Que Es La Sociologia - Origenes de La Sociologia

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Curso: 3ero.

Polimodal Humanidades y Sociales Materia: Sociología


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¿Qué es la sociología?

¿Cómo surgió este mundo? ¿Por qué son nuestras condiciones de vida tan diferentes de las de
nuestros antepasados? ¿Qué direcciones tomará el cambio en el futuro? Estas cuestiones son la
preocupación primordial de la sociología; una disciplina que, por consiguiente, tiene que desempeñar un
papel fundamental en la cultura intelectual moderna.
La sociología es el estudio de la vida social humana, de los grupos y sociedades. Es una empresa
cautivadora y atrayente, al tener como objeto nuestro propio comportamiento como seres humanos. El
ámbito de la sociología es extremadamente amplio y va desde el análisis de los encuentros efímeros entre
individuos en la calle hasta la investigación de los procesos sociales globales. Un pequeño ejemplo nos
acercará a la naturaleza y objetivos de esta disciplina.

El ámbito de la sociología: un primer ejemplo

¿Ha estado enamorado alguna vez? Es prácticamente seguro que sí. La mayoría de la gente sabe
desde la adolescencia qué es estar enamorado y, para muchos de nosotros, el amor y el romance aportan
algunos de los más intensos sentimientos de nuestra vida. ¿Por qué se enamoran las personas? La
respuesta, a primera vista, parece obvia. El amor expresa una atracción física y personal que dos
individuos sienten el uno por el otro. Hoy en día, podemos ser escépticos ante la idea de que el amor “es
para siempre”, pero solemos pensar que enamorarse es una experiencia que procede de sentimientos
humanos universales. Parece del todo natural que una pareja que se enamora quiera realizarse personal y
sexualmente a través de su relación, y quizá mediante el matrimonio.
Sin embargo, esta situación que hoy nos parece evidente es, de hecho, bastante inusual.
Enamorarse no es una experiencia que tenga la mayoría de los habitantes del mundo y, si la tienen, no
suele vincularse al matrimonio. La idea del amor romántico no se extendió en Occidente hasta fecha
bastante reciente y ni siquiera ha existido en la mayoría de las otras culturas.
Sólo en los tiempos modernos se ha considerado que el amor y la sexualidad estén íntimamente
ligados. John Boswell, historiador del medioevo europeo, ha señalado hasta qué punto nuestra idea
contemporánea del amor romántico es inusual. En la Europa medieval casi nadie se casaba por amor. De
hecho, existía entonces el siguiente dicho: “Amar a la propia esposa con pasión es adulterio”. En
aquellos días y durante siglos los hombres y las mujeres se casaban principalmente para mantener la
propiedad de los bienes familiares o para criar hijos que trabajaran en sus granjas. Una vez casados,
podían llegar a ser buenos amigos, sin embargo esto ocurría después de las bodas y no antes. A veces la
gente tenía otras relaciones sexuales al margen del matrimonio pero éstas apenas inspiraban las
emociones que ahora relacionamos con el amor. El amor romántico se consideraba, en el mejor de los
casos, una debilidad y, en el peor, una especie de enfermedad.
Hoy en día nuestra actitud es casi la contraria. Con razón habla Boswell de que “prácticamente
[existe] una obsesión en la moderna cultura industrial” con el amor romántico:

“Los que están inmersos en este «mar de amor» suelen darlo por hecho [...] En muy pocas culturas
premodernas o contemporáneas no industrializadas se aceptaría esta idea –que no suscita polémica en
Occidente– de que «el objetivo de un hombre es amar a una mujer y el de una mujer amar a un hombre».
A la mayoría de las personas de todas las épocas y lugares esta valoración del ser humano les parecería
bastante pobre.” ( Boswell, 1995, p.XIX.)

Por consiguiente, el amor romántico no puede considerarse como parte intrínseca de la vida
humana sino que, en realidad, esta concepción es fruto de muy diversas influencias sociales e históricas,
que son el objeto de estudio de los sociólogos.
La mayoría de nosotros vemos el mundo según las características que tienen que ver con nuestra
propia vida. La sociología demuestra que es necesario utilizar un punto de vista más amplio para saber
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por qué somos como somos y por qué actuamos de la forma en que lo hacemos. Nos enseña que lo que
consideramos natural, inevitable, bueno o verdadero puede no serlo y que las «cosas dadas» de nuestra
vida están influidas por fuerzas históricas y sociales.
Para el enfoque sociológico es fundamental comprender de qué forma sutil, aunque compleja y
profunda, la vida individual refleja las experiencias sociales.

El desarrollo de un punto de vista sociológico

Aprender a pensar sociológicamente –en otras palabras, usar un enfoque más amplio– significa
cultivar la imaginación. Como sociólogos, tenemos que imaginar, por ejemplo, cómo experimentan el
sexo y el matrimonio aquellas personas –la mayoría de la humanidad hasta hace poco tiempo– a quienes
el amor romántico les es ajeno e incluso les parece absurdo. Estudiar sociología no puede ser un proceso
rutinario de adquisición de conocimiento. Un sociólogo es alguien capaz de liberarse de la inmediatez de
las circunstancias personales para poner las cosas en un contexto más amplio. El trabajo sociológico
depende de lo que el autor americano Wright Mills, en una célebre expresión, denominó la imaginación
sociológica:

“Cuando una sociedad se industrializa, el campesino se convierte en un trabajador, y el señor feudal es


liquidado o se convierte en un hombre de negocios. Cuando las clases suben o bajan, un hombre tiene
trabajo o no lo tiene; cuando la proporción de las inversiones aumenta o disminuye, un hombre toma
nuevos alientos o se arruina. Cuando sobrevienen guerras, un agente de seguro se convierte en un
lanzador de cohetes, un oficinista en un experto en radar, las mujeres viven solas y los niños crecen sin
padre. Ni la vida de un individuo ni la historia de una sociedad pueden entenderse sin entender ambas
cosas.

