Declaración de Séneca Falls

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"Cuando, en el desarrollo de la historia, un sector de la humanidad se ve obligado a

asumir una posición diferente de la que hasta entonces ha ocupado, pero justificada por
las leyes de la naturaleza y del entorno que Dios le ha entregado, el respeto merecido
por las opiniones humanas exige que se declaren las causas que impulsan hacia tal
empresa.
Mantenemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres y mujeres son
creados iguales; que están dotados por el Creador de ciertos derechos inalienables,
entre los que figuran la vida, la libertad y el empeño de la felicidad; que para asegurar
estos derechos son establecidos los gobiernos, cuyos justos poderes derivan del
consentimiento de los gobernados. Siempre que una forma de gobierno atente contra
esos fines, el derecho de los que sufren por ello consiste en negarle su lealtad y reclamar
la formación de uno nuevo, cuyas bases se asienten en los principios mencionados y
cuyos poderes se organicen de la manera que les parezca más adecuada para su
seguridad y felicidad.
La prudencia impondrá, ciertamente, que los gobiernos largamente establecidos no
debieran ser sustituidos por motivos intrascendentes y pasajeros, y consecuentemente,
la experiencia ha mostrado que el ser humano está más dispuesto a sufrir, cuando los
males son soportables, que a corregirlos mediante la abolición de los sistemas de
gobierno a los que está acostumbrado. No obstante, cuando una larga cadena de
abusos y usurpaciones, que invariablemente persiguen el mismo objetivo, muestra la
intención de someter a la humanidad a un despotismo absoluto, el deber de ésta
consiste en derribar semejante gobierno y prepararse a defender su seguridad futura.
Tal ha sido la paciente tolerancia de las mujeres respecto a este gobierno y tal es ahora
la necesidad que las empuja a exigir la igualdad a que tienen derecho.
La historia de la humanidad es la historia de las repetidas vejaciones y usurpaciones
perpetradas por el hombre contra la mujer, con el objetivo directo de establecer una
tiranía absoluta sobre ella. Para demostrarlo vamos a presentarle estos hechos al
ingenuo mundo.
Nunca le ha permitido que la mujer disfrute del derecho inalienable del voto.
La ha obligado a acatar leyes en cuya elaboración no ha tenido participación alguna.
Le ha negado derechos reconocidos a los hombres más ignorantes e inmorales, tanto
americanos como extranjeros.
Habiéndola privado de este primer derecho como ciudadano, el del sufragio, y
habiéndola dejado; por tanto, sin representación en las asambleas legislativas, la ha
oprimido por todas partes.
Si está casada, la ha convertido civilmente muerta, ante los ojos de la ley.
La ha despojado de todo derecho de propiedad, incluso a los jornales que ella misma
gana.
La ha convertido en un ser moralmente irresponsable, ya que, con la sola condición de
que no sean cometidos ante el marido, puede perpetrar todo tipo de delitos. En el
contrato de matrimonio se le exige obediencia al marido, convirtiéndose éste, a todos
los efectos, en su amo, ya que la ley le reconoce el derecho de privarle de libertad y
someterla a castigos.
Él ha dispuesto las leyes del divorcio de tal manera que no se tiene en cuenta la felicidad
de la mujer, tanto a sus razones verdaderas y, en caso de separación, respecto a la
designación de quién debe ejercer la custodia de los hijos, como en que la ley supone,
en todos los casos, la supremacía del hombre y deja el poder en sus manos.
Después de haber despojado a las mujeres casadas de todos sus derechos, ha gravado
a la soltera que posee fortuna con impuestos destinados a sostener un gobierno que no
la reconoce más que cuando sus bienes pueden proporcionarle beneficios.
Ha monopolizado casi todos los empleos lucrativos y en aquéllos en los que se les
permite acceder, las mujeres no reciben más que una remuneración misérrima. Le ha
cerrado todos los caminos que conducen a la fortuna y a la distinción, porque los
considera más honrosos para si mismo. Y a la mujer no se la admite como profesora de
teología, medicina y leyes.
Le ha negado la oportunidad de recibir una educación completa, cerrándole el acceso a
todas las universidades.
Sólo le permite desempeñar funciones subordinadas tanto en la Iglesia como en el
Estado, defendiendo la autoridad apostólica que la excluye del sacerdocio y, salvo
contadas excepciones, de toda participación pública en asuntos de la Iglesia.
