Introducción A Heidegger - Manuel Olasagasti
Introducción A Heidegger - Manuel Olasagasti
Introducción A Heidegger - Manuel Olasagasti
INTRODUCCION
A HEIDEGGER
BIBLIOTECA
CAMPUS
Ediciones de la
Revista de Occidente
Bárbara de Braganza, 12
MA D R I D
Prólogo....................................................................................................... 11
I. El s e r .................................................................................................. 143
24. La pregunta ontológica............................................................... 143
25. Experiencia griega del s e r .......................................................... 147
26. Ser y e n te .................................................................................. 156
27. Ser y hombre............................................................................. 158
28. Ser y tiempo.............................................................................. 166
29. Ereignis, el lugar de origen de sery tiempo................................. 171
X V. Pensar................................................................................................ 251
44. Heidegger, camino del pensar.................................................... 251
45. Mirada a los griegos................................................................... 253
46. Pensar y s e r ............................................................................... 258
47. Pensar y obrar............................................................................ 264
48. Pensar: recordar y escuchar al s e r ........................................... 266
49. Verdad....................................................................................... 268
50. Experiencia griega de la verdad................................................. 273
que escapa a los métodos usuales del historiador. Heidegger pone en cues
tión, con el ser, el destino de Occidente; su meditación no transcurre en
el plano abstracto de la llamada afilosofía»: afecta a la esencia misma de
nuestra vida occidental, por tanto, al hombre cualquiera tanto como al
teórico, y en la medida que Occidente ha configurado el mundo, alcanza
dimensiones planetarias. En su meditación del ser, Heidegger sostiene sobre
su espalda, cual otro Atlante, el globo terráqueo y se propone transportarlo
a otro «lugar», no sabemos cuál. Esto es lo que nos hace poner el oído aten
to, prestos a captar en la voz de Heidegger las voces misteriosas del destino
en que resuena todo nuestro pasado y se anuncia nuestro posible futuro.
El fin inmediato de estas páginas es la presentación de Heidegger
como base para una posible conversación. Claridad y fidelidad son dos
requisitos para este género de trabajos, no fáciles de lograr tratándose de
Heidegger; la proverbial dificultad de su pensamiento se multiplica por
la de la traducción a una lengua que carece de los recursos del alemán,
aunque posea los suyos propios, sin olvidar que Heidegger ha agravado
la dificultad al hacer objeto su propio idioma de una particular —y pro
bablemente legítima— violencia, hasta ahormarlo como dócil instrumen
to de su pensar. Será inevitable la pérdida de parte de la sustancia en
el trasplante, sea por su misma intransferibilidad, sea por las limitaciones
del que ha acometido la tarea.
Puede afirmarse que Heidegger se ha aclimatado bien en el área de
lengua española, que no ha quedado a la zaga de los países en vanguar
dia en traducciones, estudios, interés y hasta entusiasmo por la obra de
Heidegger. Faltaba —lo mismo que en otras latitudes— el estudio de
conjunto. Aunque afortunadamente Heidegger no está concluso en su cur
va vital ni en su pensamiento, lo publicado hasta la fecha es de tal
volumen y rotundidad, la en un tiempo indecisa «segunda época» se ha
ido dibujando con perfiles tan nítidos, que parece llegada la hora de inten
tar una primera síntesis. Es lo que han realizado ya para sus respectivos
países autores como O. Póggeler y W. ]. Richardson, y lo que la presente
obra quisiera ser para el público hispanohablante.
ser el sacar a luz esa comprensión pre-ontológica que forma parte del
ser mismo del hombre y subyace en todo su comportamiento, no sólo
en la porción estrictamente mental o teorética de él. De ahí la necesidad
de llevar a cabo un análisis de la estructura total del ser humano, para
que se desprenda de él el sentido de esa comprensión del ser. Es el «Aná
lisis existencial» (Daseinsanalytik), de que se ocupará el resto de la obra.
Heidegger dedica Sein und Zeit a Husserl. Heidegger declara que sin
el precedente de Husserl esta obra no habría sido posible; si en ella se dan
algunos pasos hacia «las cosas mismas», según el lema de Husserl, es gra
cias a la inestimable ayuda que este le prestó durante los años de docencia
en Freiburg. Pero Heidegger se apresura a hacer constar su posición libre
y personal ante la fenomenología; no se ata a una dirección ¿i escuela; en
la fenomenología lo que importa son las posibilidades que encierra 6.
r Heidegger llega en esta obra a la madurez de su concepto de fenomeno
logía. Frente a los métodos tradicionales, se pronuncia decididamente por
el método fenomenológico; este será «el» método. Con esto no se inscribe
en una escuela o corriente filosófica; la auténtica fenomenología es para
Heidegger solo un método, y su mejor definición es el lema de Husserl
Zu den Sachen selbstl («|a las cosas mismas!»); máxima que parece no de
cir nada o, a lo más, algo demasiado evidente y que todo el mundo admite.
Heidegger da una primera idea de la fenomenología —puesto que la deci
siva será la resultante de todo el libro— analizando los dos términos «fe
nómeno» y «íogos». La profundización del significado originario de estos
términos griegos ayudó a Heidegger, como confesará más tarde7, a una
idea más depurada de la fenomenología. aFenómeno» — phainómenon
es lo que se muestra en sí mismo, lo patente. «Lo que parece ser», la «apa
riencia», la «simple apariencia» son ya sentidos derivados que presuponen
el primero. Heidegger busca asimismo el sentido originario del lógos grie
go; antes y más radicalmente que «habla», concepto, razón, proposición,
significa lógos «hacer ver», y es este el sentido que subyace en los anterio
res; así Aristóteles, cuando trata de comprender el sentido del lógos en
cuanto lenguaje o habla, lo hace consistir en el apophaínesthai, patentizar.
Fenomenología sería, por tanto, légein tá phainómena: hacer ver lo que se
muestra y tal como se muestra en sí mismo. No se trata, naturalmente, de
hacer ver lo que ya se muestra por sí mismo, que sería una redundancia,
sino de un hacer ver que consiste precisamente en hacer que algo se mues
tre en sí mismo.
Pero no es objeto de la fenomenología todo lo que de cualquier modo
pueda mostrarse en sí mismo, sino aquello que, estando oculto y encubierto,
constituye la esencia, fundamento y sentido último de lo que inmediata y
comúnmente se presenta; ahora bien, lo esencial y fundamental es, ante
todo, el ser mismo. Heidegger entiende concretamente la fenomenología
como el método para llegar al tema de la ontología: el ser. «La ontología
solo es posible como fenomenología.» Lo que la fenomenología tiene que
dejar mostrarse es el ser de los entes. La fenomenología es necesaria por
Ser y tiempo 21
que los fenómenos —el ser de los entes— no nos son patentes inmediata
mente; fenómeno no es lo que «ya» está patente ni una apariencia «tras»
de la cual haya que descubrir la verdadera «realidad» —si así fuera, el
concepto contrapuesto a «fenómeno» sería «realidad» y no «encubrimien
to»— ; la fenomenología tiene que rescatar de toda clase de encubrimien
tos el ser de los entes, el «fenómeno».
Así quedan identificados fenomenología y ontología. «Fenomenología
»—dice textualmente Heidegger— es la ciencia del ser de los entes, on
tología.» Ontología y fenomenología serían dos nombres de la filosofía,
uno por su contenido y otro por su método. «Filosofía es ontología uni
versal fenomenológica»; su punto de partida — «ontología fundamental»—
es el análisis de la «existencia» (^xistenz) 8.
Cuán lejos queda Heidegger de Husserl se comprueba, más que por
estas nociones teóricas de fenomenología, por su realización a lo largo
del libro. El resultado más inmediato es que Heidegger no se cree for
zado por el principio de la fenomenología — «a las cosas mismas»— a las
diversas «reducciones» de Husserl hasta quedar como único «reducto»
inexpugnable, como única «cosa» realmente «dada», el yo puro. Para
Heidegger la «cosa misma» no es un yo exento, sino un «yo en el mun
do» ; de ahí la primera caracterización del ser humano o Dasein como
in-der-Welt-sein (ser-en-el-mundo).
E] artículo de 1927 sobre fenomenología redactado por Husserl en
colaboración con Heidegger para la Encyclopaedia Britannica, dio ocasión
a Heidegger para puntualizar sus discrepancias. En carta dirigida a Hus
serl el mismo año y en notas marginales a las diversas redacciones del
artículo, expone Heidegger concisamente sus reparos a Husserl; todos se
centran en la famosa «reducción» que da por resultado el «yo puro» como
origen y principio transcendental y constituyente de todo objeto. A la
exigencia de Husserl de poner afuera de consideración (ausser Betracht
setzeri) todo lo que no sea el aalma» pura, es decir, lo a priori del yo
por tanto, de dar de lado, por ejemplo, el cuerpo— Heidegger anota:
si el «alma pura» se obtiene por reducción, ya no es el a priori del alma.
«¿No pertenece —pregunta en otra nota marginal— el mundo a la esen
cia del yo puro! » El yo puro, dado a priori, aparte de toda construcción
y posición nuestra, es en realidad el yo-en-el-mundo. Claro es que, como
agrega Heidegger, ese ester-en-el-mundo es esencialmente diferente de la
simple presencia (Vorhandensein) «dentro» del mundo.
Husserl propone una universal «voluntad teorética» frente a toda ac
titud ingenua, una voluntad de reducción que debe mantener en suspenso
e inhibir todas nuestras vivencias. ¿Y esa voluntad misma? (Und dieser
Wille selbstl) —pregunta Heidegger—. Tal vez la «voluntad de reduc
ción» sea lo más necesitado de reducción. Heidegger quiere hacer ver en
sus lacónicas observaciones que la reducción del yo humano a yo puro
es no sólo injustificada, sino imposible. Esa reducción no es una «posibi
lidad» del hombre. Husserl cree que sí; el yo reducido ya no es, según
22 Introducción a Heidegger
amenaza es el mundo como tal. Una vez pasada la angustia, el habla coti
diana suele decir: «no era nada». Y así es en cuanto a entes simple
mente existentes (das Vorhandene) o a mano (das Zuhandene), pero no
en cuanto al supuesto y posibilitación de los mismos: el mundo. Aquello
ante lo que se angustia el Dasein es su propio ser-en-el-mundo. La an
gustia abre «directa y originalmente el mundo como mundo». Angus
tiarse por el propio ser-en-el-mundo es angustiarse por el propio poder-
ser, que aparece patente una vez removido lo ultramundano por obra
de *la angustia: esta tiene la virtud de singularizar, dejando al Dasein
en la propia desnudez de su ser: solus ipsé. Mientras en la cotidianeidad
el ser-en-el-mundo toma el carácter de tranquila seguridad, un «estar en
casa» (Zuhausesein), en la angustia sabe a desazón e inhospitalidad (Un-
heimlichkeit), un no estar en su casa (Un-zuhause). La fuga peculiar de
la «caída» intenta evitar este carácter inhóspito del mundo refugiándose
en el «uno» de la cotidianeidad. El estar-en-casa (modo inauténtico) de
riva del no-estar-en-casa (modo auténtico), y no a la inversa.
La verdadera angustia —fenómeno raro por el predominio de la caída
y la publicidad— es un temple privilegiado. Todo «encontrarse» hace
patente el ser-en-el-mundo, pero la angustia de modo señalado, porque
«singulariza» al levantarle al Dasein de la caída y ponerle ante la auten
ticidad e inautenticidad como posibilidades de su ser; pero, sobre todo,
porque la angustia nos revela mejor la estructura del Dasein como tota
lidad. La angustia nos hace descubrir al hombre como ser-en-el-mundo
fáctico o arrojado, como poder-ser y como caída: fenómeno unitario.
Heidegger trata de apresar esa unidad con esta fórmula: el ser del Dasein
consiste en «anticiparse-ya-en (el mundo), como ser-junto-a (los entes
que se presentan dentro del mundo)» 12.
Heidegger escoge el término Sorge (preocupación, cuidado) para de
signar esa estructura unitaria, excluyendo de él todo otro significado ón-
tico (preocupación o despreocupación, cuidado o descuido en sentido psi
cológico). Por ser totalidad estructural y original, la «preocupación» es
siempre a priori de toda conducta fáctica del Dansein; lo mismo la con
ducta práctica que la teorética tienen el carácter de «preocupación». Por
ello, esta no puede fundamentarse en actos, como querer, desear, impulso,
inclinación. Como testimonio histórico a favor de esta caracterización
del ser humano recoge Heidegger una fábula del poeta hispanorromano
Higino que Goethe refundió para su Fausto. En ella aparece la «preocu
pación» (Cura) como modeladora del hombre en su ser terrenal, por lo
que este quedará sometido a su imperio mientras «sea en este mundo».
Llegado a esta altura de su análisis, Heidegger lanza una mirada a la
meta, todavía lejana, de su trayectoria: el sentido del ser. El hombre
con su «comprender» existencial se hace cargo de lo que es el mundo, su
propio ser y el de los entes intramundanos. Pero todo ello tiene lugar
«por lo pronto y en general» en el estado de caída. La caída retiene al
hombre enredado entre los entes intramundanos; de ahí que sean estos
Ser y tiempo 33
se stans, sino que es solo una modificación de la Sorge: solo un ser que
es «preocupación» es capaz de «chocar» con entes intramundanos. En
conclusión, Heidegger le encuentra dos reparos a la definición de la
realidad como «resistencia»: primero, la resistencia sería a lo más un
carácter entre otros de la realidad; en segundo lugar, la resistencia pre
supone ya abierto un mundo. Algo parecido hay que advertir sobre la
«conciencia de realidad» como posible origen de la «realidad»: no sería
sino un modo de ser del ser-en-el-mundo. Y concluye Heidegger: «A este
fundamental fenómeno existencial [ser-en-el-mundo] vienen a parar todos
los ‘problemas del mundo exterior’.»
La realidad solo puede fundamentarse en la humana «preocupación».
Según Heidegger, «realidad» es un término adecuado para designar los
entes intramundanos que no tienen la forma de ser del hombre. El ser
«a mano» (Zuhandenheit) y el ser simplemente existente (Vorhandenheit)
serían dos modos de la realidad; de hecho, el término «realidad» ha desig
nado solo el segundo. En cualquier caso, todos los modos de ser de los
entes intramundanos están fundados en el fenómeno del «mundo» y, por
tanto, en el ser-en-el-mundo y, por tanto, en la «preocupación». Esto
vale ante todo para la tradicional «realidad» (lo que está ahí, lo simple
mente existente, lo «en sí» en el sentido de «independiente»). Si hay rea
lidad es porque hay Sorge; en este sentido, los entes son solo porque
hay Sorge, Dasein. Efectivamente, «si no existe el Dasein, entonces no
‘es’ tampoco la ‘independencia’ ni ‘es’ el 'en sí’». Si no hay ser humano,
esos entes no son ni comprensibles ni incomprensibles; no cabe enton
ces ni descubrir entes intramundanos ni que permanezcan ocultos, ni que
sean ni que no sean. Solo cabe decir ahora (mientras hay comprensión
del ser y con ella del ser que está ahí) que entonces los entes seguirían
siendo.
Heidegger previene contra los malentendidos de estas expresiones
suyas. La° realidad se funda ontológicamente en el ser de Dasein; pero
esto no significa que «lo real» solo pueda ser lo que es en sí mismo si existe
y mientras existe el Dasein. Lo que se funda en el Dasein es el «ser» - e n
este caso la «realidad»— de los entes, no los entes mismos, no lo real.
En conclusión; 1), la «realidad» (modo de ser de entes íntramunda-
nos) no puede ser el modo de ser primario y adecuado del mundo ni
del ser humano, porque está fundamentado en estos; 2), hay que excluir
desde ahora que el sentido del ser en general sea la «realidad» (Vorhan
denheit o Zuhandenheit).
Dentro de esta recapitulación y primeras conclusiones sobre el ser,
Heidegger incluye la noción de verdad y su relación con el ser. Desde
antiguo se han equiparado ser y verdad. En Aristóteles no aperece la
verdad en el marco de una teoría del juicio, sino del ser. Si esto es así,
en la analítica del ser humano, que incluye una «comprensión del ser»,
tuvo que aflorar el tema de la verdad, y así es, aunque no se hizo men
ción explícita.
Ser y tiempo 35
ser, es decir, ante su «poder ser». Por serle esencial el estado de «posi
bilidad», el hombre está siempre «en deuda» consigo mismo, está «a falta
de», «no es dueño» de su más propio ser; su «sí mismo», al ser siempre
un «poder ser», es un no ser sí mismo. El hombre, en su más propio ser,
es siempre «deudor»; esto es lo que constituye ante todo su condición
de «arrojado». Hay que dejar de lado aquí los conceptos de «privación»
y «deficiencia», así como los de malum o privatio boni. No se trata de
deuda moral, si bien advierte Heidegger que esta «deuda» (Schuld) exis
tencia! es la condición existencial de la deuda o culpa moral.
El hombre oye la voz de la conciencia cuando se comprende a sí mis
mo en su más peculiar «poder ser» o, lo que es lo mismo, cuando se
acepta como deudor; ello implica «querer tener conciencia» (das-Gewis-
sen-haber-wollen). Consta, por consiguiente, por el testimonio de la con
ciencia que a la existencia humana le corresponde un modo de ser autén
tico frente al cotidiano e inauténtico. En el «querer tener conciencia»
está implícita la «apertura auténtica» (eigentliche Erschlossenheit) del
hombre. Esa apertura auténtica está constituida por el temple de la an
gustia, por el comprender (Verstehen) como proyectarse sobre el más
peculiar «ser deudor» y por el habla como silenciosidad. Heidegger de
signa con el término Entschlossenheit («decisión-») el fenómeno de la au
tenticidad en su estructura global. Ahora bien, siendo la muerte la más
peculiar posibilidad del hombre, es claro que la decisión tiene que incluir
una actitud auténtica ante la muerte; la «decisión» solo lo es en la forma
de «decisión anticipada de la muerte» (vorlaufende Entschlossenheit) 13.
POS6;Por qué la metafísica no nos lleva al ser? Porque se ocupa del ente.
Esto parece chocante, ya que el ente es ente por el ser ; la metafísica, al
menos indirectamente, es ocupación con el ser. Sin embargo, la experien
cia de Heidegger es que el ente deja en sombra al ser y hay que abrir otro
camino: el de la verdad o patentización del ser. El constatar ese olvido
del ser que padece crónica y esencialmente la metafísica ha llevado mu
chas meditaciones y muchas páginas a Heidegger; prácticamente ha tenido
que elaborar la historia de la metafísica como «historia del olvido del
ser». En capítulos sucesivos asistiremos a la presencia omnímoda e
la metafísica en todo el pensamiento y el actuar del hombre occidente,
antiguo y moderno, con el consiguiente olvido del ser. Pasaremos revista
con Heidegger a la lógica occidental, a la idea de fundamentacion, a la
edad moderna como hija de la metafísica, a la consumación de la meta
física con Nietzsche, a la técnica como una forma de habérselas el hombre
con el ente determinada por la metafísica.
II
4. Lógica, de lógos
s ir
Introducción a Heidegger
52
£
Metafísica como lógica 53
pensar. Claro es que eso es la facies externa del método, que solo unida
a la interna —la visión de la cosa misma, del auténtico pensar— tiene
efecto.
Heidegger hace coincidir el nacimiento de la lógica con la época final
de la filosofía griega. La lógica tuvo su orto cuando la filosofía se escola-
rizó, tomando la forma de una técnica y una organización. Nació en los
círculos platónico-aristotélicos. El paso decisivo fue dado por Platón cuan
do tradujo el eón, el ser del ente, a la idéa, haciendo del ente un «objeto»
(Gegenstand) de la epistéme. La lógica oes invención de profesores, no de
filósofos». Los filósofos, cuando se han ocupado de lógica, no lo han hecho
por la lógica misma, sino por otros intereses más profundos. Heidegger
observa que no es un azar el que los intentos más decisivos de reforma
de la lógica tradicional hayan partido de tres grandes pensadores: Leib-
niz, Kant, Hegel.
La lógica es un cuerpo de reglas de pensar. Por eso solo pudo nacer
después de haberse llegado a una neta y peculiar distinción entre ser y
pensar. Precisamente porque presupone ya hecha esa distinción, la deja
a la espalda; esto quiere decir que de la lógica no se puede esperar que nos
aclare en qué consiste esa distinción ni de dónde procede. Lo que preocupa
a Heidegger no es el origen del «tratado de lógica» como disciplina es
pecial filosófica ni la historia de su desarrollo. Heidegger preguntar 1. Por
qué precisamente en la escuela platónica se formó la lógica. 2. Por qué
la. lógica consistió en una teoría del lógos en el sentido de enunciación o
juicio. 3. A qué se debe el poder omnímodo que ha ejercido la lógica en
el campo del pensar, poder que fue in crescendo hasta c u lm i n a r en la
frase de Hegel «La lógica es la forma absoluta de la verdad, más aún, la
verdad pura», hasta ocupar todo el campo de la metafísica e identificarse
con esta; la Wissenschaft der Logik de Hegel no es sino metafísica.
Heidegger cree encontrar el origen de la lógica en el lógos griego.
Esto parece obvio, de sobra conocido y que no ofrece mayor problema.
Pero para Heidegger sí lo ofrece. No es cosa natural y que haya que
dar de barato que del lógos proceda la lógica, ya que el lógos significó
en sus orígenes algo muy distinto de la lógica. Lógos, légein en el pensar
griego originario era reunión. Esta reunión tenía a la vez el carácter
de la desocultación. Efectivamente, lógos era la reunión del ser; pero
el ser era para el pensamiento griego originario lo desocultado —la pre
sencia de lo presente, presencia que ha sido traída desde lo oculto—. El
reunir del lógos tenía así el carácter del abrir, del patentizar. Légein se
contrapone al encubrir y ocultar. Heidegger abona esta interpretación
con el fragmento 93 de Heráclito: «el soberano, cuyo oráculo tiene lugar
en Delfos, oúte légei oúte kryptei, ni reúne ni oculta, allá semaínei, sino
que da señales». Reunir se opone aquí a ocultar; reunir es desocultar
patentizar.
Que el vocablo légein, reunir, se cargase de la significación de pa-
ntizar, desocultar, solo le pudo provenir de su relación esencial al ser
54 Introducción a Heidegger
En esta etapa final es cuando tiene lugar el tránsito del ser desde
la physis a la idéa. Eídos, idea, será el hombre decisivo y definitivo del
ser. Hegel, que para Heidegger representa la «magna y definitiva consu
mación del primer paso del pensamiento occidental», llamará al ser la
realidad como tal— Idea. A esta altura de la historia no sabemos por
Metafísica como lógica 55
6. De noein-légein a la ratio
En el curso de 1951-1952 Was heisst Denken? (¿Qué significa pen
sar?) Heidegger completa sus reflexiones sobre las relaciones entre phy-
sis (ser) y lógos y su proceso evolutivo con la explicación de la tra
yectoria seguida por la palabra noein hasta llegar a la ratio. Noein
sufrirá una metamorfosis similar al lógos hasta dar en el mismo signi
ficado que este: entendimiento, razón lógica. En los pensadores griegos
noein estaba emparentado radicalmente con el ser, lo mismo que el lógos
y en íntima correspondencia con este. Naturalmente, Heidegger rechaza
la usual traducción de noein, nous, como percibir, entender, entendi
miento; el sentido aproximado sería el de «tomar en consideración»
(in-die-Acht-nehmen), así como el sentido de légein sería adejar estar»
(vorliegenlasseti). Si se quiere llegar a comprender lo que para los grie
gos significaba pensar, hay que atenerse a la unidad originaria de donde
procede la pareja légein-noein; ni por el solo légein ni por el solo noein
podemos hacernos suficiente idea de la esencia del pensar griego, ni
siquiera tomándolos conjuntamente y unificándolos en un mismo con
cepto. Esta última solución es la que se adoptó en el pensamiento occi
dental; pensar se estabilizó como «decir», como el légein del lógos en
el sentido del enunciado; al mismo tiempo, pensar llega a ser noein
en cuanto percepción a través de la razón. Los romanos impondrán el
nombre de ratio a la fusión de légein y noein; ratio (reor) significa a la
vez aprehender, percibir algo ( = noein) y representar o exponer ( = lé
gein). Ratio se convierte en la «razón», objeto de la lógica.
Así desaparece de la ratio la esencia primaria de légein y noein.
