Orden Publico en 1936 (Segunda Republica)
Orden Publico en 1936 (Segunda Republica)
Orden Publico en 1936 (Segunda Republica)
EL ORDEN PÚBLICO
EN LAS CORTES DE 1936
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ÍNDICE
SESIÓN DEL 19 DE MARZO DE 1936
DISCUSIÓN REFERENTE AL ORDEN PÚBLICO.......................................................................................5
[CALVO SOTELO]......................................................................................................................................172
[ENRIQUE DE FRANCISCO].....................................................................................................................175
[PROPOSICIÓN INCIDENTAL].................................................................................................................178
[MARCELINO DOMINGO]........................................................................................................................179
[VOTACIÓN]...............................................................................................................................................183
Es evidente que nosotros no tenemos los medios reglamentarios para plantear este debate, ni
podemos hacer nada para precipitarlo. Permítame por eso el Sr. Presidente que haga la sola
manifestación de que nos allanamos a la suspensión resignados, pero no convencidos.
El Sr. PRESIDENTE: La Mesa agradece al Sr. Villalonga las manifestaciones hechas en
nombre de su grupo parlamentario y en la primera ocasión oportuna, que será la de la discusión de
la política general del Gobierno, apenas esté constituida la Cámara, se procederá a dar lectura a esa
proposición.
Propongo a la Cámara que se suspenda la sesión por unos minutos, para dar lugar a que la
Comisión de actas pueda presentar algunos dictámenes.
¿Se acuerda? (Asentimiento.) Queda acordado.
Se suspende la sesión.
Eran las seis y cincuenta y cinco minutos.
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5 Luis Jiménez de Asúa (1889-1970), presidente en sustitución de Diego Martínez Barrio, a la sazón presidente
interino de la República. Pertenecía al PSOE.
6 Manuel Azaña (1880-1940), Izquierda Republicana.
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cuestión. Me refiero concretamente al decreto del Ministerio de Trabajo, de Noviembre del año
1934, en el que, con motivo de las huelgas entonces en curso y de los movimientos políticos que las
acompañaban, se suprimió, de raíz y a rajatabla, la jurisdicción normal para los conflictos de
trabajo, y después de declarar por decreto, en términos generales, la ilegalidad de unas huelgas, se
abolió la jurisdicción que podía hacer esta declaración con pertinencia, con competencia y con
justicia. Delante de este hecho, que nosotros hemos estimado como injusto e ilegal, no hemos tenido
otra solución, ni teníamos otro propósito, que deshacer los efectos de aquella medida. A esto han
obedecido los decretos del Gobierno relativos a la readmisión de los obreros despedidos de su
trabajo en aquella circunstancia.
Forma parte de esta serie de medidas de carácter reparador, justiciero y sancionador, todo lo
que ya ha empezado a hacerse con motivo de los sucesos, mejor dicho, de los abusos ilegales y
atropellos cometidos, o que pueda descubrirse que se han cometido con ocasión de los movimientos
políticos del año 1934. Nosotros nos hemos limitado a instar, por los órganos legales adecuados, la
actividad de los Tribunales de Justicia, a aprestar la responsabilidad de los órganos de Gobierno en
este particular y a esperar tranquilamente las consecuencias de la gestión, bien entendido que no nos
apartamos de lo que en las propagandas electorales hemos dicho y yo personalmente he afirmado
también, respecto a que de lo que se trata es de individualizar las responsabilidades, de saber quién
ha cometido un delito y quién no. El que haya cometido un delito responderá de él ante los
Tribunales de Justicia. Yo no estoy dispuesto a permitir que la responsabilidad personal,
individualizada y exigida, se extienda como una mancha de aceite por los alrededores del culpable.
Aunque tiene otro carácter completamente distinto, Sres. Diputados, porque es puramente
política y constitucional, forma parte de estas medidas de reparación la restauración de la
legislación autonómica votada por las Cortes Constituyentes, que no solamente es una convicción
política nuestra y un sistema de gobierno que nosotros instauramos y mantenemos, sino algo más,
porque nos encontramos ahora con la sentencia del Tribunal de Garantías Constitucionales, que ha
declarado lo que era evidente: la inconstitucionalidad de la ley de enero de 1935, a cuyas
consecuencias nos atenemos y que estamos dispuestos a aplicar.
El primer grupo de medidas de orden político que el Gobierno se propone traer al Parlamento
no son, ciertamente, las más graves, ni las más importantes, ni de las que están en el primer plano
de nuestras preocupaciones; pero las vamos a traer enseguida. Estas medidas, que llamo de carácter
político porque afectan a la reorganización de algunas instituciones del Estado, son, en primer
término, la reforma del sistema electoral del Tribunal de Garantías Constitucionales, parte no
despreciable de nuestro programa; la reforma de la ley Electoral del presidente del Tribunal
Supremo; una ley de competencias, que ya está elaborada, aunque todavía no la ha aprobado el
Consejo de Ministros, dirigida a delimitar exacta y definitivamente, según el espíritu y la letra de la
Constitución, las distintas jurisdicciones que hay todavía en España, y además, la reforma del
Reglamento de la Cámara.
Naturalmente, señores, la reforma del Reglamento de la Cámara no puede ser un proyecto de
ley ni una iniciativa especial del Gobierno traída a debate de las Cortes; tiene que hacerse aquí por
iniciativa de los grupos parlamentarios, y muy substancialmente, contando para ello, porque ha de
ser ley común para todos, con la colaboración de las oposiciones. Pero este tema es uno de los
puntos principales de nuestro programa y está articulado en términos que me importa recordar. Dice
así: “Se procederá por las Cortes a la reforma de su Reglamento, modificando la estructura y
funciones de las Comisiones parlamentarias, a cuyo cargo correrá, con el auxilio de los órganos
técnicos a ellas incorporados, el trámite formativo de las leyes”. En estos términos, más o menos,
piensa el gobierno solicitar la colaboración de los grupos de la mayoría e invitar a las oposiciones a
que concurran a una obra que, como digo, ha de ser común con el propósito que se enlaza bastante
con unas palabras pronunciadas por mí aquí en la última tarde. Se trata, Sres. Diputados, de dar a la
institución parlamentaria eficacia, celeridad y autoridad máximas, cuya disminución en las Cortes
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recuerdo que en el año 31, y sobre todo el 32, cuando confeccionamos el primer presupuesto
ordinario, la República tuvo que liquidar una masa de deudas atrasadas procedentes de otros
tiempos. Entonces todo se liquidó y se pagó, y el movimiento del presupuesto, cuando empezamos a
estudiar el de 1933, era absolutamente lisonjero y satisfactorio. La situación hoy es totalmente la
contraria. Medias que no vamos a examinar ahora, adoptadas por Gobiernos anteriores, no han
servido para ninguna clase de remedios, teniendo nosotros que afrontar ahora enérgicamente,
dolorosamente (nos vemos obligados una vez más a hacer liquidaciones de una herencia que no
podemos aceptar a beneficio de inventario, porque las obligaciones de gobierno no lo permiten);
teniendo que afrontar una vez más un problema tremendo, onerosísimo, pero las Cortes
comprenderán que no hay más remedio que sacar adelante la solvencia de España y la
normalización de su vida económica y hacendística. Para esto, los sacrificios que se precisen,
tendremos que hacerlos entre todos.
Obras públicas, comercio. Todas las cuestiones que afectan a la economía nacional viene a
refluir en este problema de que yo hablaba antes como una de las manifestaciones agudas de la
crisis: el paro. Nosotros nos hemos encontrado con la política comercial española a veces en
flagrante contradicción con la política hacendística española, y se hace necesario organizar las cosas
de modo que haya una dirección común en ambos establecimientos y ambas direcciones, para que
no se dé el caso de que disposiciones tomadas en Hacienda, en defensa, por ejemplo, de la moneda,
sean contrariadas por disposiciones del Ministerio de Agricultura, o el de Industria, en defensa de
otros intereses respetables, pero que molestaban o perjudicaban al problema hacendístico principal.
Mientras nosotros, con la política comercial, no acertemos a hacer descender el desnivel de nuestra
balanza de pagos, todos los sacrificios que se hagan para liquidar o reducir la deuda comercial
procedente de la situación del cambio monetario serán estériles y la situación se reproducirá
periódicamente mientras la política comercial española no esté enérgicamente dirigida, seguramente
dirigida y sabiéndose a lo que se va.
Con respecto a estos problemas que hemos de esclarecer largamente, con todos los
antecedentes que la cuestión tiene, hay que tener presente, señores, una consideración de orden
moral, si se puede decir así, o que afecta a los hábitos españoles. Grande es la crisis en España, cada
vez más acentuada, pero hemos tenido, digamos, la suerte de que la crisis universal España ha
tardado más en sentirla. Las razones no son de este lugar, pero todos los españoles que no tienen la
desgracia de haber caído en la miseria y en la falta de trabajo, que es otra enfermedad, están
habituados a una cierta facilidad de vida, a que no falte nada, a que todo transcurra normalmente, y
nos alegra mucho que los extranjeros que vienen a nuestra Nación y oyen nuestras lamentaciones
por las molestias que sentimos nos digan: “¡Pero si ustedes viven en un país privilegiado; si aquí
hay de todo, si aquí la vida es barata, si se vive muy bien, mejor que en parte alguna!” Sí, sí, muy
bien; pero esta facilidad de vida relativa, comparada con otras naciones, nos cuesta cada año una
pérdida sustancial en la riqueza española, y es preciso llamar la atención del país sobre la necesidad
de entrar, decididamente y abnegadamente tal vez, por un sistema de privaciones, si queremos
normalizar la vida económica española. Algún día tendremos que decirnos los unos a los otros y
decirle al país que si queremos abandonar esta vida fácil, relativamente, y no pagarla cada año con
pérdidas irreparables de la riqueza y del caudal españoles, será menester que el país, a través de su
política comercial, a través de su política de cambio, llegue a imponerse privaciones y abstenciones
necesarias que en otras partes ya se han impuesto y que aquí a los españoles, cuando se les
anuncien, les parecerá que significan la pérdida de toda su comodidad, o tal vez una catástrofe
nacional; pero por este camino hay que entrar resueltamente si se quiere hacer algo de saneamiento
y de ordenación en la economía nacional.
A través de la política comercial, a través de la política presupuestaria y fiscal, tenemos
nosotros la pretensión de hacer esta obra de saneamiento, por lo menos de saneamiento, y hasta
donde sea posible de reanimación de la economía española. Factor importante para ello será,
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naturalmente, el grupo de leyes fiscales que el señor Ministro de Hacienda leerá aquí dentro de
breves días. La índole de la materia, mientras los textos no sean conocidos, comprenderán los
señores Diputados que me aconseja la mayor reserva.
Además de la vigorización de los impuestos o de los recursos fiscales que haya que establecer
de nuevo, una nota considerable de orden político y social, no sólo de orden económico,
encontraréis en los proyectos del Ministerio de Hacienda, aprobados ya por el Gobierno, que se
dirigen a gravar las grandes concentraciones de riqueza territorial en función de la reforma agraria
que el Gobierno está desarrollando y va a desarrollar con el concurso del Parlamento. Estos
proyectos del Ministerio de Hacienda no disimulan su propósito, Sres. Diputados, como el Gobierno
no ha disimulado los suyos.
Ha solido ser una práctica corriente en España, al gastar los dineros en obras públicas, que, o
se improvise el gasto, o la necesidad a que se atienda no sea bastante examinada, o se rindan los
Gobiernos a los requerimientos de los grupos o de los intereses locales, derramando a voleo el
dinero por los terrenos peninsulares para construir caminos que se borran a las primeras lluvias o
para hacer otro género de obras cuya necesidad o utilidad no ha demostrado nadie, o se improvisen
planes según el agobio del hambre, perdiendo de vista el interés definitivo del Estado, de la
sociedad y de la economía españolas. Nosotros no queremos seguir por este camino. Habrá que
pedirle al país sacrificios para las obras públicas, pero hemos de saber, primero —y se le dirá al
Parlamento y el Parlamento lo acordará—, en qué se va a gastar el dinero, sobre qué industrias va a
repercutir el gasto oficial y la consignación del presupuesto, qué vigor podremos inyectar a través
de las obras públicas a las industrias más necesitadas, que todos sabemos cuáles son; qué utilidad
inmediata o distante pueden reportar los trabajos que se emprendan. no estamos dispuestos a que el
dinero de las obras públicas se reparta en socorros. Socorros, no; trabajo de restauración de la
economía nacional, todo el que los recursos del Tesoro y del contribuyente permitan; pero convertir
las obras públicas en una mal disfrazada obra de beneficencia, creo que es contrario a todos los
intereses económicos y políticos del país. (Muy bien.)
Todo esto tiene un límite. Es muy fácil, señores, decir: “Háganse obras públicas”, y con una
varita mágica, de una roca arrancar un torrente de oro o de papel que pretende representarlo; pero
hay que pensar en la totalidad de la situación financiera y económica de España, ha que pensar en
eso, pero pensar, no por gusto ni por deporte, sino para atenerse al resultado de nuestros
pensamientos. Cualquier imprudente lanzaría ahora al país por una cuesta abajo de inflación que
produciría una mayor circulación inmediata, un bienestar relativo, con la catástrofe a fecha fija.
Nosotros no podemos ni debemos empujar al país a una catástrofe conocida, ni podemos tampoco
mantener el engaño a la gente humilde, haciéndole creer que con una política de este tipo sería
mejor su situación o se enriquecería, si lo que ele diéramos con una mano se lo quitábamos con la
otra a consecuencia de los efectos de la inflación. Hay que andar en esto con mucha prudencia, y el
Gobierno no dará un paso ni saber dónde pone el pie. (Aprobación.)
El capítulo inmediato de nuestras reformas, que no lo sitúo en el tiempo, sino en la
exposición, que simultáneamente vendrá al Parlamento, es la política agraria. En este particular creo
poder decir desde ahora que no hay un solo número del programa electoral del Frente Popular que
no esté ya articulado en un proyecto del ley. Tendréis aquí, dentro de dos o tres días, el proyecto de
ley derogando la contrarreforma agraria del año 1935; el proyecto de rescate y readquisición de
bienes comunales, rescate de los que hayan sido usurpados y readquisición de los que convenga
introducir nuevamente en el patrimonio comunal; otra ley rectificando o revisando los desahucios
que se han decretado en aplicación de la ley de Arrendamientos vigente; una nueva ley de
Arrendamientos, que esta mañana no más tarde ha sido examinada por el Consejo de Ministros y
está pendiente de los últimos toques de su redacción; unas nuevas bases de ley Agraria; otra ley
permitiendo la consolidación de la propiedad de los arrendatarios, y una ley, que vendrá más tarde,
en que se toman ciertas disposiciones con tierras procedentes de donaciones y mercedes de la
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Corona y que pondrán a disposición de la Reforma agraria la masa de tierras que el Estado español
necesita para hacer estas reformas sin sacrificarse hasta derramas la última gota de sangre de sus
venas. (Muy bien.)
Quedará para después la organización del crédito agrícola, la instalación del Banco Agrícola,
sin lo cual todo lo que se pueda decir y hacer en este sentido carecería de base económica para su
desarrollo en lo por venir. Son un grupo de seis leyes —me parece que son seis—, que abarcan
punto por punto todas las comprendidas en el programa electoral. De paso, y mientras el Parlamento
podía funcionar, el Gobierno ha atacado este problema, dentro de los estrechos límites que nos
concede la vigente ley Agraria, en las provincias donde era más urgente y necesaria nuestra
intervención. A estas horas se ha dado tierra en las provincias extremeñas a 70.000 pequeños
labradores, a 70.000 yunteros; dentro de unos meses, cuando lo necesiten, se les dará dinero y más
adelante, gobernando esta mayoría, su situación será considerada para que el problema de los
yunteros no se vuelva a presentar más. Y hemos acelerado también la otra política de asentamientos,
que es, hoy por hoy, todo lo que podemos hacer, dotándoles de tierra y de los fondos necesarios para
la explotación. El Gobierno os presentará un día, una vez aprobadas estas leyes agrarias, la fórmula
de crédito indispensable para dar efectividad, no en el papel, a toda la reforma agraria que tenemos
en curso.
Restableceremos toda la legislación social de las Cortes Constituyentes. Por de pronto se
derogarán las derogaciones hechas por el Parlamento anterior; tiempo habrá después de mejorar y
completar aquella legislación. Se montarán las instituciones complementarias de la defensa y
protección del trabajo, y refiriéndome de una manera concreta al problema de los salarios, sin que
nosotros, por las razones que antes he dicho, tengamos la intención ni los medios de hacer una
política de exaltación desatinada de los salarios, es preciso reconocer, Sres. Diputados, que en no
pocas industrias o clases de trabajo y en no pocas regiones españolas el salario ha caído mucho más
bajo que el nivel corriente de la vida española, con ser tan humilde, y esto no se puede consentir;
humillación y derrumbamiento del salario que no han sido debidos a causas económicas, delante de
las cuales a veces hay que doblar la cerviz, sino a acción política (Muy bien.), a desquites y
despropósitos políticos, despropósitos políticos que, aunque yo repito una vez más que no me han
constituido en consejero de nadie, no acabo de comprender cuál es el espíritu que domina a los que,
creyendo defender de esta manera sus intereses, no han hecho más que almacenar en el alma del
proletariado un espíritu de desquite que quisiera poder decir que no estaba justificado. Vamos a
crear en la ley el delito de envilecimiento doloso del salario, para que quien haga esta clase de
maniobras tenga que responder de ellas ante los Tribunales de Justicia, y reorganizaremos toda la
magistratura social en la forma que las Cortes, sobre las ponencias del Gobierno, estimen más
adecuada para secundar esta política. Además, hemos de traer como complemento de esta primera
etapa las leyes orgánicas que la Constitución pide, alguna de las cuales, ya vigentes, no nos parecen
buenas para el régimen local y provincial, y, naturalmente, hemos de traer también una ley orgánica
de reorganización de la Administración de Justicia. Todo esto constituye la base de trabajo de esta
primera etapa parlamentaria.
He dicho al principio que no iba a enumerar todos los artículos de nuestro programa; he
subrayado los que nos preocupan hoy, de momento, y sobre ésos es sobre los que recabaremos la
atención de las Cortes, para que, sin levantar mano —y vosotros sabéis que a nosotros no nos duele
permanecer en las Cortes indefinidamente—, el Parlamento se aplique a aprobar y a mejorar los
proyectos del Gobierno. Después traeremos otras cosas.
Me será permitido decir aquí, como un inciso que no deja de tener interés en esta posición del
Gobierno, una palabra acerca de la situación de España con respecto a lo que ocurre en el mundo.
Señores, no podemos disimular que la política internacional en Europa atraviesa por una crisis
grave. Hemos de decir que el Gobierno, en este particular, se atiene a lo que es su trayectoria
política y a lo que son nuestras declaraciones en la oposición, aplicadas ya efectivamente desde el
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Gobierno. Nuestro país ha trabajado en la Sociedad de Naciones con la lealtad y el desinterés que
no nacen solamente de nuestro carácter, sino de nuestra posición en el mundo. Sin ambiciones que
nos cieguen, sin conflictos ni competencias de carácter internacional, nos ha sido permitido
mantener en la Sociedad de Naciones una posición de absoluto desinterés y de elevado concepto de
los propósitos de aquella organización. Nosotros permanecemos y queremos seguir permaneciendo
en ella. Y ame doy cuenta de que el papel y el voto de España no pueden ser decisivos en una
materia de esta magnitud; pero mientras la Sociedad de Naciones aliente y sea lo que sus
fundadores han querido que sea, España cooperará a la obra pacificadora de la Sociedad de
Naciones. Sin embargo, nosotros, que tenemos adquiridas obligaciones por pertenecer a la
Sociedad, tenemos entendido que estas obligaciones son recíprocas, y España cumplirá sus
obligaciones que nazcan del Pacto mientras los demás miembros de la Sociedad cumplan las suyas.
Trabajando en la Sociedad de Naciones por una política de pacificación o cooperando a los
esfuerzos bienintencionados por mantener la paz, que se hacen en Ginebra, España atiende a este fin
general y al suyo propio, que es, en último término, conservar su libertad de determinación, libertad
que nosotros tenemos que poner en franquía por una actividad diplomática lo bastante inteligente
para que no nos encontremos metidos donde no tenemos obligación de estar, ni en compromisos o
deberes que no nos incumba aceptar, y sólo podemos aceptar lo que, dentro del marco de la
Sociedad de Naciones —en cumplimiento recíproco e igual de lo que allí se convenga y convenga a
la paz en el mundo…, nosotros estemos obligados, por lealtad, a tomar sobre nosotros; otra cosa, de
ninguna manera. (Muy bien.)
Si se me permite ahora, Sres. Diputados, decir dos palabras más respecto de nuestra política
interior, añadiré algo que no puede enumerarse en un programa electoral ni un programa de
gobierno, pero que, a mi juicio, tiene cierto valor, porque expresa, más que las palabras y los textos
legales del porvenir, el ánimo, la disposición y la resolución del Gobierno al acometerlo. Nosotros,
desde el Gobierno republicano, queremos hacer y hacemos una política basada en el interés
nacional y, además, estamos obligados a darnos cuenta —y creo que nos damos cuenta— del
fenómeno social y político a que estamos asistiendo en nuestro país. Sobre estas dos bases
inexcusables tiene que fundarse nuestra política. Hemos de pensar bastante en nosotros mismos,
nosotros como españoles y pueblo español, obligación que siempre es valedera, pero hoy más que
nunca, dada la furiosa competencia que azota a todo el mundo. Me estará permitido recordar, Sres.
Diputados, sin melancolía, que, entre los despropósitos que se han desatado contra nosotros en los
años pasados, figuraba, como más señero, el de que nosotros somos la antipatria.
Nosotros somos la antipatria, y yo estoy seguro de que no arde en ningún alma con tanta
fuerza la pasión del bien público como en la nuestra, y ésa es la única justificación de nuestra
presencia en la política. Y cuando se está a la cabeza de un gran pueblo, como lo es España, aunque
sea débil; cuando se está a la cabeza de un gran pueblo cargado de rancios e indecibles sabores, el
alma más frívola se cubre de gravedad pensando en la fecundidad histórica de los aciertos y de los
errores. (Muy bien.) Yo, Sres. Diputados, no he sido nunca un frívolo, como no sea para los que
confunden la frivolidad con la falta de pedantería, y las gentes sin imaginación, que son la peste del
mundo, andan por ahí buscándonos semejanzas o diferencias con otros lugares de la Tierra. Las
gentes sin imaginación y sin don de la observación, porque yo estoy persuadido de la profunda
originalidad española; y como no se puede hablar ni escribir contra el genio del idioma, tampoco se
puede gobernar contra el genio propio de nuestro pueblo. Sería inútil intentarlo, sería un fracaso
intentarlo.
Lo que pasa, señores, es que a nuestros ojos, y con nombres nuevos laten otra vez los eternos
problemas que han agitado siempre a los hombres, empeñados en ennoblecer y en revalorizar su
vida; pero por debajo de los sistemas y de las doctrinas, y de los programas políticos, y de las
declaraciones de los Gobiernos, valederos para un año, para un siglo, este problema eterno,
humano, hoy español, es siempre el mismo. ¿Y cuál es el fenómeno a que nosotros estamos
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asistiendo? A mi juicio, y a juicio del Gobierno, el fenómeno a que asistimos hoy en España es el
acceso al Poder político de nuevas clases sociales, y este fenómeno, que lo localizamos en el
comienzo de este siglo, en el primer tercio de este siglo, para un observador reproduce, con
nombres nuevos y técnicas nuevas, contiendas y luchas que se remontan a lo más lejano de nuestra
historia. Se habla respecto de esta cuestión de factores económicos. Está muy bien: el peso del
factor económico en la estructura de un país y en sus contiendas políticas siempre ha existido, ha
existido desde antes de que los historiadores, los observadores de la vida social, lo dijesen; y si una
política, y una política como la nuestra, no puede existir ni exhibirse ante el Parlamento sin mostrar
las bases de su fondo y su contenido económico, porque no sería decoroso ni serio no hacerlo así,
ninguna política tampoco puede excusarse de exhibir sus títulos morales, quiero decir el manadero
profundo y vivo de nuestra emoción cívica, que es anterior al problema y al factor mismo
económico. Y nuestra emoción cívica, Sres. Diputados —si puedo hablar en nombre vuestro
(Asentimiento.)—, es española y democrática. Española, por la sangre, y democrática, porque
nosotros afirmamos el valor perpetuo del fondo humanístico de la civilización española. (Muy
bien.) Lo afirmamos así, porque para nosotros una sociedad no puede fundarse en el sacrificio cruel
de una gran masa en aras de una entelequia, para levantar pirámides que sirvan de sepulcro a un
semidiós, llámese rey o llámese Estado. Los reyes se justificaban ante Dios, pero el Estado
republicano —y por eso somos nosotros republicanos— tiene que justificarse todos los días delante
de sus contemporáneos. Estamos, pues, Sres. Diputados, como hombres, y como españoles, y como
demócratas, delante de este fenómeno histórico grandioso del acceso al Poder de clases sociales
españolas que hasta ahora estuvieron desprovistas de él, y desde los puntos de vista que acabo de
exponer, nuestro deber de políticos y de gobernantes es acercarnos a ese fenómeno con el propósito
de organizar de nuevo la democracia española, a la cual se le han caído de puro viejas las antiguas
jerarquías, y nosotros, Gobierno y partidos republicanos y partidos de la coalición, nos acercamos a
ese fenómeno por el que transcurre España con un criterio nivelador e igualitario en lo económico,
para liquidar los altibajos de la sociedad española, que son tan bruscos y tan violentos como los
contrastes de su paisaje natural, y nos acercamos con un criterio político altamente ennoblecedor de
la vida personal, porque no hemos perdido el juicio, ni el sentimiento humano, ni el respeto a la
civilización humana hasta el punto de querer sacrificar a entelequias a que antes aludía el valor
propio de la vida personal.
Lo que nosotros quisiéramos, Sres. Diputados, es que nuestra obra —la nuestra, hoy; la de
otros, mañana— transcurriese con todas las dificultades y fracasos que son inherentes a cualquier
política —cuando uno hace política desde aquí ya sabe que está llamado a fracasar—, que
transcurriese con estas dificultades y fracasos, pero qeu contribuyéramos lo suficiente para que se
desarraigara de entre nosotros la apelación cotidiana a la violencia física. Ya sé yo que estando
arraigada como está en el carácter español la violencia, no se puede proscribir por decreto; pero es
conforme a nuestros sentimientos más íntimos el desear que haya sonado la hora en que los
españoles dejen de fusilarse los unos a los otros. (Muy bien.) Nadie tome estas palabras por
apocamiento ni por exhalación de un ser pusilánime, que se cohíbe o se encoge delante de los
peligros que pueda correr el régimen que está encomendado a su defensa. No. Nosotros no hemos
venido a presidir una guerra civil; más bien hemos venido con la intención de evitarla; pero si
alguien la provoca, si alguien la mantiene, si alguien la costea en la forma en que en nuestro tiempo
puede sostenerse una guerra civil (Muy bien.), nuestro deber, Sres. Diputados, tranquila y
sonrientemente, estará siempre al lado del Estado republicano. (Muy bien. —Grandes aplausos.)
Quisiera que se entendiera así y que me entendieran a medias palabras, no sólo vosotros, Sres.
Diputados de la mayoría, no sólo toda la Cámara, sino todo el país. Señores Diputados, nunca he
tenido la pretensión de dar una lección a nadie, ni de enseñar tampoco a nadie; yo tengo que
aprenderlo todo; pero una sola cosa quisiera que se les pegase a los demás de mí: la calma, que es
también una fuerza política, y cuando veo que en toro de sucesos más o menos considerables, a
veces insignificantes, al propósito perturbador y alarmista de los que ls producen les ponen los más
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gubernamental— del Sr. Azaña, invadido mi espíritu por cierta perplejidad. En los primeros días de
sesión de este Parlamento, cuando sólo era Junta de Diputados, habíamos intentado unos cuantos
Diputados pertenecientes al Bloque Nacional plantear el problema, que entonces y hoy nos parecía
de primer plano, del orden público. Ello no fue factible. Se constituyó la Cámara, y al llegar el día
de hoy y no tener la seguridad de que este tema fuera abordado, decidimos presentar una
proposición a la Mesa; mas al formular el Sr. Presidente del Consejo de ministros la declaración que
todos le hemos oído, estimo yo que en torno a ella, recogiendo parte de lo que en ella se ha dicho, y
de lo que no se ha dicho bastantes cosas, me será lícito abordar de lleno y a fondo aquel problema,
que ha latido de una manera tácita, quisiéralo o no el Sr. Azaña, en todas sus palabras, y que de
todos modos, aunque así no fuese, está latiendo de una manera profunda y vigorosa en el
pensamiento de todos los españoles. Daría, creo yo, muestras esta Cámara de ser una cámara
neumática con aire enrarecido, pese a lo juvenil que ella es, si se abstrajese de tocar temas tan
trascendentes como los que se están ventilando en las calles de Madrid y de una porción de pueblos,
aldeas y villorrios españoles, en eso que el señor Azaña... (Un Sr. Diputado pronuncia palabras que
no se perciben. —Rumores.) Puesto que ha sonado la primera interrupción, voy a rogar los Sres.
Diputados de la izquierda que me guarden respeto; yo (no tengo necesidad de decirlo, porque entra
en mi temperamento) he de guardarlo también (Un Sr. Diputado: El que nos guardáis en la calle a
nosotros. — El Sr. Presidente reclama orden.) defendiendo con ardor mis ideas, que son antípodas
de las vuestras. Creo yo que no pretenderéis que disfracemos nuestro pensamiento, porque eso sería
el colmo de la bajeza. Y la bajeza no entra en nosotros, ni vosotros la podéis reclamar a nadie. Pido
respeto; yo lo guardaré también.
El Sr. Presidente del Consejo de Ministros, que ha hecho hoy una declaración ministerial,
formuló ante nosotros, en realidad, otra, a nuestro juicio más trascendente, el día 2 o 3 de abril; y
me ha de permitir que le diga que está formulando a partir del día 15 de febrero otras que, también a
mi juicio, son más elocuentes y superan en importancia a las dos verbales que hemos escuchado en
este hemiciclo.
No es frívolo el Sr. Azaña, nos lo ha dicho esta tarde; es ensayista, ensayista ciertamente
estimable; y yo no sé si el ensayismo tiene por base la interpretación frívola de lo que se considera
trascendente o, por el contrario, la representación trascendente de lo que es solamente una
frivolidad, porque es lo cierto que el señor Azaña, en una de sus últimas palabras del final de su
discurso, literariamente abundoso en periodo elocuentes y aun bellos, nos decía: “Soy la calma,
personifico la calma; el Gobierno no quiere presidir la guerra civil”. Señor Azaña, eso, dicho en la
Cámara (suponiendo que la Cámara se hubiera reunido para entonces) el día 10 de marzo o el 1 de
marzo, podía haber pasado en silencio y sin una protesta; pero hablar de calma, como característica
de gobierno, a las seis, siete u ocho semanas de actuación de los hombres que constituyen este
Gobierno, cuando la garantía de la vida es en la calle una cosa inexistente (Grandes rumores y
protestas.), cuando por todas partes se pasea la amenaza de la disolución social y se grita, como se
gritaba ayer por muchedumbres uniformadas: “¡Patria, no; Patria, no!”, cuando al grito de ¡viva
España! se contesta con vivas a Rusia y cuando se falta al honor del Ejército y se escarnecen todas
las esencias de la Patria (Fuertes y prolongados rumores y protestas.), cuando todo eso está
ocurriendo durante seis, siete u ocho semanas, yo me pregunto: ¿es posible tener calma? Envidio a
S.S., Sr. Azaña, por la muestra formidable de su temperamento frívolo. Protesto de esa calma, como
otros españoles que están viviendo en la inquietud y en la zozobra y que no saben si España existe o
ha muerto. (Un Sr. Diputado: Vosotros sois los empresarios de los pistoleros. —Otro Sr. Diputado:
Vosotros los pagáis.)
El Sr. PRESIDENTE: Ruego a los Sres. Diputados que no interrumpan.
El Sr. CALVO SOTELO: Señores Diputados, a partir del 16 de febrero dijérase que se ha
volcado sobre España un ventarrón de fuego y de furor. (La Sra. Nelken8: Y hasta el 16 de febrero
8 Margarita Nelken (1894-1968). Partido Socialista Obrero Español (PSOE).
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 18
¿qué? Que se lo pregunten a los de Carballín. ¡A ver lo que se volcó! ¡Siga, siga!) Yo no quiero
molestar a la Cámara con el detalle, con el pormenor de las ocurrencias habidas en este plazo de
tiempo, conocidas en el extranjero mejor que en España; pero, en fin, he de daros, en resumen, unas
cifras compendio en las que no va nada que implique matiz de apreciación, sino tan sólo una serie
de hechos globales que, numéricamente, se pueden traducir. Desde el 16 de febrero hasta el 2 de
abril —mis datos no alcanzan al periodo posterior— ha habido lo siguiente: asaltos y destrozos, en
centros políticos, 58 (Un Sr. Diputado: ¿Y desde el 6 de octubre?); en establecimientos públicos y
privados, 72; en domicilios particulares, 33; en iglesias, 36. (Un Sr. Diputado: Muy poco, cuando
no os han arrastrado a vosotros todavía.) Incendios, en centros políticos, 12; en establecimientos
públicos y privados, 45; en domicilios particulares, 15; en iglesias, 106, de las cuales 56 quedaron
completamente destrozadas; huelgas generales, 11; tiroteos, 39; agresiones, 65; atracos, 24; heridos,
345; muertos, 74. (La Sra. Ibárruri9: ¿Cuánto dinero habéis tenido que pagar a los asesinos? —La
Sra. Nelken: Vamos a traer aquí a todos los que han quedado inútiles en Asturias. —La Sra.
Ibárruri: Sería más cómodo arrastrar a los asesinos. —Varios Sres. Diputados pronuncian
palabras que no se perciben.)
El Sr. PRESIDENTE: ¡Orden, orden! Ruego a los Sres. Diputados que no interrumpan, que
dejen hablar al orador, que después será contestado.
El Sr. CALVO SOTELO: Eso pienso, y hago constar que mientras la presidencia me ampare
en mi derecho permaneceré impertérritamente en pie, dispuesto a decir todo lo que tengo que decir.
(Nuevas interrupciones: Todas las agresiones han partido de vosotros. —¡Qué cinismo!) Advierto
que las interrupciones que tengan carácter ofensivo, viniendo de algunas personas para mí no lo
serán. (La Sra. Ibárruri: Id a decir esas cosas en Asturias. —Continúan los rumores.)
Iba diciendo, Sr. Presidente, que con su venia entregaré a la Redacción del Diario de Sesiones
los datos cuya lectura omito para no prolongar mi intervención. (Rumores.) Y advierto que entre
esos episodios los hay tan horrendos, que los mismos que me interrumpen serían los primeros en
guardar silencio, porque no hay ninguna persona, no ya con figura, con alma, que quiere decir
figura humana, que ante ciertos episodios canallescos y horrendos, cualesquiera que sean sus
autores y sus víctimas, no sienta indignación. (Nuevas protestas.)
El Sr. Azaña se limitaba a calificar de tonterías el incendio de las iglesias. (Denegaciones. —
El Sr. Sánchez Albornoz10: Pero, cuándo lo ha dicho?) Nunca, Sr. Azaña, se puede calificar así el
incendio de un templo. (Rumores y protestas. —El Sr. Presidente reclama orden. —La Sra. Nelken:
Hay cosas que no se pueden oír con paciencia, ni con campanilla ni sin ella.)
Grandes son las pérdidas que ha experimentado el arte español, y yo supongo que al margen
de la religión el arte os interesará a todos. Con los incendios y saqueos, el arte español... (Rumores.
—Un Sr. Diputado: Vosotros sí que habéis dejado a las iglesias en cuadro. —El Sr. Álvarez
Angulo11: Sin un cuadro. —Risas.)
Esculturas de Salzillo, magníficos retablos de Juan de Juanes, lienzos de Tiziano, tallas
policromadas, obras que habían sido declaradas monumentos nacionales, como la iglesia de Santa
María, en Elche, han ardido en medio del abandono, cuando no con la protección cómplice de los
representantes de la autoridad pública. (Protestas. —Un Sr. Diputado: Los habían vendido ya los
arzobispos.) Todo esto ha producido consternación en el extranjero y, por supuesto, en España, y ha
contribuido a ciertos efectos económicos de que ahora voy a hablar, relacionándolos con palabras
del Sr. Azaña, en este aspecto del problema político. (Un Sr. Diputado: Los patriotas son los que se
llevan el dinero fuera. —La Sra. Nelken: Vamos a hablar del “straperlo”, que es lo patriótico. —
Siguen los rumores.)
Estas cosas, Sr. Azaña, han ocurrido bajo la égida de este Gobierno, siéndole imputable
íntegramente la responsabilidad, porque en su declaración del otro día el Sr. Azaña, después de
confesar que contaba con esto el Gobierno, que daba por supuesto que se habían de producir ciertos
estados coléricos en la muchedumbre, insinuaba como dos exculpaciones, o más bien atenuaciones:
una, la de que había tenido que recoger el Poder abandonado; y yo, en cierto modo, he de decir que
no le falta razón en el argumento, porque es lo cierto que el Sr. Portela 12 (Rumores.), que durante su
efímero mandato político derrochó una arrogancia casi frenética y desenfrenada, después, en el
primer momento, en el primer vagido de la adversidad, sólo pudo prodigar vacilaciones fugitivas y
decrépitas. Tiene razón en parte el Sr. Azaña en lo que se refiere a esa exculpación de las primeras
horas o de los primeros días de su gestión ministerial. Ahora bien; Sr. Azaña, los sucesos más graves
han ocurrido cuando su señoría llevaba ya al frente del Gobierno, no días, sino semanas; si fue el 19
de febrero cuando su señoría tomó posesión de la Presidencia y era ya el 13 de marzo cuando ardía,
a doscientos pasos del Ministerio de la Gobernación, la iglesia de San Luis. (Varios Sres.
Diputados: ¿Quién la quemó? —Un Sr. Diputado: El obispo de Alcalá. Rumores y protestas.)
El Sr. PRESIDENTE: ¡Orden, Sres. Diputados; dejen hablar al Sr. Calvo Sotelo!
El Sr. CALVO SOTELO: ¿Sabéis lo que ha ocurrido ayer y lo que está ocurriendo hoy en
Jerez? (Nuevas protestas. —El Sr. Presidente reclama orden.) Pues en Jerez, según parece, han
ardido esta noche varios conventos, un periódico y un centro político; en tanto la fuerza pública está
recluida porque el representante de la autoridad le prohíbe salir a la calle. (El Sr. Muñoz Martínez13:
Entérese bien S.S., no diga falsedades. Un Sr. Diputado: El cura de San Luis está procesado por
llevarse las alhajas. —Siguen los rumores.) Los edificios que han incendiado o intentado incendiar
en Jerez, Sr. Presidente del Consejo —los leeré para que S.S. tenga noticia detallada—, son:
convento de San Francisco, de Santo Domingo, de las Mínimas, de las Reparadoras, del periódico
“Guadalete” y de un centro de derechas. (Varios Sres. Diputados: ¡Para la falta que hacían! —El
Sr. Muñoz Martínez: ¿Y de dónde partieron los disparos que han producido los heridos sino del
interior de los conventos?)
El Sr. PRESIDENTE: Señor Muñoz, no interrumpa al Sr. Calvo Sotelo.
El Sr. MUÑOZ MARTÍNEZ: A las cuatro de la tarde de hoy han hecho disparos desde un
convento y han producido heridos. (Rumores y protestas.)
El Sr. CALVO SOTELO: Pero, ¿quién quema? Voy a emplear textos vuestros a ver si rendís
crédito a lo que dicen Diputados que se sientan en esos bancos o personas que comulgan con
vuestras ideas. ¿Quién quemó el periódico “La Nación”? (Nuevos rumores y protestas.) Lo dijo el
representante socialista Sr. Álvarez del Vayo14. (Se reproducen los rumores.)
El Sr. PRESIDENTE: Ruego a los Sres. Diputados que asistan a la Presidencia, que atiendan a
sus demandas y guarden calma. Cuando el señor Calvo Sotelo termine su discurso será debidamente
contestado; pero las interrupciones, que, por otra parte, son el arma parlamentaria más difícil de
esgrimir, muchas veces producen efectos contrarios a los que los Sres. Diputados se proponen con
ellas. Por eso suplico a todos los Sres. Diputados que asistan a la autoridad de la Presidencia y
guarden silencio.
El Sr. CALVO SOTELO: El Sr. Álvarez del Vayo, Diputado socialista, dijo en un mitin en
Barcelona, hace quince días, que los incendios producidos, así en “La Nación” como en las iglesias
de San Ignacio y de San Luis, eran debidos a que el pueblo de Madrid quería hacer una protesta ante
el ritmo lento con que el Gobierno desarrollaba el programa del Frente Popular. Y con palabras más
expresivas, tomadas íntegramente del discurso del sindicalista o comunista —no conozco
exactamente su filiación— Sr. Asín en el mitin celebrado en Cartagena el día 5 de este mes, se dice
12 Manuel Portela Valladares (1867-1952). Partido de Centro Democrático.
13 Manuel Muñoz Martínez (1888-1942). Izquierda Republicana.
14 Julio Álvarez del Vayo (1891-1975). PSOE.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 20
lo siguiente: “No debemos contentarnos con quemar una o mil iglesias. Eso es espectáculo que tiene
algo de fausto, algo deslumbrante, más o menos magnífico, pero que no tiene base sólida para
garantizar nuestro bienestar en el día de mañana. La única mantera de hacer efectiva nuestra
liberación económica es expropiando a la Deuda privada, al Banco de España, expropiando a todos
los que explotan y expolian al pueblo español”. (Aplausos y protestas. —El Sr. Presidente reclama
insistentemente orden.)
El segundo intento exculpatorio del Sr. Azaña se cifra en este conato de argumentación: no es
posible reaccionar frente a unas masas hambreadas durante dos años —creo que éstas fueron sus
palabras—, que se sienten vejadas y maltratadas, y el Gobierno —palabras textuales también—, por
piedad y misericordia, no reacciona. Luego, Sr. Azaña, había en ese conato de argumentación un
reconocimiento elocuente y valioso: el de que si el Gobierno hubiera querido habría podido cortar
aquellas reacciones de esa clase. (Muchos Sres. Diputados pronuncian palabras que no es posible
entender.) Yo, que reconozco que ante una reacción fulminante, explosiva, pero fugaz, habrá casos
en que el Poder público pueda y deba contemporizar, entiendo que es un concepto gravísimo del
Poder público admitir que tal contemporización se mantenga frente a una reacción de este tipo que
dura, no ya horas, ni siquiera días, sino semanas y hasta meses. (La Sra. Nelken: Y lo que durará.
—El señor Presidente reclama orden.) Que el Sr. Azaña tome nota de esas palabras por si, andando
el tiempo y conservándose en la Presidencia del Gobierno, al cabo de equis meses, se encuentra
antes masas que vuelvan a sentirse vejadas, inquietadas y hambreadas y quieran hacer aplicación
literal de la doctrina que nos explicaba hace unas horas.
¿Cuáles son los efectos de esa política de orden público, que yo calificaría más bien de
desorden público, por condescendencia o por inhibición de las autoridades del Estado? Se podrían
examinar en muchos aspectos: en el familiar, en el social, en el político, etc. Yo no los quiero
considerar fundamentalmente más que en uno, en el que ha merecido la máxima atención de parte
del Jefe del Gobierno. Esto, en cierto modo, se justifica, puesto que en la mayoría gubernamental
constituye una parte importante el núcleo marxista, calificado por su interpretación materialista de
la Historia, de la política y de la vida.
Esos efectos son, en primer término, una penosísima pesadumbre en el concepto mundial,
acerca de lo que pueda sobrevenir en la vida pública española. No he de molestar vuestra atención
con la lectura del fárrago de textos periodísticos que podría traer en apoyo de mis palabras, porque,
además, no quiero obtener vuestra repulsa hacia ellos, diciendo que son periódicos de derecha o
conservadores; pero no más tarde de anteayer me he encontrado con uno que merece los honores de
ser repetido, porque no es de un periódico de derechas: es de “L'Ère Nouvelle”, el periódico en que
colabora Herriot más asiduamente y que es órgano de la “entente” de izquierdas francesas. El juicio
de este periódico, quieran o no el Sr. Azaña y los partidos republicanos de la mayoría, tiene un valor
que no tendría el de otros periódicos de distinta significación. “Desde el día 1º de marzo, en todo el
país —se refiere a España— reina el desorden. ¿Y qué desorden? En casi todos los grandes centros
los elementos de extrema izquierda han emprendido una campaña de violencias que toda
democracia debe condenar”. (Varios Sres. Diputados pronuncian palabras que no es posible
entender. —El Sr. Presidente reclama orden.) “Es singularmente paradójico reprochar a los
regímenes de dictadura el uso de la fuerza y proceder exactamente como ellos cuando la ocasión se
presenta. Nadie ignora que los atentados se suceden en ciertas ciudades desde hace un mes. Y se
conocen al detalle, a pesar de la censura de Madrid, los odiosos actos cometidos contra muchas
Sociedades representativas de doctrinas opuestas a las del nuevo régimen... Estos mismos excesos
prueban que el Gobierno de Madrid está siendo desbordado por sus aliados de extrema izquierda. Y
todos los demócratas que, entre nosotros, han aplaudido el nacimiento de la República española y
sus primeros esfuerzos, se inquietan hoy al verla deslizarse en una pendiente tan peligrosa. El
peligro para una democracia no está solamente en los partidos de la reacción. Aquel que constituyen
los partidos revolucionarios no es menos grave para ella. Habiendo dado jaque a uno, España parece
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 21
incapaz de reaccionar contra el otro.” (El Sr. Suárez Picallo15: Un patriota español no debe citar
nunca un texto extranjero en contra de su país. —Rumores y protestas. —El señor Presidente
reclama orden.)
Y ¿cuáles son los efectos que esto ha producido y tiene que producir, fatalmente en el orden
económico? A la ligera, porque tampoco es hora ni ocasión de penetrar en el detalle íntimo de cada
uno de estos problemas, permitidme que yo enumere tres o cuatro principales consecuencias:
Primera, el valor de la fortuna mobiliaria española, representado por los títulos de la Deuda, las
acciones y obligaciones, y computado en función de las cotizaciones de la Bolsa de Madrid, que es
señera a estos efectos, con relación a los principales títulos de cada uno de esos grupos, ha
descendido desde el día 14 de febrero hasta el día 11 de abril; que me parece fue el último de sesión
hábil de Bolsa, en 1.936 millones de pesetas (Rumores), merma neta que significa pérdida, porque
nadie se aprovecha de esa disminución de una cifra tan formidable de fortuna que, utilizada a los
efectos del crédito, podría haber servido de gran cosa al desarrollo económico nacional. (Rumores y
protestas. —El Sr. Presidente reclama orden.)
Segundo efecto: aumento de la circulación fiduciaria. Aludía a ello el Sr. Azaña con palabra
prudente: “Hay que evitar la inflación —eran las suyas— y nosotros no desarrollaremos una política
que la pueda provocar”. Indudablemente será sana esa política, porque la inflación ya se sabe cuáles
son sus efectos, mortales para toda economía, pero especialmente para las clases media y
menesterosa. Pues bien; la circulación, que era al comienzo del año de 4.700 millones,
aproximadamente, y antes de las elecciones apenas había pasado de los 4.850 millones, en los
balances del Banco de España, de 4 de abril, suma ya 5.330 millones.
Tercer efecto: la cotización de la peseta. La cotización de la peseta ha sufrido una
depreciación del 12 al 15 por 100, a partir del 16 de febrero, no por causas intrínsecas de orden
económico —que todas son las mismas que antes—, sino por causas políticas de orden psicológico,
que son las que de manera más eficaz y directa presiden la cotización de la moneda... (Grandes
rumores.) El cambio oficial de la peseta antes del 14 de febrero era, con relación al franco francés,
de 2 francos, 2,04 o 2,05, y la peseta en billetes legalizados —porque los otros sólo se cotizan en las
Bolsas negras— se ha hecho, en los primeros días del mes de abril, en París, a 1, 1,70, 1,73 y 1,74,
con pérdida del 12 al 14 por 100.
Cuarto efecto: la contracción del turismo. En momentos como éstos, en que uno de los países
más privilegiados en materia de turismo, Italia, tenía cerrada esa fuente por las razones de política
internacional que todos conocéis, España estaba llamada a haber cosechado frutos opíparos por la
gran avalancha de turistas que en nuestras fiestas de primavera estaban dispuestos a venir a nuestro
país. (Grandes rumores.) La contracción del turismo ha producido el resultado (Fuertes rumores.)
de que la mayor parte de esos turistas hayan abandonado su propósito (Continúan los rumores. —El
Sr. Presidente reclama orden.) y únicamente hayan llegado a España unos cuantos turistas ingleses,
mientras millares y millares de turistas de otros países, dispuestos a venir, se han quedado en sus
países respectivos. (Continúan los rumores.) De todo esto sabe más que yo el Sr. Ministro de
Estado16. (Rumores.) Porque es que si no vamos a apreciar estos fenómenos internacionales y nos
vamos a entregar a esa ignorancia supina que desea, por lo visto, aquel Diputado que me censuraba
porque leo alguna cosa extranjera, entonces decidlo así (Risas.), pero no habléis de Rusia. El Sr.
Ministro de Estado sabe que el Instituto... (Fuertes rumores. El Sr. Presidente agita la campanilla
reclamando orden.); el Sr. Ministro de Estado sabe que el Instituto de Derecho Internacional, que
(Fuertes rumores y protestas. —El Sr. Presidente reclama orden.) en octubre de 1934 había de
celebrar en Madrid una de sus reuniones periódicas, tuvo que suspenderla... (Continúan los rumores
y protestas.)
El Sr. PRESIDENTE: La Presidencia vuelve a rogar a los Sres. Diputados que dejen hablar al
Sr. Calvo Sotelo.
El Sr. CALVO SOTELO: No tengo prisa, señor Presidente. Cuando me dejen hablar,
continuaré. (La Sra. Nelken: Es mucha dictadura y mucho recuerdo del “straperlo”. —El Sr.
Fuentes Pila17: ¡Bien que se aprovechó S.S. de la Dictadura" —La Sra. Nelken: ¿Yo? —El Sr.
Fuentes Pila: Sí. ¿Quiere S.S. que se lo diga? —La Sra. Nelken pronuncia palabras que no se
perciben.)
El Sr. PRESIDENTE: ¡Orden, Sres. Diputados! Los diálogos, en esa forma, no son
parlamentarios. Continúe el Sr. Calvo Sotelo.
El Sr. CALVO SOTELO: Decía que el Instituto de Derecho Internacional, que ya en octubre
del 34, por las circunstancias de política interior que todos recordáis, tuvo que suspender la reunión
periódica anunciada para el citado mes de aquel año en Madrid, ahora, en abril, debía haber
celebrado aquella sesión, con asistencia de prestigiosas personalidades de la ciencia jurídica
internacional, y, si no estoy mal informado, se realizaron gestiones oficiosas, plausibles además,
cerca de nuestros representantes diplomáticos en Ginebra, y no sé si en algunas otras poblaciones,
asegurando a los miembros de ese alto organismo que podían venir a España con toda tranquilidad.
He podido ver el telegrama en que los dirigentes de ese organismo contestaban que, en atención a
las circunstancias de desorden imperantes en España, suspendían la reunión. Luego tiene alguna
importancia en el orden internacional que se desarrolle una política de calma, de calma frívola,
como el Sr. Azaña defendía hace unos minutos, frente... (Rumores y protestas impiden oír al
orador.) Tiene una importancia evidente. ¿Quién lo duda? ¿Quién lo puede dudar? Como que el
problema de orden público, que, resuelto es un problema subalterno, cuando está sin resolver es un
problema primario. No digo que sea el más trascendental o substantivo; pero sí el primero,
cronológicamente. Si un Estado no sabe garantizar el orden, la paz, los derechos de todos sus
ciudadanos... ¡que dimitan los representantes de ese Estado! (Fuertes rumores y protestas.)
A la hora de ahora, en Europa, ningún pueblo tiene que preocuparse del mantenimiento del
orden público con la acuciosidad con que ha de hacerlo el Estado español. Por eso, los Estados de
todos esos pueblos —los de dictadura, como de Parlamento democrático; los corporativos, como los
no corporativos; los totalitarios, como los no totalitarios— consagran sus actividades a la resolución
de los demás problemas: los jurídicos, económicos, sociales y financieros. Y aquí, ¿qué importa que
hagáis el programa de orden económico-social, si os falta lo de más importancia, la premisa, la
primera piedra, que es la posibilidad de trabajar? (Aplausos en la derecha. —La señora Neklen: Se
pueden hacer campos de concentración, para dar gusto, como en Alemania e Italia.) Porque en
España —y entro así en una zona mucho más importante que esta otra, por la que apenas he podido
transitar a causa de las interrupciones tan vehementes como tenaces de esos señores de la izquierda
—, porque en España, digo, no sabemos hasta qué punto puede ser garantía del orden social el
Gobierno del Frente Popular. Hay que distinguir el Frente Popular-coalición electoral, del Frente
Popular-Gobierno. Como coalición electoral, a mí no me duelen prendas, y en aras de una nobleza
que me parece inexcusable en los diálogos más apasionados, he de decir que el Sr. Azaña prestó,
quizás, un servicio a España, porque en un cuerpo electoral de mayoría marxista ha obtenido una
representación mayoritaria republicana. ¡Ah! Pero el Gobierno del Frente Popular es cosa muy
distinta del Frente Popular como coalición electoral. De esto es de lo que hay que hablar.
(Rumores.) ¿Hasta qué punto el Frente Popular puede ser, quiere ser, debe ser garantía del orden
social? Fijaos bien que he hablado de orden social; no quiero ya hablar de orden público. El orden
social es una categoría superior al orden público; el orden público es la paz en la calle, y el orden
social es la subsistencia de un conjunto de principios y de instituciones que constituyen la base del
sistema social vigente en España, que se llama orden burgués. (Fuertes rumores. —Un Sr.
Diputado: No hay orden social con hambre.) Rechazad el vocablo “burgués”, si queréis, pero ahí
17 Santiago Fuentes Pila (1893-1969). Renovación Española.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 23
estáis vosotros como representantes de la burguesía. (El señor Presidente del Consejo de Ministros:
Aquí estamos en representación de nuestros electores.) Pero vuestros electores, Sr. Azaña, han dado
su confianza a un programa que es la afirmación de la esencia burguesa (Rumores. —Un Sr.
Diputado: Y la exigencia de responsabilidades.), y os lo voy a demostrar con la lectura de vuestro
propio programa.
La burguesía —lo dije, creo, a consecuencia de una interrupción, la noche que defendí el acta
de Orense—, la burguesía no es la plutocracia ni el capitalismo. Todo capitalista es un burgués, pero
no todo burgués es capitalista; se puede ser burgués y anticapitalista, y cuando hablamos de la
burguesía expresamos un sentido de libertad civil, de solidaridad social, de iniciativa individual en
la superclase o en la negación de la clase, en la negación de fronteras cerradas para entrar o salir,
que es todo lo contrario del concepto de clase marxista, y, en último término, fundado, como
cimiento económico, en un principio de propiedad privada, en acto o en potencia, como meta u
origen que no tiene que ver nada con las deformaciones que suponga la plutocracia o el capitalismo
financiero, contra el que tantas páginas hemos escrito muchos que merecemos indudablemente, un
respeto científico (Fuertes rumores y protestas.), puesto que sabemos producirnos dentro del que
llamáis ambiente corrompido (Continúan los rumores.) de la burguesía en un sentido espiritualista y
universal. Pues bien; el programa del Frente Popular contiene afirmaciones como éstas:
Una, “Estamos dispuestos a mantener el principio de autoridad en todo su vigor”; otra, “La
República que conciben los partidos republicanos no es una República dirigida por motivos sociales
o económicos de clase, sino un régimen de libertades democráticas impulsadas por motivos de
interés público y de progreso social”. Ésta es la definición de la burguesía en su modalidad
democrática; en este sentido yo digo que el Gobierno tiene el deber de defender el orden social
burgués, y digo que puede defenderlo, si quiere, porque le sobran resortes.
Lo que he de plantear aquí ante vosotros, y aunque os moleste la intervención mía, porque ya
la realizo, no pensando sólo en vosotros, sino también en el país para que sepa cómo pensamos
todos (Fuertes rumores), he de decir que el Gobierno, que puede y debe mantener el orden social,
me temo mucho que no lo quiera mantener, a juzgar por los hechos que voy a examinar
objetivamente con toda frialdad. (El Sr. Ansó18: ¿A quién brinda S.S. ese toro, Sr. Calvo?) No
entiendo de metáforas taurinas, ni me atrevería yo, antiparlamentario, a establecer un símil entre
esto y el ruedo taurino, Sr. Ansó.
Me fundo en estas consideraciones: primera, que el sistema del Frente Popular es un santo y
seña soviético, es una consigna soviética. (Risas y protestas.) En agosto de 1935 la formuló
Dimitrof en el Congreso celebrado en Moscú y en términos bien claros diciendo: “Hace ya quince
años que Lenin confesó que no se podía intentar en una jornada la revolución comunista, que había
que pensar en fórmulas transitorias”. Pues bien —agregaba, sin pensar, naturalmente, en España,
sino en términos generales, pensando en todos los países—; el Frente Popular es una fórmula
transitoria magnífica, y los comunistas, en tanto en cuanto los Gobiernos del Frente Popular den
libertad a su actuación, deben sostenerlos. Lo cierto es que el Frente Popular no ha cuajado más que
en Francia y en España; no ha cuajado en ninguno de los otros países europeos (Rumores y
protestas.) hasta ahora, a pesar de que en ellos existen potentísimos partidos socialistas que han roto
sus relaciones con el comunismo, negándole el paso al Frente Popular. (Un Sr. Diputado: Aquí no lo
rompemos.) Haced lo que queráis; a mí no me importa eso.
El Frente Popular español y el Frente Popular francés son ya una excepción en la política
europea contemporánea; pero esta excepción se agrava en cuanto a España, porque no hay exacta
paridad entre uno y otro. Porque el comunismo francés es, proporcionalmente, menor que en
España; porque el partido socialista francés está integrado en la II internacional, es evolutivo y no
revolucionario ni partidario de la acción directa; porque el partido radical francés tiene una solidez,
unas bases y un arraigo que, naturalmente, no pueden ostentar partidos republicanos como éstos de
reciente cuño, y porque incluso en la contextura social y económica francesa se produce una clase
media potentísima que apenas existe en España. Por todos estos motivos, el Frente Popular francés
es mucho menos peligroso que el Frente Popular español. El Frente Popular francés parece, por
todos los síntomas, que va a obtener un triunfo; pero el país francés sabe que ni Daladier, ni Sarraut,
ni Herriot, ni ninguno de esos políticos que pueden asumir la jefatura del Gobierno francés abrirán
paso al comunismo; y esto es lo que no sabe España del Sr. Azaña, porque aunque el Sr. Azaña sea
anticomunista, todavía no ha exhibido garantías plenas de que habrá de cerrar el paso a los intentos
comunistas, cualesquiera que sean los métodos por los que estos intentos hayan de llevarse a efecto.
(Fuertes rumores y protestas.)
Hay otro hecho, que es la bolchevización progresiva del partido socialista español, que
también hay que traer aquí, aunque os moleste (Rumores y denegaciones.), si bien no debiera
molestaros que haya quien estudie vuestros documentos y programa y, en último término, que os
preste un poco de publicidad al aportarlo aquí para su discusión. Tres documentos debemos tener a
la vista: el proyecto del programa para el partido proletario único, que acaba de publicar el partido
comunista; el programa que sirvió a la revolución de octubre del 34, y el anteproyecto de nuevo
programa del partido socialista, redactado por la Agrupación socialista madrileña y que,
indudablemente, refleja el sentir de los que constituyen la parte mayoritaria de ese partido. A la vista
de estos tres documentos es bien lícito afirmar la bolchevización progresiva del partido socialista
español y, por ende, la imposibilidad de que, en contacto esos elementos con vosotros, el Gobierno
del Frente Popular sea una garantía firme contra los avances del comunismo, que son visibles.
Yo no tengo tiempo para entrar en los detalles, pero, desde el punto de vista que examino sí
quiero hacer alusión a tres puntos concretos: uno, el del derecho a las autonomías regionales; otro,
el de la socialización de la industria privada, y otro, el de la Deuda pública. Aún hay que aludir a un
cuarto extremo, relativo al Ejército. Respecto al derecho a las autonomías regionales, coincidiendo
los dos documentos últimos, se afirma como postulado la liberación de Galicia, Vasconia y
Cataluña, reconociéndoles el derecho de autodeterminación de los pueblos, aunque quieran llegar a
la independencia total de España. (Rumores. —Varios Sres. Diputados interrumpen.) En cuanto a
los socialistas, aun cuando yo no vivía en España, tengo en la memoria la idea de que el Sr. Largo
Caballero19, siendo Ministro de Trabajo y votándose el proyecto de Estatuto catalán, se opuso
fervientemente a que se traspasase la facultad de legislación social a la Generalidad de Cataluña. La
rectificación se comprende, porque es consigna de Rusia, pero consigna fatal. (Fuertes rumores.) Se
proclama el derecho a la autodeterminación de los pueblos porque es un medio expresivo de romper
las unidades políticas; pero, ¿acepta Rusia esa doctrina? (Afirmaciones.) ¡Qué ha de aceptarla! A
pesar de toda la literatura difundida, es lo cierto que ni en Ucrania, ni en los países del Cáucaso rige.
(Protestas.)
El Sr. PRESIDENTE: Olvida S.S. que estamos discutiendo el programa del Frente Popular y
del Gobierno y no el del partido socialista español.
El Sr. CALVO SOTELO: Pero es que tiene estrecha relación una cosa con otra porque el
partido socialista forma parte de la mayoría ministerial.
El Sr. PRESIDENTE: El Gobierno ha expuesto un programa y a él hay que atenerse en la
discusión.
El Sr. CALVO SOTELO: Pero hay en estos programas una indicación de orden táctico que
tiene más importancia que todas las relativas a lo dogmático, a saber: que estos partidos quieren (lo
ha dicho sobre todo el Sr. Largo Caballero, sus órganos periodísticos, el anteproyecto de la
Agrupación socialista) la conquista del Poder para el proletariado por todos los medios que sean
posibles. (Afirmaciones y rumores.) Esta afirmación me da el derecho de traer aquí a examen el
19 Francisco Largo Caballero (1869-1946). PSOE.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 25
programa, porque si se dijera que ese programa se iba a llevar a cabo única y exclusivamente por las
vías evolutivas del sufragio, claro que no sería momento de discutirlo aquí, pero como se afirma
“grosso modo” la licitud de todos los medios para implantarlo, tengo perfectísimo derecho a
considerarlo ensamblado con la política general del Gobierno. (Grandes rumores. —La presidencia
reclama orden.)
En el segundo punto, la socialización de la industria, no quiero más que rapidísimamente
hacer notar el cambio incomprensible de la doctrina. No he de compararla con afirmaciones de
algún miembro dignificado de esa minoría como el Sr. Prieto20, que no más tarde que el año 34
decía que sería una verdadera desgracia y una tragedia el adueñamiento del Poder íntegramente por
la clase proletaria, pero sí quiero compararlo con un documento próximo, a saber: el programa que
os sirvió para la revolución de octubre, como lo he leído en “El Liberal” de Bilbao. ¿Qué se decía
de la socialización de la industria? Pues vale la pena, porque son cuatro renglones, de que lo diga
con las palabras textuales. Respecto a la socialización de la industria se decía esto: “No siendo
conveniente realizar de momento en la mayor parte de las industrias españolas modificaciones
esencialmente socializadoras, que ofrecerían por su complejidad los peligros de un fracaso, ante las
circunstancias de debilidad incipiente de nuestra industria, el programa en este aspecto será por
ahora limitado a una serie de medidas encaminadas al mejoramiento moral y material de los
trabajadores”.
Se recogía la incipiencia de la industria española y por ende la imposibilidad de socializarla: y
esto no es una opinión particular, sino el programa de la revolución de octubre del 34. Pero ahora se
afirma la socialización íntegra de la industria española. Como no es momento para entrar en el
fondo del problema, cuando algún señor comunista o socialista comunizado (Risas.) quiera
demostrarnos cómo es posible esa socialización íntegra de la industria española, discutiremos de
todo, pensando en España. (Un señor Diputado: Lo haremos sin discutirlo. —El señor Ansó:
Repare S.S. en lo congruente que es todo eso con el discurso del Presidente.) El programa del
Gobierno tiene una vinculación directa con el problema de orden público, que es el orden social y
depende de la actitud de esas fuerzas. Pues qué ¿no es desorden social querer conquistar el Poder
por todos los medios posibles y anunciar la abolición de la Deuda pública? ¿Cómo cohonesta su
señoría, Sr. Ministro de Hacienda21, que acaba de realizar con éxito dos operaciones modestas de
Deuda y que tendrá que realizar otras, su presencia ahí con el amparo de una fuerza que dice que
cuando pueda y por los medios que sea va a la abolición de toda la Deuda? Por lo que respecta al
Ejército, ¿cómo no he de hablar del Ejército? Ya lo creo que voy a hablar del Ejército, empleando
muy pocas palabras de mi cosecha propia y las más de la vuestra. ¿Qué piden esos programas
respecto del Ejército? El de la revolución de octubre, la disolución del ejército, con su
reorganización inmediata a base de reducir contingentes y eliminar a los generales, jefes y oficiales.
El anteproyecto socialista pide la supresión del Ejército permanente y el armamento general
del pueblo. (El Sr. Álvarez Angulo: Hace cincuenta años lo pedía ya.) Pero hace cincuenta años no
era un partido gubernamental como ahora, era un partido de oposición; ésa es la diferencia.
(Rumores y diálogos que corta la Presidencia.)
El programa del partido comunista pide “la liberación inmediata de Marruecos, la disolución
del Ejército, Guardia Civil y Asalto; la liquidación de generales, jefes y oficiales; la elección de los
comandantes por los soldados, etc.”
¿Cómo se interpreta esto? Lo ha interpretado hace seis días el Sr. Largo Caballero —sigo
refiriéndome a palabras vuestras— cuando al final de su discurso en el Cine Europa, de Madrid,
dijo que para “terminar con la amenaza —no sé qué clase de amenazas, de conminaciones o de
confabulaciones— para llegar a eso, hace falta que se purifiquen todos los mandos del Ejército e ir a
una organización tal que si es preciso para garantía de la República que los generales vayan a ser
cabos y los cabos generales, se vaya”.
Bien, ésa es vuestra teoría, explicada por el representante más autorizado del socialismo
español. Pues ahora voy yo al tema político planteado por el Sr. Azaña. Forman parte de la mayoría
esas fuerzas: esas fuerzas apoyan al Gobierno, le señalan rumbos, le formulan exigencias. (El Sr.
Presidente del Consejo de Ministros: No.) Perdone S.S. Tengo aquí el texto de un Diputado
socialista... (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Tendrá S.S. todos los textos que quiera;
pero a mí nadie me señala un rumbo ni me formula una exigencia.) Yo me remito al texto de ese
Diputado socialista, el Sr. Zabalza22, que en Salamanca manifestó que la amnistía se había logrado
por el anuncio de la huelga general. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Es inexacto.) Pues
el Sr. Zabalza rectificará. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: No me interesa.)
El problema político es éste: esas fuerzas —lo dicen con claridad y hay que agradecérselo—
van a la instauración en la forma política de una dictadura del proletariado. (Rumores.) Esas fuerzas,
lo decía el Sr. Largo Caballero en su penúltimo discurso, “esperan el momento decisivo, que no
tardará en llegar, que se aproxima a pasos de gigante, y que nosotros señalaremos”. (Un Sr.
Diputado: Antes que S.S. sea Ministro. —El Sr. Comín23: ¿Quién sabe? —Grandes rumores.)
El Sr. PRESIDENTE: ¡Orden, Sr. Comín!
El Sr. CALVO SOTELO: “Cuando llegue ese momento, que nosotros señalaremos, la clase
trabajadora habrá de conquistar el Poder por los medios a que tiene derecho pacíficamente, y si es
preciso por las circunstancias especiales, saltaremos por encima de todos los obstáculos”.
(Rumores.)
Pero no formaban parte de una mayoría gubernamental. Éste es un hecho político nuevo que
es necesario escudriñar y esclarecer en todos sus aspectos y con todos sus alcances. (Siguen los
rumores y las interrupciones. —El Sr. Presidente reclama orden insistentemente.)
Señor Azaña, no se puede jugar con la Historia. (Risas y rumores.) Su señoría, que la conoce y
la estudia, sabe que la Historia sirve —si sirve para algo, que yo creo que sí— para dar lecciones y
señalar ejemplos. (Rumores.) Y yo le digo a su señoría que ha llegado a la cúspide del Poder en esta
segunda fase de la República en momentos culminantes, en que las fuerzas proletarias españolas, de
gran tensión en su actual espíritu, de gran cohesión en su disciplina y de gran volumen en su
cuantía, se disponen, según frase de un Diputado proletario que creo que tiene asiento aquí, a
completar la revolución iniciada en octubre del 34, dando el segundo paso revolucionario, que es la
instauración del comunismo. (Rumores. —El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: La
instauración del comunismo, Sr. Calvo Sotelo, sería fatal para S.S. y para mí.) Evidentemente; sólo
que yo lo percibo, y me parece que S.S. no se da cuenta del peligro. (El Sr. Presidente del Consejo
de Ministros: ¡Yo, no; yo soy un inconsciente! —Risas y rumores.) Su señoría, al decir que sería
fatal para S.S. y para mí, ha dicho una gran verdad; pero S.S. no se acomoda a esta gran verdad, y,
sobre todo, aunque sea fatal para S.S. y para mí desde luego, porque yo tengo el honor de figurar en
las listas negras (Grandes rumores.), lo más grave es que resultaría fatal para España; y yo, que no
tengo derecho a preocuparme de la vida de S.S. ni de la mía, tengo la obligación de pensar en la de
España. Yo le pregunto a S.S.: ¿Cree S.S. que está desarrollando la política defensiva y preventiva
precisa para evitar un conato de comunización española? ¿Lo cree S.S.? Porque S.S. tiene medios,
como todo Poder, evidentemente firmes y fuertes, de carácter policíaco, y algunos se hacen
efectivos sobre este modesto Diputado, que no sabe a cuenta de qué merece esos honores casi de
predilección. Pero yo le pregunto al Gobierno: ¿es que actúa de la misma manera el Gobierno de la
República frente al peligro de tipo evidentemente bolchevique que se cierne sobre España? ¿Es que
S.S. sabe —¡claro que lo sabe!—; es que su señoría ha procurado evitar la introducción de
22 Ricardo Zabalza (1898-1940). PSOE.
23 Jesús Comín (1889-1939). Comunión Tradicionalista.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 27
armamento con destino a fines comunistas en España? ¿Es que S.S. no sabe que se están armando
grupos proletarios para dar el golpe el día que tengan los medios suficientes en su mano? ¿Es que
no sabe S.S. que se desarrolla en los cuarteles una política enorme de indisciplina? (Grandes y
prolongados rumores.) Aquí tengo un número de “El Soldado Rojo”, que ha llegado a mis manos,
en el que se dan nombres y apellidos de jefes y oficiales, señalándoles a la brutalidad de las gentes
comunistas. ¿Es que S.S. actúa con eficacia y con decisión en el mantenimiento de las esencias del
Estado, en lo que son comunes a S.S. y a nosotros? Porque el Estado, en un momento dado, en
cuanto sirve de baluarte al orden social en el que hemos nacido y queremos vivir, no es sólo de su
señoría, sino también nuestro, y en este sentido nosotros tenemos la obligación de velar por que se
defienda y ayudar a que se defienda. (Muy bien.)
Pues éste es todo el problema; porque la revolución se puede preparar con el armamento
material, pero también con el armamento moral y espiritual. Pues, ¿qué significa el ambiente de
indisciplina y subversión que se ha vivido en la mañana de ayer en unas cuantas poblaciones
españolas? (Rumores.) Al desfilar el Ejército, grupos cuya filiación política no cabe la menor duda,
puesto que ostentaban, con orgullo para ellos, los colores azul o rojo que les acreditan
inconfundiblemente... (Rumores.), profirieron gritos ofensivos contra el honor de los hombres que
desfilaban uniformados. (Rumores.) ¿No cree S.S., Sr. Azaña, que se está elaborando un ambiente
morbosamente contrario a la gran institución militar, que no es la institución de una forma de
gobierno, sino de la Patria misma, y el soporte del Estado que a todos nos interesa? (Aplausos y
rumores.)
Perdonad este discurso que ha sido cortado con frecuentísimas interrupciones, perdiendo con
ello mucho de la unidad de exposición que yo le hubiera querido dar; este discurso va a terminar
enseguida, pero concretando mi posición en términos bien escuetos y precisos, porque nosotros, Sr.
Azaña, miramos a Rusia, sí, ¿cómo no hemos de mirar a Rusia?, y a Hungría, y al resto del mundo,
pero ahora no estamos en Rusia ni en Hungría y miramos a nosotros, ¿cómo no?, y nos encontramos
ante 110 Diputados que quieren implantar el comunismo en España y que se llaman ministeriales,
que influyen en el seno del Gobierno. ¿Es que vamos a permanecer nosotros fríos e indiferentes
como si no mediasen intereses supremos? (Rumores.) Miramos a Rusia y a Hungría, leemos y
repasamos las páginas de su historia reciente, y como sabemos que aquello fue una tragedia, corta
para Hungría, permanente todavía para Rusia, queremos que esa tragedia se evite en España y
decimos al Gobierno que a él le incumbe esta misión y que para cumplirla no le faltarán ciertamente
ni los votos ni la opinión de los que aquí estamos. (Rumores.) ¡Ah!, pero si el Gobierno muestra
flaqueza, si vacila, si se produce con indecisiones que permitan suponer la posibilidad de que en la
fortaleza del Estado se entrometan de una manera tortuosa los que lo quieren arrancar, nosotros
tenemos que levantarnos aquí a gritar que estamos dispuestos a oponernos por todos los medios,
diciendo que el ejemplo de exterminio, de trágica destrucción que las clases sociales conservadoras
y burguesas de Rusia vivieron no se repetirá en España, porque ahora mismo, si tal ocurriese, nos
moveríamos a impulsos de un espíritu de defensa que a todos llevará al heroísmo, porque antes que
el terror rojo... (Rumores.)
Una pregunta concreta. Su señoría, Sr. Azaña, al filo de su discurso de esta tarde ha aludido a
la represión de Asturias y a la reivindicación justiciera y reparadora (me parece que fueron sus
propios vocablos) que el Gobierno ha empezado a desarrollar siguiendo el programa del Frente
Popular. En Asturias, en octubre de 1934, hubo dos cosas: hubo una revolución y hubo una
represión. Respecto a la represión ya sabemos lo que piensa el Gobierno; el Gobierno piensa que
allí han podido cometerse delitos y el Gobierno ha impulsado, por medio del fiscal de la República,
una política de esclarecimiento encaminada al castigo de esos presuntos o supuestos delitos. De la
represión ya sabemos, pues, lo que piensa el Gobierno; pero, ¿qué piensa el Gobierno de la
revolución? (La Sra. Ibárruri: Se alzaron para defender la República contra el fascismo.) ¿Qué
piensa el Gobierno respecto a la revolución? Porque pudo haber delincuencia, yo no lo reo —
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 28
esbozado por el Sr. Azaña; lo que corresponde a la tarde de hoy es pura y simplemente definir una
actitud de conjunto en aquel partido, en aquel grupo político que en la oposición representa la
fracción más numerosa.
Enunciaba el Sr. Azaña una serie de problemas de índole nacional, respecto de cuyos detalles
no voy a entrar en estos momentos en polémica con S.S., pero que son el enunciado de una serie de
preocupaciones fundamentales que afectan por igual a todos los partidos, por el hecho de ser
partidos españoles. Yo no voy a hacer a S.S. el flaco servicio de decirle que en ningún momento va
a tener nuestro aplauso, nuestra aquiescencia y nuestra ayuda; bastantes dificultades tiene S.S. con
sus aliados para que yo fuera ahora a hacerle el pequeño servicio de mostrar una coincidencia que
sería interpretada de una manera poco favorable para los propósitos de S.S. (Un Sr. Diputado: ¿Y
cuando lo queríais colgar? —Otro Sr. Diputado: ¿Queréis ampliar la base otra vez? —Risas y
rumores. —El Sr. Presidente reclama orden.) ¡Qué ingenioso ha sido el interruptor! Nosotros
podemos y debemos tener la posición clara de venir aquí ni a pedir nada que no signifique un
interés nacional ni a ofrecer nada que decorosamente a nadie se pueda ofrecer. No así vosotros, que
estáis haciendo la doble maniobra de prestar conformidad a una política con la cual estáis
fundamentalmente disconformes, y cometéis ante el país la hipocresía de venir a explotar el sentido
izquierdista de los grupos burgueses para que sirvan de trampolín a vuestros designios. (Aplausos,
protestas e interrupciones. —El Sr. Presidente reclama orden.) Pues bien, Sr. Azaña; en relación con
esos problemas que no son problemas de un Gobierno, que no son problemas de una situación
política, sino que son problemas que afectan a la entraña de la vida del país, para ésos, no le digo a
S.S. el apoyo, pero sí la actitud comprensiva, patriótica, de grupos que no esperan nada del
Gobierno, pero que deben a los altos intereses nacionales una posición clara, decidida y leal.
De otros problemas que S.S. ha planteado, ¿qué vamos a decir en la tarde de hoy? Está lleno
de buenas intenciones. Su señoría aspira a encauzar el problema de la moneda, el problema del
cambio, a robustecer la vida económica, a levantar las industrias en decadencia, a llevar un sentido
de justicia a la vida nacional... Conforme, Sr. Azaña. Hasta que veamos cómo S.S: concreta en
proposiciones netas y terminantes ese programa del Frente Popular no podemos hacer otra cosa que
tener una actitud expectante, guardar la integridad de nuestra posición doctrinal y venir el día de
mañana a combatir lo que doctrinalmente debamos combatir, a apoyar o coincidir en aquello que
S.S. presente como un punto de coincidencia que pueda existir con nuestra posición doctrinal,
siempre y en todo momento con una disciplina completa en nuestro partido y una independencia
absoluta respecto a la política de su señoría.
Pero al enunciar S.S. algunos de los problemas que pretende acometer, ha tocado uno que me
interesa recoger en este momento. Su señoría a nadie pretendía dar lecciones y, sin embargo, quería
hacer ver la inconsecuencia en que había incurrido un partido como el nuestro —indudablemente
S.S., de modo fundamental, en nosotros pensaba— al haber acometido una política de salarios que
no era la adecuada a las necesidades de la justicia. Pues bien, Sr. Azaña; me interesa decirlo aquí
por lo mismo que sé la tempestad de protestas que mis palabras van a levantar en determinados
sectores de la Cámara. (Rumores. El Sr. Presidente reclama orden.) Nuestro paso por el Gobierno,
no con plenitud, porque no teníamos integridad de autoridad tampoco, no nos ha permitido realizar
en el orden social aquello que nosotros hubiéramos querido hacer. (Rumores.) Es más: no me duelen
prendas y debo decirlo: entre gentes que se llaman conservadoras, entre sectores de opinión que
circunstancialmente nos apoyaron porque tal vez creyeron que nosotros éramos únicamente
servidores de sus intereses, hubo algo o mucho de lo que S.S. dice. No pudimos evitarlo. No sé si su
señoría lo hará; pero para evitar injusticias sociales, para llegar a una más justa distribución de la
riqueza, para acabar con esos desniveles tan bruscos que S.S. literariamente comparaba con las
asperezas y contrastes de nuestro panorama nacional, yo le digo que nuestros votos estarán a
disposición de S.S. (Un Sr. Diputado: No los queremos.) ¿Qué me importa que no los queráis si los
quiere mi conciencia? (Muy bien. —Aplausos.) Lo que temo, Sr. Azaña, es que, puesto su señoría a
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 30
desarrollar ese programa tan nutrido de excelentes intenciones, tropiece con dificultades que en gran
parte ponía ya de relieve el señor Calvo Sotelo y que implican una contradicción evidente entre el
sentido que S.S. quiere imprimir a su política y la trayectoria que quieren darle los aliados
circunstanciales de hoy. Cuando S.S. trate de realizar una política justa de distribución de la riqueza,
temo que S.S. choque violentamente con el concepto que en aquellas filas se tiene... (Un Sr.
Diputado: Y con el cerrilismo del capitalismo español.) En cuanto haya cerrilismo vayamos a
combatirlo juntos, pero no pretenda S.S. que el cerrilismo sea monopolio de los capitalistas;
también en otras filas y en otras organizaciones hay mucho cerrilismo. (Aplausos y protestas.)
Su señoría, Sr. Azaña, en bellos párrafos finales, pretendía sintetizar todo el significado y el
nervio de la política que quiere llevar a la práctica desde la cabecera del banco azul, amparado por
una mayoría parlamentaria, y decía: se nos ha inferido una injuria al decir que nosotros significamos
el desamor a la Patria. Su señoría, que siente profundamente a España, le hago la justicia de
reconocerlo... (Rumores. —El Sr. Sánchez Albornoz: ¡Ya era hora!) Si en mis discursos encontráis
una afirmación contraria, podréis reprocharlo, pero antes esperad a que concluya el argumento. A
S.S., Sr. Azaña, que dice que siente profundamente a España —y para mí su palabra es un
testimonio que me obliga a la convicción completa— le pregunto: ¿Cómo puede cohonestar ese
sentido de la Patria con la colaboración de grupos que se dicen internacionalistas, que niegan la
Patria, que propugnan su disolución y que recientemente han amparado a grupos que, en
manifestaciones públicas se han permitido dar el grito de “¡Muera España!” (Muy bien.)
Su señoría propugnaba una política democrática y decía que estamos en estos instantes
asistiendo al magnífico fenómeno de la incorporación a la política de determinadas clases sociales.
Esas palabras de S.S., en cierto modo, encontraban en nosotros el eco más favorable. Nosotros
vemos con simpatía, como una necesidad, la incorporación a la política de todas las clases sociales.
Al fin y al cabo, quienes tenemos el concepto de la personalidad humana y de su dignidad, que
brota de unas esencias cristianas, no tenemos otro remedio que llegar a defender lo mismo que S.S.
defendía: la incorporación a la política de todas las clases sociales. Pero ese sentido, netamente
democrático, que significa la colaboración de todos los ciudadanos en la obra y en los empeños de
gobierno y de regir la vida pública, ¿se acomoda con ese concepto de la Dictadura del proletariado,
que no es más que la imposición de una clase para destruir al resto de las clases sociales? (Muy bien
y rumores.) ¿Cree S.S. que con esos votos y con esa ayuda podrá realizar esa política democrática
de incorporar a todas las clases sociales a la gobernación del Estado, o, por el contrario, no va a
hacer otra cosa que prestarles los medios necesarios para la destrucción de la clase a que pertenece
S.S.?
Su señoría decía, con frase un poco displicente, que la labor de gobernar no era la de presidir
una contienda civil. Señor Azaña, no voy a reproducir uno por uno los argumentos expuestos por el
Sr. Calvo Sotelo para describir la triste situación del orden público y la más triste situación del
Gobierno frente a los desórdenes que se producen. Ya S.S., el día pasado, decía, y de los grupos de
la mayoría han salido interrupciones que corroboran esa tesis, que los desórdenes están promovidos
por elementos perturbadores empeñados en que se mantenga un estado de agitación y de alarma y
con una habilidad que no ha logrado que pase desapercibido el concepto —quizá su señoría
pretendiera subrayarlo más con la poca importancia que aparentemente le daba—, ha dejado
deslizar la especia de que esos agentes provocadores pueden estar ayudados, amparados o
subvencionados por determinados grupos. ¿Lo cree así S.S.? Yo le rogaría que pusiera
inmediatamente de manifiesto quiénes son esos agentes provocadores, quiénes les sostienen y
quiénes les amparan, porque, por lo que a mí respecta, desde este momento he de decir a S.S. que a
mí y al partido que en estos momentos represento nos repugna de tal manera la violencia que
condenamos toda ella, venga de donde venga, y que creemos que algo más criminal que el matar es
el dar dinero para que con ese dinero se mate. A ponerlos de manifiesto y a castigarlos, porque decir
que existen unos agentes provocadores que actúan libremente es una confesión de impotencia por
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 31
parte del Gobierno, porque el Gobierno ha debido descubrirlos, perseguirlos y castigarlos, y a estas
horas, viniera la la violencia de donde viniera, tenía que haber desaparecido del ámbito de la
política española. No diga S.S. como un motivo de disculpa que provienen de otros grupos las
provocaciones. Persígalas S.S. donde estén. Si no lo hace, falta a sus deberes de gobernante; deja
incumplida una de las primeras obligaciones del que ocupa el puesto que S.S. ocupa y expone al
país a la más grande y grave de las preocupaciones, porque yo he de decir a S.S. algo que
seguramente produce honda preocupación en el ánimo del Gobierno.
El partido en cuyo nombre hablo, durante estos años difíciles ha procurado realizar una
política que significa encuadramiento en la legalidad de las masas, que, a partir del año 1931,
fueron perseguidas y hostilizadas por vosotros, apartando de ellas toda idea de violencia,
haciéndoles ver que por el camino evolutivo de una democracia se puede llegar a la conquista
legítima del Poder e influir en la gobernación del Estado con las ideas propias. Y frente a lo que
nosotros hemos pretendido, nos hemos encontrado, hace años, con una persecución implacable, el
año 34, cuando aún no teníamos participación en el Poder, con una revolución antidemocrática, que
lo que quería era cerrarnos el camino legítimo que habíamos conquistado con nuestros votos; y,
ahora, cuando ha llegado el momento de acudir al pueblo, no habéis tenido en cuenta que las
fuerzas de derechas se equiparan en número a las que ha tenido el Frente Popular, ateniéndonos sólo
a los resultados de las Juntas del Censo, descontando las actas de votación que se anularon
violentamente en aquellos día de abandono del Poder que transcurrieron desde el de las elecciones
hasta el jueves del escrutinio. Porque S.S., con las masas que le siguen, parece que desconoce que
en los momentos actuales, en todos los pueblos y aldeas de España se está desarrollando una
persecución implacable contra las gentes de derecha; que se multa y se encarcela, y se deporta, y se
asesina a gentes de derechas por el mero hecho de haber sido interventor o apoderado o directivo de
una organización de derechas durante estos tiempos; que ahora, a los que estamos actuando dentro
de la legalidad, se nos persigue y se nos atropella, y en el momento en que se va a abrir una consulta
para elegir al supremo magistrado de la República, nos encontramos con que nuestras fuerzas dicen
que no existe la mínima garantía, no ya de independencia para emitir el sufragio, sino de vida.
