Durkheim-La División Del Trabajo Social
Durkheim-La División Del Trabajo Social
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No queremos extraer la moral de la ciencia, sino construir la ciencia de la moral, lo cual es muy
diferente. Los hechos morales constituyen fenómenos como los otros; consisten en reglas de
acción que se reconocen en ciertos caracteres distintivos; debe, pues, ser posible observarlos,
describirlos, clasificarlos y buscar las leyes que los explican.
Esta ciencia se desenvuelve en la historia y bajo el imperio de causas históricas, y que tiene
una función en nuestra vida temporal. Si es tal o cual en un momento dado, débese a que las
condiciones cambian, y, solo en ese caso. Hoy no es posible creer que la evolución moral
consista en el desenvolvimiento de una misma idea que, confusa e indecisa en el hombre
primitivo, se aclara y precisa poco a poco mediante el progreso espontáneo de las luces.
La moral se forma, se transforma y se mantiene por razones de orden experimental; solo esas
razones son las que la ciencia de la moral quiere determinar.
Se objeta que el método de observación carece de reglas para juzgar los hechos recogidos.
Pero esta regla se desprende de los hechos mismos. En primer lugar, hay un estado de salud
moral que sólo la ciencia puede determinar con competencia. Además, las condiciones de ese
estado cambian porque las sociedades se transforman. La ciencia, proporcionándonos la ley de
las variaciones por las cuales ha pasado ya, nos permite anticipar las que están en vías de
producirse y que el nuevo orden de cosas reclama. En fin, comparando el tipo normal con sí
mismo podremos encontrar que no está enteramente de acuerdo consigo propio, que
contiene contradicciones. La ciencia prevé pero no manda.
En fin, y sobre todo, todo hecho de orden vital –como son los hechos morales- no puede
generalmente durar si no sirve para algo, si no responde a alguna necesidad; mientras pues, no
se haga la prueba en contrario, tiene derecho a nuestro respeto. Ocurre, sin duda, que no es
todo lo que debe ser y que, por consiguiente hay motivo para intervenir; acabamos de
reconocerlo nosotros mismos. Pero la intervención es entonces limitada, tiene por objeto, no
el construir en todas sus piezas una moral al lado o por encima de la que reina, sino corregir
ésta o mejorarla parcialmente.
De esta manera desaparece la antítesis que con frecuencia se ha intentado establecer entre la
ciencia y la moral.
Si uno no se libra de esos juicios consagrados, es evidente que no deberá entrar en las
consideraciones que siguen: la ciencia, aquí como en todas partes, supone una entera libertad
de espíritu. Es preciso librarse de esas maneras de ver y juzgar, que un uso prolongado ha
fijado en nosotros; es preciso someterse rigurosamente a la disciplina de la duda metódica.
Esta duda no ofrece, por lo demás, peligro, pues recae, no sobre la realidad moral que no se
discute, sino sobre la explicación que proporciona una reflexión incompetente o mal
informada.
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Nos ha parecido que lo que resuelve esta aparente antinomia es una transformación de la
solidaridad social, debida al desenvolvimiento cada vez más considerable de la división del
trabajo.
INTRODUCCIÓN
El problema
Aunque la división del trabajo no sea cosa que date de ayer, solamente a finales del siglo
último es cuando las sociedades han comenzado a tener conciencia de esta ley, cuyos efectos
sentían casi sin darse cuenta.
Hoy en día se ha generalizado ese fenómeno hasta un punto tal que salta a la vista de todos.
No solamente en el interior de las fábricas se han separado y especializado las ocupaciones
hasta el infinito, sino que cada industria es ella misma una especialidad que supone otras
especialidades.
En fin, el mismo comercio se ingenia en seguir y reflejar, en todos sus matices, la diversidad
infinita de las empresas industriales, y mientras esta evolución se realiza con una
espontaneidad irreflexiva, los economistas que escrutan las causas y aprecian los resultados,
lejos de condenarlas y combatirla, proclaman su necesidad. Ven en ella la ley superior de las
sociedades humanas y la condición de progreso.
La función científica, que antes casi siempre se acumulaba con alguna otra más lucrativa, como
la del médico, la del sacerdote, la del magistrado, la del militar, se basta cada vez más a sí
misma.
