Rinconete y Cortadillo - ADAPTADO
Rinconete y Cortadillo - ADAPTADO
Rinconete y Cortadillo - ADAPTADO
Un caluroso da de verano, dos muchachos se encontraron por azar en la venta del Molinillo, que est en el camino que va de Castilla a Andaluca. Uno
tendra unos quince aos, el otro uno o dos ms.
Ambos tenan buena presencia, aunque parecan
cansados y sus ropas estaban rotas y descosidas.
El ms joven calzaba unas alpargatas tan tradas
como llevadas. Se cubra la cabeza con un gorro verde de cazador y llevaba a la espalda, como si fuera un
zurrn, una camisa vieja y grasienta con las mangas
anudadas por delante.
El mayor usaba unos zapatos sin suelas que ms le
servan de estorbo que de calzado y un sombrero de
ala ancha y copa aplastada que haba perdido su cintillo de adorno. No llevaba alforjas de ninguna clase,
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me ense algunas trampas para otros juegos. Gracias a mi habilidad, no me morir de hambre, pues
no hay venta ni cortijo donde no encuentre a alguien
que quiera matar el tiempo jugando una partida.
Podramos probar los dos aqu mismo.
Aqu?
S, debajo de este tejadillo. Ya has visto a los
arrieros que hay ah dentro. Montaremos nuestra
red, y si algn pjaro cae en ella, lo desplumaremos.
De acuerdo asinti el ms pequeo. Pero
ya que me has contado tu vida, te contar yo la ma.
Me llamo Diego Cortado, y nac en un pueblo que est entre Salamanca y Medina del Campo. Mi padre,
como te he dicho, es sastre. l me ense a manejar
las tijeras, y yo aprend por mis medios a usarlas para cortar los cordones con los que la gente sujeta su
bolsa. Harto de mi madrastra y de la aburrida vida del
pueblo, me fui a Toledo a ejercer mi oficio, en el que
soy capaz de hacer maravillas. No hay bolsa ni faltriquera a la que mis dedos no puedan llegar ni mis tijeras cortar. En los cuatro meses que he estado en
Toledo nunca me han echado el guante. Pero hace
una semana, alguien le fue con el cuento de mi habilidad al juez. Su seora se interes mucho por m,
pero yo prefiero no tener trato con personas tan importantes, as que me di tanta prisa en salir de la ciudad que tampoco a m me dio tiempo a comprar un
caballo.
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una tienda. All, con el dinero que les haban dado por
las camisas, compraron seis espuertas. El asturiano les
explic dnde deban ofrecer sus servicios: por las maanas, en la Carnicera y en la plaza de San Salvador;
por las tardes, en el ro; los das de pescado, en la
Pescadera y en la Costanilla, y los jueves, en la Feria.
Al da siguiente, con la leccin bien aprendida, se
presentaron en la plaza de San Salvador. Enseguida
los rodearon otros esportilleros para hacerles mil
preguntas, a las que respondieron con paciencia y
educacin. Luego se les acercaron un sacristn y un
soldado, atrados por lo limpias que estaban las espuertas de los dos novatos. El sacristn llam a
Cortado, y el soldado a Rincn.
Hoy he cobrado mi paga dijo el soldado,
y quiero ofrecerles un banquete a las amigas de mi
dama.
Pues llene vuesa merced la espuerta a su gusto
respondi Rincn, que tengo nimo y fuerzas
para llevarme toda la plaza. Si adems hace falta que
le ayude a guisar, lo har encantado.
Al soldado le agrad la respuesta, y le pregunt a
Rincn si quera dejar aquel oficio para ser su criado.
Es mi primer da respondi el muchacho,
y no querra dejarlo hasta ver lo que tiene de malo y
de bueno. Pero si veo que no me gusta, le doy mi palabra a vuesa merced de que le servir antes que a
cualquier otro amo.
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Luego entraron dos ancianos de venerable aspecto, con anteojos en la cara y rosarios en la mano, y
una vieja que se dirigi a la sala, tom agua bendita de la jofaina y se arrodill ante la imagen.
Despus bes tres veces el suelo, alz otras tantas
los brazos y los ojos, se levant y sali con los dems al patio.
Tambin entraron dos mozos con aspecto de matones. Llevaban enormes mostachos, sombreros de
ala ancha, espadas ms largas de lo permitido por la
ley y dos pistolones a la cintura. Nada ms entrar,
miraron con desconfianza a Cortado y a Rincn, se
les acercaron y les preguntaron si eran de la cofrada.
Rincn respondi que s, y que tendran mucho gusto en servirles en lo que mandaran, con lo que los
dos matones parecieron satisfechos.
En eso baj al patio el seor Monipodio, y toda
aquella gente, que le estaba aguardando, lo recibi
con una larga y profunda reverencia. Era un hombre
de unos cuarenta y cinco aos, alto, moreno, cejijunto y barbinegro. Su aspecto era muy desaliado. Por
la abertura de su camisa asomaba un bosque de vello. Llevaba una capa que le caa hasta los pies, en los
que calzaba unas chanclas. Se cubra las piernas con
unos calzones anchos y pasados de moda, y la cabeza con un sombrero acampanado de ala cada. Una
espada ancha y corta le colgaba del hombro, sujeta a
una tira de cuero.