Y en estas condiciones, cuando a una fuerza política como la nuestra se la está diariamente
hostilizando, y persiguiendo, y maltratando, se produce un fenómeno que a mi tranquilidad personal
causaría la mayor de las satisfacciones, pero que como español y como ciudadano me produce la
mayor de las angustias, y es que los partidos que actuamos dentro de la legalidad empezamos a
perder el control de nuestras masas, empezamos a presentarnos ante ellas como fracasados;
comienza a germinar en nuestra gente la idea de la violencia para luchar contra la persecución;
nosotros, los hombres que tenemos una convicción firme, no podemos cambiar tan fácilmente de
camino; pero llegará un instante en que, como deber ciudadano y de conciencia, tendremos que
volvernos a nuestras masas y decirles: dentro de la legalidad no tenéis protección, porque la ley no
tiene el amparo del Gobierno, que es la suprema garantía de la ciudadanía; en nuestro partido no os
podemos defender; tendremos que decirles con angustia que vayan a otras organizaciones, a otros
núcleos políticos que les ofrecen, por lo menos, el aliciente de la venganza cuando ven que dentro
de la ley no hay una garantía para los derechos ciudadanos. (Grandes aplausos.)
El Sr. PRESIDENTE: Como están para terminar las horas reglamentarias de sesión, se va a
preguntar a la Cámara si se prorroga por menos de dos horas.
Hecha la correspondiente pregunta, así se acordó.
El Sr. PRESIDENTE: Continúe su discurso el Sr. Gil Robles.
El Sr. GIL ROBLES: Desengañaos, Sres. Diputados; una masa considerable de opinión
española que, por lo menos, es la mitad de la Nación, no se resigna implacablemente a morir; yo os
lo aseguro. Si no puede defenderse por un camino, se defenderá por otro. Frente a la violencia que
allí se propugna, surgirá la violencia por otro lado, y el Poder público tendrá el triste papel de
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 32
[JUAN VENTOSA]
A las nueve y treinta minutos, dijo
El Sr. PRESIDENTE: Se reanuda la sesión. Continúa el debate y tiene la palabra el Sr.
Ventosa.
El Sr. VENTOSA: Señores Diputados, por la coacción que en mi ánimo supone el cansancio
de la Cámara y por la hora en que empiezo a hacer uso de la palabra, sólo voy a exponer algunas
consideraciones en relación con el discurso del Sr. Presidente del Consejo de Ministros. Y voy a
hacerlo sin un espíritu de polémica, porque me doy perfecta cuenta de cuál es la situación política
actual y cuáles son los deberes que ella nos impone a todos.
Yo creo ―lo he proclamado fuera de aquí y no tengo inconveniente en repetirlo― que el
Gobierno actual, por muchas circunstancias, la primera de ellas el resultado de las elecciones, tiene
el derecho y el deber de gobernar; y cuando proclamo que tiene el derecho y el deber de gobernar es
claro que quiero decir que a los demás, a los que estamos fuera del Gobierno ocupando el lugar de
oposición, manteniendo nuestros programas y nuestras ideologías, tenemos el deber también de
cooperar, en cuanto de nosotros dependa y dentro de nuestra posición, a la acción y a la tarea del
26 Juan Ventosa (1879-1959). Lliga Catalana.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 33
Gobiemo.
El Sr. Presidente del Consejo de Ministros exponía elocuentemente en su discurso cuáles eran
los puntos fundamentales del programa de Gobierno en el orden político y en el orden económico.
Yo no he de entrar ahora a hacer un examen ni a discutir las ideas sobre estos puntos vertidas por el
Sr. Presidente del Consejo de Ministros.
Respecto al programa de orden político, habrá ocasión de examinarlo cuando vengan aquí los
proyectos de ley que ha anunciado el señor Presidente. Concretamente ha habido uno de ellos, el de
mayor importancia, que se refiere a la reforma del Reglamento del Congreso, para dar al régimen
parlamentario la eficacia, la flexibilidad que es indispensable para que pueda atender a la resolución
de los problemas que la realidad plantea. Yo, en este punto, fundamentalmente no discrepo de la
orientación de S. S., porque creo que, en efecto, si el régimen parlamentario ha de seguir
funcionando como funciona actualmente, es absolutamente imposible que subsista, porque cada día
se irá acentuando más su ineficacia para poder acometer los problemas que la realidad presente
plantea en el mundo y en España; pero, en fin, el modo como ello se acometa y se resuelva habrá de
ser examinado y discutido en su día.
En cuanto al orden económico, el Sr. Presidente del Consejo de Ministros se refería al
problema del cambio, al problema presupuestario y al problema de obras públicas. Más que entrar
S. S. ―y no es ello un reproche, porque no podía hacer otra cosa en este discurso― en el examen
de fondo de estos problemas, lo que hacía su señoría, en realidad, era un enunciado, un índice de
esos diversos problemas a cuya resolución se habrá de encaminar la actividad del Gobierno.
Decía S. S. respecto del problema de obras públicas palabra sensatas. Decía S. S. ― y decía
con razón― que no es posible seguir con el sistema actual, en el cual las obras públicas sirven
muchas veces como un medio de beneficencia o ―añadiré yo― como un medio de satisfacer
compromisos electorales. Por consiguiente, en este punto conforme con la orientación señalada por
su señoría.
En cuanto al problema del cambio, hay factores de diverso orden; es cierto que, últimamente,
disposiciones que se han dictado respecto del problema del cambio, de un modo singular los
convenios celebrados con algunos países, han venido a agravarlo de manera considerable. En el
problema del cambio entran factores de orden económico; de ellos nos ocupamos en un debate que
tuve yo el honor de iniciar en las anteriores Cortes, señalando que el problema estaba planteado con
caracteres de acuciosidad cada día mayor en España; factores que hacen referencia, sobre todo, al
comercio exterior, cada día con mayor desnivel, que es el que produce el enrarecimiento cada día
creciente de las divisas.
Todo eso está bien; nada hay que decir ni que objetar respecto de este punto; pero lo que yo
sostengo, Sr. Presidente del Consejo de Ministros y el problema del cambio me lleva a ello de una
manera más clara y más indudable, es que más que cuestión de ideas, más que cuestión de
programa, más que cuestión de proyectos, es necesario atender hoy a las realidades y a los hechos.
En el problema del cambio, por ejemplo, al lado de los factores de orden económico, hay de un
modo primordial, dominándolos todos, un factor de orden psicológico, sin el cual todos los
esfuerzos que en el orden económico puedan realizarse no conseguirán jamás un resultado
apreciable.
Porque son los factores de orden psicológico los que determinan las mutaciones, los cambios,
los movimientos enormes de capital, y ante ellos fracasan todas las medidas de orden técnico que
puedan adoptarse.
Creo que hoy no es ninguna cuestión doctrinal, de programa, la que hay planteada en España:
fundamentalmente, en el orden político y en el orden económico, lo que domina todo son los hechos
y las realidades. Y la primera de las realidades ―creo que esto no puede ser discutido por nadie―
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 34
es que existe en España un estado extraordinario de inquietud. Podremos discrepar en cuanto a las
causas de esta inquietud ―después habré de analizarlas―, pero que la inquietud existe es evidente
y sería una equivocación querer atribuirla a una manifestación, a efecto de una maniobra derrotista.
No, Sres. Diputados; la inquietud que existe en España no puede ser atribuida por nadie a una
maniobra derrotista. Podrá haber alguien ―los hay, ciertamente― que crea que provocando un
estado de alarma, incluso originando una catástrofe, hallará caminos en que encontrarán satisfacción
sus aspiraciones o sus ideales; pero éste no es el estado general del país. El estado del país no es de
tendencia al derrotismo. ¿Queréis una prueba de ello? El discurso que pronunció el Sr. Azaña el 3
de Abril en estas Cortes.
Ya sé, ya conozco ―si lo dudara me bastaría haber oído a S. S. estas dos tardes― el efecto
prodigioso de la elocuencia de S. S. Sé también que en España es una tendencia psicológica de
todos la de confiar excesivamente en las palabras o en los textos legales: en España, en general, en
cuanto se ha pronunciado un discurso, se ha hecho una afirmación o se ha aprobado un proyecto de
ley, se considera que ya se ha resuelto totalmente el problema y que no hay que preocuparse
absolutamente de nada más. Pero en este caso, ni la elocuencia de S. S., ni esa tendencia natural de
los españoles a sentir una confianza excesiva en el efecto mágico de las palabras, podrán explica el
efecto sedante que produjo el discurso de su señoría.
El discurso del Sr. Azaña pronunciado el 3 de Abril causó ese efecto porque en el país, no sólo
no hay tendencia al derrotismo, sino el deseo vehementísimo, el ansia de tener confianza en el
Gobierno. (Muy bien.) Por eso, precisamente porque hay ese deseo vehemente de tener confianza en
el Gobierno, las palabras de S. S. produjeron en la opinión aquel efecto considerable.
Cada día la opinión pública se siente conmovida por amenazas de revolución social, por
anuncios de la implantación de dictaduras del proletariado en un plazo más o menos corto. Su
señoría ha oído hoy que son muchos los que relacionan estas amenazas y estos anuncios que salen
de sector considerable del frente gubernamental con la posibilidad de que puedan hallar, si no una
claudicación por parte del Gobierno, por lo menos una vacilación, inspirada por consideraciones
electorales o políticas, por el deseo de no romper el Frente Popular, sobre el cual asienta el
Gobierno su fuerza parlamentaria.
Y claro está, ante esa alarma de la opinión pública, cuando sale la voz del Sr. Presidente del
Consejo repitiendo cosas que debieran ser vulgares y corrientes, como la de que él representa un
Gobierno democrático, que mantendrá en todo momento los fueros del Poder, que él no v. ni un
punto ni una coma más allá de lo que tiene establecido en el manifiesto que constituye el programa
electoral de las izquierdas; cuando dice que la República debe ser, a su juicio, un régimen para
todos los españoles, la opinión, sedienta de confianza, cree que todo eso va a ser realidad, y pone
tregua a su inquietud y vuelve a confiar en su señoría y en el Gobierno. Por consiguiente, no; la
inquietud que todos debemos reconocer que existe en España, es debida, no a maniobras derrotistas
de ninguna clase, no a una tendencia morbosa de la opinión pública, sino a otras causas distintas. ¿Y
cuáles son estas causas? A mi juicio, de dos clases: una, un estado psicológico de sobrexcitación que
determina, en unos sectores, un movimiento morboso de pánico, en otros, una tendencia irrefrenable
a la agresión y a la acometividad, y en todos, un movimiento de encono que produce un ambiente de
guerra civil, merced al cual se lanzan unos contra otros los grupos contrapuestos de españoles, casi
equivalentes por su número, según ha resultado de las últimas elecciones. Pero, aparte de ese estado
psicológico de sobreexcitación en que se mueve hoy la opinión pública de España, hay también
causas objetivas, que obedecen a circunstancias externas, no a factores meramente psicológicos, y
yo creo ―como creo que ésta es hoy la realidad política primordial de España― que será bueno
que, respecto de estas circunstancias objetivas, diga yo algunas palabras.
La primera de estas circunstancias objetivas ―se ha hablado de ella reiteradamente esta
tarde― es el orden público. Yo no voy a repetir conceptos que se han lanzado aquí; me parece que
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 35
no hemos de discutir, porque todos estamos conformes en que, realmente, el orden público, en los
dos últimos meses, en España ha sufrido transgresiones, ataques, violencias, que exceden, no sólo
de lo que puede llamarse corriente, sino de lo que haya ocurrido alguna vez en España. Cuando se
han lanzado aquí acusaciones, cuando se han dado, por el Sr. Calvo Sotelo sobre todo, cifras
concretas de los ataques cometidos, yo he oído interrupciones y voces, ninguna de las cuales negaba
los hechos ―los hechos son innegables, existen, los conocemos todos―; lo que decían es que,
frente a estos hechos que podían ser imputables a elementos extremistas de izquierda, había otros
hechos que podían ser imputables a elementos de derecha o que eran efecto de provocaciones de
elementos de derecha. Y el propio Sr. Presidente del Consejo, en su discurso, ha hecho también
alusión a ello, cuando ha dicho que antes de analizar las transgresiones y los ataques cometidos
contra el orden público en España, había que examinar si algunos de estos ataques no habían sido
provocados o costeados por otros partidos. Respecto de eso, repito un concepto que ha pronunciado
el Sr. Gil Robles elocuentemente hace poco. Digo que la violencia, venga de donde viniere, hay que
condenarla y atacarla; que jamás la provocación podrá ser motivo para que se cometan violencias
hoy, como las violencias de hoy no podrán ser motivo para que, si el bando contrario triunfara,
dentro de un año o de dos años, pudiera cometer otras violencias de signo contrario. Pero, además,
he de agregar otra cosa, y es que cuando se habla de provocaciones hay que aquilatar bien el
concepto y hay que examinar si, en realidad, esas provocaciones han existido y si han tenido la
relación de causa a efecto con los hechos realizados después. Si las ha habido, deber es del
Gobierno atacarlas y reprimirlas, vengan de donde vinieren, que, en definitiva, la provocación es un
morbo que no puede penetrar en el organismo social más que cuando éste está falto de defensas y,
sobre todo, cuando le falta la defensa primordial, fundamental, que es la del Poder público. Pero,
aparte de esto, convendrá que se aquilate, porque muchas veces la provocación es un arma que se
esgrime muy cómodamente para legitimar todos los excesos, y yo le he de decir al Sr. P residente
del Consejo, que sabe muy bien, como sabemos todos nosotros, que grandes inexactitudes,
acusaciones falsas, en todas las épocas de la Historia, desde la antigüedad hasta nuestros días, desde
el incendio de Roma hasta nuestros días, han servido de pretexto para cometer los mayores excesos.
Por consiguiente, hay que aquilatarlo bien; si realmente hay provocaciones, reprimirlas; pero, en
todo caso, venga de donde viniere, hay que acabar con la violencia, porque con ella será imposible
que se puedan restablecer la confianza pública y la normalidad en España.
El efecto de las palabras de S. S. será como el del discurso del 3 de Abril: fulminante.
considerable, pero pasajero, porque todas las afirmaciones, frente a la realidad de los hechos
violentos, no tienen eficacia de ninguna clase. Y la afirmación de S. S. de mantener el principio de
autoridad, si después viene desmentida por los hechos, carecerá ante toda la opinión pública de
eficacia para conseguir restablecer la normalidad. (Muy bien.)
En relación con el orden público, hay que examinar la actuación del Gobierno. Ya he dicho
que yo no me inspiraba en un espíritu de polémica, que no quería lanzar un ataque contra el
Gobierno por todo lo que pueda haber ocurrido. Me he de limitar simplemente a señalar el hecho y
a indicar la necesidad absoluta de que se ponga término a esa situación; pero además agregaré que,
siendo lamentable, doloroso y absolutamente inadmisible todo lo que ha ocurrido, tendría, a mi
juicio, una importancia menor si fuese mera manifestación de una enfermedad pasajera; es decir, si
pudiéramos tener la seguridad de que las semanas, los meses dolorosos que han pasado no son más
que una pesadilla desvanecida, pero que ha desaparecido del horizonte la amenaza de
perturbaciones mayores en el futuro. Y para eso, fundamentalmente para eso, no para crítica de
actuación pasada, sino para examen de actuación futura, me importa hacer referencia a la actuación
y a la política del Gobierno. En relación con esto, el Sr. Azaña hablaba, al enumerar los proyectos
de ley que constituyen su programa, de algunos que llamaba reparadores de injusticias pasadas. Está
bien; pero yo le digo a S. S. que en el modo como se ha producido el Gobierno, mas que reparar
injusticias pasadas, lo que ha hecho ha sido cometer injusticias presentes.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 36
temor de que les fuera imposible tomar parte en las elecciones de compromisarios, por no existir, en
las condiciones en que el orden público se encuentra en España, aquellas garantías mínimas que se
necesitan para que pueda manifestarse libremente el sufragio.
Como mi propósito, más que de polémica, es de exposición de ideas que estimo razonables,
quiero decir a S. S. que ya que se ha abierto este período de crisis presidencial, a mi juicio de una
manera inconveniente y peligrosa, que se procure, al menos, en el desarrollo de esta lucha electoral,
dar todas aquellas garantías indispensables para que a estas elecciones, cuya trascendencia nadie
puede desconocer, puedan concurrir todos con las garantías debidas.
La consecuencia de todo ello yo la resumiría diciendo que, a mi juicio, es una afirmación
indudable que España es hoy el país de mayor incertidumbre de Europa. Otros países podrán tener
problemas exteriores que les preocupen y que acongojen el ánimo de sus ciudadanos; pero, por
razones de política interior, seguramente no hay hoy en Europa ningún otro país que viva en
régimen de incertidumbre comparable al en que vive España. Creo que basta sentar esta afirmación
para deducir inmediatamente la consecuencia de que el primero de todos los deberes de Gobierno,
antes que todos los programas y antes que todas las ideas, es poner término a ese estado de
incertidumbre, porque, si subsiste será absolutamente inútil toda la labor legislativa y todos los
esfuerzos que puedan realizarse. ¿Qué camino hay para poner término a ese estado de
incertidumbre? Evidentemente no hay más que una afirmación terminante de Gobierno, afirmación
no sólo en discursos, sino en actos.
El Sr. Presidente del Consejo hacía referencia al manifiesto que sirvió de programa electoral
al Frente Popular. De este programa me importa señalar dos puntos fundamentales: uno, el hecho de
que los elementos socialistas y comunistas no han de participar en el Poder, y si no participan en el
Poder claro es que ello significa que, en todo caso, el Poder ha de actuar con plena independencia
de las sugestiones, de las ideas, de los propósitos, de las aspiraciones que aquellos grupos puedan
tener. Este punto el Sr. Presidente del Consejo de Ministros lo ha afirmado de una manera reiterada;
pero importa, naturalmente, que los actos se acomoden a las palabras y vengan a confirmarlas. El
segundo punto del programa que me importa recoger es la afirmación del principio de autoridad,
principio de autoridad que es elemental, que no es cuestión de derechas ni de izquierdas, que debe
existir, que debe estar en vigor con todos los partidos y en todos los regímenes que quieran
subsistir; y he de agregar que al hablar de principio de autoridad, a mi juicio, no hay que tener en
consideración solamente las fuerzas materiales o las fuerzas armadas dedicadas a sostener el orden
público, sino todos aquellos resortes que son indispensables para que la autoridad subsista.
Al decir yo que el Gobierno tiene que mantener en vigor el principio de autoridad no quiero
decir que ha de mantener puramente el orden material, el orden público en la calle, si no que ha de
procurar que no se debiliten y que no se destruyan todos aquellos resortes d e Poder y de Gobierno
sin los cuales el principio de autoridad no podrá tener eficacia, y al hablar de resortes de Poder y de
Gobierno me refiero a las fuerzas armadas en su aspecto de eficiencia y en su satisfacción moral
interior, y me refiero también a todos aquellos principios de jerarquía social que constituyen el
sostén indispensable de nuestro régimen social y de nuestro régimen político. Estos son dos puntos
fundamentales del programa que me importa señalar.
Se ha hablado por alguien de lealtad en el cumplimiento de los puntos del programa. Yo,
recogiendo las palabras del Sr. Presidente del Consejo, no he de pedir a S. S. lealtad en el
cumplimiento de estos dos extremos, sino que considere estos dos puntos fundamentales para el
mantenimiento de la paz de España como base esencial de su acción de Gobierno. Y al insistir en
estos puntos lo he de hacer con tanta mayor razón cuanto que hay una ley biológica perfectamente
conocida, que podríamos llamar la del pugilato demagógico, en virtud de la cual en todo bloque
formado por elementos heterogéneos ―los elementos extremistas siempre tienden a imponer su
criterio― se establece una especie de pugna, una especie de lucha entre los distintos elementos que
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 38
los forman para no dejarse aventajar unos por otros en radicalismo, determinando lo que los
franceses llaman un “glissement a gauche”, el resbalón hacia la izquierda, el movimiento irreflexivo
y constante hacia la izquierda, que se produce e n los bloques formados como el que actualmente
apoya al Gobierno. Por ello me interesa más insistir en decirle al Gobierno que tiene necesidad de
afirmar, por encima de toda consideración electoral, de toda consideración política, de todo empeño
en mantener el bloque, el mantenimiento de los principios fundamentales sobre los cuales se asienta
España.
El Sr. Presidente del Consejo de Ministros, en su discurso del 3 de Abril, hablaba de que sería
necesario imponer a los intereses creados sacrificios cuantiosos. Yo le digo a S. S. que la situación
es extremadamente propicia para que todo el mundo se preste a estos sacrificios, con una condición
sólo: que se garantice a todos el respeto de los derechos amparados por la ley, que se asegure la
estabilidad del régimen; porque no hay para ningún interés sacrificio que pueda compararse con el
que impone la incertidumbre y la inquietud presente, por los desórdenes actuales y por las
amenazas, más graves todavía, de desórdenes futuros.
Señor Azaña, S. S. se encuentra en una situación realmente excepcional; S. S., incluso cuando
emite ideas que tienen que chocar con el ideario de los partidos socialista o comunista, tiene la
virtud y el mérito de hacerse aplaudir por ellos; a S. S. le aplauden las extremas Izquierdas, y las
clases conservadoras se hallan dispuestas a otorgarle a S. S. su confianza creyendo que puede ser S.
S. una garantía contra demasías y excesos. Decía el otro día S. S.: “Se ha realizado el prodigio de
que ahora todo el mundo se ha convencido de que no hay otro modo de gobernar que el que
nosotros representamos”. No, Sr. Azaña; no es conformidad ideológica con S. S.; no es conformidad
de programa con S. S.; es que realmente todo el pueblo se da cuenta, de una manera inconsciente,
de la realidad tal como está planteada, y es evidente que en el momento actual, por una serie de
circunstancias, S. S. es el que puede representar una garantía para el sostenimiento de los derechos
y de los intereses legítimos tal corno están reconocidos y amparados por la Constitución de la
República española. (El señor Presidente del Consejo de Ministros: Se han dado cuenta de que no
soy un monstruo.―Risas.) No se lo he dicho yo jamás a S. S. (El Sr. Presidente del Consejo de
Ministros: He dicho se han.) Pero esta situación excepcional de S.S. (es evidente y yo no se lo he de
decir porque sería una redundancia o una petulancia) impone a su señoría una misión que puede ser
histórica, una misión extraordinaria, que es la de superar el período revolucionario, estabilizar un
régimen y poner término al ambiente de guerra civil que reina hoy en España. Para eso, Sr.
Presidente del Consejo de Ministros, puede contar con el modesto concurso de esta minoría; para
esta actuación, nosotros dispuestos a prestarle este concurso. No le ofrecemos a S. S. una
conformidad ideológica; evidentemente estamos distanciados en multitud de aspectos, en multitud
de puntos de su programa; seguramente habremos de levantarnos a combatir los proyecto que
presente S. S. o a pedir que sean modificados; pero nuestra oposición habrá de ser mesurada,
prudente y razonada, y en todos aquellos puntos que sean de interés general para España, que
vengan a restablecer entre los españoles el sentido de solidaridad, que es la base esencial de todo
patriotismo, nosotros estamos dispuestos a prestarle nuestro concurso en cuantas ocasiones se nos
deparen. (Aplausos.)
El Sr. PRESIDENTE: Varios Sres. Diputados han pedido la palabra para tomar parte en este
debate. Por lo tanto, es preciso prorrogar la sesión hasta que éste termine.
El Sr. SUAREZ DE TANGIL28: Pido la palabra.
El Sr. PRESIDENTE: la tiene S. S.
El Sr. SUAREZDE TANGIL: Sencillamente para hacer una propuesta a la Cámara, que no sé
si encontrará eco suficiente, y es que no habiendo asunto ninguno urgente, al menos que este
Diputado sepa, en el Orden del día para la sesión de mañana, no creo que debiera someterse a la
28 Fernando Suárez de Tangil (1886-1964), conde de Vallellano. Renovación Española.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 39
[RODOLFO LLOPIS]
Reanudada la sesión a las once y treinta minutos de la noche, dijo
El Sr. PRESIDENTE: Continúa el debate y el Sr. Llopis29 tiene la palabra.
El Sr. LLOPIS: La minoría socialista, señores Diputados, ha tenido la bondad de confiarme el
que pronuncie en la noche de hoy unas cuantas palabras, las estrictamente necesarias. No pensaba
intervenir la minoría socialista, porque el Jefe del Gobierno, en su declaración, no ha hecho sino
repetir lo que tantas veces más se ha dicho: que el Gobierno actual es un Gobierno que viene a
cumplir el pacto, el programa del Frente Popular. Nosotros, minoría socialista, partido socialista,
somos fuerzas que estamos dentro del Frente Popular, basado en un pacto, como estamos cansados
de repetirlo, no sólo electoral, sino también programa de Gobierno que hay que cumplir. Por lo
tanto, nosotros no tenemos nada que decir en ese sentido; el Gobierno va a cumplir, está
cumpliendo el pacto, el programa del Frente Popular. Y nosotros, a nuestra vez, cumpliremos con
nuestro deber, como el Gobierno cumple con el suyo, de apoyarle para que realice y cumpla ese
programa. Por eso la minoría socialista ha puesto su firma al pie de la proposición de confianza que
va a ser leída inmediatamente después del debate. En ese aspecto, pues, la minoría socialista no
tiene nada que decir; las firmas que al pie de la proposición de confianza están y el voto que
después, íntegramente, esta minoría emitirá, significa nuestra confianza en que el Gobierno está
cumpliendo y va a cumplir el pacto electoral y programa de gobierno que firman todas las fuerzas
implicadas en el Frente Popular.
No hubiésemos intervenido a no ser por las alusiones constantes de que esta minoría ha sido
objeto en la tarde de hoy. Primero, cuando el Sr. Calvo Sotelo aparentaba sorprenderse de que
nosotros, que tenemos un programa, que hoy con grandes aspavientos nos descubría, aunque se trate
de un programa viejo ya de cincuenta años. Y se sorprendía de que pudiésemos hacerlo compatible
con el programa electoral y de Gobierno del Frente Popular. Quería señalar estas
incompatibilidades. Nosotros no tenemos sino señalar lo que todo el mundo sabe: primero, que ese
programa es un programa viejo, repito, de más de cincuenta años; que nadie ignora su existencia y
que nadie puede sorprenderse de que nosotros seamos fieles a nuestro programa. Segundo, que
todas las fuerzas implicadas en el Frente Popular, al suscribir ese programa electoral y de gobierno,
hicieron constar, con toda claridad, que ninguno de nosotros, ni los comunistas, ni los socialistas, ni
los sindicalistas, ni los republicanos de izquierda, ni Unión Republicana, abdicaban de su programa,
sino que cada una de las fuerzas que integraban y que integran el Frente Popular sigue teniendo su
programa, su programa de partido. Y ha hecho propaganda y la seguirá haciendo a favor de su
programa. Pero eso no ha sido obstáculo, ni aquí ni fuera de aquí, para que, no obstante tener cada
una de estas fuerzas su programa, coincidan, en un momento determinado y para un periodo
determinado, en una obra de gobierno. No hay, pues, por qué sorprenderse de que exista el
programa del Frente Popular —que todos hemos tenido buen cuidado de decir que no es nuestro
propio programa, sino que es un programa en el que hemos coincidido circunstancialmente— ni hay
por qué sorprenderse de que el partido socialista tenga en su programa la conquista del Poder. ¿Es
que hay algún partido político en España o fuera de España que no aspire a conquistar el Poder?
Nosotros, como los demás partidos, nosotros hoy, como cuando se hizo nuestro programa hace
cincuenta años, no tenemos por qué rectificar nada, ni ello es incompatible con que podamos
apoyar, con toda lealtad, como lo estamos haciendo, el cumplimiento del programa del Frente
Popular.
Pero al lado de esta posición del Sr. Calvo Sotelo había otra, la del Sr. Gil Robles, en que él
advertía al Sr. Presidente del Consejo de Ministros el peligro en que se encontraba. No hacía
alusión, como el Sr. Calvo Sotelo, al programa, sino a nuestra conducta, señalando que el señor
Presidente del Consejo de Ministros o el Gobierno en pleno tenían que sufrir algo así como la
dictadura de estos partidos políticos de clase, marxistas, que forman parte del Frente Popular.
Quería poner en guardia al Sr. Azaña. Cuando hablaba así el Sr. Gil Robles, nosotros nos
acordábamos de que, probablemente, el Sr. Gil Robles creía que nosotros, socialistas y comunistas,
íbamos a actuar cerca del actual Gobierno algo así como él actuó cerca del Gobierno del Sr.
Lerroux. No hay tal. Nosotros decimos con toda lealtad lo que ya conoce el país: que el encargado
de administrar la victoria del Frente Popular es un Gobierno republicano. Nosotros apoyamos y
apoyaremos con toda lealtad al Gobierno republicano para que cumpla, a su vez, como tantas veces
ha dicho, con toda lealtad, el programa del Frente Popular. La minoría socialista no hubiese
intervenido a no ser por estas alusiones y, sobre todo, porque, con más o menos claridad, se ha
pretendido echar sobre los partidos obreros la responsabilidad de lo que ha ocurrido en España a
partir del 16 de febrero. A nosotros nos parece injusto y falto de toda lógica el que se señale la fecha
del 16 de febrero. ¿Por qué esa fecha? ¿Es que comienza el 16 de febrero en España algo que no
tenga sus antecedentes en lo que era España antes del 16 de febrero? Todo lo que ha ocurrido en
España el 16 de febrero y después del 16 de febrero, no se puede enjuiciar más que en función de lo
que ha ocurrido en España antes del 16 de febrero. Y nadie tiene derecho a sorprenderse de lo que
ha ocurrido en España. Y mucho menos las derechas, porque las derechas, por lo visto, se olvidan
de lo que ha ocurrido en España antes del 16 de febrero; se olvidan de cómo han hecho su campaña
electoral por todo el país anunciando que si triunfaban las izquierdas ocurrirían asesinatos,
violaciones, quemas, asaltos al Bancos, etc., etc. Todos los que están aquí, que han hecho la
propaganda en los pueblos, recuerdan seguramente en qué forma, mediante pasquines, mediante
hojas, conversaciones, utilizando todos los medios posibles, se expresaban las derechas exponiendo
el panorama que ofrecería España si triunfaban las izquierdas, y cómo al mismo tiempo, pero con
más solemnidad todavía, anunciaban lo que iban a hacer ellas, las derechas, si resultaban
victoriosas. Cuando las derechas anunciaban lo que iba a suceder si triunfaban las izquierdas no
hacían otra cosa que traducir su propio pensamiento, lo que estaban dispuestas a hacer ellas con
nosotros si no hubiésemos triunfado. Y, una de dos: o lo que decían era sincero o no lo era. Si lo que
decían en sus propagandas era sincero, hoy tienen que confesar que se sienten decepcionadas,
porque lo que ha ocurrido, siendo mucho, es mucho menos de lo que ellas habían anunciado que iba
a acontecer; y si no eran sinceras y lo que decían no respondía a su propio pensamiento, cometieron
un chantaje político. En cualquiera de los dos casos, no tienen autoridad para venir aquí, a la
Cámara, a pedir explicaciones de lo que ha ocurrido en España.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 41
Anunciaron las derechas que se iban a asaltar los Bancos. No se asaltaron los Bancos. Los
habéis asaltado vosotros, hombres de derecha, retirando 500 millones de pesetas de las cuentas
corrientes que teníais en España. Habéis hablado de asaltos a fincas; vamos a hablar también de los
asaltos a fincas. Habéis hablado de incendios; de incendios también hablaremos. A nosotros lo que
nos interesa decir ante todo es que la situación psicológica de las masas populares españolas, como
recordaba hoy el Sr. Ventosa, no podía ser sino de irritación; las masas populares, obreras,
democráticas, pequeñoburguesas, estaban irritadísimas. ¡Cómo no lo iban a estar! Lo estaban,
primero, porque recordaban cómo se les pagó su generosidad con los vencidos, cuando el 14 de
abril de 1931 triunfó la República, y en qué forma se correspondió más tarde a esa misma
generosidad de las masas populares demostrada de manera tan efectiva durante los dos años del
primer bienio republicano; lo estaban porque vieron cómo en los pueblos se envalentonaban de
nuevo los caciques, cómo se les sitiaba por hambre y cómo la fuerza pública, más que al servicio
del país, estaba al servicio de lo peor de la burguesía española y de los caciques: que no hay ningún
elemento de izquierda en España que no haya sentido en su cuerpo o en su espíritu las huellas de los
dos años que hemos dado en llamar “bienio negro”. Sabían, pues, perfectamente los elementos de
derecha que existía una irritabilidad justificadísima en las masas populares españolas, que estaban
dispuestas a responder a la primera provocación.
Se triunfa en las elecciones del 16 de febrero y no ocurre nada en España. No ocurre nada en
España, y porque no ocurre nada en España y porque las derechas habían anunciado un programa
completo de hechos catastróficos hay que hacer que ocurran. Y ocurren. ¿Cómo? (El Sr.
Carranza30: ¡Eso es el colmo! —Rumores y protestas.) Lo va a oír el Sr. Carranza y lo van a oír los
señores Diputados que tengan la bondad de escucharme.
Se triunfa el 16 de febrero y hay en Madrid una manifestación pacífica que no puede llamarse
siquiera manifestación, sino grupos de obreros que se acercan a la cárcel para ver si salen o no los
presos. Y cuando están esperando noticias de éstos, pasa un automóvil, desde él se dispara y se
producen los sucesos que todos los Sres. Diputados recuerdan. Se comienza, pues, con una
provocación de ese tipo, y las masas, a pesar de ello, no reaccionan, no responden. Pareciendo poco
esa provocación, se busca otra de otro tipo, de la que estuvo a punto de ser víctima nuestro ilustre
compañero Luis Jiménez de Asúa, esperando a ver si matando a algunos de los compañeros nuestros
más significados en Madrid, donde no había ocurrido nada, ocurrían al fin cosas. Se atenta contra
nuestro compañero Jiménez de Asúa. Y pareciendo, por lo visto, poco todavía lo que han hecho,
atentan contra nuestro compañero Largo Caballero, no en la forma que ha referido la Prensa, sino
con un atentado en toda regla. En las investigaciones que se han hecho más tarde se ha visto que
iban de verdad a colocar los impactos donde los han colocado, junto al teléfono, después de una
llamada que se hizo para que lo utilizara, y después de estar claro esto, se ha visto que los
Tribunales han podido aceptar la explicación de que a quienes se les encontraron las balas se las
habían dado para hacer soldaditos de plomo. Magnífica explicación.
Provocaciones de ese tipo las ha habido en Madrid y en toda España. Sabiendo, como se sabe,
que el ánimo, el espíritu de las masas estaba en disposición de responder en forma violenta porque
durante dos años se las ha estado acosando, se las ha estado molestando, quien provocara tendría
éxito seguro. Nuestros diputados, los de nuestra minoría, se han esparcido por todo el país y
tenemos información completa de los sucesos ocurridos en toda España. Por eso podemos afirmar
que todos los sucesos, todos, han sido provocados por las derechas. Todos. Ho voy a citar más que
dos casos. Uno, de un pueblo de la provincia de Guadalajara donde a medianoche los vecinos se
sorprenden de que la campana de la iglesia toca a fuego y, como es costumbre, salen de las casas a
prestar su generosa ayuda para ver cómo pueden evitar el fuego o reducirlo. Es la campana de la
iglesia la que ha llamado a fuego, y cuando el vecindario se encuentra en la plaza del pueblo para
ayudar a apagar el incendio es recibido a tiros por grupos que salen de la casa del cura. ¿Quién
30 Ramón de Carranza (1863-1937). Renovación Española.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 42
autorizó para tocar a fuego? ¿Cómo pudo ser utilizada la campana de la iglesia para despertar al
vecindario y concentrarlo en la plaza del pueblo? (Fuertes rumores. —El Sr. Presidente reclama
orden.)
Otro caso. Un buen día, Sres. Diputados, don Antonio Zaya, administrador de la ex condesa
de Villar de los Felices, en la catolicísima Orihuela, provincia de Alicante, llama al señor
gobernador de Alicante para decirle que los obreros han invadido la finca que administra y pide
auxilio al gobernador para que envíe fuerzas que desalojen a los obreros que han invadido la finca.
Cursadas las órdenes por el Gobierno civil, se trasladaron fuerzas de la Guardia Civil y de Asalto a
las órdenes del agente de investigación y vigilancia, para que en un plazo de veinticuatro horas, y
previa la gestión política del delegado de la Autoridad, fueran desalojadas las tierras y recuperadas
por sus propietarios, como así se hizo, levantándose dieciséis actas de incautación sin que la fuerza
tuviera que intervenir para nada en tan delicado problema. Los ocupantes, espontáneamente, han
manifestado, por acta notarial, que fue el propio D. Antonio Zaya, el administrador de la ex condesa
de Villar, quien les había metido en la finca diciendo que tenían derecho a ocuparla. (Rumores de
aprobación.) Naturalmente que así lo ha tenido que reconocer en acta notarial el Sr. Zaya, que pasó
a la cárcel, y en la cárcel de Alicante está o, por lo menos, estaba, para responder de esta burda
maniobra de las derechas, que de esta forma mantienen el orden público en esa región de la huerta
alicantina.
¿Que se han quemado iglesias? Exacto. Nosotros tenemos que decir aquí que a nosotros,
socialistas, no nos interesa que se quemen las iglesias. No está en la tradición socialista, aunque sí
lo está en la tradición popular española, el quemar iglesias. Lo que pasa es que la Iglesia ha sido
beligerante en esta lucha. Más que en esta lucha, desde que hay lucha de clases, la Iglesia, para su
desgracia, se ha puesto del lado de una de las clases sociales, de la clase enemiga de los
trabajadores, de la clase proletaria. Pero no contenta con tener esta tradición, de haber sido siempre
el auxiliar y el instrumento más eficaz de la burguesía, desde hace algún tiempo, desde que se ha
proclamado la República, la Iglesia no ha dejado ni ha desperdiciado ocasión para zaherir a los que
sienten de verdad las ideas republicanas. Y ha sido beligerante. Las pastorales de los obispos, cada
púlpito, cada confesionario y cada sacristía han sido lugares o sitios de tipo electoral contra el
Frente Popular. En todas las iglesias donde ha habido incendio o asalto se han encontrado los
documentos o, por lo menos, las papeletas electorales que acreditan la parte que han tomado en las
últimas elecciones. Lo veníamos diciendo nosotros en nuestra propaganda electoral, y lo hemos
dicho un día y otro día: nosotros quizá hubiéramos preferido que hubiese quedado limitado este
problema, el religioso, a un problema de conciencia, a un problema privado; pero que la Iglesia,
imprudentemente, a nuestra manera de ver, tomó partido, jugó y ha perdido. Por lo tanto, tenía que
sufrir las consecuencias de su pérdida. A nosotros no nos interesa —repito— quemar iglesias y
conventos, porque como aspiramos, aunque se asombre o no le guste al Sr. Calvo Sotelo, esperamos
algún día apoderarnos del Poder político, llegar al Poder político, podríamos utilizar entonces esos
edificios, como se han utilizado en otras parte, y si los quemamos es evidente que no los vamos a
poder utilizar. (Un Sr. Diputado: Pero no echéis entonces la culpa a los curas. —Otro Sr. Diputado:
A los curas, un pico y una pala.) Nosotros, pues, Sres. Diputados, nos explicamos lo que ha
ocurrido. Todo lo que ha ocurrido nos lo explicamos. Justificamos muchísimas de las cosas que han
pasado. No tenemos por qué solidarizarnos con los actos de violencia personal, que no somos
partidarios de la violencia personal, como no somos partidarios del motín ni de la revuelta, por lo
mismo que somos un partido revolucionario. Ni la revuelta, ni el motín, ni los actos de violencia
individual. Pero nos explicamos todo lo que ha ocurrido, y queremos dejar constancia de que todos
los hechos, todos, han sido réplica o respuesta a las provocaciones de que han sido objeto quienes
hayan realizado o cometido esos actos; que jamás se encontrará que la iniciativa de esos actos ha
salido o ha podido salir de alguna de nuestras organizaciones. En cambio, será fácil averiguar y
demostrar que han sido nuestras organizaciones las que han ayudado después a tranquilizar, a evitar,
a reducir los sucesos que ya se habían producido o se estaban produciendo. Pero a nosotros no nos
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 43
interesa tanto hablar de lo que ha ocurrido, de los hechos, como dejar constancia de que hay que
atacar las causas de los hechos, las causas que han producido esos hechos. Y lo primero que
tenemos que pedir es que se vaya al desarme de las derechas. (Un Sr. Diputado: Y de las izquierdas.
—El Sr. Carrillo31: De las derechas. Si sois vosotros los únicos que tenéis armas. —Otro Sr.
Diputado: Que registren las Casas del Pueblo. — El Sr. Álvarez Angulo: Que registren las iglesias,
que es donde están ahora las armas. —El Sr. Guerra 32: Y los cines. —El Sr. Presidente reclama
orden.) Nosotros queremos saber qué se han hecho de las 270.000 guías y licencias de armas que se
han dado en estos dos últimos años. Nosotros quisiéramos que nos dijeran aquí los datos que en los
Registros de los Gobiernos civiles existen respecto a estas cosas; que nos dijeran, también, la
cantidad de volantes que se han dado para el uso de armas. Aquí nos lo decía nuestro compañero
Fernando de los Ríos hablando de las actas de Granada. Basta ahora saber la pequeña cantidad de
armas recogidas en Jaén, en Granada, en cualquiera de las provincias españolas, donde se ha hecho
a fondo una requisa de armas, y se verá que durante dos años los que hemos, además, sufrido algún
registro policíaco en los días de octubre, hemos visto que no eran policías los que venían a nuestras
casas, sino que eran jovencitos de Acción Popular, los que, con una autorización que nosotros no
acertamos a comprender, pudieron penetrar en nuestros domicilios, con unos modales que no les
acreditan ciertamente de buena educación, y hacer los registros. (Un Sr. Diputado: Son todos
iguales) Que nos digan qué ha sido de esas 270.000 licencias de armas; que nos digan qué ha sido
de esos volantes; que nos digan cuáles son los datos que existen en cada uno de esos Gobiernos
civiles y cómo todavía en la actualidad están entrando armas, no, como ha dicho el Sr. Calvo Sotelo,
para las izquierdas, sino en gran cantidad, y que con un impudor inconcebible se están repartiendo a
las derechas. ¡Pero si no hace falta que pidamos datos! Ahí están los hechos que se han producido
estos días, no más tarde que el de ayer y de anteayer. Me parece que está bien claro quiénes eran los
que manejaban las pistolas y quiénes han sido las víctimas. Ahí está el caso del señor magistrado;
nadie podrá dudar de dónde procedían los tiros y quiénes han dispuesto de esas pistolas. Queremos,
pues, de un lado, que se desarme a las derechas; de otro lado, queremos que se actúe con toda
energía contra los provocadores que, cada día en mayor número, existen en España, porque se
sienten, en cierto modo, actuando en la impunidad. Queremos que se republicanicen —nos lo han
dicho al tomar posesión de sus cargos, primero el director general de Seguridad, después no pocos
Ministros —los Cuerpos encargados de guardar el orden público, que se republicanice la
Magistratura, que se republicanicen los funcionarios; queremos, en una palabra, que se haga justicia
a las masas trabajadoras y que el programa del Frente Popular, como nos ha dicho hoy el Sr.
Presidente del Consejo de Ministros, se cumpla cuanto antes, para que puedan tener tierra, trabajo y
justicia los que hace mucho tiempo están hambrientos y sedientos de justicia, de trabajo y de tierra;
que se castigue a los que han huido con el dinero de España, con esos 500 millones que han salido
de las cuentas corrientes para quizá, desde el extranjero, hacer esa campaña magnífica que hoy
exhibía aquí el Sr. Calvo Sotelo, como si no estuviésemos acostumbrados, como si no supiésemos
cómo se hacen en el extranjero las campañas que desacreditan los regímenes de izquierda cuando en
España existen; en una palabra, mientras el Gobierno realice, mientras el gobierno cumpla, mientras
el Gobierno lleve a la práctica el programa del Frente Popular, la minoría socialista no le regateará
ni el aplauso, ni la adhesión, ni la confianza. (Aplausos.)
que la Cámara comienza sus funciones, las derechas, la reacción de España, tiene un marcado
interés en dos cuestiones fundamentales. Pero las derechas saben bien que tienen que responder ante
el Gobierno y ante el pueblo de una serie de hechos, de una represión sin igual, de unas torturas
difíciles de encontrar en ningún país civilizado, de asesinatos sin cuento con motivo de la represión
por el movimiento de octubre. Y como tienen que responder ante el pueblo y ante el Gobierno de
todos estos hechos, desde el primer momento han tratado en la Cámara de explanar una
intervención sobre el orden público. ¿Con qué fin? Con el de desviar la atención, porque saben que
tienen que responder ante el pueblo de esa represión, de esas torturas y de esos asesinatos con
motivo del movimiento de octubre. Pero no se puede desviar la atención de esas responsabilidades,
porque no pararemos ni un momento hasta conseguir que se exijan las responsabilidades de esa
represión al Gobierno que mandó realizarla, a Gil Robles, que no está presente, porque larga el
muerto y se marcha, como ocurre con todos los cobardes. (Grandes protestas en los sectores de
derecha.)
El Sr. PRESIDENTE: ¡Orden, orden! Yo estoy seguro de que el Sr. Díaz Ramos encontrará
expresiones más adecuadas o un modo más soslayado de decir su pensamiento para evitar que se
levanten protestas.
El Sr. DÍAZ RAMOS: Yo no creo que consista la seriedad de la Cámara en hacer muchas
triquiñuelas para medir las palabras precisas. Esa podrá ser la tradición y la costumbre de una
Cámara de cuellos tiesos. (Risas.) Ésta es una Cámara de cuellos flojos y de puños fuertes que tiene
que decir al pueblo la verdad tal y como la siente. (Un Sr. Diputado: Pero aquí y fuera de aquí.) Esa
interpelación que tratan de hacer tendrá, naturalmente, la contestación adecuada, con toda clase de
detalles, hecho por hecho, del o que han realizado. El Gobierno de Gil Robles y Lerroux 34, como tal
Gobierno, tiene que responder de los hechos que he mencionado, y el pueblo no estará tranquilo
hasta que vea que los responsables ocupan las celdas que han abandonado nuestros compañeros, los
obreros antifascistas, como consecuencia del triunfo del Bloque Popular, que quiere decir que algo
fundamental ha cambiado en España. Esa responsabilidad, por tanto, debe ser exigida rápidamente,
porque es una vergüenza para la República y para el pueblo que Gil Robles se siente en esos
escaños cuando tiene que responder de todos esos asesinatos cometidos en la represión de Asturias.
(Rumores y protestas.)
Y ahora, la otra intención de las derechas consiste en dirigirse el Sr. Gil Robles, el Sr. Calvo
Sotelo y todos sus amigos, en cada discurso, a los republicanos de izquierdas llamándoles la
atención diciéndoles: “¿Adónde vais con los socialistas y los comunistas? Es que no se explica
cómo vosotros, que sois una fuerza burguesa, podéis acompañar a las fuerzas obreras en sus
propósitos de utilizar a la República para hacer triunfar el socialismo o el comunismo en España”.
Yo digo en nombre del partido comunista, de la minoría comunista, que os va a ser muy difícil
romper el Bloque Popular, porque el Bloque Popular tiene una misión fundamental que cumplir, el
pacto en primer lugar, y hay un camino largo que habrán de recorrer juntas las fuerzas obreras y
republicanas para continuar dando golpes a la reacción y al fascismo en España y, después, ya
veremos a dónde vamos a parar.
Con palabras muy bien, con unas palabras especiales se dirigen al Sr. Azaña, a los
republicanos de izquierda, para ver si es posible ponerles blando el corazón. (Risas.) Pero es que los
republicanos de izquierdas tienen que tener ya el corazón bastante duro, porque sólo así es posible
haber podido rechazar todas las calumnias, falsedades y persecuciones que se han hecho en los
tiempos del bienio negro contra los propios republicanos y especialmente contra el Sr. Azaña. Y
ahora toda su intención es dividir el Bloque Popular. ¿Y cuándo se hace todo esto? Se trata del
orden público; precisamente un día después de hecho tan significativo como la provocación bien
preparada que se tenía por parte de las derechas, en ocasión de conmemorarse el quinto aniversario
de la República. En el “Mundo Obrero” decíamos el día antes, el 13, que tenían preparadas las
derechas una provocación, y hemos visto cómo la provocación se dio ese día. Decíamos que grupos
armados, en combinación con algunos militares enemigos de la República, tenían el propósito de
actuar, y que eso que ha sido solamente un petardo o una traca no era sino la señal para que los
grupos preparados de pistoleros, en el transcurso del desfile, de la manifestación, pudieran disparar
contra las multitudes, para que después la fuerza, ante esa confusión, pudiera hacer fuego... (Un Sr.
Diputado: ¡Qué cuento más bonito! —Grandes protestas. —El Sr. Galarza 35: ¿Y los muertos?
¿También es cuento? —Un Sr. Diputado: No tenéis respeto ni para los muertos. —El Sr. Presidente
reclama orden. ) Repito que para que las fuerzas del Ejército, en medio de la confusión, dispararan
contra el pueblo, a fin de que después pudieran las derechas justificar que la provocación había
partido de elementos socialistas o comunistas, porque sobre esa base se hacía la propaganda por
algunos elementos reaccionarios en los cuarteles. Esos enemigos de la República decían a los
soldados —tenemos pruebas—: tened en cuenta que los elementos socialistas y comunistas van a
disparar en el desfile, con el fin de crear el ambiente necesario para que hicieran frente a la
provocación que ellos mismos habían preparado con sus pistoleros, como lo vienen haciendo, no
desde el 16 de febrero hasta la fecha, sino del año 1933 hasta ahora.
El Sr. Gil Robles decía de una manera patética que ante la situación de que puede crear en
España era preferible morir en la calle que no sé de qué manera. Yo no sé cómo va a morir el señor
Gil Robles (Un Sr. Diputado: En la horca. —Grandes protestas.); sé cómo han muerto el sargento
Vázquez, Argüelles y otros compañeros en defensa de la República y por orden del gobierno, del
que formaba parte el Sr. Gil Robles. No puedo asegurar cómo va a morir el Sr. Gil Robles, pero sí
puedo afirmar... (Las últimas palabras producen grandes protestas.)36
El Sr. PRESIDENTE: Señor Díaz Ramos, ruego a S.S. que tenga en cuenta que todo se puede
decir atendiendo al Parlamento y a la necesidad de no provocar conflictos en la Cámara. (Nuevas y
enérgicas protestas y contraprotestas.) Pido a S.S. que sea prudente en las expresiones. (Continúan
las protestas, que duran largo rato.) ¡Orden, Sres. Diputados! ¡Orden!
El Sr. CALVO SOTELO: Se acaba de hacer una incitación al asesinato. (El Sr. Ceballos37:
Eso es provocar al asesinato y no se puede tolerar. —Persisten las protestas y contraprotestas. —El
señor Presidente reclama repetidamente orden.)
El Sr. PRESIDENTE: Esas palabras no constarán en el Diario de Sesiones.
El Sr. ORTIZ DE SOLÓRZANO38: Hay que retractarse. (Un Sr. Diputado: Mal está que
asesinen, pero que encima lo anuncien... —Siguen las protestas y contraprotestas. —El Sr
Presidente reclama orden constantemente, continuando las protestas y contraprotestas durante
largo rato.)
El Sr. PRESIDENTE: Ya se ha dicho que no constarán esas palabras en el Diario de Sesiones.
(Siguen las protestas.)
El Sr. CALVO SOTELO: Pido la palabra para una cuestión de orden.
El Sr. FUENTES PILA: Hay que presidir para todos, Sr. Presidente.
El Sr. CALVO SOTELO: Pido que se lea el párrafo cuarto del art. 78.
El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Secretario se servirá dar lectura.
El Sr. SECRETARIO: (Madariaga): Dice así: “Nadie podrá ser interrumpido cuando hable
sino para ser llamado al orden o a la cuestión por el Presidente”. (Grandes risas.)
El Sr. PRESIDENTE: Ya ha advertido la Presidencia que no constarán en el Diario de
Sesiones esas palabras.
Varios Sres. DIPUTADOS: Eso no basta.
La Sra. IBÁRRURI: Si os molesta eso, le quitaremos los zapatos y le pondremos las botas.
El Sr. GIL ROBLES: Os va a costar trabajo, con botas o sin ellas, porque me sé defender.
(Aplausos en las minorías de derecha. —Continúan los rumores.)
El Sr. TOMÁS ÁLVAREZ: Ya se levantarán los de Carballino.
El Sr. GIL ROBLES: Que conste que no soy asesino como vosotros. (Grandes protestas. —
En la Tribuna de la Prensa se ponen en pie varios periodistas y pronuncian palabras que no se
perciben. —Grandes protestas. —Entre varios señores Diputados se cruzan imprecaciones y frases
que no es posible entender.)
El Sr. PRESIDENTE: Orden en la tribuna de la Prensa; Orden, Sres. Diputados. (El Sr.
González Peña39 abandona su escaño airadamente, promoviéndose un ligero incidente. —Varios
señores Diputados: ¡Viva Asturias! ¡Sirval! ¡Sirval!)
El Sr. PRESIDENTE: Ruego a los Sres. Diputados que vuelvan a sus asientos y al Sr. Díaz
Ramos que termine su discurso.
El Sr. GONZÁLEZ PEÑA: No somos asesinos. (Grandes rumores. —El Sr. Tomás Álvarez: A
ti te llevaremos a Carballino. ¡Asesinos! ¡Criminales! —Aplausos en las minorías socialista y
comunista. —Protestas.)
El Sr. PRESIDENTE: Orden, Sres. Diputados. Continúe el Sr. Díaz Ramos.
El Sr. DÍAZ RAMOS: Voy a leer unos párrafos... (El Sr. Calvo Sotelo pronuncia palabras que
no se perciben. —Entre varios Sres. Diputados se cruzan frases que no se entienden. —La
presidencia reclama orden. Un Sr. Diputado: Siete años de dictadura amenazando a la gente. El Sr.
Fuentes Pila: Y muchos de vosotros colaborando. —Un Sr. Diputado: Eso es una infamia. El Sr.
Fuentes Pila: Los señalaré personalmente. El Sr. Calvo Sotelo: He pedido la palabra para una
cuestión de orden.)
El Sr. PRESIDENTE: Cuando termine el Sr. Díaz Ramos se la concederé a su señoría.
El Sr. DÍAZ RAMOS: Se trata de querer hacer, con mucho interés, una interpelación sobre el
orden público y no se quiere escuchar lo que verdaderamente ha ocurrido en España con relación al
orden público durante mucho tiempo.
Voy a leer unos párrafos de varios discursos del Sr. Gil Robles para que se vea el lenguaje que
utilizaba antes del 16 de febrero y el que emplea después de esa fecha. En un discurso del 10 de
febrero decía: “Es triste decirlo, pero hay que hacerlo claramente. En España habría que hacer una
política de desarme como en los núcleos marroquíes cuando se quiso pacificar en tiempos de Primo
de Rivera”. Después agrega en otro discurso: “No tendremos compasión con los cabecillas. En
España sobran 15.000 hombres”. (El Sr. Gil Robles: Eso no es verdad.) Eso es verdad. (El Sr. Gil
Robles: Eso es una invención de S.S. Yo no lo he dicho jamás. Es absolutamente falso. Yo no lo he
dicho nunca. Lo que digo, lo defiendo; lo que hago, lo mantengo. —Grandes rumores y protestas.)
En el mismo discurso del día 10 de febrero dice una cosa parecida. “Acción Popular ya no va a
tener enemigos, porque caerán todos delante de ella”.
El día 16 de febrero estaba todo preparado por parte de las derechas, especialmente de la
CEDA, para que se pusiera en práctica esa amenaza hecha en los discursos de Gil Robles respecto a
eliminar 15.000 hombres (Protestas en las derechas.), que son los que perturban la paz de España;
pero como el 16 de febrero no ha sido posible el triunfo de las derechas, sino que el verdadero
pueblo de España ha votado por el Frente Popular, vemos que, poco a poco, por medio de
provocaciones, se quieren realizar todas estas amenazas que se hacían antes del 16 de febrero.
También nosotros tenemos nuestras carpetas llenas de provocaciones de las derechas desde el
16 de febrero hasta el día de hoy. Aunque el Sr. Calvo Sotelo ha leído algunos datos sobre quema de
iglesias y otras cosas que han podido realizar los obreros, siempre en contestación a las
provocaciones de las derechas, nosotros decimos: en estos días se ha descubierto por la Policía una
serie de grupos, incluso en alguna organización sindical, que tenían en su poder una lista de los
atentados que preparaban contra elementos del Frente Popular, socialistas, comunistas y
republicanos. En el caso del Sr. Pedregal, que ha sido asesinado hace unos días, no creo que se
tenga el descaro de decir que son elementos del Bloque Popular los que han realizado ese hecho.
(Un Sr. Diputado: Ni tampoco de las derechas. —Rumores.)
Cada día la provocación es más fuerte por los únicos elementos que la preparan, por los
elementos de derecha, y ello es como consecuencia de que se va consolidando la República, que
tiene el apoyo del Frente Popular y cuenta además con el entero apoyo de los trabajadores mientras
que lealmente —y creo que el Gobierno está dispuesto lealmente a realizarlo— se cumpla el pacto
convenido con los elementos de izquierda dentro del Frente Popular. He aquí por qué cada día se
preparan con más fuerza las provocaciones para crear conflictos de orden público y después venir
aquí a pretender hacer interpelaciones sobre ese tema a fin de echar en cara al Gobierno todos los
actos de terrorismo que se vienen realizando en España. Yo creo que es necesario tomar medidas a
fondo con los que conspiran contra la República y contra el pueblo. El 16 de febrero el triunfo del
Bloque Popular ha representado algo fundamental que debe cambiar la situación en España. Hasta
aquí se han dado algunos pasos en este sentido, pero no es lo suficiente, como lo demuestra el hecho
de que se puede realizar toda esa serie de provocaciones que se vienen realizando por los elementos
de derecha.
El Bloque Popular no podrá ser roto por las maniobras de las derechas. El partido comunista
—no lo negamos; al contrario, lo decimos en los mítines, en los escritos y en todas partes— aspira a
la dictadura del proletariado, pero el partido comunista apoyará con toda su fuerza al Gobierno
republicano de izquierda. Eso es indudable, porque hay una lealtad en el partido comunista y porque
la contienda en estos momentos se presenta de la siguiente manera: democracia o reacción y
fascismo, y nosotros entendemos que todos los hombres amantes de la democracia tienen que estar
unidos el tiempo que sea necesario para hacer frente a la reacción. Por muchas maniobras que se
hagan, el Bloque Popular no se romperá, cuanto menos por el partido comunista y creo que también
por el partido socialista e incluso por los republicanos de izquierda; al contrario, va a continuar su
obra hacia adelante, va a cumplir el pacto y quién sabe si después se firmará otro para continuar el
desarrollo de la revolución democrática burguesa a fin de mejorar las condiciones de vida y de
cultura que necesita el pueblo español.
La gravedad de la situación depende de que todavía en España por una parte está la riqueza y
por otra hay mucha hambre, y he aquí por qué la minoría comunista plantea ante la Cámara,
especialmente ante nuestros compañeros y amigos del Bloque Popular, la necesidad de entrar a
fondo en el problema de desarraigar a la reacción si es que de verdad se quiere hacer la
transformación que necesita España.
Yo quiero recordar por qué fue posible el triunfo de la derecha en el año 1933, y la
experiencia del 14 de abril debe servir para que no pueda repetirse ese hecho, porque no podemos
de ninguna manera estar jugando en España a liberales y conservadores, como se jugaba en el
tiempo del Sr. Romanones (Risas.), o a Gobiernos republicanos de izquierda y de derecha, sino que
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 48
es necesario consolidar en España la situación creada por el triunfo del 16 de febrero, para no tener
más la pesadilla de que de nuevo la reacción pueda dominar España y pueda sentarse en el banco
azul. En el año 1931, cuando triunfó la República, el pueblo esperaba mejorar su situación
económica, y como sólo lo consiguió en cantidad mínima, ése fue el motivo por el cual las derechas
pudieron hacer en España una campaña demagógica. Las derechas no perdieron sus privilegios, no
perdieron esa base material y social que les da la propiedad de la tierra; el poderío económico y
político de la Iglesia continuaba en las mismas condiciones que antes del 14 de abril de 1931; en el
Ejército no se hizo la reforma necesaria para que respondiera al cambio de situación, y todo esto dio
por resultado que las derechas pudieran rehacer sus fuerzas poniendo en peligro la República.
Es necesario (y me dirijo al Bloque Popular y también al Gobierno) no olvidar lo ocurrido, y
ya que ahora ha triunfado la República hay que consolidarla, para lo cual hace falta realizar lo que
no se hizo el 14 de abril.
El Sr. Azaña en su discurso de hoy, lo mismo que en el de hace unos días, ha dicho cómo se
van poniendo en práctica los puntos del pacto del Bloque Popular. Nosotros apoyamos su buen
deseo y aplaudimos la realización de algunos de los puntos, por ejemplo la amnistía, la admisión de
los represaliados, la jornada de 44 horas para los metalúrgicos, aunque consideramos que esta
jornada debe ser para todos los trabajadores de España a fin de solucionar la cuestión del paro. En
cuanto a los asentamientos, el Sr. Azaña ha declarado en su dicurso que dentro de poco tiempo
tendrán dinero los campesinos para poder cultivar la tierra. Pero hay algunos puntos del programa
del Bloque Popular (y yo reconozco el buen propósito por parte del Gobierno, porque en su lealtad,
repito, cree sinceramente el partido comunista); pero hay algunos puntos del pacto que, a nuestro
juicio, exigen una mayor rapidez, sobre todo el que se refiere a las responsabilidades, que debe
acelerarse porque es uno de los puntos que el pueblo, los que han votado por el Bloque Popular el
16 de febrero, tienen más en estima, pues no hay que olvidar que los cinco mil muertos de Asturias
y todo lo allí ocurrido exige que se ponga en práctica rápidamente la cuestión de las
responsabilidades para poder dar una satisfacción al pueblo, que espera, no venganza, pero sí
justicia, puesto que el pueblo votaba por el programa del Bloque Popular, al mismo tiempo que
votaba, como uno de los puntos fundamentales, la amnistía para libertar a treinta mil presos
hermanos, obreros y antifascistas, también, anexa a la cuestión de la amnistía, votaba la cuestión de
dar satisfacción al pueblo haciendo justicia con los responsables de que estuvieran en la cárcel y de
la represión bárbara de Asturias y de toda España.
Hay también otro punto, que es el auxilio a las familias de las víctimas, de los que han muerto
en Asturias. Esa ayuda es precisa teniendo en cuenta la situación de miseria que hay en Asturias,
creada en estos momentos también como una de las formas de provocación por los elementos
reaccionarios, por los patronos de Asturias, con cierres de fábricas y de minas. Es decir, de la que
son responsables especialmente las derechas, éstas la profundizan creando esa crisis artificial con el
cierre por falta de salida del carbón o porque no tienen salida las mercancías de las fábricas, según
dicen, cuando lo cierto es que el cierre de minas y de fábricas obedece al deseo de aumentar el paro
y crear una situación difícil en España para después decir en los mítines y en los periódicos: “Ahí
tenéis; eso es lo que da un Gobierno republicano”.
Por eso es necesario poder ir en ayuda de las familias de las víctimas de la represión en
Asturias, y la indemnización a esas familias en Asturias y en toda España hay que hacerla con toda
rapidez, ya que así lo exigen las necesidades por que atraviesan los obreros.
También hay la cuestión de los parados, y en cuanto a ella el Sr. Azaña planteaba la necesidad
de, urgentemente, solucionar o aliviar lo más posible el paro. Yo reconozco qeu existen las
dificultades económicas de que hablaba el Sr. Azaña, que con una explicación clara y concreta
demostraba cómo ha dejado la Hacienda, cómo ha dejado de dinero a España el Gobierno anterior.
Pero yo quiero plantear, respecto a los parados, la cuestión de que el dinero hay que sacarlo, como
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decía el Sr. Gil Robles, de donde el dinero se encuentre. Por eso cuando yo hablaba de los
terratenientes aludía también a la Iglesia, porque, ¿es que en la Iglesia no hay una gran riqueza, no
hay un movimiento de millones? En eso consiste su poderío económico y político, en su riqueza,
riqueza que ha sido creada sacándola del pueblo, y cuando el pueblo tiene hambre y hay muchos
parados hay que realizar obras para colocarlos. Por tanto, la expropiación de los bienes de la Iglesia
es indispensable realizarla para que se pueda hacer esa transformación que necesitamos.
Se podrá decir que en lo referente a la Iglesia nosotros tratamos de atacar los sentimientos
religiosos de los que consideran que deben confesar y comulgar. Nosotros lo que queremos —y
conste que ésta no es una medida comunista ni socialista, sino simplemente republicana, de una
república democrática— es poder expropiar esa riqueza a la Iglesia para la transformación que
anhelamos, si es que no se quiere que se siga conspirando, que continúe ese predominio económico
y político, de tipo semifeudal, que es necesario que termine en España.
Quería también decir unas palabras contestando a una alusión del Sr. Gil Robles cuando se
dirigía al Sr. Azaña. Preguntaba el Sr. Gil Robles cómo era posible convivir con fuerzas obreras que
en mítines o en manifiestos decían: abajo España, abajo la Patria. Eso es completamente inexacto, y
en pocas palabras voy a demostrarlo. Ya en un mitin celebrado en Madrid dije que nosotros los
comunistas somos amantes de España, somos patriotas. Los que no son amantes de España ni
patriotas son los responsables de la situación en que España se encuentra, los que quieren hundir a
España en un caos económico, los que quieren una España de represión, de hambre, de incultura, de
barbarie, de fascismo; los que la tenían convertida en cárcel con 30.000 presos, estando dispuestos a
matar a todos los que no fueran de su ideología, a todos los obreros antifascistas. Naturalmente, si
nosotros tenemos que defender a esa Espala, nosotros somos antiespañoles, somos antipatriotas.
Pero no; nosotros queremos a España y trabajamos por España y por la Patria. ¿Qué clase de Patria
queremos nosotros? ¿Qué clase de España? Queremos esa España que dio el triunfo al Frente
Popular; el pacto en sí lo dice bien claro: una España que termine con la situación de hambre, que
evite que los campesinos puedan continuar comiendo hierba. Nosotros queremos que el desarrollo
de la cultura en España no tenga límites, pero una verdadera cultura para las fuerzas obreras y
democráticas. Queremos una España en donde haya pan, donde los campesinos tengan tierra, donde
haya paz y donde no haya parásitos. A esta España la defenderemos por todos los medios que estén
a nuestro alcance y defenderemos a la República que cubra todas estas necesidades, la
defenderemos incluso como la han defendido en octubre los obreros en España, especialmente en
Asturias. Por esta España nosotros daremos la vida, por esta España lucharemos y lograremos
eliminar de ella a los que quieren hundirla en un caos económico y político. Nosotros decimos: los
que se llamen españoles y patriotas en estas condiciones ni son españoles, ni son patriotas, ni tienen
derecho a vivir en España.
Se dice que nosotros queremos destruir el Ejército; que somos enemigos del Ejército.
Tampoco en esta cuestión están en lo cierto los señores de la derecha: nosotros queremos un
Ejército con arreglo a la situación que vivimos en estos momentos; queremos un Ejército
republicanizado; un ejército de tipo democrático, Lo que no queremos (es una de las medidas que se
deben tomar en España) es que los mandos militares más importantes se puedan encontrar en manos
de elementos reaccionarios y fascistas, enemigos de la República. Queremos la depuración en todos
los Cuerpos armados, para que responda a la nueva situación creada después del triunfo del 16 de
febrero. Nosotros no somos enemigos del Ejército; lo que sucede es que nos queremos quita de
encima la pesadilla del golpe de Estado, que no se oculta, que se dice por ahí, “vox populi”, que se
organiza. No queremos que se repita lo del 10 de agosto, y por eso pedimos la depuración del
Ejército; no queremos que se puedan contar en el Ejército los elementos de marcada tendencia
reaccionaria, como lo son Franco, Goded y otros del mismo carácter. Lo que queremos es un
Ejército republicano fuerte; un Ejército del pueblo y para el pueblo, que no se pueda utilizar en
defensa de los intereses de los grandes capitalistas, de los terratenientes y banqueros; queremos un
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 50
ir a engrosar las filas del proletariado, es una política agraria profundamente equivocada. Lo
primero que hay que hacer en política agraria ―y de esto desearía que tomara nota el señor Azaña
para que recogiera mis manifestaciones― es asegurar, dar estabilidad al pequeño propietario, que
hoy, repito, se encuentra en tales condiciones económicas que tiene que abandonar sus parcelas y
pasar a ser guardia de Asalto o guardia civil o a aumentar el número de obreros en las ciudades.
Lo más importante en esta materia es dar estabilidad al pequeño agricultor, y de esto no se ha
hablado nada en la declaración ministerial, pero sí en el programa del Frente Popular. En el
programa del Frente Popular figura el cumplimiento del art. 47 de la Constitución, a uno de cuyos
puntos se ha referido el Sr. Azaña, el relativo a la creación del crédito agrario; pero dejó la parte
esencial, la creación del patrimonio familiar inembargable y exento de impuestos. De este extremo,
que se refiere a la liberación total del pequeño agricultor, no se ha ocupado el Sr. Azaña. Además,
yo, como gallego, tengo que plantear el problema que afecta a mi tierra. Nosotros los gallegos
tenemos un problema tradicional, que es el de los foros. Es necesario que se resuelva de una manera
tajante este problema, que viene, año tras año, planteándose en nuestro agro y sin poder resolverse
nunca. Nosotros vivimos en una situación económica lamentable. La economía de una región que
tiene la desgracia de vender barato lo que produce y comprar caro lo que consume, es realmente
insostenible. Tal es la situación planteada en Galicia. Galicia tiene la desgracia de vender sus
producto a precios de competencia; sus carnes en competencia con las carnes importadas; sus
maderas en competencia con las maderas importadas; todos sus productos agrícolas y ganaderos se
venden sin ninguna clase de protección arancelaria y, además, sin la protección de la tasa que se
había creado para los trigos, para los arroces, para los azúcares y para todos los productos de la
meseta y de Levante. Esta situación económica creada al agricultor gallego hace que nuestra vida se
haga punto menos que imposible. Es necesario que la economía gallega, que la producción gallega
disfrute de la misma protección que goza la de las demás regiones. Si hay una protección
arancelaria para el trigo que prohíbe la importación del trigo extranjero, asegurando la venta a
precio remunerador, es necesario que haya un arancel y una protección para los ganados y las
maderas, con el fin de que estos productos puedan venderse también a precio remunerador.
Durante la campaña electoral los campesinos gallegos nos decían: “La República ha supuesto
para nosotros las siguientes ventajas: nos han aumentado la contribución en un 10 por 100, nos han
obsequiado con un Tratado de carnes con el Uruguay y otro con la Argentina, y se han firmado
Tratados para la introducción de huevos y maderas. En efecto, el campesino gallego ha recibido de
la República un verdadero azote y de ahí que nos preguntara si ahora íbamos a hacer lo propio, si de
este nuevo triunfo de la República iba a resultar un nuevo 10 por 100 de aumento en la
contribución, un nuevo Tratado de carnes, un nuevo Tratado para la importación de maderas.
Nosotros hemos tenido que plantear ante estos campesinos el programa que ofrecía el manifiesto del
Frente Popular. En él se ofrecía la justicia tributaria, se ofrecía el cumplimiento del art. 47 de la
Constitución y nosotros agregábamos la resolución del problema foral y la defensa de nuestros
productos en condiciones de igualdad con los del resto de España.
Si el Sr. Presidente del Consejo no recoge estos puntos de nuestro programa, yo, como
representante de aquellos campesinos, no podré votar la confianza al Gobierno. Es una exigencia
justa de orden económico que yo vengo a plantear aquí. Los gallegos tenemos derecho a disfrutar de
los mismos privilegios y protecciones que disfrutan los demás españoles. Hasta ahora hemos sido
una raza proscripta... (Risas.) Nosotros necesitamos que nuestros productos estén en el mismo orden
de protección que los de las demás regiones.
Hechas estas consideraciones, voy a pasar al punto de orden político en dos palabras nada más
porque sé que el tiempo acucia. Las derechas han tenido la habilidad de desviar este debate político,
y lo que debía ser un ataque enérgico de todos los republicanos contra el Gobierno, ha tenido que
convertirse en una defensa del Gobierno. Éste, en realidad, en lo que va desde el 19 de Febrero acá,
no ha cumplido el programa. El programa republicano que con tan elevado pensamiento y con tanto
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 53
acierto nos ha expuesto el señor Azaña es un programa que ha producido el entusiasmo de toda la
Cámara y de todo el pueblo español, pero yo siento mucho que ese programa no viva más que en el
pecho del Sr. Azaña. El pueblo español no se ha enterado de que hay República. Hasta ahora el
pueblo español vive en monárquico; los gobernantes son monárquicos. (Protestas y risas.) Si
prescindimos del Gobierno, toda la red burocrática es monárquica. En cada Ministerio el Ministro
es prisionero de monárquicos, y el espíritu con que se aplican las leyes es esencialmente
monárquico, es esencialmente clasista.
La clase explotadora del pueblo español, la clase avasalladora del pueblo español, ha dado
una tónica a las leyes y a la vida política, y esa misma tónica estamos observando en todas partes.
No se ha republicanizado para nada el Estado; la República no ha llegado a ningún punto de
España. Preguntamos al salir de aquí, al ir a nuestros pueblos, y vemos que siguen los mismos
caciques, los viejos jueces, los administradores que se han significado contra el régimen; toda la red
burocrática subsiste de igual manera, y la voz pública sigue clamando en la calle por una
reivindicación que debiera haberse verificado ya. El maestro laico, que ha traído la República,
sigue, con la competencia de las escuelas del Estado, muriéndose de hambre; los que han sufrido la
represión y la expatriación están pidiendo limosna, sin que el Gobierno, que se halla cómodamente
sentado en el banco azul, y nosotros, que lo estamos en estos escaños, les demos la protección a que
tienen derecho.
Por todo esto, el ataque contra el Gobierno, de los verdaderos republicanos, debería ser
furioso, porque no ha hecho lo que debiera: dar órdenes a los gobernadores civiles para que
depuraran la Guardia civil y la Policía, esa Guardia civil que mantiene amparados a los fascistas en
toda Galicia con abundancia de armas, mientras la izquierda está soportando los ataques de la
derecha. Esta es la realidad. La derecha sigue con la misma táctica y e l Gobierno es un protector de
esa derecha. (Rumores.)
[JOAQUÍN MAURÍN]
El Sr. VICEPRESIDENTE (Sánchez Albornoz): El Sr. Maurín42 tiene la palabra.
El Sr. MAURÍN: Tomo parte en este debate, Sres. Diputados, ostentando una representación
puramente unipersonal. Mi intervención por esta razón será muy breve y, además, tendrá
seguramente la virtud de no satisfacer a ninguno de los sectores de la Cámara.
Empiezo por decir que por esta vez la representación del Partido Obrero de Unificación
Marxista votará la confianza al Gobierno del señor Azaña. Sin embargo, he de evidenciar mi
desacuerdo con las manifestaciones hechas por el Sr. Presidente del Consejo. Ha dicho S. S. ―fue
el tono general de su discurso― que su objetivo fundamental, como hombre directivo cargado de
gran responsabilidad para el futuro de España, es que haya calma. Este deseo de calma mereció,
señor Azaña, el aplauso de los hombres representativos del bienio negro. Pero el pueblo no se
mantendrá en calma, no habrá calma en el país, a pesar de los factores psicológicos de que hablaba
el Sr. Ventosa, a pesar de las invocaciones a los peligros comunistas de que hablaba el señor Calvo
Sotelo, mientras no se haya hecho justicia; en el país no habrá calma mientras no se haya ventilado
la represión de Octubre de 1934, con sus tres mil muertos, los treinta mil encarcelados, el Sr. Azaña
preso, el Sr. Companys preso, el señor Largo Caballero preso, D. Indalecio Prieto emigrado, el Sr.
González Peña preso, e igualmente otros hombres representativos de distintos sectores del
movimiento popular que integran esta Cámara.
Todos ellos podrán, tal vez, sentirse personalmente satisfechos escuchando las palabras de la
derecha; pero el pueblo, el verdadero pueblo que ha sufrido en Octubre, y sufre ahora todavía, no
podrá mantenerse en calma mientras no se haya hecho justicia, y justicia quiere decir, señores de la
derecha, un desquite natural, quiere decir una expresión que vosotros utilizáis, puesto que la tenéis
en la Biblia; quiere decir la ley del Talión. (Rumores.) Quiere decir diente por diente, quiere decir
ojo por ojo. Y el diente por diente y el ojo por ojo, que tal vez os haga reír a vosotros, no hace reír a
los mineros de Asturias: que han perdido tres mil de tos suyos; no hace reír a los hombres que han
sufrido en las cárceles. Estos, intuitivamente, no por una simple venganza, quieren la ley del Talión,
quieren la revancha, quieren el desquite, quieren el equilibrio, y solamente cuando este equilibrio
natural se haya producido en el país, Sr. Azaña, podrá haber calma; hasta que esta justicia se
produzca, no habrá calma en el país. El Sr. Azaña tiene firmadas por todos nosotros en el manifiesto
del Frente Popular la depuración de las responsabilidades por la represión de Octubre; el Sr. Azaña
lleva ya dos meses en el Poder y estas responsabilidades no las hemos visto exigidas todavía: los
asesinos de Sirval siguen aún en libertad. Yo sé que por parte de los familiares y de abogados
representativos de los propios familiares se han hecho incitaciones al Gobierno para que se hiciera
justicia, para que fueran encarcelados los asesinos de Luis Sirval, y, sin embargo, los asesinos están
todavía en libertad. Hay que hacer justicia; el proletariado no es nunca vengativo, el proletariado
sufre como en la “Commune” francesa, el proletariado ha sufrido a través del siglo XIX y durante el
siglo XX, y cuando toma el Poder hace la justicia, estrictamente necesaria, pero esta justicia hay
que hacerla. Cuando esta justicia se haya llevado a cabo, entonces es cuando podrá haber calma, esa
calma que desea el Sr. Azaña.
Yo veo para el Gobierno del Sr. Azaña grandes peligros, que no se han señalado, pero que
están flotando en el ambiente. El Sr. Azaña ocupa el Poder por segunda vez. No podrá decirse que el
Gobierno primero del Sr. Azaña fue un completo acierto. El Gobierno primero del señor Azaña se
hundió en Septiembre de 1933, y todo hundimiento político, todo colapso político es, fatalmente, un
fracaso. Fracasó, ¿por qué? Fracasó porque el Gobierno del primer bienio no había hecho la política
radical en el orden social que precisaba llevar a cabo. Y es por eso por lo que las derechas, vencidas
el 12 y el 14 de Abril de 1931, reaparecieron de una manera lenta, pero progresiva, y en Septiembre
de 1933 arrollaban al Gobierno republicanosocialista y tomaban, de una manera vertiginosa, el
Poder en Noviembre-Diciembre de 1933.
¿Cómo ha sido posible ahora reconquistar las posiciones perdidas? Las posiciones perdidas se
han reconquistado gracias al sacrificio de la la se trabajadora, gracias a esos tres mil muertos, a esa
pirámide de cadáveres, gracias a los treinta mil encarcelados, gracias a los sufrimientos de las
treinta mil familias. Todo eso es lo que ha permitido ahora un Gobierno republicano, con una
mayoría del Bloque Popular. Pero es que, Sr. Azaña, la experiencia hecha por el proletariado de esos
tres mil muertos y esos treinta mil encarcelados ¿podrá repetirse indefinidamente? ¿Es que el
proletariado es materia prima para sufrir estas represiones crueles, inicuas, como no recuerda la
historia de nuestro país?
Generalmente no suceden nunca las cosas por segunda vez de una manera exacta. La
“Commune” francesa fue el aplastamiento momentáneo del movimiento obrero y tuvieron que pasar
muchos años para que la clase trabajadora francesa pudiera resurgir y presentar nuevamente batalla.
Tal vez si la actuación del Gobierno del Sr. Azaña fuera ahora una repetición de lo que fue en 1931
a 1933 conduciría, inevitablemente, a un triunfo de la contrarrevolución, a una victoria de los
hombres que se sientan en los escaños de las derechas, que tienen la osadía, después de todo lo que
han hecho durante el bienio negro, de venir aquí a pedir explicaciones a la mayoría de la Cámara.
Reconquistando el Poder esta gente ―no os quepa duda, señores republicanos de izquierda,
camaradas socialistas y comunistas―, se iría directamente al fascismo. El Sr. Gil Robles ha dicho,
de la manera jesuítica que emplea al pronunciar sus discursos ―y en esto no creo que haya ofensa
para que se pida la lectura de un artículo del Reglamento―, lo siguiente: “Yo no sé si podré
controlar las fuerzas que me siguen; esas tuerzas, si no ven un Gobierno fuerte que imponga el
orden, tal vez se marchen por derroteros que no son los míos.” Es la amenaza implacable,
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inexorable, de que el Sr. Gil Robles, que tuvo, y no ha perdido nunca, grandes simpatías por el
movimiento fascista ―el de Italia y el de Alemania―, llevará todo su partido hacia las filas del
fascismo.
Y no hay duda, la disyuntiva es terminante: o triunfará el socialismo o triunfará el fascismo.
La democracia en el siglo XX, después del triunfo de la revolución rusa, en esta época de
convulsiones sociales, de cataclismos políticos, de guerras imperialistas, es un simple momento de
transición entre dos etapas antagónicas. El dilema es: fascismo o socialismo.
¿Qué hicieron, camaradas socialistas, los socialdemócratas alemanes y austríacos, creyendo
que podrían estabilizar la República democrática, sino dar tiempo a la organización fascista, para
que, preparándose, pudiera después conquistar el Poder? Si nosotros vamos a repetir exactamente lo
mismo en España, dentro de un año, de dos, de tres ―yo no puedo decir la fecha exacta―,
tendremos, como en Italia, como en Austria, como en Polonia, como en Hungría, como en
Alemania, como en Portugal, como en una muchedumbre de países, un régimen fascista, que será
presidido o por Gil Robles o por Calvo Sotelo o por otro aspirante a “führer” o a “duce”. La gran
responsabilidad del proletariado y de los hombres representativos del movimiento liberal está
precisamente en impedir ese movimiento ascendente del fascismo que representan todas las
derechas coligadas, apoyando en este momento al Gobierno del Sr. Azaña, si el Sr. Azaña, en
realidad, se propone llevar a cabo el pacto del Frente Popular.
¡Ah! Pero es que el Sr. Azaña se encuentra con que no podrá llevar a cabo el pacto del F rente
Popular.
En el Gobierno del Sr. Azaña hay dos contradicciones fundamentales: la primera es que en
1936, en época profundamente revolucionaria, que aterroriza a los hombres de la derecha, el
Gobierno del Sr. Azaña es menos revolucionario, es menos avanzado, es de tipo más conservador
que el Gobierno de 1931-33. Dentro del Gobierno había entonces tres representantes socialistas, que
le daban un tono más avanzado del que podía tener representado solamente por republicanos. Hoy
se da esta primera contradicción, y la segunda contradicción es creer que haya triunfado el 16 de
Febrero un movimiento republicano en sí. Es el movimiento de Octubre, son las masas trabajadoras,
es el movimiento obrero, representado por Largo Caballero, por Indalecio Prieto, por González
Peña, por los hombres encarcelados en Octubre, lo que ha triunfado.
El Sr. Calvo Sotelo ha dicho, y decía bien, que en el país había una mayoría de tipo marxista,
que los republicanos están en evidente minoría. Esto, aunque lo diga un representante caracterizado
del fascismo, como lo es el Sr. Calvo Sotelo, es tan cierto como dos y dos son cuatro. Hoy existe en
el país una mayoría socialista o comunista y, sin embargo, hay aquí un Gobierno de tipo
republicano. Esta es la segunda contradicción. Esto nos lleva a esa ofensiva que realizan las
derechas subrepticiamente, conspirando contra la República, apoyándose como en tiempos de la
monarquía, en ciertos sectores, en “determinados elementos”, a través de la finanza internacional,
de la Prensa internacional, y por todos estos medios se lleva a cabo la ofensiva contra la situación
actual.
No os quepa duda (yo al menos tengo la plena convicción) de que el sentido del Gobierno
Azaña es exactamente el mismo del Gobierno Herriot en 1924. En las elecciones de Mayo de 1924
triunfó en Francia, a través del “cartel”, el Bloque Popular que subió al Poder entusiasmado,
embriagado de República. Al cabo de unos meses, el Gobierno de Herriot se encontró con la
ofensiva de la Banca, y Herriot tuvo que ir a llamar a las puertas de Poincaré para que acudiera a
salvar el franco. Al Gobierno laborista inglés le ocurrió lo mismo en el período 1929-31. Cuando la
burguesía inglesa se cansó del Gobierno laborista emprendió la ofensiva financiera, cayó la libra
esterlina y Mac Donald quedó anulado en las elecciones siguientes, en las que alcanzó un triunto
jamás obtenido el partido conservador de Baldwin.
Aquí se está preparando lo mismo. La peseta tiene ya, de hecho, hoy una desvaluación del 12
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o 15 por 100 de su valor. La finanza internacional no está a las órdenes del Gobierno pequeño
burgués, republicano y liberal que hoy tiene España; la finanza está movida por los hombres
representativos de la gran burguesía española. Esta ofensiva se lleva a cabo, y cuando venga el
“crack”, vendrá al mismo tiempo el hundimiento de la actual situación del Frente Popular.
En un determinado sector obrero hay la concepción de que el desgaste del Gobierno Azaña no
es al mismo tiempo el desgaste de los partidos que lo sostienen. El desgaste del Gobierno Azaña
será el desgaste de los partidos obreros que lo sostengan. Por eso la situación para los representantes
obreros es enormemente delicada. Yo he dicho que una vez votada la confianza al señor Azaña, no
sé si podré hacerlo otra vez, porque discrepo del modo de entender la política tal como se lleva a
cabo por algunos sectores obreros con relación al Gobierno del Sr. Azaña. Yo creo que en este
momento no hay que consentir el desgaste del Sr. Azaña, inevitable, porque todo Gobierno se
desgasta, y el desgaste simultáneo de las fuerzas obreras. A mi entender lo que procede es que
aquellos partidos obreros que creen en la eficacia del Frente popular (y yo no creo en su eficacia)
formen con los republicanos de la izquierda un Gobierno de Frente popular. Este Gobierno de
Frente popular se desgastará también; pero, en tanto se desgaste este Gobierno del Frente popular,
no habrá habido tiempo para que la reacción pueda prepararse. Y entonces los obreros deben ir más
allá del Gobierno del Frente popular: a la formación de un Gobierno obrero que solucione los
problemas de la revolución española.
