocado su enorme tripa frente al panel de control. Dos humanos de
edad avanzada se sentaban en el suelo con las piernas cruzadas, ocupados con un juego
de tablero. Detrás de él, la burbuja-ventana mostraba el cráter de explosión de la zona de
despegue.
—¿Se sabe algo de Nal Hutta? —preguntó Jacen en tono amable.
—La Joya Gloriosa —resopló Randa— está sufriendo un bombardeo remoto. Los
misiles estallan contra su atmósfera. Los sensores de mi pueblo no indican daños, pero ya
sabemos lo que hizo el enemigo en Ithor.
Jacen frunció el ceño.
—¿Han evacuado ya tu pueblo?
—Muchos de mis kajidic han partido rumbo a Gamorr y Tatooine. Y hacia Rodia. —
Randa torció la gran grieta que era su bocaza—. Pero ahora Rodia está sufriendo otro
ataque.
Jacen negó con la cabeza.
—Pero hemos recibido noticias muy nobles de Kubindi. Trágicas, pero nobles.
—¿Ah, sí? —Jacen apoyó un brazo en el panel de comunicaciones. Las noticias del
sistema exterior ya eran lo bastante escasas como para tener que soportar encima que
fuese Randa quien se las contara.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
había llegado a Ciudad Bburru. Logística CorDuro se había encargado del traslado. Un
piloto de CorDuro había partido con la mercancía en dirección a Ciudad Urrdorf, la
ciudad orbital más pequeña de Duro.
¡Alguien lo había robado!
—Sé la molestia que supone realizar estos seguimientos de ruta —dijo Jacen con
firmeza—. Ha sido muy amable por su parte facilitándome toda esa información. Muchas
gracias.
Cortó la llamada y encendió el intercomunicador.
—¿Papá?
Tras unos segundos, obtuvo respuesta.
—¿Lo has encontrado, Júnior?
—Los duros lo han desviado —la monstruosa cabeza de Randa volvió a aparecer por
la puerta. Jacen empujó la silla a un lado y, sin dejar de hablar con su padre, indicó al hutt
que entrara—. Papá, creo que esto justificaría el gasto de combustible de subir a hablar
con ellos —Han ya había llevado el desfasado trasbordador Howlrunner 1-7 de Treinta y
Dos a Bburru en dos ocasiones para hablar con el almirante Wuht.
—No —respondió con firmeza—. No quieren hablar. Ya pensaremos en algo.
Pediremos prestado a Pórtico, o algo así.
Jacen sabía exactamente a qué se refería su padre con «pedir prestado».
***
Una transmisión inesperada apartó a Tsavong Lah del conjunto de villip del Sunulok. En
aquella cámara, los villip de señal mostraban campos ópticos que reflejaban amplios
arcos espaciales, enviados por villip de repetición. Las imágenes de Nal Hutta mostraban
el sedimento microbiótico que reformaría ese planeta pestilente y lleno de escoria, y su
fantasmal luna cubierta de monstruosidades tecnológicas, haciendo que volviera a ser
algo fértil y hermoso. Algunos de los organismos, alimentados por los cuidadores
maestros, digerirían el metal y el transpariacero de Nar Shaddaa y lo convertirían en
polvo, con el cual se formaría un estrato inferior. Otros microbios pulverizarían el
durocemento de los dos planetas y lo convertirían en arena para el nuevo sustrato.
Y otra oleada de bacterias atacaría la materia orgánica, incluida la de los inflados
cuerpos de los hutt, para que abonase el sustrato. Enterrados bajo un suelo natural, el
planeta y la luna volverían a la vida.
También estaba la cuestión de Mujmai Linan, un teniente que había querido tomar
Kubindi con la mitad de los coralitas que se empleaban normalmente. Linan esperaba en
una sala de meditación, tras sufrir la humillación que suponía la importante evacuación
de Kubindi. En menos de una hora, los dioses le recibirían.
A Tsavong Lah no le complacía salir de la sala, pero vaha la pena escuchar el informe
del Ejecutor. Sentado en la cámara privada de coral, miraba con desprecio la imagen
atónita de Nom Anor que mostraba el villip.
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Organa Solo ayuda a otros trabajadores a extraer el máximo partido de los recursos
naturales. Por esa razón, hay que posponer la destrucción de esta cúpula.
Tsavong Lah no podía poner peros al razonamiento del Ejecutor.
—Siempre y cuando ella no perciba tu presencia. Estos Jeedai son capaces de
reconocernos de alguna manera, a pesar de los enmascaradores ooglith. No tengo mucha
fe en que el nuevo enmascarador gablith pueda engañarla. —La magia Jedi funcionaba
sin sacrificios a los dioses yuuzhan vong, lo cual la hacía casi tan abominable como la
tecnología infiel—. Los Sacerdotes cambian de opinión diariamente, tanto si los
portentos identifican a los Jedi como abominaciones demasiado sucias para ser
sacrificadas como si los consideran dignos de ser ofrendas individuales. Pero no te reúnas
con ella en persona.
—Os sirvo con mi vida y mi muerte —respondió Nom Anor.
Tsavong Lah tocó el villip. La cara de Nom Anor se borró, se hundió y volvió al
interior del villip.
Tsavong Lah permaneció sentado otro rato, acariciándose el labio partido con una
garra. Destruir la fábrica de naves de Duro dejaría a los enemigos sin naves de guerra y
sin suministros. Volver a cortar las rutas comerciales provocaría el caos económico.
Y en Duro daría un ejemplo que los habitantes que quedaran con vida en la galaxia no
se atreverían a ignorar.
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CAPÍTULO 9
Mara y Luke estaban sentados en una larga mesa de reuniones, en una habitación
aislada protegida por campos de contención sónica. Ayddar Nylykerka, jefe del Servicio
de Inteligencia de la Flota, presidía el encuentro y estaba de pie junto a un mapa galáctico
tridimensional que relucía sobre los moduláseres de la mesa. Gran parte de su estrella
brillaba con un azul ligeramente pálido, pero se había reprogramado una parte bastante
grande cercana a Belkadan para que emitiese un resplandor rojizo, ya que esos sistemas
habían sido tomados por los yuuzhan vong.
Nylykerka pasó el puntero láser por esa zona.
—Como podéis observar, nuestras sondas hiperespaciales nos proporcionan una
información limitada. Hemos perdido Kalarba, Druckenwell y Falleen. Aunque
consiguiéramos retener Rodia —dijo, mirando con odio al consejero Narik, que era
rodiano—, el Corredor Corelliano seguiría cortado. —Pasó el puntero por esa ruta
hiperespacial—. Nuestros exploradores informan de varios lugares más sembrados de
minas de dovin basal.
Las orejas del consejero Narik se estremecieron al girarse hacia el jefe de Estado
Fey’lya.
—Una vez más, un planeta del Borde Medio es sacrificado para proteger el Núcleo…
o Bothawui —dijo Narik enfadado.
Mara frunció el ceño. El jefe de Estado bothano había conseguido mantener lo que
quedaba de la Quinta Flota en su planeta de origen, pero parecía nervioso. A la defensiva.
De vez en cuando un temblor le recorría el rostro peludo.
—Tras los daños sufridos por Fondor, nos preocupa la protección de los Astilleros
Kuat —dijo el consejero Triebakk de Kashyyyk a través de su androide de traducción.
Señaló al miembro recién llegado del Consejo, la senadora Viqi Shesh de Kuat, que
asintió a modo de reconocimiento.
—La estación Centralia —dijo Fyor Rodan de Commenor— cuenta con una posición
ideal para defender Kuat. ¿Pero en qué situación se encuentra actualmente Centralia?
¿Podemos contar con Corellia?
Chelch Dravvad se revolvió en su asiento, como si estuviera incómodo. Mara no lo
envidiaba. Corellia había sido utilizado como trampa, como un objetivo para atraer a los
yuuzhan vong a Centralia. Y ahora los corellianos querían la revancha.
—Mis informes no son positivos —respondió Dravvad—. Una vez se disparó
Centralia contra Fondor se produjo algún tipo de avería interna, probablemente debida al
mal uso de Sal-Solo. Pero esa información no puede llegar a los yuuzhan vong. Mientras
crean que Centralia sigue funcionando, seguirá protegiendo a toda la región.
Mara sintió inquietud en la mesa. Varias cabezas asintieron sombrías.
Fey’lya cruzó los brazos sobre la túnica.
—Y ahora Corellia amenaza con actuar en solitario, y el arma de Centralia es el
punto de partida —miró al consejero de Dravvad.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—De todos modos, sin los astilleros de Fondor, las fuerzas de la Nueva República no
podrían haber empleado Centralia según lo planeado —dijo el corelliano—. Allí se
fabricaban los dispositivos imperiales que podrían haber permitido a nuestras fuerzas
entrar y salir de las zonas de minas.
El almirante Sien Sovv, un sullustano influyente de la plana mayor del ejército de la
Nueva República, había sido amenazado con un voto senatorial de desconfianza tras la
catástrofe de Centralia. Sobrevivió a duras penas a la moción.
—Jefe Nylykerka —preguntó—. ¿Hay noticias de Kubindi?
El fornido tammariano negó con la cabeza.
—La única información que tenemos es cortesía del Jedi Kyp Durron. Lo han tenido
que ver en la HoloRed.
Sovv chasqueó las mandíbulas con desagrado.
—¿Y quién no? Supongo que el Jedi Corran Horn ha regresado a sus heroicidades de
siempre —sugirió, mirando a Luke.
Sentado junto a Mara, Luke negó con la cabeza.
—Corran sigue recluido en Corellia —sin llamar mucho la atención, pensó Mara,
después de la catástrofe de Ithor.
Sovv resopló ruidosamente.
Cal Omas, del desaparecido Alderaan, dijo:
—Me parece curioso que el enemigo tomara Kubindi sin ir a por Fwillsving o a por
Kessel.
—El departamento de biología —dijo Nylykerka— opina que la tradición kubaz de
manipular genéticamente especies de insectos hacía que los recursos de su planeta fueran
muy atractivos para los yuuzhan vong.
—¿Y qué hay de la campaña de desinformación? —Fey’lya se dirigió a una mujer
alta y dinámica parada en pie tras el jefe Nylykerka.
Mara conocía de vista a la mayor Hallis Saper. Había sido documentalista, y ahora
formaba parte del Servicio de Inteligencia de la Nueva República. La mujer abrió las
manos.
—Sabemos que los yuuzhan vong son supersticiosos. Por desgracia, hasta que no
sepamos con más seguridad qué consideran buenos y malos augurios poco podemos
hacer para convencerlos de que lo que ven es un mal augurio.
El almirante Sovv negó lentamente con la cabeza.
—Gracias, mayor Saper. En cuanto sepamos algo, se le informará de inmediato.
Fey’lya elevó la iluminación de la sala un poco más y Nylykerka desactivó el mapa
mientras la mayor Saper salía de la estancia.
Borsk Fey’lya se aclaró la garganta, soltando una especie de bramido.
—¿Consejero Pwoe? —señaló al quarren con tentáculos en la cara que estaba sentado
frente a él—. Solicitó usted intervenir en el orden del día.
El consejero Pwoe bajó la cabeza, dejando que los tentáculos faciales descansaran en
su pecho.
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—Maestro Skywalker —dijo—. Me alegra que haya surgido el tema de los Jedi Horn
y Durron. A menos que pueda ejercer un mayor control sobre los Jedi, tendrá que
prepararse para una nueva ronda de persecuciones.
Luke alzó la cabeza pero no dijo nada.
—Sus sobrinos —continuó Pwoe— permitieron a Sal-Solo disparar el arma de
Centralia. ¿No es así?
—Sí —dijo Luke. Mara observó con desprecio al anciano cabeza de calamar—. A
petición de la Nueva República —recordó Luke al Consejo.
—Nos inquieta que los Jedi y los demás grupos de vigilancia sean cada vez más
activos. La justicia tiene que medirse por el rasero de la ley, y no por tiranos caprichosos
a bordo de un Ala-X.
Mara miró a Fyor Rodan, que no había ocultado su negativa a formar un nuevo
Consejo Jedi.
Rodan se agitó.
—Hubo una época —dijo— en la que la presencia de veinte Jedi en Coruscant habría
supuesto una garantía de seguridad. Ahora da la impresión de que dirigen una Orden de
veinte centinelas y ochenta vagos.
—Maestro Skywalker, le pido disculpas —dijo Cal Omas—. Pero ya ve lo polémicos
que se han vuelto los Jedi.
Rodan entrecerró los oscuros ojos.
—Maestro Skywalker —dijo, como si fuera un título peyorativo—, cada vez es más
evidente que los Jedi ayudan a algunos pueblos, pero no a todos. ¿Por qué?
Luke negó con la cabeza, y Mara sintió que su humor se agriaba por momentos.
—Los Jedi son responsables ante la Fuerza, no ante mí. Yo he intentado coordinarlos.
He intentado —añadió, mirando de reojo al consejero Rodan— restablecer algo parecido
a una organización. Pero hay gente que opina que si nos organizamos bien supondremos
una amenaza para la Nueva República.
—No es de extrañar —dijo Rodan—. Estamos firmemente decididos a que los Jedi y
su arcaica filosofía se mantengan alejados de este gobierno.
—¿Hasta el punto de negamos el respaldo, consejero? ¿O de amenazar con una
persecución?
El rostro color crema del jefe de Estado Fey’lya volvió a estremecerse.
—Sus agentes nos informaron mal en cuanto a los peligros de Corellia y Fondor. Ese
fallo contribuyó en gran medida a la catástrofe de Centralia.
—Los yuuzhan vong distribuyeron datos falsos alterando los patrones de envío de los
hutt —respondió Luke—. Pero no volverán a engañamos. Y no vamos a poder
monitorizar el comportamiento de contrabando de los hutt durante un tiempo.
Tiene toda la razón, pensó Mara. Los hutt estaban empantanados en la batalla de su
vida.
Fey’lya se mesó la barba.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—Cuando la paz y la justicia están bajo amenaza —dijo Luke—, nuestra petición de
rescate se convierte en una petición de defensa para planetas enteros. Es cierto que
algunos Jedi han utilizado esa orden para justificar comportamientos extremos. A pesar
de lo que algunos de ustedes puedan pensar, yo he hecho todo lo posible por corregirlos.
Su libertad de decisión significa que también son libres de tomar decisiones equivocadas.
El comodoro Brand, que no había dicho nada hasta el momento, tomó por fin la
palabra.
—Eso es cierto.
—Utilizar el poder no es fácil —dijo Luke, negando con la cabeza y mirando
fijamente a Rodan—. Todos han lidiado con ese problema y con los problemas morales
implícitos en poner en peligro las vidas de otros seres en la batalla.
—Por eso los gobiernos tienen consejeros —dijo Rodan—. Para controlar a los
individuos con poder.
Mara escuchó por fin algo de tensión en la voz de Luke cuando dijo:
—Y este comité, consejero Rodan, sin duda también ha apostado por la defensa de
algunos sistemas a expensas de otros.
Rodan de Commenor echaba chispas.
Luke apoyó un codo en la mesa.
—Algunos Jedi se han apartado totalmente del uso de la Fuerza por miedo a utilizarla
mal. Mi sobrino Jacen es uno de ellos.
Por casualidad, Mara estaba mirando a Viqi Shesh en ese momento. La senadora
kuati alzó una ceja perfectamente depilada.
—Los Jedi están dispersos —prosiguió Luke—. Son responsabilidad mía. Todos
respondemos ante ustedes…
—¿Ah, sí? —murmuró Narik de Rodia.
Luke se giró hacia el rodiano.
—Sí —dijo—. Así es. Siempre y cuando este organismo represente a la paz y la
justicia.
Mara se aguantó las ganas de dedicarle a Narik una sonrisa amenazadora.
Narik puso las manos sobre la mesa.
—Mi planeta está a punto de ser objeto de los más terribles pillajes…
—Y el mío —dijo Luke— probablemente sea el siguiente…
Era cierto. Tatooine estaba al otro lado del Borde Exterior, frente a Rodia.
La piel verdosa de Narik se oscureció.
—Ese planeta no me preocupa.
—A mí me preocupan todos —dijo Luke.
***
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En una estancia de una de las plataformas flotantes de Coruscant, Mara se dejó caer en
una silla acolchada y soltó un profundo suspiro. Aquel espíritu de división podía acabar
con la Nueva República sin necesidad de que los yuuzhan vong trajeran una sola nave.
Un trasbordador local se alejó en un extremo de la plataforma flotante. Mara vio por
el rabillo del ojo movimiento en el otro extremo de la habitación. Una mujer alta de pelo
rubio y corto se acercaba hacia ellos. Mara se abrió a la Fuerza y, antes de que pudiera
percibir a la mujer, sintió algo primitivo, pero vivo, aferrado a su propio cuerpo, a la
altura del cinturón. Mara desechó aquella sensación con un gesto de la mano.
—Tresina Lobi —murmuró Luke a Mara.
Mara había conocido a aquella mujer, la primera de los chev que había demostrado
tener talento en la Fuerza. Tresina tenía un talento encantador para mezclarse con
multitudes mixtas.
—¿Esperabas su visita? —preguntó Mara.
Se llevó de nuevo la mano al estómago. Las babosas graníticas solían caerse de las
paredes, y quizá se le había metido tina pequeña en la túnica. Suprimió el asco que le dio
aquel pensamiento intentando no distraer a Luke. Las babosas graníticas eran feas como
hutt, pero inofensivas.
Luke alzó una ceja.
—No, al menos en estos últimos minutos.
La chev se detuvo a dos metros de distancia de él.
—Maestro Skywalker, y Mara —su voz era suave y musical—. Disculpad por acudir
a vosotros con un tema urgente.
—Eso nunca es un problema —dijo Luke con elegancia—. Siéntate, Tresina.
Descansa —volvió a mirar a Mara.
Mara negó con la cabeza. No es nada, pensó ella para su marido, y volvió a observar
a la chev.
—Estoy bien —dijo Tresina. A pesar de la disciplina Jedi de la mujer, Mara la
recordaba como alguien que solía sonreír, aunque aquel día estaba seria—. Acabo de
llegar de Duro —dijo—. Fui con mi aprendiz Thrynni Vae.
Mara asintió. El año pasado, Luke había asignado equipos de escucha a casi todos los
sistemas principales y a algunos minoritarios de importancia crítica. Cruzó las manos por
delante, justo debajo del cinturón, y se apretó un poco. No sentía nada a través de la
túnica: ni un bultito ni un movimiento defensivo.
Y eso no era bueno.
—Thrynni y yo hemos estado supervisando ciertos temas de envío que preocupaban a
Duro —dijo Tresina—. La situación allí se ha… complicado un poco.
—¿En qué sentido? —preguntó Mara. No podía ser otro achaque de su enfermedad.
No podía…
—Pues no sé por dónde empezar —Tresina negó con la cabeza—. A la Suma Casa de
Duro no le gustó nada la propuesta de roturación del COSERE. Es obvio que las casas de
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
Ella negó con la cabeza. Le cogió la mano a su marido y se la puso sobre la tripa.
—Mira —dijo con voz suave—. Usa la Fuerza y dime qué ha pasado.
Él arqueó las cejas y la miró interrogante.
—No discutas —dijo ella—. Tú hazlo. Quiero una segunda opinión imparcial.
Ella le miró fijamente. Él entrecerró los ojos y su expresión se fue suavizando. Se
estaba preparando para consolarla, para hacer lo que tuviera que hacer.
Entonces se quedó boquiabierto, y sus ojos azules resplandecieron al mirar a su
esposa.
—No fue idea mía —Mara tragó saliva porque se le había quedado la boca seca—.
Ya corre un peligro terrible. La enfermedad podría atacar al feto… provocar
mutaciones…
—Mara —interrumpió él, cogiéndole la mano—. Mara, cualquier cosa podría
matamos, hoy, mañana. Los yuuzhan vong podrían precipitar una de las lunas de
Coruscant, o podríamos caernos por una ventana.
Ella asintió en silencio, asombrada una vez más por la inamovible fe de Luke en la
bondad y su esperanza en la luz. Él movió nervioso las manos, negando con la cabeza con
expresión incrédula.
—La vida es un riesgo —murmuró él—. Creo que esto no tiene nada de… peligroso.
—Todavía —susurró Mara—. Pero es algo que no tenía que pasar.
—Lo sé —dijo él. Se retorció las manos de nuevo. Cerró los ojos. Ella se dio cuenta
de que estaba profundamente preocupado.
Mara se tranquilizó un poco y posó la mano que tenía libre sobre la de él, sobre su
tripa. Por fin se permitió visualizarse a sí misma cogiendo a un niño, mirándole a la cara,
que se parecía en parte a Luke y en parte a Mara, como sus sobrinos eran en parte
parecidos a Leia y en parte parecidos a Han, pero totalmente individuales. Lo había
imaginado muchas veces, en abstracto.
Luego se imaginó el monstruo que su enfermedad podría generar a partir de un
inofensivo grupo de células.
¿Inofensivo? ¡No mientras yo esté aquí! Gritó algo profundamente aterrorizado en lo
más hondo de su mente. Y en otra parte de su ser algo bailaba alegre y abandonándose
totalmente a la esperanza, a la felicidad y a un compromiso nuevo y total.
Luke habló en voz baja.
—Puede que la medicina de Vergere te haya hecho vulnerable a la Fuerza, como
agente de vida.
Ella enderezó los hombros.
—Tú deseas esto. Estás contento —le acusó.
—Hasta ahora —dijo su marido— no tenía ni idea de las ganas tan locas que tenía.
Estaba preparado para ser estoico y renunciar a la esperanza de…
—¿Lo habrías hecho por mí?
Él alzó la barbilla y ella sintió una caricia sin palabras.
Mara torció la boca.
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—Para ser dos personas que se conocen tan bien creo que nos hemos perdido algo.
—No —dijo él—. Es sólo que algo ha cambiado. En mí, quizá. Quizás en ti. Quizás
en la propia Fuerza. Lo único que sé es que… este riesgo hay que asumirlo. Y eso… —
dijo, negando con la cabeza— me hace muy feliz. —Volvió a alzar la vista, con una
sonrisa tonta que ella llevaba meses sin ver—. Podría hacerme muy feliz, la verdad…
Mara cerró los puños.
—Escucha, Skywalker. No quiero que nadie sepa esto. Nadie.
Todavía de rodillas junto a la silla, Luke le pasó las manos por la cintura.
—Estoy de acuerdo, Mara, con una excepción. Deberías tener al menos un buen
médico. Ellos…
—No. Ni siquiera Cilghal pudo ayudarme a luchar contra mi enfermedad. Y si ella no
pudo ayudarme, tampoco podrá proteger a nuestro hijo. Ésa será mi misión.
—Podrían salir mal otras cosas…
Ella le hizo callar con una mirada.
Él frunció el ceño y asintió con solemnidad.
—Eso también te lo puedes ir quitando de la cabeza —soltó ella—. No voy a
quedarme tumbada a vigilar los síntomas que tengo, esperando a que algo salga mal.
Pero se maravilló al darse cuenta de lo pronto y lo mucho que deseaba proteger a ese
niño que todavía no parecía ni remotamente un niño. Quizá, le susurró su conciencia, esta
ansia de protección repentina era lo que Luke sentía por ella: un amor tan brutal y
descontrolado que en ocasiones ponía en peligro la independencia del amado.
Y puede que la independencia real no exista. No si hay felicidad.
Pero aquel niño podría estar ya bajo la influencia de la biotecnología de los yuuzhan
vong. Quizá no llegase a ver nunca la luz del día. Ella podía resultar afectada de mil
maneras. Podía…
—¿Estás bien? —Luke le acarició los hombros—. Mara, deberíamos dejar que al
menos Cilghal te hiciera unos pocos análisis básicos.
—No —murmuró ella—. Nadie, Luke. Ni Leia ni los niños Solo.
—¿Y cómo vas a ocultárselo a Anakin? —le preguntó.
Ella rió brevemente.
—Lo último en lo que piensa un chico de su edad es que una señora puede quedarse
embarazada. Tú controla tus sentimientos y no sospechará.
—Pero él espera que yo esté preocupado por ti…
—Y estoy segura de que no le decepcionarás.
Luke soltó aire lentamente, y ella sintió que su marido se relajaba un poco.
—Tienes razón —dijo—. Hay gente que pondría esperanzas en este niño que quizá no
deberían poner. ¿Es él o ella? ¿Lo sabes?
Mara volvió a convocar a la Fuerza, absorbiendo todo lo que le decía. Tenía un poder
extraordinario para comunicarse con ciertas personas. Había sido capaz de localizar a
Palpatine en cualquier parte de la galaxia. Pero hasta ese momento, lo que sentía era
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***
Horas después, Mara miraba por el ventanal de transpariacero, observando el flujo de los
semáforos en el cielo. Las luces tenían una especie de velo llameante alrededor.
Se obligó a pensar en Duro y en la estación Centralia, que seguía sin funcionar. Tenía
la sensación de que se estaba formando una pauta. En una hora o dos la vería.
Si conseguía concentrarse.
—¿Crees que Leia está al tanto de este problema de suministros? —preguntó ella.
Luke habló desde la oscuridad, en el suelo, junto al sofá de Mara.
—A estas alturas ya debe de haberlo solventado o habrá enviado a Han a que lo
arregle. Tienen que estar en contacto diario.
—Pero a ti te gustaría ir a Duro a comprobarlo.
—Haz el favor de no entrar en mi mente, Jade.
Sin ni siquiera intentarlo, ella percibió cierta alegría en su marido al hacerle el mismo
comentario que siempre le hacía ella.
—Prefiero ir yo antes que enviar a alguien al peligro —dijo él—. Y tengo que hablar
con Jacen. Me llevaré a Anakin, si no te impor…
Mara dirigió una mirada de odio a la oscuridad.
—Vale, ya veo que sí te importa —casi oculto por las sombras, se pasó una mano por
el pelo—. Mara, no quiero ponerte en peligro ahora mismo. Yo…
—¿Quién tiene mejor sentido del peligro? —Mara rozó un mando para que entrara
más luz nocturna a través de la ventana e iluminara la cara de preocupación de su marido.
Luke estiró las piernas y se echó hacia delante.
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CAPÍTULO 10
Randa Besadii Diori se quedó mirando al ryn asignado para vigilar el panel de
comunicaciones… y a él. La criatura parecía dormida.
En silencio, Randa activó una frecuencia privada. El interruptor de transmisión no
activaba la red del repetidor de sus kajidic porque una de las ciudades orbitales de Duro
estaba en medio.
Se decidió a ser paciente.
Dado que Jacen Solo había tomado la decisión de no hacer absolutamente nada,
Randa acudió a la hermana del chico. Jaina tenía más experiencia como piloto. Randa
había sido más que amable y solícito, pensaba él. La había alabado por sus esfuerzos
constantes por sanar y volver a su condición de combatiente. El hutt había insinuado que
podía conseguir que ella volviera a la acción antes de que el Escuadrón Pícaro enviara
otra nave médica, devolverla a la batalla.
Las noticias de aquel día procedentes de Nal Hutta eran espantosas: criaturas
desconocidas e incognoscibles habían sido liberadas en manadas, y los parientes de
Randa yacían asesinados en sus palacios. El hutt necesitaba encontrar alguna otra forma
de utilizar al honrado joven Jacen, que no era sino el hijo de una madre asesina de hutt, y
acabaría encontrándola. Los yuuzhan vong habían entrenado a Randa en el transporte de
prisioneros.
Volvió a activar el transmisor. Entonces, una serie de tonos apenas audibles comenzó
a responder.
¡Estupendo! Se acercó más al transmisor.
—Aquí Randa —dijo en voz baja, sin quitar ojo al vigilante ryn dormido—. ¿Quién
está de guardia?
Escuchó un ruido de fondo un buen rato. Y entonces:
—Randa, ¿dónde estás?
¡La voz de su progenitora!
—Estoy bien —le dijo—, estoy en Duro. Sólo tengo un momento. Quizá pueda
comprar algunas concesiones a los yuuzhan vong para nuestro pueblo —a bordo de la
nave nodriza, se había dado cuenta de que los invasores estaban ansiosos por capturar a
los Jedi y someterlos a estudio—. Aquí hay dos jóvenes Jedi. Quizá pueda enviar uno. Si
estuvieran interesados, que me llamen al asentamiento que llaman Treinta y Dos. Está
cerca de una gran mina abierta que han convertido en un depósito.
—Bien hecho, Randa —dijo Borga—. Algo con lo que negociar; apenas tenemos de
eso. Los invasores no parecen deleitarse con ninguna de nuestras mercancías. Estamos
luchando por conseguir los derechos de Tatooine como planeta franco. Haré lo que esté
en mi mano.
En el momento en que Randa cortó la conexión se preguntó si había hecho lo
correcto. Vender a Jacen podría ser un error. Quizá todavía estuviera dispuesto a unirse a
él, si Jaina lo hacía antes.
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Bueno, siempre podía decir que el joven humano se había escapado. Tenía dos
opciones: sus fantasías de crear un equipo de ataque y la oportunidad de comprar un
refugio a su pueblo. Cualquiera de las dos le sería beneficiosa. Quizás incluso ambas.
Giró la cabeza levemente.
El negligente vigilante ryn seguía durmiendo.
***
Mantener la paz en un equipo de científicos investigadores que compiten por unos
recursos escasos empezaba a recordarle a Leia el esfuerzo de intentar alimentar con
comida de un mismo plato a dos gemelos de dos años con una conexión fortísima con la
Fuerza. Lo único que la ayudaba a seguir era su esperanza en reconstruir el planeta y
obtener asilo para los refugiados.
Una mujer aporreó la improvisada mesa de conferencias de Leia.
—Nuestra mayor esperanza —dijo con una mueca— es desarrollar esa «red maestra».
Sin una red autosuficiente de organismos interdependientes, cualquier cosa que hagamos
acabará deshecha en menos de una generación o crecerá en exceso sin un control natural.
Podemos…
—¿Crecerá en exceso? —el doctor Plee, el ho’din, cruzó los largos brazos de color
verde claro sobre la bata del laboratorio—. De momento, a menos que crezcan en exceso,
¿cómo diantres vamos a avanzar de alguna manera? Nos han dado un planeta, es un
planeta que tenemos que controlar… y ahora mismo lo tenemos en contra.
¿Crecer en exceso? Los yuuzhan vong debían de reproducirse como locos, pensó
Leia. Era lo único que explicaba que malgastaran la vida de tantos guerreros.
Ella frunció el ceño a la silla que quedaba vacía. Una vez más, Dassid Cree’Ar se
había excusado mediante el intercomunicador. En principio, a Leia le había dado igual.
La tercera vez, empezó a molestarle. Pero ya había faltado a cinco reuniones de cinco. No
era ninguna sorpresa que los compañeros de Cree’Ar estuvieran resentidos con él.
—Es reactivo —dijo la meteoróloga—. Responde a las crisis sólo si se las señalamos.
El microbiólogo alzó un dedo.
—Pero las ha solucionado todas. Lo hemos tenido tan ocupado resolviendo nuestros
problemas que últimamente no ha tenido tiempo de hacer nada propio.
—Pues que se ponga a trabajar en la red maestra —gruñó el doctor Plee—. Que
siembren y limpien este planeta para que podamos quitar las cúpulas. No soy
claustrofóbico, pero…
—Vaya que no —Aj Koenes, el gran talz, le dio un suave codazo con un brazo peludo
de lo más imponente—. He visto tu…
Leia se puso en pie trabajosamente.
—¿Alguien más ha traído algún informe de progresos?
Sidris Kolb se puso en pie.
—La siembra de nubes empezará con mal pie, pero…
LSW 84
Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—¿Mal pie? —preguntó Cawa, un quarren que se había perdido la reunión anterior—.
Le pedí que retrasara eso otras seis semanas. Apenas he realizado progresos con el agua
superficial de que disponemos. Las últimas muestras de agua de lluvia que tomamos
tenían seiscientas partes por millón de…
Y volvieron a empezar de nuevo.
Esta vez, Leia les dejó que discutieran. Por desgracia, los proyectos de todos parecían
interponerse con los de los demás. Como estaban interrelacionados, tenían que apoyarse
entre sí. Tendría que encontrar un modo de que cooperasen, o tendría que enviarlos a casa
y empezar de nuevo con un personal distinto. Duro era demasiado importante como para
perderlo por esas rencillas.
No muchas horas después, otra emergencia obligó a Leia a acudir al depósito de
suministros, donde dio rienda suelta a su frustración con un encargado de administración
que no tenía culpa de nada.
—¿Qué quiere decir con que el resto no llegará hasta la semana que viene?
Necesitamos esos productos. Los nuevos hidropónicos se pudrirán sin potasa soluble, o lo
que quiera que sea. ¡No puedo con estos duros!
El encargado tuvo el valor de quedarse allí sentado y esperar a que ella se
interrumpiera para tomar aliento.
—Lo siento —murmuró Leia—. No es culpa suya. Últimamente estamos todos un
poco locos, y me alegro de que por fin haya llegado el láser minero. ¿Me podría abrir una
línea a Bburru?
Diez minutos después, volvía a discutir en la unidad de comunicación tierra-órbita.
—Oiga —dijo ella, apretando los dientes para no gritar—, quiero ese material aquí,
donde tiene que estar. Tengo a mi cargo a la mayor concentración de población del
planeta.
—Lo siento, señora —dijo la voz al otro lado—. CorDuro se llevó ese envío al
Asentamiento Treinta y Dos para la planta de tratamiento de agua, prestado durante un
mes. Les proveerán con…
—¿El mes que viene? —Leia miró incrédula a la UCTO—. ¿Pero qué se creen, que
nos sobra? ¿Quién es este tío?
El encargado negó con la cabeza.
—Debió de creer que a usted no le importaría, dado que los beneficios de la
purificación del agua serán más para el pueblo que usted protege que para el suyo.
¿Quiere enviar un mensaje?
—Estoy demasiado ocupada para malgastar mis esfuerzos. Contacte con el COSERE
y vea si pueden duplicamos el envío —«y un nuevo administrador para el Asentamiento
Treinta y Dos, ya que estamos», estuvo a punto de añadir, si le hubiera servido de algo.
Quizás el COSERE podría reclutar a Lando y a Tendra.
***
LSW 85
Kathy Tyers
Nom Anor se había construido un despacho subterráneo bajo un túnel de piedra, entre el
edificio del laboratorio de Pórtico y los humedales tóxicos. La gente de Leia Organa Solo
había excavado aquel largo túnel; él había creado un pasadizo lateral empleando
pequeños organismos que se alimentaban de la roca blanda. A medida que las criaturas se
hinchaban y morían, se deshacía de ellas a miles en lo profundo de los humedales. Allí se
descomponían, y sus bacterias obraban los «milagros» que deleitaban al pueblo de
Organa Solo.
Nom Anor entró en la cámara contigua, pulsando el punto de desconexión de su
enmascarador gablith. Poro a poro, se le fue retirando del cuerpo. Apretó los dientes. Al
contrario que el Maestro Bélico Tsavong Lah y los demás, Nom Anor no creía que su
dolor alimentara a los dioses. Él decía servir a Yun-Harla, La Diosa Oculta, y si ella
existía, probablemente le encantaría aquel engaño. Pero Nom Anor sólo se servía a sí
mismo y a su oportunidad de ascenso. Le había dicho la verdad al Maestro Bélico, hasta
cierto punto. Leia Organa Solo no era una verdadera Jedi, y su hija todavía no había
pasado la prueba: pero si Tsavong Lah quería creer que sí lo eran, quedaría aún más
impresionado cuando Nom Anor acabara con ellas.
En cuanto cayera Treinta y Dos, Organa Solo le encargaría analizar la catástrofe.
Ojalá no tuviera que evitarla. Le encantaría ver su cara cuando le dijeran que sus hijos
habían sido atrapados en el desastre.
Se quitó de los tobillos la masa semisólida de enmascarador y se estiró con
parsimonia, saboreando la sensación del aire libre y vivo en su piel. Tenía una hora para
él solo. Para relajarse.
Arrancó una de sus pequeñas mascotas de la pared y la cogió con una mano. Todavía
no parecía madura, lo cual la hacía ideal para otro fin. Se puso de puntillas y apretó los
tentáculos temblorosos de la criatura contra una grieta del techo. Ya había debilitado así
varias secciones del techo y había colocado otra clase de criaturas en las zonas de
fractura. Las criaturas se inflaban como cuñas si él lo ordenaba, derrumbando largas y
profundas partes del techo. Era simplemente una precaución más.
***
Jacen estaba agazapado a un lado del barracón, extrayendo de la parte interior de los
aleros de sintoplástico criaturas semejantes a gusanos.
—Igual son comestibles —le advirtió Mezza, apretándose las caderas con las manos
para recoger la tela que le sobraba a cada lado del pantalón. Uno de los suyos había
encontrado aquellas criaturas hacía menos de una hora.
—¿Y si las criamos? Serían proteínas extra para el guiso de phraig.
Jacen intentó suprimir las náuseas al sellar la bolsa de muestras.
—Podría ser. Pero mira este punto del alero. Tiene un agujero —pasó una mano por
la zona de la que había extraído aquellas criaturas temblorosas, largas como dedos—.
Creo que comen sintoplástico.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
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Kathy Tyers
Jacen miró a su padre y luego a su hermana, comparando perfiles. La gente solía decir
que su hermana se parecía a Leia de joven, pero lo cierto era que, bajo su melena corta,
con esa frente y esas mejillas, tenía los mismos rasgos que Han. De repente, Jacen
compadeció al hombre que se atreviera a hacer daño a Jaina y no procediera a alejarse a
más de una galaxia de distancia de su padre.
Mientras Jaina se marchaba con Romany en busca de Mezza, Jacen preguntó a su
padre:
—¿Crees que todo esto afectará negativamente a su capacidad de combate?
—Si ella no quiere, no —Han se balanceó de un pie a otro, frunciendo el ceño—. Se
parece demasiado a su madre.
Jacen alzó la mirada rápidamente, creyendo captar cierta soledad que Han nunca
había expresado abiertamente.
—Tienes razón —le dijo a Han, sin querer decir demasiado. Aun así, se marchó tras
Jaina a toda prisa.
Se reunió con ella en el barracón de Mezza.
—Creo que es hora de ir a buscar a mamá —le dijo a su gemela.
Lenya, la operadora de comunicaciones que estaba de tumo aquella mañana, se quedó
mirando al transmisor con los ojos abiertos de par en par. Hasta Randa estaba alucinando.
Jaina había encontrado el punto flaco del almirante Dizzlewit: tenía una debilidad con el
personal militar herido. Jaina recibió acceso inmediato al repetidor del sistema exterior.
—Aquí el COSERE —un humano que llevaba un cuello alto azul y una capa corta
apareció en la pantalla, entre la típica nieve borrosa de la sintonización débil. Las
comunicaciones con el espacio profundo se estropeaban casi cada día, saboteadas por los
yuuzhan vong o destruidas por la escoria espacial, pero nadie se atrevía a salir a arreglar
las redes. Habían perdido la emisión comercial de HoloRed totalmente—. ¿Cómo quiere
que dirija su llamada?
Jaina se enderezó un poco, y Jacen le retiró la mano del hombro.
—Buscamos a la embajadora Organa Solo —dijo Jaina.
—¿Es por un asunto oficial?
Otra vez no, gruñó Jacen para sí mismo. Otra discusión más.
—Sí —dijo Jaina—. Llamamos desde una sede del COSERE.
—No ha estado mal, has sabido jugar tus cartas —murmuró Jacen mientras la pantalla
se ponía en blanco.
—Tú no eres el único que consigue hacer que la verdad suene imponente.
—Veamos qué noticias hay de Nal Hutta —urgió Randa.
Siguieron conectados con tesón mientras los funcionarios de menor rango les
mandaban de un lado a otro. Entonces apareció una elegante mujer de rostro alargado,
con el pelo negro recogido en un moño que mostraba sus exquisitas orejas.
—Jedi Solo —dijo ella suavemente—. Vaya, qué grata sorpresa, dos Jedi Solo. ¿En
qué puedo ayudarles?
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
Jacen se aproximó para hablar al oído a Jaina, pero ella ya había identificado aquella
voz.
—Senadora Shesh —dijo Jaina—, necesitamos contactar con mi madre. He sido dada
de baja al quedar herida en combate. La última vez que supimos algo de ella fue que
estaba en Coruscant. ¿Podría encontrarla su organización?
—Claro que podemos —dijo la senadora—. Es maravilloso veros juntos y con tan
buen aspecto —pero había algo falso en su tono. Jacen se acercó a la imagen…
Randa se abrió paso.
—Senadora —gritó—, ¡por favor! Tiene que enviar tropas adicionales a…
—Lo lamento —la senadora Shesh ladeó la cabeza—. No podemos ocupar esta línea
para comunicaciones que no sean de vital importancia. Mi personal les devolverá la
llamada.
—¡Un momento! —Jacen se echó hacia delante, sobre el hombro de Jaina—. Nos ha
costado una hora establecer esta conex…
La imagen de la senadora se disolvió en una red de finas líneas diagonales.
Jaina ahogó un grito de frustración.
—¡Randa! Soy yo la que consiguió esta llamada. Era yo la que tenía que hablar con
ella. ¡Lo has estropeado todo!
Randa onduló dando marcha atrás, alejándose de la consola. Jacen se vio tentado a
decir que el COSERE devolvería pronto la llamada, pero no dijo nada. La llamada de
respuesta podría tardar días, o incluso semanas en llegar. Quizá no se produjera jamás.
—Hablando de gusanos —dijo, y no pudo evitar mirar con desprecio a Randa cuando
el hutt salió de la estancia—. La senadora Shesh me da mala espina.
Jaina frunció el ceño.
—Pero es miembro electo del Consejo. Prácticamente dirige el COSERE.
—Lo sé —dijo Jacen—. Y el COSERE no está manteniendo precisamente sus
compromisos. Piensa en su postura. Y esa falsedad en la voz… su forma de comportarse,
y esa sonrisilla rara. Me recordó los holovídeos que he visto de otro senador.
Jaina arrugó la mascarilla que tenía en el regazo.
—Sabes que odio el suspense.
—Palpatine, antes del Imperio —explicó—. Cuando todavía estaba ascendiendo y no
le importaba a quién o qué destruía con tal de llegar a lo más alto.