Desde la filosofía medieval, lógos y nous se interpretan a partir de la
ratio, a la inversa de lo que debería hacerse; naturalmente, con este
enfoque todo se oscurece. Heidegger no quiere con ello dar a entender
que la filosofía posthelénica sea falsa, pero sí subrayar que la filosofía
«con toda su lógica y dialéctica» no ha podido plantearse en su radi-
calidad la cuestión de la esencia del pensar.
Heidegger trata de esclarecer el auténtico sentido de légein y noein
y su mutua relación a través del aforismo de Parménides khré tó legein
Metafísica como lógica 61
te noein V éon émmenai, que corrientemente se traduce: «se requiere
decir y pensar que el ente es». Heidegger vierte así: «se requiere dejar
estar, como también tomar en consideración...» Heidegger nota que en
esa mutua relación noein, tomar enconsideración, depende y queda de
terminado por légein, dejar estar; esto significa que el «tomar» (en
consideración) del noein no es un «apresar» (zugreifen), sino dejar que
se adelante lo que está ahí (das Vorliegende), y que noein guarda su
correspondencia originaria a légein: la «consideración» en que el noein
toma algo corresponde al «recogimiento» (légein) en que lo existente
o subyacente queda guardado como tal.
Mientras el pensar se atenga a esta línea de interpretación de noein
y légein, no será nunca un «prender» (greifen) lo existente ni un ataque
(Angriff) a la realidad; tampoco será un con-cebir ni un com-prender.
Efectivamente, Heidegger sostiene que en los albores del pensamiento
occidental no existía el con-cepto; para nuestra manera habitual de
juzgar este detalle es síntoma no de una superioridad, sino de la imper
fección de todo lo incipiente y balbuciente. Heidegger cree que el con
cepto, lejos de contribuir al desarrollo del pensar, sirvió para encorse-
tarlo y deformarlo, impidiendo su libre desenvolvimiento.
Se supone que el pensamiento, gracias al concepto, gana en rigor
y precisión; el concepto sería la única garantía contra un pensar incon
trolado y caprichoso. A esto opone Heidegger el hecho de que los pen
sadores griegos, incluso Aristóteles, piensan sin conceptos, pero no por
ello están faltos de precisión; simplemente, piensan con plenitud y como
es debido, dejándole al pensar seguir su camino, que es el camino de
lo problemático. El elemento del pensar es el problema; el concepto
amenaza constantemente con desplazar al pensar de este elemento. Aris
tóteles se mantuvo siempre dentro de lo problemático; Heidegger re
produce el texto con que finaliza su estudio Kant und das Problem der
Metaphysik: «lo que fue, es y seguirá siendo siempre problemático es
la pregunta ¿qué es el ente?»
Que Aristóteles piensa sin conceptos puede sonar como una de tan
tas «genialidades» como estamos acostumbrados a escuchar a Heidegger;
pero conviene distinguir con él entre Aristóteles y el aristotelismo. Hei
degger trata con dureza y desdén todo escolarismo en filosofía, porque
ve en él el enemigo directo del pensamiento. «Perseverar en esa actitud
interrogadora es lo que separa por un abismo a este pensador Aristó
teles de todo aristotelismo que, como todo partidismo, falsifica lo pro
blemático en una respuesta definitiva»; donde no hay esta fundamental
actitud interrogadora, lo problemático degenera en lo «cuestionable (esto
es, lo «digno de preguntarse», das Frag-würdige en lo «problemático»
o «cuestionable» en el sentido banal de la palabra), que a su vez es
sinónimo de lo inseguro, lo inconsistente que amenaza con desintegrarse.
a tendencia al sistema conceptual nace de esa inseguridad íntima; se
trata de asegurar la realidad ligándola en una construcción transparente
62 Introducción a Heidegger
7. Principio de razón
que ahora el ser no puede ponerse sobre un suelo en el sentido del ente
(sobre un ente o como un ente) ni explicarse desde el ente; no, en cuanto
que ahora hay que pensar el ser como ser. El ser en su verdad es ahora
la «medida», medida que no puede mensurarse con ningún contar y medir
nuestro, que no podemos cortar partiendo de nosotros mismos, «a nuestra
medida»; es lo inconmensurable. Lejos de quedar sin suelo, el pensar
ahora y solo ahora se pone en correspondencia con el ser, con la verdad
o revelación del ser.
El ser es fundamento y no tiene a su vez fundamento, es sin por qué.
Lo que es sin por qué ¿qué es sino «juego»? Efectivamente, Heidegger
toma en serio el juego y hace de esta palabra un término esencial de su
pensamiento; en sus últimos escritos vuelve una y otra vez sobre el juego
y, para colmo, suele ser —juntamente con la de Dios— su «última pala
bra» ; después de pronunciarla, Heidegger se retira, dejándonos pensati
vos. En el juego se «apoya» el ser —declara Heidegger—, y no en ningún
fundamento.
El ser es el más sublime juego, un juego que nada tiene de caprichoso.
Pero para poder pensar el ser como juego, hay que penetrar primero en
el misterio del juego. La filosofía no ha alcanzado la esencia del juego
porque ha intentado representarlo como algo que es, como ente, como
algo que tiene un fundamento, y entoces se interpreta el juego como dia
léctica de libertad y necesidad, desde la perspectiva del fundamento, de la
ratio, de las reglas del juego, del cálculo.
Heidegger tampoco juzga suficiente determinar la esencia del juego
desde el ser, fundándolo en este; más bien, a la inversa, tenemos que
concebir ser y fundamento, ser como lo sin-fundamento, desde la esencia
del juego. El misterio del juego no puede esclarecerse más que desde sí
mismo. ¿No es pueril, al intentar resolver la cuestión del principo de ra
zón, terminar con una alusión al juego? Heidegger se contenta con citar
a Heráclito, el pensador del lógos, origen remoto del principio de razón.
En el fragmento 52 leemos: aión país esti patzon, pesseúon, paidds he ba-
sileie. Heidegger traduce: el destino del ser es un niño que juega al aje
drez, de un niño es la realeza, es decir, el arkhé, el fundamentar, el ser
del ente.
¿Por qué juega ese gran niño del juego mundial? Juega porque juega;
el «porque» hunde sus raíces en el juego mismo; el juego es sin por qué;
solo queda juego, «lo más sublime y profundo». Ese «solo» lo es todo.
Nada es sin fundamento; el ser en cuanto fundador no tiene ningún fun
damento, juega como lo sin-fundamento (Ab-grund, abismo) aquel juego
que es nuestro destino; el ser como destino «nos la juega», diríamos en
castellano. Ser y fundamento se resuelven en juego.
El ser remite al juego. Para Heidegger «ser es fundamento» no es la
última palabra que cabe decir sobre el ser; este nos queda todavía pro
blemático. En particular está aún por aclarar la relación de la esencia
Metafísica como fundamentación 73
del ente». Ente se interpreta en este contexto como aquello que brota y
se abre y, en cuanto presente, se hace patente al hombre, quien a su vez se
abre a la presencia del ente al percibirlo. El ente no se hace ente por
el mero hecho de contemplarlo el hombre en el sentido de representarlo
en una percepción sujetiva; es más bien el hombre quien es contemplado
por el ente, referido a lo abierto de él, «traído y llevado» por sus pugnas
y tensiones. Así se siente la esencia del hombre en la gran época griega;
de ahí que el hombre, para corresponder a su esencia, tenga que reunir
(légein) y salvar (sózein), tomar y conservar lo abierto como tal (ale-
theúein). El hombre griego es el escucha (Vernehmer) del ente, y solo así
se siente ser. En la helenía el mundo no puede disolverse en «imagen».
Ni la frase de Protágoras «el hombre es la medida de las cosas» ni
la concepción platónica del ente como idea ni la peculiar relación al ente
que Aristóteles llama theoría son para Heidegger argumentos en contra.
El dicho de Protágoras — «el hombre es la medida de las cosas, de las
presentes como presentes, de las ausentes como ausentes»— debe inter
pretarse dentro del mundo griego no deformado por la mentalidad mo
derna. Cuando Protágoras pronuncia esas palabras, difiere de Descartes
en todo lo esencial: en la noción del hombre, del ser y de la verdad.
Protágoras con su dicho admite y reconoce la esfera dentro de cuyos
Límites tiene lugar para el hombre la patentización y ocultación del ente,
la presencia y ausencia del mismo, que le quedan siempre indisponibles
e indecisas. La actitud mental de Protágoras sería la de una mayor deli
mitación de la concepción de Heráclito y Parménides; pero se mantiene
en el planteamiento de estos. Para Heidegger los sofistas griegos no repre
sentan en lo esencial una ruptura con el pasado. «La sofística solo es posible
sobre la base de la sophía, es decir, de la interpretación griega del' ser
como presencia y de la verdad como patentización, patentización que
siempre es una nota esencial del ser, de tal manera que lo presente se
determina desde la patentización, y la presencia, el hacerse presente, desde
lo patentizado o descubierto.» En la sofística griega no hay lugar para
el sujetivismo, porque allí el hombre no podía ser sujeto, y no podía serlo
porque ser era «presencia» y verdad «patentización». En la patentización
la phantasía consiste en aparecer lo presente como tal al hombre; en el
sujetivismo, por el contrario, la fantasía es imaginatio, representación del
ente como «objeto» dentro de un mundo reducido a «imagen».
En cuanto a Platón y Aristóteles, es sabido que para Heidegger repre
sentan una evolución en la interpretación del ente y del hombre, evolución
que tiene lugar en polémica con los sofistas y a la vez en dependencia de
ellos, y es tan profunda, que marca el final de la helenía y la preparación re
mota de la época moderna. No es sino por esta mayor aproximación al pen
samiento moderno por lo que se ha interpretado posteriormente todo el
pensamiento griego a la luz de las ideas platónicas y aristotélicas; desde
esta perspectiva todo lo anterior aparece simplemente como pre-platónico.
Por estar habituados a esta visión de Grecia a través de la interpretación
6
82 Introducción a Heidegger
humanista moderna, nos es difícil hacernos cargo de lo que fue el ser para
la antigüedad griega 63. .,
En contraste con la percepción (noéin) griega, la representación ( Vors-
tellung) moderna consiste en que el sujeto humano trae ante sí lo que
está ahí y lo refiere a sí mismo como su ámbito y lugar propio. En esta
perspectiva tanto el ente como el hombre se resuelven en imagen; este
se transmuta por lo pronto en escenario donde acaece toda representación;
el ente es «formado» por el sujeto y recibe su sello de este. «Es una y
misma cosa el hecho de que el mundo se transforma en imagen y que el
hombre se convierte, en el plano del ente, en subjectum.r» En este supues
to no solo el mundo, sino el hombre mismo se hace imagen, al represen
tarse a sí mismo como sujeto y escenario de la aparición del ente.
Heidegger explica así la génesis del sujeto cartesiano: el hombre
aspira a un fundamentara absolutum inconcussutn veritatis, un funda
mento de verdad, de certeza; esta aspiración nació como consecuencia
de la liberación consumada por el hombre moderno de la revelación cris
tiana y de la autoridad de la Iglesia: el hombre, una vez libre, tiene
que darse a sí mismo la ley y la norma. Pero la liberación aconteció
dentro de la perspectiva de la verdad revelada, que aseguraba y con
fería certeza al hombre acerca de su salvación; la liberación se efectuó
como liberación de la certeza revelada hacia otra certeza en que el hom
bre se asegura de la verdad partiendo de sí mismo. Esta fue la tarea de
Descartes: prestar el fundamento metafísico a la liberación del hombre
moderno; tema que hallar un fundamento interior al hombre y que a la
vez asegurase todo ente para el hombre. Tal era el cogito (ergo) sum, el
pensar como representación de un sujeto, en que simultáneamente son
dados sujeto y objeto, sujeto como representante y objeto como repre
sentado. La certeza fundamental y absoluta resulta así ser el hecho del
sujeto que representa.
Representar es poner el sujeto algo desde sí mismo y así asegurarse
de ello; es calcular, contar y medir, porque es el único modo de poseer
certeza a priori y constantemente. Representar ya no es percibir lo que
está presente, de tal manera que el percibir mismo pertenezca a la pa-
tentización y sea una forma de presencia; no es adescubrirse ante»
(«respeto ante»), como lo era literalmente al percibir griego, sino más
bien lo opuesto: aprehender y con-cebir. Representar es, en la perspec
tiva de la nueva libertad, un procedimiento de aseguración, un seguro
mental que aspira a ser seguro total; el ente ya no es lo que se presen
ta, sino lo puesto enfrente, delante. Representar es ob-jetivar para do
minar y domar y, en este sentido, unificar: cogitatio, co-agitatio.
En la representación el primer representado, fundamento de toda
certeza, es el sujeto; por eso y solo por eso pasa el hombre a ocupar
el puesto de ente privilegiado que ostenta la primacía entre todo ente,
esto es, entre todo lo cierto. No se trata de una cualificación yoísta
y egoísta, aunque sí subjetivista; en otro lugar observa Heidegger que
Metafísica y Edad Moderna 83
duda grata a esta, como una «teoría de la realidad», para llegar por vía
etimológica a la raíz griega y así evadirse hacia lo que está más allá
de la ciencia: la realidad real, la physis, la «naturaleza natural», siem
pre eludida y, sin embargo, ineludible. Para evitar malentendidos —como
el de suponer que el método de Heidegger consiste en el uso a mansalva
del diccionario—, Heidegger hace constar que el mero empleo de etimo
logías para reactivar usos verbales perdidos no conduce a nada; de lo
que se trata es de dar alcance, a través de la reviviscencia de los anti
guos significados y sus metamorfosis, a la cosa misma que nombra la
palabra.
Ciencia es «teoría de la realidad». Realidad se dice en alemán Wir-
klichkeit, de wirken, hacer, tun. Tun deriva del indogermano dhe, de
donde viene thésis, posición. Pero el hacer a que aluden estas raíces
no es una actividad humana; también el crecimiento y la acción de la
naturaleza (physis) es un hacer y precisamente en el sentido exacto de
la thésis: presentar o proponer (vor-legen) algo desde sí mismo, produ
cirlo (her-stellen), traerlo «desde» y «ante» (her-vor-bringen), por tanto,
hacerlo presente. Lo eficiente (das Tuende) es lo operante (das Wirken-
de): lo presente en su presencia. La palabra wirken así entendida (her-
vor-bringen, pro-ducir) designa la manera como lo presente está presente.
Wirken, realizar, es her- y vor-bringeti, traer a la presencia, sea que lo
presente haga acto de presencia desde sí mismo, sea que el hombre lleve
a cabo la presentación.
Lo real y actual (das Wirkliche, das Wirkende) sería lo que haca
acto de presencia (das ins Anwesen Hervorbringende); lo realizado (das
Gewirkte), lo traído a la presencia (das ins Anwesen Hervor-gebrachte);
realidad (Wirklichkeit) sería entonces el estar ahí (vorliegen) de lo que
ha sido llevado a la presecia. «Nunca se subrayará lo bastante que el
carácter fundamental de ivirken y Werk Cobrar y obra) no descansa en
el efficere y effectus, sino en que algo viene a colocarse y estar en estado
de desocultación». Ni siquiera cuando los griegos —Aristóteles— hablan
de lo que los latinos denominarán causa efficiens, se refieren al producir
(leisten) de un efecto. Lo que en la obra (érgon) u operación se ejecuta
es el acabar de llevar algo a la presencia; érgon, operación y obra, es
en su auténtico sentido, «hacer» y «hacerse presente» (an-toesen). Hei
degger reconduce al mismo ámbito otras dos palabras aristotélicas: enér-
geia y entélékheia; ambos términos significan perfección, acabamiento,
pero perfección y acabamiento en el hacer acto de presencia; lo que
designa Aristóteles con tales términos es la presencia de lo que verda
deramente está presente, la plena presencia de lo presente67. Hoy se
traducen «energía», «entelequia», con el significado de «capacidad de
obrar» y «tendencia a obrar», separado «por un abismo» del sentido ori
ginario aristotélico.
Siendo esto así, la enérgeia de Aristóteles se podrá traducir por
«realidad» (Wirklichkeit) solo a condición de que nos comprometamos
Metafísica y Edad Moderna 87
15. Nihilismo
17. El superhombre
Frente al «superhombre» se suele oscilar entre considerarlo un pro
ducto de la alocada fantasía de Nietzsche o un tipo de hombre con el
que es posible tropezar hojeando las páginas de la historia. Ni lo uno
ni lo otro; el superhombre es una noción metafísica, hija de la «lógica
interna» de la metafísica occidental, que está determinada por la vo
luntad de poder. Si la realidad es voluntad de poder, hay que decir
que el hombre está destinado y predestinado a la dominación de la
tierra, cumpliendo así hasta el extremo el mandato del Antiguo Testa
mento. Pero ¿hasta qué punto está el hombre actual capacitado para
llevar a cabo la dominación sobre todo ente? No hay duda que el hom
bre tiene que transcenderse a sí mismo, superando lo que ha sido hasta
ahora; la superación del hombre anterior es el «superhombre».
Nietzsche ha encarnado su doctrina del superhombre en la figura
legendaria de Zaratustra. ¿Quién es el Zaratustra de Nietzsche? se
pregunta Heidegger una y otra vez. «Zaratustra es solo el maestro, no
ya el superhombre mismo. Y Nietzsche no es Zaratustra, sino el inte
rrogador, el que intenta meditar la esencia de Zaratustra» 79. ¿Quién es
esta figura enigmática que reaparece en la época de la consumación de
la metafísica? Para Heidegger sigue siendo todavía eso, enigma que
apenas hemos comenzado a descifrar, entre otras razones porque Za
ratustra es el maestro ambiguo que enseña a la vez el superhombre y
el eterno retorno. «¿Quién es el Zaratustra de Nietzsche? Es el portavoz
de Dionisos. Esto significa que Zaratustra es el maestro que en su doc
trina del superhombre y para esta doctrina enseña el eterno retorno
de lo igual» 80.
Es muy fácil —añade Heidegger— indignarse y rasgarse las vesti
duras ante el superhombre de Nietzsche, que por otra parte se inter
preta de forma que es el colmo del malentendido; lo difícil es llegar
a comprender el destino histórico que ha abocado al hombre a la con
cepción de la realidad como voluntad de poder y a la empresa de do
minación de la tierra. A través de una cadena'dialéctica determinada
por el ser, se le ha revelado al hombre el ser como voluntad de poder,
una idea que ha hecho «época», la última de la metafísica.
702 Introducción a Heidegger
ilustres autores que han escrito cosas estimables sobre Nietzsche: A. Bae-
umler y K. Jaspers.
Para el primero, la doctrina del eterno retorno de Nietzsche no es pro
piamente filosófica, sino fundamentalmente religiosa; más exactamente, una
versión religiosa de doctrinas filosóficas. En realidad, eterno retorno y vo
luntad de poder se estorbarían mutuamente y se impone una opción por
uno o por otra; efectivamente, voluntad de poder es devenir, supone una
concepción del ser en perpetuo fien, conforme a la vieja doctrina heracli-
tea del fluir de todas las cosas; por el contrario, la doctrina de eterno re
torno es la negación del flujo incesante del devenir, una contradicción
dentro de la metafísica de Nietzsche; la idea del eterno retorno sería una
«egipcialización del mundo de Heráclito», una paralización del devenir.
Heidegger encuentra muy discutible la interpretación del eterno re
torno por Baeumler tanto en Heráclito como en Nietzsche. Ciñéndonos a
este último, Heidegger no admite que pueda emparejarse sin más la doctri
na de la voluntad de poder con el devenir como mero fluir de todas las
cosas. «Es este concepto del devenir tan superficial, que no podemos atri
buirlo sin más a Nietzsche.» No hay tal contradicción entre las dos tesis
aser es devenir» y «el devenir es ser», que es precisamente lo que enseña
Nietzsche. Supongamos por un instante —añade Heidegger— que exista la
contradicción. aDesde Hegel sabemos que una contradicción no es necesa
riamente una demostración contra la verdad de una frase metafísica, sino
a su favor»; si realmente se descubriera la contradicción, sería una invi
tación a pensar más a fondo «el pensamiento más difícil» y así superar la
contradicción, en vez de remitirlo a la religión. Pero aun dado que se
trate de una contradicción insuperable, ¿por qué se decide Baeumler a favor
de la voluntad de poder y en contra del más difícil pensamiento y cima de
la especulación? Baeumler enfoca toda la cuestión no metafísicamente,
como él afirma, sino políticamente. aLa doctrina de Nietzsche del eterno
retorno contradice a la concepción de Baeumler sobre la política. Por tanto,
esta doctrina no tiene importancia para el sistema de Nietzsche.»
Jaspers, más pensador, ha sabido ver en el eterno retorno una doctrina
decisiva de Nietzsche; pero no logra llevarla al ámbito del problema fun
damental de la filosofía occidental ¿qué es el ente?; es lo que ha impe
dido a Jaspers caer en la cuenta de la esencial conexión del eterno retorno
con la voluntad de poder. ¿Será debida esta relativa ceguera de Jaspers
a su irracionalismo, según el cual —explica Heidegger— «en la filosofía
no hay una verdad del concepto y del saber conceptual»? Así lo cree Hei
degger M.
La idea de Heidegger es que las dos teorías fundamentales de Nietzsche,
voluntad de poder y eterno retorno, dicen en el fondo lo mismo; ambas
piensan lo esencial de la metafísica occidental, la primera en el lenguaje
de la metafísica moderna, la segunda en el de su consumación o culmi
nación. Basta para convencerse de ello reconstruir el esquema fundamen
tal de la metafísica: esta se propone conocer el ente en su entidad, esto
Nietzsche, consumación de la metafísica 109
no más bien nada?», que es una pregunta por la causa suprema, por el
theion de Platón y Aristóteles. La metafísica es teología, pregunta por el
ente supremo, porque previamente es ontología, pregunta por el ente como
tal: he ahí el carácter que Heidegger llama onto-teológico de la metafí
sica. Incluso la metafísica de Nietzsche es, en cuanto ontología, teología,
aunque en forma negativa: oDios ha muerto» (expresión, advierte Hei
degger, que solo desde la perspectiva metafísica puede calificarse de atea).
La metafísica no puede pensar el ser porque ya lo tiene pensado, pero
como ente, como ente que es. O con otro fórmula de Heidegger: la me
tafísica piensa el ente en cuanto tal, pero no piensa el «en cuanto»., el
he del ón he ón, el qua del ens qua ens. «No-pensar» no significa que la
metafísica rechace el ser, sino que le queda fuera (ausbleibt), se le escu
rre; en el desocultamiento (verdad) del ente el ser queda oculto, es la
«nada de ser» dentro del ente, una anada» que es «infinitamente distinta
de la pura nada».
En la metafísica el ser se retrae por necesidad, esencialmente. Esto
significa que el hecho de que el ser quede «impensado» no depende sólo
del pensamiento, sino también del ser mismo: pensar y ser se corres
ponden.
El ser reside en el retiro del sustraerse; es su «lugar» (Ortschaft); pero
ese lugar coincide con la esencia del hombre; el hombre es el lugar del
ser, el «allí» donde el ser tiene fijada su residencia (Da-sein). El hombre
es el ser pensante; la esencia del pensar consiste en estar afuera de sí», un
estar ex-tático en el lugar originario, en la apertura del ser. El pensar
metafísico es un pensar que no se ajusta a su propia esencia, que no se
adapta al ser, que no sigue a este en su retirada; cuando la metafísica
cree no dejar nada fuera y haber superado el nihilismo —como en Niet
zsche—, no hace más que confirmarse en él. En la metafísica distingue
Heidegger un nihilismo auténtico y otro inauténtico; el primero es lo que
la metafísica tiene fatalmente de nihilismo: el dejar fuera el ser; el se
gundo consiste en la carencia de conciencia de la sustracción del ser, es la
ilusión de creerse al abrigo de todo nihilismo con solo afirmar y reforzar
el ente 92.
A la pregunta de su ensayo Nietzsches Wort... —¿comprendió Niet
zsche la esencia del nihilismo?— Heidegger contesta negativamente;
Nietzsche ha conocido como ningún otro pensador algunos aspectos
del nihilismo, pero no ha penetrado hasta su esencia; esta consiste en
que, en la aparición del ente como tal, el ser ha «brillado por su ausen
cia», o mejor, esa ausencia no ha brillado como tal; para decirlo con
frase de Heidegger, adel ser y de su verdad no ha habido nada». La
metafísica como historia de la verdad del ente —y no del ser— sería
en el fondo nihilismo; y como es precisamente la metafísica la que deter
mina la historia occidental, toda la historia occidental queda afectada de
nihilismo.