La disyuntiva ―repito― es fascismo o socialismo; los socialistas tenemos que pronunciarnos,
naturalmente, por el socialismo. Nada más.
del Gobierno. Esas gentes sentían la preocupación legítima de conocer cuál era el pensamiento del
jefe del Gobierno; puesta la confianza en él, expresaban, sin embargo, públicamente el temor de que
se dejase desbordar en su actuación o en su política por otro de los núcleos del Frente popular.
Aquellos que en representación de diferentes minorías tuvimos el honor de visitar al jefe del
Gobierno, habíamos conocido algo de lo que públicamente expresó después en la Cámara, y
veíamos el efecto que causaba en la opinión el pensamiento del Jefe del Gobierno cuando nosotros
lo transcribíamos. Sabíamos que en cuanto el Jefe del Gobierno actuase en la Cámara, ello habría de
contribuir en grado sumo a llevar la tranquilidad a la opinión pública. Y así fue: el discurso del Sr.
Azaña mereció la general aceptación de la opinión pública española.
Reconoció ―es cierto― esa opinión pública que no había relación entre los hechos anteriores
al momento del discurso y las palabras que aquel día pronunció el Sr. Azaña; pero se daba al olvido
todo lo pasado, con la esperanza de que aquellas palabras que el Jefe del Gobierno pronunciaba
tuvieran después expresión en la realidad y en los hechos que posteriormente ocurrieran; confiábase
en aquella declaración que el Jefe del Gobierno había hecho también por radio, que mereció
unánimes elogios y que contribuyó grandemente también a pacificar los espíritus, soberesaltados en
aquel momento por el triunfo de izquierdas y temerosos de las consecuencias que éste pudiera tener
para el país. Pero lo cierto es que los hechos no han correspondido a las palabras de entonces.
He de referirme ahora a las que pronunciaba hoy S. S. cuando decía que siguen las violencias
cotidianas, que siguen ―estas eran sus palabras― fusilándose unos a otros los españoles, que
siguen las quemas y hechos sangrientos, que no he de enumerar, porque ya se han relacionado por
otros oradores. Reconozco que en el discurso pronunciado en el día de hoy por el Jefe del Gobierno
hay también periodos que han de tener expresa aceptación y que la tendrán en esa zona de la
opinión pública que confía en su política ante la situación presente. Aquellos periodos en que su
señoría habló de organizar de nuevo la democracia española, de ennoblecer la vida nacional, de
desarraigar esas violencias cotidianas, tienen que tener la máxima aceptación por nuestra parte; pero
habrá de permitirme el Jefe del Gobierno que nosotros pidamos que correspondan ya los hechos a
las palabras.
No puede, realmente, decirse a ese núcleo de opinión, a los ciudadanos españoles, que
adolecen de falta de calma. Son cerca de dos meses los que lleva en el Poder el Sr. Azaña, y están
todos esos elementos deseando que acabe la guerra civil, esos fusilamientos de unos a otros, que se
aplique la ley inexorablemente a todos, a las derechas y a las izquierdas, porque nosotros
condenamos por igual las violencias de unos y de otros; que deje España de asemejarse en este
particular a una cabila, en que los hombres se dedican a la caza del hombre, en que parece que todos
están interesados en llevar a la ruina la economía española por esos procedimientos de violencia.
Tengo, pues, que sumarme a aquellas peticiones que se hacían en el día de hoy, dirigidas al Jefe del
Gobierno, y confío plenamente, con la representación que ostento, en que el Sr. Azaña pondrá en
armonía sus hechos con las palabras pronunciadas el día 3 y hoy. Recursos y medios tiene más que
suficientes en el puesto que ocupa para hacer ver a unos y a otros que no pueden salirse de la ley y
que esas violencias tienen que terminar, y yo solicito que terminen, no ya sólo como ciudadano
español; lo pido también porque hay planteado en los momentos actuales un problema político que
nos interesa a todos los españoles, que nos interesa más y en grado sumo a los republicanos, lo
mismo a los que estáis en el Frente Popular que a aquellos que no lo estamos, pero que queremos
colaborar en la obra de gobierno a realizar, que queremos tomar una parte activa de intervención en
la elección del Presidente de la República, y tendréis que reconocer que, en la situación que
actualmente se atraviesa, en ese plan y en ese régimen de persecuciones, de violencias, de
destierros, de encarcelamientos, de multas, de tomarse la justicia por su mano los extremistas de la
derecha y los extremistas de la izquierda, pese a nuestra voluntad y a nuestro buen deseo, esa
colaboración se dificulta enormemente si no viene esa obra de pacificación que el Gobierno impone
cuando quiere, porque de esto si que estamos convencidos plenamente, desde el Presidente del
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Gobierno y cuantos integran el Ministerio a todos los españoles, de que ese estado anárquico
termina en el momento en que el señor Azaña diga: “Esto se acabó”, y ponga en práctica los medios
para que así se verifique.
En cuanto a los diferentes extremos que comprende la declaración ministerial, nosotros, claro
está, habremos de reservar nuestro criterio hasta que conozcamos cuáles son esos proyectos y el
contenido de los mismos. Uno de los a que hacía referencia el Jefe del Gobierno en su discurso, era
el que guarda relación con la reforma del Reglamento. Los hombres de espíritu liberal, que somos
entusiastas de la institución parlamentaria, aun sin conocer el proyecto, conociendo el espíritu
democrático del Sr. Azaña, creemos poder confiadamente pensar que los proyectos que en relación
con este particular vengan podrán ser proyectos que tiendan a darle una mayor flexibilidad para la
actuación de la Cámara en la resolución de los problemas que a ella se encomienden, pero que el
espíritu que preside la institución parlamentaria permanecerá inalterable, pese a esas reformas que
contenga el nuevo proyecto de reglamento. Desde luego, nosotros colaboraremos a esa labor
republicana, lo mismo en lo que se relaciona con la reforma del reglamento que con aquellos otros
proyectos de que hablaba también el Jefe del Gobierno referentes a la elección del Tribunal de
Garantías, de Presidente del Tribunal Supremo y ley de competencias.
Hablaba también y exponía sus proyectos el Jefe del Gobierno al tratar de la obra económica
que iba a realizar el Ministerio, encuadrando la solución de la misma dentro de dos puntos que eran
la situación del cambio y el paro obrero, relacionando íntimamente con la solución para este
particular cuanto guarda relación con la práctica de las obras públicas. Yo he de alabar, desde luego,
la orientación que en este particular se señala en el programa del Gobierno: poner término de una
vez a la vergüenza de que las obras públicas sean obras de beneficencia, en que, en cierto modo, se
derroche el caudal del Estado sin beneficio práctico. Como ministro de la República vi, en alguna
ocasión, cómo en algún puerto para el que se habían presupuestado muchos millones, los millones
estaban gastados y la obra no había llegado a la mitad todavía, y cuando, personalmente,
practicamos averiguaciones en el punto en que el puerto se estaba construyendo, para poner en claro
cómo aquella partida de muchos millones se había agotado y el puerto estaba a medio construir, nos
encontramos con que las obras de aquel puerto habían sido unas de esas benéficas a que hacía
referencia el Jefe del Gobierno, porque allí no había terreno ni medios de trabajo para más de 400 o
500 obreros y aparecían cobrando 1.000 o 2.000, que, realmente, lo que percibían era un jornal que
no producía beneficio alguno al Estado, y sí, en cambio, aquella consecuencia de que se hubiera
tirado una partida de muchos millones sin beneficio para la causa pública.
Señalaba también otro particular importantísimo, que reconozco la necesidad ineludible de
poner remedio al mismo, cual es el de evitar cuando se llega a la práctica de las obras públicas para
solucionar el paro obrero las contradicciones que existen entre diferentes Departamentos por la
forma en que se desenvuelve la práctica en los mismos y, aun sin llegar a contradicciones entre
Ministerios distintos, dentro del propio Ministerio, por la forma en que se desarrolla la realización
de estas obras encaminadas a solucionar el problema del paro obrero. Se daba el caso de que,
acordada por la Junta de Paro obrero la realización de obras por valor de muchos millones, que
representaba la solución del problema del paro obrero, por las dificultades burocráticas, desde el
momento en que se había acordado la realización de la obra y el envío de las pesetas hasta el
momento en que éstas se recibían allí donde estaban destinadas, transcurrían meses, como si el
hambre pudiera esperar el desarrollo de esas fórmulas burocráticas para que las pesetas llegasen a
su destino. Todo lo que en este particular representa orientación del Gobierno que ponga término a
hechos como aquellos a que me he referido; forzosamente ha de tener por anticipado nuestro
aplauso.
En materia de leyes fiscales y aquellas otras que anunciaba el jefe del Gobierno, nuestros
proyectos son los que he expuesto ya en relación con los otros proyectos de ley ministeriales:
colaborar en el estudio de los mismos y corresponder en la medida de nuestras fuerzas al desarrollo
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de esos proyectos y a que salgan en la forma más en armonía con nuestro designio. Claro está que
tratándose de una minoría agraria tendrá mucho gusto, cuando llegue el momento oportuno, en
demostrar a nuestro compañero de izquierda el error en que se encuentra al creer que somos
defensores de los grandes terratenientes; que hay errores que, si se producen, harto se han purgado y
de algo servirán como experiencia para lo futuro, y cuando llegue el momento sera ocasión de
demostrar... (Rumores que impiden oír al orador.) Yo os pido un margen de confianza. Cuando se
discutan aquí los proyectos entonces veremos si defendemos a los grandes terratenientes o a los que
tenemos que defender, a los que nos han traído, que no son grandes terratenientes, ni mucho menos.
Si en algún momento esta minoría, que ha purgado sus culpas en una nueva elección, incurrió en
error, defendiendo a los grandes terratenientes, el pago que los mismos le dieron sería suficiente
para que la gente que tenga noción de la propia dignidad no pueda encontrarse más en igual
situación. (Grandes rumores.)
Se anuncian seis leyes importantísimas, todas ellas fundamentales, y, desde luego, yo digo
que, del propio modo que durante las Constituyentes varios de los que aquí nos encontramos
colaboramos en la realización de aquellas leyes, discutiéndolas en la medida de nuestras fuerzas y
aportando a ellas nuestra buena voluntad, igual haremos con relación a esas leyes, que
consideramos de urgencia grandísima, porque esperamos que, cualquiera que sea el resultado a que
se llegue, la situación será harto mejor que la actual, y en ello comparto el criterio del Sr. Ventosa,
pues por precipitaciones, y tal vez por las circunstancias del momento, es de temer que se hayan
causado a la economía agraria daños que acaso sean irremediables.
Por eso queremos que, de una vez, se regulen estos problemas en forma que den satisfacción a
las aspiraciones de todos, y si se llega, como anunciaba el jefe del Gobierno, a una reforma
fundamental en materia de crédito agrícola y a la creación del Banco Agrícola, nuestro aplauso
acompañará a esa labor de Gobierno y éste contará con nuestra colaboración.
Y nada más, Sres. Diputados, si no es el anuncio del ofrecimiento que podamos hacer al
Gobierno en cuanto a esa colaboración en el desarrollo de todos aquellos proyectos parlamentarios
que anuncia traer a la Cámara.
fundamentales. No hablamos de las leyes agrarias, que encontrarán en nosotros francos partidarios,
sin más tope que aquello que pueda representar no matar la riqueza del país y, por consiguiente, no
matar su industria; pero sí queremos decir que hemos oído ―y por eso digo que lo subrayamos con
verdadera complacencia― la declaración de Gobierno en punto a política internacional. Estamos en
un momento crítico de enorme importancia, en el cual nuestra voz, no solamente ha de ser oída en
España, sino fuera de ella, y en este instante nosotros hemos escuchado con agrado las
manifestaciones del Sr. Presidente del Consejo, que, hablando no sólo para aquí, sino para que nos
oigan fuera, nos decía que España, asistiendo a la Sociedad de Naciones en este momento que
puede ser perturbador para Europa, cumplirá sus pactos, cumplirá sus compromisos. Nosotros
recogemos eso diciendo: el cumplimiento de los pactos con toda lealtad para que se sepa que la
personalidad de España tiene y merece tener todos los respetos fuera de nuestro recinto. España en
el extranjero tendrá más alta su personalidad y más alto su prestigio cuanto más unidos se nos vea
aquí, y, por consiguiente, si hoy se explotan o pueden explotarse ciertos estados caóticos que
entiendo pueden y deben ser pasajeros, preciso es que en esos momentos recojamos la opinión de
todos para poder decir fuera de nuestro país que para la personalidad de España, para cuanto España
necesite fuera de las fronte ras, todos somos unos, absolutamente todos, y para eso no podemos
regatear nunca nuestro esfuerzo y nuestra colaboración al Gobierno que se sienta en el banco azul.
Pero, además, yo quiero subrayar las últimas manifestaciones del Sr. Presidente del Consejo, y
con eso le ha de bastar a esta minoría para poner de relieve cómo piensa en estos momentos sobre
todos los problemas de Gobierno. Decía el señor Presidente del Consejo: “Yo desde aquí represento
el orden; yo no puedo consentir la guerra civil; yo he de oponerme siempre a la guerra civil.” Eso es
lo que queremos subrayar nosotros, porque el Gobierno, que debe sentir siempre la dignidad del
Poder público, debe representar siempre el mantenimiento del orden público a costa de todo, no
solamente por lo que pueda representar el Poder público como medio coactivo en determinados
instantes, sino porque por sus actos y por sus hechos lleguen a constituirse dentro de nuestro país
esos estados psicológico de que hablaba con tanta elocuencia el Sr. Ventosa, para que los hechos del
Gobierno sean los primeros que, sin necesidad de la coacción, representen la confianza de que él ha
de sostener, de que él ha de mantener el orden público. Y a vosotros, que debéis sostener la dignidad
del Poder público que representáis, no os pedimos más que una cosa: gobernad, que si gobernáis, a
vuestro lado nos habéis de tener siempre para todo lo que represente al bien de España, el respeto al
orden público y el respeto a la ley. Y nada más.
un olvido en que ha incurrido un grupo parlamentario que se llama catalanista y pretende ser
republicano. Me refiero a la Lliga regionalista, al Sr. Ventosa y Calvell. Don Manuel Azaña
fundamentaba su declaración ministerial, como era muy lógico, en los postulados del Frente
Popular, postulados que nosotros, los del Frente Popular catalán, reconocíamos como indiscutibles
en nuestro programa, matizándolo con la realidad viva y tangente de nuestra vida autonómica y de
nuestras necesidades locales. Por tanto, hemos de admitir, aceptar y aplaudir en absoluto la
declaración ministerial.
Digo estas palabras, porque si yo acabo de citar el olvido en que ha incurrido un grupo... (El
Sr. Ventosa: No ha sido olvido, Sr. Tomás y Piera. La plena conformidad. Lo hemos manifestado
cien veces.) Pero faltaba manifestarlo hoy. (El Sr. Ventosa: Manifestado queda.) Para nosotros tiene
el máximo interés (me refiero a la cuestión autonómica); no lo tendrá, tal vez, para los Sres.
Diputados... (El sr. Ventosa pronuncia palabras que no te perciben.) Permítame el señor Ventosa,
pero cuando el Sr. Presidente del Consejo nos hace el honor de dar rango y categoría de primera
cuestión a la autonomía, que es una de las bases de nuestra Constitución, y lo ha olvidado otro
partido que se llama catalanista, no vamos a olvidarlo nosotros también. (Un Sr. Diputado: No
necesitamos lecciones de S. S.―Protestas.)
Nosotros, los catalanes de Esquerra, estamos de acuerdo con la declaración ministerial del
Gobierno; le agradecemos la deferencia que representa el dar rango de primera cuestión al problema
autonómico, como catalanes y como autonomistas; deseamos para el Estatuto vasco, que hoy se ha
presentado, la misma suerte que tuvo el Estatuto catalán, y lo propio apetecemos para los demás
Estatutos que puedan venir después. Con esta base autonómica seremos cada día más republicanos.
Cada autonomía es cimiento para la República, y nosotros, que cada día somos más nacionalistas,
somos también cada día más republicanos, y cuando se habla de. autonomía y cuando se habla en
español, nosotros respondemos en español, y a las palabras de cordialidad española del Sr.
Presidente del Consejo de Ministros contestamos que somos españoles, porque hoy se puede ser
español, porque España es republicana. (Aplausos.)
[ÁNGEL PESTAÑA]
El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra el señor Pestaña46.
El Sr. PESTAÑA: Señores Diputados, pocas palabras para fijar la posición del partido que
represento en el debate que se ha iniciado esta tarde.
La exposición que ha hecho el Sr. Azaña, Presidente del Consejo de Ministros, tiene dos
aspectos, o, por lo menos, yo la divido en dos partes para la mejor expresión de mi pensamiento. En
la primera van incluídos todos los proyectos de ley que hemos de discutir en lo futuro. No voy,
pues, a hacer alusión a ellos, puesto que sería ahora perder el tiempo y completamente innecesario.
Sin embargo, yo me permitiría hacer un requerimiento al Gobierno en la esperanza de que lo recoja
por lo que pueda representar en sí. En el grupo de leyes que se ha de someter a nuestra discusión
figura la reforma del Parlamento, la reforma electoral, la elección para el Tribunal de Garantías y la
elección para el Tribunal Supremo, y después las leyes económicas. Yo rogaría al Gobierno que
discutiéramos primero las leyes económicas. España necesita pan, necesita comer, necesita trabajo,
y esto es lo que hay que proporcionarle al pueblo español. La tranquilidad de espíritu, la
tranquilidad de conciencia, la posibilidad de que no haya disturbios en España está en proporcionar
pan a los españoles, que no piden otra cosa. Yo, por eso, rogaría que se discutiera en primer lugar
esa cuestión. Cuando los campesinos tengan tierras para trabajar, cuando los obreros en paro
forzoso tengan faena, cuando los empleados y una porción de la clase media y de las clases
intelectuales que mendigan trabajo, que no tienen empleo, lo tengan, entonces habrá más
tranquilidad en España, habrá República en España y habrá régimen, puesto que nadie defiende al
régimen si no se siente reivindicado y el régimen no le defiende en sus aspiraciones y necesidades.
Después está la segunda cuestión, la del orden público, que es muy interesante. Sin embargo,
yo tengo mis dudas acerca de que el Gobierno pueda mantener el orden público. Tengo mis dudas,
no por lo que respecta a la voluntad del Gobierno, pues estoy plenamente convencido de que entra
en su propósito asegurar el orden público; pero no olvidemos, como se ha señalado aquí esta noche,
que no todas las instituciones de que tiene que echar mano el Gobierno para mantener el orden
público son republicanas, responden al pensamiento republicano del Gobierno, ni responden
tampoco al pensamiento republicano del país.
Casos ―yo hablo siempre sobre hechos concretos―, recuerdo los siguientes: Se había dado
la autonomía a Cataluña. Entre las diversas cuestiones que se la habían conferido estaba la Justicia.
Todos sabéis que Barcelona es una capital constantemente agitada por las luchas sociales y por
todos los movimientos de opinión que se producen en el mundo. En Cataluña se produce lo más
bueno, como se produce también lo más malo. Pues bien: en Cataluña se produjeron una serie de
hechos que entraban dentro de la delincuencia común y pudo observarse que un delincuente
detenido in fraganti por un delito común, a los tres días estaba en libertad. Quince días más tarde
era detenido el mismo individuo por otro delito común, y a los tres días volvía a quedar en libertad.
Nuevamente volvía a ser detenido por otro delito común, y de nuevo volvía a ser libertado a los tres
días. ¿Por qué? Porque la Justicia no se sentía identificada con la República, y mucho menos con el
Estatuto de Cataluña, y de lo que se trataba era de desprestigiar a la República y al Estatuto catalán.
Se echó encima la opinión, la Prensa, todo el mundo; eso no puede ser, se decía; y entonces
ocurrió todo lo contrario: los mismos jueces, los mismos Tribunales que habían puesto en libertad a
individuos delincuentes cogidos “in fraganti”, los condenaban por delitos que no habían cometido, a
penas que oscilaban entre los veinte, veinticinco y treinta años de presidio. Era otro procedimiento
para desprestigiar a la República. ¿Respondía esta institución, respondían los hombres que estaban
en esta institución a la República, a la autonomía y al régimen establecido? No; y éste es el caso que
se da en toda España. Por eso hace falta republicanizar, por lo menos, ya que no sea más, las
instituciones que sirven al Estado.
Decía aquí el Sr. Calvo Sotelo, al hablar de la quema de conventos y de iglesias: “Es que no
sólamente se han quemado las iglesias, sino que dentro de las iglesias se han quemado obras de arte,
se han quemado imágenes de un valor incalculable, elementos de cultura que representaban un valor
artístico para el país”, y con esto el Sr. Calvo Sotelo quería lanzar sobre las multitudes que han
quemado las iglesias y los conventos el anatema de su ignorancia y de su incapacidad. Quizá tenga
razón el Sr. Calvo Sotelo. Efectivamente, son los trabajadores, es la multitud, es el pueblo quien ha
quemado las iglesias, quien ha quemado los conventos, quien ha hecho que con las iglesias y los
conventos ardieran esas obras de arte; ¿pero por qué quema el pueblo esas obras, por qué se lanza el
pueblo contra la Iglesia? Se ha señalado aquí el caso y yo voy a referirlo.
Era yo un niño, tenía apenas once años. Mi padre no sabía leer ni escribir, como no lo sabía en
aquella época ni el 99 por 100 de los españoles; pero tenía la curiosidad de saber y cuando podía
compraba un periódico y hacía que yo, niño, se lo leyera. Yo lo leía, y periódicamente encontraba
sueltos como el siguiente: “Ayer, en tal pueblo de España, se sublevó la mu1titud, quemó las casetas
de consumos y después la iglesia.” Porque para el español ha habido dos cosas que ha odiado
profundamente: las casetas de consumos y las iglesias. (Risas y rumores.) Esto, comprenderán SS.
SS. que no es de ayer, porque yo ya empiezo a ser viejo y a tener años; la tradición continúa. ¿Por
qué el español, que se ha dicho que es profundamente religioso, tiene siempre esa inclinación a
quemar las iglesias y los conventos? Porque ha visto siempre en el fraile un parásito y en el cura un
enemigo secular de la clase trabajadora, de la justicia, y por esta razón es algo que está ya en el
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 63
pensamiento colectivo, es algo que persiste a través del tiempo este odio a la iglesia, y unido esto a
su incapacidad e ignorancia para conocer y distinguir las obras de arte, la multitud no ve en la
iglesia y en el convento más que a sus enemigos; las obras de arte no le preocupan porque no las
conoce; su ignorancia está en que se le ha tenido alejado de la educación y de la escuela, por lo
tanto, no tiene obligación de conocer dónde está la obra de arte ni si hace bien o mal con lo que
realiza; se guía por su instinto, y su instinto certero le lleva a hacer esas obras de justicia. Es
preciso, pues, que tengamos presente eso.
El orden público en España será siempre en manos del Gobierno, mientras no se
republicanicen las instituciones que lo han de mantener, una cosa movediza, y es preciso ser
audaces si se quiere vencer; si no somos audaces en estos momentos, se volverá a perder la batalla,
como se decía aquí, y después de algún tiempo, si no hay algo superior que lo evite, tendremos otro
retroceso en la vida política como en el año 33. ¿Que la audacia a veces comete crueldades o
injusticias? Pues bien, vale más cometer injusticias y crueldades siendo audaces, que por no serlo
dejar que vuelvan a retornar tiempos pasados y que tengamos que lamentar otra vez un hecho como
el del 33, algo que después quizá los que vinieran aquí volverían a hacer discursos magníficos en
torno a los miles de prisioneros. Ahora que está el régimen en las manos del pueblo, en las manos
de los hombres que han sufrido las consecuencias de un error, no volvamos a caer. Seamos audaces,
en la seguridad de que la Historia no hará más que juzgar nuestros actos con benevolencia, quizá
porque advertirá algún día que no fuimos lo suficientemente audaces para destruir lo que se oponía
a que España se coloque en el plano que le corresponde y a que sea un país, no digo que superior,
pero de tipo europeo, que es lo menos que podemos pedir.
[BENITO PABÓN]
El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Pabón48 tiene la palabra.
El Sr. PABÓN (D. Benito): Llegamos al final de este debate. He oído con sorpresa, al mismo
tiempo que con satisfacción, que todo son voces de cariño hacia el Gobierno del Sr. Azaña, desde el
Sr. Gil Robles, que no le ha puesto más reparo que el de la concomitancia con los socialistas y
comunistas, a los demás sectores de esta Cámara; todo han sido muestras de afecto, de apoyo hacia
el Sr. Azaña, y yo no he de ser aquí una voz discrepante; yo voy a votar la confianza al Gobierno del
Sr. Azaña, pero voy a votarla con una congruencia extraordinaria, porque en los términos en que ha
quedado fijo este debate se ha visto que todo se reduce a un solo punto: el del orden público. Es
decir, que esta votación al Gobierno significa sencillamente el aplauso por la actitud adoptada desde
el 16 de Febrero hasta este momento, y en este sentido mi voto ha de ir con un aplauso cerrado y
extraordinario al Gobierno del Sr. Azaña, por una sencilla razón; yo oí aquí voces de derechas y de
izquierdas, en todas partes, proclamándose enemigos de la violencia, pero de una manera bien
extraña, porque los Sres. Gil Robles y Calvo Sotelo se mostraban enemigos de la violencia cuando
esa violencia iba contra ellos, pero precisamente clamaban contra el Sr. Azaña porque no había
empleado una violencia extraordinaria contra los excesos de esas masas obreras. (Un Sr. Diputado:
Venga de donde venga.) Nuestros obreros desean sencillamente tener tranquilidad y ecuanimidad.
(Un Sr. Diputado: No estamos en un mitin, Sr. Pabón.) Y precisamente porque el Sr. Azaña no ha
respondido a la violencia con la violencia, porque tengo el firme convencimiento de que la violencia
jamás podrá producir el bien, ya sea sola inicial o sea en respuesta a violencia anterior, yo he de dar
mi aplauso y mi voto al Sr. Azaña porque, realmente, el que produzca asombro y extrañeza esas que
se llaman alteraciones de orden público, que, con todo el volumen de datos que aportaba el Sr.
Calvo Sotelo, no tienen en realidad importancia extraordinaria, no es más que tener una sensibilidad
de epidermis, una sensibilidad a flor de piel, ya que ninguna cosa extraordinaria ha ocurrido en
España de las que ocurrieron en tiempos de la monarquía, de las que ya son tradicionales en los
motines y en las revueltas. Pero tengan las derechas la seguridad de que el día que el pueblo español
pierda la fe en el motín y en la violencia esporádica, el día que sepa cuál es su verdadera fuerza y
que no debe desgastarla en inútiles motines y revueltas, sino en una prueba definitiva y terminante
para imponer los ideales del proletariado, entonces será cuando las derechas podrán tener temor
verdaderamente al proletariado español. Y en este punto yo he de decir que no puedo estar con el
motín y con la violencia, y he de decir también que soy enemigo de la quema de las iglesias, pero ya
decían muy bien anteriores oradores que ello no era culpa precisamente del pueblo, sino de aquellos
que, alterando el verdadero orden de las cosas, mezclaban la religión y la Iglesia con cosas en las
que no debían estar ni la religión, ni la fe, ni la Iglesia.
Yo les voy a brindar a las derechas un medio de que, de una vez para siempre, el pueblo
español respete las iglesias de todos los pueblos de España. No es cuestión sencillamente de
ideología o de otra cosa. Todo hombre que piense, sea cualquiera la ideología que profese, ha de
estar de acuerdo en una verdad: a cualquier hombre que se le quiera exigir por el Estado y por la
sociedad el cumplimiento de obligaciones se le han de conceder derechos; cualquier hombre que
esté en paro forzoso, que no tenga medios de satisfacer sus necesidades, tiene perfecto derecho y
razón a la suprema rebeldía contra la sociedad y contra el Estado. Hay primero que satisfacerle los
que son sus derechos y después exigirle sus obligaciones. Pues bien; existe en España paro, y esto,
en nombre del Cristo que decís que defendéis, en nombre de esta religión que profesáis, me vais a
decir si no tengo razón en lo que voy a exponer: no hay derecho, ni las mismas imágenes que
respetáis lo quieren, a que ellas tengan oro y alhajas, como existen en las iglesias españolas,
mientras haya hambre en el pueblo. ¿Vosotros, derechas, queréis la convivencia de todos y que
todos nos comprometamos de verdad a llevar adelante nuestros ideales, sin violencia? Empezad a
respetar el derecho del pueblo, sacad esos bienes de las iglesias para remediar el paro y veréis
cómo, cuando el pueblo español a precie eso, no se volverán a producir los incendios ni los ataques
a las iglesias. Así es como se hace que el pueblo las respete, no pidiendo al Gobierno que salga al
paso de ellos con las bayonetas. Nada más.
El Sr. PRESIDENTE: No hay más oradores inscritos para el debate político. Pero, en vista de
lo avanzado de la hora, las rectificaciones han a quedar para mañana. Se suspende este debate.
Asaltos y destrozos:
De Centros políticos....................………......................… 58
De establecimientos públicos y privados………..........… 72
De domicilios particulares......………..........................… 33
De iglesias...........……................................................… 36
Total………………………………..............................… 199
Incendios:
De Centros políticos....……….....................................… 12
De establecimientos públicos y privados…….............… 45
De domicilios particulares...………............................… 15
De iglesias (destruidas, 56).......…….........................… 106
Total.………………………………..........................… 178
Huelgas generales……………………….....................… 11
Motines…………………….......................................… 169
Tiroteos……………………….....................................… 39
Agresiones………………………................................… 85
Atracos……………………….....................................… 24
Heridos…………………….......................................… 345
Muertos………………………....................................… 74
17 de febrero 1936:
BARREDA (Santander).— Prenden fuego a la iglesia parroquial, destruyéndola.
18 febrero:
ALMAGRO-— Son derribadas las tres cruces antiguas.
ALCANADRE (Logroño).— Roban en la iglesia y esparcen por el suelo las Sagradas Formas.
19 febrero:
BÉJAR (Salamanca).—Asaltan y destrozan la iglesia, y la convierten en baile público.
PUIG (Valencia).— Violentan la puerta de la iglesia, sacan las imágenes al campo y decapitan
la del Venerable Jofre, fundador del Hospital de Valencia y compañero de San Vicente Ferrer.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 66
20 febrero:
MELILLA.— Se intenta quemar la iglesia del Sagrado Corazón.
BETANZOS.— Se quema una imagen del Sagrado Corazón de Jesús.
ELCHE.— Incencian el convento de las Mercedarias y la iglesia parroquial de San Juan, El
Salvador y el Arciprestal de Santa María, donde se representaba el auto sacramental La Festa;
asaltan la residencia de Padres del Corazón de María.
MURCIA.— Intentan incendiar la iglesia del Carmen.
PALMA DEL RÍO (Córdoba).— Las imágenes de la iglesia son destrozadas; en un convento
invitaron a salir a las monjas y lo destrozaron.
PALOMARES (Sevilla).— Intentan asaltar y quemar la iglesia.
MONTEJAQUE (Málaga).— Es asaltada la iglesia y destrozadas seis imágenes.
BENAOJÁN.— Incendian la parroquia, que queda completamente destruida.
CORUÑA.— Incendian la iglesia del Sagrado Corazón, se llevan las Sagradas Formas y
varios vasos sagrados. Muchas imágenes fueron quemadas y los ornamentos destrozados.
TORRES DE BERELLÓN (Zaragoza).— Asaltan la iglesia, derriban las imágenes y se llevan
el dinero de los cepillos.
BARCELONA.— Intentan incendiar la iglesia parroquial de Sans.
ALMERÍA.— Intentan quemar la iglesia de los franciscanos y las parroquias de las barriadas
de Los Molinos y Cañadas.
TORREAGÜERA (Murcia).— Saquean la iglesia, queman las imágenes en la vía pública y
destrozan los objetos de culto.
BÉJAR.— Incendian la iglesia parroquial de El Salvador y queda completamente destruida.
PALMA DEL RÍO (Córdoba).— Intentan quemar un convento.
21 febrero:
RUIDELÁN (León).— Pretenden incendiar la iglesia.
EL SAUCEJO (Sevilla).— Intentan quemar la iglesia.
FUENTES DE ANDALUCÍA (Sevilla).— Intentan quemar la iglesia.
PEÑAFLOR (Sevilla).— Es asaltada la iglesia; las imágenes son sacadas a la calle.
CARTAGENA.— Intentan quemar la iglesia de Santa Lucía.
22 febrero:
CHILLÓN (Ciudad Real).— Fuerzan la puerta de la ermita del Cristo y celebran dentro un
baile; las monjas abandonan el Asilo.
CASTELLÓN.— Los párrocos de Sarratella y Valle d'Alba son expulsados por los alcaldes;
en el primer pueblo se organizó un baile dentro de la iglesia.
23 febrero:
MANZANARES.— Violentan las puertas de la ermita del Cristo y lo destrozan todo, y a un
Santo Cristo le cortan la cabeza y los pies.
24 febrero:
BETANZOS: Se intenta quemar la iglesia de Santa María.
BUSTO DE BUREBA (Burgos).— Violentan la puerta de la iglesia parroquial, se llevan el
copón, esparcen las Formas, destrozan una imagen y roban la corona y otras alhajas.
GAMONAL (Burgos).— VIolentan las puertas de la iglesia y destrozan las imágenes.
TARDAJOS (Burgos).— En éste y otros pueblos de la provincia se cometen robos sacrílegos.
GRANADA.— Violentan la puerta del convento de las Tomasas y se llevan numerosos
objetos.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 67
25 febrero:
El FERROL.— Incendian la iglesia de Santa María del Villar.
LA FELGUERA.— Multan al párroco por asistir con Cruz Alzada al entierro de un joven que
había sido asesinado.
LAS PALMAS.— Intentan asaltar la iglesia de los franciscanos.
2 marzo:
LIMODRE (Coruña).— Incendian la iglesia.
BOLLULLOS (Sevilla).— Rompen una imagen de la patrona del pueblo, hecha de azulejo,
del siglo XVII.
3 marzo:
TORREVIEJA (Alicante).— Incendian una ermita en la plaza de Fermín Galán, y la iglesia de
la Inmaculada.
4 marzo:
MARBELLA (Málaga).— Intentan quemar la iglesia y destruir las imágenes.
5 marzo:
ALCALÁ DE HENARES (Madrid).— Con motivo de la huelga general, violentan la puerta
de la iglesia que fue de los Jesuitas, amontonan las imágenes y los bancos y los prenden fuego.
Incendian también el convento de las Magdalenas y la iglesia de Santiago; pretenden hacer lo
mismo con las de San Esteban y Carmelitas.
CÁRCER (Valencia).— Asaltan una ermita y arrojan una imagen a una acequia.
6 marzo:
El PUIG (Valencia).— Violentan la puerta de la iglesia; rompen una imagen; sacan otra a la
calle y estropean vitrinas y candeleros.
7 marzo:
NIEBLA (Huelva).— Es incendiada y destruida la histórica iglesia parroquial, joja del siglo
XI.
8 marzo:
CÁDIZ.— Las turbas asaltan el colegio de los Marianistas, causan grandes destrozos, y
arrojan muebles y objetos a la calle, dejando una enorme bandera roja, que decía: Casa del Pueblo;
asaltan el colegio de Paúles, y arrojan cuanto hallan a la calle y lo queman. Incendian la iglesia
parroquial de la Merced; el convento de Santa María, con la famosa imagen del Cristo El Greñuo; el
Seminario de San Bartolomé; las escuelas de Padres de familia, las iglesias de San Pablo, Las
Esclavas, la Divina Pastora y el Colegio de la Villa.
9 marzo:
GALIEGO (Oviedo).— Es incendiada y destruida la iglesia parroquial.
VILLAMEDIANA (Logroño).— Fue incendiada la iglesia parroquial, que fue destruida.
TUDELILLA (Logroño).— Intentan quemar la ermita del pueblo.
VALBUENA (León).— Mientras celebraba misa el párroco, un joven le descargó un
garrotazo en la cabeza, hiriéndole de gravedad.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 68
10 marzo:
CEHEGÍN (Murcia).— Es quemada la casa del párroco y la iglesia.
VALENCINA (Sevilla).— Los comunistas asaltan el local en que se guardaban los pasos de
Semana Santa, sacan éstos y los dejan en la calle en medio de un gran chaparrón, entre burlas e
irreverencias.
11 marzo:
MADRID.— En el Puente de Vallecas asaltan el convento de las Hermanas Pastoras,
incendiándolo en parte; asaltan el Colegio parroquial y el convento anexo y queman en la calle las
imágenes y los muebles; asaltan las iglesias del barrio de Doña Carlota; prenden fuego a la puerta
de la iglesia de San Ramón; intentan incendiar dos conventos en la carretera de Valencia y asaltan
un colegio católico.
GRANADA.— Incendian la iglesia del Salvador con valiosas imágenes, entre ellas un Cristo
de Mena, y las iglesias de San Gregoria y San Cristóbal, arrojando a un aljibe la imagen del Santo.
12 marzo:
MADRID.— Arrojan botellas de líquido inflamable contra las puertas de la iglesia del
Salvador.
13 marzo:
MADRID.— Resultan incendiadas y destruidas las iglesias de San Luis y San Ignacio.
14 marzo:
LOGROÑO.— Incendian el convento de la Enseñanza, la parroquia de Santiago; el convento
de las Adoratrices, el de los Agustinos, el de las Descalzas, el de los Carmelitas y el de los
Hermanos maristas.
BENIAJÁN (Murcia).— Incendian la iglesia parroquial, que arde totalmente con todas sus
imágenes, entre ellas una de Salcillo.
15 marzo:
LUCÍA (Alicante).— Es incendiada la iglesia parroquial y expulsado el párroco.
VILLENA (Alicante).— Asaltan la ermita de Santa Lucía, San José y San Antonio, sacan a la
calle las imágenes y objetos de culto y los prenden fuego.
MONFORTE.— Incendian la ermita de San Pascual.
LOS GARRES (Murcia).— Es saqueada la iglesia y quemadas las imágenes en la carretera.
16 marzo:
VALDECUÑAS (Oviedo).— Asaltan la iglesia parroquial, sacan las imágenes a la calle y las
queman.
SARACHO (Álava).— Asaltan la iglesia parroquial y queman los bancos y altares y arrojan
un Santo Cristo a la hoguera.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 69
LOGROÑO.— En Nájera, Navarrete y Ladero son incendiadas las iglesias por las turbas.
BUITRAGO (Madrid).— Es incendiada y queda destruida la iglesia parroquial de Santa
María. Se han quemado todas las riquezas góticas que allí había; 29 imágenes de talla y un Santo
Cristo del siglo XI.
SANTA CRUZ DE MUDELA (Ciudad Real).— Son incendiadas la iglesia parroquial y la
capilla de la Concepción.
SILLA (Valencia).— Asaltan la iglesia parroquial, sacan las imágenes a la calle y las
incendian.
VILLA NUEVA DE CASTELLÓN.— Asaltan el colegio-asila de San Antonio, y con pistolas
obligan a las monjas a desalojarlo.
TORREAGÜERO (Murcia).— Incendian la iglesia parroquial, sacan las imágenes y las echan
a un barranco.
BENIAJÁN (Murcia).— Saquean el archivo parroquial.
CEHEGÍN (Murcia).— Asaltan y queman la casa del cura, la iglesia de Santa María, de la
Concepción y la ermita de la Peña.
17 marzo:
LEZAMA (Álava).— Fuerzan la puerta de la iglesia de Saracho, prenden fuego a bancos y
sillas y arde el retablo del altar.
CREVILLENTE (Alicante).— Intentan incendiar la ermita, rociando las puertas con gasolina.
ALBACETE.— Prenden fuego a la parroquia de San Juan y a la de San José e intentan
incendiar la de la Purísima. No actuó, entre tanto, la fuerza pública ni los bomberos.
ALCÁZARES (Murcia).— Incendian la ermita del Rosario y queman en la carretera la
imagen.
ANTEQUERA.— Destrozan las cruces e imágenes y antiguas hornacinas y capillas votivas.
SEVILLA.— En un pueblo de la provincia, el alcalde, para que no siguieran tildándole de
tibio y derechista, sacó todas las imágenes de la iglesia y las metió en la cárcel.
18 marzo:
BAÑUGUES (Oviedo).— Los extremistas intentan asaltar la iglesia.
ALMANSA.— Asaltan el convento de las monjas Agustinas, y después de quemar muebles y
enseres, prenden fuego al edificio, que queda destruido.
PUENTE TOCINOS (Murcia).— Asaltan la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, sacan las
imágenes y ornamentos de la iglesia, los profanan y los destrozan. Luego incendian el templo y
queda destruido. Asaltan la casa rectoral e incendian la ermita del cementerio viejo.
YECLA.— Son incendiadas todas las iglesias del pueblo, incluso el santuario de la Patrona.
POLANCOS (Santander).— Incendian la iglesia parroquial, que queda reducida a escombros.
ENCINAS (Alicante).— Incendian la única ermita que allí existía.
ALMUDÉVAR (Huesca).— Asaltan la ermita y prenden fuego a los bancos y a la imagen de
la Virgen.
MONTEAGUDO (Murcia).— Es saqueada la iglesia y queman las imágenes en la carretera.
También incendian otra imagen en el caserío de Las Cuevas.
19 marzo:
LA ENCINA.— Los extremistas incendian la única iglesia, que queda reducida a cenizas.
CAUDETE.— Las turbas han incendiado dos ermitas.
CAMPANILLAS (Málaga).— Prenden fuego a la iglesia, de donde días antes un grupo se
llevó todas las imágenes.
SAN ROQUE.— Una comisión comunista intimida al párroco para que, en un plazo de horas,
les entregue el templo para destinarlo a escuelas.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 70
MONTEAGUDO (Murcia).— Es saqueada la iglesia del pueblo, y como una mujer se llevara
a su casa la imagen de San Cayetano, patrono del pueblo, la obligaron a que ella misma la echara a
las llamas.
20 marzo:
VÉLEZ MÁLAGA.— Son asaltadas las iglesias de Santa María, San Francisco y los
Carmelitas.
27 marzo:
TABERNES DE VALLDIGNA (Valencia).— Es asaltada e incendiada la iglesia, quedando
totalmente destruida. Asimismo fueron incendiadas la iglesia de San José de la Montaña y la ermita
de San Lorenzo.
17 febrero 1936:
MADRID.— En una manifestación se produce un tiroteo y resulta un muerto y dieciocho
heridos.
VALENCIA.— Los reclusos amotinados se hacen dueños del penal de San Juan de los Reyes
y lo incendian, destruyéndolo. Al acudir las fuerzas resultan quince heridos.
CARTAGENA.— Los penados se amotinan. Después de coger en rehenes a dos oficiales y
quemar las colchonetas, matan a un vigilante.
18 febrero:
ZARAGOZA.— Las turbas recorren las calles; arrollan a los guardias, golpean a un teniente;
se produce un tiroteo y resulta un muerto y trece heridos.
19 febrero:
SANTOÑA (Santander).— Se amotinan los reclusos y acometen a los soldados; éstos matan a
tres y hieren a cinco.
ZARAGOZA.— Se generaliza el tiroteo por toda la ciudad y se producen varios heridos.
20 febrero:
CARMONA.— Intentan asaltar el Cuartel de la Guardia Civil y resultan el sargento y dos
asaltantes heridos.
ELCHE.— Resultan dos muertos y varios heridos.
LA RAMBLA (Córdoba).— Los Concejales del 14 de abril, acometen a tiros, palos y
pedradas a los actuales, resultando siete heridos graves.
MÁLAGA.— A consecuencia de un vivo tiroteo resulta un muerto.
BARCELONA.— A consecuencia de una manifestación separatista se produce un muerto,
siete heridos graves y muchos leves.
GRANADA.— Un propietario y empleado de Hacienda es herido de cuatro disparos por la
espalda.
CHINCHILLA.— Al intentar fugarse los reclusos del penal se produce un muerto.
21 febrero:
OVIEDO.— Insultan e intentan acometer en la calle a un sargento; apedrean a los Guardias
de Asalto; se producen tres heridos, apalean a un joven de Acción Popular; los extremistas buscan
en sus domicilios a las personas que durante la revolución estuvieron al lado de la Fuerza Pública.
ZARAGOZA.— Un obrero de Acción Popular es perseguido y apaleado brutalmente; los
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 71
22 febrero:
JAÉN.— Apalean a un joven creyéndole fascista.
PIÑAR (Granada).— Una manifestación insulta y tirotea a la Benemérita. Hubo dos heridos.
23 febrero:
ORENSE.— En una reyerta entre comunistas y fascistas resultan siete heridos; un joven es
acuchillado al salir de la Catedral.
PECHINA (Almería).— En un simulacro de entierro de una persona derechista tirotean a la
Guardia Civil y resulta un muerto. Un extremista dispara contra una persona de derechas y la mata.
HOYOS (Cáceres).— En una reyerta política la Guardia Civil hiere a uno.
SAN JUAN DE AZNALFARACHE (Sevilla).— En una disputa política uno infirió a otro una
herida grave de navaja en el cuello.
BILBAO.— Una manifestación intenta agredir a un joven a quien creen fascista.
EGEA DE LOS CABALLEROS (Zaragoza).— Un ex alcalde es injuriado por un socialista y
luego encarcelado por presión de la Casa del Pueblo.
ZARAGOZA.— Un joven a quien se creyó fascista es cacheado por un grupo y luego
apaleado.
24 febrero:
EL PEDROSO.— A consecuencia del asalto a Acción Popular resulta un afiliado gravemente
herido.
PORTUGALETE (Vizcaya).— Dos jóvenes católicos son bárbaramente apaleados por un
grupo de veinte individuos.
25 febrero:
SEVILLA.— Hieren de dos balazos a un fascista. Tirotean y hieren con porras a otro.
TORRELAVEGA (Santander).— Es tiroteado el súbdito belga Van der Eyndem.
27 febrero:
TUILLA (Oviedo).— En el domicilio de un médico derechista estallan dos petardos.
BILBAO.— Son apaleados tres jóvenes por suponérseles fascistas, y luego ingresan en la
cárcel.
SEVILLA.— Unos pistoleros atracan a un señor y le roban 800 pesetas.
MADRID.— Cuatro individuos buscan en su domicilio a un miembro de Falange Española, y
al no hallarlo disparan contra la madre y un hermano.
28 febrero:
SOTONDRIO (Oviedo).— Unos sujetos amenazan de muerte a un tratante, por ser derechista.
MÁLAGA.— Asaltan un establecimiento, y al oponer el dueño resistencia, le hieren.
SEVILLA.— Se cometen siete robos y un atraco; se apoderan de un auto y le prenden fuego.
29 febrero:
LA FELGUERA.— Echan cartuchos con dinamita contra la casa de Manuel Vázquez.
GIJÓN.— Asesinan al contramaestre de la Patronal de carga y descarga del Puerto Musel,
llamado Eduardo López Peña.
TORRELAVEGA (Santander).— Explotan varias bombas con metralla en los edificios de
varias personas derechistas.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 72
1 marzo:
BADAJOZ.— Asesinan a Valentín Gómez Valle, afiliado a la CEDA, infligiéndole numerosas
puñaladas, y una que le seccionó el cuello.
2 marzo:
OVIEDO.— Cincuenta individuos apalean a un joven y lo dejan por muerto.
BILBAO.— Atracan al cobrador Pascual Ibarrondo y le quitan 1.000 pesetas.
BENISA (Alicante).— Alberto Ibars se llevó la llave de la iglesia, e hirió gravemente a José
Tur, que le había denunciado.
SEVILLA.— Asaltan un establecimiento de la calle del Amor de Dios, destrozándolo.
HUÉSCAR (Granada).— Un grupo, capitaneado por dos guardias municipales, asalta un
cortijo y roba la aceituna.
ORGIVA (Granada).— Quince individuos asaltan un monte del Estado, meten ganado a
pastorear y destruyen 88.000 pinos jóvenes.
El CORONIL (Sevilla).— Una manifestación se tirotea con la Guardia Civil; hay un muerto y
varios heridos.
PASAJES (Guipúzcoa).— Unos extremistas maltratan a unas muchachas tradicionalistas.
3 marzo:
SUANCES (Santander).— Tiroteo entre adversarios políticos; son detenidos seis fascistas.
BARCELONA.— Atracan al dependiente de una casa de vinos.
ARENAS DE SAN PEDRO.— Unos jóvenes de la JAP son apaleados y luego detenidos.
ALICANTE.— Substraen 107 kilos de dinamita a un contratista de carreteras.
TOCINA (Sevilla).— Intentan linchar a un muchacho por llevar a la estación la maleta a un
guardia civil; es herido a pedradas y escopetazos.
SEVILLA.— Tres sujetos atracan a Manuel Cordero y Joaquín Vázquez y les quitan 400
pesetas.
4 marzo:
ALCALÁ DE HENARES.— Tiroteo en la plaza Mayor, resultando cuatro heridos. Elementos
izquierdistas cachean y apalean a los derechistas.
LABADORES (Pontevedra).— Apedrean y hieren al párroco de San Sebastián.
PEÑACERRADA (Vitoria).— Apalean al párroco.
CIUDAD REAL.— A jóvenes y niñas les arrebatan en la calle las insignias de Acción
Católica.
5 marzo:
BARCELONA.— Atracan a un cobrador y le quitan 400 pesetas.
MELILLA.— Tirotean desde un automóvil al director de un semanario de Acción Popular.
6 marzo:
MADRID.— En las obras de derribo de la Plaza de Toros, unos individuos matan a tiros de
pistola ametralladora a cuatro obreros de Falange Española. Es herido gravísimamente a balazos
Segundo Jiménez, dueño de una lechería y afiliado a Falange Española. Es herido gravísimamente a
tiros Baldomero Peña, obrero. Un individuo tirotea a los guardias en la Gran Vía.
ARES (Coruña).— Apedrean el Casino, hiriendo a tres personas.
SANTANDER.— Un grupo de socialistas acomete con porras de hierro a un obrero de
octubre (José Antonio Aumendi) y luego lo matan de dos disparos.
BARACALDO (Vizcaya).— Un tradicionalista es tiroteado por extremistas y luego detenido.
PAMPLONA.— A consecuencia del intento de asalto del "Diario de Navarra", se entabla un
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 73
7 marzo:
BILBAO.— Es acorralado, perseguido y tiroteado el abogado Enrique Iruegas.
LA CAROLINA (Jaén).— Es amenazado de muerte y golpeado brutalmente el vendedor de
un periódico derechista.
SEVILLA.— Es tiroteado y herido gravísimamente un individuo de derechas.
MADRID.— Ingresa en un Equipo Quirúrgico Ladislao Torres Sánchez, herido
gravísimamente de dos balazos.
8 marzo:
CÁDIZ.— Una manifestación se apodera de la bandera alemana que ondeaba en el Consulado
y la destroza. A consecuencia de los incendios de iglesias hubo un muerto.
9 marzo:
MADRID.— Un grupo insulta y quiere agredir al Sr. Salazar Alonso.
SANTURIO (Oviedo).— Un socialista hiere gravísimamente de una puñalada a un joven de
Acción Popular.
OVIEDO.— Un grupo de socialistas pretende agredir a dos fascistas, que se defienden a palos
y bofetadas.
LUANCO (Oviedo).— Como consecuencia del asalto al Centro Católico, son detenidos el
presidente de la Junta Católica y el párroco.
LAREDO (Santander).— Es herido a tiros el socialista Guillermo Cortés.
SANTANDER.— El joven tradicionalista Javier Arellano es agredido con porras por quince
comunistas y socialistas. Son detenidos catorce fascistas.
BARACALDO (Vizcaya).— Los tradicionalistas Jaime Villamor y José Hernández fueron
tiroteados por la espalda. El primero resultó muerto, y el segundo gravísimamente herido.
BILBAO.— Un petardo destroza el quiosco de periódicos del Ayuntamiento.
BARCELONA.— Asaltan el fielato de la carretera de Badalona y se llevan el dinero. El
apedreado un tren procedente de Manresa.
BARCO DE VALDEORRAS.— El alcalde encarcela a trece jóvenes sin más causa que ser
derechistas.
PALENCIA.— Unos grupos quisieron cachear a D. Jesús Álvarez Barón y a un hermano
suyo. Ellos sacaron una pistola, diciendo que sólo se dejarían cachear por la fuerza pública. Un
guardia de Asalto disparó sobre D. Jesús, matándolo. Los grupos hirieron gravísimamnte de arma
blanca al abogado D. Manuel Santamaría.
SEGOVIA.— Son insultadas por grupos algunas personas derechistas, que llevan detenidas.
Es herido con una porra D. Ángel Onrubia, de Acción Popular. Son detenidos elementos de Acción
Popular y Falange Española.
TOLEDO.— Un grupo de obreros apaleó a Francisco Fernández Maroto; un cabo de Asalto le
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 74
defendió y fue acorralado por las turbas; hubo un muerto y dos heridos. Fue agredido el guardia
Martín Carrasco.
ESCALONA (Toledo).— Unos elementos del Frente Popular quisieron agredir a dos
individuos de filiación contraria; éstos se defendieron con un estoque y una escopeta. Resultaro
cuatro muertos y dos heridos. La Guardia Civil fue agredida a pedradas, y resultó un guardia herido.
JEREZ DE LOS CABALLEROS.— A consecuencia de una manifestación hubo un herido
grave y diez leves.
SEVILLA.— Atracan a un cobrador y le quitan 7.000 pesetas.
GRANADA.— Detienen a dos fascistas, y al conducirlos quieren lincharlos. Se entabla un
tiroteo y resultan doce heridos.
CASTRIL (Granada).— Elementos de la Casa del Pueblo tirotean a tres guardias; resultan dos
muertos.
LA PEZA (Granada).— Hubo una colisión de carácter político y resultan cinco heridos.
ZARAGOZA.— Unos manifestantes apalean a dos fascistas.
10 marzo:
El FERROL.— Son agredidos cuatro tenientes de Artillería.
CORUÑA.— Es apaleado por elementos de la CNT uno de los obreros despedidos por
imposición del gobernador.
CEHEGÍN (Murcia).— Intentan asaltar la casa del párroco, éste se defiende y mata a uno de
los asaltantes.
11 marzo:
MADRID.— Un grupo cachea a dos estudiantes, Juan José Olano Orive, de dieciocho años, y
Enrique Valsolel, de diecisiete años; luego disparan contra ellos y matan a uno y hieren
gravísimamente al otro.
ARANJUEZ.— Es herido de un balazo un individuo izquierdista; como consecuencia de ello
es apedreado en el domicilio de D. Emilio Martín y herido éste gravísimamente con un hacha. Unos
obreros acometen a otros con porras por pertenecer a un Sindicato católico.
VIGO.— Un grupo de elementos extremistas acomete a otro de personas derechistas.
CORUÑA.— Los obreros de la CNT hieren a los obreros que trabajaban en los fuertes
militares, sitian en uno de ellos a más de 20, se apoderan de las comidas que les llevaban sus
mujeres, amenazan a éstas y tienen a los sitiados sin comer cuatro días. Uno que se arriesgó a salir
fue gravísimamente herido.
CIAÑO (Oviedo).— Dos obreros son heridos a tiros.
OVIEDO.— Los socialistas apalean a un obrero del café iza y hieren a un guardia.
GORDEJUELA (Vizcaya).— Son heridos a palos y pedradas dos jóvenes derechistas.
MANRESA (Barcelona).— Atracan al botones Francisco Planel y le roban 2.500 pesetas.
BARCELONA.— Atracan en la carretera a un tratante y le quitan 2.500 pesetas.
LA RÚA (Orense).— Se apoderan de la casa rectoral e instalan allí la Casa del Pueblo.
GRANADA.— A consecuencia de los incendios y asaltos se producen más de 30 heridos,
ocho de ellos gravísimos.
12 marzo:
MADRID.— Cae muerto el policía de escolta del Sr. Jiménez de Asúa. En la Gran Vía dos
sujetos cachean a otro a quien creen fascista, le hieren de un tiro y le golpean con las pistolas.
VIGO.— Son heridos tres derechistas.
LEÓN.— Varios extremistas hieren al militar retirado D. Bautista Bandera.
GRANADA.— Continúan las detenciones, provocaciones, insultos y apaleamientos a
personas derechistas.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 75
13 marzo:
MADRID.— Durante el entierro del policía Girbert un joven de veinticuatro años fue
apuñalado en la calle del Barquillo. Es agredido el jefe militar de día en la calle del Caballero de
Gracia. En un tiroteo matan al guardia José de la Cal. Resultan dos bomberos muertos de los que
acudieron a la iglesia de San Luis.
OVIEDO.— Un concejal dispara sobre el presidente del Pósito marítimo.
VALLS (Tarragona).— Cuatro sujetos atracan el Banco Hispano Colonia, apoderándose de
27.000 pesetas. La Guardia Civil detiene a uno; otro la tirotea y al repeler la agresión matan a un
atracador.
MÁLAGA.— Matan de dos disparos al oficial de Prisiones D. Carlos Bacler.
OVIEDO.— Es agredido con porras un bombero fascista.
COX (Alicante).— Un individuo dispara contra el jefe de la Guardia Municipal; fue detenido
y después libertado por la multitud.
MANCHA REAL (Jaén).— Un individuo apuñala y deja herido gravísimamente al ex alcalde
Antonio Jaimaga.
14 marzo:
OVEDO.— Un obrero es gravísimamente herido por un grupo de socialistas que exigió su
despido. Tirotean a dos muchachos de Falange Española y hieren a uno.
SEVILLA.— Atracan a Gregorio Montes y le quitan 800 pesetas.
ALGECIRAS.— Un camión de pescado es atracado y hieren al dueño y al chófer.
LOGROÑO.— La multitud acosa a unos oficiales e intenta asaltar el cuartel de Artillería; es
agredida la guardia de la cárcel; la guardia del cuartel dispara y hace un muerto y varios heridos.
ZUERA (Zaragoza).— Se entabla un tiroteo y resultan 12 heridos, cuatro graves; detienen a
50 de Acción Popular.
ALICANTE.— Veinte sujetos asaltan el domicilio de un ex teniente de alcalde y lo apalean,
dejándolo herido de gravedad.
15 marzo:
ELCHE (Alicante).— Unos extremistas apalean brutalmente al obrero derechista José Morán;
hacen lo mismo con un joven de Acción Popular y lo encierran en un calabozo. Se persigue por las
calles a las personas de derechas.
MANCERA DE ABAJO (Salamanca).— Después de un motín se entabló un tiroteo y resulta
muerto un niño de tres años y doña Eleuteria Méndez, derechista, y heridas cuatro personas más.
ÉCIJA.— Grupo de muchachos apedrean casas.
CONSUEGRA (Toledo.— Doscientos individuos, armados de escopetas, toman el pueblo,
cachean a los derechistas y cercan el cuartel de la Guardia Civil.
16 marzo:
CARABANZO (Oviedo).— Asaltan la casa del maestro y le dan muerte.
LUANCO (Oviedo).— Un grupo de extremistas acomete a dos jóvenes de Acción Católica,
hiriéndolos a tiros.
SANTOÑA (Santander).— Es agredido un fascista, que queda gravísimo.
CIEZA.— El delegado gubernativo es agredido a tiros al ir a hacer un registro en la Casa del
Pueblo.
MIENGO (Santander).— Varios socialistas acometen a personas de ideología contraria.
SESTAO (Viacaya).— De noche llamas a la sacristía de la parroquia, sale un joven y hacen
sobre él ocho disparos.
VILLANUEVA DE CASTELLÓN.— Matan a un socio de Derecha Regional, hiriendo
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 76
17 marzo:
NEGREIRA (La Coruña).— Hace explosión una bomba arrojada a un balcón de la Casa
Consistorial.
VIGO.— Un grupo de extremistas agredió a tres derechistas, dejándoles heridos, uno de ellos
gravísimamente.
ALBACETE.— Con motivo de los sucesos registrados se produjo un tiroteo, resultando
nueve heridos.
CIEZA (Murcia).— Registran los domicilios de personas derechistas y detienen a unas
ochenta. Hieren gravemente al médico Sr. Parra. Los asaltantes se apoderan de objetos de valor y
dinero.
ANTEQUERA.— Dos estudiantes son golpeados por comunistas.
18 marzo:
OVIEDO.— Un grupo de extremistas se dedica a cachear a los derechistas; suenan tres
disparos y cae herido un comunista.
BARCELONA.— Disparan contra el encargado de una obra y lo matan.
PEGALAJAR (Jaén).— A la salida de un mitin comunista apuñalan bárbaramente a un
guardia urbano.
BARCELONA.— Dos pistoleros atracan a un cobrador y se llevan 12.300 pesetas.
LA CORUÑA.— Dos pistoleros atracan a un armador y le roban 1.000 pesetas y varios
talones de Banco.
ARROYO (Santander).— Es tiroteada la Guarcia Civil.
MENDAVIA (Pamplona).— El hijo del juez municipal es herido de dos balazos, por orden
del alcalde.
BARCELONA.— Estudiantes de la Esquerra acometen a otros grupos de Falange Española, y
se produce un tiroteo en el Instituto Balmes.
PINOSO (Alicante).— Declaran la huelga general para pedir la detención de seis derechistas,
y las autoridades acceden.
ELCHE.— Un grupo armado desarmó a tres guardias jurados de la Comunidad de Labradores
de la Huerta.
ORCHETA (Alicante).— La nueva Gestora expulsa al cura párroco y se apropia de tres
fincas.
LA CORUÑA.— Elementos jóvenes socialistas y comunistas se han dedicado a maltratar a
los niños de familias derechistas, estudiantes del Instituto.
OVIEDO.— Tirotean a Jesús González Marinero.
CIEZA (Santander).— El delegado gubernativo de Torrelavega detiene y lleva esposado a la
cárcel al cura párroco. Se ignora por qué.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 77
19 marzo:
PIÑERES (Oviedo).— En la parroquia de Soto un grupo de izquierdistas apaleó al joven
Francisco Álvarez Díaz, de Acción Popular, y luego lo arrojaron por un precipicio, matándolo.
CASTRO-URDIALES.— En una reyerta entre fascistas e izquierdistas resulta
gravísimamente herido Lino Saráchaga y gravemente un guardia municipal y un fascista.
SAN SEBASTIÁN.— Un grupo de izquierdistas mata a tiros al nacionalista José Aramburu
Lasarte.
ÁVILA.— Unos veinte individuos de la Casa del Pueblo apalean al joven de dieciséis años
Ramón Ferrer Núñez.
JAÉN.— Son detenidas varias personas por dar vivas a España y al Ejército con ocasión de la
despedida del personal del Depósito de sementales.
CÓRDOBA.— Tres fascistas son agredidos a palos por socialista, que intentan echar al río a
uno de ellos.
LORA DEL RÍO.— Un grupo de individuos entra en la prisión y matan a dos oficiales de
prisiones.
SANLÚCAR LA MAYOR (Sevilla).— Después de ser cacheado un joven de Acción Popular,
dos socialistas lo apalean brutalmente.
20 marzo:
HERNANI (Guipúzcoa).— Es asesinado un joven nacionalista.
LA CORUÑA.— En una colisión resulta muerto un obrero de la CNT, planteándose la huelga
general, registrándose numerosas colisiones. Hay seis heridos más.
21 marzo:
SEVILLA.— Es asesinado a tiros un capitán de la Compañía Ibarra.
23 marzo:
MADRID.— Se reproducen los alborotos estudiantiles, resultando dos heridos con bisturí. En
la Cava de San Miguel es herido gravemente a tiros un fascista; los autores son detenidos.
MÁLAGA.— En la carretera fue asaltada una camioneta de viajeros que fueron desvalijados.
25 marzo:
BONETE (Albacete).— Grupos de campesinos desarman a una pareja de la Guradia Civil y
matan al cabo.
27 marzo:
MADRID.— Un grupo mata a tiros al dueño de una frutería y verdulería en la calle de
Guzmán el Bueno, núm. 40. Por un grupo de desconocidos fuer herido de arma blanca un camillero
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 78
de la Cruz Roja.
28 marzo:
GRANJA DE TORREHEMOSA (Badajoz).— En una colisión en la Casa del Pueblo resulta
muerto un agente de Policía.
PUERTOLLANO (Ciudad Real).— Tres ingenieros de las minas de Peñarroya son sitiados
durante muchas horas en el ayuntamiento por millares de obreros.
29 marzo:
MADRID.— Cuatro comunistas dispararon frente al Instituto Cervantes.
30 marzo:
GIJÓN.— En una disputa política resulta un vecino gravemente herido.
TORRELAVEGA (Santander).— Resulta un herido en una colisión habida entre comunistas y
derechistas al intentar cachear los primeros.
VIGO.— Fue herido gravemente a tiros un tranviario de los que ingresaron a raíz del
movimiento revolucionario.
MADRID.— Fue herido a tiros en la Cava Baja un estudiante fascista.
31 marzo:
SEVILLA.— Es asesinado a balazos un joven fascista mientras desayunaba en un bar.
2 abril:
SESTAO (Vizcaya).— Es herido a tiros un concejal.
HUELVA.— En la antevotación para elegir alcalde se produjo una colisión, resultado muerto
un socialista.
VADOLATOSA (Sevilla).— Con motivo de una huelga de campesinos fue agredido un
guardia civil, y al repeler la agresión resultaron un hombre muerto, otro grave y tres más leves.
20 febrero 1936:
GRANADA.— Apedrean e intentan asaltar el periódico "El Ideal".
MÁLAGA.— Apedrean e intentan asaltar "La Unión Mercantil".
MURCIA.— Incendian "La Verdad"; saquean y destrozan el periódico "Levante Agrario".
PONTEVEDRA.— Apedrean el periódico "El Diario".
21 febrero:
OVIEDO.— Intenta quemar el diario "Voz de Asturias".
ALCOY.— Es asaltado el local de la "Gaceta de Levante".
CEUTA.— Incendian los talleres del "Faro de Ceuta".
23 febrero:
VITORIA.— Apedrean el periódico "La Libertad".
24 febrero:
JAÉN.— Asaltan el "Diario de la Mañana" y destrozan sus máquinas.
6 marzo:
PAMPLONA.— Intentan asaltar el "Diario de Navarra".
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 79
10 marzo:
GRANADA.— Las turbas asaltan el periódico "El Ideal", destrozan el mobiliario y la
maquinaria y prenden fuego al edificio.
13 de marzo:
MADRID.— Es asaltado e incenciado el periódico "La Nación".
14 marzo:
LOGROÑO.— Asaltan el "Diario de la Rioja", destrozando la maquinaria.
15 marzo:
BARCELONA.— Asaltan el "Correo Catalán".
17 marzo:
ALBACETE.— Apedrean la redacción del "Diario de Albacete".
18 marzo:
CORUÑA.— Intentan asaltar el periódico "El Ideal Gallego".
20 marzo:
CASTRO URDIALES (Santander).— En la imprenta de un diario católico hizo explosión una
bomba.
20 febrero 1936:
ALCALÁ DE HENARES (Madrid).— Apedrean el Centro de Acción Popular y queman los
muebles, rompen las puertas de la casa del delegado provincial de Acción Popular y apedrean la
casa de un ex alcalde.
AGUILAR DE LA FRONTERA (Córdoba).— Asaltan la Comunidad de Labradores y se
apoderan del dinero.
CIUDAD REAL.— Asaltan el local de Tradición y Renovación Española.
MELILLA.— Asaltan el Casino Radical y el centro de Acción Popular.
PUENTE GENIL.— Asaltan varios establecimientos.
SANTANDER.— Pretenden asaltar el Centro de Falange Española.
BETANZOS (Coruña).— Es saqueado el Centro de Derechas y el principal centro recreativo.
CARMONA.— Asaltan el Centro de Acción Popular, incendian el Casino y apedrean varias
casas particulares.
CARTAGENA.— Incendian el Centro de Acción Popular.
ELCHE.— Incendian el Centro de Derechasy el Casino Radical, quemando la documentación
y el mobiliario del primero y todo el edificio del segundo; incendian el Casino y los locales de
Acción Cívica de la Mujer.
EL FERROL.— Asaltan los locales de Acción Popular, Falange Española y Casino Ferrolano.
LA LÍNEA.— Son saqueados los Centros de Acción Popular y Falage Española y apedreados
el Casino y el domicilio del jefe de Acción Popular; las personas de orden son insultadas y
agredidas.
LA RAMBLA (Córdoba).— Incendian el archivo municipal y destrozan el mobiliario.
MARCHENA.— Tiritean al conserje de Acción Popular, asaltan el Casino y destrozan el
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 80
mobiliario.
MURCIA.— Asaltan el Círculo Tradicionalista y el de Acción Popular; incendian un bar.
PALMA DEL RÍO (Córdoba).— Asaltan el Centro de Acción Popular y queman los muebles;
asaltan cuatro casas particulares; asaltan las sucursales de varios Bancos.
PALOMARES (Sevilla).— Asaltan el local de Acción Popular y queman los muebles.
PONTEVEDRA.— Es asaltada una fábrica de alpargatas del presidente de la Patronal.
Asaltan los Centros de Acción Popular y Partido Radical y queman los muebles.
SANTIAGO DE COMPOSTELA.— Asaltan los locales de Unión Regional de Derechas,
Círculo Tradicionalista, Bloque Nacional, Juventud de Acción Católica de Santa Susana, de San
Miguel y de la Buena Prensa.
HUELVA.— Asaltan el centro de Acción Popular.
HERRERA (Sevilla).— Queman el archivo municipal.
21 febrero:
OVIEDO.— Intentan asaltar los Centros de derechas.
22 febrero:
IZNALLOZ (Granada).— Intentan asaltar el Casino.
23 febrero:
MIRANDA DE EBRO (Burgos).— Intentan asaltar el Centro de Acción Popular; asaltan el
Círculo Tradicionalista e incendian los muebles. Apedrean el Casino e intentan incendiar el local de
Acción Católica.
24 febrero:
EL PEDROSO (Sevilla).— Asaltan el local de Acción Popular e intentan hacer otro tanto con
el Casino.
LÉRIDA.— Un cartucho de dinamita explota en la puerta de la casa rectoral de Burch.
LAVADORES (Pontevedra).— Es asaltado el local de Acción Popular y destrozados sus
muebles.
25 febrero:
VIGO.— Prenden fuego al establecimiento tipográfico de un derechista.
26 febrero:
ZARAGOZA.— Violentan el local de Unión Republicana y se llevan diversos objetos.
CALATORAO (Zaragoza).— Asaltan las bodegas de un miembro de Acción Popular.
TORRES DE COTILLAS (Murcia).— Asaltan el Ayuntamiento y se apoderan del dinero.
27 febrero:
ZUERA (Zaragoza).— Asaltan la sucursal del Banco Zaragozano y se llevan 50.000 pesetas.
ALHAMBRA (Ciudad Real).— Un grupo de cuatrocientos hombres invade varias fincas.
29 febrero:
VIGO.— Intentan asaltar las oficinas de la Sociedad abastecedora de aguas. Intentan asaltar
los talleres de fundición de Francisco Zúñiga.
PARADAS (Sevilla).— Asalta el Centro de Acción Popular.
ARUCAS (Las Palmas).— Los socialistas asaltan el Ayuntamiento y tiran los muebles por la
ventana.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 81
2 marzo:
SAN SEBASTIÁN.— Es asaltado un Centro tradicionalista.
3 marzo:
TORREVIEJA (Alicante).— Incendian el hotel Gómez, propiedad de un derechista,
destrozándolo; incendian el Círculo Radical, destruyéndolo también. Queman el archivo y el
registro municipal. Son detenidos el propietario del hotel, el párroco y dos hermanos suyos.
MANZANARES (Ciudad Real). Incendian los edificios de D. Miguel Rubio y del Dr. Muñoz.
4 marzo:
ALCANTARILLA (Murcia).— Intentan asaltar y quemar el centro de Acción Popular.
6 marzo:
ARES (Coruña).— Asaltan el local de Acción Popular y destrozan los muebles.
7 marzo:
AVILÉS (Oviedo).— Asaltan con pistolas el local del centro Sindicato Autónomo de Oficios
Varios y se llevan la documentación y libros.
SOMORROSTRO (Vizcaya).— Asaltan un establecimiento de D. Arturo Martínez.
BARCELONA.— Asaltan una tienda del pasaje Vilanova y se llevan 300 pesetas. Unos
individuos asaltan y destrozan dos lecherías.
9 marzo:
LUANCO (Oviedo).— Los socialistas asaltan el Círculo católico de Bañugues, arrojan los
muebles a un precipicio, destrozan un Cristo y se llevan el dinero.
SEGOVIA.— Asaltan el centro de Acción Popular e intentan incendiarlo. Apedrean la casa
del abogado D. Luis Crespo Herrá.
ÉCIJA (Sevilla).— Asaltan el Casino Ecijano, rompen los muebles e intentan prenderlos
fuego. Asaltan el local de Acción Popular.
10 marzo:
GRANADA.— Asaltan el local de Falange Española y queman los muebles; queman el teatro
Isabel la Católica; los huelguistas toman los accesos a la ciudad para impedir el abastecimiento e
impedir la salida de los bomberos.
11 marzo:
MADRID.— En el Puente de Vallecas asaltan el domicilio de Acción Popular, el Centro
Católico, incendian unos almacenes, saquean la casa de un ex teniente alcalde, incendian un tejar y
una fábrica de aserrar maderas, el domicilio de un derechista, una tahona, un chalet, dos tiendas de
comestibles, una pescadería e incendian una droguería.
GRANADA.— Incendian la fábrica de chocolates San Antonio, el café Royal, asaltan la casa
del conde de la Jarosa, otra de un fascista y es incendiada y destruida la casa del Dr. Taboada.
12 marzo:
BARCELONA.— Incendian una tienda de muebles.
MARACENA (Granada).— Incendian la casa de un farmacéutico, asaltan dos tiendas de
comestibles y quitan las armas a los derechistas, repartiéndolas en la Casa del Pueblo.
PINOS-PUENTE (Granada).— Son incendiadas dos casas.
13 marzo:
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 82
MADRID.— Es asaltado el café del Norte y asaltada y saqueada una armería en la calle de
Hortaleza.
BARCELONA.— Incendian el local de la Comunidad Tradicionalista, en las Ramblas.
TALAVERA DE LA REINA.— Apedrean el local de la Juventud Católica y se detiene a la
Directiva.
GUADIX (Granada).— Son incendiados el Liceo Accitano, una farmacia y varios locales.
14 marzo:
LOGROÑO.— Asaltan los círculos de Falange Española, Tradicionalistas, Acción Riojana y
Nacional y Agrario, y queman los muebles en la calle. Incendian la farmacio de Araujo.
RIVADESELLA (Oviedo).— Apedrean el Centro de derechas e intentan incendiar la librería
de Escandón.
BARCELONA.— Asaltan el local del Crédito Territorial de Cataluña y roban 1.225 pesetas.
15 marzo:
BARCELONA.— Asaltan el domicilio de José Ferrer Guillén y se llevan 1.000 pesetas en
metálico y más de 2.000 en joyas.
16 marzo:
VALENCIA.— Asaltan e incendian el local de Falange Española de la calle de Santa Marina.
ALBERIQUE (Valencia).— Asaltan el local de Derecha Regional y prenden fuego a muebles
y enseres.
17 marzo:
NEGREIRA (Coruña).— Hace explosión una bomba arrojada a un balcón de la Casa
Consistorial.
SANTANDER.— Prende fuego con líquidos inflamables a un chalet de D. Domingo Bategón.
ALBACETE.— Incendian el Casino Primitivo, saquean un establecimiento particular titulado
"Albacete religioso", destrozándolo todo. Saquean y causan destrozos en el local de los estudiantes
católicos; asaltan el Club Cinegético y hacen una hogera en la calle con los muebles. Asaltan el
domicilio de Acción Popular, sacan los muebles y los queman. No actuó entretanto la fuerza pública
ni los bomberos.
CIEZA (Murcia).— Unos 600 individuos asaltan las viviendas de personas de orden y las
registran, llevándose objetos de valor y dinero; cierran varios comercios de derechas y destrozan el
Círculo de Recreo.
ANTEQUERA.— Intentan asaltar el Instituto.
SEVILLA.— Unos extremistas penetran violentamente en las minas de Castillo de las
Guardas.
18 marzo:
ALMANSA (Albacete).— Asaltan el Centro de Acción Popular y queman los muebles.
ALBACETE.— Incendian el Casino Primitivo, valorado en un millón de pesetas.
TORRELABRADILLA (Jaén).— Un grupo de extremistas prende fuego a varios cortijos.
CORUÑA.— Asaltan el local de la CEDA, arrojan los muebles a la calle y los destrozan.
Hacen lo mismo en el de Renovación Española. Asaltan el Club Náutico y arrojan a la bahía los
muebles y enseres.
ZARAGOZA.— Asaltan la tienda de mármoles y objetos artísticos de D. Joaquín Beltrán,
boicoteado por la CNT, y rompen las lunas y otros objetos. También penetran en una obra del
contratista Sr. Horno, boicoteado también por la CNT, y causan destrozos.
MANZANARES (Ciudad Real).— Intentan asaltar el establecimiento del ex alcalde Sr.
SESIÓN DEL 15 DE ABRIL DE 1936 83
19 marzo:
CASTRO URDIALES (Santander).— Intentan incendiar el Círculo Católico.
ALMANSA.— En el lugar conocido por La Fuentecita, donde hay numerosas casas habitadas
por gentes modestas, penetran en ellas y, después de destrozar los muebles y enseres, dejaron unos
carteles que decían: "El Comité Revolucionario Rojo".
20 marzo:
CASTRO URDIALES (Santander).— Los grupso asaltan el Círculo Católico, el Círculo de
Recreo y Falange Española.
CORUÑA.— Es asaltada la Patronal y el local de la Juventud Católica.
21 marzo:
VILLAMANRIQUE (Sevilla).— Es asaltada la finca propiedad del infante D. Carlos de
Borbón.
SEVILLA.— Unos pistoleros asaltan el domicilio de un procurador, apoderándose de 5.000
pesetas, y horas después otros pistoleros asaltaron nuevamente la oficina, llevándose dos mil y pico
de pesetas que quedaban.
24 marzo:
MADRID.— En el Puente de Vallecas es apedreada una escuela católica.
25 marzo:
CONSUEGRA.— Grupos de socialistas y comunistas, capitaneados por el alcalde, saquearon
tiendas, fábricas de harinas y casas particulares, exigiendo a algunos propietarios cantidades en
metálico.
27 marzo:
TABERNES DE VALLDIGNA (Valencia).— Es asaltado el Centro de Derecha Regional y
arrojados y quemados en la calle los muebles.
28 marzo:
ALBERIQUE (Valencia).— Incendian el Juzgado de primera instancia, destruyendo todo el
archivo.
BARCELONA.— En un mitin de los obreros metalúrgicos se acuerda la incautación de
talleres y fábricas en caso de no accederse a sus peticiones, y si la fuerza pública actuara,
declararían la huelga general revolucionaria.
29 marzo:
BARCELONA.— En la barriada de las Corts, cuatro individuos asaltaron una fábrica de
aluminio y se apoderaron de 4.000 pesetas destinadas al pago de jornales.
30 marzo:
TORRELAVEGA (Santander).— Los grupos asaltan el Centro de Acción Popular, quemando
los muebles en la calle; luego intentaron asaltar el Casino.
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 84
DECLARACIÓN MINISTERIAL
[RESPUESTA DE AZAÑA]
Continuando el debate sobre el indicado asunto, dijo:
El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.
El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Azaña49): Señores Diputados, voy a
recoger algunas de las observaciones que se hicieron ayer a la declaración ministerial del Gobierno,
sobre todo las que han partido de los grupos de oposición, porque ellas contribuyen a delinear con
más exactitud la posición política que el gobierno ha querido marcar aquí.
Los señores que nos hicieron la merced de discutir la declaración ministerial permitirán que
conteste en conjunto a lo más importante de sus observaciones, que en muchos puntos coinciden,
sin que me sea posible, por no tener otras notas a la mano, ir puntualizando el discurso de cada uno
de SS. SS.
En general, y examinando los discursos pronunciados ayer hasta donde me alcanza la
memoria, desde el punto de vista político, creo que estará permitido hacer notar que lo principal de
ellos consiste en lo siguiente: se examina la declaración ministerial y el programa electoral del
Gobierno, y sin formular graves ni importantes observaciones de fondo acerca del contenido del
programa se establece este género de polémica: vosotros, republicanos que gobernáis ahora, venís a
cumplir un programa que todos conocemos y al cual haremos en su día las observaciones de fondo
o de doctrina política que los proyectos particulares del Gobierno den ocasión a formular; pero
vosotros, que tenéis una contextura política nacida de una coalición en la cual forman parte
principal elementos políticos y sociales de los que os separan grandes diferencias doctrinales y de
táctica, ¿cómo vais a armonizar vuestra posición de republicanos, de políticos adscritos a la defensa
de la Constitución de la República, con los proyectos, los temas y las tácticas revolucionarias o
dirigidas al cambio del orden social español que formulan algunos de vuestros más importantes
aliados? Este me parece a mí que era uno de los puntos más principales de las observaciones que se
hicieron ayer al Gobierno. Y, siguiendo por este camino, por esta argumentación, se dice: Nosotros
desconfiamos de ese Gobierno, o estamos alarmados ante la posición de ese Gobierno, porque no
sabemos —se dice—, de una parte, si el Gobierno, oprimido, constreñido por sus aliados, llegará
más allá de lo que constituyen sus compromisos públicos, si será o no capaz de cortar el camino a
los avances revolucionarios que constan en los programas propios de los partidos integrados en la
coalición. Se me permitirá que examine la cuestión, siempre en términos generales, sin hacerla
desviar a incidentes que carecen de importancia, por ruidosos que sean.
Yo, señores, creo que la situación nuestra es clarísima, por lo menos lo es para el Gobierno.
Nosotros, en los meses pasados, delante de la situación de la política republicana y de la República,
siendo nosotros todos, cada uno en su trinchera, manifiestamente hostiles al rumbo que seguía la
política nacional; habiendo predicado nosotros, los republicanos, la necesidad de rectificar los
errores de táctica cometidos el año 1933, por unos y por otros, y siendo nuestro deber moral y legal
—moral y legal (y sobre esto me explicaré si es necesario)— encauzar lo que nosotros
considerábamos la reivindicación de nuestros ideales políticos por el rumbo que nos ofrece la
Constitución y la ley, hicimos una campaña, que no tanto se dirigía a enjuiciar la cuestión
49 Izquierda Republicana.
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 85
ministerial vigente en aquellos meses, como a preparar los modos, los síntomas y los programas
para su sustitución. Y estando nosotros en un régimen de sufragio universal, fundada la República
sobre este sistema, que es la piedra angular del régimen democrático y republicano vigente, no
había otro camino, ni tenía por qué haber otro camino, a nuestro juicio, que el de concretar la unión
electoral de todos los que, por algún motivo, teníamos razón de adscribirnos a la defensa de la
Constitución de la República para de las urnas electorales extraer las fuerzas gubernamentales y
parlamentarias que nos permitiesen reconquistar el Gobierno de nuestro país. La operación era tan
sencilla como todo esto. ¿Quiénes podíamos debíamos entrar en este camino de reivindicación de la
política, de reafirmación del vigor del régimen republicano y de restauración de la Constitución
republicana? ¿Exclusivamente los republicanos que participamos en la fundación de la República y
en el Gobierno republicano durante sus primeros pasos? No. Es que, además de las posiciones
republicanas, hay otras posiciones políticas y sociales en nuestro país que necesitan la República,
primero, por ser régimen de libertad y democracia, y segundo, porque es instrumento, como
repetidas veces tiene declarado el partido republicano, de mejoramiento y de avance social, y
además, porque es posición polémica (polémica en el orden político, de combate político), de la que
hay que partir, de la que había que partir para el abatimiento de la política, que a nosotros nos
parecía funesta, entonces imperante en el país español. ¿Qué es lo que teníamos que hacer los
republicanos y nuestros aliados eventuales para llevar a término esta operación? ¿Acaso los
republicanos teníamos que arriar nuestra bandera y suscribir los programas de quienes iban a ser
nuestros aliados eventuales? En modo alguno. ¿Acaso los grupos políticos y sociales que habían de
venir a las elecciones, al combate electoral con nosotros tenían que hacer una abjuración de sus
doctrinas o de su táctica para los efectos de la contienda electoral? Tampoco. Nadie se lo ha pedido,
nadie lo ha pensado ni nadie nos lo ha pedido a nosotros tampoco. Lo que hemos hecho es ponernos
a examinar los problemas políticos de la República, considerar qué nos es común a todos dentro de
la Constitución —a unos les parecerá buena, a otros mala, a unos corta, a otros demasiado amplia
—, considerar que la Constitución es, por lo menos, la base común, dentro de la que podemos
afirmar, unos y otros, nuestra acción política; examinar en nuestros programas y en nuestras tácticas
qué es lo que nos es semejante o coincidente o, por lo menos, no contradictorio; ponerlo en común,
redactar un programa y comprometernos todos a realizarlo. No hay más que esto.
