Clase Obrera
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Movimiento obrero y protesta social en Colombia. 1920-1950
Resumen
Este trabajo analiza la dinámica de las protestas obreras durante la primera mitad del
siglo XX y la persistencia del Estado colombiano en asociar la protesta social con
inuencias foráneas, como el bolchevismo o el anarquismo, y relegar a un segundo
plano la explotación y las precarias condiciones laborales y sociales de la clase
trabajadora como factores que motivaron las movilizaciones sociales.
Los movimientos sociales están asociados a la lucha de clases, mencionada por Marshall.
En Inglaterra, los pertenecientes a las clases no elegidas eran considerados ciudadanos pero
sin voz ni voto; protegidos por la denominada Ley de Pobres, que limitaba el acceso a
ciertos oficios a determinadas clases y que reservaban el empleo en una ciudad para sus
habitantes. Para la Inglaterra de la época, esta manera de apoyo a los menos favorecidos
económicamente se mantuvo por medio de reformas acordes con diferentes circunstancias.
Este Estado de bienestar, se tradujo luego en derechos de los que trabajaban y aportaban al
bien de la nación. Fueron ellos de los primeros en manifestarse de manera colectiva en pos
de cambios.
En América Latina, la lucha a través de la movilización ha sido una constante por alcanzar
la equidad y mejores condiciones laborales. Este también ha sido el otro soporte de las
fuerzas populares, junto con los movimientos campesinos.
Sus primeras formaciones se encuentran en las poblaciones mineras de finales del siglo
XIX. En la primera década del siglo XX una incipiente industrialización que se sostuvo con
el trabajo de inmigrantes europeos, quienes traen sus ideales y su experiencia de lucha
social, manifestada a través de las inconformidades de artesanos y otros trabajadores, con la
“huelga general revolucionaria a la cual se aproximaron hacia finales de 1910.
Dinámica de las protestas obreras durante la primera mitad del siglo XX en Colombia
En 1912, los trabajadores colombianos iniciaron diversas protestas sociales, como el paro
de los maquinistas y fogoneros del ferrocarril de Antioquia, quienes pedían una mejor
remuneración y asistencia médica. Posteriormente, los obreros de los ferrocarriles de La
Dorada declararon otra huelga. Sin embargo, para ese momento, la movilización social no
era un motivo de gran preocupación para el Estado. Según Jorge Orlando Melo, existía un
cierto paternalismo hostil por parte del Estado hacia la protesta, pues las huelgas en las que
se dieron actos de violencia fueron reprimidas brutalmente, pero paralelamente se
reconoció el derecho a la huelga en 1919.
En 1920, se prohibieron las huelgas en el sector del transporte así como en algunos
servicios públicos, lentamente se fueron mejorando las condiciones de los obreros, con
disposiciones como el derecho al descanso dominical. En 1918, a partir de las huelgas en la
costa atlántica, ocurridas en Cartagena y el Magdalena. Los obreros de la Santa Marta
Railway Company obstaculizaron la llegada del vapor de la United Fruit Company. El
presidente José Vicente
Concha declararía la turbación del orden público y el estado de sitio, la declaratoria de
huelga y la apelación a la violencia irrazonada han sido cosas simultáneas.
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De acuerdo con sus oficios, se generaron diversas disputas en torno a la defensa de su
independencia frente a los controles sociales y laborales. Durante los primeros años de la
industrialización del país, los empresarios nacionales y extranjeros combinaron prácticas
paternalistas y despóticas, como la utilización de la mano de obra con el propósito de
extraer la máxima ganancia en el corto plazo.
En este orden de ideas: “[…] el descenso de los salarios nominales, las largas jornadas de
trabajo, el pago por vales, la ausencia de seguridad social, las pésimas condiciones de
higiene, los despidos sin causa justa, los castigos físicos y multas, el acoso sexual a mujeres
trabajadoras se dieron]. Los empresarios se opusieron al establecimiento de un salario
mínimo (esto solo se dio a partir de los años 50) y fomentaron el trabajo de menores de
edad.