Jaina frunció el ceño.
—Y ella es la que —dijo— nos envía todo lo que necesitamos para sobrevivir.
—No me gusta el cariz que está tomando esto, Jacen.
—Ni a mí —dijo él en voz baja—. No me gusta nada.
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Kathy Tyers
CAPÍTULO 11
Tsavong Lah acarició el villip en su cámara privada. Hacía poco que sus agentes habían
enviado a su contacto en Coruscant un nuevo villip subordinado recién florecido. Era la
primera vez, y quizá su contacto necesitara unos momentos para darse cuenta de que
estaba entrando una llamada. En futuras ocasiones, sus agentes ya aplicarían la disciplina
correspondiente si se retrasaba.
Su contacto debía de estar esperando ansiosa. En apenas un minuto, el villip se
suavizó y comenzó a darse la vuelta sobre su base. Una serie de bultos cobró forma en la
superficie pálida. Primero una nariz aristocrática, luego una barbilla dominante, una
frente elevada, pómulos marcados y una boca de gesto firme y severo. Había estudiado a
la especie humana lo bastante como para reconocer aquel ensanchamiento de las aletas de
la nariz y la apertura de los ojos como señales de asco. Quizá fuera sólo el villip lo que le
repugnaba. En su carrera diplomática ella debía de haber tratado con multitud de especies
y sus métodos respectivos, así que no tardó en corregir su reacción.
—Senadora Shesh —dijo él, formando las palabras en el lenguaje de ella gracias al
tizowyrm que se había introducido en la oreja. Le hizo gracia ver que ella volvía a poner
cara de asco cuando el villip le comunicó las palabras del yuuzhan vong—. Estoy
dispuesto a recibir su informe.
El villip rotó ligeramente hacia delante. Quizá porque ella inclinaba la cabeza en
señal de respeto.
—Maestro bélico Lah, gracias por responder a mi oferta para abrir una vía de
negociación.
—Estoy dispuesto a recibir su informe —repitió él. Ella no estaba muy ducha en las
costumbres yuuzhan vong. Tsavong Lah tendría que hacer concesiones.
Ella abrió los ojos ligeramente.
—Nos estamos retirando de Kubindi —dijo ella—. Y de Rodia. Queremos vivir en
paz con su pueblo.
La paz, según la tradujo el tizowyrm desde el idioma de la senadora, significaba una
sumisión voluntaria y adecuada.
—Excelente —dijo él—. Aceptamos su paz.
—A cambio —dijo ella— nos gustaría tener la seguridad de que su invasión está
tocando a su fin. Estoy segura de que ya tienen capacidad para proveer a su pueblo de
hogar y sustento. Déjennos los planetas que quedan. Tenemos que aprender a convivir.
En… paz.
Él entrecerró los ojos y se preguntó si quizás el tizowyrm había traducido mal. La paz
fluía de un subordinado sumiso a un conquistador, pero no podía ser bidireccional.
—Nosotros sólo necesitamos el sistema que han preparado —dijo él—. Por ello, les
damos las gracias. —Desde Duro podría neutralizar los famosos astilleros de Kuat, el
sistema natal de la senadora, así como la monstruosa arma de Corellia, pero ella no estaba
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
al tanto de aquellos planes—. Me aseguró que mandará agentes para que saboteen
Centralia.
El villip volvió a inclinarse.
—En cuanto sea posible. Gracias también por los enmascaradores ooglith. Me gusta
viajar sin ser reconocida, y espero —añadió en un tono más afable— que el proceso de
ponerlo y quitarlo sea menos incómodo con el tiempo.
Él no vio razones para ser condescendiente. La hiriente sensación de cada seudópodo
penetrando en los poros era una parte vital de las funciones de la máscara.
—No —dijo él.
A ella le tembló el párpado. Todavía no había aceptado la disciplina del dolor.
—Es de elogiar —le dijo el yuuzhan vong— que nos ayude a traer una paz duradera a
su pueblo. Su papel será honrado por mi pueblo y el suyo.
—Pero no hasta que llegue la paz. —Ella alzó las cejas, que eran extrañamente
móviles—. Prométamelo.
¿Acaso estaba la senadora aprendiendo humildad, o sólo tenía miedo de cómo se
reflejaría su exaltación? Tenía razones para tener miedo. Él quería gobernantes nativos
para la población esclava, pero los dioses también necesitaban sacrificios valiosos. La
sacerdotisa del Sunulok, Vaecta, estaba sedienta de sangre derramada en su nombre.
Quizá lo único que quería aquella mujer era que su pueblo no supiera que había
cambiado de bando.
—Ahora, su villip volverá a invertirse. Recuerde que tiene que cuidarlo —acabar la
llamada con aquella sarta de datos innecesarios era una forma apropiada de castigarla.
Pero el villip volvió a hablar.
—Espere, Maestro Bélico Lah. Tengo datos nuevos.
Él esperó.
—Tienen que ver con mi operación del COSERE en Duro. Hoy he sabido que existe
un Jedi en uno de los asentamientos que ha jurado no volver a utilizar sus habilidades.
Quizá les pueda ser útil.
Aquello coincidía con lo que le habían contado Nom Anor y otros agentes. Al
parecer, aquel joven había abandonado a sus camaradas en armas. Tsavong Lah no podía
concebir tamaña traición. Aunque un individuo semejante no merecía la dignidad de que
se pronunciara su nombre, quizá podría ser útil… diseccionado.
—¿Algo más de lo que deba informar?
El villip se quedó callado unos segundos. Al fin, dijo:
—No me gusta entregar a otros, pero como ya le dije a su agente Pedric Cuf, soy una
mujer de negocios.
Eso no era información necesaria. Tsavong Lah puso la mano sobre el villip y lo
silenció.
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CAPÍTULO 12
Jacen se despertó con los puños tan apretados que le dolían.
Se alejó de la pared de la cama y miró la unidad de comunicación de su padre, que
yacía sobre una pila de bloques de adobe a los pies del catre. Habían tirado algo sobre el
crono y no podía ver la hora, sólo un resplandor rojizo.
La noche parecía avanzada, sin embargo. Avanzada y mortal.
Se incorporó en la cama, cerró los ojos e intentó calibrar lo que sentía. Bajo la tutela
de su tío, había trabajado mucho en desarrollar su intuición para el peligro. Le había
salvado en varias situaciones vitales. Pero aquello habían sido guiños, y esto era una
conflagración con todas las de la ley. Y se dio cuenta de que no tenía el menor reparo en
utilizar la Fuerza para eso.
Sólo estoy escuchando. No tiene nada de agresivo. Se puso lo primero que vio y salió
por la puerta. Una vez en la polvorienta calle, inspeccionó la barraca contigua buscando
más gusanos misteriosos. Hacía unos días que los niños habían dejado de traerlos. Ya no
encontraban más. Al menos ya no debían preocuparse por eso.
Encontró a Jaina a un par de barracones de distancia. Su hermana no sufría ningún
peligro visible, así que él tachó esa amenaza de la lista mental. En silencio, abrió la
puerta y observó el interior.
La canosa ryn roncaba con un timbre agudo ensordecedor, como el Halcón cuando
calentaba motores. Jaina dormía boca arriba, un sueño normal, no un trance de curación.
Jacen apenas podía verla en la penumbra de las lámparas de seguridad exteriores. Tenía
el pelo lo bastante rizado como para que se le quedara de punta, al igual que a él cuando
se despertaba.
Se acercó sigilosamente al catre y le puso una mano en el hombro.
—Jaina —susurró.
Ella abrió los ojos parpadeando varias veces y giró la cabeza.
—¿Jacen? ¿Qué ocurre?
—Perdona por despertarte —susurró él—. Sal para que podamos hablar.
Él la llevó por la calle, entre los barracones. Los gigantescos focos brillaban
suavemente en lo alto y creaban la ilusión de un collar de lunas bajo la cúpula gris. Jacen
percibió un ligero olor a ryn y a cocido de phraig-bedjie.
Jaina estaba junto a él. En la oscuridad, su antifaz de visión parecía una máscara de
visión nocturna.
—No me lo digas —soltó ella de repente—. Pasa algo malo.
—¿Tú también lo sientes? —él echó un vistazo alrededor. Barracones de techo azul,
tanques hidropónicos—… el rincón interior del barracón de control abultando dentro de
la cúpula. Nada parecía fuera de lugar.
Ella asintió.
—Peligro. Para toda la colonia —Jaina cerró los ojos y se apoyó en la pared de una
barraca, frunciendo el ceño.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
Mírala, pensó Jacen para sus adentros. Te vas a fiar del uso accidental de la Fuerza
de otra persona. ¿Pero qué clase de hipócrita eres?
No me atrevo a equivocarme, respondió a la voz. Soy yo quien ha recibido el aviso,
no Jaina.
Ella negó con la cabeza y se recogió un mechón de pelo que se le había salido de la
máscara.
—Yo no percibo nada malo —dijo ella—. Por todos los Sith, espero que los vong no
estén de camino.
—Hay una forma de averiguarlo —se encaminó en dirección a la barraca de control.
Randa estaba apoyado en la pared trasera, roncando suavemente. Jaina le contó al
técnico del tumo de noche el presentimiento que tenían.
—No sabemos lo que es —dijo ella—. Pero ambos lo percibimos. Manténte alerta.
—Así lo haré —el joven humano le dedicó un saludo informal.
De vuelta en el exterior, Jaina se detuvo en el cruce de dos calles.
—Vale, hermano. Es a ti a quien le funciona la vista. Así que echa un vistazo —Jaina
se acercó a un control de iluminación.
Jacen estuvo a punto de detenerla. Si encendía las luces diurnas despertaría a toda la
colonia, quizá sin motivo.
Pero aquello no se parecía a nada. Volvió a meterse en el barracón y buscó un par de
macrobinoculares en la pared de herramientas. Los aferró contra el pecho y subió un par
de peldaños por la pared exterior del barracón, mientras las luces se encendían. Entonces
oteó la colonia.
Nada, nada y nada. Nadie acechando, nadie agazapado. Ninguna grieta visible o…
Un momento.
Junto a una de las lámparas de luz diurna había un enjambre de polillas enormes, o
quizá fueran pájaros pequeños. Ajustó los controles de resolución de los
macrobinoculares y aumentó el zoom. Eran más polillas que pájaros, pensó, aunque las
alas negras no se divisaban bien. En lugar de antenas tenían cuernos, y en el lomo negro,
unos dibujos grandes y blancos que imitaban unos ojos blancos.
Volvió a alejarse, movió los binoculares de atrás adelante y vio otro grupo más
numeroso que parecía concentrarse en la cara inferior de la cúpula, cerca del punto más
alto.
—¿Qué es eso? —le gritó Jaina.
—No sé. Parece… esto… Son casi como mynocks jóvenes, o…
Vio movimiento por el rabillo de su visión periférica y dirigió los binoculares abajo y
a la izquierda. Muy cerca, una de las criaturas ascendía desde el alero azul de uno de los
barracones.
Se bajó como pudo.
—Ahora vuelvo —dijo a Jaina, y corrió por la calle hacia el barracón del que había
salido la criatura.
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Kathy Tyers
Miró arriba, abajo, a su alrededor y… allí. Bajo los aleros, algo apergaminado
colgaba del panel del tejado de sintoplástico. Lo arrancó y se lo puso sobre la palma de la
mano para examinarlo.
—¿Qué pasa? —exclamó la voz de Jaina tras él.
Su mente regresó a Yavin 4, a un pequeño criadero que tuvo en su cuarto, y a una
colección de cajas de crisálidas en la que sus peggelars habían pasado el invierno para
emerger en primavera como exquisitas rosalas.
Se le heló la sangre en las venas.
—Despierta a papá —dijo él—. Rápido. Voy a activar a los androides ERD-LL.
La plaga se había desvanecido porque los gusanos habían mutado. Y ahora emergían
como adultos voladores. Comieran lo que comieran, Jacen estaba dispuesto a quitarlo de
su alcance, y además estaban poniendo huevos para un segundo ciclo de destrucción. El
Asentamiento Treinta y Dos podía tener sólo unas semanas para encontrar y destruir los
huevos, pero su intuición para el peligro no le decía precisamente eso. Las criaturas se
estaban alimentando en cantidades que los androides de reparaciones de emergencia no
tendrían tiempo de detener.
Jacen armó a los ERD-LL, androides de carga binarios híbridos con largas cinturas
telescópicas. Les dio las únicas herramientas que pudo encontrar: utensilios para remover
de la caseta abierta de la cocina. Dos ryn somnolientos salieron trastabillando del
barracón más cercano, apoyándose el uno en el otro. Uno bizqueó mientras el otro
señalaba al ERD-LL más cercano. El androide blandía un batidor con el que golpeó a una
de las criaturas, que parecía tener ojos blancos. Revoloteando tras la estela del utensilio,
los ojos blancos se posaron en la parte inferior de la cúpula.
Jacen encendió el intercomunicador e introdujo una secuencia de identificación.
—Oye —gruñó una voz de ryn—. ¿Ha perdido alguien la noción de los ciclos
diarios?
—Romany —llamó Jacen—. Te necesito. Es una emergencia.
Jaina regresó andando rápidamente.
—Ya viene papá.
—Bien. Ve a despertar a los vors y haz un recuento de respiradores —para los vors,
una grieta podría ser letal. Aquella raza alada se adaptaba de forma extraordinaria a su
propia atmósfera, pero los pulmones de los vors tendían a crisparse fuera de Vortex.
Jaina subió por la calle.
Jacen llamó a continuación a Mezza. Se encontró con ella y con Romany, que trajo a
su teniente, R’vanna, a la explanada de la zona ryn del asentamiento. Para entonces, Han
ya había llegado.
—Tranquilos —dijo Han—. No asustéis a la gente, pero decidles que se preparen. Por
si acaso.
Jacen intervino.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—Por el momento me da más miedo una estampida que una grieta, pero llevamos
demasiado tiempo sin hacer un simulacro de grieta. Y no creo que nadie te crea si
intentas hacerlo pasar por un simulacro.
Mezza soltó una risilla burlona y se alejó. Romany se metió en el barracón más
próximo.
—Vale, chico. Ven por aquí —Han guió a Jacen hacia el centro de la cúpula, donde le
enseñó un gran tanque azul con una manguera y una boquilla—. Le dije al COSERE que
esto no serviría de nada, que no íbamos a limpiar jamás el techo. Supongo que me
equivocaba.
Jacen le ayudó a alzar el tanque a la zona de hidropónicos, donde uno de los
androides ERD-LL movía ojosblancos de un lado a otro sin solucionar nada.
—Baja —ladró Han—. Retírate.
El androide se plegó hacia abajo. Han puso el tanque en un brazo de metal y cogió la
otra mano del androide.
—Dame un empujoncillo —gruñó.
Jacen estaba echándose hacia delante justo cuando un objeto peludo apareció de
repente entre su padre y él: Droma.
—Yo lo haré —anunció Droma, y empezó a trepar con destreza.
—Ya era hora de que aparecieras, pelo-estropajo —Han se sacudió el polvo de las
mangas—. Creo que te podrás imaginar que…
—Súbeme —gritó Droma. El ERD-LL volvió a elevarse. El ágil ryn agarró un aro de
metal que tenía el androide en la gran mano plana y entrelazó los pies, los tobillos y su
cola prensil alrededor de un brazo rígido.
—¿Qué hay en el tanque? —preguntó Jacen. Fuera lo que fuera, estaba a punto de
rociar a todos los que estaban abajo.
—No lo sé —admitió Han—. Se supone que no es tóxico, ni siquiera para los vors.
Seis minutos después se dieron cuenta de que tampoco le haría ningún daño a los
ojosblancos. Seguían revoloteando desde debajo de los aleros. Los ryn iban por el
asentamiento aplastando capullos, pero por cada ojosblancos que encontraban, diez más
salían volando de la cúpula, empezando a masticar.
Jaina regresó corriendo.
—Los vors necesitan treinta y ocho respiradores más, papá.
Han miró a Jacen fijamente.
—¿Crees que podrías convencer a treinta y ocho ryn o humanos de que suelten sus
respiradores?
Jacen tragó saliva.
—Supongo que sí…
—Mirad esto —gritó Droma. Bajó deslizándose por el ERD-LL, con algo en la mano.
Jacen, Han y Jaina se pusieron a su alrededor. Droma alzó una boquilla. Atrapado en
su interior, un ojosblancos atacaba la pieza de sintoplástico con tesón. Vista desde abajo,
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Kathy Tyers
la boca del bicho parecía una especie de pinza. Se posaban en la superficie limpia y
rotaban hacia dentro, tragándose el polvo.
—Es peor que los mynocks —gruñó Han—. Eso es. Jacen, llama a los de Pórtico.
Voy a meter a unos cuantos vors en deslizadores. Nos vamos de aquí.
Jacen regresó corriendo a la barraca de control haciendo un recuento mental de
fechas. Si Pórtico estaba al día, probablemente tendrían una línea de comunicación activa
desde ayer. Pero en caso de que no funcionara, la única esperanza de Treinta y Dos era
cargar las naves de la caravana y el rondador, rezando por qué los filtros de aire
funcionaran hasta que llegaran los equipos de rescate, o, en caso contrario, salir de allí
con retropropulsores e irse a otro asentamiento. Algunas de aquellas naves apenas habían
conseguido llegar hasta Duro, y algunos refugiados llegaban a bordo de naves que
pasaban por allí.
Randa se enderezó. Parpadeó lentamente con sus enormes ojos y eructó.
Jacen pasó de él y se acercó al técnico de comunicaciones.
—Tengo que hablar con Pórtico. Asistencia intercolonial.
El técnico comenzó a pulsar teclas. Para alivio de Jacen, una voz resonó alta y clara
casi al momento.
—Aquí Pórtico.
—Pórtico, aquí Treinta y Dos. Creemos que se va a producir una grieta, una grande.
Necesitamos rondadores de evacuación.
—Van para allá. ¿Qué clase de grieta? ¿Se puede arreglar?
—No lo sé. Tenemos una especie de plaga.
—Recibido. Os mandaremos los rondadores en aproximadamente… —se hizo una
pausa— veintiséis minutos. Mientras, tranquiliza a los tuyos. Reparte respiradores y
trajes de aislamiento si puedes y que suban a bordo de los rondadores que tengáis.
—Sólo tenemos uno pequeño, Pórtico —lo empleaban para sacar naves del cráter de
aterrizaje y ponerlas a salvo.
—Afirmativo, un rondador. Que suban abordo —Jacen escuchó de lejos otra voz, que
evidentemente estaba junto a la persona con la que él estaba hablando—. Treinta y Dos,
¿podría especificar el tipo de plaga?
Jacen dudó.
—Pues, de momento, estamos clasificándola. Gracias, Pórtico.
—Treinta y Dos —repitió la voz con firmeza—. Describa la plaga.
Jacen admitió:
—Nada que yo haya visto antes. Os voy a guardar una muestra.
Se oyó otra voz diferente.
—Asegúrese de que la guarda al vacío, Treinta y Dos.
—Así lo haré —Jacen se giró y se encontró con Randa de pie, apoyado sobre su gran
cola.
—¿Qué pasa? —preguntó el hutt.
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Jacen vio a Randa, abriéndose paso por entre la multitud congregada hacia la zona de
hidropónicos.
Corrió para interceptar al hutt.
—¿Qué haces? —le preguntó en voz baja—. ¡Vuelve a la puerta y quédate ahí!
—Voy a echar el cerrojo al almacén de alimentos hasta que volvamos.
—Papá ha puesto a un equipo de vuvrianos a trabajar en eso. Vamos, vuelve ya.
—Si intentas darme órdenes, joven Jedi, te arrepentirás.
Jacen cambió de enfoque.
—No son órdenes, Randa. Te necesitamos. Por favor, hazlo a nuestra manera. Intenta
que esa gente no se acerque a la puerta. Si lo hacen, tendremos una estampida cuando
entren los rondadores.
Randa murmuró un comentario y se giró hacia la puerta.
Jacen respiró hondo y miró hacia la zona de los ryn. La alerta estaba saliendo bastante
bien, aparte de lo de Randa, ya que las últimas familias se estaban poniendo el equipo y
se encaminaban hacia la zona de las puertas, a excepción del equipo matapolillas, que
seguía trabajando con todas sus fuerzas sobre el androide ERD-LL. Cerca de la zona de
los vors, una nube de color gris comenzó a fluir desde el enjambre de polillas de mayor
tamaño. Comenzó a sonar la sirena de alerta de grieta en la colonia, un zumbido grave y
electrónico. Los vors rezagados, que seguían saliendo de los barracones, gritaron y
echaron a correr formando una masa de miembros esbeltos y rostros alargados. Jacen
corrió hacia ellos.
Los primeros de la estampida chocaron contra él y le hicieron girar hasta que
colisionó contra una irregular superficie de ladrillos de adobe. Mareado, respiró hondo un
par de veces. Luego vio a un vors sin respirador.
—¡Ponte esto! —gritó dándole el suyo propio.
La criatura de aspecto delicado se puso la máscara sobre la cara alargada y siguió
avanzando.
Luego vio otra nube gris. Las polillas se alejaron revoloteando de la grieta, se
colocaron cerca de un puntal y comenzaron a mordisquearlo también.
Jacen esperaba que la atmósfera de Duro acabara con aquellas criaturas. Cogió el
intercomunicador.
—¿Papá?
—Ya están aquí los de Pórtico, Júnior. Trae a la gente.
—Recibido.
Jacen apagó el intercomunicador y se alejó de la pared. Una vors se tambaleó y cayó
al suelo. Un ryn se acercó y cogió a la esbelta hembra entre los brazos.
Dos vors se giraron gritando algo y cogieron a su congénere de brazos del ryn.
—Gracias —Jacen palmeó en la espalda al ryn—. Vamos, sigue. Yo cubriré la
retaguardia —se subió a un tejado y echó un vistazo alrededor.
Toda la colonia se dirigía hacia las avenidas principales, empujando para llegar a la
puerta como burbujas de una bebida espumosa contra el tapón de una botella a punto de
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abrirse. Algunos rezagados daban vueltas sobre sí mismos, señalando las dos, tres, grietas
abiertas, agachándose y temblando como niños pequeños que tienen una serpiente suelta
en su barracón. Una nube gris bullía sobre las barracas de los vors. Jacen pudo percibir
levemente la asquerosa contaminación de Duro, la concentrada pestilencia de miles de
fábricas abandonadas tras la guerra imperial. Se tapó la boca con una punta de su túnica
mientras avanzaba hacia la puerta.
Se encontró con un ryn que llevaba el traje de aislamiento completo y un respirador.
—¿Necesitas algo más? —le preguntó la voz de Romany.
—¿Ha revisado alguien los barracones de tu gente? Si nos dejamos a alguien, o
alguien se queda dormido, quizá no pueda salir de aquí.
Romany sacó a dos fornidos adultos de la fila para ayudarle y le pidió los trajes de
aislamiento a otra pareja menos musculosa.
—Vamos a regresar —les explicó—. Quizá nos quedemos aquí un rato. ¡Vamos,
subid a bordo!
Los demás protestaron. Jacen les dejó discutiendo y regresó a la barraca de control.
Randa y el técnico de comunicaciones no estaban. Jacen miró por la burbuja-ventana.
En el exterior, cinco vehículos enormes parados que parecían tanques hidropónicos
yacían juntos unidos por tres ejes, y las ruedas nudosas eran más grandes que cinco
barracones de refugiados juntos. Se habían conectado tubos flexibles a tres de ellos. Los
colonos que llevaban trajes completos se alejaron de los tubos-pasadizo y se adentraron
en la niebla perpetua de Duro hacia el vehículo más alejado, siguiendo instrucciones
dadas por el personal del COSERE.
Jacen salió del barracón y se mezcló con el gentío.
Otros miembros del COSERE habían tomado el control de la zona de embarque y
hacían avanzar a los refugiados. Para disgusto de Jacen, Randa avanzaba arrastrándose,
llevándose por delante a ryn y humanos en su urgencia por llegar a la puerta.
—¡Hey! —se escuchó la voz de Han. Jacen le vio de pie junto a una pila de cajas—.
¡Date la vuelta, Randa! ¡Si sigues empujando así, serás el último en abordar!
El hutt siguió avanzando, separando la marea de refugiados como una de las naves de
crucero de Lando a toda velocidad.
Han sacó una pistola láser.
—Quieto, Randa. Si te permito hacer eso, nada detendrá a los demás.
Randa se detuvo, mirando por encima del hombro. Los refugiados se detuvieron para
ayudar a los que Randa había arrasado y luego siguieron avanzando, dejando atrás al hutt.
Jacen vio una pila de posesiones personales junto a la puerta, y a un twi’leko con traje
de aislamiento que parecía un uniforme oficial del COSERE advirtiendo a los refugiados
de que tenían que dejar allí sus posesiones antes de poder pasar.
Jacen se puso junto al trabajador del COSERE.
—Oye —le dijo entre susurros—. A esta gente apenas les queda algo que puedan
considerar suyo. No los hagas más pobres de lo que ya son…
El twi’leko abrió las palmas de sus pálidas manos.
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CAPÍTULO 13
A medida que el rondador avanzaba, el calor y el olor que expelían varios cientos de
cuerpos no demasiado limpios, combinados con su sudor nervioso, hicieron que Jacen
arrugara la nariz. Se sintió afortunado por estar junto a una escotilla. Eso significaba que
sería de los primeros en salir.
—Ay, qué agradable —murmuró Jaina—. ¿Dónde está mi respirador?
En el otro extremo de la estancia, alguien comenzó a cantar. Por separado y en
grupos, los ryn se fueron uniendo a la melodía, algunos silbando armonías por sus picos
perforados. Jacen no necesitaba palabras para reconocer una canción del viajero.
Aquellos eternos nómadas se dirigían hacia su siguiente aventura.
Su intercomunicador chirrió.
—Disculpe —dijo al ryn al que propinó un codazo al llevarse el aparato a la boca—.
Lo siento —le dijo al que empujó cuando intentó no perder el equilibrio—. Aquí Jacen
Solo.
—Aquí tripulación de cubierta. ¿Ha llamado usted?
—Afirmativo.
—Cuénteme de nuevo lo que causó la grieta. Lo único que tengo es un informe que
dice no sé qué de unos mynocks en miniatura.
—¿No le ha facilitado nadie una muestra?
—No, era usted quien tenía que traerla.
—Yo no tengo.
Jacen procuró no dar muchas explicaciones. Cuando llegó al tema de las polillas que
habían anidado en los barracones, se produjo un largo silencio al otro lado.
Dio un par de veces al botón de encendido.
—¿Cubierta, están ahí? Aquí están cantando y yo no…
—Recibido —dijo una voz que no había hablado antes—. Vamos a avisar a destino
para que procedan a descontaminar.
Los refugiados que estaban lo suficientemente cerca de Jacen como para oír la
conversación se giraron para mirar.
—Créanme —dijo Jacen—. Nadie se ha traído ninguna crisálida.
—Quizá lo hayan hecho sin querer —dijo la voz al otro lado—, pero un solo huevo
anidado en un ryn peludo podría reiniciar el ciclo, y nuestra cúpula es mayor que la suya.
Si un enjambre de polillas consigue volar fuera de nuestro alcance, podría echar al traste
toda la operación.
Jacen cogió el intercomunicador y se apoyó en Jaina mientras se balanceaba al ritmo
del rondador. Aparte de Randa, casi todos los demás pasajeros de aquella parte parecían
ser ryn. Si no hubiera saltado a la vista, Jacen lo habría adivinado por el olor. Y si a él le
molestaba, a los ryn tenía que estar volviéndoles locos. Varios de ellos tenían los brazos
levantados y estaban dando vueltas, a modo de baile.
Jacen murmuró a su intercomunicador:
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—Los ryn tienen unos hábitos higiénicos casi compulsivos. No tendrán ojosblancos
ni nada pegado.
—Quizás usted crea eso —dijo el trabajador—. Una especie peluda es difícil de
descontaminar. Tenemos un área de tamaño adaptable para el procesamiento de
refugiados dentro de la cúpula de Pórtico. El único problema es que no tenemos UniFumi
almacenado. El COSERE suele enviar las sustancias de descontaminación con cada
entrada de refugiados. La radiación de alta potencia podría funcionar, pero podría causar
daños en la piel. Y las lámparas de energía reducida no traspasarán el pelo. Así que tienen
dos opciones. Podemos desnudar a todos y sumergirlos en desinfectante médico, aunque
no puedo garantizar que eso no les siente mal, o pueden afeitarse y someterse a la
radiación.
El ryn que estaba junto a Jacen soltó un lamento ahogado. Se dio la vuelta y le
susurró algo a otros tres.
—¿No hay más opciones? —preguntó Jacen, incómodo al darse cuenta de que estaba
rodeado de varios cientos de ryn con falta de sueño que acababan de dejar atrás todas sus
posesiones… una vez más.
—Podemos separar a los vuvrianos de los vors —continuó la voz—. Las razas que no
tengan pelo podrán pasar por una radiación rápida y seguir adelante.
Jacen se agachó contra la pared.
—¿Por qué me pregunta a mí esto? ¿Dónde está el capitán Solo?
—Al parecer ha perdido su intercomunicador. Usted es el siguiente en el mando.
Jacen apagó el intercomunicador, esperando que a los responsables de administración
del COSERE se les ocurriera una idea mejor. El motor seguía rugiendo rítmicamente bajo
sus pies. Algunos de los ryn zapateaban al ritmo de lo que cantaban otros. Jacen dobló las
rodillas, apoyándose en Jaina para no caerse.
—Eso no me suena bien —murmuró ella.
El intercomunicador volvió a pitar.
—¿Solo?
Él alzó el aparato.
—Aquí estoy.
—Nos ha llamado una tal Mezza. Se niegan a ser rebozados en la sustancia
desinfectante, cosa que no me extraña.
—A mí tampoco —dijo Jacen—. Y no discrimine a los ryn. Lo que valga para ellos
valdrá para los vors, los vuvrianos y los humanos. Y para el hutt —añadió, mirando con
desprecio a Randa, que se había hecho un ovillo formando una espiral bulbosa.
La canción terminó. Pero alguien empezó una nueva. Dos versos después, Jacen
recibió otro aviso por intercomunicador.
—Ya hemos encontrado al otro Solo. Dice que lo que es justo es justo, y que todo el
mundo tendrá que recibir el mismo tratamiento.
Bien hecho, papá.
Jacen le dijo a su hermana en voz baja:
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Tenemos que averiguar de dónde procedían esos bichos, pero pido un poco de respeto
para mi gente.
—Haremos lo que podamos.
Jacen aguzó el oído. La voz sonaba ronca, pero bien.
—El mismo tratamiento para todo el mundo. El COSERE está muy agradecido por el
apoyo a los refugiados.
Han extendió una mano.
—Me alegro de que lo entienda. Soy Han Solo.
En lugar de darle la mano, el administrador fue a quitarse los cierres de la máscara.
—Un momento —gritó él—. Si se lo quita, tendrá que descontaminarse.
Ella se quitó la máscara con una mano. Una larga melena morena cayó suelta del
interior del casco.
—No pasa nada —dijo con gesto sombrío.
Leia se quedó mirando el rostro rendido de Han: sus ojos abiertos de par en par de
color castaño, su descuidada mandíbula con barba canosa de dos días. Luke y Mara
debían de haber adivinado que Han estaba allí, y supusieron que ella también. ¿Cuánta
gente había llegado a aquella conclusión y simplemente no se lo había dicho a ella?
Pero ella sabía que apenas le quedaba un momento para acercarse a él antes de que
Han recordara la última vez que habían hablado. Discutido.
—Si su gente tiene que ser descontaminada —dijo Leia a Droma—, les demostraré
que Pórtico y el COSERE están con ellos, no contra ellos. —De momento, su asistente
Abbela podía encargarse de los asuntos diarios de Pórtico. Antes de que Han endureciera
el gesto y se volviera frío, ella tenía que decirle algo. Se acercó a él—. Además, yo no
tenía ni idea de que estabas aquí. Tendría que haberlo sabido, pero… no creo que
mandaras ningún informe.
—Pues no… no lo hicimos —se dibujó media sonrisa en su cara—. Supongo que el
COSERE ha estado demasiado ocupado administrando Pórtico para darse cuenta.
Ella miró por encima del hombro. Olmahk estaba cerca, alerta, mientras C-3PO
asistía a los recién llegados. ¿Dónde iba a meterlos a todos? Tenía la esperanza de poder
meter con el tiempo a toda la pobre gente de Treinta y Dos en la cúpula más permanente
y enviar a los trabajadores de vuelta por turnos semanales. En Pórtico había espacio de
sobra, pero el equipo de construcción tenía la agenda completa y no quedaría libre hasta
pasadas unas semanas, y los nuevos pisos estaban llenos antes de construirse. Había
tiendas de campaña, reforzadas cuando las primeras remesas se mudaron a barracones
más resistentes… y, para colmo, estaba el tema de la descontaminación…
¡Pero ya lo pensaría más tarde! Tenía a cuatro quintas partes de su familia presentes, a
todos menos a Anakin. ¡Un acontecimiento que hacía meses que no pasaba!
Rodeó a Han con los brazos. Él se quedó rígido, pero le pasó un brazo por los
hombros.
Ella se echó para atrás.
—Hola, mamá —Jacen abrió los brazos y dudó un momento.
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Leia dejó en el suelo el casco blando. Dado que ya se había entregado a la cuarentena,
se arrancó el traje de aislamiento y abrazó a Jacen.
—Por la Fuerza, estás tan grande como tu padre.
Luego vio a Jaina, que se quedaba atrás.
—¿Pero tú qué haces aquí?
Jaina mostró un par de gafas.
—Baja por enfermedad. Intentamos encontrarte.
A Leia se le encogió el corazón.
—¿Te han herido?
—Ceguera temporal parcial. Nada grave —Jaina bajó la voz—. Aclara las cosas con
papá, mamá. Eso es lo primero —se dio la vuelta y volvió hacia el grupo de ryn.
Jacen sonrió apesadumbrado y le puso las manos a Leia en los hombros.
Fue girando a su madre hasta ponerla mirando a Han, que se había metido las manos
en los bolsillos.
—Primero —murmuró Jacen.
Titubeante, Leia acarició a los gemelos a través de la Fuerza. Jacen estaba feliz por el
hecho de ver a la familia reunida: en Jaina había una amargura reprimida que obviamente
tendría que solucionar… más tarde.
—Creo que ya era hora de que encontrase algo que hacer —Droma se volvió a poner
la gorra que se había quitado—. Es un placer verla de nuevo, princesa Leia —y se
marchó en pos de Jaina.
Leia enlazó el brazo con el de su marido.
—Deja que te enseñe toda la zona de cuarentena —dijo ella alegremente.
En un hangar de reparación reformado, las familias se apretaban unas con otras,
intentando avanzar. Ella no debía mirarles. Tenía que arreglar las cosas con Han. Daba
igual si era culpa de él o de ella. Por muy fuerte e independiente que fuera, lo cierto es
que Leia era más feliz cuando tenía a alguien con quien compartir su carga.
Por otro lado, eso significaba que ella también tenía que ayudarlo a él.
—Sí —admitió ella—. El COSERE y Pórtico han estado ocupándose únicamente de
sí mismos. Y han intentado hacerse con el planeta. ¿Recuerdas Honoghr, donde apenas
pudimos hacer nada? En este planeta sí que podemos. Y los yuuzhan vong no lo quieren.
Podría suponer un refugio para millones de seres.
—Creo que no has tenido muy en cuenta a los nativos —frunció el ceño—. Ellos…
—Apenas nos toleran —reconoció ella—. Pero es que nosotros tampoco les hemos
dado nada todavía. Este planeta es la llave a un nuevo futuro en el que todos los pueblos
podrán vivir juntos. Espera a ver lo que nuestros científicos están empezando a conseguir.
—¿Dónde está el viejo Lingote de Oro? —Han se frotó la barbilla áspera—. Me
habría venido bien. Lo único que nos dieron fue un par de cochambrosos androides de
carga modificados. Tuve que birlar un androide médico.
Leia sonrió a medias.
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cuarentena indefinidamente antes de que le afeiten la cabeza. Está en esa edad, ya sabes.
Se cree que todos los chicos la están mirando.
Él estiró la mano y tocó la larga melena que Leia llevaba suelta sobre el uniforme
azul.
—¿Los viejos podemos mirar también?
Ella le acarició la mano.
—Creo… que me voy a tener que rapar, Han.
Él se encogió de hombros.
—Ya crecerá. No tardará mucho.
—¿Te quedarás por aquí mientras me crece?
Ella intentó que no sonara a ruego, pero lo deseaba tanto…
Él le pasó la mano por el rebelde cabello.
—Oye, puede que algún día yo pierda el pelo para siempre. Esto será como un
ensayo.
Entonces le guiñó un ojo y ella se derritió por dentro.
Leia le guió mientras bajaban del cubículo de control y se metían dentro. En el puesto
de megafonía, Leia emitió un pitido agudo que silenció las estruendosas conversaciones
en el exterior.
—Atención, por favor —dijo—. Aquí la administración de Pórtico. Bienvenidos.
Intentaremos acomodarlos a todos y ayudarlos en todo lo necesario en la mayor brevedad
posible. A continuación recibirán un mensaje de su propio administrador.
Ella le pasó el micrófono.
—¿Qué digo? —le preguntó él.
—Los enfermos y los heridos a la zona de embarque —murmuró ella. ¡Pastor de
nerfs!
Él asintió y repitió el anuncio.
Quince minutos después, el administrador sanitario de Leia, totalmente equipado
contra la contaminación, explicaba el protocolo a un grupo de ryn y vors y a cinco
ancianos humanos.
Leia dio un paso atrás. No veía a Jaina. Han se había mezclado con los ryn.
Frunciendo el ceño, volvió a subirse al mirador. Tardó más de lo que pensaba en localizar
a su hija en el muro sur.
Volvió a bajarse y fue hacia ella. El extraño olor de los ryn estaba por todas partes.
Hizo otra nota mental: baños de agua limpia. Y algo de ropa para que los pobres ryn se la
pudieran poner cuando los de descontaminación les quitaran todo el pelo.
Por suerte, la nave de suministros que portaba su láser minero había conseguido
llegar. Enseguida pondría a trabajar al nuevo láser para profundizar en el pozo que había
bajo su edificio de administración. El agua fresca y potable iba a ser esencial, ya que
había muchas posibilidades de perder el pozo de Treinta y Dos.
Jaina estaba de pie, apoyada en la pared sur.
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—Creo que estás dando cosas por sentado —dijo ella—. Yo también voy a tener que
descontaminarme para salir, como tú, como todo el mundo. Piénsalo.
Jaina se quedó mirando la larga melena de su madre.
—Estás de broma —dijo lentamente—. Madre, si tu… ¿cuánto tiempo has tardado en
tenerlo tan largo?
—Eso no tiene la menor importancia. Tú sí. Supongo que ya nunca volveremos a
vivir juntas fácilmente. Nos parecemos demasiado.
Jaina sonrió mostrando los dientes.
—Cabezota, obstinada, perfeccionista… ¿yo? ¿Cómo te atreves a acusarme de…?
—Herencia —respondió Leia—. Y entorno. Estabas condenada a ello. Al menos,
también has sacado la buena suerte de tu padre.
La sonrisa de Jaina se apagó.
—Antes de que me olvide, mamá, tienes que hablar con Jacen. Ya sabes la capacidad
que tiene para calar a la gente.
—¿Y? —le instó Leia, que se había vuelto a perder en la conversación.
—Cuando te estuvimos buscando, él pudo percibir a la senadora Shesh. Y tuvo una
reacción muy fuerte. Negativa.
Leia recordó sus negociaciones con Shesh en Coruscant. Públicamente, la senadora
apoyaba fervientemente al COSERE, y a los Jedi, a pesar de sus problemas de imagen,
pero había habido una escasez inexplicable, problemas de comunicación y carencias en la
defensa. Si Leia quería sospechar que la senadora Viqi Shesh escondía algo, no costaría
mucho.
—De acuerdo, hablaré con Jacen —dijo.
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CAPÍTULO 14
Entonces —Droma agitó los bigotes—, podría haberse casado con alguien de la realeza,
pero te escogió a ti, ¿no?
Han le tiró a su amigo una cucharada llena de guiso sintético, y Droma se cayó de
espaldas de la banqueta.
Jacen apenas podía permanecer despierto. Había sido un día increíblemente largo.
Casi todos los ryn estaban recolocando sus colchonetas.
—Randa es el primero en salir de la cuarentena, después de los enfermos —
interrumpió él.
Han removió el guiso y le clavó a Droma lo que Jacen y Jaina siempre llamaban «la
mirada».
—Y la gente de Leia ya le ha encerrado.
—¿Qué ha hecho esta vez? —preguntó Droma.
—Lo de siempre. Intentó salir de la cúpula, dice que sólo para mirar las naves. Sólo
quería mirar —repitió Han, mientras Droma volvía a encaramarse a la banqueta.
Droma miró su cuenco y su cuchara. Jacen, sospechando que el ryn estaba calculando
el alcance y la elevación del disparo, echó para atrás su silla.
Jaina y Leia también habían pasado por el proceso. Han había convencido a Jaina de
que necesitaría un enlace con el exterior, con los que ya habían sido desinfectados, y a
alguien que vigilara a Randa. Fue entonces cuando Leia decidió que haría mejor su
trabajo fuera que dentro. Dejó a Olmahk en cuarentena para ayudar en el tema de la
seguridad.
Jacen se tomó las noticias con filosofía. Habría querido que sus padres pasaran más
tiempo juntos después de lo que había pasado.
—Veintitrés ryn siguieron a Jaina al exterior —estaba diciendo Han—. Leia les
encontró trajes de vuelo para que al menos estuvieran calentitos hasta que volviera a
crecerles el pelo. A mí me parece que estaban muy monos.
—Claro —dijo Droma enfadado—. Te estás quedando cegato.
—Pues tú tienes la bocaza igual de grande que siempre.
Jacen pudo ver el leve brillo en los ojos de Han y una sonrisa de satisfacción. Igual
sus padres sí habían podido tener algún momento de intimidad. En su opinión, ambos
habían aprovechado las circunstancias para evitar verse. Qué maravilloso era el universo
cuando tu padre y tu madre se querían.