Yo recuerdo, Sres. Diputados, que cuando después de largos trabajos y conversaciones se
acabó por redactar el programa electoral de la coalición de izquierdas, esperado con cierta ansiedad
por la opinión pública, no sólo por lo que el programa pudiera contener en sí, sino porque era el
signo, la prenda y la señal de que las fuerzas políticas capaces de recuperar el Gobierno de la
República habían llegado a un acuerdo sobre el fondo y sobre la táctica; cuando este programa se
publicó, nadie tuvo que hacer sobre él la menor observación, absolutamente nadie, y estoy por decir
que nuestro programa electoral despertó en las filas contrarias una cierta decepción, un pequeño
chasco, porque, más o menos declaradamente, muchos esperaban que nuestro programa electoral
contuviese tal número de enormidades y de cosas irrealizables que nos desacreditasen ante el buen
juicio del resto del país y se nos pudiese señalar como unos perturbadores o como unos locos, o
como gentes que querían usar del Poder para exterminio y destrucción de lo más fundamental de la
sociedad española. Y cuando se publicó nuestro programa, que es absolutamente discreto, un
programa mínimo que me atrevo a llamar de moderación y de consideración a los deberes
gubernamentales, o reinó la satisfacción en los que estaban lealmente asustados o se produjo el
estupor de los que tenían ganas de asustarse y no tenían motivos para entrar en el susto. Y entonces
corrió por ahí aquella especia grotesca de que al pacto electoral que nosotros habíamos suscrito se le
habían añadido unas cláusulas secretas, tal como se suele hacer en los Tratados internacionales, y
circularon por Madrid, y supongo que por provincias, una porción de papeles en los que se
articulaban las cláusulas secretas de las que, ¡qué casualidad!, yo no tenía conocimiento, y en esas
cláusulas secretas estaban precisamente escritas las enormidades que hubieran tenido el gusto de
que hubiéramos consignado en nuestro programa auténtico y genuino No había cláusulas secretas,
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no tenía por qué haberlas. Se ha establecido el programa y yo reto a quien quiera a que, examinando
el programa del Gobierno y el programa electoral por el revés, por el envés y de canto, encuentre en
él nada que sea alarmante, encuentre en él nada que no sea auténticamente y definitivamente
republicano. ¿Y es que vosotros creíais o alguien creía que la República iba a ser siempre o iba a
nacer para un régimen de inmovilidad, para un régimen de contemporización, para un régimen de
conservación de todos los abusos, o de todos los errores, o de todos los desaciertos que causaron el
hundimiento de la monarquía? No, no. Esto no lo podía esperar nadie. Ya sé yo que cuando la
República se puso a dar los primeros pasos, muchos que habían sido simpatizantes con la idea
republicana, cuando era elegante ser republicano, con comodidad, dijeron al ver marchar la
República: “¡Ah!, Ésta no es la República que habíamos soñado!” Y algunos retrocedieron, y en
cuanto la República empezó a regir, en cuanto hubo que ser algo más que un republicano de cátedra
o de conferencias públicas o de Sociedades culturales, en cuanto hubo que ser un republicano
militante y exponerse a los aciertos y a los fracasos, a los vendavales de la opinión pública, a las
responsabilidades del Poder y al acierto o desacierto en las innovaciones del régimen español, ya la
idea de ser republicano pareció ser una cosa demasiado seria y atrevida. (Muy bien.)
Nosotros hemos recogido en el programa electoral lo más urgente de la gobernación del país
español. Nadie puede sentarse en este banco si no trae sobre los enunciados de este programa una
solución. El pueblo quizá esperaba mucho más; pero nosotros, conscientes de nuestra
responsabilidad y de lo que es hacedero, hemos limitado por hoy, y para nuestra etapa de Gobierno,
nuestros deberes y obligaciones a lo que aquí está escrito. Y ahora se dice: “Discutiremos ese
programa; pero ¿y esas masas que proclaman la revolución social, esas masas que quieren abolir la
Deuda y socializar la propiedad, socializar los Bancos y suprimir la fuerza pública?” ¡Ah!, yo no sé
ni tengo nada que decir sobre eso. Los partidos extremos, no sólo los partidos extremos de
izquierda, sino los partidos extremos de derecha, tienen unos programas, tienen una táctica de los
que yo no soy definidor ni responsable ni ejecutor. ¿Es qeu ha nacido anteayer el partido socialista o
el comunista? ¿Es que la República no se fundó con los votos de los socialistas? (Aprobación.) ¿Es
que alguien que esté lealmente dentro del régimen republicano ha hecho ascos a la aportación de los
votos del proletariado el año 31, que nos ayudaron enormemente, por su número, a traer el régimen
republicano? Entonces nadie se asustaba de que detrás del partido socialista, participante en la
coalición electoral con los partidos republicanos más moderados y conservadores (no se nos ha
olvidado), nadie se asustaba, digo, de que con el bagaje del socialismo hubiera de venir al régimen
republicano español una oleada de socializaciones y de nacionalizaciones revolucionarias. ¿No he
gobernado yo dos años y medio con los socialistas en el Poder? ¿Y es que se le ocurrió a nadie, en
el Poder ni fuera del Poder, decir que nosotros, los republicanos, estábamos dispuestos a arriar la
bandera de la Constitución para entregarla a los demás o entregar el país a una innovación social del
tipo que propugnan los programas del partido socialista? ¿Con qué razón lógica ni con qué
autoridad moral se le puede decir al Gobierno republicano que está abriendo brecha en la sociedad
española para que entren por ella los vendavales revolucionarios? Nuestro deber, nuestro
compromiso, nuestra resolución es cumplir al pie de la letra nuestro programa. Estos señores vienen
aquí con el mismo compromiso, con el mismo derecho, con la misma resolución. ¿Que hay partidos
que propagan otras doctrinas? No tiene necesidad nadie en España, vigente la Constitución, de pedir
autorización al Gobierno para la propaganda de las ideas políticas, siempre que esté dentro de las
leyes. La propaganda es lícita y el partido comunista no es un partido ilegal. Tampoco lo sois
vosotros y nadie os pone, ciertamente, coto en vuestras propagandas. (El Sr. Calvo Sotelo: De eso
se podría hablar, Sr. Azaña.) Hablaremos cuando S.S. quiera (El Sr. Calvo Sotelo: Ahora, ahora.—
Rumores. El Sr. Díaz Pastor: Ahora a escuchar y a callarse.) Claro está, Sres. Diputados, que esto
es tan evidente que cuando se hace argumento de este supuesto rendimiento del Gobierno a unas
supuestas exigencias revolucionarias que se van a producir en un supuesto día de no sé qué supuesto
año para una entrega de la Constitución y del régimen español al ímpetu revolucionario de nuestros
aliados parlamentarios de hoy, está claro que de lo que se trata es de producir un efecto político o,
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¡qué se yo!, pretender colocar al Gobierno en una situación que ellos suponen difícil con respecto a
nuestros aliados electorales. El propósito fracasa.
En las palabras que decía ayer el Sr. Calvo Sotelo hay algunas en que resplandece un poco la
ingenuidad polémica de S.S. No se lo tome a mal S.S. (El Sr. Calvo Sotelo: No, no. Prefiero ser
ingenuo a ser inconsciente.— Rumores.) Desde luego, hay derecho a elegir entre dos defectos.
(Risas.)
No es la primera vez que yo he discutido con el Sr. Calvo Sotelo; realmente, encontrarme
ahora frente a frente con él, me quita veinte años de encima; pero, la verdad, el Sr. Calvo Sotelo me
permitirá que le diga que desde que discutíamos en otros lugares bien distintos y con harta menos
responsabilidad que ahora, por suerte nuestra, desde entonces acá S.S. ha acerado un poco sus
armas polémicas; quiere decirse, en ventaja de S.S., que continúa siendo joven. Lo digo porque el
Sr. Calvo Sotelo, ayer, me preguntaba qué opinaba yo de la revolución de Asturias; porque habiendo
dicho el Gobierno que iba a traer aquí o iba a emprender como acción gubernativa aquellas cosas
necesarias para las reparaciones y sanciones oportunas y que legalmente se declaren por los abusos
que puedan haberse cometido en la represión de la revolución de Asturias; habiendo hablado el
Gobierno de esto con tanta claridad, el Sr. Calvo Sotelo creía, tal vez, o esperaba apurarme mucho
requiriéndome para que yo opinase también sobre la revolución, y decía: “Puesto que S.S. ya ha
opinado sobre la represión o castigo de los abusos cometidos en Asturias, opine también S.S. sobre
la revolución”. Realmente, la pregunta es ociosa, más que nadie para S.S. ¿Cómo es posible que el
Sr. Calvo Sotelo me pregunte lo que yo opino sobre la revolución de Asturias, cuando los amigos
políticos de S.S., y creo que S.S. también, se han pasado dos años y medio diciendo que yo la había
preparado, que yo la había armado y que yo había suministrado las municiones para que estallase la
revolución? (Aplausos.) Pero, ¿no habíamos quedado en que yo era el empresario de la revolución
de Asturias? Pues si S.S. quiere ser lógico, conténtese con la explicación que ha estado dando al
público respecto a mi conducta durante dos años y medio. (Grandes aplausos.)
Ahora, yo comprendo, Sres. Diputados, que hay posiciones que no pueden sostenerse mucho
tiempo, y quizá ésta sea una de ellas. Yo la doy por abolida, no insisto; admito al Sr. Calvo Sotelo
que exhiba aquí ahora una curiosidad fresca y juvenil acerca de mi posición respecto a la revolución
de Asturias. No hemos dicho nada a nadie; nadie ha impugnado la conducta política del actual
Presidente del Consejo por los sucesos de Asturias; S.S. no sabe nada de mi conducta en aquella
ocasión; pues yo se la voy a explicar. ¿Ha oído hablar S.S. de las notas que publicaron los partidos
republicanos el 4 de octubre? Yo creo que sí. Pues ésa es mi posición sobre la revolución de
Asturias; ésa y no otra. ¿Partícipe en la revolución? ¡Qué locura! Autor de consejos para que la
revolución no estallara, ¡sí! (Muy bien.) Consejos dados pública y solemnemente cuando nos los
pidieron, y en los que coincidimos, no sólo republicanos que estamos aquí, sino otros que no están
aquí, pero que no se hallan muy lejos y que no son, ciertamente revolucionarios descabellados.
Toda suerte de consideraciones, presentes en vuestro ánimo, Sres. Diputados, me impiden
ahora dar largar explicaciones sobre este particular. Mi decoro y mi buen gusto me lo vedan; pero
no es menester que se me hurgue mucho para que rompa esta clase de consideraciones si es preciso.
Entonces, los republicanos, delante de un cambio de política que nos parecía un error
fundamental en la República, acerca del cual, sin mengua, desprecio ni desdoro de las posiciones
políticas de los demás, teníamos plena autoridad para juzgar (puesto que se nos llamaba a opinar, se
nos concedía esta autoridad, aunque no la tuviéramos personalmente), dijimos que aquel cambio
político era una enormidad, una responsabilidad histórica para quien lo tomase, y nos desligamos de
ella en los términos crudos, duros y clarísimos que dimos a conocer a la opinión pública.
Nuestro consejo no fue oído. Yo respeto el derecho con que se desechó nuestro consejo;
reconozco la autoridad y la legitimidad del derecho, de la función que desoyó nuestro consejo, pero
siempre he tenido buen cuidado de decir que una cosa es el derecho con que se realizan ciertas
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acciones y otra la oportunidad y el acierto en el ejercicio de ese derecho, y que se puede ejercer un
derecho sacratísimo y ejercerlo disparatadamente.
Ésa fue nuestra posición entonces y eso es lo que opinamos de la revolución de Asturias
nosotros, los republicanos. Si se hubiera seguido nuestra opinión, no habría habido revolución en
Asturias. Y, además, añado otra cosa: el Sr. Calvo Sotelo se maravillaba de la claridad y de lo
terminante de las expresiones del Gobierno respecto a abusos e ilegalidades de que todo el mundo
habla con motivo de la represión de Asturias, y yo digo que si los Gobiernos que ha habido en
España desde octubre de 1934 hasta el nuestro hubieran cumplido con su deber, este problema no
estaría planteado. Es muy fácil venir ahora a hacer estas interrogaciones cuando ha habido durante
año y medio o dos años en España unos Gobiernos que se han estado tapando los oídos para no
percibir los alaridos que cundían por todo el ámbito español. (Aplausos.) Si se hubiese prestado la
más mínima atención a ese griterío, este problema estaría resuelto y liquidado y no nos incumbiría a
nosotros una tarea tan penosa y tan desagradable, en medio de su justicia, como la que ha caído
sobre nuestros hombros. (El Sr. Calvo Sotelo pide la palabra.)
Digo esto, Sres. Diputados, porque estamos oyendo hablar aquí, repetidamente y por varios
oradores, de anarquía. Yo creo que la anarquía no es un régimen durable, no es, ni siquiera, un
régimen. De la anarquía se sale: o porque se restablezca el funcionamiento normal de la ley o
porque sobre los escombros acumulados por la anarquía se levante un régimen que empiece por
abolir todas las leyes. La anarquía no puede durar. No es pensable, siquiera, un país viviendo en
régimen de anarquía. Pero, ¿cuál es la verdadera anarquía? ¿El desorden público y esporádico de
multitudes a quienes el Gobierno reprime, o la anarquía del propio Estado, bajo la cual hemos
estado viviendo dos años (Muy bien.), abolida la Constitución, abolida la responsabilidad, abolida
toda la legitimidad de los órganos públicos por la pura violencia, por la pura injusticia, por la más
terrible y sanguinaria opresión? Ésa es la anarquía: cuando viene de los órganos mismos del Estado,
encargados de mantener el Derecho y la Ley. (Muy bien.) ¡A mí qué me van a hablar ahora de
anarquía los que, a título de autoridad y respeto al orden y al derecho, han subvertido los principios
esenciales del régimen, del Estado republicano! ¡Terrible ejemplo, Sres. Diputados! ¡Terrible
ejemplo para las masas españolas, a quienes se ha hecho perder la confianza en la justicia y la
serenidad de los Gobiernos!
Ayer hablaba el Sr. Ventosa de que el país está anheloso de confiar en un Gobierno. Si su
señoría hubiera querido ser más generoso, debía haber dicho que el país está anhelante de confiar en
este Gobierno. ¿Sabe S. S. por qué? Porque hace tanto tiempo que el pueblo español no tiene
motivos para confiar en ningún Gobierno, que está deseoso de disfrutar de esta novedad. (Risas.) Y
de que no haya confiado en los Gobiernos anteriores,ciertamente no será mi culpa. El Sr. Ventosa,
coincidiendo en algunos puntos con las apreciaciones del Sr. Calvo Sotelo, después de hablar, corno
lo hizo el Sr. Calvo Sotelo, de alguno de los puntos de nuestra declaración, sobre todo del relativo al
Parlamento, entró en otro género de consideraciones a las que voy a dedicar un poco de atención.
Tanto el Sr. Ventosa como el Sr. Calvo Sotelo ―creo que también el Sr. Cid; no recuerdo si
también el Sr. Gil Robles trató de este punto― recogieron las manifestaciones del Gobierno sobre la
reforma del Parlamento y, en general, se mostraron conformes con la orientación, si bien añadía el
Sr. Calvo Sotelo que yo acababa de cantarle un responso al Parlamento. No. Es preciso que sepamos
adónde va cada cual. Cuando nosotros propugnamos una reforma interior del funcionamiento de la
Cámara no es para cantarle un responso, sino para darle más vigor, más eficacia y más vitalidad. Yo
no puedo concebir para nuestro país ―que es como es, con sus defectos, y sus cualidades y sus
arbitrariedades; pero que es como es, y tal como es, a mí me hace gracia y me es simpático, y creo
que debemos cargar con nuestros propios defectos―; cuando pensamos en nuestro país, yo no
puedo querer para él un régimen que ni siquiera tiene vocablo en español para expresarlo (Muy
bien.); no puedo querer para nuestro país un régimen en que están abolidas la publicidad más
elemental y las responsabilidades esenciales en todo régimen de gobierno de países civilizados. Yo
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 89
no creo ni en el totalitarismo ni en todas esas cosas que queréis traducir al español y que, por
fortuna, nadie sabe traducir (Risas.), ni en el texto, ni en la organización, ni en las funciones de
Gobierno. El Parlamento, un poco perdida su autoridad, un tanto o un mucho menguada su eficacia,
no perecerá en nuestras manos, Sr. Calvo Sotelo, ni nos corresponde a nosotros presidir la defunción
de la República democrática. Otras formas de la democracia son pensables y son posibles; pero
pensar que nosotros, los republicanos, vamos a prestar la mano a nada que signifique la abolición
del régimen liberal en sus manifestaciones esenciales, es locura. Lo que nosotros queremos es
servirle, fortificarle y robustecerle, para vivir siempre dentro de él. Por esto, cuando el Sr. Ventosa
preguntaba en qué régimen vive España…, Sr. Ventosa, vivimos en la Constitución del año 1931:
vivimos en la República. Y me será permitido hacer notar que de todas las voces que han salido
ayer de la oposición, solamente el Sr. Cid, lo digo en elogio de S. S., pronunció la palabra
“República”. (El señor Ventosa pide la palabra.) Por lo visto, lo que hay en el fondo de la oposición
no es una disputa en la forma de entender la República, sino una diferencia en la adhesión o en el
calor de la adhesión al régimen nacional. Y lo que nosotros pedimos y queremos y estamos
resueltos a hacer es a mantener el régimen republicano por encima de todo ―no digo por encima de
la ley, porque la República fuera de la ley no podría existir―; pero hasta ahí, por encima de todo. Y
este es el régimen en que vivimos, Sr. Ventosa: en la Constitución republicana del año 31, de la que
no sé si S. S. es un partidario o no; de la que no sé si su señoría ha participado en los propósitos de
reforma y de revisión; pero que, mientras exista, y nosotros la apoyamos, es el régimen vigente y al
que nos tenemos que atener todos.
Me decía et Sr. Ventosa, con palabra que yo le agradezco, que yo me encuentro colocado en
una situación excepcional; que hay grandes esperanzas en torno de nuestra gestión de Gobierno. El
Sr. Ventosa, quizá, se preguntaba el porqué de todo esto, cuando, siendo nosotros republicanos de
izquierda y gobernando con una coalición en que se acentúa el sentido izquierdista, a puntaba el Sr.
Ventosa que las clases conservadoras y las opiniones conservadoras confiaban también en la gestión
del Gobierno y en lo que pudiera yo hacer a la cabecera del Gobierno. ¿Qué explicación tiene esto?
Yo voy a dar una. Si está mal, SS. SS. me corregirán. El Sr. Ventosa recordará que el 20 de octubre
de 1935, hace cinco o seis meses, en un campo acotado por el partido de Izquierda Republicana, en
Madrid, nos reuníamos 500.000 facinerosos... (Risas.) ¡Quinientos mil facinerosos! Y yo era el
abanderado de los facinerosos; allí estábamos todos los pistoleros de España, todos los estafadores
de España, todos los hombres causantes de los destrozos y de los horrores que azotan al país
español. Y yo era el peor de todos, y estaba tan arraigada esta convicción en algunas conciencias,
Sres. Diputados, que no faltó quien en Madrid concibió la idea salvadora de tendernos un laxo a la
entrada o a la salida de aquella aglomeración de republicanos facinerosos para ver si hacía con
nosotros un escarmiento, cuando no un exterminio.
Después ha venido la campaña electoral. En la campaña electoral se han proferido contra
nosotros, hasta las doce de la noche del 15 de febrero, las enormidades más truculentas que pueden
cruzarse en la polémica entre partidos. ¡Las más truculentas, las más atroces! Se hizo creer al país
que nuestra victoria electoral era el derrumbamiento de la sociedad española; que íbamos a
saquearlo todo; a abolir las instituciones fundamentales de la sociedad española, y, en fin, hasta se
hablaba de que íbamos a repartirnos las mujeres. (Risas.) Después se ha visto que no. Ha llegado el
triunfo del 16 de febrero e instantáneamente, por motivos psicológicos que no necesito poner en
claro, todos los que con tan crueles procedimientos y con tan atroces palabras se oponían a nuestra
victoria, han dicho, “Señor Azaña, tiéndanos una mano”. Pero ¿no habíamos quedado en que mis
manos estaban manchadas de crímenes? (El Sr. Fuentes Pila: Se dijo desde arriba.— Protestas.)
Tiéndanos una mano. (El Sr. Fuentes Pila: Pregúntelo en el Palacio de Oriente.— Protestas y
rumores.)
Yo, señores, y me refiero de una manera especial al punto de vista del Sr. Ventosa, no estoy
obligado, no tengo posición política para echarle una mano a nadie. Si bajo los efectos del terror
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producido, no por nuestras acciones ni por nuestros programas, sino por las acciones y las profecías
de nuestros adversarios; si bajo los efectos del terror ha podido parecer un momento que una
determinada persona al frente del Gobierno podía ser un escudo protector de los atemorizados, yo
no me quiero lucir sirviendo de ángel custodio de nadie, Sr. Ventosa. Pierdan SS. SS. el miedo y no
me pidan que les tienda la mano; no hay motivo para que SS. SS. tengan miedo, y a quien el
Gobierno tiene que tender la mano es a la Constitución, al régimen y a la libertad de todos los
ciudadanos, pero nada más. (Muy bien.) Es preciso saber, Sres. Diputados, que por ninguna clase de
consideraciones el perfil político que yo puedo representar se va a alterar ni en una centésima de
línea; que yo estoy aquí lo mismo que el año 32 —con otra formación política, bien entendido—,
con el mismo programa político del año 32, con las mismas convicciones, con la misma autoridad,
con la misma resolución; que yo no he cambiado ni un ápice; que he acentuado mis resoluciones
políticas y que ahora soy mucho más de cristal y más vidriosos y más fácil de romper que el año 33.
Se admiraba el Sr. Ventosa de algunas cosas que ocurren en nuestro país y que no suceden en
naciones extranjeras. Se refería el Sr. Ventosa a la intranquilidad pública y a las alteraciones del
orden público, a esta situación febril por que atraviesa nuestro pueblo y a la inquietud reinante, con
las consecuencias que señalaba en el orden económico y de otro género en España, y el Sr. Ventosa
se preguntaba o nos preguntaba: “¿Cómo estas cosas pasan en nuestro país y no ocurren en otras
naciones?” Señor Ventosa: yo sé poco, pero tengo el atisbo de que en nuestro país ocurren estas
cosas que no pasan en otros países porque en esos otros países han ocurrido antes muchas cosas que
en España no han sucedido todavía; que en nuestro país no han ocurrido los trastornos y choques
que han tenido teatro en los principales Estados europeos durante el siglo pasado, y que nuestro
pobre pueblo ha ido pasando del auténtico antiguo régimen, o sea del absolutismo monárquico, al
actual de una manera débil, vacilante, sin guía, sin propósito, sin energía. ¿Por qué? Por múltiples
causas: o por falta de una clase media suficientemente liberal y vigorosa para llevar adelante la
revolución liberal del siglo pasado; por la misma miseria económica de la inmensa mayoría de los
españoles, porque para hacer revoluciones hay que estar por encima del hambre, Sr. Ventosa;
porque la cultura de los españoles haya sido, en el orden político, excesivamente vaga o débil; no
sé. Por mil razones que cualquier crítico o historiador le puede dar a S.S.; pero lo cierto es que la
evolución política de nuestro país no ha pasado por los grados de fiebre que en otras partes. (El Sr.
Bermúdez Cañete50: ¿Y las guerras civiles?—Rumores.) La guerra civil, que perdieron los liberales
(El Sr. Bermúdez Cañete: Que ganaron los liberales.), como han perdido en España todas las
guerras los liberales.
Lo cierto y verdad es que España no ha pasado por los grados de fiebre política renovadora e
innovadora que se han producido en otras partes, y nos encontramos en la vida española con
problemas de orden social y político de complejidad extraña, como ocurre en otros órdenes de la
vida española, donde se ven contrastes raros, inusitados, donde frente a manifestaciones de progreso
que están al par de cualquier otro país, se ven manifestaciones de atraso y casi de barbarie que
parecen propias de un país del siglo XII. En la evolución política española ocurre algo de esto.
España es un país muy curioso y digno de estudio, pero muy difícil de gobernar, precisamente por
esta situación extraña. Así estamos ahora viendo el auge y el alzamiento político de clases
proletarias que enarbolan las mismas enseñas que en los países más evolucionados políticamente,
junto a manifestaciones de retroceso y de regreso en el orden político y social que han desaparecido
de todos esos países que S.S. admira y que nos quiere presentar como ejemplo. ¿Por qué han
desaparecido allí y no aquí? Porque en España no ha habido la revolución liberal del siglo XIX. Si
la hubiese habido, ahora estos señores estarían luchando con una burguesía fuerte, potente,
productora, que habría impulsado el progreso español por los caminos por donde lo ha impulsado la
gran burguesía en los países europeos. Aquí de eso no ha habido apenas nada, y hemos pasado del
régimen feudal, territorial, señorial de las grandes Casas históricas españolas, venidas a decadencia
sin haber perdido el poder político y económico hasta que ha venido la República; hemos pasado,
digo, a las primeras manifestaciones revolucionarias del proletariado que empuja hacia el poder
político, cosa extraordinaria que no ha ocurrido en ningún país más que en el nuestro. (Aplausos.)
En general, cuando los republicanos planteamos en nuestro país problemas específicos
españoles, es muy frecuente que se nos diga (y esto viene a propósito, en lineas generales, de las
observaciones del Sr. Ventosa), es frecuente que se nos diga: “¡Pero si eso no pasa ya en ninguna
parte! ¡Pero si ésas son cuestiones que están resueltas en todas partes!” Eso quisiéramos, que
estuvieran resueltas en España y no tener que ocuparnos de problemas tan elementales como los que
surgen al paso de un Gobierno en España.
Se ha hablado aquí como uno de los temas del programa del Gobierno, mejor dicho, de las
cosas realizadas por el Gobierno; se ha hablado de la readmisión de los obreros despedidos en año
34 y readmitidos por decreto de este Ministerio. Creo que también fue el Sr. Ventosa el que se
refirió a este asunto. El Sr. Ventosa se lamentaba de alguna injusticia ocurrida en esta readmisión, y
sobre todo de las repercusiones que en el orden económico podían tener en algunas ramas de la
industria española. Yo no discuto eso, Sr. Ventosa; pero digo de este asunto lo que decía de los
problemas derivados de la revolución de Asturias y sobre todo de la represión de la revolución de
Asturias: si no se hubiese perdido en mala hora la justicia y la prudencia del gobernante, este
problema no estaría planteado ante nosotros o no habría estado planteado ante nosotros; pero llegó
un día del año 34 en que muchas gentes en España —muchas, muchas—, creyeron que ya se había
acabado el mundo, y algunos, sentándose sobre las piernas cruzadas a usanza morisca, estuvieron
esperando a la puerta de su tienda el paso del cadáver de su enemigo; pero resulta que el enemigo
no se había muerto. Creídos de que ya se había acabado el mundo y que no habría más República en
España, ni republicanos ni nada, se formaron todo tipo de licencias, y una de las más graves fue esto
que hicieron con el decreto del año 34 sobre la expulsión de los obreros por motivos políticos.
Entonces se tomó una medida violenta: el decreto del Ministerio de Trabajo que abolió las
jurisdicciones creadas por la República para resolución de los conflictos del trabajo, y ahora
nosotros nos hemos encontrado con los frutos de aquella violencia y con que aquellos que cuando
las Cortes Constituyentes y los Gobiernos republicano-socialistas levantaban moderadamente,
prudentemente, una organización de la justicia social y de la magistratura social, nos decían que
arruinábamos la economía española, destruíamos los principios de la justicia y hollábamos la
propiedad, en cuanto tuvieron ocasión destruyeron nuestra obra e implantaron la suya sobre la
violencia. ¡Ah! Pero ahora nos ha hecho falta ―y entonces también― la pura y normal vigencia de
aquellas instituciones, las instituciones que suprimisteis impidiendo su funcionamiento. ¿No
queríais violencia? ¿No decíais que arruinábamos la economía del país y la justicia y la paz social?
¿Os dais cuenta de que no se puede prescindir de las instituciones del Estado para resolver esta
clase de conflictos? ¿No queríais violencia, no os molestaban las instituciones sociales de la
República? Pues tomad violencia. Ateneos a las consecuencias. Y las gentes que han venido a
decirme que el año 34 cuando despedían a sus obreros lo hacían por orden del Gobierno y
obedeciendo determinaciones inexcusables de la autoridad pública, no han sabido decirme por qué
razón no levantaron la menor protesta ni formularon la menor salvedad sobre su responsabilidad
para el porvenir, sino que, todo lo contrario, se precipitaron alegremente por el boquete que abrían
las supuestas órdenes del Gobierno para saciar una inquina, una enemistad o un propósito político o
particular, y ahora, cuando se encuentran con las consecuencias, tengo que decirles: Pero ¿no
fuisteis violentos, desleales y desconsiderados con la ley el año 34? ¿Con qué derecho venís a
pedirme ahora que restablezca instituciones que vosotros habéis querido destruir? Este ejemplo
deben conservarlo en la memoria y darse todos cuenta de que, cuando el Estado crea estas
instituciones lo hace en beneficio de la paz social y, en definitiva, de la justicia.
Yo puedo hablar de estas, cosas con cierta holgura ―y perdonad si os molesto demasiado
tiempo― (Denegaciones.), porque yo soy también un readmitido, Sr. Ventosa (Risas.), un
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readmitido que no pide indemnización, pero que tiene derecho a recordarlo, derecho del que no uso
nunca (no lo he usado nunca por esos caminos y plazas, y menos voy a usarlo ahora), pero no está
de más recordarlo. Y, en rigor, señores Diputados, cuando yo veo ahora a organizaciones políticas
republicanas o de oposición, desde.un punto de vista conservador, ultraconservador, representantes
del orden, acusar al Gobierno, dudo un poco del fundamento de sus acusaciones o de sus críticas
cuando se dirigen a mí, y sobre todo de lo que dudo mucho, mucho, mucho, es del fundamento, de
la autoridad con que me quieren cargar a mí con tal cúmulo de confianzas y responsabilidades como
para hacerme el árbitro de la paz pública y del salvamento de la sociedad española. ¡A mí, a mí
personalmente, que estuve hace un año sentado en aquel banco respondiendo de delitos que no
había cometido! ¡Qué extraño desquite y qué lección, señores Diputados! Lección que me parece,
por ciertos indicios, que pocos han aprovechado. En el curso de lo que me queda por decir vais a
ver por qué. Decía aquí ayer un orador de la izquierda que él temía que este Gobierno se encontrara
en la situación en que llegó a encontrarse el del año 33, que, por estas y las otras circunstancias, a su
juicio nacidas de errores del Gobierno o de debilidades del Gobierno, perdimos el Poder. No, no,
fue así; y hay que explicarse sobre esto con toda claridad y saber lo que se pretende y a lo que se
aspira. Una de dos: o la acción del Gobierno en los años 32 y 33 fue débil., fue tímida, no fue audaz,
no fue revolucionaria, o lo fue. Si es lo primero, es difícil achacar a una reacción de derechas
provocada por una acción revolucionaria, reformadora y audaz del Gobierno lo ocurrido en el año
33; y si es lo segundo, no habríamos hecho más que cumplir con nuestras obligaciones, y hay que
atenerse a las consecuencias del cumplimiento del deber.
Pero yo puedo afirmar aquí hoy, como lo he afirmado siempre, que la pérdida del Poder en el
año 33 por la coalición gobernante entonces, que es casi la actual, no se debió a ninguna flaqueza
del Gobierno ni a ningún incumplimiento de nuestro deber; lo que pasaba entonces, señores
Diputados ―y apelo a palabras del Sr. Gil Robles, que me permitirá que le aduzca como
testimonio―, es que el Presidente del Consejo de Ministros no sabía lo que pasaba en las altas
esferas de la política; pero ahora la situación no es la misma, y ahora tenemos un afán de curiosidad
y de investigación tal, que sabemos lo que pasa en todas partes. (Risas.)
De suerte que aquellas dificultades y aquellos tropiezos que de una manera honrada y en
cumplimiento de un deber de conciencia ―de conciencia política, bien entendido, y de conciencia
republicana y de adhesión a la Constitución― nosotros no podíamos, ni debíamos, ni teníamos por
qué evitar, han sido la más poderosa y fecunda lección que ha caído sobre el régimen republicano
español; lección para todos, Sres. Diputados, y singularmente para los que forman ahora en la
coalición.
A mí no me gusta achacar la causa de nuestras derrotas a nuestros enemigos, y siempre,
implacablemente busco la causa de nuestras derrotas en nuestra propia conducta; puede que esto sea
excesivo, puede que sea demasiado y que sea injusto, pero es una magnífica disciplina. Y si no se
quiere perder el Poder, y se quiere conservar la acción republicana y la acción del Frente Popular, lo
que importa no es decir que la acción del Gobierno fue de esta o de la otra manera, sino no romper
la cohesión, ni la disciplina, ni perder de vista el objetivo común, que es, por de pronto, la
autenticidad del régimen republicano y la vigencia de la Constitución para todos los problemas que
tenemos que resolver con nuestro programa común.
¡Ah!, si la perdemos, por la brecha se colará el que quiera; pero no seré yo quien abra la
brecha, ni nadie debe esperar en ninguna parte que por argumentos más o menos hábiles de
polémica yo consienta en abrir la brecha. Digo esto, señores, porque en el fondo de todo lo que se
dijo ayer, lo que se veía claro era el propósito de poner al Gobierno en trance de hacer éstas o las
otras declaraciones que pudieran significar una renuncia a los objetivos comunes de la coalición o
en una situación política que pudiera ser desagradable a los unos o a los otros. Eso, es inútil que
perdáis el tiempo en intentarlo, yo no lo haré jamás, jamás, porque moviéndome dentro del ámbito
en que me muevo, lo que opinen los de más allá, fuera del programa electoral, no me importa;
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nosotros tenemos un código de disciplina y político dentro del cual yo me muevo y la mayoría
también. Fuera de eso, cada cual cargará con su responsabilidad.
Es, pues, inútil, Sres. Diputados, que vengan a preguntarme a mí si estoy dispuesto a dar paso
al régimen comunista; si no es tuviéramos hablando de cosas serias diría que esto es un poco risible,
y no por nada, sino, entre otras razones, por las siguientes: primera, porque yo no soy comunista; si
lo fuese estaría sentado entre los comunistas, y segunda, porque mi deber, aunque fuese comunista,
estando aquí y habiendo recibido el Poder para lo que lo he recibido, es conservar la Constitución
desde el Gobierno, mientras las Cortes no la reformen, aunque fuera comunista; y si mañana
estuviera aquí un Gobierno socialista elegido por una mayoría electoral o por una mayoría
parlamentaria, tendría que respetar la Constitución como yo la respeto, con todo su socialismo,
mientras las Cortes no la a boliesen, porque si no no tiene sentido venir al Parlamento a hacer
política parlamentaria y legal: cuando se quiere abolir una Constitución, o se hace una revolución en
las calles o se hacen discursos. (Risas.)
Decía antes, Sres. Diputados, que yo soy un readmitido; lo soy tanto, que hasta el Sr. Gil
Robles cree en mis palabras. (Risas.) Ayer el señor Gil Robles, por primera vez después de haber
discutido tanto en cinco años, decía que le bastaba mi palabra para creer lo que yo estaba diciendo;
muchas gracias. Sr. Gil Robles. (Risas.) He hecho un progreso con el que yo no contaba. (El señor
Gil Robles: Porque no conoce S. S. la rectitud con que me produzco, incluso con mis enemigos
políticos.― Rumores.) No sé, Sr. Gil Robles, quién es el que ha a prendido más en estos meses
pasados, si S. S. o yo; me parece que ha sido S. S. (Risas.―El Sr. Gil Robles: Mejor para mí.)
En la posición del Sr. Gil Robles no hay nada que se salga de lo que corresponde a la
normalidad de la situación de un grupo político que es adverso al Gobierno. El Sr. Gil Robles
mantiene su diferencia ideológica con el Gobierno ―eso es, naturalmente, recíproco― y espera a
conocer los proyectos del Gobierno para juzgarlos; eso es normal. Ahora bien; el Sr. Gil Robles ha
hecho algunas observaciones que yo me voy a permitir subrayar porque me parecen
extremadamente graves.
El Sr. Gil Robles, discurriendo sobe la paz social, sobre el orden público y sobre la actividad
de las autoridades subalternas en la protección de la vida y de los derechos de los ciudadanos, ha
hecho una afirmación excesivamente grave. Su señoría, permítame que se lo diga, padece una
incurable propensión a la demagogia (Risas.), y a veces, arrastrado por esta propensión, dice cosas
que tal vez no piensa y que de seguro no va a hacer; me refiero a lo siguiente: El Sr. Gil Robles
decía ayer que su partido se ha colocado en una posición de gubernamentalismo constitucional que
aparta a sus huestes de la violencia, lo cual es elemental, pero que teme fracasar, que teme verse
abandonado por sus huestes si éstas se sienten perseguidas en sus derechos, en su vida o en sus
propiedades, y que entonces irán a engrosar las filas de los que apelan a la violencia o usan métodos
reprobables o ilegales; y decía el Sr. Gil Robles: “Yo entonces me declararé fracasado y les diré que
vayan a esa acción, donde, por lo menos, les quedará el aliciente de la venganza”.
Señor Gil Robles, esto es enorme, porque su señoría, un conservador, que además nos dice
que funda su doctrina política en un concepto cristiano de la vida pública, dice que puede llegar una
ocasión cualquiera en que tenga que decir a sus huestes que se vayan a disfrutar por lo menos del
aliciente de la venganza; yo le pregunto a S.S.: ¿con qué autoridad increpa S.S. a esos hombres que
un día por venganza o por desquite se han lanzado a una revolución? (Muy bien.— El Sr. Gil Robles
pide la palabra.) ¿Con qué autoridad increpa S.S. a los incendiarios o a los revoltosos que por
venganza o desquite —porque ya en lo innoble de las pasiones no hay tasa ni más que un solo nivel
— se lanzan a los atropellos que S.S. ha venido aquí a condenar? La venganza, Sr. Gil Robles, es un
instinto que no debe entrar, no ya sólo en la vida personal, mucho menos en la vida pública, y
¿cómo puede concebir S.S. que a un partido político, a una masa se le diga: “fracasada la acción
legal, id a disfrutar y a gustar de los placeres de la venganza”? Queriendo ponerla lejos, los poetas
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han dicho que eso pertenecía a los dioses; los hombres estamos obligados a ser más justos que los
dioses y a no tener apetitos de venganza y mucho menos a introducirlos como un móvil de la acción
política, porque en ese caso se pierde autoridad además de perder la razón, y en política lo que
importa es tener razón, sobre todo tener razón y contra más gente mejor, porque al cabo más es la
gente que tiene que venir a decirle a uno: “tenía usted razón”. (Muy bien.) Cuando fuese cierto el
abandono de las autoridades, cuando fuese cierta la persecución, nunca, en ningún momento tiene
nadie derecho a decir que se va a vengar apelando al crimen o a la defensa personal, o a tomarse eso
que se llama la justicia por su mano, nunca; esto está mal siempre, hágalo quien lo haga, el burgués
o el proletario; pero en el burgués conservador, Sr. Gil Robles, esto tiene todo el sonido discordante
de una blasfemia política. Nadie puede pintar con bastante crudeza y vigor —no digo la
contrariedad— la repugnancia del Gobierno delante de ciertos hechos que se producen
esporádicamente en España; nadie puede dudar de los desvelos del Gobierno por impedirlos o por
reprimirlos; ayer, no me acuerdo quién de vosotros hablaba de la propensión del pueblo español a
quemar cosas: quemaba las casillas de consumos —decía el Sr. Pestaña—, quemaba después las
iglesias; yo estoy persuadido de que las llamas son una endemia española: antes quemaban a los
herejes, ahora queman a los santos, aunque sea en imagen. (Risas.) Las dos cosas me parecen mal,
no sólo por lo que tiene de violento y de injusto, sino por lo que tiene de inútil (que también es una
tacha que poner a las acciones políticas), por lo que tiene de contraproducente, por lo que tiene de
escandaloso, por lo que tiene de propaganda en favor de aquello mismo que pretende destruir.
Cuando yo aquí ayer hablaba de calma, no hablaba de la calma del país; hablaba de la mía y quería
decir con esto que me parece un desatino político contribuir con nuestra alarma y con nuestro
nerviosismo a hacer la propaganda a los que tratan de perjudicar la paz social y la autoridad del
régimen republicano provocando cierto género de hechos. Yo no puedo concebir, Sres. Diputados,
que porque haya un desorden público, grave o leve, los propios republicanos digan que peligra la
República, que se pone en riesgo el régimen, que esto está perdido, que el régimen no puede andar;
pues ¡qué más quieren los autores de esos hechos que encontrarse con esta resonancia para seguir
haciéndolos! No hablo de la calma del país; hablo de la calma de los espíritus republicanos, y para
reprimir y cortar las cosas desgraciadas que han ocurrido y ocurren en España no hace falta cubrirse
la frente de ceniza ni apelar a procedimientos extraordinarios, que son por lo común
contraproducentes.
Hemos asistido al hecho escandaloso motivado por la venganza, Sr. Gil Robles, de ver morir
asesinado a un magistrado porque había cumplido obscura y silenciosamente con su deber: ¿qué le
parece el hecho a S.S.? (El Sr. Gil Robles: Mal, francamente mal.) Pues ya lo veis, ese que ha
asesinado al magistrado porque ha cumplido con su deber será probablemente un sujeto a quien
alguien ha dicho: “Véngate, ya que no puedes defenderte de otra manera”. (El Sr. Gil Robles: No
nosotros.) Lo que tenemos enfrente, Sres. Diputados, y permitidme que diga que no trato de hacer
argumentos en favor del Gobierno, ni retorcer los hechos ni apelar a argucias inútiles, no, no; lo que
tenemos enfrente de un modo manifiesto es un plan completo de agresión contra la paz pública en
daño del régimen republicano (Muy bien.), de lo cual tengo yo mucha experiencia; sí, sí, en daño
del régimen republicano. Quien no lo sienta no puede sentir la herida, pero los que lo sentimos
tenemos una sensibilidad de que algunos carecen, y de esto tengo yo mucha experiencia en la
cortedad de mi vida política, por los recuerdos y experiencia del año 31, y del año 32 y del 33, y
ésta es ahora exactamente igual a aquélla, exactamente igual: asaltos, ataques a personas, eso que se
llama provocaciones —y que yo no voy a alegar en disculpa de nada ni de nadie, porque mi deber
no es ése—, fugas de capitales, que todavía no han llegado al volumen del año 1931, pero que
obedecen a los mismos móviles y buscan el mismo efecto; todo esto no es una maniobra contra la
Patria, ni un ataque al orden social; es un ataque a la República, porque de eso es de lo que se trata.
Nosotros somos la República: las Cortes, la institución, la Constitución; nosotros somos la
República y el Gobierno defiende la República, y de lo que se trata, atacando al Gobierno, es de
hacer daño al régimen republicano (Muy bien.), no de otra cosa. Y de donde vienen los ataques no
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es del pistolero suelto o del bandolero a suelto, no, no; todos los indicios hacen creer que hay detrás
de los agentes ejecutores —que a veces no son personas salidas del arroyo— un organismo político
o como se quiera llamar eso, una organización con un método, con un propósito, con una
acometividad poco vulgar y con unos recursos que yo no sé de dónde proceden, pero que existen.
El Sr. Gil Robles me preguntaba que dijese quién los costea: yo no lo sé, Sr. Gil Robles; si lo
supiera ya estarían en la cárcel; pero que los hay, eso es indudable, y los últimos indicios recogidos
por la Policía, lejos de debilitar esa convicción, la robustecen, y los propios acontecimientos de esta
tarde en Madrid la robustecen más todavía. (Aplausos.)
Ahora, si alguien espera rendirnos por cansancio, se va a llevar chasco; nosotros procuramos
que los resortes del Poder funcionen: declaro que no siempre funcionan bien; no, no; no siempre
funcionan bien; yo no soy en el banco azul el doctor Dulcamara; no siempre funcionan bien.
Nosotros hemos sido exigentes con nuestros subalternos; yo les he exigido a los gobernadores de la
República que, además de tener acierto, tengan buena suerte; están obligados a tener buena suerte, y
no paso ni siquiera por la mala suerte. Se han hecho los cambios de mando y de organismos que han
sido menester; se harán más; donde haya que hacer una operación quirúrgica de este tipo,
administrativa o gubernativa, se hará (Muy bien.); donde alguien falle, se le quitará; donde alguien
haga algo más que fallar, se le exigirá la responsabilidad conveniente ante quien corresponda.
Polacadas yo no voy a hacer; pero exigir a cada cual el cumplimiento estricto, minuto por minuto,
de su deber, ésa es mi principal obligación.
¿Dificultades para esto? Enormes, enormes; yo no las voy a disimular, aunque regocije a
nuestros adversarios. ¡Alguna vez ha de decir uno algo agradable para sus adversarios! No se trata
sólo de habernos encontrado de improviso en el Poder, como alguien recordaba aquí ayer tarde; yo
dije de esto algo el día primero que hablé aquí y aludí al Sr. Portela, ciertamente sin ánimo de
combatir ni de agredir a S.S., porque yo combatía y agredía al Sr. Portela cuando era Presidente del
Consejo de Ministros, que es lo que a mí me gusta; pero ahora que S.S. no es Presidente ya no le
discuto ni le combato (Risas.); pero aludía a esta situación del Poder. Nos hemos encontrado con
que hay que montar el organismo gubernativo de arriba abajo; que tenemos infiltradas en alguno de
los organismos gubernativos de la acción más directa del Ministerio gente, personas que, sin faltar
manifiestamente a su deber, tienen ese desmayo que nace de no comulgar en las mismas
convicciones políticas que el Gobierno, que el régimen vigente. (Muy bien.) Todo eso hay que ir
examinándolo puntualmente, con cuidado, para no cometer atropellos ni injusticias, pero
inexorablemente. Nosotros, donde se ha producido un hecho desagradable o ilegal o violento,
hemos hecho las investigaciones, hemos mandado las autoridades, se han abierto los sumarios, se
han exigido responsabilidades; donde no se haya hecho, decídmelo, y lo haremos. Ahora, si lo que
pretendéis de mí es que diga aquí que donde suene un grito subversivo o se dispare un tiro, voy a
enfilar 40 baterías de artillería y voy a arrasar una población, eso no lo puedo decir porque no lo
pienso hacer. ¡Eso no lo pienso hacer! Hay que proporcionar la represión, si se puede emplear esa
palabra, a la importancia de la magnitud del delito que se persigue; lo demás es barbarie. Además,
Sres. Diputados (insistiendo en que no quiero entablar sobre esto una defensa del Gobierno —no,
no—, sino discurrir normal e imparcialmente sobre ello); además, hay que distinguir entre el
desorden público real y efectivo y la explotación política del desorden, que trasciende de nuestras
fronteras. Si se va a examinar la situación, nos encontramos con regiones enteras de España donde
no ha ocurrido nada, absolutamente nada, y no es ciertamente en aquellas en que las pasiones
políticas están más calmadas o son más llanas; ¡ni muchísimo menos! Puede que ocurra lo
contrario; nada grave ha habido en Asturias; ha habido atentados, pero no es comparable con lo que
ha ocurrido en Andalucía. En Asturias... (Rumores.) Si me hacéis hablar, diré que lo que ha habido
han sido pistoletazos cambiados entre bandos enemigos. (El Sr. Fernández Ladreda51 pronuncia
palabras que no se perciben. —El Sr. Prieto: ¡El bizarro militar! ¿Por qué no vistió el uniforme en
51 José María Fernández-Ladreda (1885-1954). CEDA.
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octubre? Debió habérselo puesto, y no esconderse. —Varios Sres. Diputados: ¡Cobarde! ¡Cobarde!
—El Sr. Fuentes Pila: ¡A París! ¡A París! —El Sr. Galarza pronuncia palabras que no se perciben.
—El Sr. Presidente reclama orden insistentemente.)
Decía, Sres. Diputados, que en algunas regiones españolas, donde están más encandiladas las
pasiones políticas y sociales, no son aquellas donde han ocurrido los desórdenes públicos más
graves, y citaba el ejemplo de Asturias, cuya situación conocéis, donde han ocurrido crímenes
aislados, crímenes personales, pero no una subversión del orden público; no ha ocurrido nada serio,
ni siquiera leve, en Cataluña; no ha ocurrido apenas nada en Galicia; en Valencia, salvo los sucesos
de Játiva del primer día, maliciosamente abultados, no ha vuelto a ocurrir ningún incidente, y en
Castilla la Vieja no se ha visto ningún desorden, salvo un choque que ocurrió en Palencia entre
vendedores de periódicos fascistas y comunistas... (El Sr. Calzada52: Y han muerto cuatro en estos
últimos días en la provincia de Valladolid. —Otro Sr. Diputado: Sí, en Peñafiel. —Otro Sr.
Diputado: Son asesinatos cometidos por pistoleros fascistas, por señoritos. —El Sr. Vergara: Eso es
verdad, completamente verdad. —Rumores. —El Sr. Presidente reclama orden.) Quiero decir, Sres.
Diputados, que los desórdenes públicos se han manifestado en localidades o en provincias donde la
raíz social del malestar del espíritu público es más evidente y está más a la vista. Yo no he dicho
aquí, ni hoy ni el otro día, ni una sola sílaba en disculpa, ni mucho menos en justificación, de lo que
ocurre ni de lo que ha ocurrido; no, ni una sola sílaba. ¡Cómo lo voy yo a disculpar ni a justificar!
Lo que he tratado es de explicarlo, como trata uno de explicarse una enfermedad; y lo que decía es
que después de las opresiones de de las persecuciones y del hambre pasada por el pueblo español en
muchas provincias a consecuencia de una política, es muy difícil impedir, no digo corregir, que ésa
es la obligación del Gobierno; es muy difícil impedir, digo, explosiones violentas, inesperadas como
todas, súbitas, surgidas de una conversación, de una disputa, de un gesto, de una entrada o salida de
una persona, de un movimiento cualquiera; es muy difícil prevenirlo o impedirlo; lo que no es
difícil, y está en nuestra obligación, es corregirlo.
Yo no apelo a lo de las provocaciones como defensa del Gobierno, no tengo interés en tomar
esa posición; la rechazo, desde luego; ¡ah!, pero que estos choques se han producido cien veces por
manifestaciones hostiles o provocativas de grupo a grupo, eso ¿quién lo puede negar? No voy a
hacer la enumeración; pero a mi me consta de una manera fehaciente y positiva que en muchos,
muchos casos —yo no digo en todos, en otros habrá partido la provocación de los del otro lado, eso
es verosímil y humano—, las provocaciones o el hecho que se llama provocación y que desata la
indignación o el furor de una muchedumbre, se ha producido delante de aglomeraciones
republicanas o socialistas por gentes enemigas suyas. Eso no se puede discutir, eso es exacto.
Ahora, lo que también hay que reconocer es que la reacción violenta en contra de esas
provocaciones, además de ser desmedida, es enojosamente perjudicial y va en contra de aquello
mismo que la manifestación reactiva se propone conseguir. Esto también es manifiesto; y a quien
hace daño esa explosión del enojo popular es al propio Gobierno del Frente Popular y a la política
del Gobierno del Frente Popular, porque no puede dudarse de que uno de los propósitos de reacción
agresiva contra la República consiste en promover el ambiente de desconfianza, de intranquilidad,
en el cual se pueden cultivar perfectamente los propósitos más violentos de agresión al régimen
republicano, y no debemos contribuir nosotros, ni el Gobierno con su inacción, ni los republicanos y
socialistas con su nerviosismo, a que ese ambiente se cree o, por lo menos, persista.
De alguno otros puntos se ocuparon estos señores ayer, que voy a recoger brevemente, entre
otros el Sr. Ventosa, que trató con alguna concreción ciertos puntos de nuestro programa. Habló el
Sr. Ventosa de la política de asentamientos en Extremadura, y se lamentaba de que se han hecho
algunos asentamientos o bien por la violencia o bien estropeando o dedicando a labor tierras que
estaban destinadas a pasto y perdiéndose esta riqueza. Pues bien, Sr. Ventosa y Sres. Diputados,
juzgue S. S.: en cuanto a la violencia, siempre que se ha producido en Extremadura una invasión de
52 Luciano de la Calzada Rodríguez (1909-1974). CEDA.
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fincas ha acudido inmediatamente, cumpliendo órdenes del Gobierno, la fuerza pública; ha hecho
salir de las fincas a los invasores, y después se han realizado, en esa o en otra, donde fuese, donde
ha determinado el personal técnico del Instituto de Reforma Agraria, asentamientos de yunteros;
pero nosotros ni hemos admitido, ni consolidado, ni tolerado ninguna invasión violenta de las
fincas, esto lo han reconocido los mismos propietarios de Extremadura.
En cuanto a ese supuesto destrozo de las tierras de pasto de Extremadura, me bastará leer
estas cifras. En Badajoz, una provincia que tiene 2 millones largos de hectáreas, hay destinadas a
pastos y arbolado 1.480.000. Pues en toda la superficie de esa provincia se han ocupado 105.000
hectáreas en total. Esto representa, en cuanto a la superficie destinada a pastos en toda la provincia
de Badajoz, menos del 7 por 100. Y en Cáceres, la extensión ocupada para asentamientos en tierras
de pastos representa menos del 5 por 100 de toda la superficie. ¿Me quiere decir S. S. si estas cifras
son alarmantes o significan un destrozo en esa riqueza? Teniendo, además, presente
que se ha extendido bastante el sistema de decir que son tierras de pastos tierras que no lo han
sido nunca, o que son labores abandonadas, o lo que fuese, pero que se declaran como de pastos
tierras que no lo han sido nunca. Y aunque lo hayan sido, señores, delante del problema que
teníamos allí planteado y que hemos puesto en vías de solución, sacrificar el 5 por 100 de las tierras
destinadas a pastos para resolverlo, ¿es quizá una atrocidad, un atropello o un menoscabo grave de
la riqueza pública?
El Sr. Ventosa hablaba de los movimientos bursátiles desfavorables al crédito público
realizados por estos desórdenes españoles, y yo pensaba, cuando se refería a la explotación política
de los desórdenes, en que esto no sólo es en España para los efectos a que acabo de aludir, sino
fuera de España. Nadie ignora que hay por el mundo una porción de Empresas periodísticas a las
que no interesa la amistad de España. Todo el mundo puede elegir sus amistades, y hay quien no
tiene interés en guardarle a nuestro país la justicia y la consideración que se le deben. Y con este
salvoconducto se hace una explotación sistemática de lo que ha podido ocurrir en nuestro país,
agigantándolo, multiplicándolo, repitiéndolo sin cesar para aprovechamientos de política interior de
los respectivos países y, además, también para los fines que indicaba el propio señor Ventosa,
lamentándose de sus consecuencias, pero olvidando la causa: para desviar hacia otros países la
corriente del turismo. Su señoría no ignora que en esto del turismo hay una competencia
internacional bastante fuerte, que todos los países se disputan la corriente turística, y que es muy útil
y cómodo para cualquier parte decir: “A España no vayan ustedes, porque allí no se puede vivir”; y
se los llevan a su país. Y este móvil, que parece secundario y bajo, tiene esa gran fuerza y eficacia
en la orientación de algunas campañas de Prensa que todos podemos lamentar; pero, ¡qué le vamos
a hacer! Yo no vivo de la opinión de la Prensa extranjera, Sr. Ventosa. Lo lamento, el Gobierno hace
las gestiones que puede y que debe, dentro de su autoridad y de sus medios de intervención, para
que estas campañas se moderen, cesen y resplandezca la verdad. Lo hace así. Esperamos que se nos
haga justicia. Otros procedimientos yo los veo fuera de mi horizonte; pero si de todo esto no se
obtiene ningúnn efecto útil, viviremos tranquilos sin que los demás nos hagan justicia; con que nos
la hagamos nosotros mismos dentro de nuestro país, ya tendremos bastante. Pero este móvil
secundario y bajo de utilización de la corriente turística aprovechándose de los desórdenes
españoles, es cosa manifiesta, así como que se aprovecha esta misma situación para hacer campaña
electoral en otros países en cuya política interior nosotros nos guardamos muy bien de intervenir.
Alrededor de esto aludía el sr. Ventosa a los movimientos bursátiles. Ya he oído este
argumento en las Cortes Constituyentes, también por los mismos motivos: “¡Ha bajado la Bolsa
tantos enteros, que representa tantos millones; la riqueza nacional se ha perjudicado en tal
cantidad!”
¿Me quiere decir S. S. en. cuánto se enriqueció la fortuna nacional cuándo a virtud de una
inflación artificial la Bolsa empezó a subir por encima de los tejados? No se enriqueció nada.
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¿Cuántas industrias han nacido a favor de ese movimiento de alza de la Bolsa a que hemos asistido
hace unos meses? ¿Qué valor ha tenido todo eso? ¿Qué ha dejado en el caudal del haber español,
público o privado? ¿Cuántas fábricas o industrias han cesado en estos últimos tiempos a
consecuencia de la baja de la Bolsa? ¿Cuántas se crearon en el mes pasado o en Diciembre o en
Noviembre, cuando los valores españoles se remontaban a la altura de las águilas? ¿Dónde quiere S.
S. que aprendamos nosotros el sistema de utilizar esa diferencia de cotización entre un día y otro,
que S. S. gradúa en mil y pico de millones, para emplearla en obras, en favor del crédito o de la
reconstrucción nacional? ¿Cómo se utiliza eso? ¿Nos quiere decir S. S. cuál es la alquimia que
convierte un alza o una baja de Bolsa, ejecutada o no, posible o no, en un capital utilizable por el
Gobierno para fomentar la riqueza pública? (El Sr. Calvo Sotelo: Entonces, Sr. Azaña, ¿por qué la
Bolsa señala topes para que no bajen las cotizaciones con exceso?) ¿Qué tiene que ver eso, Sr.
Calvo Sotelo? (El Sr. Calvo Sotelo: Eso se hace por política de gobierno.)
El Sr. PRESIDENTE: Ya daré a S. S. la palabra para rectificar.
El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Azaña): Estoy contestando a la
observación del Sr. Ventosa. Se aludía, también ayer por el Sr. Ventosa al aumento de la circulación.
Tengo yo de esto muy buenos recuerdos del año 1931 y no está lejos de mí el Ministro de Hacienda
que entonces padeció esta desgracia. Pero, ¿quién se lleva los billetes de España? Supongo que no
será el Frente Popular (Risas.), porque no los tiene. Quien se lleva las cuentas corrientes son
nuestros enemigos, y S. S., si los conoce, debería aconsejarles que no hicieran semejante disparate,
porque a quien hacen daño no es al Frente Popular, sino a la Nación entera. (El Sr. Ventosa: Creo
que me atribuye S. S. un concepto del Sr. Calvo Sotelo, y no es que yo lo rechace.) Pues se lo
endoso a S. S., Sr. Ventosa, puesto que estamos hablando de Banca (Risas.) Es extraordinario que
un grupo social, económico o político emprenda una acción hostil al interés vital de España para
crear una dificultad al Gobierno y luego venga a reprochárnosla a nosotros, como si nosotros lo
hiciéramos. ¿Pues tienen más que no llevarse los billetes ni sacar el dinero de las cuentas corrientes,
que no corre ningún peligro?
Ahora, yo tengo sobre este particular que hacer una observación, nada más que una ligera
observación, que ya he hecho una vez en corro pequeño. En este movimiento de retirada de las
cuentas corrientes puede haber dos cosas, que yo no voy a medir en su relativa importancia. Puede
haber un movimiento de pánico, lealmente sentido por una porción de pequeños imponentes, de
pequeños cuentacorrentistas que no tienen obligación de discernir demasiado lo que es la situación
política de un país; pero puede haber, y seguramente hay, una cosa mucho más importante y más
grave, que sería la confabulación para causar el perjuicio y crear el conflicto, que no está en manos
del Gobierno evitar, pero que quizá no esté lejos de las manos del Gobierno sancionar. Quizá
también tenga yo en mi armario un frasco de un elixir que con dejar caer unas gotas en un proyecto
de ley, por lo menos, dé que sentir a los confabulados; porque pensair que nosotros nos vamos a
dejar agredir impunemente es pensar en locura, puesto que a fuerza de cargarnos de razones, de
justicia, de paciencia y de prudencia de hombres de gobierno, llegará un momento, si la agresión
ésa y otras pasan de lo tolerable y empiezan a ser peligrosas, en que, por los medios a nuestro
alcance, saldremos del paso. (El Sr. Carranza: ¿Y se tranquiliza así al país?) Señor Carranza, para
tranquilizarle, lo primero que hay que hacer es no dejar parados a los obreros. (Muy bien.―
Aplausos.―El Sr. Carranza: No he dejado a ninguno.) Es que parecía que su señoría y otros amigos
de S. S. tenían estos días una voluntad un poco flotante respecto del aprovechamiento de las
almadrabas, y ése es uno de aquellos casos, de terrible memoria, en que se dice a la gente: “Que te
dé de comer la República”. Y le advierto a S. S. y a todos que sí, que la República les dará de
comer, pero ya veremos de dónde salen las subsistencias. (Muy bien.)
En conclusión, Sres. Diputados, después de oír las manifstaciones de los gupos de oposición,
quedamos en lo siguiente. Estos señores esperan los proyectos del Gobierno para combatirlos, si les
parecen dignos de combate, o para aprobarlos, si les parecen dignos de aprobación. Yo celebraré
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 99
que todo lo que traiga el Gobierno pueda parecerles bueno, más que nada porque sería una
demostración de nuestra sabiduría. De ninguna manera la colaboración parlamentaria, que nosotros
deseamos, naturalmente, incluso en forma de oposición, y estoy por decir que sobre todo en forma
de oposición; de ninguna manera, repito, la colaboración parlamentaria puede implicar, jamás, el
desdibujamiento de las posiciones políticas; al contrario, la labor parlamentaria que el Gobierno
vaya trayendo servirá para afirmar, para acentuar cada vez más los rasgos de su fisonomía política.
Nosotros, con las oposiciones mantenemos esta posición de diálogo polémico, muy interesados en
que si hay una ob servación útil que hacer al Gobierno, se le haga, con la mejor disposición de
recogerla, siempre que lo que se pretenda que nosotros aceptemos no enturbie, ni empañe, ni
disminuya en lo más mínimo nuestro programa, nuestras leyes ni nuestros propósitos. Por ahí sí que
no se puede esperar nada de nosotros. Yo creo que ésta es una posición de la que todo el mundo
tiene que felicitarse, porque en política lo peor es la confusión, la indisciplina, la falta de
responsabilidad y el esconderse los unos detrás de los otros. Yo no he venido a esconderme detrás
de nadie; ni estos señores a esconderse detrás de mí, ni yo a atrincherarme con ellos. Tampoco
vosotros, naturalmente. Combatiremos lealmente, por lo menos yo estoy dispuesto a ello: sacaremos
adelante los proyectos que la mayoría nos quiera aprobar, y si tenemos tanta suerte que lleguemos
en algún problema nacional a la casi unanimidad, nosotros no la vamos a rechazar. Lo veo difícil en
todos aquellos puntos en que se atraviesen las doctrinas políticas, a las que no renunciaremos jamás,
pero si se produjese, no íbamos a ser tan desagradecidos que renunciáramos a la autoridad de todo
el Parlamento para un proyecto de carácter nacional que pueda venir aquí algún día.
Y, finalmente, el Frente Popular es lo que yo he descrito con insistencia machacona, y no otra
cosa. A mí nadie me dicta líneas de conducta, primero, porque no es necesario; segundo, porque
sería inútil. El Frente Popular es lo que es y lo que nosotros queremos que sea, no lo que quieran los
demás. No es la revolución social, ni es la labor de entronizamiento del comunismo en España, no
es eso; es otra cosa más fácil, más llana, más inmediata y más hacedera: es la reinstauración de la
República en su Constitución y en los partidos republicanos, en los que la creamos, en los que la
defendemos y estamos dispuestos a seguirla defendiendo y a crearla todos los días. Esta amalgama
electoral no produce ningún confusionismo; ni el partido socialista ni el partido comunista se
acaban en el Frente Popular, ni yo tampoco. (Prolongados aplausos.)
plenamente constitucional, ¿no había sufrido las veleidades de la Dictadura?) Las veleidades de la
Dictadura, Sr. Barcia, es posible que las haya sufrido yo; pero en mucha mayor escala, antes y
después las han sufrido infinidad de novatos republicanos, algunos con asiento en esos escaños, que
colaboraron con la Dictadua. (El Sr. Ministro de Estado: No hablo de ellos, hablo de S. S.) Pero yo
hablo de los amigos políticos de S. S., como es natural. (El Sr. Ministro de Estado: El diálogo,
conmigo, no con ellos.) Por lo demás, parece que en este diálogo frustrado ha asomado una vez más
la ingenuidad que me imputaba el Sr. Presidente del Consejo de Ministros. No puede imaginar S. S.
con qué gratitud he recogido ese calificativo, porque la ingenuidad, en todo caso, en política, y más
cuando se van peinando canas, quiere decir buena fe, quiere decir consecuencia y quiere decir
honradez; y esto es todo lo que yo puedo aportar a un debate por muy lejanas a las de S. S. que
puedan ser mis posiciones polémicas. Bastante más grave, bastante más perturbadora, y hasta quizás
perniciosa, puede resultar la nota característica de S. S. que ayer me parece haber señalado y que
hoy en su discurso, esmaltado de imágenes bellas con frecuencia, he advertido más directamente: la
frivolidad. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: ¡Yo que quería guardar el secreto y se lo he
descubierto a S. S.!―Risas.) Por si no es un secreto a voces, me gusta insistir en él. Porque su
señoría ha jugado frívolamente con el escamoteo y con la sutileza; con el escamoteo de ciertos
temas y con la sutileza en ciertos matices aquí presentados, y hasta ha llegado a manejar un tono
propio, no sé si de la fábula o de la charada. He de confesar mi ingenuidad y que, en aras de ella, no
entiendo bien a S. S. cuando ayer nos hablaba del pelo y hoy del cristal. El cristal y el pelo. ¿Qué es
éso? ¿Una charada o un título de fábula? Pues no me gusta el género, sea lo segundo o sea lo
primero. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: ¿Pelo y cristal? Pues un guardapelo.)
Y vamos concretamente a las alusiones dirigidas por S. S. en torno al discurso que ayer
pronuncié. Queda bien claro en el pronunciado hoy por S. S. que el Frente Popular es inconmovible
e indestructible. Parecióme ver arrebolada su oratoria con tonos de una especie de lirismo muy poco
en armonía, creo yo, con su temperamento, cuando ponderaba esa indisolubilidad, poco menos que
canónica, del vínculo que une políticamente a los partidos integrantes del Frente Popular.
Tiene un alto valor político esta declaración de S. S., aunque no la formule por primera vez y
sea repetición de otras anteriores, y yo me huelgo de haber contribuido a ella. El Frente Popular, a
pesar de lo que aquí se ha dicho, de lo que pensamos nosotros y de lo que se ve en las calles de
tantas y tantas ciudades españolas, es indestructible. El Gobierno presidido por el señor Azaña
considera hoy por hoy patriótico, conveniente, interesante y útil al país el abrazo fraterno de las
fuerzas republicanas que le siguen con las fuertas marxistas que ocupan aquellos escaños. Es una
declaración interesante; declaración que, claro es, yo he de relacionar inmediatamente con la que S.
S. ha tenido a bien formular, aunque con medias tintas, respecto a la revolución de Octubre. En
efecto; yo ayer le preguntaba a S. S. cuál era su postura respecto de la revolución. Porque en
Asturias hubo revolución y hubo represión. Son dos cosas perfectamente distintas. Sobre la
represión, que algún día se ha de examinar aquí, puesto que así lo desean y anuncian los elementos
marxistas, ya el Gobierno ha dado un anticipo de criterio al provocar unos procedimientos judiciales
de esclarecimiento que han tenido un comienzo bien solemne, bien rotundo, casi mayestático; pero
sobre la revolución era preciso escuchar al Sr. Azaña. El Sr. Azaña ha empleado hoy esa sutileza
casi frívola que yo antes indicaba, porque ha dicho: “Yo no fui partícipe de la revolución, yo no fui
consejero de la revolución; mejor dicho, yo fui consejero de que no hubiera revolución'”. Pero
recuerde S. S. la nota que el partido que acaudilla publicó el día 5 de Octubre al cometerse la
monstruosidad (me parece éste el vocablo que ha empleado) de entregar el Poder, nada más que
parcialmente, a determinados Ministros de Acción Popular. Esto de llamar monstruosidad al hecho
de que el Poder moderador confiara las funciones ministeriales a miembros pertenecientes a la
fuerza política que obtuvo el triunfo electoral mayoritario en unas elecciones, las de Noviembre del
33, tiene muchos ringorrangos y es una verdadera blasfemia en labios de quien se precia de ser
demócrata y dice rendir siempre culto a los principios de este orden.
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 101
Pero paso como sobre ascuas por este tema que, más que a mí, interesa examinar a las fuerzas
que tienen su asiento en estos escaños próximos; y vuelvo al punto de partida. “No fui partícipe ni
consejero ―dice el Sr. Azaña― de la revolución de Octubre... ¡Ah!, Sr. Azaña, pero su señoría es
beneficiario de esa revolución, y yo le pregunto: ¿Con qué autoridad ética se puede rechazar un
movimiento revolucionario cuando se está cosechando, usufructuando, administrando ―iba a decir
que explotando― los efectos políticos de ese movimiento revolucionario? Porque, ¿qué ha sido ese
movimiento sino la gesta, la iniciación, el germen de vuestro éxito electroral del 16 de febrero?
(Rumores.) No es éste mi criterio, es el criterio del Sr. Largo Caballero, que, en un discurso reciente,
lo ha dicho con toda nitidez. “El 16 de febrero no es otra cosa que el Octubre rojo de Asturias”.
¡Ah!, pues si el 16 de febrero es el Octubre rojo, y el 16 de Febrero está vivido y administrado
políticamente por el Sr. Azaña, yo quiero preguntarle: ¿cómo podrá S. S. rechazar la revolución de
la que no fue partícipe ni consejero? Porque no creo que se pueda convivir con el efecto recusando
la causa; y S. S., que ha recordado hoy que era opuesto a aquella revolución, aunque al
desencadenarse abandonó S. S. a los altos Poderes del Estado, no tiene derecho a intentar recoger el
fruto de ella, que ha sido el éxito del 16 de Febrero. Si su señoría estima que este fruto político es
efecto de aquella causa, yo necesito que diga concretamente si cobija, si ampara, si presta su
asentimiento a lo que ocurrió en Asturias durante aquella revolución (separando la fase revolución
de la fase represión), a lo que allí hizo el comunismo, al racionamiento de las subsistencias, a la
requisición de todos los elementos económicos, a la supresión de la moneda, al asalto a los Bancos.
a la muerte del ingeniero Riego, y del magistrado Suárez, y de los hermanos de la Doctrina
cristiana, y a todo lo que trajo consigo aquella revolución. (Rumores.) Su señoría, ¿da o no su
conformidad a todo eso? Si no la da, ¿con que título se puede erigir en heredero político de la
revolución de Octubre? ¿Ni con qué autoridad puede ser jefe de las fuerzas marxistas que han
convertido en ídolos a los revolucionarios de Asturias y en un mito a Octubre rojo?
Su señoría ha aludido al programa del Frente Popular y ha dicho que era discreto y modesto.
No tengo inconveniente en reconocer que no están incrustadas en ese programa las máximas
estridencias de orden social que suscriben fuerzas sentadas en esos escaños, ya que, respecto de
algunos problemas, se dice: “Los socialistas quieren nacionalizar la tierra, nosotros nos oponemos;
los socialistas quieren socializar la Banca, nosotros nos oponemos; los socialistas quieren controlar
las industrias, nosotros nos oponemos.” Bien; dos observaciones tan sólo. Uno de los principales
reparos que nosotros formulamos a la política de S. S. es que no se cumple ese programa, que, en
tanto en cuanto es una promesa electoral, su señoría está obligado a llevarlo a la práctica, como dijo
el otro día, sin quitar punto ni coma, pero sin añadir coma ni punto. Y nosotros nos encontramos
con la afirmación de que “se mantendrá en todo vigor el principio de autoridad”, y el principio de
autoridad, Sr. Azaña, está por el suelo, arrastrado de una manera incomprensible, manchándose de
sangre y de lodo. (Rumores.―El Sr. Pascual Leone: No hablen SS. SS. de eso.) Por otra parte, yo
comprendo que los programas propios de esos partidos no lo son del Frente Popular, y menos de S.
S., ya lo indiqué ayer; pero toda mi posición crítica polémica se fundaba en que esos partidos se
están bolchevizando hasta el punto de formular ya como norma d su táctica la conquista del Poder
por cuantos medios sean posibles, y desde este momento ya no se puede comparar la postura del
socialismo español antes de 1935 con la postura del socialismo español de 1936. No hay
posibilidad; son dos tesituras completamente distintas si el socialismo español siguiese en la II
Internacional, de la que ha salido de hecho, aunque no de derecho todavía... (Un señor Diputado:
No es verdad.) Ya he dicho que no ha salido de derecho, sino de hecho. (El mismo Sr. Diputado: Ni
de hecho ni de derecho.) Pero, ¿va S. S. a decir eso en contra de lo que afirmó la Sra. Nelken el otro
día en un mitin celebrado en el Cine Europa? (Varios Sres. Diputados pronuncian palabras que no
se entienden claramente.) Su señoría, Sr. Azaña, no es el editor, ni el responsable, ni el ejecutor de
esos programas, conforme; pero mientras la política económica v, sobre todo, la política de orden
público la está presidiendo, S. S. es su facilitón. Este es todo el problema.
Su señoría ha aludido a la situación económica, de inquietud, traducida en la retirada de
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 102
abundantes cuentas corrientes. Conste que aunque no rechazo el endoso, yo no traté ayer este punto
concreto; pero conste también que la retirada de cuentas corrientes es un fenómeno de inquietud y
de pánico que no tiene por finalidad, como sólo con notorio hermetismo de visión o de pasión
política puede decirse, atacar al régimen social, sino defenderse contra los peligros que se cree que
ponen en riesgo ese régimen social. ¿Es que si se frustra la base de este régimen social, si se hunde
este régimen social, los que sean poseedores de saldos en cuentas corrientes van a obtener un
provecho o beneficio? ¡Si son los más interesados en que el existente régimen social y económico
no se hunda! Lo que hay que evilar es todo ese conjunto de causas políticas que, provocando el
pánico, impulsan a los cuentacorrentistas a convertir en dinero sus saldos acreedores, lo cual no
quiere decir tampoco que quienes tal hacen traten de exportar capital, sino muchas veces,
simplemente, tesaurizar. Malo es esto, desde luego una enfermedad para el organismo económico;
pero es que eso está en manos de su señoría evitarlo, no por el procedimiento absurdo,
antieconómico y antipolítico que ha empleado su señoría en la tarde de hoy amenazando no sé con
qué secreta o misteriosa medida de restricción en el uso de cuentas corrientes a los titulares de las
mismas… (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Nada de eso.), porque esto es sembrar el
pánico, Sr. Azaña. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Nada de eso. Eso lo dice S. S.).
Perdóneme, eso he creído entender a S. S. y creo que la Cámara también. (Denegaciones.―El Sr.
Presidente del Consejo de Ministros: No diga eso S. S., por que yo no lo he dicho.) Me remito a lo
que conste en Diario de Sesiones. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: A lo que conste, sí;
pero no a lo que su señoría crea recordar. No he dicho nada de eso.) Siempre será satisfactorio que
S. S. enga la ocasión, que le proporciono, de proclamarlo. (El señor Presidente del Consejo de
Ministros: Pero, Sr. Calvo Sotelo, el procedimiento es ilegítimo. Si me va a atribuir un despropósito
cada cinco minutos para que me dé el gusto de rectificarlo, nos vamos a divertir demasiado.) Su
señoría hablaba de poner coto a la retirada de las cuentas corrientes. ¿Me quiere explicar qué quería
decir? (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Ya se lo explicaré.) Eso no se puede interpretar
de otra manera más que como yo digo, o sea, que se van a poner cortapisas a esos movimientos de
saca. (Un Sr. Diputado: ¡Claro!) Pues eso es lo que me parece a mí gravísimo. Su señoría
conseguirá que las cuentas corrientes recuperen sus saldos anteriores a Febrero tan pronto como
desde la cabecera del banco azul dé satisfacción al país, demostrando que existe una autoridad
fuerte, dispuesta a impedir que se sigan sembrando lutos y sangre por las calles. (Rumores.) ¡Si lo
que pedimos es autoridad! Nosotros, los hombres sentados en estos bancos, honrados adversarios
del actual régimen político, sólo pedimos que sepa restablecer la autoridad. ¿Cree S. S. que en estos
momentos difíciles y peligrosos, en que se halla en riesgo, no un régimen político, sino el régimen
social, puede haber nadie en estos bancos que piense en sustituciones de una forma política por otra,
con riesgo de que tal cambio pudiese ser el incitante que acelerase la subversión del régimen social
que a todos nos preocupa? Lo que nos interesa es que no se hunda ese régimen social, y si atacamos
a S. S. es, precisamente porque creemos que S. S., con su inconsciencia, ayuda y facilita su
hundimiento. (Aplausos.)
¡Que no va a dar paso al comunismo! Comprendo que esa sea su intención, pero no siempre
se hace en la vida lo que se quiere. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: ¡ Ah!) No basta
querer; hay que poner lo medios precisos para convertir la voluntad en acción, para ejecutar el
designio, y lo que censuramos a S. S. es que no haga eso. Quisiéramos ver en S. S. el freno, el dique
poderoso… (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: ¡Vamos! Su señoría quisiera que yo
estuviera fusilando socialistas...) Señor Azaña: yo no tengo la doctrina política del fusilamiento. He
sido cuatro años Ministro y durante ellos no ha habido la ejecución de una sola pena capital.
(Muchos señores Diputados pronuncian palabras que no se entienden.―El Sr. Presidente reclama
orden.―Un Sr. Diputa do: ¡Si fusilabais sin formación de causa!) ¿Sin formación de causa? ¿De
dónde sale esa patraña? (Un Sr. Diputado: ¿Y lo de Vera de Bidasoa?)
Yo digo a S. S. que el comunismo acecha en España más que en ningún otro país de Europa.
En Francia el comunismo no aspira a conquistar el Estado por la sencilla razón de que los soviets
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 103
han establecido pactos de alianza militar con la República burguesa de Francia y les interesa que
subsista triunfante e invencible la burguesía francesa. En España sucede lo contrario. Aquí interesa
a los soviets implantar el comunismo, y esa es la pauta que se han trazado desde hace ya años.
Quieren que España sea la segunda nación sovietizada, y se comprende. España está cargada de
historia, ocupa una posición geográfica predominante en Occidente, es portaestandarte de un
imperialismo espiritual soberbio en el ámbito hispanoamercano. Por eso, Rusia envía aquí
propagandistas y dinero; por eso está entrando en España armamento procedente de Rusia, no para
las derechas, sino para los comunistas. (Grandes protestas.)
El Sr. Azaña decía que mientras sea Jefe del Gobierno no ha de infiltrarse el morbo comunista
en España. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: No he dicho eso. No he hablado del morbo
comunista para nada.) Tanto peor, entonces. Tanto peor, porque eso quiere decir... (El señor
Presidente del Consejo de Ministros: ¿Que penetrará? Muy bien.) No; pero que no tiene la fe que
debe tener todo hombre de Gobierno en la posibilidad de cumplir las promesas que hizo. (Risas.)
No es problema para tomarlo a risa y menos a sonrisa, Sr. Azaña, aunque la sonrisa es, muchas
veces, el escaparate que sirve para ocultar la amargura que se siente. (Rumores y protestas.―Un
señor Diputado: Hace muchos años que dijo eso mismo D. Melquíades Álvarez 54.―El Sr.
Presidente reclama orden.) Es posible que S. S., en virtud de su amalgamiento político
circunstancial con los jefes de esas fuerzas marxistas, tenga confianza personal ―que me parecería
lógica y que ojalá resulte cierta― en que, mientras S. S. ocupe esa cabecera, el comunismo no
penetrará en España. Pero yo le digo que si, mientras tanto, el comunismo se prepara para dar la
batalla decisiva en el momento que juzgue oportuno, a mí no me basta, a mí no me sirve esa
confianza, porque no me interesa S. S., lo que me interesa es España; su señoría es un turista y
España es el paisaje; a mí lo que me interesa es el paisaje, que queda, y no el turista, que pasa. Lo
que yo deseo es que mientras S. S. esté ahí no pueda el comunismo realizar la labor de zapa, de
poda y de conquista sinuosa en el seno de los organismos que están llamados a defender el régimen
social en que su señoría y yo vivimos. (Grandes rumores.―El señor Mije55: A la luz pública.)
Porque bueno será decir, demás, que la evolución política en España va a operarse a la inversa que
en Rusia. En Rusia se sovietizaron primero los órganos políticos y después los de la economía, y en
España se están sovietizando los órganos de la economía como preparación al tránsito para la
sovietización de los órganos políticos.
Sovietismo hay ya en gran parte de la economía española; son muchas las fábricas en que no
existe la autoridad técnica ni la dirección de Empresa, y sí tan sólo el Consejo ilegal y clandestino
de obreros con facultades dirigentes. Organismos del Estado son algunos en los que se da este caso:
fábricas de tabacos en que los obreros nombran y destituyen al personal dirigente; obreros de
Almadén que han expulsado de allí a los médicos y a los ingenieros del Estado y sólo han
aceptado... (Grandes protestas.―Varios señores Diputados: Porque son unos bandidos. Otro Sr.
Diputado: ¿Ignora S. S. que esos dirigentes de las minas habían hundido todo el establecimiento
minero de Almadén? No se pueden hacer afirmaciones gratuitas.)
Para terminar, yo tengo que aludir al criterio de política de autoridad que el Gobierno afirma.
En unos y otros ámbitos del país, según caen las pesas, las medidas son tan desiguales que resultan
el “summum” de la injusticia, ya que la justicia exige la igualdad distributiva. Su señoría ha aludido
a un episodio ocurrido esta tarde, episodio triste y desdichado, del cual, hasta ahora, en cuanto a su
resultado en punto a bajas, no tengo más información que la que en los pasillos se daba, de corrillo
en corrillo; pero que, en esenci, que no podrá negar verazmente ningún hombre de bien, ha
consistido en que, con motivo del entierro de un oficial de la Guardia civil, al recorrer la comitiva
que formaba el duelo el paseo de la Castellana, fue saludada con una descarga cerrada... (Un Sr.
Diputado: Por parte de los pistoleros fascistas que iban en la manifestación.―Grandes protestas y
de que así se prolonga excesivamente este debate? ¿No se dan cuenta de ello?
Un Sr. DIPUTADO: ¿Me permite la Presidencia?
El Sr. PRESIDENTE: No permito nada. Siéntese S. S. (El Sr. Ministro de Estado pide la
palabra.) Continúe el Sr. Calvo Sotelo.
El Sr. CALVO SOTELO: No tengo que añadir una palabra más a las que acabo de pronunciar
con toda rectitud de intención. (Rumores.) Nadie tiene derecho a dudar de mi rectitud de intención.
(Fuertes protestas.―El Sr. Presidente reclama orden.―El Sr. Alonso González: ¡Adulador!
¡Cobarde!) El cobarde lo será S. S. (Continúan las protestas y rumores.―El Sr. Alonso González:
¡Aduladones! Dicen lo que no sienten.)
El Sr. PRESIDENTE: ¡Orden! ¡Silencio, señores Diputados!
El Sr. CALVO SOTELO: ¿Pero es que vamos a llegar al extremo de que se prohíba a un
Diputado formular su juicio respecto de la Guardia civil, aunque sea elogioso? (Protestas.―El
señor Martín de Nicolás58: Es que le interesa a S. S. hacerlo así.)
T ermino insistiendo en mi protesta por lo que significa la censura aplicada a esta esquela
mortuoria. Creo tener perfecto derecho a formularla, y me parece estar asistido de títulos evidentes,
dentro de la polémica parlamentaria, para pronunciarme como lo he hecho, sin ninguna clase de
reservas mentales ni intenciones de segunda especie o de bajo estilo, como se ha supuesto por algún
Diputado de la mayoría.
Nosotros abogamos por la subsistencia de un orden social que creemos comprometido
gravemente en estas horas por la política vacilante del Gobierno de la República. Hubiera sido esta
política más neta, más terminante y más clara en lo que concierne al orden público, al orden social,
y nosotros, con gran satisfacción, nos habríamos ahorrado las palabras de ayer y las de hoy y con
ellas la molestia para vosotros de ayer y de hoy. La rectificación del Sr. Presidente del Consejo ha
agravado, quizá, la situación de las cosas por ese tono literario y ensayista, aunque sea bello, con
que se ha producido, y que revela poca consistencia en su actitud frente a los verdaderos elementos
perturbadores del orden social. (Rumores. Un señor Diputado: Que sois vosotros.) No somos ni
podemos ser nosotros los elementos perturbadores del orden social porque nos interesa su
subsistencia, porque estamos unidos a sus esencias y porque el día que desaparezca sufriremos, no
sólo en nuestros intereses materiales, sino, lo que es más importante en los intereses morales de la
Nación, en los familiares, en los históricos, en los ancestrales de España, en los individuales
mismos, mucho más que ninguno de los señores que viven en el régimen social burgués y que
ocupan esos bancos, aunque en esos bancos hay burgueses que... (Fuertes rumores que impiden oír
las últimas palabras.) Por eso queremos que el Gobierno se defina de manera neta y d efienda el
orden social. ¿Contra quién? Contra quienes lo impugnan, lo combaten y lo minan. Esos no somos
nosotros; ésos están ahí y sólo ahí. (Señalando a los partidos socialista y comunista.) He dicho.
(Aplausos.)
[AUGUSTO BARCIA]
El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra el señor Ministro de Estado.
El Sr. Ministro de ESTADO (Barcia 59): Brevísimas palabras, Sres. Diputados, con objeto de
no prolongar más este debate, que va resultando cansado, fatigoso y en ciertos momentos casi
inexplicable. Quiero decir a todos los componentes de la mayoría que moderen su entusiasmo y que
frenen su fervor. Hay entre vosotros muchos que por su edad, o por ser la primera vez que vienen a
esta casa, carecen de la experiencia necesaria para saber que existen muchas maneras, muchos
procedimientos y muchos caminos para marchar hacia una meta cuando una palabra fácil dueña de
sí misma y con intención pretende provocar estados que convienen a la postura política de quien la
emite. Por eso quiero pediros a todos la serenidad necesaria para debatir con absoluta ecuanimidad.
En cuanto al cumplimiento de deberes, los del banco azul son excepcionales, pero no son
menos graves, Sr. Calvo Sotelo, los de las minorías. Yo he mantenido ahí (Señalando a los bancos
de las oposiciones.) una campaña grave y difícil, sin crear ni un solo instante al Gobierno
dificultades de aquellas que en un momento determinado pueden constituir una maniobra política
reprobable. (Muy bien.) Yo digo: Las Instituciones armadas, como cuanto afecta a la organización
oficial del Poder, aquí tienen sus amparadores y sus defensores por deber, por obligación, por
sentimiento; lo que no habrá aquí jamás serán palabras de halago ni de adulación para buscar por
caminos ilícitos aquello que no se puede obtener por el camino de la verdad. (Muy bien.―
Aplausos.― El Sr. Alonso González: Así se habla.― El Sr. Comín: Así debíamos hablar
nosotros.― Protestas.) Al cometer yo la osadía... (El Sr. Comín pronuncia palabras que no se
perciben.―Protestas en la mayoría.) Ruego a los Sres. Diputados colectivamente, y con carácter
individual al que necesite el requerimiento, que aquel que por razones de temperamento, de estado
fisiológico, no se halle en condiciones de asistir con serenidad a las polémicas, se haga el sordo o se
ausente, que es el mayor favor que puede prestar al decoro parlamentario. (Muy bien.)
