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Yves Klein - Javier Arnaldo
Yves Klein
Yves Klein
JAVIER ARNALDO
NEREA
La colección Arte Hoy ha contado con la colaboración del Programa de Subvenciones de la Getty Grant Program de Los Ángeles.
Este título ha sido escrito con el apoyo de una beca de la Fundación Alexander von Humboldt.
Ilustración de sobrecubierta a partir de una fotografía de Yves Klein detrás de su Muro de fuego (Krefeld, 1961)
Dirección de la colección: SAGRARIO AZNAR Y JAVIER HERNANDO
© Javier Arnaldo Alcubilla, 2000
© Editorial Nerea, S.A., 2000
Aldamar, 38
20003 Donostia-San Sebastián
Tel: 943 432 227
nerea@nerea.net
www.nerea.net
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro pueden reproducirse o transmitirse utilizando medios electrónicos o mecánicos, por fotocopia, grabación, información, anulado u otro sistema, sin permiso por escrito del editor.
ISBN: 978-84-15042-69-3
Índice
EL PINTOR MONOCORDIAL
Cinturón negro, color azul
Yves: Peintures
Obra comentada: Monocromo rojo en escena
INTERNATIONAL KLEIN BLUE
Desapegado y distante
Droga azul
El teatro de Gelsenkirchen
Obra comentada: Bosque de esponjas y bajorrelieves monocromos
EL VACÍO Y SU OPUESTO
Sensibilidad pictórica estabilizada al vacío
Del 10 al 0 (la cuenta atrás)
Se acabó la incredulidad
Obra comentada: El vacío
LOS ELEMENTOS
Astrofísica del color
Anatomía del color
El fuego creador
Obra comentada: Aquí yace el espacio
APÉNDICE: ESCRITOS DE YVES KLEIN
Mi posición en el combate entre la línea y el color
Sobre la monocromía
Manifiesto del Hotel Chelsea
Las esponjas
Evolución general del arte de hoy hacia la inmaterialización (no desmaterialización)
BIBLIOGRAFÍA
ILUSTRACIONES
El pintor monocordial
En 1958, el mismo día en el que cumplía treinta años, Yves Klein inauguraba en París una exposición en la que no se mostraba nada. Había vaciado la galería Iris Clert y pintado de blanco sus paredes, declarando que se trataba de una zona de sensibilidad pictórica inmaterial. Esta inmaterialización de la pintura debe actuar con mucha más efectividad que las pinturas comunes
, dijo. El silencio de la pintura podía ser tan bienvenido como unas vacaciones, si no fuera porque el pintor no se las tomaba y señalaba a ese vacío blanqueado como a un campo magnético a cuya fuerza muda había que someter la sensibilidad pictórica. Quiso además Klein que ese mismo día se iluminara de azul ultramarino el obelisco de la plaza de la Concordia, dejando el pedestal en penumbra, para convertirlo en una masa erecta en suspensión que anunciara majestuosamente en la noche el triunfo de una sensibilidad manumitida. Como se lo prohibieron, no se pudo disfrutar de tal visión, hasta que, años después de la muerte de Klein, París le homenajeara proyectando luz azul sobre el célebre obelisco (fig. 1). Después de la exposición del vacío le quedaron, hasta 1962, aún cuatro años de vida a este pintor, cuya historia fue la de una entrega, la de un viaje narcótico, la de una pasión por la experiencia del color, que lo desfondó. Ya intuyó que podría ocurrir esto cuando, estando en Londres, el 21 de mayo de 1950, después de haber practicado, casi por primera vez, algo de pintura a la acuarela, anotaba en su diario: Esta tarde y esta mañana pinté, solamente pinté, ¡y pensé mucho sobre esto! El resultado es muy deprimente, porque es muy difícil pintar, más de lo que cualquiera pudiera imaginar. Comprendo ahora por qué mi padre solía decir que un pintor debía ser muy fuerte y muy resistente, porque la pintura puede llegar a matarte en muy poco tiempo, ¡destrozando tus nervios y tus células mucho más rápidamente que cualquier otro arte! En todo tipo de arte o deporte o trabajo, uno emplea más o menos energías para desarrollarlo. En la pintura uno da sus energías y, además, algo más. Desconozco exactamente qué es lo que te arrebata toda tu fuerza. He notado que hoy era incapaz de hacer otra cosa sino pintar ¡porque había comenzado como es debido esta mañana! No era capaz de detenerme y de comenzar otra tarea. Tengo una sensación extraña y debo analizar esto en profundidad
(Stich, 1995: 25). Cinco años después arranca su dedicación a la pintura, y con un objeto que es, desde ese momento, diáfano.