—Alguien debería regresar a Treinta y Dos —dijo él— y recoger nuestras cosas.
El ryn se atusó el mostacho.
—¿Posesiones? Son sólo cosas que perder. Lo que sí es interesante es buscar naves
capaces de levantar el vuelo.
—Sí —dijo Han—. Ya que estás, podrías ver si las puedes traer. Si tenemos que
abandonar Pórtico de repente no podremos hacerlo en un rondador.
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***
Jacen apretó los puños al ver las ruinas de Treinta y Dos. Los restos de sintoplástico
yacían entre las vigas que se arqueaban como las costillas de una bestia rebañadas por
criaturas carroñeras. Entre ese costillar, desde un punto elevado cerca del resto de la
puerta de entrada, Jacen podía ver hileras de barracones de tejado azul a través de lo que
fue la cúpula protectora.
El conductor de Pórtico se había puesto un traje de aislamiento antes de transportar a
los pasajeros, que seguían en cuarentena. Negó con la cabeza.
—Me alegro de que no estuvieran ustedes ahí cuando empezó a romperse —su voz
les llegaba filtrada a través del visor transparente.
—Lo cierto es que sí que estábamos —murmuró Jacen.
Se puso el mono de su traje aislante equipado con respirador. Por encima se colocó
una chaqueta naranja con guantes incluidos. Fue metiendo los dedos en los guantes, lo
cual no disminuyó su tacto a la hora de ponerse el casco blando y abrochárselo.
Probablemente el COSERE le había comprado aquellos trajes al ejército, pensó.
—¿Listos? —preguntó al equipo.
Droma se había puesto su traje naranja. Mezza, mayor y más fornida, luchaba por
ponerse el suyo. Otras seis figuras con traje se dirigieron hacia la escotilla del rondador.
—Buscando formas de vida —dijo el ayudante del piloto. Activó unos cuantos
mandos—. Negativo a la vista, pero tengan cuidado.
Jacen se puso el sable láser por fuera del traje. Los escarabajos mutantes fefze eran
las únicas criaturas conocidas que habían sobrevivido al colapso de los ecosistemas de
Duro.
Bajó el primero por la rampa. Los demás se habían distribuido en parejas, y cada una
llevaba un carro retropropulsor. Su misión era sencilla: recoger todas las posesiones que
pudieran y regresar antes de que se hiciera de noche. Jacen, que supuestamente estaba al
cargo, ayudaría en todo lo que fuera necesario y luego llevaría el Halcón Milenario a
Pórtico, mientras Droma les seguía en el maltrecho 1-7 Howlrunner del Asentamiento
Treinta y Dos.
Salió junto a una pareja de vors altos y delgados que se había presentado voluntaria
para una tarea que era mucho más peligrosa para ellos debido a sus débiles pulmones.
También tenían su orgullo, pero casi parecían esqueletos en los trajes naranjas de
aislamiento, excepto por los brazos, que parecían más torpes por el hecho de tener las
alas plumosas metidas por las mangas.
Las botas aislantes de Jacen aplastaban polillas muertas al caminar por la primera
calle que tomaron. Era obvio que la atmósfera de Duro había podido con ellas. Al menos
ya no se dispersarían por tierra hacia otras cúpulas.
Agradecido por ese pequeño consuelo, escoltó a los vors hasta el primer barracón de
su sector. Se introdujeron en la estancia mientras Jacen permanecía en guardia,
ligeramente inquieto. Al cabo de unos minutos, los vors salieron con los brazos repletos
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Kathy Tyers
de ropa y otras posesiones personales. Jacen ayudó a cargar aquel montón de cosas, y
luego los vors avanzaron lentamente hasta el siguiente barracón. Aguantando el aliento,
pensó Jacen.
Ya habían registrado varias barracas cuando el intercomunicador de Jacen pitó.
—¡Solo! —la voz de Mezza resonó en el aparato—. ¡Ven aquí!
Subió por la calle corriendo, buscando la zona ryn. Finalmente, divisó un destartalado
carro retropropulsor. Jacen giró y se dirigió hacia él, agarrando el sable láser con la mano
derecha para que no le chocara contra la cadera al correr.
Irrumpió en el refugio. Dos figuras vestidas con trajes de color naranja se veían
arrinconadas contra la pared interior. Ante ellos había un insecto que Jacen sólo había
visto en holos y en pesadillas. Los escarabajos fefze, a los que alguien había soltado en la
superficie del planeta durante la primera época de turismo espacial de Duro, tenían la rara
característica de poseer un esqueleto interno y otro externo, por lo que esa cepa mutante
había conseguido crecer hasta alcanzar proporciones descomunales. Éste tenía más de un
metro de largo y antenas segmentadas que se estiraban y retraían, olisqueando la
contaminación de Duro. Era evidente que se había apropiado de aquella barraca como
nido porque en un catre a medio comer se veían las alas aplastadas de cientos de
ojosblancos. Debajo de las iridiscentes alas exteriores del escarabajo asomaba su
abdomen blando, en el que destacaba un grosero bulto. Debía de haberse alimentado de
los ojosblancos y de las patéticas posesiones de los ryn. Y ahora estaba listo para poner
sus huevos.
Por desgracia, Mezza y su amigo habían pasado de largo antes de verlo y ahora se
veían atrapados contra la pared del fondo, blandiendo una camisa hecha jirones y un par
de mallas. Cuando las antenas del escarabajo se estremecían, ellos agitaban las prendas.
Jacen sacó el sable láser y lo encendió. El escarabajo se dio la vuelta, meneando en el
aire dos patas armadas con pinzas en los extremos. El verde, el azul y el morado
fulguraban en los surcos iridiscentes de su cuerpo, y la boca, lo suficientemente grande
como para sujetar una pata de ryn, chasqueaba de forma asquerosa.
—Coged vuestras cosas y salid de aquí —dijo Jacen.
—¡Mátalo! —la voz de Mezza emergió del traje aislante que tenía más cerca.
Jacen no giró la cabeza.
—¿Por qué? Hay miles por toda la superficie…
—Mátalo —grito ella—. Un escarabajo muerto son cien menos la temporada que
viene. Va a poner huevos.
Jacen vio sentido en aquel argumento, pero la criatura no tenía malas intenciones.
Había encontrado un sitio excelente para anidar, que además tenía comida, y no quería
matar sin tener una razón.
—Cargad el carro y marchaos —dijo a Mezza—. No creo que ella vaya a por
vosotros.
—¿Ella? —preguntó Mezza—. ¡Ahora resulta que es ella!
—¿Acaso los machos ponen huevos?
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
***
Jacen pasó la tarde siguiente por descontaminación y acudió a dar parte al edificio de
administración. Según la asistente de Leia, Jaina estaba en el exterior, en la zona de naves
de Pórtico, ayudando a un equipo de inspección. Leia estaba en la gran mesa de juntas del
COSERE, haciendo caso omiso del tono secundario de una conversación que mantenía
C-3PO con alguien a través del intercomunicador sobre algo relativo a spirohierba,
humedales y modificación climática.
Leia alzó la cabeza envuelta en un turbante blanco.
—Me alegra que estés aquí, Jacen. Resulta que en un envío de CorDuro que
acabamos de descargar falta un tercio de la mercancía. ¿Crees que podrías conseguir algo
con los de la administración de CorDuro?
Jacen se quedó boquiabierto.
—No tengo mucha experiencia en negociar.
Leia negó con la cabeza.
—No, pero eres un Solo, y eso quizá les impresione. Yo no tengo tiempo para ir a
Bburru, y tu padre me ha dicho que quieres involucrarte más en actividades que no sean
Jedi. Es algo que puedo entender perfectamente —le tembló el pómulo izquierdo—. Más
de lo que te piensas.
—Ya me lo imagino —reconoció Jacen.
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Su madre podía entender que no todos los que mostraran talento Jedi se sintieran
obligados a seguir ese destino. Ya le había demostrado que no todas las vidas tenían
tiempo para las disciplinas de la Orden.
Había intentado contarle a su padre lo de la visión, y cómo le había confirmado su
decisión de mantenerse al margen. Pero Han se alejó, negando con la cabeza, confundido.
—¿Quieres intentar algo nuevo? —preguntó Leia.
Jacen se pasó una mano por la extraña suavidad de su cabeza rapada.
—Droma acaba de traerse el Howlrunner de Treinta y Dos. Me lo podría llevar a
Bburru, para ver qué puedo hacer.
—Te lo agradecería. Ten cuidado, Jacen.
—Siempre lo tengo, mamá.
—Y que la Fuerza te acompañe, de todas maneras.
—A ti también.
***
Randa Besadii Diori avanzaba arrastrándose por la calle principal de Pórtico, sintiendo
cierto alivio al dejar atrás el edificio de administración, con sus luces cegadoras y sus
celdas de detención, toscas y secas. Había intentado explicar a la Jedi Jaina Solo que lo
único que él quería era evaluar las naves de Pórtico, pero era tan incorruptible como su
hermano.
Hasta el momento, había procurado evitar a la madre de los Jedi.
Se cruzó con una pareja de ryn afeitados, parados junto a su tienda, vestidos con un
ceñido mono azul de vuelo y luciendo sus habituales chalecos y pantaloncillos sobre las
mallas azules y abultadas.
Los habían expulsado temporalmente de la zona de comunicaciones, el único sitio en
el que esperaba conseguir un equipo de transmisión decente, incluso antes de cumplir su
periodo de arresto, que, por cierto, iba a apelar sin dudarlo. Tenía que contactar con
Borga. Ya encontraría la forma de salir de aquel triste planeta venido a menos y de
reunirse con ella.
Se humedeció los labios. Por supuesto, para irse necesitaría un piloto. Quizá todavía
estaba a tiempo de convencer a la joven Solo. Como decían los hutt: «Cuando la
persuasión falla, el soborno prevalece». Sus kajidic guardaban riquezas en planetas a los
que los yuuzhan vong no habían llegado todavía. Seguro que la joven Jedi tenía una
debilidad: joyas, brilloseda, o quizás una nave para ella sola.
Animado por esos pensamientos, avanzó rápidamente por la arenosa callejuela hacia
el refugio del COSERE que le habían asignado, una tienda azul miserable en el distrito
ruinoso de Tayana. Podía escuchar el constante estruendo de las tuneladoras subterráneas
de Pórtico.
Se detuvo al entrar en su cubículo porque captó un olor extraño. Apretó los puñitos
atrofiados, furioso por aquella intrusión. Olisqueó el aire, siguiendo el rastro hasta el
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
colchón. Había utilizado la fina ropa de cama como relleno adicional. Pero debajo vio un
bulto desconocido.
Retiró las mantas con la punta de la cola.
Sobre el colchón yacía una bola rugosa que recordaba vagamente en tamaño y forma
a una cabeza humana.
Era un villip yuuzhan vong, como los que había visto a bordo de la nave nodriza.
Borga se había dado prisa en ayudarle.
Se estremeció de la cabeza a la punta de la cola. Demasiada prisa, quizá. Porque el
hecho de que aquel villip apareciera tan pronto en su habitáculo significaba que los
yuuzhan vong debían de tener un agente enmascarado de humano en Pórtico. Un agente
que ya sabía dónde encontrarlo.
En un arranque de audacia, Randa cogió a la criatura rugosa y se desplomó en su
destartalado colchón. Seguía sin haber concretado su plan de atraer a altos cargos de los
yuuzhan vong hasta allí para que la Nueva República pudiera cogerlos, pero había
prometido a Borga que intentaría negociar. ¿Un Jedi por el planeta Tatooine? La idea le
producía una sensación que no alcanzaba a entender, ya que jamás había experimentado
algo así antes: una pizca de dolor inasible, como si estuviera aprovechándose de alguien
que nunca le haría eso a él. Quizás era eso que los humanos llamaban «remordimientos».
Hizo caso omiso de aquel sentimiento. Él era leal a Borga.
Y no cogerían fácilmente a Jacen, aunque no quisiera emplear la Fuerza. Randa
acarició el villip y lo dejó en el suelo, preguntándose quién contestaría. Mientras
esperaba, selló las puertas. Pórtico tenía demasiada luz para su gusto. Pensó en Nal Hutta
y en la concienzuda alteración planetaria que estaban realizando los yuuzhan vong para
destruirlo, y los ojos se le llenaron de espesas y consoladoras lágrimas.
Unos rasgos empezaron a dibujarse en el villip: una frente prominente, distintos
bultos que formaban una nariz, pómulos con grandes bolsas bajo los ojos.
—Randa Besadii Diori —dijo—. Por fin das parte.
Randa no reconoció los marcados rasgos de aquel rostro ni la imperiosa voz barítona.
Ladeó la cabeza respetuosamente hacia el villip.
—Tiene la ventaja de que usted me conoce, señor.
—Soy el Maestro Bélico Tsavong Lah. ¿De veras puedes ofrecernos un Jedi?
—Así es —respondió él. ¿Maestro Bélico? Sus tentáculos le habían entregado una
pieza importante. Tenía que hacerle venir a Duro para que la Nueva República le
atrapara—. Se llama…
—Hutt inútil —dijo el Maestro Bélico—. Tu progenitora me contó lo que querías a
cambio. Has de saber que los hutt nos traicionaron. Sólo un servicio ejemplar podría
hacernos recuperar la confianza.
—Conozco y respeto su cautela, Maestro Bélico. Pero recuerdo la fascinación que
sintieron los suyos por Wurth Skidder a bordo de la nave de esclavos en la que estuve
demasiado poco tiempo. Estaría encantado de entregar este Jedi… a usted personalmente,
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
***
La senadora Viqi Shesh de Kuat apagó el holoproyector y acudió a su villip de tacto de
gusano.
Aquello no podía esperar. Los negocios, como la diplomacia, requerían hacer
concesiones, y a ella no le dolían prendas por informar de la traición de un joven hutt.
Acarició el asqueroso objeto alienígena, apartó su atención de la mano y observó la
cortina que cubría la pared de la unidad de comunicación de su despacho privado. Sus
sirvientes limpiaban las cortinas tres veces al día para purgarlas de dispositivos de
escucha. En ocasiones, no estiraban bien los pliegues al terminar. Iba a tener que hablar
con ellos… una vez más.
Viqi Shesh no tenía duda de que los yuuzhan vong no tardarían en quitarle aquella
galaxia a la Nueva República, tal y como la Nueva República se la había arrebatado al
Imperio. Los cambios rápidos creaban oportunidades. Tendrían que gobernar casi mil
planetas, y puede que Kuat recibiera un tratamiento mejor si una kuati ocupaba un puesto
alto entre los gobernadores yuuzhan vong. Y ella no iba a quedarse atrás.
El Maestro Bélico reaccionó según lo esperado.
—¿Pero el hutt todavía no ha identificado al agente?
—Según su informe, todavía no, señor.
La cara alienígena del villip estiró los labios cortados en una mueca de sonrisa.
—Nuestra experiencia con los hutt no nos ha proporcionado más que traición —
dijo—. Nos ocuparemos de Randa y de los suyos. Has hecho bien en informar.
Viqi inclinó la cabeza en silencio. Por un momento, consideró la posibilidad de
mencionar las noticias de Centralia.
No. Cuando los yuuzhan vong supieran que Centralia volvía a tener problemas de
funcionamiento podrían atacar Coruscant. Aún le quedaba mucho por conseguir antes de
que llegara ese día.
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CAPÍTULO 15
Los kubaz no solían visitar Bburru, la mayor ciudad orbital del sistema de Duro, pero
aquellos días los hangares de Bburru estaban tan atestados de obreros de la construcción,
comerciantes y refugiados ajenos al planeta, que el trío oscuro y rechoncho que llegó,
seguido de un androide astromecánico de bronce, apenas llamó la atención en la zona de
descarga.
El agente de las Autoridades Portuarias de Bburru observó las credenciales del grupo.
Según el datapad, no se trataba de los típicos refugiados procedentes de la reciente
invasión de Kubindi. Aquella familia tenía bienes en planetas del Núcleo y buscaba
oportunidades comerciales. Eso explicaba el elegante yate espacial que habían dejado en
la plaza 18-L.
—Todo parrrrece estar en orden, señores —el alto oficial duro juntó un momento el
datapad de los recién llegados con el suyo, programando un mapa de Puerto Duggan a la
sede de Logística CorDuro que había en la estación.
Curiosamente, un minuto después de que desaparecieran de su vista, el agente había
olvidado completamente al grupo.
Mara se sentía un poco agobiada con la capa con capucha, la máscara y las gafas,
pero aprovechó el disfraz para observar las reacciones de los duros, mientras el largo
trasbordador de Puerto los llevaba desde el astillero hasta la estación Duggan. Pudo ver
miradas iracundas de ojos rojos, cejas arqueadas y ojeadas. Y si los duros tuvieran nariz,
sin duda la habrían arrugado con asco. Tresina Lobi había señalado que los duros, como
las otras especies de los planetas que aún no habían sido invadidos por los yuuzhan vong,
estaban resentidos por el flujo de refugiados. En Duro, eso podía complicarse con el
nerviosismo general causado por las tensiones políticas en Corellia.
Habían llegado a Coruscant en la nave recién modificada de Mara, un yate espacial
que Lando había comprado por un precio ridículo (o eso decía él) en cuanto se dio cuenta
de lo fácilmente que podía modificarse la bodega de carga de popa para transportar un
Ala-X. Pero había más manos involucradas en la modificación de la nave. La mujer de
Lando, Tendra, que acababa de regresar de una larga visita a sus parientes sacorianos, la
había bautizado como Sombra de Jade tras admirar su casco gris no reflectante. Talon
Karrde y sus contactos habían añadido los cañones láser retráctiles, los lanzatorpedos
camuflados y los escudos, para que el Sombra estuviera casi a la altura del Fuego de Jade
que Mara había sacrificado en Nirauan.
Llevó el Sombra al polo sur de Duro, con el caza de Luke en la bodega y escoltada
por el Ala-X de Anakin, utilizando uno de los códigos universales de repetición de Ghent.
Una vez en tierra, atracaron el Ala-X de Anakin y R2-D2 redirigió los escudos para que
se alimentaran de una pila de baterías de recambio, configurándolos para que protegiera
el Ala-X de la atmósfera de Duro. Luego todos volvieron a embarcar en el Sombra.
Volando con Luke como copiloto, Mara realizó un microsalto para salir del sistema,
cambió los códigos del repetidor y llegaron a Duro como una familia kubaz cualquiera.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
Mezclados con trabajadores del hangar y media docena de otras especies, había
refugiados drall y selonianos que habían abandonado Corellia mientras todavía eran
considerados ciudadanos de primera. Un devaroniano astado se cruzó con tres duros
nativos de rostros alargados y piel gris. Un wookiee enorme de pelo canoso avanzaba a
grandes zancadas en la otra dirección. Mara percibió una vaharada de un perfume exótico
y vio a una atractiva trianii subiendo por el corredor, atrayendo las miradas con su
elegancia felina.
Mara aún no había sentido nada desequilibrado o insano en el grupo de células que se
dividían, se diferenciaban y ahondaban todavía más en su interior: no había percibido
ninguna señal de la anormalidad que había sentido tantas veces en sus células dañadas.
Estaba decidida a tomarse cada día que pasara como un regalo sin novedades negativas y
a no preocuparse por cuántos más podían quedarle.
Pero había tenido pesadillas.
Se fijó en la postura ligeramente jorobada de Anakin, que estaba apoyado en la pared
del trasbordador. Ella le había enseñado las características del típico ronroneo del acento
kubaz, su florido estilo al hablar y su pose, tras desechar la idea de Luke de disfrazarse de
duros. Siempre era más difícil hacerse pasar por nativos.
El trasbordador les dejó en una zona abierta y amplia que sus datapad catalogaron
como estación Duggan.
—Es enfrente —les dijo Luke con acento kubaz, manejando un elegante flotador
carrito.
En el otro extremo de la zona abierta había una duro en una plataforma elevada a la
altura de la rodilla. La duro habló por un potente amplificador, dirigiéndose a una
multitud de unos cincuenta o sesenta seres. Casi todos eran duros, pero Mara vio un bith
y dos sunesis de piel turquesa.
Luke, que iba el primero, se detuvo y volvió el rostro, la parte que Mara podía ver,
hacia la oradora.
—Escuchad esto —murmuró, acercándose un poco más de lo normal. Quizás otra
mujer no se diera cuenta, pero Mara estaba más que pendiente de su espacio personal.
La duro de la plataforma hablaba en voz alta mientras agitaba una mano nudosa.
—La independencia es virrrtud —exclamó—. En tiempos de peligrrrro, depender de
una fuerza externa para el sustento y la defensa podría matarnos a todos. Si no podéis
alimentar a vuestro grrrrupo familiar, les fallaréis. Si no podéis prrrroteger a los vuestros,
los mataréis. ¿Qué sois, asesinos o prrroveedores?
—Anakin —susurró Mara—, vete con Erredós, pero no os perdáis de vista.
Inspecciona a los presentes. Y si percibes peligro, vuelve aquí.
—Vale, mamá —dijo.
Estaba metido en su personaje.
—La simbiosis —dijo la duro— fue prrrredicada desde tiempos inmemorrriales.
¿Acaso nos ha hecho librrrres? ¿Nos mantiene a salvo? Dicen que dependemos unos de
otrrros —adoptó un tono burlón—. Que nos necesitamos unos a otrrros. ¡Baba de hutt!
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***
La avenida que daba a la estación Duggan estaba llena de maceteros que servían tanto
para fines estéticos como para purificar el aire. Casi todo el tráfico local parecía consistir
en motos flotantes o aerovainas cubiertas.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
Encontraron un hostal asequible donde Luke reservó una unidad de dos habitaciones.
Tenía tres unidades de almacenamiento básicas sobre la cama y un aseo. Una de las
paredes se podía programar para que mostrase varias imágenes de pantalla plana, incluida
(según el panel de instrucciones) una vista exterior de Bburru. También se podía ver la
ciudad, que se recortaba majestuosa en el espacio sobre el pardusco y triste planeta que
tema debajo. O a Coruscant de noche, con o sin auroras boreales. También se podía poner
la imagen del tráfico comercial que entraba y salía del hiperespacio cerca de Yag’Dhul,
en la intersección de la Dorsal Comercial Corelliana y la Ruta Comercial de Rimma.
Mara lo dejó en blanco.
R2-D2 fue rodando directamente a un puesto de datos y se enchufó. Mara se quitó las
gafas, la máscara, los guantes y la oscura túnica y se quedó con un cómodo traje de vuelo.
Para entonces, el disfraz de Anakin ya estaba desparramado por toda la cama. Se
sentó, estirando y crujiéndose los dedos.
—¿Cómo pueden pensar así, después de lo que ha hecho por ellos la Nueva
República?
—Es sólo una agitadora —dijo Mara—. Aunque hay veces que no hace falta más.
Acordaos de Rhommamul y del incendiario de Nom Anor.
—Por suerte —dijo Anakin— no llegué a conocerlo.
Para Mara, Rhommamul había supuesto su segundo encuentro. Al ser la
guardaespaldas de un diplomático en las festividades de Monor II, había soportado la
retórica de Anor hasta que no le toleraron ni los amables nativos sunesis. Le habían
pedido que se marchara.
—Anor sembró el rencor en el sistema para provocar una guerra abierta en
Rhommamul. Casi acaba con la vida de sus seguidores… y con la suya propia. Pero a los
agitadores también se los puede convencer.
Luke asintió.
—Se puede razonar con ellos. Y espero que sea eso lo que estamos…
R2-D2 emitió un pitido apremiante.
Luke se quedó congelado mientras se ponía una bota.
—¿Qué pasa, Erredós?
Mara no entendió bien el torrente de silbidos y pitidos.
Pero, al parecer, Luke tampoco.
—Un momento, un momento —se levantó del catre y se acercó a observar el monitor
de datos de R2-D2. Mara sintió un cambio repentino y sombrío en el estado de ánimo de
su marido.
—No es nada serio —le dijo él—. Todos están bien. Pero la cúpula de Han y Jacen
acaba de ser evacuada a la de Leia. Parece ser que por una plaga.
—Creo que Jacen ha vuelto a coleccionar bichos —dijo Anakin.
—No tiene gracia —murmuró Mara—. No creo que Duro pueda soportar mucha vida.
Luke se quedó mirando al vacío un momento.
—Están todos bien —dijo él—. Y Jacen acaba de llegar aquí, a Bburru.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—Yo voy a husmear por ahí —dijo Mara—. A ver lo que puedo sacar a la gente del
Puerto Duggan, que es donde está la acción.
Ten cuidado, leyó en los ojos de su marido. Respetando su silencio, ella no prometió
nada. Se limitó a asentir.
A Luke le temblaban los labios.
A ella le gustaba eso, que pudieran comunicarse sin palabras o sin la Fuerza.
—Enviaré a Erredós un mensaje si acabo en otro sitio —le prometió ella.
Entonces se dio cuenta de que quería decirles: «Tened cuidado», aunque fuera como
fórmula de despedida. Se estaba ablandando.
Le ofreció la mano a Luke. Él la cogió, la rozó con los labios y la acercó hacia sí lo
suficiente como para oír un «vuelve pronto».
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CAPÍTULO 16
Un asistente llevó a Luke al suntuoso despacho del de CorDuro, Durgard Brarun.
Iluminado por rayas cruzadas en el techo y en las paredes, el punto focal era una
decorativa rejilla de circulación de aire. Había otras rejillas negras que iban del suelo al
techo con diseños de todo tipo. En la parte frontal había un mostrador estrecho, como
salido de un tapcaf. En él estaba un duro sentado. La insignia triangular de CorDuro de su
pecho lucía un filo dorado. La piel dorada verdosa le colgaba en pliegues bajo la barbilla.
Sobre las orejas, el cráneo desnudo se estaba quedando pálido.
Se levantó para saludar a los dos imitadores de kubaz.
—Señores, ¿en qué puedo ayudarles?
Luke no estaba seguro de la información que podían obtener de él. Quería convencer
al vicedirector Brarun de que Anakin y él eran inofensivos para poder introducirse así en
círculos peligrosos.
Ahora más que nunca era importante que las cosas le salieran bien. Ahora todo tenía
más importancia. Estaba ayudando a dar forma al futuro en el que crecería su hijo.
Hablando en básico con su mejor acento kubaz, dijo:
—Muchos de los nuestros se han quedado sin casa. Hemos asentado una colonia en
Yag’Dhul, pero necesitamos suministros. Me dijeron que aquí podríamos comprar
mercancías básicas a cierto precio.
El duro puso las manos sobre el mostrador.
—El precio podría ser más de lo que pueden pagar, señores —dijo.
Dos humanos altos aparecieron por detrás de una pantalla marrón. Luke reconoció la
determinación en su mirada, y la desesperanza que había tras ella. Había visto antes esa
mezcla: en los colaboradores de la Brigada de la Paz, en humanos convencidos de que los
yuuzhan vong ganarían aquella guerra.
Era una complicación que no necesitaban. ¿Se había corrompido Cor-Duro? ¿O había
desaparecido Thrynni Vae por detectar una colaboración que alcanzaba estamentos
todavía más elevados?
Un segundo pensamiento le vino a la mente como un disparo de cañón iónico,
interrumpiendo todos los demás. ¿Acaso los yuuzhan vong tenían ya a Duro en su punto
de mira y éstos eran los agentes de su avanzadilla?
Se esforzó por recuperar la compostura.
—Estamos preparados —ronroneó— a ofrecer créditos de la Nueva República, bonos
de Kubindi amortizables fuera del planeta, o…
Se oyó un pitido en la estancia y su anfitrión se enderezó.
—Un momento, señores.
Brarun tocó algo que tenía delante, ojeó las lecturas de un monitor y sonrió a medias.
Luke tuvo ganas de pedir a los extraños que se marcharan, pero se contuvo, y sugirió a
Brarun que considerara a sus invitados kubindi como testigos neutrales. Después de todo,
ya no tenían planeta.
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El oído de Jacen para los acentos e idiomas casi se había adaptado a la tendencia de
los duros a arrastrar las erres.
—Así es, señor. Esos refugiados están viviendo en condiciones increíblemente
primitivas. Están…
—¿Dónde está su atuendo Jedi, Jacen Solo? ¿Está aquí como infiltrado?
—No —Jacen abrió las manos—. En absoluto.
El duro señaló a Jacen con una mano larga y nudosa.
—Sus dificultades de abastecimiento no son problema nuestro. Quizás el COSERE
les esté recortando el suministro.
—¿Y por qué iba a hacer eso el COSERE?
El duro se encogió de hombros a modo de respuesta.
—¿Y por qué no? El COSERE decidió por nosotros que queríamos recuperar nuestro
planeta —alzó una mano antes de que Jacen pudiera responder—. Nos consultaron, pero
sólo nominalmente.
—¿Y qué problema hay en eso? —replicó Jacen—. ¿Acaso no quieren que el planeta
que tienen ahí abajo sea habitable?
—Nosotros —dijo el vicedirector— estamos satisfechos con haber cortado nuestras
raíces. Esa esfera de piedra fue un lastre para nosotros. Sus fábricas sólo conseguían crear
descontento y malestar. Ahora esos ciudadanos están regresando a las ciudades que tan
bien gobernábamos, desestabilizando el equilibrio social —ladeó su alargada cabeza—. Y
si se consigue crear un planeta habitable, a los yuuzhan vong podría darles por invadirlo.
Y si lo hacen, la culpa será únicamente del COSERE —miró de reojo a los kubaz.
Jacen apoyó el peso de un pie a otro sobre la mullida y gruesa moqueta.
—Señor, si los suministros no llegan, la gente empezará a tener hambre.
Necesitaremos su ayuda. Es urgente.
El duro tocó la esquina del mostrador. Sonó un pitido elevado y la puerta que Jacen
tenía detrás se abrió con un siseo. Dos duros armados entraron dando zancadas.
¿Qué significaba aquello? Jacen mantuvo las manos bajadas.
—Señor, sólo estoy pidiendo las sustancias químicas que necesitamos para cultivar
alimentos. No tengo intención de amenazarle.
—¿Ah, no? —preguntó el vicedirector—. Cuando habilitaron la estación Centralia,
nuestro vecino cercano, cambiaron el equilibrio de poder de la región. Los Jedi me ponen
nervioso. Sobre todo los jóvenes que emplean palabras como «urgente». No suelen tener
la madurez suficiente para saber cuándo tienen que retirarse.
Gracias, Kyp Durron, se dijo Jacen para sus adentros. Esperaba que Anakin estuviera
prestando atención a todo aquello.
—Señor, no fue un Jedi quien activó la estación Centralia.
—Creo que por toda la Nueva República se está propagando un sentimiento nuevo —
dijo Brarun—. Sin duda habrá oído a gente cuestionar la filosofía Jedi.
—Así es —reconoció Jacen—. La última vez, aquí, en Puerto Duggan. Nada más
llegar.
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Jacen se enderezó. Por fin el duro estaba yendo al grano, porque, en lugar de intentar
imponer sus exigencias, Jacen estaba mostrando simpatía.
—Estoy de acuerdo —dijo—. Pero destruyen lo que desprecian. Hay cosas que usted
no sabe de los yuuzhan vong. Yo incluso he sido su prisionero. He…
—¿Y cómo pudiste huir? —preguntó Brarun.
Jacen resopló pesadamente. Miró al suelo y alzó la vista.
—Mi tío vino a rescatarme —había sido espectacular. Dado que el Maestro Luke sin
duda estaba tanteando los sentimientos de su sobrino, éste sintió un temblor de gratitud.
—¿Lo ves? —Brarun se enderezó—. Cualquiera nacido de una Skywalker está
obligado a ser un Jedi.
—Lo estoy intentando —dijo Jacen—. Estoy intentando con todas mis fuerzas
averiguar quién soy, aparte de todo eso.
Brarun se frotó los pulgares de color gris verdoso con las manos entrelazadas.
—He visto cosas horribles —prosiguió Jacen. Le contó algunas: la toma de esclavos,
la ocupación previa mediante el dolor—. Y la muerte —dijo para terminar—. Les hemos
visto sacrificar naves enteras llenas de prisioneros. Y sabemos que son sacrificios y no
simples asesinatos. He hablado con una mujer que también fue su prisionera. —La cara
triste de Danni Quee le pasó por la cabeza. Esperaba que estuviera sana y salva y de
vuelta en Coruscant—. Y no creo que estuvieran a salvo ni llevándose estos hábitats a
otro planeta. Destrozarían sin reparos su tecnología.
—¿Es eso una amenaza, Jedi?
—No —exclamó Jacen—. Estoy intentando ayudarle, vicedirector. Advertirle, no
amenazarle. Tenemos que permanecer unidos.
—El viejo dogma de la simbiosis. ¿Sabías que mientras la planta procesadora de agua
de tu asentamiento se simbiotizaba con la cúpula de Pórtico, ésta intentaba desarrollar
manantiales propios más fiables para poder independizarse de vuestro asentamiento? Eso
era lo que decía el informe semanal de tu madre —ladeó la cabeza con gesto triunfal—.
Ella, Skywalker, no estaba trabajando por la simbiosis en absoluto.
—Pero es que somos interdependientes —insistió Jacen—. El esfuerzo de los
asentamientos contribuirá a que la superficie del planeta vuelva a ser habitable. —
Entonces, una extraña idea le pasó por la cabeza. No estaba autorizado a hacer aquello…
pero…—. Vicedirector, si los colonos, los primeros pobladores de un nuevo Duro,
ofrecieran el pago de una tarifa, un porcentaje de todas las futuras mercancías,
¿conseguirían así garantizar el envío? ¿Digamos… un dos por ciento?
Aquello le parecía de sobra generoso.
El duro se le quedó mirando sobre las manos entrelazadas. Jacen contuvo la
respiración. Ambos sabían que el chico no estaba autorizado a ofrecer aquello. Si otros
asentamientos lo tomaban como una traición, exigirían su cabeza, y no la del vicedirector.
—El veinte —Brarun agitó una mano. Por el rabillo del ojo, Jacen vio que los
enormes guardias humanos se relajaban.
LSW 132
Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—Eso es demasiado —Jacen se sintió cada vez más incómodo. Su madre le había
autorizado a intentarlo por la vía diplomática, ¿pero incluía eso ceder mercancía?—. El
COSERE ya negoció el envío de mercancías con CorDuro —insistió Jacen—. Ya se os
está pagando.
—Y tú —dijo el vicedirector— has venido aquí en calidad de negociador. Fascinante
—alzó un dedo, indicando a uno de sus fornidos ayudantes que se apartara de los dos
inofensivos kubaz—. Jedi Solo, me encantaría continuar con estas negociaciones. Por
favor, déjame ser tu anfitrión por ahora, hasta que consiga contactar con tu madre y con
Coruscant.
¿Acaso el duro le iba a retener por el rescate o en calidad de rehén? ¿O iba a negociar
de verdad? Menos mal que tenía testigos de aquello, aunque nadie diría que eran
imparciales. Y tampoco podía esperar a contarle al Maestro Skywalker lo de su visión.
Por fin alguien le ayudaría a aclararse la cabeza.
—Con una condición.
Brarun arqueó las cejas.
—No creo que esté en posición de poner condiciones.
—Espere. Escuche. Envíe todos los suministros que hay que enviar a la superficie
mientras yo sea su… huésped. —Anakin era demasiado joven para entenderlo, pero a su
tío le parecería bien.
—No tienes forma de comprobarlo, Jedi.
—¿Ah, no? —Jacen miró fijamente al duro. Lo cierto es que no la tenía. Pero Brarun
no tenía por qué saberlo—. Tiene que ayudarnos a mantener a raya a los yuuzhan vong.
Si no mantenemos un frente resistente contra ellos, podrán con nosotros, sistema a
sistema. Ya lo están haciendo.
—Ya hemos oído esa historia —dijo el duro, pero indicó al segundo guardia que se
acercara—. Acompaña al joven Solo a la habitación de invitados —dijo—. Y quédate con
él, fuera, en el pasillo. Más tarde hablaré con él.
Jacen miró hacia el biombo marrón al salir. Espero que hayas conseguido averiguar
lo que querías, tío Luke, pensó, sabiendo que su tío sólo reconocería una pregunta no
formulada.
Uno de los kubaz asintió casi imperceptiblemente. El otro miró hacia otro lado.
***
Mara dejó el datapad en una consola cuando regresó a la unidad del hostal. Comprobó
rápidamente que las dos habitaciones estaban vacías, y su experimentado ojo no percibió
signos de que nadie hubiera entrado.
Luciendo su nuevo disfraz por Bburru, no había tenido problemas a la hora de
encontrar un duro dispuesto a hablar, sobre todo cuando ella les explicó que tenía miedo
de despertarse un día con Kuat lleno de campos de refugiados.
LSW 133
Kathy Tyers
El comerciante duro habló sin tapujos, percibiendo una conversión potencial. Ella
grabó la filosofía del duro en el datapad, presionando y pidiendo aclaraciones de puntos
doctrinales. Finalmente, convencido por la actitud entregada de ella, le prometió
comunicarle la última «noticia», que debía llegar en dos días.
En ese punto, la intuición de Mara para la información confidencial se erizó. ¿Cómo
podía saberlo él con tanta exactitud?
El comerciante se encogió de hombros. Porque siempre era el día en que llegaba.
Mara le dio las gracias fervientemente y se fue con más información de la que él creía
haberle dado.
Sin preocuparse por quitarse el disfraz, se sentó ante una de las estaciones de datos de
la habitación alquilada y enchufó su datapad. Minutos después, gracias a los códigos
desarrollados años antes por Ghent para Talon Karrde, entró en lo más profundo de la
oficina de comunicaciones de Bburru.
Aquel día de la semana «siempre» llegaban docenas de emisiones. Descartó todas las
que pudo, pero dejó tres que procedían del exterior del sistema y una que llegó de la
superficie, un informe oficial de la cúpula Pórtico del COSERE, donde se estaba llevando
a cabo una investigación. El COSERE intentaba sabiamente impresionar constantemente
a los duros con el proceso de descontaminación.
Esa fuente podía comprobarla rápidamente. Buscó la emisión más reciente.
Aparentemente, no era más que una serie de informes de progresos: dos humedales
tóxicos sembrados de organismos de roturación. Había tres recintos que habían sido
drenados y preparados para la siembra. Se habían soltado pequeños mamíferos por las
praderas de pasto. Ese experimento no había salido muy bien: la mitad había muerto y la
otra no mostró intención alguna de reproducirse.
Llevaba uno de los programas de descodificación de Ghent en el datapad. Era
cuestión de un minuto copiar la transmisión y ejecutar el programa. Esperó mientras
aplicaba varios códigos al programa y no obtuvo más que cosas inservibles…
Hasta que dio en el blanco. La coleta le cayó por la cara cuando se inclinó sobre el
datapad. Uno de los científicos había empleado un viejo código militar rhommamuliano.
Mara recordó el apasionado e incluso ilógico antagonismo del asesinado líder
espiritual rhommamuliano, Nom Anor. Casi al final del texto, incluso llegó a ver algunas
de las frases exactas que la oradora de Duro había empleado en la estación Duggan.
Se alejó, ladeando la barbilla para echarse la coleta detrás de la cabeza. Había alguien
en Pórtico (un duro, o alguien con razones para causar problemas en el sistema) que tenía
conexiones con Rhommamul, donde ella ya había escuchado ese tipo de argumentos.
El Sombra de Jade había pertenecido a un comerciante de especias antes de que los
androides de reajuste de Lando instalaran el armamento de camuflaje. La nave podía
pasar por el vehículo de una noble. Como parte de la aristocracia kuati, tenía que contar
al menos con un sirviente, pero no siempre podía tener lo que quería.
Le dejó un mensaje a Luke con R2-D2.
LSW 134
Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
***
La cabeza y los hombros de Han relucían ante el holoproyector de las oficinas de la sede
administrativa de Pórtico.
—Esto apesta a que Randa se ha colado en la zona de comunicaciones —dijo—.
Amenázalo si hace falta. A ti te respeta.
—Antes sí —dijo Jaina—, durante un tiempo —ella negó con la cabeza. Lo único que
quería era que los hutt la dejaran en paz.
—Creo que no deberíamos haberle dejado dormir en el barracón de control. Ni
siquiera tenía que haberlo traído.
Jaina se encogió de hombros.
—No, hicisteis lo correcto.
—Bueno, ve a advertirle de que se está jugando un arresto permanente y luego
vigílale. Que no se cruce con Leia. Alguien intentó sabotear anoche su láser minero.
—Entonces yo tampoco me cruzaré con ella.
Jaina se encajó la suave gorra azul del COSERE para cubrirse las orejas y salió.
Encontró rápidamente la tienda de Randa. Por las paredes azules se filtraban sonidos
burbujeantes.
Abrió la puerta. Randa estaba sobre el colchón y tenía una bola rugosa en una de sus
manitas. Giró la muñeca como para intentar ocultar el objeto y luego lo tiró hacia delante
vigorosamente. Los quejidos y los burbujeos se extinguieron.
—Coge eso —le ordenó el hutt—. Esperaba a la embajadora Organa Solo o su equipo
de seguridad.
Jaina reconoció el villip. Se le hizo un nudo en el estómago. ¿Randa era espía? ¡No
era de extrañar que hubiera estado rondando por los centros de comunicación!
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando para ellos? —le preguntó en tono imperativo,
preparada para rechazar un posible ataque.
—No trabajo para ellos —refunfuñó el hutt—. Pedí hablar con ellos, con la esperanza
de poder negociar para mi pueblo. Pero me rechazaron…
—¿Cuándo? —Jaina dio otro paso adelante—. ¿Cuándo has contactado con ellos?
—Ayer.
—¿Sólo una vez?
—Lo juro por mi…
—Sí, claro. Te creo —dijo ella con todo el sarcasmo—. Por eso intentaste advertir a
la senadora Shesh de que los yuuzhan vong estaban de camino. Porque habías encontrado
un villip de repente, aquí, dentro de la cúpula de Pórtico.
—La senadora me garantizó que los refuerzos no tardarían en llegar.
Jaina se clavó una uña en la punta del pulgar. Si Jacen tenía razón y Shesh no era de
fiar, entonces no se esforzaría por enviar refuerzos. Quizá incluso delatase a Randa a los
yuuzhan vong.
