Las Mentiras de Mis Maestros Gonzalez de Alba
Las Mentiras de Mis Maestros Gonzalez de Alba
Las Mentiras de Mis Maestros Gonzalez de Alba
haz clíc
De Cuauhtémoc y Hernán Cortés hasta los saldos de la Revolución Mexicana, este ensayo
desmonta muchas de las "verdades" divulgadas por la historia oficial. Son páginas para
adultos, escritas con un ánimo desmitificador y, claro que sí, de absoluta anticorrección
política.
Otros bellacos
Cuando la rebelión del buen cura Hidalgo había desaparecido de la escena, un criollo
cursi nos hizo independientes de España: Agustín de Iturbide, apenas segundo después de
Cortés en el infierno de la historia oficial, por criollo -o sea hijo de otra madre que no es la
nuestra- y por su cursi y breve imperio. Tener el mismo padre no da parentesco alguno
para quien se define por la madre, como en las sociedades matrilineales, por tanto el
criollo es extranjero aunque tenga el mismo padre que un mestizo. De ahí que sólo en
México el término criollo sea despectivo. En el resto del continente americano, criollo
significa simplemente nativo.
El proceso de identificación
El mito azteca, en la enseñanza oficial, sostiene que México era un país azteca hasta
que llegaron los españoles, estos hicieron de las suyas y por lo mismo 300 años después
los aztecas, ya conocidos como mexicanos, los echaron al mar y México volvió a ser libre.
Es un mito chilango, un mito del centro, una forma más de centralismo, hasta en la
usurpación de toda la historia india como historia azteca. Algunos somos de regiones
donde no hubo azteca alguno, sino esclavos de este pueblo, el menos original, el más
recién llegado a Mesoamérica, el más sanguinario y el más odiado. Tenemos mestizaje
otomí, chichimeca, yaqui.
Repoblación
LA CAÍDA DE TENOCHTITLÁN
Un relato al revés
Si este país hubiera sido conquistado por los 300 españoles de Cortés, con diez caballos
hambreados y unos arcabuces viejos... vergüenza debería darnos andarlo diciendo. La
"conquista" fue obra del odio indígena contra la bárbara ferocidad azteca. La caída y
destrucción de Tenochtitlán, que celebramos (sic: celebramos) el 13 de agosto, es el
resultado de un levantamiento popular multitudinario, el de todas las naciones entre
Veracruz y esa ciudad, contra el imperio azteca y su feroz opresión. Con apenas cien años
de existencia independiente en 1521, los aztecas habían llevado la humillación de sus
pueblos súbditos a extremos de ferocidad que nunca alcanzaron los nazis. La versión
escolar según la cual "México fue conquistado por una potencia extranjera" es infantil,
ridícula y hace daño, en primer término, a quienes dice defender: los indígenas, pues si
300 españoles hubieran conquistad o una ciudad que entonces tenía medio millón de
habitantes, en medio de un territorio con una población de 20 millones, realmente habrían
sido dioses. Pero, 1) México no podía ser conquistado, porque no existía, 2) ni España era
otra cosa que un pequeño país -unas 30 veces menor que sus futuras posesiones
americanas-, recién liberado de casi mil años de dominación árabe, 3) ni fueron sólo
españoles, sino indígenas los miles de guerreros que tomaron Tenochtitlán y la arrasaron
con el odio y la furia de los humillados largamente por el régimen de terror azteca.
El odio
El señor de Cempoala le ofrece soldados a Cortés, lo mismo hacen otros señoríos, de
forma que, dice Ixtlixóchitl, por donde pasaban los españoles y sus crecientes aliados
indígenas "los naturales les recibían con mucha alegría y regocijo sin ninguna guerra ni
contraste". ¿Cómo, en escasos cien años de vida independiente, habían logrado los aztecas
acumular tal odio entre los pueblos vecinos? Comenzaron entregando costales de orejas a
quienes todavía eran sus amos, en señal de sumisión y arrastramiento no pedida. Luego
Izcóatl, a quien se puede llamar el primer rey azteca, ordenó quemar la historia y
reescribirla. Finalmente, impusieron con saña el más despiadado y lacerante impuesto: el
de la sangre.
La quema de códices
El Códice Matritense
El impuesto de sangre
Nada nos da una idea más exacta de la naturaleza implacable del poder que ejercían los
aztecas, como el tributo de sangre que impusieron a Tlaxcala, comenta Laurette Sejourné.