Pero los hombres, habitualmente no definen las inquietudes que sufren en relación con los cambios
históricos. [...] Por lo común, no imputan el bienestar de que gozan a los grandes vaivenes de la
sociedad en que viven. [...] No poseen la cualidad mental para percibir la interrelación del hombre y la
sociedad, de la biografía y de la historia, del yo y del mundo. [...]
Lo que necesitan, y lo que ellos sienten que necesitan es una cualidad mental que les ayude a usar la
información y a desarrollar la razón para conseguir recapitulaciones lúcidas de lo que ocurre en el
mundo y de lo que quizá esté ocurriendo dentro de ellos. [...]
La imaginación sociológica permite a su poseedor comprender el escenario histórico más amplio en
cuanto a su significado para la vida interior y para la trayectoria exterior de diversidad de individuos.
Ella le permite tener en cuenta cómo los individuos, en el tumulto de su experiencia cotidiana, son con
frecuencia falsamente conscientes de sus posiciones sociales. [...]
El primer fruto de esa imaginación –y la primera lección de la ciencia social que la encarna– es la idea
de que el individuo sólo puede comprender su propia existencia y evaluar su propio destino
localizándose a sí mismo en su época; de que puede conocer sus propias posibilidades en su vida si
conoce la de todos los individuos que se hallan en su circunstancia.
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La imaginación sociológica nos permite captar la historia y la biografía y la relación entre ambas dentro
de la sociedad. Ésa es su tarea y su promesa.” (C. Wright Mills, La imaginación sociológica, México,
Fondo de Cultura Económica, 1975. Fragmento).

La imaginación sociológica nos pide, sobre todo, que seamos capaces de pensar distanciándonos
de las rutinas familiares de nuestras vidas cotidianas, para poder verlas como si fueran algo nuevo .
Consideremos el simple acto de beber una taza de café. ¿Qué podríamos decir, desde un punto de vista
sociológico, de este hecho de comportamiento, que parece tener tan poco interés?: muchísimas cosas. En
primer lugar, podríamos señalar que el café no es sólo una bebida, ya que tiene un valor simbólico como
parte de unos rituales sociales cotidianos. Con frecuencia, el ritual al que va unido en beber café es
mucho más importante que el acto en sí. Dos personas que quedan para tomarse un café probablemente
tienen más interés en encontrarse y charlas que en lo que van a beber. La bebida y la comida dan lugar en
todas las sociedades a oportunidades para la interacción social y la ejecución de rituales, y éstos
constituyen un interesantísimo objeto de estudio sociológico.
En segundo lugar, el café es una droga que contiene cafeína, la cual tiene un efecto estimulante
en el cerebro. La mayoría de las personas en la cultura occidental no considera que los adictos al café
consuman droga. Como el alcohol, el café es una droga aceptada socialmente, mientras que la marihuana,
por ejemplo, no lo es. Sin embargo, hay culturas que toleran el consumo de marihuana, e incluso el de
cocaína, pero fruncen el ceño ante el café y el alcohol. A los sociólogos les interesa saber por qué existen
estos contrastes.
En tercer lugar, un individuo, al beber una taza de café, forma parte de una serie extremadamente
complicada de relaciones sociales y económicas que se extienden por todo el mundo. Los procesos de
producción, transporte y distribución de esta sustancia requieren transacciones continuadas entre personas
que se encuentran a miles de kilómetros de quien lo consume.
El estudio de estas transacciones globales constituye una tarea importante para la sociología,
puesto que muchos aspectos de nuestras vidas actuales se ven afectados por comunicaciones e influencias
sociales que tienen lugar a escala mundial.
Finalmente, el acto de beber una taza de café supone que anteriormente se ha producido un
proceso de desarrollo social y económico.
Junto con otros muchos componentes de la dieta occidental ahora habituales –como el té, los
plátanos, las patatas y el azúcar blanco– el consumo de café comenzó a extenderse a finales del siglo XIX
y, aunque se originó en Oriente Medio, la demanda masiva de este producto data del período de la
expansión colonial occidental de hace un siglo y medio. En la actualidad, casi todo el café que se bebe en
los países occidentales proviene de áreas (Sudamérica y África) que fueron colonizadas por los europeos,
así que de ninguna manera es un componente «natural» de la dieta occidental.