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Kathy Tyers
LSW 136
Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
CAPÍTULO 17
Mara recibió la orden de no aterrizar en la puerta principal de Pórtico.
—La zona de descontaminación de la entrada está en cuarentena —le dijeron.
Sin duda era debido a la evacuación del infestado Asentamiento Treinta y Dos. Una
voz joven le indicó que se dirigiera al noreste, a una zona de aterrizaje más pequeña y
venida a menos, rodeada de vegetación. Los científicos habían hecho progresos en esa
área. El planeta estaba volviendo a la vida. El que sobreviviera o no dependería de lo que
ella había averiguado.
De la puerta noreste salían unos cuantos tubos de embarque. Mara esperó en la nave a
que los trabajadores de Pórtico conectaran el tubo de sintoplástico con una de las
escotillas de estribor del Sombra y a que cubrieran la nave para entrar en uno de los
tubos.
Una vez dentro de la gran cúpula de Pórtico, vio al sudoeste un edificio gris de dos
pisos rodeado de construcciones más bajas. De uno de esos edificios menores salía vapor.
En la zona abierta de su izquierda, el suelo arenoso estaba atravesado con surcos poco
profundos que parecían huertos privados de colonos. En el horizonte, a su derecha, detrás
de una aglomeración de tiendas de color azul, se dibujaban unas ruinas bajas. Se percibía
un rumor distante, una especie de aparato de excavación o de minería.
No estaba mal para ser una ciudad de refugiados. Respiró hondo. Incluso tenía buen
aire, cuando la mayoría de los asentamientos de refugiados eran agujeros apestosos.
Administración comprensiva.
Decidió hablar con Leia antes de husmear. Si su contacto misterioso le daba
problemas, quizá tuviera que marcharse corriendo.
El piso inferior del edificio de administración estaba en el centro de la escalera que
sustituía a los ascensores, y los bloques de durocemento se desmoronaban en algunos
puntos. Ella subió la escalinata, encontró una puerta con un cartel que decía: «ORGANA
SOLO», y entró.
Un androide de protocolo conocido estaba en el interior.
—Buenos días —le saludó—. Soy Ce-Trespeó, relaciones humano-cibernéticas…
—Ya veo —ella se mantuvo en su personaje, y dejó la capa sobre una silla metálica,
mirando altanera a su alrededor. Una gran mesa, un catre, una cocina, armarios… una
estancia para todo. Pero ni rastro de Leia—. Soy la baronesa Muehling de Kuat. Quiero
hablar con el responsable de administración.
El androide abrió los brazos.
—Lo lamento mucho, baronesa. La administradora Organa Solo está ocupada ahora
mismo. Hemos tenido una serie de molestos problemas con los suministros. Quizá quiera
dejar un mensaje.
Mara negó con la cabeza, y decidió acabar con aquella farsa.
—Claro que sí, Trespeó. Dile a Leia que su cuñada quiere verla un par de minutos.
LSW 137
Kathy Tyers
C-3PO giró la cabeza. Ella estuvo a punto de echarse a reír ante su perpetua expresión
de asombro, que en ese momento era de lo más apropiada.
—Creo que… intentaré que saque tiempo… ¿baronesa? —su voz sonaba dudosa—.
Espere aquí, por favor.
—No pienso ir a ninguna parte.
C-3PO se dirigió con un chirrido hacia la puerta. Necesitaba un poco de aceite. Si
Leia dejaba de atender detalles como engrasar a C-3PO, tenía que estar realmente
ocupada.
La puerta volvió a abrirse cuarenta segundos después, y Leia entró de repente. Se
había envuelto la cabeza en un turbante blanco, sus mejillas parecían algo más hundidas y
tenía los ojos más sombríos que Mara le había visto nunca. Miró a Mara durante largo
rato.
—Eres tú —dijo al fin.
Se echó hacia delante y abrazó a Mara, con todo el cuidado que una diplomática
maqueada podría tener al saludar a otra. C-3PO dio un paso atrás, negando con la cabeza.
Mara se inclinó para coger a Leia por los hombros.
—Tengo que hablar contigo.
—No sabía que estabas en el sistema.
—Acabo de llegar.
—¿Luke está contigo?
—Y también Anakin.
—Siéntate. Me puedo permitir descansar unos minutos.
Mara cogió la silla metálica que daba al gran ventanal. El vapor del edificio externo
creaba una especie de cortina.
Leia se desplomó en una silla parecida detrás del escritorio gigante. Probablemente se
lo había enviado el COSERE. Frente al catre y a la zona de cocina, Mara vio un par de
candelabros de pared absurdamente decorados, de hierro tallado con formas fantásticas.
—¿Puedo ofrecerte algo? —preguntó Leia—. Tenemos lo básico.
—Sólo un vaso de agua.
Leia mandó a C-3PO a la zona de cocina. Mientras el androide preparaba un
refrigerio, Mara puso a Leia al día sobre la situación militar de Coruscant. No dijo nada
sobre el punto que tenía en el abdomen y que emitía un calor en la Fuerza mayor de lo
normal. En lugar de eso, le contó lo que había oído en Bburru y lo que había averiguado.
—¿Un código rhommamuliano? —las cejas de Leia se arquearon hasta el turbante
blanco—. Espero que no lleguen hasta aquí los Caballeros Rojos de la Vida. —
Tamborileó en la mesa con una pluma y su voz se tornó amarga—. No nos llega entre el
10 y el 30% de los suministros. Acabo de enviar a Jacen a ocuparse del tema.
Mara alzó una ceja.
Leia se rió.
—Estás muy metida en el personaje, ¿no?
—Es instinto de supervivencia.
LSW 138
Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
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Kathy Tyers
—Nada. El problema son los demás pueblos. Han crecido pensando que los ryn son
secuestradores de niños y ladrones compulsivos. Les están evitando. Es increíble lo bien
que lo llevan.
—Entiendo —dijo Mara. Su mente había vuelto a otro tema—. Necesito hablar con el
doctor Cree’Ar, pero no voy a pedirte que me lo presentes, ya que no os conocéis.
—Iré contigo —dijo Jaina—. Ahora mismo no hago nada importante.
—¿Pero ves bien? —preguntó Mara—. Si ese duro está conectado de algún modo con
lo de Rhommamul, quizá no sea muy buen anfitrión. ¿Te acuerdas de cómo nos
recibieron allí?
Jaina soltó una risilla.
—No te preocupes. Puedo utilizar la Fuerza para amplificar lo que no puedo ver… y
no me digas que no es un uso justificado.
—Lo es —murmuró Mara—. Y yo puedo utilizarte a ti. Una kuati real no viajaría sin
al menos un sirviente. En el Sombra tengo un par de cosas que puedes ponerte. —Miró a
Leia—. Siempre y cuando no te importe que te robe unas horitas a tu ayudante.
Leia hizo un gesto con la mano.
—Jaina no está a mi disposición, Mara. Aunque los hijos vuelvan a casa de vez en
cuando, lo cierto es que llega un punto en que dejan de ser tuyos.
***
El edificio de investigación era una obra maestra: filas de instrumentos y dispositivos,
todos ellos fabricados en planetas del Núcleo, con paredes suaves, blancas y estériles y
techos de acústica acondicionada. El piso principal estaba dividido en seis laboratorios
con el aspecto de cualquier laboratorio de cualquier otro planeta, gracias al COSERE. En
todos se llevaba a cabo algún tipo de experimento.
Mara encontró el laboratorio del doctor Cree’Ar y entró. Había dos asistentes
sentados en un banco corrido del laboratorio.
Uno supervisaba lo que parecía un experimento de titulación, que requería el uso de
una vitrina de tubos transparentes de seis por diez. El otro vertía un líquido viscoso de
una probeta a unos recipientes planos.
Le indicó a Jaina que se acercara.
—Buenos días —dijo Jaina con tono imperioso—. ¿Está aquí el doctor?
El técnico que tenía más cerca, un joven fornido de bigote rojizo, puso en la mesa una
probeta con un líquido turbio.
—Ha salido. Dijo que estaría en el Sector Siete.
Mara contempló todos los aparatos científicos. Según el informe que acababa de
estudiar, el doctor Cree’Ar había creado plantas y protozoos que estaban generando una
zona cultivable, comiéndose sin reparos las toxinas del suelo que habrían acabado con
todo menos con los escarabajos fefze.
—Muy bien —dijo Mara, poniendo un brazo en el hombro de Jaina.
LSW 140
Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
Jaina, vestida con el típico traje de textura de alfombra que llevaban los sirvientes
kuati, se metió las manos en las largas mangas drapeadas. Mara le había encontrado una
peluca de trenzas.
—Podemos esperar —dijo Mara.
Dos horas después, Mara apoyó un brazo en uno de los mostradores del laboratorio y
clavó una mirada imperiosa en uno de los asistentes, un humano y un sullustano, del
doctor Dassid Cree’Ar. Al contrario que Leia, Mara tenía tiempo de sobra para buscar al
doctor Cree’Ar, y como le dijo a los técnicos en varias ocasiones, estaba perfectamente
dispuesta a estar todo el día esperando. Le divertía pasear por el laboratorio levantando
probetas y examinando caldos de cultivo, lo que ponía nerviosos a los técnicos.
Finalmente, otro asistente, que había estado intentando centrar una fila de pequeños
tubos de cristal en una vitrina vaporizadora, se levantó del taburete. Se retiró el pelo de la
cara.
—Baronesa —dijo arrastrando las palabras—. ¿Por qué no van su sirviente y usted al
tanque de almacenaje del primer piso, cogen un par de respiradores, bajan por el túnel e
intentan encontrar al doctor Cree’Ar en los humedales?
Por fin se obtenía algo.
—Como puede ver, no estoy precisamente vestida para pasear por un humedal.
—La tierra de alrededor está seca. Estoy segura de que él estará encantado de hablar
con una visitante tan distinguida.
Mara alzó una ceja.
—Si vuelve en mi ausencia —dijo ella con firmeza—, dígale que me busque por el…
¿túnel, ha dicho usted?
—Baje las escaleras y a mano derecha. La última puerta a la derecha es el almacén.
No olvide coger los respiradores. Justo al salir del edificio verá una escalera cubierta. Los
de administración nos dejaron excavar un camino directo a los campos de investigación,
dado que la puerta norte está muy lejos de nuestra posición. Estamos en un estrato
bastante blando, apenas tardamos un par de días.
—Muy bien —Mara cubrió su voz de una capa de irritación—. Emlee, vámonos.
Jaina se inclinó ligeramente.
—Sí, baronesa.
Mara fue la primera en bajar las escaleras, encontrar los respiradores que le había
descrito el irritado técnico y dirigirse al túnel de entrada. Al principio la pendiente era
muy pronunciada, luego se estabilizó un poco. El túnel estaba iluminado por alguna barra
luminosa que otra.
Mara se detuvo.
—¿Estás bien? —murmuró.
Jaina se encogió de hombros.
—Ya me he acostumbrado a andar en la oscuridad.
—Vale, entonces volvamos a metemos en los personajes. Y no te salgas del tuyo
hasta que yo te indique que se acabó la farsa.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
En su papel de baronesa, solía llegar más lejos apoyándose en los halagos que en el
acoso. Esta vez fue más allá.
Desde el momento en que entraron en la cámara, Jaina comenzó a percibir algo raro.
Todavía no había conocido a ningún duro, porque le habían ordenado que su nave fuera
directamente a tierra, sin detenerse en la órbita, pero había algo en el doctor que no le
gustaba.
Titubeante, le tanteó con la Fuerza. ¿Hasta qué punto era hostil?
No sintió nada. Ni siquiera le encontró.
Mantuvo los ojos bajados no sin esfuerzo. No había oído que hubiera yuuzhan vong
disfrazados de duros, pero si podían criar seres que les hicieran parecer convincentemente
humanos, aquello no era más que un pequeño paso adelante. La única forma que tenía de
saberlo era desenmascararlo.
Pero había un problema. El punto de activación del enmascarador estaba junto a la
nariz, y los duros no tenían de eso.
El rostro de Cree’Ar apenas era un borrón, de todas maneras. Jaina dirigió una
pequeña chispa de la Fuerza hacia él. Apuntó al punto de la cara en el que pensó que
podía estar la nariz, si fuera humano.
Pero no pasó nada.
Intentó con otro punto ligeramente a la izquierda, alejado del centro del borrón.
Tampoco pasó nada. Mientras, su mente avanzaba a toda velocidad. ¿Y si tenía que
desenfundar el sable láser? ¡Apenas podía verlo!
Él sacudió el aire delante de su cara distraídamente, como un pastor de nerfs se
quitaría de encima los chinches estivales.
Pero ella ya había practicado incontables veces con unidades remotos, en ocasiones a
ciegas. Los remotos no tenían mayor presencia en la Fuerza que un yuuzhan vong.
Volvió a tantearlo.
Mara estaba sentada con la espalda rígida en una de las cajas de suministro de
Cree’Ar, como si fuera un trono. El doctor Cree’Ar había accedido al fin a explicarle
parte de su filosofía.
—… minar las jurisdicciones locales y… ¡ay!
Alzó las dos manos nudosas, pero no antes de que Mara viera algo que le resultó
horriblemente familiar. Justo debajo de uno de los pliegues oscuros que le cruzaban la
cara, su piel gris comenzó a arrugarse. Una de las esquinas se retiró, exponiendo una
epidermis de color clara y parte de un tatuaje negro.
Ella se puso en pie de un salto, sacó el sable láser de uno de los bolsillos de su túnica
color amatista y lo activó. Instantáneamente, Jaina dio un salto atrás, desenfundando a su
vez el sable láser que llevaba oculto en la manga.
La piel gris azulada siguió cediendo, revelando un rostro esquelético con bolsas
azuladas bajo los ojos. Como si su cubierta se hubiera tomado líquida, se deshizo dentro
de la bata de laboratorio.
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Kathy Tyers
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
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El ruido prosiguió como una potente cascada durante unos segundos que parecieron
eternos.
Jaina salió de debajo de ella. También había apagado el sable láser. En la completa
oscuridad, Mara no podía ver lo que hacía Jaina, pero sí que escuchó un «¡au!» a modo
de queja.
—¿Te has dado en la cabeza? —preguntó Mara en voz baja.
—Un poco —hubo un pequeño silencio—. ¿Estás aguantando tú esto con la Fuerza?
—No, con mi radiante personalidad —suavizó el tono—. ¿Todavía tienes los
respiradores?
—Sí, están aquí.
—Guarda el mío de momento.
Mara se levantó y se puso a gatas, plantó las manos contra la dura piedra e intentó
empujar más con la Fuerza. Si les rodeaba alguna pendiente, aquello tendría que moverse.
Un poco al menos.
Pero no fue así.
—Apuesto diez contra uno —gruñó— a que se ha traído sus propias excavadoras aquí
a Duro. Cavó su propia zona del túnel y, mientras lo hacía, puso trampas para el cuerpo
de seguridad de Leia.
La voz de Jaina sonaba triste.
—No le has seguido por mi culpa, ¿verdad? Le podíamos haber cogido. Le podíamos
haber matado ahí mismo.
—Ya le cogeré, aunque sea lo último que haga —Mara no había odiado a alguien tan
desesperadamente desde…
Desde Luke Skywalker. Pero eso fue hace mucho tiempo. ¿Luke? Comprobó con la
Fuerza que estaba preocupado. Estoy bien, dijo para tranquilizarle, por ahora. No dejes lo
que estés haciendo. Pero él no captaba palabras, sólo sentimientos: aunque aquello sin
duda le diría mucho.
Jaina dijo:
—Creo que hay muchas menos posibilidades de avalancha por donde se fue el
yuuzhan vong.
—Exacto —dijo Mara—. Y por ahí es precisamente por donde quería que fuéramos
—su instinto le había advertido, y se enfrentaría a otros cien horrores antes de permitir
que aquel engendro de Sith expusiera a su hijo a las esporas letales.
La probeta podía contener otra cosa, pero entre tanta fanfarronada Mara reconoció
una verdad. Había sido él quien la había infectado.
Los mismos instintos por fin le decían alto y claro que lo que tenía dentro no era una
bioarma yuuzhan vong. Era un niño, normal e indefenso. Un Skypeque, como había
bromeado Leia optimista poco después de la boda de Luke y Mara.
Ella activó el intercomunicador, aunque no tenía mucha esperanza.
—Leia, ¿me oyes?
Silencio.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
LSW 147
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CAPÍTULO 18
Todavía con el disfraz de kubaz, Luke se detuvo en la entrada de un elevado edificio
residencial, el sitio al que habían llevado a Jacen. Otra crisis repentina había pillado a
Mara desprevenida. Una vez más, Luke sentía la adrenalina fluir en su interior. Una vez
más, tuvo que luchar por reprimir la necesidad de abandonarlo todo, correr a los hangares
y reunirse con ella. En vez de ello, invocó a la Fuerza y escuchó.
No le llegaron detalles. El nivel de alerta de Mara bajó rápidamente al típico estadio
de calma total. No pudo percibir mucho más.
Anakin volvió corriendo hacia él.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Tu tía.
Luke cerró los ojos intentando percibir algún detalle. Al principio lo que captó fue la
sensación de peligro, luego ira, después un momento de dolorosa decisión, en el que
Mara dejó su enorme orgullo de lado. Resultaba más difícil huir que quedarse a luchar,
algo que él sabía muy bien…
Por fin, consiguió captar una sensación de tranquilidad, dirigida específicamente a él.
Ella no había caído, y estaba haciendo un esfuerzo físico considerable. Luke vio
oscuridad, miles de piedras moviéndose y la tarea extenuante de tener que volver a
colocarlas.
Formuló una pregunta. Tardaría horas en llegar hasta ella, pero no dudaría en coger el
Ala-X para reunirse con su mujer.
Apenas había dado forma al pensamiento cuando sintió la presencia de Jaina al lado
de Mara. Con la ayuda de su sobrina, Mara estaba segura de tener la situación controlada.
¡Y la de su hijo!
Luke pudo percibir la gratitud de su mujer. Eso le fortaleció como pocas cosas lo
habían hecho en su vida. Algo reticente, se volvió para seguir a Anakin por los
enrevesados pasillos del enorme piso decimosegundo del complejo residencial. Al
hacerlo intentó transmitir algo de su propia fuerza (amor y un sereno poder) por el nexo
que lo unía a Mara. No tenía ni idea de si eso proporcionaría más energía a su mujer, pero
era consciente de que estaba realizando un gran esfuerzo y que necesitaría toda la ayuda
de Jaina y más. Le reconfortaba intentarlo, aunque no tuviera seguridad alguna de que
funcionara… sólo la garantía de su fe en Mara y en la propia Fuerza.
No necesitaron mucho tiempo para cerrar el trato con el vicedirector Brarun. Éste no
tenía nada que vender, lo cual parecía confirmar la teoría de que algunos duros
almacenaban mercancías porque sí, esperando llevarse una de las ciudades orbitales y
abandonar Duro para siempre.
Luke sabía que no se irían hasta vender el resto del sistema, sobre todo la parte donde
estaban los refugiados trabajando para construir un nuevo mundo. Envió otro mensaje a
R2-D2, aún conectado en la habitación del hotel, para que buscase en los archivos de
CorDuro algo sobre los tratos entre la Brigada de la Paz y CorDuro o el propio COSERE.
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—En eso tienes mucha razón —dijo Luke—. Pero ten cuidado. Si tan mal te sientes
por usar la Fuerza de forma agresiva, no puedes limitarte a negarla en redondo. Lo que
pasa es que no estás seguro de cuándo es agresiva y cuándo no. Temes actuar, temes que
tus acciones tengan repercusiones más allá de lo imaginable.
—Sí —exclamó Jacen—. ¡Sí, eso es!
—Desde ese punto de vista —dijo Luke—, cualquier uso de la Fuerza es malo.
—¿Cualquiera? —Jacen se enderezó en la cama. Sintió un ligero escalofrío al apartar
la manta.
—Todo acto que no provenga de la fe absoluta puede conducir al miedo y la
oscuridad —dijo Luke con firmeza.
Jacen recordó de repente la academia de su tío, el praxeum, las innumerables
conversaciones.
—He estado pensando en las terribles consecuencias de cometer errores —admitió—.
¿No lo entiendes? Por eso tenía la esperanza de que no volvieras a crear el Consejo Jedi.
Debemos responder ante la propia Fuerza, no ante un grupo de individuos que pueden
errar. Sólo sabremos utilizarla bien cuando la comprendamos lo suficiente como para
emplearla. O decidir no utilizarla en absoluto.
Su tío se quedó de piedra.
—¿Eso lo deduces de todo lo que me acabas de contar?
—Por fuerza —murmuró Jacen—. De alguna manera, todo encaja.
—Ten cuidado. Tu orgullo podría destruirte, Jacen.
Jacen se aferró a la fina manta.
—¿Orgullo? Tú nos enseñaste que el poder alimentado por la venganza lleva al
orgullo… y al Lado Oscuro.
—Pero hay un orgullo más sutil —explicó Luke—. Afirmas ser demasiado humilde
para usar la Fuerza, ¿no?
Jacen lo pensó bien. ¿Era eso lo que afirmaba?
—Quizá seas el único Jedi con la sensibilidad suficiente como para darse cuenta de
que lo que hacemos está mal…
—No —interrumpió Jacen—. Sólo soy el que ha sido advertido. No estáis haciendo
nada malo…
—Pero si para ti está mal —dijo Luke con calma—, ¿acaso no deberías estar
advirtiéndonoslo a los demás?
Jacen se apoyó contra el cabecero de la cama.
—A eso me refiero. Eso es exactamente lo que intento hacer.
—Pero nadie te escucha —respondió su tío con tranquilidad.
Jacen se sintió como si le hubieran dado una patada.
La silueta le puso una mano en el hombro.
—Estás enfrentándote a la verdadera esencia de todo lo que significa ser Jedi. Ten
cuidado con sacrificar tus dones para ayudar a otros a ver la verdad como tú la percibes.
LSW 151
Kathy Tyers
Eso está demasiado cerca del tipo de sacrificios que practican los yuuzhan vong. Y ellos
son servidores de la destrucción.
Jacen se estremeció.
—Yo no quiero acercarme a eso ni remotamente.
—Tú ves tu herencia como una terrible responsabilidad. Has captado mi atención,
Jacen. Me has enseñado que deberíamos prestar más atención al aspecto ético del uso de
la Fuerza a la hora de entrenar a los aprendices. Gracias.
A Jacen le tembló el pómulo. No pudo evitar sonreír. ¡Qué honor!
—¿Tienes alguna pista —preguntó Luke— de hacia dónde te va a llevar tu destino a
continuación? No tienes por qué hacerlo todo hoy, ¿sabes? Yo a tu edad jamás me podría
haber imaginado adónde me llevaría la vida. ¿Cuál va a ser tu pequeño siguiente paso?
—Creo que intentaré convencer a los duros para que apoyen a la Nueva República
manteniendo sus promesas —dijo el chico lentamente, todavía sorprendido por la muestra
de confianza de su maestro.
—Igual lo logras —dijo Luke muy serio—. Pero la traición puede ocultarse entre los
altos cargos. No podrás negociarlo porque sí.
A Jacen se le encogió el estómago.
—¿Por esa razón has traído a Anakin a Duro?
Luke asintió.
—Una aprendiz ha desaparecido aquí. Y hemos descubierto que CorDuro no hace
entrega de las mercancías. Y acabo de conocer a dos humanos que me recuerdan
demasiado a la Brigada de la Paz. Erredós está viendo lo que puede conseguir de los
archivos de Bburru.
Si Brarun tenía conexiones en la Brigada de la Paz, aquel «arresto domiciliario» no
era tan seguro como parecía.
—Gracias por la advertencia.
—Tienes que elegir. Usa la Fuerza como te han enseñado a hacer… o renuncia a ella.
No puedes quedarte al margen.
—Vale —dijo Jacen—. Entonces renunciaré a ella.
Vio la expresión atónita de su tío, pero sólo por un momento se protegió de aquella
sensación. Tenía que demostrar (a Luke, a sí mismo) que estaba totalmente
comprometido con su decisión.
—Te vas a poner en peligro, Jacen. La gente dará por supuesto que podrá solucionar
cosas que estarán fuera de tu alcance.
—Pues diles por qué lo hice, tío Luke —aquella vez no le llamó «Maestro
Skywalker». No, si realmente quería seguir adelante con aquello.
—¿Tienes intercomunicador? —preguntó Luke sombrío. Jacen no necesitó la Fuerza
para notar la preocupación y los remordimientos de su tío.
Jacen negó con la cabeza.
Luke depositó un objeto en la cama entre ambos.
LSW 152
Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
***
Mientras la tripulación del Sunulok se preparaba para partir hacia Rodia, los ayudantes de
Tsavong Lah le pidieron que saliera de una reunión. El villip de Nom Anor estaba sobre
una vitrina, esperando en su sala de comunicaciones. En cuanto entró en la estancia, el
villip comenzó a hablar.
—Maestro Bélico, tengo excelentes noticias. Mis organismos naotebe han conseguido
destruir el Asentamiento Treinta y Dos y ahora el joven Jedi cobarde ha sido arrestado
por uno de mis contactos, a bordo de esa abominación que llaman Ciudad Bburru.
Tsavong Lah no dijo nada. Aquellas noticias no merecían la interrupción de su
reunión. Sabía perfectamente que los maestros criadores que habían entregado a Nom
Anor los organismos de intoxicación también habían creado los naotebes.
—Y lo que es más —prosiguió Nom Anor—. Acabo de mandar con los dioses a otros
dos Jedi, miembros de su familia. Su hermana y su tía… la famosa Mara Jade Skywalker.
LSW 153
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Tsavong Lah cruzó los brazos molesto. Los sacerdotes de su nave habían decretado al
fin que los portentos de su éxito definitivo mejorarían con cada Jeedai que él
sacrificara… personalmente.
—¿Las has visto morir?
El Ejecutor titubeó.
—Cayeron en una trampa, una avalancha rocosa de la que no podrán escapar. Ni
siquiera nuestros cuerpos podrían sobrevivir a eso sin una armadura de cangrejos
vonduun.
Los espolones de lucha de Tsavong Lah se estremecieron.
—Hemos visto cómo los Jeedai recurren a sus talentos sobrenaturales.
—Puse esa trampa con los Jedi en mente. De hecho, la puse para la embajadora
Organa Solo, en caso de que descubriera mi escondite. Aunque sobrevivan al desplome
inicial, morirán lentamente. Estoy seguro de que una masa así no puede retirarse de
ninguna manera. Y Organa Solo y sus investigadores nunca imaginarán que fue
provocado, lo considerarán una catástrofe natural.
Nom Anor, el discípulo de la Embaucadora, seguía teniendo órdenes de no delatarse
involuntariamente. Si las mujeres habían muerto, los dioses no quedarían descontentos.
Tsavong Lah asintió.
—¿Puede tu agente de Bburru sedar al prisionero Jeedai para la disección y el
estudio? Tenemos que encontrar la forma de matarlos fácilmente —no insultaría a Yun-
Yammka si ofrecía a un cobarde declarado en sacrificio.
—He sugerido a mi contacto que lo retenga hasta su llegada. Mientras… —los
hoyuelos de las mejillas de Nom Anor se arrugaron de placer— he preparado unos
disturbios.
Ése era el campo de especialización de Nom Anor.
—Distraerán la atención del sistema a Bburru hasta que lleguemos.
—Lee usted mis pensamientos. Haré que el estallido coincida con su llegada, en su
honor.
Tsavong chasqueó las garras. Los disturbios crearían nuevos mártires de la
pseudorreligión fundada por Nom Anor, lo que enviaría a los dioses otra ronda de
sacrificios. Era lógico que Yun-Harla, la Diosa Oculta, favoreciera a Nom Anor. Hasta
Yun-Yammka en ocasiones se inclinaba ante las bromas de la Embaucadora.
—¿Están preparados tus agentes para lidiar con los escudos planetarios?
—En cuanto así lo ordene.
Sí, quizá aquella interrupción había sido oportuna, después de todo.
—¿Y el joven hutt? —preguntó el Maestro Bélico—. ¿Lo has castigado?
—De nuevo, espero sus órdenes.
—Vuelvo a decir que no insultes a los Grandes ofreciéndolo en sacrificio. Los hutt
son bestiales y glotones. Resérvalo para el personal de nutrientes. Nuestros nuevos
esclavos celebrarán nuestra bienvenida con un gran banquete.
El villip de Anor inclinó la cabeza.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—¿Has prometido a los duros que no tocaremos sus abominables hábitats si deponen
las armas?
—Tal y como ordenó.
Tsavong Lah sonrió lentamente. Las promesas de Nom Anor no valían ni el aliento
con el que se formulaban.
Y a Yun-Harla eso le encantaba.
***
Mara avanzaba poco a poco entre la piedra triturada, respirando a duras penas por el
respirador. La burbuja de Fuerza que las envolvía se reducía valiosos milímetros con cada
grupo de piedras que ella dirigía hacia arriba. Volvió a sentir la lejana llamada de Luke, y
notó que le mandaba fuerzas. Gracias, Skywalker, le respondió, sintiéndose debilitada.
Nunca estaba de más ser agradecido.
Pero ojalá hubiera ido a por Nom Anor.
Claro. Entonces los tres estaríamos muertos. Pero si fue él quien causó la enfermedad
de Mara, quizá también sabía cómo curarla. Le gustaría saber cómo sonsacarle esa
información. A ser posible, justo antes de mostrarle lo que realmente significaba la
justicia.
El cuerpo de Jaina despedía calor. Y también su ira.
—No te preocupes —susurró Mara a través del respirador—. Lo cogeré. Sólo que no
esta vez.
—Para cuando salgamos —respondió Jaina jadeando—, estará a cinco planetas de
aquí.
—Pero hemos descubierto muchas cosas —otra docena de rocas se colocó tras ellas, y
Mara avanzó un centímetro. Cuando alzó la cabeza un poco, se dio con la roca—. Sobre
Rhommamul.
—Por fin —asintió Jaina—. Sólo estaba provocando disturbios, sin importarle quién
muriera.
—Nos distrajo a todos de la verdadera trayectoria de la invasión.
Era mejor seguir hablando que pensar en la burbuja, que se desinflaba poco a poco.
Odiaba tener que admitirlo, pero Luke habría decidido que ésta era una de esas ocasiones
en las que ella sí necesitaba ayuda. Si se quedaban sin espacio, haría entrar a Jaina en
trance de hibernación y llamaría a Luke… y esperaría que consiguiera llegar antes de que
se quedaran sin aire, porque ella sola no podía hibernar, no si quería evitar que las
aplastara el peso desconocido de toda aquella roca. Debía permanecer consciente.
—Y los androides a los que prendían fuego —dijo Mara—. ¿Te acuerdas de eso?
—¿Crees que esa probeta era realmente…?
Mara lo había estado pensando.
—No, no lo creo. —Él no sabía que ella iba a venir—. Pero estoy segura de que tiene
más de eso, de esas esporas coomb, sean lo que sean.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
CAPÍTULO 19
A ver, Mara, ¿qué ha pasado? —la voz de Leia sonaba muy seria en la unidad de
comunicación del Sombra—. ¿Cómo lo desenmascaraste?
Mara seguía llevando los andrajos de su disfraz de kuati. Había conseguido liberarse
sin los refuerzos, al darse cuenta de que las cosas iban a estallar en Bburru. Jaina estaba
sentada a su lado. Llevaba un traje de vuelo marrón de uno de los armarios de Mara.
—Muy sencillo —respondió—. No le percibí con la Fuerza. Por eso te evitaba.
Cuando se delató, sacamos los sables láser.
—¿Y hasta cuándo pensaba evitarme? —susurró la voz de Leia en los cascos de
Mara.
Mara no quería decirle lo que era obvio: que no tenía pensado evitar a Leia mucho
más tiempo.
—Cógelo. No le dejes salir de Pórtico.
Leia parecía apesadumbrada.
—La cúpula está demasiado poblada para que los sensores o escáneres detecten a una
sola persona. Quizá a estas alturas ya esté en los humedales, o incluso bajo el agua, a
juzgar por lo que nos contó Danni de los dispositivos de respiración que tienen. Y
sabemos que tiene sus propios medios de excavación. Quizá esté en las antiguas minas.
—No siempre se puede tener lo que se quiere —murmuró Jaina.
Mara negó con la cabeza.
—Pero lo ciert… es que hemos compren… mejor lo de Rhommamul, ¿no ere…? —
las interferencias se comieron la transmisión mientras atravesaban la atmósfera de Duro.
—Te pierdo —dijo Mara—. Ya enviaré lo que pueda desde Bburru.
Mara cortó la transmisión, se recostó en la silla y comprobó las lecturas. Después, por
fin, consiguió relajarse lo bastante como para sondear el punto que tenía entre las caderas.
Seguía siendo una chispita casi imperceptible. Tienes buen agarre, chico… ¿o era chica?
No te sueltes. Podríamos encontrar algunos baches.
—No te ha preguntado por mí, ¿no? —Jaina alzó la mirada para contemplar Bburru,
que crecía en la pantalla delantera.
—Yo le habría avisado si tú estuvieras herida.
—Hay mujeres que no deberían tener hijos.
Mara se puso recta y un músculo de la espalda se le pinzó. Quizá lo había forzado
demasiado, al arrastrarse por el suelo pedregoso.
—No puedo creer que hayas dicho eso.
Cuando Jaina fruncía los labios parecía muy niña para tener 17 años.
—Para ella sólo soy una molestia. «Winter, saca a pasear a Jaina», «Trespeó, cuéntale
un cuento a Anakin», «Chewbacca, vigila a los gemelos».
—¿Y cuántas madres habrían rechazado un asiento hacia la seguridad como ha hecho
ella? ¿Cuántas madres habrían subido a sus hijos a bordo y se habrían quedado atrás, para
LSW 157
Kathy Tyers
morir o caer en la esclavitud? Hay veces en las que quedarte con tus hijos no está entre
tus opciones.
—Entonces las madres que son demasiado importantes para criar a sus hijos deberían
ceder su custodia e irse a trabajar.
Mara, que sólo tenía vagas imágenes mentales de sus padres, alzó la voz con un tono
glacial.
—Para ser una joven tan madura, estás siendo sorprendentemente infantil.
Jaina se pasó una mano por la desnuda cabeza. Su pelo empezaba a mostrar cierto
crecimiento.
—También estoy siendo sincera, Mara. Estuve a punto de morir en Kalarba. Perdí en
Ithor a una buena amiga que lo dejó todo para dar a unas familias la posibilidad de vivir
en otro lado.
—Y tu madre está dando a esos supervivientes un sitio donde vivir. Este planeta es
esperanza, literal y simbólicamente.
Jaina suspiró profundamente.
—Pobre mamá. Tiene una hija medio ciega y cabezota que no puede combatir y un
hijo al que le da miedo ser un Jedi. Menos mal que está Anakin.
—Tienes una debilidad temporal. Recuerda esto en un futuro, Jaina Solo. Correr
riesgos para defenderse es totalmente lícito. Pero jamás, jamás fuerces a otra persona a
que libre una lucha cuerpo a cuerpo si su capacidad para ello está mermada. ¿Me
entiendes?
Las estrellas aparecieron a medida que se adentraron en la opaca atmósfera de Duro.
Mara encendió la unidad de comunicación del Sombra de Jade en su frecuencia privada.
—Luke —dijo.
Él respondió.
—Mara, ¿estás de camino?
Por descontado, él ya la había sentido acercándose.
—Nos hemos encontrado con un viejo amigo —dijo ella, sombría.
***
Amarraron el Sombra en Puerto Duggan. Mara se puso una túnica encapuchada sobre lo
que quedaba de su disfraz y guió a Jaina a la barata unidad alquilada donde residían
temporalmente. Al entrar por la puerta, sintió un toque titubeante… era Luke, que quería
asegurarse de que estuviera bien. Ella le hizo el mismo chequeo, para no ser menos
cuando se abrazaran.
Anakin estaba sentado en la cama con los ojos cerrados, pasándose el mango del
sable láser de una mano a otra por la espalda, lo que en un Jedi joven indicaba
nerviosismo. Un mechón de cabello oscuro le caía por la cara.
Jaina se sentó en la cama de al lado y miró hacia su hermano y hacia Luke con el
ceño fruncido.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—¿Se lo has contado? —preguntó Jaina—. Anakin, al final Nom Anor no murió en
Rhommamul. Está aquí y es un agente de los yuuzhan vong.
—Y otra cosita más —dijo Mara, mirando fijamente a su marido—. Afirma que fue él
quien me infectó con la enfermedad. En Monor II.
No había querido contarle aquello a su marido por el intercomunicador porque quería
ver su reacción, que no le decepcionó. Luke alzó la cabeza con los ojos abiertos como
platos, irradiando una ira tan profunda como nunca había visto en él. Pero no tardó en
controlarse, por supuesto.
—¿Qué opinas? —preguntó, proyectando una vez más la calma del Maestro Jedi.
Mara cruzó los brazos. Se agarró los codos.
—Quizá él sepa cómo averiguar si me he curado. Me encantaría volver a por él.
A Luke le tembló el pómulo… de nuevo fue una reacción tan sutil que ni Jaina ni
Anakin se dieron cuenta.
—Y a mí —dijo—, pero si has confirmado la presencia de un agente yuuzhan vong,
todo encaja con lo que hemos averiguado.
Le hizo un breve informe, en el que resaltaba la implicación de Logística CorDuro en
las carencias de las colonias y sus propias sospechas. Rebuscando entre innumerables
albaranes de envío codificados, R2-D2 había descubierto que la sucursal de Logística
CorDuro en Puerto Duggan estaba desviando mercancías del COSERE y de otros a otro
hábitat de Duro, pero registrando las mercancías como sí vendidas fuera del planeta, por
si los auditores del COSERE se ponían quisquillosos.
—También hemos repasado todas las pistas que me dio Tresina Lobi, y Erredós ha
estado investigando los archivos de las autoridades portuarias.
Mara miró al pequeño androide que estaba junto al puerto de datos.
—¿Está comparando las llegadas y las salidas?
Luke asintió.
—Y las está rastreando. Queremos verificar una conexión con la Brigada de la Paz. Y
quizá también con el propio COSERE.
Si las sospechas de Karrde eran ciertas, y el COSERE u otros comités de alto nivel
tenían agentes infiltrados, la Nueva República tenía más problemas de lo que había
imaginado nadie. Por tanto, era normal que Luke estuviera nervioso: los movimientos con
las manos, la mandíbula tensa y, sobre todo, la irritabilidad que Mara podía percibir a
través de la Fuerza.
—Thrynni Vae desapareció en un área de cultivo de Puerto Duggan —prosiguió—.
No es ninguna sorpresa. Anakin y yo acabamos de estar allí. Las tapcafs están tranquilas.
Casi demasiado.
R2-D2 emitió un silbidito.
Luke se enderezó.
—¿Tienes algo más? —se agachó para comprobar las lecturas del puerto de datos de
R2-D2, y Mara se aproximó.
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Kathy Tyers
Se veían muchas letras que aparecían rápidamente. Comenzó con una lista de
entradas que habían sido borradas o alteradas de alguna manera: últimas contrataciones
en Puerto Duggan, llegadas de seis meses a esta parte, el registro de visitantes del
despacho del vicedirector Brarun. Varios nombres se repetían.
Bajo la lista, R2-D2 había rastreado los nombres repetidos y sus movimientos.
Algunos se desvanecían al cabo de tres saltos. Pero dos de ellos habían viajado desde y
hasta Ylesia varias veces. Esas entradas estaban señaladas.
A continuación apareció un archivo de seguridad de los repetidores de comunicación
de Duro. Muy pocos androides de la Nueva República tenían la programación necesaria
para meterse en ese registro. Los enlaces entre Duro e Ylesia mostraban muchas entradas.
—¿Qué es eso? —preguntó Anakin, mirando por encima del hombro de Mara—. Está
en pleno Espacio Hutt.
—Los hutt tenían allí un negocio de captura de esclavos —murmuró Mara—. Según
tu padre, es un centro clave de la Brigada de la Paz —se giró hacia Luke—. Puede que se
llevaran allí a Thrynni.
Luke dudó varios segundos.
—Es la mejor pista que tenemos, pero no me gusta nada mandar a la gente a cazar
yunax salvajes.
—Creo que el vicedirector Brarun está metido en esto hasta las orejas —dijo Mara—.
Suma esto a las mercancías desviadas que acaban en Urrdorf, y la llegada constante de
duros allí…
Notó que Luke se preocupaba de repente.
Jaina, que estaba junto a la ventana, dijo:
—Dejadme que lo adivine. Ahora resulta que a todos los ricos y famosos de repente
les ha dado por veranear en Urrdorf.
Luke se apartó del monitor.
—¿Qué pasa? —preguntó Mara.
—Jacen está con Brarun. Quizá corra peligro.
Jaina se apartó de la ventana.
Luke alzó la mano para tranquilizarla.
—Aunque no de momento, espero.
—¿Brarun juega a dos bandas? —preguntó Mara.
Luke asintió.
—Estamos todos observando el mismo patrón. Alguien está a punto de vender a los
refugiados del COSERE y largarse de aquí. De momento, Jacen quiere quedarse donde
está.
Mara negó con la cabeza.
—Tenemos que organizar otra evacuación en las cúpulas y hacerlo de tal manera que
no llame la atención de la Brigada de la Paz. Ha debido prometer a los yuuzhan vong
varios miles de prisioneros para el sacrificio —Luke se frotó la barbilla—. A menos
que… —dejó el comentario en el aire.
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Kathy Tyers
—Vale —gruñó, estirando las piernas para ponerse en pie poco a poco—. Bien hecho,
Anakin. Y tú también, Erredós.
El androide trinó. Anakin recogió el intercomunicador y se sentó en la cama,
manipulando las piezas.
Luke se apoyó pesadamente en la pared, con la cabeza inclinada, frotándose los ojos.
—¿Qué pasa? —preguntó Mara—. Has conseguido enviar una alerta.
Él miró a Jaina.
—Me preocupa Jacen —se limitó a decir. Cruzó los brazos—. Y no tengo ninguna
gana de meterme en otra retirada a fuego cruzado.