Ocurrió así: tras un sitio extenuante, Tlaxcala se rindió, pero "¿qué tributo podía exigir
Tenochtitlán a una ciudad tan pobre? Fue entonces cuando se decretó que se convertiría
en un campo de batalla permanente para capturar hombres destinados a alimentar al Sol",
una "idea ingeniosa" de los aztecas. "Es indiscutible que la necesidad cósmica del sacrificio
humano constituyó un slogan ideal, porque en su nombre se realizaron las infinitamente
numerosas hazañas guerreras que forman su historia y se consolidó su régimen de terror",
continúa Sejourné en La traición a Quetzalcóatl, y concluye: "Parece evidente que los
aztecas no actuaban más que con un fin político. Tomar en serio sus explicaciones
religiosas de la guerra es caer en la trampa de una grosera propaganda de Estado".
Entrada a Tenochtitlán
Dice Bernal Díaz del Castillo, en el capítulo 88 de la obra que todos le conocemos: "Ya
que llegábamos cerca de México, adonde estaban otras torrecillas, se apeó el gran
Montezuma de las andas, y traíanle del brazo aquellos grandes caciques, debajo de un
palio muy riquísimo a maravilla, y el color de plumas verdes con grandes labores de oro,
con mucha argentería y perlas y piedras chalchiuis, que colgaban de unas como
bordaduras, que hubo mucho que mirar en ello".
La descripción de Cortés
Tras de que la nobleza azteca en pleno (que ella sola triplicaba el número de españoles)
le hiciera caravanas a Cortés durante una hora, cosa que más bien lo hartó, y que se repite
ahora ante presidentes y gobernadores, se presenta Moctezuma, rodeado por otros
doscientos nobles. Cortés intenta darle un abrazo, pero dos acompañantes, que llevan al
emperador sostenido por los brazos "me detuvieron con las manos para que no le tocase".
Moctezuma había endurecido el protocolo de la corte a extremos no imaginados en las
cortes europeas. Oigamos de nuevo a Bernal Díaz del Castillo: "y venían otros cuatro
grandes caciques que traían el palio sobre sus cabezas, y otros muchos señores que venían
delante del gran Montezuma, barriendo el suelo por donde había de pisar, y le ponían
mantas por que no pisase la tierra. Todos estos señores ni por pensamiento le miraban en
la cara, sino los ojos bajos y con mucho acato".
Aprehensión de Moctezuma
Como todos sabemos, y repite la Enciclopedia de México con tonillo de reproche, "a
pesar de las manifestaciones de amistad del conquistador, éste lo hizo prisionero [a
Moctezuma], cosa que negó Moctezuma para apaciguar los ánimos de sus súbditos".
Hagamos cuentas: nada más la corte eran 1,200 nobles, sumemos 15 mil indios en
Iztapalapa, 14 mil en otras ciudades vecinas y 500 mil en la capital. Cortés estaba rodeado,
en el corazón mismo del imperio, por una población de 530,000 personas, y por varios
miles de kilómetros se extendían otros dominios y ejércitos y millones más de indios.
¿Cuántos españoles eran? Sigue Bernal: "por delante estaba la gran ciudad de México; y
nosotros aún no llegábamos a cuatrocientos soldados''. ¿Y así aprehendió Cortés al
emperador? Se entiende que por vergüenza sigamos ocultando estos números a los niños.
El temor a lo desconocido
¿Cómo se siente un soldado, de aquellos 400, al penetrar así en un territorio del que
jamás antes había oído hablar? No podemos ni imaginarlo porque ahora el mundo entero
es conocido y tiene carreteras, cocacolas y tarjetas de crédito. Tendríamos que estar
llegando a Marte para sentir lo mismo, y ni siquera entonces, pues de Marte poseemos
cartas geográficas precisas hasta detalles de pocos metros. Una idea de esa soledad la da
Bernal: "y teníamos muy bien en la memoria las pláticas y avisos que nos dijeron los de
Guaxocingo y Tlaxcala y de Tamanalco, y con otros muchos avisos que nos habían dado
para que nos guardásemos de entrar en México, que nos habían de matar desde que
dentro nos tuviesen. Miren los curiosos lectores esto que escribo, si había bien que
ponderar en ello; ¿qué hombres ha habido en el universo que tal atrevimiento tuviesen?".
