Amy Kaminsky. Hacia Un Verbo Queer.

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Revista Iberoamericana, Vol. LXXIV, Núm.

225, Octubre-Diciembre 2008, 879-895

HACIA UN VERBO QUEER

POR

AMY KAMINSKY
University of Minnesota

Este ensayo propone un verbo queer para el español, el neologismo “encuirar”.


Reminiscente del verbo encuerar y evocandor del acto de desnudar, encuirar significa
des-cubrir la realidad, retirar la capa de la heteronormatividad.1 Encuirar propone
desvestir no solamente para mostrar la realidad debajo de la vestidura engañosa
–el outing clásico–, sino también como una forma de deconstrucción. Cuestiona la
estabilidad de las normas. Revela la inestabilidad de la identidad y, paradójicamente,
revela también la necesidad de crear y defender identidades alternativas para
sobrevivir en una cultura regida por la identidad normatizada.
La crítica de la literatura y cultura lésbico-gay/queer, a la cual está dedicado
este número de la Revista Iberoamericana, es un fenómeno más bien reciente en
el campo latinoamericano. Daniel Balderston acierta al sostener que no se trata de
una falta de especialistas en el campo, sino de las mismas estructuras institucionales
que han retrasado las investigaciones y la enseñanza sobre la materia (95). Aunque
actualmente el uso del término queer en su función adjetival –por ejemplo, “la teoría
queer”– es bastante aceptado entre los críticos culturales y literarios en nuestro campo,
la presencia viva del cuerpo queer entre nosotros sigue provocando ansiedades. La
homofobia ha sido, y sigue siendo, un freno poderoso para los que quieren dedicarse
a los estudios queer en las culturas y literaturas latinoamericanas.
Cuando empecé a investigar la escritura lésbica durante los ochenta, no
fue solamente porque me di cuenta de que no se podía hablar de los temas que
me fascinaban, entre ellos la literatura femenina, la sexualidad de la mujer y las
relaciones del poder, sin investigar el significado del lesbianismo en la cultura en
general. También pensaba que, por ser menos vulnerable que much@s colegas,

1
Este término es fruto de una conversación con los poetas Noni Benegas y Mario Merlino, argentinos
expatriados en Madrid, cuya animada participación en el juego de inventar un vocabulario es sólo
parte de su encanto. Les agradezco su buen humor y su amor a las palabras, a las ideas, y a la poesía.
También quisiera expresar mis gracias a Ana Paula Ferreira, Joanna O’Connell, Barbara Weissberger
y sobre todo a Román Soto, por su generosidad intelectual al leer y comentar este ensayo antes de
su publicación.
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tenía la responsabilidad de abarcar la materia.2 Disfrutaba del tenure,3 de un


puesto en un departmento no de español, sino en uno de estudios de la mujer, y
de un marido –o sea, de una señal visible de mi heterosexualidad.4 La homofobia
que reinaba en el departamento de español y portugués de mi universidad, que
amenazaba a mis colegas homosexuales no podía hacerme mucho daño; el hecho
de que algunos dinosaurios hispanistas les advertieran a sus estudiantes que debían
de mantener su prudente distancia con respecto a las lesbianas de mi departamento
(entre las cuales me contaban, a pesar del dicho marido), sólo provocaba risas. Sin
embargo, poc@s colegas en nuestro campo han tenido mi buena fortuna en cuanto
a su ubicación institucional. Aunque hoy en día es un poco menos fácil blandir
abiertamente las armas homofóbicas –gracias en parte a la legitimación en muchas
universidades norteamericanas de los estudios LGBT-Q (lésbico, gay, bisexual,
transgénero-queer)– es todavía arriesgado especializarse en la materia en muchas
instituciones académicas.
La homofobia todavía silencia a muchos hispanistas en los Estados Unidos y,
en mayor grado, en Latinoamérica misma. Sería útopico creer que las universidades
americanas, sean del norte o del sur, no hospedan los prejuicios, las ansias y la
violencia latente frente a la sexualidad transgresiva, o que la inquietud provocada
por la homosexualidad en nuestras culturas no tiene sus repercusiones negativas en
el ambiente académico.5 Por eso, el florecimiento reciente de los estudios lésbicos,
gay y queer en torno de la literatura y la cultura latinoamericana representa la
valentía intelectual y personal de muchos individuos al abrir el campo en las
instituciones académicas.6

2
La arroba, como indicio no sexista del sustantivo, ya es de uso común en España. La primera vez
que la vi fue en 2002, en un graffiti anarquista que decía: “Tod@s somos legales” refiréndose a una
ley que se había propuesto para castigar a los inmigrantes indocumentados. En 2005, las bibliotecas
municipales de Madrid han puesto un cartel que promueve la lectura infantil que dice “Si tú lees,
ell@s leerán”. O sea que sólo han pasado tres años entre la incursión anarquista en el lenguaje hasta
su adopción por la cultura oficial.
3
Nota del Editor. En el sistema universitario estadounidense, los profesores generalmente son
contratados por seis años. Durante este período de prueba –llamado tenure-track– se deben hacer
méritos para obtener la permanencia definitiva: publicar, enseñar, participar en la vida académica
de la institución, etc. Obtener el tenure significa que la persona logró la permanencia definitiva en
la universidad, es decir un contrato vitalicio de trabajo.
4
Salir del armario como heterosexual es complicado; por un lado puede servir para proteger a un@
del oprobrio homofóbico. Aquí sigo los consejos de mis colegas lesbianas que me han dicho que no
debo permitir que se me atribuyan una identidad y una historia que no me merezco.
5
En Europa, y sobre todo en España, la política cultural ha cambiado mucho en el último cuarto de
siglo, dando apertura no sólo a los desfiles del orgullo gay en las grandes ciudades, sino también a la
aprobación de la mayoría del país del matrimonio y de la adopción gay. Sin embargo, las estructuras
universitarias son lo suficientemente rígidas como para hacer difícil el estudio de temas queer.
6
Carlos Muñoz informa que Milagros Socorro, escribiendo en el periódico El Universal, usa el término
GLBT: “Una semana después de la marcha, El Universal introduce el término GLBTs en la sección
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La incorporación del adjetivo anglosajón en una formulación española no es


