El Proceso, Kafka
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1
Abogado de la Facultad de Derecho de la Universidad
Pontificia Bolivariana.
2
Profesor asociado de la Escuela de Derecho y Ciencias Po-
líticas de la Universidad Pontificia Bolivariana e investiga-
dor del Grupo de Investigación sobre Estudios Críticos y
del Grupo de Investigaciones en Sistema y Control Penal.
Este escrito es resultado del proyecto de investigación Co-
munidades de lectura y pedagogías críticas: experiencias,
límites y posibilidades del pensar colectivo a partir de la
lectura de Franz Kafka, aprobado y financiado por el Cen-
tro de Investigación para el Desarrollo y la Innovación
(CIDI) de la Universidad Pontificia Bolivariana. Radicado
401B-06/15-77 (CIDI/UPB).
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Enán Arrieta Burgos - Nicolás Gaviria Botero
Pese a que algunos creen que se trata de un fenómeno reciente, habría que
situar en la Antigüedad las primeras huellas de esta relación no metafórica
entre derecho y literatura. Específicamente, en la comparación entre la téc-
nica retórica y la técnica poética encontramos un vínculo incipiente que es
preciso explorar. En la Antigüedad, la retórica, que era y es todavía el oficio
de los abogados, se entendía como el arte de la palabra fingida; mientras
que la poética, a su turno, era asumida como el arte de la palabra ficticia
(Barthes, 1993, p. 90)3. La progresión argumentativa, de vital importancia
para la retórica, encontraba su correlato en la progresión imaginativa de la
poética. De hecho, como afirma Barthes (1993, p. 94), en la Edad Media la
técnica retórica se fusiona con la técnica poética, hecho constitutivo de la
idea misma de literatura. De cualquier modo, hay que decir que, en ambos
casos, tanto en la retórica como en la poética estamos en presencia de un
uso mentiroso o irreal de la palabra4.
3
La confusión entre figuras retóricas y figuras literarias es solidaria de esta con-
cepción.
4
Quizás no sea del todo preciso afirmar que el derecho y la literatura son usos
mentirosos del lenguaje. Podría tratarse, más bien, del uso de un lenguaje sobre
lo irreal, que no necesariamente es falso. Sin embargo, coincidimos en seguir
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El deseo y la justicia en El proceso de Franz Kafka
Así, para ser más precisos, en nuestra opinión, la relación que principal-
mente existe entre derecho y literatura y, por tanto, la caja de herramientas
con la cual debemos proveer nuestro análisis de El proceso, radica en el en-
tendimiento de la mentira como uso y lugar común de enunciación. Es pre-
tencioso hablar de la verdad y de la mentira, más aún cuando resulta difícil
separar tajantemente lo verdadero de lo falso5. No obstante, codifiquemos
en la dualidad verdad/mentira un marco que permita el relacionamiento
entre derecho y literatura.
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Enán Arrieta Burgos - Nicolás Gaviria Botero
de como una expedición, como una empresa o búsqueda, sino, más bien,
como una realidad hipostasiada, fingida, formalmente establecida, ubica-
ble, localizable, juzgable; en suma, como una mentira no pretendida que
pretende ser verdadera.
De allí que quienes comparecen ante el derecho son tratados como objetos,
algo que Kafka se ocupa en mostrarnos con toda claridad (Adorno, 1969, p.
148). El derecho “no buscará conocer las motivaciones subjetivas de sus ac-
tos tal como aparecen en cada uno de ellos” (Sartre, 1977, p. 187). Más aún,
no sólo el sujeto que es juzgado por el derecho se objetiva para fingir el juicio,
sino que, adicionalmente, el juez también pretende objetivarse para hacer
cumplir leyes que, por veces, ni él mismo aceptaría (p. 187). En todo caso,
“el hecho es que deben [los jueces] juzgar casos cuyo conocimiento real les
está vedado” (p. 187)8. Por esta razón, como atinadamente sugiere Ortega y
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En este punto, la coincidencia entre Sartre, Ortega y Gasset y Josef K. es plena.
Durante mucho tiempo K. reflexionó sobre la necesidad de presentar una pe-
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El deseo y la justicia en El proceso de Franz Kafka
Gasset: “El que juzga no entiende. Para ser juez es preciso hacer previamente
la heroica renuncia a entender el caso que se presenta a juicio en la inagotable
realidad de su contenido humano” (Ortega y Gasset, 1983, p. 343).
tición de defensa ante el tribunal. Rechazó esta opción toda vez que le parecía
una tarea interminable, puesto que, para ello “había que repasar la vida entera
en sus más pequeños actos y acontecimientos, relatarlos y examinarlos por to-
das partes. Y qué triste sería además ese trabajo” (Kafka, 2012a, p. 122).