Por su parte, el Estado colombiano, pese a que había reconocido desde 1931 el derecho de
asociación sindical, miraba con sospecha a los trabajadores, con el apoyo de la Iglesia se
propiciaron “campañas moralizadoras” para reorientar a esas “almas perdidas” por las
“malas influencias foráneas”. De igual manera, a partir de la reducción de la jornada laboral
a ocho horas, “el buen uso” del tiempo libre de los obreros se planteó como una
preocupación común de los empresarios, el Gobierno y el clero, para evitar a toda costa que
las “ideas revolucionarias” del sindicalismo socialista tuvieran influencia sobre los
trabajadores.
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Las protestas de los trabajadores fueron reprimidas por el Estado, y los empresarios se
complacían en dividir al movimiento obrero. Las movilizaciones sociales de comienzos del
siglo fueron de carácter nacionalista y antiimperialista, por el impacto que tuvo en el país la
separación de Panamá. También en otros países latinoamericanos sobresalieron las luchas
nacionalistas de líderes como Francisco Villa y Emiliano Zapata en México, Sandino
(llamado el General de Hombres Libres) en Nicaragua o Farabundo Martí en El Salvador.
Un buen ejemplo de la laxitud del Estado ante el gran capital fue la huelga obrera de la
Tropical Oil Co. en 1924, por la que reclamaban mejores salarios. Los trabajadores no solo
fueron reprimidos y el Gobierno autorizó el despedido de 1.200 de ellos. Luego, en 1925,
ante otra huelga en la misma compañía, el Gobierno nuevamente respaldó a la Tropical y la
policía disparó contra los huelguistas. Seguidamente se declaró el estado de sitio y se
encarceló a los huelguistas.
Según Arturo Escobar, la lucha contra la pobreza en nuestro continente —de la cual el
Gobierno de los Estados Unidos se proclamaba abanderado— hizo posible “el
establecimiento de nuevos mecanismos de control”, pues los pobres surgieron como “un
problema social que requería nuevas formas de intervención social en educación, salud,
higiene, moralidad, empleo, enseñanza de buenos hábitos de asociación, ahorro, crianza de
los hijos”. Para las élites gobernantes la modernización capitalista llegaría con la inversión
extranjera, particularmente la norteamericana.
En este periodo se elaboraron diversos “mecanismos de control” para contener los vientos
de cambio venidos del exterior. Sobresalen la vigilancia policial financiada por la Tropical
Oil Company y los sermones de la Iglesia para alejar “a los indeseables”.
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Según Eduardo Posada Carbó: … los problemas se exacerbaron tras la depresión de 1929.
Los conflictos más agudos tuvieron lugar en las zonas de explotación petrolera y bananera,
donde las protestas sociales tomaron tonos antiimperialistas. Los resultados de la famosa
huelga contra la United Fruit Company, que desembocó en los trágicos eventos del 6 de
diciembre de 1928, sirvieron para minar aún más la autoridad del gobierno de Abadía. La
masacre de las bananeras de 1928, ocurrida en Magdalena, ilustra otro caso de violencia
oficial contra la protesta.
Según Posada: “El activismo de los socialistas era, no obstante, evidente. Como eran
también evidentes las simpatías revolucionarias de significativos sectores del liberalismo,
especialmente entre veteranos de la guerra de los Mil Días (1899-1902).”
Los desempleados eran discriminados por su condición “de ser ociosos”, a tal punto que se
legisló contra la vagancia” (Ley 105 de 1922) “Serán relegados a colonias penales los
declarados vagos por la policía”. “Se entiende por vago para los fines de esta ley a quien no
posee bienes o rentas o no ejerce profesión, arte u oficio, ocupación lícita, o algún medio
conocido de subsistencia […] y que habiendo sido requerido por la autoridad competente
hasta dos veces, en el curso de un semestre, no cambie sus hábitos viciosos […]. Por otra
parte, el 18 de mayo de 1927, 14.000 mujeres indígenas de Tolima, Huila y Cauca en
Colombia suscribieron el manifiesto ‘El derecho a la mujer indígena’.