—Yo ni siquiera tengo nave —se quejó Jaina.
—Yo tengo el Sombra, y necesito copiloto —le recordó Mara—. Quédate conmigo.
Jaina asintió con seriedad.
Anakin volvió a poner la tapa del intercomunicador y se la dio a Luke.
—Antes de que las cosas se compliquen más —dijo Anakin—, deberíamos volver a
intentar encontrar a Thrynni Vae. No conseguimos mucho yendo disfrazados.
Luke miró a su sobrino con gesto sorprendido mientras se metía el intercomunicador
en el bolsillo.
—¿Crees que habríamos conseguido algo más yendo a cara descubierta?
Anakin se puso recto.
—No me gusta ir de tapadillo.
Mara soltó una risita.
—La verdad es que te vendrá bien algo de entrenamiento. Aunque no siempre sea
necesario. Jaina y yo necesitamos descansar —añadió. Había sido un día muy largo.
—Vale —Luke señaló al otro extremo de la habitación—. ¿Erredós?
El pequeño androide soltó un silbidito ascendente.
—¿Cuántos agentes de seguridad estarán de guardia en el puerto de transportes del
COSERE en la próxima hora?
La interfaz de R2-D2 volvió a ponerse en su sitio y rotó. Soltó unos ruiditos alegres y
luego emitió un silbido corto.
—Cinco —le dijo Luke a Anakin.
Anakin se estiró la túnica.
—Podemos con eso.
—Pero no hay necesidad de hacer enemigos —enfatizó Luke—. Vamos a ser
civilizados.
—En otras palabras —dijo Anakin—, actuaremos como Caballeros Jedi.
***
Durgard Brarun abrazó a su mujer y le cedió los mandos del carro flotante mientras
decía:
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—Me reuniré contigo en cuanto pueda —odiaba engañarla, pero ella jamás habría
salido de Bburru en dirección a Urrdorf sin esa mentira piadosa.
Su mujer siguió a su hijo y a su nuera por la rampa, hacia el trasbordador que cubría
el trayecto regularmente.
Por fin todo estaba en marcha. Cuando Brarun se enteró de que el COSERE buscaba
un sitio para ubicar a millones de refugiados, reaccionó de la misma manera que casi
todos los duros: ¡no en mi planeta! Pero una segunda reacción cobró forma lentamente. Si
los yuuzhan vong miraban en aquella dirección buscando una base de vanguardia, y no le
cupo duda de que ese día acabaría llegando, entonces miles o millones de vidas de
refugiados serían un material excelente para negociar.
Creía que, de todas maneras, estaban condenados. Sólo habían conseguido retrasar su
destino un mes, quizá un año.
Así que cogió la contrata del COSERE y compró unos cuantos votos en la Suma Casa
de Duro. Alentó a su hermana Ducilla a seguir con sus numeritos, sabiendo que eran
muchos los duros que tampoco querían a los refugiados. Su pueblo se lo agradecería
algún día. Sus conexiones con la Brigada de la Paz le garantizaban que el almirante
yuuzhan vong, o Maestro Bélico, dejaría en paz las veinte ciudades orbitales a cambio de
las vidas de esos refugiados.
Pero, por si acaso, organizó unas vacaciones familiares en Urrdorf.
***
El sirviente que llevó a Jacen su siguiente comida llevaba un uniforme de CorDuro, pero
su cráneo plano era de un brillante tono turquesa. Las cejas plateadas le llegaban a unos
bultos prominentes que tenía a ambos lados de la frente.
¿Un sunesi?
—Póngalo ahí mismo —Jacen se apartó del redondo ventanal y se acercó a una larga
mesa que tenía junto a la cama—. ¿Quién es usted? ¿Quiere algo?
El sunesi dejó la bandeja cubierta sobre la mesa.
—Me llamo Gnosos, aunque no tengo la esperanza de que lo recuerde. Lo importante
es que tengo un regalo —alargó una mano de color turquesa.
Jacen cogió con recelo una tarjeta de datos que le tendía el colorido alienígena.
—¿Y esto es…? —preguntó.
—Contiene mis huellas vocales, que son la llave de una aerovaina aparcada en la
plaza treinta, en la segunda planta del garaje. Creo que es muy probable que deba
abandonar en breve la hospitalidad del vicedirector.
Sorprendido, Jacen se llevó un dedo a los labios para acallarlo y señaló a los
dispositivos de escucha qué había encontrado, pero no desactivado.
El sunesi abrió las manos.
—Nosotros los sunesis podemos superponer un ruido de alta frecuencia sobre nuestra
voz o la de otros y así evitar que funcionen los dispositivos que te preocupan.
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Kathy Tyers
***
Luke pasó su carné identificativo por un lector del puesto de deslizadores situado a la
salida del hotel, alquiló dos unidades y montó en una. Conduciendo con prudencia,
Anakin y él se bajaron en la estación Duggan diez minutos después. Nadie se fijó en ellos
en un primer momento. Había trabajadores de varias especies, seguidos de androides en
todos los estadios de reparación que atestaban la zona de embarque y las vías de
circulación.
Había tantos planetas en peligro… Apenas tenía unos meses para encontrar un lugar
seguro para su bebé, y deseaba que también para la madre. Pero era muy consciente de la
diferencia que mediaba entre el deseo y la esperanza. Mara jamás pondría a su hijo en
peligro, pero no evitaría a un enemigo al que debiera combatir, y menos ahora que
conocía el rostro de su enemigo.
Luke iba detrás de Anakin. Tresina había regresado a aquel lugar en una ocasión, tras
la desaparición de Thrynni. Entonces, su contacto también se había desvanecido. A
medida que Luke y Anakin se acercaban a la zona señalada por R2-D2, Luke empezó a
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
notar que había menos transeúntes. Pasaron unos pocos cargueros pesados, con los
motores rugiendo y las puertas del hangar de carga cerradas.
Al doblar la segunda esquina de la vía, su sentido del peligro comenzó a emitir una
vibración extraña y sutil en lo profundo de su mente. Justo ante ellos había una barricada
de aproximadamente un metro y medio de alto bloqueando el camino. Custodiando el
estrecho pasillo había tres enormes gamorreanos y un rodiano con uniformes de piloto de
CorDuro. Los uniformes de los gamorreanos les quedaban como sacos de mercancías
demasiado llenos. El del rodiano parecía medio vacío.
Cinco, le había dicho R2-D2. Al supervisor del equipo no se le veía por ninguna
parte.
En voz baja, Luke le recordó a Anakin:
—No discutas. Cúbreme —y apretó el paso para llegar un poco antes que su aprendiz.
El rodiano se acercó. Era delgado y parecía haber estado siempre enfermo.
—Ésta es zona restringida —dijo resollando—. A menos que tenga autorización, se
ha equivocado de calle.
Luke se metió la mano en el bolsillo del pecho. Al mismo tiempo, utilizó la Fuerza
para refrescar la memoria del guardia.
—Estoy buscando a una persona desaparecida. Mi grupo en Coruscant apreciará tu
ayuda —le dio al guardia un pequeño holocubo.
Lo cierto es que era demasiado fácil. Al igual que los gamorreanos, los rodianos eran
conocidos por su debilidad mental, y solían reaccionar de forma simplona y violenta. El
guardia aferró el cubo y la imagen del cadáver ensangrentado de la aprendiz de Jedi
tirada en un compartimento estanco lateral apareció en la mente de Luke como una
punzada de dolor. Por sus heridas, supo que no había tenido una muerte rápida.
¡Que la Fuerza te acompañe, Thrynni Vae! Por un momento, tuvo que esforzarse para
recobrar el equilibrio. Había resucitado a los Jedi con el lema seguido por Thrynni: morir
por la libertad de los demás.
No sentía impaciencia alguna por contárselo a Tresina Lobi.
Se obligó a concentrarse en la crisis de los refugiados y en la posibilidad de un ataque
inminente.
—Gracias por tu ayuda. Creo que ahora querrás que me vaya —Luke retrocedió un
paso y se marchó.
Anakin se quedó rezagado unos cuatro metros, apoyando todo el peso en ambos pies,
con los brazos caídos a los lados. Una buena postura para cubrir, aunque fuera un tanto
obvia.
—Un momento —dijo una voz cavernosa a su espalda.
Luke se giró despacio.
Acababa de llegar el quinto miembro del equipo de seguridad: un duro inusualmente
alto, vestido con un mono marrón de costuras rojas con la insignia triangular de Logística
CorDuro en el lado izquierdo del pecho. Luke escuchó más pasos tras él, incluso detrás
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Kathy Tyers
de Anakin, a juzgar por aquellos ecos lejanos. Y de repente percibió varias mentes más
en su conciencia.
Luke dejó los brazos caídos, pero utilizó la Fuerza para tantear en todas direcciones,
para saber la posición que ocupaba con respecto al hangar, la maquinaria y los empleados
de CorDuro. Ya había diez hombres.
Se tomó un instante para comprobar que ninguno era un yuuzhan vong enmascarado.
Luego se inclinó ligeramente ante el supervisor.
—Una de nosotros desapareció hace semanas. He estado investigando su paradero.
Hemos hablado de ello con el vicedirector Brarun —lo cual era cierto, pero le remordió la
conciencia al insinuar que Brarun había autorizado la investigación. Incluso después de
tantos años, seguía odiando tener que escudar una mentira detrás de la definición
«perspectiva diferente».
—¿Le importaría acompañarme mientras lo compruebo? —el supervisor lo formuló
como una pregunta, pero su lenguaje corporal no engañaba a nadie.
—No, en absoluto —dijo Luke suavemente—. Lamento haber molestado a su
personal.
Volvió a darse la vuelta y dio dos pasos hacia Anakin.
Su pie izquierdo rozaba el suelo cuando el sable láser de Anakin salió del bolsillo
donde lo había escondido. Se encendió con un siseo que reconocería cualquiera en la
Nueva República. Tras el chico, un sorprendido rodiano de uniforme marrón y rojo de
CorDuro dio un paso atrás.
Mostrando las manos vacías, Luke siguió caminando.
—Cogedlos —rugió el supervisor.
Luke se giró al tiempo que encendía el sable láser. Dos gamorreanos corrieron hacia
él y dos hacia Anakin. El resto del personal de CorDuro se quedó atrás. Los ojos de
Anakin brillaban, y mostraba una sonrisa de satisfacción. Los guardias empuñaban
pistolas láser de fabricación local, por lo que apenas suponían resistencia para los Jedi.
Pero Luke no quería hacer enemigos. Por fin Anakin tenía la oportunidad de
demostrar a su tío lo bien que le había enseñado. Calculó el ángulo de ataque de los
guardias y estiró una mano, haciendo un sutil gesto, llamándolos. Los cuatro se dirigieron
hacia él.
El dio un salto para quitarse de en medio, dejándoles amontonados, mientras
aterrizaba con ligereza entre Anakin y el supervisor.
—No queremos haceros daño —dijo Luke—, pero no podréis retenernos.
Para su satisfacción, Anakin no cedió ni un paso, dispuesto a atacar, aunque sólo en
caso necesario.
—Skywalker —murmuró el supervisor—, así que eres tú. Deja que te dé un consejo,
entonces.
Luke alzó la cabeza.
—Marchaos de Bburru. No os queremos aquí.
Luke abrió las manos.
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—Lo haremos en cuanto terminemos lo que hemos venido a hacer. Uno de tus
empleados, ese de ahí, recuerda a la chica que estoy buscando.
—¿Quieres hablar con él?
—La recuerda muerta.
Los labios del supervisor se curvaron en una sonrisa sin humor.
—Entonces mátalo. Es lo justo.
Luke negó con la cabeza.
—Te corresponde a ti castigar a tu personal. Ya volveré.
Volvió a dar media vuelta para marcharse. Sintió que Anakin le seguía, decepcionado
pero alerta.
Anakin era joven. Quería dejar clara su postura tanto como Jacen quería marcar una
diferencia.
La imagen del cadáver ensangrentado de Thrynni Vae volvió a su mente, y, por un
instante, Luke se preguntó cómo haría para volver a mirar a su hermana Leia a la cara si
alguno de los niños Solo acababa corriendo la misma suerte.
LSW 167
Kathy Tyers
CAPÍTULO 20
Leia apenas había parado de moverse o de dar órdenes desde que Mara transmitió la
información de que Dassid Cree’Ar era realmente Nom Anor, el agitador
desenmascarado de Rhommamul, además de un yuuzhan vong. Exhausta por haber ido y
vuelto corriendo del edificio de investigación, se desplomó en un asiento del centro de
comunicaciones, cerca de la puerta principal y de la zona de cuarentena. C-3PO estaba en
otra terminal, realizando análisis por duplicado de todos los resultados enviados por el
laboratorio de Cree’Ar. ¿Hasta qué punto había saboteado la roturación?, se preguntó
ella. Todo ese trabajo, todos los aparentes logros… ¡un futuro para los exiliados! ¿Habría
sembrado la zona de organismos destructivos? Y…
—Aquí tenemos el origen de nuestros ojosblancos —dijo Han por el
intercomunicador.
Había escondido el Halcón Milenario a simple vista, en un acantilado cercano. El
COSERE había dejado un montón de antracita allí como carburante de emergencia, y el
Halcón, al ser ahora negro mate, apenas se distinguía al lado de ella. Según los informes
de que disponían, los yuuzhan vong carecían de sensores que pudieran detectarlo.
—Y todavía tenemos a más de 1000 personas en cuarentena —dijo—. Ya sabes que
el simple hecho de que Nom Anor esté aquí hace que el planeta parezca más un objetivo
militar que un refugio.
—No te acalores, cariño…
—Los yuuzhan vong no invadieron Rhommamul —insistió Randa.
El hutt estaba acorralado contra la pared, y abría y cerraba las manitas atrofiadas. A
ella se le había pasado por la cabeza encerrar al hutt permanentemente. Pero no le pareció
bien. Los hutt también eran refugiados. Jamás volvería a confiar en él, pero quería tenerlo
donde pudiera verlo. Y estaba decidida a concederle la misma comprensión y respeto que
le daría, por ejemplo, a un ranat. Así que le otorgó libertad limitada y un escolta:
Basbakhan.
Probablemente Han oyó aquello por el intercomunicador.
—No necesitaron hacerlo. Simplemente se quedaron mirando cómo los indígenas lo
reducían a cenizas. Y mira hasta dónde ha llegado ya con los duros.
C-3PO estaba inclinado sobre su consola, en silencio, tal y como le habían ordenado.
Había recitado todas las posibilidades que existían de ser aniquilados hasta que ella
amenazó con apagarlo.
—¿Vas a ir a hablar con la Suma Casa de Duro? —preguntó Han.
—En cuanto pueda contactar bien con Coruscant. Y me asegure de que la gente que
tenemos aquí abajo no ha sido instigada para matarse entre sí. Anoche recibí tres
informes de ryn escaqueándose.
—¿Qué clase de informes?
—Conflictivos. Pero no creo que pasen de ser rumores, alguien intentando crear
problemas —dudó un momento—. De todas formas, ¿dónde está Droma?
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—Por aquí.
Escaqueándose, pensó Leia, pero esa vez se alegró.
—Han, necesitamos planes de emergencia para la evacuación. Tenemos media
docena de naves que el COSERE no quiso arriesgarse a poner en órbita. No creo que
Jaina terminara de repararlas. Dile a Droma…
—Si el COSERE tiene naves apolilladas aquí, son nuestras.
La cabeza de C-3PO comenzó a girar. Empezó a agitar frenéticamente las manos.
—Vale —le dijo Leia con firmeza—. Vale, Han. Lo que queremos es salvar el mayor
número de vidas posible. Empieza a embarcar a la gente. Sobre todo a los vors.
—Y a todos los androides que encontremos —dijo él—. Si los vong llegan aquí, será
lo primero que destruyan. Eso incluye a Lingote de Oro. Mándamelo. Por piezas si es
necesario.
Leia apagó el intercomunicador.
—Vete, Trespeó —dijo con dulzura—. Embarca antes de que aparezcan los yuuzhan
vong. Te necesitamos.
El androide ya estaba saliendo por la puerta.
***
—Así que el almirante Wuht siente debilidad por el personal militar herido… —dijo
Mara con suavidad.
—Eso parece.
Jaina parecía estar totalmente despierta de nuevo, tumbada en la cama contigua a la
de Mara. En cuanto Luke y Anakin salieron en misión de reconocimiento, Jaina se quedó
instantánea y felizmente dormida. Típico en un piloto de combate.
Mara se levantó de la cama; se sentía considerablemente menos cansada, y pensaba
en la lista de asuntos pendientes que debió resolver antes de acostarse. Pero, dado su gran
número, no se habría acostado jamás.
—Erredós, ponme con el despacho del almirante Wuht.
R2-D2 silbó un saludito. Al cabo de un rato apareció la imagen de un asistente en la
holopantalla.
—Menuda situación tiene entre manos, mayor —dijo Mara a modo de advertencia.
El ayudante respondió con brusquedad.
—Igual nos considera cómplices de la Brigada de la Paz —dijo—. Pues no es así. No
nos gustó que nos obligaran a abrir las puertas a los refugiados, pero jamás
conspiraríamos para vender sus vidas. Vamos a solicitar que se abra una investigación de
Logística CorDuro.
—Quizá no haya tiempo para eso —dijo Mara—. Debe alertar a su grupo de batalla.
Luke y Anakin regresaron al poco tiempo con las malas noticias sobre Thrynni Vae y
la rapidez con que Ciudad Bburru cambiaba de estado de ánimo.
Y con la cena. Mara comió con entusiasmo.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
Esperaba que sus suposiciones no fueran ciertas. Si los yuuzhan vong atacaban Duro,
los habitantes del planeta acabarían tan muertos como sus refugiados.
Luke se acercó a ella. El viento le había despeinado y le había dejado las mejillas
sonrosadas. A ella le gustaba el efecto, y se lo quedó mirando fijamente para que él
captara el mensaje. Una respuesta cálida surgió de la parte que ocupaba Luke en el fondo
de su mente.
—Entonces, ¿dices que Jacen está ahí arriba? —se giró y contempló el edificio
cercado por los manifestantes. El espectáculo de los manifestantes parecía ubicado para
el disfrute del chico.
Por fin reconoció a los duros que había sobre el escenario: la hermana de Brarun,
Ducilla.
—Uno es fuerza. Uno es unidad —su voz, claramente audible al entrar en la plaza, se
silenció. Los duros se apartaron del camino de Luke y Mara, señalando con las cabezas
alargadas y dejando un camino libre. Mara sabía perfectamente que se estaban dejando
rodear, pero no percibió peligro alguno.
Se acercaron a la elevada plataforma. Detrás de Ducilla había dos duros fornidos, que
llevaban láseres merr-sonn nuevecitos.
No era de extrañar que los duros se apartaran de ella. Mara, que se estaba divirtiendo,
se mantuvo a varios pasos de distancia de Luke. Podían necesitar espacio para blandir sus
sables láser.
A su alrededor, los duros se hicieron callar unos a otros cuando Luke entró en el
espacio despejado que había bajo la plataforma.
—Un individuo solo puede ser fuerte —replicó él, y a Mara le sorprendió lo bien que
sonaba su voz. Ducilla debía de haber instalado un campo de megafonía para poder
moverse entre la gente—. ¿Pero no serán más fuertes dos —preguntó Luke—, que
pueden cuidarse mutuamente?
La sonrisa sin labios de Ducilla se ensanchó.
—Los Jedi —dijo ella burlándose en tono cantarín—. Los discípulos acérrimos de la
interdependencia. Vuestra diversidad os hace débiles. Tiráis en demasiadas direcciones.
Mara habría refutado esa afirmación, pero Luke la utilizó como punto de partida.
—Hay gente por toda la Nueva República, gente muy diversa, que necesita ayuda
desesperadamente. ¿No dejaréis a un lado vuestras frustraciones por un momento para
ayudar a quienes son más débiles que vosotros?
Detrás de Mara se alzaron unos cuantos gritos. «El COSERE no tiene por qué
meterse… los refugiados en el sistema nos convierten en cebo para un ataque de los
yuuzhan vong…».
—Si has venido a Duro con la esperanza de volver a llevarnos al redil —dijo Ducilla,
abriendo las manos—, ya ves que cometes un error.
—Ningún error —insistió Luke—. El COSERE os prometió devolveros vuestro
planeta a cambio de que colaborarais llevando ayuda material a la superficie… algo por
lo que los intereses comerciales de tu hermano han sido bien recompensados.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
Luke avanzó, describiendo un arco ancho con el sable láser, lentamente y de forma
vistosa. Anakin le bloqueó con elegancia y ambos entrechocaron las hojas y mantuvieron
la postura.
Entonces ella lo entendió. Anakin estaba retando a Luke para que hiciera una
demostración y se aprovechara de la fascinación que ejercían sobre la gente los sables
láser. A veces se le olvidaba que la mayor parte de los ciudadanos de la Nueva República
no veían uno en toda su vida, y menos dos a la vez, manejados con tanta habilidad.
Cuando la hoja verdosa de Luke se cruzó con la púrpura de Anakin, ella sonrió
ligeramente. Todos los duros congregados a su alrededor se acercaron más a la
plataforma.
Se preguntó si Luke daría un discurso ahora que tenía toda la atención del público.
Cuando Luke hizo retroceder un poco a Anakin, una duro que estaba junto a Mara le dio
un codazo a su amiga, sonrió y luego volvió a mirar al escenario. Mara envió una
pequeña chispa de Fuerza que hizo que el merr-sonn del segundo guardia saliera
despedido de las manos del vigilante hacia un árbol envuelto en parras. Tenía unas ganas
tremendas de unirse a ellos en la plataforma, pero eso no tendría sentido. Podría
conseguir más cosas si se quedaba de centinela.
Luke y Anakin repasaron media docena de ejercicios básicos por orden, alternando
los roles, cambiando de postura, realizando bloqueos dramáticos. La oradora duro y sus
guardaespaldas se apartaron. Uno de los guardias extrajo un intercomunicador y se giró.
A Mara no le gustó aquello.
De repente, Luke rompió la secuencia clásica. Con un ataque sorpresa, dio una
estocada baja a la que Anakin no podía responder sin perder el equilibrio.
En lugar de eso, Anakin dio un salto atrás, entrelazó su hoja con la de Luke y
permaneció de pie.
Mara advirtió orgullo y admiración en el gesto sutil y sombrío de Luke.
Anakin siguió adelante con el ataque imprevisto respondiendo a las estocadas con
golpes cortos y precisos. Mara se quedó impresionada por la intensidad, el equilibrio y la
total precisión del uso que hizo Anakin de la Fuerza para adivinar lo que iba a hacer
Luke, lo que llevó el duelo más allá de los típicos bloqueos y ataques. Cuando Luke
comenzó una defensa salvaje y creciente, que llevó al joven Jedi a límites que nunca
antes había atravesado, Mara se dio cuenta de que él también estaba impresionado.
Se había preocupado por la rivalidad de los hermanos Solo. Pero ahora se dio cuenta
de que practicar contra Jacen, que tenía un estilo tan parecido y una ejecución tan
diferente, había hecho progresar muchísimo a Anakin.
Sólo había un problema. Cada vez había más gente, y el guardaespaldas de Ducilla
volvió a ponerse el intercomunicador en el cinturón, por lo que Mara adivinó que el
público de Luke no permanecería mucho tiempo desarmado.
***
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Jacen estaba contemplando a la multitud absorta en el duelo cuando oyó un leve toque
que llamó su atención.
Se apartó del ventanal de transpariacero. No había llegado a desactivar los
dispositivos de escucha de la estancia, pero ahora tenía la corazonada (no gracias a la
Fuerza, sino una simple corazonada) de que con Luke, Anakin y Mara expuestos a plena
vista doce pisos más abajo aquélla tenía que ser Jaina.
Realizó un circuito rápido recogiendo los micrófonos antes de pulsar el panel de
apertura interior de la puerta, que se abrió para dejar pasar a su hermana.
—Hola —dijo ella.
Él asomó la cabeza por la puerta, miró a derecha e izquierda y vio a los guardias,
cómodamente recostados contra la pared. Negó con la cabeza, lanzó los micrófonos al
regazo de uno de ellos y volvió a la habitación tras cerrar la puerta.
—Hola —respondió él—. Gracias por la visita.
Ella se había puesto un chaleco sobre el uniforme de vuelo marrón y el cinturón
negro. Él también se fijó en el gorro ceñido.
—Bonito pelo.
Ella le miró con odio. Él se había dejado su gorro junto a la cama.
—¿Tú te has mirado? ¿Qué haces aquí, estás esperando a que Hoth se derrita?
—El vicedirector Brarun envió un mensaje diciendo que habían visto al tío en los
hangares. Quiere hablar con todos nosotros. ¿Quieres un poco de kroyie frío?
—Debes de estar bromeando —Jaina se acercó a la ventana. En lugar de mirar hacia
fuera, se quedó allí observando cautelosamente arriba, abajo y ambos lados.
—Los únicos guardias están en el pasillo. Estaban en el pasillo —corrigió—. Pero no
parece que te hayan dado mucho problema.
—Como guardias no eran gran cosa.
—Creo —confesó él— que lo que verdaderamente tienen que hacer es informar a
Brarun cuando yo decida irme.
Jaina señaló hacia la plataforma de la calle. Jacen podía ver claramente las chispas de
color verde y amatista de los sables láser en combate.
—¿Ves eso? —preguntó ella—. Es todo en tu honor. Es una distracción para que yo
pueda sacarte de aquí. Nos volvemos a Pórtico.
—¿Es necesario? Estoy esperando para hablar con el vicedirector…
Ella se giró.
—¿Tú eres mínimamente consciente de lo que está ocurriendo a tu alrededor?
—¿Y tú? —preguntó él con suavidad—. ¿Qué tal estás recuperando la vista?
—Pues para empezar, ya me había olvidado de lo grandes que se te están poniendo la
nariz y la barbilla.
Él soltó una risita. Aquel año sus facciones habían madurado. Ella ya llevaba tres o
cuatro años pareciendo una mujercita, era una de las injusticias temporales de tener una
hermana gemela.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
***
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Si Luke había tenido intenciones de dar un discurso, ya era tarde. Mara oyó que alguien
disparaba un arma tras ella, un pequeño BlasTech DW-5, a juzgar por el ruido. Luke
rechazó el proyectil.
Mara se giró, vio al duro que había disparado y se abrió paso entre el gentío. Apoyar
su propio peso en el equilibrio de él fue fácil. Lo tiró al suelo con delicadeza y lo
desarmó.
Entonces oyó a alguien disparando un arma de más calibre. Se oyó un grito agudo,
inarticulado y claramente hostil. Mara no necesitó recurrir a su sentido del peligro. Los
agitadores recién llegados habían convertido una multitud inofensiva de espectadores
fascinados en una jauría bestial. Duros de apariencia amable derribaban a los demás en su
urgencia por salir de allí.
Alguien agarró a Mara por el brazo izquierdo. Ella dio un paso a un lado y se sirvió
de la inercia para lanzar sin esfuerzo al asaltante contra otro duro que cayó al suelo. Dos
más le vinieron por detrás: ella entrelazó los brazos con el que lideraba el ataque, se
agachó y le sintió deslizándose sobre su espalda directo a la cara de su compañero.
Mara se crujió las manos. Estaba harta de ver a Luke y Anakin divirtiéndose solos. Se
sintió casi inmoral por dejarse llevar por la trifulca; con tantos duros alrededor, no
podrían disparar sin herirse unos a otros. Así que tendría que ser un combate cuerpo a
cuerpo, algo que Mara podía hacer con los ojos cerrados. Una patada voladora,
alimentada por su furia al tener que dejar marchar a Nom Anor, envió otra pistola láser a
la copa de un árbol.
Pero su hijo podría sufrir algún daño si se caía. Se concentró rápidamente y con
seguridad según iba afrontando cada ataque. Las pistolas láser fueron a parar, una tras
otra, al árbol envuelto en parras. Media docena de duros acudieron en pos de Mara, que
les dejó acercarse lo bastante como para tocarla, pero entonces se alejó dando un salto y
dirigiéndose hacia la maquinaria de limpieza urbana y a R2-D2. No muy lejos, tras ella,
percibió otro nudo de violencia apenas controlada: Luke y Anakin también se alejaban
del centro del alboroto.
Otro grupo de duros fue a por R2-D2. Su cabeza redonda giró hacia la izquierda y
luego hacia la derecha. Soltó un grito atemorizado.
Mara se puso a la ofensiva, utilizando la Fuerza para apartar a los duros. Uno de los
atacantes de R2-D2 consiguió agarrarlo. Mara vio las chispas de una descarga eléctrica y
el duro dio un salto atrás. R2-D2 consiguió emitir otra descarga contra otro duro que
intentó atacarle.
Entonces un grupo comenzó a atacar a la máquina de limpieza y ésta se encendió con
un rugido.
***
Jacen y Jaina evitaron el ascensor y bajaron sigilosamente por las escaleras de
emergencia. Cuando sólo quedaban dos tramos, Jacen escuchó unos ruidos más abajo. Se
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
giró hacia Jaina, que se había puesto la mascarilla de visión aumentada. Estaba claro que
los pasos subían a por ellos.
Entonces el sonido se detuvo.
Jacen se apoyó contra la pared exterior, cerca de su hermana. Volvió a revisar la
pistola láser, porque no estaba familiarizado con ella, y se aseguró de que estaba
configurada para aturdir.
Cuando terminó la comprobación, Jaina ya se separaba de la pared. Puso ambas
manos en la barandilla, saltó elegantemente y desapareció por el hueco de la escalera.
Jacen la siguió bajando a saltos el siguiente tramo. Escuchó disparos bajo él, y menos
de un segundo después vio en el rellano a tres duros con uniformes de Logística CorDuro.
Dos caídos en el suelo, el tercero dirigiéndose hacia la puerta; Jacen noqueó a éste. Jaina
ya había dejado atrás ese piso y volvía a saltar por el hueco de la escalera para
encaminarse hacia una puerta lateral.
Jacen la siguió, pero no le gustaba lo que habían hecho… no le gustaba nada. ¡No era
justo! Él era un Jedi, y lo habían entrenado para luchar por proteger a los demás. Y a sí
mismo.
—¡Por aquí! —señaló a Jaina un garaje de servicio y metió la tarjeta en una ranura.
Una de las aerovainas biplaza allí aparcadas se elevó sobre los retropropulsores.
***
La máquina de limpieza estiró un largo brazo metálico en dirección a R2-D2. Mara no
llegó a tiempo de detenerlo. R2-D2 salió volando por los aires, y se oyó un gritito
enfadado.
Detrás de R2-D2, Mara vio una vaina que salía planeando del segundo piso del
complejo residencial. Confirmó que Jacen y Jaina iban a bordo y buscó a Luke con la
Fuerza. Anakin y él estaban resistiendo, manteniendo a los duros distraídos y
tumbándolos cuando era necesario.
Mara se encaramó a una de las gruesas vigas diagonales que se elevaban desde el
suelo. Se aseguró para no caerse y dirigió la Fuerza hacia R2-D2.
El androide cambió de trayectoria en pleno vuelo y se precipitó como un misil
plateado entorpecido.
Los duros se apartaron de su trayectoria de caída. La muchedumbre que rodeaba a
Luke y a Anakin se alejó en estampida.
Luke echó a correr, alejándose de la ruta de escape de Jacen y Jaina, en dirección al
deslizador aparcado por Mara. Anakin le siguió, sin dejar de empuñar el sable láser. Mara
guió a R2-D2 y le colocó en el suelo con cuidado mientras los miraba. Al momento, el
androide extendió su tercera rueda y echó a rodar.
Ella suspiró profundamente. La clave de «el tamaño no importa» fue darse cuenta de
que no había tenido que levantarlo: la Fuerza tenía energía de sobra, pero todavía la
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extenuaba dirigir su flujo. Se dejó caer suavemente y corrió detrás de Luke. Justo frente a
ella, Anakin rechazó una bola de barro con el sable láser.
—Esconde a Erredós —le ordenó a su sobrino—. Vamos a quitárnoslos de encima.
Luke se subió al deslizador y lo encendió. Mara saltó al sillín de atrás. Luke arrancó
tan rápido que ella se tuvo que agarrar con ambos brazos.
—No era exactamente… la distracción… que teníamos en mente —resopló ella,
apoyando la barbilla en el hombro de su marido.
—Anakin ha cambiado las cosas ligeramente, pero no para mal. Es sólo que todo se
ha embrollado un poco al final.
Él dio un rodeo, asustó a la gente que perseguía a Anakin y a R2-D2 y se encaminó
hacia el bulevar más cercano, hacia una zona de tiendas. Mara giró el cuello para mirar
hacia atrás. Anakin dobló una esquina y desapareció de su vista. El gentío empezó a
correr en pos de Luke.
—¿Cómo vamos a llegar al Sombra? —preguntó, mientras agarraba a Luke con un
brazo y se recogía con la otra mano la melena que le ondeaba al viento.
—Ya pensaré algo.
—Piensa rápido, Skywalker —ella sabía lo mucho que él estaba disfrutando
aquello… pero estaba cansada.
Pero eso era algo que todavía no podía permitirse decir.
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CAPÍTULO 21
Jacen intentó ponerse un cinturón que no le iba bien mientras Jaina pilotaba la aerovaina
prestada por un bulevar repleto de oficinas de fabricantes. Según ella, veía perfectamente.
Al doblar una esquina, tres vainas que lucían la insignia triangular de CorDuro
flotaron tras ellos.
—No aminores —le dijo Jacen—, pero…
—¿Qué te hace pensar que voy a aminorar?
—Tenemos tres sombras más en cola —dijo—. Llevan insignias de CorDuro.
—¿Y eso qué significa? —Jaina aceleró hacia la rampa de entrada de la autovaina que
iba hacia Puerto Duggan. Por suerte, había poco tráfico.
—¡Significa que no vayas para allá! —exclamó—. Vamos a un hangar privado. No
podremos llegar nunca a la plataforma principal.
—Allí es donde Mara tiene el Sombra —gruñó ella; pero cambió de ruta sin dudarlo,
al tiempo que aceleraba con estruendo cuando llegó al nivel de los segundos pisos, lo que
asustó a los peatones de piel grisácea—. Tú sólo avísame si voy a chocar contra algo
pequeño.
Jacen miró de reojo la máscara de aumento de su hermana y apretó los dientes.
—De acuerdo —le dijo—. Oye, ¿qué fue lo que averiguasteis sobre Thrynni Vae y
CorDuro?
—Y sobre la Brigada de la Paz, según parece.
Ella le hizo un breve resumen, interrumpiéndose constantemente para virar, esquivar
y evitar el tráfico. Por su forma de pilotar, Jacen tuvo que admitir que sí que veía. Algo.
—Lo único que puedo decir —concluyó Jaina— es que Thrynni está muerta, Brarun
está en la nómina de alguien que no es el COSERE y mamá está amontonando refugiados
en naves de evacuación. Otra vez.
—Lo mejor será buscar un funcionario del gobierno que no esté corrupto, informar de
Brarun y…
—Sí, claro —dijo ella—. Seguro que nos da tiempo.
Jacen miró hacia atrás.
—Seguimos teniéndolos en cola.
—¿Alguna idea? ¿O nos sentamos a esperar a que la policía de tráfico venga a por
nosotros?
—Dame tu intercomunicador —dijo él—. Voy a ver si puedo hablar con el tío Luke o
la tía Mara.
Cuando el intercomunicador sonó, Mara se metió en un portal y se giró hacia la parte
más oscura. La cálida espalda de Luke se apoyaba en la suya. Por un momento,
consiguieron no llamar la atención.
—Aquí Mara —dijo en voz baja.
—Vamos para allá —dijo la voz de Jacen—, pero no podemos llegar al Sombra.
Cogeremos otro transporte y nos vemos en Pórtico. ¿Estáis bien?
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—Sí, bien —Mara apretó los dedos alrededor del intercomunicador—. Nos han… —
gritado, recordó ella. Vapuleado, vilipendiado. Podía sentir la ira de Luke. El sólo quería
ayudar a esa gente—. Nos han tenido ocupados. Si hacemos algún movimiento en
público, los agitadores probablemente se pongan violentos. Estamos intentando volver a
ser invisibles.
—Entonces os veremos abajo.
Las luces diurnas de Bburru se estaban apagando. Mara apenas podía distinguir la
cabeza redonda de R2-D2. Anakin estaba de centinela sobre un macetero. Habían
despistado por fin a su último perseguidor en un pasillo residencial.
Mara se guardó el intercomunicador.
—Vale —Luke tenía el sable láser desactivado en la mano derecha—. Vamos a ver lo
que puede encontrarnos Erredós.
El pequeño androide les avisó de que alguien había entrado en la habitación del hostal
y que habían instalado dispositivos de escucha y de localización en sus pertenencias. No
era muy preocupante, pero suponía una molestia. Y, de todas formas, desde donde
estaban llegarían antes al Sombra. Tendrían que arreglárselas sin disfraces.
Subiendo por la avenida había otra terminal pública. Esta vez fue Mara la que se puso
de centinela, mientras Luke cubría la entrada no autorizada de R2-D2. Apenas unos
segundos después, le indicó a su mujer que podía salir de entre los matorrales y se alejó
con R2-D2. Ella les siguió a unos cuatro metros de distancia, y pudo percibir a Anakin a
una distancia similar. Un grupo de duros pasó por el otro lado. Sintió a Luke utilizando la
Fuerza para ocultarles de ellos.
R2-D2 había encontrado un apartamento vacío con una puerta que daba a la calle
donde podrían ocultarse, tomar algo y esperar a que las cosas en Bburru se enfriaran un
poco antes de ir a por el Sombra.
Se detuvieron en la entrada y Anakin pareció decepcionado.
—Vale, vete —le dijo Mara—. Asegúrate de que no está vigilada.
Encantado, el chico cogió un puñado de concentrados y se marchó.
Mara se desplomó en el banco de la mesa del comedor.
—Hazte a un lado —le dijo Luke amablemente, sentándose en el borde del banco—.
Por favor.
Ella se apartó y apoyó la cabeza en el hombro de su marido. No iba a quedarse
dormida. No había tiempo para ello.
—Qué raro es todo, ¿verdad? —preguntó ella.
Luke le pasó un brazo por el hombro.
—¿Algo va mal?
—No —dijo ella sonriendo—. Sólo que es desconcertante.
—Ah, te refieres a apartarse y dejar que los jóvenes cojan el relevo.
Mara asintió.
—Todavía tenemos mucho que enseñarles. No están preparados.
Luke le apretó el hombro cariñosamente.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
***
Jacen se sujetó cuando Jaina pasó esquivando los edificios comerciales. Aquella parte de
la ciudad tenía una disposición que no era lo bastante compleja como para despistar a los
perseguidores, y el motor de la aerovaina no daba mucho de sí.
¿Qué se podía esperar del vehículo de un predicador?
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—Supongo que está pilotando —dijo Leia—. Ve un poco más despacio, Jaina.
¿Cuántos pasajeros podrían caber en ese trasbordador? ¿Puede saltar al hiperespacio?
Aquello no sonaba bien, después de lo que Jaina acababa de contarle.
—Creo que… —Jacen observó el panel de control y se dio la vuelta para echar un
vistazo a los asientos— hay sitio para cuatro o cinco, y tiene hipermotor.
—Vale. Apárcalo… —Leia le dio instrucciones de aterrizaje. Para sorpresa de Jacen,
tenían que ir a la entrada principal. Pórtico debía de haber cancelado la cuarentena.
Jaina metió la pequeña nave bajo la cubierta de un hangar envuelto en niebla junto a
un cráter. Por todas partes había gente vestida con trajes de aislamiento naranjas,
alrededor de cargueros y remolcadores, limpiando la suciedad de la atmósfera de Duro de
las antenas y los ventanales, saliendo y entrando de las escotillas de acceso. Jacen respiró
una bocanada de aire por última vez y se introdujo con Jaina por el tubo de acceso más
cercano.
Al fondo del tubo, oyó la voz de su madre dando una orden. Se giró a la izquierda,
hacia la voz. Dentro de una habitación de durocemento que había estado fuera del alcance
durante la cuarentena, había tres consolas inclinadas que mostraban hologramas
amontonados bajo una pequeña pantalla que representaban el espacio local. La estancia
olía como los restos de la cena del día anterior. Su madre se inclinaba sobre una unidad
de comunicación; llevaba un turbante blanco envuelto en la cabeza y el sable láser
colgando sobre el mono azul del COSERE.
Era una pena lo de su pelo. Si hubiera esperado tan sólo unos días, quizá lo habría
conservado, cuando se hubiera cancelado la cuarentena.
Ella se volvió.
—Jacen, Jaina, qué bien que hayáis llegado. Cargad el trasbordador y abandonad el
planeta. No creo que nos quede mucho tiempo.
—Hay sitio para ti a bordo —intervino Jaina—. Para ti, para Olmahk… —miró hacia
la esquina del fondo y vio la siempre presente sombra grisácea—. Y quizá para dos más.
—Yo no me puedo ir todavía. Marchaos ya, antes de que lleguen los yuuzhan vong.
—Quizá no vengan.
Al reconocer la nueva voz, Jacen se giró.
—Hola, Randa —gruñó.
El otro noghri, Basbakhan, estaba junto al hutt.
Leia se encogió de hombros.
—Se está manteniendo al margen. Llévalo contigo. Hazme ese favor.
—Si tú te quedas —dijo Jaina con expresión neutra—, yo me quedo.
—Hacedme los dos el favor de iros —dijo Leia—. Antes de que…
Pero no llegó a terminar la frase. En el lado más apartado de la pantalla que
representaba el espacio local apareció una serie de naves no identificadas. Hasta que el
analista de amenazas de las FDD dijera si venían en son de paz o eran hostiles,
aparecerían de color blanco, pero a Jacen apenas le cabía duda de que el enemigo había
llegado.
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Su padre estaba sobre un creciente montón de rocas de color marrón rojizo; llevaba
un antiguo casco de carreras de piel de gornt, aunque le salían mechones de pelo por
delante y por atrás. Aquello tenía que ser otro gesto solidario.
Salieron más rocas despedidas desde detrás de la pila.
Jacen echó a correr.
—¿Qué hago? —le gritó.