El estudio de la sociología

La imaginación sociológica nos permite darnos cuenta de que muchos acontecimientos que
parecen preocupar únicamente al individuo en realidad tienen que ver con asuntos más generales. El
divorcio, por ejemplo, puede resultar un proceso muy difícil para quien lo está pasando y constituirse en
lo que Mills denomina un problema personal. Sin embargo, señala este autor, también puede ser un
asunto público en una sociedad actual como la británica, donde más de un tercio de los matrimonios se
separan durante sus primeros diez años de existencia. Por poner otro ejemplo, el desempleo puede ser
una tragedia individual para alguien que es despedido y no puede encontrar otro trabajo, sin embargo el
problema rebasa el nivel de la desesperación personal cuando en una sociedad millones de personas están
en esa misma situación, y es entonces cuando se convierte en un asunto público que tiene que ver con
amplias tendencias sociales.
Intente aplicar este punto de vista a su propia vida, sin pensar únicamente en problemas. Por
ejemplo, ¿por qué está pasando las páginas de este libro?, ¿por qué ha decidido estudiar sociología?
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Puede que estudie esta materia a regañadientes, porque la necesita para completar un curso, o
puede que esté deseando saber más de ella. Cualesquiera que sean sus motivaciones, es muy posible que
tenga mucho en común, sin siquiera saberlo, con otros estudiantes de sociología. Su decisión personal
refleja su posición en el contexto social.
¿Tiene usted las siguientes características?: ¿es joven, blanco, procede de una familia de
profesionales liberales o de trabajadores no manuales? ¿Ha trabajado a tiempo parcial, o aún lo hace,
para mejorar sus ingresos? ¿Quiere encontrar un buen empleo cuando termine sus estudios pero no está
completamente dedicado a ellos? ¿No sabe realmente lo que es la sociología pero cree que tiene algo que
ver con el comportamiento de las personas en grupo? De entre ustedes, más del 75%, contestarían que sí
a estas preguntas. Los estudiantes universitarios no son representativos del conjunto de la población sino
que suelen proceder de los estratos sociales más privilegiados y, en general, sus actitudes reflejan las de
sus amigos y conocidos. El ambiente social del que procedemos tiene mucho que ver con el tipo de
decisiones que creemos apropiadas.
Sin embargo, suponga que responde «no» a una o más de las preguntas anteriores, entonces puede
que usted proceda de un grupo minoritario o de un sector desfavorecido, o puede que sea de mediana
edad o anciano. En cualquier caso, podrían sacarse las siguientes conclusiones: es probable que haya
tenido que luchar para llegar donde ha llegado y superar las reacciones hostiles de sus amigos y de otras
personas cuando les dijo que tenía intención de ir a la universidad, o puede que esté compaginando la
educación superior con la dedicación total al cuidado de sus hijos.
Aunque todos estamos influidos por nuestro contexto social, nuestro comportamiento no está del
todo condicionado por ellos. Tenemos nuestra propia individualidad y la creamos. La labor de la
sociología es investigar la conexión que existe entre lo que la sociedad hace de nosotros y lo que
hacemos de nosotros mismos. Nuestras actividades estructuran –dan forma– al mundo social que nos
rodea y, al mismo tiempo, son estructuradas por él.
El concepto de estructura social es importante para la sociología y se refiere al hecho de que los
contextos sociales de nuestra vida no sólo se componen de una colección aleatoria de acontecimientos y
acciones, sino que, de diversas maneras, están estructurados o siguen una pauta. Nuestra forma de
comportarnos y las relaciones que mantenemos unos con otros presentan regularidades. Sin embargo, la
estructura social no tiene el carácter físico, por ejemplo, de un edificio que existe al margen de las
acciones humanas. Sus «componentes básicos» –seres humanos como usted y como yo– lo reconstruyen
a cada momento.

Consecuencias deseadas y no deseadas

Este proceso permanente de construcción y reconstrucción de la vida social se basa en los


significados que las personas atribuyen a sus acciones, pero éstas pueden tener consecuencias diferentes a
las deseadas. Los sociólogos establecen una clara diferencia entre los propósitos de nuestro
comportamiento –lo que pretendemos lograr– y las consecuencias no deseadas del mismo. Por ejemplo,
puede que unos padres quieran que sus hijos se comporten según las normas de conducta aceptadas
socialmente y que para alcanzar este objetivo se comporten con ellos de forma estricta y autoritaria. Sin
embargo, esta actitud puede tener como consecuencia no deseada que los hijos se rebelen y se aparten de
las normas de comportamiento ortodoxas.
Algunas veces, las acciones que se emprenden para lograr un objetivo determinado tienen
consecuencias que, en realidad, impiden que éste se alcance. Hace algunos años se aprobaron unas leyes
en Nueva York que obligaban a los propietarios de edificios deteriorados en áreas de renta baja a que los
reformaran para ajustarse a unas normas mínimas. La intención era que las viviendas disponibles para los
sectores más pobres de la comunidad alcanzaran unos niveles aceptables. El resultado fue que los
propietarios de edificios en mal estado los abandonaron por completo o les dieron otros usos, de manera
que se produjo una escasez aún mayor de viviendas satisfactorias.
Lo que hacemos en la vida y de qué modo nuestras acciones afectan a otros puede entenderse
como una combinación de consecuencias deseadas y no deseadas. La tarea de la sociología es estudiar el
equilibrio que hay entre la reproducción social y la transformación social. El primer concepto se refiere a
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cómo las sociedades «siguen funcionando» a lo largo del tiempo, mientras que el segundo se ocupa de los
cambios que sufren. La reproducción social tiene lugar porque existe una continuidad entre lo que las
personas hacen día tras día y año tras año, así como en las prácticas sociales que siguen. Los cambios se
producen, en parte, porque las personas así lo quieren y, en parte, por las consecuencias que nadie prevé o
desea.