La ausencia del ser no le ha acontecido a la metafísica por casualidad
Nietzsche, consumación de la metafísica 115
ni por descuido ni por error; es propio del ser quedar impensado, sola
parse y esconderse dentro de su verdad, quedar velado mientras se revela,
y ocultar su misma ocultación; la patentización (des-ocultación) entraña
ocultación: esencia del misterio. La metafísica es lo impensado del ser,
precisamente porque se funda en el misterio del ser. La metafísica sería
entonces «destino», el destino del ser. Metafísica es una aépoca de la his
toria del ser».
Hasta ahora solo nos sonaba a nihilismo la aniquilación del ente, la
irrupción de la nada en el ente; pero tenemos que escuchar el nihilismo
en otro tono, y para ello tenemos que volver la atención hacia aquello por
lo que el ente es ente: el ser. El verdadero nihilismo no es la volatilización
del ente, sino del ser; el día que sepamos escuchar el nihilismo en este
otro tono reconoceremos —concluye Heidegger— que «ni las perspectivas
económicas, ni las políticas, ni las sociológicas, ni las técnicas y científicas,
ni siquiera las metafísicas y religiosas bastan para pensar lo que está pa
sando en esta edad mundial». Eso que nos falta por pensar no es algún
trasfondo inaccesible, sino algo que está ahí, lo más próximo y que por
lo mismo se nos pasa siempre por alto: el ser 93.
La esencia del nihilismo no reviste apariencia catastrófica, no se pre
senta con caracteres destructivos y negativos en el ámbito humano, lo
cual no tiene nada de extraño, porque la esencia del nihilismo no es cosa
del hombre y no le afecta directamente a este. Es cosa del ser; por lo
mismo, aunque no afecta al hombre, sí afecta a su esencia; y tal vez, si
indagásemos no solo las causas, sino la esencia misma de los fenómenos
destructivos en que habitualmente se hace consistir el nihilismo —y que
en rigor son solo su secuela—, hallaríamos que tenían su raíz en algo apa
rentemente inocuo: el olvido del ser.
Nietzsche no llegó a superar el nihilismo porque no penetró hasta su
esencia. Tampoco Heidegger presume haberlo superado; para superar el
nihilismo no basta con querer; el hombre por sí mismo no es capaz de
vencer el nihilismo, porque no puede tener la pretensión de luchar con
el ser, ni siquiera —como en este caso— con la ausencia del ser. El hom
bre solo puede disponerse y prepararse para hacer la experiencia del ser
—y, por tanto, de su ausencia—, permanecer en el «lugar» del ser, que
es la propia esencia humana, esperar al ser allí donde se encuentra: en
la ausencia, en forma de promesa. Lo cierto es que mientras siga impe
rando la idea del ser como simple y constante presencia, no se puede pen
sar en recuperar el ser, y al pasársenos por alto el ser, nos quedará inac
cesible lo que solo en su ámbito se nos puede d ar: lo salvífico, lo sa
grado, Dios n .
VI
ESENCIA DE LA TÉCNICA
que esta noción de trabajo como título para nombrar nuestra época es me
nos equívoco que la «voluntad de poder» de Nietzsche. Este se vio en parte
obstruido en su camino bajo la presión de lo biológico-antropológico —pre
sión de su tiempo— ; «voluntad de poder» —término que, a pesar de todo,
Heidegger retiene como insustituible— transciende a veces demasiado en
Nietzsche a prepotencia del hombre, y así le impide ver bien lo que real
mente está viendo. Cita Heidegger como botón de muestra este texto de
Der Wille zur Machí que, aislado, favorecería la imagen de Nietzsche como
promotor de la prepotencia humana: «¿Quiénes se mostrarán entonces
como los más fuertes?...— Hombres que están seguros de su poder y que
representan con orgullo consciente, la fuerza a que el hombre ha llegado.»
En cambio, en la obra de Jünger Der Arbeiter el apoder» es «hoy solo
posible como representación de la figura del trabajador, que pretende una
validez planetaria». Jünger mismo en pasajes que cita Heidegger afirma la
esencial relación entre trabajo, técnica y voluntad de poder. La técnica es
la movilización del mundo mediante la figura del trabajador. Y el trabajo,
tal como lo entiende Jünger, se identifica con el ente en cuanto voluntad
de poder. El subtítulo de la obra Der Arbeiter es significativo: Herrschaft
and Gestalt (Poder y figura).
Heidegger señala los problemas que quedan pendientes en la obra de
Jiinger; una serie de preguntas esenciales que Jünger, al fin preso en la
metafísica moderna, no podía plantearse: ¿cuál es la esencia del trabajo?,
¿puede aclararse, como parece intentar Jünger, meramente a base de la
figura del trabajador? Heidegger sospecha que la esencia del trabajo, lo
mismo que la del trabajador, solo se esclarece a partir de la voluntad de
poder, cosa que implícitamente ya está en Jünger; pero, por su parte,
la voluntad de poder está regida por la esencia de la técnica. Finalmente, la
búsqueda de la esencia de la técnica nos lleva a zonas aún más radicales:
la verdad del ser y su ocultamiento.
Jünger en su obra no pone en claro estos problemas, ni eran de su
incumbencia. Heidegger recuerda en esta carta que, en conversación sos
tenida con él después de su conferencia de 1953 en München sobre el
problema de la técnica (Die Frage nach der Technik), le planteó estos
problemas y el problema central en que desembocan: la esencia de la
técnica como una forma de desvelación del ser. Heidegger reitera una vez
más el sentido del ser en toda la historia de Occidente «hasta bien en
trado nuestro siglo»: «presencia». Esa presencia puede revestir y ha re
vestido muy diversas modalidades; una de ellas es, aunque parezca extraño
y nadie lo haya visto hasta ahora, la «voluntad de poder». La voluntad
de poder es la esencia de la realidad, implícitamente en la época moderna,
explícitamente desde Nietzsche; o, lo que es lo mismo, el ser del ente ha
«aparecido», se ha «presentado» como voluntad de poder. «Trabajo» quiere
decir, metafísicamente pensado, lo mismo que ser, puesto que es lo mismo
que voluntad de poder. Por tanto, para resolver el problema de la esencia
del trabajador y su relación a la esencia del trabajo —Heidegger alude a un
120 Introducción a Heidegger
inevitable círculo que hay en lünger: la esencia del trabajo se aclara por
la ofigura» del trabajador, pero esta parece descansar en la esencia del tra
bajo— t hay que plantear el problema de las relaciones entre ser y hombre.
Heidegger se contenta con dejar aquí constancia de esto. En lo que sí
insiste es en que la «forma» o «figura» del trabajador hay que integrarla en
algo más originario. La noción de «figura» arranca de la idéa y eidos de
Platón, y para aclararla habría que perseguir el origen de la idéa y eidos
platónico. Heidegger tiene la sospecha —sospecha que en otros lugares pasa
a ser tesis— de que la figura, Cestalt —la idéa y eidos de Platón— tiene el
mismo origen, procede del mismo campo mental que la noción en que Hei
degger hace consistir la esencia de la técnica: la noción de Gestell,
im-posición. Es verdad que la época moderna ha creído que la técni
ca era una mera función de la «forma» humana, una hechura del hombre;
en consecuencia, el ser del ente y la esencia misma del ser serían producto
humano; concretamente, un efecto del humano representar. «La época en
que el pensamiento europeo opinaba así arroja todavía sobre nosotros sus
últimas sombras.»
Para Heidegger no hay, en el fondo, duda de que es a la inversa: la
im-posición no se funda en la «forma», sino que la aforma» (Gestalt) se
funda y deriva de la im-posición (Ge-stell). Heidegger en esta carta prefiere
moverse en plano sugeridor y provisional y dejar esas reflexiones como
«extrañas. No queremos imponérselas a nadie». Pero sí quiere recalcar que
conceptos como «forma», «tipo», «construcción orgánica»..., los conceptos
de la ciencia moderna, más que hacernos luz sobre la realidad, son un ata
que frontal a esta. Jünger protesta de que tales conceptos son meramente
instrumentales, «magnitudes de trabajo» para la aprehensión de la realidad
que existe por debajo y más allá de ellos; en suma, se trataría de un
sistema óptico para mirar a su través la realidad; una vez utilizados,
se podrían olvidar e incluso eliminar. Pero Heidegger no juzga tan inocuo
el uso de tales conceptos y, más en general, el uso del concepto, del
concebir mismo, en el sentido moderno de objetivación de la realidad.
De hecho, el concepto co-determina la realidad, la constriñe y coac
ciona. Jünger alega en su descargo que se trata de meras «magnitudes
de trabajo» ; precisamente en esa caracterización ve Heidegger una señal
de que son fruto de una visión de la realidad en la que esta es contemplada
desde el ángulo de «material de trabajo»; por otra parte, su empleo mismo
refuerza esta visión de la realidad. El conocimiento por conceptos —en el
sentido moderno del representar— es un ataque a la realidad; esta es «re
tada» a mostrarse «en el círculo visual del concebir representante» (im
Gesichtskreise des vorstellenden Griffs). El resultado ha sido que la reali
dad ha pasado al contraataque. Heidegger alude al derrumbamieno de la
física clásica; la realidad no se ha plegado a los esquemas mentales que se
le querían imponer; el saber científico de la naturaleza como un conoci
miento a priori, tal como lo había establecido Kant, es hoy insostenible.
Heidegger extiende esta crítica a los conceptos metafísicos, especialmen-
há
Esencia de la técnica 121
de que desde Platón lo real se nos muestre a la luz de las ideas, eso no es
obra de Platón; el pensador no ohace» más que corresponder, adaptarse a
aquello que se le manifiesta. El odescubrir provocador» solo puede acon
tecer en cuanto que el hombre mismo es provocado a provocar así a la na
turaleza. Lo mismo que el ámbito de la objetividad en que se mueve el
hombre como «sujeto» no depende del hombre, no es algo ohecho por el
hombre», aun cuando el hombre intervenga, el hombre en su actitud ex
plotadora de la naturaleza, lejos de ser el autor de la misma, queda él mis
mo explotado y coaccionado a ver la realidad como simple existencia y
objeto de encargo. La técnica moderna no es un simple hacer humano 98 bls.
Heidegger, aunque goza foma de aficionado a los neologismos, nos con
fiesa que no gusta de poner etiquetas a sus hallazgos, por el peligro de que
con la posesión del termino creamos tener claridad sobre la cosa misma,
sin embargo, como en otras ocasiones, se decide también aquí a dar un
nombre a lo averiguado: la esencia de la técnica es Ge-stell, im-posición.
No se trata de un neologismo; la palabra existía en alemán con el signifi
cado de armazón, bastidor, esqueleto; al separar el prefijo con guión, Hei
degger carga el acento sobre el verbo simple stellen: poner, colocar, con el
que se forman compuestos como herausstellen (hacer salir, sacar), bestellen
(encargar), etc., que traducen aspectos de la esencia de la técnica; por otra
parte, stellen y algunos de sus compuestos sirven también a Heidegger para
nombrar aspectos del ser griego, en que últimamente se funda la esencia
de la técnica. Con el término Ge-stell Heidegger quiere designar no solo lo
que la écnica tiene de provocación de la realidad, sino también su capaci
dad «reveladora»: her-stellen (pro-ducir) y dar-stellen (presentar), es decir,
su condición de alétheia " . Heidegger se excusa por la violencia que infiere
al sentido usual de Gestell, amparándose en Platón, que tuvo una audacia
incomparablemente mayor cuando trastrocó el significado de idéa, que pasó
de expresar el aspecto exterior y sensible de las cosas a designar lo supra
sensible y esencial, es decir, lo contrario. Cuatro años más tarde, en 1957,
podrá constatar la impresión de extrañeza que ha causado; todo es cuestión
de habituarse; Heidegger se defiende con el ejemplo de Gesetz (ley), de
rivado de setzen, poner. Si lo que Heidegger ve no tiene todavía un nom
bre, no se le podrá reprochar el haber formado un medio neologismo100.
Heidegger reitera que una cosa es la técnica y otra su esencia. Esta se
parece muy poco a aquella. La esencia de la técnica —Ge-stell es aque
lla manera de mostrarse la realidad en la cual esta queda reducida a mera
«existencia» en sentido comercial y económico. La técnica esencialmente
considerada no es un puro hacer humano; no es un acontecimiento que
tenga lugar primariamente dentro del ámbito humano; ni es el hombre el
agente principal de ese acontecimiento. Por ello precisamente el hombre
es quien más que nadie sufre sus consecuencias; es la primera víctima, el
primer retado, provocado y explotado por ella, el que más que ningún otro
ente es convertido en «mera existencia»: la primera y fundamental «ma
teria prima», la «mano —o el cerebro— de obra». Que la realidad se
Esencia de la técnica 125
de mirada que los hombres le echamos al ser, sino más bien la mirada que
el ser nos dirige a nosoros en la época técnica, es decir, de ocultamiento
del ser.
El modo de conocer de la técnica deja la cosa falsificada, sin verdad,
porque es un acosar y encargar como objeto; al desfigurar la cosa, la men
talidad técnica ahuyenta al mundo de la cosa. La mentalidad técnica des
figura su propia desfiguración, lo mismo que el olvido se olvida a sí mismo
y cae en el olvido; pero aun en la desfiguración técnica hay un rayo de
mundo y un relampaguear de la verdad del ser, que se hacen visibles cuan
do la esencia de la técnica se revela como el peligro y, dentro del peligro,
como lo salvífico. La esencia de la técnica no es un «ciego destino», no es
una fatalidad; conserva una chispita del relámpago del ser y, por tanto,
del destino del ser.
Solo cuando se deja mirar del ser y regresa a su propia esencia, se
mantiene el hombre como hombre y Dios aparece como Dios. Para ello
el hombre necesita salir fuera de la subjetividad. Solo así queda encajado
(ge-eignet) en la originaria pertenencia, en el «cuarteto» del mundo, como
el mortal ante Dios.
Nuestra edad todavía no ve el relámpago del ser en la esencia de la
técnica. Bastaría con no sustraerse a la mirada que nos lanza el ser mismo,
el hombre alcanzaría la cercanía esencial, en la que la cosa es cosa y el
mundo, mundo; se le ofrecería la posibilidad de habitar en la cercanía,
haciendo efectiva su originaria pertenencia al cuarteto de cielo y tierra,
mortales y dioses 108.
Seis años más tarde, en una conferencia en su lugar natal Messkirch,
Heidegger precisará más en qué pueda consistir aquella actitud ante la
técnica que convierte a esta de peligro en salvación. Heidegger no pretende
oponerse a la progresiva tecnificación del mundo, que es un acontecimiento
que ningún hombre ni comisión de sabios puede detener. Tampoco es un
mal; el mal está en que el hombre no está preparado. La tecnificación ha
arrancado al hombre del suelo en que vivía y le ha dejado sin raíces, des
arraigado. Lo que caracteriza a nuestro tiempo no es tanto ser la era ató
mica —utilización de la energía atómica para usos destructivos o pacíficos
como el ser un tiempo sin suelo. El hombre se encuentra indefenso ante
la prepotencia de la técnica si no sabe defenderse con la única arma eficaz
contra este enemigo; pensar, es decir, frente al «pensar calculador», poner
en juego lo que llama Heidegger «pensar pensante» (das besinnliche
Dertken).
Heidegger no pretende que recobremos el antiguo suelo —la vuelta al
pasado—, sino que sepamos encontrar uno nuevo, en el que el hombre
pueda en esta era atómica salvaguardar su esencia y su obrar humano. No
hay que ir muy lejos: el nuevo suelo será lo que nos está más próximo
y por lo mismo escapa a nuestra atención. El camino para lo cercano es
el pensar, en el sentido de meditar, cavilar, reflexionar, dar vueltas a las
cosas por todos sus lados (nachdenken). Lo más contrario a este pensar
Esencia Je la técnica 131
Rilke compara el ser del hombre con el de los demás entes. Hay coin
cidencia en la común relación con la «naturaleza»: esta es fundamento
de todos los entes. Naturaleza se entiende aquí en el mismo sentido de
la Natura de Leibniz y de toda la Edad Moderna; es el ser de los entes
como vis primitiva activa y, en último término, voluntad. «El ser del
ente es la voluntad.» Aquí, en Rilke, la naturaleza así entendida es el
fundamento de la historia, del arte y de la «naturaleza» en sentido estricto;
hay en ella un eco de la physis y la zoé antigua, que eran lo naciente y
originario. El ser del ente es para Rilke la aventura o riesgo, el estar lan
zado por la naturaleza misma (su fundamento), desprendiéndose de esta.
Pero la esencia de la aventura es voluntad, entendida no psicológicamente,
sino metafísicamente.
Al estar arrojados, plantas, animales y hombre coinciden en no estar
protegidos. Pero tampoco son aniquilados y condenados al fracaso. Pue
den lograrse y pueden fracasar; su existencia transcurre en el vaivén de
estas dos posibilidades. Es el balanceo de que habla Rilke, y que es pecu
liar de toda aventura (Waage, balanza; Wagnis, riesgo). Lo arriesgado se
apoya y sostiene en la voluntad; así resulta que en el arriesgarse hay un
estar des-preocupado, sine cura, securum, seguro. El riesgo implica un
estar seguro en el fundamento, y solo por esta fundamental seguridad es
posible. Ese fundamento es lo que mantiene todo en equilibrio; es el
centro o medio, que atrae y se retira a la vez de todo ente. Su actuar, es en
expresión de Heidegger, un «soltar recogiendo»; esta expresión aclara
la esencia de la voluntad pensada desde el ser. Rilke llama en un poema
a ese medio «el medio inaudito», «la gravedad», así como «relación» (Be-
zug), «la gravedad de las fuerzas puras», «la relación total», «la naturaleza
total», «la vida», «la aventura». Todos estos términos son denominaciones
del ente en su totalidad.
Otra palabra fundamental de Rilke es «lo abierto» (das Offene); per
tenece al mismo campo de la «relación total». Lo «abierto» es lo que no
obstaculiza, no cierra la salida, porque no tiene límites y da lugar a una
intercomunicación ilimitada; es la ¡limitación como tal y el conjunto de
las relaciones ilimitadas entre los entes. Pero el hombre pertenece a lo
«abierto» en menor medida que otros entes, por ejemplo, los animales.
Rilke lo expresa en una carta donde contrapone el animal, que simple
mente está «en el mundo», al hombre, que está «frente a» él; por tanto,
ya en un conato de repliegue. Rilke, que se mantiene al nivel de la meta
física de Nietzsche, no pudo transcender a otro sentido de «lo abierto»,
que es el decisivo en Heidegger: lo que está a la luz del ser, iluminado
por este.
Esencia de la técnica 135
el fundamento. Ser más arriesgados que la vida solo puede significar arries
garse aun allí donde no hay fundamento o fondo: en el abismo del propio
ser desamparado y despojado de las falsas seguridades del hacer técnico.
Estos que así se arriesgan se mantienen dentro del ámbito del querer, pero
se trata de otro estilo de querer; un querer —aclara Rilke— que no es
egoísmo; un querer que no busca la propia seguridad por los caminos y
medios del elaborar. Es un querer «lo abierto», fuera de toda protección
fundada en la voluntad. Pero este mayor riesgo crea, paradójicamente, la
verdadera seguridad: la de reintegrarse al «medio inaudito», a la «relación
pura». Es un estar en la seguridad de lo abierto, aunque no al modo de
los seres inferiores; el hombre sigue en el plano de la voluntad; realiza,
pero no «elabora» técnicamente. Esta nueva seguridad no despoja al hom
bre de su íntimo desamparo; en esta nueva perspectiva es ese mismo «estar
desamparado» el que le cobija y le da la seguridad de caminar hacia lo
«abierto».
Este es, según el entender de Heidegger, el núcleo del poema de Rilke.
Con toda la metafísica moderna, Rilke interpreta el ser como aventura, y,
por tanto, voluntad. En algunos aspectos Rilke se adentra hasta los pri
meros pensadores griegos. Así, cuando concibe el ser (lo abierto) como
«el ámbito más amplio» (der iveiteste Umkreis), lo que rodea y unifica, lo
uno. Aquí resuena el hén de Parménides, que era el ser, la esfera redon
da, lo uno. Para Parménides esa esfera del ser no era algo «objetivo» (ni
«in-objetivo»), sino la presencia de lo presente, un hacer acto de presencia.
Cuando Rilke califica el ser como «aventura» (Wagnis), queda ya lejos de
esta perspectiva de Parménides. Rilke solo habla de la esfera del ser en
el sentido de «el conjunto de los entes», de las fuerzas puras que se
desbordan y se influyen mutuamente. «El ámbito más amplio» de Rilke
es la totalidad de esa universal referencia y atracción; su centro es «el
inaudito medio» (die unherhórte Mitte) de la «pura gravedad».
Eso es lo «abierto» para Rilke. En su ámbito debe incluirse todo, aun
lo que no vemos, aun lo negativo; así, la muerte, «el lado de la vida que
no vemos», como se expresa Rilke en una carta. Heidegger cita de una
carta de 1923: «como la luna, la vida tiene un lado que jamás vemos y que
no es su contrario, sino su complemento en orden a su perfección, a
su integridad, para que sea realmente la esfera íntegra y plena del ser». El
elaborar técnico solo admite como positivo lo fijo y constante, lo que
«se ve»; por eso el estar desamparado y fenómenos como la muerte le
parecen algo puramente negativo. «Hay que leer sin negación la palabra
‘muerte’», escribe Rilke en esa carta. Tenemos que anexionar la muerte
al conjunto de lo positivo y así mantenernos en la «ley», que es reunión
(Ge-setz), como la cordillera es la reunión de montañas (Ge-birg). Otro
tanto tenemos que hacer con el «estar desamparados»: anexionarlo al
«estar abierto», volviéndonos a esta apertura, es decir, llevando el estado
de desamparo al ámbito que le es más propio, a su esencia.
Pero el desamparo provenía, en la experiencia de Rilke, de la objeti
Esencia de la técnica 137
EL SER
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BIBLIOTECA
150 Introducción a Heidegger
solo en nosotros puede ser como ser, es decir, hacer acto de presencia
(An-wesen). Es el salto hacia eso que Heidegger llama «constelación» de
ser y hombre. Siempre «estamos» en tal constelación, que adopta en cada
época histórica distinta figura; pero no siempre —y todavía nunca su
ficientemente— nos «mantenemos» en ella. Heidegger relaciona siempre
salto con visión. Tenemos que «saltar» para llegar a «ver». Para poder
entrever en alguna medida la originaria pertenencia donde se mantienen
reunidos y enfrentados —Zu-einander— ser y hombre, hemos de lanzar
la mirada hacia la figura que la constelación adopta en nuestro tiempo. Esa
figura es la de la técnica.
Dejemos ahora el tema de la técnica como lugar de cita de ser y hombre
en nuestra época13s. Indiquemos, en cambio, que Heidegger trata de
penetrar en esa constelación de ser y hombre averiguando qué es aquello
que hace que se pertenezcan mutuamente. Heidegger le da un nombre in
traducibie que ya nos salió al paso en el capítulo precedente: Er-eignis.
Ereignis, literalmente «acontecimiento», sería la originaria identidad de
ser y hombre; la identidad originaria sería una propiedad del Ereignis. El
«salto» por encima del animal rationale y del ser tradicional nos lleva a un
abismo (Ab-grund), que no es la pura nada ni la confusión tenebrosa. Es la
unidad del «acontecimiento» (Ereignis).
Heidegger no cree haber llegado con esto a nada definitivo. Es un pri
mer intento de aproximación. El nuevo sentido de la identidad requiere su
tiempo de maduración. Dos mil años tardó el pensar occidental hasta llegar
a concebir la diferencia dentro de la identidad. Ahora se trata de penetrar
en el origen esencial de la identidad. Hay que dar tiempo al tiempo 136.
valente de eínai y ousía era estar presente, presentarse, hacer acto de pre
sencia. Pero esa presencia no es primariamente la presencia espacial, sino
la temporal; es una presencia que implica actualidad y duración (Anda-
uern). La actualidad y duración es una modalidad del tiempo. El ser se
revela a los griegos a partir del tiempo en su modalidad de presente. Pero
la esencia del tiempo quedó falta de una adecuada reflexión 137, y quedó
así por fuerza, ya que la metafísica es incapaz de abordar el tiempo en su
radicalidad, como es incapaz de abordar el ser. De hecho se interpretó el
tiempo desde uno de sus «éxtasis», el ahora, el presente estricto. Para
Aristóteles el pasado es el «ya no ahora», y el futuro «todavía no ahora».
