Amy Kaminsky. Hacia Un Verbo Queer.
Amy Kaminsky. Hacia Un Verbo Queer.
Amy Kaminsky. Hacia Un Verbo Queer.
POR
AMY KAMINSKY
University of Minnesota
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Este término es fruto de una conversación con los poetas Noni Benegas y Mario Merlino, argentinos
expatriados en Madrid, cuya animada participación en el juego de inventar un vocabulario es sólo
parte de su encanto. Les agradezco su buen humor y su amor a las palabras, a las ideas, y a la poesía.
También quisiera expresar mis gracias a Ana Paula Ferreira, Joanna O’Connell, Barbara Weissberger
y sobre todo a Román Soto, por su generosidad intelectual al leer y comentar este ensayo antes de
su publicación.
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La arroba, como indicio no sexista del sustantivo, ya es de uso común en España. La primera vez
que la vi fue en 2002, en un graffiti anarquista que decía: “Tod@s somos legales” refiréndose a una
ley que se había propuesto para castigar a los inmigrantes indocumentados. En 2005, las bibliotecas
municipales de Madrid han puesto un cartel que promueve la lectura infantil que dice “Si tú lees,
ell@s leerán”. O sea que sólo han pasado tres años entre la incursión anarquista en el lenguaje hasta
su adopción por la cultura oficial.
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Nota del Editor. En el sistema universitario estadounidense, los profesores generalmente son
contratados por seis años. Durante este período de prueba –llamado tenure-track– se deben hacer
méritos para obtener la permanencia definitiva: publicar, enseñar, participar en la vida académica
de la institución, etc. Obtener el tenure significa que la persona logró la permanencia definitiva en
la universidad, es decir un contrato vitalicio de trabajo.
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Salir del armario como heterosexual es complicado; por un lado puede servir para proteger a un@
del oprobrio homofóbico. Aquí sigo los consejos de mis colegas lesbianas que me han dicho que no
debo permitir que se me atribuyan una identidad y una historia que no me merezco.
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En Europa, y sobre todo en España, la política cultural ha cambiado mucho en el último cuarto de
siglo, dando apertura no sólo a los desfiles del orgullo gay en las grandes ciudades, sino también a la
aprobación de la mayoría del país del matrimonio y de la adopción gay. Sin embargo, las estructuras
universitarias son lo suficientemente rígidas como para hacer difícil el estudio de temas queer.
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Carlos Muñoz informa que Milagros Socorro, escribiendo en el periódico El Universal, usa el término
GLBT: “Una semana después de la marcha, El Universal introduce el término GLBTs en la sección
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de opinión, junto con el tema de la discriminación antihomosexual” (249). Escribe Socorro: “Ese
grupo se reconoce por la sigla GLBTQS & GH (gays, lesbianas, bisexuales, transgéneros, queers,
simpatizantes y gays honorarios) [...]” (cit. en Muñoz 249).
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otros cuerpos subalternos, el cuerpo queer es el efecto de su propio deseo, de un deseo transgresivo.
Aunque todos los cuerpos subalternos se producen dentro de las normas culturales, y en concierto
con los otros, no son estrictamente paralelos. El cuerpo queer no se concibe sin la noción de la
heteronormatividad y el axioma de que el mundo se divide entre machos y hembras, cuyo deseo tiene
que ser siempre para su contraparte. El cuerpo queer también se define por sus prácticas sexuales y
parasexuales: las prácticas e intereses que sin ser sexuales se asocian con un género u otro.
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Un resultado de este cambio es la creciente incorporación en el campo de especialistas que no pertenecen
a los grupos que dieron ímpetu a su formación. Cada vez más hombres prestan atención a la teoría
feminista, más blancos a los estudios de la raza. De igual manera, no todos los que estudiamos la
temática queer practicamos una sexualidad transgresiva.
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Para una discusión más amplia de este problema, véase Kaminsky, “Cristina Peri Rossi and the
Question of Lesbian Presence”, en Reading the Body Politic. Aquí, desde luego, el verbo “identificar”
cobra cierta ironía. El término fantasma en este caso, el que aparece para desaparecer, es “bisexual”,
una identidad controversial en el ambiente lésbico/gay, por su aparente lealtad a cierto grado de
heteronormatividad o, según otros, por su falta de disponibilidad a aceptar una identidad plenamente
gay o lésbica.