El territorio de la totalidad, el de la vida en forma de clímax y de máximos, en un presente infinito, fue el campo de cultivo de Yves Klein, para quien Pierre Restany encontró, sin mucho ingenio, el alias de Yves, el monocromo. En 1958, además de exponer el vacío, trabajaba a menudo en colaboración con el arquitecto Werner Ruhnau, entre otras cosas en proyectos de arquitectura de aire, una arquitectura sustentada por grandes estructuras de aire comprimido. Y fue por esa época cuando escribió Ven conmigo al vacío, una canción cuya música fue compuesta por Hans Martin Majeski y que más tarde, en 1960, quiso que se interpretara durante la escenificación de sus pinturas antropométricas
, de las pinturas que resultaban de la impresión sobre el papel blanco del cuerpo desnudo de una modelo impregnada de color fresco. La canción decía:
Siempre que pienso en ti
sueño con los días de vacaciones
cuando abrazados recorríamos los caminos,
y acuérdate
cómo se iluminó nuestro sendero
todo empezó a desaparecer
los árboles
las rocas
y las flores
ya no había nada a nuestro alrededor
de repente se acabó también el camino
estamos en el fin del mundo
¿y si regresáramos?
jamás
ven conmigo al vacío
También tú
sueñas con el vacío
con nuestro amor absoluto
sé que, sin decirnos una palabra,
nos dejamos caer por el precipicio
que salvaguarda nuestro amor
el vacío espera a nuestro amor
como yo te espero cada día
ven conmigo al vacío (Stachelhaus, 1976: 63)
Ese vacío lleno que queda al final del camino, el vacío como lugar en el que se satura un sentimiento del orden de nuestro amor absoluto
, es lo que quiso encontrar Klein a cada paso, y celebrarlo en sus trabajos. Teniendo en cuenta lo intenso, lo perturbador y lo breve de su trabajo, no tiene nada de tópico decir que el paso de Yves Klein por la historia del arte del siglo XX es el de una estrella fugaz. Entre su primera exposición, en 1955, y su muerte, en 1962, median nada más que siete años. Su trabajo resplandece, digamos, con temeridad, al tiempo que su vida nos hace identificar al autor con una existencia romántica, que es, por lo común, corta y se consagra a la poesía de lo ilimitado. Como el canto de las sirenas, la obra de Klein seduce magnéticamente a quien la conoce y, como las estrellas fugaces, realiza deseos por encima del horizonte de la mirada.
Yves nació en Niza el 28 de abril de 1928. Hijo de Fred Klein y Marie Raymond, el padre holandés con ascendencia malaya y ella francesa de la Provenza, y ambos artistas de profesión. Llegué a la Tierra en 1928. Nacido en una familia de pintores, adquirí el gusto por la pintura con la leche de mi madre
. Para cuando él mismo cae en la cuenta de que quiere ser pintor ya tiene 27 años, y a partir de ahí su dedicación al arte será intensísima.
CINTURÓN NEGRO, COLOR AZUL
Pese a su ascendencia y a su buena leche, nada hacía prever que Klein se fuera a decidir por la pintura. El objeto de sus pasiones había sido antes el judo. Le ocurrió lo que a su amigo el rumano Daniel Spoerri, quien fue bailarín y daba clases de danza antes de dedicar sus energías a la creación plástica. Klein era un experto judoka que acabó aplicando sus saberes a la pintura. Se formó en la disciplina del judo Kodokan, cuyas técnicas llevan la impronta de la filosofía zen. No era tanto el componente marcial del judo lo que cautivó a Klein, sino más bien el dominio de relaciones energéticas en el espacio y la exploración simultánea de lo físico y lo mental. Efectivamente –así lo expresó Klein– el judo es el descubrimiento de un espacio espiritual por el cuerpo humano
. Fue en una clase de judo en 1947, en Niza, donde Yves conoció a dos grandes amigos: el poeta Claude Pascal y el futuro artista plástico Arman, por entonces Armand Fernández, con quienes compartió –aquellos años, y también después– su ciega confianza en la aventura, unas enormes ganas de jugar y el interés por el judo, el zen, la poesía, la astrología y la cosmogonía de los rosacruces, a cuya Sociedad se adhirieron Pascal y Klein ya en 1948. En cierto modo, los tres se iniciaron juntos en doctrinas y misterios discrecionales con rituales autosuministrados. Así, por ejemplo, cada uno de estos inspirados habitantes de Niza tuvo que hacerse responsable de un reino de la naturaleza (el mundo animal, vegetal y mineral) en un ritual improvisado en la playa. Que no sintieran esa responsabilidad como una carga excesiva dice algo a su favor, sobre todo en favor de su talento de poetas. Con Claude Pascal pasó Klein una larga temporada en Inglaterra e Irlanda entre 1949 y 1950. Aprendió inglés, a montar a caballo (no muy bien) y pintaba, lo mismo que antes, de forma muy ocasional, aunque resueltamente interesado en el color, y ahora específicamente en la monocromía. En Londres trabajó Klein en la fábrica de marcos Robert Savage, donde tenía que preparar colores y dorar, lo que estimuló su interés por el color y los pigmentos. Los amigos hicieron nuevos proyectos de viajes, particularmente planearon ir a Japón, pero Claude Pascal tuvo que desistir, debido a la tuberculosis que padecía. Todo lo que ha podido incluir el catálogo de Klein realizado por Paul Wember de esa época temprana son seis pequeños monocromos sobre papel de los años 1949-50. El resto de las creaciones están datadas a partir de 1954.
Ante las numerosas dificultades que se le presentaban para realizar el viaje a Japón, donde Klein quería perfeccionar sus conocimientos de judo, en febrero de 1951 se vino a España. Aquíse quedará cinco meses, y aquí, imprevisiblemente, dará clases de judo, en la academia que dirigía en Madrid Fernando Franco de Sarabia, quien, aparte de confiar en él como profesor de judo y de entablar con él una estrecha amistad, llegará a ser unos años después su primer editor. El