El ser como físicamente presente, como hallarse ahí presente, «ahí y ahora»,
fue la perspectiva desde la que se analizó posteriormente la esencia del
tiempo 138.
Lo que sucedió en los orígenes continuó sucediendo hasta la consu
mación de la metafísica occidental. Los nombres metafísicos que ha reci
bido el ser están marcados con la impronta del tiempo. ¿Cuál es el último
nombre del ser, el de la última metafísica? El que le dio Nietzsche: «eter
no retorno de lo igual». «Eterno» en Nietzsche es el mine stans tradicio
nal, un «ahora» que permanece, pero en la manera del retorno139. No
solo piensa Nietzsche, el último metafísico de Occidente según las cuentas
de Heidegger, el ser desde el tiempo, sino desde el mismo tiempo —el
presente— que la primera filosofía occidental. Pero también en Nietzsche
esa raíz temporal queda oculta e impensada.
Que Heidegger se haga cuestión del ser en relación con el tiempo no
puede parecer extraño dentro de la metafísica occidental1!0. Heidegger in
tenta terminar con la injusta supremacía del presente a costa de las otras
dimensiones del tiempo. Ya en Sein und Zeit intentó restablecer el equi
librio en lo que se refiere a la temporalidad humana. Heidegger quiere
terminar con la dictadura de la «palabrita de relación» (Kant), el «es»
(es ist), por dos razones: porque interpreta el ser a partir de la enun
ciación y porque mantiene la prepotencia del presente. Heidegger intenta
despedir y manumitir el «es». ¿A favor de qué? ¿del pasado? ¿del futu
ro? En el diálogo con el japonés contesta: a favor del «sido» (gewesen);
más exactamente, a favor de «la llegada de lo sido». Lo pasado no puede
venir ni llegar, porque ya ha pasado; pero lo «sido» no es lo «pasado».
Heidegger concibe lo «sido» como «la reunión de lo que dura» (des Wah-
renden).
En cuanto al peligro de temporalismo y finitismo, téngase presente la
advertencia, nunca suficientemente reiterada, de que Heidegger no habla
del tiempo ni del ser metafísicamente. Heidegger no convierte el ser en
algo «temporal» en contraposición a lo «eterno». El tiempo de Heidegger
es esencialmente diverso y previo a esas distinciones metafísicas, lo mismo
qu su ser es más originario que el ser de la metafísica. Heidegger no re
duce el ser al tiempo metafísico ni hace del ser algo «temporal» en sen
tido metafísico. Ni siquiera en ese plano radical y extrametafísico en que
168 Introducción a Heidegger
no hay tal. Ereignis no es una interpretación más del ser, junto a lógos,
hén, idea, substancia, etc. Ereignis «es esencialmente otra cosa». Pero es,
en cambio, el lugar desde el que hay que pensar el ser. Mal podía ser
Ereignis el ser mismo, puesto que el ser pertenece al Ereignis y, por lo
mismo, este no puede ser una forma o modalidad de aquel; Ereignis in
cluye el ser, mas no viceversa. Pero al decir que el Ereignis incluye al
ser no hay que entender que el ser sea una especie del Ereignis, ya que
este no es un concepto general ni un género.
Finalmente, hay que subrayar con Heidegger la índole esencialmente
oculta del Ereignis. Si el ser es lo oculto, con mayor razón lo será el Ere
ignis. Ya nos ha dicho que, al dar el ser, se esconde detrás de su don en
el destino (Schickitng) del ser y en el alcance (Reichen) del tiempo. El
sustraerse (Entzug) es esencial al Ereignis. El Ereignis no se manifiesta en
su donación; esta tiene el carácter de «época» (Epokhé), que implica
ocultación 158.
El acontecer —como el ser— no «es», puesto que no es un ente. Pero,
mientras del ser puede decirse «hay», «se da» (es gibt), no así del acon
tecer; ya que todo «dar» tiene lugar en virtud del acontecer (Ereig
nis). Parece que esto nos condena al mutismo, y así es en cierto modo.
Del acontecer solo puede enunciarse: el acontecer acontece (das Ereig
nis ereignet). Heidegger acostumbra, cuando llega a lo último de las
cuestiones, refugiarse en las tautologías. ¿Qué es el ser?, pregunta en
carta sobre el humanismo; y contesta: «el ser es... él mismo»; el ser
es el s e r149. Definirá el lenguaje diciendo «el lenguaje es el lenguaje». Hei
degger encuentra en estas fórmulas, junto a su proclividad al abuso y la
tontería, la enorme ventaja de que no nos dejan espacio para escabullimos
y nos aprietan contra la cosa misma 15°. Para la lógica (y la gramática)
frases como «el acontecer acontece» no dicen nada, no tienen sentido;
pero es que Heidegger está persuadido de que aquí nada tiene que hacer
la lógica; aquí solo hay lugar para el auténtico pensar, un pensar que trata
de adaptarse a la cosa misma 151.
Con expresiones como esa Heidegger no nos define la cosa misma; nos
va haciendo alusiones que, si no se ve la cosa, resultan faltas de sentido;
tales alusiones van encaminadas precisamente a hacernos tropezar intui
tivamente con la cosa. Hace falta, especialmente para «ver» el Ereignis,
despertar en nosotros un «sentido»; de otro modo, hablar de «destino
del ser», del «dar», de «presencia» y «alcance», de «ocultamiento», etc.,
es una «falta de sentido»; para el desprovisto de tal «sentido», es como
hablar al ciego de luz y colores 152.
Unos meses después de pronunciar la conferencia Zeit und Sein, Hei
degger vuelve en el citado prólogo sobre el Er-eignis, para recalcar su
condición recóndita. Aquí enfoca el tiempo como una iluminación de la
ocultación de la presencia, es decir, de la ocultación del ser. El tiempo es
el que nos hace accesible de alguna manera el ser, que de otro modo sería
inaccesible al hombre. Así resulta que la «presencia» (ser) pertenece (ge-
El ser 173
COSAS
Con el título Das Ding (La cosa) Heidegger hizo en una conferencia
de 1950 un ensayo de recuperación del ser de las cosas. El hombre de
hoy, que ha superado todas las distancias, no está con las cosas. Ahora
bien, las cosas son lo próximo. Esto nos hace sospechar que todos los
medios de acortar distancias de nuestra época no han logrado satisfacer
lo que es necesidad perentoria del hombre: la necesidad de la cercanía.
Lo que antes consumía semanas y meses de viaje, se realiza hoy en una
noche de vuelo de un reactor. Noticias que el hombre tardaba años en
conocer o no llegaba a conocer nunca, hoy capta casi al instante por ra
dio. El cine le hace asistir en unos minutos al desarrollo de una planta
que cumple su ciclo a lo largo de las estaciones del año. En la televisión
la desaparición de la lejanía es total. Solo que —puntualiza Heidegger—
la mera supresión de la lejanía no nos da la proximidad, no da por resul-
todo la cercanía. La cercanía no consiste, sin más, en la indistancia. La
imagen que nos trae la pantalla y el sonido que nos trasmite la radio nos
pueden quedar muy lejos. Por el contrario, lo que se encuentra a gran
distancia puede sernos muy próximo. Ni el acortar distancias es cercanía
ni la gran distancia es, sin más, lejanía. En realidad, con el simple acor
tamiento de distancias, las cosas no nos quedan ni cercanas ni lejanas, sino
simplemente neutras, indiferentes. A pesar de la supresión de distancias,
en nuestra época falta la cercanía. En este sentido, la devastación de la
bomba atómica y la que se teme de la bomba de hidrógeno es menor: la
supresión de la cercanía es la aniquilación de las cosas.
La esencia de la cercanía —dice Heidegger— no se nos revela direc
tamente; solo a través de lo que nos está cerca. Lo que nos está cerca es
eso que solemos llamar acosas». Pero es el caso que hasta ahora los hom
bres nos hemos enterado tan poco de lo que son las cosas como de lo que
es la cercanía. Todavía no se ha pensado lo que es la cosa como cosa.
¿Qué es una cosa? Heidegger toma una cosa cualquiera, un Krug, un cán
taro, una jarra y realiza con ella una operación que es ejemplo de su
método: la describe, y en esa «pura descripción» va anudando a ella
todo, tierra y cielo, hombres y dioses. Una jarra es un recipiente, gracias
a su base y sus paredes. Como recipiente, la jarra es algo que subsiste en
sí; por tanto, algo independiente. En cuanto independiente, se diferencia
la jarra de un aobjeto». Una cosa independiente puede convertirse en ob
jeto cuando lo representamos, sea en percepción inmediata, sea por la
actualización del recuerdo. Pero la coseidad de la cosa no consiste en ser
objeto representado, ni puede determinarse a partir de la objetividad del
objeto. La jarra sigue siendo jarra, la representemos o no. Subsiste en sí.
Pero ¿qué quiere decir «subsistir en sí»? El subsistir en sí es lo que da
a la jarra su carácter de cosa. Pero resulta que ese subsistir es consecuen
cia de un previo ser producido, fabricado. El alfarero moldea el cántaro
con arcilla seleccionada y preparada. De barro está hecho en cántaro; por
eso puede sostenerse en el suelo. Pero es claro que no basta tomar el cán
taro así, como un recipiente fabricado, para concebirlo como cosa; sería
Cosas 177
Ninguno de esos sentidos nos sirve. Solo el antiguo thing dice «re
unión», pero dejando en total oscuridad la índole de tal reunión.
Cosa es reunión en cuanto lugar de cita de «los cuatro». aLa tierra
es lo que sostiene y fructifica, criando aguas y rocas, plantas y animales...
El cielo es el salir el sol, el curso de la luna, el brillo de las estrellas, las
estaciones del año, la luz y crepúsculo del día, la oscuridad y claridad de
la noche, la bonanza y destemplanza del tiempo, el correr de las nubes
y la azul profundidad del éter... Los divinos son los mensajeros que traen
señales de la divinidad, a través de la cual aparece Dios en su esencia,
que se sustrae a toda posible comparación con lo existente... Los mor
tales son los hombres. Son mortales porque pueden morir, ser capaces
de muerte como muerte. Solo el hombre muere. El animal acaba; no
lleva la muerte ante sí ni tras de sí. La muerte es el relicario de la nada,
de esa nada que no es ningún ente, pero que está presente en todo ente
como el secreto del ser mismo. La muerte guarda en sí como relicario
de la nada la esencia del ser... Los mortales son la esencial relación al
ser como ser...» Tierra y cielo, divinos y mortales se pertenecen en una
unidad originaria, como en un juego de reflejos. Cada uno es lo propio,
es lo que es, mantiene su mismidad en su referencia a los otros tres. A
esa unidad originaria le da Heidegger el nombre de «mundo». La esencia
del mundo es «mundear». No puede explicarse ni fundarse esa esencia
en causas y fundamentos. El «juego de reflejos» del mundo es la danza
del acontecer (Ereignis), en que los cuatro se dan la mano y juegan al
corro (Ring), y cuya reunión llama Heidegger Gering (aquí colectivo de
Ring, anillo, círculo) IS7.
La cosa es cosa en cuanto hace perdurar el «cuarteto» que es el
mundo. La cosa «cosea» mundo. Solo pensando así la cosa respetamos
su esencia. Solo respetando la cosa como cosa habitamos la cercanía, el
mundo como juego de reflejos (Spiegelspiel) del «cuarteto». Pertenece a la
esencia de la cosa el acercar; también lo lejano, mantenido como tal,
queda cerca; queda acercado en cuanto lejano; la cercanía guarda la
lejanía, «guarda las distancias». En cambio, con la supresión de distan
cias de la actual técnica, al convertirse todo en indistante, queda des
truida la cercanía, porque la cosa como cosa es anulada. La recuperación
de las cosas no depende de la mera acción humana. Pero tampoco tendrá
lugar sin el estado de alerta del hombre, de los mortales. El primer paso
para ello es un paso atrás: del pensar explicativo al pensar pensante.
¿Vale lo dicho solo para los utensilios, para las cosas artificiales?
¿Solo los utensilios son «cosas»? Cosas son —dice Heidegger— el cán
taro y el banco, la pasarela y el arado. Pero también son cosas a su
modo el árbol y el lago, el riachuelo y la montaña. Como también lo son
la garza y el corzo, el caballo y el toro, e igualmente el espejo y el bro
che, el libro y el cuadro, la corona y la cruz: pequeñas cosas; las cosas
son, si se quiere, pequeñas y pocas, en comparación con el sinnúmero
de «objetos» con los que trata el hombre como ser viviente. Pero es el
Cosas 181
habitar fuera solo estar «en» la tierra, «bajo» el cielo, «ante» los dioses,
«con» los mortales. Habitar es todo eso estando a la vez «junto» a las
cosas; el habitar en cuanto respetar preserva y guarda el cuarteto allí
donde los mortales se encuentran: en las cosas. Pero las cosas no vienen
a resultar así un quinto elemento que agregar al cuarteto. La estancia
junto a las cosas es la manera —la única— como se realiza la estancia
en el cuarteto. El habitar respeta el cuarteto al llevar las cosas a su esen
cia (del cuarteto). Pero las cosas mismas albergan y salvan el cuarteto
solo cuando se les deja ser cosas, cuando se respeta su esencia.
Heidegger, a través del análisis de un puente —una construcción—
hace ver cómo una cosa, cuando se le deja ser lo que es, remite al cuar
teto y, en ese sentido, el construir cosas «hace» habitar. El puente no
es algo que simplemente une dos orillas que como tales preexistían. Es
el puente el que contrapone una orilla a otra. El puente sobre el río
aproxima a este el paisaje que se extiende asus orillas. El puente crea
la vecindad de río, orilla y paisaje. Congrega la tierra en cuanto paisaje
en torno al río. El puente está previsto para las contingencias del cielo,
las tormentas y las nieves.El puente garantiza a los mortales su caminar
de una tierra a otra. El puente «conduce» de múltiples maneras. Siem
pre es su oficio conducir a los mortales «a la otra orilla», salvando ríos
o depresiones de terreno. Los mortales unas veces se percatan y otras
olvidan que están siempre en camino hacia el último puente; pero en
el fondo todos aspiran a superar el lado trivial y fatal de la vida y sal
varse en lo divino. El puente, en última instancia, reúne ante los dioses,
sea que se los tenga presentes y se les agradezca en forma visible bajo
la figura de santos en algunos puentes antiguos—, sea que se los tras
ponga y aun rechace. El puente liga a sí tierra y cielo, dioses y mortales.
Haciendo una pausa en su apretado análisis, Heidegger deja hablar al
«sentido común» i todo esto es literatura; nos movemos entre metá
foras y símbolos. ¿Qué tiene que ver lo descrito con la cosa puente? El
puente es ante todo y propiamente hablando una cosa; solo ulteriormente
podrá expresar a veces todo lo anteriormente dicho; ocasionalmente el
puente podrá ser símbolo —bello ciertamente— y prestarse a líricas con
sideraciones. Pero sucede —observa Heidegger— que el puente, si lo es
verdaderamente, no es nunca «mero puente» y en un segundo tiempo un
símbolo; ni es tampoco símbolo en el sentido de que exprese algo que,
«tomando la cosa rigurosamente», no le pertenece. Cuando consideramos
el puente estrictamente, no se nos muestra como «expresión» de algo,
es cierto; el puente es «una cosa y nada más», también es cierto; pero
precisamente «en cuanto cosa y nada más que cosa» el puente reúne el
cuarteto y en esa reunión consiste.
La tendencia a recortar las verdaderas dimensiones de las cosas viene
de muy atrás. Heidegger nota que el pensamiento occidental se ha acos
tumbrado a medir la esencia de la cosa demasiado estrechamente, lo que
184 Introducción a Heidegger
bién cuando nos relacionamos con cosas lejanas nos mantenemos ojunto
a» ellas, y no simplemente junto a sus representaciones en la conciencia;
no nos representamos las cosas —como suele creerse— en nuestro inte
rior, como si se albergasen en nuestra cabeza sus imágenes como sustitu
tos de las cosas reales. Cuando Heidegger piensa en el viejo puente de
Heidelberg, el pensar en ese lugar no es una pura vivencia suya; Heideg
ger está, desde aquí, allí junto al puente y no en un contenido de con
ciencia. Es este pensar mismo el que pone en juego la lejanía como tal.
«Los mortales son» quiere decir: habitan abriendo espacios con su estar
junto a cosas y lugares. Y solo porque los mortales, conforme a su esen
cia, abren espacios, pueden recorrerlos; al recorrer los espacios no los
suprimimos, sino que los afirmamos, los «hacemos estar»; al estar en
lugares próximos y remotos, en lugares y cosas, abrimos espacios; al estar
aquí», estoy de alguna manera «allí». No estoy «aquí» como lo está mi
cuerpo, circunscrito a este espacio, sino que estoy a la vez «allí», dis
tendiendo espacio, y gracias a ello puedo propiamente atravesarlo.
Ni siquiera en estados de ensimismamiento, cuando el hombre «entra
dentro de sí mismo», abandona la pertenencia al cuarteto y, por tanto,
al espacio. Cuando reflexionamos sobre nosotros mismos, nos retiramos
de las cosas sin abandonar nuestra estancia junto a ellas. La pérdida de
relación con las cosas que tiene lugar en los estados depresivos no sería
posible, si esa situación no continuara siendo humana, es decir, un estar
cabe las cosas; solo porque esta relación determina el ser del hombre,
podemos desinteresarnos y desconectarnos de las cosas junto a las cua
les somos.
La referencia del hombre al lugar, y a través de los lugares a espa
cios, descansa en el «habitar» humano. La conexión de hombre y espacio
no es otra cosa que el habitar humano pensado esencialmente. Al definir
así la relación entre lugar y espacio y entre hombre y espacio, se escla
rece mejor la esencia de esas cosas que son lugares y que llamamos «cons
trucciones». El lugar da alojamiento a la constelación de tierra, cielo, Dios
y hombre en un doble sentido: en cuanto que le «hace lugar» (zulasst)
y en cuanto que la «instala» (einrichtet). Así el lugar resulta ser la cus
todia (Hut) del cuarteto o, mejor, su oasa (H uís). Tales cosas merecen
llamarse «mansiones» (Behausuntien), aunque no sean «habitaciones» en
sentido estrecho.
La producción de tales cosas se llama «construir» (Bauen). Construir
es fundar espacios; la construcción nunca funda «el» espacio, ni inme
diata ni mediatamente; sin embargo, al producir cosas que son lugares,
está más próxima al origen esencial «del» espacio que la geometría y la
matemática. Construir consiste en permitirle al cuarteto una localización
(Státte). Para la erección de lugares como el puente descrito, el cons
truir recibe «indicaciones» de la constelación que forman tierra y cielo,
divinos y mortales; de ella toma medidas para fundar los lugares y así
abrir espacios. Las construcciones ('lugares') son cosas que guardan y res
Cosas 187
petan el cuarteto; con lo cual está dicho que el construir y las construc
ciones realizan la esencia del habitar: salvar la tierra, acoger al cielo,
esperar a los dioses, acompañar a los mortales.
Solo cuando somos capaces de habitar podemos construir; el cons
truir pertenece al habitar y a este debe su esencia. También «pensar» es
esencialmente habitar, aunque de otra manera, como se dirá más ade
lante; y por cierto, según Heidegger, construir y pensar se necesitan
mutuamente, ya que cada uno por separado es impotente para lograr el
habitar humano; Heidegger invitaba a los arquitectos presentes a su con
ferencia a no desdeñar la colaboración del pensador. Construir y pensar
deben reconocer sus propios límites y saber oírse mutuamente.
Heidegger es consciente de que su meditación sobre la esencia del
habitar humano tiene lugar en una fecha, 1951, en que el habitar brilla
por su ausencia; no precisamente por la falta de habitación y el problema
de la vivienda de la posguerra; se trata de un problema más grave y más
antiguo que la guerra mundial y las destrucciones, más que el crecimiento
demográfico y la situación laboral. «El auténtico problema de la vivienda
consiste en que los mortales todavía no conocen la esencia del habitar
y tienen que aprender a habitar.» La apatridad del hombre consiste en
desconocer y no echar en falta el auténtico habitar m .
Heidegger le encuentra a esta «falta de habitación» raíces tan pro
fundas, que la hace arrancar del «olvido del ser». Pero no podemos caer
en la cuenta de ese olvido mientras nos mantengamos en el terreno de
la metafísica. Hoy por hoy nuestro construir solo pueden ser provisional
—un edificar al borde del camino—, hasta tanto que, por la recuperación
de la metafísica, iniciemos su superación y con ello localicemos el terreno
adecuado para «la construcción de la casa para Dios y las moradas para
los mortales» 16S.
vía poética, de sus hallazgos filosóficos. Tal vez hay que decir más: la
aproximación a ciertos poetas ha sido, en Heidegger, consecuencia de sus
propias convicciones de lo que es el pensar frente al poetizar: una faena
«separada abismalmente» de la poesía, pero que a la vez tiene que realizar
se en vecindad con ella.
Una de las ideas que Heidegger ha visto esbozada en Hólderlin y que,
tal vez, ha inspirado sus meditaciones, es la del habitar humano con su
cuádruple constelación. En sus comentarios (Erlauterungen) encontramos
frecuentes alusiones al tema. Pero es en 1959, en su conferencia Holder-
lins Erde und Himmel (Tierra y cielo en Hólderlin), cuando Heidegger lo
aborda expresamente, coincidiendo con la plena madurez de la idea en su
propia obra. La conferencia es un comentario más a un poema de Holder-
lin, de su última época, cuando el poeta ha completado el ciclo de su
evolución espiritual en busca de su propia esencia de hombre occidental;
al final del periplo Hólderlin se ha encontrado con el principio: Grecia,
que es a la vez Oriente y punto de partida de Occidente. El poema lleva
el título Griechenland (Grecia).
El estado espiritual de Hólderlin al componer este poema lo ve Hei
degger reflejado en una carta (probablemente de 1802) escrita a su retorno
a la patria después de un viaje por el sur de Francia, donde escribe: «Que
todos los lugares de la tierra están unidos alrededor de un lugar... es aho
ra mi gozo». A través del lugar (Ort) que ahora habita el poeta, la tierra
le sabe de nuevo a tierra. La tierra, como base del cielo, oculta y porta lo
sagrado, la «esfera de lo divino»; la tierra es tierra solo como tierra del
cielo, lo mismo que el cielo solo es cielo en cuanto reobra sobre la tierra.
Hólderlin en la mencionada carta alude a los fenómenos del cielo, comen
zando por los más sublimes, como el relámpago, Blitz; relámpago es para
Heidegger la misma palabra que Blick, mirada; en la mirada hay ser, exis
tencia; por eso para Hólderlin la tempestad es la «existencia de Dios»
(Daseyn Gottes). Tierra y cielo y los dioses ocultos en lo sagrado, todo se
actualiza para el temple gozoso y tranquilo del poeta en la unidad de la
«naturaleza» originaria.
Heidegger reconoce que en la carta de Hólderlin queda sin expresar la
unidad de tierra y cielo, hombre y Dios (el cuarteto, Geviert), pero apare
ce ya con claridad que tierra y cielo y su mutua relación pertenecen a una
constelación más amplia. La constelación queda ya explícita e íntegra en
el poema Griechenland. Su unidad esencial está constituida por lo que Hól
derlin llama en un poema die Mitt, el medio o centro; y en los Philoscphis-
che Fragmente de sus primeros tiempos de Homburg, «la sutil e infinita
relación» (das zartere unendliche Verhaltnis). Hólderlin piensa aquí la in
finitud en el sentido de la dialéctica de Schelling y Hegel: la mutua per
tenencia y su reunión en el «medio». Lo in-finito (das Un-endliche) es aquí,
en expresión de Heidegger, «infinitamente distante» de lo puramente sin
límites, de lo que por su uniformidad no admite incremento; la «sutil infi
nita relación» de Hólderlin —la de tierra y cielo, hombre y Dios— puede
Cosas 189
L.