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Enán Arrieta Burgos - Nicolás Gaviria Botero
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De aquí en adelante asumamos como nuestras las palabras de Deleuze y Gua-
ttari respecto del deseo: “Si el deseo produce, produce lo real. Si el deseo es
productor, sólo puede serlo en realidad, y de realidad. El deseo es este conjunto
de síntesis pasivas que maquinan los objetos parciales, los flujos y los cuerpos,
y que funcionan como unidades de producción. De ahí se desprende lo real, es
el resultado de las síntesis pasivas del deseo como autoproducción del incons-
ciente. El deseo no carece de nada, no carece de objeto” (1985, p. 33).
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El deseo y la justicia en El proceso de Franz Kafka
Esos son los datos acerca de Josef K. que el narrador de El proceso (2012a)
no nos esconde. Ya se ha dicho, y es casi un lugar común, que la obra de
Franz Kafka quedó inconclusa e inédita en su mayor parte, y que, antes de
morir, él le pidió a su albacea y mejor amigo, Max Brod, que quemara sus
escritos10. No obstante, para fortuna nuestra, Brod quiso desobedecerle.
Sin embargo, cuando se toma la decisión de leer a Kafka con cierto empeño,
de un lado, el supuesto truncamiento de su obra desaparece; pues lo que se
suponía en obra negra expone las riquezas de sus acabados, y los vacíos y
silencios elocuentes que deja el narrador entran a ser parte de la estructura
de sus historias, que terminan contando por omisión todo aquello de lo que
carecen precisamente. Bien apuntaría Camus (1999), es en la ambigüedad
fundamental en donde reside el secreto de Kafka:
Cabe decir algo obvio: este recurso no ha sido invención de Kafka; se trata
de toda una tradición que se ha desarrollado desde los comienzos de la lite-
ratura, con La Ilíada y La Odisea, hasta llegar al dominio de maestros como
Kafka habría escrito, en una nota doblada que fue encontrada en su escrito-
10
rio, dirigida a Max Brod: “Todo lo que se encuentre al morir yo (en cajones
de libros, en armarios, en el escritorio, ya sea en mi casa o en la oficina o en
cualquier otro lugar en que se te ocurra que pudiera haber papeles), me refiero
a diarios, manuscritos, cartas, ya sean ajenas o propias, esbozos y toda cosa de
este género, debe ser quemado sin leerse; también todos los escritos o notas
que tú u otros tengan en su poder deben seguir el mismo camino; en cuanto a
los que otras personas posean tendrás que reclamárselos en mi nombre. Si no
quieren devolverte cartas mías, por lo menos procura que te prometan que han
de quemarlas. Tu. Franz Kafka” (Kafka & Brod, 1992, p. 363).
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Enán Arrieta Burgos - Nicolás Gaviria Botero
Quizá por eso sea algo absurdo tratar de responder las preguntas que deja
la lectura de El proceso, porque de antemano sabemos que será un esfuerzo
vano, dedicarse a atar los cabos infinitos de una novela que quiere ser, más
que cualquier otra cosa, una provocación de la irracionalidad a la razón
misma; en ella “lo que llamamos camino es vacilación” (Kafka, 2012b, p.
30). Kafka, más que un concluso punto de llegada, debe ser considerado un
abierto punto de partida. Y por eso la apariencia de obra inacabada no es un
defecto sino una cualidad en su estilo. A este respecto escribe Marcel Proust:
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El deseo y la justicia en El proceso de Franz Kafka
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nal (p. 402). Sobre esta escena, ocurrida en Berlín, también insistirán Deleuze
y Guattari (1978, p. 78). Al respecto, explica Canetti: “La disolución de su com-
promiso, a la que Kafka tendía con todo su ser, le fue impuesta aparentemente
desde fuera. Pero es como si él mismo hubiera escogido a los miembros de ese
tribunal, preparándolos como jamás lo había hecho acusado alguno […] Por
otra parte, Kafka había cortejado a Grete Bloch durante todo aquel tiempo, la
había embelesado con sus cartas, atrayéndola más y más a su lado. En la época
que media entre el compromiso privado y el oficial, sus cartas de amor iban
dirigidas a Grete, no a Felice. Este hecho la fue sumiendo en un dilema del que
sólo podría liberarse dando un giro definitivo y convirtiéndose en juez de ese
acusado. Y fue así como puso en manos de Felice los puntos de la acusación:
pasajes, subrayados por ella en rojo, de las cartas que le enviara a Kafka. Felice
llevó al <<tribunal>> a su hermana Erna, quizá para que hiciera contrapeso a
su enemigo Ernst Weiss, también presente”. Y más adelante: “Pero la forma en
que se disolvió el compromiso, su forma concentrada en <<tribunal>> (Kafka
nunca se refirió a ella en otros términos), tuvo sobre él un efecto abrumador.