demasiado chocante; muy pocos acusan ya a l@s teóric@s de lo queer de pertenecer
a un frente nuevo del imperialismo cultural, a diferencia de lo que ocurrió al aparecer
términos como “gender” y su traducción literal, “género”, asociados con la teoría
feminista durante los ochenta del siglo pasado. Es posible que en esta nueva época
neoliberal y globalizada, la amenaza lingüística, practicada por académicos, no
provoque grandes inquietudes. También es concebible que el hecho de que se
haya gastado tanta energía en cuestionar la incorporación y traducción de términos
feministas provenientes del inglés haya disipado las fuerzas para otra batalla sobre
semejante materia. El lenguaje feminista anglosajón provocó mucha bulla, pero
después, ya matizado, fue incorporado al vocabulario crítico latinoamericano sin
destruir la materia prima de la cultura. Sin lugar a dudas, el camino que abrió la
crítica feminista en el estudio del género y de la sexualidad femenina en la producción
cultural latinoamericana ha sido estudiado y ampliado por los críticos y teóricos
de la sexualidad transgresiva. Éstos, por lo tanto, han podido adoptar un lenguaje
crítico acerca de lo lésbico-gay/queer sin mayores problemas.
No obstante, el término tripartito “lésbico-gay/queer” representa la apropiación
de un vocabulario extranjero en varias etapas de asimilación. Por un lado, el adjetivo
“lésbico” es plenamente español, aunque quizás resucitado y provisto de una nueva
vitalidad política y teórica gracias a un movimiento social internacional. Por otro,
la desaparición de las cursivas al escribir el término “gay” señala tanto la adopción
de la palabra extranjera por parte de la comunidad a la cual se refiere como su
aceptación (quizás un poco precaria todavía) en el ámbito académico. “Queer”,
en cambio, escrito en cursivas, encarna su propia rareza, su estado ambivalente.
Oscar Montero comenta la casi inexistencia del término en el discurso crítico-
literario hispano (114). Parecido al simulacro (la copia que carece de original),
es una palabra prestada del inglés para referirse a un concepto que todavía no ha
cobrado su significado completo en español; la no-traducción de un signo medio
inexistente. En su totalidad, el encabalgamiento adjetival “lésbico-gay queer” es un
indicio semántico de la condensación de una trayectoria teórica que en los estudios
literarios y culturales anglosajones tuvo un proceso mucho más lento.
George Yúdice, quien utiliza la palabra queer para referirse a la performatividad
y la identidad gay, ejemplifica el uso académico corriente del término (346).
Yúdice se refiere a una gama de identidades que dependen de ciertas prácticas de,
y actitudes hacia, el placer. La cuestión de la naturaleza de esas identidades –si es
parte de la esencia del sujeto, si es adquirida a través de un proceso intrapsíquico,

de opinión, junto con el tema de la discriminación antihomosexual” (249). Escribe Socorro: “Ese
grupo se reconoce por la sigla GLBTQS & GH (gays, lesbianas, bisexuales, transgéneros, queers,
simpatizantes y gays honorarios) [...]” (cit. en Muñoz 249).
882 AMY KAMINSKY

o si es performativa– también ha ocupado a los especialistas (aquí me interesa


menos la etiología de la sexualidad no normativa, es decir, cómo se produce, cuál
es su epistemología: cómo se conoce y se entiende).7 Según nos cuenta Foucault,
en sus inicios la homosexualidad, por ejemplo, describía una práctica sexual, no
una identidad. Lo que antes nombraba una práctica de placer ahora clasificaría
una identidad sexual, y el término ha sido reclutado para categorizar hasta textos
y prácticas críticas. Se trata de una constelación de significados y referencias que
incluyen la práctica sexual del cuerpo y la práctica intelectual sobre un corpus,
pasando por la identidad, en una cronología que se niega a la estabilidad. Hablar
de un hombre gay, o de una mujer lesbiana, implica unas prácticas homoeróticas
íntimas, lo que hace la gente entre las sábanas, en los bares y en los parques; pero
termina en una identidad cultural –no lo que un@ hace, sino quién es. Hablar de
una práctica literaria gay o lésbica suele implicar la representación de las prácticas e
identidades, preferentemente por los autonombrados gay y lesbianas. De la persona
gay a la película gay (¿o es al revés?), de la mujer lesbiana a la novela lésbica (¿o
viceversa?), caemos en la trampa de las identidades fijas. A pesar de la futilidad
de la empresa de encontrar la salida del laberinto de la identidad que se desdobla
en la práctica, vale la pena explorar sus muchas rutas interesantes y su paisaje
atractivo, original y seductor.
En nuestro campo, por razones de compresión histórica, lo queer se asimila a
lo lésbico-gay. Sin embargo, la teoría queer desarrollada con más amplitud y más
tiempo en las academias norteamericanas mantiene que lo queer es precisamente el
concepto que pone en tela de juicio los binarismos ejemplificados por la oposición
lesbiana-gay. Si bien el término queer se destaca por su labilidad –igual que
“homosexual”, “gay” o “lesbiana”, queer puede referirse a una identidad autorial
o a una temática; también puede nombrar un proceso, un modo o una actitud–,
“‘Lesbiana’ y ‘gay’” son identidades que parten de un paradigma moderno, basado
en el concepto de un sujeto estable, mientras que la perspectiva más bien posmoderna
posiblitada por el vocablo “queer” rechaza tanto la estabilidad del sujeto como
una teoría arraigada en una concepción esencialista de la identidad. Igual que en
otros campos de estudios sobre la producción cultural de grupos marginados (por
ejemplo, la mujer, la diáspora africana), las investigaciones sobre temas que hoy
calificaríamos como queer empezaron con un enfoque en la identidad.8
7
Los debates sobre la etiología de la homosexualidad, la cual ha sido también un tema importante en
los estudios queer, revelan una división entre biologistas y construccionistas. Aquéllos suelen ser
gay, y éstos, lesbianas, lo cual implica una diferencia en el carácter sexual (en términos generales)
entre los géneros. La experiencia de que uno nace gay parece ser más común entre los hombres que
entre las mujeres, aunque la diferencia no es absoluta, ni mucho menos.
8
La analogía ha sido un motor poderoso en el encuiramiento del entorno político y cultural. Por eso, el
cuerpo queer se ha comparado con el cuerpo femenino, o con el cuerpo racializado, los cuales marcan
la divergencia de la norma de la masculinidad heterosexual y blanca. Sin embargo, a diferencia de
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La búsqueda de textos escritos por gays y lesbianas, a partir de indicios de