II I
LO SAGRADO. DIOS
Por el ensayo Aus einem Gesprách von der Sprache —un diálogo entre
un profesor japonés y Heidegger, donde este nos ofrece datos personales de
gran interés— se entera el lector, probablemente con gran sorpresa, de que
la primera y última preocupación del pensador alemán ha sido encontrar un
lenguaje adecuado para hablar de Dios. En sus tiempos de estudiante de teo
logía tropezó con el problema de la relación entre el lenguaje bíblico y el
pensar teológico-especulativo; su reiterada ocupación en los últimos años
con la cuestión lenguaje-ser tiene ese remoto origen. Heidegger se ha man
tenido fiel a sí mismo y se cumple en él su peculiar afirmación: el origen
es a la vez futuro (Herkunft bleibt stets Zukunft). Heidegger procede de la
teología; la cosa no tiene nada de extraña ni representa una excepción en
la tradición filosófica alemana; también Dilthey, Hegel, Schelling, Fichte,
entre otros, vienen de la teología.
Para Heidegger sigue siendo meta de su pensamiento el adecuado hablar
de Dios; no son pruebas en contra ni la interpretación atea o neutra que
se ha dado a su filosofía ni la sobriedad con que se pronuncia sobre el tema.
Heidegger como pensador es un buscador de Dios; no pretende haber
llegado a ese ohablar de Dios»; está en camino hacia él. La verdad es que
está en camino en la totalidad de su pensamiento, pero mucho más en la
cuestión de Dios, que es lo último del camino. La preocupación de Dios
está latente en toda su obra; sus lacónicas alusiones son erupciones ex
ábundantia coráis o miradas de caminante hacia la lejanía adonde quisiera
llegar; cualquiera que sea el tema de sus lecciones o ensayos —técnica, ló
gica, metafísica, el habitar humano, poesía, lenguaje...—, casi siempre las
palabras finales son para iluminar desde las posiciones conquistadas el re
moto y misterioso horizonte de la divinidad.
Heidegger puede hacer la impresión de actitud negativa frente a Dios
porque su postura está determinada, para usar una expresión suya, desde
13
194 Introducción a Heidegger
esto fue para su provecho o su daño decídanlo los teólogos por la experien
cia del cristianismo, teniendo en cuenta lo que está escrito en la primera
carta de San Pablo a los corintios: ¿no ha convertido Dios en necedad
la sabiduría del mundo?» 169
Algunos años antes había hecho notar que la teología cristiana «en lo
que sabe y en la forma como lo sabe» es metafísica. La simbiosis de cris
tianismo y metafísica está, en opinión de Heidegger, a la base del proceso
de secularización que se consuma modernamente en los pueblos occiden
tales 17°.
Lo que principalmente sedujo a los pensadores cristianos fue la aparente
analogía entre la dualidad de mundos en Platón y la doble realidad tem
poral y eterna— del cristianismo. Platón había escindido apariencia y ser,
haciendo consistir este en Ideas y duplicando la realidad en mundo in
ferior, sensible, y mundo superior, suprasensible. Los pensadores cristianos
acabaron por adoptar en lo esencial este esquema, convirtiendo el mundo
superior en Creador y el inferior en criatura; Dios sería meta-físico, lo
supremo en el mundo de las ideas. En este sentido tendría razón Niet-
zsche cuando define el cristianismo como un aplatonismo para el pue
blo 171.
Una auténtica teología cristiana habría consistido para Heidegger en
la interpretación intelectual de la experiencia cristiana del mundo, de la
fe cristiana desde sí misma y sin buscar apoyaturas en la filosofía. «Solo
épocas que ya no creen en la verdadera grandeza del quehacer telógico
llegan a la funesta opinión de que una teología podría salir ganando —o
incluso podría ser sustituida— con una supuesta renovación mediante la
filosofía y así adaptarse a las necesidades de los tiempos» 172. En el prólogo
a Was ist Metaphysik? exhortará a la teología cristiana a ser fiel a sí mis
ma: «¿Se resolverá de una vez la teología cristiana a tomar en serio la
palabra del Apóstol y conforme a ella considerar la filosofía como una
necedad?» 173.
Heidegger tiene fe en una auténtica teología cristiana; no cree, en cam
bio, en la posibilidad de una «filosofía cristiana», título que considera equí
voco y, en rigor, contradictorio. «Una ‘filosofía cristiana’ es un hierro de
madera y un malentendido» 17>. No interesa aquí entrar en puntualizaciones
en una cuestión en que los pensadores cristianos mismos están en des
acuerdo.
La teología cristiana tradicional, lo mismo que la metafísica, es para
Heidegger una vía cerrada para su intento de alcanzar una idea más divina
de Dios; no puede extrañar su relativo mutismo en el tema de Dios. «Pre
fiere callar». Así concluye en Die onto-theologische Verfassung...: «Quien
conoce en sus orígenes la teología, lo mismo la de la fe cristiana que la de
la filosofía, prefiere hoy callar sobre el tema de Dios.» No se trata, ni de
lejos, de postura atea o agnóstica: «Pues el carácter onto-teológico de la
metafísica se ha vuelto problemático para el pensar, no por razón de ateís
mo, sino por la experiencia de un pensar al que se le ha mostrado en la
196 Introducción a Heideggcr
Plutarco: Le grand Pan est morí. Nietzsche repetirá cuatro años después
de su «hombre loco»* (1886): «El mayor acontecimiento de los tiempos
modernos —que Dios ha muerto, que la creencia en el Dios cristiano se ha
vuelto increíble— comienza ya a arrojar sus primeras sombras sobre Eu
ropa.» La frase encierra su peculiar sentido en cada uno de estos pensado
res, pero en todos ellos tiene una raíz común: la metafísica.
Nietzsche habla en el pasaje citado de la muerte del «Dios cristiano»,
pero Heidegger tiene buen cuidado de puntualizar: con la expresión «Dios
cristiano» Nietzsche se representa el Dios de la metafísica infiltrado en el
pensamiento cristiano; más concretamente, la concepción platónica de la
realidad: mundo «metafísico», suprasensible, de ideas e ideales de Platón
pasado por la interpretación griega tardía y la especulación de pensadores
cristianos. Lo que ha periclitado, según el sentido genuino de las palabras
de Nietzsche, es la metafísica con su correspondiente Dios (Diese Metaphy-
sik, d. h. für Nietzsche die abendlandische Philosophie ais Platonismas vers-
tanden, ist zu Ende). El «Dios cristiano» es también para Nietzsche el Dios
moral, Dios visto primariamente desde la perspectiva moralista y con una
concepción de las relaciones morales demasiado intramundana y antropo-
mórfica: el «Personaje», el «Juez», el «Sancionador», incluso el «Padre» en
quien ante todo se busca el seguro de la salvación ,78. En su durísima crítica
del cristianismo hay que reconocerle a Nietzsche perspicacia para ver su
lado flaco, sus falsificaciones, contaminaciones y capitulaciones históricas,
que para él representa el cristianismo, sin más. Es conocida la ceguera de
Nietzsche para comprender el auténtico cristianismo.
Cuando Nietzsche habla del cristianismo, lo que tiene presente en su
mente —aclara Heidegger— es «el fenómeno histórico, político-mundano,
de la Iglesia y de su pretensión de dominio dentro de la configuración del
mundo occidental y de su cultura moderna». En este sentido cabe distin
guir el «cristianismo» de «lo cristiano»; impugnación del cristianismo no
lo es sin más de lo cristiano, «lo mismo que una crítica de la teología no es
sin más una crítica de la fe, cuya interpretación quiere ser la teología».
Heidegger juzga de importancia esencial estas distinciones en apariencia
inocuas; olvidarlas es entregarse a la confusión y moverse «en los bajos
fondos de las luchas ideológicas».
Precisamente porque el nihilismo no es la pérdida de Dios sin más
(sino del Dios metafísico) ni del auténtico cristianismo (sino a lo sumo de
lo adjetivo y adventicio en el cristianismo), no puede considerarse como
su esencia y causa la incredulidad, la defección de la fe cristiana, que sería
más bien un efecto 179. De ahí que el hombre cristiano no se vea al abrigo,
por el mero hecho de serlo, del nihilismo, que opera en otras zonas que la
fe. «No todo el que apela a su creencia cristiana o a convicciones metafí
sicas está ya por eso fuera del nihismo» 18°.
Como para Nietzsche —y todo el pensamiento moderno— fuera de la
metafísica no queda otra posibilidad, tras la huida del Dios metafísico
irrumpe el nihilismo. «¿No es verdad que andamos errantes como a través
198 Introducción a Heidegger
de una infinita nada?», se pregunta «el loco». Nihilismo es, según escucha
mos antes a Nietzsche, la desvalorización de todos los anteriores valores;
el lugar del «mundo metafísico», sobre todo de Dios, queda vacante. Se
trata de llenarlo, dando ocasión a la «endiablada combinación» de que
habla Ortega en coyuntura semejante —la volatilización del Dios religioso
en los griegos, que pone a Aristóteles en trance de ocupar su puesto va
cío—, o dejarlo vacío, para abrir otro lugar en que asentar la existencia. El
hombre moderno opta por lo segundo; el nuevo lugar es la sujetividad,
base de la Edad Moderna. Nuevos ideales surgen: la autoridad de la razón,
el progreso, la felicidad de los más, la cultura, la civilización, el socialismo,
la música de Wagner... Sin embargo, todo ello es insuficiente para Nietzs
che; el nihilismo sigue imperando; se derrocan los valores tradicionales,
pero queda la misma región: la metafísica; los nuevos lugares se abren en
el ámbito de la metafísica. Es lo que Nietzsche llama «nihilismo imperfec
to» y que solo puede superarse haciéndose nihilismo total, eliminando no
solo los valores tradicionales, sino el ámbito o región en que radicaban.
Nietzsche erigirá como ámbito de valores «este mundo», la realidad sen
sible; es el «nihilismo perfecto» que, ipso fado, se trueca en victoria sobre
el nihilismo. El nuevo principio de valores que sustituirá al que ha quedado
inerte será «lo más vivo» : la vida o voluntad de poder.
Sabemos lo que Heidegger piensa de la supuesta superación del nihilis
mo por Nietzsche. Nietzsche queda prisionero de una metafísica, aunque esta
sea antiplatónica, y esto le impide evadirse del nihilismo; lejos de superar
lo, más bien lo refuerza y lleva a su último extremo, porque Nietzsche más
que en ningún otro pensador el ser brilla por su ausencia, «del ser no hay
nada». El ser queda reducido a la condición de valor, lo cual es el «radical
matar» (das radikale Tóten). Heidegger está persuadido de que los inten
tos de la teología moderna de pensar a Dios como un valor, el supremo,
han sido la auténtica muerte y el golpe de gracia contra Dios. «El último
golpe contra Dios y el mundo suprasensible ha consistido en que Dios, el
ente mas ente, ha sido rebajado a la condición de valor supremo. El más
duro golpe contra Dios no ha sido el considerarle incognoscible o su exis
tencia indemostrable, sino el hecho de que el Dios tenido por real haya
sido elevado a la condición de supremo valor. Pues este golpe no viene de
los profanos que no creen en Dios, sino de los creyentes y sus teólogos,
que hablan del más ente de los entes sin ocurrírseles pensar en el ser mis
mo, para caer en la cuenta de que este pensar y aquel hablar son, vistos
desde la fe, una blasfemia (Gótteslástenmg), caso de que se mezclen en
la teología de la fe» 181.
Pocos años más tarde repetirá lo mismo: «Si se proclama a Dios como
supremo valor, se rebaja la esencia de Dios. El pensar axiológico es aquí
y siempre la mayor blasfemia (die grosste Dlasphemie) contra el ser.» En
general, concebir el ente como un valor es sujetivizarlo, reducirlo a la
condición de mero «objeto» 182.
Volviendo al «hombre loco», que encarna al hombre occidental de
Lo sagrado. Dios 199
nuestro tiempo, Heidegger pregunta hasta qué punto está «loco» ese hom
bre; está «ido» (ver-riickt), se ha «salido» del plano del hombre anterior,
el del mundo ideal, aunque todavía se mantiene en la región metafísica,
la del hombre como animal racional. Todavía no ha encontrado una nueva
•vía» para alcanzar a Dios; está a la intemperie; pero no trata de enga
ñarse a sí mismo ahogando su angustia en el vulgar ateísmo, que es pro
ducto de un «angustia ante la angustia». El «loco» no es un ateo, sino un
buscador de Dios; así lo presenta expresamente el mismo Niezsche en las
primeras líneas: «el hombre loco grita incesantemente: busco a Dios, bus
co a Dios».
Heidegger no está dispuesto a confundir a Nietzsche con un vulgar y
superficial ateo al estilo de los que niegan a Dios por argumentos «científi
cos» y no son siquiera capaces de ser ateos a fondo, porque no han luchado
ni pueden luchar por un Dios. Pero hacer de Nietzsche un buscador de
Dios sentimental, romántico y semicristiano también sería falsificarlo. Niet
zsche no es un iniciador, sino un consumador; no una aurora, sino un
ocaso. Zaratustra es la figura de la decadencia y el ocaso; representa la
última posibilidad y el último extremo de la metafísica occidental: el eter
no retorno. De ahí que Nietzsche, a pesar de sus esfuerzos, no logre pro
poner otro Dios que el eterno retorno; el mundo sería el espectáculo eter
namente retornante de un Dios que es a su vez eterno retorno. Nietzsche
lo insinúa problemáticamente en lo que Heidegger interpreta como «terce
ra exposición» del pensamiento del eterno retorno, un pasaje de Jenseits
von Gut und Bóse (Más allá del bien y del mal) que concluye con la pre
gunta: circulus vitiosus deas? «¿Será Dios un círculo vicioso», el del eter
no retorno? En el mismo escrito leemos: «en torno a Dios todo se con
vierte... ¿en qué? ¿tal vez en ‘mundo’?» m .
Nietzsche solo puede buscar y preguntar.
Todavía no estamos preparados, no ya para encontrar a Dios, pero ni
siquiera para oír el grito del loco. Ese grito solo es perceptible por el pen
sar; pero todavía no hemos empezado a pensar. «El pensar comienza solo
una vez que nos hemos percatado de que la razón imperante desde siglos es
el más encarnizado enemigo del pensar 184».
En cualquier caso, Heidegger no duda en afirmar que nuestra época
a-teísta puede estar más cerca de la experiencia de Dios que la «teísta» de
la metafísica. «Tal vez el pensar a-teo (das gott-lose Denken), que tiene que
abandonar al Dios de la filosofía, a Dios como causa sui, está más cerca
del Dios divino» 185.
El pensador tiene que recorrer las mismas etapas que el poeta. Solo
que el pensador no puede contentarse con «nombrar» lo salvífico, etc., sino
que debe pensar su esencia 1%. Pensar es pensar el ser; de ahí que la re
cuperación de Dios solo puede tener lugar desde el ser. Heidegger es
explícito en este punto: «Si Dios vive o está muerto no se decide por
la religiosidad de los hombres y menos aún por las aspiraciones teológicas
de la filosofía y de la ciencia natural. Que Dios sea Dios acontece desde
la constelación del ser y dentro de ella» 19‘.
Pero Heidegger nos dice que todavía no hemos aprendido a pensar
—y en ese plural se incluye él el primero—, y la razón es que el ser
se nos sustrae, no tenemos suficiente experiencia de él. Por eso la «apa-
tridad» de nuestra época consiste, más que en la pérdida misma de Dios,
en la ausencia del ser. «Tal vez sea esta su única verdadera desgracia
(Unheil)» 198. El silencio de Heidegger sobre Dios en Sein und Zeit se
206 Introducción a Heidegger
causas. Pero desde el ser no se alcanza sin más a Dios ; es necesario pen
sar antes la esencia de lo sagrado; la esencia de lo sagrado nos abre a la
esencia de la divinidad; solo desde la esencia de la divinidad podemos
llegar a pensar un Dios más divino que el de la metafísica, el Dios que
nombra el hombre religioso o el poeta auténtico. Estamos muy lejos de
esa meta, ya que no hemos dado ni siquiera el primer paso: la apertura
al ser; por eso nos encontramos en situación de odesgracia» (Un-heil, falta
de salud o salvación)199. Esto, en Heidegger, no es un decir; es el pri
mero en cumplir la consigna que da a las generaciones de épocas indi
gentes : esperar y disponerse. Heidegger se aferra obstinadamente a su
tarea de tomar contacto con el ser y pensarlo.
Tras la enérgica autodefensa contra la acusación de ateísmo e indi
ferentismo, parece que no puede caber duda de que el pensar de Heidegger
es teísta. No es así. oPero con esta indicación no quisiera el pensar que
apunta a la verdad del ser como lo que ha de pensarse, haberse decidido
en modo alguno por el teísmo. No puede ser teísta como tampoco ateo.
Pero esto, no por razón de una actitud indiferente, sino por respeto a los
límites que le son impuestos al pensar como pensar, y precisamente por
aquello que le es dado como lo que ha de pensar: por la verdad del
ser. En la medida que el pensar se conforma con su tema, hay para el
hombre en el momento de la actual historia mundial una indicación hacia
la dimensión originaria de su estancia histórica. Cuando el pensar dice en
esta forma la verdad del ser, se ha confiado a aquello que es más esencial
que todos los valores y que cualquier ente» 20°.
Este texto es oscuro; se presta a una interpretación minimista de
este tenor: según Heidegger, Dios está fuera del alcance del pensar, ya
que este está limitado por su propio tema: la patentización del ser. Por
tanto, el pensamiento de Heidegger con respecto a Dios es, no indife
rente precisamente, pero sí neutro; por no ser tema de su competencia,
no se decide ni a favor ni en contra de Dios. Bajo esta interpretación, el
pensar como tal quedaría aquejado de una grave deficiencia: la impotencia
ante el supremo problema humano. En este sentido Heidegger incurriría
en agnosticismo.
Sin embargo, en el párrafo inmediatamente anterior ha incluido den
tro de la esfera del pensar —partiendo del ser la esencia de lo sagrado,
la esencia de la divinidad e incluso «lo que puede nombrar la palabra
Dios». Solo con esto quedaría ya muy mermado el supuesto agnosticismo;
en torno a Dios el pensamiento podría hacerlo todo, excepto aprehender
primariamente su existencia; esta tendría que serle «dada»; el pensar
solo podrá establecer la dimensión en que se nos da o puede dar, pero
no decidir sobre la «existencia» de Dios; en este sentido, el pensar como
tal no puede ser teísta. El proceso desde el ser hasta Dios consistiría en
abrir la dimensión de la divinidad y así precisar lo que la palabra Dios
puede significar: la «revelación» (en el plano natural) de Dios no sería
ya cosa del pensar, rebasaría sus posibilidades.
208 Introducción a Heidegger
Pero no parece que la condición del pensar sea en este caso con
creto distinta de la habitual; para que el pensamiento pueda pensar su
objeto —decir en qué consiste, determinar su esencia— tiene que serle
dado este de antemano; con expresión de Heidegger, se requiere previa
mente una «experiencia» del objeto. ¿Qué sentido pueden tener entonces
esos límites que Heidegger le fija al pensar cuando se trata de Dios? Hei
degger no podía ser más explícito: el pensar —no solo su propio pensar
ni el estadio actual del mismo— no puede ser teísta. La razón sería por
que el tema del pensar no es Dios, sino la verdad del ser; pero esta razón
pierde fuerza si atendemos a lo que acaba de afirmar Heidegger líneas
más arriba: la posibilidad de llegar, a partir del ser, a la esencia de la
divinidad y pensar lo que la palabra Dios nombra. Parece excesivo excluir
a renglón seguido a Dios como objeto del pensar; no será, ni se quiere,
objeto directo, pero sí indirecto; o, si se prefiere, no será Dios «el tema»
del pensar, pero esto no excluye que el pensamiento pueda llegar a pensar
a Dios.
Más abajo habla Heidegger de «el momento del actual destino del
mundo»; este momento se caracteriza —aparte otras notas— por la
ausencia de Dios; es una época histórica en que a la esencial ausencia
de Dios que consiste en «revelarse como oculto» se añade la «desgracia»
(Unheil) de que no se revela ni siquiera en esa forma o solo muy preca
riamente; al hombre le falta la experiencia de Dios, Dios no le es «dado».
En el epígrafe precedente nos referíamos a los tiempos indigentes como
aquellos en que no solo está ausente Dios, sino también sus huellas: lo
sagrado; solo algunos privilegiados —los poetas— eran capaces de ras
trear las huellas de esas huellas. Al faltarle el requisito de la previa expe
riencia de Dios, el pensamiento queda cesante; no se declarará ateo, pero
tampoco teísta.
¿Será este el sentido de las palabras de Heidegger? Si así fuera, ten
drían un alcance restringido, histórico, válido para «tiempos indigentes» :
en estos, Dios escaparía a las posibilidades del pensamiento. Pero resulta
que Heidegger define también el ser como lo oculto, lo que esencialmente
se sustrae y traspone, y en ciertas épocas (que coinciden con los tiempos
indigentes) la ocultación se hace más espesa; sucede con el ser, como
con Dios, que hay épocas en que no solo escapa al pensamiento, sino
también a la experiencia preintelectual; tal sería la época actual. Pero
esto no impide a Heidegger proponer aquí y ahora el ser como el tema
del pensar; es verdad que la ocultación de Dios es de otra índole que la
del ser y, en rigor, no pueden compararse, como no pueden compararse
el ser y Dios; así y todo, la expresión de Heidegger suena un tanto fuerte
y no aparece suficientemente justificada ni siquiera dentro de su línea
mental. El hecho de que Dios sea lo recóndito por excelencia no nos
obliga a sustraerlo sin más al dominio del pensamiento si esa condición
no le impide revelarse de algún modo. Si la peculiar ausencia de los
tiempos indigentes tiempos de «ateísmo»— obstruyese toda vía de
Lo sagrado. Dios 209
ARTE Y POESÍA
a este uso de una palabra que, a su juicio, nada tenía que ver con lo
bello, y trató de restaurar el genuino sentido etimológico, llamando
«estética» a la teoría del conocimiento sensible. Pero el uso siguió vigente.
No era una mera cuestión verbal. Heidegger opina que la palabra «esté
tica» fue decisiva para el puesto que el arte ocupó en la existencia his
tórica durante el siglo de Goethe, Schiller, Schelling y Hegel 205.
El arte como estética es tan viejo, que la reflexión filosófica griega
sobre la esencia del arte y de lo bello «comienza ya como estética». Se
intenta aclarar la esencia del arte partiendo de las «vivencias» del artista
y del contemplador: sus sentimientos, sensaciones, mundo interior Se
toma como punto de partida el artista y el espectador, y no la obra misma.
Pero antes de haber estética hubo arte, incluso arte griego. Solo que
ese arte griego quedó sin su correspondiente reflexión conceptual —que
no tenía por qué ser «filosofía» del arte—. Esto no quiere decir que en
los albores del arte griego artistas y público se limitasen a «vivir» el
arte, a tener «vivencias», sin elevarlas a teoría. Por fortuna —observa
Heidegger los griegos contemporáneos del «gran arte» no tuvieron «vi
vencias», como tampoco tuvieron ni necesitaron una «estética». La esté
tica comienza en Grecia cuando el «gran arte» griego ha concluido, como
la «filosofía» nace cuando el pensar griego más profundo toca a su fin.
Arte y pensar griegos son contemporáneos, lo mismo que la filosofía y
estética griegas. Platón y Aristóteles, que representan para Heidegger el
declinar del pensamiento griego y el orto de la filosofía, son también los
fundadores de la estética. Ellos prestarán a toda la historia subsiguiente
de Occidente el punto de vista desde el que se contemplará el arte hasta
nuestros días: los conceptos de materia-forma y tékhne.
La distinción materia-forma está fundada en una previa diferenciación
platónica entre el ente y su aparecer como eídos e idéa. Lo que distingue
a un ente de otro y lo delimita ad intra y ad extra es su eídos, su forma
de aparecer. Lo determinado es interpretado como materia, hijle, y lo de
terminante como forma, morphé. Lo bello resulta ser lo más manifiesto,
eídos, lo que es más idéa. Cuando la obra de arte se contempla desde el
eídos, el arte es interpretado como manifestación de la belleza.