Los comienzos

Los seres humanos siempre hemos sentido curiosidad por las fuentes de nuestro propio
comportamiento, pero durante miles de años los intentos por comprendernos a nosotros mismos se
apoyaron en formas de pensar transmitidas de generación en generación que, con frecuencia, se
expresaban en términos religiosos (por ejemplo, antes de la aparición de la ciencia moderna, muchos
creían que fenómenos de la naturaleza como los terremotos eran ocasionados por dioses o espíritus). El
estudio objetivo y sistemático del comportamiento humano y de la sociedad es un hecho relativamente
reciente, cuyos orígenes se remontan a principios del siglo XIX. El trasfondo de la primera sociología fue
el de los cambios arrolladores que trajo consigo la Revolución francesa de 1789 y la Revolución
industrial en Europa. La sacudida que sufrieron las formas de vida tradicionales con estos cambios
produjo una revisión de la forma de entender tanto el mundo social como el natural.
Una evolución clave fue la utilización de la ciencia en vez de la religión para comprender el
mundo. Las preguntas que estos pensadores del siglo XIX querían contestar –¿qué es la naturaleza
humana?, ¿por qué está estructurada la sociedad de una determinada manera?, ¿cómo y por qué cambian
las sociedades?– son las mismas que se plantean los sociólogos de hoy. El mundo contemporáneo es
completamente diferente al del pasado y la labor de la sociología es ayudarnos a comprender ese mundo y
lo que puede que nos aguarde en el futuro.

¿Es la sociología una ciencia?

Durkheim, Marx y el resto de los clásicos del pensamiento sociológico consideraban que la
sociología era una ciencia pero, en realidad, ¿podemos estudiar la vida social humana de forma científica?
Para dar respuesta a estas preguntas, debemos entender lo que significa esta palabra: ¿qué es la ciencia?
Ciencia es la utilización de métodos sistemáticos de investigación empírica, análisis de datos,
elaboración teórica y valoración lógica de argumentos para desarrollar un cuerpo de conocimiento
acerca de una determinada materia. Según esta definición, la sociología es una empresa científica que
conlleva la aplicación de métodos sistemáticos de investigación empírica, el análisis de datos y la
valoración de teorías según las pruebas existentes y con un argumento lógico.
Sin embargo, es diferente estudiar a los seres humanos que observar los fenómenos del mundo
físico y la sociología no debe considerarse exactamente como una de las ciencias naturales. A diferencia
de los objetos de la naturaleza, los humanos son seres autoconscientes que confieren sentido y finalidad a
lo que hacen.
No podemos siquiera describir la vida social con exactitud a menos que captemos primero el
significado que las personas conceden a su conducta. Por ejemplo, describir una muerte como suicidio
supone saber qué es lo que la persona en cuestión pretendía. El suicidio sólo puede producirse cuando un
individuo trata deliberadamente de autodestruirse. Si una persona se pone accidentalmente delante de un
coche y muere no puede decirse que haya cometido un suicidio.
El hecho de que no podamos estudiar a los seres humanos exactamente igual que estudiamos los
objetos de la naturaleza es, en ciertos aspectos, una ventaja para la sociología. Los sociólogos se
benefician de poder plantear preguntas directamente a aquéllos a los que estudian: otros seres humanos.
Sin embargo, esta situación crea dificultades con las que no tropiezan los científicos de la naturaleza,
porque las personas que saben que sus actividades se están estudiando muchas veces no se comportan del
mismo modo en que lo hacen normalmente. Cuando los individuos responden a cuestionarios, consciente
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o inconscientemente pueden dar una imagen de ellos mismos que difiere de sus actitudes habituales.
Pueden incluso tratar de «ayudar» al investigador, dándole las respuestas que creen adecuadas.
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SOCIOLOGÍA

Introducción

La mayoría de nosotros vemos el mundo según las características que tienen que ver con nuestra
propia vida. La sociología demuestra que es necesario utilizar un punto de vista más amplio para saber
por qué somos como somos y por qué actuamos de la forma en que lo hacemos. Nos enseña que lo que
consideramos natural, inevitable, bueno o verdadero puede no serlo y que las ‘cosas dadas’ de nuestra
vida están influidas por fuerzas históricas y sociales.
El ambiente social del que procedemos tiene mucho que ver con el tipo de decisiones que
creemos apropiadas. Aunque todos estamos influidos por nuestro contexto social, nuestro
comportamiento no está del todo condicionado por ellos. Tenemos nuestra propia individualidad y la
creamos. La labor de la sociología es investigar la conexión que existe entre lo que la sociedad hace de
nosotros y lo que hacemos de nosotros mismos. Nuestras actividades estructuran –dan forma– al mundo
social que nos rodea y, al mismo tiempo, son estructuradas por él.
El concepto de estructura social es importante para la sociología y se refiere al hecho de que los
contextos sociales de nuestra vida no sólo se componen de una colección aleatoria de acontecimientos y
acciones, sino que, de diversas maneras, están estructurados o siguen una pauta. Sin embargo, la
estructura social no tiene el carácter físico, por ejemplo, de un edificio que existe al margen de las
acciones humanas. Sus componentes básicos –seres humanos como ustedes y yo– lo reconstruyen a cada
momento.