que tal o tal autor fuera gay (lo que Balderston [6] llama la chismografía), y de
las representaciones del deseo gay y lésbico ha preocupado a muchos estudiosos
de la problemática y sigue representando la mayor parte del trabajo en el campo.
No obstante, el fundamento de la identidad que los subyace resulta mucho menos
robusto de lo que parecía al principio. Semejante a los estudios de la mujer, que
terminan cuestionando la categoría del género, y los estudios negros que abren
el paso al cuestionamiento de la categoría “raza”, los estudios LGBT acaban
cuestionando las bases mismas de la identidad.9 La “T”, por transgénero, de la
formulación LGBT, implica que la identidad sexual es mutable. Tal mutabilidad
apoya la teoría posmoderna en su cuestionamiento de la estabilidad del sujeto, en
la postura antiesencialista que mantiene que la identidad se produce en la cultura,
y en la idea de que la identidad es un fenómeno performativo. Si bien la práctica
de lo que Balderston llama la chismografía (6)nos permite identificar al poeta gay
o a la cuentista lesbiana, con la pérdida de la base sólida de la identidad fija resulta
difícil etiquetar el texto como “gay” o “lésbico”.10
No obstante, el deseo transgresivo es real; los actos sexuales sí llevan su
etiqueta, y las instituciones culturales condenan y castigan a algunos y premian a
otros. Las categorías de la sexualidad no tienen que ser rotundas, sempiternas y
fijas para tener un efecto muy real en el mundo. No hemos dejado atrás el momento
histórico en que debe mostrarse y analizarse la temática gay o la presencia lesbiana
en la literatura y el cine. Sin embargo, vale la pena cuestionar el contenido de tal
temática o de tal presencia. No se limita, seguramente, a la representación del deseo
transgresivo y de la experiencia directamente relacionada con el vivir ese deseo (el
salir del clóset, la exploración del placer sexual, las historias del sida). También
sigue siendo necesario insistir en la contribución histórica de gays y lesbianas a la

otros cuerpos subalternos, el cuerpo queer es el efecto de su propio deseo, de un deseo transgresivo.
Aunque todos los cuerpos subalternos se producen dentro de las normas culturales, y en concierto
con los otros, no son estrictamente paralelos. El cuerpo queer no se concibe sin la noción de la
heteronormatividad y el axioma de que el mundo se divide entre machos y hembras, cuyo deseo tiene
que ser siempre para su contraparte. El cuerpo queer también se define por sus prácticas sexuales y
parasexuales: las prácticas e intereses que sin ser sexuales se asocian con un género u otro.
9
Un resultado de este cambio es la creciente incorporación en el campo de especialistas que no pertenecen
a los grupos que dieron ímpetu a su formación. Cada vez más hombres prestan atención a la teoría
feminista, más blancos a los estudios de la raza. De igual manera, no todos los que estudiamos la
temática queer practicamos una sexualidad transgresiva.
10
Para una discusión más amplia de este problema, véase Kaminsky, “Cristina Peri Rossi and the
Question of Lesbian Presence”, en Reading the Body Politic. Aquí, desde luego, el verbo “identificar”
cobra cierta ironía. El término fantasma en este caso, el que aparece para desaparecer, es “bisexual”,
una identidad controversial en el ambiente lésbico/gay, por su aparente lealtad a cierto grado de
heteronormatividad o, según otros, por su falta de disponibilidad a aceptar una identidad plenamente
gay o lésbica.
884 AMY KAMINSKY

