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Material para la formación - 2024/2025

“Responderá como en los días de su juventud”


(Os 2,14)

Área antropológica

Conocer la
Palabra de Dios
es conocer a Dios

INTRODUCCIÓN
En estas reuniones del mes de octubre y noviembre vamos a intentar de acuerdo al lema que
se ha escogido para este año de formación: “Responderá como en los días de su Juventud” (Os
2,14), renovar nuestro amor a Jesús y para ello profundizar en el conocimiento de las Sagradas
Escrituras, más bien motivar a hacerlo porque es trabajo personal puesto que cinco reuniones
de formación no son suficientes. La intención es que tomemos conciencia de que como decía
San Jerónimo: “Desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo.”

Para está primera sesión a modo de introducción trabajaremos con documentos del Magis-
terio sobre la Sagrada Escritura Dios para tomar conciencia de la necesidad que tenemos de
estar siempre creciendo en el amor y conocimiento de la Palabra de Dios.

El Papa Benedicto XVI nos dijo: “En la Palabra de Dios, escuchamos al mismo Dios que nos
habla y nos manifiesta su amor”. Jesucristo, el Verbo encarnado, es la culminación de esta re-
velación divina. Al conocer la Palabra de Dios, estamos conociendo a Cristo mismo, quien es
“la imagen visible del Dios invisible” (Col 1,15). A través de la Sagrada Escritura, no solo contem-
plamos la historia de la salvación, sino que experimentamos el amor de Dios que se revela y se
comunica con nosotros en cada palabra.

Para nosotras, que inmersas en las actividades diarias y en el corazón de la sociedad debe-
mos vivir nuestra consagración, la Palabra de Dios es una guía indispensable. Nos debe ayuda
a discernir, en medio de la complejidad del mundo, lo que Dios nos pide, a reconocer su voz
en medio del ruido y a transformar nuestras vidas ordinarias en espacios de encuentro con Él
y con el hermano. La Sagrada Escritura es, por tanto, fundamental para vivir nuestra vocación,
pues nos invita a descubrir a Dios en lo cotidiano y hacer de nuestra existencia un testimonio
de su amor.

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CONCILIO VATICANO II
DEI VERBUM
El Concilio Vaticano II a través de la Constitución apostólica nos invitó a descubrir la riqueza
de la Sagrada Escritura y a acercarla a todos los creyentes para que para que todo el mundo,
oyendo, crea el anuncio de la salvación; creyendo, espere, y esperando, ame.

Naturaleza y objeto de la revelación


2. Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de
su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tie-
nen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina.
En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos,
movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y
recibirlos en su compañía. Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras
intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la his-
toria de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por
las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio
contenido en ellas. Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación huma-
na se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud
de toda la revelación.

Preparación de la revelación evangélica


3. Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio
perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la salvación sobre-
natural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde
el principio. Después de su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación, con la
promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida
eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras. En
su tiempo llamó a Abraham para hacerlo padre de un gran pueblo, al que luego instru-
yó por los Patriarcas, por Moisés y por los Profetas para que lo reconocieran Dios único,
vivo y verdadero, Padre providente y justo juez, y para que esperaran al Salvador pro-
metido, y de esta forma, a través de los siglos, fue preparando el camino del Evangelio.

En Cristo culmina la revelación


4. Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas,
“últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo”. Pues envió a su Hijo, es decir, al
Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les mani-
festara los secretos de Dios; Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, “hombre enviado,
a los hombres”, “habla palabras de Dios” y lleva a cabo la obra de la salvación que el

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Padre le confió. Por tanto, Jesucristo -ver al cual es ver al Padre-, con su total presencia
y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con
su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del
Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive
en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resuci-
tarnos a la vida eterna.

La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará, y no
hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de
nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Tim., 6,14; Tit., 2,13).

La revelación hay que recibirla con fe


5. Cuando Dios revela hay que prestarle “la obediencia de la fe”, por la que el hombre
se confía libre y totalmente a Dios prestando “a Dios revelador el homenaje del enten-
dimiento y de la voluntad”, y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por El.
Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda, a los auxi-
lios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los
ojos de la mente y da “a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad”. Y para que
la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona
constantemente la fe por medio de sus dones.

VERBUM DOMINI
Benedicto XVI dedico una Exhortación Apostólica a la Palabra de Dios, después de la cele-
bración del Sínodo sobre la Palabra de Dios, con el fin de redescubrir la centralidad de la Palabra
de Dios en la vida personal y de la Iglesia y la urgencia y la belleza de anunciarla para la salva-
ción de la humanidad como testigos convencidos y creíbles del Resucitado.