Origen de la sociología

La sociología como campo del conocimiento aparece recién en el siglo XIX. Esto no quiere
decir que antes no se analizaran los problemas sociales, lo que ocurre es que se hacía en el marco de una
filosofía social o política o a través de doctrinas jurídicas teñidas de especulaciones religiosas. Durante
mucho tiempo los intentos por comprender nuestro propio comportamiento se apoyaron en formas de
pensar transmitidas de generación en generación que, con frecuencia, se expresaban en términos
religiosos. A partir del Renacimiento empiezan progresivamente a cobrar autonomía el conjunto de las
hoy llamadas ciencias sociales. El precursor fue Nicolás Maquiavelo (1469-1527), cuya obra marca la
liberación, para la reflexión sobre la política, de sus condicionantes teológicas o filosóficas. Lo que
podríamos llamar ciencia política, esto es, teoría del gobierno y de las relaciones entre el gobierno y la
sociedad, es el primer campo secularizado del saber que habrá de irse constituyendo dentro del orden más
vasto de las ciencias sociales. Lo social y lo político, que hasta entonces aparecía como algo dado,
invariante, fijo, absolutamente regulado por un sistema organizativo que no distinguía lo público de lo
privado, comienza a ser pensado como un proceso de construcción colectiva en el que el hombre precede
a la sociedad, la crea y la organiza.
La sociología es un producto del siglo XIX y su trasfondo fue el de los cambios arrolladores
que trajo consigo la Revolución francesa de 1789 y la Revolución industrial en Europa.
La sacudida que sufrieron las formas de vida tradicionales con estos cambios produjo una
revisión de la forma de entender tanto el mundo social como el mundo natural. Una evolución clave fue
la utilización de la ciencia en vez de la religión para comprender el mundo. Puede decirse que aparece
ligada a una situación de crisis. La respuesta que propondrán desde sus fundadores en adelante a esa
crisis no es revolucionaria, sino más bien conservadora y tendiente a mejorar el funcionamiento del orden
constituido a través de algunas reformas.
El estímulo para la aparición de la sociología es la Revolución Industrial; mejor, la crisis social y
política que dicha transformación económica genera. El orden estamental del precapitalismo aseguraba
una unificación entre lo social y lo político-jurídico.
El capitalismo disolvería esta identidad entre lo público y lo privado y con ello la idea de la armonía de
un orden integrado.
La sociología arrancará de este dato para intentar reconstruir las bases del orden social perdido;
de aquella antigua armonía sumida ahora en el caos de la lucha de clases. En este sentido, nace
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íntimamente ligada con los objetivos de estabilidad social de las clases dominantes. Su función es dar
respuestas conservadoras a la crisis planteada en el siglo XIX.
Asimismo, es un testimonio de avance en la historia del saber, al sistematizar, por primera vez, la
posibilidad de constituir a la sociedad como objeto de conocimiento. La magnitud de los problemas que
plantea la sociedad como objeto de conocimiento impone un abordaje científico. Para quienes serán los
fundadores de la sociología, ha llegado la hora de indagar leyes científicas de la evolución social y de
instrumentar técnicas adecuadas para el ajuste de los conflictos que recorren Europa.

El contexto previo al surgimiento de la sociología

El pensamiento social, es decir, la reflexión sobre la sociedad, es anterior al surgimiento de la


sociología como campo de conocimiento autónomo, sistemático y científico. Por ejemplo, en la antigua
Grecia, la preocupación sobre lo social estuvo centrada en la política y se asociaba con el virtuosismo de
los ciudadanos y con su participación en la polis, que constituía el centro de las actividades políticas en
esa época.
Este pensamiento, que puede denominarse filosofía social, estaba basado fuertemente en valores,
e intentaba definir cómo debían ser las relaciones sociales y las buenas sociedades más que cómo eran
realmente y cómo funcionaban. El pensamiento social, tanto en el plano filosófico como en el teológico,
abarcó problemáticas centradas en la mejor organización social y del poder.
Durante el Renacimiento, desde una perspectiva también filosófica, se desarrolló una concepción
social utópica en la que los pensadores describieron e imaginaron cómo deberían ser las ciudades
perfectas, qué características y organización deberían tener.

El surgimiento de la modernidad y el proceso de secularización

La sociología como campo de conocimiento aparece promediando el siglo XIX, en un contexto de


profundos cambios sociales, económicos y políticos que transformaron a las sociedades occidentales
después de la Revolución Industrial y de la Revolución Francesa. Ambas revoluciones representan un
momento de la historia que señala la disolución de las sociedades tradicionales, acelerando la transición
hacia la constitución de las sociedades modernas.
Estos cambios comienzan a prepararse en Europa a partir del siglo XV, cuando una nueva forma
de organización social va surgiendo a medida que las sociedades feudales van debilitándose y se van
extinguiendo el trabajo y los vínculos serviles, que representaban una lealtad incondicional al señor
feudal, a cambio de la manutención y la protección, característicos del feudalismo. Paralelamente, el
poder de los señores feudales se debilita y le poder político disperso en diferentes feudos tiende a
concentrarse en un centro de poder, que da origen a los Estados-nación, en la primera etapa, como
monarquías absolutas; luego, en otras formas de gobierno, como los gobiernos republicanos.
Paralelamente, los descubrimientos de nuevos territorios de ultramar, como América; el
desarrollo de la teoría copernicana, que demostró el movimiento de la Tierra alrededor del Sol; las
investigaciones, los descubrimientos e inventos, como el telescopio, contribuyeron a cambiar las ideas
sobre el mundo predominantes hasta ese momento.
El surgimiento de esta nueva visión del mundo significó, por un lado, la necesidad de la
experimentación para apoyar los nuevos conocimientos y, por otro, la necesidad de contar con
instrumentos que ayudaran a observar esa realidad. La invención de la imprenta por Gutenberg a finales
del siglo XV y la consecuente difusión de libros y otros materiales impresos generaron las bases
culturales de la sociedad moderna. Esto significó la ruptura del monopolio de la información que
predominaba en la sociedad medieval, y que hasta ese momento había estado circunscripta a los
monasterios. La difusión de nuevos conocimientos dio lugar al surgimiento de la ciencia moderna. La
imprenta permitió una veloz reproducción de textos y la consiguiente difusión de ideas; en consecuencia,
se hacía difícil el control de la información por parte de un poder centralizado.
Estas invenciones, entre otras, ampliaron las fronteras del mundo conocido y sustituyeron
lentamente las creencias y los conocimientos aceptados hasta ese entonces sin cuestionamientos. La
ciencia comenzó a ser considerada como guía del progreso de la humanidad.