El rugido procedente de abajo era casi ensordecedor. Tenía que ser el equipo de
tunelado, excavando en algún lugar oculto.
—Bien, has vuelto —Han se pasó una manga mugrienta por la mejilla y gritó de
nuevo—. Alguien me pisó el intercomunicador. A todos los que no puedan entrar en
naves o en rondadores mándalos aquí. Los de Romany empezaron a cavar un túnel hace
tres días. Escaqueándose… —gruñó—. Si no podemos sacar a esta gente de Duro, al
menos podremos esconderles en el complejo minero. Sube aquí y échame una mano.
***
Jaina dio las órdenes de despegue desde su puesto en el centro de comunicaciones. Dos
cargueros se elevaron simultáneamente, cargados más de la cuenta con atemorizados
refugiados. Al mismo tiempo, tres rondadores salieron rodando hacia Treinta y Dos y las
naves de la caravana ryn. Escuchó a medias en la estación de comunicaciones de Leia la
voz de Jacen que anunciaba que ya había encontrado a su padre. Entre las transmisiones,
jugueteaba con la pequeña pantalla que mostraba el espacio local.
Se quitó la máscara para probar. Si entrecerraba los ojos, podía enfocar las rayas
iluminadas de la pantalla. Tal y como esperaba, el enjambre entrante se tiñó de rojo de
repente. Entró como un barrido, una formación en cuña compensada. Un enjambre de
puntos azules, las Fuerzas de Defensa de Duro, se colocó en posición de combate justo a
la salida del hábitat de Bburru. Y Anakin le había enseñado en cierta ocasión un truco.
La pantalla se quedó en negro.
—¿Qué haces? —preguntó Randa.
Entonces volvió a parpadear, y ahora mostraba el doble del campo que había
mostrado antes. El aullido de Randa se convirtió en un grito de admiración.
Jaina se enderezó la gorra mientras contemplaba cómo un brazo del arco rojo se
separaba y volvía hacia atrás. Una de las ciudades sin escudo de Duro, Orr-Om, se había
salido de su punto geosincrónico. Se preguntó si los estabilizadores habían sido
saboteados, además de los escudos. Unos puntos verdes salieron volando de los hangares
de despegue: civiles que intentaban evacuar. A su alrededor se congregaban enjambres
rojos no identificados que sin duda eran coralitas. Los puntos se desvanecieron casi tan
rápido como habían llegado.
Se sintió menos culpable por haber robado aquel trasbordador. Se habría vaporizado
si un duro lo hubiera utilizado para aquello.
LSW 185
Kathy Tyers
Pero apretó ambos puños. En su mente, apretaba los mandos y el acelerador, sacando
todo lo que podía del motor subluz de su Ala-X. ¡No podía soportarlo!
Pero tampoco podía apartar la vista. Una de las naves no identificadas más grandes
viró hacia el hábitat a la deriva. Sin poder dar crédito, Jaina observó cómo la nave roja se
estrellaba directamente contra los hangares externos.
Se quedó boquiabierta. ¿Qué clase de bestias habían traído esta vez los yuuzhan
vong?
Media docena de puntos azules persiguieron al gran punto rojo. Los demás se
quedaron atrás, defendiendo Bburru y los astilleros. Desde el otro lado del planeta, el
crucero mon calamari Poesía aceleró hacia aquel cuadrante. Jaina había echado un
vistazo a sus especificaciones técnicas. Con catorce turboláseres, dieciocho cañones de
iones, media docena de proyectores pesados de rayos tractores y unos escudos fabulosos,
algo tendría que hacer.
Entonces, una voz extraña y con marcado acento resonó sobre los distintos canales de
comunicación.
—Regresen a sus ciudades y asentamientos —dijo—. Les ofrecemos paz. Vuelvan y
hablaremos. Si atacan o intentan huir, serán destruidos.
Leia se apartó del transmisor.
—Han aprendido a transmitir por nuestros canales —exclamó—. Si eso significa que
también pueden escucharnos, no tenemos la menor oportunidad de salir de ésta.
Jaina contempló la pantalla. Varios cargueros habían entrado en órbita, algunos desde
Pórtico y otros desde asentamientos de refugiados sin escudos. Los que estaban más cerca
del Poesía no sufrieron ataques. Dos que apenas habían entrado en órbita, desde Pórtico,
fueron rodeados por coralitas rojos. Uno de ellos se dio la vuelta.
—Nos volvemos —dijo una voz en la unidad de Jaina—. Si seguimos huyendo, nos
destruirán también a nosotros.
—Recibido —respondió Jaina—. Tienes libre el cráter de aterrizaje número dos.
Pero de haber estado ella al mando de aquella nave, habría seguido adelante. Prefería
morir en el espacio, intentando ir a alguna parte, que esperar allí a que la esclavizaran los
yuuzhan vong.
La mayor parte del enjambre rojo avanzó casi sin problemas. No era un grupo muy
grande, pero Duro no defendía los asentamientos de refugiados, sólo las ciudades
orbitales. Los refuerzos de Kenth Hamner, si es que llegaban, lo harían demasiado lejos
para ayudar a Pórtico. Las fuerzas enemigas tenían su objetivo en aquella cúpula.
Apostaría cualquier cosa a que aquello tenía que ver con Nom Anor.
Una voz entrecortada mon calamari hizo vibrar su receptor.
—Administradora Organa Solo, aquí el comodoro Mabettye. El Poesía ha recibido
órdenes del almirante Wuht de que se rinda y vuelva a la estación anterior. Lo lamento.
Les apoyaremos en todo lo que podamos.
Jaina no podía creerlo. ¿Acaso los yuuzhan vong habían comprado también al
almirante Dizzlewit?
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
Por otro lado, el Poesía no podría haber llegado al cuadrante de Pórtico antes que los
yuuzhan vong ni lanzar sus cazas a tiempo. Al tener ese punto en órbita, podían seguir
defendiendo la evacuación de varios asentamientos.
El punto fuerte del enemigo parecían ser unas formas que los sensores representaban
como puntos más grandes que los coralitas, pero menores que los cruceros. ¿Naves de
aterrizaje?, pensó.
—A todas las naves de evacuación —exclamó Leia por megafonía—. Ahora estáis
solos. Si consideráis que podéis saltar al hiperespacio, adelante. Si no, haced lo que
podáis por salvar la vida. —Apretó un botón de la consola—. Pórtico a todos los
rondadores. No os deis la vuelta. Id a Treinta y Dos. Somos la zona cero —se giró hacia
Jaina—. ¿Dónde has dejado el trasbordador?
—Acabo de regalarlo —admitió Jaina.
Leia dudó apenas un segundo.
—Bien hecho —dijo—. Ahora ya no puedo contactar con el COSERE. Vamos a tener
que bajar al subsuelo.
—Y no estamos solos —exclamó Jaina—. ¡Mira!
En la pantalla que reflejaba el espacio local una nave blanca no identificada salió de
Ciudad Bburru, en dirección al polo sur de Duro.
—Tiene que ser la tía Mara —dijo Jaina—. Dejaron allí el Ala-X de Anakin.
Leia sonrió amargamente.
—¿Dos Ala-X y el Sombra de Mara? Me alegro de que estén aquí, pero a quien
necesitamos es al Escuadrón Pícaro. Incluso a la Docena de Kyp, ya puestos.
***
Diez naves de aterrizaje yorik-trema aguantaron la formación mientras volaban hacia la
superficie de Duro, y cada capitán mantuvo los demás óvalos planos a la vista a medida
que fueron reduciendo la velocidad por las abominables nieblas. Los ojos ultrasensibles
de los yorik-trema vivientes se movían constantemente persiguiendo a los letales coralitas
en forma de cuña. En aquella atmósfera, era casi como una caída a ciegas.
Tsavong Lah estaba con su piloto en el pequeño compartimento delantero de la nave
que iba en cabeza. A su lado, metido en una blástula, había un villip especializado. Una
segunda criatura lo agarraba, rodeándolo como una cáscara de la que colgaba una larga
cola recta. Una dieta rica en metales había depositado material conductivo en las
vértebras del oggzil y creado así una antena viviente, un medio de enviar mensajes por
villip a las frecuencias que utilizaban los infieles, tal y como había prometido Tsavong.
Un maestro criador esperaba en la nave Sunulok su elogio, en caso de que funcionara, o
su descenso en la casta. Había muchos ex criadores entre los Avergonzados.
Tsavong acarició el villip, con cuidado de no quitarle de encima al oggzil que le
acompañaba. Ya llevaba un tizowyrm en una oreja.
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Kathy Tyers
—Ciudadanos de Duro —se dirigió al villip—. No tenemos interés por sus ciudades
mecánicas, sólo por la superficie abandonada del planeta. El ychna, nuestro sirviente en
órbita, destruirá cualquier otra monstruosidad que nos amenace. Estén preparados para
enviar una delegación a la superficie para consumar su rendición, con su… en su… en
personas —el tizowyrm no pudo traducir bien aquella frase. Tsavong le dio una palmada
al villip, que se volvió a hundir.
Cuando pasaron las peores nieblas, se quedó mirando el panel de visualización de
mica entre las superficies ventrales regenerativas del yorik-trema. Había ordenado a los
pilotos de los coralitas que dieran una pasada simbólica, un primer paso hacia la limpieza
del planeta que se convertiría en su siguiente campamento base. Los coralitas se
precipitaron hacia el planeta lanzando chorros de plasma letales contra los monumentos
demasiado grandes para haber sido elaborados a mano. La piedra negra y gris estallaba en
mil pedazos. Un escombro gigante y plano cayó bajo su fuego implacable. Tres pequeños
refugios en cúpula se desplomaron. En la distancia, un trío de vehículos mecánicos
lentos, que sin duda estaban llenos de infieles, se alejaban de la cúpula objetivo. Los
coralitas atacaron. Una llama de color amarillo verdoso comenzó a brotar de los
rondadores.
—Por ti —murmuró Tsavong Lah—. Yun-Yammka, acepta estas vidas. A cambio de
este regalo, concédenos el éxito.
Su yorik-trema se estremeció cuando las garras de aterrizaje tocaron tierra. Ignorando
los tubos de embarque artificiales del asentamiento, ordenó que se extendieran los
gusanos molleung desde los laterales de los yorik-tremas.
Uno de sus tenientes dio las órdenes finales a su grupo de tropas de tierra, jóvenes
soldados sin cicatrices y con armaduras. Un grupo que ya tenía asignada su tarea en el
exterior se había puesto los respiradores gnullith.
—Destruid sólo a quienes amenacen violencia —ordenó el teniente—. Reunid a todos
los que depongan las armas en una zona de contención y purificación. —Miró a Tsavong
Lah.
El Maestro Bélico alzó los brazos protegidos a modo de bendición.
—Id con los dioses —dijo—. Que la gloria sea con vosotros.
Se giró hacia un monitor villip que mostraba el espacio local.
Los defensores nativos se retiraban a sus hangares de aterrizaje a bordo de esas
abominaciones. La maltrecha ciudad mecánica estaba a la deriva. El agente allí infiltrado
se reuniría con los dioses escoltado por una ciudad entera, cuando la gravedad le
capturara.
Satisfecho, Tsavong Lah se giró hacia una vitrina con pequeños villip fervorosos.
Acarició uno.
—Descargad a Tu-Scart y a Sgauru —ordenó— y soltadlos.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
CAPÍTULO 22
Mara podía aprovechar casi todos los recursos del Sombra de Jade ella sola, sin
necesidad de copiloto. Los técnicos de Lando habían instalado láseres AG-1G
controlados por el piloto, que eran casi tan potentes como los AG-2G instalados años
antes en el Halcón Milenario, además de un conjunto completo de escudos KDY. Shada
había aparecido con un regalo de Talon Karrde: dos lanzatorpedos Dymex HM-8. Mara
no preguntó a la antigua Guardiana de las Sombras de Mistryl de dónde procedían; se
limitó a pedir que también fueran manejables por el piloto. Mientras no fallase nada con
los sistemas de soporte vital, momento en el que habría necesitado un tercer brazo, era
casi tan autosuficiente como Luke y Anakin en sus Ala-X XJ.
Había dejado a Anakin en su nave, cerca del polo. Configuró el monitor superior para
que mostrara a su sobrino y a su marido de color azul. En la distancia, más allá de los
ruidos agónicos de Orr-Om, Luke describió una curva cerrada para precipitarse de nuevo
hacia el monstruo enrollado en la ciudad.
El Sombra, extremadamente puntiagudo desde el núcleo de potencia y la unidad de
motor, volaba tan suave como el Fuego de Jade, pero no era tan manejable como un Ala-
X. Mara aferró los mandos y volvió a precipitarse en la atmósfera. Los escáneres visores
de babor y estribor no servían de nada en lo profundo de la niebla opaca. Los sensores de
larga distancia, instalados justo debajo de los monitores superiores, mostraban un trío de
naves aerodinámicas pero distintas que acudían a su encuentro.
Las Fuerzas de Defensa de Duro ya habían recibido órdenes de retirarse a defender
otras ciudades orbitales, y los pocos Ala-B que tenían habían ido al encuentro directo del
enemigo y habían sucumbido sin remedio. Los Ala-E de las FDD, más ágiles, y las naves
policiales Daga-D atacaban la escolta de coralitas de las tropas de tierra, pero era
evidente que esa pequeña fuerza yuuzhan vong sólo quería abrir una brecha lo bastante
rápido como para evitar la evacuación de Pórtico. Ahora, los habitantes de la cúpula eran
rehenes.
Al acercarse a los coralitas, Mara observó los escáneres a larga distancia. A unos
treinta grados sobre la superficie de Duro, una caravana de tres cargueros y doce naves
pequeñas salía de la nube tóxica y se internaba en el espacio abierto. Una formación
cuádruple de coralitas fue a por ellos.
—Voy para allá —anunció Anakin.
Uno de los puntos de color azul de la pantalla de Mara se dirigió hacia la caravana.
Tres coralitas fueron a por ella, soltando proyectiles derretidos y chorros de plasma
cegador. Los nuevos androides de servicio de Lando habían equipado al Sombra con un
gatillo de repetición, y Mara apuntó a la nave que iba en cabeza según se acercaban,
debilitando sus defensas dovin basal lo mejor que pudo.
—¿Luke? —dijo ella, tirando de los mandos e iniciando una maniobra evasiva
mientras se adentraba en el negro firmamento. Los motores iónicos respondieron
suavemente—. ¿Te importaría echarme una mano?
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
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—Exacto.
—Más le vale a Leia darse prisa —él lo pensaba, ella lo decía en voz alta—. Puede
que Hamner consiga enviar a tiempo los refuerzos.
—Luke —murmuró ella—. Con Fey’lya en el poder, tardarán al menos una semana.
En su monitor superior, un puntito azul oscuro se hundió lentamente en la distancia.
Era uno de los cargueros de Leia, repleto de refugiados. Sus escáneres mostraban seis
grietas en el lado de babor. Se puso a girar lentamente mientras la atmósfera y los
escombros salían despedidos al espacio.
Leia necesitaría el apoyo completo de los duros en cuanto cargara las otras naves de
evacuación y antes de que llegara la segunda oleada yuuzhan vong.
Mara se preguntó si podría hacer entrar en razón al almirante Darez Wuht. Siempre
que no percibiera una doble intención en él, podría contarle (tranquilamente y sin delatar
a nadie) que había refuerzos en camino.
Pero si llevaba al Sombra a puerto corría el riesgo de que algún idiota con cerebro de
bantha la dejara sin energía.
En la distancia, Anakin se deshizo de un segundo coralita mientras la caravana
aceleraba hacia el hiperespacio.
—Ala-X, ríndase —gruñó la unidad de comunicación de Mara.
Ella la apagó de una palmada.
Luke se puso a su altura, describiendo un lento arco hacia Bburru.
—CorDuro y la Brigada de la Paz tienen a Wuht entre la espada y la pared.
—¿Pero cómo puede pensar Wuht que lo único que quieren es el planeta? O él
también es un traidor o… alguien tendrá que cancelar esa petición de rendición. Yo lo
intentaré, diré que hablo en nombre de Jaina. Me dijo que él le había mostrado cierta
comprensión. Pero no quiero quedarme sin energía.
—Yo podría atracar en tu bodega.
—¿Y quedarte en el puerto? —preguntó Mara—. ¿Despegarás si tienes que hacerlo y
volverás para cubrirme si puedes?
—Esa opción tampoco me gusta —pero tenían que hacer algo.
—Yo hablaré con él —decidió ella—. Si de verdad les aterran los Jedi, tú eres la
amenaza definitiva. Pero voy a pedirle que no se rinda. Los refuerzos están en camino.
—No hemos sabido nada de Hamner.
—Por tanto, no podemos saber si le han dicho que no —señaló ella.
Se alejó de Bburru, poniendo el mayor ángulo posible entre cualquier sistema de
puntería hostil y su Sombra. No sabían que podía portar un Ala-X, y ella quería mantener
ese pequeño secreto.
Luke hizo entrar el Ala-X, descargó a R2-D2 y se dirigió a la cabina triangular. Para
entonces ella ya tenía Bburru en el monitor.
—Puerto Duggan —transmitió Mara—. Solicito permiso para aterrizar.
***
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—¿Alguien tiene algo que añadir? —los ojos violeta de Borsk Fey’lya brillaron
reivindicativos—. Procedamos entonces a votar.
Kenth Hamner se mantuvo alerta, pero tenía menos esperanzas que nunca. La
senadora Shesh de Kuat había pronunciado un convincente discurso que, por desgracia,
incluía excelentes razones para no sacar ni un caza de los demás sistemas de astilleros. El
consejero Pwoe de Mon Calamari recordó al Consejo que ya había habido falsas alarmas
desde Duro, como la del hutt Randa Besadii Diori.
Y, tal y como temía, el voto fue en contra.
Mantuvo la espalda recta, en una postura digna.
—Se lo haré saber al Maestro Skywalker —dijo—, pero espero que todos ustedes
recuerden este día. Lamentarán esta decisión como Coruscant caiga por culpa de fuerzas
yuuzhan vong establecidas en Duro.
Giró sobre sus talones y salió de la estancia.
***
—Por aquí —gritó Jacen.
—Ve al edificio de administración —gritó Leia tras él. Él respondió por encima del
hombro.
—¡No! Papá ha comenzado la excavación de un túnel.
Jaina caminaba junto a él. La noche había caído, pero las farolas superiores seguían
encendidas, quizá como medida de emergencia. Leia les seguía de cerca con Olmahk y
algunos más, por una avenida del desierto distrito de Tayana. A medida que se acercaban
a la ruina más elevada, Jacen echó la vista atrás. Unas figuras oscuras se amontonaban en
la entrada principal.
—Por aquí —Jacen guió a los demás al extremo más alejado de la pila de escombros.
La cara peluda y bigotuda de Droma se asomó dentro del edificio derruido, con la
gorra azul y roja calada en un ángulo aerodinámico. Agitó un brazo peludo. Jacen se
adelantó, contento de que Droma hubiera aguantado hasta la cancelación de la
cuarentena. Lo siguiente que se le pasó por la cabeza fue que esperaba que todo el
afeitado y el aislamiento hubieran sido innecesarios, y que nadie portara ojosblancos
fuera del planeta en una nave de evacuación.
A un lado de la pila de escombros, Jaina tropezó y cayó al suelo, raspándose las
manos y las rodillas. Jacen ayudó a su hermana a ponerse en pie.
—Estoy bien —insistió ella, metiéndose a trompicones en el interior.
Jacen se quedó en la entrada descubierta, confuso por un momento.
Entonces oyó resoplidos y ruidos desordenados a su izquierda. Se giró en esa
dirección, siguiendo a Jaina, que lo había oído primero.
Dos tablas de durocemento yacían en el suelo. Vio un hueco entre ambas, lo
suficientemente ancho como para meterse entre medias. Los sonidos de forcejeo
procedían de ahí.
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***
Nom Anor guió a Tsavong Lah hacia el laboratorio; mostraba tanto placer en ir
desenmascarado que el Maestro Bélico se preguntó por un momento lo que sería vivir la
mayor parte del tiempo disfrazado de infiel, y le compadeció.
Subieron por el camino arenoso entre unas construcciones abominablemente feas y se
encontraron con un edificio de tres lados lleno de maquinaria monstruosa. Sgauru y Tu-
Scart, las enormes criaturas Demoledora y Mordedora cuya liberación había sido
ordenada, atacaron la pared más cercana. Aquella pareja simbiótica podía destruir
construcciones artificiales en cuestión de minutos. En cuanto sus propias criaturas
generadoras de energía anidaran y empezaran a alimentarse, pondría a Tu-Scart y Sgauru
a trabajar para destruir cualquier abominación que los infieles emplearan para alimentar
las baterías de los focos superiores.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
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La anciana jorobada les había seguido, guiando a sus músicos rituales. Dio un paso
adelante, portando la concha de un bivalvo transparente.
Tsavong Lah introdujo la mano en la concha, agitando los dedos, llamando a alguna
de las criaturas tkun para que acudiera a su mano. Sintió el toque delicado de un morro
sin pelo y luego la calidez de unos tentáculos peluditos enrollándose en su muñeca.
Sacó el brazo con el tkun color carmesí enrollado a su alrededor. Los maestros
criadores acababan de crear aquella especie para responder a la necesidad de sacrificios
individuales rápidos, eficaces pero espiritualmente significativos.
A otro ayudante la sacerdotisa le cogió un puñado de hojas tishwii. Las posó sobre un
recipiente de agua, les acercó una chispa y las metió en el recipiente para que se
quemaran.
—Traed al primer investigador —dijo Tsavong Lah.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
CAPÍTULO 23
Han le pasó un brazo a Leia por los hombros, la atrajo hacia sí y descansó
momentáneamente la barbilla en su turbante blanco.
—Entonces, cuídate.
—Tú también.
Los padres de Jacen se besaron, apenas un roce al principio, aunque luego Han se
emocionó. Leia se puso de puntillas. Jacen bajó la mirada y se encontró con la de Jaina,
que sonreía.
Ella asintió.
Pero la expresión de Han se ensombreció cuando Droma y él volvieron a la entrada.
Jacen se los quedó mirando hasta que desaparecieron. Su memoria viajó de vuelta a
Belkadan y a un pantano lleno de villip y se preguntó qué harían los yuuzhan vong con el
proyecto de roturación del Treinta y Dos. Igual tenían criaturas que podían vivir en agua
envenenada.
Leia se miró los pies poniendo una mueca extraña.
—Mamá —le dijo Jacen en voz baja—. No pareces muy diplomática.
Ella alzó la cabeza.
—¿No creerás que las agallas las habéis heredado de vuestro padre?
—Sea lo que sea lo que vayas a intentar —dijo Jaina—, estoy contigo.
La sonrisa de Leia reflejó la de Jaina. Durante tres segundos, todos los abismos y los
enfados entre ellas se desvanecieron. Parecían cómplices. Hermanas.
Y dado que pensaban que Jacen se había reblandecido, éste dijo:
—Y yo también.
Leia agarró cariñosamente a su hijo por el brazo y cogió a su hija por los hombros.
—En primer lugar… —levantó la voz—, Mezza, Romany, hemos taladrado otros
agujeros y tengo tres mapas. Necesito a alguien que vaya al transmisor y a alguien que
saque a la gente por esos agujeros. Hacia aquí o hacia el edificio de administración, y de
ahí a los remolcadores. Vamos a tener que pedir voluntarios…
Una chica sullustana se meció hacia delante y se levantó. Su madre, o quizá era su
abuela, abrió la boca, pero decidió no poner objeciones. Otros también se presentaron
voluntarios.
Leia distribuyó los datapad tras guardar uno para Mezza y Romany. No muy lejos de
allí, continuaba invariable el soniquete rítmico de los picos de los voluntarios que
cavaban hacia el exterior.
Entonces Leia se agachó junto a Jaina y Jacen de nuevo.
—Tengo una idea —dijo Jaina en voz baja—. Podríamos causar muchos daños con
ese láser minero, si los yuuzhan vong no han dado todavía con él.
Leia asintió y miró a Jacen.
—¿Es demasiado violento para ti? —preguntó Jaina.
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***
Han escuchó con cuidado bajo la tabla de durocemento durante un par de minutos antes
de decidirse a sacar la cabeza. Cuando lo hizo, fue con una pistola láser pegada a la oreja.
Nada se movía bajo las grandes luces de emergencia.
Sabía con exactitud lo que quería hacer Leia: sabotear ella sola la operación yuuzhan
vong, sin importarle lo que le costara… o lo que le costara a Han. Aunque pudiera
parecer egoísta, él la quería viva. No quería una heroína muerta. Con o sin su fabulosa
melena, ella tenía esa chispa que siempre conseguía encender el fuego en su interior.
Miró a su alrededor y trepó al exterior. Observó todos los rincones del edificio en
ruinas mientras Droma salía por el agujero.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
Entonces se acercó a la puerta y miró al exterior. La cúpula, que había sido una
colmena de frenética actividad, parecía como suspendida en el tiempo. Escuchó ruidos
metálicos y de choques a cierta distancia, pero no oía ya el zumbido de las voces. Ni veía
movimiento alguno. Habría dado cualquier cosa por un sensor de formas de vida.
Y ya puestos, un turboláser tampoco habría estado mal.
Droma se acercó a su lado.
—Tardaríamos menos yendo por el edificio de administración —murmuró Han—,
pero… —ya no se molestaba en terminar las frases. A esas alturas, sabía que Droma lo
haría por él.
—Es más seguro ir por el borde de la cúpula —Droma empuñó con más fuerza la
pistola láser.
Han hizo lo mismo. De todas maneras, los yuuzhan vong llevarían armadura de
batalla. Si disparaban una sola vez, el ruido se los echaría encima.
Se detuvo, asombrado por sus propios pensamientos. ¿Dónde estaba el antiguo Han
Solo, el que se habría lanzado a la carga sin pensarlo?
Quizá había muerto con Chewbacca.
—Vale —dijo él—. No me pierdas de vista, pero si me cogen, dile a Leia que…
Droma no terminó esa frase.
—Nada —dijo Han.
Se agachó y corrió hacia la siguiente ruina, ocultándose en su interior. Una de las
habitaciones estaba polvorienta. La otra, llena de posesiones abandonadas. Al menos
tenía una puerta trasera. Salió por el otro lado.
Entonces vio una figura enorme, musculosa, que lucía una armadura negra y
deambulaba por allí portando una carga de equipo de supervivencia: algo parecido a dos
lámparas y una pequeña cocina. Han se agachó, volvió dentro y vio a Droma metiéndose
por la puerta delantera. Cuando sus miradas se cruzaron, asintió.
Esperó hasta que pasara el saqueador y luego se apresuró a marcharse.
Se abrieron camino hacia el final del arruinado distrito de Tayana, y luego a
hurtadillas hasta la ciudad de tiendas de campaña. En un momento dado, al oír pasos, se
tiró al suelo y miró por una raja en la pared de la tienda. Por allí pasaba una fila de
prisioneros con las cabezas gachas. Alguien estaba llorando. Tres yuuzhan vong cerraban
la columna, por desgracia armados. Han apretó los puños, deseando que volvieran los
viejos tiempos en los que había soldados de asalto imperiales con puntos débiles
conocidos en la armadura… y en los que estaba Chewie.
Había perdido su otra mitad, pero seguía teniendo su prodigiosa suerte. Se acercaron
hasta poder ver la entrada noroeste de la cúpula. El último punto a cubierto era una
estación de energía que, por suerte, seguía en pie.
Mientras Droma le seguía de cerca, Han comentó:
—Creo que no van a destruir todas las cosas tecnológicas que vean antes de poder
traer su propia fuente de energía…
—Sea cual sea —asintió Droma.
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Por fin el ryn bajó coleando a la caverna subterránea. Avanzó de lado a gatas hasta
donde estaba Han, que a esas alturas ya había echado un vistazo.
—Si no me equivoco —dijo—, es un viejo TaggeCo WQ 445. Una chatarra enorme
con forma de caja. Chatarra total.
—No sería mi primera opción a la hora de elegir una nave de huida —dijo Droma.
—Ni la mía. Pero es lo que hay —Han frunció el ceño. Leia no le había dicho si tenía
a alguien que pilotara aquel cubo volador, y se moría de ganas de volver al Halcón—. El
motor tiene que estar por ahí —dijo, señalando hacia su pie izquierdo—. Y la escotilla de
servicio debería de estar… —señaló a tres metros a la derecha—. No muy lejos de ahí.
Tras unos momentos de hábil manipulación, utilizando el insectocortador muerto,
Droma abrió la escotilla de acceso. Fue entonces cuando Han empezó a sentirse en su
elemento. Encontró un escondrijo de emergencia junto a la escotilla, sacó un par de
linternas de bolsillo, le lanzó una a Droma, y después se adentró en la cabina. Lo primero
era lo primero: realizar los diagnósticos y ver si a aquella bestia se le podían confiar un
par de miles de vidas.
Tragó saliva al recordar a la gente prisionera en el exterior del edificio de
investigación, el pozo al que se estaba tirando la maquinaria y los monstruos del
barracón. Si no se daba prisa, no le quedarían muchas vidas que salvar.
—Vamos, cara peluda. Muévete.
***
La voz rota de un duro guió a Mara para estacionar el Sombra de Jade en la plaza 16-F,
una vez estuvo en el embarcadero de Puerto Duggan de Bburru. La misma voz le ordenó
que apagara todos los sistemas de a bordo.
—Si están escaneando para encontrar formas de vida, quizá estés en peligro —dijo
ella en voz baja.
Luke se agazapó junto a R2-D2, dando el toque final a unos cuantos detalles de
programación. Normalmente, era el ordenador del Sombra el que se ocupaba de la
seguridad. Pero con los sistemas apagados, R2-D2 realizaría esa función.
—No creo —murmuró Luke enderezándose—. Pero vuelve pronto.
—No me lo digas dos veces —ella dudó un momento, mirándole fijamente a los ojos
para averiguar cuál era su estado de ánimo.
Él arqueó una ceja.
—Cuida… —comenzó a decir.
Ella frunció el ceño.
—… al pequeño —su boca se curvó—. Lo aceptaré como una forma educada de
decir: «Vuelve aquí enseguida, madre de mi hijo».
Luke le tocó el hombro con una mano. Y también sintió una caricia más sutil. Ella se
la devolvió.
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Luego se apresuró a salir por la escotilla, cerró la puerta de control externa por los
monitores visuales de Bburru y recorrió el embarcadero de Puerto Duggan.
Ya no había nadie patrullando con el uniforme marrón de CorDuro. Sólo vio a un
rodiano que se apresuraba a entrar en los hangares, como ella. Luego atravesó un puesto
de seguridad, regentado por dos de los guardias de CorDuro con los que se habían
encontrado Luke y Anakin.
—¿Dónde ha estacionado? —preguntó el flacucho rodiano.
—Dieciséis F —replicó Mara, cortante.
Otro guardia salió de la garita y fue por donde Mara había venido.
Ella sonrió con astucia. La apertura de la escotilla estaba peculiarmente camuflada.
Ya podían atacarla con un misil láser que jamás conseguirían abordarla.
Cuando se internó en la autovía del corredor del astillero, vio que el gran espacio
diáfano también estaba desierto. Hasta el podio de Ducilla.
Se dio la vuelta y vio un turboascensor transparente. R2-D2 le había mostrado una
lectura del puesto de mando de las Fuerzas de Defensa de Duro, ubicado en una
superestructura sobre la estación Duggan. Alzó la vista para observar el tubo del
ascensor, que conducía a una pequeña plataforma justo debajo de los soportes
estructurales principales del hábitat. Dos guardias altos y grisáceos estaban junto a la base
del tubo.
—Necesito hablar con el almirante Wuht —dijo ella.
—No está —respondió el guardia más cercano.
—Lo suponía —Mara volvió a mirar hacia arriba. Demasiado lejos para saltar…
quizá Luke sí que pudiera, pero ella no—. Escuche —dijo ella en voz baja—. Sólo quiero
hablar con él. No voy a hacerle daño, pero si se empeña en no dejarme pasar, le prometo
que se lo haré —añadió una capa de energía de la Fuerza. Había demasiado en juego,
demasiadas vidas como para titubear—. Déjeme pasar —dijo ella con firmeza, alzando la
mano para subrayar lo que decía.
Uno de los guardias pulsó el mando del ascensor y abrió la puerta. El otro sacó un
intercomunicador y se hizo a un lado.
Mara sacudió la cabeza, se metió en el ascensor y apretó el botón del piso de mando.
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CAPÍTULO 24
Leia se introdujo por la abertura superior, entre el complejo hidropónico número uno y
su edificio de administración. Las paredes de durocemento estaban a menos de medio
metro de distancia, lo bastante cerca como para que una persona razonablemente ágil
pudiera trepar por ellas como un deshollinador.
Enfundó la pistola láser, apoyó los pies y las manos en las paredes y empezó a trepar.
Aunque el durocemento era lo bastante resistente para aguantar su peso, trepar de ese
modo significaba que muñecas y tobillos debían soportar ángulos que le producían un
dolor intenso y latente. Se sirvió de técnicas Jedi para ignorar ese sufrimiento y siguió
escalando. Cuando llegó arriba, se tumbó en el tejado y miró hacia el norte, hacia los
almacenes de construcción.
Captó movimiento casi directamente debajo. Dos yuuzhan vong remolcaban una
especie de carrito primitivo por las escaleras principales del edificio de administración.
Ella se quedó sin aliento al reconocer la capa azul pálido de Abbela Oldsong, enrollada
alrededor de una forma inerte que yacía en el carrito. Leia apuntó el láser al cuello del
alienígena más cercano, en la juntura de la armadura, pero bajó el arma. Abbela no
respiraba. Llevaba algo parecido a una serpiente carmesí enrollada al cuello.
Leia puso una mueca de tristeza, y se consoló con el hecho de que el cadáver yacía
boca abajo. Bajo el cuerpo de Abbela asomaban otros miembros, humanos y no humanos.
Leia se preguntó si los habían sacrificado a algún horrible dios.
Apenas se fijó en Olmahk, que avanzó a gatas para tumbarse junto a ella, con la cara
grisácea al mismo nivel que la suya.
—No alce la cabeza, Lady Vader.
—No lo haré.
Entonces vio avanzar a una de las máquinas de apilar bloques, pero alguien tiraba de
ella, arrastrándola en lugar de manejarla con su propia energía. Delante de la máquina,
entre el barracón de construcción y los huertos, había un pozo nuevo. Los yuuzhan vong
se congregaron junto al borde, profundizando y aumentando su tamaño con lo que
parecían ser picos y palas pero probablemente eran criaturas vivientes. Al oeste del pozo,
cientos de refugiados se sentaban juntos. Aunque la tarde se estaba convirtiendo en casi
una medianoche, no había nadie tumbado. Ante la mirada de Leia, llegó otro grupo.
Había yuuzhan vong montados en bestias parecidas a lagartos patrullando la zona, y algo
se movió cerca del barracón de construcción.
Entonces vio la cabeza con tentáculos de la criatura superior, que atacaba
frenéticamente la pared.
Apretó un puño. ¿Dónde estaba el COSERE? La senadora Shesh estaba
tranquilamente sentada en Coruscant mientras Leia estaba allí tumbada, viendo cómo
esas biocreaciones alienígenas destrozaban el refugio del COSERE.
Pero no estaba sola. Escuchó más ruidos furtivos a su espalda y vio a Jaina avanzando
tumbada apoyándose en los codos.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—¿Esto te recuerda algo? —preguntó Jaina, ajustándose el visor con una mano.
Leia asintió.
—A Rhommamul y su pozo lleno de androides. Tenemos que sacar a toda esa gente
de ahí.
—¿Con qué? —preguntó Jaina amargamente.
—Sólo ayudadme a subir aquí arriba el láser minero —dijo Leia—. Todavía no han
apagado el generador principal.
—¿Y si levantamos algo de ese pozo utilizando la Fuerza? —sugirió Jaina—. Y luego
simplemente se lo tiramos encima. Jamás adivinarían lo que les pasa.
—Podríamos aplastarles —dijo Leia— o intentar liberar algunos prisioneros.
—¿Cómo?
Mientras Leia le explicaba a grandes rasgos su plan, Jacen apareció junto a su
hermana.
—Te necesitamos —dijo Leia bruscamente, esperando que por fin se hubiera
decidido. Le explicó lo que querían hacer.
Jacen contempló el paisaje.
Arqueó las cejas y su rostro reflejó una profunda infelicidad.
—Mamá, yo… yo no puedo —murmuró—. Jaina, ya sabes que el tamaño no importa.
Tú puedes hacerlo. Utiliza mi Fuerza, si quieres. Pero se acabó. Éste es el punto de
inflexión, el momento crítico. Puedo sentirlo. Y no me… atrevo… a equivocarme.
—Pues ayúdanos o quítate de en medio —los ojos marrones de Jaina echaban
chispas—. Desertor.
—Olmahk no puede usar la Fuerza y no es un desertor.
Leia frunció el ceño al escuchar la frustración en la voz de su hijo. Ella jamás se había
negado así a utilizar la Fuerza. Pero tampoco había continuado con su entrenamiento.
Evidentemente, había sido un ejemplo lamentable para Jacen, y él lo estaba llevando un
paso más allá.
Jaina avanzó medio metro más, hasta llegar casi al borde del tejado. Le asomaba el
lóbulo de una oreja por la gorra azul cielo.
—Vale, mamá. Tú apóyate en la Fuerza, y luego apóyate en mí. Puedes hacerlo.
La frustración de Leia cedió un poco. Jaina había encontrado la forma de tomar el
mando, e incluso de darle órdenes a su madre sin dejar en evidencia su relativa ineptitud.
Leia se introdujo en lo más hondo de su ser, hacia la sensación de pura vida que
siempre encontraba allí: no era la nada, sino un punto que parecía rebosar poder y
vitalidad. Incluso de esperanza, se dio cuenta, al pasar de ese punto hacia su hija. Por una
vez, el parecido que había entre ambas funcionó como nexo de unión y no las dividió.
Jaina pareció fundirse fácilmente con la energía en la Fuerza de su madre. Manteniendo
abierto un ojo, decidida a mirar, aunque no se atrevía a dejar de concentrarse, Leia vio un
androide elevándose sobre la barraca de construcción.
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Kathy Tyers
Los yuuzhan vong de esa parte del pozo se dispersaron. Los monstruos intentaron
cogerlo pero fallaron. En el otro lado del pozo, los refugiados se pusieron en pie. Los
guardias les atacaron, volviendo la espalda al desastre que volaba por los aires.
Leia se quedó fría cuando la Fuerza dejó de fluir. La máquina cayó al suelo con
estrépito, atrapando en su caída al menos a cinco guerreros yuuzhan vong. Otros
alienígenas se metieron en los cobertizos de los huertos cercanos, donde hallaron un
refugio bastante endeble.
Un vuvriano se levantó y gritó:
—¡Corred! ¡Dispersaos!
La multitud reventó. La gente echó a correr en todas direcciones. Los alienígenas
montados en sus criaturas derribaron a algunos, pero los demás huyeron, por separado o
en grupos, fuera del alcance de los vigilantes.
Leia esperaba que alguno encontrase los agujeros que daban al subsuelo.
Profundamente satisfecha, soltó aire y miró a su hija.
Jaina se había tumbado boca arriba y estaba jadeando.
—Buen trabajo —murmuró Leia. Jaina sonrió a medias y miró a su hermano.
—Muchas gracias, Jacen.
Su hermano seguía tumbado, con la mira del láser apuntando hacia abajo,
mordiéndose el labio.
—Vale —dijo Leia—. El túnel principal del edificio de administración recorre los
tres primeros pisos del subsuelo. El láser estará vigilado en el segundo piso.
—Debería estarlo —murmuró Jaina—. ¿Pero qué te apuestas a que Nom Anor lo ha
saboteado?
—Puede que no —insistió Jacen—. Olmahk y yo os protegeremos.
Bien… salvo que Leia tenía algo que decir.
—Escuchad —murmuró—. Yo soy clave en esta misión, y voy a volver aquí arriba.
Con Olmahk —añadió, mirando a su guardaespaldas—. Si pasara cualquier cosa,
marchaos. Antes de que movamos el láser, os mostraré la salida. Sois mi esperanza para
el futuro. Los dos, y Anakin también, y toda vuestra generación de jóvenes Jedi. Si
vosotros sobrevivís, yo podré… bueno, sólo os digo que no falléis a la gente que cuenta
con vosotros.
—Vamos —dijo Jaina—. Tenemos trabajo que hacer.
Justo el comentario oportuno. Jaina tenía razón: no quedaba tiempo para oberturas.
Había que empezar ya la función.
Leia saltó desde el tejado de la planta hidropónica a la comisa de una ventana del
edificio de administración. Desde allí, sólo tenía que trepar rápidamente a un despacho
vacío.
El de Abbela.
Por suerte, los yuuzhan vong parecían estar reuniéndose todos en el pozo. El
despacho estaba vacío. Pensó en sacar el sable láser, pero decidió dejar eso a Jacen y a
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
Jaina. Desenfundó la pistola y bajó por las oscuras escaleras lo más sigilosamente que
pudo.
Cuando llegó a la primera planta del sótano, Leia se detuvo junto a Olmahk y esperó
a que los gemelos les alcanzaran.
—El láser —susurró, señalando a una estancia lateral.
Dos manchas borrosas yacían en el suelo junto al láser, y Leia supo que los guardias
de Abbela habían corrido la misma suerte que su jefa. Entre los dos bultos, algo apartado
del láser, se abría una especie de ancho camino barrido en el polvo, como si alguien
hubiera arrastrado un cadáver todavía más grande.
¿Randa?, se preguntó. ¿Dónde estaba Basbakhan?
—Pero antes os enseñaré la salida —dijo.
Jaina negó con la cabeza.
—Yo iré contigo al tejado.
—No —con el láser preparado para disparar, Leia abrió silenciosamente la siguiente
puerta.
Era un almacén lleno de cajas (nitratos, compuestos de potasio, micronutrientes),
apenas iluminado por una lámpara situada cerca de la salida. Leia no veía señal de los
intrusos. Hasta el polvo del suelo parecía intacto.
Se aproximó hacia una escotilla que parecía un panel de permopiedra más. Lo abrió
lentamente y se hizo a un lado.