Para que nuestra alegría sea perfecta


2. Por tanto, exhorto a todos los fieles a reavivar el encuentro personal y comunitario
con Cristo, Verbo de la Vida que se ha hecho visible, y a ser sus anunciadores para que
el don de la vida divina, la comunión, se extienda cada vez más por todo el mundo. En
efecto, participar en la vida de Dios, Trinidad de Amor, es alegría completa (cf. 1 Jn 1,4). Y
comunicar la alegría que se produce en el encuentro con la Persona de Cristo, Palabra
de Dios presente en medio de nosotros, es un don y una tarea imprescindible para la
Iglesia. En un mundo que considera con frecuencia a Dios como algo superfluo o extra-
ño, confesamos con Pedro que sólo Él tiene «palabras de vida eterna» (Jn 6,68). No hay
prioridad más grande que esta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios
que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante (cf. Jn 10,10).”

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Dialogar con Dios mediante sus palabras


24. La Palabra divina nos introduce a cada uno en el coloquio con el Señor: el Dios
que habla nos enseña cómo podemos hablar con Él. Pensamos espontáneamente en
el Libro de los Salmos, donde se nos ofrecen las palabras con que podemos dirigirnos
a él, presentarle nuestra vida en coloquio ante él y transformar así la vida misma en un
movimiento hacia él. En los Salmos, en efecto, encontramos toda la articulada gama de
sentimientos que el hombre experimenta en su propia existencia y que son presentados
con sabiduría ante Dios; aquí se encuentran expresiones de gozo y dolor, angustia y es-
peranza, temor y ansiedad. Además de los Salmos, hay también muchos otros textos de
la Sagrada Escritura que hablan del hombre que se dirige a Dios mediante la oración de
intercesión (cf. Ex 33,12-16), del canto de júbilo por la victoria (cf. Ex 15), o de lamento en
el cumplimiento de la propia misión (cf. Jr 20,7-18). Así, la palabra que el hombre dirige a
Dios se hace también Palabra de Dios, confirmando el carácter dialogal de toda la reve-
lación cristiana,[74]1y toda la existencia del hombre se convierte en un diálogo con Dios
que habla y escucha, que llama y mueve nuestra vida. La Palabra de Dios revela aquí
que toda la existencia del hombre está bajo la llamada divina.[75]2

Palabra de Dios y fe
25. «Cuando Dios revela, el hombre tiene que “someterse con la fe”
(cf. Rm 16,26; Rm 1,5; 2 Co 10,5-6), por la que el hombre se entrega entera y libremente
a Dios, le ofrece “el homenaje total de su entendimiento y voluntad”, asintiendo libre-
mente a lo que él ha revelado».[76]3Con estas palabras, la Constitución dogmática Dei
Verbum expresa con precisión la actitud del hombre en relación con Dios. La respuesta
propia del hombre al Dios que habla es la fe. En esto se pone de manifiesto que «para
acoger la Revelación, el hombre debe abrir la mente y el corazón a la acción del Espíritu
Santo que le hace comprender la Palabra de Dios, presente en las sagradas Escrituras».
[77]4En efecto, la fe, con la que abrazamos de corazón la verdad que se nos ha reve-
lado y nos entregamos totalmente a Cristo, surge precisamente por la predicación de
la Palabra divina: «la fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo»
(Rm 10,17). La historia de la salvación en su totalidad nos muestra de modo progresivo
este vínculo íntimo entre la Palabra de Dios y la fe, que se cumple en el encuentro con
Cristo. Con él, efectivamente, la fe adquiere la forma del encuentro con una Persona a la
que se confía la propia vida. Cristo Jesús está presente ahora en la historia, en su cuer-
po que es la Iglesia; por eso, nuestro acto de fe es al mismo tiempo un acto personal y
eclesial.

74. Cf. Propositio 4.


75. Cf. Relatio post disceptationem, 12.
76. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 5.
77. Propositio 4.

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El pecado como falta de escucha a la Palabra de Dios


26. La Palabra de Dios revela también inevitablemente la posibilidad dramática por
parte de la libertad del hombre de sustraerse a este diálogo de alianza con Dios, para
el que hemos sido creados. La Palabra divina, en efecto, desvela también el pecado
que habita en el corazón del hombre. Con mucha frecuencia, tanto en el Antiguo como
en el Nuevo Testamento, encontramos la descripción del pecado como un no prestar
oído a la Palabra, como ruptura de la Alianza y, por tanto, como la cerrazón frente a Dios
que llama a la comunión con él.[78]5En efecto, la Sagrada Escritura nos muestra que el
pecado del hombre es esencialmente desobediencia y «no escuchar». Precisamente
la obediencia radical de Jesús hasta la muerte de cruz (cf. Flp 2,8) desenmascara total-
mente este pecado. Con su obediencia, se realiza la Nueva Alianza entre Dios y el hom-
bre, y se nos da la posibilidad de la reconciliación. Jesús, efectivamente, fue enviado por
el Padre como víctima de expiación por nuestros pecados y por los de todo el mundo
(cf. 1 Jn 2,2; 4,10; Hb 7,27). Así, se nos ofrece la posibilidad misericordiosa de la redención
y el comienzo de una vida nueva en Cristo. Por eso, es importante educar a los fieles
para que reconozcan la raíz del pecado en la negativa a escuchar la Palabra del Señor,
y a que acojan en Jesús, Verbo de Dios, el perdón que nos abre a la salvación.