cultura e imprescindible analizar la estética que se asocia con el mundo queer, desde
las normas de la autorepresentación hasta el camp.11 La proliferación de artículos,
libros, monografías y antologías de estudios sobre el tema muestra lo robusto que es
el deseo de analizar la producción cultural queer en el ámbito latinoamericano.
La práctica del deseo se asocia con la identidad sexual, sea ésta ententida de
una manera esencialista, cultural o performativa. La consideración textual de tal
identidad produce un espacio queer en el juego autor-texto-lector. Por lo tanto, la
interacción entre el placer textual y el erotismo en este espacio queer merece un
estudio aparte.
En pocos años el campo de los estudios latinoamericanos queer ha crecido en
visibilidad y en sofisticación teórica. Desde los primeros pasos en que los críticos
identificaron como lésbicos o gays a un puñado de textos y escritores, hemos pasado
a pensar la relación entre la práctica sexual y la cultura, la nación y la producción de
la identidad. Ha sido de una importancia extraordinaria nombrar la presencia de la
homosexualidad y señalar la existencia de personas lesbianas y gays en el entorno
latinoamericano. El estudio panorámico de David William Foster, Gay and Lesbian
Themes in Latin American Litearture, nos ha proporcionado un corpus de textos
de tema gay y lésbico, y otros críticos han seguido su ejemplo. Han arrancado del
armario a textos más o menos abiertamente gay, subtextos que anteriormente sólo
un grupo reducido y escondido había reconocido, y escritores cuya vida incluía,
parece, el homoerotismo. Los poemas homoeróticos de Xavier Villaurrutia saltan
a la vista; la nueva lectura de Gabriela Mistral empieza con la reevaluación de su
biografía (Fiol-Matta).
Nuestros estudios se han profundizado en su análisis de estos textos,
recuperándolos por su importancia dentro del canon literario y reclamando un espacio
abiertamente gay/lésbico, como lo han hecho Balderston y Quiroga en Sexualidades
en disputa: homosexualidades, literatura y medios de comunicación en América
Latina. Este libro da el próximo paso; es decir, buscar en la temática gay un vínculo
con los discursos dominantes. Otros críticos, como Oropesa, en su estudio de los
Contemporáneos, que ubica a varias figuras literarias en el ambiente gay mexicano,
y Sifuentes Jáuregui en su trabajo sobre la historia de “los 41”, participan en la
codificación de la historia política gay en la historia cultural y lingüística mexicana.
José Piedra y Sylvia Molloy (1992), entre otros, han investigado y teorizado el interés
que tiene la nación recién formada en mantener su heteronormatividad. Molloy
expone, con su elegancia retórica habitual y su análisis impecable, el placer y el
pánico experimentados por algunas de las figuras canónicas del modernismo frente
11
En una entrevista en Revista Ñ, el chileno Pedro Lemebel, rechaza las normas norteamericanas de
la homosexualidad, entre ellas el término “gay”, por ser demasiado conservadoras. Dice que sólo se
puede salir del ropero cuando hay ropero en casa, es decir, que la intimidad forzada de la miseria de
ciertos sectores de su país no deja espacio para los secretos sexuales.
HACIA UN VERBO QUEER 885

a la amenaza de Oscar Wilde, y Piedra es simplemente brillante en su ensayo sobre


la ansiedad que produce el concepto de los maricones nacionales en el contexto
puertorriqueño.
Por otra parte, el concepto de lo queer representa un paso teórico fuerte en la
formación –y en el cuestionamiento– de una identidad alrededor de las prácticas
sexuales. Los términos gay y lesbiana, los más frecuentemente utilizados para referirse
a una sexualidad que rehúsa las limitaciones de la heteronormatividad, repiten, sin
embargo, una división fundada en el género.12 Tal división le sirve de andamio a la
cultura heterosexual, que por otro lado es normalizada y controlada bajo el régimen
de un binarismo absoluto y jerarquizado. “Queer”, en cambio, pretende desestabilizar
el binarismo que impone la heteronormatividad. Hombre y mujer, gay y lesbiana,
macho y hembra –hasta heterosexual y homosexual– pierden su dualidad absoluta
en el término singular y múltiple, “queer”. Transgredir las normas del deseo, sean
cuales sean éstas, es suficiente para reclamar el nombre queer. Por ejemplo, en
cuanto hagan borrosas las fronteras establecidas por la cultura heteronormativa,
“marimacho” y “maricón” pueden ser no solamente términos de desprecio lanzados
por una cultura homofóbica, sino identidades (provisionales, vale decir) queer. La
identidad única, concretizada en un sistema binario –la propuesta fundamental del
estructuralismo y el emblema y paradigma moderno– se dispersa. Deja de respetar
sus propias fronteras. La identidad concebida dentro de la posmodernidad es mutable,
migratoria y desobediente, o sea profundamente queer.
Si bien por un lado la categoría queer es inadecuada para fundar una teoría
magistral (o quizás sería mejor sostener que es necesariamente antimagistral), es
por otro lado una ubicación política y cultural imprescindible.13 Incluye, supera,
y al final socava lo gay, lo lésbico, lo bisexual y lo transgénero, por no hablar de
lo heterosexual.14 La revelación de la presencia de la cultura producida por gente
queer es fundamental para el proceso de lo que voy a llamar el “encuiramiento”
del individuo transgresor. El estudio de esta presencia, es decir su legitimación

12
Este trazamieno del mapa gay/lesbiana sobre la estructura heterosexual, hombre/mujer, ha sido
base de una controversia importante. Monique Wittig, por ejemplo, sostiene que “lesbiana” no es
equivalente a “mujer” –que, al contrario, la lesbiana rechaza todo lo que significa “mujer”. Gayle
Rubin y Teresa de Lauretis, entre otras, argumentan que butch y femme no son tristes imitaciones
de la distinción heteronormativa. A pesar de la reconfiguración del concepto del género dentro del
ámbito teórico LGBT-queer, sin embargo, la dualidad gay/lesbiana comparte con hombre/mujer la
forma binaria y un contenido sexual.
13
Igual puede ser superflua. Una vez escuché una presentación hecha por la teórica queer Eve Kosofsky
Sedgwick en la que preguntó retórica y cómicamente: ¿dónde está el Platón queer? ¿Dónde el
Alejandro Magno queer? ¿Dónde el Shakespeare, dónde el Miguel Ángel queer?
14
Por eso reconozco que la resistencia contra el matrimonio y los derechos civiles gays corresponde
a una inquietud profunda hacia una amenaza real, no tanto a un sistema sexual sino a un régimen
epistemológico.
886 AMY KAMINSKY