Su reacción comenzó a formularse a principios de agosto. El proceso que a lo
largo de dos años se había ido desarrollando entre Felice y él a través de su
epistolario, se convirtió entonces en aquel otro proceso que todos conocemos.
Se trata del mismo proceso: él lo había ensayado. Y el hecho de que comprenda
muchísimo más de lo que las simples cartas puedan revelar, no debe engañar-
nos respecto a la identidad de ambos procesos” (Canetti, 2013, pp. 406-407).
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El deseo y la justicia en El proceso de Franz Kafka
Ante el tribunal K. deja entrever que la señora Grubach tenía por intención
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Enán Arrieta Burgos - Nicolás Gaviria Botero
¿Acaso sentía celos la señora Grubach de que ella no fuera objeto del deseo
de K.? Su cuerpo imponente y las posaderas en donde caían las cintas de su
delantal no producían en K. nada distinto que una mirada inútil.
¿Pero, de qué pudo haber calumniado la señora Grubach a K.? A este res-
pecto es importante recalcar una figura enigmática en la novela: la señorita
Bürstner, una inquilina de la pensión, sospechosa a juicio de la casera, que
solía visitar a hombres distintos en calles apartadas de la ciudad (Kafka,
2012a, p. 34). La relación entre K. y la señora Bürstner no es del todo cla-
ra. K. no había intercambiado con ella más que saludos (Kafka, 2012a, p.
23) y, no obstante, ante el comentario indeseado de la señora Grubach, K.
afirmó conocerla muy bien (Kafka, 2012a, p. 34)15. Incluso ante esa descrip-
14
Cf. “Ya sabe cómo la señora Grubach […] me adora francamente y cree sin falta
todo lo que le digo. Por otro lado, depende de mí, porque me pidió prestada
una suma bastante considerable” (Kafka, 2012a, p. 40).
15
Así se refiere K, ante el tribunal, con respecto a la señorita Bürstner: “Era la
habitación de una dama a la que aprecio mucho […]” (Kafka, 2012a, p. 54).
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El deseo y la justicia en El proceso de Franz Kafka
–No–, exclamó la señorita riéndose. –Sí–, dijo K., –entonces ¿cree que soy
inocente? –. Bueno, inocente…–, dijo la señorita, –no voy a formular en-
seguida un juicio que tal vez tenga consecuencias, y además no le conozco;
aunque debe de tratarse de un delito grave para enviar a alguien tan tempra-
no una comisión instructora (Kafka, 2012a, p. 36).
Quizá la señorita Bürstner no quería emitir ningún juicio que tal vez tuviera
consecuencias, precisamente porque ella no era del todo ajena a los dispo-
sitivos de poder. De hecho, como se lo confiesa a K., su interés era saberlo
todo, especialmente aquellos asuntos judiciales, al punto tal que pareciéndo-
le atractivos los tribunales, comenzaría a trabajar prontamente en un bufete
de abogados16 (Kafka, 2012a, p. 38). Al término de la conversación, antes de
que Josef K. se retirara a su habitación, este se le abalanza encima diciéndole:
Mírese, por ejemplo, un sueño de K. que se recoge en “La casa”, uno de los
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Esa noche, durante la comida con la familia Brod, todos estuvieron mi-
rando las fotografías de un viaje que Kafka y Max hicieron, y en el cual
visitaron la casa de Goethe en Weimar, donde les ocurrirían unos hechos
que ellos dos recordarían luego como “El viaje al país de Talía” (Canetti,
2013, p. 361).