Pero el arte es también para los griegos tékhne. Es sabido que con
este vocablo se designa la obra de arte, pero también la obra manual; y
con la palabra tekhnítes, el artista y el artesano. Más tarde se introduce
el uso terminológico de tékhne para expresar una forma particular del
producir humano: el artístico, y se supone que el significado griego origi
nal de tékhne sería el hacer humano en general, que luego se especificaría
en manual y artístico. Por tanto, lo esencial del arte consistiría en ser
una forma peculiar del producir. Pero, según Heidegger, tal modo de
interpretar el arte es ajeno a la mentalidad griega más auténtica. ¿Qué
era tékhne para los griegos? Para averiguarlo, Heidegger recurre al a con
trario sensu intelligite agustiniano. Los griegos contraponían tékhne a
physis. Physis no era para los griegos lo que ahora llamamos «naturaleza».
Arle y poesía 215
Era simplemente «el primero y esencial nombre para el ente como tal
y en su totalidad». El ente —physis— es para los griegos aquello que
por sí y desde sí brota, se retrae y perece.
El hombre tiene que hacer su existencia en medio de los entes. Para
orientarse en su conducta necesita un saber de entes. Ese saber que
no tiene nada de teórico— se llama tékhne. Por tanto, primariamente
no se trata de hacer o producir; se trata de un saber conducirse entre
entes, un saber arreglárselas en la existencia. A veces significa el saber
humano, simplemente. De modo señalado expresa el saber producir ense
res y obras de arte; es decir, conferir una existencia por así decirlo
de segundo orden a entes que ya habían brotado desde sí (physis) y se
mantenían en su ser. Tampoco se trata aquí de un hacer y producir
como tal, sino de un saber: saber conducirse en medio de los entes en
la forma de un producir. Como ello tiene lugar por la fabricación de
instrumentos y obras de arte, queda como sentido prevalente de tekhne
ese saber. Por tanto, el artista y el artesano son tekhnites, no porque fa
briquen objetos artísticos y artificiales, sino porque con ese fabricar saben
conducirse en medio del ente (physis) y apoyándose en él. Ese condu
cirse no es en ningún sentido ataque (Angriff) al ente, sino un dejar que
lo presente haga acto de presencia (Ankommenlassen). Este sentido ge
nuino de tékhne nunca salió a luz ni en la filosofía griega ni en la pos
terior reflexión occidental. .
Con el esquema materia-forma sufre ya la esencia del arte una infle
xión y pierde su sentido originario. Todavía en Aristóteles tékhne es
un modo de saber, aunque no el único; pero entra ya en el ámbito de
la estética, al restringirse su significado a la producción de cosas bellas.
La distinción materia-forma no era adecuada para expresar lo que los
griegos vieron en el arte. El hecho de que esa distinción tenga su origen
en la interpretación del ser instrumental hace ya problemática su aplica-
bilidad a otras esferas de la realidad. El concepto materia-forma se con
virtió en un esquema, un concepto general, universalmente válido. Con
ello ha perdido virtualidad para poder decir con eficacia y justeza lo
peculiar del arte; lo que ha ganado en extensión lo ha perdido en pre-
cisión. . . . . r-, i
La Edad Moderna es una nueva etapa en la historia del arte. El hom
bre como sujeto pensante (cogito, sum) se constituye en fundamento de
la verdad. El modo como el hombre se siente a sí mismo (el hombre y
sus estados de conciencia) decidirá el encuentro con las cosas y la ma
nera de verlas. La reflexión sobre lo bello es ahora exclusivamente esté
tica, teniendo por única base la situación emocional del hombre. Simul
táneamente se consuma un acontecimiento que venía preparándose de
tiempo atrás: la decadencia del arte. La grandeza del arte no consiste
propiamente en la calidad de lo creado, sino en lo que tiene de «necesidad
absoluta», en ser camino y morada del hombre en su búsqueda de la
verdad (en el «descubrimiento del ente», dice Heidegger). Solo cuando
216 Introducción a Heidegger
no solo tras o bajo ellos— Dios se hace presente. Donde hay tierra,
hombres y dioses, hay mundo. La obra de arte abre un mundo y lo «deja
estar». 1
¿Qué es mundo? El análisis del ser del hombre como ser-en-el-mundo
en Sein und Zeit obligó a Heidegger a un esfuerzo de clarificación de
esta noción decisiva no solo en su pensamiento, sino en toda la filosofía
occidental. Ese esfuerzo se centró sobre todo en lo «destructivo», ya
que Heidegger se enfrentaba con toda la tradición. También aquí, al
repetir la pregunta a ocho años de distancia, se ocupa sobre todo en
disipar malentendidos y procede por exclusión. Es más fácil acotar la
esencia del mundo por negaciones que por afirmaciones. Mundo no es
ni el conjunto de las cosas ni una «idea» que les sirva de lugar imagi
nario, ni es un «objeto», aunque es más ente que cualquier objeto. Ni
la piedra, ni la planta, ni el animal tienen un mundo; en cambio, la cam
pesina tiene un mundo y vive en él. Heidegger —como siempre que se
trata de nombrar la cosa misma— recurre a lo que desde el punto de vista
del pensar lógico es pura tautología: el mundo consiste en... «mundear»
(tm Welten). Si pudiéramos hablar aquí de definición, la única posible
sería: el mundo es la «apertura». El mundo es la apertura misma por la
que las cosas adquieren «permanencia y urgencia, cercanía y lejanía, am
plitud y estrechez». Mundo es el «espacio» que hace posible el adveni
miento de los dioses; incluso la ausencia de los dioses se da en un
mundo; más precisamente, es «un modo de mundear el mundo».
La obra de arte no consiste solo en instalar un mundo, sino también
en elaborar la tierra. También el instrumento supone elaboración; pero
la materia en el instrumento se disuelve en la utilidad o servicialidad.
La obra de arte el templo—, al elaborar «materia», no la hace des
aparecer, sino, al contrario, la destaca; en el templo la roca no solo no
pierde su ser, sino que ese ser es afirmado como tal. En la obra de arte
«sale a relucir» el brillo del metal, la luminosidad del color, la vibra
ción del sonido, la dicción de la palabra. En suma, la obra de arte elabora
la tierra. La tierra es lo cerrado e inescrutable. La pesadez de una piedra,
el color, el sonido, son impenetrables al análisis, al cálculo matemá
tico, a la explicación física; podemos reducir el peso a números y el color
a vibraciones, pero entonces destruimos peso y color. Elaborar la tierra
es «patentizarla como lo que se cierra».
Al elaborar, la obra misma se retira a la tierra. En este sentido no
puede afirmarse que la tierra sea el material de la obra de arte; en gene
ral, no puede hablarse propiamente de una «materia» en Ja obra de arte.
Sin duda el escultor «usa» la piedra y el pintor las sustancias colorantes
y el poeta las palabras; pero el escultor no «gasta» la piedra ni el pintor
los colores ni el poeta las palabras, sino, al contrario, hacen que la piedra
sea piedra, colores los colores y palabra la palabra. Heidegger duda de
que pueda hablarse de una amateria» incluso en el campo del instrumento;
Arte y poesía 223
ara Heidegger tierra es «lo que se cierra y lo que sostiene», que se revela
como tierra en su antagonismo con el mundo y que el duelo singular
entre ambos se hace patente —entre otros modos— mediante la obra de
arte. Pues bien, así como la esencia del instrumento se nos revela pro
piamente en la obra de arte —los zuecos en el cuadro de Van Gogh—,
otro tanto cabe decir de la coseidad de la cosa: nunca sabemos claramen
te lo que es una cosa hasta que la obra de arte nos la pone delante.
Heidegger a través de la obra de arte perseguía la esencia del arte:
¿qué es arte? Si en la obra de arte se «pone en obra» la verdad, podríamos
definir, sin más, la esencia del arte haciéndola consistir en ese «poner en
obra» la verdad. Resulta así que el arte es poesía (Dichtung), ya que la
verdad como iluminación y ocultación acontece radicalmente en la poesía;
poesía es la desnudez originaria; por ello Heidegger pone en duda que
la esencia de la poesía pueda explicarse a partir de la fantasía. La esencia
del arte es poesía, porque la esencia de la poesía es «fundación de la ver
dad» (die Stiftung der Wahrheit) en el triple sentido de la palabra (tam
bién en español): donación, instalación o implantación y comienzo. El
arte es, como la poesía, donación, desbordamiento y regalo; no es algo
que «sé sigue» de lo anterior; lo anterior queda más bien refutado por la
obra de arte. Es una instalación, porque el arte extrae su obra de la tierra,
del fondo oculto que nos sustenta; crear no es un genial inventar, como
ha creído el sujetivismo moderno, sino un «ir a tomar el agua de la
fuente»; el arte no toma su don de lo anterior, de lo consabido» y co
rriente; pero tampoco viene de la nada. Arte es, finalmente, comienzo,
comienzo que suele tener muy lenta gestación y que, a la vez, incluye
ya de manera encubierta el futuro. El comienzo tiene lugar cuantas veces
el ente en su totalidad exige apertura y des-velación. Por primera vez
en Occidente acaeció en Grecia, que determinó con su arte de una ma
nera decisiva lo que en el futuro había de entenderse por «ser»; de nuevo
en la Edad Media (el ente como lo creado) y en la Edad Moderna (el
ente como objeto de representación y cálculo).
Comienzo de arte es comienzo de historia. Historia no es en Heideg
ger una serie de acontecimientos —de cualquier modo que se interprete
esa Serie__; es el acontecimiento de ingresar un pueblo en su más pe
culiar destino. El arte es, por lo mismo, esencialmente histórico; no en
el sentido obvio de que está sometido, como todo, a los azares del fluir
histórico, sino en cuanto que funda historia.
El arte es «origen», porque hacer surgir («saltar», Ur-spriing) la
verdad del ente en la obra y con ello la existencia histórica de un pueblo.
¿Lo es también en nuestro tiempo?, ¿puede serlo?, ¿bajo qué condicio
nes? Heidegger deja en el aire estas preguntas. Tampoco pretende —sería
insensato— forzar al arte para que tome una determinada orientación;
el futuro del arte no se puede forzar ni está bajo el dominio del puro
querer humano. Heidegger solo invita a una reflexión (Besinmmg) sobre
el arte; esta reflexión, por sí impotente y de ninguna eficacia, es, sin
226 Introducción a Heidegger
y surge el mundo; pero no como una secuela del lenguaje, sino a la vez.
Tan a la vez, que la auténtica conversación consiste en nombrar a los
dioses y hacerse palabra el mundo. Pero los dioses solo pueden ser nom
brados cuando ellos mismos nos dirigen la palabra. La palabra que nom
bra a los dioses es siempre una respuesta a su llamada; con esa respuesta
se asume un destino. Cuando los dioses nos convocan a diálogo, tenemos
que decidir nosotros si vamos a corresponderles o nos rehusamos a ellos.
La afirmación de que el lenguaje es el mayor acontecimiento de la existen
cia humana tiene aquí su justificación.
Pero ¿cómo se abre ese diálogo?, ¿quién lleva a cabo ese «nombrar
a los dioses»?, ¿quién detecta lo permanente en la dispersión del tiempo
y lo hace palabra? Contesta Hólderlin:
4. «Lo que permanece, lo fundan los poetas.» Así concluye el poema
Andenken (Recuerdo). Esta frase es la que hace luz en la pregunta de
Heidegger acerca de la esencia de la poesía.
Parece que lo permanente es precisamente lo que no se funda, sino
que siempre está ahí. Pero lo permanente necesita ser afirmado contra el
arrastre, lo mismo que lo simple contra lo confuso y la medida contra
lo desmesurado. Para ello hace falta abrir el ser, a fin de que aparezca
el ente. El ser es lo permanente. Pero es a la vez lo fugitivo. «Todo lo
divino es perecedero», dice Hólderlin. La misión confiada a los poetas es,
según el mismo Hólderlin. cuidar de que la sutil esencia de lo perecedero
lo divino permanezca. El poeta nombra a los dioses y nombra las
cosas en su ser. Este «nombran* no consiste en adornar poéticamente
algo que ya estaba ahí, sino en poner al descubierto como ente, en su
ser, aquello que es nombrado. «Poetizar es la fundación verbal del ser.»
Precisamente porque el ser de las cosas nunca se alcanza a base de lo
que está ahí (aus dem Vorhandenen) —porque nunca «está ahí»—, nece
sita ser liberado, puesto y regalado por la poesía. Esa libre donación es
la fundación.
Solo así —nombrando a los dioses y trayendo a la palabra el ser de
las cosas— queda asentada la existencia del hombre: «fundación» en
el sentido de poner en base firme, en fundamento, el existir humano.
Sobre el fondo de esta esencia de la poesía cobra todo su sentido el
dicho de Hólderlin:
5. «Lleno de mérito, pero poéticamente, vive —el hombre en esta
tierra.» Estos dos versos, que Heidegger gusta de citar, pertenecen a un
poema que comienza: In lieblicher Blaue blilhet mit dem— Metallenen Da-
che der Kirchturm (En suave azul brilla con su tejado metálico la torre de
la iglesia). El hombre con su trabajo merece, gana, se beneficia y enri
quece; pero... Hólderlin subraya enérgicamente el «pero». Eso no afecta
a la esencia del vivir en la tierra, que es fundamentalmente poético. Para
Hólderlin poetizar es fundar: el fundante nombrar a los dioses y la esen
cia de las cosas. Por tanto, vivir poéticamente significa estar en presencia
Arte y poesía 231
eso; «sin embargo»... Lo que Holderlin expresa con esta partícula adver
sativa (doch) es que los méritos, ganancias y beneficios de este múltiple
edificar no agotan la esencia del habitar; lejos de ello, cuando el hombre
los persigue por sí mismos, queda al margen del auténtico habitar. Y es que
edificar en el sentido del cultivo de lo viviente, erección de edificios, con
fección de utensilios, es una derivación del habitar, no su fundamento y
menos su fundamentación. La esencia del habitar consiste en el habitar
poético.
Heidegger no oculta que en todo esto hace uso del coup de pouce. Un
lector muy literal de Holderlin podría encontrar estas glosas un tanto des
orbitadas; pero no hay que olvidar, como advierte el mismo Heidegger a
propósito de Nietzsche, que «interpretar es completar». Heidegger lo ex-”
plica con su peculiar distinción entre «lo igual» (das Gleiche) y «lo mismo»
(das Selbe): lo que Holderlin y Heidegger dicen no es igual, pero es lo
mismo. «Lo que nosotros pensamos sobre el habitar poético es lo mismo
que poetizar Holderlin». Lo importante es que el sentido profundo de
Holderlin quede salvado y subrayado; con una fidelidad literal muchas
veces un autor queda en lo esencial traicionado o inédito.
¿Qué dice Holderlin sobre el habitar poético del hombre? «¿Puede el
hombre, cuando su vida transcurre llena de fatiga, mirar hacia arriba y de
cir: así quiero ser yo también? Sí.» El hombre se esfuerza en ganar; pero
este hacer humano pertenece al ámbito de lo trabajoso de la vida; tam
bién le está permitido mirar hacia un horizonte más alto, entre cielo y tie
rra. Ese «entre», ese espacio intermedio, esa tensión entre tierra y cielo
constituye la esencia del habitar humano; es la medida del hombre. Por
eso Heidegger lo denomina «la dimensión» (die Dimensión). El hombre es
hombre únicamente en esa dimensión y por esa medida. El hombre es capaz
de cerrar esa dimensión, disminuirla y desfigurarla; pero nunca puede sus
traerse a ella. El hombre se mide siempre como hombre con algo «celeste»
(mit etwas Himmlischem). Por eso añade Holderlin: ael hombre se mide
con la divinidad». Esta es la medida con la que el hombre mide su morar,
su estancia en la tierra bajo el cielo. En esa mensuración del ser humano
dentro de su dimensión se realiza la esencia del habitar.
La esencial mensuración se realiza por el poetizar. Poetizar es medir,
probablemente el radical medir. ¿En qué consiste lo fundamental del me
dir? En «tomar la medida» con que pueda medirse algo. Es en el poetizar
donde tiene lugar esa toma de medida. Holderlin ve la esencia de lo poé
tico en la «toma de medida» (Maas-Nahme) por medio de la cual se realiza
la mensuración del ser humano.
¿Qué clase de medida es esa? ¿En qué sentido es la divinidad la medi
da del hombre? Holderlin pregunta: «¿Dios es desconocido?» Es evidente
que no; ¿cómo podría ser la medida siendo desconocido? Sin embargo,
para Holderlin Dios es desconocido, y precisamente en cuanto «ese desco
nocido» es la medida para el poeta. ¿Cómo es posible? Para que el hombre
pueda medirse con algo tiene que manifestársele, y si se le manifiesta ya
236 Introducción a Heidegger
eso que «ha de pensarse», del pensar mismo y del recordar. Heidegger es
el primero en advertirlo. Hoy estamos demasiado alejados de todo eso y,
en definitiva, del ser, para llegar a súbitas claridades. En cambio, los grie
gos en su poesía y en su arte vivieron vecinos al auténtico pensar 21#.
Por ello Heidegger se limita por ahora casi exclusivamente a prepa
rar el terreno destruyendo prejuicios que obstruyen el camino. Donde más
explícito se ha mostrado ha sido en su conferencia de 1957 Das Wesen
der Sprache (La esencia del lenguaje). Aquí se ve de nuevo Heidegger
llevado a concebir el pensar y el poetizar en vecindad. Se trata de las
dos formas privilegiadas del lenguaje. Heidegger opina que la auténtica
experiencia del lenguaje, es decir, la toma de contacto con su esencia,
solo se puede alcanzar por la vía del pensar; pero también juzga necesa
ria la reflexión sobre lo que es el lenguaje poético. La razón es, una vez
más, que el pensar camina «en vecindad con el poetizar». «Por eso es bue
no pensar en el vecino, en aquel que habita en la misma cercanía.» Has
ta ahora no hemos sabido hacerlo. Cuando se habla aquí de «vecindad»
—lo mismo que de ahabitar», de aestar establecidos frente a frente»— se
supone, con cierta irritación, que se trata de expresiones figuradas, meta
fóricas, poco recomendables en filosofía. Heidegger tiene algo que decir
sobre esto, como se verá en el próximo apartado. Se supone que esa
vecindad no puede ser más que «imagen», porque se representa desde
hace siglos el pensar como ratio, es decir, como un calcular.
¿En qué consiste esa vecindad? Decir que es una relación ayuda poco,
porque apenas somos capaces de ver la relación desde sí misma; solemos
concebir la relación entre dos cosas a partir de cada una de ellas y no
desde dentro de la relación misma. No reparamos en el origen de la rela
ción y en su esencia como tal relación. En cuanto a la concreta relación
que Heidegger llama «vecindad» entre poesía y pensamiento, hay que
decir, por lo pronto, que no proviene de que poetizar y pensar estén refe
ridos uno a otro, sino de que ambos están remitidos a un común origen.
Poesía y pensamiento se mueven en el elemento del decir. «Cuando re
flexionamos sobre el poetizar, nos encontramos ya en el mismo elemento
en que se mueve el pensar.» Por eso no es tan fácil decidir si el poetizar
es propiamente un pensar o el pensar un poetizar. ¿Qué es lo «propio»
de cada uno? Esto es lo que queda oscuro.
Heidegger no cree que la vecindad de que aquí se trata sea el mero
resultado de una relación de contrariedad; no es un simple oponerse (Ge-
genüber); previamente al enfrentamiento, pensar y poetizar se pertenecen
ya uno a otro. De ahí que Heidegger designe tal enfrentamiento con el
mismo término con que nombraba la habitud de los «cuatro» en el «cuar
teto» : Gegen-einander-über. Antes de enfrentarse, pensar y poesía con-
cuerdan; se mueven en el mismo elemento, el decir. Pero el «decir» no
es elemento para el pensar y el poetizar en el mismo sentido que el agua
es el elemento del pez y el aire del pájaro; no es solo el medio en que se
Arte y poesía 243
mueven y que los contiene, sino también lo que abre originariamente el ám
bito mismo en que se mueven.
Heidegger insiste en la dificultad de ver aquí la acosa» misma. Todo
lo que precede ase dice fácilmente, pero para nosotros, hombres de hoy,
es difícil de experimentar». No se trata de meras relaciones. En esa ve
cindad «estamos», nos movemos y somos; pero a la vez estamos muy
lejos de ella. «Todavía no estamos ni siquiera en camino hacia ella.» Todo
nuestro pensar actual —al servicio de nuestro interés— lo tenemos puesto
a una carta, a la del cálculo técnico-matemático. Nuestro afán es alcanzar
lo más rápidamente posible el espacio cósmico, que Heidegger describe
como «espacio sin mundo» (der weltlose kosmische Raum). Estamos muy
lejos de la vecindad de pensar y poetizar, dentro de la cual habitamos
como hombres. Es curioso que tengamos que caminar —hacia atrás, re
trocediendo— para alcanzar aquel terreno donde ya nos hallamos. Es algo
«infinitamente más difícil que los viajes ultrarrápidos allí donde todavía
no estamos y nunca estaremos, si no es como monstruos técnicos adapta
dos a las máquinas». El paso atrás hacia el lugar (Ortschaft) de la esencia
humana tiene otras exigencias que el progreso técnico.
¿En qué consiste positivamente la vecindad entre pensar y poesía? No
en una confusa mezcla, sino en una tenue y a la vez clara diferencia. Son
dos paralelas (para allélon), la una junto a la otra, que a su manera se en
cuentran entre sí. Poesía y pensar no están disociados, si con ello se en
tiende sin mutua relación. Las paralelas se cortan en el infinito. Lo que
«corta» y hace encontrarse el pensar y el poetizar es la cercanía misma.
No es que se encuentren y a consecuencia de ello surja la cercanía mu
tua; es, al contrario, la cercanía misma la que los hace encontrarse. La
cercanía es el «acontecer (Ereignis) desde el cual pensamiento y poesía
logran su esencia más propia (das Eigene).
¿Qué cercanía es esa? Será algo que tenga que ver con la esencia
misma del pensar y poetizar. Ahora bien, tal esencia es, de un modo o de
otro, el «decir»; pensar y poetizar son, antes que nada, modos privilegia
dos del decir; pensar y poesía son modos del lenguaje. Pero la esencia del
lenguaje —tenemos que anticiparlo— consiste en la «dicción» (Sage), pa
labra que por sí nada aclara y recibe en el contexto de Heidegger un sen
tido terminológico que solo al final de sus reflexiones puede comenzar a
entreverse. Bástenos aquí hacer constar que Heidegger repristina el sig
nificado del antiguo sagan (sagen) alemán: «mostrar», hacer aparecer, li
berar —iluminando y ocultando a la vez— el mando. Esta esencia del
decir —y, por tanto, del lenguaje— da una pista para comprender la índo
le de la peculiar «cercanía» que determina la vecindad de pensar y poesía.
Cercanía y esencia del lenguaje serían lo mismo.
Por último, Heidegger enfoca la cuestión desde el ángulo del «cuar
teto». Efectivamente, la esencia misma del «decir» termina en la conste
lación de «los cuatro». Decir —acabamos de oírle— es un abrir mundo;
pero el mundo, según la fórmula preferida por Heidegger, está constituido
244 Introducción a Heidegger
por los cuatro lados del cuarteto: tierra, cielo, el Dios y el hombre. La
esencia de la cercanía es el múltiple «enfrentamiento» (Gegen-einander-
über) de «los cuatro». Antes advirtió Heidegger que la vecindad entre
pensar y poesía no consiste en el enfrentamiento entendido como una
contrariedad de relaciones. El aenfrentamiento» de que habla cuando se
refiere al cuarteto es de otra índole. Heidegger ha encontrado en Goethe
y en Morike un uso del término Gegen-einander-über —hoy ya caduco—
que incluye no solo hombres, sino también las cosas. La verdadera cer
canía —como se vio en capítulo anterior, es la originada por el Gegen-
tenander-über de los cuatro elementos del mundo. «Decir» esa cercanía es
la esencia del lenguaje y a la vez lo que constituye la vecindad de pensar
y poesía 217.