—Es un túnel. Llega hasta las minas —murmuró.
Jaina puso los ojos en blanco. Jacen miró preocupado a su hermana, mordiéndose los
labios.
Leia les llevó de vuelta a la salida. De un frasco que había junto al conducto metálico
de potencia, cogió un puñado de arena y lo tiró al suelo, para ocultar sus huellas.
Olmahk se quedó junto a la puerta. Cuando Leia la abrió de nuevo, escuchó unas
voces groseras en la planta baja y unas pisadas violentas que subían por las escaleras. Se
quedó inmóvil y esperó. Durante un minuto, aproximadamente, las voces se detuvieron.
¿Se habían ido de veras? Ya se había acostumbrado a presentir a los seres vivos
mediante la Fuerza. Alrededor de los yuuzhan vong, se sentía medio ciega.
Miró a un lado a su hija, que llevaba su visor, y luego a su hijo, con la gorra calada
hasta las orejas. Abrió la puerta del todo.
Nadie se enfrentó a ella.
Guió a los demás por la zona diáfana que llevaba al láser.
Ya casi había llegado cuando un grito ronco le hizo dar media vuelta. Un guerrero
yuuzhan vong con armadura negra estaba en las escaleras, cogiendo algo de una
bandolera.
—¡Marchaos! —gritó Leia—. ¡Volved!
Disparó una vez, pero el proyectil rebotó contra la armadura. Apuntó debajo de los
brazos, al punto débil que ya conocía.
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Un remolino gris pasó rozándole. Olmahk se abalanzó hacia la garganta del yuuzhan
vong.
Un segundo alienígena saltó por el balcón, aterrizó corriendo y fue a por ella. Leia
cayó contra la puerta de durocemento, cerrándola de un portazo y dejando a sus hijos del
otro lado. No dejó de disparar hasta que las manos del alienígena se cerraron sobre sus
hombros, y la apartaron de la puerta para darle un empujón. La oscuridad se cernió sobre
ella.
***
Jacen recorrió a toda prisa el túnel que salía de la estancia de contención del láser, detrás
de Jaina, que corría como si tuviera un androide asesino en los talones.
—¿Tienes alguna idea de adónde vamos? —preguntó.
—Al norte. Cuando lleguemos a las minas principales, vete a la derecha, hacia el
transmisor.
Las minas principales. ¿Seguiría allí Nom Anor?
Jacen la cogió de la mano. Jaina estuvo a punto de soltarse violentamente.
—¿Qué te pasa? —preguntó.
—Que tenemos que regresar —le dijo él. Aquello no tenía sentido, pero en el fondo
de su mente, algo enorme y blanco comenzó a cobrar forma—. No podemos dejarla.
—¿Pero qué dices? Hola. Aquí Duro llamando a Jacen. Ella nos ha dicho que nos
vayamos. Es algo que cada vez se le da mejor.
—No me da buena espina —Jacen escuchó atentamente al lugar en su interior en el
que solía encontrar la sabiduría. Pero estaba en silencio. Ayuda, rogó él. ¿Qué hago?—.
No me da buena espina —repitió—. Tú ve, sube al carguero. Dile a papá lo que pasa,
llama a Luke y a Mara. Diles que yo me vuelvo.
***
En la distancia, había una cabeza dolorida. Leia no quería acercarse en absoluto a ella,
pero algo la llevaba hacia allí, hasta que finalmente se sumió en el interior.
Entonces se dio cuenta de que estaba tumbada boca arriba, con los ojos fuertemente
cerrados. Los recuerdos volvieron parcialmente a ella. No se movió. Apenas se atrevía a
respirar, esperando alguna pista, algún dato sobre dónde estaba tumbada. No sentía
ataduras, ni esposas eléctricas, ni amarres… nada salvo un horrible dolor de cabeza,
centrado detrás de la oreja izquierda.
Pero conocía lo bastante la Fuerza como para rebajarlo un par de puntos.
Entonces escuchó con atención.
—Levántese, administradora Organa Solo.
La voz parecía tener eco, y ella la reconoció. Se quedó quieta un momento más,
utilizando el resto de los sentidos para percibir información adicional. Todos los demás
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
humanos habían debido de huir del edificio. Y lo que era más importante, no podía sentir
a Jacen ni a Jaina cerca. O bien habían escapado o…
No. Los yuuzhan vong no los habían matado.
—Sabemos perfectamente —dijo la voz conocida— cuándo ha recobrado la
consciencia. Levántese. Demuestre la valentía que la hace digna.
Entonces reconoció la voz. La había oído por el intercomunicador, pero nunca en
persona.
Abrió los ojos. Vio un techo de durocemento gris y de estructura peculiar.
La escalera. Habían derribado a Leia junto al almacén. Por el rabillo del ojo, percibió
la escalera de caracol perdiéndose en la distancia.
Había un yuuzhan vong entre ella y la pared gris más cercana. Era más pequeño que
los demás, y tenía casi toda la cabeza cubierta de tatuajes. El poco pelo que le quedaba le
crecía en un mechón negro en la nuca. Llevaba una túnica de color caqui sobre una
versión más delgada de la armadura corporal negra. Pero la cara…
Apenas tenía nariz, sólo dos agujeros negros que se abrían directamente en el cráneo.
El ojo derecho era de un color azul claro, con una pupila felina, vertical y escalofriante.
Lo que tenía en la cuenca del ojo izquierdo no era un ojo. Parecía rugoso, salvo en el
centro, donde una raya vertical lo partía como otra pupila.
Y tenía en la mano derecha el sable láser de Leia.
—Dr. Cree’Ar, supongo —dijo ella—. ¿O debería decir Nom Anor?
—Ya nos conocemos —dijo él, estirando los labios en una parodia de sonrisa.
Se enderezó, apoyando la espalda en la tosca pared, y se colocó el turbante. Vio tres
alienígenas más, uno haciendo guardia en el descansillo superior y otros dos detrás del
falso investigador.
—Así que resolviste nuestros problemas utilizando biotecnología yuuzhan vong.
—En parte sí —respondió él—. Me he servido del tipo de alquimia que puede mutar
vuestros inútiles microbios en potentes herramientas.
—Tú hiciste que Mara cayera enferma. Pero tu única misión aquí era estancarnos.
Distraernos.
—Aprendes sabiduría.
—Supongo —dijo ella, también estancándose, con la esperanza de que sus hijos
estuvieran muy lejos, antes de que los alienígenas se dieran cuenta de que no había
venido sola.
¿Sola? ¿Dónde estaba Olmahk?
Si ella estaba allí, sin duda le habían matado.
Chewie, Elegos, Abbela y ahora Olmahk. Una vez más, estaban convirtiendo esta
guerra en algo personal.
—Supongo —prosiguió ella— que realmente tenéis todo lo necesario para limpiar
Duro vosotros mismos.
—Eso no es de su incumbencia. Si el Maestro Bélico decide hacerlo, así lo hará.
¿El Maestro Bélico?
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—¿Quién es?
El alienígena contrajo los labios, exponiendo todavía más los dientes.
—Levántate —dijo— y te lo mostraré.
Apenas podía mover las piernas. Nom Anor y sus fornidos matones la acompañaron
por las escaleras hacia su propio despacho.
El alienígena que esperaba entre los armarios y el escritorio era media cabeza más
alto que el más alto de los guardias. Tenía el cuerpo cubierto de escamas oxidadas a
modo de armadura. Mostraba múltiples hendiduras en los labios, la alargada cabeza
tatuada y un surco cruzaba su cabeza casi de una oreja a otra. Leia no quería saber cómo
se había hecho eso.
Una alienígena de menor tamaño, con cicatrices negras de quemaduras en las mejillas
que dolían sólo con verlas, ofreció al Maestro Bélico algo en una bandeja. Al recogerlo,
él lo atrapó delicadamente con las garras, que le salían de entre la punta de los dedos y
los nudillos, y ella pudo ver que se trataba de algo parecido a un gusano.
Miró a un lado. Había dejado la cama deshecha, porque se había levantado
rápidamente. Los restos de su desayuno seguían en un plato junto a la cocina. Al otro
lado del escritorio, cerca del alienígena más alto, los armarios de equipo de Leia estaban
abiertos. Casi todos los contenidos estaban en el suelo de durocemento, aplastados en un
amasijo de piezas rotas.
El alienígena alto ladeó la cabeza ligeramente y dejó que el gusano se le metiera en la
oreja.
Leia se estremeció y plantó los pies en el suelo con fuerza. Necesitaba distraerle para
que Luke y Mara tuvieran tiempo para volver con los refuerzos. Lo bastante como para
que escaparan los refugiados.
—Maestro Bélico —dijo ella—, su captura de esta cúpula, de este planeta, es
totalmente ilegal… no puede…
—Silencio —ordenó.
Por encima del hombro izquierdo, uno de los candelabros de hierro forjado seguía
colgando de la pared. Había algo en la presencia de los intrusos que hizo que la forma
abstracta del objeto pareciera una cabeza malformada y con multitud de cuernos.
Leia se había enfrentado a Borsk Fey’lya. Había desafiado al moff Tarkin y a otra
docena de tiranos de tres al cuarto, pero aquella criatura tenía estándares de respeto y
comportamiento totalmente diferentes. Tenía que encontrar la forma de llegar a él. De
detener la matanza de una vez por todas.
—Señor —dijo ella—, ambos somos líderes. Nuestro pueblo nos respeta y tenemos
muchas cosas que decimos el uno al otro. Me llamo Leia Organa Solo.
—Sé quién y qué eres. Y he jurado a mis dioses sacrificarte a ti y a los tuyos. Tú sólo
serás la primera, y probablemente la Jeedai más famosa que les ofrezca.
A Leia se le encogió el estómago.
—No soy Jedi —dijo—. No del todo.
—Eso no es lo que dicen nuestros informes.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—Sus informes están mal. Entrené un poco, pero nada más. En esta galaxia, hemos
aprendido a convivir unos con otros. Estoy segura de que los yuuzhan vong…
—Nosotros no convivimos con la impureza —dijo él—. Vuestra civilización está
fundamentada en abominaciones. Vuestra galaxia está infectada. Hemos venido a
limpiarla, para que otros, además de nuestra casta de guerreros, la ocupen y vivan aquí
limpiamente. Es nuestro destino, según el sumo señor Shimrra y los sacerdotes.
¿Destino? Leia se estremeció.
—La polución puede limpiarse sin matar a todos los que vivan en ella, como pasa con
este planeta —insistió, haciendo con la mano un gesto que abarcaba la sala.
—Y se limpiará —respondió él—. Todo lo que se burla de la vida es una
abominación. ¿Entiendes eso, Jeedai Organa Solo? Vuestras máquinas se burlan de la
vida. Son abominables. Una afrenta a la vida. Un insulto para los dioses, que crearon todo
lo que existe sacrificando partes de sí mismos.
De repente lo entendió. Aquellos seres pensaban que sus propios creadores se habían
mutilado a sí mismos. De ahí que intentaran seguir su ejemplo.
—Admiramos a vuestras criaturas-sirvientes —dijo ella con cautela—. Nos
impresiona profundamente vuestra biotecnología. ¿Puedo sugerir que vosotros también
tenéis mucho que aprender de nosotros?
—Estamos aprendiendo —dijo él, con gesto sombrío—. Hemos visto que negáis la
realidad trascendente. En lugar de aprender la forma más digna de asimilarla, la frustráis,
o fingís que no os posee… de forma irrevocable.
—Nosotros también hemos desarrollado criaturas-sirvientes que pueden curar —dijo,
atacando el argumento—. Las llamamos bacta. Y hay otras criaturas que nos ayudan a
hacer comida, y…
—Y aun así seguís burlándoos de la muerte e intentáis evadir a su sirviente, el dolor.
La muerte, Leia Organa Solo, es la mayor verdad del universo.
—No —dijo ella—. La vida es la mayor verdad.
—La muerte acaba con la vida.
—Pero no puede haber muerte sin vida. La vida es lo que une a toda la galaxia. La
vida…
—¡Silencio, blasfema!
La fuerza de su grito hizo que ella retrocediera medio paso, pero ahora estaba en su
elemento.
—Señor —dijo, decidida a intentar todos los enfoques hasta que impusiera su visión
aunque fuera sólo un poco—. Usted y yo podemos hablar porque estamos vivos. Sus
dioses… —sí, él había dicho dioses, seguro, en plural— sus dioses sólo pueden ser
servidos por los vivos, no por los muertos.
—Tú no sabes nada.
Él se giró lentamente y dijo algo en un idioma extraño y gutural. Detrás de ella, uno
de los guardias soltó una horrible risa y ella se dio cuenta de que tenía que haber dicho
algo realmente estúpido desde el punto de vista yuuzhan vong.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
CAPÍTULO 25
Uno de los captores de Leia se acercó a ella blandiendo una criatura con un pequeño
cuerpo y unas patas largas y curvadas. ¿Iban a sacrificarla en ese momento, en ese lugar?
Dio un paso atrás.
—Esperen —exclamó—. Quiero saber más de esos dioses suyos.
La risa del Maestro Bélico fue un rugido grave y horrible.
—Es la sabiduría la que habla. Ya habrá tiempo para eso.
El otro alienígena la cogió por el brazo izquierdo. La criatura que tenía en las manos
le pasó un par de garras por la muñeca a Leia, la cogió del otro brazo y la retuvo con la
misma eficacia que un par de esposas de aturdimiento.
El Maestro Bélico dijo algo en aquel otro idioma y uno de los guardias la agarró del
codo izquierdo. Lo último que vio del Maestro Bélico fue que se extraía delicadamente el
largo gusano de la oreja.
***
Sus vigilantes la llevaron a un almacén, la metieron en él a empujones y le dieron la
vuelta. Uno aferró la criatura con la que tenía atadas las manos y se la quitó. Entonces le
dio otro empujón y la sumió en la oscuridad.
Ella se quedó inmóvil, sin pensar, por un momento.
No podía evitar la sensación de que había escapado a la muerte por micrometros.
Entonces algo se movió en las sombras a su izquierda. Algo enorme.
Ella se alejó.
—Soy yo —dijo una voz burbujeante—. Tu compañero de celda.
—¿Randa? —preguntó ella—. Supongo que acudiste a ellos y les ofreciste enviar
prisioneros… y que te rechazaron.
—¡No, no, lo juro por mis kajidic! Intenté llegar a tu láser minero. Quería
sacrificarme a mí mismo y matar todas las criaturas despreciables que pudiera.
—Ya, claro —dijo Leia. Había conocido a demasiados hutt como para creerse
aquello—. Querías sacrificarte a ti mismo.
—De veras que sí —se lamentó él—. No me merezco nada mejor. Mi arrepentimiento
es sincero, mi mortificación total y completa… yo…
—¿Mortificación? —Leia intentó darle un empujón a la puerta. No pasó nada—.
¿Dónde está Basbakhan?
—Se lo llevaron —dijo Randa en tono quejumbroso.
—Entonces está muerto.
—No, no.
¿Habían cogido a un noghri vivo? Ella creía eso imposible. Se limpió el sudor de la
frente.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
Pero no lo estuvo. El Maestro Bélico le había dicho que iba a destruir todas las
ciudades de Duro, para luego pasar a Coruscant. Sólo había una conclusión posible: tenía
refuerzos en camino.
Bburru y Logística CorDuro habían engañado de forma constante a los refugiados a
los que tenían que ayudar por contrato. Pero era obvio que no era la población de
refugiados la que estaba en peligro inminente de ser asesinada… ¡sino los propios duros!
Cerró los ojos y buscó a sus hijos.
Percibió la sutil resonancia de Jaina en la distancia. Jacen estaría más lejos, o más
cerca, pero estaba cerrado a la Fuerza. ¿Estaría en las minas?, se preguntó. ¿O seguiría
en el túnel secreto que ella les había enseñado?
Se rascó el hombro ausente contra el conducto de energía… y luego se giró, y lo asió
con una mano. Iba del suelo del armario hasta el techo. Trató de recordar, imaginando el
edificio de administración en su mente, qué habitaciones tenía encima y cuáles tenía
debajo. Aquel conducto pasaba por el almacén que daba a su túnel secreto.
Se agachó y empezó a barrer el suelo con ambas manos.
—¿Puedo ayudar de alguna manera? —preguntó Randa.
—Quiero una piedra —soltó ella—. Nuestro durocemento siempre está
desmenuzándose. La fábrica nunca llegó a dar con la fórmula…
—Toma, administradora.
Algo cayó cerca de su regazo. Ella se acercó al ruido, encontró el guijarro y lo cogió
con una mano.
—Gracias —murmuró.
Comenzó a emitir una señal de socorro en el viejo código intermitente mon calamari.
Evidentemente, nadie respondió.
Se levantó, plantó las palmas de las manos contra la puerta del armario y volvió a
empujar. Pero no se movió.
—Eso ya lo he intentado yo —ofreció Randa—. Pero si crees que mi peso añadido al
tuyo podría…
—No —dijo ella. Quizá su arrepentimiento era sincero. De momento.
O quizá sólo tenía miedo de Leia.
Volvió a sentarse.
Sólo le quedaba intentar una cosa, pero titubeó. Si llamaba a Jaina o a Jacen mediante
la Fuerza para que regresaran, quizá corrieran peligro.
Pero seré tonta, pensó su burlona voz interior. Como si Luke no supiera ya que estoy
en peligro. Pero ella misma había ordenado a Jacen y a Jaina que se fueran, para que
pudieran salvarse, y lo dijo totalmente en serio.
Pero si Luke ya lo sabía…
Se sentó y se relajó profundamente. Luke, gritó ella en silencio a su gemelo. Luke,
escúchame…
No percibió respuesta. Quizá él también estaba oculto.
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***
Agazapado en el asiento del piloto del Sombra de Jade, Luke sintió una oleada de la
Fuerza tanteándole. Como estaba esperando señales de los escáneres de fuera de la nave,
se introdujo en la Fuerza y dejó que la señal pasara de largo. Cuando se desvaneció, la
tocó cautelosamente para confirmar que era de naturaleza impersonal y electrónica.
Pero, en lugar de eso, reconoció la débil señal de Leia, y el peligro y la advertencia.
Angustiado, se abrió a ella. Reconoció al instante la sensación de estar atrapado, y
esta vez corría un peligro inminente. Su hermana quería hacerle entender todavía más
cosas, pero todo lo demás le llegó a medias. Batallas… un Maestro Bélico… la amenaza
a Coruscant.
Saltó de la silla y fue hacia la parte de atrás, a su Ala-X.
A medio camino se detuvo. ¿Salvar a su hermana? ¿O quedarse en la estación, por el
bien de su mujer y su hijo? Mara le había dicho que se marchara si tenía que hacerlo.
Intentó obtener orientación de la Fuerza. Sorprendentemente, su intuición más clara
fue que a Leia no le había llegado el momento en absoluto. Ella tenía su destino, pero en
la siguiente hora, Jacen tendría que mostrarse firme… o caer para siempre.
Buscó en lo más profundo de la Fuerza y llegó hasta Jacen y luego hasta Leia.
¿Estaría ella predestinada? No lo sabía. Jacen permanecía cerrado a él, oculto en sus
propias barricadas. Luke dejó caer los hombros.
Pero Jaina respondió al momento. Incluso sintió la seguridad de que Jaina volvía ya
para intentar ayudar a su madre. Ahora ambas estaban unidas, y dejando aparte la
irritación que Leia solía producir en Jaina, Luke se dio cuenta de lo mucho que la chica
quería a aquella mujer a la que tanto se parecía. Su primera amiga, su modelo a seguir.
Quizá Jaina consiguiera contactar con Jacen.
Buscó a Leia de nuevo. Si se estaba abriendo deliberadamente a él, quizá pudiera
captar algún recuerdo, alguna imagen que pudiera enviar a Jaina. Tenía que salvarla, a
ella y a Jacen.
La única imagen clara que tenía en la mente le mostró a Leia golpeando un conducto
con un guijarro, y una ubicación. Se la envió a Jaina…
Entonces escuchó un pitido en el panel de comunicación del Sombra. Volvió
rápidamente al asiento del piloto.
—Aquí Skywalker —respondió.
—Luke, soy Hamner. Lo lamento, no traigo buenas noticias.
—¿No habrá refuerzos?
—No. Creo que más os vale evacuar, si podéis.
—Gracias por intentarlo, Kenth.
Luke percibió a un grupo de trabajadores de los astilleros acercándose por el corredor.
Se ocultó de nuevo, con la mano sobre el intercomunicador. Tenía que contarle a Mara lo
que le había dicho Hamner.
¿No habría alguna manera de ayudar a Jacen y a Leia?
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
***
Jacen se encogió todo lo que pudo y esperó a que pasaran las rudas pisadas del
descansillo. Hacía cinco minutos que, harto de vagar y escabullirse, había regresado al
edificio de administración.
Encontró los pedazos destrozados de un androide de limpieza U2C1, cuyas piernas de
plástico y amasijo de tubos yacían repartidos por las escaleras. Y entonces vio aquel
cubículo vacío, del tamaño justo para guardar aquel tipo de androide. Algo le remordió el
fondo de la mente. Una vez más, algo enorme estaba intentando abrirse paso, algo que
procedía del infinito. De pronto le entraron ganas de salir del cubículo y acabar de una
vez por todas con toda aquella lucha.
Espera. La sensación le llegó claramente.
Angustiado, casi enfadado, se clavó las uñas en los tobillos. ¿Esperar a qué? Gritó a
modo de respuesta.
***
Han se apoyó en una pared de piedra. Al regresar al punto de reunión subterráneo desde
el último remolcador oculto de Pórtico, había encontrado la antena UCTO de Leia.
Activó rápidamente el intercomunicador, pero no obtuvo respuesta de Leia ni de Jaina,
aunque sí de C-3PO.
—¿No han dado señales de vida, Trespeó?
En su mente pudo ver al androide de protocolo, en la cabina del Halcón Milenario,
vigilando todo aquello.
—No han aparecido más naves alienígenas, capitán Solo…
—Comprueba los sensores. ¿Qué se acerca?
Hubo una breve pausa. Tras él, Han podía oír los suaves pasos de cientos de pies de
refugiados, que se dirigían por el túnel hacia Droma.
—Nada, capitán. De momento, es como si el enemigo sólo hubiera enviado un
pequeño frente de batalla…
—Me vale, Palo de Oro. Prepárate para sacarnos de aquí en cuanto llegue.
Intentó hablar con Leia una vez más, pero apagó el intercomunicador y se lo metió en
un bolsillo. No le gustaba aquel silencio.
Uno de los ryn afeitados se acercó a él.
—¿Has conseguido contactar?
Han reconoció la voz de Romany.
—Sí. ¿Todo bien? —murmuró a su vez.
Las mangas del traje azul de Romany le quedaban grandes. Enseñó su
intercomunicador.
—R’vanna dice que los últimos ya han entrado en el túnel.
—Bien.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
***
La puerta de la celda de Leia se abrió lo bastante como para que pudiera entrar una mano
huesuda, que dejó una jarra de agua y un cuenco lleno de algo que se retorcía. Randa
roncaba suavemente en su rincón. Ella olió el agua. No parecía estar mala. La probó con
cautela, pasándose el trago por la lengua, utilizando la intuición para el peligro que
protegía a Luke y a Mara con tanta eficacia. No percibió nada peligroso, así que bebió
copiosamente. Entonces miró el cuenco. Por muy hambrienta que estuviera, hasta ahí no
iba a llegar.
Le dio una patadita a Randa.
—Oye —dijo—. La cena.
Él se despertó rápidamente, parpadeando con sus enormes ojos negros.
—Seguro que te gusta —le tiró el cuenco a las manitas.
—Oh —exclamó él—. Cuánto tiempo.
Ella se apartó, asqueada por el apetito del hutt.
Un lejano ruido metálico que llevaba sonando un rato captó su atención. Parecía
proceder del conducto.
Se acercó más. En código intermitente, escuchó las letras formadas por los intervalos
largos y cortos. R-M-E. Pausa. P-U-E-D-E-S-O-I-R-M-E. Pausa.
Ya tenía el guijarro en la mano y respondió:
Q-U-I-E-N-E-R-E-S.
—Jaina —fue la respuesta—. ¿En qué piso estás?
Exultante, Leia invocó a la Fuerza. Sí, allí estaba su hija, de cuya mente procedían
imágenes de Luke escondiéndose en una nave estacionada en Bburru y de Mara hablando
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con el mando militar duro, pero nada de Han. Para no llamar la atención, Jaina había
apagado el intercomunicador.
Trabajosamente, Leia fue deletreando la triple amenaza del Maestro Bélico mientras
formaba imágenes explicativas en su mente. Los demás tenían que saber el increíble
peligro que corrían las ciudades duro, palabra por palabra, exactamente como las había
pronunciado el Maestro Bélico. También tenía que hacer pública la inminente
esclavización de los refugiados y el prometido ataque al Núcleo.
—Avisa a Mara —dijo para terminar, volviendo al modo señal—. Utiliza transmisor
UCTO. Corre, vuelve rápido. Randa también prisionero.
Jaina respondió:
—Voy a salvarte primero.
—No. No. Avisa a Mara primero. Ve a por Han y vuelve —respondió Leia.
Silencio. El cálido eco en el fondo de su mente se desvaneció, se enfrió y desapareció.
Pasó al menos un minuto. Entonces oyó:
—De acuerdo —fue la respuesta de Jaina.
Leia volvió a sentarse, soltó el guijarro y apoyó los codos en las rodillas.
***
Cuatro duros armados esperaban a Mara al salir del ascensor.
—Qué bien —dijo ella—. Un comité de bienvenida. Necesito hablar con el almirante.
—Queda usted detenida —dijo el duro que llevaba más rayas en el uniforme.
—¿De qué se me acusa? —preguntó Mara.
—Entrada no autorizada en propiedad militar, para empezar.
—Ajá —Mara estiró las manos, acercándolas al sable y la pistola láser—. Voy a
deciros lo que vamos a hacer. Podéis intentar apresarme, en cuyo caso acabaréis en el
suelo o como cebo de sacrificios de los yuuzhan vong… o podéis llevarme a ver al
almirante Wuht primero. Y si él también me quiere encerrar, me rendiré pacíficamente.
¿Creéis que lo habéis entendido todo bien?
El duro que estaba al mando parpadeó.
—Por aquí —ordenó.
Ella le siguió, preparada para echar a correr en el momento en que él le diera la
mínima señal de que algo no iba bien. Pero en menos de un minuto, los escoltas la
guiaron a un comedor privado, en el que había un duro sentado con dos fornidos
humanos. El uniforme gris carbón del duro tenía hombreras decoradas, cordones blancos
en los hombros y una fila de estrellas alrededor del cuello.
—Almirante —dijo Mara—. Me llamo Mara Jade Skywalker. Necesito hablar con
usted urgentemente.
El almirante Wuht ladeó la alargada cabeza. Contempló a sus invitados humanos.
—¡Qué interesante! —dijo—. Estos caballeros acababan de predecir que tú o uno de
los tuyos entraría aquí por la fuerza en una hora. Y aquí estás.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
Mara observó detenidamente a los humanos. El que estaba más cerca llevaba el pelo
muy corto y tenía los hombros caídos. El otro tenía una mirada extraña y perdida en un
ojo, que probablemente era una prótesis estropeada. Llevaban el símbolo de la Brigada de
la Paz, la insignia de las manos entrelazadas al descubierto, una mano de forma humana y
la otra completamente tatuada.
Lo que nunca incluían eran las garras.
—Bien —dijo ella, apoyando ambas manos en el respaldo de la silla más cercana—.
Almirante, no sé lo que le habrán contado sobre las posibilidades de que haya un segundo
ataque yuuzhan vong en el sistema, uno definitivo, pero tenemos razones para creer que
será inminente.
—Han venido para tomar posesión de la superficie del planeta —dijo el humano de
hombros caídos—. No les interesan las ciudades de Duro, y no hay razones para que no
podamos convivir pacíficamente con ellos.
Mara le miró con desprecio.
—¿Cuántos refugiados les habéis vendido para sacrificios…? ¿Medio millón, quizá?
Él abrió las manos. Su amigo del ojo tuerto las ocultó bajo la mesa.
Mara puso la mano sobre el sable láser que tenía bajo la túnica.
—Sé que os han dicho que creáis que no quieren las ciudades orbitales, y que no las
tocarán —dijo al almirante—. Supongo que, cuando surgió el problema, tuvisteis que
tomar la difícil decisión de ofrecerles cientos de miles de vidas en el planeta. Pero vuestro
pueblo es vuestra prioridad, y estamos en tiempos de guerra. ¿Lo he entendido bien?
El de los hombros caídos cruzó los brazos.
—Creo que es hora de que te vayas, Ojos Verdes.
Mara negó con la cabeza.
—Hemos hablado con Coruscant —dijo ella—. Solicitamos refuerzos y nos los
denegaron.
Una vez más, la mirada del almirante se fue a un lado. Entrecerró los grandes ojos y
la miró de nuevo.
—Ve al grano, por favor, Jedi Jade Skywalker.
—Me sorprende que no os hayáis dado cuenta todavía —dijo ella—. ¿Acaso no
habéis oído que destruyen la tecnología? ¿No habéis visto esa criatura ahí fuera
comiéndose Orr-Om? ¿No os dais cuenta de que consideran que la tecnología, toda la
tecnología, es una abominación, una ofensa contra los dioses? ¿De veras pensáis que os
van a dejar vuestras ciudades?
—Nos han dado esa seguridad —respondió él—. Tú misma lo has dicho. Mi
responsabilidad es para con mi pueblo. Por desgracia, no puedo ayudar en la evacuación
de sus asentamientos en tierra. Intentamos prevenir al COSERE contra la colonización de
la superficie. Duro se traga todo lo que toca.
—Así que fuera de aquí —dijo Ojo-tuerto.
—Me iré cuando llegue el momento —Mara le miró a los hombros. Como se
movieran un milímetro, ella se prepararía para pelear—. Primero…
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—Usted, señor, queda detenido —dijo Wuht—. Guardias, lleváoslo. Necesito hablar
con la Jedi Jade Skywalker.
Para gran satisfacción de Mara, dos duros de su escuadrón de escolta cogieron a Ojo-
tuerto y le sacaron de la habitación. Los otros dos se llevaron a Hombros-caídos.
Mara pulsó el intercomunicador.
—¿Jaina?
No hubo respuesta. Jaina debía de haberse marchado de la estación UCTO.
El almirante Wuht entrelazó las huesudas manos.
—Tenías razón —le dijo a Mara—. Hemos sido traicionados. De alguna manera,
tenemos que cancelar la rendición sin alertar a los traidores.
—Y hacer que la gente de Duro sea rápidamente evacuada a esa otra ciudad.
Él asintió.
—Urrdorf. Mi ejército necesitará refuerzos. ¿Cuántos Jedi tienen cazas en el sistema?
—Luke estaba en el Sombra, a punto de abordar su Ala-X. Anakin estaba de patrulla.
Y yo misma.
—Sólo tres —reconoció—. Pero el capitán Solo tiene el Halcón Milenario en el
planeta, y ésa es una gran nave.
La mirada del almirante Wuht no brilló de admiración.
—Entonces al menos quizá podamos retrasarlo —murmuró— y evacuar a más de los
tuyos y de los míos.
***
Anakin observaba los sensores con la mitad de su atención dedicando la otra mitad a
escuchar con la Fuerza. Sabía dónde estaban su madre, Jaina, su tía y su tío. El grupo de
combate yuuzhan vong parecía haber perdido interés por las naves que patrullaban en
solitario la revuelta atmósfera interior de Duro. Su trabajo consistía en vigilar la llegada
de una segunda ola de ataques. Había configurado el androide astromecánico, Fiver, para
que escaneara el espacio.
Había escogido el primer modelo R7, el más avanzado de todos, movido por una
corazonada. Los R7 eran conocidos por su funcionalidad limitada en todos los cazas
menos en los Ala-E, y tras cinco intentos y dos semanas de chapuzas, Anakin consiguió
que su compañero fuera tan dinámico y fiable como el R2-D2 de su tío, pero totalmente
armado y capacitado para la multifunción a velocidades de vértigo.
Anakin Solo no pensaba conformarse con menos.
Su ruta actual le permitía ver Orr-Om. La monstruosa criatura que estaba enrollada a
su alrededor era como una babosa espacial, provista de una piel muy densa para poder
sobrevivir en el vacío y una boca que bien podía tener unos ocho metros de ancho. Un
escuadrón de coralitas escoltaba a Orr-Om a medida que abandonaba la órbita. Anakin
dudaba poder hacer algo para ayudar a quienes pudieran seguir dentro de ese hábitat.
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Pero igual si podía hacer saltar por los aires a esa criatura, impediría que siguiera
alimentándose, de Bburru, de Rrudobar o de cualquier otra de las ciudades orbitales.
Por la frecuencia táctica podía oír las transmisiones entre algún oficial del Poesía
mon calamari, al otro lado de Duro, y una patrulla de Ala-E. Parecían tan frustrados con
la actitud derrotista del almirante Wuht como él mismo.
Pero no eran Jedi. Ellos tenían que seguir órdenes.
Y en teoría él también. Pero él estaba allí, y ellos no. Él tenía la Fuerza y siete
torpedos de protones. Igual podía alcanzar al monstruo si conseguía neutralizar los dovin
basal de los coralitas.
En sus escáneres, vio el casco roto de un carguero de refugiados, precipitándose hacia
la atmósfera. Eso le dio una idea.
Pulsó el acelerador con cautela.
—Fiver, dame una lectura de la integridad estructural de ese carguero.
Al estudiar la imagen que apareció, vio que se había ampliado la línea de cicatrices
abiertas por explosiones, dejando un jirón en uno de los lados. Era apenas lo bastante
grande como para poder entrar por él.
—¿Alguna forma de vida a bordo?
Fiver titubeó un segundo.
NEGATIVO.
Anakin apretó las manos. Era una noticia terrible, pero le proporcionaba un enorme
bulto con el que poder trabajar sin temor a hacer daño a ningún ser vivo inocente.
—¿Qué hay del reactor principal? ¿Ha entrado ya en fisión?
NEGATIVO. REACTOR ACTIVO.
Todavía mejor. Volando con el escáner y la suerte y el instinto de los Solo, cerró los
alerones-s y maniobró por la grieta para entrar en una cavernosa bodega. Algo hábía
explotado en el interior, derritiendo puentes y piezas.
—Fiver, prepara un pase en horquilla. Voy a apoyar nuestro morro contra su
estructura interna para intentar mover esta cosa.
Su androide dibujó una serie de símbolos de interrogación en la pantalla.
—Quiero coger gravedad de Duro y lanzarlo hacia Orr-Om.
Más interrogantes.
—Tú hazlo —ordenó Anakin. Hasta los R7 podían ser a veces increíblemente
espesos.
Tardó más de lo que había pensado, primero en calcular la ruta y luego en ir hacia las
turbias nubes de gas y añadir la poca aceleración que Fiver podía sacar a los motores del
Ala-X. Bajó el compensador inercial al 95%, para tener la mayor maniobrabilidad posible
dentro de ese cascarón que iba a remolcar por dentro.
Su cronómetro superior inició por fin la cuenta atrás. Para entonces, el carguero ya
había cogido un impulso considerable.
—Vale —dijo Anakin—. Cuando yo te avise, aminora.
Los segundos bajaron a cero.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
—Ahora —gritó.
Se introdujo en la Fuerza, dejando que guiara sus manos por los controles, y sus pies
en el timón de vacío. La popa del Ala-X se dio apenas un pequeño golpe antes de salir
por la horrible brecha lateral del carguero.
Evidentemente, el carguero no tenía impulso suficiente como para chocar
directamente contra Orr-Om. Anakin lo había tenido en cuenta. Cargó uno de sus
preciosos torpedos, puso en la mira uno de los reactores todavía activos del carguero y
apretó la mano derecha.
El torpedo salió disparado. Anakin esperó a que llegara el momento adecuado y puso
los escudos al máximo. Al estar directamente frente al infierno, el casco de su caza se
quedó por un momento completamente negro. La Fuerza guió su mano sobre los mandos,
yendo hacia delante, hacia atrás, evitando escombros al acelerar, persiguiendo una ola de
destrucción que manaba en dirección a los escoltas coralitas del hábitat maldito.
Cargó contra ellos sin dejar de acelerar. Guiado por la Fuerza, soltó un torpedo
cuando la retícula de su mira se fijó en un coralita, y luego otro más. Los escombros
ardientes les habían sobrecargado los escudos de dovin basal, y saltaron en mil pedazos
de coral.
Derribó una tercera nave con los láseres. Una cuarta con torpedos. El tiempo se tornó
un borrón. Dejó de ver con los ojos.
Unas enormes fauces negras se abrieron frente a él, con una garganta lo bastante
grande como para tragarse un escuadrón entero de Ala-X. Anakin lanzó otro torpedo de
protones y luego se alejó. Aceleró y se lanzó hacia Duro. Dos de los coralitas
supervivientes fueron tras él.
En la pantalla de popa, vio otra explosión, y la cabeza del monstruo se desvaneció. El
resto quedó flotando a la deriva, alejándose de Orr-Om.
Anakin sonrió con gravedad. Ya sólo tenía que enfrentarse a dos coralitas. Algo que
ya había hecho antes.
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CAPÍTULO 26
Jacen oyó cómo una música extraña e hipnótica pasaba ante su compartimiento oculto,
una melodía llena de muerte y desesperación. Varios pares de piernas acorazadas
desfilaron ante él. Le tembló el pómulo.
Se imaginó a sí mismo como Kyp Durron, saliendo del compartimiento sable láser en
mano y cargándose a todos los que se pusieran en su camino. Rechazó sin dudarlo la idea
e intentó visualizarse como su tío, cogiendo el sable láser sólo cuando era estrictamente
necesario, salvando vidas siempre que fuera posible. Y luego se vio como Anakin, con un
gran potencial en la Fuerza, sin miedo a usarla, pero sin la madurez suficiente para ver
todas las facetas de una situación. Y como Jaina, la mejor de su escuadrón, iniciando su
propio camino hacia la gloria.
¿Quién era Jacen?
Una vez más, tuvo la innegable sensación de que la Fuerza estaba a punto de mutar.
Algo estaba a punto de finalizar, algo iba a empezar. Podía quedarse allí agazapado hasta
que fuese localizado o comprometerse otra vez con la Fuerza, de forma total.
¿Pero qué es lo que quieres?, suplicó.
Volvió a ver la galaxia precipitándose a las tinieblas, y en ese momento se dio cuenta
de que quedarse inmóvil en el medio no influiría en el equilibrio de fuerzas. Eso no
salvaría a nadie, y menos a sí mismo.
¿Y si conseguía atrapar el sable láser que Luke le tiraba en su visión? Entonces lo
lógico sería que lo utilizara para luchar.
Y podía hacerlo, él solo. Sin la Fuerza.
O podía entregarse totalmente a algo que era demasiado inmaduro para entender.
Como había dicho el tío Luke, no había término medio.
Se quitó el sable láser. Recordó la época en la que vencía a Anakin, aquella sensación
de dejar que la Fuerza fluyera en su interior, de tal forma que podían adivinarse hasta las
acciones ajenas a la Fuerza de un yuuzhan vong. Era como sentir el agua cálida y viviente
manando a su alrededor. Y era muy tentador regresar a ella.
No. No iba a volver. Tenía que continuar.
***
Leia escuchó unas fuertes pisadas aproximándose y se apartó de la puerta.
Randa se lamentó:
—Esto es el fin. Al igual que tras la noche viene la mañana, tras la decadencia llega la
muerte…
—Cállate —dijo ella con firmeza.
En la entrada apareció un guerrero que llevaba una armadura negra. Portaba un
anfibastón con cabeza de serpiente enroscado en el cuerpo. Señaló a la habitación y dijo
algo ininteligible.
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Quizá no tenían suficientes gusanos de oreja para todos. No le sorprendía; sabía que
no habían venido a comunicarse precisamente.
Apareció otro guardia desde detrás de la puerta, con la criatura que utilizaban para
agarrar las muñecas.
—Eso no será necesario —dijo ella—. No es necesario que hagáis esto. No voy a ir a
ninguna parte.
Ella puso una mueca de dolor al sentir las garras clavándose en sus muñecas. El
guardia se giró junto a Randa, blandiendo un bulto de baba de color amarillo verdoso. Se
lo puso al hutt en las manitas atrofiadas y dio una orden gutural. Randa agitó los dedos.
Las manos se quedaron donde se las puso el guardia.
—Guvvuk —ordenó el guardia, empujando a Leia por el hombro.
Ella obedeció, pero sin prisas. Él la guió por el rellano circular, de vuelta a su
despacho, empujando e instándola con el anfibastón. Les acompañaban más guardias.
El Maestro Bélico estaba frente a su ventana, mirando los edificios de investigación.
A un lado tenía a Nom Anor, que de nuevo llevaba la túnica sobre la armadura negra.
Al otro lado del Maestro Bélico, una yuuzhan vong más baja y de cara arrugada
llevaba una túnica larga que le llegaba hasta los pies y una capucha que le colgaba del
cráneo inclinado hacia atrás. A ambos lados de Leia, dos ayudantes desgarbados portaban
en sus pechos desnudos sendos crustáceos de largas extremidades. Los tatuajes nacían en
el centro del pecho para extenderse hacia arriba y hacia afuera, como explosiones en
tonos rojos y anaranjados. Una tercera ayudante acunaba contra la túnica un enorme
tambor de doble piel. Leia se quedó mirando el instrumento, y de repente le salieron dos
protuberancias en la parte superior, que revelaron dos ojos verdes.
Los guardias de Leia se detuvieron en la puerta. Ignorando a Randa, ella dio unos
pasos adelante con decisión.
—Buenos días —dijo.
El Maestro Bélico se giró ligeramente, mostrando la mitad de su rostro desfigurado.
Leia creyó ver una sonrisa en los labios cortados.
—Ven aquí —le dijo él.
Ella fue hasta la ventana. Habían ensanchado el nuevo pozo que había entre el
edificio de investigación y los cobertizos de construcción. En el interior yacía un amasijo
de maquinaria y androides de construcción.