La crisis económica de fines de los años veinte se materializaba en problemas fiscales para
los departamentos y en la parálisis de las transacciones privadas. En Bogotá, la terminación
de grandes obras y edificios ocasionó el desempleo repentino de muchos obreros. En enero
de 1930 se despidió al 80 % de los obreros que trabajaban en las obras de construcción,
ante lo cual buscaron oportunidades laborales en otras ciudades. La depresión económica
de 1929 debilitó la fuerza del movimiento de los trabajadores de la industria en las regiones
petrolíferas y bananeras de propiedad extranjera.
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La educación fue concebida como instrucción política, aunque también se hacían llamados
a la superación del analfabetismo y al acceso del saber común de la sociedad.
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Con la llegada del liberalismo al poder en 1930 se generaron inmensas expectativas en el
movimiento obrero colombiano, luego de décadas de hegemonía conservadora. La política
del liberalismo era ganarse para sí a todo el movimiento sindical, motivo por el cual facilitó
escenarios para una mayor libertad de movilización social. La llamada Ley de Tierras de
López Pumarejo, por ejemplo, fue una concesión táctica al movimiento agrario con el
propósito de aplacar el ímpetu de sus luchas.
Los círculos que detentaron el poder en el país se percibían en gran riesgo si permitían el
fortalecimiento del movimiento sindical. En Colombia el Partido Liberal ha tenido la
habilidad para atraer a diversos sectores que en muy distintos periodos se han considerado
de oposición al establecimiento.
En otras palabras, el Partido Liberal, “absorbió a los nacientes movimientos socialistas,
subordinó al sindicalismo incipiente y asumió muchas banderas. Jorge Eliécer Gaitán creó
la Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria (UNIR), pero para no distanciarse del
pueblo, Gaitán optó por retornar al seno del liberalismo. Ante el asesinato de Gaitán en
abril de 1948, la Iglesia colombiana absolvería a los amigos del régimen conservador, como
reacción a los sucesos del Bogotazo. Incluso en tiempos del gobierno de Laureano Gómez
(1950-1953), el ministro de Educación de la época dirigió una circular a los directores
departamentales de educación referida a la necesaria “cristianización de la enseñanza
oficial”, despidiendo de las escuelas de maestros y directores de colegios pertenecientes al
Partido Liberal.
Durante la primera mitad del siglo XX, Colombia estuvo sumida entre tradición y
modernidad. La Iglesia, con su fuerte poder, se opuso a los intentos de cambio que
pretendieron generar los gobiernos liberales que dirigieron el país a partir de 1930 y hasta
1946. Estos cambios suponían mayores derechos para la clase trabajadora y mejores
condiciones de vida, luego de décadas de movilización social.
Consideraciones finales
Como se puede apreciar, las luchas y protestas obreras durante la primera mitad del siglo
XX en Colombia no fueron un fenómeno aislado del contexto internacional, como
consecuencia de un capitalismo voraz que, en aras de modernizar, no tuvo reparo en
explotar al máximo a la joven clase trabajadora, aprovechando la inexistencia de normas
laborales avanzadas que velaran por ella. Asimismo, utilizando la represión y la
estigmatización de la protesta, fue posible que el Estado, en asocio con la Iglesia, intentara
neutralizar el auge de los sindicatos y el fortalecimiento del movimiento social urbano. El
país fue laxo con el gran capital que llegó a modernizar y a imponer un orden que no
respetó los derechos de los obreros. Más bien se estigmatizó su lucha asociándola con los
movimientos anarquistas, bolcheviques o comunistas que tuvieron influuencia en el país.
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