La ley de la división de la división del trabajo se aplica a los organismos como a las sociedades;
se ha podido incluso decir que un organismo ocupa un lugar tanto más elevado en la escala
animal cuanto más especializadas son las funciones. La división del trabajo social ya no se
presenta sino como una forma particular de ese processus general, y las sociedades,
conformándose a esta ley, ceden a una corriente nacida bastante antes que ellas y que
conduce en el mismo sentido a todo el mundo viviente.
Una cuestión apremiante se presenta: entre esas dos direcciones, ¿cuál debemos querer?
Nuestro deber ¿es buscar y llegar a constituir un ser acabado y completo, un todo que se baste
a sí mismo, o bien, por el contrario, limitarnos a formar parte de un todo, el órgano de un
organismo? En una palabra, la división del trabajo, al mismo tiempo que es una ley de la
naturaleza, ¿es también una regla moral de la conducta humana, y , si tiene este carácter, por
qué causas y en qué medida?. No es necesario demostrar la gravedad de este problema
práctico, pues sea cual fuere el juicio que se tenga sobre la división del trabajo, todo el mundo
sabe muy bien que es y llega a ser cada vez más, una de las bases fundamentales del orden
social.
Este problema, la conciencia moral de las naciones se lo ha planteado con frecuencia, pero de
una manera confusa y sin llegar a resolver nada.
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Así; el ideal moral, de uno, de simple y de impersonal que era, se va diversificando cada vez
más. No pensamos ya que el deber exclusivo del hombre sea realizar en él las cualidades del
hombre en general; creemos que está no menos obligado a tener las de su empleo. Un hecho,
entre otros, hace sensible este estado de opinión, y es de carácter cada vez más especial que
toma la educación. En resumen, desde uno de sus aspectos, el imperativo categórico de la
conciencia moral está en vías de tomar la forma siguiente: ponte en estado de llenar útilmente
una función determinada.
Tocqueville: “A medida, dice, que el principio de la división del trabajo recibe una aplicación
más completa, el arte hace progresos, el artesano retrocede”. De una manera general, la
máxima que nos ordena especializamos hállase, por todas partes, como negada por el principio
contrario, que nos manda realizar a todos un mismo ideal y que está lejos de haber perdido
toda su autoridad.
La vida moral, como la del cuerpo y el espíritu, responde a necesidades diferentes e incluso
contradictorias; es natural, pues, que sea hecha, en parte, de elementos antagónicos que se
limitan y se ponderan mutuamente. No deja de ser menos cierto que, con un antagonismo tan
acusado, hay para turbar la conciencia moral de las naciones, ya que además es necesario que
pueda explicarse de dónde procede una contradicción semejante.
Para saber lo que objetivamente es la división del trabajo, no basta desenvolver el contenido
de la idea que nosotros nos hacemos, sino que es preciso tratarla como un hecho objetivo,
observarlo, compararlo, y veremos que el resultado de esas observaciones difiere con
frecuencia del que nos sugiere el sentido íntimo.
LIBRO PRIMERO
Preguntarse cuál es la función de la división del trabajo es, pues, buscar a qué necesidad
corresponde;
Cuando hayamos resuelto esta cuestión, podremos ver si esta necesidad es de la misma clase
que aquellas a que responden otras reglas de conducta cuyo carácter moral no se discute.
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Lo que nos importa es saber si existe y en qué consiste, no si ha sido antes presentida ni
incluso si ha sido sentida con posterioridad.
Nada parece más fácil, a primera vista, como determinar el papel de la división del trabajo.
Puesto que aumenta a la vez la fuerza productiva y la habilidad del trabajador, es la condición
necesaria para el desenvolvimiento intelectual y material de las sociedades, es la fuente de
civilización.
En efecto, los servicios que así presta son casi por completo extraños a la vida moral, o al
menos no tienen con ella más que relaciones muy indirectas y muy lejanas.
La conciencia moral de las naciones no se engaña: prefiere un poco de justicia a todos los
perfeccionamientos industriales del mundo. Sin duda que la actividad industrial no carece de
razón de ser, responde a necesidades, pero esas necesidades no son morales.
Si tantas controversias han tenido lugar sobre el carácter moral de la civilización, es que, con
gran frecuencia, los moralistas no han tenido un criterio objetivo para distinguir los hechos
morales de los hechos que no lo son. Si, pues, la división del trabajo no tuviera otra misión que
hacer la civilización posible, participaría de la misma neutralidad moral.