Escribe Canetti:
La hija del guardián, una muchacha muy hermosa había llamado su aten-
ción. Kafka, que había logrado acercársele, conoció luego a la familia y le
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El deseo y la justicia en El proceso de Franz Kafka
Este hecho guarda una relación casi precisa con aquel pasaje en que K., un
día domingo, va nuevamente al tribunal sin ser citado, porque supone que
había sido convocado en el mismo lugar y a la misma hora. Allí se encuentra
a la mujer del ujier, con quien sostiene una conversación en la que este ter-
mina convenciéndola de que le muestre los libros que hay sobre el estrado,
“no por una curiosidad especial sino para que no fuera totalmente inútil
haber ido hasta allí” (Kafka, 2012a, p. 59). En un primer momento, la mujer
se niega, diciendo que no le está permitido, ya que los libros le pertenecen al
juez instructor. Ante lo cual, K. responde “esos libros son sin duda libros de
leyes, y es propio de esta clase de justicia sufrir condena no solo siendo ino-
cente, sino permaneciendo además ignorante” (Kafka, 2012a, p. 59). En esos
libros aparecerían unos grabados obscenos que nos revelan, sin duda alguna,
que en la ley reside el deseo. El narrador describe el contenido de estos libros
la siguiente manera “Un hombre y una mujer estaban sentados desnudos
en un sofá; la baja intención del dibujante podría reconocerse claramente
[...]” (Kafka, 2012a, p. 61). Allí también encontró K. una novela titulada “Los
tormentos que hubo de sufrir Grete por culpa de su marido” (Kafka, 2012a,
p. 61)17. A causa de todo esto, Josef K. se queja: “–Estos son los códigos que
estudian aquí–”, “–Esa la gente que me va a juzgar–”. “–Yo lo ayudaré–, dijo
la mujer” (Kafka, 2012a, p. 61). En efecto, esos son los códigos de un poder
deseante, al cual sólo puede hacérsele frente con la ayuda de una mujer. La
conversación sigue su desarrollo y luego el narrador dice sobre K.:
Mírese la semejanza de este título con el de la novela de Goethe (2011), Las pe-
17
nas del joven Werther, a propósito de la visita de Kafka a la casa de este escritor
y la mujer que allí conoció.
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por encargo del tribunal. […] Y el ofrecimiento de ayuda por parte de ella
sonaba sincero y quizá no fuera inútil. Y tal vez no habría mejor venganza
contra el juez instructor y su séquito que quitarles aquella mujer y llevárse-
la. Entonces podría ocurrir que, después de trabajar fatigosamente en sus
mentirosos informes sobre K. hasta avanzada la noche, encontrase vacía la
cama de la mujer. Vacía porque ella pertenecía a K., porque aquella mujer
de la ventana, aquel cuerpo cálido, exuberante y flexible, dentro de un ves-
tido oscuro de tela basta y pesada, solo pertenecía a K (Kafka, 2012a, p. 65).
–No se enfade conmigo, se lo ruego por lo que más quiera, y tampoco pien-
se mal de mí: ahora tengo que irme con él, con ese hombre horrible, mire
esas piernas torcidas. Pero volveré enseguida y entonces me iré con usted,
si quiere llevarme, iré a donde usted quiera, podrá hacer conmigo lo que
quiera, seré feliz si puedo marcharme de aquí el mayor tiempo posible, y
ojalá para siempre– (Kafka, 2012a, p. 65).
18
Esta mujer le advierte a K., en términos similares que el guardián al campesino
en Ante la ley: “–Después de usted tengo que cerrar; nadie podrá entrar ya–”.
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El deseo y la justicia en El proceso de Franz Kafka
Sin embargo, la mujer del ujier tampoco es del estudiante, ya que este la
lleva a manos del juez instructor, quien se aprovecha de ella, como tan-
tos otros funcionarios. Y sin poder ocultar sus celos, K. le reclama al ujier,
preguntándole si acaso ella no es la culpable de que eso fuese así. A lo cual
responde el ujier: “La mayor culpa” (Kafka, 2012a, p. 70). Sin duda alguna,
la misma de K. en su lascivia incontenible.
Cf. “Le resultaba molesto tener que ir siempre uno o dos pasos delante del ujier:
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al menos en aquel lugar, aquello podía dar la impresión de que lo llevaban de-
tenido” (Kafka, 2012a, p. 73).
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Ya que solo había venido por curiosidad o, lo que todavía era más improba-
ble aún como explicación, por el deseo de comprobar que el interior del sis-
tema judicial era tan repulsivo como su exterior. Y la verdad es que parecía
que su suposición había sido exacta; no quería seguir más adelante, se sentía
ya suficientemente deprimido por lo que había visto hasta entonces, y ahora
no estaba en condiciones de enfrentarse con ningún funcionario superior,
que podía surgir de cualquier puerta; quería irse, con el ujier, o solo si hacía
falta (Kafka, 2012a, pp. 74-75).