Y ahora, yo, que decía que había tenido la audacia, la temeridad de interponerme en este
debate mediante una rectificación que no sólo era obligada, sino que salía espontánea de lo más
hondo de mi conciencia, para no entablar polémica me limito a preguntar al Sr. Calvo Sotelo: ¿Será
posible que la pasión perturbe hasta el extremo de que quien se llama representante de intereses
conservadores, defensor de elementos sociales que tanto temen al desorden, realice la labor que S.
S., tal vez sin darse cuenta, está realizando en estos momentos? A su señoría, a las fuerzas que
representa, a los elementos que están detrás de S. S. va dirigida esta pregunta.
Y ahora conste, de una vez para siempre, que para defender todo lo que desde el banco azul
hay que defender no necesitamos requerimiento de nadie. El cumplimiento del deber es lo más
elemental cuando se está aquí y no cabe (porque el correctivo hubiera salido de aquí; era
imprescindible por definición que saliera) aquella interpretación de S. S. (quiero suponer que de
buena fe, pero con error fundamental) cuando decía que desde los bancos de la mayoría se habían
protestado palabras que acababa de pronunciar su señoría, siendo el propósito de la interrupción
totalmente distinto (Un Sr. Diputado: Exacto.) El mínimo exigible, Sr. Calvo Sotelo, dada la
gravedad de la imputación que de manera directa hacía S. S., a un miembro de la mayoría, era el
enterarse de su interrupción y no darle una interpretación que no sé si era más arbitraria que
peligrosa.
Y con esto, Sres. Diputados, cumplido desde el banco azul el deber que tenía, dejo continuar
la discusión diciendo que aquí todos colectivamente, no digamos nuestro jefe, estamos para
defender el orden tal como lo sentimos, que no vais a ser vosotros quienes nos inculquéis la noción
del orden. El orden moral, el orden espiritual, que es donde se ha de asentar definitivamente el
orden material, los hechos y la historia dirán si se sirve mejor desde ahí con vuestra actitud o desde
aquí con nuestros actos. Nada más. (Grandes aplausos.―El Sr. Calvo Sotelo pide la palabra.)
[JUAN VENTOSA]
El Sr. VICEPRESIDENTE (Sánchez Albornoz): Tiene la palabra el Sr. Ventosa60.
El Sr. VENTOSA: Señores Diputados, he pedido la palabra cuando el Sr. Presidente del
60 Lliga Catalana.
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 107
pretexto, no ya constituir razón, para que puedan formularse acusaciones de índole criminal que no
estén absolutamente justificadas, y que toda divergencia de índole política tiene que ventilarse en el
propio terreno de la discusión política, sin que pueda derivar a formular acusaciones por supuestos
delitos de los que hayan de conocer los Tribunals de Justicia.
No sé a qué se refería el Sr. Tomás y Piera cuando hablaba de los sumarios de Octubre. (El Sr.
Tomás y Piera: Concretamente, a que la minoría que S. S. representa votó el suplicatorio del Sr.
Azaña y el suplicatorio del Sr. Bello.) Así es. La minoría que yo represento votó el suplicatorio del
Sr. Azaña y del Sr. Bello, y he de decir que si volvieran a presentarse esos suplicatorios en las
mismas condiciones que entonces, habríamos de votarlos de nuevo; y la razón es obvia. Cuando la
Cámara había votado suplicatorios para procesar a toda una serie de Diputados encartados en
procesos por los sucesos de Octubre, ¿qué razón había para establecer entre los encausados
diferencias de casta y de clase? ¿Es que no podía permitirse respecto del Sr. Azaña el mismo
esclarecimiento que se había de practicar con relación a otros Diputados, a los cuales se atribuía
participación en aquellos hechos? (Un Sr. Diputado: Entonces, contamos con su voto para Doval.)
No vamos a involucrar cosas ajenas al debate. En principio, lo que yo digo es que cuando se trata de
suplicatorios para aclarar la participación en la comisión de determinados delitos, ha sido siempre
criterio de esta minoría que el acta de Diputado no puede ser un medio para asegurar la impunidad;
que el acta podrá asegurar a los Diputados el medio de escapar a persecuciones de una mayoría
apasionada, pero que, en definitiva, no podrá ser un medio para impúnemente poder burlar la ley y
levantarse contra el orden social constituido. Este es el criterio que se aplicó en el caso del Sr.
Azaña, y el mismo criterio estamos dispuestos a aplicar a todos los demás que puedan presentarse,
sin distinción de ninguna clase.
Manifesté ayer en mi intervención, y lo ha recogido hoy el Sr. Presidente del Consejo de
Ministros, que España, por diversas razones, unas de índole psicológica, otras de carácter objetivo,
era hoy el país de mayor incertidumbre de Europa; que en otros podían existir problemas exteriores
que les tuvieran gravemente preocupados, pero que por razone.s de política interior no había en
Europa ningún país en que hubiese el estado de inquietud y de incertidumbre que existe hoy en
España. Y decía el Sr. Presidente del Consejo de Ministros: “¿Cómo puede efectuarse esta
comparación con otros países? Si en España no han exstido las conmociones que han ocurrido en
aquellos países, es natural que se produzcan hoy”. Yo digo que en España, durante el siglo XIX, han
ocurrido bastantes cosas, bastantes conmociones y choques sangrientos; que en otras cosas acaso no
podamos parangonarlos con los demás países de Europa, pero en las conmociones políticas, en las
luchas entre los españoles y en el estado de inquietud, casi permanente y crónico, puedo decir que
probablemente no habrá en Europa ni en el mundo ningún país que pueda aventajar a España, y que
todo lo que pueda haber ocurrido antes en otros países, en comparación con lo que pueda haber
sucedido en España, no podrá ser jamás una razón que justifique la intranquilidad, la incertidumbre
y la inquietud, producidas hoy, como he dicho antes, por un estado morboso de la conciencia
pública, pero, además, por circunstancias objetivas, a las cuales el Gobierno tiene el deber de poner
término.
Y con esto, naturalmente, hago alusión a las condiciones excepcionales y anormales del orden
público en España. Yo no creo que sobre este punto, sobre el hecho en sí, sobre la existencia de
todos estos desmanes y alteraciones y transgresiones graves, pueda haber dudas de ninguna clase.
Podrá discutirse sobre las causas, sobre el origen, sobre las modalidades, sobre la orientación a
seguir, pero sobre el hecho desgraciadamente no, porque está demasiado en la conciencia y en el
conocimiento de todos. En cuanto a la causa de estos hechos y de este estado anormal, no quiero
prolongar ahora indefinidamente el debate entrando a examinarla, pero le diré a S. S. que a
cualquier persona que hubiera asistido a los debates de esta Cámara le bastaría con ello para tener
una idea ya completamente clara respecto a lo que ocurre fuera de aquí; que en definitiva hay un
sincronismo entre lo que sucede aquí y lo que ocurre en el país; y las manifestaciones externas y
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 109
violentas de hecho que se producen fuera de aquí tienen su enlace directo con manifestaciones
violentas de palabra que se producen en este recinto. Ayer probablemente asistió el Sr. Ministro de
Estado, que lleva ahora en este debate la representación del Gobierno, a la discusión que se
desarrolló en esta Cámara; oiría probablemente S. S. los insultos reiterados y constantes, las
incitaciones al atentado personal, las invocaciones a aquella forma bárbara y primitiva de la justicia
que se llama la ley del Talión, la petición insólita y absurda del desarme de las derechas, petición
reiterada en esta forma parcial, aun cuando en algunas interrupciones se hizo notar que el desarm
debe ser de todos, porque no puede haber más armamento ni más poder coactivo que el que ejercita
el Poder público, que es el que ha de tener el monopolio exclusivo de la autoridad. (Muy bien.)
Sólo con asistir a este debate, sólo con escuchar estas manifestaciones, sólo con presenciar y
observar el espíritu de persecución y de agresión que se manifestaba en algunos banco, claramente
aparece la génesis de todas las violencias de hecho que se están desarrollando en el país. Y he de
agregar que no podéis tener la pretensión de que sean desconocidas fuera, porque la censura podrá
actuar en España para velar, para ocultar, para evitar que se divulguen determinados hechos, pero a
través de las fronteras la censura carece de toda eficacia, toda gestión oficiosa resulta inútil y los
hechos violentos que se producen de manera desmesurada y bárbara y extraordinaria en España,
para deshonra y para vergüenza nuestra, no pueden ser desconocidos en el resto de Europa. (Muy
bien.) Esta es la realidad, señores del Gobierno, y a esta realidad es evidentemente necesario que el
Gobierno ponga término, y ponga término de una manera urgentísima. Y no pueden valer razones
respecto a las causas, ni a las dificultades, ni a los obstáculo que puedan existir, porque en todo país
el Gobierno, con la plenitud de medios de que dispone, no para actuar de una manera arbitraria y
bárbara y violenta, pero sí para actuar de una manera eficaz, ha de emplear todo aquel esfuerzo que
es indispensable para asegurar el orden, el respeto a la vida y el derecho de los ciudadanos, que
constituyen la base indispensable de convivencia en todo país civilizado. Esta es la realidad, y a esta
realidad nosotros hemos llamado al Gobierno, y le hemos llamado con palabras cordiales y de paz,
ofreciendo nuestra colaboración para conseguir este resultado, no con propósitos de romper frentes
ni de efectuar maniobras políticas, que en los momentos actuales todos los hombres conscientes han
de tener noción de la propa responsabilidad ante la gravedad de la crisis que atraviesa España para
saber sacrificar toda consideración de partido o de fracción ante el supremo interés del país, que
debe prevalecer sobre todo.
Aparte de eso, el Sr. Presidente del Cosejo de Ministros hacía referencia también a una parte
de mi discurso de ayer, en el cual hube yo de aludir a algunos de los puntos concretos de su
programa. Me referí de una manera especial a la readmisión de los obreros despedidos y a la manera
como se iba implantando la Reforma agraria.
Respecto a la readmisión de los obreros despedidos, le he de repetir al Sr. Presidente del
Consejo de Ministros algo que dije ya ayer, pero que, por lo visto, no ha tomado en consideración,
porque ha vuelto a insistir, como si yo no lo hubiera manifestado, en los mismos puntos de su
primer discurso. Dijo en éste que en 1934 se publicó un decreto por virtud del cual se dejó sin
efecto la actuación, la autoridad, la jurisdicción de los organismos que habían de intervenir en los
conflictos del trabajo, y yo le dije al Sr. Presidente del Consejo de Ministros: en la aplicación del
decreto de readmisión de despedidos no se ha tratado de eso, porque incluso se han ventilado casos
y se han impuesto readmisiones y se han suscitado conflictos por casos de despidos muy anteriores
al año 1934 y, por consiguiente, sin ninguna relación con el decreto publicado en el año 1934. Pero,
en fin, yo no quiero entrar ahora en una discusión a fondo de este punto. No quiero tampoco insistir
en la discusión relativa a la implantación de la Reforma agraria, porque son temas que no pueden
ser tratados de soslayo en el curso o en un incidente de un debate, sino que necesitan un examen
más a fondo, con datos auténticos en los cuales no haya una mera contradicción de afirmaciones
contrapuestas, sino que se pueda demostrar la verdad y la realidad de los hechos con documentos
que estén fuera de toda discusión y de toda duda. Por ello yo me remito a este ulterior debate. Lo
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 110
que sí afirmo, como conclusión de las afirmaciones que respecto de estos puntos sentaba, es que es
necerio que el Gobierno en su actuación, dando satisfacción a todas aquellas cosas que él crea que
puedan conducir a una mayor justicia social, a una mayor justicia o a una mayor conveniencia
económica, trate de evitar toda medida precipitada y violenta que pueda causar un daño irreparable,
no a un interés parcial, que aunque fuera parcial podrá ser legítimo, sino a los intereses conjuntos
del país que siempre deben estar por encima de todos los intereses y de todas las reclamaciones.
El Sr. Presidente del Consejo de Ministros me atribuyó algunos conceptos que yo no
pronuncié ayer respecto a los efectos de los movimientos bursátiles y a la retirada de fondos de
cuentas corrientes. No, yo no dije eso. Yo dije que en España el problema económico, tal como está
planteado hoy, no es un problema de orden técnico, que no se puede resolver con factores de orden
técnico, sino que el problema económico en España, como en cualquier otro país, exige como base
indispensable para que todas las medidas puedan tener eficacia, que exista una base de confianza
pública, sin la cual toda actuación de Gobierno resultará absolutamente estéril e ineficaz. Los
movimientos bursátiles, claro está, pueden tener su importancia. Es una importancia relativa de
todos modos, porque en definitiva ni el alza ni la baja representan por sí mismas, en cuanto sean
meramente movimientos especulativos, un crecimiento o una disminución de la riqueza pública.
Pueden representar, eso sí, repercusiones, considerables muchas veces, en las fortunas particulares,
que no son sólo fortunas de grandes capitalistas, sino que pueden ser fortunas de personas modestas
que hayan consagrado a la adquisición de valores públicos sus modestos ahorros. Pero tiene mucha
más importancia que esto la repercusión, el efecto que puede producir la inquietud pública en la
economía general del país; y hablé de ello concretamente en relación con el problema de los
cambios. Porque yo le decía al Sr. Presidente del Consejo de Ministros: al lado de los grandes
movimientos de capitales que se producen por efecto de la confianza pública o como consecuencia
de factores psicológicos, todos los factores de orden técnico no tienen importancia de ninguna clase,
y el Gobierno no podrá tener la pretensión ni de resolver ni de atenuar siquiera el problema del
cambio, si antes no acude a remediar ese estado psicológico, que es condición indispensable para su
solución, restableciendo la confianza pública, que significa restablecer la confianza de los españoles
y de los extranjeros en la estabilidad, en la solvencia, en la fuerza de nuestro signo monetario.
Decía ayer al Sr. Azaña que se encontraba en una situación excepcional. Por lo visto, el señor
Presidente del Consejo de Ministros interpretó estas palabras como si fueran encaminadas, a través
de halagos ―harto merecidos por las condiciones de la persona―, a provocar una d esunión, una
ruptura en el Frente Popular. No; yo le dije al Sr. Azaña, porque así realmente lo creo, que se
encontraba en una situación absolutamente excepcional, porque obtenía el aplauso y la adhesión de
las izquierdas, aun de aquellas que están disconformes ideológicamente con el señor Presidente del
Consejo de Ministros, y contaba, al propio tiempo, con la predisposición a la confianza de
elementos socialmente conservadores, convencidos de que es el único que puede contener las
demasías y los ataques de otros elementos que amenazan la subsistencia del orden social en España.
Me decía el Sr. Presidente del Consejo de Ministros: el Sr. Ventosa afirmaba que el país tenía ansia
vehemente de confiar, de tener confianza en un Gobierno, y el Sr. Azaña añadía: ¿Por qué no decía
S. S. en este Gobierno? Pues bien, sí; el país tiene deseo vehementísimo de confiar en ese Gobierno.
¿Por qué? ¿Porque se haya variado el concepto ideológico o porque todo el país se haya convertido,
considerando que el programa o la política del Sr. Azaña son los mejores? No; el país está sediento
de tener confianza en el Gobierno porque es el Gobierno actual, porque en el momento actual no
puede haber otro Gobierno y porque sería una insensatez cualquier cosa que se hiciera para
quebrantarlo, si no podía sustituirse con otro Gobierno que ofreciera mayores garantías que el
Gobierno actual. El país está sediento de tener confianza en ese Gobierno; pero, naturalmente, para
eso es necesario que la confianza descanse, no meramente en palabras o en afirmaciones, sino en
hechos positivos. El Sr. Presidente del Consejo de Ministros, a los dos días o al día siguiente de
tomar posesión de su cargo, se dirigió por radio al país en un discurso que produjo un efecto
favorable en toda la opinión pública: el 3 de Abril pronunció otro discurso; ayer, otro discurso, en el
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 111
cual ―yo lo he de confesar honrada y sinceramente― dijo todo lo que, a mi juicio, podí' y debía
decir. ¡Ah!; pero es que el reproche o la desconfianza no nace de desconfianza en las palabras del
Gobierno; una cosa son los discursos y otra cosa es la actuación, y precisarmente la alarma que
cunde en el país es ésta: que ve por parte de unos elementos que ―en ejecución de su propio
programa y para implantar sus ideales, yo no lo discuto― tratan de apoderarse, de conquistar el
Poder público para implantar plenamente sus doctrinas, y ellos tienen un plan y van decididos a su
realización y van con actos a ejecutarlo, y por parte del Gobierno nota el país mucha decisión en los
discursos, pero vacilación y confusión en los actos, y, naturalmente, ante esta desigualdad, la
opinión pública teme que los actos prevalezcan sobre los discursos, la orientación firme sobre la
convicción vacilante, difusa y elocuente, vertida en un discurso cuyo efecto es transitorio y efímero.
El Sr. Azaña, decía yo ayer, se encuentra en una situación excepcionalmente favorable para
poder realizar una misión histórica en España, que ha de ser la de consolidar la República, superar
el período revolucionario, estabilizar la situación política, poniendo término al ambiente de guerra
civil que nos consume y nos devora. Sí; pero esa situación excepcional le impone también una
responsabilidad excepcional. El Sr. Azaña se encuentra hoy ante un dilema: o cumple esa misión
histórica, que las circunstancias le han impuesto, y puede su figura adquirir el relieve histórico de
haber salvado a su país de la crisis tal vez más grave por que ha atravesado, o no cumple esta
misión, y en este caso su figura adquirirá también un relieve histórico, pero triste relieve histórico
de haber sido quien con su indecisión o su vacilación haya provocado la catástrofe en España. Esta
es su situación.
Por lo demás, Sres. Diputados, he de deciros de una vez para siempre que a nosotros no nos
preocupa que el Frente Popular se mantenga o se quebrante. No son consideraciones de orden
político las que nos pueden mover en este momento. Que el Frente Popular se mantenga, está bien,
siempre que prevalezcan aquellas condiciones esenciales que se deducen del programa del frente de
izquierdas, condiciones que implican que no se va a una claudicación del criterio republicano
enfrente de otras aspiraciones, que puedcn ser legítimas, pero que no pueden ser realizadas en el
momento actual, y que se mantenga en todo su vigor el principio de autoridad, no con afirmaciones
meramente verbales, sino con actos que le den plena eficacia. Para esto, a mí no me interesa que
subsista o que se quebrante el bloque; lo que sí me interesa es que al mantenimiento de ese bloque,
al empeño político de mantener ese bloque como sostén parlamentario del Gobierno pueda
sacrificarse la decisión en la actuación, procediendo en forma vacilante e ineficaz, que sería funesta
para España. (Aplausos.)
El Sr. PRESIDENTE: Habían pedido la palabra el Sr. Gil Robles y el Sr. Calvo Sotelo. El
señor Gil Robles ha renunciado hacer uso de ella y el Sr. Calvo Sotelo no se encuentra en el salón.
Queda, por tanto, clausurado el debate político. Tienen pedida la palabra para explicar el voto los
Sres. Chapaprieta y Acuña, y se la concederé después. Ahora el Sr. Ministro de Hacienda va a dar
lectura a un proyecto de ley (...)
El Sr. PRESIDENTE: Se va a leer la proposición de confianza al Gobierno que se ha
presentado a la Mesa.
El Sr. SECRETARIO (Llopis): Dice así: “Los Diputados que suscriben, oídas las
declaraciones hechas en el debate político, proponen a las Cortes se sirvan declarar que el Gobierno
tiene su confianza para la defensa del régimen republicano y el cumplimiento del programa del
Frente Popular. Palacio del Congreso, 15 de Abril de 1936.―Luis Fernández Clérigo.―Isidoro
Vergara.― Julio Just.―Emilio Baeza Medina.―Rodolfo Llopis.―Luis Rufilanchas.―Pedro
Rico.―Emilio González López.―Fulgencio Díez Pastor.―Álvaro Pascual Leone.―Bernardino
Valle.―Mariano Ansó.―Luis Barrena.―Gab riel González Taltabull.―Pedro Vargas.―Juan
Peset.―Miguel Pérez Martínez.―José Tomás y Piera.―Jesús Hernández.―José Suñol.―José
Díaz.―Bibiano Fernández-Osorio Tafall.―LeandroPérez-Urria.―Firma ilegible.”
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 112
[VOTACIÓN]
El Sr. PRESIDENTE: Se va a proceder a la votación, y ruego a los Sres. Diputados que tomen
asiento en sus escaños.
El Sr. CHAPAPRIETA: Pido la palabra.
El Sr. PRESIDENTE: Tenía el pensamiento de concedérsela a S. S. cuando acabe la votación
para explicar el voto. Comienza la votación.
Verificada la votación nominal, quedó aprobada la proposición por 196 votos contra 78 y un
abstenido, según resulta de las siguientes listas:
Señores que dijeron sí:
Ruiz Lecina.
Moreno Mateo.
Montiel.
Fernández Bolaños.
Vidarte.
Álvarez Angulo.
Artigas Arpón.
Ferrer.
Romera.
Aliseda.
Muñoz G. Ocampo.
San Andrés.
La Casta.
Gómez Serrano.
Pina.
Alonso Rodríguez.
Araquistain.
Albornoz.
Bugeda.
Sánchez Albornoz.
García y García.
Escandell.
De Francisco.
Alvarez del Vayo.
Nelken (Sra.)
Bilbao.
Bermudo.
Suñol.
Aznar.
Acuña y G. de la Torre.
Alonso Ríos.
Zulueta.
Vilatela.
Palomo.
Martín de Nicolás.
Sánchez Caballero.
Andrés y Manso.
Rico (D. Pedro).
Díez Pastor.
Granados.
Martínez Carbajal.
Kent (Srta.)
Baeza Medina.
Álvarez Ugena.
Carrillo.
Menéndez.
Pascual Leone.
González Taltabull.
Casas Sala.
Pardo Gayoso.
Torres Campañá.
Giner de los Ríos.
Junco Toral
Fernández-Osorio,
Gómez Hidalgo.
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 114
Cerezo Senís.
Campos Villagrán.
Villalva.
Lozano.
Prieto Tuero.
Besteiro.
Guerrero.
Prat.
Sapiña.
Sarmiento.
Lorenzo.
Gomariz.
Moreno Galvache.
Just.
Pabón (D. Benito).
Tejero.
Fernández Clérigo.
Castro Bonel.
Joven.
Ansó.
Vergara.
Peset.
Viguri.
Vargas.
Pérez Martínez.
Gasset.
Aguado.
Aguilar.
González Sicilia.
Moreno Jover.
Barrena.
Peris.
Castillo.
Blanco.
Pascual Tomás.
Saiz Sánchez.
Amilibia.
Álvarez Resano (Sra.).
Muñoz de Zafra.
Landrove.
Rubiera.
Massip.
Ferrer.
Gutiérrez Prieto.
Hernández Zancajo.
Nicoláu.
Galarza.
Beltrán.
González López.
Escribano.
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 115
Prieto Carrasco.
Company.
Esplá.
Laredo.
Fernández Vega.
Maldonado.
Pérez Jofre.
Fernández Hernández.
Méndez Martínez.
Sol.
Valentín.
López de Goicoechea.
Gordón Ordás.
Rufilanchas.
Dorado.
Acuña.
Negrín.
De la Torre.
Sorderas.
Hernández (D. Jesús).
Martínez Cartón.
Mije.
Díaz Ramos.
Ibarruri (Sra.).
Manso de Abad.
Tomás y Piera.
Gener.
Ruiz Blázquez.
Ruiz Rebollo.
Díaz Villamil.
Pestaña.
Casamayor.
Villaverde.
Ouro.
Velasco Damas.
Somoza.
Pérez Urria.
Tomás (D. Belarmino).
Fernández (D. Amador).
Pradal.
Rubio Vicenti.
Maestro San José.
Barrio Jiménez.
Moya Navarro.
Bujalance.
Sosa Hormigo.
Zabalza.
Ortega.
Molina Conejero.
Romero.
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 116
Sala Berenguer.
Uribes.
Mirasol.
Martínez Moreno.
Templado.
Díaz Fernández.
Martínez Risco.
Viance.
Cuadrao.
Barrio Luque.
Labín.
González Peña.
Casanueva (D. Valeriano).
De Pablo.
Fernández Ballesteros.
Castro.
Bolívar.
Valle.
Suárez Picallo.
Castelao.
Palet.
Velao.
Navarro Esparza.
Muñoz Martínez.
Miñana.
Maurín.
Bilbatúa.
Poza Cobas.
García Ruiz.
Irazusta.
Picavea.
Aguirre.
Jáuregui.
Robles Aránguiz.
Lasarte.
Irujo.
Alonso (D. Bruno).
Varela.
Fernández de la Bandera.
Llopis.
Señor Presidente.
Total, 196.
Señores que dijeron no:
Moreno Torres.
Blasco Roncal.
Cremades.
Represa.
Aizpún.
Díaz de Rivera.
Caamaño.
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 117
Finat.
Requejo.
Gortáriz.
Marín Lázaro.
Laude.
Villarín.
Blanco Rajoy.
Gil Casares.
Cimas Leal.
Domínguez Arévalo.
Aguilar.
Suárez de Tangil.
Roa.
Gamazo.
Calzada.
Ceballos.
Sánchez Movellán.
Albiñana.
Valiente.
Madariaga.
Total, 78.
Señores abstenidos:
Chapaprieta.
Total, 1.
[JOAQUÍN CHAPAPRIETA]
El Sr. PRESIDENTE: Los Diputados que han pedido la palabra para explicar su voto son los
señores siguientes: Chapaprieta, Acuña y Gómez de la Torre, Irazusta y Fernández Castillejo. Pido a
todos ellos encarecidamente usen de la palabra con la mayor brevedad. El Sr. Chapaprieta 62 tiene la
palabra.
El Sr. CHAPAPRlETA: No es necesario que la Presidencia me dirija ese ruego, porque no
habré de emplear en la explicación de mi voto más de dos minutos.
El Sr. Presidente del Consejo, en el discurso que pronunció ayer, hubo de referirse a la gestión
financiera de los anteriores Gobiernos, y, naturalmente, habiendo yo regido la Hacienda pública
durante ocho meses, era clara y evidente la alusión a mi gestión.
Pensé provocar dentro del debate político uno económico, en justificación de mi conducta
ministerial, pero he reflexionado y he creído que un debate de este género, que es enfadoso por el
manejo de números y por la amplitud que a mi intervención había de dar, restaba calidad y sentido
al que se planteaba con el discurso del señor Presidente del Consejo de Ministros, que era
eminentemente político. Y por eso me he abstenido de intervenir en el debate y he proporcionado a
la Cámara la satisfacción de no tenerme que escuchar en materias tan áridas como éstas.
Esto no quiere decir, Sres. Diputados, que cuando el Sr. Ministro de Hacienda traiga a debate
alguno de sus proyectos, ya no haya de intervenir en ese debate para estudiar hasta dónde puede
alcanzarme el juicio qu merece al señor Presidente del Consejo de Ministros la actuación de los
anteriores Ministros de Hacienda; por ahora sólo quiero decir a la Cámara que el Presupuesto de
62 Joaquín Chapaprieta (1871-1951). Partido Republicano Independiente de Alicante
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 119
1935, que tenía un déficit inicial de 800 millones de pesetas, se ha liquidado con un déficit tan sólo
de 416 millones de pesetas; he de decir también a la Cámara que la liquidación del Presupuesto del
35 representa una mejora notabilísima en relación con el Presupuesto de 1934; he de decir a la
Cámara que he tenido la suerte, en ocho meses de gestión, de recaudar 250 millones de pesetas más
que en los meses iguales del año anterior, dándose el caso de que la recaudación del año 1935 haya
sido la más alta de la Hacienda española. También, cuando llegue ese debate, me habré de permitir
señalar lo que representa una Hacienda próspera, que consiente que los valores públicos suban. En
los ocho meses que he estado en el Ministerio de Hacienda los valores cotizables en Bolsa han
tenido un aumento de 2.000 millones de pesetas. El Sr. Presidente del Consejo de Ministros decía
esta tarde que eso no tiene ninguna importancia, que es lo mismo que los valores se coticen altos o
bajos; yo no participo de esa opinión, entre otras razones, porque a mayor cotización de los valores
hay un menor interés del dinero y, con ello, todo el beneficio que supone para la economía de un
país que el dinero esté barato, aparte de eso que consiente, como yo dije antes, un período de
conversión de Deuda que produce al Estado un gran ahorro y una gran rebaja en las cargas públicas.
De esto hablaré en su día; hoy sólo me interesaba hacer presente ante la Cámara,
respetuosamente, que mi silencio no supone una afirmación y una conformidad con el parecer del
señor Presidente del Consejo; cuando el debate se plantee, cada cual sostendrá sus convicciones, y
yo, de antemano, me someto, como siempre, al juicio superior del Parlamento.
manera. Buena prueba de ello es que hace tiempo establecí el siguiente aforismo: la violencia es
hermosa, sublime, siempre que sus fines sean aniquiladores y los cumpla íntegramente; pero la
violencia de las palabras, de los gestos, de cualquier clase que sean, me parece completamente
estéril y contraproducente.
Aprovecho la ocasión para deciros a la derecha, a la izquierda y al centro: tened en cuenta que
España entera está pendiente de nuestras deliberaciones; tened en cuenta que nuestros movimientos
pasionales se reflejan en la calle, y no os conviene, ni a los de la derecha ni a los de la izquierda,
que eso suceda: a los de la derecha, porque, derrotados transitoria o definitivamente, no les queda
por ahora, más papel, que el de aguantarse (Risas.), y a los de la izquierda, porque si queréis la
revolución es perfectamente estúpido intentar hacerla poco a poco, pues sólo conseguiréis
destrozarnos inútilmente; preparadla con sigilo (Risas.) y, cuando sepáis que podéis hacerla, hacedla
de una vez; pero no perdáis el tiempo en escarceos aniquiladores del país.
Yo me lle inscrito en la lisia de los Diputados de la Cámara como mesócrata, y voy a dar la
explicación. Et vocablo “mesocracia” está en el Diccionario de la lengua castellana; pero se ha
usado poco y se interpreta mal. Yo no me refiero a la mesocracia económica, si no a la mesocracia
intelectual; me atribuyo ―y en esto no hay ninguna originalidad― la representación de una masa
considerable de ciudadanos, a los que llamo los “normales relativos” o “relativamente
equilibrados”. (Grandes risas.) Digo “relativamente”, porque absoluto no hay nada en este mundo.
Ya lo sabéis: me tengo, no por el jefe, porque no me gusta serlo, sino por el animador de la
mesocracia española, y ya veréis cuán pronto esto que parece una entelequia será una espléndida
realidad. (Un Sr. Diputado: Una camisa de fuerza.)
El Sr. PRESIDENTE: Yo rogaría a S. S. que fuese lo más breve posible.
El Sr. ACUÑA Y GÓMEZ DE LA TORRE: La suerte más grande que puede tener el ser
humano es parecer loco y no serlo, y éste es mi caso. Gracias a las risas y sonrisas que estoy
provocando en la Cámara, y que pienso seguir provocando en lo sucesivo, espero conseguir que mis
ideas, perfectamente originales, penetren en vuestra conciencia con la nueva vaselina, con el nuevo
lubrificante del mecanismo espiritual de las sociedades humanas (Grandes risas.), que es el
optimismo, la alegría de vivir.
Como el Sr. Presidente me invita a terminar (Denegaciones.), y soy muy respetuoso con todas
las jerarquías, voy a concluir explicando mi voto que ha sido el pretexto de este discurso. Yo he
votado la confianza al Gobierno, y lo he hecho por dos poderosas razones: en primer lugar, y
dejando a un lado el honor de la amistad que me une a dos miembros del Gobierno, desde hace
muchos años (Risas.), el Sr. Azaña y el Sr. Ramos, creo que es el único Gobierno posible en estos
momentos, la única solución pacífica. Yo quisiera que hubieran explicado su voto los señores que
han dicho que no.
El Sr. PRESIDENTE: ¿Todos?
El Sr. ACUÑA Y GÓMEZ DE LA TORRE: Algunos; con uno bastaba; porque el sí implica el
porqué del no, y la razón del no no puede ser otra que la condición del sí. (Risas.) ¿Qué otro
Gobierno distinto del actual podía sentarse en ese banco? Ninguno; luego, por reducción al absurdo,
yo tenía que votar la confianza. (Risas.) Y en segundo término ―y ahora volveré a haceros reír―,
porque, según el refrán español, “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. (Varios Sres.
Diputados: No nos reímos.)
No estoy conforme ―no quiero que creáis que vengo a halagar a nadie; yo no halago ni
ofendo a nadie― con el programa del Gobierno, que es el del Frente Popular, porque lo considero
tímido, incompleto e incongruente. Incompleto sobre todo; porque hay un problema latente en
España, el más grave de todos los problemas que tiene planteado nuestra Patria, que es el del paro
obrero, y en ese programa no se ha hablado de soluciones inmediatas y radicales del paro obrero.
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 121
Este es un problema que hay que resolver inmediatamente, porque yo exponiendo una parte de mi
programa, os digo que entiendo que a la altura a que ha llegado la civilización y sus consecuencias
en el orden social y económico, la asistencia social integral ha dejado de ser una obligación moral,
cual es la caridad católica, para convertirse en un derecho irrefrenable y un deber ineludible; esto
está en la conciencia de todos y hay que resolverlo inmediatamente. Yo reprocho a los comunistas
que no insistan más todos los días, y les digo que cuando hablen de eso me tendrán constantemente
a su lado; ahora, en lo que discrepamos es en cuanto al procedimiento.
Es completamente ingenuo creer que desvalijando a unos señores que tengan más o menos
derecho a su riqueza se puede remediar la situación de los otros; es completamente ingenuo lo que
proponía el Sr. Pabón la otra tarde de vender o de convertir en dinero las alhajas de las iglesias:
estaba este señor poco enterado, porque esas alhajas pertenecen al Estado, y este, representado por
el Gobierno, no cometerá la insensatez de convertir unos objetos artísticos en dinero, teniendo en
cuenta además que esas alhajas valen mucho menos de lo que parece. (Risas.)
El Estado español necesita urgentemente una masa extraordinaria de dinero; más de 5.000
millones de pesetas calculo como mínimo para resolver los problemas que tiene planteados; si no,
hará el ridículo, completamente el ridículo. Y esos 5.000 millones de pesetas no se obtienen
expoliando a la gente, sino de estas dos maneras: con un empréstito exterior, para dejar libre el
dinero del país con objeto de que se invierta en industrias y empresas que aumenten la circulación
de la riqueza, o haciendo lo que preconiza el partido mesocrático español que represento (Risas.),
¡que represento!; antes de fin de año soy jefe de minoría; ya lo veréis. (Risas y aplausos.) Y lo que
preconiza el partido mesocrático español que represento ―fijaos bien que no digo que dirijo,
porque no lo quiero dirigir, ni me importa ser jefe, ni quiero gobernar, ni me interesa gobernar ni
ahora, ni luego, ni nunca― es la revolución económica que no tiene nada que ver con la revolución
social. La revolución económica. En España y en el mundo el tinglado capitalista tradicional se
viene abajo; pero no porque las cuestiones sociales lo echen abajo; este funcionamiento defectuoso
de la economía mundial tiene la culpa de los problemas sociales, pero no tiene nada que ver con
ellos; es la causa, no el efecto, y, por tanto, hay que ir a la revolución económica. ¿Cómo?
Transformando los conceptos, absolutamente todos los conceptos económicos que hasta ahora han
sido artículos de fe, y especialmente el concepto reverencial del dinero. El dinero, invento
magnifico de los hombres cuando fue instrumento de cambio, se ha prostituido al convertirse en
objeto de comercio; el dinero no puede ser ni debe ser objeto de comercio, y como no se le restituya
su primitiva significación, estamos perdidos la derecha, la izquierda y el centro. (Risas.)
Y no diré más. Muchas gracias, Sr. Presidente, por la benevolencia que ha tenido conmigo, y
saludo a todos. (Muy bien.―Aplausos.)
El Sr. PRESIDENTE: Faltan unos minutos para terminar el tiempo reglamentario de sesión.
Si la Cámara está conforme, se prorrogará hasta que expliquen el voto los señores que faltan por
hacerlo y se de cuenta de los nombres de los representantes de los distintos grupos designados para
las Comisiones.
Hecha la correspondiente pregunta, el acuerdo de la Cámara fue afirmativo.
naturamente, nuestro propio ideario, dos salvedades: la primera es la de nuestras ideas religiosas; la
segunda se refiere a unos derechos imprescriptibles que están por encima de las concesiones
autonómicas, y esos derechos imprescriptibles son los que teníamos antes de la ley de 25 de
Octubre de 1839, que fue la que conculcó nuestra libertad nacional.
Hechas estas dos salvedades, he de manifestar que hemos tenido el gusto de votar la confianza
al Gobierno, porque nos consta que si el Sr. Presidente del Consejo no ha hecho alusión al Estatuto
vasco ha sido por un olvido, nada extraño en persona que ha estado sometida a la tortura de hablar
durante dos horas seguidas. Y nada más.
[FERNÁNDEZ CASTILLEJO]
El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra el señor Fernández Castillejo65 para explicar el voto.
El Sr. FERNANDEZCASTILLEJO: Brevísímamente, Sr. Presidente y Sres. Diputados. Por
razón de nuestra propia modestia y por otras muchas que no son del caso explicar, nos hemos
abstenido de intervenir en la primera parte de este debate, pero no nos parece adecuado al momento
trascendental y grave hurtar la explicación de la actitud del grupo republicano progresista con
respecto a la proposición de confianza que ha votado la Cámara.
En dos palabras ―no es momento de discurso ni hay por qué hacerlo― hemos de explicar los
fundamentos de nuestro voto, que ha sido de abstención. No hemos votado en contra de la
proposición porque, como republicanos que somos ante todo y sobre todo, sea cualquiera nuestra
posición frente a los Gobiernos de la República, en un momento de gravedad por todos reconocida,
en que el régimen está acechado no sé si por derechas o por izquierdas, quizá por derechas y por
izquierdas y por ataques de unos e inhibiciones punibles de otros, no hemos querido oponer un voto
de desconfianza al Gobierno, que necesita en estos instantes, pero para decidirse a emplearla, que es
su deber, toda la autoridad; pero tampoco hemos querido sumar nuestro voto positivo o poner un sí
a la proposición de confianza, porque no hemos de ocultar ―y brevísimamente pero con sinceridad
y con lealtad lo hemos de decir― que si al programa del Gobierno, expresado en el discurso
pronunciado por el Sr. Presidente del Consejo no teníamos que poner casi un reparo, ni nos interesa
obstaculizarlo; ni queremos que en nuestros actos se vea jamás un propósito, que aquí parece ser
siempre una sombra, un fantasma, de romper el Frente Popular; al contrario, decimos que es de
interés que se mantenga ese Frente para realizar ese programa, porque el programa, aparte
discrepancias doctrinales que nosotros podamos sustentar, es una necesidad de la República y es
también una necesidad que lo ejecuten las fuerzas de izquierda, porque no habría cosa peor que, o
que se frustrara el programa, o que le desviaran en sus realizaciones legislativas esenciales los
partidos que no mantienen esa ideología; pero tanto al programa y a las palabras tienen que estar los
actos del Gobierno; y ahí están, censurándole con más fuerza que todos los discursos, los hechos
indubitables y trágicos de la situación de nuestro país, no sólo en guerra civil de corazones, como
aquí se observa en la Cámara, sino en guerra civil material, ametrallándose los españoles unos a
otros, atacándose y atropellándose todos los derechos aun los básicos humanos de los ciudadanos; y
frente a este estado de España no cabe la inculpación de un sector a otro diciendo que de ahí parten
las agresiones, ni cabe discriminar filosóficamente sobre sus remotas causas contemplando
pasivamente el desorden, sino aplicar el remedio, partan de donde partan y vayan adonde vayan
esas agresiones al derecho, porque es el primer punto de todo programa de Gobierno e inexcusable
deber garantizar la vida y los derechos de los ciudadanos.
El Gobierno tiene muchas misiones que cumplir que fueron bandera electoral del Frente
Popular, pero tiene primero la misión, inexcusable para ser Gobierno, y sin cumplirla deja de ser tal,
de mantener los derechos ciudadanos que estén en las leyes vigentes de la República o en las que
después se dicten, y como el hecho es ―no nos engañemos, señores― que en España no se puede
vivir con tranquilidad ni ejercer sus derechos los españoles, que acechan por todas partes el crimen
y el atropello, nosotros a un Gobierno que mantiene, siquiera sea un instante, esa situación sin
acudir a los remedios normales o a los extraordinarios o heroicos necesarios; que no vibra para ir a
cortar el mal, para ir a defender al ciudadano dondequiera que se vea amenazado y atropellado,
prescindiendo de toda otra consideración política, no podemos nosotros, republicanos y españoles,
darle un voto de confianza. No existe en España sólo la lucha, el atentado o el ataque de elementos
de subversión aislados; es que el Poder público, sobre todo en sus autoridades subalternas, y
sectores políticos que le apoyan mantienen o provocan la ilegalidad y el atropello, causando el
desorden y con él la depresión y desconfianza pública, abismo donde puede caer, no sólo el
Gobierno, sino el régimen y hasta la Patria.
Termino, Sr. Presidente, rogándole permita que una aportación de relatos fehacientes de la
situación anárquica de España, apreciada solamente en nuestra provincia de Córdoba, ya que no la
podamos glosar hoy y destacar responsabilidades por premura de tiempo, sea incorporada al Diario
de Sesiones. Que vean los Diputados y el Gobierno si así puede vivir un pueblo.
Sólo me resta exhortar a todos para que piensen, como nosotros, no en el Gobierno, sino en
España y en la República, que está en grave trance ante deserciones evidentes del deber.
Puede decirse que las Gestoras, en su mayoría comunistas, de la provincia de Córdoba han
lanzado “en masa”, y sin trámite legal alguno, a “la casi totalidad de los empleados municipales”,
sin que “ni en un solo caso” se hayan obedecido órdenes gubernativas de reposición de tales
modestos funcionarios. Sólo en los días del 1 al 9 de este mes de Abril han tenido entrada en el
Tribunal Contencioso provincial de Córdoba 108 recursos de funcionarios municipales destituídos.
Desórdenes y atropellos de derechos ciudadanos.
Promovidos en su mayor parte por las propias a autoridades locales y ante la inhibición,
complicidad o impotencia del gobernador civil, puede afirmarse que en la provincia de Córdoba no
están garantidos ni los derechos mínimos humanos. Son constantes, sin la intervención de la
autoridad judicial ni causa legítima que lo justifique, las deportaciones o extrañamientos, las
detenciones arbitrarias, las multas, las exacciones ilegales mediante coacciones y violencias, los
registros ilegales domiciliarios., etc., etc.
Sirva de antecedente el concepto que de sus atribuciones tiene y la cultura jurídica que revelan
los siguientes hechos perpetrados d irectamente por el propio gobernador civil:
Como le comunicara el alcalde de Hornachuelos que había impuesto una multa al propietario
de dicho pueblo D. Francisco Gamero Cívico, por haber matado, sin pagar el impuesto municipal,
cuatro cerdos en un cortijo de su pertenencia, el gobernador le impuso a dicho propietario otra
multa de 500 pesetas y ordenó se le confiscara el ganado y se repartiera la carne entre los obreros
del pueblo. En unas declaraciones a la Prensa amenazó con castigar a los propietarios que entrasen
sus cerdos en los olivares para engordarlos con la aceituna caída al suelo: el gobernador considera
bienes “nullios”, y con obligación por parte de los propietarios de respetarlos para la rebusca, los
frutos de los olivos que caen al suelo. En otras declaraciones dijo que investigaría si el
desplazamiento de elementos patronales de los pueblos a la capital era normal y acostumbrado
periódicamente, para, en caso contrario, obligarles a permanecer en los respectivos pueblos,
sentando la novísima teoría de Derecho de invertir los destierros y deportaciones, haciéndolos de
fuera a dentro...
Aunque nuestros datos no son completos, preferimos, a hacer comentarios generalizadores,
relatar hechos concretos que han ocurrido y vienen ocurriendo en los pueblos de la provincia de
Córdoba:
Digamos que es casi general en ellos, a pesar de las disposiciones legales en contrario, la
celebración de manifestaciones y mitines al aire libre, prohibición de entierros católicos y los
repartos o alojamientos de obreros a los propietarios de fincas rústicas.
Palma del Río.―Durante tres días consecutivos, y con la mayor impunidad, se asaltaron y
destrozaron varias de las principles casas del pueblo, incendiándose y destruyéndose iglesias y
conventos, robándose todo lo que había, tanto en las casas asaltadas como en molinos aceiteros, y
varias tiendas del pueblo. El pasado día 15 de Abril se han repetido manifestaciones tumultuarias
que han asaltado varias panaderías del citado pueblo.
La Rambla.―El 20 de febrero próximo pasado, después de tomar posesión del Ayuntamiento
los elementos del Frente Popular, hicieron comparecer por la fuerza en el edificio consistorial a los
antiguos concejales destituidos, que, encerrados allí, fueron, primero, cacheados y robados, y ya
inermes, agredidos con armas blancas y de fuego, resultando gravemente heridos don Fernando
Ostos, D. Antonio Lobera, D. José Rojas Moreno, D. Rafael Cabello de los Cobos y don Cristóbal
Prieto.
Puente Genil.―El 20 de Febrero fueron asaltados los Casinos Liceo y Agrario, varias casas
particulares, una armería y el arresto municipal, libertándose a los detenidos que allí había.
Recientemente el banquero de dicho pueblo D. Francisco Morales Delgado, al pasar por la calle
junto a un grupo de extremistas, se le dijo pusiera el puño en alto y al negarse fue apaleado y herido
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 125
gravemente en la cabeza.
Aguilar.―Ha sido asaltado e incendiado (robándose antes el dinero y parte de los enseres que
allí había) el edificio de la Comunidad de Labradores, siendo heridos a golpes de palo y arrastrado
el jefe de los guardas jurados de dicha Comunidad, D. Antonio Urbano.
Posadas.―21 Febrero. Asaltado y destrozado el casino del pueblo.
La Coronada.―Destrozo de imágenes e incendio de ornamentos sagrados en la iglesia de esta
aldea.
Fuente Carreteros.―Asalto de molinos y fincas, llevándose grandes cantidades de aceite.
Bujalance.―Como en casi todos los pueblos de la provincia, ha sido robada la mayor parte de
la cosecha de aceituna, y en este pueblo llegó a tal extremo, que por dedicarse casi entera la masa a
dicho robo los labradores no encontraban jornaleros a tal fin. Con motivo del intento de asesinato
del patrono D. José Navarro y desgraciada muerte de una niña en el tiroteo que se produjo entre
dicho propietario y sus asesinos, fueron registradas las casas de todos los propietarios, y en las de
los que estaban ausentes se precintaron con el sello de la Sociedad sindicalista de allí, La Armonía.
Todo ello lo permitió y autorizó el gobernador civil.
Montemayor.―El Ayuntamiento, cuyo alcalde es el presidente del Centro sindicalista,
funciona en pleno “soviet”, disponiendo de “todo el poder”, sin más ley que su capricho. Fue uno de
ellos, entre otros innumerables atropellos, extrañar a la familia del honrado vecino, presidente del
Casino Republicano Progresista, D. Juan Moreno Martínez, a quien, a las tres de la madrugada, se
le obligó a abandonar el pueblo, mediante oficio conminatorio que poseemos y acompañamos.
(Documento núm. 2.)
Valenzuela.―Fue sustituido, como en casi toda la provincia, el Ayuntamiento de elección
popular por una Gestora, cuyo alcalde destituyó a todos los funcionarios, y entre sus constantes
atropellos el último fue impedir violentamente, entre insultos y blasfemias, que se diese el viático a
un enfermo que lo deseaba, y el párroco que iba a prestar este servicio fue encarcelado e
incomunicado. El gobernador, como es su costumbre, dijo públicamente que castigaría tal desmán,
pero nada hizo y el referido alcalde “zulú” sigue actuando.
Villanueva de Córdoba.―Por cantar saetas en una reunión de amigos, durante esta Semana
Santa, fueron detenidos siete individuos y uno de ellos abofeteado por un concejal comunista.
Villaviciosa.―El 24 de Marzo próximo pasa do fue asesinado en su propia casa el propietario
D. Manuel López del Rey por negarse a entregar el dinero que le reclamaban unos individuos.
Villarrubia.―Al patrono panadero D. Cristóbal Salido Elias, por el hecho de ser republicano
progresista, dos guardias municipales acompañados de unas 150 personas le saquearon la panadería,
llevándosele hasta un canario y 150 pesetas del maestro de pala que éste tenia guardadas en la
última habitación de la casa y en una maleta.
Nueva Carteya.―Sin motivo alguno lleva casi dos meses clausurado el Casino apolítico y
popular de dicho pueblo. Como índice de la conducta del gobernador civil de Córdoba, diremos que
por tres veces, y a presencia de los Diputados republicanos progresistas de aquella provincia, ha
dado el gobernador orden de que se pongan telegramas ordenando su apertura. El Casino sigue
cerrado y, por lo tanto, o los telegramas no se han puesto, y aquello fue una indigna y repetida burla,
o el se ñor gobernador civil no es obedecido.
Adamuz.―El alcalde, que, como hoy parece obligado, ha destituido ilegalmente a los
funcionarios municipales, parece que es en la provincia el que bate el “record” de antecedentes
penales, pues nos dicen ha tenido doce procesos judiciales.
Como final, diremos que la situación de los labradores está próxima al aplastamiento y total
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 126
ruina económica.
Asaltos de fincas.
Se han producido en los términos de Córdoba, Montilla, Puente Genil, La Carlota, Fuente
Carreteros, La Victoria, Villanueva del Rey, Bélmez, Hinojosa del Duque, Montalbán, Lucena,
Bujalance, Montemayor, Monturque, Fernán Núñez, Montoro, Cañete de las Torres, Encinas Reales,
etc., etc.
En Villafranca la Sociedad obrera El Despertar repartió por sí varias fincas entre 200 afiliados
a la misma.
El asentamiento de yunteros en Hinojosa del Duque, Belalcázar, El Viso, Granjuela, Dos
Torres, Pozoblanco, Espiel, Villaralto, etc., se ha hecho, más que por los ingenieros de Reforma
agraria, a capricho de Casas del Pueblo y Ayuntamientos, en fincas, incluso de pequeños
propietarios, no incluidas en la ley, sin respetarse pastizales y majadales, en proporciones contrarias
a la capacidad de laboreo de las tierras y sin tener en cuenta la riqueza ganadera, que ha sufrido un
rudo golpe.
En los antes citados pueblos, los yunteros que dicen han votado a las derechas son desalojados
de las tierras que cultivan. El día 11 del actual mes de Abril, en Fuenteovejuna, el yuntero de toda
su vida José Cuenca ha sido desalojado de la siembra de 10 fanegas que cultivaba en la finca de
Sierrezuela.
Exacciones ilegales y alojamientos.
Va recorriendo los pueblos de la provincia un funcionario de Trabajo, delegado del
gobernador, y por el clásico procedimiento de citar a los patronos ante una multitud de obreros
concentrados a la puerta del Ayuntamiento, se les reclaman cantidades por diferencias supuestas de
jornales, cambios de medidas en la recolección de aceitunas, aun contra las bases legales y
convenios, y apelando a toda clase de coacciones se les obliga a pagar cantidades, que, según propia
declaración del gobernador civil, suman en la provincia varios millones de pesetas.
En estas reuniones, aparte de las resoluciones que por sí adoptan los alcaldes, se les obliga
(contra preceptos que llevan, por cierto, la firma de Largo Caballero) a tomar repartidos o alojados,
en términos tales de abuso, como el caso de un propietario de Villa del Río, que tiene en dicho
término sólo 130 fanegas de olivar y se le ha obligado a tomar 350 obreros.
El alcalde de Montoro, para obligar al patrono D. Enrique Merino Muro al pago de los
alojados, se le incautó 12 mulos, propiedad de dicho labrador. A otro labrador de Villa del Río que
se negaba a tomar alojados, le rodearon la finca, con el ganado encerrado, impidiendo fuesen a
cuidarlo y teniendo a los animales sin comer ni beber durante tres días.
Documento núm. 1.
Con esta fecha digo a D. José Jiménez Ramírez lo que sigue:
“En virtud de las facultades que me están conferidas, he tenido bien acordar cese el
Ayuntamiento pleno de Palenciana elegido en el año 1931, nombrando vocales de la Comisión
gestora a los Sres. D. Mariano Otero Moreno, D. Francisco Villalba Velasco, D. Francisco Crespillo
Soria, D. Juan Aragón Arjona, D. Agustín Gómez Torres, D. Claudio Castro Ramos y a don Juan
Sevilla de la Torre, los que se constituirán en Comisión gestora, procediendo a la elección de todos
los cargos.
Lo digo a V. para su conocimiento y a fin de que, como delegado de mi autoridad, proceda a
dar cumplimiento a cuanto en la presente se ordena.”
Lo que traslado a V. para su conocimiento y a fin de que le sean prestados al señor secretario
cuantas facilidades necesite para el mejor desempeño de su función.
SESIÓN DEL 16 DE ABRIL DE 1936 127
Bueno será que recordemos algunos hechos. Apenas instaurada la actual situación política a
raíz de las elecciones de febrero, el Gobierno se encontró con graves dificultades de orden público,
dimanadas de la imposibilidad legal de llevar a la práctica determinados puntos del programa
electoral de las izquierdas. Para ver de resolverlas acudió a la Diputación permanente de las Cortes,
y ese organismo que, derivado de las Cortes anteriores, tenía legítimamente un signo político
contrario, dándose cuenta de las realidades del momento, de que un deber patriótico obligaba a
procurar al Gobierno los medios precisos para salvar una posible situación de anarquía, aun
violentándose extraordinariamente, votó una serie de medidas que el Gobierno necesitaba. Lo hizo a
sabiendas de que, en la hipótesis contraria, no hubiera encontrado por parte de esas fuerzas una
reciprocidad. Señores Diputados de la mayoría, cuando en momentos de ofuscación, en algunos
instantes (perdonad que os lo diga con esta claridad), acorralados por el resultado de vuestros
propios errores, os revolvéis contra las fuerzas de derecha, a las que presentáis como posibles
beneficiarias de una situación de anarquía, yo os pediría que recordarais cuál ha sido la posición
patriótica de los partidos dentro de la Diputación permanente de las Cortes.
Se reúne la Cámara actual, y el Gobierno, que tiene que acometer una labor legislativa, se
encuentra con que por parte de las Cortes no halla trabas ni dificultades; tiene las máximas
posibilidades para desenvolver su obra. En primer término, una mayoría que suple con la fuerza del
número la fuerza moral que perdió al arrebatar por la violencia unas actas. Después, un Reglamento
de la Cámara que hace prácticamente imposible toda obra de obstrucción. (Un Sr. Diputado:
Vosotros lo hicisteis.) Por último, una actitud de los grupos de oposición que, convencidos de que se
debe intentar hacer una obra nacional, han venido a cumplir su deber sin crear esas dificultades
sistemáticas que quizá en algún momento hubiéramos desarrollado como justa correspondencia a la
política impuesta por vosotros. No ha habido por esta parte dificultades especiales a la obra del
Gobierno.
En el orden gubernativo, a más de los resortes ordinarios del Poder, que son potentísimos
cuando se ponen al servicio de una voluntad enérgica, habéis tenido toda clase de medios
extraordinarios: leyes de excepción votadas por estas Cortes; suspensión de las garantías
constitucionales, mediante prórrogas del estado de alarma, a las cuales en la misma Diputación
permanente dieron sus votos las fuerzas de derecha, y por si esto fuera poco, el factor moral que
supone la exaltación del triunfo por vosotros conseguido y la depresión natural de vuestros
adversarios.
¿Qué más medios materiales y morales podíais apetecer para realizar la obra política que
habíais prometido desenvolver dentro de paz y de tranquilidad y que constituye los postulados de
vuestra doctrina?
Hace muy pocas sesiones, al pedir el Gobierno una nueva prórroga del estado de alarma, el Sr.
Carrascal69, en nombre de esta minoría, razonó la imposibilidad por nuestra parte de conceder la
nueva prórroga. Bueno será que fijemos otra vez la atención en este asunto. La suspensión de
garantías constitucionales —con ello no descubro secreto alguno— es, pura y simplemente, una
corrección que los regímenes democráticos y liberales ponen a los posibles excesos del sistema;
pero esta corrección que supone la suspensión de garantías y del estado de alarma, para no ser una
cosa que en cierto modo se perpetúe en manos de un Gobierno, como ahora ocurre, tiene que
justificarse por su equidad y por su eficacia; por su equidad, para que, mediante ella, la arbitrariedad
que va inherente al estado de suspensión de garantías no se agrave jamás con la aplicación de
medidas injustas, y por su eficacia, para que rinda aquellos frutos que la sociedad debe esperar de la
limitación de las libertades individuales. Y yo me pregunto al cabo de cuatro meses que tenéis en
vuestras manos estos resortes excepcionales, ¿habéis actuado con equidad y habéis obtenido la
eficacia? ¿Habéis cumplido con la equidad? Que lo digan los centenares, los miles de
encarcelamientos de amigos nuestros, las deportaciones, no hechas por el Gobierno muchas veces,
69 Geminiano Carrascal Martín († 1980). CEDA
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 130
sino por autoridades subalternas rebeladas contra la autoridad del Gobierno de la República, las
multas injustas impuestas a diario en esas ciudades y en esos pueblos, los atropellos continuos a
todo lo que somos y significamos. En vuestras manos, el estado de excepción no se ha nutrido de
equidad; ha sido una arbitrariedad continua, un medio de opresión; muchas veces, simplemente un
instrumento de venganza. Ha muerto en vuestras manos el título primero para tener derecho a
aplicar durante mucho tiempo un estado de excepción que no lo empleáis para hacer que todos los
ciudadanos estén dentro de la ley, sino para aplastar a aquellos que no tienen el mismo ideario que
vosotros, que tienen la valentía de no compartir vuestros ideales. (Muy bien.)
Que así ha ocurrido lo demuestran plenamente —tengo que rendir a este respecto un tributo
de justicia— las mismas rectificaciones hechas por el Gobierno desde el Ministerio de la
Gobernación a muchos, no a todos los atropellos que se cometen en las provincias españolas.
Constantemente, por parte del Ministerio de la Gobernación, y no ahora sólo, en que ocupa la
cartera el Sr. Moles, ha habido necesidad de ordenar libertades donde había habido detenciones,
aperturas de Centros para corregir determinadas clausuras, rectificaciones, en una palabra, de
atropellos y de arbitrariedades cometidas por esas provincias. Y si esto, por una parte, es para el
Gobierno el cumplimiento del deber, por otra es el reconocimiento implícito de un estado de
subversión en virtud del cual las autoridades inferiores no obedecen los dictados del Gobierno que
se sienta en el banco azul.
Habéis ejercido el Poder con arbitrariedad, pero, además, con absoluta, con total ineficacia.
Aunque os sea molesto, Sres. Diputados, no tengo más remedio que leer unos datos estadísticos. No
voy a entrar en el detalle, no voy a descender a lo meramente episódico. No he recogido la totalidad
del panorama de la subversión de España, porque, por completa que sea la información, es muy
difícil que pueda recoger hasta los últimos brotes anárquicos que llegan a los más lejanos rincones
del territorio nacional.
Desde el 16 de febrero hasta el 15 de junio, inclusive, un resumen numérico arroja los
siguientes datos:
Iglesias totalmente destruidas, 160.
Asaltos de templos, incendios sofocados, destrozos, intentos de asalto, 251.
Muertos, 269.
Heridos de diferente gravedad, 1.287.
Agresiones personales frustradas o cuyas consecuencias no constan, 215.
Atracos consumados, 138,
Tentativas de atraco, 23.
Centros particulares y políticos destruidos, 69.
Ídem asaltados, 312.
Huelgas generales, 113.
Huelgas parciales, 228.
Periódicos totalmente destruidos, 10.
Asaltos a periódicos, intentos de asalto y destrozos, 33.
Bombas y petardos explotados, 146.
Recogidas sin explotar, 78 (Rumores).
Diréis, Sres. Diputados, que esta estadística se refiere a un periodo de agitación y
exacerbación de pasiones, a la cual, en su discurso primero en esta Cámara, se refería el Sr. Azaña
cuando presidía el Gobierno. Podréis decir que posteriormente, al calmarse el fervor pasional, al
actuar los resortes del Poder, al acabar los primeros momentos, ha venido un instante de
tranquilidad para España. Me va a permitir la Cámara que brevemente haga una estadística de cuál
es el desconcierto de España desde que el Sr. Casares Quiroga ocupa la cabecera del banco azul.
Desde el 13 de mayo al 15 de junio, inclusive:
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 131
Otro día es, Sres. Diputados, la vergüenza de que barcos mercantes españoles, con tripulación
y policías extranjeros, tengan que ser echados de puertos no nacionales para que no contaminen de
espíritu revolucionario todas las organizaciones y la vida comercial de un pueblo. (Rumores. El Sr.
Ministro de Estado [Augusto Barcia]: Inexacto, Sr. Gil Robles. Merece la pena aquilatar un poco
los datos que se aportan.) Por si S. S. no los tiene completos, le diré que eso ha ocurrido en Génova
y en Workington. (El Sr. Ministro de Estado: Inexacto. Conozco los dos casos y los rectificaré.) Ha
sido precisa la intervención del mismo cónsul de España ante la vergüenza que suponía aquello y
han tenido que ser expulsados de puertos ingleses. (Aplausos.— El Sr. Ministro de Estado: Con
permiso de la Presidencia y el Sr. Gil Robles, porque importa la rectificación tanto a S. S., si no
está apasionado, como a mí, representante en este momento del Gobierno y del país. Ciertos los
hechos de las huelgas. Totalmente inexactas —opongo el más rotundo mentís— las noticias que
tiene S.S., a pesar de la intervención de los cónsules. No fueron tripulados nuestros barcos por
marinos de otras naciones ni han dado lugar a los conflictos que S. S. describe. Que le informe a S.
S. bien quien ha tenido tanto cuidado en informarle mal. —Aplausos.) Frente a la afirmación de S.
S. y se lo digo con todo respeto, pero con igual firmeza, mantengo íntegramente esta información
que, por desgracia, he oído personalmente de labios harto autorizados, con el rubor que para mi
patriotismo significaba el ver que el nombre de España andaba llevado por esos puertos por marinos
revolucionarios que ni siquiera dentro de los límites de una nación extranjera sabían cumplir con los
deberes elementales de su propio patriotismo. (Aplausos.) Y puesto que su señoría está decidido a
recoger informes amplios, yo espero que informe a la Cámara de los sucesos vergonzosos ocurridos
en Tánger y de la protesta que han tenido que formular representantes de potencias extranjeras
implicadas con nosotros en la responsabilidad de la Administración de la zona internacional de
Tánger. (El señor Ministro de Estado: Con permiso de la Presidencia. Estoy a disposición de S. S.
en el acto para informar a la Cámara de cuanto estime oportuno respecto del caso; pero también
debo advertir a S. S. que, en cuanto a las informaciones que reciba, no sirva intereses que,
peligrosamente, seguramente contra su voluntad, está sirviendo contra España. —prolongados
aplausos.) Celebro, Sres. Diputados, que los nervios un poco excitados del Sr. Ministro de Estado...
(Exclamaciones y protestas. —El Sr. Barrios71 pronuncia palabras que no se perciben.)
El Sr. PRESIDENTE: Señor Barrios, siéntese S. S.
El Sr. GIL ROBLES: Decía, Sres. Diputados, que celebro que la excitación de nervios del
señor Ministro de Estado (Rumores y protestas.—El Sr. Presidente reclama orden.), que la mayoría
niega porque, indudablemente, le ha tomado el pulso, me haya permitido... (Continúan los
rumores.)
El Sr. PRESIDENTE: De nuevo vuelvo a requerir a SS. SS. para que permanezcan en
silencio.
El Sr. GIL ROBLES: Celebro, repito, que este incidente me permita recoger esa afirmación
del Sr. Ministro de Estado, tan ducho en obtener a poca costa el aplauso fervoroso de los
incondicionales. (Protestas.—El Sr. Ministro de Estado: Jamás he hecho esas experiencias; apele S.
S. a otros recursos.—Rumores.—El Sr. Barrios pronuncia palabras que no se perciben.)
El Sr. PRESIDENTE: Señor Barrios, voy a tener que llamar a S. S. al orden por primera vez.
El Sr. GIL ROBLES: Su señoría, Sr. Ministro de Estado, se ha permitido deslizar la especie —
más bien lo ha dicho con toda claridad— de que con mis palabras —hacía la atenuación de decir
que inconscientemente— venía a servir intereses contrarios a los de la nación española. Yo digo a S.
S. que como se va contra los intereses de España es manteniendo un estado de agitación y de
anarquía que ante los ojos del mundo nos desacredita, y que el mayor servicio que se puede prestar
a esos intereses es levantar aquí la voz de un hombre, la voz de un partido que no se solidariza con
esa política de desprestigio que estáis llevando hasta los últimos rincones. (Grandes Aplausos.— El
71 Manuel Barrios Jiménez (1882-1936). PSOE.
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 133
perturbaciones, las agitaciones, las huelgas sistemáticas que retraen el capital, que producen la
huida del capital, muchas veces con combinaciones y negocios criminales que soy el primero en
condenar, que ocasionan siempre el colapso de la economía. Otro día son bases de trabajo que no
significan propiamente el deseo de legítimas reivindicaciones obreras, sino más bien el propósito de
matar la producción capitalista, absorbiendo el beneficio de producción y, si es necesario, las
mismas reservas del capital, para, poco a poco, ir desacreditando el sistema, matando esa
producción y el día de mañana presentarse a decir: “Éste es el momento de la aplicación integral de
nuestras doctrinas y programas”. Hoy la incautación, mañana la socialización. Ellos saben adónde
van, ellos tienen marcado su camino; vosotros no, señores de Izquierda Republicana y de Unión
Republicana. Estáis unidos, atados a la responsabilidad de esos grupos y tenéis que ver con tristeza
cómo un día se mofan de vuestras escasas fuerzas en el país, cómo otro día os obligan a votar, quizá
contra vuestras convicciones, cosas que están dentro de su programa y no dentro del vuestro, y
cómo en todo momento la férrea disciplina y un interés político, que tendréis que pensar si no es
contrario al interés nacional, hacen que ahí tengáis que callar cuando en esos pasillos y en vuestras
reuniones sois los primeros en condenar violentamente la política de los sectores obreros, que van
conduciendo a España a la ruina y a la desesperación. (Muy bien. —Grandes aplausos.—Rumores.)
¡Ah! Y que ésa es una realidad se demuestra por algo que de las conversaciones de los pasillos
ha saltado a las columnas de la Prensa diaria. Ha sonado la palabra “dictadura”, pero ha sido en
vuestros labios, pidiendo plenos poderes, hablando de la necesidad de una dictadura republicana.
Sois vosotros los que estáis extendiendo la papeleta de defunción al régimen parlamentario, al
régimen liberal, al régimen democrático. Ya le disteis un golpe de muerte con el nacimiento de estas
Cortes y la aprobación de determinadas actas; pero ahora estáis prostituyendo la democracia con el
ejercicio de la demagogia, y ha llegado el momento de que vosotros mismos extendáis
definitivamente su papeleta de defunción al pedir una dictadura republicana, dictadura que implica
una verdadera contradicción con los términos en que os habéis producido, por el agobio a que os
han llevado los fervores de la alianza con los elementos obreros. Y es, señores Diputados —y con
esto voy a concluir—, que ese anhelo, ese deseo vuestro de un Gobierno fuerte, de un Gobierno
autoritario, de un Gobierno de plenos poderes, como si no fueran bien plenos los que tenéis en
vuestras manos, lo que está diciendo es que la ley suprema de existencia de la sociedad en todos los
tiempos, en todas las latitudes, en todas las épocas de la Historia. Desengañaos, Sres. Diputados, un
país puede vivir en monarquía o en República, en sistema parlamentario o en sistema
presidencialista, en sovietismo o en fascismo; como únicamente no vive es en anarquía, y España,
hoy, por desgracia, vive en la anarquía.
Señores del Gobierno, nosotros os pedimos determinadas medidas para acabar con la
situación en que se encuentra España, situación que no puede prolongarse por mucho tiempo. Estáis
contrayendo la tremenda responsabilidad de cerrar todos los caminos normales a la evolución de
una política. Nosotros, que no hemos sido nunca obstáculo para ello, tenemos que decir hoy que
estamos presenciando los funerales de la democracia. Hay una teoría política (permitidme, señores
Diputados, que modestísimamente os la recuerde) del ciclo evolutivo de las formas de Gobierno.
Según ella, existe un momento en que la democracia se transforma en demagogia; pero como eso no
puede subsistir, contra la demagogia surgen, por desgracia, los poderes personales. Cuando habláis
de dictadura y de plenos poderes, quizá sin daros cuenta, por un aliento patriótico que salta por
encima de las pequeñeces de la disciplina de partido, estáis haciendo la condenación más firme de
un sistema, de una política y de un Gobierno. (Grandes aplausos.)
[ENRIQUE DE FRANCISCO]
El Sr. PRESIDENTE: Para consumir un turno en contra de la proposición puede usar de la
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 136
en el haber de las fuerzas que acaudilla S. S., si los autores de tales hechos han sido inducidos por
determinadas fuerzas.
Hay un hecho que S. S. ha citado y que yo tengo interés en recoger para protestar de él con
toda mi energía. Ha afirmado S. S. que en algún momento han salido a las carreteras elementos del
Socorro Rojo Internacional, armados, para reclamar que se les entregara lo que llevasen los que
conducían o eran conducidos en los autos. Yo, que no tengo una vinculación directa con el Socorro
Rojo Internacional, pero que conozco cuál es su actuación y la integridad moral de las personas que
lo constituyen o, por lo menos, que lo representan, digo que quienes han tomado su nombre para
realizar atracos son vulgares asesinos o gentes asalariadas para producir efectos que S. S. luego
aprovecha trayéndolos ante la Cámara. (Muy bien.) ¡Ah! ¿Es que eran también o son también
miembros del Socorro Rojo Internacional o de nuestras organizaciones aquellos que nos consta —
aunque de eso no se puedan traer actas notariales, Sr. Gil Robles— que realizan contratos, con
dinero abundante, para la adquisición subrepticia de armas y que compran e importan uniformes de
la Guardia Civil para producir determinados movimientos contra el régimen, que S. S., si fuera
lealmente republicano, estaría obligado a defender? Aunque S. S. lo niegue es preciso achacar a
elementos de derecha una gran cantidad de esos hechos que en sus labios merecerán una honrada
condenación, como la merecen en los nuestros; pero sabiendo antes discriminar cuáles son los
producidos con la intención de dañar el crédito del Frente Popular, y especialmente el crédito, el
prestigio y la autoridad de los partidos de representación obrera. Decís —tal es el motivo y el texto
de vuestra proposición— que vive el país en una situación subversiva, subversión que,
naturalmente, de modo velado, achacáis a las fuerzas obreras representadas políticamente aquí por
los partidos socialista y comunista. No se trata, Sr. Gil Robles, de una frase estereotipada, del deseo
de sacudirnos el polvo de la levita, como dijo un notable político, primero porque no usamos levita
y segundo porque no tenemos polvo; es que en plena subversión, desde que tengo uso de razón, he
conocido a la clase capitalista española. En plena subversión contra toda ley votada en Cortes —
antes contra todo propósito de aprobación de una ley de carácter social—; en plena subversión, en
oposición rudísima, hace ya bastante tiempo, contra una ley tan modesta como la del Descanso
dominical, reclamada insistentemente por los trabajadores del comercio y otros; después de
aprobada la ley hubo una falta absoluta de respeto para su cumplimiento, arbitrando mil medios
para burlarla, a pesar de que era una ley del Estado, al que decís que tanto respetáis. Siempre se han
vulnerado todas las leyes de carácter social; se vulnera la de jornada de ocho horas, la de jornada
mercantil, la llamada de la silla, la misma que establece el subsidio o socorro a la vejez y la propia
de maternidad, cuya legislación, por las personas a quienes favorece o debiera favorecer, debiera
merecer los máximos respetos, por razón de sentimiento, de toda persona culta, de toda persona
sensible.
Pues por egoísmo, por lo que entiende defensa de sus intereses, la clase capitalista, la clase
patronal falta a todas esas leyes, falta a ellas deliberadamente, y yo a eso lo llamo verdadera
subversión, porque es oposición a la ley, quebrantamiento de la ley, burla de la ley. No sé cómo lo
llamaréis vosotros; pero ésa es una triste y dolorosa realidad que hemos recogido en nuestra vida, en
nuestra experiencia. Y llegan instantes en que con el triunfo de la República aún se consigue
enriquecer el acervo legislativo de nuestro país, y sois vosotros (al decir vosotros me refiero
siempre a las fuerzas por vosotros representadas, con las que mantenéis una estrecha solidaridad)
quienes cuidáis de que desaparezca o se infrinja esa legislación; que desaparezca en cuanto a
vuestra mano está; que se infrinja, cerrando los ojos a las responsabilidades y dejando campo libre a
los caciques de los pueblos y a las grandes Empresas y a los patronos entre quienes tenéis vuestra
clientela política. Eso para mí es subversión. ¡Qué de protestas elevasteis con motivo de aquella ley
de carácter social, tan humana, que tan necesariamente habrá de restablecerse, que se denominaba
de Términos municipales! Era una ley inspirada en principios puros de humanismo y de defensa de
las fuerzas de trabajo de nuestro país, ley que produjo notorios bienes y, sin embargo, en cuanto
pudisteis la echasteis abajo. ¿Para qué? Para dejar en libertad a los patronos de los pueblos
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agrícolas, especialmente a los que dominan en su riqueza, aquellos que conocemos clásicamente,
históricamente, con el nombre de caciques, para que vuelvan a hacer en la contratación de brazos lo
que hicieron, y se quiso evitar, antes de la promulgación de la ley a que me refiero. Eso para mí es
la verdadera subversión.
Yo he presenciado cosas trágicamente pintorescas de mi vida, alguna como esta que voy a
relatar. En los primeros años de la República, señor Gil Robles y Sres. Diputados, yo fui honrado
con un encargo del Gobierno provisional por tierras de Andalucía, donde se estaba produciendo una
paralización de brazos, lo que comúnmente se denomina huelga; pero había algo más que eso, y el
Gobierno no se explicaba que en aquellos momentos en que parecía todo el mundo invadido de una
extraordinaria alegría, pocas veces sentida en nuestro país por el común de las gentes, en Sevilla
principalmente se produjera con tal extensión y con tal profundidad esa paralización, ese
movimiento huelguístico. ¿Sabéis lo que yo encontré al examinar la situación, especialmente la
situación del campo de Sevilla? Pues que en aquella región magnífica, en aquella extraordinaria
provincia, concretándome a ella, en la cual se daba una espléndida cosecha de cereales, que estaba
cayéndose la mies de las espigas, cuando los obreros agrícolas no reclamaban en aquellos instantes
ni aumento de salario, ni ninguna otra cosa que supusiera pretexto para la oposición que los
patronos hacían, ¿sabéis cuál era la actitud de la clase capitalista agrícola de Sevilla? La de dejar
abandonado el campo aunque se incendiaran las mieses, cuyo peligro temía el Gobierno
provisional, con tal de que no comieran los obreros del campo. Y eso no hay nadie que me diga que
no es cierto, porque yo lo he presenciado, y cuando afirmo una cosa la sostengo por encima de todo.
(Muy bien.)
De eso es testigo excepcional el representante del partido conservador en la Cámara, señor
Maura, a quien di cuenta del doloroso espectáculo presenciado allí y a quien le dije —lo recuerdo y
él no lo habrá olvidado— que si yo hubiera sido en aquella ocasión el que tuviera que solucionar los
conflictos del campo en Sevilla, le aseguraba que antes de quince días estaban resueltos, ¡ah!, pero
de ello habrían de acordarse los propietarios de la tierra que sin conciencia, sin sentido humanista,
sin respeto a la legislación, a la ciudadanía y a la Patria misma a quien dicen amar, creaban esos
conflictos de hambre y de dolor. (El Sr. Maura: Señor De Francisco, ¿se recogió la cosecha?) Yo
dejé de actuar, como sabe el señor Maura, y me refiero solamente a la situación en que el campo se
encontraba. El hecho me parece que es suficientemente significativo y tiene el valor que yo he
querido asignarle, aunque al cabo de quince o veinte días, por la propia gestión de S. S., las mieses
se hubieran segado. Eso ya cae de otra parte. Yo no he querido hacer una inculpación a S. S. ni ése
es el camino, sino referirme a la actitud de rebeldía de la clase capitalista patronal que crea
situaciones de ánimo en la clase trabajadora ya dolorida, ya amargada por las condiciones adversas
de su propia vida y que no es extraño, Sr. Gil Robles, que en esa situación de ánimo, aunque
nosotros no lo justifiquemos, realice excesos de los cuales sus autores serán los primeros en
lamentarse cuando fríamente los consideren. Nosotros no hemos de amparar excesos de ninguna
especie porque tenemos nuestra táctica, nuestra doctrina, nuestras normas y a ellas nos sujetamos:
¡ah!, pero hemos de cargar en todo instante contra la clase capitalista, que de ese modo explota a la
clase trabajadora y, además de explotarla, la coloca en ese trance de desesperación, toda la
responsabilidad que ella tiene en la creación de estos conflictos.
Sus señorías o las fuerzas que representan han pasado por estados que yo sigo considerando
también de verdadera subversión, muy especial en los momentos en que advino la República
española. Sus señorías no han tenido una palabra de condenación contra eso, por lo menos yo no la
he percibido, y si se ha pronunciado no ha sido tan sonora como las que ha hecho esta tarde el Sr.
Gil Robles y como aquellas que otros que en distintas ocasiones les he oído también en esta
dirección. Ha habido subversiones de carácter militar, que no sólo no han merecido condenación de
sus señorías, sino que han hecho todo lo posible por que los individuos que intervinieron en esos
actos salieran lo menos dañados que posible fuera. No hablemos en este instante, porque he hecho
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que presidió el Sr. Azaña. Éste es un hecho político, a mi juicio, indiscutible: el Frente Popular y el
Gobierno que emergió de su seno, con representación política mayoritaria, desde el momento en
que la C.N.T. no coincide en su actitud pública y sindical con la política que el Frente Popular
dirige, es sólo una personificación minoritaria de la opinión española. (El Sr. Cordero Bel: No tiene
nada que ver el Papa con el Frente Popular.) Su señoría es muy gracioso, pero aquí sobran los
payasos. (El Sr. Cordero Bel: Su señoría se considera intérprete de la C.N.T. y es solamente el
intérprete del repulsivo dictador que tuvo España.)
Y pese a todos los aspavientos que al enunciarlo hacéis ahí vosotros, y pese a todas las
penumbras que en su torno queréis proyectar, es lo cierto que eso tiene una trascendencia política
inconmensurable, a mi juicio, que en parte, no del todo, explica la vejez prematura que puede
otorgarse a los dos instrumentos políticos del Frente Popular: el Gobierno y el Parlamento. El
Gobierno, nacido ayer, no tiene por eso pasado; sin embargo, tampoco tiene futuro. Le acecha,
políticamente, la muerte. Es un Gobierno sin ayer y sin mañana; es un punto muerto que solamente
un milagro divino podría galvanizar. Pero el Parlamento —y esto es lo más curioso— adolece de la
misma vejez prematura. Comentarios, no nuestros, sino de gentes de izquierda, de periódicos de
izquierda, lo destacan en estas últimas semanas. ¿A qué obedece ese ambiente de abulia y de
indiferencia que se percibe en este Parlamento durante las sesiones normales? ¿Cómo explicarse
esto en un Parlamento recién elegido y elegido, además, con toda la flora esplendorosa del triunfo
que habéis obtenido en 16 de febrero? Lo que esto quiere decir es que el Parlamento está roído por
el gusano de la mixtificación. España no es esto. Ni esto es España. Aquí hay Diputados
republicanos elegidos con votos marxistas; Diputados marxistas partidarios de la dictadura del
proletariado, elegidos con votos de obreros que son enemigos de la dictadura del proletariado, y
apóstoles del comunismo libertario; y ahí y allí hay Diputados con votos de gentes pertenecientes a
la pequeña burguesía y a las profesiones liberales que a estas horas están arrepentidas de haberse
equivocado el 16 de febrero al dar sus votos al camino de perdición por donde nos lleva a todos el
Frente Popular. (Rumores.) La vida de España no está aquí, en esta mixtificación. (Un Sr. Diputado:
¿Dónde está?) Está en la calle, está en el taller, está en todos los sitios donde se insulta, donde se
veja, donde se mata, donde se escarnece; y el Parlamento únicamente interesa cuando nosotros
traemos la voz auténtica de la opinión. (Aplausos.—El Sr. Galarza77: La voz de Martínez Anido.)
Para que un Parlamento pueda desarrollar una labor fecunda es menester que se hayan
resuelto fuera de él los problemas primarios de la vida pública y entre ellos el del orden y la paz. Si
esto no ocurre, falta el mínimo de convivencia, de unanimidad, si queréis, preciso para que puedan
debatirse los demás problemas substantivos y objetivos de una nación. Y lo que ahora ocurre es que
el problema del orden público está en pie y a cada momento se agrava y agudiza; y esto es así
porque no hay autoridad en el Gobierno ni decisión para resolverlo. Por eso, este problema ha de ser
considerado en un aspecto ya menos casuístico que el que yo consideraba en otras tardes, tanto más
cuando que el Sr. Gil Robles con sus datos me ha ahorrado este trabajo, y sí en cambio en otro que
pudiera parecer más doctrinal, más de fondo político. Porque, la verdad sea dicha: si bien en su
virulencia actual la responsabilidad del calamitoso desorden público en que España vive es
patrimonio exclusivo de este Gobierno —exclusivo porque es intransferible—, y de esa
responsabilidad dará el Gobierno cuenta ante Dios, ante la Historia y ante los hombres, no es menos
cierto que hay un fondo endémico en el desorden nacional en que desde hace años se desarrolla la
vida del país. Desde hace mucho tiempo, apenas han transcurrido unas cuantas semanas sin que los
ciudadanos españoles sintieran inquietados sus tranquilos afanes, su cotidiano vivir, por los
percances y episodios de desorden que se registran por la derecha, por la izquierda, por arriba, por
abajo, por el Este o por el Oeste. (El Sr. Álvarez Angulo: Sobre todo por el Este.)
Quiero ahora examinar cuáles pueden ser las causas de este hecho, descartando desde luego
las personas y el régimen; las personas, porque no se podría sin notoria insinceridad decir que la
77 Ángel Galarza (1891-1966). PSOE.
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República haya sido un vivero de estadistas, pero tiene hombres inteligentes que han pasado por el
banco azul mezclados a veces con mediocridades también evidentes. No están ahí las causas. Ni
siquiera he de situarlas por razón del régimen, porque, doctrinalmente, ni la Monarquía tiene la
exclusiva del orden, ni la República el monopolio del desorden. El desorden cabe en todas las
formas de Gobierno, como oportunamente indicaba el señor Gil Robles. ¿Carencia de resortes
políticos? No. Desde hace años, todos los Gobiernos han contado con plenitud de poderes políticos,
sobre todo en materia de orden público. Antes de la constitución de 1931 regía el decreto ministerial
de plenos poderes gubernativos. La Constitución entra en vigor con aquel aditamento o estrambote
de la ley de Defensa de la República. Cae esta ley y entra a regir la ley de Orden público. En
resumen, apenas habrán transcurrido dos meses de plenitud constitucional. Y ahora mismo —lo
recordaba el Sr. Gil Robles— llevamos cuatro meses de Frente Popular y tres o cuatro prórrogas del
estado de alarma. No han faltado los medios excepcionales, la plenitud de poderes, no.
¿Es que han faltado recursos materiales? La política de orden público de la República —tengo
que hacer referencia a la República, porque esa política se inicia el año 1931— ha sido una política
de desembolso, sin tasa ni freno. En alguna ocasión he recordado que la República ha creado casi
tantos agentes de la autoridad como maestros y que el gasto del orden público ha aumentado en
España en estos últimos cuatro años en cerca de 150 millones de pesetas por año; cifra fabulosa,
cuya capitalización permitiría resolver alguno de los problemas cancerosos que pesan sobre la vida
española. No han faltado, pues, medios materiales. La República, el Estado español, dispone hoy de
agentes de la autoridad en número que equivale casi a la mitad de las fuerzas que constituyen en
Ejército en tiempo de paz. Porcentaje abrumador, escandaloso casi, no conocido en país alguno
normal, si queréis en ningún país democrático europeo. Por consiguiente, no se puede decir que la
República, frente a estos problemas de desorden público, haya carecido de los medios precisos para
contenerlo.
¿Cuál es, pues, la causa? La causa es de más hondura, es una causa de fondo, no una causa de
forma. La causa es que el problema del desorden público es superior, no ya al Gobierno y al Frente
Popular, sino al sistema democrático-parlamentario y a la constitución del 31.
Yo quisiera articular esta tesis examinando los dos matices fundamentales del desorden que
ahora padece España, que son el desorden económico y el desorden militar. El desorden económico
a base o como consecuencia de la hipertrofia de la lucha de clases, que destruye fatalmente la
economía nacional; y el desorden militar a base o como consecuencia de la hiperestesia, de la
degeneración del concepto democrático, que arruina todo sentido de autoridad nacional.
Hipertrofia de la guerra de clases. Yo quisiera dejar bien sentado que para mí marxismo y
obrerismo son conceptos muy distintos y que no se puede admitir ya la equivalencia entre marxismo
y política social. La política social que el marxismo reclama entra en los programas de muchos
partidos que no son marxistas. No conozco ningún partido político que no acepte la política social,
aunque discrepe en el grado, en la cuantía en que ésta puede administrarse. El marxismo es ahora
una disposición espiritual de grandes multitudes proletarias para la lucha de clases, con el propósito
de destruir la economía burguesa en que vive España. Cuando se habla de la revolución de octubre
de 1934 y se la quiere presentar como inspirada únicamente en finalidades de tipo social, pienso que
hay una gran parte de verdad en el diagnóstico, pero que se incurre también en notorio error. De
aquella revolución fueron elementos integrantes, por ejemplo, los obreros de las fábricas militares,
que, dentro del proletariado español, son verdaderos aristócratas por el conjunto de ventajas y de
garantías de que están rodeados en los trabajos que se realizan al servicio del Estado. Y, sin
embargo, fueron a la revolución. Es que el marxismo constituye hoy en España —en muchos puntos
del extranjero también— la predisposición de las masas proletarias para conquistar el Poder, sea
como fuere. Y así el marxismo desarrolla una táctica de destrucción económica, porque no piensa en
la finalidad económica inmediata, sino en la conquista, a ser posible inmediata, de los instrumentos
del Poder público. Ésta es la explicación de una porción de movimientos huelguísticos que en estos
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momentos están planteados en España, en los cuales existen reivindicaciones económicas justas en
alguna parte, pero ne las que, en cuanto rebasan la posibilidad económica del sistema burgués en
que se vive, ya no hay designio económico, sino político.
