Por Qué Latinoamérica Es Pobre

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¿Por qué Latinoamérica es pobre?

En algunos países del mundo, la pobreza afecta de manera más directa


y agresiva a la población. En Latinoamérica, los indicadores de pobreza
están por encima de otras zonas del continente o del hemisferio.

Los niveles de pobreza en Latinoamérica no son casualidad y nacen de


un conjunto de factores que no permiten que la mayoría de los países de
esta zona crezcan. Te contamos algunas de las razones:

Densidad demográfica: uno de los factores de mayor incidencia en los


niveles de pobreza es el crecimiento exponencial de la población. La
ausencia de formación y programas de planificación familiar ha causado
una superpoblación cuyo desencadenante es que existan más personas
que puestos de empleo disponibles.

La densidad poblacional se refiere al promedio de habitantes que viven


en un área determinada. Esta característica de la población puede tener
profundos impactos sociales, económicos y ambientales. En general,
elevadas densidades poblaciones pueden llevar, además de una
condición de hacinamiento (la cual deteriora la calidad de vida de los
habitantes), a una demanda mayor y localizada de insumos (por
ejemplo, alimentos, agua y productos manufacturados, entre otros) y de
servicios básicos (como agua potable, luz, alcantarillado y transporte,
entre otros), los cuales pueden ejercer fuertes presiones sobre los
recursos económicos disponibles y sobre el medio ambiente. El indicador
mide el número de personas que en promedio habitan un kilómetro
cuadrado del territorio nacional.

Dependencia de los recursos naturales: las políticas económicas de


los países de Latinoamérica han estado basadas en la explotación de
recursos naturales como el oro, la plata, la madera, el carbón y el
petróleo. Esto hace que los pueblos sean dependientes de las empresas
que extraen estos recursos y agregan poco valor a la materia prima
local.

El problema de la economía en América Latina no es que vaya mal, sino


que crece poco, casi hasta el punto del estancamiento. Y además es
muy

vulnerable a la volatilidad del mercado, señala un último reporte sobre


perspectivas económicas para la región.
En el año 2018, el Producto Interno Bruto (PIB) de América Latina creció
un 1,2%, algo menos de lo que lo hizo en 2017, cuando se situó en el
1,3%, por lo que la economía se desaceleró, aunque levemente.

se refiere a los obstáculos como la trampa de la productividad, de la


vulnerabilidad social, institucional y ambiental.

"La productividad sigue siendo baja porque está muy conectada a la


especialización productiva y al tipo de productos que Latinoamérica
hace. Cambiar esto no es algo que se pueda hacer a corto plazo".

El experto explica que América Latina ha basado su economía en la


venta de materias primas y en la extracción minera, pero estos son
sectores más susceptibles a los vaivenes del mercado, en parte por las
diferencias que pueden existir en la tasa de cambio.

"El crecimiento de la década pasada se debió en gran medida a la


demanda de materia prima no renovable que hacía China y a un
aumento de su precio, pero no era necesariamente una aumento de la
productividad o de la diversificación productiva".

Por tanto, afirma el especialista en desarrollo, si se quiere minimizar la


volatilidad del mercado y reducir la vulnerabilidad a la que quedan
expuesto los latinoamericanos, hay que apostar por un cambio de
modelo.

Afirma además que las economías basadas en recursos naturales como


son las latinoamericanas tienden a caracterizarse por la inequidad.

"La riqueza del continente proviene de las rentas asociadas con los
recursos naturales", explica. "Y en la sociedad hay una pelea sobre quién
recibe las rentas, en comparación con las sociedades donde hay que
trabajar para ganarse la vida y luego hay más igualdad"

in embargo, otros países ricos en recursos naturales como Noruega o


Australia escapan a los grandes problemas de desigualdad
latinoamericanos.

La clave aquí, señalan expertos, es contar con instituciones que


permitan manejar de forma más eficiente los ingresos para impulsar el
desarrollo.

Y esto también suele escasear en América Latina.

Insuficiente inversión privada: pese a que hay excepciones, el sector


privado tiende a temer a invertir en grandes proyectos en países de
Latinoamérica, debido a la incertidumbre sobre el retorno de la inversión
o la dificultad de garantizar suministros y logística para sus empresas.