Esta mujer que aparece en las oficinas del tribunal es quien finalmente ayu-
da a K. a encontrar la salida y es quien le abre la puerta a su liberación
(Kafka, 2012a, p. 80). “Él sentía ahora muy cerca el rostro de la muchacha,
que tenía la severa expresión de muchas mujeres que están precisamente en
su más hermosa juventud” (Kafka, 2012a, p. 75). En medio de la opresión y
la asfixia que le producía ese lugar, a K. le resultaba incomprensible la cal-
ma de esta mujer. Y dice el narrador: “Estaba en sus manos, si lo soltaban
caería como una tabla” (Kafka, 2012a, p. 79)20. K. ni siquiera se podía dar
cuenta de que ella y el informador le hablaban, “solo oía un ruido que lo
llenaba todo y a través del cual parecía sonar una alta nota invariable, como
la de una sirena” (Kafka, 2012a,. 80). Hasta que siente una corriente de aire
fresco que lo golpea y, acto seguido, oye decir a su lado: “–Primero quiere
irse, pero luego se le dice cien veces que ahí está la salida y no se mueve–”
(Kafka, 2012a, p. 80). K. espabila y se despide de ellos.
Días más tarde, advertido por una carta que le escribe su hija Erna, el tío de
Josef K., el viejo terrateniente, “El fantasma del campo” (Kafka, 2012a, p. 88),
como le decía él, se aparece en el banco. K. le tenía una especial consideración
a su tío, ya que este había sido su tutor y por eso se veía siempre obligado a
ayudarlo en todo, además de alojarlo en cada una de sus visitas a la capital.
20
La cosificación de K. se hace patente: “K. prefería que la mujer de la secretaría,
el ujier y el informador se refiriesen a él como una cosa” (Kafka, 2012a, p. 78).
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El deseo y la justicia en El proceso de Franz Kafka
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¿Es que quieres perder el proceso? ¿Sabes lo que eso significa? Significa
que quedarás sencillamente eliminado. Y que todos tus parientes se verán
arrastrados o, por lo menos, humillados hasta lo más bajo. Josef, recupera
el sentido común. Tu indiferencia me saca de quicio. Al verte uno creería
casi en el proverbio que dice: “Tener un proceso significa haberlo perdido
ya” (Kafka, 2012a, p. 93).
Ante la propuesta del tío Karl para que K. partiese al campo, nuestro pro-
tagonista considera que, en cierta forma, hacerlo implicaría una renuncia
de su parte, además de una manifestación ostensible de su sentimiento de
culpa. Él está convencido, a diferencia de su tío, de que con excitación y
premuras no se gana ningún proceso; lo que necesita es confiar en su expe-
riencia práctica y seguir el ritmo que le impongan los días y el tribunal ex-
traordinario. Entonces, mientras su diálogo transcurre, ambos entran a un
carro que pide el tío con dirección a la casa de Huld, el abogado y defensor
de pobres que ha contratado Karl. “Como acusado, no era muy agradable
acudir a un abogado de pobres: –No sabía–, dijo, –que también en un asun-
to así podía recurrir a un abogado–” (Kafka, 2012a, p. 94).
Así pues, K. es sincero con su tío y finalmente le cuenta lo que había ocurri-
do (sin embargo, el lector no sabe bien qué es eso que cuenta K.): “Su total
franqueza era la única protesta que podía permitirse frente a la opinión de
su tío de que el proceso era una vergüenza” (Kafka, 2012a, p. 94), menciona
el narrador.
21
En la escena con el sacerdote, este le dice a K.: –La sentencia no se dicta de
repente: el proceso se convierte poco a poco en sentencia–” (Kafka, 2012a, p.
198). Por esta misma razón, la absolución auténtica elimina cualquier rastro de
existencia del proceso: “desaparece la absolución, el procesamiento y hasta la
absolución” (p. 150).