Benedicto XVI

EVANGELII GAUDIUM
Toda la evangelización está fundada sobre ella, escuchada, meditada, vivida, celebrada y
testimoniada. Las Sagradas Escrituras son fuente de la evangelización. Por lo tanto, hace falta
formarse continuamente en la escucha de la Palabra. La Iglesia no evangeliza si no se deja con-
tinuamente evangelizar. Es indispensable que la Palabra de Dios «sea cada vez más el corazón
de toda actividad eclesial»[135].6La Palabra de Dios escuchada y celebrada, sobre todo en la
Eucaristía, alimenta y refuerza interiormente a los cristianos y los vuelve capaces de un auténti-
co testimonio evangélico en la vida cotidiana. Ya hemos superado aquella vieja contraposición
entre Palabra y Sacramento. La Palabra proclamada, viva y eficaz, prepara la recepción del Sa-
cramento, y en el Sacramento esa Palabra alcanza su máxima eficacia.

175. El estudio de las Sagradas Escrituras debe ser una puerta abierta a todos los
creyentes[136].7Es fundamental que la Palabra revelada fecunde radicalmente la ca-

78. Por ejemplo Dt 28,1-2.15.45; 32,1; de los profetas cf. Jr 7,22-28; Ez 2,8; 3,10; 6,3; 13,2; hasta los últimos: cf.
Za 3,8. Para san Pablo, cf. Rm 10,14-18; 1 Ts 2,13.
135. Benedicto XVI, Exhort. ap. postsinodal Verbum Domini (30 septiembre 2010), 1: AAS 102 (2010), 682.
136. Cf. Propositio 11.

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tequesis y todos los esfuerzos por transmitir la fe[137].8La evangelización requiere la


familiaridad con la Palabra de Dios y esto exige a las diócesis, parroquias y a todas
las agrupaciones católicas, proponer un estudio serio y perseverante de la Biblia, así
como promover su lectura orante personal y comunitaria.[138].9Nosotros no buscamos
a tientas ni necesitamos esperar que Dios nos dirija la palabra, porque realmente «Dios
ha hablado, ya no es el gran desconocido sino que se ha mostrado»[139].10Acojamos el
sublime tesoro de la Palabra revelada.

Francisco

Para la reflexión

Para trabajar en la reunión.


1. Después de leer los textos, extrae de cada uno de ellos la idea principal que re-
marca la importancia de la Palabra de Dios y comparte porque la has elegido.

2. La Constitución dogmática ‘Dei Verbum’ leemos que, por la revelación, Dios in-
visible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos,
para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía.

Indica frente a esa actitud de Dios de darse a conocer como amigo, que actividades
se pueden realizar para responder a esa invitación que nos hace l palabra de Dios

3. El Papa Benedicto XVI, en Verbum Domini, afirma: La Palabra divina, en efecto,


desvela también el pecado que habita en el corazón del hombre. Con mucha frecuen-
cia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, encontramos la descripción
del pecado como un no prestar oído a la Palabra, como ruptura de la Alianza y, por
tanto, como la cerrazón frente a Dios que llama a la comunión con él.

¿Puedes indicar alguna cita bíblica que reafirme esta idea?

137. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina Revelación, 21-22.
138. Cf. Benedicto XVI, Exhort. ap. postsinodal Verbum Domini (30 septiembre 2010), 86-87: AAS 102 (2010),
757-760.
139. Benedicto XVI, Discurso durante la primera Congregación general del Sínodo de los Obispos (8 oc-
tubre 2012): AAS 104 (2012), 896.

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4. En la “Evangelii Gaudium”, el Papa Francisco subraya la necesidad de que la


Palabra de Dios sea el corazón de la Evangelización cuando escribe: El estudio de las
Sagradas Escrituras debe ser una puerta abierta a todos los creyentes. Es fundamen-
tal que la Palabra revelada fecunde radicalmente la catequesis y todos los esfuerzos
por transmitir la fe.

A través de que actividades puedes poner o pones estas indicación del Santo Padre
en práctica.

Para trabajo personal

Los textos señalan que:

1. La revelación de Dios se realizó en Cristo, quien es la plenitud de toda la revelación:

¿Cómo afecta esto tu comprensión de la importancia de la Biblia en la vida cristiana?

2. El texto señala que el pecado es “no escuchar” la Palabra de Dios y la ruptura de


la Alianza con Él.

¿Qué impacto tiene en tu vida saber que el pecado se describe como la falta de
escucha a la Palabra de Dios?

¿Cómo puedes cultivar una actitud de escucha y obediencia a lo que Dios te dice a
través de las Escrituras?

3. El Papa Francisco destaca la necesidad de que la Iglesia “se deje evangelizar con-
tinuamente” por la Palabra de Dios.

¿Qué significa para ti que la Palabra de Dios sea “el corazón de toda actividad eclesial”?

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