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cultura e imprescindible analizar la estética que se asocia con el mundo queer, desde
las normas de la autorepresentación hasta el camp.11 La proliferación de artículos,
libros, monografías y antologías de estudios sobre el tema muestra lo robusto que es
el deseo de analizar la producción cultural queer en el ámbito latinoamericano.
La práctica del deseo se asocia con la identidad sexual, sea ésta ententida de
una manera esencialista, cultural o performativa. La consideración textual de tal
identidad produce un espacio queer en el juego autor-texto-lector. Por lo tanto, la
interacción entre el placer textual y el erotismo en este espacio queer merece un
estudio aparte.
En pocos años el campo de los estudios latinoamericanos queer ha crecido en
visibilidad y en sofisticación teórica. Desde los primeros pasos en que los críticos
identificaron como lésbicos o gays a un puñado de textos y escritores, hemos pasado
a pensar la relación entre la práctica sexual y la cultura, la nación y la producción de
la identidad. Ha sido de una importancia extraordinaria nombrar la presencia de la
homosexualidad y señalar la existencia de personas lesbianas y gays en el entorno
latinoamericano. El estudio panorámico de David William Foster, Gay and Lesbian
Themes in Latin American Litearture, nos ha proporcionado un corpus de textos
de tema gay y lésbico, y otros críticos han seguido su ejemplo. Han arrancado del
armario a textos más o menos abiertamente gay, subtextos que anteriormente sólo
un grupo reducido y escondido había reconocido, y escritores cuya vida incluía,
parece, el homoerotismo. Los poemas homoeróticos de Xavier Villaurrutia saltan
a la vista; la nueva lectura de Gabriela Mistral empieza con la reevaluación de su
biografía (Fiol-Matta).
Nuestros estudios se han profundizado en su análisis de estos textos,
recuperándolos por su importancia dentro del canon literario y reclamando un espacio
abiertamente gay/lésbico, como lo han hecho Balderston y Quiroga en Sexualidades
en disputa: homosexualidades, literatura y medios de comunicación en América
Latina. Este libro da el próximo paso; es decir, buscar en la temática gay un vínculo
con los discursos dominantes. Otros críticos, como Oropesa, en su estudio de los
Contemporáneos, que ubica a varias figuras literarias en el ambiente gay mexicano,
y Sifuentes Jáuregui en su trabajo sobre la historia de “los 41”, participan en la
codificación de la historia política gay en la historia cultural y lingüística mexicana.
José Piedra y Sylvia Molloy (1992), entre otros, han investigado y teorizado el interés
que tiene la nación recién formada en mantener su heteronormatividad. Molloy
expone, con su elegancia retórica habitual y su análisis impecable, el placer y el
pánico experimentados por algunas de las figuras canónicas del modernismo frente
11
En una entrevista en Revista Ñ, el chileno Pedro Lemebel, rechaza las normas norteamericanas de
la homosexualidad, entre ellas el término “gay”, por ser demasiado conservadoras. Dice que sólo se
puede salir del ropero cuando hay ropero en casa, es decir, que la intimidad forzada de la miseria de
ciertos sectores de su país no deja espacio para los secretos sexuales.
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Este trazamieno del mapa gay/lesbiana sobre la estructura heterosexual, hombre/mujer, ha sido
base de una controversia importante. Monique Wittig, por ejemplo, sostiene que “lesbiana” no es
equivalente a “mujer” –que, al contrario, la lesbiana rechaza todo lo que significa “mujer”. Gayle
Rubin y Teresa de Lauretis, entre otras, argumentan que butch y femme no son tristes imitaciones
de la distinción heteronormativa. A pesar de la reconfiguración del concepto del género dentro del
ámbito teórico LGBT-queer, sin embargo, la dualidad gay/lesbiana comparte con hombre/mujer la
forma binaria y un contenido sexual.
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Igual puede ser superflua. Una vez escuché una presentación hecha por la teórica queer Eve Kosofsky
Sedgwick en la que preguntó retórica y cómicamente: ¿dónde está el Platón queer? ¿Dónde el
Alejandro Magno queer? ¿Dónde el Shakespeare, dónde el Miguel Ángel queer?
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Por eso reconozco que la resistencia contra el matrimonio y los derechos civiles gays corresponde
a una inquietud profunda hacia una amenaza real, no tanto a un sistema sexual sino a un régimen
epistemológico.
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Me refiero a estudios por Salvador Oropesa, Sylvia Molloy (en Bergmann y Smith 230-256) y Óscar
Montero.