Por no ver generalmente otra función en la división del trabajo, es por lo que las teorías que se
han presentado son, hasta ese punto, inconsistentes. Es imposible que la división del trabajo
forme parte de una zona neutra en moral.
Si la división del trabajo no llena otra misión, no solamente no tiene carácter moral, sino que
además, no se percibe cuál sea su razón de ser. Veremos, en efecto, cómo por si misma la
civilización no tiene valor intrínseco y absoluto; lo que la hace estimable es que corresponde a
ciertas necesidades. Esta proposición se demostrará más adelante, esas necesidades son
consecuencias de la división del trabajo.
II
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Todo el mundo sabe que amamos a quien se nos asemeja, a cualquiera que piense y sienta
como nosotros. Pero el fenómeno contrario no se encuentra con menos frecuencia.
Esta oposición de doctrinas prueba que existen una y otra amistad en la naturaleza. La
desemejanza, como la semejanza, puede ser causa de atracción. Sin embargo, no van a
producir este efecto cualquier clase de desemejanzas. Existen diferencias de cierto género que
mutuamente se atraen; son aquellas que, en lugar de oponerse y excluirse, mutuamente se
completan. Buscamos en nuestros amigos las cualidades que nos faltan, porque uniéndonos a
ellos, participamos en cierta manera de su naturaleza y nos sentimos entonces menos
incompletos.
La historia de la sociedad conyugal nos ofrece del mismo fenómeno un ejemplo más evidente
todavía.
La división del trabajo sexual es susceptible de ser mayor o menor; puede o no limitarse su
alcance a los organismos sexuales y a algunos caracteres secundarios que de ellos dependan, o
bien, por el contrario, extenderse a todas las funciones orgánicas y sociales.
Cuanto más nos remontamos en el pasado más se reduce la división del trabajo sexual. La
mujer de estos tiempos lejanos no era, en modo alguno, la débil criatura que después ha
llegado a ser con el progreso de la moralidad. Restos de osamentas prehistóricas atestiguan
que la diferencia entre la fuerza del hombre y de la mujer era en relación mucho más pequeña
que hoy día lo es.
Viajeros hay que, nos cuentan que en algunas tribus de América del Sur, el hombre y la mujer
presentan en la estructura y aspecto general una semejanza que sobrepasa a todo lo que por
otras partes se ve. El Dr. Lebon ha podido establecer directamente y con una precisión
matemática esta semejanza original de los dos sexos por el órgano eminente de la vida física y
psíquica, el cerebro. El volumen del cráneo del hombre y de la mujer, incluso cuando se
comparan sujetos de la misma edad, de igual talla e igual peso, presenta considerables
diferencias en favor del hombre, y esta desigualdad va igualmente en aumento con la
civilización, en forma que, desde el punto de vista de la masa cerebral y, por consiguiente, de
la inteligencia, la mujer tiende a diferenciarse cada vez más del hombre.
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Ahora bien, es indudable que, al mismo tiempo, el trabajo sexual se ha dividido cada vez más.
Hace tiempo que la mujer se ha retirado de la guerra y de los asuntos públicos. En los pueblos
cultos, la mujer lleva una existencia completamente diferente a la del hombre. Se diría que las
dos grandes funciones de la vida psíquica se han disociado, que uno de los sexos ha acaparado
las funciones afectivas y el otro las funciones intelectuales. Si el arte y las letras comienzan a
hacerse cosas femeninas, el otro sexo parece abandonarlas para entregarse más
especialmente a la ciencia.
En todos esos ejemplos, el efecto más notable de la división del trabajo no es que aumente el
rendimiento de las funciones divididas, sino que las hace más solidarias. Su papel, en todos los
casos, no es simplemente embellecer o mejorar las sociedades existentes, sino hacer posibles
sociedades que sin ellas no existirían.
Si con frecuencia se las ha hecho consistir tan sólo en el cambio de relaciones sociales a que da
origen la división del trabajo, ha sido por desconocer lo que el cambio implica y lo que de él
resulta. Supone el que dos seres dependan mutuamente uno de otro, porque uno y otro son
incompletos, y no hace más que traducir al exterior esta dependencia mutua.