Y ya que se dice que en Francia también ha estallado una especie de sarampión huelguístico,
como en Bélgica y en España, aun a trueque de abusar de vuestra atención, he de señalar alguna
diferencia interesante.
Aun teniendo en cuenta que en Francia el Gobierno, más que por iniciativa de los obreros, por
decisión “motu proprio”, haya ofrecido —quizá a estas horas esté a punto de convertirse en ley—
un avance tan considerable como el de la jornada de cuarenta horas, es evidente, sin embargo, que
en el resto del conjunto de las demandas obreras formuladas por los huelguistas franceses no se va
tan lejos como en la mayor parte de las demandas que formulan los obreros españoles de la
industria; y si no, cotejemos rápidamente.
Primera reclamación de los obreros franceses. (La Sra. Ibarruri: ¿Cuál es el nivel medio de la
vida de los obreros franceses y el de los obreros españoles?) Ahora lo diré, Sra. Ibarruri.
(Rumores.) Primera reclamación de los obreros franceses: Que se respete la libertad sindical.
Primera reclamación de los obreros españoles: el monopolio de determinada sindical. (La Sra.
Ibarruri: En Burgos el Sindicato Católico no deja que trabajen los obreros de la U.G.T. y de la
C.N.T.—Rumores y protestas.—El Sr. Presidente reclama orden.—Los Sres. Gonzalo Soto 78 y
Albiñana79: Eso no es cierto; es todo lo contrario.—Rumores.) En Burgos, lo que ocurre es que los
obreros socialistas y sindicalistas, que son minoría, tratan de impedir que trabajen los obreros
católicos, que son la mayoría: es todo lo contrario. (Rumores y protestas.—El Sr. Presidente agita la
campanilla.)
Los obreros franceses han reclamado y conseguido ya plenamente que no sea impedimento
para trabajar el marxismo, y aquí se pretende que el marxismo sea una condición previa, "sine qua
non", para el trabajo; que es también todo lo contrario. Yo he de deciros a vosotros, marxistas, que
uno de los primeros formatos del contrato colectivo que acaba de pactarse en Francia es el de los
empleados de Banca, contrato que se ha formalizado a presencia del Ministro de Hacienda, M.
Auriol, que es socialista. ¿Entre quiénes se formalizaba? Entre los patronos, de un lado, y los
Sindicatos obreros, de otro. Y, ¿cuáles eran los Sindicatos? Pues, entre otros, había los de la C.G.T.
y los Sindicatos Cristianos de Trabajadores Católicos, y el Ministro socialista asumía el poder
deliberante entre unos y otros, sin tratar de negar el trabajo a unos obreros que se llamaban
católicos. Comparad.
Segunda diferencia. Reivindicación fundamental de los obreros franceses: los contratos
colectivos de trabajo, reivindicación que lo es también de los obreros belgas, porque M. van
Zeeland, en la primera declaración que ha hecho, después de constituir su Gobierno, lo decía: “En
materia social queremos ir a los Comités paritarios y a los contratos colectivos de trabajo”; y yo
pensaba: pues los Comités paritarios se han creado en España en 1926 y los contratos colectivos de
trabajo tienen en España una raigambre nacional también de casi diez años, mientras que en Francia
apenas existían otros que los de cada taller, los de cada Empresa, no los de carácter regional o
nacional como aquí; luego no estábamos tan atrasados.
Aumentos de salarios. En Francia son uniformes; aquí son a voleo; en unos sitios son altos, en
otros medios y en otros bajos el grado de aumentos de salarios no depende de las condiciones
económicas de cada caso, de cada zona, de cada Empresa; depende de la mayor o menor presión de
cada Sindicato, de la mejor o peor preparación de cada núcleo obrero y de la temperatura política de
cada gobernador o de cada alcalde. Los aumentos de salario en Francia son moderados: del 7 al 15
por 100; los aumentos de salario en España, en algún caso, rebasan al 100 por 100. (Rumores y
78 Julio Gonzalo Soto. CEDA
79 José María Albiñana (1883-1936). Partido Nacionalista Español.
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protestas.—Un Sr. Diputado: hay jornales de seis reales.) En algunos casos se ha llegado a
extremos inconcebibles. Para los obreros de la navegación mercante se ha señalado como tipo diario
del costo de manutención 4,50 pesetas por cabeza, y yo os digo que no hay familia de la clase media
española que gaste diariamente en manutención por cabeza 4,50 pesetas. (Grandes protestas.—La
Sra. Ibárruri pronuncia palabras que no se perciben.) En el “Queen Mary”, el mayor transatlántico
del mundo, se ha fijado un tipo de 3,00 pesetas. (Rumores.—La Sra. Álvarez Resano80 pronuncia
palabras que no se entienden.—El Sr. Presidente agita la campanilla reclamando orden.) Pero,
además, hay esta diferencia: los aumentos franceses son la compensación a la baja registrada en los
salarios el año 1930 al 31, y en la industria española no ha habido baja de jornales, sino alza, desde
1930. (La Sra. Ibárruri: Siempre han sido jornales de hambre.—Rumores.) Debo decir a S. S. que
eso no se puede decir, y para demostrarlo citaré un ejemplo. Uno de los primeros contratos
colectivos que acaba de aprobarse en París se refiere, me parece, a un ramo metalúrgico y en él se
ha señalado como jornal medio, un aumento de 50 céntimos de franco por hora. Era de 4,00 francos
y pasa a 4,50 por hora, que, a base de ocho horas, que era la jornada en vigor, son 34 o 36 francos.
Yo digo a S. S. que con 36 francos en París —y al cambio actual son 18 pesetas— se vive mucho
peor que en Madrid con nueve pesetas. (Grandes rumores.—La presidencia reclama orden.)
El aumento de salarios en Francia se refiere exclusivamente a la industria y al comercio —
también esto debe tenerse en cuenta— y el español se refiere también al campo. Yo, que reconozco
que, en algunas ocasiones, en el campo español se han satisfecho jornales inferiores al mínimo de
justicia (Rumores.), he de deciros que esto supone económicamente —y no entro en el problema
para no apartarme de aspectos más importantes— una cuestión fundamental, porque un aumento de
salario en la industria puede, mejor o peor, repercutir en los precios, y, por consiguiente, puede
compensarse con relativa facilidad; pero un aumento de salario en el campo, cuando sea superior a
los márgenes de provecho industrial que existen, no tiene compensación posible, porque los precios
agrícolas están por tierra y no hay posibilidad de levantarlos, sobre todo en economías herméticas,
ano ser que empecéis por arruinar en parte al mismo proletariado de la ciudad, única manera de
mejorar al proletariado del campo.
No sé si habréis contemplado alguna vez la distribución injusta que se hace de la renta
nacional, que va, en su mayor parte, a la ciudad, a pesar de que la mayor parte de la población no
está en la ciudad, sino en el campo: un 30 por 100 de la población de España, que es la ciudad,
consume el 60 o 70 por 100 de la renta nacional, y el 70 por 100 de la población de España, que es
el campo, percibe y consume el 40 o 30 por 100 restante. Esta desigualdad no se corrige más que
con una redistribución económica, no entre obreros y patronos, sino entre la ciudad y el campo, y
ello supondría la elevación de los precios agrícolas, o sea, que el habitante de la ciudad pague más
caro el pan, el vino, las legumbres y las patatas y todos los demás productos. (La Sra. Álvarez
Resano: Quitaremos los intermediarios.)
Lo que yo quería señalar —y perdonadme esta digresión inesperada— es que la política
económica desarrollada por esta impulsión marxista, que dijérase encaminada, haya o no
posibilidad, a legalizar una especie de paraísos artificiales, forzosamente destruirá nuestra riqueza y
producción. Frente a esto, ¿qué hace; qué puede hacer el Estado? Días atrás, el Sr. Ministro de
Trabajo [Juan Lluhí81] —cuyos deseos de acierto sinceramente reconozco y proclamo— decía en
unas declaraciones: “Por ahí se cree que el Ministerio de Trabajo puede intervenir en todos los
conflictos sociales; esto no es posible, porque muchos de ellos son tramitados en forma de acción
directa y no llegan al Ministerio de Trabajo”. Fijaos bien; en forma de acción directa; esto lo dice el
Ministro, con tangente plasmación de una realidad. La acción directa, a pesar de la ley de Jurados
mixtos, recientemente aprobada, soslaya los conflictos sociales en muchos casos e impide que el
Ministerio de Trabajo actúe, y en otros, en que el Ministerio de Trabajo puede intervenir, ¿cómo lo
hace? ¿Con qué designios? Con el de la avenencia, con el de la solución cuanto más pronta mejor y
a base de una posible cordialidad. Esto es, dando un poco menos de lo que se pide por los obreros y
un poco más de lo que se otorga por las clases patronales. Pues ni ésta ni aquélla es ya posible, Sr.
Ministro, y señores Diputados de la mayoría, dentro de una economía como la nuestra y en una
situación como la que actualmente atraviesa la mayor parte de los pueblos, no sólo España; digo
que es imposible, porque el Estado, que no puede inhibirse, naturalmente, tampoco debe ser
productor. Un Estado proletario —y no os sonriáis de la paradoja— es siempre el más patronal de
todos los Estados, ya que en él no hay más que un patrono —el Estado—, ante el cual tienen que
rendirse todos los obreros. Producir, no; pero sí dirigir la producción en el sentido de administrar la
justicia económica. Yo no sé por qué el Estado, que administra la Justicia civil y la criminal, no
puede administrar la economía, determinando “a priori”, antes de que haya conflictos sociales, cuál
es la participación en la renta que corresponde al capital, inexcusable, y a la mano de obra, que es
inexcusable también, que debe ir en primer término, porque es la que representa la aportación más
alta de todas las que intervienen en el proceso de la producción.
Un Estado, Sr. Ministro de Trabajo, no puede por eso estructurarse sobre las bases
perfectamente inoperantes de la Constitución del 31, y pagáis las consecuencias de ello, aunque
vosotros las debéis pagar gustosamente, porque soy partidarios de esa Constitución. Frente a ese
Estado estéril, yo levanto el concepto de Estado integrador, que administre la justicia económica y
que pueda decir con plena autoridad: no más huelgas, no más “lock-outs”, no más intereses
usurarios, no más fórmulas financieras de capitalismo abusivo, no más salarios de hambre, no más
salarios políticos no ganados con un rendimiento afortunado, no más libertad anárquica, no más
destrucción criminal contra la producción, que la producción nacional está por encima de todas las
clases, de todos los partidos y de todos los intereses. (Aplausos.) A este Estado le llaman muchos
Estado fascista; pues si ése es el Estado fascista, yo que creo en él, me declaro fascista. (Rumores y
exclamaciones.— Un Sr. Diputado: ¡Vaya una novedad!)
Me he referido al desorden económico; pero existe otra forma de desorden no menos grave,
aun cuando sólo sea espiritual, que es el ataque al principio de autoridad. Un tratadista francés, a
quien yo sinceramente admiro, Lucien Rounier, ha dicho que todas las fórmulas de conveniencia
social y política pueden reducirse a dos: orden consentido y orden impuesto. El régimen de orden
consentido se funda en la libertad; el régimen de orden impuesto se funda en la autoridad. España
está viviendo un régimen de desorden no consentido ni arriba ni abajo, sino impuesto desde abajo a
arriba. Por consiguiente, el régimen español, que no se ha podido prever en esas fórmulas del
tratadista antes citado, es un régimen que no se funda en la libertad ni en la autoridad. No se funda
en la autoridad, aun cuando se diga que su sostén principal es la democracia; muy lejos me llevaría
un análisis del sentido integral de ese vocablo; no lo intento, pero me vais a permitir que escudriñe
un poco en el concepto degenerativo con que ahora se vive la democracia.
España padece el fetichismo de la turbamulta, que no es el pueblo, sino que es la contrafigura
caricaturesca del pueblo. Son muchos los que con énfasis salen por ahí gritando: “¡Somos los más!”
Grito de tribu —pienso yo—; porque el de la civilización sólo daría derecho al énfasis cuando se
pudiera gritar: “¡Somos los mejores!”, y los mejores casi siempre son los menos. La turbamulta
impera en la vida española de una manera sarcástica, en pugna con nuestras supuestas “soi disant”
condiciones democráticas y, desde luego, con los intereses nacionales. ¿Qué es la turbamulta? La
minoría vestida de mayoría, y ya es mucho que la ley del número absoluto, de la mayoría absoluta,
sea equivalente a la ley de la razón o de la justicia, porque, como decía Anatole France, “una
tontería, no por repetida por miles de voces deja de ser una tontería”. Pero la ley de la turbamulta es
la ley de la minoría disfrazada con el ademán soez y vociferante, y eso es lo que está imperando
ahora en España; toda la vida española en estas últimas semanas es un pugilato constante entre la
horda y el individuo, entre la cantidad y la calidad, entre la apetencia material y los resortes
espirituales, entre la avalancha brutal del número y el impulso selecto de la personificación
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jerárquica, sea cual fuere la virtud, la herencia, la propiedad, el trabajo, el mando; lo que fuere; la
horda contra el individuo. Y la horda triunfa porque el Gobierno no puede rebelarse contra ella o no
quiere rebelarse contra ella, y la horda no hace nunca la Historia, Sr. Casares Quiroga; la Historia es
obra del individuo. La horda destruye o interrumpe la Historia y SS. SS. no pueden imprimir en
España un sello autoritario. (Rumores.) Y el más lamentable de los choques (sin aludir ahora al
habido entre la turba y el principio espiritual religioso) se ha producido entre la turba y el principio
de autoridad, cuya más augusta encarnación es el Ejército. Vaya por delante un concepto en mí
arraigado: el de la convicción de que España necesita un Ejército fuerte, por muchos motivos que
no voy a desmenuzar. (Un Sr. Diputado: Para destrozar al pueblo, como hacíais.) Entre otros,
porque de un buen Ejército, de tener buena aviación y buenos barcos de guerra depende, aunque
muchos materialistas cegados no lo entiendan así, incluso cosa tan vital y prosaica como la
exportación de nuestros aceites y de nuestras naranjas.
Hecha esta declaración he de decir a su señoría, Sr. Ministro de la Guerra 82, celebrando su
presencia aquí, que lamentablemente se están operando fenómenos de desorden que ponen en
entredicho muchas veces el respeto que nacionalmente es debido a ciertas esencias institucionales
de orden castrense. Yo bien sé que algunos posos históricos de aquella tosquedad programática que
poseían los partidos republicanos del siglo XIX ha creado viejas figuras y arcaicas actuaciones
republicanas un ambiente de entredicho, de prevención, de recelo hacia los principios militares, que
acaso se puede calificar de antimilitarismo y que, sin duda alguna, por fuerza de ese impulso
transmitido de generación en generación, ha llevado a nuestra Constitución algún que otro precepto
de dudoso acierto, como, verbigracia, el que suprime los Tribunales de honor y el que excluye de
manera permanente de la más alta jerarquía de la República a los generales del Ejército. Este hecho,
que es tanto un hecho histórico como un hecho actual, explica sin duda cierta falta de tino, de tacto
—siempre exquisito debiera prodigarse— en las conexiones de la política estatal con la vida militar.
Su señoría, Sr. Casares Quiroga, se encuentra al frente de la cartera de Guerra con unas facultades
excepcionales y con unas posibilidades de desenvolvimiento del principio autoritario también
singulares. Probablemente desde Cassola acá ningún Ministro ha tenido las posibilidades de mando
que S. S. Hace veinte años, las Juntas de Defensa actuaron ardorosamente para pedir unas ciertas
garantías de inmovilidad en los ascensos, en los traslados, en los destinos, y el general Aguilera
inició una etapa de restricción del arbitrio ministerial, fundada en el establecimiento de los turnos de
antigüedad, elección y concurso, y principalmente el primero. Y mejor o peor, respondiendo al
criterio que el general Aguilera definía en aquellas palabras de que el militar no debe esperar nada
del favor ni temer tampoco nada de la injusticia, se ha llegado a los días actuales, en que dos
decretos recientes, uno de marzo y otro de junio, han establecido la más omnímoda de las facultades
ministeriales para la organización del personal militar: uno, autorizando al Ministro para declarar
disponible forzoso a quien le plazca, sin expediente, por conveniencias del servicio, sin traba de
ninguna clase, y otro, de hace pocos días, que es mucho más trascendental, permitiendo al Ministro
que toda vacante producida sea provista libremente sin sujeción a ninguna clase de preceptos. Este
hecho da a S. S. indudablemente una autoridad legal, unas posibilidades efectivas que no ha
conocido ninguno otro de los titulares de la cartera de Guerra en los últimos años.
No voy a entrar en el fondo del problema desde el punto de vista militar, aunque tampoco
quisiera desaprovechar la ocasión de decir a su señoría que le pueden acechar diversos peligros:
uno, el del paniaguadismo, cuyos brotes serían lamentables; otro, el de incurrir en preferencias de
tipo extremista, huyendo de posibles vinculaciones republicanas o antirrepublicanas, a las que se
viene haciendo referencia muy frecuente en estos últimos tiempos en la Prensa y aun en los
discursos de los personajes republicanos. Sobre el caso me agradaría hacer un levísimo comentario.
Cuando se habla por ahí del peligro de miliares monarquizantes, yo sonrío un poco, porque no creo
—y no me negaréis una cierta autoridad moral para formular este aserto— que exista actualmente
en el Ejército español, cualesquiera que sean las ideas políticas individuales, que la Constitución
respeta, un solo militar dispuesto a sublevarse en favor de la monarquía y en contra de la República.
Si lo hubiera sería un loco, lo digo con toda claridad (Rumores.), aunque considero que también
sería loco el militar que al frente de su destino no estuviera dispuesto a sublevarse en favor de
España y en contra de la anarquía, si ésta se produjera. (Grandes protestas y contraprotestas.)
El Sr. PRESIDENTE: No haga S. S. invitaciones que fuera de aquí pueden ser mal traducidas.
El Sr. CALVO SOTELO: La traducción es libre. Sr. Presidente; la intención es sana y
patriótica, y de eso es de lo único que yo respondo.
Pues bien, Sr. Presidente del Consejo de Ministros; esa máxima autoridad legal y oficial que
S. S. posee en los actuales momentos ha de sintonizar con una política de máximo y externo y
popular respeto a las esencias del uniforme, del honor militar, ese honor militar del que dijo don
José Ortega y Gasset que es el mismo honor del pueblo.
Y puesto que el debate se ha producido sobre desórdenes públicos o sobre el orden público,
¿cómo yo podría omitir un repaso rapidísimo de algunos episodios tristes acaecidos en esta materia
y que constituyen un desorden público atentatorio a las esencias del prestigio militar?
Un día, señores del Gobierno, ocurren en Oviedo unos incidentes que no quiero relatar con
una descripción detallada, aunque, si es preciso, entregaré la nota a los señores taquígrafos, con la
venia de la Presidencia; un día ocurren unos incidentes en unas verbenas entre guardias de Asalto y
el público, y como sanción espectacular se destaca de Madrid un teniente coronel o comandante
instructor del expediente, y a las veinticuatro horas, ante los guardias de Asalto (no son jefes, no son
oficiales, son guardias de Asalto, Cuerpo creado por la República y al cual, por tanto, no se le puede
poner ningún cuño ex monárquico o arcaico); ante los guardias de Asalto del décimo grupo,
reunidos en su compañía, se da entrada a un pelotón de guardias rojos, comunistas, para que
reconozcan entre aquéllos, formados en rueda de presos, a los autores de los incidentes habidos la
noche anterior en la verbena. (Un Sr. Diputado: No es exacto. Fueron acompañados del juez. ¡No
es verdad! ¡No es verdad!)
El Sr. PRESIDENTE: ¡Orden! Pida S. S. la palabra, pero no interrumpa.
El Sr. CALVO SOTELO: Podrá tener S. S. una versión; yo me atengo a la mía, que, por el
conducto que me ha llegado, reputo de toda autoridad. Y aquellos guardias de Asalto han de apretar
los labios y contener las lágrimas ante el vejamen a que se les somete. (Exclamaciones y rumores.)
Pues por ese episodio, en el que en el caso peor, que yo no lo admito dadas mis informaciones, pero
que en el caso peor hubiera podido haber alguna falta individualizable, se han decretado sanciones
colectivas. (Un Sr. Diputado: Faltas colectivas, colectivas, colectivas.—Rumores.) La falta puede
haber sido individual, pero la sanción ha sido colectiva. (El mismo Sr. Diputado: No es verdad.)
Sanción colectiva: cinco oficiales han sido destituidos, algunos trasladados, otros han pedido la baja
en el Cuerpo. (Un Sr. Diputado: Los culpables.)
Segundo episodio. Un cadete de Toledo tiene un incidente con los vendedores de un
semanario rojo: se produce un alboroto; no sé si incluso hay algún disparo; ignoro si parte de algún
cadete, de algún oficial, de un elemento militar o civil, no lo sé; pero lo cierto es que se produce un
incidente de escasísima importancia. Los elementos de la Casa del Pueblo de Toledo exigen que en
término perentorio... (Un Sr. Diputado: Falso.—Rumores.), y en efecto, a las veinticuatro horas
siguientes, el curso de la Escuela de Gimnasia es suspendido “ab irato” y se ordena el pasaporte y la
salida de Toledo en término de pocas horas a todos los sargentos y oficiales que asisten al mismo, y
la Academia de Toledo es trasladada fulminantemente al campamento, donde no había intención de
llevarla, puesto que hubo que improvisar menaje, utensilios, colchonetas, etc., y allí siguen. Se ha
dado satisfacción así a una exigencia incompatible con el prestigio del uniforme militar, porque si
se cometió alguna falta, castíguese a quien la cometió, pero nunca es tolerable que por ello se
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 148
guardia civil, separado de la pareja que acompañaba, es encerrado en la Casa del Pueblo y
decapitado con una navaja cabritera? (Grandes protestas.—Varios Sres. Diputados: Es falso; es
falso.) ¿Que no es cierto que el guardia civil fue internado en la Casa del Pueblo y decapitado? El
que niegue eso es... (El orador pronuncia palabras que no constan por orden del Sr. Presidente y
que dan motivo a grandes protestas e increpaciones.)
El Sr. PRESIDENTE: Señor Calvo Sotelo, retire S. S. inmediatamente esas palabras.
El Sr. CALVO SOTELO: Estaba diciendo, señor Presidente, que a un guardia civil, en un
pueblo de la provincia de Córdoba, en Palenciana me parece, no lo recuerdo bien, se le había
secuestrado en la Casa del Pueblo (Se reproducen las protestas.—Varios Sres. Diputados: Es falso,
es falso.) y con una navaja cabritera se le había decapitado, cosa que por cierto acabo de leer en “Le
Temps”, de París, y que ha circulado por toda España. (Exclamaciones.)
El Sr. PRESIDENTE: Su señoría ha pronunciado más tarde unas palabras que yo le ruego
retire.
El Sr. CALVO SOTELO: Y al afirmar esto se me ha dicho: eso es una canallada; entonces
yo... (Grandes protestas.)
El Sr. PRESIDENTE: La Presidencia no ha oído otras palabras que las de que era falsa la
afirmación que hacía S. S., y como las personas que a grandes gritos estaban acusando a S. S. de
decir una cosa incierta son Diputados por Córdoba, la Presidencia no tuvo nada que corregir. Su
señoría ha respondido de una manera desmedida a lo que no era un ataque.
El Sr. CALVO SOTELO: Si el Sr. Presidente del Congreso estima desmedido contestar como
contesté a la calificación de que era una canallada lo que yo decía, acato su autoridad. Puede su
señoría expulsarme del salón, puede S. S. retirarme el uso de la palabra; pero yo, aun acatando su
autoridad, no puedo rectificar unas palabras... (Grandes protestas.)
El Sr. PRESIDENTE: ¡Orden! ¡Orden! Yo no quiero hacer a S. S., Sr. Calvo Sotelo, el agravio
de pensar que entra en su deseo el propósito de que le prive de la palabra ni de que le expulse del
salón.
El Sr. CALVO SOTELO: De ningún modo.
El Sr. PRESIDENTE: Pero sí digo que se coloca en plan que no corresponde a la posición de
S. S. Si yo estuviera en esos bancos no me sentiría molesto por ciertas palabras, porque agravian
más a quien las pronuncia que a aquel contra quien van dirigidas. De todas suertes, existe al
pronunciarlas y al recogerlas un agravio general para el Parlamento, del que S. S. forma parte.
El Sr. CALVO SOTELO: Yo, Sr. Presidente, establezco una distinción entre el hecho de que
se niegue la autenticidad de lo que yo denuncia y el que se califique la exposición de ese hecho,
efectuada por mí, como una canallada. Son cosas distintas.
El Sr. PRESIDENTE: No es eso. Basta que los grupos de la mayoría lo nieguen, para que su
señoría no pueda insistir en la afirmación.
El Sr. CALVO SOTELO: Señor Presidente, a mí me gusta mucho la sinceridad, jamás me
presto a ningún género de convencionalismos, y voy a decir quién es el Diputado que ha calificado
de canallada la exposición que yo hacía; es el señor [Wenceslao] Carrillo. Si no explica estas
palabras, han de mantenerse las mías. (Se reproducen fuertemente las protestas.)
El Sr. PRESIDENTE: Se dan por retiradas las palabras del Sr. Calvo Sotelo. Puede seguir su
señoría.
El Sr. SUÁREZ DE TANGIL: ¿Y las del señor Carrillo? (El Sr. Carrillo replica con palabras
que levantan grandes protestas y que no se consignan por orden de la Presidencia.)
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 150
El Sr. PRESIDENTE: Señor Carrillo, si cada uno de los Sres. Diputados ha de tener para los
demás el respeto que pide para sí mismo, es preciso que no pronuncie palabras de ese jaez, que,
vuelvo a repetir, más perjudican a quien las pronuncia que a aquel contra quien se dirigen. Doy
también por no pronunciadas las palabras de su señoría.
El Sr. CALVO SOTELO: Voy a concluir ya. Señor Presidente del Consejo, con lo que llevo
dicho creo que queda explicado en alcance que quiero dar a los propósitos manifestados en la nota
del penúltimo Consejo de Ministros. ¿Contrición? ¿Atrición? Esa nota, como dijo el Sr. Gil Robles
con gran elocuencia, es una autocrítica implacable. Para que el Consejo de Ministros elabore esos
propósitos de mantenimiento del orden han sido precisos 250 o 300 cadáveres, 1.000 o 2.000
heridos y centenares de huelgas. Por todas partes, desorden, pillaje, saqueo, destrucción. Pues bien,
a mí me toca decir, Sr. Presidente del Consejo, que España no os cree. Esos propósitos podrán ser
sinceros, pero os falta fuerza moral para convertirlos en hechos. ¿Qué habéis realizado en
cumplimiento de esos propósitos? Un telegrama circular, bastante ambiguo, por cierto, que yo pude
leer en un periódico de provincia, dirigido a los gobernadores civiles, y una combinación
fantasmagórica de gobernadores, reducida a la destitución de uno, ciertamente digno de tal medida,
pero no digno ahora, sino hace tres meses. Y quedan otros muchos que están presidiendo el caos,
que parecen nacidos para esa triste misión, y entre ellos y al frente de ellos un anarquista con fajín,
y he nombrado al gobernador civil de Asturias, que no parece una provincia española, sino una
provincia rusa. (Fuertes protestas.—Un Sr. Diputado: Y eso ¿qué es? Nos está provocando.—El Sr.
Presidente agita la campanilla reclamando orden.)
Yo digo, Sr. Presidente del Consejo de Ministros, compadeciendo a S. S. por la carga ímproba
que el azar ha echado sobre sus espaldas... (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Todo menos
que me compadezca S. S. Pido la palabra.—Aplausos.) El estilo de improperio característico del
antiguo señorito de la ciudad de La Coruña... (Grandes protestas.— El Sr. Presidente del Consejo
de Ministros: Nunca fui señorito.—Varios señores Diputados increpan al Sr. Calvo Sotelo
airadamente.)
El Sr. PRESIDENTE: ¡Orden! Los Sres. Diputados tomen asiento.
Señor Calvo Sotelo, voy pensando que es propósito deliberado de S. S. producir en la Cámara
una situación de verdadera pasión y angustia. Las palabras que S. S. ha dirigido al Sr. Casares
Quiroga, olvidando que es el Presidente del Consejo de Ministros, son palabras que no están
toleradas, no en la relación de una Cámara legislativa, sino en la relación sencilla entre caballeros.
(Aplausos.)
El Sr. CALVO SOTELO: Yo confieso que la electricidad que carga la atmósfera presta a veces
sentido erróneo a palabras pronunciadas sin la más leve maligna intención. (Protestas.)
Señor Presidente del Consejo de Ministros, cuando yo comenté, con honrada sinceridad, que
me producía una evidente pesadumbre comprender la carga que pesa sobre sus hombros (no importa
ser adversario político para apreciar cuándo las circunstancias de un país pueden significar para el
más enconado y resuelto de esos adversarios una pesadumbre y cuándo pueden significar, por el
contrario, una holgura, un regocijo y una tranquilidad), S. S. me contestó en términos que
parlamentariamente yo no he de rechazar, claro está, pero que eran francamente despectivos,
diciendo que la compasión mía la rechazaba de modo airado, y entonces yo quise decir al Sr.
Casares Quiroga, al cual, sin haberle tratado, he conocido de lejos en la capital de la Coruña como
un... —ya no encuentro palabra que no moleste a S. S., pero que conste que no quiero emplear
ninguna con mala intención— “sport-man”, como un hombre de burguesa posición, un hombre de
plácido vivir, pero acostumbrado, sin embargo, que es lo que yo quería decir, al estilo de
improperio, porque S. S., siendo hombre representativo de la burguesía coruñesa, sin embargo, era
el líder de los obreros sindicalistas, de los más avanzados, y con frecuencia les dirigía soflamas
revolucionarias; quise decir, repito, que no me extrañaba que, en el estilo de improperio de S. S.,
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 151
tuviera para mí palabras tan despectivas. ¿Intención maligna? Ninguna. (Rumores.) Si la tuviera, lo
diría. (Más rumores.) Pero ¿adónde vamos a parar, señores? ¿Me creéis capaz de la cobardía de
rectificar un juicio que yo haya emitido aquí? Si hubiera querido ofender, lo diría, sometiéndome a
todas las sanciones. (Grandes rumores y protestas.—El Sr. Presidente reclama orden.)
Lamento que se haya alargado mi intervención por este último incidente y concluyo volviendo
con toda serenidad y con toda reflexión a lo que quisiera que fuese capítulo final de mis palabras, y
es que anteayer ha pronunciado el Sr. Largo Caballero un nuevo discurso, uno nuevo, no porque el
Sr. Largo Caballero —y esto es un elogio de su consecuencia política— cambie de ideales, sino
porque es el último, y en él, quizá con mayor estruendo, con mayor solemnidad, con mayor
rotundidez, ha acentuado su posición política. El Sr. Largo Caballero ha dicho terminantemente en
Oviedo —aquí tengo el texto, pero no es cosa de leerlo y os evito esa molestia— que ellos van
resueltamente a la revolución social, y que esta política, la política del Gobierno del Frente Popular,
sólo es admisible para ellos en tanto en cuanto sirva el programa de la revolución de octubre. Pues
basta, señor Presidente del Consejo; si es cierto eso, si es cierto que S. S., atado umbilicalmente a
esos grupos, según dijo aquí en ocasión reciente, ha de inspirar su política en la revolución de
octubre, sobran notas, sobran discursos, sobran planes, sobran propósitos, sobra todo; en España no
puede haber más que una cosa: la anarquía. (Aplausos.)
84 ORGA.
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 152
Yo no quiero incidir en la falta que cometía su señoría, pero sí me es lícito decir que después
de lo que ha hecho S. S. hoy ante el Parlamento, de cualquier cosa que pudiera ocurrir, que no
ocurrirá, haré responsable ante el país a S. S. (Fuertes aplausos.)
No basta por lo visto que determinadas personas, que yo no sé si son amigas de S. S., pero
tengo ya derecho a empezar a suponerlo, vayan a procurar levantar el espíritu de aquellos que puede
que serían fáciles a la subversión, recibiendo a veces por contestación el empellón que los arroja por
la escalera; no basta que algunas personas amigas de S. S. vayan haciendo folletos, formulando
indicaciones, realizando una propaganda para conseguir que el Ejército, que está al servicio de
España y de la República, pese a todos vosotros y a todos vuestros manejos, se subleve. (Aplausos.);
no basta que después de habernos hecho gozar las “dulzuras” de la Dictadura de los siete años, S. S.
pretenda ahora apoyarse de nuevo en un Ejército, cuyo espíritu ya no es el mismo, para volvernos a
hacer pasar por las mismas amarguras; es preciso que aquí, ante todos nosotros, en el Parlamento de
la República, S. S., representación estricta de la antigua Dictadura, venga otra vez a poner las
manos en la llaga, a hacer amargas las horas de aquellos que han sido sancionados, no por mí, sino
por los Tribunales; es decir, a procurar que se provoque un espíritu subversivo. Gravísimo, Sr.
Calvo Sotelo. Insisto: si algo pudiera ocurrir, S. S. sería el responsable con toda responsabilidad.
(Muy bien.—Aplausos.)
Yo había agradecido a la discreción del señor Gil Robles que hubiese eludido en el debate de
esta tarde tocar temas tan delicados. El Sr. Gil Robles, que tiene un cierto marcado sentido de la
responsabilidad, se daba cuenta de que era perfectamente injustificado, y más que injustificado,
censurable, el traer aquí tenas, algunos de los cuales en este momento aún están sometidos a la
acción de los Tribunales; pero el Sr. Calvo Sotelo, sin sentido alguno de responsabilidad, sin más
espíritu que el que le lleva a deshacer todo aquello que ha construido la República, todo aquello que
pueda ser afección a la República, sea el Ejército, sea el Parlamento, viene aquí hoy con dos fines:
el de buscar la perturbación parlamentaria, para acusar una vez más al Parlamento de que no sirve
para nada, y el de buscar la perturbación en el Ejército, para, apoyándose, quizá, en alguna figura
destacada, volver a gozar de las delicias de que antes hablábamos. No sueñe en conseguir éxito, Sr.
Calvo Sotelo: ni el Parlamento, cualesquiera que sean los improperios de S. S., ha de rebajarse un
ápice en su valía, en su actividad, en su fecundidad, ni el Ejército, no sólo mientras esté yo al frente
de él, sino mientras esté persona de responsabilidad y con sentido de ella, hará en España otra cosa
que cumplir con su deber, apoyar el régimen constituido y defenderlo en cualquier caso. Téngalo
por seguro S. S., aunque la risa le retoce. Me pareció notar un gesto irónico en S. S. Quizá estemos
bajo los auspicios de la suspicacia. Ni el Ejército, ni mucho menos este Cuerpo de la Guardia civil,
a quien S. S. quería traer también al palenque para erigirse en su único defensor, como si no
estuviera aquí yo dos años defendiéndolo constantemente y haciendo lo que no habéis hecho
vosotros ni con monarquía, ni con dictadura, ni con nada: darle algo más que palabras, apoyo moral
y apoyo material. Inútil, señor Calvo Sotelo. Todos esos juegos no servirán más que para revelar
una cosa: que algunas actividades van poniéndose al descubierto. (Muy bien.)
Y ahora, separado este asunto, dado el mentís que era preciso a las afirmaciones del señor
Calvo Sotelo, voy a examinar, siquiera sea rápidamente, porque la hora avanza, las afirmaciones
hechas, tanto por el Sr. Gil Robles como por el Sr. Calvo Sotelo, en orden a la proposición no de ley
que se ha presentado a la deliberación del Parlamento. Estas afirmaciones se reducen estrictamente
a esto: dada una estadística de hechos, todos ellos censurables, todos ellos reprobables, teniendo el
Gobierno en su mano los poderes excepcionales que le confiere la ley de Orden público y habiendo
hecho uso de ellos constantemente, la realidad es que estos hechos punibles no han desaparecido y,
por consiguiente, el Gobierno está fracasado.
Es necesario tener siempre muy presente, para un temperamento como el mío, el puesto que
desempeño y la responsabilidad que sobre mí pesa para no sentir, por lo menos, asombro al ver que
quienes se levantan representando a las oposiciones para acusar al Gobierno punto menos que de
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 153
tolerar actos subversivos y actos de exaltación son aquellos mismos que durante dos años, que a
muchos de nosotros nos han parecido un poco largos, han vejado, perseguido, encarcelado,
maltratado, torturado, llegando a límites como jamás se había llegado, creando un fondo de odio, de
verdadero frenesí en las masas populares, y que vengan a reprocharnos las consecuencias de todo
eso. ¡Pero si estáis examinando vuestra propia obra! (Muy bien.) ¿Es que todo el furor contenido en
las masas populares, cada una de las cuales, como se dijo aquí brillantemente, tenía en su espíritu, y
a veces en sus carnes, huellas de vuestra política, es que esto iba a corregirse en dos días y a
testarazos?
Porque así quisierais que esto se hiciera, señalaba el Sr. Gil Robles, para expresar su asombro
ante la dejadez del Estado, un caso concreto: el de las minas en que se habían encerrado los obreros
llevando consigo un ingeniero y extranjero —exacto, Sr. Gil Robles—, y reprochando al Gobierno
como caso de vergüenza, el que inmediatamente no hubiera tomado medidas vigorosas para acabar
con esa situación, que se ha terminado por vía suasoria. ¿Cuáles son las medidas que vosotros
hubierais tomado? En una mina de carbón, con dinamita, con grisú, ¿hacer bajar un piquete de
guardias de Asalto, disparar sobre los obreros y que volasen los obreros y el ingeniero extranjero y
la mina y los guardias de Asalto y todo y erigir sobre un montón de cadáveres la estatua un poco
triste de vuestra autoridad? (Muy bien.)
No ha sido, naturalmente, una cosa satisfactoria para el Gobierno tener, día tras día, que hacer
gestiones, no diré que amistosas, autoritarias, pero convincentes, para que estos hombres
abandonaran la mima. Han tardado algunos días, pero la han abandonado por imperio de la
autoridad. Si esto es mala política declaro que no me arrepiento de ella y estoy dispuesto a seguirla
siempre. (Aplausos.) En otros casos la autoridad se ha impuesto, y en esa larga lista que he leído,
casi tan impresionante como aquellas que el Sr. Calvo Sotelo daba en otras ocasiones para que
figurasen en el Diario de Sesiones, el Sr. Gil Robles trataba de fundamentar el fracaso del Gobierno.
En primer lugar, si examinásemos uno por uno los casos que figuran en las distintas listas quizá
hubiera sorpresas, porque aquellos de los que deducía S. S. nuestra gran vergüenza en el extranjero
son totalmente falsos, Sr. Gil Robles; es equivocada la información que ha recibido S. S., a pesar de
merecerle tanta confianza. Creo que S. S. citaba el caso de Canarias diciendo que nuestra escuadra
no pudo abastecerse. ¡Pero si tan pronto como llegó fue abastecida por un barco petrolero que había
allí! (El Sr. Gil Robles: Pero no el abastecimiento ordinario, por la huelga de los obreros, lo cual
no fue obstáculo para que se abasteciera un crucero alemán.—El Sr. Valle: Eso no es exacto.)
No tiene nada de particular que S. S. esté mal informado, Sr. Gil Robles. Su señoría, como el
Sr. Ministro de la Gobernación, como yo a veces, recibimos telegramas de gentes que ven
fantasmas, o que procuran verlos, y así se da el caso de que al Ministerio de la Gobernación y a la
Presidencia llegan en muchas ocasiones telegramas advirtiendo ocupaciones de fincas o incendios
de mieses o actos de sabotaje o de violencia de cualquier género y tan pronto como se encomienda a
las autoridades locales o a las autoridades provinciales, o, sobre todo, como solemos hacer, a la
Guardia civil, la investigación, se averigua que no ha habido semejantes invasiones, semejantes
incendios o semejantes violencias. Esto no es que suceda siempre; pero sí con una frecuencia tal
que resulte muy cómodo componer después estadísticas para, como dirían allende los Pirineos,
“épater le bon bourgeois”. Restos de mi señoritismo, Sr. Calvo Sotelo. (Risas.)
¡Que el Gobierno ha fracasado en cuanto a las medidas de orden público que haya tomado (y
al hablar del Gobierno, hago, como S. S., cuenta desde el 16 de febrero, haciéndome totalmente
solidario de la responsabilidad de la persona que ocupaba la cabecera del banco azul y de todos los
demás que con él formaban parte del gobierno de la República), que ha fracasado en todas las
manifestaciones de orden público! Vosotros sabéis bien que no. ¿Verdad, Sr. Calvo Sotelo? ¿Cuándo
se ven ahora por las calles aquellas magníficas manifestaciones fascistas alargando las manos,
injuriando a los Ministros, rodeando los Centros públicos, gritando, disparando tiros, etcétera? Pero,
¿dónde está todo eso? En algún sector parece que hemos impuesto un poco la serenidad. No es ahí,
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 154
ciertamente, donde ha fracasado el orden público. ¿Se trata de actos, reprobables siempre, de otro
tipo que producen una inquietud extraordinaria (no sé si era el Sr. Gil Robles o el Sr. Calvo Sotelo
quien se refería a ello), causando una impresión increíble de inquietud? Yo declaro que esa
inquietud, que no tendría justificación por los escasos actos de violencia que se han producido, no
existe. Los espectáculos públicos abarrotados, las calles pletóricas, la gente por todas partes sin
preocuparse de que pueda pasar nada extraordinario, y a pesar de esa inmensa fábrica de bulos que
tenéis preparados para lanzar todas las noches, el Ministro de la Guerra y el Ministro de la
Gobernación tan tranquilos, sabiendo que no ha de pasar nada. ¿En dónde están, pues, esos terribles
límites de inquietud a que SS. SS. querían llevarnos, como presentando a todo el país en plena
anarquía?
¡Ah! ¿Es que hay paz? No; sería insensato que yo viniera aquí a decir que existe una paz
absoluta en toda España. No; hay la relativa paz, la suficiente para que algunas regiones españolas
estos días hayan visto abarrotados sus hoteles con extranjeros que venían a buscar un poco de
tranquilidad en España; hay la suficiente para que SS. SS. y todos nosotros podamos andar por ahí
adelante sin que nadie nos perturbe, ni siquiera esos fantásticos, no sé si jinetes o simplemente
peatones, del Socorro Rojo, de los cuales tanto se habla. Porque aquí, un día, y reciente, dieron la
voz de alarma, e incluso se habló de un rapto, de un secuestro, de algo realizado por los emisarios
del Socorro Rojo en las proximidades de Madrid, hasta conseguir que un matrimonio forastero
aprontara la cantidad que se le exigía. Declaro que tanto por conducto del Ministerio de la
Gobernación como por otros medios que tenemos a nuestro alcance se han hecho todas las
investigaciones posibles para averiguar dónde, cuándo y cómo se habían realizado estos actos, y
nadie ha dado cuenta de ellos, ni siquiera aquellos que sufrieron la vejación.
Sería insensato, digo, negar que se ha producido un estado de perturbación, que afirmo es
inferior al que había hace cuatro meses, y precisamente porque el Gobierno está dispuesto a
terminar con él, sin esperar a que termine lentamente, es por lo que se ha dado la nota que salió el
otro día del Consejo de Ministros, nota que será, según vosotros, la confesión paladina de un
fracaso, pero que, desde luego, es la intención y la realidad del anuncio de una determinación firme
del Gobierno. ¿Determinación firme señalada solamente en ese telegrama circular que vio el Sr.
Calvo Sotelo? No; señalada en una serie de telegramas, en una serie de órdenes concretas a cada
provincia, en una serie de medidas que sería enojoso ir ahora exponiendo una por una, pero que se
reducen a esto: que el Gobierno está dispuesto a usar la ley en la medida que le ha sido otorgada
para acabar de una vez con todo acto de violencia y hacer que todo el mundo viva dentro de la ley.
(Muy bien.) El Gobierno está dispuesto a hacerlo, y me atrevo a asegurar que encontrará los apoyos
necesarios para que este deseo suyo lo sea del Frente Popular entero. Palabras de paz he oído esta
tarde, dictadas por la sinceridad, al Sr. De Francisco, que lo demuestran. (El Sr. Ventosa pide la
palabra.)
¿Actos violentos, actos de aquellos de que se acusaba a elementos del Socorro Rojo? Ésos ni
son del Socorro Rojo, ni son del Frente Popular, ni tienen nada que ver con nosotros. Contra ellos,
vosotros y nosotros, el Gobierno y el conjunto de las autoridades irán, pase lo que pase. ¿Que
pudiera haber desbordamientos en ciertas organizaciones en virtud de las cuales se salieran estas
organizaciones de la ley? Pues serán tratadas como organizaciones fuera de la ley. Cualquier acto de
violencia que se realice o se piense realizar, tan pronto sea descubierto por la autoridad, en el
momento será sancionado. Y será sancionado con arreglo a las normas de rapidez y de eficacia que
nos facilitan los poderes que nos han concedido a través del otorgamiento de la prórroga del estado
de alarma. Los poderes esos, no otros. Yo no sé si individualidades sueltas de los partidos, si
personas un poco bamboleantes en sus sentimientos democráticos, habrán podido pensar en poderes
excepcionales, en plenos poderes. Para mí, jefe de este Gobierno; para mí, republicano y demócrata;
para mí, hombre que ha jurado cumplir y hacer cumplir la Constitución, no hay necesidad de más
poderes que los que están dentro de las leyes aprobadas por las Cortes, y ni el partido a que
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pertenezco, ni ninguno de los que forman parte del Frente Popular, ha hablado como partido de
semejantes poderes. Políticamente los rechazamos, porque son contrarios a nuestras doctrinas.
Emplearlos sería, sencillamente, abrir el camino a la dictadura, y cualquiera que sea el placer que
ello os cause a vosotros, sabed que yo, y todos mis compañeros de Gobierno, y estoy seguro de que
todo el Frente Popular, siempre, cuantas veces se presente delante, iremos contra la dictadura.
El Sr. PRESIDENTE: ¿Me permite el señor Presidente del Consejo de Ministros que
proponga a la Cámara la prórroga de la sesión hasta que termine el debate?
El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Casares Quiroga): Con mucho gusto.
Hecha la correspondiente pregunta, se acordó, de conformidad con la propuesta de la
Presidencia.
El Sr. PRESIDENTE: Puede continuar su discurso el Sr. Presidente del Consejo de Ministros.
El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Casares Quiroga): Y desde el punto de
vista constitucional, ¿para qué hablar de eso, si es algo totalmente imposible de alcanzar? Si alguna
vez, para la rapidez en la ejecución de nuestro programa, que es el programa del Frente Popular, y
no otro, necesitamos acudir a las facilidades que da el art. 61 de la Constitución, aquí vendremos a
la Cámara a pedirlo, sencillamente. Y si alguna vez se hace preciso, como yo lo he creído, y por eso
lo he hecho desde la cabecera del banco azul, dar más rapidez, mayor velocidad a las
determinaciones de la Cámara, para que nadie pueda pedirnos que marchemos con un ritmo más
acelerado cuando resulte que nuestras iniciativas aquí se detienen, entonces, aunque no se haya
articulado de momento, propondremos una reforma del Reglamento de la Cámara.
Pero nosotros ni queremos, ni deseamos, ni solicitamos plenos poderes, ni sabemos de qué se
trata cuando de ellos se habla. El Sr. Calvo Sotelo, marchando en este camino abierto por el Sr. Gil
Robles, y aun el propio Sr. Gil Robles, en cuyos labios tenía más interés la declaración, señalaban
que las perturbaciones de orden público que pueda haber en España, ni se cortarán por la
constitución del Gobierno que deriva de un Frente Popular, el cual parece ser como un
confeccionador especial de perturbaciones, ni, sobre todo, porque hay una enfermedad endémica en
España desde hace varios años que determina que la democracia esté moribunda. En punto a opinar,
naturalmente que mis contrincantes tienen plena libertad; pero por lo menos quienes formamos en
las filas republicanas, que somos los que representamos en este momento al Frente Popular con todo
su programa íntegro, puestos de acuerdo con los compañeros proletarios, tenemos una fe absoluta,
terminante, incontestable, inconmovible en las virtudes de la democracia, y cualquiera que sea el
espectáculo que se dé, siempre arreglable y siempre arreglado dentro de los cauces de la
democracia; cualesquiera que sean los actos violentos, justificados, como es decía antes, por una
pasión contenida durante dos años, la democracia encontrará medios hábiles de acorrer con la
libertad a la curación de esos males. Es una cuestión de fe y no voy a pedir a SS. SS. que la
compartan. ¿Cómo se lo voy a pedir al Sr. Calvo Sotelo que es el antípoda?
Importaba también señalar un caso que quizá no esté de más dejar bien marcado ante la
atención de la Cámara. Se habla constantemente —vosotros os habéis hecho eco de ello— de que
todas las perturbaciones que se producen hoy en las ciudades y en el campo españoles son causadas,
cabalmente, por elementos integrantes del Frente Popular, y aun por otros que, no formando parte
de él, son afines y pertenecen a la gran masa del proletariado. También habría que examinar esto
muy de cerca, Sr. Gil Robles. También en esa larga lista de S. S. habría que ir estudiando caso por
caso para ver cuáles son las actitudes de aquellas gentes, que no quiero llamar burgueses en
contraposición de los proletarios, que por tener una cierta afinidad con vosotros, no digo que tengáis
un control sobre ellas, pero sí que tenéis una bastante y consecuente comunicación. Me refiero
concretamente a la clase patronal. ¿Es que estos patronos son siempre las víctimas? ¿No ponen
nunca dificultad ninguna? ¿No son muchas veces los que encienden la yesca que ha de producir la
llamarada de indignación en las clases populares? ¿Queréis un caso? El Sr. Gil Robles citaba un
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botón de muestra; ahí va otro: Almendralejo. Es éste uno de los términos municipales más ricos de
la provincia a la que pertenece; es un sitio donde siempre ha habido trabajo; pues bien: este año,
sistemáticamente, los patronos se niegan a darlo. Y tendrán que darlo, o nosotros estaremos de más
en el banco azul. (Muy bien.— El Sr. Daza85: Hace dos meses ha habido alojamientos forzosos de
obreros.—Fuertes rumores y protestas.—La Sra. Nelken: Un determinado señor es el dueño de casi
todo el término y no da trabajo.—El Sr. Presidente reclama orden.)
Si S. S. no lo sabe, yo voy a revelarle un secreto a este respecto. En Almendralejo la clase
patronal, siguiendo en esto determinada táctica, que no apoyo, y copiándola de otros sectores, se ha
reunido y ha constituido una especie de Sociedad, en la que se han adoptado acuerdos secretos.
¿Sabe S. S. cuál ha sido uno de ellos? Pues la ejecución de los que falten a sus decisiones. Es decir,
que aquí tenemos el pistolerismo metido en la clase patronal. (Rumores.) Cuando se lo digo a S. S.
es que lo sé. Y es que no se puede ir infiltrando en una clase, cualquiera que ella sea, el espíritu de
odio y de lucha. Nos encontrábamos antes con un fenómeno existente: la lucha de clases. Esta lucha
de clases era una realidad, no sólo por una parte, sino más especialmente por la otra. Ateneos a las
consecuencias; pero el Gobierno, que no es responsable de que estas actitudes provoquen
determinados actos, acude inmediatamente a corregirlos.
¿Y qué me decís de la Patronal madrileña? Yo no quiero traer aquí cosas minúsculas, pero esto
lo estamos viviendo. Cuando el Gobierno, haciendo uso de esa autoridad que reclamáis y
obedeciendo a dictados de su dignidad, establece ciertas bases, determinadas condiciones en el
trabajo de los obreros, los patronos se niegan a cumplirlas. Hoy es el día en que no todos las han
cumplido. Tengan la seguridad SS. SS. de que en este caso, como en otros, el Gobierno impondrá su
autoridad, sin teatralidad, sin excesos de gesto ni de palabra, porque para atribuirme a mí excesos
verbalistas ya hay que tener imaginación. (Risas.—El Sr. Gil Robles: Excesos no; exclusividades
verbalistas; no acciones.—Rumores.)
La actitud que los patronos de algunas poblaciones y la clase patronal del campo han tomado
con acritud determina una serie de luchas violentas. Yo no voy a defender a los que adoptan esas
actitudes, sino que trato de explicar el fenómeno.
¿Qué tenemos en el campo? La mayor parte de las veces, como ocurrió en el pueblo que antes
he citado, negativa sistemática de los patronos a dar trabajo. En otros sitios acuden los patronos, no
siempre, a los organismos del Estado encargados de arbitrar estos conflictos, pero no acuden
personalmente, sino que, por vivir ausentes desde siempre, mandan a unos representantes que en
realidad no tienen representación alguna y que no saben qué hacer. Otras veces, como sucedió en la
huelga del ferrocarril de Langreo, los representantes van sin instrucciones; simplemente para ver si
pasa el tiempo y se excitan los ánimos. En suma, estamos en que no sólo por un lado, sino por el
otro, se van agriando estos problemas y en que se está tratando de provocar convulsiones constantes
a las que el Gobierno no puede asistir con los brazos cruzados. El Gobierno, en cada caso, acude
con sus medios, intervienen los órganos de él a quienes competen estas cuestiones y, en resumen,
está dispuesto a sancionar dura y rápidamente a todos aquellos que no acaten sus disposiciones,
llámense patronos o llámense obreros. Sépanlo todos. (El Sr. Gil Robles pide la palabra.)
¿Que España no nos va a creer? ¿Cuál España? ¿La vuestra, ya que, por lo visto, estamos
dividiendo a España en dos? ¿Qué España no nos va a creer? Señor Gil Robles y Sr. Calvo Sotelo,
no quiero incurrir en palabras excesivas; a los hechos me remito. Ya veremos si España nos cree o
no. (Prolongados aplausos de la mayoría.)
El Sr. PRESIDENTE: Distintos Sres. Diputados han pedido la palabra. He de considerar el
acuerdo adoptado por la Cámara hace unos minutos en el sentido de que, haciendo un poco
expansiva la interpretación del Reglamento en lo que se refiere a las proposiciones no del ley,
pueden intervenir en el debate los Sres. Diputados que lo han solicitado. La Sra. Ibarruri 86 tiene la
palabra.
[DOLORES IBARRURI]
La Sra. IBARRURI: Señores Diputados, por una vez, y aunque ello parezca extraño y
paradójico, la minoría comunista está de acuerdo con la proposición no de ley presentada por el
señor Gil Robles, proposición tendente a plantear la necesidad de que termine rápidamente la
perturbación que existe en nuestro país; pero si en principio coincidimos en la existencia de esta
necesidad, comenzamos a discrepar en seguida, porque para buscar la verdad, para hallar las
conclusiones a que necesariamente tenemos que llegar, vamos por caminos distintos, contrarios y
opuestos.
El Sr. Gil Robles ha hecho un bello discurso y yo me voy a referir concretamente a él, ya que
al Sr. Calvo Sotelo le ha contestado cumplidamente el Sr. Casares, poniendo al descubierto los
propósitos de perturbación que traía esta tarde al Parlamento, con el deseo, naturalmente, de que sus
palabras tuvieran repercusiones fuera de aquí, aunque por necesidad me referiré también en algunos
casos concretos a las actividades del Sr. Calvo Sotelo.
Decía que el Sr. Gil Robles había pronunciado un bello discurso, tan bello y tan ampuloso
como los que el Sr. Gil Robles acostumbraba a pronunciar cuando en plan de jefe indiscutible —
esto no se lo reprocho— iba por aldeas y ciudades predicando la buena nueva del socialismo
cristiano, la buena nueva de la justicia distributiva, aunque esta justicia distributiva se tradujese en
hechos de gobierno, cuando el Sr. Gil Robles participaba intensamente en él, tales como el
establecimiento de los jornales católicos en el campo, de los jornales de 1,50 y de 2 pesetas.
El Sr. Gil Robles, hábil parlamentario y no menos hábil esgrimidor de recursos oratorios,
retóricos, de frases de efecto, apelaba a argumentos no muy convincentes, no muy firmes, tan
escasos de solidez como la afirmación de que hacía falta el apoyo por parte del Gobierno a los
elementos patronales. Y al argüir con argumentos falsos, sacaba, naturalmente, falsas conclusiones;
pero muy de acuerdo con la misión que quien puede le ha confiado en esta Cámara y que S. S.,
como los compañeros de minoría, sabe cumplir a la perfección, esgrimía una serie de hechos
sucedidos en España, que todos lamentamos, para demostrar la ineficacia de las medidas del
Gobierno, el fracaso del Frente Popular. Su señoría comenzaba a hacer la relación de hechos
solamente desde el 16 de febrero y no obtenía una conclusión, como muy bien le han dicho los
señores Diputados que han intervenido; no obtenía la conclusión de que es necesario averiguar
quiénes son los que han realizado esos hechos, porque el Sr. Gil Robles no ignora, por ejemplo, que
después de la quema de algunas iglesias, en casa de determinados sacerdotes se han encontrado los
objetos del culto que en ocasiones normales no suelen estar allí. (Grandes rumores.)
No quiero hacer simplemente un discurso; quiero exponer hechos, porque los hechos son más
convincentes que todas las frases retóricas, que todas las bellas palabras, ya que a través de los
hechos se pueden sacar consecuencias justas y a través de los hechos se escribe la Historia. Y como
yo supongo que el Sr. Gil Robles, como cristiano que es, ha de amar intensamente la verdad y ha de
tener interés en que la Historia de España se escriba de una manera verídica, voy a darle algunos
argumentos, voy a refrescarle la memoria y a demostrarle, frente a sus sofismas, la justeza de las
conclusiones adonde yo voy a llegar con mi intervención.
Pero antes permítame S. S. poner al descubierto la dualidad del juego, es decir, las maniobras
de las derechas, que mientras en las calles realizan la provocación, envían aquí unos hombres que,
con cara de niños ingenuos (Risas.), vienen a preguntarle al Gobierno qué pasa y a dónde vamos.
(Grandes aplausos.) Señores de las derechas, vosotros venís aquí a rasgar vuestras vestiduras
escandalizados y a cubrir vuestras frentes de ceniza, mientras, como ha dicho el compañero De
Francisco, alguien, que vosotros conocéis y que nosotros no desconocemos tampoco, manda
elaborar uniformes de la Guardia civil con intenciones que vosotros sabéis y que nosotros no
ignoramos, y mientras, también, por la frontera de Navarra, Sr. Calvo Sotelo, envueltas en la
bandera española, entran armas y municiones con menos ruido, con menos escándalo que la
provocación de Vera del Bidasoa, organizada por el miserable asesino Martínez Anido, con el que
colaboró S. S. (Muy bien.—Grandes aplausos.), y para vergüenza de la República Española, no se
ha hecho justicia ni con él ni con S. S., que con él colaboró (Prolongados aplausos.—El Sr. Calvo
Sotelo: Protesto contra esos insultos dirigidos a un ausente.—El Sr Presidente agita la campanilla
reclamando orden.) Como digo, los hechos son mucho más convincentes que las palabras. Yo he de
referirme, no solamente a los ocurridos desde el 16 de febrero, sino un poco tiempo más atrás,
porque las tempestades de hoy son consecuencia de los vientos de ayer. (Varios Sres. Diputados:
Exacto.)
¿Qué ocurrió desde el momento en que abandonaron el Poder los elementos verdaderamente
republicanos y los socialistas? ¿Qué ocurrió desde el momento en que hombres que, barnizados de
un republicanismo embustero (Muy bien), pretextaban querer ampliar la base de la República,
ligándoos a vosotros, que sois antirrepublicanos, al Gobierno de España? Pues ocurrió lo siguiente:
Los desahucios en el campo se realizaban de manera colectiva; se perseguía a los Ayuntamientos
vascos; se restringía el Estatuto de Cataluña; se machacaban y se aplastaban todas las libertades
democráticas; no se cumplían las leyes de trabajo; se derogaba, como decía el compañero De
Francisco, la ley de Términos municipales; se maltrataba a los trabajadores, y todo esto iba
acumulando una cantidad enorme de odios, una cantidad enorme de descontento, que
necesariamente tenía que culminar en algo, y ese algo fue el octubre glorioso, el octubre del cual
nos enorgullecemos todos los ciudadanos españoles que tenemos sentido político, que tenemos
dignidad, que tenemos noción de la responsabilidad de los destinos de España frente a los intentos
del fascismo. (Muy bien.)
Y todos estos actos que en España se realizaban durante la etapa que certeramente se ha
denominado del “bienio negro” se llevaban a cabo, Sr. Gil Robles, no sólo apoyándose en la fuerza
pública, en el aparato coercitivo del Estado, sino buscando en los bajos estratos, en los bajos fondos
que toda sociedad capitalista tiene en su seno, hombres desplazados, cruz del proletariado, a los que
dándoles facilidades para la vida, entregándoles una pistola y la inmunidad para poder matar
asesinaban a los trabajadores que se distinguían en la lucha y también a hombres de izquierda:
Canales, socialista; Joaquín de Grado, Juanita Rico, Manuel Andrés y tantos otros, cayeron víctimas
de estas hordas de pistoleros, dirigidas, Sr. Calvo Sotelo, por una señorita, cuyo nombre, al
pronunciarlo, causa odio a los trabajadores españoles por lo que ha significado de ruina y de
vergüenza para España (Muy bien.), y por señoritos cretinos que añoran las victorias y las glorias
sangrientas de Hitler o Mussolini. (Grandes aplausos.)
Se produce, como decía antes, el estallido de octubre; octubre glorioso, que significó la
defensa instintiva del pueblo frente al peligro fascista; porque el pueblo, con certero instinto de
conservación, sabía lo que el fascismo significaba: sabía que le iba en ello, no solamente la vida,
sino la libertad y la dignidad, que son siempre más preciadas que la misma vida. Fueron, Sr. Gil
Robles, tan miserables los hombres encargados de aplastar el movimiento, y llegaron a extremos de
ferocidad tan terribles, que no son conocidos en la historia de la represión en ningún país. Millares
de hombres encarcelados y torturados; hombres con los testículos extirpados; mujeres colgadas del
trimotor por negarse a denunciar a sus deudos; niños fusilados; madres enloquecidas al ver torturar
a sus hijos; Carbayin; San Esteban de las Cruces; Villafría; La Cabaña, San Pedro de los Arcos; Luis
de Sirval. (Los señores Diputados de la mayoría, puestos en pie, aplauden durante largo rato.)
Centenares y millares de hombres torturados dan fe de la justicia que saben hacer los hombres de
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derechas, los hombres que se llaman católicos y cristianos. Y todo ello, señor Gil Robles,
cubriéndolo con una nube de infamias (El Sr. Marco Miranda87: Y negándolo él.), con una nube de
calumnias, porque los hombres que detentaban el Poder no ignoraban en aquellos momentos que la
reacción del pueblo, si éste llegaba a saber lo que ocurría, especialmente en Asturias, sería
tremenda.
Cultivasteis la mentira; pero la mentira horrenda, la mentira infame; cultivasteis la mentira de
las violaciones de San Lázaro; cultivasteis la mentira de los niños con los ojos saltados; cultivasteis
la mentira de la carne de cura vendida a peso; cultivasteis la mentira de los guardias de Asalto
quemados vivos. Pero estas mentiras tan diferentes, tan horrendas todas, convergían a un mismo fin:
el de hacer odiosa a todas las clases sociales de España la insurrección asturiana, aquella
insurrección que, a pesar de algunos excesos lógicos, naturales en un movimiento revolucionario de
tal envergadura, fue demasiado romántico, porque perdonó la vida a sus más acerbos enemigos, a
aquellos que después no tuvieron la nobleza de recordar la grandeza de alma que con ellos se había
demostrado. (Grandes aplausos.)
Voy a separar los cuatro motivos fundamentales de estas mentiras que, como decía antes,
convergían en el mismo fin. La mentira de las violaciones, a pesar de que vosotros sabíais que no
eran ciertas, porque las muchachas que vosotros dabais como muertas, y violadas antes de ser
muertas por los revolucionarios, ellas mismas os volcaban a la cara vuestra infamia diciendo
“Estamos vivas, y los revolucionarios no tuvieron para nosotras más que atenciones.” ¡Ah!, pero
esta mentira tenía un fin; esta mentira de las violaciones, extendida por vuestra Prensa cuando a la
Prensa de izquierdas se la hacía enmudecer, tendía a que el espíritu caballeroso de los hombres
españoles se pronunciase en contra de la barbarie revolucionaria.
Pero necesitabais más; necesitabais que las mujeres mostrasen su odio a la revolución;
necesitabais exaltar ese sentimiento maternal, ese sentimiento de afecto de las madres para los
niños, y lanzasteis y explotasteis el bulo de los niños con los ojos saltados. Yo os he de decir que los
revolucionarios hubieron, de la misma manera que los heroicos comunalistas de París, siguiendo su
ejemplo, de proteger a los niños de la Guardia civil, de esperar a que los niños y las mujeres
saliesen de los cuarteles para luchar contra los hombres como luchan los bravos: con armas
inferiores, pero guiados por un ideal, cosa que vosotros no habéis sabido hacer nunca. (Aplausos.)
La mentira de la carne de cura vendida al peso. Vosotros sabéis bien —nosotros tampoco lo
desconocemos— el sentimiento religioso que vive en amplias capas del pueblo español, y vosotros
queríais con vuestra mentira infame ahogar todo lo que de misericordiosos, todo lo que de
conmiseración pudiera haber en el sentimiento de estos hombres y de estas mujeres que tienen ideas
religiosas hacia los revolucionarios.
Y viene la culminación de las mentiras: los guardias de Asalto quemados vivos. Vosotros
necesitabais que las fuerzas que iban a Asturias a aplastar el movimiento fuesen, no dispuestas a
cumplir con su deber, sino impregnadas de un espíritu de venganza, que tuviesen el espolique de
saber que sus compañeros habían sido quemados vivos por los revolucionarios. Ahí convergían
todas vuestras mentiras, como he dicho antes: a hacer odiosa la revolución, a hacer que los
trabajadores españoles repudiasen, por todos estos motivos, el movimiento insurreccional de
Asturias.
Pero todo se acaba, Sr. Gil Robles, y cuando en España comienza a saberse la verdad, el
resultado no se hace esperar, y el 16 de febrero el pueblo, de manera unánime, demuestra su repulsa
a los hombres que creyeron haber ahogado con el terror y con la sangre de la represión los anhelos
de justicia que viven latentes en el pueblo. Y los derrotados de febrero, aquellos que se creían los
amos de España, no se resignan con su derrota y por todos los medios a su alcance procuran
obstaculizar, procuran entorpecer esta derrota, y de ahí su desesperación, porque saben que el Frente
87 Vicente Marco Miranda (1880-1946). Esquerra Valenciana.
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Popular no se quebrantará y que llegará a cumplir la finalidad que se ha trazado. Por eso
precisamente es por lo que ellos en todos los momentos se niegan a cumplir os laudos y las
disposiciones gubernamentales, se niegan sistemáticamente a dar satisfacción a todas las
aspiraciones de los trabajadores, lanzándolos a la perturbación, a la que van, no por capricho ni por
deseo de producirla, sino obligados por la necesidad, a pesar de que el Sr. Calvo Sotelo,
acostumbrado a recibir las grandes pitanzas de la Dictadura, crea que los trabajadores viven como
vivía él en aquella época. ¿Por qué se producen las huelgas? ¿Por el placer de no trabajar? ¿Por el
deseo de producir perturbación? No. Las huelgas se producen porque los trabajadores no pueden
vivir, porque es lógico y natural que los hombres que sufrieron las torturas y las persecuciones
durante la etapa que las derechas detentaron el Poder quieran ahora —esto es lógico y natural—
conquistar aquello que vosotros les negabais, aquello para lo cual vosotros les cerrabais el camino
en todos los momentos. No tiene que tener miedo el Gobierno porque los trabajadores se declaren
en huelga; no hay ningún propósito sedicioso contra el Gobierno en estas medidas de defensa de los
intereses de los trabajadores, porque ellas no representan más que el deseo de mejorar su situación y
de salir de la miseria en que viven.
Hablaban algunos señores de la situación en el campo. Yo también quiero hablar de la
situación en el campo, porque tiene una ligazón intensa con la situación de los trabajadores de la
ciudad, porque pone una vez más al descubierto la ligazón que existe entre los dueños de las
grandes propiedades, que en el campo se niegan sistemáticamente a dar trabajo a los campesinos y
consienten que las cosechas se pierdan, y estas Empresas, que como la de calefacción y ascensores,
como la de la construcción, como todas las que se hallan en conflicto con sus obreros, se niegan a
atender las reivindicaciones planteadas por los trabajadores. Esto se liga a lo que yo decía antes: al
doble juego de venir aquí a preguntar lo que ocurre y continuar perturbando la situación en la
ciudad y en el campo.
Concretamente voy a referirme a la provincia de Toledo, y al hablar de la provincia de Toledo
reflejo lo que ocurre en todas las provincias agrarias de España. En Quintanar de la Orden hay
varios terratenientes (y esto es muy probable que lo ignore el Sr. Madariaga 88, atento siempre a
defender los intereses de los grandes terratenientes) que deben a sus trabajadores los jornales de
todas las faenas de trabajo del campo. ¿Qué diría el señor Madariaga si en un momento determinado
estos trabajadores de Quintanar de la Orden, como los de Almendralejo, como los de tantos otros
pueblos de España, se lanzasen a cobrar lo que es suyo en justicia? ¡Ah! Vendría aquí a hablar de
perturbaciones, vendría aquí a decir que el Gobierno no tiene autoridad, vendría aquí, como van
viniendo ya con excesiva tolerancia de estos hombres, a entorpecer constantemente la labor del
Gobierno y la labor del Parlamento.
Y que por parte de los grandes terratenientes, como por parte de las Empresas, hay un
propósito determinado de perturbar, lo demuestra este hecho concreto que os voy a exponer. En
Villa de Don Fadrique, un pueblo de la provincia de Toledo, se han puesto en vigor las
disposiciones de la Reforma Agraria, pero uno de los propietarios que se siente lastimado por lo que
significa de justicia para el campesinado, que no ha conocido de la justicia más que el poder de los
amos, de acuerdo con los otros terratenientes, había preparado una provocación en toda regla, una
provocación habilísima, señores de las derechas, que vais a ver en lo que consistía y que demuestra
la falsedad del argumento del señor Calvo Sotelo, cuando afirma que los terratenientes no pueden
conceder a los trabajadores jornales superiores a 1,50 (Rumores.— Un Sr. Diputado: ¿Quién ha
dicho eso?) Estos señores terratenientes con fincas radicantes en Villa de Don Fadrique, cuya
cosecha está valuada en 10.000 duros, tenían el propósito de repartirla entre los campesinos de los
pueblos colindantes, como Lillo, Corral de Almaguer y Villacañas. Esto, que en principio podrá
parecer un rasgo de altruismo, en el fondo era una infame provocación; era el deseo de lanzar,
azuzados por el hambre, a los trabajadores de un pueblo contra los de otros pueblos. Y que esto no
88 Dimas Madariaga († 1936). CEDA
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 161
[BENITO PABÓN]
El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra el señor Pabón (D. Benito)89.
El Sr. PABÓN (D. Benito): Señores Diputados, no pensaba hacer uso de la palabra, pero ante
las afirmaciones hechas por el Sr. Calvo Sotelo en su intervención, me he creído en el deber de
solicitarla. (Los rumores que hay en el salón y la distancia a que el orador está colocado con
relación a la mesa de los taquígrafos, impiden oírle.)
El Sr. PRESIDENTE: Señor Pabón, tenga la bondad S: S. de descender a un escaño más bajo,
89 Sindicalista independiente.
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para que pueda ser oído por los taquígrafos y por la Cámara.
El Sr. PABÓN (D. Benito): Con mucho gusto. (El orador desciende de escaño.)
Decía que el Sr. Gil Robles y el Sr. Calvo Sotelo han venido aquí con esta proposición no de
ley a acuciar al Gobierno para que emplee los resortes del Poder en contra de las masas populares,
que ellos dicen están subvirtiendo el orden nacional, pues ésta es en concreto la petición que hacen
al Gobierno, y porque eso es, sencillamente, lo que encierra esa proposición, yo, traduciendo el
sentir de una parte del pueblo español, tengo que levantarme en contra de esa proposición no de ley.
Y me he de levantar, llamándome la atención extraordinariamente que las derechas se sientan como
asustadas y asombradas de lo que está ocurriendo actualmente en España. Han olvidado ya,
seguramente, su propaganda preelectoral, aquellos carteles en que anunciaban que la venida del
Frente Popular ería la ruina total de España, que caerían sobre ella toda clase de fieros males, que el
Frente Popular representaría la destrucción inmediata de toda la economía y de todo el orden social,
que España sería una especie de infierno, conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno; y
cuando al lado de aquellas profecías jeremiacas que hacían el Sr. Calvo Sotelo y los suyos a través
de aquellas propagandas, se ve lo que ha ocurrido después del triunfo del Frente Popular, lo que
asombra es que no hayan tomado la actitud de venir aquí a cantar el fracaso de sus profecías y a
decir que, efectivamente, no había ocurrido ninguno de los males que ellos temieron. Porque,
entiéndalo bien el Sr. Gil Robles, que nos anunciaba a todo pasto que el triunfo del Frente Popular
era el triunfo de la revolución en España: toda revolución social, con sus neurosis legítimas y
naturales, produce una serie de males que nadie se puede asombrar de que se den en la realidad, y
cuando se habla de un orden que no existe, cuando se habla en nombre de unos intereses que no
están ni mucho menos en la situación de ruina que ellos afirman, sino en actitud ofensiva contra un
régimen, no hay derecho, Sres. Diputados, a pedir al Gobierno una mayor aplicación de los resortes
del Poder.
La actitud de las derechas es, sencillamente una actitud de sensibilidad enfermiza, de
sensibilidad equivocada, la de aquellos que no se asustan del desorden real que existe en la
sociedad, que no sienten el dolor inmenso que representa que haya 600.000 parados en España, que
no les produce eso una reacción sentimental, y en cambio se asustan de que haya cuatro bombas, de
que se produzcan cuatro muertes, de que existan unas cuantas huelgas. Eso no representa nada al
lado del dolor constante, terrible, que significa la existencia de ese mal latente del régimen
capitalista que ellos defienden.
Hay que proclamar con las organizaciones obreras y hay que proclamar con los elementos del
Frente Popular una verdad formidable. Aquí se ha hablado, confundiendo las cosas, de desorden
huelguístico y de atracos, y he de decir que condenados hoy, en plan teórico, por todas las
organizaciones obreras los atracos, sin embargo, esos 600.000 obreros en paro forzoso tienen razón
en todas sus rebeldías contra la sociedad y contra el Estado organizado. Un hombre a quien se le
niega el trabajo y los medios de vida, para mí tiene toda la razón rebelándose contra el Estado y
contra esta sociedad injusta que no le proporciona medios de subsistencia, y para mí, aunque sea un
atracador, es mucho más respetable ese hombre que se defiende bravamente contra esta sociedad y
contra el Estado, que todos los demás que quieren, por medio de las bayonetas y de la fuerza y la
reacción formidable de los Tribunales, apagar esta rebeldía de esos 600.000 parados españoles. Por
ello, porque reconozco que, no por la razón, sino por la fuerza, se quiere ir contra esos hombres y
resolver estos problemas, tengo que votar en contra de la proposición no de ley presentada por el Sr.
Calvo Sotelo y los suyos.
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 163
[JUAN VENTOSA]
El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Ventosa90 tiene la palabra.
El Sr. VENTOSA: Ignoro si va a votarse la proposición presentada por el Sr. Gil Robles o si
habrá de ser retirada. En todo caso, me interesa formular respecto de ella —y habré de hacerlo
brevemente dentro de los límites que fija el reglamento— el pensamiento y la posición de esta
minoría. (El Sr. Cid: Pido la palabra.) Me mueve a hacerlo el hecho de tratarse de un problema
fundamental, yo diría el más fundamental de los problemas que existen hoy planteados en España,
como es el de la situación que en los diversos órdenes de la vida española existe y el de la actitud
que en relación con la situación presente sigue el Gobierno.
Situación del país. El Sr. Gil Robles ha hecho un relato impresionante, en el cual aparecían
resumidos los datos estadísticos que en los diversos aspectos de violencia venían a concretar todo lo
que ha ocurrido en los últimos meses desde el 16 de febrero hasta el 15 de este mes. El resumen era
ciertamente impresionante; pero yo he de decir que me producía mayor alarma que la relación de
los hechos violentos, la posición adoptada por el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, que dando
pruebas de un optimismo realmente inexplicable, encontraba que la situación era bastante agradable
y bastante soportable, y yo no sé si llevado por su temperamento o por el optimismo ministerial,
llegaba a negar el carácter dramático de estos hechos, que reconocían, aunque tratara de excusarlos
y de explicarlos, los mismos representantes de las minorías socialista y comunista, el Sr. De
Francisco y la señora Ibárruri. Realmente, yo no creo que pueda entrarse en controversia con el Sr.
Presidente del Consejo de Ministros. Si a S. S. le parece que la situación no es alarmante ni es
grave, que los hechos violentos que se han producido en los últimos tiempos, y concretamente
durante el Gobierno de S. S., no colman la medida de lo soportable, yo no habré de entrar a refutar
la afirmación de S. S.; habré de dejarle la responsabilidad de esta afirmación ante España y ante el
Extranjero, que en todas partes, desgraciadamente, son conocidos los hechos que aquí han ocurrido,
y en todas partes, lo que habrá de parecer inverosímil es que un Presidente del Consejo de Ministros
encuentre que esta situación no colma la medida de lo que puede soportar una autoridad y un
Gobierno.
Yo no quiero, pues, entrar en discusión sobre esto ni quiero entrar a examinar este recurso
fácil de que las provocaciones son las determinantes de los hechos violentos. Mucho más que estos
mismos hechos violentos, que pueden ser provocados o producidos en un momento de pasión, es
lamentable el estado de subversión moral que existe en España; estado de subversión moral que se
manifiesta en las palabras de violencia, de encono, de odio, de persecución. Yo creo, Sr. Presidente
del Consejo de Ministros y Sres. Diputados, que mucho más grave que todo lo que puede decirse
respecto a hechos concretos, es el argumento que ha estado esgrimiendo la Sra. Ibárruri, con
ovaciones clamorosas de la mayoría, repitiendo en parte un argumento formulado por el mismo Sr.
Presidente del Consejo de Ministros, diciendo que lo que pasa ahora viene justificado por lo que
ocurrió dos años antes.
Yo no quiero saber lo que ocurrió. Por mi situación, soy ajeno a ello. Yo no quiero entrar a
juzgarlo; pero quiero admitir, por vía de controversia, como hipótesis, que, realmente, los que
ocuparon el Poder en el bienio pasado hubieran cometido excesos en injusticias. Pero, ¿es que los
excesos y las injusticias de unos pueden justificar el atropello, la violencia y la injusticia de los
demás? ¿Es que estamos condenados a vivir en España perpetuamente en un régimen de conflictos
sucesivos, en que el apoderamiento del Poder o el triunfo de unas elecciones inicien la caza y la
persecución y el aplastamiento del adversario? Si fuera así, habríamos de renunciar a ser españoles,
porque ello sería incompatible con la vida civilizada en nuestro país. (Muy bien.)
Pero, además, Sr. Presidente del Consejo de Ministros, no es sólo esto; es que en las palabras
90 Lliga Catalana.
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 164
de S. S. venía justificada aquella frase, que se hizo famosa no sólo aquí, sino fuera de las fronteras
de España, y que fue repetida en los periódicos franceses, de que el Gobierno era beligerante. Su
señoría en el banco azul ha aparecido hoy, una vez más, como beligerante ante los conflictos que se
producen en España, y ha tenido S. S. palabras que no pueden conducir a otro resultado que a
enconar la violencia en las luchas entre unas clases y otras y entre unos españoles y otros. (Muy
bien.) Yo, por ello, estimo todavía mucho más grave que las subversiones violentas en la calle la
subversión en los espíritus, que ha tenido hoy su representación en el banco azul, en la boca del Sr.
Presidente del Consejo de Ministros. (Aplausos.)
Pero además —y ello excluye toda discusión posible, de si son hechos espontáneos o si las
violencias de hoy pueden justificarse por las violencias de antes— hay otros aspectos de subversión
y de desorden.
Yo no quiero hacer referencia a algo que, pronunciado por el Sr. Calvo Sotelo, ha merecido
una réplica vehemente del Sr. Presidente del Consejo de Ministros; pero me voy a referir a otros
aspectos de la vida política española, que es la Administración de Justicia, respecto de la cual hace
pocos días se han discutido aquí proyectos que forman parte de un plan enunciado en los periódicos
del Frente Popular, diciendo que tienden a republicanizar la Justicia, pero que en rigor van
encaminadas a destruir la independencia del Poder Judicial, sin la cual no podría existir ni la vida en
un Estado democrático, ni aun las propias libertades individuales consignadas en la Constitución
pueden tener ni una garantía, ni una defensa, porque toda la defensa que la Constitución les atribuye
consiste en la independencia y en la autoridad del Poder Judicial. (Muy bien.) Subversión del Poder
judicial que realizáis vosotros, destruyendo lo que constituye la base y el fundamento de un Estado
democrático libre y civilizado.
Llamáis republicanizar la Justicia a someter la Justicia a vuestro pensamiento, olvidando que
por muchas que puedan ser las desviaciones que pueda tener la Justicia, los errores que puedan
cometer los magistrados y los Tribunales, indudablemente serán muchos más los errores, las
violencias y las arbitrariedades que habrá de cometer el Poder público si desaparece la
independencia del Poder judicial.
Subversión en el orden económico, manifestada en la profusión de huelgas, respecto de las
cuales yo no me he de discutir ni las reclamaciones que se formulan ni el fundamento que puedan
tener; lo que sí digo es que son huelgas que se plantean sin tener para nada en cuenta las
condiciones de la producción española ni el rendimiento del trabajo, y causando, por consiguiente,
grave daño e inminente ruina a la economía, estableciendo como dogma la lucha de clases, no para
participar en los beneficios de una economía próspera, impulsada por el Estado, sino para disputarse
famélicamente los restos de una economía destruida por la violencia, envenenada por el mismo
Poder público, con agravio de la ley y con desconocimiento del derecho. (Muy bien.)
Ésta es la situación: subversión en el orden público, subversión en el orden moral, desorden
jurídico, desorden económico que llega a culminar en el hecho de que la anarquía española tiene
una representación plástica y viviente en algo que viene a constituir como la realización práctica de
una de las conclusiones del Congreso celebrado por la Confederación Nacional del Trabajo en
Zaragoza, en la cual proclamaba como fundamento de la organización social la Comuna Libertaria.
En algunas regiones españolas está ya establecida la Comuna Libertaria, y en ella el Alcalde ejerce
una autoridad o para decir que no se paguen los alquileres o para establecer o imponer los asentados
o para intervenir en todas las condiciones de la vida agraria, destrozando la economía española.
Ésta es la situación y éste es el desorden. Yo creo que, realmente, la proposición es justa
cuando dice: esta situación no puede seguir, no puede subsistir. Ahora, yo he de declarar
sinceramente que no creo que el debate pueda conducir a nada porque, en realidad, de verdad, el
problema no es parlamentario, no es un problema que pueda resolverse ni con combinaciones
políticas ni con asistencias parlamentarias. Lo estamos viendo desde que este Gobierno está en el
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 165
Poder, mejor dicho, desde que subió al Poder el Gobierno que le precedió. Se proclama la necesidad
intangible del mantenimiento del Frente Popular; yo he de declarar, como he dicho muchas veces,
que estamos en un momento en el cual creo que toda consideración de partido tiene que
subordinarse al supremo interés del país y, por consiguiente, que me interesa muy poco en sí misma
la subsistencia o desaparición del Frente Popular; pero he de proclamar claramente que yo, que creo
que el Frente Popular pudo ser un arma electoral formidable, estoy convencido de que no puede ser
un instrumento eficaz de Gobierno porque es una combinación imposible la de marchar unidos, para
realizar una obra constructiva, los que pretenden destruir las organizaciones democráticas de la
sociedad capitalista y la organización presente y aquellos que siguen afirmando todavía que quieren
mantener las instituciones democráticas y el régimen capitalista, aunque sea con tales o cuales
condiciones. Forzosamente hay una contradicción, hay una diferencia de rutas que tienen que llevar
a unos o a otros a la impotencia y a todos a la perturbación. La consecuencia de ello que estamos
viendo, es la impotencia parlamentaria. Formula el Gobierno unas declaraciones y a esas
declaraciones responden brutalmente los hechos; se presenta una cuestión de confianza: el Gobierno
obtiene la asistencia de una gran mayoría, los aplausos fervorosos de una gran mayoría. ¿Y qué? Al
día siguiente la situación sigue exactamente en los mismos términos en que estaba antes, yo diré en
términos de mayor gravedad todavía; porque el Gobierno, para obtener la asistencia parlamentaria y
los aplausos de la mayoría y el voto de confianza, incurre en claudicaciones de palabra, cuando no
son de hecho. Por parte de los elementos socialistas y comunistas la asistencia parlamentaria no
significa otra cosa que una táctica encaminada a ir preparando una revolución, que proclaman, que
anuncian, que desean y que propugnan.
No hay más que una solución posible para poner término a esta situación. No puede consistir
la solución en combinaciones políticas ni parlamentarias, sino que la única solución consiste en que
el Gobierno realice uno de los puntos fundamentales del programa del Frente Popular: que afirme
en todo su vigor el principio de autoridad, el principio de autoridad que es indispensable en todos
los regímenes, izquierdas, derechas cualquiera que sea el matiz político, si el régimen quiere
subsistir, porque sin autoridad no puede haber más que la anarquía o un régimen de dictadura o de
fascismo. Y habéis de convenceros de que todas las amenazas y todas las supuestas o reales
provocaciones del fascismo y todos los intentos de subversión no obedecen a ninguna convicción
doctrinal; no son más que el producto del desorden que se proyecta sobre la sociedad española y
que promueve un movimiento de irritación, que no responde a ninguna convicción política, sino que
busca simplemente oponer una violencia a otra violencia. Y por ello creo que el Gobierno, éste,
cualquiera otro que ocupe el banco azul, no tiene otro camino para terminar con esta situación de
subversión y de desorden y de anarquía en que se vive en España, que imponer en todo su vigor el
principio de autoridad; que ello no significa crueldad, Sr. Casares Quiroga; que no es enviando a
unos guardias de asalto a una mina a cometer tales o cuales desmanes de una manera inhumana
como pueden corregirse las violencias. Al contrario, yo creo que no puede haber crueldad mayor
que la lenidad en el cumplimiento de la ley y en el mantenimiento del orden (Muy bien.), porque de
esa lenidad, de esa lenidad precisamente han derivado esos centenares de muertos, de heridos, de
asaltos y de incendios que han venido acompañando, para vergüenza vuestra en la Historia, vuestra
actuación en el Gobierno. (Muy bien.)