dentro del mundo académico y la valoración de una historia de la cultura gay y


lésbica, sirve de apoyo al movimiento para la liberación gay-lésbica-bisexual-
transgénero, iluminando las contribuciones de gente que practica una sexualidad
no normativa. Por eso es tan importante reconocer (y no suprimir) la temática gay
de un Salvador Novo, el subtexto lesbiano de una Teresa de la Parra, el pánico
homosexual de un Rodó.15
En términos más amplios, sin embargo, lo queer se caracteriza por una serie
de prácticas (por provisionales que sean) que en cualquier momento se consideran
inaceptables. La normalización de ciertas practicas homosexuales (las que parecen
semejantes a prácticas de la heterosexualidad normativa, como por ejemplo el
emparejamiento monógamo, reconocido por el estado, por la comunidad y por la
iglesia) puede llevar a cierto nivel de desqueerificación.16 Es posible que el lema
“We’re here, we’re queer, get used to it”, popularizado por ACT-UP, contenga su
propia contradicción.17 Una vez que la sociedad se acostumbre a lo queer, y a los
queers, es posible que éstos dejen de serlo. Reconozco que estamos muy lejos de
llegar a esta situación. A pesar de la legalización del matrimonio gay en algunos
países europeos y en unos cuantos municipios norteamericanos, la homofobia no
ha sido derrotada. Y aunque hay gays cristianos que practican su religión en una
iglesia que los acepta completamente y lesbianas rabinos con congregaciones que
las quieren, sus correligionarios hostiles a la sexualidad queer siguen vociferando
su oposición en términos tajantes. La liberación queer sigue siendo un objectivo
político, no un hecho real.
Sin embargo, el anhelado reino abierto de lo queer también presenta
incomodidades. Si bien queer significa transgresión, abre también el paso a prácticas
que muchos (entre ellos, yo) encontramos abominables, prácticas que producen o
reproducen la desigualdad y el abuso de poder. Una práctica queer que no reconozca
la perduración de las fórmulas de desigualdad de la cultura dominante me parece
miope y peligrosa. Por mucho que la política queer quiera alejarse y diferenciarse
de la cultura heteronormativa, es también un producto de esa cultura, cuyos
sistemas de desigualdad ni comienzan ni terminan en cuestiones de sexualidad. Por
lo tanto, habrá de sospecharse de una teoría queer en la que las voces más fuertes

15
Me refiero a estudios por Salvador Oropesa, Sylvia Molloy (en Bergmann y Smith 230-256) y Óscar
Montero.
16
Por eso, diría que las prácticas homosexuales institucionalizadas en la Grecia de Platón y Sócrates
no eran queer. Sin embargo, es importante reconocer que forman parte de una herencia cultural de
lo que hoy se considera una sexualidad transgresiva.
17
Nota del editor. El lema podría ser traducido al castellano como: “Aquí estamos, somos queer,
váyanse acostumbrando”.
HACIA UN VERBO QUEER 887

pertenezcan a gays y no a lesbianas, a blancos y no a gente de color, a personas de


clase acomodada y no a las de las clases populares.18
Falta mucho antes de que los binarismos asediados por el pensamiento y la
actuación queer sean derrotados. Uno de los grandes desafíos para una práctica
literaria y cultural queer y para la crítica de tal práctica es la cuestión de la producción
literaria teórica lesbiana. El esencialismo estratégico que propone Gayatri Spivak para
reconciliar su inclinación posmoderna con su política poscolonial puede ser útil en
la reconciliación del deseo de abandonar las categorías sexistas y heteronormativas
en un contorno político que contiene fuertes residuos de prácticas de poder que
erosionan lo que les pertenece específicamente a las lesbianas. Por otra parte,
proponer que toda transgresión sea una forma de práctica queer también amenaza
con diluir el énfasis en el cuerpo y el deseo. Lo queer no debería nunca perder su
aspecto lúdico, sensual y erótico.19
Al romper el silencio alrededor de su sexualidad y pronunciar su deseo, tanto
la crítica como l@s escritores cuestionan la heteronormatividad que respalda a
la sociedad contemporánea. Al salir del clóset e insistir en su presencia, el sujeto
queer (sea gay o lesbiana, bisexual o transexual) produce una inquietud cultural.
Altera (en todos los sentidos de la palabra) la realidad que lo rodea y en la cual
participa. Ahora bien, toda esta actividad creativa, crítica, pedagógica y política
requiere un verbo activo que lo exprese. Actualmente, el término “queer” mismo
es materia de experimentación dentro del ámbito hispano, y aunque todavía se ven
muy pocos estudios académicos que utilicen la palabra,20 en la internet, más allá
del mundo de los impresos y los especialistas, ya se está jugando con ella. He visto
en un lugar ya desaparecido de la internet el desdoblamiento visual y auditivo del
vocablo “cuirpo”. Al utilizar la ortografia española para producir el sonido de la
palabra inglesa queer, se condensa la idea del cuerpo queer en una sola palabra
macarrónica de una manera económica, elegante y humorística. Otra escritora de
la red, la española Fefa Vila, invierte este procedimiento, utilizando la ortografía
18
En la estética queer del camp, por ejemplo, domina lo gay, quedando al margen lo lésbico. Es decir
que tal estética refleja una masculinidad queer, que aun siendo alternativa, está arraigada en la
feminidad exagerada y hasta en la hipermasculinidad. Por lo tanto, mantiene una relación compleja
con, y contra, las normas performáticas del género.
19
Erótico en el sentido amplio que propone Audre Lorde en su ensayo seminal “Los usos de lo erótico”,
en en cual el erotismo conlleva placer y poder.
20
Cuando buscaba libros sobre teoría queer en una librería gay de Chueca, el barrio gay de Madrid, el
chico que me atendió –muy sofisticado en su análisis de la situación social y política y al corriente
de los libros en su establecimiento– simplemente no conocía la palabra queer, y los libros que me
mostró eran más bien de historia y sociología. Sólo encontre uno, escrito por un filósofo, que usaba
el término “homosexual”. Sin embargo, los grandes movimientos político-sociales requieren, y por
lo tanto impulsan, la evolución lingüística, si bien de una manera desigual. En los meses que han
transcurrido entre la escritura inicial de estas relexiones y el momento presente, se ha visto más
experimentación lingüística referente a la sexualidad dentro del ámbito universitario.
888 AMY KAMINSKY