—Los dioses nos han enviado hoy buenos portentos —dijo el Maestro Bélico,
señalando a la hembra vestida de negro—. Es un buen día para hacer sacrificios.
Leia se aferró al dintel de la ventana.
—¡Un momento! Ésta es una cúpula cerrada. Si encendéis hogueras consumiréis el
oxígeno. Tenéis que…
—Tus expectativas son falsas. Las criaturas que limpian el aire de nuestra nave
también lo purificarán en esta monstruosidad. Cuando aumentan los gases tóxicos se
limitan a multiplicarse más rápido. Una vez más, vemos que la tecnología no está a la
altura de la vida misma.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
necesitaba verlos morir. Lo sentía a través de la Fuerza, como golpes que le martilleaban
las entrañas. Se alejó de la ventana.
El Maestro Bélico alzó ambas manos, apretó los puños y exclamó algo que ella no
entendió. Entonces dejó caer los brazos y se volvió hacia ella.
—Y ahora, Leia Organa Solo —dijo—, tú también hablarás con los dioses.
La sacerdotisa de negro alzó los brazos. Sus ayudantes levantaron los crustáceos de
extremidades rojas. Las largas patas de las criaturas permanecieron extendidas, unidas al
cuerpo por tendones que se mostraban tensos, como translúcidas cuerdas de arpa.
La tercera ayudante empezó a tocar en el gran tambor un ritmo lento e inexorable.
Los otros dos alzaron unas manos sin garras y tensaron los tendones estirados de las
criaturas. Una música atonal y escalofriante llenó la estancia.
La sacerdotisa bajó los brazos. De una manga salió deslizándose un anfibastón negro.
De la otra, una de las criaturas rojas peludas, que se desplazó hasta el otro brazo y se
enredó alrededor de su muñeca.
Leia había visto algo muy parecido, enrollado como una soga alrededor del cuello de
Abbela Oldsong. Respiró hondo, utilizando la Fuerza para mantener la calma.
—Me encantaría servirte como intérprete —insistió ella—. Necesitas un intérprete
para cosas que van más allá del idioma y las palabras. Alguien que entienda el contexto.
Es obvio que vuestros gusanos no pueden…
—Silencio —ordenó él—. Confundes mis intenciones.
La sacerdotisa le echó una mirada.
El Maestro Bélico dio un paso hacia Leia.
—Mis vigilantes me han dicho que alguien intenta entrar en esta construcción. Uno
de los tuyos, un Jeedai
¿Jaina?, pensó Leia frenéticamente. ¿Jacen? ¡Marchaos de aquí, id al Halcón!
¿O era Luke?
Él le hizo un gesto a la sacerdotisa.
—Hemos visto cómo los tuyos acuden a los heridos como las moscas de la carroña,
esperando alimentar sus sueños de inmortalidad rescatándoos unos a otros. Tú tendrás el
honor de servir a los dioses sufriendo. Tus gritos atraerán al otro.
—Detente —dijo ella, dando un paso atrás, sin querer entender—. Piensa en esto. Si
me matas, ya no podré ayudarte.
Se puso entre la ventana y ella, pero todavía le quedaba una oportunidad de pasar por
encima de él. Saltar. Y utilizar la Fuerza para aterrizar suavemente. Y entonces alejarlos
de la persona que había entrado en el edificio. ¡Es una trampa, Jaina!, dijo ella gritando
hacia la Fuerza. ¡Márchate!
El Maestro Bélico se apartó de la ventana.
Un enorme objeto pardusco le golpeó. Ni los guardias ni las criaturas habían sujetado
la potente cola de Randa, que arrancó los anfibastones a los guardias y luego volvió a
zarandear al Maestro Bélico.
—¡Corra, embajadora! —rugió—. ¡Yo ya he cumplido mi deseo, después de todo!
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***
Un grito resonó en el descansillo. Jacen salió como una exhalación del compartimento.
Había dos guerreros alienígenas en el pasillo, uno fuera del despacho de donde había
procedido el grito y otro más cerca.
Jacen subió tres escalones para alcanzar al que tenía más cerca. La armadura también
se podía matar, recordó él. El punto débil se encontraba bajo los brazos.
Pero al final del brazo, un anfibastón negro se enrollaba como un gancho, y uno de
sus extremos era tan estrecho que tenía la dureza de una cuchilla.
El yuuzhan vong atacó, aprovechándose de su posición aventajada. Jacen no pudo
adivinar la estrategia del guerrero. Sólo podía fijarse en los pequeños movimientos del
hombro, en sutiles variaciones o en los pies. El primer movimiento del otro le forzó a
agacharse. Se incorporó enseguida, dando un paso junto a su enemigo con el sable láser a
la altura de los hombros. Utilizando su propio cuerpo como palanca, se lanzó a por el
punto débil de la armadura.
El guerrero esquivó y el guardia de la puerta empezó a bajar las escaleras hacia ellos.
De la bandolera que tenía en el pecho sacó tres criaturas plateadas.
Jacen apuntó hacia atrás con el mango, a la barbilla del guerrero. El yuuzhan vong
asestó con su anfibastón un golpe dirigido hacia el cuello de Jacen, que se hizo a un lado
y acabó con el primer insecto aturdidor con su hoja de color verde gélido. El guerrero
giró sobre sus talones con una sonrisa maliciosa y apuntó con el anfibastón al abdomen
de Jacen.
Jacen saltó a un lado y lanzó una patada mientras el anfibastón le pasaba rozando. El
guerrero perdió el equilibrio y cayó por encima de la barandilla.
Jacen se quedó un momento quieto, jadeante, y luego apuntó a los aturdidores, apenas
consciente de que el otro guardia se había escabullido al despacho de Leia.
El segundo bicho apuntaba a su pecho. Echó de menos la Fuerza. Dio un paso atrás y
blandió el sable láser sintiéndose medio ciego. Pero de alguna manera, conectó. El
insecto cayó al suelo.
El siguiente iba a por su cabeza. Se agachó, pero llegó un poco tarde. Sintió fuego en
el cráneo y la criatura le pasó rozando, rajándole la gorra. Alzó el sable láser para intentar
cortarlo.
Pero sin la Fuerza no era lo bastante rápido. Lo cogió por detrás.
Sin prestar atención a la herida de la cabeza, echó a correr hacia el despacho y entró
jadeando.
Su madre yacía de bruces en el suelo. Su uniforme azul del COSERE se teñía
rápidamente de sangre de las rodillas a los pies. Se alzó sobre los antebrazos, abrió los
ojos e inclinó la cabeza.
—Vete —gruñó—. ¡Márchate!
Jacen contempló horrorizado cómo tres criaturas como babosas recorrían las piernas
de su madre y limpiaban el flujo rojo visible.
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Detrás de ella, estaba el yuuzhan vong más grande que Jacen había visto nunca, y una
hembra más baja, vestida íntegramente de negro. A su lado, tres músicos cubiertos de
tatuajes, y uno de tamaño medio con el sable láser de su madre colgado del cinto.
—¡Tú! —exclamó el yuuzhan vong de tamaño medio—. ¡El cobarde! Pensé que te
habías quedado en Bburru.
Jacen se quedó boquiabierto. ¿Cómo podían saber los yuuzhan vong que los duros le
habían detenido? CorDuro no estaba simplemente corrupto. ¡Estaba colaborando!
Con el sable láser preparado, Jacen rodeó a Leia y dijo:
—Déjala ir —un Jedi bien entrenado podría haber controlado el flujo sanguíneo de
sus extremidades, dejando pasar lo bastante como para oxigenar los nervios y los
músculos, pero no como para desangrarse. Era obvio que Leia no podía hacerlo.
Pero Jacen apenas se tenía en pie de lo mareado que estaba. La habitación empezó a
darle vueltas.
—Sigues siendo un cobarde —dijo el Maestro Bélico regocijándose—. Te quedas ahí
mirando en lugar de intentar reducimos. Quédate mirando, pues. Mira bien.
El Maestro Bélico hizo un gesto a la yuuzhan vong de menor estatura y túnica negra y
dijo algo que Jacen no pudo entender. Ella arqueó las cejas. Se quitó algo rojo que tenía
enrollado en la muñeca y se lo dio al Maestro Bélico.
Él lo cogió con dos garras.
—Embajadora Organa Solo, estire la espalda y recobre la compostura. Enfréntese
valientemente a su destino e inspire a este joven cobarde.
La yuuzhan vong de la túnica negra estiró los brazos. Los músicos reanudaron su fea
melodía rítmica.
La habitación giraba cada vez más rápido. Manténte firme Jacen, escuchó.
No podía luchar con esa oscuridad. No sin la luz de la Fuerza. ¡Y sin duda tenía que
combatir aquellas tinieblas!
Jacen buscó en su interior y en su exterior la energía devastadora y abrumadora que
era demasiado grande para poder entenderla, demasiado poderosa para usarla sin cambiar
para siempre. Recuperó el equilibrio alrededor de la reluciente hoja de su sable láser… y
atacó.
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CAPÍTULO 27
Mara regresó corriendo por el embarcadero del astillero de Puerto Duggan. Wuht se
había comprometido a reunir a las FDD, pero algo había salido terriblemente mal. La
agonía de Leia resonaba en la Fuerza, y Mara sentía como si le golpearan las rodillas y
las corvas con bastones gaffi.
En su plaza había un grupo de CorDuro que impedía el paso. Mara pensó utilizar la
pistola, pero sacó el sable láser y se dio golpecitos con él contra la muñeca derecha. Con
un leve movimiento de la mano, lo tendría empuñado.
—Disculpadme —dijo, abriéndose paso por el grupo de guardias.
—Oye, oye —dijo el que estaba más cerca, un humano bizco—. Este embarcadero
está cerrado. Está fuera de los límites.
—Mi nave está allí —dijo ella—. Y me tengo que marchar —esta vez, acompañó las
palabras insinuando una orden subliminal—. Déjame pasar.
—Todas las naves de este embarcadero han sido requisadas por las Defensas de Duro
—dijo un duro dando un paso adelante—. Lo siento. Vas a tener que buscarte otro
transporte.
—Sois vosotros los que vais a tener que encontrar otra nave —dijo ella aburrida—.
No tenéis ni idea de cómo abrir la mía, ¿a que no?
—Oh —dijo el duro—, ¿la de la plaza 16-F? Acabamos de ver un caza Ala-X
saliendo de su nave.
—Así es —dijo Mara—. El cierre de la escotilla es bastante peculiar, y tengo razones
para ello. Si voy a reclamar estatus diplomático, quizá queráis ver mis credenciales —era
una maniobra vieja, y realmente no esperó que funcionara.
El duro le tendió una mano nudosa.
—Las tengo a bordo —dijo Mara—. Venid conmigo.
Él la acompañó hasta su plaza. Por desgracia, se llevó a sus colegas. Mara frunció el
ceño. No tenía tiempo para una despedida agradable.
Tocó rápidamente en orden las esquinas del cierre y apretó el pulgar en el centro, pero
eso no servía para nada. Luke había instalado un segundo mecanismo de bloqueo bajo la
chapa, inaccesible para todo el que no fuera Jedi. Ella elevó el interruptor oculto y la
escotilla se abrió.
Una voz tras ella dijo:
—Y ahora, no te muevas.
Sin sorprenderse en absoluto, Mara giró hacia la izquierda. En un único movimiento,
dobló las rodillas ligeramente y se llevó el sable láser a la mano. Lo encendió en un abrir
y cerrar de ojos.
—No me hagas…
Un duro uniformado estaba justo detrás del humano más cercano, apuntándola con
una pistola láser. La pierna izquierda de Mara se tensó y desequilibró al humano de una
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patada. Su hoja azul la siguió cuando el duro disparó. Mara rechazó el proyectil, saltó
hacia atrás para entrar en el Sombra y cerró la escotilla.
Desde fuera llegaban ruidos metálicos. Ella se desplomó en su asiento, se puso el
cinturón y solicitó liberar amarras.
No se lo concedieron, claro.
—Si es lo que queréis —murmuró ella. Encendió los retropropulsores y el
transmisor—. Autoridades portuarias —dijo—, aquí el Sombra de Jade en la plaza 16-F.
Si no quieren que me lleve la plaza conmigo, suelten amarras.
Alguien balbuceó algo. Para entonces, las luces de los motores ya se habían puesto
verdes. Dejó una mano sobre la palanca de freno y apretó el acelerador una y dos veces, a
modo de advertencia.
Entonces soltó el freno y salió rugiendo del hangar, arrastrando los cables y buena
parte del durocemento. Algo metálico chocó contra su casco, y ella se estremeció al oír
los ruidos y los crujidos. Sus sensores externos confirmaron bloqueos electromagnéticos
en los tres cables que llevaba colgando. No podía hacer nada por solucionarlo.
A su lado, un Ala-X cruzó el espacio como un dardo reluciente.
—Anakin —exclamó—. Voy a reunirme contigo. Tengo escombros colgando del
lado de babor.
—Ya lo veo —dijo la voz de su sobrino—. Activa los escudos, que voy a…
—Ya tengo los escudos activados —maniobró para alejarse de Bburru, hacia el
espacio exterior—. Al mínimo. Como le hagas un rasguño a mi nave, serás pienso de
bantha.
Un rayo láser pasó junto a su lado de babor. Miró los escáneres mientras Anakin
volaba justo por debajo del Sombra.
—Buen intento —dijo—, pero ahí sigue.
Con ese escombro colgando no podía luchar contra los coralitas ni coger velocidad
luz.
Entonces oyó otra voz de bienvenida, y percibió otra potente presencia en la Fuerza.
—Mantén la ruta, Mara. Yo te lo quito.
Ella apretó las manos sobre el mando y el acelerador. Desde atrás pudo ver un
destello que pasó tan cerca que el escudo de radiación del casco se oscureció
momentáneamente. Otro caza XJ apareció tras la explosión de energía, con los alerones-s
en modo combate.
—Ya era hora de que aparecieras, Skywalker —murmuró—. Gracias.
***
Jacen profundizó aún más en la Fuerza, entregándose por completo. Aunque el edificio
parecía girar y saltar, sus sentidos fluyeron con una sensación alegre y reverencial de
agradecimiento y bienvenida. Sí, era insignificante. La gente insignificante tenía que
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
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Kathy Tyers
***
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
Tsavong Lah se puso en pie como pudo y se desplomó de lado. Además de las escamas
aplastadas del costado, el pie izquierdo no soportaba su peso.
Se puso de rodillas.
Tres guerreros, que hacían guardia en la puerta de la construcción, corrieron a
socorrerlo. Dos desviaron la mirada, por miedo a contemplar su humillación. El tercero
miró a la ventana, apretando los labios.
—¿Ha sido atacado, Maestro Bélico? Nosotros le vengaremos. Tome mi vida como
ofrenda, no lo dude ni por un momento.
Tsavong Lah asintió para aceptar la oferta, que era del todo lógica, y estiró el bastón
señalando al guerrero, que se arrodilló, inclinando la cabeza. Tsavong le asestó un golpe
en el que depositó toda su rabia.
El cuerpo del subordinado cayó sin vida.
—Disfruta de la gloria, guerrero —Tsavong se limpió las babas de los labios cortados
e indicó a los otros dos que retiraran el cadáver y lo llevaran al pozo en llamas.
Otros cuatro guerreros llegaron corriendo. Un dolor profundo y terrible ascendió
desde su pie izquierdo cuando le ayudaron a incorporarse.
—Traed a Tu-Scart y Sgauru —ordenó— y destruid esta cosa construida —y
dirigiéndose a otro, dijo—: Desviad el pozo. Inundad los túneles.
Nom Anor se apresuró a reunirse con él.
—No escaparán —le garantizó al Maestro Bélico.
Tsavong Lah miró al Ejecutor, que había huido mientras el resto luchaba.
—Espero que Yun-Harla esté hoy contigo —le dijo entre dientes apretados—. Tú…
—Me vi obligado a retirarme —interrumpió Nom Anor antes de que Tsavong Lah
pudiera acusarlo de cobardía—. Los vigilantes me indicaron otra presencia Jedi
acercándose.
Dos enormes figuras se aproximaron a rastras por la avenida, guiadas por pastores
con grandes anfibastones, y Tsavong apartó a Nom Anor de un empujón. La serpiente
Tu-Scart se enroscó alrededor del edificio. El artrópodo Sgauru se pegó a él, se elevó y
dejó que su poderosa cabeza cayera contra la planta baja, que carecía de ventanas.
Los bloques de durocemento cayeron como brotes de pveiz. Las fauces de Sgauru se
cerraron bajo la cascada de escombros, deleitándose con una alegría delirante. Entonces
embistió de nuevo.
***
Han se desplomó en el asiento del capitán del Halcón Milenario.
—Sube ya, Lingote de Oro —gritó—. ¡Vamos, vamos!
El androide entró a pasitos en la cabina.
—Pero, señor…
—Siéntate —le ordenó Han— o te sustituiré por un par de tenazas.
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Kathy Tyers
Han activó una serie de interruptores. Por una vez, el viejo trasto no se apagó con un
quejido.
—Ponte el cinturón —susurró—. Éste no va a ser uno de nuestros paseítos —¿por
qué razón había enviado a Droma a la nave de refugiados? ¡C-3PO era el peor copiloto
que podía imaginarse!
Encendió los retropropulsores. El carguero se elevó apenas unos centímetros en el
aire.
—Señor, dígame qué tengo que hacer —suplicó C-3PO.
—Encárgate del intercomunicador —Jaina había enviado las coordenadas de la salida
más cercana del túnel. En cuanto volviera a enviarles una señal, se pondrían en marcha.
***
Jacen intentó no sacudir a Leia al saltar sobre otro guerrero caído. El mundo físico le
resultaba borroso, menos real para él que su lucha invisible por salvar a su madre.
—Por aquí —Jaina llevaba el sable láser en una mano. Recorrió el último tramo de
escaleras para entrar en el almacén que contenía la entrada al túnel.
Al abrir la compuerta, percibieron un fuerte olor a agua estancada. Jacen se volvió y
dejó que la primera cascada le pasara de largo, y luego comenzó a andar por ella. La
cabeza de Leia le golpeaba el hombro. Le pareció increíblemente ligera.
El agua eliminaba toda posibilidad de coagulación. Ya no podía preocuparse por
salvarle las piernas. Sólo la vida. Con la Fuerza fluyendo todavía en su interior, detuvo el
flujo sanguíneo de sus arterias principales. La criatura asfixiante, el sirviente
inconsciente, se aferraba con fuerza y evitaba que la sangre fluyera al exterior.
Avanzó trabajosamente por la corriente. Al menos la inundación los empujaría a ellos
y su olor corriente abajo, por lo que los yuuzhan vong no podrían enviar criaturas de
seguimiento tras ellos.
Ante él, el sable láser de Jaina emitía un resplandor suave y violeta.
***
Jaina echó un vistazo al mapa del datapad. Allí donde el túnel se juntaba con las viejas
minas el mapa mostraba un gran agujero de drenaje, un tubo vertical. Estaban yendo
hacia él con la corriente. Si no se anclaban a algo, acabarían cayendo por el agujero.
—Voy a adelantarme —le dijo a Jacen—. Vigila tú por mí.
Entonces apagó el sable láser, se lo puso en el cinto y se sumergió en el agua fría y
maloliente. Le tiraba del visor y tenía un sabor asqueroso. Dio brazadas largas, apenas
rozando las paredes por las que pasaba. Utilizó la Fuerza y sintió el tirón mortal de las
aguas un poco más adelante.
Se giró y echó los pies hacia delante. Luego los movió hacia abajo y se fue
arrastrando de lado, saliendo de la corriente más fuerte. Cada paso le llevaba un poco más
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
hacia la izquierda. No podía ver nada, pero había aprendido a manejarse a ciegas. Su
sentido de la Fuerza le decía cuándo se acercaba a una pared.
Dio un último salto con fuerza y salió un poco del agua. Luchó por hallar un asidero
en la roca, volvió a caer al agua… y se hundió. El miedo empezó a bullir en su interior,
más frío y más letal que la corriente.
Lo apartó con esfuerzo, alzó la cabeza y tomó aire, saltando para poder salir de
nuevo.
Esta vez, consiguió agarrarse a un saliente romo. Desenfundó el sable láser y lo
encendió, y vio que había estado a dos metros de la caída mortal. Golpeó una grieta de la
pared con el mango del sable láser, lo encajó ahí como una linterna y se quitó el cinturón
que había cogido del Sombra de Jade.
***
Mara había descrito una ruta amplia con el Sombra, vigilando la llegada de más unidades
hostiles, así que fue la primera en verlas llegar.
Golpeó el transmisor.
—Aquí el Sombra de Jade a las Fuerzas de Defensa de Duro —exclamó—. Tenemos
coral en cuatro-cinco punto cero seis. ¡Cuidado, Poesía!
Un carguero-caza yuuzhan vong apareció a unos cuarenta y cinco grados sur, con la
clara intención de ir a por el crucero mon calamari. De los amplios brazos de la nave
enemiga manaban coralitas, además de otros objetos más grandes, que podían ser tanto
naves de ataque como otras criaturas… pero eso ya no importaba.
Mara volvió hacia Bburru, buscando en su monitor táctico los Ala-X de Luke y
Anakin. De Bburru y de las otras ciudades alrededor del anillo deshabitado de Duro
salían Ala-E y Daga-D. Esta vez, los escudos se activaron en todas las ciudades orbitales,
excepto en Orr-Om. Mientras Mara patrullaba, varias explosiones se habían sucedido en
su superficie. Las luces se habían apagado.
Se había quedado casi completamente azul. O marrón, para ser más precisos, en el
caso de Duro.
No podía percibir a Leia en absoluto.
Otro grupo de combate yuuzhan vong salió del hiperespacio cerca del polo norte de
Duro. El grupo se dividió en cuatro escuadrones. Los sensores de Mara mostraron que
cada uno estaba compuesto por unos veinte coralitas seguidos de… algo más grande, no
identificable… y más coralitas.
—Atención —la voz alienígena que ya empezaba a ser conocida resonó en la unidad
de comunicación—. Fuerzas defensivas, depongan su actitud. Aterricen en alguno de los
asentamientos del planeta y se les perdonará la vida. Opongan resistencia y serán
destruidos. Habitantes de los asentamientos, permanezcan en sus posiciones. Escojan la
paz, no la destrucción.
Una segunda voz, de Duro, tomó la palabra.
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***
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
Jacen escuchó la llamada de Jaina mientras intentaba resistirse a la corriente para que no
le arrastrara al atronador agujero de drenaje. La presencia de su hermana le llevaba a la
derecha. Entonces vio la luz morada de su sable láser, y a ella agazapada entre una pila de
piedras, con un cable de su cinturón de utilidades en las manos. Se lo lanzó y él lo atrapó,
se lo enganchó a la cintura y luchó contra la corriente, ayudándola a tirar de él.
Por fin, consiguió desplomarse en las piedras, helado y exhausto, recuperando las
fuerzas.
Jaina se inclinó sobre Leia y le tocó la cara.
—Sobrevive —murmuró— a duras penas. ¿Puedes continuar? Jacen sintió un dolor
en las piernas al levantarse.
—Vamos —respondió—. Estaré justo detrás de ti.
Ella se detuvo para coger su sable láser de la pared y encendió el intercomunicador.
—¿Papá, me recibes? —no hubo respuesta—. Por aquí, Jacen. Tengo que salir para
poder llamar.
***
Han se mantuvo en posición, esperando. No podía entrar en órbita hasta que supiera algo
de…
—¡Papá! —exclamó la voz de Jaina en la consola—. Estoy fuera, y Jacen viene con
mamá.
Han encendió los motores principales. El carguero salió de su escondrijo y se alejó de
la cúpula de Pórtico. Miró hacia abajo y contó unas nueve naves de aterrizaje, una plaga
de conchas gigantescas cerca de la cara norte de la cúpula.
—¡Vete, Droma! —dijo por el intercomunicador—. A todos los trasbordadores,
trayectoria sur. Iremos detrás de vosotros.
Segundos después, la nave sobrecargada salió de su escondite bajo el heno. Más allá
de la cúpula, un enorme remolcador y un par de YT-1300 remontaron el vuelo.
—¡Allí, capitán Solo! —C-3PO señaló a los sensores. En tierra, una figura solitaria
agitaba algo parecido a una vela violeta.
—Ya la veo —controló los motores principales y planeó hacia allá.
—Oh, no —dijo C-3PO en tono quejumbroso—. Eso son coralitas, acercándose por
cuatro…
—Ya los he visto, ya los he visto.
Han hizo flotar al Halcón y soltó la rampa de aterrizaje. Para su satisfacción, una
segunda figura, que salía a trompicones de la entrada del túnel en la colina, siguió a Jaina.
Entonces vio a Leia en los brazos de Jacen, y sus piernas cubiertas de sangre.
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CAPÍTULO 28
El planeta estaba perdido. En la superficie, las sucias nubes parduscas se tragaron Orr-
Om. Un pedazo de coral multicolor del tamaño de un crucero se acercaba rápidamente a
una de las ciudades sin escudos. Por extraño que pudiera parecer, la ciudad no lanzó sus
cazas.
Mara se dio cuenta de lo que pasaba al tiempo que Luke lo decía por la unidad de
comunicación.
—¡Va a colisionar!
Mara se hizo a un lado sin quitar ojo de los sensores. La gigantesca nave alienígena
chocó contra la parte superior de la indefensa ciudad, que ya era presa del tirón del dovin
basal que habían lanzado a su núcleo.
La nave de coral rebotó. Su superficie inferior pulida no mostró señal alguna de
impacto, pero la ciudad la iluminó con una impresionante demostración de chispas y
gases. Los sensores de Mara también mostraron un escalofriante giro en la trayectoria
descendente.
Urrdorf se estaba alejando, pero no lo bastante rápido. Otro escuadrón de coralitas
entró en la zona. Parecía haber miles.
Luke se apartó y ella le siguió. Entonces, del hiperespacio surgió otro grupo de
combate, pero esta vez desde el sur, como parte de la trampa que había puesto la primera
oleada de coralitas a las naves de refugiados. Tres naves tamaño crucero, con brazos
enormes de color rojo y verde que lanzaban infinidad de coralitas, eran escoltadas por
una docena o más de naves de tamaño medio que parecían artilleros.
Luke pilotó su Ala-X hacia el pequeño enjambre que era lo que quedaba de las
defensas de Urrdorf. Mara no pudo evitar quedarse atrás. Urrdorf seguía teniendo
escudos. Los coralitas no dejaban de llegar, rociándola de plasma.
Un escuadrón yuuzhan vong rodeaba Bburru. La ciudad todavía no había recibido
dovin basal de impacto, gracias a las defensas del almirante Wuht. La experiencia de
Mara le permitió vislumbrar otro Ala-X entre ellas.
Un objeto del tamaño de una fragata se separó del frente yuuzhan vong y descendió
sobre la ciudad para rociarla de plasma reluciente.
—A babor —exclamó ella—. Mis sensores muestran el lanzamiento de un
trasbordador civil desde Bburru. Yo lo escoltaré.
Luke se dirigió hacia Anakin. Mara planeó sobre la superficie de la ciudad, de vuelta
al hangar del que se había largado sin despedirse. Alguien estaba mostrando mucho valor
para iniciar un lanzamiento a esas alturas de la película.
Tres pequeñas naves despegaron simultáneamente, y mantuvieron una formación
cerrada.
—Naves —transmitió Mara—. Aquí el Sombra de Jade. Les escoltaré en el salto.
—Salto negativo —resonó una voz en su consola—. Vamos al planeta.
LSW 244
Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
***
Jacen se inclinó sobre el baúl de primeros auxilios del Halcón. A pesar de las sacudidas
del puente, Jaina aplicó un par de vendas de presión sluissi a las piernas de Leia, justo por
encima de las rodillas, y las conectó con el banco de datos clínicos del Halcón.
—Esto la mantendrá hasta que podamos encontrar un tanque de bacta. Pero no sé qué
será de sus piernas…
Leia abrió los ojos.
—Jaina —murmuró ella—. He oído tu voz. Gracias.
Jaina echó una manta termal por los hombros a Leia, que estaba temblando,
desenrolló un goteo y se lo puso en el brazo desnudo.
—Jacen hizo el trabajo duro —dijo ella bruscamente.
Jacen colocó las bandas. Unos campos microrrepulsores ajustados comprimieron las
arterias dañadas, al tiempo que sanaban la circulación periférica de las piernas de su
madre. Algo tan invisible como esos campos, pero más cálido, fluía entre su hermana y
su madre. Una comprensión profunda, una conexión viva.
—No. Lo que has hecho —consiguió decir Leia—. Más difícil. Enfadada conmigo…
pero, volviste.
Jaina puso una mueca, y se agachó para darle un beso a su madre.
—Quédate quieta. Nosotros te sacaremos de aquí.
—Pero… Duro… Basbakhan…
—Estamos evacuando —dijo Jacen. ¿Qué había pasado con el otro noghri?—. ¿Y
Basbakhan? —preguntó.
Leia cerró los ojos. Jacen alzó la vista y miró a Jaina preocupado.
—Hay un sedante en el goteo —explicó Jaina—. Si no se lo damos, bajará a los
cañones cuádruples a seguir combatiendo y se desangrará.
Jacen pudo percibir en su voz un respeto sincero.
—Vale —dijo. Si Basbakhan seguía vivo en Duro, se compadeció de los yuuzhan
vong—. Entonces nos toca a nosotros ir a los cañones.
—Coge uno cuádruple —exclamó Jaina, alejándose del baúl—. Yo voy con papá.
¡Será un derby de coralitas a tres bandas!
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Kathy Tyers
***
—¿Mara? ¿Luke? ¿Fuerzas de Defensa de Duro? Aquí el Halcón Milenario, escoltando a
un gran carguero. Es la última nave de Pórtico, y va hacia vosotros.
Mara observó los sensores. Un gigantesco remolcador, un carguero más pequeño y
tres YT-1300 viajaban rumbo sur, acelerando cada vez más. El carguero que guiaba la
expedición, el que no reflejaba la luz, se mecía de adelante hacia atrás de una forma muy
poco propia.
—¿Han, cómo está ella? —dijo la voz de Luke.
Han sonó tenso.
—Muy malherida.
Lo que tampoco era sorprendente. Si Mara lo había sentido con la Fuerza, Luke tenía
que haberlo sentido también.
—Los chicos se están ocupando de ella pero… ¿qué? —la voz de Han desapareció un
momento y luego regresó—. No puedo hablar. De todas formas, a estos cargueros no les
vendría mal un poco más de escolta.
—Vamos para allá —Mara apagó el intercomunicador y contempló los sensores. Ya
fuera por su inteligencia o por la suerte de los Solo, Han había guiado la caravana justo a
la zona que mostraba menos actividad.
Pero delante de ellos surgió una fragata enemiga. La esperada anomalía dovin basal
apareció en los sensores de Mara casi al momento. Le disparó una ráfaga de proyectiles
cortos, sobrecargándolo lo más posible. No muy lejos, a estribor, el Ala-X de Luke fue a
por el artillero, con los cañones bloqueados en modo dual, dos desde arriba, dos desde
abajo, y una sólida ráfaga cuádruple.
La fragata no pudo mantener la ruta e ignoró la gran nave para pasar a enfrentarse a
sus atacantes. Mara esquivó la anomalía, sin bajar la intensidad de los escudos, y deceleró
para que no la arrastraran.
Cuando Luke se lanzó a una segunda incursión, Mara pudo ver a otro Ala-X
acercándose desde atrás… además de un escuadrón tetraédrico de coralitas. Las estrellas
giraron cuando Mara describió un brusco viraje para esquivar chorros de plasma, sin
dejar de disparar contra la fragata. Los sensores mostraron otra anomalía acercándose a
ella, proyectada por los coralitas para devorar sus escudos.
—¿Luke? —dijo en voz baja—. Anakin, esto podría ser peligroso.
—Yo tengo a los coralitas, tío Luke —oyó ella.
Un Ala-X alteró su curso, y ella percibió, pese a la distancia, algo que fluía con
potencia en la Fuerza, cuando Anakin acudió a ella sin dudarlo, con la calma de un
guerrero que le doblara la edad. Su Ala-X no dejó de girar y de avanzar, disparando
constantemente. El chico derribó dos coralitas antes de que otros dos tuvieran tiempo de
realinear sus cañones de proyectiles derretidos.
El Ala-X de Luke se precipitó contra la fragata desde otro lado. Mara vio la llama de
un torpedo dual. En cuanto se dio cuenta de que la fragata no podría reorientar a tiempo
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
su tragaenergías, se alejó del ataque, subió y dirigió toda su potencia de fuego contra los
escudos de popa.
—Lo tengo —exclamó Luke. Entonces, más sereno, dijo—: Carguero, ¿es ésa su
máxima aceleración?
Ella no reconoció la voz que respondió, pero lo que sí percibió fue el tono de
admiración.
—¿Skywalker? ¿Eres tú el del Ala-X?
—Te sigo. Dale a fondo, carguero.
—Sí, señor.
Los sensores de Mara mostraron una aceleración mínima, que probablemente era todo
lo que el carguero podía dar de sí.
No muy lejos de aquella trayectoria, un carguero parecido regresaba hacia la
cobertura nubosa de Duro, trastabillando lentamente. Bburru también estaba apresado por
seis puntos por objetos que podrían ser naves vivientes, y el embarcadero del astillero ya
era un amasijo de metal destruido.
Otra ciudad, la que había sido aplastada, caía hacia una órbita inferior. Ya no
quedaban naves en sus hangares. Un escuadrón de yuuzhan vong la escoltaba, y los
sensores de Mara le indicaron que tiraban de ella con los dovin basal. Todas las ciudades
de Duro, a excepción de Urrdorf, estaban en ruinas.
Mara apretó un puño. Aquello era un juego para ellos. Una demostración. No sólo
estaban abrumando a sus víctimas, sino que jugaban con ellas.
Se mordió el labio, con ganas de dar un puñetazo en el panel de control.
Abrió la mano no sin esfuerzo y rechazó su ira. La ira era venenosa. Y ya tenía
bastante veneno en el sistema gracias a Nom Anor… y aún tenía que salvar una pequeña
vida. Teniendo eso en cuenta, su propia vida contaba más de lo que nunca habría creído
posible. Aguanta, le dijo en silencio. Has escogido un momento agitado para venir a la
galaxia.
Siguió el rumbo de Luke, zigzagueando para no ser un objetivo fácil. Ahora entendía
por qué las mujeres morían a gusto por sus hijos. Una persona totalmente indefensa
dependía de ella para obtener sustento y seguridad. En silencio, le prometió al pequeño
ser la mejor defensora que jamás pudiera tener.
—Pequeña —le dijo una voz suave al oído.
Sorprendida, Mara tocó el casco. Nadie respondió, ni le pidió a Luke que aclarara
aquello, por que estaba usando un canal privado. Tocó un botón y respondió:
—Sal de mi cerebro, Skywalker —pero en el lugar que tenía reservado su marido en
el fondo de su mente le dejó sentir lo contenta que estaba de saber que él también había
sobrevivido a la catástrofe.
Entonces, sorprendida, tuvo un nuevo presentimiento… y lo supo.
—No —exclamó—. Es un pequeño.
El enorme carguero desapareció en el hiperespacio con un parpadeo.
LSW 247
Kathy Tyers
***
Jacen volvió a apretar los mandos de disparo del cañón cuádruple y otro coralita saltó en
mil pedazos multicolores. El Halcón Milenario se meció de atrás adelante,
proporcionándole una visión clara de otra ducha de coral, obra de Jaina, desde la cabina.
Podía oír las voces de su padre y de su hermana, piloto y copiloto. El Halcón Milenario
jamás había volado tan bien.
Urrdorf no podía saltar al hiperespacio como había hecho el carguero de Droma, pero
aceleraba a un ritmo creciente para alejarse de la órbita de Duro, y los yuuzhan vong no
lo persiguieron. Quizá podría perderse en la oscuridad entre los sistemas.
—Eso es —dijo Han—. Nos vamos. Buena suerte, Urrdorf.
—Gracias, Halcón —dijo una voz distante en los cascos de Jacen.
—Jacen, Jaina, asegurad los cañones —dijo entonces Han—. Preparaos para el salto.
Nos la llevamos a casa.
Jacen cumplió las órdenes, y se colocó en la sección de mandos junto a C-3PO. Desde
la cabina, oyó a Jaina anunciar:
—Anakin se acaba de cargar a otro.
—¿Cuántos lleva? ¿Once, doce? —gritó Han.
—No sé —dijo Jaina—. Creo que tendré que hablar con el coronel Darklighter sobre
este chico.
—Hey —Han levantó la voz—. Luke, Mara, Anakin. Sois la última fuerza que queda
en el sistema. Marchaos de aquí mientras podáis.
—De acuerdo —dijo el tío Luke—. Vámonos, Anakin. Buen trabajo.
Es obvio que Anakin será el último humano en salir vivo del espacio de Duro, pensó
Jacen, sin rencor ninguno. Había encontrado el equilibrio entre el poder interior de la
Fuerza y el potencial exterior. Al entregarse, obediente y sin reservas, se había convertido
en un sacrificio ambulante.
Quizá al final si que cogí el sable láser, tío Luke.
Percibió a Jaina, sentada junto al resplandor familiar que siempre emitía su padre.
Buscó más allá y acarició el resplandor incandescente de su hermano. Luego al tío Luke
en su Ala-X, junto a la tía Mara en el Sombra de Jade.
Y se detuvo ahí. Había algo raro… diferente… en la tía Mara. No algo malo o
corrupto, como había estado cuando su enfermedad parecía terminal. Lo que emitía ahora
era algo parecido al resplandor de una estrella binaria.
Entonces el Halcón entró en el hiperespacio, y dejó de percibir todas esas presencias.
Jacen se quitó el cinturón y fue corriendo a ver qué tal estaba su madre.
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Star Wars: La nueva Orden Jedi 6: Punto de equilibrio
EPÍLOGO
El tobillo izquierdo de Tsavong Lah latía insistentemente, pero él no quiso mitigar el
dolor, y prefirió mutilarse el pie con los rituales apropiados. Ya había sacrificado antes
otras partes de su cuerpo, imitando la obra de los dioses cuando crearon el universo.
Hasta que llegaran los altos sacerdotes, utilizaría un sencillo pie artificial.
Pero solicitaría al sacerdote una prótesis mejorada. Había perdido aquel pie como
resultado de un duelo de honor. No creía que los sacerdotes se negaran.
Un doloroso paso tras otro, se acercó a la delegación de duros y humanos que acababa
de aterrizar, y se había apresurado a acudir allí… a su centro administrativo temporal, a la
espera de la llegada de materiales de construcción más apropiados. Un grupo de infieles
se aproximó a él. Llevaban uniformes marrones con costuras naranjas.
A través de la realidad del dolor, les vio claramente: no sólo eran infieles, sino
traidores. No perdería el tiempo buscando entre ellos a los dignos.
En cuando la delegación estuvo lo bastante cerca, alzó una mano para indicarles que
se detuvieran.
Un duro huesudo dio un paso adelante.
—Buen señorrr —dijo—, hemos de protestar ante su amplia ofensiva. Mi nombre es
Durgard Brarun, vicedirector de…
—Quiero información —dijo Tsavong Lah.
El duro abrió sus nudosas manos y habló a toda velocidad.
—Señorrr, nosotros mantuvimos el trrrato negociado por su Brigada de la Paz. Las
Fuerzas de Defensa de Duro no opusieron resistencia. Duro no defendió los
asentamientos planetarios ni nuestros astilleros. A cambio, prrrrometieron dejar intacta
una de nuestras ciudades. Entendimos que tendrían que dar ejemplo, pero…
—Cuéntale tus penas a los dioses —Tsavong apoyó el peso en el tobillo malherido y
el pie falso y se alimentó del dolor para concentrarse—. Quiero el nombre del joven
Jeedai que se escapó de vuestra custodia.
Ese joven cobarde había demostrado al final ser digno de verdad. En una época de
portentos óptimos, tenía que ser sacrificado a Yun-Yammka.
—Deje que se lo explique —comenzó a decir el duro—. Tuvo ayuda externa…
—El nombre —Tsavong interrumpió al infiel gimoteante.
El duro volvió a abrir las manos.
—Jacen Solo, hijo de la embajadora Leia Organa Solo y…
Tsavong señaló al dovin basal que estaba enterrado allí cerca. Un reluciente campo de
contención ahogó la voz del indigno.
Entonces se dirigió a su Ejecutor, que estaba junto a él.
—Tu penitencia aquí ha terminado, Nom Anor —dijo—. ¿Están los nuevos esclavos
preparados para transmitir? ¿Está ya instalada la vitrina de villip?
Nom Anor plantó una rodilla en el suelo, intentando ocultar su satisfacción, pero le
temblaban las manos. Era obvio que esperaba un ascenso.
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Respiró hondo y pausado. Tras el castigo que había infligido a Duro, los cobardes
querrían la paz, con o sin honor.
—Entre vosotros —dijo él— hay seres que se burlan de los dioses y se convierten en
pequeñas divinidades por sí mismos, que os subordinan a los demás y os obligan a
rendiros ante ellos. Nosotros nos contentaremos con Duro, si vosotros nos ayudáis a
realizar un sacrificio final.
Se detuvo de nuevo. Les dejó temblar, preguntándose si sus vidas, sus planetas, serían
requeridos.
Entonces les hizo saber que iban a vivir. Todos menos…
—Entregadnos a los Jeedai —exigió, blandiendo la espada de luz frente a él,
apuntando con la hoja al barro—. A todos, sin excepción. Todas las especies, edades, en
cualquier fase de entrenamiento. Si no los entregáis o los ocultáis, preparaos para el
tratamiento que recibirá vuestro planeta. Pero yo recompensaré de forma especial a la
persona que me traiga al Jeedai con el que quiero hablar específicamente.
Su voz se llenó de dolor y de odio. Empuñó la espada de luz con ambas manos y la
clavó en el sucio suelo. Se hundió hasta la empuñadura.
—Traedme a Jacen Solo —rugió— vivo. Para que pueda entregárselo a los dioses.
Le hizo un gesto a Seef, que recubrió el villip. Sacó la sucia arma del barro.
La hoja todavía relucía, inmaculada. Temblando de dolor y miedo, la tiró al pozo en
llamas.
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