La conquista "española" la hicieron los pueblos indios levantados contra el siniestro imperio
que apenas tenía 100 años como pueblo libre y había pagado su libertad entregando al
señor de Culuacán costales de orejas arrancadas al enemigo. Hasta allí se entiende, pero
¿cómo ocurrió que al día siguiente de la caída de Tenochtitlán aquellos miles de recién
liberados indios no dieran las gracias a Cortés y lo enviaran a su casa? ¿O, para no discutir
mucho con él, lo mataran junto con sus menos de 400 soldados?
Hemos recuperado, con creces, nuestro pasado indígena. Ahora falta recuperar nuestra
herencia española, sobre la cual se asienta, nada menos, que el nuevo país y la nueva
población emergidas no de la derrota, como se le ha enseñado a tantas generaciones de
mexicanos nacidos para perder, sino de la victoria que los pueblos indígenas, guiados por
Cortés, obtuvieron un día relatado así: "Prendióse Guatemuz [Cuauhtémoc] y sus capitanes
en 13 de agosto, a hora de vísperas, día de señor San Hipólito, año de 1521, gracias a
nuestro señor Jesucristo y a nuestra señora la virgen santa María, su bendita madre,
amén". Bernal Díaz del Castillo. Los estrategas de esa victoria, Cortés y sus hombres, se
volvieron después los nuevos opresores, y así pasaron otros 300 años: una historia muy
repetida en este agobiado país, pero seguimos sin entenderla y cantando al caudillo del
momento.
Un hecho asombroso
Vino luego lo más asombroso: 550 mil indios capitalinos, más muchas decenas de miles
de aliados, vieron con horror a 12 frailes derrumbar, como iluminados, ídolos y altares,
vieron a Cortés tomar el mando del imperio, trazar una nueva ciudad, fundar un país y "ni
por pensamiento lo miraron a la cara". Por eso la caída del torvo y sanguinario poder
azteca, aborrecido desde la costa del Golfo hasta Oaxaca, y desde Tabasco hasta los
desiertos norteños, debe ser la fecha fundadora de México, que nace del triunfo de sus
habitantes actuales, indios, mestizos y blancos. Los únicos con derecho a llamarse
derrotados serían los aztecas puros, si tales existieran, pero la sola mención de una pureza
racial, la que sea, a estas alturas produce escalofrío y trae terribles recuerdos.
"Pues vinieron las nuevas al cazonci, cómo los españoles habían llegado a Taximaroa, y
cada día le venían mensajeros, que venían doscientos españoles [sic, resic, recontrasic:
dice doscientos, no dice doscientos mil]... Sabiendo su venida el cazonci, cómo venía la
guerra, temió que le habían de matar a él y a toda su gente, y juntó los viejos y los
señores y díjoles: '¿Qué haremos?'. Díjoles el cazonci: 'Vayan correos por toda la provincia,
y lléguese aquí toda la gente de guerra, y muramos, que ya son muertos todos los
mexicanos, y ahora vienen a nosotros... muramos todos de presto'. Díjole aquel principal al
cazonci: 'Señor, haz traer cobre y pondrémosnoslo a las espaldas y ahoguémenos en la
laguna, y llegaremos más presto y alcanzaremos a los que son muertos'. El cazonci salióse
huyendo y subióse al monte con sus mujeres y fueron tras él aquellos principales así
borrachos como estaban... y el cazonci fuese a un pueblo llamado Urapan... Y díjoles el
cazonci: 'Estémonos a ver aquí, a ver qué nuevas hay, y qué harán los españoles cuando
vengan'. Y antes que llegasen los españoles, sacrificaron los de Mechuacán ochocientos
esclavos de los que tenían encarcelados, porque no se les huyesen con la venida de los
españoles, y se hiciesen con ellos... y llegaron a un lugar todos los caciques de la provincia
y señores con gente de guerra, obra de media legua de la cibdad, por el camino de México,
en un lugar llamado Apío y hicieron una raya a los españoles y dijéronles que no pasasen
más adelante, que les dijesen a qué venían, y que si los venían a matar. Respondióles el
capitán: 'No os queremos matar: veníos de largo aquí adonde estamos; quizá vosotros nos
queréis dar guerra'. Dijeron ellos [los guerreros]: 'No queremos'. Díjoles el capitán Cristóbal
de Olid: 'Pues dejad los arcos y flechas y venid donde nosotros estamos', y dejáronlos [los
arcos y flechas] y fueron donde estaban los españoles... y recibiéronlos muy bien y
abrazáronlos a todos. Y llegaron todos a los patios de los cúes [templos] grandes... y como
[los españoles] subieron a los cúes y echaron las piedras del sacrificio a rodar por las
gradas abajo, a un dios questaba allí mirábalo la gente y decía: '¿Por qué no se enojan
nuestros dioses? ¿Cómo no los maldicen?'. Y trujéronles mucha comida a los españoles, y
como no había mujeres en la cibdad, que todas se habían huído a Pátzquaro, los varones
molían en las piedras para hacer PAN para los españoles".