16
Por eso, diría que las prácticas homosexuales institucionalizadas en la Grecia de Platón y Sócrates
no eran queer. Sin embargo, es importante reconocer que forman parte de una herencia cultural de
lo que hoy se considera una sexualidad transgresiva.
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Nota del editor. El lema podría ser traducido al castellano como: “Aquí estamos, somos queer,
váyanse acostumbrando”.
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inglesa para crear el vocablo “queerpo”, es decir, el cuerpo queer, en este caso del
cuerpo mutante del ciborg. Por otra parte, el fanzine electrónico “Queeremos Saber”
juega visualmente con la similitud ortográfica entre la raíz de la palabra que denota
el deseo, “querer”, y el adjetivo/sustantivo queer, implicando que el conocimiento
que se anhela es precisamente un conocimiento queer.
La española Paloma Fernández Rasines, en un artículo sobre la representación
lesbiana en la televisión y la internet, hace referencia al término en su sentido verbal
y utiliza una formulación que revela lo forzado que es: “hacer queering”.21 Que yo
sepa, sin embargo, el término “queer” como verbo transitivo, es decir, “to queer”
alguna cosa, no ha penetrado todavía en el ambiente teórico latinoamericano, y los
matices que separan lo gay y lo lesbiano de lo queer representan una nueva frontera
en muchos análisis. “To queer” (es decir, “hacer queering” en la formulación de
Fernández Rasines) señala el paso de nombrar una identidad clandestina y sacarla
del armario a activar un proceso transformativo en la cultura.
La formulación “hacer queering” capta tanto el impulso activo del verbo
en castellano como el del gerundio en inglés. Este último, por su parte, ocupa el
espacio indeterminado entre verbo y sustantivo –un espacio queer que inquieta a
las categorías establecidas. Al mismo tiempo, la yuxtaposición de los dos idiomas
produce su propia energía; sugiere la urgencia del gesto crítico/analítico, aunque
todavía no exista el vocablo preciso que lo exprese adecuadamente en su propio
fondo lingüístico. Sin embargo, la formulación tampoco es una traducción (di)
recta; es decir que hasta la traducción es un poco queer. En inglés, los teóricos y
críticos queer no “hacen queering” (“do queering”): intransitivo. Queerean (“they
queer”): transitivo.22
Escribiendo en inglés en su tomo de ensayos sobre lo que llaman “hispanismos”
y “homosexualidades”, Sylvia Molloy y Robert McKee Irwin hablan de su
objetivo:
This collection would like to bring hispanisms into homosexualities, would like to
propose queer readings of Spanish American literatures and cultures, but would also
seek to queer univocal constructions of mainstream homosexualities with its own,
oblique, not easily assimilated hispanisms. (xvi)
21
Fernández Rasines observa que los que hacen ese tipo de trabajo y por lo tanto utilizan el lenguaje de
lo queer suelen haberse formado en Estados Unidos: “Por lo que he podido ver en el Estado español,
quienes hacemos queering en nuestras respectivas disciplinas hemos sufrido una suerte de seducción
después de habernos formado en el entorno académico norteamericano principalmente”.
22
Un paralelo inexacto de la formulación verbal “to queer” podría ser “pervertir”, término que, gracias
a su doble sentido de “distorsionar” y “corromper”, pudiera compartir el espíritu de recuperación de
términos de oprobio que se refieren a la homosexualidad. Sin embargo, dado que ese término no forma
parte del vocabulario rescatado dentro del ambiente gay, no está disponible para estos propósitos.
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Molloy y McKee Irwin notan que “en este momento no es un gesto impertinente sino un paso
desestabilizante, una fractura propicia –en fin, una invitación para leer de nuevo [una literatura]
moribunda por su […] canonicidad” (xi). El agente de tal relectura no se nombra en esta frase, pero
aquí y en otros textos se supone que es homosexual. Sin embargo, Molloy y McKee Irwin dejan un
espacio para una agencia más amplia, que va más allá de la identidad queer sin perderla como eje.
Comentando sobre el grupo de especialistas que se reunía en los congresos sobre estudios queer en Yale,
notan: “muchos de nosotros, panelistas y público, éramos queer, organizadores y ponentes éramos en
muchos casos españoles, latinoamericanos o latinos, todos nosotros enseñábamos literaturas españolas
y escribíamos sobre esas literaturas” (ix). Es decir que la identidad universalmente compartida es la
de hispanista, basada en una práctica académica y un interés –intelectual, personal– en las cuestiones
presentadas alrededor de la disidencia sexual.