En este contexto de cambios sociales, políticos, tecnológicos y económicos se puso en cuestión la


representación del mundo social como una creación sobrenatural o divina y, por lo tanto, inmutable.
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Comenzó a desarrollarse una nueva concepción del ser humano y de su papel en la sociedad. Las
personas pasaron a ser consideradas protagonistas de la sociedad porque podían ejercer su capacidad para
intervenir y transformar el mundo.
La concepción científica conduce al análisis y la comprensión de los fenómenos naturales y
sociales mediante la observación, la demostración y la experimentación, en lugar de atribuirlos a causas
sobrenaturales o divinas y, por lo tanto, inmodificables por los seres humanos. Esta concepción se
encuentra asociada al proceso de secularización de las sociedades modernas. La secularización es el fin
de la fuerte influencia de la Iglesia en todos los ámbitos de la vida social de esa época y llevó a las
personas a actuar de acuerdo con una nueva centralidad de la razón. La acción humana comenzó a
orientarse conforme al conocimiento científico, que puede ser verificado, contrastado y refutado.

La transición de las sociedades tradicionales a las sociedades modernas

El proceso de modernización estuvo estrechamente relacionado con la Revolución Francesa y con


la Revolución Industrial, y se expresa en el paso de una sociedad tradicional a una moderna. Esta
transición se manifestó en todos los ámbitos de la vida social, en especial en los procesos de urbanización
e industrialización. El crecimiento de las ciudades fue el resultado de las migraciones de gran parte de la
población del campo a la ciudad. El proceso de industrialización produjo, entre otros cambios, una mayor
división social del trabajo, un gran desarrollo de la tecnología empleada en la producción y un gran
aumento del mercado, donde juegan la oferta y la demanda de bienes y servicios. También se
modificaron las instituciones, así como los valores y los símbolos que las componen.
Desde una perspectiva sociológica, las sociedades tradicionales, llamadas naturales por algunos
teóricos, son las que existían antes de la Revolución Industrial. En estas sociedades, el mundo social
conocido por los individuos coincidía con la comunidad de la cual eran miembros. Los integrantes de las
sociedades tradicionales no tenían existencia fuera de su comunidad.
En los feudos, las personas se sentían formando parte de un todo, estaban obligadas, por
sentimientos de fidelidad religiosa y personal, a realizar los trabajos de la vida cotidiana. Los feudos eran
comunidades, es decir, espacios sociales pequeños en los que las relaciones entre las personas se basaban
en los usos y las costumbres vigentes, en la tradición. Las acciones y las relaciones sociales estaban
determinadas por esa tradición; eran sociedades básicamente estáticas, en las que el cambio, cuando se
producía, era muy lento.
Tampoco existía movilidad social: las personas nacían y morían en el mismo estrato. Nacer
dentro de un estrato social era determinante en el desarrollo de su vida. Si las personas nacían libres,
morían libres; si nacían esclavas, morían esclavas. Eran sociedades estamentales, como la feudal, las
esclavistas, o la de la antigua Grecia. Las personas no se sentían individuos y su mundo social se limitaba
a su comunidad.
En estas sociedades, el nivel de desarrollo tecnológico era casi inexistente; la forma de
producción estaba basada en la energía animal o humana. La producción era artesanal o manual, y se
utilizaban procedimientos y técnicas que se transmitían de generación en generación. La economía era de
subsistencia, básicamente rural, orientada a satisfacer las necesidades concretas de los individuos de cada
comunidad. La división del trabajo se basaba, fundamentalmente, sobre la edad, el sexo y el lugar que
ocupaba la persona en la jerarquía social. Estas sociedades tradicionales poseían un bajo nivel de
diferenciación, es decir, no existían instituciones especializadas, como escuelas y hospitales. Las