Sinónimos
Ignoro en absoluto el tarasco y a la luz de esta crónica nada me interesa menos que
esa lengua, pero en castellano existen abundantes sinónimos para calificar esta antibatalla
de Maratón, perdida sin disparar una flecha por esos anti macabeos: deshonor, ignominia,
degradación, ruindad, infamia, afrenta, humillación, abyección, oprobio, baldón, ultraje,
estigma, descrédito, vilipendio, bajeza, ludibrio. Escoja el que mejor se adecue. (Y no me
pongan acento en la u.)
Grandes imperios militares y pequeñas naciones pacíficas eran sólo recuerdo a 50 años
de la llegada de Colón. Explicación indigenista: la maldad española. Explicación que se
revierte de inmediato, porque si unos cuantos malvados pueden someter un continente, y
sólo en América del Norte la población indígena era de unos 20 millones, los sometidos
deben ser profundamente estúpidos. Es como la caricatura de Cortés pintada por Diego
Rivera en Palacio Nacional: si era jorobado, torcido, sifilítico, deforme, etcétera, y así
conquistó la enorme, bella y belicosa ciudad que el mismo Rivera pinta idealizada en otro
muro, ¿qué habría conseguido de estar sano?
Para que durante los siguientes decenios del siglo XVI, la población indígena fuera
sojuzgada por Europa y el trabajo en las minas y en los campos acabara de diezmarla,
fueron necesarias, primero, las impresionantes mortandades que dejaron pueblos enteros
desiertos y una capitulación absoluta ante las nuevas enfermedades que parecían atacar
exclusivamente al indio y perdonar al español. Lo cual, por si fuera poco, producía
resignación ante los, al parecer, mandatos inexcrutables de los dioses.
Hasta aquí la explicación es fácil de entender, sobre todo después de Jenner y Pasteur.
Pero los europeos iban y venían a través del Atlántico, muy pronto surcado por todas las
naciones costeras, ¿no había en América enfermedades infecciosas que los europeos, a su
vez, contrajeran, llevaran a Europa, y los hicieran morir por millones? La peste llegaba de
vez en cuando, desde Egipto o la India, a través de Nápoles y Venecia. Nunca llegó algo
similar desde Veracruz a Sevilla. Los viajeros que portaban los gérmenes para los que la
población americana no tenía defensas, ¿no se llevaban de regreso gérmenes americanos
que hicieran su agosto entre la desprotegida población de Europa?
En The Arrow of Disease Jared Diamond plantea (Discover 13,10) una interesante
hipótesis para explicar esta falta de correspondencia en la dirección de las epidemias. Nos
recuerda cuatro características de las enfermedades infecciosas que resultan relevantes
para responder la interrogante arriba planteada: 1. Las enfermedades infecciosas se
esparcen de una persona infectada a una sana; 2. son "agudas", esto es que en un tiempo
breve la persona muere o se recupera; 3. los afortunados que sobreviven son inmunes
posteriormente contra nuevas infecciones de esa enfermedad, y 4. son enfermedades que
tienden a restringirse a los humanos, pues los microbios que las producen no viven ni en el
suelo ni en otros animales.