inglesa para crear el vocablo “queerpo”, es decir, el cuerpo queer, en este caso del
cuerpo mutante del ciborg. Por otra parte, el fanzine electrónico “Queeremos Saber”
juega visualmente con la similitud ortográfica entre la raíz de la palabra que denota
el deseo, “querer”, y el adjetivo/sustantivo queer, implicando que el conocimiento
que se anhela es precisamente un conocimiento queer.
La española Paloma Fernández Rasines, en un artículo sobre la representación
lesbiana en la televisión y la internet, hace referencia al término en su sentido verbal
y utiliza una formulación que revela lo forzado que es: “hacer queering”.21 Que yo
sepa, sin embargo, el término “queer” como verbo transitivo, es decir, “to queer”
alguna cosa, no ha penetrado todavía en el ambiente teórico latinoamericano, y los
matices que separan lo gay y lo lesbiano de lo queer representan una nueva frontera
en muchos análisis. “To queer” (es decir, “hacer queering” en la formulación de
Fernández Rasines) señala el paso de nombrar una identidad clandestina y sacarla
del armario a activar un proceso transformativo en la cultura.
La formulación “hacer queering” capta tanto el impulso activo del verbo
en castellano como el del gerundio en inglés. Este último, por su parte, ocupa el
espacio indeterminado entre verbo y sustantivo –un espacio queer que inquieta a
las categorías establecidas. Al mismo tiempo, la yuxtaposición de los dos idiomas
produce su propia energía; sugiere la urgencia del gesto crítico/analítico, aunque
todavía no exista el vocablo preciso que lo exprese adecuadamente en su propio
fondo lingüístico. Sin embargo, la formulación tampoco es una traducción (di)
recta; es decir que hasta la traducción es un poco queer. En inglés, los teóricos y
críticos queer no “hacen queering” (“do queering”): intransitivo. Queerean (“they
queer”): transitivo.22
Escribiendo en inglés en su tomo de ensayos sobre lo que llaman “hispanismos”
y “homosexualidades”, Sylvia Molloy y Robert McKee Irwin hablan de su
objetivo:

This collection would like to bring hispanisms into homosexualities, would like to
propose queer readings of Spanish American literatures and cultures, but would also
seek to queer univocal constructions of mainstream homosexualities with its own,
oblique, not easily assimilated hispanisms. (xvi)

21
Fernández Rasines observa que los que hacen ese tipo de trabajo y por lo tanto utilizan el lenguaje de
lo queer suelen haberse formado en Estados Unidos: “Por lo que he podido ver en el Estado español,
quienes hacemos queering en nuestras respectivas disciplinas hemos sufrido una suerte de seducción
después de habernos formado en el entorno académico norteamericano principalmente”.
22
Un paralelo inexacto de la formulación verbal “to queer” podría ser “pervertir”, término que, gracias
a su doble sentido de “distorsionar” y “corromper”, pudiera compartir el espíritu de recuperación de
términos de oprobio que se refieren a la homosexualidad. Sin embargo, dado que ese término no forma
parte del vocabulario rescatado dentro del ambiente gay, no está disponible para estos propósitos.
HACIA UN VERBO QUEER 889

Lo inusitado del proyecto de Molloy y McKee Irwin reside en la ubicación de lo


queer –no en los textos ni en los autores, sino en la práctica crítica.23 Sin embargo,
el párrafo mismo se resiste a la traducción: “Esta colección”, dice, “quisiera
introducir los hispanismos a las homosexualidades, quisiera proponer lecturas
queer de las literaturas y culturas hispanoamericanas, pero también quisiera [y aquí
falla la traducción, ¿qué hacer con el verbo queer?] las construcciones univocales
de las homosexualidades dominantes con sus propios hispanismos poco asimilados,
oblicuos”.
El verbo queer lo es por lo que es (un sustantivo que transgrede las fronteras
gramáticas para convertirse en verbo) y por lo que no es (un vocablo autóctono).
Es queer en el sentido de inusitado, pero también en el sentido de desestabilizante.
En principio, “queer” en inglés es un adjetivo; significa “raro”. Por lo tanto, al ser
reclutado para servir de sustantivo o de verbo, se autodescribe, y en español es un
verbo aún más raro de lo que es en inglés, donde por lo menos tiene una historia.
“To queer” en inglés es argot por “inquietar”, “alterar” y aun “destrozar”. Este
significado ha corrido paralelo al sustantivo históricamente peyorativo, “queer”, es
decir, “homosexual”. La teoría y la práctica queer marcan el espacio verbal donde
se entrecruzan el verbo y el sustantivo. Es el/la queer, quien –por su presencia y
su desafío– inquieta y altera la heteronormatividad hegemónica. El mero hecho
de adoptar el peyorativo “queer”, de pronunciar su propia transgresión sexual a
través de este vocablo, es un acto queer, una incursión en la heteronormatividad
que la inquieta.
El verbo queer que propongo, “encuirar”, desafía también la normalidad.
Revela el efecto de la normalización y la producción de un estado que se pretende
natural.24 Al usar en castellano el vocablo queer en su función verbal, encuirar
implica una transitividad, una práctica, un análisis; una distorsión que revela otra
distorsión previa; una nueva perspectiva sorprendente y placentera.
Ya era hora de encuirar el hispanismo, de “imponer[le] la disidencia sexual”, en
las palabras de Molloy e Irwin. O, mejor dicho, de nombrar la práctica, porque en