diferentes funciones sociales (educación, salud, trabajo) se desempeñaban en la comunidad, que era
considerada como una unidad social.
Cuando las circunstancias históricas, sociales y económicas condujeron a la desaparición de las
sociedades tradicionales como principal unidad social, surgieron las sociedades modernas. En ellas, las
personas ya no se sintieron parte de un todo que les daba el sentido de pertenencia y de identidad.
Libradas a sus propias fuerzas y sin las fuertes tradiciones compartidas que les servían como orientación
para su vida, las personas comenzaron a sentirse individuos.
En el nacimiento de la modernidad existió algo paradójico: por un lado, las personas se
encontraron liberadas de la inmovilidad de las sociedades tradicionales; esa inmovilidad económica y
cultural que hacía que quien nacía como “siervo de la gleba” pasase toda su vida haciendo lo mismo en el
mismo lugar.
Por otro lado, como contrapartida de la liberación, las personas se encontraron viviendo en la ciudad, un
lugar mucho más grande, desconocido para los antiguos campesinos, ahora habitantes urbanos.
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La ciudad no les daba el sentido de pertenencia que tenían en el feudo con la lealtad al señor
feudal. En las sociedades modernas, el mundo social de las personas, su comunidad, no suele ser el
ámbito en el cual nacen, viven y mueren, como sucedía con la sociedad tradicional. En las ciudades, la
comunidad de pertenencia es sólo una pequeña porción del mundo social.
En el siglo XIX, el sociólogo alemán Ferdinand Tönnies (1855-1936) desarrolló los conceptos de
comunidad y sociedad. Este autor planteó que la sociedad europea evolucionó desde uniones de
comunidad hasta asociaciones de sociedad. Definió comunidad como un grupo de personas vinculadas
por estrechos lazos afectivos y de parentesco, en contraposición con el concepto de sociedad, un conjunto
de individuos entre los cuales predominan las relaciones impersonales y de competencia.
Las sociedades modernas, características del siglo XIX, son las sociedades industrializadas o
capitalistas, cuyo rasgo principal, en comparación con las sociedades tradicionales, es el cambio continuo.
Estas sociedades modernas se caracterizan por ser sociedades diferenciadas, con elevada movilidad
social, en las que existen instituciones sociales específicas, por ejemplo, las destinadas a la educación,
como las escuelas, a la atención de la salud, como los hospitales, a la seguridad, como el ejército, la
policía, etc. Aparecen, en consecuencia, nuevas profesiones y ocupaciones con alto nivel de
especialización, y así aumenta la división social del trabajo.
El proceso de modernización trajo consigo modificaciones en todos los aspectos de la vida de las
sociedades:
 Cambios económicos, como el aumento y la complejización de la actividad económica, el desarrollo
de los mercados, la diversificación de los bienes de consumo, los avances tecnológicos, el
surgimiento de trabajos especializados y la expansión del mercado laboral.
 Cambios culturales, como el debilitamiento de los lazos de parentesco y de identidad comunitaria, el
incremento y la difusión de la información y el conocimiento.
 Cambios sociodemográficos, principalmente manifestados en el proceso de urbanización, las grandes
migraciones del campo a la ciudad, la concentración de la población en las ciudades, la movilidad
social y la diversificación laboral.
 Cambios políticos, expresados, por ejemplo, en la democratización, la consolidación de los Estados-
nación, el surgimiento de gobiernos nacionales, la elección de las autoridades por votación, la
extensión de la conciencia política, el aumento de la participación ciudadana, la incorporación de
nuevos grupos sociales.
En síntesis, el proceso de modernización, industrialización y urbanización implicó el tránsito de
una sociedad tradicional a una moderna, manifestándose en profundos cambios en las dimensiones
política, económica y social, y es característico de las sociedades occidentales a partir del siglo XIX.