Si alguna claridad se ha ganado con las anteriores reflexiones, es en
lo referente a lo que tienen de común pensar y poesía. Si Heidegger se
detuviera en ello, la «vecindad» correría el riesgo de convertirse en ver
dadera identificación. ¿En qué consiste lo propio del pensar y lo propio
del poetizar?
cierto hecho sean correctas; más bien, el giro a ¡Oh, mira!...» significa:
«dirige la mirada al ámbito abierto donde la faena diaria del sol se pone
de manifiesto». «Es verdad» quiere decir: se manifiesta, se patentiza. Al
comienzo de la séptima estrofa se repite el giro, y no es azar; en ella
culmina la presentación de la tarea diurna del sol con la evocación de lo
más alegre de la estación estival: la siega. Por eso esta estrofa no se abre
simplemente, como la segunda, con «es verdad», sino «es evidentemente
verdad» (’s weger wohr...): ciertamente, evidentemente patente; lo que
no significa evidencia lógica, sino lo patente que es a la vez secreto y por
ello asombroso.
Heidegger aclara la íntima relación entre el «mira...» y el «patentizar
evidentemente» con la primera estrofa de un poema del mismo Hebel,
muy conocido en Alemania por haberse incluido en libros de lectura de
la escuela primaria: Der Mann im Mond (El hombre en la luna). Como
muy frecuentemente en Hebel, el poema es un diálogo; a prima noche
habla el niño con la madre: a—Mira, mamá; ¿qué hay en la luna?—
¿no ves? Un hombre. —Sí, claro; ahora ya lo veo. Lleva una chaquetilla» 2W.
Lo poético es una manera de decir, un pre-decir (Vorsagen), un decir
primigenio que trae a luz lo esencial, nos lo confía y lo conserva en el
lenguaje. Heidegger denomina el decir poético Bilden. Heidegger escucha
este término, por debajo de su sentido actual, en su antigua raíz alemana
pilón, que significaba algo así como sacar al descubierto, patentizar, pro
ducir en sentido etimológico (Her-vor-bringen). Bilden es her-vor-bringen,
a saber, llevar algo desde la ocultación —permaneciendo en ella— a la
luz de lo patente. Lo así pro-ducido o «formado» es denominado por
Heidegger das Gebild (afigura»). En la medida que lo así revelado sale a la
luz, ofrece una avista» o aspecto (Anblick) que se deja ver y es la original
imagen (das ursprüngliche Bild). El retrato y la copia o reproducción son
uimagen» solo en sentido derivado; es lo que designa el latino imago,
imitan. El griego Ikon posee un sentido más profundo, derivado de eíko,
retroceder, ceder ante algo y así hacerle sitio y dejarle venir y aparecer.
Bild y Gebild están en Heidegger en relación inversa a la usual; lo origi
nario es el Gebild; el Bild recibe todo su sentido del Gebild; la «imagen»
es la vista que ofrece la original «figura».
«Decir» en su más auténtico sentido y Gebild se corresponden. El
antiguo sentido —el auténtico— de sagen es, según Heidegger, zeigen
(mostrar), hacer aparecer algo que de algún modo es y está presente.
Sagen es el modo radical —que incluye todos los demás— del pro-ducir,
her-vor-bringen, del hombre, es decir, del bilden. Por eso llamamos «poé
tico» (creador) aquel decir que es más mostrante (zeigender) que el decir
ordinario, más pro-ductor, con diferencia no solo de grado, sino esencial.
El decir poético —el manifestar que más manifiesta, das zeigendere
Zeigen— saca a luz algo que nunca es hallable en lo que ya está ahí, en
lo que yace o sucede ahí, algo que no está dado de antemano, sino que
Arte y poesía 247
Solo que no se ve tan claro cuál pueda ser en el poema esa forma que
sirve de punto de comparación. ¿Es el sol o la campesina? Ni uno ni
otra; tampoco la tierra o los hombres. La universal forma donde tras
parecen en su ser tanto el sol como la campesina es «la armonía de todo
ese ámbito desde el que habla el poema». Por eso probablemente es insu
ficiente la interpretación del análisis literario al uso, que vería en el
poema una humanización del sol, un antropomorfismo, el sol imaginado
con figura de ser humano. Habría que preguntar qué significa «hombre»
cuando se habla aquí de «humanización»; porque resulta que el hombre
aparece, en el Gebild del poema, referido, lo mismo que»el sol y la tierra,
al mismo ámbito: el cuarteto. Desde esta perspectiva se vuelve problemá
tica la idea y esencia de la comparación y, sobre todo, su idoneidad para
explicar la substancia del decir poético.
Esto equivale a poner en conmoción no solo las bases de la crítica
literaria, sino también la metafísica como tal. Aunque parezca extraño,
para Heidegger «lo metafórico solo se da dentro de la metafísica». Solo
desde el supuesto de una concepción metafísica de la realidad cabe hablar
de metáforas y lenguaje metafórico. La metafísica existe sobre la base de
la distinción de lo sensible y suprasensible, lo físico y lo metafísico. La
comparación no es sino la traslación (metaphérein) de un término del
ámbito sensible (sentido propio) a otro no-sensible (sentido impropio):
metáfora. Ahora bien, Heidegger declara insuficiente la distinción sensible
y no-sensible; es distinción correcta, pero deja escapar lo esencial, por
lo cual ya no resulta verdadera. Se conciben lo sensible y no-sensible
como dos esferas separadas que pueden llegar a unirse. Heidegger piensa
que partiendo de esta interpretación nunca podemos penetrar hasta lo
originario. Al quedar la metafísica falta de base y necesitada de funda-
mentación, la metáfora y la comparación siguen la misma suerte 220.
Heidegger hace remontar a los albores de la lógica y gramática grie
gas el origen de la interpretación de lo poético por comparaciones, ale
gorías, figuras —esto es, por ciertos «accesorios del lenguaje»—. Todo
esto tiene una historia «larga y subterránea». Desde antiguo se estableció
como núcleo del lenguaje la proposición verificante, constatante, com
probante; todo aquello que en el lenguaje rebasa del contenido de la
enunciación lógica, se computaba como mero adorno, paráfrasis y tras
lación : metáfora.
Heidegger se contenta con dejar constancia de su sospecha de que
las cosas sucedan a la inversa: que el decir poético sea el original y el
más «verdadero» y, en cambio, la proposición sea el modo del lenguaje
no poético, por tanto, un decir derivado y menos verdadero. Heidegger
no es el primero en haber llegado a esta sospecha y en haberla exteriori
zado; con frecuencia se ha hecho esto, pero nunca se ha fundamentado.
Es necesario pensar esta idea desde su ámbito esencial, que es aquel en
que siempre nos encontramos y siempre tenemos a la vista, pero siempre
eludimos; Heidegger lo denomina, por ese su carácter de «estar siempre
h
250 Introducción a Heidegger
* * *
PENSAR
Pensar 253
Pensar fue para los griegos lógos. Pero este vocablo sugería a las men
tes griegas algo muy diverso de la tardía lógica como operación de
la razón. Tampoco significaba lógos «pensar» en el sentido tradicional.
Originariamente tampoco tenía relación inmediata con el lenguaje. Légein
significaba reunir distinguiendo una cosa de otra, no confusamente. La
misma raíz conserva el latino legere, el alemán lesen, el español leer
(seleccionar, selecto, coleccionar, colegir). Leer en el sentido de leer un
libro no es sino un caso particular del leer, lesen, legere y légein origi
nario: juntar las letras y palabras. Heidegger cita algunos ejemplos. Así,
cuando Agamenón dice en Homero: «Difícilmente se podrían reunir (lé-
xaito) en una ciudad tantos hombres.» Y Aristóteles en la Física: «pero
todo orden tiene el carácter del reunir» (Táxis de pasa lógos). Aunque
más tarde significó razonamiento y enunciación, retuvo el significado ori
ginario en formas más o menos solapadas.
Para los primeros pensadores griegos ser y lógos significaban lo mis
mo. Ser era originariamente physis, que Heidegger traduce afuerza im
perante y fecunda». Heidegger persigue en Heráclito la conexión entre
lógos y physis. Es sabido que el lógos de Heráclito ha sido muy diversa
mente interpretado. La interpretación que ha prevalecido hasta nuestros
L
254 Introducción a Heidegger
sar en los albores de Grecia. Pero se sabe que para Heidegger no hay so
lución de problemas filosóficos sin la correspondiente reflexión histórica.
El objeto de la precedente ojeada a la historia ha sido aguzar nuestra mi
rada para alcanzar a ver la cosa misma; pero esto mismo, la visión de lo
que es el pensar, cae fuera de sus posibilidades. Heidegger insiste en que, al
final, es inevitable el «salto» mental a la cosa misma, salto que ha de dar
nuestro mirar, y por eso es avistazo».
El resultado de la mirada histórica fue la comprobación de que en los
orígenes el pensar consistió en pensar el ser; pensar y ser, alo mismo».
Otra de las perspectivas para contestar a la pregunta ¿qué es pensar? es la
situación actual. Para Heidegger nos encontramos todavía —y probable
mente esta situación será de larga duración— bajo la concepción de la
realidad desde el punto de vista que Nietzsche caracterizó como avoluntad
de dominio» y que es el punto de vista de la modernidad. Para la voluntad
de dominio —para toda la época moderna— pensar es, fundamentalmente,
un querer y un imperar, es imponerse a la realidad; el pensar moderno es
«no dejar ser a las cosas». Heidegger ve el auténtico pensar como «dejar
ser», esperar al ser, escuchar al ser, «pensar en» el ser (es decir, recordar
y a la vez agradecer al ser).
En el diálogo entre un profesor, un científico y un erudito, que Heideg
ger escribió en 1944-1945, el pensar es caracterizado como «serenidad»
(Gelassenheit) en el sentido literal del término alemán: dejar-que-las-cosas-
sean. En el curso de la conversación los tres dialogantes llegan a ponerse
de acuerdo en que pensar es serenidad o abandono en aquel ámbito de la
realidad donde todo descansa (Gegend). El pensar se evade así de la vo
luntad; ya no es un querer ni se funda en él, aunque en un sentido más
radical podría afirmarse que es el supremo querer. El ámbito del pensar no
se debe concebir como algo que nos sale al encuentro (das Entgegenkom-
men), que nos acoge ajustándose y amoldándose a nosotros, es decir, como
el «horizonte»; sería definirlo a partir de nosotros mismos, de la sujetivi-
dad. El originario ámbito es lo abierto, y somos nosotros los que tenemos
que adaptarnos a él, porque estamos ya insertos en él.
Heidegger lo designa con la antigua forma de Gegend: Gegnet, que sig
nificaba exactamente «el ámbito libre» (die freie Weite). Tal aapertura ori
ginal» —traduzcámoslo así— es lo que reúne cosa con cosa y lleva la rea
lidad toda a esa permanencia que es el areposar en sí». La acción (Gegnen)
del ámbito originario consiste en reunir, ocultar, guardar (zurückbergen)
en el «abierto reposar», en la apermanencia». Así resulta que, cuando pen
samos, más que salimos al encuentro la realidad, esta se retrae y retira
(zurückzieht). Las cosas que aparecen en el ámbito originario (Gegnet) no
pueden poseer el carácter de «objetos» (Gegenstand, lo que está enfrente).
No solo no están enfrente a nosotros, sino que no están (stehen, stare, estar
en pie, erguido) en absoluto: yacen (liegen), es decir, reposan en el sentido
explicado (beruhen). Su reposar es un retirarse (Riickkehr) al ámbito origi
nario; la retirada o retroceso es un movimiento, pero es a la vez reposo.
260 Introducción a Heidegger
aquella forma de pensar que parece totalmente inmune a todo páthos —el
representar raciocinante y calculador—. La razón, que se considera por
encima de toda «pasión», se funda, en cuanto razón, en el temple de
confianza en la evidencia lógico-matemática, con sus principios y reglas.
Pues bien, el temple más propio de la filosofía es la actitud de escucha,
de correspondencia a la voz del ser. Heidegger concede tanta importancia
al temple de la filosofía —puesto que no solo el que filosofa, sino la filo
sofía misma tiene un temple—, que considera requisito necesario su ave
riguación para saber lo que es la filosofía misma. ¿En qué consiste la
correspondencia a la voz del ser? ¿Qué es responder a la voz del ser?
Es un hablar; la filosofía, el pensar, está al servicio del lenguaje. Estamos
habituados a la idea de que el lenguaje es un instrumento del pensar: lo
exacto sería decir que el lenguaje está al servicio del pensar, y no a la
inversa 233. Esto nos obliga a internarnos en la cuestión del lenguaje, tema
del próximo capítulo.
Pensar es ponerse al habla con el ser, escuchándole y correspondiendo
a su llamada.
49. Verdad
k
270 Introducción a Heidegger
ces vertió lágrimas, sin que los demás lo notaran». Heidegger cita la ver
sión de Voss, que se acerca más al original al destacar como verbo prin
cipal elánthane: «a todos los presentes ocultó sus lágrimas». Pero tam
poco esta traducción es plenamente satisfactoria; elánthane no significa
transitivamente «él ocultó», sino «él quedó oculto» (como el que vertía
lágrimas); «quedar oculto» es en el texto griego la palabra principal.
Otro ejemplo es el conocido lema epicúreo: láthe biósas. Suele tra
ducirse: «vive oculto». Pensada en griego, la frase dice: «permanece como
el que lleva vida oculta». Aquí la ocultación es lo que determina la
manera como hay que convivir con los hombres. Heidegger llega a la
conclusión de que para los griegos la ocultación —y su correspondiente
desocultación— tiene una primacía frente a las restantes formas de pre
sencia; la presencia como tal está marcada por la nota de des-ocultación
y, por tanto, implica el proceder de una ocultación. Sin necesidad de alam
bicadas etimologías, la lengua griega rezuma por todas partes este sen
tido de la presencia como presentarse, brotar, nacer, salir, anunciarse,
aparecer. Todo esto solo es posible por el «estar oculto», que está a la
base y que como experiencia fundamental permanece inexpresado. La ocul
tación «impera», «reina» (waltet), como gusta de decir Heidegger.
Volviendo al ejemplo de Homero, la mentalidad griega no interpre
taría ese texto representándose a las personas como sujetos a cuya per
cepción escapaban las lágrimas de Ulises. Para la experiencia griega es la
ocultación misma la que domina en torno a Ulises y le sustrae a los pre
sentes. «Ulises quedó oculto.» Heidegger no teme ser reiterativo en esto,
por ser de capital importancia para la comprensión del sentido de «pre
sencia» en los griegos y su transformación en Platón.
Heidegger refuerza su interpretación con este verso del mismo pasaje:
aídeto gár Phaíekas hyp’ ophrysi dákrya leíbon. Voss traduce: «(Ulises
ocultó su cara) para que los feacios no vieran sus ojos llorosos»; deja sin
traducir la palabra principal: aídeto. Literalmente sería: Ulises tuvo mie
do como vertedor de lágrimas ante los feacios. ¿Qué significa esto —pre
gunta Heidegger— sino «se ocultó de miedo ante los feacios»? Heidegger
se inclina a entender también el miedo —aidós— desde la ocultación;
espantarse significaría en la experiencia griega permanecer reservado y
oculto, contenerse y contener el aliento ante... En esta escena Homero
experimenta la presencia como un ocultarse que se manifiesta; a ella
correspondería la actitud humana del miedo o espanto (aidós, Scheu);
espantarse sería quedar oculto, contenerse y guardarse ante la proximidad
de lo presente y ocultar y guardar lo presente en lo que está por venir
y que, a su vez, permanece reservado y oculto.
Desde esta misma perspectiva interpreta Heidegger otro término grie
go que posee la misma raíz de alétheia: epilanthánesthai. Se suele tra
ducir correctamente por «olvidar»; todo parece claro y se procede como
si el olvidar fuera la cosa más clara del mundo. El único cabo que se
deja suelto, sin darle importancia, es que en griego «olvido» está empa
Pensar 275
#
276 Introducción a Heidegger
bra las dos cosas, no como dos sucesos contrapuestos, sino como una y
misma cosa.
Esto significa que ya no podemos traducir physis simplemente por
«brotar», puesto que implica a la vez el quedar oculto. Heráclito mismo lo
advierte expresamente — «aclara y misteriosamente», dice Heidegger— en
el famoso fragmento 123: Physis kryptesthai philei. Suele traducirse: la
esencia de las cosas gusta de esconderse. A Heidegger le parece esto de
masiado lugar común para atribuirlo a Heráclito; pero, además, hasta Pla
tón no se habla propiamente de una aesencia» de las cosas. Lo importante
aquí es que se nombran, emparejándolos, dos términos opuestos: physis y
kryptesthai, brotar (desocultarse) y ocultarse. Heidegger vierte así: «el
desocultarse ama el ocultarse»; el brotar tiene querencia del ocultarse y
cerrarse. Pero el ocultarse, a su vez, no es mera cerrazón, sino un guardar
y cobijar (bergen), donde queda conservada la posibilidad esencial del bro
tar y a cuyo ámbito pertenece este. Es el ocultarse el que confiere su
esencia al desocultarse y lo posibilita; y, a la inversa, en el ocultarse hay
una esencial relación y tendencia al desocultarse; el ocultarse guarda en
sí, como un don, la desocultación. Por eso Heidegger propone también
esta traducción: «el brotar (desde el ocultarse) regala el favor o gracia
a la ocultación». La desvelación no solo no suprime la velación, sino que
la necesita para ser lo que es: des-velación.
Dentro de este contexto explica Heidegger el enigmático término de
Heráclito Pyr, fuego. En el fragmento 30 se dice del fuego que es aeízoon:
el brotar que dura siempre (lo mismo que aeíphyon). Heráclito describe el
Pyr como aquello que «ningún dios ni hombre creó», sino que reposa en sí
frente a dioses y hombres y para ellos, en cuanto physis; permanece en sí
y así lo conserva todo. En este sentido es lo mismo que Heráclito denomi
na kósrnos; nosotros decimos «mundo» y lo representamos cosmológica
mente, conforme a la filosofía natural. Pero en Heráclito amundo» es el
fuego que permanece, el brotar que dura, en el sentido plenario de la phy
sis. Heráclito habla de un mundo en perpetua combustión; no hay que
representar aquí en primer término un mundo en sí que, además, es presa
del fuego; hay que concebir per modum unius el mundear (das Welten)
del mundo, el fuego (tó pyr), lo que siempre brota (tó aeízoon), lo que
nunca perece (tó me dynón pote). Por eso el fuego tiene en Heráclito la
misma ambivalencia de ocultación-desocultación. Pyr era para los griegos
el fuego del sacrificio, el fuego del hogar, el fuego del campamento, el
fuego de las antorchas, el brillar de las estrellas. En el fuego se da el lucir,
florecer, llamear, el suave resplandor que ilumina el contorno; pero tam
bién el lesionar, el destruir, el cerrar y apagar. Según un fragmento des
cubierto por K. Reinhardt, el fuego es tó phrónimon, lo pensativo, reflexivo
o meditativo. El «fuego reflexivo» lo recoge todo y lo guarda en su esen
cia. El fuego reflexivo es la reunión que presenta y expone. Tó pyr es lo
mismo que ho lógos. Su «meditar» es el corazón del mundo, es decir, el
ámbito que todo lo ilumina y oculta a la vez.
Pensar 277
LENGUAJE
Heidegger piensa que con esta visión del lenguaje los griegos llegaron
tal vez a la esencia misma del lenguaje. Si el decir es lógos y este un
dejar estar que reúne, reunión que, a su vez —como se hizo ver antes—
presupone un hacer salir a la luz, un desvelamiento, que desemboca en
la presencia, la cual, finalmente, es el ser mismo del ente, resulta que los
griegos tuvieron una experiencia radical del lenguaje y le impusieron el
nombre adecuado: el ser. Heidegger cree que la mente occidental no se
ha asombrado lo suficiente de este hecho trascendental en su aparente
simplicidad: que para los griegos el decir se revelase como un aponer».
Esa profundidad inicial queda ahí como una garantía y una reserva para
los momentos históricos en que sufra conmoción la situación secular y el
sei mismo del hombre; sería el momento de retornar a los orígenes para
tomar contacto con las raíces de una nueva orientación de la esencia
humana.
La originaria visión griega del lenguaje no prevaleció. Aristóteles de
finió para siempre el lenguaje desde la fonación (phoné) y el significado
(semaínein). Pero el hecho de que Aristóteles conciba el légein —decir_
como apophainesthai, manifestarse, salir a la luz, brillar, indica que re
suena en él la idea del lenguaje como desvelación. En Heráclito y Par-
ménides no son resonancias y últimos destellos lo que queda, sino que
es el sentido central. Heidegger cita el fragmento 50 del primero: ouk
emoü allá toü Lógou akoúsantas homologein sophón estin Hén Pánta
(Prestando oídos no a mí, sino a la palabra, es sabio declarar unánime
mente que todas las cosas son uno). Aquí lógos, que traducimos corrien
temente por «palabra», hay que entenderlo en el sentido explicado.
En ese aforismo se hace corresponder al lógos un «escuchar». Escu
char tuvo que ser para los griegos corresponder al lógos. El escuchar y
oír puede interpretarse como mera percepción acústica solo en el supues
to de que hablar sea expresión y significación. Si la esencia del habla es
el reunir, ¿en qué puede consistir el escuchar? Si oír fuera mera captación
de su sonido, entonces este «entraría por un oído y saldría por otro». De
hecho, así sucede cuando no nos recogemos en aquello que oímos. Oír con
siste propiamente en recogerse, recogiendo Jo escuchado; oír es primaria
mente un recogido escuchar (horchen). Escuchar implica una especial aten
ción; oímos cuando «somos todo oídos». Pero oído no significa primor
dialmente el aparato acústico; este, funcionando como un instrumento u
órgano, no puede producir un oír, ni siquiera un oír ruidos, sonidos y
tonos. Es verdad que oímos «corporalmente», pero no se puede demostrar
anatómica ni fisiológicamente que el oír sea mero producto de un apara
to acústico animado. Es un error la creencia de que el auténtico oír sea la
actividad de los órganos acústicos. Según esta persuasión común —del
hombre corriente y del científico—, oír en el sentido del dócil escuchar,
de la docilidad y obediencia (das Gehorsame, afín a hóren; en latín oboe-
dire, obaudire) es simple metáfora y sentido traslaticio: una aplicación del
verdadero oír al plano espiritual.
Lenguaje 289
minos por donde ellos han transitado han llevado a sus sucesores al ex
travío 252.
Parménides, en la misma línea de Heráclito, establece la reciprocidad
de pensar y ser y conecta el pensar y lo pensado con el lenguaje cuando
califica este —fragmento 8, v. 34-41— como pephatisménon, «lo expre
sado», lo dicho y hablado. Se traduce comúnmente pephatisménon por
«expresado», pero hay que atender al sentido griego de phánai y phás-
kein; no es primariamente «hablar» en cuanto fonación (phoné) que «ex
presa» algo (semaínein); hablar no es aquí expresión de algo anímico, su
esencia no se agota en la dualidad de lo fonético y lo semántico. Heideg
ger no encuentra ningún vestigio de ello en la experiencia del hablar como
phánai, del lenguaje como phásis. Pháskein tiene el sentido de evocar,
nombrar con fama, querer decir, pero solo porque previamente significa
«hacer aparecer». Phásma es el salir de las estrellas, de la luna, su apa
rición y ocultación; pháseis designa las fases; las fases de la luna son las
maneras cambiantes de su luz. Phásis nombraría la esencia del lenguaje
en el sentido de «traer a la luz» (zum Vorschein). Phemí significa lo
mismo —no lo igual, advierte Heidegger— que légo: traer lo presente a
su presencia, a su aparición, a su estar y hallarse ahí.
El decir, precisamente porque no es en su dimensión primaria «expre
sión», no es, sin más, un hablar; puede ser un callar; lo dicho puede —y
a veces debe— quedar callado. Todo lo hablado —como todo lo callado—
es ya algo «dicho»; pero no a la inversa. Según el citado pasaje de Parmé
nides, lo pensado, el noetn, hay que buscarlo en el habla (pephatisménon);
pero lo dicho, a su vez, no se encuentra en el habla articulada o en el es
crito, ni como vivencia o acto de conciencia, sino en tó eónti, en el eón,
en la duplicidad de la presencia y lo presente 253.
Lógos y phásis serían los nombres griegos para designar la esencia del
lenguaje. Lógos: dejar estar ahí delante lo presente en su presencia, reu
niéndolo; phásis: traer a la luz.
Los griegos experimentaron, vivieron — «habitaron», dice Heidegger—
así la esencia del lenguaje; pero no la pensaron nunca como tal; ni siquie
ra Heráclito. Si Heráclito y Parménides —y tras ellos los griegos— hubie
ran pensado la esencia del lenguaje como lógos, la habrían pensado desde
la esencia del ser, más aún, como el ser mismo, puesto que lógos es el
ser; pero «nada de esto sucedió», subraya Heidegger. «Por ninguna parte
encontramos un vestigio de que los griegos pensaran inmediatamente la
esencia del lenguaje desde la esencia del ser.»