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siempre que tenga que ver con nuestro oficio respondi Rinconete.
No hace falta que digis ms dijo Monipodio. Vuestras palabras me convencen, me persuaden, me obligan y me fuerzan a aceptaros como
miembros de esta cofrada sin que tengis que cumplir
el ao de noviciado.
Los dems miembros de la cofrada de ladrones
asintieron a aquellas palabras, pues el aspecto y modo de hablar de los dos amigos les haban gustado
mucho.
Entonces lleg un muchacho corriendo y sin
aliento y dijo:
El alguacil de los vagabundos viene hacia aqu.
Que nadie se alborote dijo Monipodio. Es
amigo y nunca nos ha hecho mal. Yo hablar con l.
Sali a la puerta y estuvo un raro hablando con el
alguacil. Luego volvi a entrar en la casa y pregunt:
A quin le toc hoy la plaza de San Salvador?
A m respondi Ganchuelo.
Y cmo es que no se me ha dicho nada de una
bolsa con quince escudos de oro, tres reales y no s
cuntos maraveds que desapareci all esta maana?
Verdad es que desapareci respondi Ganchuelo, pero yo no la cog, y tampoco s quin pudo hacerlo.
A m no me engaa nadie! tron Monipodio. La bolsa tiene que aparecer, pues la pide el
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Monipodio. Yo le dar la parte que le corresponde, pero la bolsa hay que devolvrsela intacta a su
dueo, pues es pariente del alguacil, y como ya os he
dicho, nos hace en un solo da ms favores de los que
podramos pagarle en un ao.
Todos estuvieron de acuerdo con la decisin de su
jefe. Monipodio sali a darle la bolsa al alguacil. Volvi a entrar acompaado por dos mozas tan maquilladas y desvergonzadas que era fcil adivinar cmo
se ganaban la vida. En cuanto las vieron entrar en el
patio, los dos matones corrieron a abrazarlas.
Habis trado algo para mojar el gaznate? les
pregunt uno de ellos, al que apodaban Maniferro
porque llevaba una mano de hierro en lugar de la que
le haban cortado por ladrn.
Cmo no bamos a traerlo, espadachn mo?
respondi una de las mozas, a la que llamaban la
Gananciosa. No tardar en llegar tu criado Silbatn
con lo que hemos sacado hoy.
En efecto, el criado lleg poco despus con una
canasta de hacer la colada cubierta con una sbana.
Monipodio mand extender una estera en medio del
patio.
Sentmonos para matar el hambre y echar un
trago les dijo a los dems. Luego hablaremos de
nuestros asuntos.
Monipodio, hijo dijo la vieja que haba estado rezando ante la imagen, yo ya no estoy para
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de que tena una cara tan pequea que era imposible que en ella cupiera una cuchillada de catorce
puntos, y al ver que no poda cumplir mis destrucciones...
Vuesa merced querr decir instrucciones le
interrumpi el caballero.
Eso quise decir. Al ver que en ese rostro no caban los puntos propuestos, se los di a un criado suyo, en cuya cara haba espacio de sobra.
Preferira que le hubierais dado siete puntos al
amo que esos catorce a su criado dijo el caballero. Ya os he dicho que el encargo no se ha cumplido. Pero en fin, no lamentar demasiado haber
perdido los treinta ducados que dej como seal.
Beso las manos a vuesas mercedes.
Salud con el sombrero y se dio la vuelta para irse, pero Monipodio lo agarr de la capa.
Detngase vuesa merced y cumpla su palabra,
pues nosotros hemos cumplido la nuestra. No saldr
de aqu sin darnos los veinte ducados que faltan.
Y a dar la cuchillada al criado en lugar de al
amo llamis cumplir vuestra palabra? protest el
caballero.
Parece que el seor no se acuerda de aquel refrn que dice: Quien bien quiere a Beltrn, bien
quiere a su can, dijo Chiquiznaque.
Y a qu cuento viene ese refrn? replic el
caballero.
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Rinconete se parta de risa recordando las equivocaciones que aquel hatajo de ignorantes cometan al
hablar, como decir adversario en lugar de aniversario
o destrucciones en vez de instrucciones. Le maravillaba que realmente pudieran creer que bastaba con
rezar y poner velas a las imgenes para ir al cielo, a
pesar de tantos robos, cuchilladas y quin sabe si cosas peores como haban cometido. No le maravillaba
menos la obediencia y el respeto que todos tenan a
un hombre tan grotesco y desalmado como
Monipodio. Finalmente, le pareca increble que una
gente tan daina pudiera vivir casi al descubierto en
aquella ciudad.
Era un muchacho muy despierto, y como tena
buen fondo, decidi convencer a su amigo de que
deban apresurarse a abandonar aquella vida si no
queran acabar mal. Y en efecto, la abandonaron,
pero solo al cabo de unos meses. Ya contaremos en
otra ocasin lo que les sucedi durante ese tiempo a
Rinconete y Cortadillo en la infame academia de ladrones de Monipodio.
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