Y nada más. Creo que con esta situación en que nos encontramos no podemos dejar de hablar
con toda claridad, repitiendo aquí algo que muchos de los Diputados que forman en vuestra mayoría
repiten fuera de este salón; algo que tienen que reconocer los mismos Diputados de la mayoría
cuando van a sus respectivas circunscripciones y se enfrentan con la realidad viva y sangrante del
desorden y de la anarquía que imperan en España. (Un Sr. Diputado: Evidente.) Nosotros tenemos
que proclamarlo y tenemos que decirlo. Mantened el Frente Popular o rompedlo; haced lo que os
plazca; pero si el Gobierno actual no está dispuesto a dejar de ser beligerante para ser un Gobierno
que imponga a todos por igual, con justicia y con equidad, el respeto a la ley y al principio de
autoridad, vale más que se marche; porque por encima de todas las combinaciones y de todos los
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 166
partidos y de todos los intereses, está el interés supremo de España, que se halla amenazada de una
catástrofe. (Grandes aplausos.)
[JOAQUÍN MAURÍN]
El Sr. VICEPRESIDENTE (Fernández Clérigo): El Sr. Maurín91 tiene la palabra.
El Sr. MAURÍN: Muy brevemente para fijar la posición de mi partido. El Sr. Ventosa, en su
intervención, se quejaba de que el Gobierno es beligerante ante el problema del orden público.
Discrepo completamente de lo manifestado por el Sr. Ventosa. Yo tengo que hacer una crítica del
Gobierno precisamente porque después de haber afirmado hace aproximadamente un mes que él
sería beligerante ante el problema del fascismo, el Gobierno no es verdaderamente beligerante. El
hecho de que en esta Cámara puedan pronunciarse discursos de tipo fascista como el pronunciado
por el señor Calvo Sotelo hace unas semanas y esta misma tarde demuestra que el Gobierno da,
incluso en el propio Parlamento, toda clase de facilidades, al menos de manifestaciones, a las hordas
fascistas, a esas hordas a que antes en sentido negativo se refería el Sr. Calvo Sotelo.
Yo dije al Sr. Azaña el día 15 de Abril en esta misma Cámara: en ese Gobierno ―y en el del
Sr. Casares Quiroga la cuestión está todavía más acentuada―, en ese Gobierno hay dos
contradicciones fundamentales, y en política cuando hay contradicciones fundamentales no se va a
ninguna parte o se va, inevitablemente, al fracaso. La contradicción fundamental que se manifestaba
en el Gobierno del Sr. Azaña, y que repite ahora el del Sr. Casares Quiroga, es que en 1936, cuando
existe en el país una situación muchomás revolucionaria que en 1931 al 33, el Gobierno es menos
de izquierda, menos avanzado, menos revolucioriario que el de entonces. La presencia de tres
Ministros socialistas en el Gobierno presidido a la sazón por el Sr. Azaña tuvo en aquella época la
garantía de un sentido social progresivo que en manera alguna puede tener, aunque posean sus
hombres la mejor voluntad del mundo, el Gobierno actual formado exclusivamente por
republicanos.
Y otra de las contradicciones que indicaba al Sr. Azaña, y que señalo ahora al Sr. Casares
Quiroga, es que siendo el triunfo del F rente Popular en 16 de febrero el del movimiento de
Octubre, pues sin Octubre no existiría el triunfo del 16 de febrero, los hombres que represntan
Octubre, los hombres que simbolizan aquella gesta, no se encuentran representados de una manera
directa en el Gobierno del Frente Popular, que actualmente preside los destinos de España.
Y bien, Sres. Diputados, estas contradicciones no conducen, como he dicho, a ninguna parte,
o conducen, irremediablemente al fracaso. Hace un mes aproximadamente que este Gobierno se
constituyó, encontrándose ahora ante una ofensiva brutal por parte de la derecha e,
indiscutiblemente, con una situación caótica en todo el país.
¿Por qué esta situación del Gobierno? ¿Es que voy a suponer ahora en el Gobierno del señor
Casares Quiroga una falta de buena voluntad para cumplir los compromisos del Frente Popular? Yo
no haré esta afirmación; pero el hecho evidente es que el Gobierno, que lleva de hecho cuatro mes
es de vida ―hoy hace cuatro meses que triunfaba el Frente Popular en las elecciones―, este
Gobierno durante un tercio de año, durante una sexta parte, aproximadamente, de lo que es la vida
normal de unas Cortes ordinarias, no ha hecho, no ya la sexta parte, ni la décima, ni la centésima
parte de lo que contiene el programa del Frente Popular.
En el pacto d el Frente Popular, firmado por partidos republicanos de izquierda y firmado
también por el partido que yo represento, se hablaba, en primer término, como cuestión capital, de
una amnistía. Esta amnistía no ha sido concedida por el Parlamento. Esas masas, nos las hordas que
trataba de denostar el representante del fascismo en esta Cámara Sr. Calvo Sotelo, sino esas masas
91 POUM.
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 167
que tienen una gran vibración política, las masas que hicieron el movimiento de Octubre, las masas
que dieron el triunfo del 16 de Febrero al Frente P opular, estas masas, porque recelaban tal vez de
las posibilidades del Parlamento, arrancaban la amnistía antes de que el Parlamento se la diera. Y el
Parlamento no ha concedido todavía la amnistía prometida en el pacto del Frente Popular.
Hay más. En el pacto del Frente Popular se habla de los represaliados. El Gobierno ha
obligado a que los represaliados sean admitidos por parte de las Empresas de que fueron
despedidos; pero hay represaliados del Estado, hay hombres que tomaron parte activa en el
movimiento de Octubre, personalidades cuyos nombres, si hubieran sido fusilados como querían los
representantes de la derecha, hoy seguramente estarían inscritos en márm al lado de los de Galán y
García Hernández ―me refiero a los militares sublevados, al comandante Farrás, a Bosch, a
Luengo, a Condé, a Escofet―; y estos hombres, representantes de Octubre, estos hombres,
funcionarios del Estado, represaliados, todavía no han sido readmitidos. Se falta, por tanto, al pacto
del Frente Popular, se falta en la acción del Gobierno a las promesas del pacto del Frente Popular.
Hay más todavía, Sres. Diputados: esta suspensión permanente de las garantías
constitucionales. Yo no sé, hombres representantes de los partidos de izquierda, socialistas,
camaradas del movimiento obrero, si os dais cuenta de la gravedad que entraña por parte de un
Gobierno del Frente Popular, la suspensión permanente de las garantías constitucionales. Con la
suspensión de garantías constitucionales gobiernan las derechas; pero la clase popular progresiva,
un movimiento que tiene la garantía de contar con el asentimiento casi unánime de las grandes
capas populares, no necesita la suspensión permanente de garantías constitucionales. Es a través de
la Constitución, es a través de la democracia, es a través de la libertad, como nosotros podemos
combatir el movimiento contrarrevolucionario. ¿Os dais cuenta, señores de la izquierda y señores
socialistas, de lo que representa una educación permanente del pueblo español viviendo en régimen
constante de suspensión de garantías? ¿No es ésta una educación negativa, en el sentido de que
puedan implantarse regímenes que vayan contra la libertad, que dicen asegurar la Constitución del
año 31? Los peligros de la democracia se vencen con la democracia misma.
Aquí se habla de leyes represivas contra los jueces que dictan sentencias favorables al
fascismo. ¿Por qué no restaurar el Jurado, y un Jurado popular dictaminaría no como quieran los
jueces reaccionarios, sino como es el sentido liberal de la población? ¿Por qué no matar esos
Tribunales de urgencia, engendro equivocado de la República, que dan el poder de una manera
omnímoda a los jueces contrarrevolucionarios? ¿Por qué no establecéis la libertad de Prensa, que no
atacará las ideas progresivas, sino que determinará precisamente una gran corriente popular para
ahogar todo lo que se oponga a esta libertad del sentido progresivo de la Prensa? Y, en último
término, Sr. Presidente del Gobierno, si con la libertad de Prensa el Gobierno ve enemigos
declarados en la Prensa contrarrevolucionaria, ¿por qué no aplica una medida contra uno, dos, tres o
cuatro periódicos y no adoptar una medida general contra toda la Prensa, incluso contra la Prensa de
izquierda? Lo cierto es que hoy, para enterarnos de lo que sucede en España tenemos que leer la
Prensa inglesa, la Prensa francesa, la extranjera, en general, y aquí estamos “in albis”. Así se va
fomentando un ambiente de desconfianza, de rumor, de descontento, de ansiedad, de inquietud, y
claro es, precisamente, lo que utilizan los hombres de la contrarrevolución, en el Parlamento, en su
Prensa, en sus reuniones clandestinas, para ir creando una atmósfera contraria a la situación actual.
No nos engañemos; entre el Parlamento actual y la situación real del país va cada día,
profundizándose más un verdadero abismo. El Parlamento hoy no representa la inquietud popular,
este Parlamento representaría el anhelo que significaba el triunfo del 16 de febrero si hubiera hecho
una tercera parte del Pacto del Frente Popular; y ni la tercera, ni la décima, ni la centésima parte ha
sido llevada a cabo. ¡Ah!, entonces, ¿qué queréis que piensen centenares de miles de campesinos,
de obreros hambrientos, toda esta gente vejada por la represión de octubre, todo ese gran
movimiento popular que ha ido a una acción porque ha aspirado a una mayor justicia, pero,
también, a un mayor bienestar económico y social? ¿Por qué el Gobierno, por qué vosotros, por qué
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 168
nosotros, mayoría, por que nosotros Frente Popular, no hacemos, por ejemplo, una mínima parte de
lo que ha realizado el Gobierno de Blum a los cuatro días de posesionarse del Poder?
Hay en el país un movimiento de huelga, no de hordas, sino de masa civil, de masas
representantes de la verdadera esencia de la Nación. Si vosotros veis este gran movimiento
huelguístico, no lo atajareis ni con máuseres ni con fusiles ni con medidas represivas; ese
movimiento huelguístico, que tiene una razón de ser, lo apaciguaríais si tomaseis medidas, no de
orden coactivo, éstas para las derechas, sino medidas de índole económica para la clase trabajadora.
La semana de cuarenta horas, un salario mínimo, una garantía de que lo obreros en paro forzoso
encontrarían traba jo, todo eso liquidaría el movimiento huelguístico que actualmente existe
planteado en España. Y si no hacéis esto, representantes de la mayoría, del Gobierno, del Frente
Popular, las huelgas crecerán, habrá mayor malestar y todo esto hará que vaya intensificándose la
ofensiva de la contrarrevolución y llegará el momento, como ocurrió en 1933, en que pueda haberse
creado un divorcio, un abismo infranqueable entre la voluntad de las masas y el Gobierno del Frente
Popular. Yo no deseo eso, y, porque no lo deseo, señalo el que, a mi entender, debiera ser el camino
político seguido por el Frente Popular para salir de la contradicción actual.
Hay una situación prefascista en el país, es innegable; existe el fascismo; ataca el fascismo;
lanza bombas el fascismo; ametralla el fascismo; dispara las pistolas el fascismo; es absuelto por los
Tribunales el fascismo; habla desde los bancos de la contrarrevolución el fascismo; existe el
fascismo, y toma en este momento en España las posiciones que adopta el fascismo cuando nace en
determinados países. El fascismo de Mussolini, primeramente, no era un peligro para Giollitti; no
era un peligro para socialistas ni comunistas; eran hordas terroristas: el fascismo asaltaba la gran
campiña romana y hacía excursiones punitivas, pero no ponía en peligro la seguridad del Estado
liberal. El fascismo italiano, en sus comienzos, estaba constituido por hordas terroristas que
asaltaban los locales de los partidos socialista y comunista, pero aún no era un movimiento que
pusiera en peligro la seguridad del Estado. El fascismo, a través del terrorismo, a través de la acción
solapada y de la colaboración que le presta la gran burguesía, se prepara para una nueva entrada de
los grandes bandoleros de la Historia, como los jefes de los movimientos fascistas italiano y
alemán, que parecía que se encontraban completamente descartados, y sin embargo, vimos más
tarde que tomaban el Poder por mediación de golpes de Estado, favorecidos por la gran burguesía.
Y ésta es una situación en la que nosotros podemos encontrarnos dentro de un año, de dos o dentro
de muy poco tiempo.
El Sr. VICEPRESIDENTE (Fernández Clérigo): Llamo a S. S. la atención respecto de que es
imposible prolongar indefinidamente el debate.
El Sr. MAURÍN: Voy a terminar, Sr. Presidente. Para destruir el fascismo no bastan medidas
coercitivas, sino que hay que aplicar medidas políticas, y una medida política, principalmente,
señores del Frente Popular, es que el Gobierno responda a la constitución de este Frente, que no
haya contradicción en la constitución del Gobierno. Un Gobierno que respondiera actualmente a los
deseos de las masas populares y, por tanto, a la realidad, debería estar integrado, no solamente por
los partidos republicanos, sino por los partidos obreros, por los representantes del Frente Popular
que crean en la política de este Frente Popular.
Ese Gobierno, así formado, debería nacionalizar las tierras, los ferrocarriles, la gran industria,
las minas, la banca y adoptar medidas progresivas, como las que ha adoptado en Francia Blum; ese
Gobierno podría acabar con la amenaza fascista.
De otro modo, dentro de dos meses veremos cómo la contrarrevolución es más intensa, y tal
vez entonces sea ya tarde para contener los desmanes del fascismo, más peligroso de lo que tal vez
nosotros nos figuramos desde estos escaños.
El fascismo es hoy un peligro real en España, y hay que acabar con él con medidas represivas
y con medidas políticas como las que acabo de señalar.
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 169
92 Agrario.
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 170
[GIL ROBLES]
El Sr. PRESIDENTE: Voy a conceder la palabra, para rectificar, primero, al Sr. Gil Robles 94, y
luego, al Sr. Calvo Sotelo, y aunque hay otros Sres. Diputados que han pedido la palabra, como ha
sido presentada hace rato a la Mesa una proposición incidental, primeramente se dará lectura a
dicha proposición.
El Sr. Gil Robles tiene la palabra, y lo mismo a S. S. que al Sr. Calvo Sotelo les ruego la
mayor brevedad, en atención a que van a terminar las horas reglamentarias de sesión.
El Sr. GIL ROBLES: En atención a ese ruego de la Presidencia, voy a ser, Sres. Diputados,
extraordinariamente breve en mi rectificación. No voy a descender a detalles del discurso del señor
Presidente del Consejo de Ministros para rectificarlos uno a uno, porque mucho más que ello me
interesa, en términos generales, el tono en que el Sr. Casares Quiroga se ha producido. Quizá por
ello mis palabras de rectificación habrán de limitarse a recoger las muy elocuentes que pronunció el
Sr. Ventosa al poner de relieve cómo tal vez las frases más demagógicas que hoy aquí se han
escuchado han sido las del discurso del Sr. Casares Quiroga.
Su señoría concluía su discurso con una invocación a los hechos futuros; decía S. S. que la
España que a S. S. le interesa le creerá cuando vea sus actos. Nosotros vamos a tener la satisfacción
de ir recogiendo nuevamente día por día las muestras evidentes de la eficacia gubernamental, y un
día tras otro, en debates generales sobre el orden público o concretamente en cualquiera que en la
Cámara se presente, iremos demostrando ante la opinión pública que las medidas de S. S. no
encierran en sí eficacia de ninguna clase. Una, sí, y bien triste, tienen siempre las palabras de S. S.;
detrás de cada discurso, un recrudecimiento del espíritu demagógico; después de cada concesión a
la mayoría, una mayor perturbación del orden público. Su señoría puede tener la satisfacción de
que, mientras esta tarde buscaba el apoyo del Frente Popular y daba su señoría la sensación de que
más que director era dirigido, en las calles de Madrid se estaban asaltando las tiendas, en
demostración de la eficacia de la política del orden público del Gobierno. (Muy bien.)
Hablaba S. S. de que no era cierto que el Gobierno ni nadie del Frente Popular que no sintiera
veleidades antidemocráticas había pedido plenos poderes. No voy a leer en estos momentos textos
más o menos autorizados en gran número, sí uno de gran significación, del cual S. S. y la Cámara
me van a permitir que lea cuatro renglones.
En “El Socialista” de 13 de junio de 1936, es decir, de hace tres días, se escribía en un
editorial lo siguiente: “Preferiríamos, y lo declaramos sin dolor ni disimulo, que el régimen no tenga
que apelar a extremos procedimientos políticos; pero si no existe otro remedio, sean las fuerzas de
la coalición gobernante las que lo hagan”. Yo no sé si estas palabras encontrarán hoy dentro de la
Cámara un editor responsable; pero de lo que no cabe duda ninguna es de que reflejan el sentir de
un núcleo de los que apoyan al Gobierno. ¿Que S. S. no quiere plenos poderes? No me extraña.
¿Qué mayores plenos poderes que los que la Constitución, la ley de Orden público y las leyes
excepcionales ponen en mano de su señoría? No podrá citar S. S. el caso de ningún Estado político
que ponga en manos de un Gobierno un cúmulo tal de poderes que le asemeja a una dictadura,
aunque tenga el apoyo de una mayoría parlamentaria. ¿La mayoría no los quiere? Está en su
derecho al no quererlos; al fin y al cabo todos sus alardes de autoridad han quebrado hoy por su
base, cuando se ha sumado a las palabras más demagógicas que en este salón se han pronunciado
esta tarde.
Yo pensaba poner aquí fin a esta brevísima rectificación; pero hay algo que me interesa
recoger, porque día tras día se ha opuesto como una condenación a mis actuaciones, invocando
ejemplos de actuaciones anteriores.
94 CEDA.
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 172
[CALVO SOTELO]
El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Calvo Sotelo95 tiene la palabra para rectificar.
El Sr. CALVO SOTELO: Antes de recoger, aunque brevísimamente, algunas directísimas
alusiones y palabras del Sr. Presidente del Consejo de Ministros, quiero replicar a las que la señora
Ibarruri dedicó a cierta señorita de ciertos apellidos. Estos no han sonado en el hemiciclo, pero era
tan clara y transparente la alusión que todos hemos entendido perfectamente que la Sra. Ibarruri se
dirigía...
El Sr. PRESIDENTE: Sr. Calvo Sotelo, no ponga S. S. nombres donde no se han puesto antes.
El Sr. CALVO SOTELO: Pero, Sr. Presidente...
El Sr. PRESIDENTE: Haga S. S. las alusiones en la misma forma en que las ha escuchado,
pero no ponga nombres donde no se han pronunciado.
El Sr. CALVO SOTELO: Tan clara y tan transparente es la alusión que, efectivamente, no es
95 Renovación Española.
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 173
preciso poner nombres y apellidos, porque todos los hemos percibido con claridad.
En aras de un deber de caballerosidad he de decir que esa señorita no acaudilla ninguna de las
organizaciones de tipo delincuente... (La Sra. Ibarruri: El famoso coche con los impactos, desde el
que se asesinó a Juanita Rico, es un testigo de mayor excepción.) Y, en segundo lugar, me permito
indicar que los apellidos del padre de esta señorita no pueden suscitar el menor rescoldo de odio ni
de pasión en ningún buen español, porque fue él quien pacificó Marruecos. (Rumores y protestas.—
La Sra. Ibarruri: ¡Vamos!) ¿Cómo que vamos? ¿Es que cabe desconocer que muchos de los que se
sientan ahí y allí (Señalando varios escaños de la mayoría.) colaboraron con el general Primo de
Rivera? (Fuertes rumores.—Entre varios Sres. Diputados se cruzan palabras que no se perciben
claramente.—El Sr. Presidente reclama orden.)
Rectificado esto, he de recoger algunas alusiones del mismo Sr. Diputado, diciendo que yo no
he defendido, antes al contrario, he impugnado los salarios irrisorios de 1,50 pesetas. He impugnado
éstos y otros que, aun siendo bastante superiores, resultan siempre inferiores al minimum vital de
dignidad y de justicia reclamable.
Voy a contestar ahora, rapidísimamente, unas palabras y conceptos concretos del Sr. Casares
Quiroga. Su señoría ha querido darme una lección de prudencia política, y yo, que soy modesto,
jamás desdeño las lecciones que se me puedan dar por compatriotas míos, en quienes reconozco,
por regla general y “a priori”, una superioridad, y cuando no se la reconozca por sus dotes
personales me basta con que desempeñen una función pública para que yo, disciplinado siempre,
estime “a priori”, repito, que tienen derecho a fulminarme un anatema, a señalarme un camino o a
imponerme una rectificación.
Ahora bien, Sr. Casares Quiroga; para que S. S. dé lecciones de prudencia, es preciso que
comience por practicarla, y el discurso de S. S. de hoy es la máxima imprudencia que en mucho
tiempo haya podido fulminarse desde el banco azul. ¿Imprudente yo porque haya tocado el
problema militar y hablado concretamente del desorden militar? Y esto lo dice un orador, un
político que se vanagloria —lo ha declarado con reiterada solemnidad esta tarde— de demócrata y
parlamentario. Se ha dicho del Parlamento, con referencia al inglés, que es tan soberano, que todo lo
puede hacer menos cambiar un hombre en una mujer, y si un Parlamento lo puede hacer todo, ¿no
va a poder servir para hablar de todo, siempre que la intención que guíe al orador sea (Rumores.) —
y en este caso la mía lo era plenamente, y no admito dudas o torcidas interpretaciones sobre este
punto— patriótica y responda a una preocupación nobilísima de orden público y de interés
nacional?
Ésta es la deducción que obtengo de las palabras de S. S., Sr. Casares Quiroga, y por eso las
comento y por eso las repudio. Yo he aludido al problema militar, al desorden militar en
cumplimiento de un deber objetivo político y de un deber temperamental. Yo no me presto a
faramallas, no me sumo a convencionalismos. Yo, que discrepo, honradamente lo digo, del sistema
parlamentario democrático, como tengo una representación con que mis electores me han honrado
en los tres Parlamentos de la República, vengo aquí en aras de esa representación, a decir
honradamente lo que pienso y lo que siento, y sería un insensato insincero y faltaría a los más
elementales deberes de veracidad, si en una especie de rapsodia panorámica sobre el problema del
desorden público como la que he hecho esta tarde, fuera a omitir lo que dicen, piensan y sienten
millones de españoles acerca del desorden en todas sus magnitudes y en especial en cuanto
concierne a las instituciones militares. Para mí el Ejército (lo he dicho fuera de aquí y en estas
palabras no hay nada que signifique adulación), para mí el Ejército —y discrepo en esto de amigos
como el Sr. Gil Robles— no es en momentos culminantes para la vida de la patria un mero brazo, es
la columna vertebral. Y yo agrego que en estos instantes en España se desata una furia
antimilitarista que tiene sus arranques y orígenes en Rusia y que tiende a minar el prestigio y la
eficiencia del Ejército español. ¿Que S. S. ama al Ejército? No lo he negado. ¿Que trata de servir al
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hechos. Bien, Sr. Casares Quiroga. Lo repito, mis espaldas son anchas; yo acepto con gusto y no
desdeño ninguna de las responsabilidades que se puedan derivar de actos que yo realice, y las
responsabilidades ajenas, si son para bien de mi patria (Exclamaciones.) y para gloria de España, las
acepto también. ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey
castellano: “Señor, la vida podéis quitarme, pero más no podéis.” Y es preferible morir con gloria a
vivir con vilipendio. (Rumores.) Pero a mi vez invito al Sr. Casares Quiroga a que mida sus
responsabilidades estrechamente, si no ante Dios, puesto que es laico, ante su conciencia, puesto
que es hombre de honor; estrechamente, día a día, hora a hora, por lo que hace, por lo que dice, por
lo que calla. Piense que en sus manos están los destinos de España, y yo pido a Dios que no sean
trágicos. Mida S. S. sus responsabilidades, repase la historia de los veinticinco últimos años y verá
el resplandor doloroso y sangriento que acompaña a dos figuras que han tenido participación
primerísima en la tragedia de dos pueblos: Rusia y Hungría, que fueron Kerensky y Karoly.
Kerensky fue la inconsciencia; Karoly, la traición a toda una civilización milenaria. Su señoría no
será Kerensky, porque no es inconsciente, tiene plena conciencia de lo que dice, de lo que calla y de
lo que piensa. Quiera Dios que S. S. no pueda equipararse jamás a Karoly. (Aplausos.)
[ENRIQUE DE FRANCISCO]
El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra para rectificar el Sr. De Francisco96.
El Sr. DE FRANCISCO: Me doy perfecta cuenta del cansancio de la Cámara, y, por lo tanto,
pienso ser brevísimo. Pero no puedo dejar de recoger algunas de las manifestaciones hechas por los
Sres Cid, Gil Robles y Calvo Sotelo, que no deben quedar sin rectificación.
El Sr. Cid, como es costumbre, ha relatado aquí una serie de hechos que, por lo visto, conoce
de referencia, y que imputa a los trabajadores de varias localidades.
Hemos dicho anteriormente que no justificamos ningún acto de violencia, realícelo quien lo
realice; pero afirmamos que casi siempre hallamos perfecta explicación para esos mismos hechos,
por dolorosos que nos parezcan. Hubiera sido muy interesante que el Sr. Cid, como otros señores, al
hacer relatos de estos hechos, que merecen la condenación de todos, se hubiera preocupado,
obedeciendo a los dictados de la sinceridad y hasta de la nobleza, de citar las causas a que en la
totalidad o en la inmensa mayoría de los casos responden estos hechos, y nos hubiéramos
encontrado, yo estoy seguro de ello, con que todos responden a un estado de excitación, de
irritación, que no son hechos realizados, como decía nuestra compañera Dolores Ibarruri, por el
placer de realizarlos, por gusto de realizarlos, sino que, como todos los hechos, tienen una causa a la
que responden, y para mí no es otra que ese estado de desesperación a que les llevan en todos los
casos los señores a quienes SS. SS. representan aquí políticamente: los dueños de las tierras, los
dueños de las industrias, que les condenan al hambre, que les persiguen como a verdaderas fieras y
que se conduelen más de que una oveja se coma sushijos que de que un padre hambriento se coma a
los suyos. Ese es un hecho real. Si no hubiera otras causas de orden económico, de raíz económica,
por la codicia de los patronos, de los terratenientes, que producen ese estado de desesperación de las
clases obreras, tenga la seguridad S. S. de que esos hechos no habrían de producirse.
Nosotros nos hemos pasado la vida luchando cerca del Estado, frente a los patronos,
reclamando legislación de carácter social que dulcificara las luchas entre patronos y obreros;
vosotros, resistiéndoos a que se creara esa legislación; y cuando se ha creado, conculcándola o
volviéndola a destruir con vuestra nueva legislación. Las clases trabajadoras, educadas ya en esos
procedimientos, queriendo exraer de ellos o percibir de ellos los beneficios que esperaban, se
entregaban de lleno a esa acción, y ¿cuál ha sido el gesto de los patronos codiciosos a quienes
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vosotros representáis? Cerrarles todas las puertas del derecho, absolutamente todas; hacer que
lleguen a este estado de desconfianza o de indiferencia hacia la legislación social, y echáis sobre
nuestras espaldas la tarea de volver a levantar el espíritu de estas gentes, haciéndolas confiar en que
el régimen republicano democrático las restituya en sus derechos, en que puedan utilizarlos en
forma y en que de ello se deriven los beneficios que siempre de ellos habían esperado. Sois
vosotros, o vuestros representados, los que lleváis a las gentes a este estado de desesperación; no
debéis extrañaros de los frutos, si es esa la semilla que sembráis.
El Sr. Calvo Sotelo ha hecho una serie de consideraciones que yo no he de recoger, porque se
refieren a cuestiones de doctrina. Es muy aficionado a hablar de marxismo, y yo creo que no se ha
enterado, a pesar de toda su cultura, el Sr. Calvo Sotelo, de lo que eso significa, puesto que ahora
parece que nos descubre que el partido socialista se inclina hacia el marxismo. (Rumores.) Esto dijo
en su primer discurso; lo he percibido bien y lo he anotado. Y lo dijo no queriendo enterarse, u
olvidando de modo deliberado, que el partido socialista, desde su fundación, responde a los
principios marxistas, a la doctrina creada por Carlos Marx, que por eso se denomina marxista.
(Risas.) De modo que no es ningún descubrimiento.
Ya he dicho que no voy a entrar en este género de consideraciones, por razón de la hora y
porque no quiero molestaros. Pero ha hecho una afirmación que no es nueva en esta Cámara; se ha
hecho de modo reiterado, y a estas alturas tengo que afirmar que se hace con deliberada mala fe.
Solamente así se puede sostener, Sr. Calvo Sotelo, y es ya una expresión hasta impropia de S. S.,
que hombres del partido socialista, o el partido socialista; han colaborado con la Dictadura. Esa es
una afirmación que S. S., ni ninguno de los hombres de la Dictadura, ni nadie que conozca los
hechos históricos de nuestro país, puede sostener sino de un modo caprichoso (El Sr. Fuentes Pila
pide la palabra.―Rumores.), nunca probando los hechos. (El Sr. Calvo Sotelo: ¿Me permite S. S.
una interrupción? Yo he conversado en el despacho del general Primo de Rivera sobre problemas
políticos de Asturias varias veces con el Sr. Llaneza.―Rumores.) ¿Y qué? Señor Calvo Sotelo, por
si el argumento le sirve a S. S. para el día de mañana, tengo que decirle a S. S. que yo he estado
hablando con el general Primo d Rivera dos veces en su despacho. Se lo digo por si quiere un dato
más. (Rumores.―El Sr. Calvo Sotelo: Y en Mieres, ¿no colaboró ningún socialista?―Siguen los
rumores.―El Sr. Presidente agita la campanilla.―El Sr. Fuentes Pila: Yo he tomado champán
debajo de un retrato de Pablo Iglesias, en la mina San Vicente, con esos señores.―Señalando a la
minoría socialista.―Continúan los rumores y las llamadas al orden del Sr. Presidente.)
El Sr. PRESIDENTE: Señor Fuentes Pila, que ya ha pedido S. S. la palabra.
El Sr. FUENTES PILA: He dicho. (Risas.)
EL Sr. DE FRANCISCO: Señor Calvo Sotelo, yo he ido al despacho del general Primo de
Rivera en dos ocasiones, de la misma manera que fueron el difunto compañro Llaneza y otros
hombres del partido socialista. (El Sr. Fuentes Pila prouncia palabras que no se perciben.―El
señor Presidente agita la campanilla.) ¿Me quiere dejar el Sr. Fuentes Pila exponer, con la torpeza
que yo hablo siempre, lo que tengo que decir? (El señor Fuentes Pila interrumpe.)
El Sr. PRESIDENTE: Ruego a S. S. que aplaque los nervios, y si no, me veré obligado a
imponerle un correctivo reglamentario. (Muy bien. Rumores.) ¡Orden!
El Sr. DE FRANCISCO: Fuimos allí, como hemos ido a los despachos de otros Ministros en
situaciones políticas liberales o conservadoras, a recabar lo que estimábamos en derecho, pero no a
realizar una colaboración, palabra de cuyo significado S. S. debe saber más que yo. (El Sr. Calvo
Sotelo: Perdone S. S., y es la última interrupción. El Sr. Llaneza conversaba con el Sr. Presidente
del Consejo de Ministros en mi presencia sobre proyectos de decreto-ley relativos a algunas
minas...―Rumores y protestas.) El compañero Llaneza, a quien me he honrado en conocer
profundamente, así como su elevación moral, su honradez en la conducta y su integridad en la
acción política, era absolutamente incapaz, como lo son todos los hombres del partido socialista, de
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por cierta clase de amenazas, antes de dar pie, de dar margen, de dar facilidades para que triunfarais
en vuestros propósitos ―lo dije ya antes―, plenos poderes y lo que fuera. (Aplausos.―El Sr. Gil
Robles: ¡Qué dirá de eso el Sr. Casares Quiroga!)
[PROPOSICIÓN INCIDENTAL]
El Sr. PRESIDENTE: Se va a dar lectura a la proposición incidental que ha llegado a la Mesa
y de que antes dí noticia.
El Sr. SECRETARIO (Trabal): Dice así:
“A las Cortes.―Los Diputados que suscriben, como resultado del debate producido al
discutirse la proposición no de ley firmada por los grupos de oposición, proponen:
Que el Congreso declare no haber lugar a votar la proposición indicada y en su lugar se vote
la confianza de la Cámara al Gobierno para la realización del programa del Frente Popular.
Palacio del Congreso, 16 de junio de 1936.―Marcelino Domingo.―Luis Fernández
Clérigo.―Enrique de Francisco.―José A. Trabal.―Emilio Palomo.―José Andrés y Manso.―
Leandro Pérez Urria.―Ángel Galarza.―José Tomás Piera.―Domingo Palet y Barba.―José
Díaz.―Siguen las firmas hasta 20.”
El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Domingo tiene la palabra.
El Sr. GIL ROBLES: Pido la palabra para una cuestión reglamentaria. Que se lean los
artículos 99 y 100 del Reglamento.
El Sr. PRESIDENTE: Un Sr. Secretario procederá a la lectura de dichos artículos.
El Sr. SECRETARIO (Trabal): Dicen así:
“Articulo 99. Los Diputados podrán presentar proposiciones que no sean de ley, encaminadas
a una de estas tres finalidades:
a) Que se resuelva “no haber lugar a deliberar.
b) Que se dé cierta tramitación a un asunto o incidencia; y
c) Que el Gobierno o la Cámara, formule declaración sobre una materia”.
El Sr. GIL ROBLES: Me basta.
El Sr. GALARZA: Pido la palabra para que se dé lectura al artículo 101 del Reglamento.
El Sr. PRESDI ENTE: Así se hará por un señor Secretario.
El Sr. SECRETARIO (Trabal): Dice así:
“Art. 101. La proposición incidental podrá surgir en el curso de cualquier debate, habrá de
tener relación directa con el asunto que sediscuta y no podrá perseguir otro propósito que resolver
una dificultad suscitada o incidcnte producido, o señalar el tramite procedente en determinada
cuestión.”
El Sr. GALARZA: Me basta.
El Sr. GIL ROBLES: Dos palabras sobre la cuestión reglamentaria.
He pedido la lectura del art. 99, para que quede bien de manifiesto el procedimiento anómalo
que va a poner en práctica la mayoría.
Aunque el Sr. Galarza, siempre tan propicio a cuestiones reglamentarias, pretenda que esta sea
una proposición incidental, en rigor se trata de una imposición de “no ha lugar a deliberar” un poco
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disfrazada. (Denegaciones.)
Lo que ocurre es que os ha parecido un poco anómalo que al cabo de seis horas de estar
discutiendo, fuerais a decir que no había lugar a deliberar, y la habéis substituido con esa fórmula
más peregrina de “no ha lugar a votar”.
No tengo interés más que en poner de manifiesto esta anomalía. Por lo demás, podéis votar la
confianza. Sobre todo, los grupos republicanos de la mayoría van a marchar completamente
satisfechos. En sus circunscripciones se lo contarán a partir del día próximo. (Rumores.―El señor
Gil Robles y los señores que ocupan los escaños próximos abandonan et salón.)
El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra el señor Galarza.
El Sr. GALARZA: Al escuchar que el Sr. Gil Robles pedía lectura de los arts. 99 y 100 del
Reglamento, solicité que se hiciera también la del art. 101, porque ésta no es una proposición de “no
ha lugar a deliberar, sino una proposición de “no ha lugar a votar”; es decir, una proposición
incidental que trata de señalar el trámite procedente en determinada cuestión. Habrá alguien que
pueda decir que con votar en contra de la proposición no de ley está resuelto todo; pero como la
proposición no de ley está habilidosamente redactada, para poderla explotar fuera de la Cámara
diciendo que la mayoría ―republicanos, socialistas y comunistas― ha votado en contra de una
proposición en la que se pedía que se restableciese el orden público, nosotros no podíamos caer en
esa habilidad de las derechas, y decimos: eso no corresponde votarlo; lo que corresponde votar,
como consecuencia del debate, es la confianza en el Gobierno. (Aplausos.)
El Sr.PRESIDENTE: La interpretación que ha dado la Mesa a la proposición suscrita por el
Sr. Domingo se acomoda perfectamente a las manifestaciones del Sr. Galarza, y no cree que se haya
excedido en la interpretación del Reglamento poniéndola a discusión con preferencia a la
proposición antes discutida. El Sr. Domingo97 tiene la palabra.
[MARCELINO DOMINGO]
El Sr. DOMINGO: Señores Diputados, con motivo del problema del orden público, se ha
promovido un debate al que todos hemos asistido; por algunos de los discursos pronunciados en el
debate precisamente por quienes lo han promovido y últimamente por la actitud que acaban de
adoptar, cabe pensar que, sin duda, no contribuirán en lo más mínimo al restablecimiento del orden
público en España, en aquellas zonas donde el orden público esté alterado. No hay duda alguna
sobre que, si en el problema de orden público hay un sector que tenga interés fundamental en
mantenerlo y defenderlo, este sector es el Gobierno y la fuerza que asiste parlamentariamente al
Gobierno, en todo momento, en toda ocasión, pero principalmente en aquel momento y en aquella
situación en que el Gobierno y la fuerza política que le sostiene tienen un compromiso solemne ante
el país, que es el de cumplir una obra fundamental para el desenvolvimiento de la historia política
de su Patria.
Si no bastara este convencimiento para fundamentr esta posición, en el debate de esta tarde se
habría advertido con toda claridad este hecho: que había interés por conservar el orden público en
aquellas fuerzas políticas que no han promovido este debate, y que había interés, basándose en el
problema del orden público, en continuar la perturbación del Orden público, en quienes han
promovido el debate. (Muy bien.)
No puede hacerse ―y voy a ser muy breve en mi intervención― un compartimiento estanco
en la política de un país por la actuación de cada Gobierno; el Gobierno de hoy hereda el problema
moral que deja pendiente el Gobierno de ayer, y cada Gobierno es heredero, en poco o en mucho, de
la situación que deja el Gobierno anterior. En el debate promovido se ha querido dar a entender, en
síntesis, por quienes lo promovieron, que en España la democracia primero, la República después y,
en definitiva, dentro de la República, los Gobiernos de izquierda, estaban incapacitados para la
conservación y garantía del orde n público, y se atenían, para justificar esta actitud, a la situación
presente de la realidad española. Por fortuna o por desventura, pueden establecerse comparaciones,
no remotas, sino inmediatas, para señalar cómo la situación actual de orden público es una herencia
de otro régimen, de otras situaciones políticas y de otros Gobiernos.
Yo no quiero calibrar la anormalidad y la gravedad del momento presente, pero digo que era
más grave la situación de España durante la monarquía, en 1909, cuando en una sola ciudad,
Barcelona, ardía casi todo; entonces gobernaba a España la monarquía y, dentro de la monarquía,
una fuerza conservadora. Más grave era la situación en 1917, cuando, por la actitud del régimen,
hubo de convocarse una asamblea de parlamentarios en Barcelona, y siguió a la asamblea de
parlamentarios un movimiento revolucionario de gran volumen. Más grave fue la situación
producida en 1921, como consecuencia de una descomposición de los organismos del Estado a que
no se ha llegado en ningún momento en la República, situación de descomposición que determinó la
catástrofe de Annual. Mucho más grave en 1923, cuando hubo necesidad de producir una
sublevación militar, porque, agotados todos los partidos del régimen, fue necesario acudir a un
general insurrecto para salvar, con una situación de fuerza, la monarquía. ¿Quiere ofrecerse la
monarquía como un régimen de superioridad en la conservación del orden público en parangón con
la República? Pues ahí quedan todos esos hechos para evidenciar, primero, la herencia; segundo, la
inferioridad.
Pero después viene la Dictadura, porque la Dictadura la ha vivido España: dictadura fuerte,
dictadura absoluta; y en la Dictadura se produjo un hecho ―no citaré otros―, un hecho, el de la
sublevación de las fuerzas en Ciudad Real, como no ha conocido otro la República; dentro de este
hecho tiene que señalarse, paralelamente, otro, y es el de la actitud que hubo de adoptar el poder
público con una fracción del Ejército por su actitud insurrecta frente a la Dictadura. ¿Puede
compararse esta situación de hoy con aquella situación de la Dictadura? Pues, Monarquía y
Dictadura ofrecen esta realidad: una herencia de trastorno moral, de perturbación política, de
desorden público, que se traslada a la República y que le deja a la República como herencia, y en
ensayo de otros regímenes que hoy se nos ofrecen como solución, situaciones de desorden público
más graves que la situación de desorden público que en un momento revolucionario que no se ha de
olvidar, tiene la República.
Pero es que a favor de la República ha de señalarse un hecho, y es que la República aspira a
instaurar un régimen de paz en España, tanto, que la República produce su movimiento
revolucionario de cambio de régimen sin que tenga lugar en nuestro país una sola de estas
conmociones que actualmente se registran; es decir, las fuerzas revolucionarias republicanas
producen un cambio de régimen sin par en la Historia, señalado por su elegancia, dignificado por su
gesto generoso, magnificado por su tránsito de paz. Nunca, en ningún país, se ha producido un
cambio político como el cambio político que se ha registrado en España por la acción de los
revolucionarios republicanos determinando el cambio de régimen.
¿Qué es lo que dentro de la República, nacida en paz, determina otra vez el que entre en ella
la herencia de perturbación legada por la Monarquía y la Dictadura, y vuelva la guerra? Primero, las
pastorales del cardenal Segura, que señalan una actitud insurrecta de la Iglesia; después, el anuncio
de los alzamientos del Norte, que se preparan y señalan como amenaza contra el régimen; más tarde
el movimiento militar del 10 de Agosto; es decir, no son las fuerzas sociales avanzadas ni las
fuerzas republicanas liberales las que determinan, o al instaurar el régimen o al desenvolverlo, una
situación de desorden público, sino que son las derechas, las fuerzas que se sostienen en las
derechas, las que ahora reclaman que se mantenga el orden público, quienes dentro de la República
que se inició con paz, que se desenvolvió en paz, producen nuevamente la perturbación política y el
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contrario.
En las masas populares, por el hambre o por la persecución, desencadenaron todos los afanes
de represalia que hoy son los que aparecen.como impulsos incontenibles en muchos de los hechos
que se producen en las calles, y no pensando que un día unos hombres de izquierda podrían ser los
que en nombre de estos partidos gobernaran, se lanzaron a la difamacíón más escandalosa y a estos
hombres políticos, a unos los encarcelaron sin respetar su prestigio, hundiéndolos en un buque,
infamándoles con toda las acusaciones, a otros les lanzaron encima todos los vilipendios, los
disminuyeron en su autoridad, en su crédito público, en su representación política, en su
popularidad; es decir, envenenaron y desencadenaron las pasiones populares, y a los hombres que el
día en que se gobernara en nombre de las izquierdas, habrían de gobernar, les disminuyeron en su
autoridad, les rebajaron, les empequeñecieron. El resultado había de ser natural; han sido más
fuertes que nunca las pasiones populares, más disminuidos que nunca en su confianza ante la
opinión los hombres representativos de los partidos de izquierdas. Piden ahora contención en las
masas; la habrían tenido si no las hubiera n sublevado. Piden ahora autoridad omnímoda a los
hombres de las izquierdas; tendrían la autoridad que por sus propios merecimientos debían tener, si
ellos no se la hubieran restado. (Aplausos:)
Y ahora, ya en la oposición, vencidos, no se sabe con qué finalidad, no he de entrar a
averiguarlo ya a estas horas, no se sabe con qué finalidad, alentando, o armando o pagando a
quienes producen provocaciones que excitan esta cólera popular y la desmandan, y, por otro lado,
producido el efecto de la provocación y creado el estado de espíritu justo que una provocación de
éstas ocasiona, por todos los medíos procuran extender un pánico que determine un hundimiento en
nuestra moral y que, en definitiva, siendo ellos los vencidos en la lucha, sean los que, por esta
situación moral que se crea en nosotros, venzan en nuestra moral.
Cuando se les ve, se advierte con verlos y oírlos que no tienen nada que hacer en la
República, que no la han sentido jamás. La República es un régimen para hombres, para hombres
que sienten su deber sin apocamientos, sin histerismos; para hombres que no vengan al régimen con
reservas mentales; para hombres que se entreguen plena y fervientemente al sentido creador de las
instituciones republicanas; para hombres que adviertan el momento magnífico que vive España, aun
con todos estos trastornos, aun con todos estos episodios dramáticos, aun con todas estas
alteraciones, el momento magnifico que vive España, entrada en cauces nuevos, señora de sus
destinos, con fuerte emoción histórica, con afán de horizontes y con impulsos en su alma para llegar
al horizonte donde mira su afán. Quien no tenga este espíritu creador no está en la República. No
están en la República esos hombres que se van del Parlamento cuando en el Parlamento se debaten,
con altura, temas republicanos. (Muy bien.) No están en la República, y es preferible que por estas
actitudes se vayan descubriendo, y que se vayan descubriendo en momentos como éste, en que, con
invocación del orden público, se advierte que los fomentadores del desorden público son ellos; tan
fomentadores, que uno de los discursos pronunciados por uno de esos hombres, que aspiran a tener
una mayor representación dentro delas fuerzas conservadoras españolas, es uno de los discursos
más demagógicos que se han pronunciado ante un país convulso, sensible, en que todo está dentro
de un cauce nuevo. Si el discurso de uno de estos hombres tuviera el efecto que posiblemente él ha
aspirado a producir, todos los actos realizados en la calle, los de mayor desmán, los más insultantes,
los más violentos, los más demagógicos, todos los actos cometidos en ta calle, no representan para
el desorden público un acto de mayor gravedad que el realizado por ese hombre con su discurso.
(Aplausos.) Y nada más. (Muchos aplausos.)
Nosotros no aspiramos a un régimen de plenos poderes; no aspiramos a él porque las
circunstancias no lo demandan, porque no lo permite la esencia del régimen implantado y porque,
en definitiva, nosotros somos hombres formados dentro de disciplinas morales y civiles, a las que
queremos servir con lealtad. Queremos autoridad, pero autoridad republicana; es decir, autoridad
ágil, dinámica y legal; autoridad que nazca de las responsabilidades políticas que se han
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comprometido en pacto solemne; autoridad que esté en el cumplimiento de ese pacto; autoridad que
nazca del impulso que el sufragio universal ha dado nuevamente a la República. Esta es la autoridad
que queremos, y porque la vemos en el Gobierno que se sienta en el banco azul, y la sentimos
nosotros entrañablemente, no hacemos como los que se sientan ahí enfrenle, que piden lo que no
dan: nosotros pedimos autoridad porque tenemos el convencimiento de que con nuestra
colaboración se la damos al Gobierno a quien se la pedimos. (Grandes aplausos.)
[VOTACIÓN]
El Sr. PRESIDENTE: ¿Aprueba la Cámara la proposición incidental defendida por D.
Marcelino Domingo?
VARIOS SRES. DIPUTADOS: Votación nominal.
El Sr. PRESIDENTE: Será nominal. (Al retirarse del banco azul el Gobierno, los Sres.
Diputados le tributan una ovación clamorosa.) Comienza la votación.
Verificada esta, fue aprobada la proposición incidental por 207 votos, según aparece en la
siguiente lista:
Señores que dijeron que sí:
Bugeda.
Pérez Urria.
Álvarez Angulo.
Salvador (D. Amós).
De Francisco.
Gonález López.
Viguri.
Fernández Bolaños.
Nelken (Sra.)
Romero.
Palet.
Tomás y Piera.
Villaverde.
Guzmán.
Antuña.
Bolívar.
De los Ríos.
Pedroso.
Saiz.
Guerrero.
Gomáriz.
Ferrer (D. Benigno).
Osorio Tafall.
Vidarte.
Peris.
Calvet.
Moreno Galvache.
Castro (D. Honorato).
Martínez Moreno.
Company Jiménez.
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 184
Andrés y Manso.
Rufilanchas.
Araquistain.
Jené.
Gasset.
Lamoneda.
Pretel:
Ruiz Blázquez.
Lara.
Fernández Montes.
Alonso González.
Castillo.
Lorenzo.
Junco Toral.
Moreno Mateo.
Zabalza.
Zulueta.
Lozano.
Tejero.
Figueroa Rojas
López Malo.
Casas Sala.
Besteiro.
Jiménez Asúa.
Prieto Tuero.
Villalta.
Tomás (D. Belarmino).
Landrove.
Negrín.
Aliseda.
Borderas.
Gómez Hidalgo.
Álvarez Ugena.
Barrena.
Martín de Nicolás.
Pasagali.
Rico López.
Vargas.
Ruiz Lecina.
Fernández Clérigo.
Fe Castell.
Díez Pastor.
Escandell.
Valle.
Lasso.
San Andrés.
Pascual Leone.
Pina.
Pérez Jofre.
Valera.
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 185
Torres Campañá.
Sánchez Caballero.
González Sicilia.
González Taltabull.
Dorado.
Acuña.
Bujalance.
Bilbatúa.
Sarmiento.
Guiance Pampín.
Castro Molina.
Rubiera.
Bermudo.
De Gracia.
López Quero.
Beade.
Nicolau d'Olwer.
Molina Conejero.
Fernández Jiménez.
Jiménez Molina.
Calviño.
Muñoz Martínez.
Rodríguez Molina.
Martín García.
Ganga.
Lavín.
Díaz Fernández.
Suñol.
Ragasol.
Ametlla.
Palanco.
Laredo.
Vilatela.
Barrio Duque.
Marcos (D. Darío).
López Goicoechea.
Galarza.
Méndez.
Domingo.
Kent (Srta.)
Rodríguez Figueroa.
Joven.
Just.
Escribano.
Peset.
Ansó.
Esplá.
Gómez Serrano.
Miñones.
Rubio Vicenti.
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 186
Alva Varela.
Artigas Arpón.
La Casta.
Moreno Jover.
Almagro.
García Cubertoret.
De Toro.
Álvarez Resano (Sra.)
Muñoz Zafra.
Fernández Ballesteros.
Ferrer.
Comorera.
Carro.
Menoyo.
Marco Miranda.
Sala Berenguer.
Sapiña.
Viana.
Jaén.
Martínez Carvajal.
Moya.
Ballvé.
Beltrán.
Longueira.
Pérez Martínez.
Bañeres.
Corro.
Navarro.
Nogués.
Velasco Damas.
Díaz Castro.
Mirasol.
Cremades.
Palomo.
Aguado.
Vergara.
Somoza.
Ruiz Rebollo.
Frapolli.
Muñoz G. Ocampo.
Maldonado.
De Miguel.
Sol.
Aguilar.
Fernández Hernández.
Cuadrado.
Casanueva (D. Valeriano).
Calbo Cuadrado.
Romero Solano.
Campos Villagrán.
SESIÓN DEL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936 187
Hernández.
Ibarruri (Sra.)
Uribe.
Rodríguez Castelao.
Valdés.
Díaz Ramos.
Carretero.
Santaló.
Mascort.
Puig Pujades.
Comas.
Pestaña,
Díaz Villamil
Veiga.
Prieto Carrasco.
Valentín.
Pradal.
Cerezo Senís.
Barrios.
Maestro San José.
González Peña.
Garcés.
Poza.
Trabal.
Llopis.
González Fernández de la Bandera.
Sr. Presidente.
Total, 207.
SESIÓN DEL 17 DE JUNIO DE 1936 188
[SUÁREZ DE TANGIL]
El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Suárez de Tangil98 tiene la palabra.
El Sr. SUÁREZ DE TANGIL: En nombre de las minorías tradicionalista y de Renovación
Española, integrantes del Bloque Nacional, voy a dar lectura del siguiente documento:
“No obstante la violencia desarrollada durante el último período electoral y los atropellos
cometidos por la Comisión de actas, creímos los Diputados de derechas en la conveniencia de
participar en los trabajos del actual Parlamento, cumpliendo así un penoso deber en aras del bien
común, de la paz y de la conveniencia nacional.
El asesinato de Calvo Sotelo ―honra y esperanza de España―, 99 nos obliga a modificar
nuestra actitud. Bajo el pretexto de una ilógica y absurda represalia ha sido asesinado un hombre
que jamás preconizó la acción directa, ajeno completamente a las violencias callejeras, castigándose
en él su actuación parlamentaria perseverante y gallarda, que le convirtió en el vocero de las
angustias que sufre nuestra Patria. Este crimen, sin precedentes en nuestra historia política 100 ha
podido realizarse merced al ambiente creado por las incitaciones a la violencia y al atentado
personal contra los Diputados de derechas que a diario se profieren en el Parlamento. “Tratándose
de Calvo Sotelo, el atentado personal es lícito y plausible”, han declarado algunos101.
Nosotros no podemos convivir un momento más con los amparadores y cómplices morales de
este acto. No queremos engañar al país y a la opinión internacional aceptando un papel en la farsa
de fingir la existencia de un Estado civilizado y normal, cuando en realidad desde el 16 de Febrero
vivimos en plena anarquía, bajo el imperio de una monstruosa subversión de todos los valores
morales, que ha conseguido poner la Autoridad y la Justicia al servicio de la violencia y del crimen.
No por esto desertamos de nuestros puestos en la lucha empeñada, ni arriamos la bandera de
nuestros ideales. Quien quiera salvar a España y su patrimonio moral como pueblo civilizado, nos
encontrará los primeros en el camino del deber y del sacrificio.”
Inmediatamente después de la lectura del documento, el Sr. Suárez de Tangil lo entregó a la
Mesa e hizo ademán de retirarse.
101 Se suprime: y el propio Presidente del Consejo ha amenazado a Calvo Sotelo con hacerle responsable
personalmente a priori, sin investigación ulterior, de acontecimientos fáciles de prever que pudieran producirse en
España. ¡Triste sino el de este gobernante, bajo cuyo mando se convierten en delincuentes los agentes de la
autoridad! Unas veces es la represión criminal de Casas Viejas sobre unos campesinos humildes; otras, como ahora,
el atentado contra un patriota y político insigne, verdadera gloria nacional; es a él a quien ha correspondido la triste
suerte de hallar en Cuerpos honorables núcleos más o menos numerosos de asesinos.
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 191
violencia, puede permitirse la Mesa quitar una frase, reducir un texto o introducir una corrección, ha
desaparecido por completo la función parlamentaria, y nosotros, antes de que eso se produzca,
queremos que haya un criterio perfectamente definido por parte de la Diputación permanente de las
Cortes. Si es así, nosotros tenemos que declarar que la investidura parlamentaria no nos sirve para
nada.
El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Suárez de Tangil tiene la palabra.
El Sr. SUÁREZ DE TANGIL: Había pedido la palabra para manifestar que por azares, en este
caso de una malaventura, tengo que sustituir como Vocal suplente en la Diputación permanente de
las Cortes a mi entrañable, fratemal y queridísimo amigo el Sr. Calvo Sotelo; que yo no venía aquí a
entablar un debate ni a producir polémica, sino sencillamente a decir lo que hubiéramos dicho en
una sesión pública de la Cámara, si ésta se hubiera celebrado en el día de ayer o en cualquiera otro,
naturalmente el más próximo al hecho execrable que toda conciencia honrada debe condenar.
En cuanto a la interpretación de los preceptos reglamentarios, me atengo, en absoluto a las
manifestaciones que con más autoridad que yo, desde todos los puntos de vista, ha hecho el señor
Gil Robles.
Y para quien se va a marchar, para quien mientras no cambie la situación de España y dure
este Gobierno, va a hablar por primera y última vez, probablemente, en la Diputación permanente
de las Cortes, poco queda por decir. Entrega su pleito a la representación de as demás minorías de la
Cámara, a la autoridad, siempre respetada personalmente por mí del Sr. Presidente de la misma, y si
él por su parte va a interpretar en conciencia sus deberes, yo entiendo que en conciencia he
cumplido ya los míos. Y puesto que no es ocasión ni momento, por lo que a mí se refiere, de
prolongar este debate incidental sobre el Reglamento, a todas luces, desde mi punto de vista,
extemporáneo, dejo, como digo, en manos de la representación de las demás oposiciones de la
Cámara y a la propia conciencia del Sr. Presidente la resolución que hayan de dar al asunto. Yo, por
mi parte, he cumplido con mi deber, creo que con todo comedimiento y respeto, dominando la
situación de mi ánimo.
El Sr. PRESIDENTE: Espero y deseo que la retirada parlamentaria de los grupos de
Renovación Española y tradicionalistas, que han delegado su derecho en S. S., sea transitoria y que
circunstancias bonancibles para todos nos permitan contar de nuevo dentro de la Cámara con la
cooperación de SS. SS. (El Sr. Suárez de Tangil abandona el salón.) Tiene la palabra el Sr. Ministro
de Estado.
El Sr. Ministro de ESTADO (Barcia): Por lo mismo que no quería entablar debate en torno a
las manifestaciones hechas por el Sr. Suárez de Tangil en representación de las minorías en cuyo
nombre hablaba, y respetando en absoluto su actitud y dándome cuenta de su enorme dolor ―no es
menor el del Gobierno y el mío personal, he querido hacer uso de la palabra en este momento.
Yo no voy a entrar en la cuestión reglamentaria, que compete exclusivamente al Sr. Presidente
de la Cámara. Dentro de las facultades reconocidas explícitamente por el propio Sr. Gil Robles, creo
que están la medida y el tono en que se ha producido el Sr. Presidente de la Cámara; pero quiero
decir, después de oídas estas manifestaciones, que sólo por ese enorme respeto al tremendo dolor
que embargaba al Sr. Suárez de Tangil, y que yo de corazón comparto, no puse inmediata
rectificación a algo dicho por el Sr. Gil Robles, que es muchísimo más que una injuria; que es una
imputación calumniosa, y que todo hombre de honor y de sentimientos que se vea acusado en esos
términos, con un fondo de iniquidad tan espantoso, tiene que hacer lo que he hecho: sofrenar una
vez más mis sentimientos, ahogar la pena, dejar que el dolor me corroa, hacer frente a la situación
difícil y reservarme para este momento para decir que hay tal fondo de injusticia en algunas de esas
manifestaciones, que, como decía el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, a la Historia
entregamos el resultado de las actitudes y de los conceptos que fueron aquí vertidos. Y salvados y
defendidos es tos principios, no intervengo por ahora con mayor extensión en el debate.
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 193
[GIL ROBLES]
El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra el señor Gil Robles 102 acerca de la comunicación que
se ha leído.
El Sr. GIL ROBLES: Como en el curso de las breves palabras que voy a pronunciar habrá
ocasjión de recoger, de una parte, el encargo, no ciertamente sencillo, pero sí honroso y obligatorio
en conciencia, que ha hecho el conde de Vallellano, y por otra parte las palabras que acaba de
pronunciar el Sr. Ministro de Estado, reservo para ese momento el hacer las afirmaciones y
rectificaciones pertinentes. Y ahora he de referirme, con toda la brevedad posible a la comunicación
del Gobierno pidiendo una nueva prórroga del estado de alarma y, por consiguiente, de la
suspensión de garantías constitucionales prevista en el art. 42 de nuestra ley fundamental.
Es ésta la quinta vez que el Gobierno viene a solicitar de organismos parlamentarios, puesto
que este carácter tiene la Diputación permanente, una prórroga del estado de alarma. De ellas, si la
memoria no me es infiel, por tercera vez viene también a solicitarla de la Diputación permanente de
las Cortes. No voy a entrar en estos momentos en la cuestión tantas veces debatida, y en cierto
modo resuelta por un acuerdo tácito de los partidos, de la competencia de la Diputación permanente
para acordar la prórroga del estado de alarma. En unas posiciones o en otras, con mayores o
menores responsabilidades de Gobierno, casi todos los partidos que aquí están representados han
convenido en que una interpretación amplia del art. 42 de la Constitución, en relación con el 62 de
la misma, permite que sea la Diputación permanente la que acuerde la declaración o prórroga del
estado de alarma; pero si esa interpretación amplia no violenta el texto de la ley fundamental, no
cabe duda que la conducta del Gobierno al traerla precisamente hoy, antes de las veinticuatro horas
de una suspensión de sesiones, a nuestro juicio injustificada, constituye una violación clara y
notoria del espíritu democrático de la Constitución del 31.
Si se compara el art. 17 de la Constitución del 76 con el art. 42 de la Constitución vigente, se
observa claramente una diferencia que se marcó en las Cortes Constituyentes: el deseo de que estas
facultades extraordinarias que se otorgan al Gobierno para una corrección de los excesos posibles
de la libertad tengan tales limitaciones que en ningún caso puedan exceder de una determinada
duración sin que intervenga la voluntad de las Cortes para ratificarlas o para rectificarlas. Y no deja
de ser extraño que, presentada la comunicación en el día de ayer, por lo menos, a las Cortes, se
hayan suspendido ayer mismo las sesiones y haya sido necesario venir hoy a tener una reunión
especial de la Diputación permanente. Y si la fecha de la comunicación (como puedo deducirlo de
un cambio de papeles entre el oficial mayor y el Sr. Presidente de las Cortes) tiene fecha de hoy, no
cabe duda que el acuerdo del Gobiern es anterior a la época de la suspensión de sesiones. Hace un
mes que se trató de este asunto en las Cortes y la prórroga se pidió el día 14. ¿Es que el Gobierno no
pudo prever que tenía necesidad de pedir esta prórroga del estado de alarma y no hubo margen para
que se discutiera en las Cortes?
El Sr. PRESlDENTE: Permítame el Sr. Gil Robles. La comunicación dirigida por el Gobierno
a la Presidencia de las Cortes tiene fecha 11, fue cursada el sábado y dada entrada en el registro de
Secretaría...
El Sr. GIL ROBLES: Agradezco esta manifestación del Sr. Presidente, porque viene a reforzar
mi argumento. Si en la Mesa obraba ya una comunicación del Gobierno pidiendo una prórroga del
estado de alarma, que, con arreglo al espíritu de la Constitución, debía discutirse, no en la
Diputación permanente, sino en las propias Cortes, con toda la publicidad, con toda la solemnidad
que tiene el mayor rango de las Cortes sobre la Diputación permanente, ¿no es una violación clara y
manifiesta por parte del Gobierno y por parte de la Mesa el haber consentido en una suspensión de
sesiones, que no ha tenido más objeto que sustraer a la publicidad necesaria, y que reclama la
102 CEDA.
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 194
opinión pública, sucesos tan graves, sucesos tan escandalosos, sucesos tan criminales como los que
han motivado la comunicación del Sr. Suárez de Tangil? Esto, notoria y claramente, es, no ya una
infracción de la letra, sino una infracción del espíritu de la Constitución, y por parte del Gobierno
no acusa más que el propósito de rehuir una discusión pública, de la cual, ciertamente, no hubiera
salido demasiado bien parado, no por la fuerza dialéctica de las oposiciones, sino por la fuerza
incontrovertible de los hechos.
Y hecha esta manifestación y esta protesta, vamos a entrar un poco en el fondo de la cuestión.
[MARTÍNEZ BARRIOS]
El Sr. PRESIDENTE103: Si S. S. quiere, podemos dejar resuelto el asunto que primeramente
plantea, antes de entrar en el fondo de la discusión. Ello es interesante, y aunque no creí que habría
de dar cuenta del episodio hasta que se reuniera el Parlamento en sus sesiones plenarias, como se ha
sometido ya a conocimiento de la Diputación permanente por el Sr. Gil Robles, siento el deseo de
que ésta conozca en la integridad de todos sus detalles lo ocurrido.
El Gobierno no ha tomado la iniciativa de suspender las sesiones de Cortes más que de un
modo formulario; la iniciativa de la suspensión de las sesiones durante ocho días me corresponde a
mí; la responsabilidad íntegra de la petición y del consejo a mí me cabe, y ha sido, accediendo a mis
deseos reiterados, por lo que el Gobierno ha utilizado su facultad reglamentaria, que, de otra
manera, no sé si hubiera pensado poner en práctica. ¿Desborda mi iniciativa las facultades de la
Presidencia de la Cámara? No lo sé. Vosotros, ahora, si lo estimáis oportuno, o más tarde el
Parlamento, reanudadas las sesiones, diréis si he desbordado o no esas facultades, y si, al someter al
Gobierno, con la representación de Presidente de las Cortes, el problema de que, a juicio mío ―y al
decir a juicio mío me refiero al de las propias Cortes―, no creía conveniente la celebración de
sesiones en estos días, he faltado al cumplimiento de mi deber, yo de antemano acato el fallo y hasta
considero posible que reglamentariamente ese fallo me deba ser impuesto. Todo lo que mi
conciencia se escrupulice y rebele contra el hecho de que haya desbordado el área de mis
atribuciones se tranquiliza y conforta pensando que lo he hecho con el propósito de librar al país de
una situación dificilísima, de resultados imprevisibles, que de antemano me tenía atemorizado. Me
parece que planteo la cuestión con toda claridad, con toda desnudez.
De la misma manera que no encontré en el Sr. Gil Robles asistencia bastante para suspender
las sesiones por acuerdo de la Cámara, tampoco la encontré en el Gobierno para que, por su propia
iniciativa, se suspendieran las sesiones. Ha sido la reiteración de mis consejo y de mis peticiones las
que llevaron al ánimo del Sr. Presidente del Consejo de Ministros primero ―seguramente del
Gobierno después― la convicción de que debía acceder a esa solicitud. La responsabilidad, pues,
del acto formalmente corresponderá al Gobierno, puesto que ha dictado el decreto; moralmente esas
responsabilidades me corresponden a mí en toda su integridad. Ya me he apresurado en el día de
ayer a aceptarlas de modo público, y puesto que aquí la cuestión se plantea oficialmente, las quiero
aceptar también. No vacilen SS. SS., si estiman que he procedido desbordando mis facultades y
merezco una corrección; pero sépase que, recapacitando en la situación pasada y en la de hoy
mismo, tantas cuantas veces me encontrara en una idéntica, volvería a proceder como lo he hecho, y
que si es lo constituye agravio o merma del derecho de los señores Diputados, pueden imponerme la
sanción que quieran. De antemano la acepto sin defenderme. Lo que digo es que no encuentro
dentro de mí mismo estímulos morales bastantes para hacer cosa distinta de lo que he aconsejado.
El Sr. Gil Robles continúa en el uso de la palabra.
[GIL ROBLES]
El Sr. GIL ROBLES104: Me permitirá la Presidencia que, antes de entrar en el fondo de la
cuestión, y toda vez que ha pretendido que este asunto se liquidara previamente, recoja con toda
brevedad sus palabras.
No se trata, Sr. Presidente, de anunciar, ni clara ni embozadamente, una censura contra S. S. A
nadie le puede caber duda alguna de la rectitud de los propósitos que han movido a S. S. a tomar la
iniciativa a que viene refiriéndose. Te nemos la absoluta seguridad de que los móviles más nobles y
más levantados han influido en su ánimo para tomar esta decisión; si alguna manifestación más nos
fuera necesaria, bastaría la que acaba de hacer en estos momentos, apresurándose a aceptar toda la
responsabilidad que en el orden moral pudiera derivarse de haber tomado esa iniciativa. Pero
permítame que le diga a S. S. que esa nobleza de sentimientos servida por una dialéctica muy
acertada, no puede hacer que el problema se desvíe de sus cauces naturales.
Su señoría no puede tener en este punto ninguna responsabilidad, porque no tiene facultades
para ello. Su señoría ha tomado una iniciativa de consejo, de petición; de ahí no puede pasar ni la
actuación de S. S. ni las responsabilidades que de ella pudieran derivarse.
Decía S. S. que al Gobierno le corresponde exclusivamente la parte formal de la
responsabilidad; tengo la seguridad de que el Gobierno tiene gallrdía suficiente para no permitir que
esa su responsabilidad en la medida adoptada la comparta S. S. con él, puesto que al Gobierno
corresponde, con arreglo al art. 81 de la Constitución, suspender las sesiones de Cortes. Su señoría
podrá haber dado el consejo; el Gobierno ha tomado la resolución, luego en el orden político
―único de que aquí se trata― la responsabilidad íntegra cae sobre el Gobierno. (El Sr. Ministro de
Estado: Evidente.) Por eso no había en mis palabras la menor censura para el Sr. Presidente; iba
toda para el Gobierno, que, en circunstancias como éstas, no ha afrontado un debate público y ha
traído al seno de la Diputación permanente ―más restringido en todos los órdenes― un problema
que la misma Constitución quiere sea tratado en el Parlamento pleno. Esta era la única significación
de mis palabras, el fundamento de la protesta que aquí públicamente ―con la publicidad que sea
posible― quiero formular, ante la opinión, ante la Diputación permanente y ante el Gobierno.
Entremos ahora en el fondo de la cuestión.
La suspensión de garantías constitucionales tiene dos finalidades muy claras, encaminadas al
mantenimiento del orden público, incluso tal como la define nuestra ley orgánica en la materia, que
dice: “Se garantizan los derechos civiles, políticos, sociales e individuales de los españoles”, y para
garantizar también el normal funcionamiento de los organismos del Estado. Si no sirve para cumplir
estas dos finalidades, el estado de alarma no puede tener la menor justificación. Si el estado de
alarma no tiene eficacia suficiente para garantizar los derechos de los ciudadanos y el normal
funcionamiento de los órganos del Gobierno, el estado de alarma, resorte normal y legítimo de
todos los Gobiernos, se convierte en una facultad abusiva. En cierto modo, así lo ha reconocido el
propio Sr. Presidente del Consejo de Ministros ―cuya ausencia lamento extraordinariamente,
aunque está dignamente representado por los Ministros aquí presentes, porque a él he de referirme
con alguna insistencia― en la pasada reunión de la Diputación permanente de Cortes, cuando vino
a pedir otra prórroga del estado de alarma, diciendo que se iba extendiendo por España un estado de
subversión y de anarquía que era preciso cortar por todos los medios posibles. Esa era la finalidad
que tenía el estado de alarma.
Hace escasamente un mes, discutiendo precisamente con quien ahora tiene el honor de
dirigirse a la Diputación Permanente, el señor Casares Quiroga pronunció unas palabras, que eran la
promesa formal, venían a ser el compromiso solemne, de la eficacia de las medidas que el Gobierno
estaba dispuesto a adoptar. Decía: “Tenga la seguridad S. S. que en este caso, como en otros, el
104 CEDA.
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 196
Gobierno impondrá su autoridad sin teatralidad, sin excesos de gesto ni de palabra, porque
atribuirme a mí excesos verbalistas ya implica tener imaginación.” Tan optimista era en una de las
anteriores sesiones de la Diputación permanente que anunciaba, incluso, dulcificar alguna de las
medidas que entran en la suspensión de garantías constitucionales en el estado de alarma. A ello
hace referencia el acta que antes se leyó y también estas palabras tomadas del Diario de Sesiones:
“El Gobierno tiene en estudio la posibilidad, incluso, de levantar la censura, permitiendo a los
periódicos emitir libremente su opinión; pero, desde luego, tenga S. S. la seguridad de que los textos
parlamentarios serán respetados”. Tanto lo han sido, que cuando ayer un periódico ―perdónenme
los Sres. Diputados que con esto adelante un inciso― quiso publicar unas palabras muy nobles y
muy levantadas del señor Calvo Sotelo, al aceptar toda la responsabilidad que sobre él quisiera
echar, en plena sesión, la censura ha sido implacable y lo ha tachado. Ni el homenaje al muerto, ni
el respeto debido a las palabras en que aceptó una responsabilidad y una muerte con que Dios quiso
luego honrarle, ni el respeto tampoco a la palabra del Presidente, ni a la inviolabilidad de las
palabras contenidas en el Diario de Sesiones, la censura ha sido implacable para unos y para otros.
Pero, ¿es que ha cumplido alguna de las finalidades el estado de alarma en manos del
Gobierno? ¿Ha servido para conocer la ola de anarquía que está arruinando moral y materialmente a
España? Mirad lo que pasa por campos y ciudades. Acordaos de la estadística a que di lectura en la
pasada sesión de las Cortes. Voy a completarla con una estadística del último mes de vigencia del
estado de alarma. Desde el 16 de junio al 13 de julio, inclusive, se han cometido en España los
siguientes actos de violencia, habiendo de tener en cuenta los señores que me escuchan que esta
estadística no se refiere más que ha hechos plenamente comprobados y no a rumores que, por
desgracia, van teniendo en días sucesivos una completa confirmación: Incendios de iglesias, 10;
atropellos y expulsiones de párrocos, 9; robos y confiscaciones, 11; derribos de cruces, 5; muertos,
61; heridos de diferente gravedad, 224; atracos consumados, 17; asaltos e invasiones de fincas, 32;
incautaciones y robos, 16; Centros asaltados o incendiados, 10; huelgas generales, 15; huelgas
parciales, 129; bombas, 74; petardos, 58; botellas de líquidos inflamables lanzadas contra personas
o cosas, 7; incendios, no comprendidos los de las iglesias, 19. Esto en veintisiete días. Al cabo de
hallarse cuatro meses en vigor el estado de alarma, con toda clase de resortes el Gobierno en su
mano para imponer la autoridad, ¿cuál ha sido la eficacia del estado de alarma? ¿No es esto la
confesión más paladina y más clara de que el Gobierno ha fracasado total y absolutamente en la
aplicación de los resortes extraordinarios de Gobierno, que no ha podido cumplir la palabra que dio
solemnemente ante las Cortes de que el instrumento excepcional que la Constitución le da y el
Parlamento pone en sus manos había de servir para acabar con el estado de anarquía y subversión
en que vive España? Ni el derecho a la vida, ni la libertad de asociación, ni la libertad de
sindicación, ni la libertad de trabajo, ni la inviolabilidad del domicilio han tenido la menor garantía
con esta ley excepcional en manos del Gobierno, que, por el contrario, se ha convertido en elemento
de persecución contra todos aquellos que no tienen las mismas ideas políticas que los elementos
componentes del Frente Popular.
Ya sería esto bastante grave; pero lo es muchísimo más que esos resortes en poder del
Gobierno tampoco han servido para garantizar el normal funcionamiento de los órganos del Estado.
Las sentencias de los Jurados mixtos no se cumplen; el Ministro de la Gobernación puede decir
hasta qué punto los gobernadores civiles no le obedecen; los gobernadores civiles pueden decir
hasta qué punto los alcaldes no hacen caso de sus indicaciones; los ciudadanos españoles pueden
decir cómo en muchos pueblos del Sur existen Comités de huelga, los cuales dan el aval, el
permiso, la autorización para que se pueda circular por carretera. Diferentes personas de la
provincia de Almería, hace pocos días, han sido detenidas en cinco pueblos del trayecto por otros
tantos Comités de huelga, que, a despecho de las órdenes del Ministro de la Gobernación y de los
gobernadores civiles, han impedido la circulación de vehículos, los han obligado a pasar por
Comités de huelga y Casas del Pueblo para que les den un volante de circulación, que es el mayor
padrón de ignominia, fracaso y vergüenza para un Gobierno que tolera, al cabo de cinco meses, que
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 197
sentido de violencia que habéis sido vosotros los que habéis creado y estáis difundiendo por toda
España. Cuando habláis de fascismo no olvidéis, señores del Gobierno y de la mayoría, que en las
elecciones del 16 de febrero los fascistas apenas tuvieron unos cuantos miles de votos en España, y
si hoy se hicieran unas elecciones verdad, la mayoría sería totalmente arrolladora, porque incluso
está prendiendo en sectores obreristas, los cuales, desengañados de sus elementos directivos y de
sus directores societarios, están buscando con ansia una libertad que no encuentran en esas vagas
quimeras, que muchas veces encarnan en la fantasía de las gentes cuando ya están al borde de la
desesperación y de la ruina.
Cuando la vida de los ciudadanos está a merced del primer pistolero; cuando el Gobierno es
incapaz de poner fin a este estado de cosas, no pretendáis que las gentes crean ni en la legalidad ni
en la democracia; tened la seguridad de que derivarán cada vez más por los caminos de la violencia,
y los hombres que no somos capaces de predicar la violencia, ni de aprovecharnos de ella, seremos
lentamente desplazados por otros más audaces o más violentos que vendrán a recoger este hondo
sentido nacional.
El estado de cosas actual ha culminado, señores, en el episodio tristísimo de la muerte del Sr.
Calvo Sotelo. Me duele mucho que nadie pueda pensar que alrededor de su muerte yo pretendo
hacer nada que signifique política. Bien quisiera que mis palabras en este momento no tuvieran otro
significado que el del tributo rendido a un hombre consecuente hasta el final con sus ideas, valiente
en la exposición de las mismas, que no ha claudicado en momento alguno, que ha mantenido
siempre alta y enhiesta la bandera de su ideal, y que por eso mismo ha muerto de la manera más
criminal y más odiosa. Yo quisiera que mis palabras fueran exclusivamente un homenaje a su
memoria; pero han sido tales las circunstancias que han rodeado su muerte, es tal el contenido que
tiene para toda la sociedad española ese crimen, que es necesario que cuanto antes, aquí ahora, en el
Parlamento en su primera sesión, si es que a ella asistimos, quede perfectamente claro nuestro
pensamiento y queden plantados los jalones de lo que nosotros creemos gravísimas
responsabilidades que en torno a ese suceso se han producido.
Yo sé que muchas gentes que ahora disminuyen el volumen del suceso pretenden establecer
un simple parangón entre dos crímenes que se han producido con una leve diferencia de horas. Yo
esos parangones no los admito. En primer lugar, porque tanto condeno una violencia como la otra.
Ante el cadáver del teniente Castillo tengo yo idéntica condenación que para todos esos actos de
violencia, y no pienso en sus ideas ni en su actuación; para mí es nefando, para mí es criminal el
modo como se le ha arrebatado la vida. ¡Ah!, pero pretender ligar un acontecimiento con el otro,
como muchos sectores afectos a la política del Gobierno han hecho, eso es, a mi juicio, la mayor
condenación que puede tener toda la política que vosotros estáis desarrollando.
¿Qué tenía que ver el Sr. Calvo Sotelo con el asesinato del teniente Castillo? ¿Quién ha
podido establecer la menor relación de causa a efecto entre su actitud y la muerte de este teniente?
¿Es que acaso el señor Calvo Sotelo, en pleno salón de sesiones, no ha condenado de una manera
sistemática la violencia y no anunció que ante la muerte violenta de su mayor adversario no tendría
más que la condenación como ciudadano, el respeto como caballero y el perdón como creyente? ¿Es
que se puede, ni por un momento, admitir que el señor Calvo Sotelo tuvo la menor relación, directa
ni indirecta, por acción, por omisión o por inducción, con el asesinato del teniente Castillo? ¿Por
qué se ligan ambas cosas? ¡Ah! Porque en el ánimo incluso de aquellos que pretenden rebajar la
gravedad del suceso, hay esta idea terrible que prende en el corazón de todos los españoles: que no
ha sido una pasión política la que ha quitado la vida al Sr. Calvo Sotelo, que no ha sido un momento
pasional de unos cuantos ciudadanos ofuscados, sino que ha sido una represalia ciega, ejercida por
aquellos que tenían una relación más o menos directa con el teniente Castillo.
La gravedad del hecho es enorme, y yo tengo que examinarla con la luz de los antecedentes
del hecho mismo y de las circunstancias en que se ha producido. Yo sé la gravedad de las
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 199
manifestaciones que voy a hacer. Estoy perfectamente penetrado incluso de las consecuencias que
para mí personalmente pueden tener. El cumplimiento del deber no se puede detener ante ese orden
de consideraciones.
Lamento que no esté aquí el señor Presidente del Consejo de ministros, no, repito, porque no
esté aquí muy dignamente representado, sino porque a él necesariamente, de un modo personal, he
de referirme en este momento.
El Sr. Ministro de Estado, con la vehemencia que le caracteriza ―y tengo la seguridad de que
con la sinceridad mayor, que es también una de sus características―, ha venido aquí, en términos
casi conmovidos, a rechazar imputaciones o acusaciones que se desprendían del escrito a que ha
dado lectura el señor Suárez de Tangil en nombre de las minorías monárquicas, y de las cuales
pudiera deducirse una acusación directa al Gobierno en el crimen que se ha cometido.
Lejos de mi ánimo el recoger acusaciones en globo, y mucho menos lanzar sobre un
Gobierno, sin pruebas, una acusación de esta naturaleza. No encontrará S. S. en mí nada que pueda
ser una acusación calumniosa de pretender que el Gobierno está directamente mezclado en un hecho
criminal de esta naturaleza. ¡Ah!, pero la responsabilidad del Gobierno no es sólo criminal; la
responsabilidad del Gobierno es tremenda en el orden político y en el orden moral, y a ella tengo
necesariamente que referirme.
El miércoles pasado, señores diputados ―hace hoy exactamente ocho días―, el Sr. Calvo
Sotelo me llamó aparte, en uno de los pasillos de la Cámara, y me dijo: “Individuos de mi escolta,
que no pertenecen ciertamente a la Policía, sino a uno de los Cuerpos armados, han recibido una
consigna de que en caso de atentado contra mi persona procuren inhibirse. ¿Qué me aconseja
usted?”. “Que hable usted inmediatamente con el Ministro de la Gobernación”.
El Sr. Calvo Sotelo fue a contárselo, el miércoles o el jueves, al señor Ministro de la
Gobernación, el cual, según mis noticias, tenidas por el Sr. Calvo Sotelo, dijo que en absoluto de él
había emanado ninguna orden de esa naturaleza. Pero el Sr. Calvo Sotelo tuvo una confidencia
exactísima.
¿Quién dio esa orden? ¿Quién dio esa consigna? Me adelanto a decir que el señor Ministro de
la Gobernación, no. No me atrevería a decir otro tanto de organismos subalternos dependientes del
Ministro de la Gobernación.
El señor Ventosa lo sabe, porque yo le comuniqué: “Contra el Sr. Calvo Sotelo se prepara un
atentado. Ha habido por parte de organismos dependientes del Ministerio de la Gobernación,
aunque nunca del Ministro de la Gobernación, órdenes para que se deje impune el atentado que se
prepara. Usted lo sabe; usted y yo somos testigos de que esta advertencia se ha hecho al Gobierno,
de que esa amenaza se está cerniendo sobre la cabeza del Sr. Calvo Sotelo”. Y esa amenaza se ha
realizado y ese atentado ha tenido lugar.
Tengo la seguridad de que el Sr. Ministro de la Gobernación hizo lo posible, en lo que de él
dependía. Pero los organismos que dependen del Gobierno, ¿lo han hecho así? ¿Se estableció la
debida vigilancia alrededor de una persona seriamente amenazada para evitar el atentado? No se ha
hecho.
¡Ah! Pero, ¿es que es ésta la única responsabilidad que al Gobierno y a los grupos de la
mayoría les corresponde en este asunto? ¿Es que no estamos cansados de oír todos los días, en las
sesiones de Cortes, excitaciones a la violencia contra los Diputados de derechas? Voy a prescindir
de lo que a mí se refiere; bien claras han estado algunas amenazas en el salón de sesiones. Me voy a
referir exclusivamente a lo ocurrido con el Sr. Calvo Sotelo. ¿Es que no recordamos, aunque las
facultades presidenciales, interviniendo oportunamente, quitaran ciertas palabras del Diario de
Sesiones, que el señor Galarza, perteneciente a uno de los grupos que apoyan al Gobierno, dijo en el
salón de sesiones ―yo estaba presente― que contra el Sr. Calvo Sotelo toda violencia era lícita?
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 200
¿Es que acaso esas palabras no implican una excitación, tan cobarde como eficaz, a la comisión de
un delito gravísimo? ¿Es que este hecho no implica responsabilidad alguna para los grupos y
partidos que no desautorizaron estas palabras? ¿Es que no implica una responsabilidad para el
Gobierno que se apoya en quien es capaz de hacer una excitación de esa naturaleza?
¡Ah! En el orden de la responsabilidad moral, a la máxima categoría de las personas le
atribuyo yo la máxima responsabilidad y, por consiguiente, la máxima responsabilidad en el orden
moral tiene que caer sobre el Sr. Presidente del Consejo de Ministros. El Sr. Presidente del Consejo
de Ministros, que, al llegar al más alto puesto de la gobernación del Estado no ha prescindido del
carácter demagógico que impregnan todas sus actuaciones, dijo un día que, frente a las tendencias
que podía encarnar el Sr. Calvo Sotelo u otras personas de significación ideológica parecida, el
Gobierno era un beligerante. ¡El Gobierno un beligerante contra unos ciudadanos! ¡El Gobierno
nunca puede ser un beligerante! El Gobierno tiene que ser un instrumento equitativo de justicia,
aplicada por igual a todos, y eso no es ser beligerante, como no lo es el juez que condena a un
criminal.
Cuando desde la cabecera del banco azul se dice que el Gobierno es un beligerante, ¿quién
puede impedir que los agentes de la autoridad lleguen en algún momento hasta los mismos bordes
del crimen?
Pero aun hay más: En virtud de unas palabras pronunciadas por el Sr. Calvo Sotelo en un
debate de orden público, haciendo referencia a acontecimientos que son precisamente los grupos
que apoyan al Gobierno los que los están aireando estos días, pronunció el Sr. Presidente del
Consejo de Ministros unas frases provocadoras, que implicaban el hacer efectiva en el señor Calvo
Sotelo una responsabilidad por acontecimientos que pudieran sobrevenir, lo cual, como dice muy
bien ese documento leído por el conde de Vallellano, equivale a señalar, a anunciar una
responsabilidad “a priori”, sin discernir si se ha incurrido o no en ella. “¿Ocurre esto, va a ocurrir
este acontecimiento? Pues S. S. es el responsable”.
Periódicos inspirados por elementos del Gobierno han venido estos días diciendo que se iba a
producir ese acontecimiento, que era inminente en la noche pasada, en la que viene, que el
observatorio está vigilante, que va a surgir en seguida lo que se teme. Ya se está dibujando la
responsabilidad. Y esa noche cae muerto el Sr. Calvo Sotelo, a manos de agentes de la autoridad.
¿Creéis que esto no representa una responsabilidad? ¡Ah! Pero hay otra, todavía mayor, si cabe. El
Sr. Calvo Sotelo no ha sido asesinado por unos ciudadanos cualesquiera, el Sr. Calvo Sotelo ha sido
asesinado por agentes de la autoridad.
El Sr. PRESIDENTE: Señor Gil Robles, piense S. S. que se trata de un suceso que está
sometido en estos instantes a la investigación de la Justicia. Su Señoría, anticipadamente, resuelve,
declara que la responsabilidad de este suceso corresponde a personas investidas del carácter de
agentes de la autoridad. Será ello así o no lo será. Es la Justicia la que lo tiene que decir y no es,
ciertamente, aquí donde podemos poner cortapisas ni ejercer en el ánimo de los juzgadores coacción
alguna.