Pero siempre será verdad que hubo un momento en la historia occi
dental, el inicial, en que la esencia del lenguaje «relampagueó» —por usar
la expresión de Heidegger— con la luz del ser. Ese momento fue cuando
Heráclito escogió el término lógos para nombrar el ser del ente. Pero el
relámpago «se apagó bruscamente; nadie captó su luz ni la cercanía de
lo que esa luz iluminaba» 254.
No hay más remedio que «aprender a pensar» la esencia del lenguaje
Lenguaje 291
forma de verdad; por tanto, una de las caras que nos puede poner y un
aspecto que puede revestir el originario «acontecer» (Ereignis). La esencia
de la técnica «pone» al hombre en trance de mirar la realidad como «me
ra existencia» (Bestand); a su luz se nos hace presente el Ereignis, pero
desfigurado por el pensar calculador. Bajo el imperio de la técnica, el
lenguaje humano se ve constreñido a ser una réplica de la mentalidad
técnica; porque la realidad —el «acontecer» (Ereignis) deformado en
im-posición (Ge-stell)— nos habla el lenguaje de la técnica, nuestro hablar
se vuelve técnico y se formaliza.
La ecuación hoy vigente lenguaje = información no es, según la ex
periencia de Heidegger, sino un resultado de la tecnificación del lenguaje.
La «información» es el lenguaje que se ha creado para su uso privado y
sus fines de universal dominación el pensamiento técnico. El resultado es
que el hombre, en todas las dimensiones, queda conformado técnicamente
y, poco a poco, va abandonando el «lenguaje natural». La «teoría de la in
formación» no tiene más remedio que confesar que, en última instancia,
el lenguaje formalizado tiene que remitirse, para hacerse entender, al
lenguaje natural; pero esto se considera como una etapa provisional;
lenguaje natural sería el lenguaje «todavía no» formalizado, pero en vías
de formalización. Lo natural del lenguaje queda bajo la opresión de la
voluntad de formalización, con lo cual se bloquea todo acceso a la ver
dadera «naturaleza» del lenguaje, que no es sino aquello que los griegos
llamaron «physis» y que tiene su último origen en el «acontecer» radical
(Ereignen), a partir del cual actúa la «dicción», esencia del lenguaje. La
doctrina de la información reduce lo natural a mera «falta de formali
zación».
Para liberar el lenguaje del aherrojamiento técnico no es suficiente
hacer constar que el lenguaje no puede disolverse en el formalismo ni en
el pensar calculador; así solo lograríamos representarlo negativamente,
como no formalizable. Hay que dar un paso más y mostrar que el «len
guaje natural», que para la teoría de la información es un residuo emba
razoso, extrae su «naturalidad» de la esencia misma del lenguaje, de la
«dicción», la cual está por encima de toda «información», porque perte
nece a un ámbito incalculable y que no admite im-posiciones: el ámbito
del «acontecer». Sería necesario para ello que la realidad diera un vuelco,
que el Ereignis prisionero del Ge-stell se transfigurara en Ein-blick, mirada
que nos dirige desde su más auténtica realidad; con otras palabras, sería
preciso que el «acontecer» arrojara sus tapujos, entrara dentro de su pro
pia esencia y arrebatara todo ente —todo lo presente— del dominio de la
contabilidad y encargabilidad, para restituirlo a su «propiedad» y amis-
midad».
Todo auténtico lenguaje, por serle remitido al hombre por las vías
(Be-wégnng) de la «dicción», es destino (geschickt) y, por ello, histórico
(geschicklich). Conviene tenerlo presente para no malentender la expre
sión de Heidegger «lenguaje natural»; no hay ta! lenguaje natural si con
Lenguaje 305
EL FUTURO DE HEIDEGGER
degger partió en busca del olvidado ser, pero con la intención de inser
tarlo en el ente. El ser es ser del ente. La metafísica conoció e hizo uso
de esta expresión —ser del ente—, pero entendiendo el ser a partir del
ente; el ser se reducía así al ente, lo más general del ente. Heidegger hace
ver que el ser es ser del ente, pero el ente es ente del ser, desde el ser;
el ser está vertido al ente y este al ser. El ser no se ilumina como ser desde
el ente, pero tampoco desde el ser mismo aparte y exento del ente, sino
desde la «diferencian, la co-relación (Austrag) como tal. La dimensión
ocultadora aparece juntamente con la integradora; el ser, a la vez, se ilu
mina y se esconde, se des-vela y vela en el ente.
Ser y pensar, ser y tiempo suponen ya la relación ser y hombre. Desde
Sein iind Zeit nos viene diciendo Heidegger que no hay ser sin hombre.
Más tarde insistirá en que no hay hombre sin ser. No hay ser sin hombre
y, sin embargo, el hombre no crea el ser; simplemente el ser nos adviene
por mediación del hombre; no en el sentido obvio de que por el conocer
nos es accesible el ser, sino en otro más radical: si hay ago así como
«ser», es porque hay hombre. El ser acaece como ser en función del
hombre.
Pero, si no hemos de falsear esto antropológicamente, hay que apre
surarse a añadir que el hombre no es aquí el animal rationale, sino el ente
por excelencia consignado al ser, aquel cuya esencia estriba en la ilumina
ción y guarda del ser. La difícil tarea en que estaba empeñada la filoso
fía desde la Edad Moderna: lograr para el hombre un puesto en la on-
tología, hacerlo entrar en la constitución misma del ser, sin reducir por
ello el ser a mera hechura humana, tiene en Heidegger uno de sus más
felices realizadores; precisamente por haberlo logrado, Heidegger se sale
ya de la modernidad. Lo menos que cabe decir aquí es que la intención
de Heidegger es no sacrificar a ninguno de los dos contendientes —ser y
hombre— en aras del otro, como quiera que se juzgue del éxito de su in
tento. Por el contrario, en la filosofía moderna programáticamente se sa
crificaba ya la realidad al hombre —como yo, conciencia, Idea o Espíritu—.
Heidegger devuelve al mundo y sus cosas la altura, anchura y longi
tud reales. Desde Descartes el mundo de la filosofía y de la ciencia era
pura geometría. Con Heidegger se puede de nuevo andar por el mundo.
No se puede negar que del mundo como pura extensión geométrica —y
aun del mundo como una Idea en Kant e incluso como simple conjunto o
suma de los entes en la concepción realista— al mundo como intersección
de tierra y cielo, mortales y Dios, en que cada uno de los ingredientes no
es sin el otro y cada uno es lo que es frente y hacia el otro, hay una gran
distancia, de la máxima vacuidad a la máxima riqueza. El ser puro queda
tachado {X J para salvarse en el juego de las cuatro esquinas del mundo.
Heidegger, lejos de destruir, ha recompuesto amorosamente el mundo, reu
niendo sus piezas dislocadas y dispersas ñor la furia de la razón analítica.
En cuanto a las cosas, Heidegger las cura de la enorme amputación a que
las había sometido la metafísica desligándolas del mundo, y la ciencia re
314 Introducción a Hcidcgger
Entre los reparos de toda índole que se han hecho a Heidegger, está el
de que su filosofía es una filosofía alemana.
En España ha coexistido desde hace un siglo la admiración por el pen
samiento alemán con la prevención frente a lo que el joven Menéndez
y Pelayo llamó «nieblas germánicas». Ortega mostró en Meditaciones del
Quijote lo que había de confusión cuando se contraponía la oscuridad
germánica a la claridad mediterránea; confusión de la profundidad con
la oscuridad y la superficialidad con la claridad. Sin embargo, Ortega
mismo reconoció la propensión del alemán a hacer «todavía más difícil»
lo que es dificultoso, que provendría de una deficiente actitud frente al
prójimo: la falta de apertura. Ortega que, frente a muchos críticos ale
manes, le reconoce a Heidegger un maravilloso estilo filosófico, no le
exime del todo del defecto nacional de la tendencia al aislacionismo y el
monólogo. Heidegger —observa Ortega— no solo es profundo, sino que
quiere serlo, y esto ya no está tan bien 26S. Cuando la filosofía en nuestro
tiempo y precisamente con Heidegger ha descendido de sus alturas inac
cesibles y nos «visita a domicilio» 266, parece que debía haber adoptado
formas de comunicación más transparentes.
Claro que aquí se entrecruza la cuestión del nuevo lenguaje que toda
318 Introducción a Heidegger
58. H e id e g g e r y e l c r i s ti a n is m o
través de la analogía para poder expresar la realidad divina: causa p rim a frente
a causae se c u n d a e .
No hay duda que la noción de analogía —y, por tanto, de causa prim a, se
parada analógicamente de las causae se c u n d a s — es un esfuerzo por escapar
a las limitaciones de la causa que Heidegger pone tan en evidencia. Pero se
podría preguntar si la analogía logra salvar las barreras de la causa metafísica,
y si el pensador cristiano, trascendiendo hacia un pensar más alto, no podría
expresar más adecuadamente lo que intenta decir con la noción de causa po
tenciada por la analogía.
En cuanto a la unilateralidad, lo decisivo es si ese lado de la metafísica ha
sido o no el prevalente, si ha determinado o no esencialmente el pensamiento
y la historia occidental. La actual coyuntura de Occidente nos habla bastante
claro.
“ Ib id ., pp. 73-74.
54 Ib id ., pp. 206-208.
57 Ib id ., pp. 183-188, 208-210.
53 N ie tz s c h e , I, p. 450.
59 Ib id ., p. 451.
“ Ib id ., pp. 449-450.
41 H o lzw e g e , Frankfurt am Main, 3. unveránd. Aufl., 1957, pp. 69-78.
42 Ib id ., pp. 80-83.
43 Pero —añade Heidegger— el pensamiento de Platón y Aristóteles está
todavía anclado en la experiencia griega del ente.
M V o r tr á g e ..., p. 86.
Puede pensarse que, al hablar de «sombra», Heidegger está haciendo
literatura. Sin embargo, aceptamos como la cosa más natural que la filosofía
hable de «luz» (lu m e n n a tu ra le, illu m in a tio ...), porque esta metáfora está hace
tiempo consagrada y nos hemos olvidado de que es metáfora. Es una de las ra
zones de que pensadores muy originales y, por tanto, forjadores de nuevos
términos, esto es, nuevas metáforas, nos parezca que «hacen literatura». Más
adelante escucharemos a Heidegger algo sobre la metáfora.
44 H o lzw e g e , pp. 82-104.
47 Cfr., además de la nota siguiente. H o lzio eg e, pp. 341-342.
43 V o r tr á g e ..., pp. 45-70.
49 Was h e isst D e n k e n ? , pp. 68-73.
70 N ie tz s c h e , I, p. 483.
71 Ib id ., p. 14.
72 W as h e is st D e n k e n ? , p. 68.
73 U n te r tv e g s ..., pp. 108-109.
74 N ie tz s c h e , II, pp. 32-33.
73 D er G e s ic h ts p u n k t d e s « W e r te s » ist d e r G e s ic h ts p u n k t v o n E rh a ltu n g s-,
S te ig e ru n g s-B e d in g u n g e n in H in s ic h t a u f c o m p le x e G e b ild e vo n re la tiv e r D auer
d e s L e b e n s in n erh a lb d e s W erd en s.
74 N ie tz s c h e , I, pp. 488-491.
77 H o lzw e g e , pp. 201-213.
n H o lzw e g e , pp. 214-235.
79 V o r tr á g e ..., p. 107.
60 Ib id ., pp. 123-124.
81 H o lzw e g e , pp. 233-235.
82 Was h e is st D e n k e n ? , pp. 63-78, 24-43.
83 Ib id ., pp. 46-47.
34 N ie tz s c h e , I, pp. 30-32.
45 N ie tz s c h e , II, pp. 14-17.
84 N ie tz s c h e , I, pp. 28-29.
87 V o rtr iig e ..., p. 109.
334 Notas
** N ie tz s c h e , I, p. 446.
89 V o r tr á g e ..., pp. 110-11.
90 N ie tz s c h e , I, pp. 468-469.
91 H o lzw e g e , pp. 242-243.
93 N ie tsc h e , II, pp. 335-361.
” H o lzw e g e , pp. 244-246.
M N ie ts c h e , II, pp. 361-397; H o lzw e g e , p. 246.
95 Ü b er d e n H u n ia tiism u s, pp. 27-28.
* W as h e is s t D e n k e n ? , p. 49.
97 I d e n titd t a n d D iffe r e n z , Pfullingen, 1957, p. 48.
99 Z u r S ein sfra g e , pp. 19-25.
«bis V o r tr á g e ..., pp. 13-27.
99 El término «im-posición» salva el primer aspecto, así como lo esencial
del significado de ste lle n : poner, colocar.
I d e n t it d t..., pp. 13-27.
IDI V o r tr á g e ..., pp. 27-42.
102 Heidegger advierte que su E r-eig n is (literalmente «acontecimiento») es
intraducibie, como el lógos griego o el T ao chino, incluso al alemán. En el
capítulo sobre el ser se tratará de precisar su sentido.
103 I d e n t it d t..., pp. 28-34.
10* V o rtr á g e ..., pp. 35-36.
103 D ie T e c h n ik a n d D ie K eh re, Pfullingen, 1962, pp. 37-39.
,0j V o r tr á g e ..., pp. 34-35.
107 H e b e l — d e r H a a sfr e u n d , Pfullingen, 2. Aufl., 1958, p. 30.
108 D ie T e c h n ik ..., pp. 40-47.
109 W as h e is s t D e n k e n ? , pp. 55-58.
110 G ela ssen h eit, Pfullingen, 1959, pp. 18-27.
W ie d ie N a tu r d ie W esen ü b e rld sst
d e m W a g n is ih r e r d a m p fe n L a s t u n d k e in s
b e so n d e rs s c h ü t z t in S c h o lle a n d G eást,
so s in d au ch w ir d em U rg ru n d u n sres S e in s
Baden-Baden. Cfr. José Ortega y Gasset, O bras co m p le ta s, Madrid, IX, 1962, pá
ginas 639-642. Lo curioso es que Ortega extrae de ella la conclusión contraria.
En las páginas finales se hará alguna referencia.
E in fü h r u n g ..., pp. 40-56.
120 H o lzw e g e , pp. 316-323.
m Ib id ., pp. 296-345.
122 Ib id ., pp. 317-318; V o r tr á g e ..., pp. 239-240.
123 E in fü h r u n g ..., p. 49; W as h e is st D e n k e n ? , pp. 143-144.
1:4 E in fü h r u n g ..., pp. 46-47.
125 Ib id ., pp. 10-12.
120 Ib id ., pp. 46-48; V o m W esen u n d B c g riff d e r P h ysis. A r is tó te le s P h y-
s ik B 1, en II p en siero , 3 (1958), 131-156, 265-289.
157 E in fü h r u n g ..., pp. 154-157.
158 Tenga en cuenta el lector que traducir términos heideggerianos es «jugar
a perder». Re-lación salva el momento principal de A u s tr a g tal como lo en
tiende Heidegger en este contexto: la recíproca tensión de ser y ente (a la
vez uno para otro y uno fuera de otro, A u s - u n d Z u e in a n d e r ), aunque no el
de «resolución», «consumación», acepción corriente de la palabra y que parece
conservar aquí. Otros prefieren salvar este último matiz; así, M. Sacristán
Luzón cuando vierte A u s tr a g por «Cumplimiento» (cfr. Manuel Sacristán Luzón,
Las ideas g n o seo ló g ica s d e H eid e g g e r, Barcelona, 1959, pp. 168-169) y W. J. Ri-
chardson, que traduce issu e (cfr. la ya citada obra H eid eg g er. T h ro u g h P h en o -
m e n o lo g y to T h o u g h t, p. 579, n. 6). Heidegger mismo pone en paralelismo en
otro lugar (V o r tr á g e ..., p. 221) A u str a g (das A u str a g e n e ) y d ia p h e ró m e n o n , lo
llevado de un lado a otro, lo di-ferenciado y re-ferido, es decir, el sentido lite
ral de re-lación (re-fero). El expediente del guión sirve para mantener alejada
la significación metafísica tradicional del término, que Heidegger deja abso
lutamente al margen.
129 I d e n t it a t..., pp. 45-71.
130 Ü b e r d e n H u m a n is m u s , pp. 12-36.
131 E in fü h r u n g ..., pp. 106-108.
132 Ib id ., pp. 133-134.
,u W a s h e is s t D e n k e n ? , p. 45.
134 Ib id ., pp. 73-74.
135 Cfr. el capítulo anterior.
134 I d e n t it a t..., pp. 13-34; también Z u r S e in sfra g e , pp. 27-28.
115 Sin embargo, Heidegger cree poder afirmar que ya el primer pensador
de Occidente, Anaximandro, vio con sorprendente claridad la esencia del tiem
po como un «permanecer», u n o de cuyos componentes es el presente estricto.
Heidegger interpreta el juego d ík e -a d ik ía de la sentencia de Anaximandro como
la constante pugna entre lo presente actual (presente estricto), que se obstina en
quedarse y alzarse con la esencia del tiempo (dando lugar a la injusticia, al
desorden, a d ikía ), y el verdadero permanecer, que obliga a lo actual a ser lo
que es: una presencia «de turno», integrada en el verdadero permanecer y pre
sente, que incluye en sí la doble ausencia del pasado y del futuro. Cfr. H o lz
w ege, p. 322.
IM E in fü h r u n g ..., pp. 153-157.
139 En S e in u n d Z e it (p. 427, n. 1) hacía constar Heidegger que la eternidad
como «ahora estático» procedía de la noción vulgar del tiempo y del ser como
«constante estar ahí» (sta n d ig e V o rh a n d e n h e it). Y añadía: «Si se pudiera expre
sar filosóficamente la eternidad d e D ios, solo cabría entenderla como una tem
poralidad más original e 'infinita'.» Heidegger advierte que deja sin decidir la
cuestión de si la via n e g a tio n is e t e m in e n tia e ofrece una posibilidad. Para evi
tar malentendidos, recuérdese que la «temporalidad» de Heidegger es esencial
mente diversa de la temporalidad metafísicamente entendida.
W as ist M e ta p h y sik ? , Frankfurt am Main, 7. Aufl., pp. 17-18.
336 Notas
Agustín, san, 18, 28, 150, 281. George, S., 227, 289, 302.
Anaximandro, 149, 150, 335; n. 137. Goethe, 32, 64, 71, 128, 146, 214, 227,
Anselmo, san, 328. 245, 302, 339; n. 261.
Aristóteles, 15, 17, 28, 35, 36, 44, 47, Gogh, Van, 219, 220.
54, 61, 62, 66, 76, 77, 79, 81, 92, 93,
110, 114, 144, 149, 152, 177, 198. Hebel, J. P., 128, 228, 238-239, 244-
214, 215, 270, 286, 288, 333; n. 63. 250.
Avicenna, 35. Hegel, 16, 18, 53, 54, 57, 80, 104, 108,
117, 153,156, 159, 164, 188, 193,
196, 214, 216, 217, 254,255,272
Bacon, R., 78. 279.
Baeumler, 108. Heisenberg, 89.
Baumgarten, 213. Heráclito, 36, 53, 54, 58, 68, 69, 72,
Beaufret, 49, 251. 81, 107, 108, 149, 150, 162, 253,
Benn, G., 300. 254, 275-279, 284, 287, 288, 289,
Berkeley, 255. 290, 324.
Brentano, 15, 16. Mermes, 293.
Higino, 32.
Holderlin, 16, 85, 129, 175, 187-191,
Calderón, 319, 320. 199-205, 226-244, 254, 255, 300.
Castro, A.. 319. Homero, 149, 150, 227, 253, 273, 274,
Curtius, 331: n. 18. 280.
Humboldt, W. von. 303.
Darwin, 96. Husserl, 16, 17, 20, 21, 22, 23, 35, 283,
Descartes, 18, 47, 65, 79, 80, 82, 137, 293, 311, 315, 319, 331, 336; n. 9
294, 323. v 145.
Dilthey, 16, 18. 33, 44, 193, 286.
Dionisos, 101. 102, 201. Isaac de Israel, 35.
Dostoiewsky, 16. Isócrates, 59.
Eckhardt. 71, 210, 318.
Escoto, 16. Jaspers, 47, 49, 108, 331, 339; n. 16
y 255.
Jenofonte, 163.
Fichte, 18, 80, 104, 163, 193. Jünger, E., 118-121.
Friedlánder, P., 338: n. 241.
Kant, 16, 18, 26, 35, 47. 49, 57, 65,
Galileo, 76. 67, 69, 80, 87, 104, 144, 155, 159,
Gaos, J., 329, 339; n. 16. 264 y 266. 164, 167, 179, 213, 257, 258, 261,
García Bacca, J. D., 319, 320, 339; 272, 281, 294, 320, 329.
n. 269 y 270. Kierkegaard, 16, 18. 47. 62, 100, 325.
342 Indice de nombres
Dios (como causa), 87, 127, 157-158, Fracaso (pensar como), 252-253.
194, 326. Fundar, 225, 230-232.
— (como objeto del pensar), 207- Fundamentación, 63-73, 157-158.
211. Fundamento, 46-47, 267, 303, 332-333;
— (como valor), 198. n. 54.
— (de la metafísica), 94-95, 114, Futuro, 40-45.
193-198.
— (de la teología), 194-195.
— (desde el ser), 205-211. G e-ste ll, 120, 124, 303-304.
— (medida del hombre), 234-238. Grecia, 188, 190.
— (muerte de), 195-198. G ru n d , 63, 66-67, 70, 71.
— (oculto), 211, 235-237, 312.
Dioses, 182-183.
Haber, 169-171, 336; n. 144.
Habitar, 23, 175-176, 181-191, 238-
Edad Moderna (y ciencia), 75-78. 239, 265, 320-321.
— (y metafísica), 79-85. Hablar, 30-31, 39, 299.
Edificar, 181, 186-187. Habladuría, 31.
E k -s is te n z , 128, 158-160.
Hermenéutica, 18, 293, 297.
Embriaguez, 204-205. Historicidad, 18-19, 160, 169-170, 225,
Ente (y ser), 145-146, 156-158, 213- 321.
214. — (del lenguaje), 304-305.
Horizonte, 143-144, 260-261.
Enunciación, cfr. proposición. Hombre (y ser), 158-166.
E p o k h é , 172, 336; n. 145. — (y verdad), 262.
E reignis, 125, 171-173, 243, 334, 336; Huida, 31, 39.
n. 102 y 146. Humanismo, 83, 271.
Escolástica, 16, 328-329. H y p o k e im e n o n , 59, 80, 218.
Escuchar, 267, 287, 288-289.
Esencia, 44-45, 227, 299.
Espacio, 25-26, 184-185. Idea, 54-60, 269-271.
— (y tiempo), 42, 170-171. Identidad, 164-166.
Españolía, 317-324. Imagen, 76, 80, 103, 236-237, 245.
Esperar (pensar como), 260-261. Incalculable (el ser como), 85.
E sse, 328-329. Indiferentismo, 205-206.
E sse s u b s is tá is , 328. Indigente (tiempo), 133, 191, 199-202,
E sse n tia e t e x is te n tia , 109, 159-160. 208-209, 232.
Estética, 213-217, 226. Información (y lenguaje), 304.
Eternidad, 335; n. 139. Instrumento, 24-25, 219-220, 304.
Eterno retorno, 106-112. Integrador (Heidegger como), 309-317.
Etimologías, 147, 179, 266, 273, 318. Intelectualismo, 51-52.
Existencia, 19, 23. Interpretación, 29-30.
Existencial, 23. Irracionalismo, 51-52, 62.
Existencialista (Heidegger como), 11,
47-49, 159-160, 315.
Expresión (lenguaje como), 224-226. Jarra (descripción), 176-178.
Extasis (de la temporalidad), 41. Juego (el ser como). 72-73.
Juicio, 35-36.
Nada obsta:
Fr. Ernesto de Nagore, O. F. M. Cap.,
censor de la orden
Puede imprimirse:
Pamplona, a 2 de junio de 1965
N ih il o b sta t:
El censor
C. Lezáun, Pbro.
Pamplona, 8 de junio de 1965
i L. t S. Lie. Juan Olio, V. G.