La Unión Europea, quien además de ser el tercer socio comercial de la


región y el principal contribuyente al desarrollo y cooperación, también
es uno de los principales inversores en América Latina. Esta misma tiene
un agenda de proyectos en donde las estrategias económicas de los
países se concentran en clima y energía, y, de lo contrario, dejan por
fuera a la educación y a la inversión.

En general, de los países de Latinoamérica, solo Panamá, Chile y Haití


tienen proyectos en este sector. Los demás, como Argentina, Belice,
Bolivia, Brasil, Colombia, y Costa Rica, por ejemplo, concentran los
proyectos de ejecución en el sector de sostenibilidad y energía. La salud
es otro de los sectores que abandona Colombia mediante la agenda
global de la Unión Europea, ya que no tiene ninguno en ejecución. El
informe reitera que la cooperación internacional, como la europea,
impulsa a atraer inversiones privadas para el financiamiento del
desarrollo y la innovación.

Un informe del Consejo Empresarial de la Alianza Iberoamericana


aseguró que 20% de las empresas iberoamericanas tiene certeza sobre
el inicio de actividad en América Latina y otro 20% prevé aumentar su
presencia en la región.

“América Latina vive un momento de especial relevancia, y que Europa


cada vez la considera con mayor peso en temas como medio ambiente,
seguridad, y empresas, estas últimas, fundamentales para el
crecimiento económico”, dice Andrés Allamand, secretario general
iberoamericano.

El documento identifica la enorme importancia de los acuerdos


comerciales y de inversión, así como el interés de las empresas en
exportar, importar e invertir en ambas regiones. Además, se mencionan
obstáculos y riesgos como la falta de mano de obra cualificada, la
inseguridad, la inestabilidad jurídica y la corrupción.

Pero también se resalta la percepción positiva de todas las


oportunidades comerciales y de inversión existentes en ambas regiones,
según asegura el Consejo Empresarial.

Inestabilidad en los países: las crisis por conflictos políticos, los


golpes de estado y la corrupción suponen un gran problema de
inestabilidad en la región. Todo ello se ve incrementado por desastres
naturales y enfermedades que han causado un clima de inestabilidad en
la mayoría de los países latinoamericanos. Esto impide la consecuente
aplicación de políticas sociales y económicas a favor de erradicar la
pobreza y el hambre en la zona.

Tras haber atravesado un ciclo de crecimiento económico y estabilidad


política, América Latina lleva, desde el año 2014, envuelta en un
escenario de inestabilidad política, descenso de los índices económicos y
empeoramiento de las condiciones sociales de la población que habían
mejorado durante el ciclo virtuoso del año 2003 al 2014, traduciéndose
en la caída de numerosos Gobiernos y protestas sociales que han
convulsionado la región. En todas estas protestas se han entremezclado
varios problemas, que vienen sufriendo las sociedades latinoamericanas
desde hace tiempo, como la corrupción, la debilidad institucional, el
rechazo a los partidos tradicionales, la pobreza, la inseguridad o la
desigualdad. Este último problema —la desigualdad— viene dándose
desde hace tiempo uno de los principales ingredientes de la frustración
del ciudadano latinoamericano y va a ser el eje central.

En la región, desde 2019 o incluso antes, se ha generado un proceso de


movilizaciones de protesta que, con mayor o menor intensidad y con
mayor o menor organización, se ha extendido a varios países. Forman
parte de ese proceso, el intento de toma de las sedes de los Poderes
Ejecutivo, Legislativo y Judicial en Brasil; las protestas en Perú por la
destitución del presidente Castillo tras su intento de autogolpe; el
proyecto frustrado de reforma fiscal en Colombia; el rechazo del
programa de ajuste acordado con el Fondo Monetario Internacional (FMI)
en Ecuador; o la subida del precio del transporte en Chile.

Aunque en cada país estas movilizaciones de protesta son atribuidas a


motivos idiosincráticos, parecen tener un común denominador: el
estancamiento económico posterior al final del superciclo de los
commodities en 2013, agravado por la pandemia y el empuje
inflacionario.