El Sr. GIL ROBLES: Esperaba esas palabras del Sr. Presidente, que, atento al cumplimiento
de su deber, que seguramente en este caso le es extraordinariamente penoso de cumplir, me hace
una advertencia que, en la práctica, es puramente un convencionalismo.
Es exacto, Sr. Presidente, que está actuando los Tribunales de Justicia; pero los diputados
tenemos, no sólo el derecho, sino la obligación de traer aquí, como la hubiéramos llevado a la
sesión pública si nos hubiese sido posible, esta acusación categórica y terminante. ¿Qué importa que
la censura lo haya tachado y haya obligado a decir a los periódicos que los autores de ese asesinato
han sido unos individuos, si en la conciencia de todos está la verdad de lo ocurrido? Tengan en
cuenta S. S. y quienes me oyen, que está bien lejos de mi ánimo arrojar una mancha por igual sobre
todos los agentes de la autoridad; ni muchísimo menos. Bien lejos de mi pensamiento, igualmente,
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 201
lanzar sobre un Cuerpo benemérito del Estado una culpa colectiva. Han sido determinados agentes
de la autoridad, que probablemente el mismo Cuerpo a que pertenecen estará deseando en estos
momentos que sean expulsados, que sean arrojados de su convivencia. Pero lo que no puede
negarse, Sr. Presidente y Sres. Diputados que me escucháis, es que el Sr. Calvo Sotelo se resistió a
entregarse a los que llegaban a su domicilio, y que únicamente cuando uno de ellos le exhibió un
carnet en que acreditaba su condición de oficial de la Guardia civil, el Sr. Calvo Sotelo se entregó.
Las averiguaciones judiciales irán encaminadas a saber quién fue el oficial de la Guardia civil; pero
que fue un agente de la autoridad que iba acompañado de guardias de Asalto, de paisano o de
uniforme, y en una camioneta de la Dirección general de Seguridad, que después fue dejada en el
mismo Ministerio de la Gobernación o en el cuartelillo que está al lado, esto no puede negarlo
nadie. ¡Ah! ¿Y es que cuando ocurre un suceso de ese volumen y de esa magnitud un Gobierno
puede decir: lo he entregado simplemente a un juez para que investigue, sin haber tomado ninguna
medida para ver quiénes habían sido esos oficiales que han ido en la camioneta y acompañando a
los guardias de Asalto, los que había dispuesto el servicio, los que han estado reclutando voluntarios
entre determinada compañía o determinada sección del teniente Castillo, para con ellos ir a ejercer
una represalia y una venganza sobre la persona del señor Calvo Sotelo?
Cuando todo esto ocurre, el Gobierno ¿no tiene que hacer otra cosa que publicar una nota
anodina, equiparando casos que no pueden equipararse y diciendo que los Tribunales de Justicia han
de entender en el asunto, como si fuera una cosa baladí que un jefe político, que un jefe de minoría,
que un parlamentario sea arrancado de noche de su domicilio por unos agentes de la autoridad,
valiéndose de aquellos instrumentos que el Gobierno pone en sus manos para proteger a los
ciudadanos; que le arrebaten en una camioneta, que se ensañen con él, que le lleven a la puerta del
cementerio, que allí le maten y que le arrojen, como un fardo, en una de las mesas del depósito de
cadáveres? ¿Es que eso no tiene ninguna gravedad? ¡Ah!, señores del Gobierno: vosotros en estos
momentos habéis creído que todo lo tenéis libre con nombrar un juez, con dictar una nota y con
acudir el día de mañana a que la pasión política os dé un “bill” de indemnidad en forma de voto de
confianza. Tened la seguridad de que eso no se limpia tan fácilmente. Un día el Sr. Calvo Sotelo
pronunció en la Cámara unas palabras contestando al Sr. Presidente del Consejo de Ministros, que si
son su mayor glorificación, constituyen la mayor condenación para vosotros.
“Yo tengo, Sr. Casares Quiroga, (le dijo cuando, con imprudencia notoria, el Presidente del
Consejo arrojó sobre él una responsabilidad a priori); yo tengo anchas espaldas. Su señoría es
hombre fácil y pronto para el gesto de reto y para las palabras de amenaza. Le he oído tres o cuatro
discursos en mi vida, los tres o cuatro desde ese banco azul, y en todos ha habido siempre la nota
amenazadora. Bien, Sr. Casares Quiroga; me doy por notificado de la amenaza de S. S.; me ha
convertido S. S. en sujeto y, por tanto, no sólo activo, sino pasivo, de las responsabilidades que
puedan nacer de no sé qué hechos. Bien, Sr. Casares Quiroga; lo repito, mis espaldas son anchas. Yo
acepto con gusto, y no desdeño ninguna de las responsabilidades que puedan derivar de actos que
yo realice, y las responsabilidades ajenas, si son para bien de mi Patria y para gloria de España, las
acepto también. ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey
castellano: Señor, la vida podéis quitarme, pero más no podéis, y es preferible morir con gloria a
vivir con vilipendio”. Esto dijo el Sr. Calvo Sotelo; le ha llegado la muerte con gloria. ¡Ah! Pero
vosotros, como Gobierno, aunque no tengáis la responsabilidad, que yo no la arrojo sobre vosotros,
la responsabilidad criminal directa ni indirecta en el crimen, sí tenéis la enorme responsabilidad
moral de patrocinar una política de violencia que arma la mano del asesino; de haber, desde el
banco azul, excitado a la violencia; de no haber desautorizado a quienes desde los bancos de la
mayoría han pronunciado palabras de amenaza y de violencia contra la persona del Sr. Calvo
Sotelo. Eso no os lo quitaréis nunca; podéis, con la censura, hacer que mis palabras no lleguen a la
opinión; podéis, con el ejercicio férreo de facultades que la ley pone en vuestras manos, hacer
imposible que esto llegue en sus detalles a conocimiento de la opinión pública; podéis ir al
Parlamento y pedir una votación de confianza. ¡Ah!, pero tened la seguridad de que la sangre del Sr.
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 202
Calvo Sotelo está sobre vosotros, y no os la quitaréis nunca, sobre vosotros y sobre la mayoría.
¡Triste sino el de este régimen, si incurre, frente a un crimen de esta naturaleza, en el error tremendo
de pretender paliar los acontecimientos! Si exigís las debidas responsabilidades, si actuáis
rápidamente contra los autores del crimen, si ponéis en claro los móviles, ¡ah!, en ese caso quizá, y
no lograréis en todo, quedará circunscrita la responsabilidad a los autores; pero si vosotros estáis
con habilidades mayores o menores, paliando la gravedad de los hechos, entonces la
responsabilidad escalonada irá hasta lo más alto y os cogerá a vosotros como Gobierno, y caerá
sobre los partidos que os apoyan como coalición de Frente Popular, y alcanzará a todo el sistema
parlamentario, y manchará de barro y de miseria y de sangre al mismo régimen. En vosotros está.
Después de esto, pocas palabras voy a tener que pronunciar en el día de hoy; quizá muy pocas
palabras más hayamos de pronunciar en el Parlamento. Todos los días, por parte de los grupos de la
mayoría, por parte de los periódicos inspirados por vosotros, hay la excitación, la amenaza, la
conminación a que hay que aplastar al adversario, a que hay que realizar con él una política de
exterminio. A diario la estáis practicando: muertos, heridos, atropellos, coacciones, multas,
violencia… Este período vuestro será el período máximo de vergüenza de un régimen, de un
sistema y de una Nación. Nosotros estamos pensando muy seriamente que no podemos volver a las
Cortes a discutir una enmienda, un voto particular, un proyecto más o menos avanzado que
presentéis, porque eso en cierto modo es decir ante la opinión pública que aquí todo es normal, que
aquí la oposición cumple su papel, que éste es el juego corriente de los sistemas políticos. No; el
Parlamento está ya a cien leguas de la opinión nacional; hay un abismo entre la farsa que representa
el Parlamento y la honda y gravísima tragedia nacional.
Nosotros no estamos dispuestos a que continúe esa farsa. Vosotros podéis continuar; sé que
vais a hacer una política de persecución, de exterminio y de violencia de todo lo que signifique
derechas. Os engañáis profundamente: cuanto mayor sea la violencia, mayor será la reacción; por
cada uno de los muertos, surgirá otro combatiente. Tened la seguridad ―esto ha sido la ley
constante en todas las colectividades humanas― de que vosotros, que estáis fraguando la violencia,
seréis las primeras víctimas de ella. Muy vulgar, por muy conocida, pero no menos exacta, es la
frase de que las revoluciones son como Saturno, que devoran a sus propios hijos. Ahora estáis muy
tranquilos porque veis que cae el adversario. ¡Ya llegará un día en que la misma violencia que
habéis desatado se volverá contra vosotros! (Un señor Diputado: Ya llegó Octubre.) De lo de
Octubre hablaremos, que estoy deseando hablar. Lo único que hacéis vosotros con lo de Octubre es
estar todos los días paliando ante las masas el fracaso de vuestra política: cuando al obrero no le
dáis pan, cuando al obrero le sumís en la miseria, lo que hacéis es darle unos cuantos latiguillos
sobre Octubre. ¡Dadle un poco más de pan y un poco menos de literatura! (Otro Sr. Diputado: ¿Por
qué no se lo ha dado el Sr. Gil Robles, con dos años que ha estado en el Poder?) Atendimos a los
obreros mucho más que vosotros. El paro ha aumentado extraordinariamente en vuestras manos. Y
dentro de poco seréis en España el Gobierno del Frente Popular del hambre y de la miseria, como
ahora lo sois de la vergüenza, del fango y de la sangre. Nada más.
[AUGUSTO BARCIA]
El Sr. Ministro de ESTADO: Pido la palabra.
El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.
El Sr. Ministro de ESTADO (Barcia105): Comprenderán todos los señores que componen esta
Diputación que no voy a entrar en el detalle analítico de las manifestaciones hechas por el señor Gil
Robles. No creo que ni el momento, ni la índole del asunto, ni el carácter del debate planteado
permiten discutir minucias ni detalles, que están al margen, en definitiva, de las cuestiones que el
Sr. Gil Robles ha suscitado ante nosotros, que a ellas esencialmente me voy a referir. Yo dejo al Sr.
Gil Robles con su conciencia y con el sentimiento del cumplimiento de su deber libre y solo para
que un día se dé cuenta del acto que acaba de realizar.
Bastarían, Sr. Gil Robles, las palabras finales de S. S. para que tuviera que buscar un eximente
a todo lo que S. S. ha dicho. Una pasión que conturba de tal manera el espíritu y la reflexión de S.
S. ha hecho posible que de labios del Sr. Gil Robles surgiesen estas palabras finales: “Estáis
satisfechos, señores del Gobierno, porque son los vuestros ahora los que triunfan. El día de mañana
seréis devorados por los mismos triunfadores.” ¡Satisfechos nosotros de que triunfe nada que
signifique violencia, injusticia, pasión del tipo de la que está desbordando del alma del Sr. Gil
Robles! No, Sr. Gil Robles; nos damos cuenta exacta del momento en que vivimos y de los instantes
dificilísimos por que atravesamos, y nosotros quisiéramos buscar en el espíritu de todos un refugio
para que esta pasión no continuase exacerbándose progresivamente y no llegase al grado de
paroxismo en que la ha colocado S. S.; porque sabemos que por encima de todo, mas allá de cuanto
nos pueda dividir, hay intereses esenciales y fundamentales que tenemos que defender, los de
España, y esos intereses no se defienden, Sr. Gil Robles, dando libre suelta a la pasión y llegando en
la expresión de esa pasión a los términos verdaderamente monstruosos a que ha llegado hoy S. S.
Porque, para el Sr. Gil Robles, nace la vida política desde que el Frente Popular está en el Poder.
¿Qué hemos recogido nosotros sino un país desesperado, que no tenía ni hora de paz ni instante de
tranquilidad, y sobre el que la zozobra y la injusticia se cernía por todos lados? ¿Es, señor Gil
Robles, que nosotros no somos hoy los que hemos cosechado herencias tristísimas de política que
yo no quiero ahora recordar? (El señor Gil Robles pide la palabra.) Señor Gil Robles: tal vez
nosotros creíamos y continuamos creyendo que realizábamos una gran misión; que, en el fondo,
nosotros servíamos supremos intereses, y que ante esos intereses no cabía hablar para nada de cosas
de partido.
¡Estadística, Sr. Gil Robles! ¿Es que voy a entrar a desmenuzar los hechos y los actos que S.
S. denunciaba? ¿Pero es que podemos discurrir como si viviéramos en un estado de absoluta
normalidad y no nos hubiéramos encontrado con una realidad tan tremenda que el ir liquidándola,
para poder entrar de una vez en la normalidad jurídica y constitucional, no es todo el esfuerzo que
nosotros venimos realizando, con mayor o menor éxito, pero llenos de patriotismo, con un propósito
decidido de llegar a esa situación? (El Sr. Portela pide la palabra.) El hecho de que el Sr. Portela
haya pedido la palabra no me hace rectificar lo más mínimo, porque lo único que podrá decir es que
fue el primer heredero de una situación que a él mismo, en determinados momentos, se le levantó
como un obstáculo invencible; y la propia forma en que el Sr. Portela tuvo que salir del Gobierno,
después del triunfo del Frente Popular, no era, en definitiva, mas que la explosión de todo lo que
había entonces encadenado como resultado de una política de opresión, de persecución y de
partidismo, en que no creo que S. S. sintiera la satisfacción de ver triunfar a los suyos sin pensar en
si no eran también víctimas de una realidad política dificilísima que se ha atravesado en la Historia
de España y que de salir de ella en una u otra forma dependía el porvenir de nuestro país. ¿Pero es
que el Sr. Gil Robles no sabe que ha habido destitución de gobernadores; de Gestoras y de alcaldes;
que las hay a diario, que todos, absolutamente todos los resortes del Poder han sido puestos al
servicio de la tranquilidad, en lo que era posible, y de la justicia, y que hechos recentísimos ―SS.
SS. constantemente y a diario tienen que reconocerlo y proclamarlo― encuentran la asistencia del
Ministerio de la Gobernación y de todo el Gobierno?
El Sr. Gil Robles condenaba la violencia. ¿Quién no la va a condenar? ¿Pues qué
representamos nosotros sino una protesta constante contra esa violencia? ¿Inspiradores nosotros de
una Prensa sobre la que el Sr. Gil Robles vuelca toda, absolutamente toda la responsabilidad de
cuanto está ocurriendo? ¿Quiere decirme... (El Sr. Gil Robles: Perdóneme S. S.; no he volcado
sobre la Prensa más responsabilidad que la que le incumbe, que no es pequeña, pero no toda.) ¿La
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 204
responsabilidad que le incumbe a una Prensa inspirada por nosotros? ¿Qué Prensa tiene el Gobierno
que pueda inspirar? ¿Cuál es la Prensa que inspira el Gobierno? Señor Gil Robles: su señoría es un
dialéctico formidable, pero baraja y maneja de tal manera sus argumentos en estos instantes ―y
perdóneme que se lo diga―, con una ausencia del sentido de la responsabilidad al discriminar
cuáles son las que nos alcanzan, que cuando le conviene, nos las atribuye a nosotros y cuando le
conviene las traspasa a los demás; pero, en definitiva, con este sentimiento notorio de injusticia,
porque a S. S. le consta que el Gobierno ni inspira ni aplaude, ni puede aplaudir ni tolerar ninguna
de esas campañas que su señoría condena como nosotros. Cuando la violencia surge, tiene nuestra
condenación tan rotunda, tan categórica como pueda fulminarla S. S.
De situaciones puramente polémicas y parlamentarias, que no tenían el grado de importancia
y gravedad que tienen ahora, retrospectivamente, cuando S. S. las señala como causa de efectos
tristísimos y monstruosos, no ha vacilado su señoría en coger la figura del Sr. Presidente del
Consejo de Ministros, ponerla en función y en relación con manifestaciones hechas por él en
momentos de debate, en que lo que decía no podía significar lo que S. S. le atribuye. El Sr.
Presidente del Consejo de Ministros, cuando formulaba determinadas expresiones, no hacía más que
afirmar un sentido absoluto de autoridad, de sentimiento y de respeto a la ley, pero que
precisamente manifestaba que sería beligerante frente a la violencia. Era éste todo el alcance y
significado que se podían dar a las palabras del Sr. Presidente del Consejo. Que sucesos
luctuosísimos, desdichados, que todos abominamos, que yo deploro con toda mi alma, se hayan
realizado y que ahora S. S. pretenda establecer una relación directa entre aquellas palabras y estos
hechos, señor Gil Robles, yo a S. S. entrego por completo para las horas de tranquilidad espiritual y
de serenidad de conciencia el valor y el alcance del acto que acaba de realizar.
Y muy pocas palabras más, Sr. Gil Robles, porque no quiero con mi intervención, dada la
actitud, la forma, el tono, los modos con que su señoría se produjo, exacerbar más esta situación,
por sí ya tan delicada y difícil; pero voy a admitir, para efectos polémicos, como realidad inconcusa,
que ciertas y determinadas individualidades de un organismo del Estado se hayan insurreccionado y
realizado los actos que S. S. les atribuye. ¿Cuál fue la actitud del Gobierno y cuál su deber? Desde
el primer momento tomar gubernativamente todas, absolutamente todas las medidas que podía y
tenía en sus manos, y tomadas están, e inmediatamente buscar el juez de máxima garantía y de
máxima jerarquía para que, entrando a fondo, sin detenerse en nada, llegando hasta donde tenga que
llegar, esclarecerlo todo. A nadie como al Gobierno interesa esto para evitar ciertas actitudes, Sr. Gil
Robles. Su señoría, ya lo decía, y es exacto, no viene a hacer política en torno del cadáver del Sr.
Calvo Sotelo, pero sin querer, con ocasión de esto, S. S., en el fondo, está haciendo política, y no de
la mejor calidad, porque al Gobierno no se le puede pedir más que esto: que llegue con sus medios
hasta donde tiene que llegar, para esclarecer los hechos; que pase lo que pase, suceda lo que suceda,
brille la verdad y se imponga la justicia. ¿Qué otra cosa puede hacer el Gobierno que no haya hecho
desde el primer momento?
Y yo, Sr. Gil Robles, no tengo por qué hacer el contraste del proceder del Gobierno actual,
cuando se encuentra con hechos tan desdichados, con otros procederes que hasta ahora, hasta que
nosotros hemos llegado, no se ha buscado la responsabilidad de desmandamientos de agentes de la
autoridad que obedecían a determinados Gobiernos que, seguramente, eran los primeros que, como
el actual, lamentaban, rechazaban y condenaban la posibilidad de que a ellos se les complicase en
aquellos actos. De modo, Sr. Gil Robles, que sea cual fuere el concepto que S. S. tenga de nuestra
conducta, creo que solo la pasión, enturbiando su juicio sereno, podía llevarle a hacer
manifestaciones como las que acabamos de oír. ¿Responsabilidades? Todas las que nos vengan,
desde ahora aceptadas están; no hemos de eludir ninguna, como lo demuestra nuestra propia actitud
actual, y si existen, reverentes con el sentido de justicia, reverentes con las sanciones que la opinión
pública nos imponga, sabemos cual es nuestra actitud, sin que ello nos invite, por vía de retorsión y
buscando el hundimiento del templo, a oponer conducta a conductas y a contrastar procederes con
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 205
[INDALECIO PRIETO]
El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Prieto106 tiene la palabra.
El Sr. PRIETO TUERO: Los estados violentamente pasionales a que es tan propicio el
espíritu del Sr. Gil Robles son, con toda evidencia, contagiosos; digo esto porque yo me siento casi
bajo el imperio del contagio, y añado que, desde luego, no es un estado pasional el mejor elemento
decantador de la justicia.
A mi juicio, el Sr. Gil Robles, en las palabras tremendamente apasionadas que acaba de
pronunciar, no ha sido justo. Ha venido a realizar un acto político. Yo no he de censurar ni poner
tacha alguna a la desmesurada amplitud con que se ha consentido expresar su criterio al señor Gil
Robles; pero debo recordar que nosotros habíamos venido ―me limito a consignar el hecho― a
deliberar y resolver sobre una propuesta concreta de Gobierno, cual es la de que se le autorice a
prorrogar el estado de alarma por treinta días. No desdeño la congruencia que tienen con la petición
formulada por el Gobierno y que nos ha congregado aquí algunas de las manifestaciones del Sr. Gil
Robles, aunque no todas ellas, y advertimos ―lo habrán advertido quienes hayan observado
tranquilamente el curso de la oración del Sr. Gil -Robles― cómo todos aquellos anuncios previos de
desentenderse de determinadas plataformas políticas a cuenta de un suceso lamentabilísimo y
doloroso se le han frustrado en flor, porque lo que ha hecho el Sr. Gil Robles es preferente o
106 PSOE.
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 206
exclusivamente un acto político, al cual se sumaron dos factores: estado pasional a que es:propicia
su palabra y una premeditación, que aparece muy clara a lo largo de toda su peroración.
Yo no tengo que hacer, en cuanto a lo que al Gobierno se refiere, ninguna defensa ni aportar
ningún refuerzo; estimo, naturalmente, injustas por completo todas aquellas imputaciones, más o
menos concretas, o más o menos diluidas, que el Sr. Gil Robles ha hecho, acusando al Gobierno, no
sé si de inducción o de encubrimiento, pero sí de una responsabilidad accesoria marcadísima, no
meramente polític, en cuanto al asesinato del Sr. Calvo Sotelo. En conciencia declaro, conociendo a
los hombres que forman el Gobierno, que no entra en mi animo la más vaga sospecha de su
participación en una responsabilidad de ese género. No dejo de considerar el perfectísimo derecho
del Sr. Gil Robles a extraer deducciones políticas de otro orden; peso estimo injusto que ellas
puedan descansar, en una responsabilidad del tipo a que más o menos concretamente atribuía la
actitud del Gobierno respecto a tan luctuoso hecho.
La injusticia del Sr. Gil Robles parte de que al examinar la situación actual de España, en
cuanto a cuya gravedad todo disimulo sería ocioso, determina arbitrariamente una fecha como
comienzo de ese estado de perturbación que le arrancaba tan violentos y elocuentísimos apóstrofes.
Voy a ser brevísimo, y he de limitarme a declarar que la representación socialista no puede
secundar en este momento el acto político que quiere realizar, que ha realizado el Sr. Gil Robles,
por creer que no es este el recinto propio para ello y porque, naturalmente, no quiero dejarme
conducir por esa influencia positivamente magnética que emana de las palabras del Sr. Gil Robles,
en las cuales (quizá la edad vaya curándole de semejante vicio) hay siempre un aspecto de reto, de
desafío.
No quiero dar a S. S. pretexto alguno para cierta finalidad que persigue; he visto claro que el
Sr. Gil Robles busca incluso la sombra del más minúsculo incidente para adoptar una actitud
extrema, que pudiera ser la retirada de las fuerzas que él acaudilla de la función parlamentaria, a
cuenta (él lo ha declarado) de no sentirse con vigor espiritual suficiente para hacer frente a la
turbonada de violencia de los elementos de derecha, que, según él mismo ha confesado, hoy
desbordan de su posición política. No quiero dar pretexto a S. S. para semejante cosa: de manera
que mi declaración ha de quedar limitada a decir que aquellas imputaciones que S. S. ha hecho al
grupo parlamentario socialista las recogeremos, cuando la ocasión llegue, en el salón de sesiones,
no en este momento, con esta publicidad reducida y en esta esfera tan menguada y, a mi juicio, tan
deficiente para un debate parlamentario. Allí, en el salón de sesiones, habremos de contender con el
Sr. Gil Robles y espero que no dando ocasión con palabras nuestras teñidas de irritación, S. S. no
tendrá pretexto alguno para eludir esa ocasión y que habrá de utilizarla con aquella gallardía,
muchas veces excesiva según mi juicio, con que S. S. afronta estas situaciones.
Quiero recalcar ahora, señores miembros de la Diputación permanente, lo de que la injusticia
del Sr. Gil Robles data de señalar arbitrariamente una fecha al comienzo de las ilegalidades, a la
iniciación de la turbonada de violencias; ya el Sr. Díaz, con una sencilla interrupción, ha dejado al
descubierto hasta dónde llegaba en ese punto la arbitrariedad de S. S.
Es lamentable el hecho referente al Sr. Calvo Sotelo, pero conste que cuando S. S. ha hablado
de los últimos sucesos (tengo en cuenta el relieve de la persona del Sr. Calvo Sotelo y la proximidad
ideológica con S. S.), en sus palabras no ha habido recuerdo análogo para otras victimas. Sagrada
era la vida del Sr. Calvo Sotelo, indiscutiblemente, pero no más, para nosotros, que la de cualquier
ciudadano que haya caído en condiciones idénticas, y cuando S. S. imputaba al Gobierno y a las
fuerzas parlamentarias que le asisten ser causantes, en un orden u otro, con responsabilidad directa
o indirecta, según quiera su señoría, de dicho suceso, acontecía que en su imaginación no había sino
una línea de víctimas: la que a lo visto afecta a S. S. por razones de vinculación política. Nosotros
las abarcamos todas, absolutamente todas y por igual. La arbitrariedad de S. S., repito, estaba en la
fecha que fijaba. Así como la Gran guerra insensibilizó a muchas gentes en orden al respeto a la
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 207
vida humana y este respeto se quebrantó en varias latitudes del mundo, ¡que duda cabe, Sr. Gil
Robles, que las enormes ferocidades cometidas con ocasión de la represión de los sucesos de
Octubre de 1934 han determinado este arrastre de un rosario sangriento!
Yo lo he dicho bajo mi firma recientemente: por honor de todos debe concluir lo que en ese
aspecto viene ocurriendo. ¡Ah!, pero mirémonos por dentro, aceptemos cada uno nuestra
responsabilidad moral mediante sincera confesión; vosotros en el templo de vuestra fe, nosotros en
el santuario de nuestra conciencia. Y no os sintáis yosotros tan indulgentes con vosotros mismos
para creeros limpios de lo que actualmente afrenta a España. En los hechos mismos de Asturias,
¡cuántos hay análogos, semejantes, iguales al que ha costado la vida a nuestro compañero D. José
Calvo Sotelo! Fijémonos en uno de relieve, por la nombradía de la víctima: el caso de Sirval es
exactamente igual, al de Calvo Sotelo, y vosotros no tuvisteis entonces el valor de corregir aquellos
terribles excesos, sino que, en realidad, los aprobasteis, porque llegasteis, indirecta o directamente,
al encubrimiento; encubristeis a los autores, los premiasteis,.los glorificasteis, y cuando dabais ante
España este ejemplo de subversión moral que destruía los más fundamentales principios jurídicos, !
ah!, entonces no calculasteis que habíais sembrado una planta cuyo tóxico os había de alcanzar
también a vosotros. Ninguno de nosotros ha aprobado los hechos que se están ahora realizando: los
condenamos y los deploramos; sabemos que nos duelen dentro y que nos afrentan fuera; pero para
una liquidación profunda y honrada de esta situación, su señoría no tiene derecho a creer sus manos
totalmente limpias y pulcras de responsabilidad mientras porfía por enfangar las de los demás.
Esto simplemente queremos decir hoy al señor Gil Robles, sin perjuicio de que las
manifestaciones hechas por él, cuando la ocasión llegue, y no queremos frustrársela, de repetirlas en
el salón de sesiones, extendamos estos conceptos que ahora sintéticamente expongo para que cada
cual afronte de cara al país su propia responsabilidad y sepa que los desmanes de la fuerza publica,
los crímenes de individuos pertenecientes a la fuerza pública, la falta de respeto a la vida humana en
España, no empezó el 16 de Febrero; que, aunque a lo largo de la vida de la Humanidad ofrezcan
siempre manchones de esta clase, las luchas políticas y religiosas, en España empezó el presente
ominoso período en la época de vuestro mandato, no sé si bajo vuestra inspiración, pero, por lo
menos, bajo vuestro silencio y vuestro encubrimiento.
Y esto es simple, sencilla y estrictamente lo que de momento quiero decir hoy al Sr. Gil
Robles, porque no he de entablar un debate fuera de oportunidad, debate que esta representación
acepta, aguarda y desea para expresar ante la opinión publica, clamando a gritos sus verdades por
estos ventanales, a fin de que la opinión vea el grado de culpa que nos alcanza a cada uno de
nosotros. Pero si de verdad nos posee a todos el ansia noble de liquidar una situación de este género,
reconozcamos que no lo podremos hacer con imputaciones apasionadas y sin doblegar alguna vez la
frente ante el peso de la propia responsabilidad.
107 PCE.
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 208
No queréis acatar lo que ha representado el triunfo del 16 de Febrero, y de ahí toda vuestra
política y vuestra actuación en el sentido que he indicado. Es el 90 por 100 del pueblo español el
que está de acuerdo con el régimen republicano, con un régimen democrático, y es el 10 por 100
restante el que no pierde ocasión de buscar todos los procedimientos de provocación, de atentados
personales contra el pueblo; porque no se trata solamente de los hechos represivos de Asturias, sino
que ayer mismo “Mundo Obrero” nos refrescaba un poco la memoria hablándonos de todos los
atentados cometidos por fuerzas de derechas desde el 16 de Febrero hasta la fecha. ¿Por qué no se
levanta aquí el Sr. Gil Robles a decir con toda sinceridad que debemos condenar también a fondo el
atentado contra el teniente Castillo? Eso hay que hacerlo aquí, en la Diputación permanente, y hay
que hacerlo en el salón de sesiones. (El Sr. Gil Robles: Eso lo he hecho aquí y en todas partes; si S.
S. no lo ha oído, yo no tengo la culpa.) Cuando se habla de responsabilidad del Gobierno en el
hecho del Sr. Calvo Sotelo, ¿por qué no se trata con el mismo calor del caso del Sr. Castillo? Hay
que manifestarse por igual ante estos hechos de terror individual; pero haciéndolo en las mismas
condiciones siempre; porque, si no, se carece de fuerza moral alguna para plantear el asunto en los
términos en que se ha hecho.
Por lo que se refiere a manejos de las derechas en contra del régimen, ¿es que lo ocurrido en
Valencia no es un hecho ligado a toda esta actuación provocativa y de preparación del golpe de
Estado? ¿Es que no son los elementos de derechas y fascistas los culpables de toda esta lista de
victimas a que me he referido antes, causadas desde el 16 de Febrero hasta la fecha? Todos conocéis
los nombres, y nadie se ha levantado en el Parlamento a plantear esta cuestión, porque de lo que se
trata es de, con esa actuación en la calle, pasar a la ofensiva aprovechando la reunión de la
Diputación permanente o de la Cámara para aparecer como salvadores de España, como hombres
que están dentro de la democracia, que dentro de ella quieren convivir, mientras en la calle
―repito― se preparan todos esos atentados y complots.
Decía el Sr. Gil Robles que todas o una gran parte de las fuerzas que controla se acercan al
fascismo; pero, ¿es que el Sr. Gil Robles no ha hecho aquí un canto al fascismo? ¿Es que no lo hace
también en el salón de sesiones? ¿Es que no actúa en la calle en este sentido? ¿Por qué no dice con
claridad ―ello sería más justo― el Sr. Gil Robles que es incompatible con el régimen republicano,
con el régimen que represente la democracia y el desarrollo progresivo del país, procurando
descaradamente dar a conocer sus actividades en pro de un régimen de dictadura absoluta, en la
forma en que ya se practicaba, si no totalmente en gran parte, durante los dos años que ha
participado en el Poder?
Todo esto es lo que deben conocer las fuerzas del Bloque popular. Es necesario que se
conozca en la calle cuáles son los propósitos de estos discursos del Sr. Gil Robles; cuales son los
propósitos de los elementos de derechas que no quieren dejar tranquilo nada y que no quieren acatar
lo que ha representado este triunfo de la gran mayoría del pueblo español. Que aprovechan esta
ocasión y todas las necesarias para crear perturbaciones en la calle, que, entiéndalo bien el Sr. Gil
Robles, nos encontrarán siempre alerta y en condiciones de impedir que puedan derrumbar de
nuevo el régimen republicano, el régimen democrático que en este momento comienza a
desarrollarse, los elementos que no tienen derecho a participar de esta democracia. Son los
periódicos de derecha ―ya que a los periódicos aludía el Sr. Gil Robles― los que preparan este
ambiente y esta situación. Yo creo que el Gobierno se ha quedado corto al no meter mano a fondo a
los elementos responsables de la guerra civil que hay en España. Por eso nosotros hemos presentado
una proposición de ley para que el Gobierno pueda declarar ilegales todas las organizaciones que no
acaten el régimen en que vivimos, entre ellas Acción Popular, que es una de las más responsables de
la situación, y los periódicos que las representan, como antes fueron declarados ilegales “Mundo
Obrero”, “El Socialista” y nuestras organizaciones. No queremos venganza, pero sí queremos
justicia; cuando se haga lo que pedimos ―se lo aseguramos al Gobierno― no habrá guerra civil,
porque los responsables de los atentados sois vosotros, los de la derecha, con vuestro dinero y con
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 210
vuestras organizaciones. Por tales actos, vuestro puesto no debiera estar aquí, sino en la cárcel.
Voy a terminar diciendo que, más que nunca, el Bloque popular y las fuerzas obreras que lo
integramos, haciéndonos cargo de cuanto se prepara y se realiza por los elementos de la derecha,
prestaremos nuestro apoyo al Gobierno, porque el Gobierno lo necesita y porque nosotros
consideramos que el momento no puede ser más oportuno para aprovechar todas las fuerzas
democráticas de España en la lucha que rechace definitivamente los intentos criminales y
subversivos que preparáis. No tratéis de eludirlo. Lo preparáis y su preparación la conocemos a
ciencia cierta, y aquí estamos ―repito― apoyando al Gobierno para contrarrestar vuestra obra.
Haremos cuanto sea necesario para que la República no desaparezca de España. Queremos una
República progresiva donde haya bienestar y cultura para los obreros y para todas las fuerzas
democráticas; un verdadero país democrático, y no consentiremos de ninguna manera que se pierda
lo que ha costado mucha sangre y mucho trabajo conquistar. Por muchos discursos que se
pronuncien en la Diputación permanente y en el Parlamento, por muchos complots que se organicen
en la calle, tengo la seguridad de que el 90 por 100 de los españoles arrollará cuanto intentáis hacer:
aquí estamos las fuerzas obreras en primer término para apoyar al Gobierno y después para impedir
que vuestros intentos de llevar a España a la catástrofe sean logrados. (El Sr. Cid pide la palabra.)
[PORTELA VALLADARES]
El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra el señor Portela108.
El Sr. PORTELA: He pedido la palabra, señores Diputados, en un momento en que el Sr.
Ministro de Estado padecía un colapso de memoria haciendo responsable de lo que pasaba
actualmente a la situación que había precedido a ésta, y de la cual la actual situación es heredera. La
situación fue aquella que yo presidí, y en ese tiempo ―quiero que conste― se vivió en régimen de
libertad (casi el único periodo durante la República en que se vivió en régimen de libertad y de
pleno respeto a las garantías constitucionales todas) y con libertad de Prensa absoluta y con orden y
con paz, y entregué el Poder, en la plenitud de sus medios, a quien me sustituyó; con todas las
ruedas funcionando y cada uno en su puesto; el subsecretario de Gobernación estuvo en su cargo
ocho días después; el director de Seguridad, diez; el director de la Guardia civil continuó y
continúa; los gobernadores civiles, en su puesto cuando se les destituyó por teléfono a los dos días,
o el mismo día, desaparecieron, pero hasta entonces allí estuvieron. Conste así y conste también que
labios autorizados para todos lo reconocieron en una interrupción que se me hizo durante un debate
parlamentario.
Pero esto sólo no me habría movido a hacer uso de la palabra. Es un incidente nimio, casi
personal, y los momentos tienen tal volumen, proyectan tanta preocupación y asoman con tal
intensidad gravedades y problemas del más alto orden, político en estos instantes a los ojos de todos
nosotros, que creo que en este ambiente más reducido de la Diputación permanente, donde están los
directores de las fuerzas políticas, donde la actitud levantada y generosa del Sr. Presidente de la
Cámara nos ha indicado a todos un camino de serenidad, de invitación a meditar y a reflexionar lo
que hagamos, el tiempo que dedique yo a presentar unas consideraciones ante vosotros no será
perdido, y si resulta perdido será por lo deficiente de mis medios.
¿Vamos a continuar así? ¿Es posible continuar así? Esa gravedad, que no se le escapaba al
señor Prieto, que el Sr. Prieto afirmaba, de la situación actual; esa gravedad que el Gobierno tiene
que reconocer y que todos sabemos, que sabe toda España; esta situación inestable, cruda, hiriente,
expuesta a la explosión, con el temor en la calle, en la habitación particular de cada uno, en el
hogar, todo eso, ¿se puede prolongar indefinidamente, con estrago para España y para la República?
Piénsese que el hecho que lamentamos y condenamos puede abrir un nuevo ciclo en la Historia de
España. Vosotros tenéis el fervor del régimen; yo también lo siento. Vosotros tenéis el fervor de la
Patria. ¿No os preocupa laPatria? ¿No la habéis de poner en estos momentos de gravedad y de
preocupación por encima del apasionamiento político? ¿No vale la pena de que unos y otros
tengamos un momento de detención ante el porvenir, y que esa situación, hoy tan zozobrante y tan
llena de angustias y temores, tratemos de remediarla y de llevar por otros caminos la vida política
de nuestro país? ¿Es que en Francia no hay hoy la misma constitución política que en España? ¿No
hay allí también un Frente Popular con comunistas y socialistas que participan en el Poder, y unas
derechas que tienen la misma violencia ―violencia ideológica― y las mismas pretensiones que las
derechas españolas? Sin embargo, allí las inquinas de los partidos no se traducen en el asesinato, en
las muertes, en los medios extremos a que aquí se esta llegando. Creo que podemos luchar y que
tenemos un camino común para luchar; creo que, por bien de todos, hasta por egoísmo personal,
estamos obligados unos y otros a decir: “¡Alto el fuego!”
El Sr. Presidente del Congreso arrostró una responsabilidad, saliéndose del Reglamento, para
corregir manifestaciones que aquí se habían hecho y que podían llevar la perturbación a la calle. Yo
aplaudo la postura del Sr. Presidente de la Cámara, porque aceptar una responsabilidad, incluso
cuando no está dentro de las facultades propias, es el acto más generoso y el mejor servicio que se
puede prestar al país, el más elevado sacrificio ante el país, el más elevado cumplimiento del deber.
Y el Sr. Presidente del Congreso también aceptó otra responsabilidad que no le incumbía, que
dentro del Reglamento y de nuestro tecnicismo legal no está en sus atribuciones, al tomar la
iniciativa de apartar de nosotros la sesión parlamentaria de ayer. ¿No nos podemos inspirar todos en
ese ejemplo? ¿No es posible que lleguemos a un punto, no de inteligencia, pero sí de tregua?
Pensadlo, Sres. Diputados.
Yo no soy elocuente, no tengo confianza en la oratoria, en la mía menos que en la de nadie;
pero de tal manera estas ideas labran mi pecho, y con tat vehemencia y con tal vigor las siento, que
creo que por el valor substantivo de ellas, no por mis palabras, han de encontrar un eco en vuestra
conciencia y en vuestra actitud. Os engañaríais, se engañarían aquellos que creyesen que de esta
situación de violencia iba a venir la tranquilidad para unos y para otros. Triunfará,
momentáneamente, una u otra fracción, después vendrá la reacción del otro lado. Por este camino
nunca habrá paz en España, jamas se podrá considerar fijo y definitivo el triunfo de una de las
banderías en lucha; iremos cayendo unos y otros, dejando en estas tristes paginas de la Historia los
momentos por que estamos atravesando tan dolorosos y tan agudos, dentro y fuera de España;
momentos de conmoción, momentos de desequilibrio del mundo, de renacimiento del mundo en
que, al venirse abajo los escombros de lo viejo, sepultan a muchos seres. Creo que los que estamos
aquí, si nos lo proponemos, podemos llegar a un momento de mayor calma, de mayor
aquietamiento, de mayor convivencia.
Y dicho esto, dos palabras sobre el tema concreto que es motivo de la reunión: el de la
suspensión de las garantías constitucionales. Si del voto de esta minoría dependiera el que se
concediese o no al Gobierno la autorización que pide, se lo daría, porque no se puede negar a un
Gobierno medios para que ejerza su función. Ese es nuestro sentir, esa es nuestra concepción de la
vida y de la responsabilidad políticas. Como no os hace falta nuestro voto, nos apartamos de
otorgarlo, por una consideración: las palabras, muchas veces, no significan lo que ellas dicen; las
palabras no tienen consonancia con los actos; van más allá que los actos. Vienen la reacción, la
meditación, el “trasacuerdo”, que decimos en mi país. En esta lucha entre las fracciones opuestas,
no creemos que el Gobierno sea un beligerante que haya arrostrado la responsabilidad enorme de
lanzarse a la pelea, tomar partido por uno de los bandos y contestar golpe por golpe, fiereza por
fiereza y pasión por pasión. Pero el Gobierno ha dicho que es beligerante, y a un Gobierno que dice
que es beligerante, el recurso extremo de la suspensión de garantías, que es para ejercido con
serenidad, con mesura, sin pasión, con igualdad, nosotros no se lo podernos dar, y por eso no
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 212
[JUAN VENTOSA]
El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Ventosa109 tiene la palabra.
El Sr. VENTOSA: He pedido la palabra con un doble objeto: para fijar la posición de nuestra
minoría en orden a la comunicación del Gobierno pidiendo la prórroga del estado de alarma y para
recoger una alusión que me ha dirigido el Sr. Gil Robles.
Primera cuestión, prórroga del estado de alarma. Nuestra minoría, que tiene un sentido
gubernamental, que tiene noción de la responsabilidad de sus actos, incluso en la oposición,
generalmente no ha negado a un Gobierno que la ha pedido la concesión de aquellas medidas
extraordinarias que ha estimado indispensables para gobernar. Sin embargo, en este caso ha de
apartarse de estas normas generales y ha de votar en contra de la petición formulada por el
Gobierno.
Razones: La suspensión de las garantías constitucionales ha de representar, a mi juicio, de una
manera evidente, un arma, un medio para que el Gobierno pueda conseguir la paz, el orden, la
normalidad pública, y ello exige que el Gobierno al que se conceda sea la representación de todos
los ciudadanos, sin excepción alguna. Respecto al caso concreto del Gobierno actual, ya recordé en
un discurso pronunciado en el Congreso una frase, poco afortunada, del Sr. Presidente del Consejo
de Ministros, en la que se declaraba beligerante, no contra la violencia, sino contra un bando, contra
una tendencia, contra una parte de la opinión pública española. Y aun cuando sólo se hubiera
declarado beligerante contra la violencia, me hubiese parecido mal, porque un Gobierno no ha de
ser nunca beligerante, ya que ser beligerante significa tanto como saltar por encima de la ley para
conseguir el triunfo y para imponerse a aquel que luche contra él, y el Gobierno no tiene que
apartarse jamas del camino de la ley; por el contrario, tiene que imponer el principio de autoridad,
matizando su propia fuerza y el monopolio de la coacción y del Poder que ejerce, con un respeto
escrupuloso a todas las normas, a todos los derechos y a todas las leyes. La palabra “beligerante”
implica apartarse de ese camino, que es el único que puede seguir un Gobierno.
Además, fueran cuales fuesen las palabras literalmente pronunciadas por el Sr. Presidente del
Consejo de Ministros ―no tengo ahora el texto―, es evidente que el tono de esas palabras, la
manera como se produjo en aquella ocasión y en casi todos los discursos que ha pronunciado en la
Cámara, le dan el carácter de beligerante dirigiéndose a una parte considerable de la opinión pública
española. En estas condiciones, nosotros no podemos otorgar a un beligerante ―porque ello sería
tanto como amparar su actuación con una complicidad nuestra― un recurso excepcional, que no
negaríamos, ciertamente, a un Gobierno que se hubiera movido dentro de la esfera de la ley y del
derecho.
Hay otra justificación que justifica también nuestra actitud, y es el notorio fracaso de la
actuación del Gobierno. Sin meternos en estadísticas que son impresionantes, no creo que ninguno
de los presentes, mirando en conciencia el panorama de la política española y de la vida nacional,
pueda dejar de decir que la situación, lejos de mejorar en los últimos meses, en los cuales el
Gobierno ha tenido el recurso de la suspensión de garantías, ha empeorado, haciéndose, realmente,
insostenible.
A propósito de esto se ha hablado ―también he de hacer referencia a ello con algo a que me
lleva la alusión del Sr. Gil Robles, respecto a la muerte del Sr. Calvo Sotelo― de que antes habían
ocurrido hechos lamentables y de que el Sr. Gil Robles o el Gobierno de entonces, que tuvieron bajo
su mando en aquella ocasión la fuerza pública, no estaban exentos de responsabilidad en aquellos
109 Lliga Catalana.
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 213
destruir todos aquellos resortes e instrumentos de Gobierno sin los cuales es imposible ejercer
eficazmente la autoridad, ha culminado últimamente en el asesinato del Sr. Calvo Sotelo. Yo no he
de decir que abomino de todos los hechos de violencia, que los condeno todos, los de antes y los de
ahora, los que precedieron al asesinato del señor Calvo Sotelo, los simultáneos y los posteriores. No
entra en mis ideas ni en mi espíritu el pensar que el recurso a la violencia puede ser jamas camino
para llegar a una situación apetecible; pero os he de decir que, condenándolos todos, no es posible
establecer una comunidad en la execración y en las características entre el asesinato del Sr. Calvo
Sotelo y otros hechos violentos que se hayan producido. Aquel tiene características especiales, no
sólo por la condición extraordinaria de la persona, por sus dotes personales, por su actuación
parlamentaria, por ser representante de un gran movimiento de opinión, sino también por las
circunstancias en que el hecho se ha producido. Diré, además, que por el hecho de ser el Sr. Calvo
Sotelo Diputado a Cortes, haber actuado dentro del Parlamento, en defensa de sus ideales,
contrarios a los del Gobierno, el hecho cobra, naturalmente, una gravedad extraordinaria y una
resonancia que le aparta de los otros casos de violencia.
El Sr. Gil Robles hacía referencia a una conversación que sostuvimos hace pocos días. En
realidad, el hecho de estar oyendo yo sus palabras significaba ya que confirmaba la veracidad de las
mismas; pero como se trata de un detalle que tiene importancia y que ha conturbado mi espíritu
desde que me enteré del crimen cometido contra el Sr. Calvo Sotelo, he de repetirlo. Me hallaba yo
en el salón de sesiones debajo de la tribuna presidencial; estaba el Sr. Gil Robles cerca de mí; en
esto, bajó de su escaño el Sr. Calvo Sotelo, se dirigió al Sr. Gil Robles, le llamó y estuvieron
hablando algunos minutos. Después, el Sr. Gil Robles se acercó a mí y me dijo: “¿Sabe usted lo que
me decía ahora el Sr. Calvo Sotelo?” “No.” “Pues me decía que ahora, recientemente, se le había
variado la escolta; que en ella se habían metido elementos que no merecían su confianza, y que
había tenido, además, la confidencia y la noticia de que esos elementos habían recibido la consigna
de que, si se realizaba algún atentado contra el Sr. Calvo Sotelo, ellos se abstuvieran de intervenir;
que se hicieran los ciegos y los sordos”. Me pareció entonces extremadamente grave la cosa; pero
he de decir a los señores Diputados que no me pareció ―era natural, porque entonces no se había
producido el hecho― que pudiera tener toda la significación que después, ante la gravedad del
horrendo asesinato, tuvo en mi espíritu. El Sr. Gil Robles apuntaba la posibilidad (claro está que
todos descartamos al Sr. Ministro de la Gobernación, a quien se le comunicó esta noticia; no hay
que hablar de ello ni remota ni próximamente, ni directa ni indirectamente; totalmente fuera de
causa) de que elementos subalternos que puedan existir en la Dirección general de Seguridad o
dependientes del Gobierno tuvieran ya dentro de su pensamiento lo que después se ha traducido en
una horrenda realidad, y hay que confesar que el detalle es de los que conturban el espíritu.
Claro es que viene a conturbarlo más el modo como se ha producido el asesinato, realizado
por hombres vestidos con uniforme de guardias de Seguridad, yendo en una camioneta ―la número
17, creo― de las guardias de Asalto; que se presentan en el domicilio, que engañan villanamente al
Sr. Calvo Setelo haciéndole creer que le conducen a la Dirección de Seguridad, aumentando, con
detalles en la ejecución, el horror del engaño y del crimen que perpetraban. El Sr. Ministro de
Estado decía, y el Sr. Presidente de las Cortes también: “No se puede decir si han sido o no agentes
de la autoridad”, y el Sr. Ministro de Estado añadía: “El Gobierno ha hecho desde el primer
momento cuanto podía hacer”. Yo me permito decir, con todo respeto, que después de estos detalles
que producen turbación en el espíritu, después del hecho de que hayan sido gentes vestidas como
agentes o como guardias de Seguridad, a estas horas el Gobierno tendría que decir si lo son o no lo
son, y la opinión debería saberlo claramente. No es posible que permanezca en la incógnita de un
largo sumario. Además del sumario hay todas las investigaciones que puede practicar la Policía.
Detenido el que conducía el coche, con una pista perfectamente marcada, a estas horas la opinión
pública debía saber si eran o no eran los autores individuos del Cuerpo de Asalto. En primer
término, los más interesados en que se efectúe esta depuración son el propio Cuerpo de Asalto y el
Gobierno. Por consiguiente, es necesario que inmediatamente, en seguida, se manifieste claramente
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 215
qué es lo que hay, y si, realmente, son agentes de la autoridad los que han cometido el delito, el
asesinato con todas las agravantes de alevosía, nocturnidad, abuso de fuerza y de su condición de
agentes de la autoridad, es indispensable que la sanción se aplique inexorablemente, sin tardanza ni
demora.
Puede haber otros hechos de violencia que conmuevan a la opinión pública. Ninguno como
éste de un Diputado que ha tenido una actuación destacada en el Parlamento, de un representante de
una fuerza de opinión en pugna con la que está en el Gobierno, que es asesinado por quienes
aparecen como agentes de la autoridad a las órdenes de este Gobierno. Esto es gravísimo, y es
necesario que se sepa, se declare si es así o no; y si es así, es necesario que se castigue. Sin esto,
para vergüenza de España, para vergüenza del Gobierno, para fracaso del régimen, será
absolutamente imposible que la opinión pública obtenga la satisfacción debida y que todos aquellos
que anhelamos que se establezca un régimen de convivencia, basado en la justicia, podamos tener
confianza en los organismos del Poder público. Los que anhelamos defender nuestros ideales dentro
de la ley, los que hemos proclamado que el que venció en las urnas tiene que gobernar, no podemos
considerarnos representados por un Gobierno que no se inspire en estas normas. Nosotros
aceptamos que un Gobierno representante de los que triunfaron en las urnas gobierne de manera
efectiva; pero gobernar no significa ser beligerante contra ninguna tendencia, aunque sea adversa al
régimen; gobernar no significa usar arbitraria y abusivamente de los recursos del Poder para ejercer
una política de persecución; gobernar no significa ampararse en una parte de la opinión publica, en
la que le ha dado los votos, y dejar a la otra parte del país sin el amparo de los derechos y de las
leyes.
Como nosotros estimamos que la política seguida por el Gobierno actual en estos diversos
extremos no responde a esta finalidad esencial, no podemos concederle los recursos excepcionales
que solicita. (El. Sr. Tomás y Piera: Esas palabras son muy sensatas, como todas las de S. S.; pero
hubieran producido también buen efecto cuando el asesinato de Sirval y al aprobarse la ley del 2
de Enero.) ¿Me quiere decir el Sr. Tomás y Piera qué tiene que ver eso ni que tengo yo que ver con
todo eso? ¿Es que habló S. S. entonces? ¿Cuando habló S. S. de ello? Entonces, ¿por qué me
increpa? ¿Qué derecho tiene a ello? (El Sr. Tomás y Piera: Repito que esas palabras de S. S.
hubieran producido buen efecto entonces.)
[JUAN MOLES]
El Sr: PRESIDENTE: Queda terminado el incidente. El Sr. Ministro de la Gobernación tiene
la palabra.
El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN. (Moles 110): Aparte del aspecto político que ha
recogido el Sr. Ministro de Estado, circunscribiéndome concretamente a lo que hace referencia a mí,
he de manifestar que es cierto que el Sr. Calvo Sotelo, primero por mediación del Diputado Sr. Bau,
y luego personalmente, me mostró su recelo respecto de la conducta de dos de los agentes
encargados de su custodia nombrados el día anterior. Le dije al Sr. Calvo Sotelo en aquel momento,
y lo repito ahora, que yo no sabía absolutamente nada de este cambio de agentes, que sería cosa del
servicio, pero que, desde luego, en aquel mismo momento ordenaba que esos señores fuesen
apartados de su custodia, que se restableciera la que él deseara y que él mismo diese los nombres de
los agentes, pues, yo no quería que hubiera en esta cuestión equívocos de ninguna clase; que mi
mayor placer era que cada cual escogiera los agentes de escolta que se ponían a su servicio para que
comprobasen que nunca, en ningún momento, por parte del Ministro de la Gobernación ni por la del
Gobierno, podía haber segunda intención con respecto al servicio de custodia que se les prestaba. Y
aquel mismo día fueron cambiados los agentes. De modo que el domingo, que, según creo, estuvo
110 Juan Moles Ormella (1871-1945). Independiente.
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 216
en Galapagar el Sr. Calvo Sotelo; fue ya asistido de la escolta compuesta por las personas que él me
había indicado que deseaba tener. Hago constar eso como aclaración final a la indicación que se ha
hecho. Corroboro que formuló la queja; afirmo que la atendí inmediatamente, porque en este caso,
como en todos, no he de amparar nunca, jamás, ni creo que nadie pueda suponer que me haya yo
podido prestar, ni en esta ni en ninguna ocasión, a nada que signifique la comisión de un delito tan
horrendo como el que lamentamos.
Por lo que respecta a la actitud del Gobierno, y especialmente del Ministro de la Gobernación,
que, por su cargo, es el que tuvo que intervenir desde el primer momento, he de manifestar que, de
madrugada, cuando me llamaron y me dieron noticia de lo que ocurría; cuando aun no se sabía el
paradero del Sr. Calvo Sotelo, puse en práctica todas las medidas que estimé oportunas para dar con
el señor desaparecido, a fin de evitar cualquier delito que se tratase de cometer; y he de añadir que
desde aquel instante separé del servicio a todos los que posiblemente hubieran podido intervenir en
ello, aunque no me constaba quienes fuesen ni podía detallarlos.
Saben perfectamente los Sres. Diputados que la pareja de Orden público que había en la
puerta de la casa del Sr. Calvo Sotelo trató de impedir o puso dificultades a la realización del acto
que se trataba de cometer. Eran agentes de la autoridad y dependian de la misma. Por consiguiente,
si se hubiera tratado de la ejecución de algo ordenado por superiores, la pareja no habría opuesto la
resistencia que opuso ni hubiera exigido determinadas garantías que se exigieron para poder
penetrar en el domicilio del Sr. Calvo Sotelo.
Hay varios individuos del Cuerpo de Asalto a disposición del juzgado, individuos que, desde
el primer momento, con anterioridad a la actuación del mismo, quedaron separados del servicio. (El
Sr. Cid: ¿En condiciones ―perdone el Sr. Ministro― de impedir su posible salida al extranjero?)
En absoluto. Están detenidos y, a disposición de la autoridad judicial. (El Sr. Cid: Celebro que así
sea.) Después de la intervención judicial, yo me he alejado, absolutamente, no me inmiscuyo, en
nada que esté en manos de la Justicia para evitar que nadie pueda suponer que el acercamiento del
Ministro de la Gobernación a las diligencias judiciales pueda tener un sentido completamente
distinto del que SS. SS. deseaban. Insisto en que todos los posibles autores o los posibles
participantes que estuviesen de servicio aquella noche están detenidos. Lo fueron desde el primer
momento y antes de la actuación judicial, y están a la disposición del Juzgado, algunos de ellos
incomunicados. Es lo único que puedo decir, recalcando que ni he tratado ni trataré de ingerirme
absolutamente en nada que se refiera a la actuación judicial, por lo cual ahora no puedo hacer otras
manifestaciones por desconocer lo que hay en el sumario.
[MARCELINO DOMINGO]
El. Sr. PRESIDENTE: El Sr. Domingo111 tiene la palabra.
El Sr. DOMINGO: He pedido la palabra porque me considero en el deber de pronunciar las
obligadas en nombre de las fuerzas políticas cuya representación ostento en la Diputación
permanente. Precisamente. ayer, y en este mismo salón, estuvo reunida la minoría de Izquierda
Republicana. Si el Sr. Gil Robles hubiera podido asistir a la reunión, posiblemente hubiera tenido
para estas fuerzas políticas que apoyan, hoy más que nunca, al Gobierno de la República, un
concepto de mayor justicia que el que ha tenido. La reunión se produjo en los términos a que
obligaba la gravedad del momento, doloridos todos por el terrible suceso de horas anteriores.
Apartados todos política y personalmente de una de las personas que habían sufrido en su vida el
daño del suceso; apartados todos política y personalmente, como digo, de la persona, nos dolíamos
profundamente del suceso, lo lamentábamos y protestábamos contra el hecho de haberse producido.
En la nota que recogía los acuerdos de la minoría de Izquierda, si el Sr. Gil Robles ha tenido la
bondad de leerla, habrá advertido hasta qué punto dicha minoría se encuentra apartada de toda
violencia, la condena, se siente dentro de la ley, estimula a la autoridad al cumplimiento de su deber,
pretende pacificar el espíritu público y procura que la autoridad cumpla con el alto deber que tiene
del modo que a su juicio más se puede cumplir, que es prestándole al Poder público toda la
colaboración necesaria para que tenga la autoridad que se le pide.
Al asistir hoy, con honor para mí, por primera vez a una reunión de la Diputación permanente
y en estas circunstancias, tenía yo el convencimiento de que aquí, donde se congregan las personas
de mayor significación de los partidos, ante la gravedad de las circunstancias, el tono en que se
hubiera producido el debate habría sido de acuerdo con el de la reunión de ayer; y, si fuera posible,
acentuando todos, en el sentido de su responsabilidad, aun más este tono. No ha sido así y no
ciertamente por parte de quienes representan la mayoría, sino por parte de quienes representan la
oposición. Quienes representan la oposición se han producido en términos que, pidiendo autoridad,
tengo el convencimiento de que no contribuyen en lo más mínimo a que la autoridad exista;
pretendiendo que se restablezca el orden público, tengo el convencimiento de que, llevados a la
calle, no van a producir sino esta consecuencia: irritar los ánimos irritados, excitar los ánimos
excitados, envenenar la guerra donde exista, agudizar y extremar las diferencias y, en definitiva,
agravar el daño que quiere imputarse a una parte de la opinión pública o al régimen, por lo cual, en
definitiva, posiblemente la mayor responsabilidad está en quienes piden responsabilidad a los otros.
Nosotros ―yo por lo menos― habíamos venido aquí a ser muy breves en nuestras
intervenciones, tan breve como voy a serlo ahora; a decir, en nombre de la minoría que represento y
en el mío propio, que nos asociábamos al dolor que significa la perdida de uno de nuestros
compañeros y al dolor que supone siempre la pérdida de todos los que caen víctimas de este estado
de violencia, a expresar nuestra adhesión al Gobierno, no porque el Gobierno sea del Frente Popular
y esté constituido principalmente por elementos de Izquierda Republicana, sino simplemente por ser
el Gobierno. En este momento, de haber deseado nosotros fortalecer el orden público; acabar con la
violencia, mantener la autoridad dentro de la República; cualquiera que fuese el Gobierno, los
términos de nuestras manifestaciones hubiesen sido los mismos que son ahora con respecto a este
Gobierno de Frente Popular y de izquierda, o sea adherirnos a él, dándole la autoridad que le
pedimos, produciéndonos, en definitiva, en forma que nuestra palabra llegara a la calle como
palabra de paz, como palabra de término de violencia, como palabra de apartamiento de todo lo que
represente alteración del orden público. No estorba lo que ha pasado para que nuestra palabra llegue
así.
No rehuimos nosotros el debate a que quiere llevar el Sr. Gil Robles; no lo rehuimos. Se han
clausurado las Cortes en estos días para que este debate no se produzca en términos de
apasionamiento, ya que creo que a todos nos interesa que fuera de este apasionamiento se produzca.
Por eso no lo hemos de reproducir aquí. Van a reanudarse las sesiones la semana próxima. Entonces
plantearemos nosotros este debate, llegando hasta donde creemos que llegan las responsabilidades
en la producción de este ambiente, en los estímulos a la rebelión, en las provocaciones que
determinan este estado de violencia, en todo, y allí nuestras palabras, también transidas de la
responsabilidad que tenemos, al terminar no tendrán más finalidad que ésta: fortalecer el Poder
público en quien lo represente y llevar a la calle nuevamente un estímulo de orden y de paz, paz y
orden que consideramos indispensables para el decoro de la República y para la existencia de
España.
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 218
[COROMINAS]
El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Corominas112 tiene la palabra.
El Sr. COROMINAS: Hemos sido citados a esta reunión para deliberar sobre una
comunicación del Gobierno en la que pide autorización para que continúe el estado de alarma en
toda España. Con este motivo se ha planteado aquí un verdadero debate político, y como estos
debates, planteados por personas de la representación de los que están aquí, son siempre.
respetables, no hay manera de criticar que éste haya tenido lugar; pero cabe a cada uno tener
conciencia de cuándo se ha de plantear un debate de esta naturaleza y cuándo ha de ser aceptado.
Esta minoría considera que éste no es el momento más a propósito para el desarrollo del
debate que ha tenido lugar hoy aquí; de lo contrario, no tenían por que haberse suspendido las
sesiones de Cortes, porque si no era para alejar de la discusión aquella violencia apasionada que la
proximidad de los sucesos podía producir, no tenía objeto alguno esa suspensión. De modo que,
estimando buena medida de paz la suspensión de las sesiones de Cortes para evitar el espectáculo
que en ellas hubiera podido producirse, no porque este local sea más reducido entiende el que habla
que el debate en este momento pueda producirse sin aquella pasión con que se hubiese producido en
otro lugar.
Ninguna minoría puede excusarse la explicación de su posición, y aun sin tomar parte en el
debate ni aceptarlo en la parte que nos corresponde, he de hacer una manifestación clara, que ya han
hecho todos los aquí presentes.
Por nuestra parte hemos sentido un profundo dolor, un honrado dolor, al ver caer a un hombre
que se había distinguido alta y noblemente en las luchas políticas; como digo, hemos sentido un
hondo y honrado dolor, y si hubiese que protestar contra algo por haberse producido este suceso,
nosotros, el Frente Popular, nos habríamos sumado a esa protesta; pero resulta que aquí, tras la
protesta viene el acto político. De haber venido solamente a hacer esta protesta por el dolor que nos
ha producido el suceso y no a hacer un acto político contra el Gobierno, se habría dudado en
presentar las cosas tal como han sido presentadas, porque una cosa es que haya aquí contrarios del
Gobierno, personas y partidos que quieran exigirle responsabilidades, que le nieguen sus votos para
continuar en el Poder, que se reserven el uso de todos los medios lícitos para oponer sus fuerzas a
las que el Gobierno representa, y otra muy distinta que no habiendo hoy en España más Gobierno
que el actual, debemos prestarle todo nuestro apoyo y toda nuestra autoridad, porque las
circunstancias, harto difíciles, así lo exigen.
Yo tengo una vieja experiencia de lo que en otros tiempos hacían los hombres que querían
representar un sentimiento de autoridad. Luchaban como podían, tan encarnizadamente como
puedan hacerlo los de ahora; pero en un caso como éste yo veía o leía en los diarios que todas las
fuezas vivas del país, como se decía entonces, acudían al Gobierno y se ofrecían para restablecer el
orden. Ahora no se hace así, y esto es lo que marca la distinción entre una oposición civil y una
oposición de guerra civil. Esta oposición de guerra civil es la que, no sólo no quiere tratar con los
partidos del Gobierno, sino con el Poder y con los representantes de la autoridad.
¿Cómo han de acabar nuestras discordias? ¿Cómo hemos de poner termino a este estado de
cosas que está ya desacreditando y deshonrando a nuestro país, si no hay confianza, no en las ideas,
pero ni siquiera en los actos de autoridad de quienes la encarnan? ¿Cómo vamos a dar termino a
esta situación? ¿Lanzándonos en la calle unos contra otros? Aquí se ha dicho airadamente: “Ahora
sentís una satisfacción interior, pero un día vendrá la sangre sobre vosotros”. ¿Qué sangre, Sr. Gil
Robles? ¿Cómo vamos a interpretar estas palabras? ¿Qué sangre va a caer sobre los que ahora están
en el Poder? ¿Qué responsabilidad material directa puede ser ejercitada por medio de un
derramamiento de sangre de los que actúan en nombre del Poder?
112 Pedro Corominas y Muntanya (1870-1939). Esquerra Republicana de Catalunya.
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 219
Nosotros no queremos presentar el debate en esta forma. Acudimos a una reunión a la que se
nos llama, pura y simplemente, para expresar si somos partidarios de que al Gobierno se le
concedan todas aquellas facultades que considera necesarias para restablecer el orden y devolver la
paz al país. Yo digo, en nombre de mi minoría, que si este Gobierno nos pidiese, no lo que nos pide,
sino una ley excepcional para restablecer el orden y devolver la paz al país, le otorgaríamos nuestros
votos. Con la declaración de que habríamos de conceder lo más, es natural que nos avengamos a
ofrecer lo menos.
Se concedieron las prórrogas del estado de alarma para poner termino a esa situación. ¿Acaso
los hechos respondieron a las palabras? Forzosamente hay que reconocer que no. Terminó la
actuación del primer Gobierno del Frente Popular sin que los hechos estuvieran en armonía con las
palabras, y cuando llegó el momento del debate político, por la actuación del actual Presidente del
Gobierno, hubimos de expresar allí esta misma queja, la de que los hechos no respondían a las
palabras; la de que los distintos Presidentes del Gobierno pasaban por el banco azul exponiendo la
necesidad de poner término a esa caza de unos españoles por otros, pero quedando todo reducido a
unas bonitas y floridas palabras que no tenían expresión en la realidad de los hechos. Así hemos
podido ver que ese estado de alarma que en manos del Gobierno y empleado en los fines para los
que se le concedió hubiera podido poner termino a esa situación, no ha servido para nada, como no
sea para utilizarlo en determinados fines políticos y partidistas, sin que se haya podido lograr lo que
reclamaba el país con insistencia, como lo reclamábamos nosotros, lo que el jefe del Gobierno era el
primero en proclamar como necesidad perentoria.
Las consecuencias (como decía antes, no se precisaban condiciones de adivino para
predecirlo) tenían que seguir forzosamente, y así se viene dando esa pugna de crimen sobre crimen,
de represalias de los unos contra los otros, de ansia morbosa de superación, de llegarse adonde se ha
llegado con todas las injusticias y todas las iniquidades presenciadas, injusticia propia de la
excitación de la plebe y de la masa, que lleva a tomar represalias con quien nada tiene que ver con
los autores de la muerte, de otra persona, situación que ha culminado en estos asesinatos
últimamente cometidos, asesinatos que yo en todo momento he dicho en la Cámara, digo aquí y diré
toda mi vida, condeno por igual, porque tanta repulsión y condenación tienen para mí el execrable
crimen cometido en la persona del teniente Castillo, como el realizado contra el Sr. Calvo Sotelo,
como los anteriores y como los posteriores. Y no es que me exprese por excepción hoy así, porque
así me expresé en la Cámara, y así, también, ha de expresarse siempre toda conciencia honrada, que
mal puede pedir que se dé satisfacción a estas ansias si no se sienten por igual por todos los
españoles.
Ahora bien; condenando por igual esos crímenes, teniendo mi repulsa y mi execración para
sus autores materiales y morales, así como mi lástima y mi conmiseración para quien, en un
momento de inconsciencia, pudo declarar lícito y plausible el atentado personal contra el señor
Calvo Sotelo, porque en su propia conciencia harta condena tiene quien procedió con esa
inconsciencia, yo he de estar de acuerdo con aqullos que señalaban características especiales de una
mayor, de una inmensa gravedad en el asesinato del Sr. Calvo Sotelo, no ya por la persona en sí, aun
reconociendo las dotes excelsas que este hombre tenía y la desgracia que para España representa su
pérdida, porque los que militamos en una política distinta a la suya tenemos que reconocer que, en
la actuación noble, honrada y elevada que tenía dentro de su ideario, servía a España con lealtad y
ponía todo su esfuerzo en la prosperidad y el engrandecimiento de la Patria; no ya por la persona,
que sería bastante por las circunstancias excelsas que en él concurrían y por ser jefe de una minoría;
es que había de tratarse del último de los españoles, del más modesto de todos ellos, y cometida su
muerte en las circunstancias trágicas, cobardes y viles en que se ha cometido la del Sr. Calvo Sotelo,
tendría que producirnos el mismo sentimiento de una mayor indignación ―aun condenando
igualmente todos los atentados― por las circunstancias que han concurrido en éste, circunstancias
que provocan una mayor repulsa en toda conciencia honrada, teniendo en cuenta los antecedentes
del hecho y también las personas a quienes se imputa su ejecución, así como la forma en que se ha
desarrollado.
Se decía por el Gobierno, y yo mucho lo celebro, que se han adoptado, desde el primer
momento, todas las medidas precisas para evitar que este hecho quede en la impunidad; pero yo
creo que se está cometiendo un gravísimo error por el Gobierno ―grave para él y para la
República― con el silencio de que se está rodeando y la censura que se aplica a la forma en que
este hecho se ha desarrollado. Creo que se haría un buen servicio a España y a la República si en
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 221
lugar de guardar silencio y aplicar la censura con respecto a las personas autoras de este hecho, se
echara su nombre por delante, diciendo quiénes son, poniendo en claro si han sido elementos
pertenecientes a agentes de la autoridad, puntualizándolo y concretándolo así y haciendo saber a
España entera que el Gobierno está decidido a aplicar la sanción merecida y a dar la reparación
debida a un Cuerpo que por merecer el respeto, la consideración y el afecto de todos los españoles,
es el primer interesado en que se sepa qué elementos que pudieran pertenecer a él y ser indignos de
ello se habían puesto al margen y el Gobierno se preocupaba de aplicarles la sanción oportuna.
Nosotros hubiéramos querido en esta ocasión poder dar cumplimiento a lo que decía el Sr.
Corominas relativo a que, cuando llega una situación como la presente, el deber de todos los
ciudadanos amantes del orden y que piden el mantenimiento del principio de autoridad es prestar su
apoyo y sus votos al Gobierno. Desde luego, he de decir que si de nuestro voto dependiera el que el
Gobierno dispusiera en estos momentos de los precisos para la prolongación del estado de alarma,
daríamos de lado a todo otro orden de consideraciones y, por amor a España y a la República,
seríamos los primeros, aun considerando que este Gobierno no merece esa confianza, en otorgarle
nuestro voto para que el estado de alarma pudiera prorrogarse. Nosotros (esto ha pesado
grandemente en nuestro ánimo y ha sido objeto de deliberaciones en el seno de la minoría), en
nuestro ideario y en nuestro sentir republicano, no quisiéramos que un Gobierno, cualquiera que él
fuese, pudiera encontrarse en el trance de no disponer de un elemento que considerase
indispensable; pero desde el momento en que el Gobierno tiene en las fuerzas de la mayoría el
número de votos suficientes para disponer de este medio, no podemos nosotros prestarle el nuestro,
por estimar que, pese a su buena voluntad, pese a su deseo de acierto, los hechos no han estado en
ningún momento en relación con sus palabras. Por sus errores, por sus debilidades o por sus
claudicaciones, nosotros consideramos ―y lo vemos con pena― que, pese a su buen deseo, en
manos del Gobierno se está deshaciendo España y se está deshaciendo la República. Y cuando esto
pensamos de un Gobierno, cuando los partidos que lo constituyen tienen fuerza y elementos
sobrados para sustituir a las personas que actualmente componen el Gobierno por otras de
izquierda, pertenecientes también al Frente Popular ―que el ser el nuevo Gobierno de izquierda,
del Frente Popular, no es motivo para que le neguemos nuestro voto―, creemos que estamos en
nuestro derecho de salvar a España y a la República negando nuestro voto a este Gobierno que
estimamos fracasado en su actuación, porque si hubiese hecho uso de los medios que el estado de
alarma pone en sus manos se hubiera evitado, en esta caza de un español por otro, el tremendo
asesinato del Sr. Calvo Sotelo, el del Sr. Castillo, y todas las demás consecuencias que esto trae
consigo.
Como estimamos que el problema tiene fácil solución dentro de los elementos que componen
el Frente Popular y que, por otra parte, no creamos dificultad ninguna a la República, que es lo que
más hubiera pesado en nuestro ánimo llegado el momento de otorgar el voto, damos satisfacción a
lo que estimamos cumplimiento de nuestro deber, sin poder prestar, repito, nuestro voto para la
prórroga del estado de excepción.
114 CEDA.
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 222
y después, con no menor acierto, el Sr. Cid, de que el estado de violencia actual es una consecuencia
de estados de violencia determinados por nosotros.
No voy a contestar al detalle cada una de las afirmaciones que aquí se han hecho. Me ha
ahorrado la mitad de la tarea el Sr. Ventosa al decir que eso no sería nunca argumento, ya que las
violencias del momento actual jamas estarían justificadas por violencias en que pudieran haber
incurrido anteriores Gobiernos. (El Sr. Prieto pide la palabra.―El Sr. Corominas: Justificado, no;
pero explicado, sí.) Vamos a tratarlo todo; ni explicado ni justificado. También me ha ahorrado una
buena parte de la tarea el Sr. Cid al decir que él desea a toda costa que cuanto antes sean dilucidadas
las responsabilidades y se trate a fondo del problema de Asturias. (El Sr. Aizpún: Deseo al que yo
me sumo.) Ya es ciertamente un poco extraño que llevando estas Cortes varios meses reunidas, y
habiendo sido motivo principal de propaganda en los partidos del Frente Popular la exigencia de
esas responsabilidades, no se haya tomado todavía ninguna determinación, como no sea un conjunto
de declaraciones platónicas de ciertos elementos del Frente Popular y una proposición de ley
elaborada por la minoría comunista que si de mí dependiera mañana mismo se aprobaría sin quitarle
punto ni coma. Yo estaba deseando que, de primera intención, como corresponde a vuestra
significación política, por el camino de las leyes, o fuera de ellas, hubierais ido rápidamente a la
exigencia de todo género de responsabilidades y a enjuiciar nuestra conducta, erigiéndoos en
Convención o creando Tribunales especiales, como fuese, pues en mí no habríais encontrado
dificultad de ninguna clase; lo único que quiero es publicidad para todo lo que tenemos que decir.
Porque tenía razón el Sr. Prieto, que me achacaba una vehemencia, de la que él quería huir,
sin perjuicio de que salieran después de sus labios los más vehementes y elocuentes apóstrofes.
Decía el Sr. Prieto que había que medir las responsabilidades de cada uno. Yo tengo ganas de que se
hable aquí de todo, para que se midan también las responsabilidades de S. S. y las de todos aquellos
que prepararon el movimiento revolucionario y desencadenaron la catástrofe sobre España, sobre la
República, sobre Asturias; para que se pongan en claro las crueldades tremendas que en la rebelión
se produjeron, porque todo lo hemos de contar y exponer con documentos, con pruebas, con
testimonios fehacientes. También aportaremos los que se refieran a extralimitaciones posibles, o
probables, o seguras, de la fuerza publica y aquellos otros encaminados a determinar la
responsabilidad que cada cual tuviera en la preparación o la inducción de ese movimiento. Entonces
yo aportaré pruebas y demostraré, Sr. Ministro de Estado, que si aquellos Gobiernos, los que
primeramente tomaron parte en la represión de los sucesos de Asturias, se apresuraron a instruir
unos procesos para poner en claro esas responsabilidades, no fue menor la rapidez y el interés de
quien en estos momentos os dirige la palabra, en acuciar el celo de los jueces instructores para que
esta instrucción se llevara a cabo, y buena prueba de que el camino emprendido no era descabellado
es que habéis tenido que seguir el mismo, insistiendo en algunos aspectos, pero manteniendo las
líneas esenciales de lo hecho por nosotros en aquella ocasión.
Vamos a discutir esto cuando SS. SS. quieran, y no crea el Sr. Prieto que estoy buscando un
incidente para marchar de la Cámara. No es que busque ningún incidente, es que nosotros, con
nuestra conducta, no estamos dispuestos a dar apariencia de normalidad a lo que no es más que la
monstruosidad de una persecución que estáis haciendo en nombre de la República.
Esto es lo único que quería decir en la que probablemente será la última etapa de nuestra
actuación en estas Cortes, pero ello no será obstáculo (aun en el caso de que, no buscando un
incidente, sino obedeciendo a convicciones, tuviéramos que marcharnos) para que aquí volviéramos
precisamente el día que se tratara de las responsabilidades de Asturias. Donde sea, en el Parlamento,
ante un Tribunal, en la plaza pública, cuando S. S. quiera vamos a discutir ese punto. Si nos
retiráramos de las Cortes, volveríamos exclusivamente para ello. Bien sabe S. S. ―y me hacía la
justicia de reconocerlo― que no soy yo de los que rehuyen responsabilidades; tampoco desafío a
nadie; tengo conciencia plena de mi derecho y a él me atengo; que los demás hagan lo mismo y que
de una vez se acabe con esta ficción de exigir unas responsabilidades que en el fondo no se atreven
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 223
permanente se considera en estos instantes o no con la misma plenitud de funciones que la Cámara
para darse por enterada y notificada de la comunicación que le dirige ese grupo parlamentario. Yo
he creído que sí, y por eso cuando se ha leído la comunicación, al llegar el Sr. Domingo a la
reunión, he indicado al suplente del Sr. Velao, que era el Sr. Pérez Urria, que se ausentara del salón.
Nadie opuso en aquel instante protesta alguna a la resolución de la Presidencia. ¿Me he
equivocado? Supongo que será este un asunto sobre el que la Diputación permanente dará su
opinión; supongo que nadie pensará que yo haya tratado con ello de beneficiar previamente el
derecho del Sr. Domingo, que estará íntegro el martes próximo cuando se lea la comunicación en la
Cámara. Pero ahora, con las manifestaciones de su señoría, si le desposeyéramos de esa
representación no estando presente el Sr. Pérez Urria, a quien se dejó salir sin indicación por parte
de los demás grupos, agravaríamos a su representación.
¿Precedente que se sienta? No creo que constituya dificultad para nadie, sino facilidad para
todos. En las mismas condiciones se puede hallar mañana otro grupo parlamentario y hacer la
misma designación. Reconozco, repito, que no hay sobre ello sentada doctrine alguna; este es el
momento de sentarla, y es a vosotros, y no a mí, a quienes corresponde, en definitiva, decir la
última palabra.
El Sr. GIL ROBLES: Pido la palabra.
El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.
El Sr. GIL ROBLES: Simplemente para decir que nuestro propósito al plantear este asunto el
Sr. Carrascal era el de que la Mesa fijara un criterio que sirviera de ahora en adelante. Si este es el
criterio que fija la Mesa y admite la Diputación permanente, que sea de aplicación para el día de
mañana. Nosotros, como grupo político, nos habíamos encontrado en otras ocasiones con la
dificultad, estando cerradas las Cortes, de poder sustituir a un compañero que no estaba designado
como suplente. Si la Mesa admite este criterio para lo sucesivo entonces nada tenemos que decir,
porque no había propósito de menoscabar ningún derecho de la representación de Izquierda
Republicana, ni nada personalmente contra el señor Domingo. Prueba de ello, como dijo el Sr.
Carrascal, que se ha esperado al final después que hizo las manifestaciones que hizo en nombre del
grupo que representa. Por nuestra parte no hay ninguna dificultad.
El Sr. PRESIDENTE: ¿Está conforme la Diputación permanente con que la interpretación
dada por la Mesa al precepto reglamentario sea la que rija, sentando este precedente de ahora para
lo sucesivo? (Asentimiento.) Así se acuerda.
Se va a proceder a la votación.
[VOTACIÓN]
El Sr. PORTELA VALLADARES: Pido la palabra.
El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.
El Sr. PORTELA VALLADARES: Conforme he manifestado antes, si mi voto hace falta para
completar la mayoría, voto a favor. Creo que en el momento en que nos encontramos no hay
mayoría bastante si no es con mi voto.
El Sr. PRESIDENTE: Su señoría puede emitir con toda libertad el voto que estime
conveniente. Puede darlo afirmativo o negativo y puede, también, abstenerse, porque la votación no
exige un quórum determinado.
El Sr. GIL ROBLES: Es quórum de asistencia, no es quórum de votación.
El Sr. PORTELA VALLADARES: Entonces, me abstendré.
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 227
Verificada la votación, quedó aprobada la prórroga del estado de alarma por 13 votos contra
cinco y un abstenido, según se expresa a continuación.
Señores que dijeron sí:
Fernández Clérigo.
Vargas.
Domingo.
Palomo.
Rico López.
Corominas.
Álvarez del Vayo.
Largo Caballero.
Díaz Ramos.
Araquistáin.
Prieto Tuero.
Tomas y Piera.
Señor Presidente.
Total, 13.
Señores que dijeron no:
Cid.
Aizpún.
Carrascal.
Gil Robles.
Ventosa.
Total, 5.
Abstenidos:
Portela.
[ÚLTIMAS COMUNICACIONES]
El Sr. PRESIDENTE: Se va a proceder a la lectura de las comunicaciones cursadas entre el
Presidente de la Cámara y el Gobierno con motivo de la detención del Sr. Calvo Sotelo, cuando el
Presidente creyó que se trataba de una detención.
Acto seguido se leyeron las siguientes comunicaciones:
«Excmo. Sr.: Enterado por el Sr: Diputado don Fernando Suárez de Tangil de que el también
Diputado D. José Calvo Sotelo ha sido detenido esta madrugada, me dirijo a V. E. para que tenga a
bien comunicarme lo ocurrido y manifestarme al propio tiempo que si la detención ha sido ordenada
por autoridad competente y no lo hubiera sido en caso de “in fraganti” delito, con arreglo al art. 56
de la Constitución, debe ser puesto inmediatamente en libertad.
Palacio del Congreso, 13 de Julio de 1936.―Señor Ministro de la Gobernación.»
«Excmo. Sr.: Tengo el honor de acusar recibo de la comunicación de V. E. y de poner en su
conocimiento que, horas antes de recibirla, se había ordenado la práctica de toda clase de gestiones
para descubrir el paradero del Diputado don José Calvo Sotelo, desaparecido de su domicilio esta
madrugada, en forma absolutamente anormal.
Cerca del mediodía se recibió en el Ayuntamiento aviso de la Dirección del Cementerio del
Este de que, sobre las cinco de la madrugada, había sido dejado en dicha necrópolis. un cadáver, sin
el cumplimiento de los requisitos legales, y de que, practicado el oportuno reconocimiento, ha
SESIÓN DEL 15 DE JULIO DE 1936 (DIPUTACIÓN PERMANENTE DE CORTES) 228
la tentativa de los fascistas para derribarla por la fuerza y la violencia. Invitamos a todos los
ucranianos del Canadá a prestar asistencia moral y económica y hacer cuanto les sea posible para
fortalecer el poderoso movimiento contra la acción de Hitler y Mussolini.―Comités ejecutivos
centrales de las organizaciones ucranianas de obreros y campesinos.”
CLÁSICOS DE HISTORIA
http://clasicoshistoria.blogspot.com.es/
120 Josefa Amar y Borbón, Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres
119 Jerónimo de Pasamonte, Vida y trabajos
118 Jerónimo Borao, La imprenta en Zaragoza
117 Hesíodo, Teogonía-Los trabajos y los días
116 Ambrosio de Morales, Crónica General de España (3 tomos)
115 Antonio Cánovas del Castillo, Discursos del Ateneo
114 Crónica de San Juan de la Peña
113 Cayo Julio César, La guerra de las Galias
112 Montesquieu, El espíritu de las leyes
111 Catalina de Erauso, Historia de la monja alférez
110 Charles Darwin, El origen del hombre
109 Nicolás Maquiavelo, El príncipe
108 Bartolomé José Gallardo, Diccionario crítico-burlesco del... Diccionario razonado manual
107 Justo Pérez Pastor, Diccionario razonado manual para inteligencia de ciertos escritores
106 Hildegarda de Bingen, Causas y remedios. Libro de medicina compleja.
105 Charles Darwin, El origen de las especies
104 Luitprando de Cremona, Informe de su embajada a Constantinopla
103 Paulo Álvaro, Vida y pasión del glorioso mártir Eulogio
102 Isidoro de Antillón, Disertación sobre el origen de la esclavitud de los negros
101 Antonio Alcalá Galiano, Memorias
100 Sagrada Biblia (3 tomos)
99 James George Frazer, La rama dorada. Magia y religión
98 Martín de Braga, Sobre la corrección de las supersticiones rústicas
97 Ahmad Ibn-Fath Ibn-Abirrabía, De la descripción del modo de visitar el templo de Meca
96 Iósif Stalin y otros, Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la U.R.S.S.
95 Adolf Hitler, Mi lucha
94 Cayo Salustio Crispo, La conjuración de Catilina
93 Jean-Jacques Rousseau, El contrato social
92 Cayo Cornelio Tácito, La Germania
91 John Maynard Keynes, Las consecuencias económicas de la paz
90 Ernest Renan, ¿Qué es una nación?
89 Hernán Cortés, Cartas de relación sobre el descubrimiento y conquista de la Nueva España
88 Las sagas de los Groenlandeses y de Eirik el Rojo
87 Cayo Cornelio Tácito, Historias
86 Pierre-Joseph Proudhon, El principio federativo
85 Juan de Mariana, Tratado y discurso sobre la moneda de vellón
84 Andrés Giménez Soler, La Edad Media en la Corona de Aragón
83 Marx y Engels, Manifiesto del partido comunista
82 Pomponio Mela, Corografía
81 Crónica de Turpín (Codex Calixtinus, libro IV)
80 Adolphe Thiers, Historia de la Revolución Francesa (3 tomos)
79 Procopio de Cesárea, Historia secreta
78 Juan Huarte de San Juan, Examen de ingenios para las ciencias
77 Ramiro de Maeztu, Defensa de la Hispanidad
76 Enrich Prat de la Riba, La nacionalidad catalana
75 John de Mandeville, Libro de las maravillas del mundo
74 Egeria, Itinerario
73 Francisco Pi y Margall, La reacción y la revolución. Estudios políticos y sociales
72 Sebastián Fernández de Medrano, Breve descripción del Mundo
71 Roque Barcia, La Federación Española
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