Marco terórico

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I.

Introducción a la Evaluación en el Contexto Educativo

La evaluación en el ámbito educativo ha evolucionado significativamente, pasando de ser

una mera herramienta de “medición de resultados” a un proceso que debe integrar y promover el

aprendizaje. Durante mucho tiempo, la evaluación fue abordada desde un enfoque técnico,

orientado a medir resultados cuantitativos, y se consolidó como un sistema que busca verificar

logros y clasificar a los estudiantes. Este enfoque técnico, según Ruz Herrera (2016), prioriza

elementos como el control, la certificación y la comparación, alineándose con los principios de la

evaluación psicométrica, que se enfoca en el uso de pruebas estandarizadas para establecer

comparaciones entre individuos (Ruz Herrera, 2016).

Sin embargo, este enfoque ha sido objeto de críticas, ya que muchas veces no favorece el

desarrollo integral de los estudiantes ni responde a la complejidad de sus procesos de aprendizaje

(Moreno Olivos, 2016). La dependencia exclusiva de la evaluación técnica puede generar en los

estudiantes una tendencia a memorizar y a orientarse solo hacia los exámenes, lo cual limita su

capacidad para adquirir competencias significativas y transferibles a situaciones de la vida real

(Moreno Olivos, 2016).

II. Evaluación del Aprendizaje: Medición y Resultados


La evaluación del aprendizaje se define como el conjunto de estrategias y métodos

empleados para medir los conocimientos adquiridos por el estudiante al final de un periodo o

proceso educativo. Este tipo de evaluación se utiliza principalmente con fines sumativos y busca

verificar el nivel de logro de los objetivos de aprendizaje. Según Ruz Herrera (2016), este

enfoque está altamente influenciado por la cultura de la rendición de cuentas y el movimiento de

accountability que prevalece en muchos sistemas educativos, en donde el éxito se mide

principalmente a través de resultados numéricos y comparaciones entre estudiantes.

En este contexto, la función de la evaluación del aprendizaje es esencial para certificar

competencias y asegurar el cumplimiento de estándares educativos. Ruz Herrera argumenta que

este tipo de evaluación cumple una función social importante, ya que regula aspectos como la

promoción y la titulación, especialmente en niveles de educación formal. No obstante, advierte

que, al depender exclusivamente de este enfoque, se corre el riesgo de reducir el aprendizaje a

una acumulación de datos y desmotivar a los estudiantes, ya que estos pueden percibir la

evaluación como un fin en sí mismo, desconectado de su desarrollo personal y académico (Ruz

Herrera, 2016).

III. Evaluación para el Aprendizaje: Promoción y Mejora Continua

A diferencia de la evaluación del aprendizaje, que se centra en resultados finales, la

evaluación para el aprendizaje se enfoca en el proceso de aprendizaje mismo y en cómo este

puede mejorarse continuamente. Moreno Olivos (2016) subraya que este tipo de evaluación no
solo busca evidenciar logros, sino que promueve una retroalimentación constante que permite al

estudiante y al docente ajustar sus estrategias y métodos en función de las necesidades de

aprendizaje del alumno (Moreno Olivos, 2016).

Este enfoque se basa en el concepto de aprendizaje sostenible, en el cual los estudiantes

desarrollan competencias y habilidades que pueden aplicar a largo plazo. La evaluación para el

aprendizaje fomenta la autorregulación y el autoconocimiento de los estudiantes, alentándolos a

ser activos en su proceso educativo. Según Ruz Herrera (2016), la evaluación formativa es

especialmente relevante en el contexto de la educación infantil, ya que permite al docente

adaptar las actividades y los métodos a las necesidades individuales del estudiante, promoviendo

un aprendizaje más profundo y significativo.

IV. Complementariedad entre Evaluación del Aprendizaje y Evaluación para el

Aprendizaje

Un aspecto central de la pregunta problema es “cómo equilibrar de manera efectiva la

evaluación del aprendizaje y la evaluación para el aprendizaje en el aula”. La literatura actual

enfatiza que ambas formas de evaluación cumplen funciones complementarias y que, al

integrarlas adecuadamente, se puede crear un proceso educativo más completo y beneficioso

para el estudiante (Moreno Olivos, 2016).


La “evaluación del aprendizaje” proporciona estructura y objetivos claros, facilitando la

rendición de cuentas y la certificación de logros. Por otro lado, la “evaluación para el

aprendizaje” permite al estudiante involucrarse activamente en su proceso, desarrollando

habilidades como la reflexión crítica y la autorregulación. Moreno Olivos (2016) destaca que un

sistema de evaluación equilibrado puede mejorar significativamente la motivación y el

compromiso del estudiante, al mismo tiempo que facilita al docente una visión integral de las

capacidades y avances de cada estudiante.

Este equilibrio es particularmente relevante en la educación infantil, donde es necesario

adaptar los métodos de enseñanza y evaluación a las particularidades de los niños y niñas. La

investigación sugiere que un sistema que combine ambos enfoques puede proporcionar un

contexto educativo que no solo verifique los logros del estudiante, sino que también potencie su

aprendizaje continuo y significativo.

V. Importancia de la Reflexión y Mejora en las Prácticas Docentes

Se destaca la necesidad de socializar prácticas educativas que permitan un aprendizaje

significativo, promoviendo ambientes en los que los estudiantes sean protagonistas de su propio

aprendizaje. La “reflexión docente” es fundamental en este proceso, ya que permite a los

profesores evaluar y mejorar sus métodos, adaptándolos a las necesidades de los estudiantes y al

contexto específico del aula (Ruz Herrera, 2016).


Moreno Olivos (2016) argumenta que, al promover una cultura de evaluación formativa,

los docentes pueden identificar y corregir posibles limitaciones en sus estrategias pedagógicas,

logrando un impacto positivo en la educación de los estudiantes. Este proceso de autoevaluación

y ajuste es esencial para construir prácticas que respondan tanto a la evaluación del aprendizaje

como a la evaluación para el aprendizaje, generando un entorno en el que ambos enfoques se

complementen y fortalezcan mutuamente.

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