24
Esta definición se basa en la de Warner, en Fear of a Queer Planet.
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efecto hace tiempo que la crítica cultural y literaria ha estado encuirando su entorno.
David William Foster gesticula hacia el encuiramiento de la literatura latinoamericana
trastocando el adjetivo y el verbo en Sexual Textualities:Essays on Queer/ing Latin
American Writing, y Rosemary Feal, en su ensayo sobre “Casa tomada”, encuira a
un escritor quizás excesivamente heterosexual, Julio Cortázar.
Si bien una práctica queer propone deshacer la (no tan) breve cárcel de los
términos identitarios (o de la identidad terminante), vale la pena investigar su
función. La exploración del laberinto de las identidades sexuales transgresivas, sean
de personas o de textos o de prácticas, consciente de que la identidad sexual de un
texto es una metáfora y la de una persona bien puede ser una ficción (es decir una
narrativa formulada bajo unas pautas culturales preestablecidas y naturalizadas),
es una empresa profundamente queer. Requiere una visión irónica, un sentido
lúdico y un compromiso con la provisionalidad. Su proyecto es desestabilizador;
parecido al de la figura del estafador (trickster) de muchas culturas tradicionales,
que mezcla lo serio con lo cómico, lo masculino con lo femenino, el placer con la
destrucción, la vida con la muerte.
Ponerle una identificación queer a un sujeto (sea una persona, un texto,
una práctica) pretende calificarlo dentro de una taxonomía que contradice y
socava la característica fundamental de lo queer, es decir la inestabilidad, lo
indeterminado, la transgresión “misma (semejante posición argumentaron las
feministas posestructuralistas, las de la llamada “diferencia”, en cuanto al término
“femenino”, que según ellas, caía fuera de la economía patriarcal)”. No obstante,
sin tal identificación provisoria el rescate de la cultura queer para la crítica literaria
y cultural se vuelve imposible.
Es insuficiente, sin embargo, encuirar los estudios latinoamericanos sólo al nivel
de los especialistas. Hace falta llevar el encuiramiento a las aulas, como propone
Daniel Balderston. Para hacerlo, Balderston elabora el concepto de “la pedagogía
de lo reprimido”, haciendo referencia irónica y a la vez agradecida a la obra clásica
de Paulo Freire sobre la relación entre colonización, pobreza y alfabetización, La
pedagogía de los oprimidos (Balderston, El deseo, enorme cicatriz luminosa 95-98).
“Los oprimidos” de Freire, pobres, campesinos, analfabetos, son sujetos históricos.
La pedagogía a la cual se refiere es una práctica de alfabetización y concienciación y
una filosofía pedagógica y política. La práctica pedagógica que comenta Balderston
es más bien una ausencia, por lo menos en las aulas latinoamericanas; está casi tan
reprimida como la identidad sexual a la cual se refiere. Los últimos años, sin embargo,
representan una apertura hacia la materia. La Coordinadora Universitaria por la
Diversidad Sexual (un colectivo de activismo queer universitario) publicó el primer
número de la revista Torcida en 2005, respaldado por la Universidad de Chile. En
México, Adriana Ortiz Ortega, del Programa Interdisciplinario de los Estudios de
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25
Le agradezco a Luciano Martínez, no sólo por la información sobre los programas argentinos,
sino también por animarme a pensar sobre los cambios recientes en cuanto a las investigaciones
universitarias sobre questiones queer.
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Puig, como nota Balderston, “negaba la existencia de identidades homosexual y heterosexual” (El
deseo, 11). Véase “The Question of Lesbian Presence” en Kaminsky (1993) para una discusión más
amplia de lo resbaladizo que es el término “lésbico” cuando se lo aplica a la literatura.
27
La estética queer incluye la práctica gay del camp y el interés en el melodrama en el ambiente gay.
Véase, por ejemplo, la novela gay mexicana seminal, Melodrama, de Luis Zapata.
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Quiero decir que mientras los maricas poeticemos la maricada está todo bien, en su
lugar, en el rincón que le asigna la democracia oficial. Pero cuando se opina sobre
etnias, aborto, derechos reproductivos, libertad de culto o políticas económicas, la
licencia freak queda cancelada. (Lemebel)
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HACIA UN VERBO QUEER 895