Por corto que este análisis resulte, basta para mostrar que este mecanismo no es idéntico al
que sirve de base a los sentimientos de simpatía cuya semejanza es la fuente. Sin duda, no
puede haber jamás solidaridad entre otro y nosotros, salvo que la imagen de otro se une a la
nuestra. Pero cuando la unión resulta de la semejanza de dos imágenes, consiste entonces en
una aglutinación. Las dos representaciones se hacen solidarias porque siendo indistintas
totalmente o en partes, se confunden y no forman más que una, y no son solidarias sino en la
medida en que se confunden. Por el contrario, en los casos de división del trabajo, se hallan
fuera una de otra y no están ligadas sino porque son distintas. Los sentimientos no deberían,
pues, ser los mismos en los dos casos, ni las relaciones sociales que de ellos se derivan.
Comte es el primero que ha señalado en la división del trabajo algo más que un fenómeno
puramente económico. Ha visto en ella “la condición más esencial para la vida social”, siempre
que se la conciba toda su extensión racional. Considerada bajo ese aspecto, dice, “conduce
inmediatamente a contemplar, no sólo a los individuos y a las clases, sino también, en muchos
respectos, a los diferentes pueblos, como participando a la vez, con arreglo a su propia manera
y grado especial, exactamente determinado. La distribución continua de los diferentes trabajos
humanos es la que constituye, principalmente, pues, la solidaridad social y la que es causa
elemental de la extensión y de la complicación creciente del organismo social”.
Si esta hipótesis fuera demostrada, la división del trabajo desempeñaría un papel mucho más
importante que el que de ordinario se le atribuye. Gracias a ella, se aseguraría su cohesión, se
puede desde ahora entrever que, si la función de la división del trabajo es realmente tal, debe
tener un carácter moral.
III
No tenemos solamente que investigar si, en estas clases de sociedades, existe una solidaridad
social originaria de la división del trabajo. Trátase de una verdad evidente, puesto que la
división del trabajo está en ellas muy desenvuelta y produce solidaridad. Es preciso, pues,
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comparar ese lazo social con los otros, a fin de calcular la parte que le corresponde en el efecto
total, y para eso es indispensable comenzar por clasificar las diferentes especies de solidaridad
social.
El derecho no refleja, pues, más que una parte de la vida social y, por consiguiente, no nos
proporciona más que datos incompletos para resolver el problema. Hay más; con frecuencia
ocurre que las costumbres no están de acuerdo con el derecho.
La ciencia no hace más que escoger entre esos resultados aquellos que son más objetivos y se
prestan mejor a la medida.
Lo que le proporciona sus caracteres específicos es la naturaleza del grupo cuya unidad
asegura; por eso varía según los tipos sociales.
La solidaridad es algo demasiado indefinido para que se pueda fácilmente llegar a ella. Trátase
de una virtualidad intangible que no ofrece un objeto a la observación.
Nuestro método hállase, pues, trazado por completo. Ya que el derecho reproduce las formas
principales de la solidaridad social, no tenemos sino que clasificar las diferentes especies del
mismo, para buscar en seguida cuáles son las diferentes especies de solidaridad social que a
aquéllas corresponden. Es, pues, probable que exista una que simbolice esta solidaridad
especial de la que es causa la división del trabajo.
Para proceder metódicamente necesitamos encontrar alguna característica que, aun siendo
esencial a los fenómenos jurídicos, sea susceptible de variar cuando ellos varían. Todo
precepto jurídico puede definirse como una regla de conducta sancionada. Por otra parte, es
evidente que las sanciones cambian según la gravedad atribuida a los preceptos. Conviene,
pues, clasificar las reglas jurídicas.
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Las hay de dos clases. Consisten esencialmente unas en un dolor que tienen por objeto
perjudicarle en su fortuna o en su honor, o en su vida, o en su libertad, privarle de alguna cosa
de que disfruta. Se dice que son represivas; tal es el caso del derecho penal. En cuanto a la otra
clase, no implican necesariamente un sufrimiento del agente, sino que consisten tan sólo en
poner las cosas en su sitio, en el restablecimiento de relaciones perturbadas bajo su forma
normal. La primera comprende todo el derecho penal; la segunda, el derecho civil.