Sociología clásica: el positivismo

El predominio de la naturaleza social sobre la individual ha hecho posible el afán de comprender esta
naturaleza, tanto presente como pasada, desde el punto de vista de dicho predominio y, por lo tanto, ha
hecho posible la sociología misma en cuanto ciencia.
La sociología clásica obtiene del pensamiento tradicionalista una serie de proposiciones entrelazadas
acerca de la sociedad. Especialmente la concepción de ésta como un todo orgánico, superior (y exterior)
a los individuos que la componen, unificado en sus elementos por valores que le dan cohesión y
estabilidad y que proporcionan sustento a las normas que reglan la conducta de los individuos y a las
instituciones en las que esas conductas se desenvuelven. Si esos valores, esas normas y esas instituciones
se alteran, la sociedad entrará en un proceso de desgarramiento y de desintegración. El tema central es el
orden social; el cambio, la transformación sólo será un caso especial, controlado, del equilibrio, postulado
simultáneamente como punto de arranque metodológico para el estudio científico de la sociedad y como
ideal al que debe tender la humanidad.
El punto de partida metodológico de la sociología clásica será el postulado de la independencia de los
problemas sociales con respecto a los económicos. La autonomía de la sociología será finalmente
fundada por Comte (1798-1857). La fundación de la sociología por Comte no supone que no hubiera
consideraciones sociológicas en filósofos anteriores, pero representa el reconocimiento de la peculiaridad
de un objeto –la sociedad– que exige ser tratado según métodos apropiados. Comte no hace más que
resumir ideas ya circulantes en su tiempo e integrarlas a un discurso totalizador. Comte se autoproclamó
como positivista.
Es decir, para él, la ciencia social debía constituirse positivamente a imagen de las ciencias de la
naturaleza. La sociedad así será comparable al modelo del organismo. Para su estudio habrá que
Curso: 3ero. Polimodal Humanidades y Sociales Materia: Sociología
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distinguir un análisis de sus partes y otro de su funcionamiento. Este positivismo, que exigía estudiar a la
sociedad como se estudia a la naturaleza, iba a encontrar su método en el de la biología. La escuela
positiva sostenía que la realidad no debía subordinarse a ninguna Razón superior que trascendiera el
orden existente, sino, por el contrario, los hechos, la experiencia, el reconocimiento de lo dado,
predominaban sobre todo intento crítico, negador de lo real. Pero esta supeditación de la ciencia a los
hechos implicaba, simultáneamente, una tendencia a la aceptación de lo dado como natural. La sociedad
puede incluir procesos de cambio, pero ellos deben estar incluidos dentro del orden. La tarea a cumplir es
desentrañar ese orden –es decir, desentrañar las leyes que lo gobiernan–, contemplarlo y corregir las
desviaciones que se produzcan en él. Así, todo conflicto que tendiera a destruir radicalmente ese orden
debía ser prevenido y combatido, lo mismo que la enfermedad en el organismo.
Con esta carga ideológica nace la sociología clásica. En la medida en que busca incorporar a la
ciencia el estudio de los hechos sociales por vía del modelo organicista, desnuda su carácter conservador.
La vinculación del positivismo, verdadero punto de arranque de la sociedad clásica, con los
intereses políticos de quienes buscaban conservar el orden social, será todavía más clara en Herbert
Spencer (1820-1903). Su obra coincide con el esplendor victoriano, es decir, con la consolidación de su
país, Gran Bretaña, como potencia hegemónica mundial. Spencer fue mucho más positivista –en el
sentido de intentar aplicar a lo social el método científico-natural– que Comte. Para Spencer no existían
diferencias metodológicas en el estudio de la naturaleza y de la sociedad. El principio que unificaba
ambos campos era el de la evolución; las leyes de la misma, propuestas por la biología, eran
universalmente válidas. Es notorio que detrás de Spencer están las teorías de Darwin, quien publica El
origen de las especies en 1859, tres años antes de que comiencen a aparecer los copiosos tratados de
Spencer.
La teoría de Spencer no hace más que consagrar triunfalmente el predominio del capitalismo
libreempresista y la influencia imperialista británica. Ferozmente individualista, toma de Darwin el
principio de la supervivencia de los más aptos y los traslada al campo social para justificar la conquista de
un pueblo por otro. Partidario extremo del laissez faire propugna la desaparición de toda intervención
estatal. Spencer señalaba que la sociología debía demostrar que los hombres no debían intervenir sobre el
proceso natural de las sociedades. Paradojalmente, esta ciencia spenceriana, que de manera transparente
no era otra cosa que la conciencia de las clases dominantes británicas de su tiempo, influyó
considerablemente sobre élites de sociedades dependientes, como la propia argentina de fines de siglo.

¿Qué temas interesan a los sociólogos?

 La población y la salud;
 La familia y le parentesco;
 El género y la etnia;
 La cultura, la socialización y la educación;
 La conformidad, la desviación y la delincuencia;
 Los grupos sociales, las clases y las organizaciones;
 Las pautas de asentamiento (rural o urbano), la ciudad y el uso del territorio;
 El trabajo, la economía y los modos de producción, distribución y consumo;
 La estratificación y la movilidad social;
 Las revoluciones y los movimientos sociales;
 La política y el Estado;
 La guerra y el conflicto;
 La comunicación y el conocimiento, incluido el científico;
 La religión, las ideologías y las creencias.
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¿Cómo investigan los sociólogos?

El interés de los sociólogos es estudiar el mundo de lo social de un modo lógico y racional. Para
lograrlo, organizan sus investigaciones siguiendo ciertas reglas de procedimiento que tratan de garantizar
un conocimiento científicamente verdadero. Sin embargo, ‘la verdad científica’ no es la única: lo común
es que las afirmaciones científicas convivan (y choquen) con convencimientos de distinto origen, muy
difundidos entre la gente. Esto, que ocurre con todas las disciplinas científicas (ya que las personas
opinan sobre todo lo que les interesa: las enfermedades, los fenómenos climáticos, los problemas
económicos), es común en el campo social. Algunas afirmaciones que escuchamos con frecuencia: “para
acabar con el delito hay que aumentar la represión”, “los villeros viven así porque quieren”, “la gente del
interior es indolente”, “los pobres están así porque tienen muchos hijos”.
De tanto escucharlas estas afirmaciones tienen para muchísima gente el carácter de una verdad
indiscutible. La actitud sociológica ante cuestiones como estas es más prudente: consiste en evaluar
críticamente lo que vemos, leemos y oímos. Como todos los científicos, los sociólogos sustentan sus
afirmaciones en investigaciones.
Un aspecto característico de la perspectiva sociológica es distanciarnos de lo que nos resulta
familiar, no dar nada por supuesto, atrevernos a hacer preguntas. El investigador social debe partir de la
idea de que ‘las cosas no son lo que parecen’ (o lo que el común de la gente dice que son); sobre esta
base, los sociólogos tratan de examinar críticamente la realidad y ponen a prueba sus explicaciones acerca
de la misma. Estos son los propósitos de la investigación social.

Bibliografía

FALICOV E. y LIFSZYC S., Sociología, Bs. As., Aique, 2002.

PORTANTIERO J.C., La sociología clásica: Durkheim y Weber, Buenos Aires, Editores de América
Latina, 1997.

RECALDE H., Sociología, Bs. As., Ed. del Aula Taller, 2001.

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