Umbral de población
Cuando una infección alcanza un grupo humano reducido y hace morir a todos, los
gérmenes que producen la enfermedad mueren también y la enfermedad desaparece. Se
requiere pues de poblaciones grandes y en estrecho contacto para que una epidemia
prospere, mate a algunos, pero no a todos, pase a otra área poblada, deje nacer en la
región antes atacada nuevos niños que no estarán protegidos por la inmunidad de los
adultos sobrevivientes y la enfermedad vuelva entonces a atacar. Los grupos dispersos y
pequeños de la Amazonia, las pampas, el norte de México o el oeste de los Estados Unidos
no habían desarrollado enfermedades infecciosas porque no alcanzaban ese umbral de
población que permite sobrevivir tanto al grupo como a la enfermedad. Si alguna aparecía
por los azares de la mutación de algún germen, mataba a todos y el propio germen no
conseguía reproducirse posteriormente, falto de hospedaje. Pero desde el centro de México
hasta Perú, la población poseía la densidad requerida para que un virus o bacteria de tipo
infeccioso prosperara y, a la llegada de los europeos, se les pagara con la misma moneda y
llevaran a sus países epidemias desconocidas. ¿Por qué no ocurrió así?
¿De dónde viene una enfermedad nueva? Diamond sostiene que las enfermedades
infecciosas evolucionaron en Eurasia a partir de enfermedades que atacaban a los animales
domésticos. Como sabemos, en América había pocos, apenas cinco: el pavo en México y
regiones de Estados Unidos, el conejillo de Indias, la llama en los Andes, un pato y escasos
perros. "La extrema pobreza del Nuevo Mundo en animales domésticos refleja la pobreza
del material salvaje inicial", dice. "Cerca del 80% de los grandes mamíferos salvajes se
había extinguido al final de la última edad glacial, hace unos once mil años". Hayan sido
extinguidos éstos por los primeros pobladores o desaparecido por otras razones, "las
extinciones eliminaron la mayoría de las bases para la domesticación de animales
americanos nativos... y para las enfermedades infecciosas".
EL OTRO RACISMO
Somos un pueblo infantil que busca siempre culpables en el exterior: "Los españoles
nos conquistaron", dicen aprendiendo a autocondolerse niños de ojos azules, verdes y
castaños, que se llaman Fernando y se apellidan Cortés, y la autocompasión nos enferma
de un infantilismo lleno de piedad por nosotros mismos, lleno de voluntarismo para el cual
todo nos lo merecemos y si no lo alcanzamos es por la maldad ajena; los gringos nos
robaron los territorios del norte, a los indios buenos los emborrachan los mestizos malos,
los indios olvidan sus valores. La Malinche, aunque fiel a su pueblo, oprimido por los
aztecas, y por tanto enemiga de estos, ha sido elevada a símbolo de la traición. Nuestra
pobreza la explicamos por el imperialismo de los Estados Unidos, que ha abierto las venas
de América Latina. Pero nunca nos preguntamos por qué no somos un país imperialista y
Estados Unidos un país pobre y con las venas abiertas. O somos pobres porque nuestros
gobernantes son ladrones y torpes. Pero no observamos que nuestros gobernantes salen
de nosotros mismos.
Cuando seamos grandes
Para ser adultos requerimos de dos curaciones, pues pecamos, nueva paradoja, de
humildad excesiva y de soberbia altanera: primero, no suponernos el producto humillado
de una derrota; luego, no creernos el hijo predilecto de una madre celestial que todo lo
resuelve. Somos pobres por nuestros errores, por nuestra historia de violencia y
destrucción, por nuestro católico desprecio de la ciencia, base de la industria; así como no
tenemos medallas olímpicas ni ganamos campeonatos de futbol, en primer término por
culpa de la virgen, pues si ella quisiera saldríamos vencedores en todo, ¿o no?, y en
segundo porque somos un pueblo de panzones para quien el deporte es algo que se ve los
domingos por televisión, entre cervezas y carnitas sebosas. Pero ningún taxista admitiría
tal explicación: perdemos por mala suerte o por mala fe de los otros.
Como todos los inseguros, ya lo dijo Adler en su teoría de los complejos, hablamos con
voz estentórea de nuestra raza, sea eso lo que sea, la hacemos lema universitario o le
levantamos grotescos monumentos en forma de pirámide, así subrimos nuestra precaria
adolescencia tardía con todas las mentiras de nuestra historia, con todos nuestros héroes,
siempre perdedores como requisito indispensable para ser héroes, convertidos en
esperpentos por autoridades delegacionales y municipales.