Ha creado un equivocado sentimiento público ofreciendo al mundo un código moral
diferenciado para hombres y mujeres, según el cual los mismos delitos morales que
excluyen a la mujer de la sociedad no sólo son tolerados en el hombre, sino que además
en ellos se consideran poco graves.
Ha usurpado las prerrogativas del propio Jehová pretendiendo que tiene derecho a
asignar a la mujer su esfera de acción propia sin tener en cuenta que este derecho
pertenece a su propia conciencia y a su Dios.
Él ha tratado por todos los medios posibles de destruir la confianza de las mujeres en
sus propias capacidades, reduciendo su autoestima y conduciéndola a una vida
dependiente y miserable.
Ahora, en vista de situación en que vive la mitad de la población a la cual se le niega el
reconocimiento de sus derechos y se le somete a una degradación social y religiosa, en
vista de las leyes injustas más arriba mencionadas y porque las mujeres se sienten
vejadas, oprimidas y fraudulentamente desposeídas de sus derechos más sagrados,
insistimos en que se les deben reconocer inmediatamente todos los derechos y
privilegios que les pertenecen como ciudadanas de los Estados Unidos.
Al emprender la gran tarea que tenemos ante nosotras, vislumbramos no pocas
interpretaciones erróneas, tergiversaciones y escarnios, para conseguir nuestro objetivo
debemos utilizar todos los medios a nuestro alcance. Utilizaremos representantes,
difundiremos folletos, presentaremos nuestras peticiones al Estado y a las legislaturas
nacionales, y nos esforzaremos para conseguir que púlpitos y prensa estén de nuestro
lado. Esperamos que a esta Convención le sigan otras convenciones en todo el país.
RESOLUCIONES:
(…) DECIDIMOS: Que todas aquellas leyes que entorpezcan la verdadera y sustancial
felicidad de la mujer, son contrarias al gran precepto de la naturaleza y no tienen validez,
pues este precepto tiene primacía sobre cualquier otro.
DECIDIMOS: Que la mujer es igual al hombre, que así fue establecido por el Creador y
que por el bien de la raza humana exige que sea reconocida como tal.
DECIDIMOS: Que las mujeres de este país deben ser instruidas en las leyes vigentes,
que no deben aceptar su degradación, manifestándose satisfechas con situación o con
su ignorancia y afirmando que gozan de todos los derechos a los cuales aspiran.
DECIDIMOS: Que puesto que el hombre pretende ser superior intelectualmente y
admite que la mujer lo es moralmente, es preeminente deber suyo animarla a que hable
y predique cuando tenga oportunidad en todas las reuniones religiosas.
DECIDIMOS: Que la misma proporción de virtud, delicadeza y refinamiento en el
comportamiento que se exige a la mujer en la sociedad, sea exigido al hombre, y las
mismas infracciones sean juzgadas con igual severidad, tanto en el hombre como en la
mujer.
DECIDIMOS: Que la acusación de falta de delicadeza y de decoro de la que a menudo
es acusada la mujer cuando se manifiesta públicamente, proviene sin gracia alguna de
los mismos que con su presencia la animan a actuar en escenarios, conciertos y fiestas
circenses.
DECIDIMOS: Que la mujer se ha mantenido satisfecha durante demasiado tiempo
dentro de unos límites determinados que unas costumbres corrompidas y una
tergiversada interpretación de las sagradas Escrituras han señalado para ella, y que ya
es hora de que se mueva en el medio más amplio que el creador le ha asignado.
DECIDIMOS: Que es deber de las mujeres de este país asegurarse el sagrado derecho
del voto.
DECIDIMOS: Que la igualdad de los derechos humanos es consecuencia del hecho de
que toda la raza humana es idéntica en cuanto a capacidad y responsabilidad.
DECIDIMOS, POR TANTO: Que habiéndole asignado el Creador a la mujer las mismas
aptitudes y el mismo sentido de responsabilidad que al hombre para que los ejercite, a
ella le corresponden el derecho y el deber de promover las causas justas con medios
también justos; y, especialmente en lo que se refiere a las grandes causas de la moral
y la religión, le corresponde el derecho a enseñar, con él, a sus hermanos, tanto en
público como en privado, por escrito y de viva voz, mediante todo el instrumento útil, y
en toda asamblea que valga la pena celebrar; y, siendo ésta una verdad derivada de los
principios divinamente implantados en la naturaleza humana, cualquier hábito o
autoridad, moderna o con venerable pretensión de antigüedad, que se oponga a ella,
debe ser considerada como una evidente falsedad, contraria a la humanidad.

Declaración de Séneca Falls (1848)

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