Así, se ha instalado un relato sobre América Latina que sostiene que ésta
entró en una dinámica socioeconómica y política que se retroalimenta,
creando un círculo vicioso del que resulta difícil salir. A grandes rasgos la
caracterización del proceso es la siguiente:
estancamiento económico prolongado;

frustración de expectativas que provocan el descontento y el malestar


ciudadano;

desencanto con la democracia, desafección con los partidos establecidos


y con la élite política tradicional;

movilizaciones sociales de protesta

voto de castigo, fragmentación y polarización del sistema político;

frágil gobernabilidad, inestabilidad, y debilidad de los gobiernos para


encarar agendas reformistas;

baja inversión y persistencia del estancamiento económico.

Retraso en las tecnologías: Latinoamérica se encuentra con un


letargo tecnológico de, al menos, 10 años con respecto a otros países
del mundo. Esto impide que pequeñas y medianas empresas tengan
éxito en sus procesos productivos y de comercialización de productos y
servicios.

Tal como señala la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), a


pesar de que los países han aumentado la cobertura y el acceso a la
educación básica, media y técnico-profesional, no se ven resultados
positivos en términos de calidad del aprendizaje. A esas falencias y
ausencia de resultados, se suman las diferencias siderales con las
prestaciones que las escuelas brindan en el primer mundo y la
acumulación de tareas en los países periféricos, donde deben afrontar
aulas con el triple o cuádruple de alumnos y, además, atender
problemas alimentarios, sanitarios y conductas distorsionadas en
muchos sectores sociales marginados. A ello, hay que agregar que, en
general, en toda la Región son los docentes mismos quienes tienen un
tremendo retraso por no contar con las herramientas tecnológicas y por
tener condiciones laborales y económicas muy pobres.

Otro gran desafío por superar es la brecha digital. Si bien entre 2014 y
fines de 2021 prácticamente se duplicó el número de ciudadanos con
acceso a internet móvil, que pasaron de 220 a 400 millones, sigue
habiendo una amplia franja de la población que no cuenta con ningún
tipo de conexión. Hoy, un 32 % de los latinoamericanos, es decir, 244
millones de personas, no accede a servicios de internet. Y las diferencias
son abismales entre las zonas urbanas, donde la conectividad alcanza el
79 %, y las rurales, donde llega apenas al 43 %.

Poca cultura de ahorro: el latinoamericano promedio no está educado


sobre temas financieros, de ahorro o de inversión. Es por este motivo
que pocas familias suelen cuidar y multiplicar su patrimonio.

Esta realidad, unida a que cerca del 40% de los habitantes de la región
se encuentra en situación vulnerable, debería generar una gran
preocupación. Y la razón es simple: como estos ciudadanos no cuentan
con los ahorros suficientes, tienen un alto riesgo de caer en la pobreza si
enfrentan una adversidad económica, como la pérdida de trabajo, el
fallecimiento de un familiar o gastos médicos extraordinarios.

Está comprobado que un mayor acceso al sistema financiero puede


impulsar la creación de empleo, incrementar las inversiones en
educación y ofrecer herramientas para que los más pobres gestionen sus
recursos de forma más eficiente. Se calcula que si el acceso a los
servicios financieros subiera un 10%, los países podrían reducir hasta
0,6 puntos en el coeficiente de desigualdad de Gini. Paralelamente, un
aumento del 10% en el crédito privado podría reducir la pobreza hasta
un 3%.

Estas cifras evidencian que la inclusión financiera debería ser una


prioridad para las economías de América Latina y que los gobiernos
deberían promover estrategias para incluir a los segmentos de la
población que actualmente tienen menores capacidades financieras.

La importancia de tener una cuenta bancaria

De acuerdo a Global Findex 2014, sólo el 51% de la población en


América Latina tiene una cuenta bancaria. En contraste, los países de
altos ingresos de la OCDE tienen una tasa de bancarización del 94%.
Adicionalmente, mientras el 41% de los latinoamericanos ahorra, esta
proporción alcanza el 71% en los países de altos ingresos de la OCDE.

A nivel de países, en Brasil siete de cada diez personas tienen una


cuenta bancaria; seis de cada diez en Chile y Venezuela; cuatro de cada
diez en Panamá, Bolivia y Guatemala; y tres de cada diez en México.
En cuanto al acceso a los servicios financieros en la región, difieren en
función del género, el nivel educativo y la edad. Solo el 35% de las
mujeres de América Latina tiene cuenta bancaria, mientras que en el
caso de los hombres este porcentaje asciende al 44%. En contraste, a
nivel internacional el 47% de las mujeres y el 55% de los hombres tienen
cuenta en algún banco.

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