Las feministas nos han enseñado a cambiar el género de una frase para descubrir el
sexismo patriarcal que se oculta en las apariencias cotidianas. Cambiemos la raza en
nuestro vociferante racismo: "Por la raza aria hablará el espíritu", supongamos que dice el
lema de la universidad de Heidelberg. ¿No serían aplaudidos los manifestantes que le
arrojaran pintura? ¿O el alpinista que se trepara a la torre rectoril para arrancar a
martillazos esa declaración? Un monumento a la raza germana, a la germanidad, sea eso lo
que sea, ¿no sufriría toda clase de atentados plausibles? Pero en el pobre es dignidad lo
que en el rico es prepotencia, digamos parafraseando el adagio sobre la borrachera y la
alegría. "Deutschland über alles" nos parece racista, pero "como México no hay dos", es
sólo un límpido nacionalismo. Es verdad, por cierto, pero una verdad de perogrullo porque
tampoco hay dos como Guatemala o Nigeria, y se presta para el típico chiste en
contrasentido: no hay dos... por suerte.
Los inditos
Los hombres blancos, de cultura europea, origen social acomodado e ideología liberal,
son muy buenos. Piden protección para todos los débiles, desde los animalitos, las mujeres
y los minusválidos, hasta por supuesto los indios que no saben cultivar sus tierras. Las
focas tienen a su Brigitte Bardot y los inditos a su Fernando Benítez y desde hace tres años
a una pléyade brillante de consejeros casi todos blancos y barbados. Al parecer, tras 50 mil
años de no dar pie con bola en este continente, un día los indios vieron llegar a los
antropólogos del Instituto Nacional Indigenista, si hemos de creer el asombroso recuento
de los peores lugares comunes del indigenismo publicado por Benítez (La Jornada, 5. VIII.
95), donde afirma sin rubor que estos "han enseñado a los indígenas a cultivar sus tierras y
a combatir a los caciques". Sí, leyó usted bien: los antropólogos del INI! ¿Cómo habrá
hecho el imperio maya para comer sin los antropólogos del INI? ¿Cómo habrán ocurrido las
rebeliones indígenas coloniales sin los antropólogos del INI? ¿Qué era de los olmecas
milenios antes de que Benítez dedicara "veinte años a la defensa y estudio de los indios"?
¿Por qué no dedicó esos años a la defensa y estudio de sus tías? ¿Por qué, carajo, por qué
los indios necesitan "defensa y estudio"?
Revisemos punto por punto los mitos de Benítez, construidos a lo largo de "veinte años
dedicados a la defensa y estudio de los indios" que llenaron "cinco libros voluminosos,
parte de ellos traducidos a varios idiomas", aunque ni los años ni el volumen ni las
traducciones sean argumentos.
1. "Me enseñaron a no creerme importante". Falso. Los indios y todos los pueblos
llamados primitivos se creen tan importantes que su nombre genérico es siempre sinónimo
de ser humano. Son "los hombres verdaderos". Los demás somos ratas. Lo hicieron los
griegos, que dividieron a la humanidad en griegos y bárbaros, lo hicieron los persas y los
egipcios. Lo hacen los pueblos del Amazonas. Y cuanto lee uno de Benítez no da idea de
humildad franciscana.
2. "...a tratar de llevar una conducta impecable". Falso. Todos los pueblos del mundo
creen llevar una conducta impecable. Los malos son siempre "los otros". De ahí que la
democracia sea una absoluta desconocida entre tales pueblos y la intolerancia sea su
respuesta natural ante la maldad, siempre ajena.
3. "...a considerar sagrados a los animales, las plantas, los mares y los cielos". Falso.
Las selvas, económicamente, son de dos tipos: las que valen y las que no valen. Las
primeras han sido destruidas por las compañías madereras que no las consideran
sagradas; las segundas han sido quemadas y arrasadas por los indios para cultivar la
escasa tierra hasta que las lluvias y el viento erosionan el suelo. Entonces queman otra
parte y vuelven a empezar. A los primeros los condenamos porque son ricos. A los
segundos los justificamos porque son pobres. Ambas partes destruyen por razones
económicas y nada es muy sagrado cuando de comer se trata. No inventemos.
Respeto
Por supuesto debemos respetar las diferencias, mal le estaría al autor de este ensayo,
objeto de tantas diferencias, incluidas las de color, decir lo contrario. Pero el tema debe ser
acotado por un respeto irrestricto a los derechos humanos universales, antes que a las
costumbres de una comunidad, quizá correctas, quizás infames. Y en cuanto a las
tradiciones inocuas, como el vestir, son asunto de los indios y nada más de los indios: para
bien o para mal, pero obviamente sin que lo podamos controlar, el mundo se uniforma y
las tradiciones pueden dividirse, como las especies, en sanas y "en vías de extinción". Los
indios yanomamo (sin albur) del Amazonas traen shorts adidas, el comandante Tacho se
paseaba muy orondo con su chamarrota de los Dallas Cowboys y la delegación entera
zapatista se negaba a salir por la mañana a las pláticas con el gobierno antes de la
conclusión de la telenovela que los tenía con el alma en un hilo. ¿Y?