23
Molloy y McKee Irwin notan que “en este momento no es un gesto impertinente sino un paso
desestabilizante, una fractura propicia –en fin, una invitación para leer de nuevo [una literatura]
moribunda por su […] canonicidad” (xi). El agente de tal relectura no se nombra en esta frase, pero
aquí y en otros textos se supone que es homosexual. Sin embargo, Molloy y McKee Irwin dejan un
espacio para una agencia más amplia, que va más allá de la identidad queer sin perderla como eje.
Comentando sobre el grupo de especialistas que se reunía en los congresos sobre estudios queer en Yale,
notan: “muchos de nosotros, panelistas y público, éramos queer, organizadores y ponentes éramos en
muchos casos españoles, latinoamericanos o latinos, todos nosotros enseñábamos literaturas españolas
y escribíamos sobre esas literaturas” (ix). Es decir que la identidad universalmente compartida es la
de hispanista, basada en una práctica académica y un interés –intelectual, personal– en las cuestiones
presentadas alrededor de la disidencia sexual.
24
Esta definición se basa en la de Warner, en Fear of a Queer Planet.
890 AMY KAMINSKY

efecto hace tiempo que la crítica cultural y literaria ha estado encuirando su entorno.
David William Foster gesticula hacia el encuiramiento de la literatura latinoamericana
trastocando el adjetivo y el verbo en Sexual Textualities:Essays on Queer/ing Latin
American Writing, y Rosemary Feal, en su ensayo sobre “Casa tomada”, encuira a
un escritor quizás excesivamente heterosexual, Julio Cortázar.
Si bien una práctica queer propone deshacer la (no tan) breve cárcel de los
términos identitarios (o de la identidad terminante), vale la pena investigar su
función. La exploración del laberinto de las identidades sexuales transgresivas, sean
de personas o de textos o de prácticas, consciente de que la identidad sexual de un
texto es una metáfora y la de una persona bien puede ser una ficción (es decir una
narrativa formulada bajo unas pautas culturales preestablecidas y naturalizadas),
es una empresa profundamente queer. Requiere una visión irónica, un sentido
lúdico y un compromiso con la provisionalidad. Su proyecto es desestabilizador;
parecido al de la figura del estafador (trickster) de muchas culturas tradicionales,
que mezcla lo serio con lo cómico, lo masculino con lo femenino, el placer con la
destrucción, la vida con la muerte.
Ponerle una identificación queer a un sujeto (sea una persona, un texto,
una práctica) pretende calificarlo dentro de una taxonomía que contradice y
socava la característica fundamental de lo queer, es decir la inestabilidad, lo
indeterminado, la transgresión “misma (semejante posición argumentaron las
feministas posestructuralistas, las de la llamada “diferencia”, en cuanto al término
“femenino”, que según ellas, caía fuera de la economía patriarcal)”. No obstante,
sin tal identificación provisoria el rescate de la cultura queer para la crítica literaria
y cultural se vuelve imposible.
Es insuficiente, sin embargo, encuirar los estudios latinoamericanos sólo al nivel
de los especialistas. Hace falta llevar el encuiramiento a las aulas, como propone
Daniel Balderston. Para hacerlo, Balderston elabora el concepto de “la pedagogía
de lo reprimido”, haciendo referencia irónica y a la vez agradecida a la obra clásica
de Paulo Freire sobre la relación entre colonización, pobreza y alfabetización, La
pedagogía de los oprimidos (Balderston, El deseo, enorme cicatriz luminosa 95-98).
“Los oprimidos” de Freire, pobres, campesinos, analfabetos, son sujetos históricos.
La pedagogía a la cual se refiere es una práctica de alfabetización y concienciación y
una filosofía pedagógica y política. La práctica pedagógica que comenta Balderston
es más bien una ausencia, por lo menos en las aulas latinoamericanas; está casi tan
reprimida como la identidad sexual a la cual se refiere. Los últimos años, sin embargo,
representan una apertura hacia la materia. La Coordinadora Universitaria por la
Diversidad Sexual (un colectivo de activismo queer universitario) publicó el primer
número de la revista Torcida en 2005, respaldado por la Universidad de Chile. En
México, Adriana Ortiz Ortega, del Programa Interdisciplinario de los Estudios de
HACIA UN VERBO QUEER 891