No fue un hecho sorpresivo la guerra, pues 65 años antes, en 1783, el conde de Aranda
escribía al rey de España lo siguiente, en un informe secreto acerca de los recién
independizados Estados Unidos, el país más joven del mundo y el primero en darse un
régimen republicano: "Mañana será gigante, conforme vaya consolidando su constitución y
después un coloso irresistible en aquellas regiones... La libertad de religión, la facilidad de
establecer las gentes en territorios inmensos y las ventajas que ofrece aquel nuevo
gobierno, llamarán a labradores y artesanos de todas las naciones... y dentro de pocos
años veremos levantado el coloso que he indicado." El conde de Aranda le pide al rey
desprenderse voluntariamente de sus provincias americanas y crear en ellas reinos
independientes, aunque fraternales. La monarquía española rechazó la idea, exactamente
la misma sobre la que Inglaterra ha mantenido, hasta el presente, su influencia desde
Australia a Canadá.
El aviso de Onís
Pasaron 30 años de las predicciones de Aranda y en 1812, ya en plena guerra de
independencia, la guerra que había querido prevenir el conde, el embajador de España
ante los Estados Unidos, Luis de Onís, escribe al rey de España desde Filadelfia, pues los
Estados Unidos construían su capital con las ideas urbanísticas más avanzadas de la época:
"Cada día se van desarrollando más y más las ideas ambiciosas de esta República y
confirmándose sus miras hostiles contra España" (eran contra México las miras hostiles,
pero por ese año, y hasta 1821, todavía éramos la Nueva España). "Vuestra excelencia se
halla enterado ya, por mi correspondencia, que este gobierno no se ha propuesto nada
menos que el de fijar sus límites en la embocadura del río Bravo, siguiendo su curso hasta
el grado 31 y desde allí tirando una línea recta hasta el mar Pacífico... Parecerá un delirio
este proyecto a toda persona sensata, pero no es menos seguro que el proyecto existe".
Aquel proyecto se hizo realidad 35 años después, en 1847, con absoluta exactitud, pues
Nogales, Sonora, nuestra frontera actual, está precisamente en el paralelo 31. Esto
sabíamos desde 1812, pero ni los virreyes españoles ni los posteriores gobiernos
mexicanos, independientes a partir de 1821, tomaron previsión alguna: estábamos muy
ocupados en pelearnos entre nosotros mismos.
Un golpe fracasado
Mientras el conde de Aranda ve, desde 1783, la libertad de religión y las ventajas de
libre comercio y libre establecimiento en un territorio inmenso, ofrecidas por los nacientes
Estados Unidos, como el motor que hará del nuevo país un coloso irresistible, Morelos
plantea como el segundo de los Sentimientos de la Nación: "2º Que la Religión Católica sea
la única sin tolerancia de otra". ¡Zas! "4º Que el dogma sea sostenido por la jerarquía de la
Iglesia, que son el Papa, los Obispos y los Curas, porque se debe arrancar toda planta que
Dios no plantó: omnis plantatis quam nom plantabir Pater meus Celestis Cradicabitur.
Mateo, cap. XV". ¡Recontra-zas por el buen cura Morelos! Menos mal que lo mataron a
tiempo y no llegó a tener poder para arrancar las plantas que Dios no plantó; las malas
yerbas, claro está, habrían sido las definidas por él. Hoy de nuevo estamos llenos de
jardineros obtusos, dispuestos a arrancar malas yerbas que cada quien define según sus
particulares odios. El jardín de la democracia y su sana mezcla de yerbas nos sigue siendo
ajeno... y repulsivo.
"9º Que los empleos los obtengan sólo los americanos". "10º Que no se admitan
extranjeros, si no son artesanos capaces de instruir y libres de toda sospecha". No aclara el
intolerante cura el tipo de sospecha de la que deberán estar libres, y no podemos imaginar
el examen de admisión al que habría sido necesario someter a los artesanos recién
desembarcados para determinar que, además de ser artesanos, fueran "capaces de
instruir". Y luego vamos por ahí gimoteando acerca de los daños que nos han causado los
estadunidenses. Nadie nos ha tratado peor de como lo hemos hecho nosotros mismos. Qué
admirable capacidad de cerrazón.
En 1812 Morelos lanza una advertencia a los criollos donde exige "que los gachupines
se vayan a su tierra o con su amigo el francés que pretende corromper nuestra religión".
Recordemos: "el amigo francés" son las tropas liberales de Napoleón que llevaban por
Europa la ideología democrática e igualitaria de la Revolución Francesa. Los liberales
españoles, como los italianos y otros europeos, se apoyaban en Francia para establecer
monarquías acotadas por constituciones que limitaran el absolutismo real. La masonería
jugó por entonces un papel de primerísimo orden, pues por sus orígenes (ma‡on es albañil
en francés) concentraba las fuerzas populares de cada país. También para la banca
internacional, con su notoria presencia judía, las tropas napoleónicas eran portadoras de
nuevas libertades económicas. Marx habría de analizar agudamente ese periodo. Ante esa
primera oleada globalizadora, que acabaría creando el comercio mundial y desatando las
fuerzas productivas, los morelos del mundo entero cavaban trincheras religiosas y militares
para evitar la libertad de religión, indispensable en la reforma a fondo de la industria y del
comercio.
El Acta de Independencia de Chilpancingo comienza por llamar al congreso allí reunido
Congreso de Anáhuac, iniciando así el mito azteca, mito del centro, intocado en un país
centralista, pues si representaba tan específica y pequeña región no habría sido válido ni
siquiera en la propia Chilpancingo, alejada del Anáhuac, mucho menos en las Californias,
entonces mexicanas las tres. Luego, tras poner a Dios como árbitro, declara que la América
Septentrional: "¡no profesa ni reconoce otra religión más que la católica, ni permitirá ni
tolerará el uso público ni secreto de otra alguna; que protegerá con todo su poder y velará
sobre la pureza de la fe y de sus demás dogmas!".
A favor de la lucha armada se nos recitan las diversas guerras que "nos dieron patria".
En particular la Independencia y la Revolución. Ya vimos que la Independencia fue el
resultado de un pacto, de una negociación cuando ya el movimiento armado estaba
extinguido. Las revoluciones de este siglo son todas, y sin excepción, un costoso fracaso,
tanto en lo humano como en lo económico: la rusa es ya un mal recuerdo en los pueblos
de Europa central, la cubana es una cárcel gobernada por un típico dictador
latinoamericano, la sandinista acabó en la "piñata": la feliz rebatinga de los bienes
somocistas entre los revolucionarios y la consecuente pérdida de las elecciones
subsiguientes. ¿Y la mexicana? Veámosla muy brevemente.
El Plan de Ayala
¿Frutos de la Revolución?
Los contraejemplos
El país de la Revolución
Inmunodeficiencia infantil
Si los virus son cadenas de información genética que infectan la célula, y los virus que
nos borran de la computadora nuestra tesis doctoral son también sistemas de información
parásita, la mente humana es igualmente parasitable por informaciones que no se han
sujetado al filtro de la razón. Esto ocurre a cualquier edad: nos influyen los demás en el
vestir, hablar y pensar; los anuncios, las modas, las ideas dominantes. En los adultos esa
influencia está matizada por la razón, o debería estarlo. Pero, en la medida en que un niño
fue moldeado por la evolución para absorber la cultura de su pueblo, los niños están, como
los pacientes con deficiencia del sistema inmunitario, abiertos a las infecciones mentales.
Los niños creen todo lo que les diga un adulto. Esta credulidad es obra de la evolución
porque resulta imprescindible en la creación del lenguaje, las normas sociales y todo el
equipo que la presión evolutiva produjo para que nuestros ancestros prehumanos
sobrevivieran en las planicies africanas.
La infancia es por lo mismo una edad propicia a las infecciones. De algunas nos
salvamos: tosferina, paperas, polio, sarampión. Otras las arrastramos durante toda la vida:
Hidalgo, Morelos, Cuauhtémoc, la Gran Derrota de la Conquista, el Gran Triunfo de la
Independencia, el progreso que nos trajo la Revolución y los milagros de la virgen de
Zapopan, que como dijo una tía, "quién la viera tan chiquita y tan milagrosa".
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