la Mujer (PIEM) del Colegio de México, dirigió un estudio transglobal sobre la


enseñanza sobre sexualidades y género que incluía programas y cursos en México,
Argentina, Brasil y Chile. En Argentina, se ha abierto el campo de los estudios de
la sexualidad en el Área de Estudios Queer en la Universidad de Buenos Aires y
el de la Universidad de La Plata.25
El juego entre estos dos conceptos ligados y separados por la etimología es
significante. “Lo reprimido” es un término psicoanalítico; se refiere a eso que en
un individuo o en una cultura se esconde, se niega, o que se mete en el rincón más
oscuro del armario de la subconciencia o de los barrios más abyectos de la urbe.
Por definición, no se elimina y, según Freud, siempre roetorna. La homosexualidad
es una instancia por excelencia de lo reprimido. “Los oprimidos”, en cambio, son
sujetos políticos, personas que sufren bajo un régimen por definición injusto (de
no serlo, no habría oprimidos). La opresión, definida por la filósofa norteamericana
Marilyn Frye, es un sistema institucionalizado, dirigido a cierta clase de individuos
a través de un discurso (el cual incluye unas prácticas interrelacionadas) que limita
la libertad de cualquier individuo que pertenezca a ese grupo determinado. Abundan
los ejemplos: los negros y el racismo; las mujeres y el sexismo; los homosexuales
y el heterosexismo o la homofobia). En la sociedad heterosexista, la opresión del
sujeto homosexual es una práctica de la represión de la homosexualidad. Al oprimir
a los homosexuales, la sociedad reprime su propio contenido homosexual, siendo
éste no sólo los individuos que practican una sexualidad “diferente” sino también las
prácticas simbólicas que representan tal sexualidad, por ejemplo, la transgresión de
fronteras de género a través de la presentación del cuerpo por medio de la indumentaria,
la manera de caminar o la cualidad de la voz.
Para encuirar el espacio cultural o la práctica crítica, es imprescindible partir de
las dos fuentes: la política, que resiste la opresión, y la psicoanalítica, que expone
la represión. La primera nos indica que siempre ha de estar presente el cuerpo gay,
el sujeto lesbiano u homosexual, la temática expresamente gay o lésbica sobre la
experiencia tanto de la opresión como del placer: historias del armario y el deseo,
representaciones de la sexualidad y de la cultura propia.
El efecto desestabilizante de lo queer depende de que haya una presencia queer
–es decir, un conjunto de personas que asuman tal identidad, por provisional que
sea. Depende sobre todo de la práctica queer, la cual tambalea entre el desafío
de actualizar una sexualidad proscrita y el cuestionamiento de la estabilidad de
lo que se considera transgresivo. Al nivel de la teoría, “queer” puede entenderse
como la señal de la antiidentidad. En cuanto a la práctica política, sin embargo,

25
Le agradezco a Luciano Martínez, no sólo por la información sobre los programas argentinos,
sino también por animarme a pensar sobre los cambios recientes en cuanto a las investigaciones
universitarias sobre questiones queer.
892 AMY KAMINSKY

un movimiento social requiere el fulcro de la identidad para movilizarse. La


práctica de la crítica literaria y cultural participa en esos campos aparentemente
contradictorios, el de la teoría y el de la política. La paradoja y la ambigüedad de
esta postura son inevitables, pero son también un fundamento del análisis queer.
De hecho, dos figuras icónicas de la literatura lésbico-gay latinoamericana ponen en
tela de juicio la identidad que se les imputa para formular tal crítica. Manuel Puig
negaba explícitamente las identidades sexuales; Cristina Peri Rossi las cuestiona
implícitamente.26 No jugar el juego de las identidades es en sí un desafío queer,
sobre todo en los casos de una práctica textual queer al nivel de los personajes, los
temas y la estética.27 La paradoja atrae; la práctica de la crítica queer es lúdica; el
juego va en serio, pero nos divierte jugarlo.
La práctica queer entre hispanistas puede tomar muchas formas, entre ellos el
encuiramiento de las fronteras establecidas por las disciplinas y por la geopolítica.
Muchas de las colecciones editadas incluyen estudios sobre literatura peninsular
y latinoamericana, otras son interdisciplinarias. Algunas cruzan la frontera entre
Hispanoamérica y los Estados Unidos para comentar la cultura queer chicano-latina.
Tomemos en serio la metáfora: el travesti es el que traversa fronteras de género,
el que se niega a reconocer las fronteras convencionales. Es un ilegal, un mojado,
un cruzafronteras. Desestabiliza la nación, representa una amenaza a los límites
de la sexualidad normativa, del Estado.
El desafío más profundo del verbo queer es que el hecho de encuirar propone
desestabilizar la normatividad en todos sus aspectos. Pedro Lemebel reconoce
la habilidad de la cultura hegemónica de absorber las prácticas transgresivas,
incorporándolas y dejándolas impotentes. Para Lemebel, el vocablo “gay” se
ha convertido en un término conservador, ya domado. Insiste en mantener un
vocabulario provocativo:

Te aclaro que lo gay no es sinónimo de travesti, marica, trolo, camiona, marimacho


o transgénero. Estos últimos flujos del desbande sexual aparecen encintados
como multitudes “queer” (raras) después de que lo gay obtuvo su conservador
reconocimiento. Quizá son estas categorías las que pueden alterar el itinerario de los
azahares gay tan cómodos en el status de la legalización. Nunca fui tan ingenuo ni
tan iluso como para jactarme de que la elección erótica me convertía en la condesa
de la resistencia, siempre supe que existía la homosexualidad fascista y burguesa
ahorcada en la corbata de su auto-represión.

26
Puig, como nota Balderston, “negaba la existencia de identidades homosexual y heterosexual” (El
deseo, 11). Véase “The Question of Lesbian Presence” en Kaminsky (1993) para una discusión más
amplia de lo resbaladizo que es el término “lésbico” cuando se lo aplica a la literatura.
27
La estética queer incluye la práctica gay del camp y el interés en el melodrama en el ambiente gay.
Véase, por ejemplo, la novela gay mexicana seminal, Melodrama, de Luis Zapata.
HACIA UN VERBO QUEER 893

La filósofa norteamericana Naomi Scheman explica la necesidad de “encuirar el


centro, para centrar al queer”. Un Lemebel que insiste en su derecho de comentar
no sólo la homosexualidad sino también la pobreza, un Armando Rojas Guardia
que anhela vivir su homosexualidad en el espacio público espiritual de una Iglesia
católica cuyos ritos incluyan la consagración de las relaciones homosexuales,
proponen centrar al queer, o sea encuirar el entorno:

Quiero decir que mientras los maricas poeticemos la maricada está todo bien, en su
lugar, en el rincón que le asigna la democracia oficial. Pero cuando se opina sobre
etnias, aborto, derechos reproductivos, libertad de culto o políticas económicas, la
licencia freak queda cancelada. (Lemebel)

Lemebel propone encuirar la cultura entera y reconoce la resistencia que le


espera. La crítica no puede menos que apoyar su proyecto.

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