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El deseo y la justicia en El proceso de Franz Kafka
Mientras esto ocurre, y sin que ellos se diesen cuenta, es decir, como si la
culpa los llamase de nuevo, se encuentran en los suburbios donde estaban
las oficinas del tribunal. Se detienen en frente de un edificio y, al anunciar-
se, “en la mirilla de la puerta aparecieron dos grandes ojos negros, mira-
ron un momento a los huéspedes y desaparecieron, pero la puerta no se
abrió” (Kafka, 2012a, p. 95). Se trataba de Leni, la enfermera y amante del
abogado, Leni, a quien K. luego miraría, advirtiendo su redondo rostro de
muñeca, en el que no solo las pálidas mejillas y la barbilla eran redondas,
sino también las sienes y el perfil de la frente. Durante la reunión con el
abogado, que se hallaba agonizante en su cama, y quien parecía saberlo
todo acerca del proceso de K., Leni permanecía cerca de la puerta alum-
brando con una vela la oscuridad, acercándose cada vez más a K., quien ya
empezaba a sentirse atraído por ella desde que la vio por primera vez. Pero,
entonces, a Leni se le pide que abandone la habitación, puesto que allí se
hablarían asuntos delicados concernientes al proceso de K. En la habitación
también hacía presencia un personaje misterioso que sale de un rincón os-
curo y cuya existencia no había sido advertida desde el principio, el director
de la secretaría de los tribunales. Sin embargo, un tiempo después de que
Leni hubiera salido, “un ruido de porcelana rota que vino del vestíbulo hizo
que todos prestaran oído” (Kafka, 2012a, p. 101), y entonces K. aprovecha
para salir de la habitación y encontrarse con ella, quien le dice: “–No ha pa-
sado nada–”, “–solo he tirado un plato contra la pared para hacer que usted
saliera–” (p. 101). K. y Leni terminan metiéndose al gabinete del abogado,
en donde ella puede presentarse mejor: “–Pensaba que usted vendría por
sí mismo […]. Sin que tuviera que llamarlo. La verdad es que era raro. Pri-
mero no ha dejado de mirarme en cuanto ha entrado y luego me ha hecho
esperar. Por cierto, llámeme Leni–” (Kafka, 2012a, p. 102). Así, K. y Leni se
pierden en un cortejo vertiginoso en el que ella gana cierta superioridad so-
bre él, hasta que K. se distrae mirando un cuadro que posaba en el gabinete
del abogado: “–Quizá sea mi juez–”, dice K., asombrado. “–Lo conozco–”, le
responde Leni. Luego K. pregunta por la categoría del juez y ella le dice que
se trata de un juez de instrucción, mientras le coge la mano con que K. la
rodeaba y al tiempo juega con los dedos de él. “–Otro juez de instrucción–”,
exclama K. decepcionado. “–Los altos funcionarios se esconden. Pero este
se sienta en un trono–” (Kafka, 2012a, p. 103). Leni le advierte a K. que todo
es una invención, en realidad el juez del cuadro estaba sentado en una silla
de cocina, cubierta con una vieja manta de caballo, y por eso él no debe
preocuparse ni pensar tanto en su proceso (quizá todo es mentira; nada
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Enán Arrieta Burgos - Nicolás Gaviria Botero
más que ficciones en su cabeza); sin embargo, dice Leni, ese no es el error
que K. comete (ciertamente no lo ha cometido, puesto que su actitud ha
sido preponderantemente desinteresada, altiva y negligente), el verdadero
error consiste en ser tan intransigente (Kafka, 2012a, p. 104). K. le pregunta,
muy alarmado, quién ha dicho eso, mientras siente el cuerpo de ella con-
tra su pecho y, bajando los ojos, puede ver su abundante pelo, firmemente
trenzado. Pero Leni no le cuenta. Y, por último, antes de treparse en sus
rodillas para morderlo y besarlo por el cuello y el pelo, desprendiendo un
“olor amargo y excitante, como de pimienta” (Kafka, 2012a, p. 106), Leni
le sugiere a K. optar por la confesión: “–[…] Confiese a la primera opor-
tunidad. Solo entonces tendrá una posibilidad de escapar, solo entonces.
Sin embargo, incluso entonces le será imposible sin ayuda ajena, pero no se
inquiete por eso, porque yo misma se la prestaré–” (Kafka, 2012a, p. 104)22.
Por eso no es fortuito que, tiempo después, sea Leni quien, como una suerte
de fuerza oculta que frena a K., le impide llegar puntualmente al encuentro
22
Con respecto a la confesión habría anotado Kafka en sus aforismos: “Confesión
y mentira son lo mismo. Para poder confesar se miente. Lo que uno es no pue-
de expresarse, precisamente por ser lo que uno es; solo se puede comunicar lo
que uno no es, es decir, la mentira. Únicamente en el coro puede haber cierta
verdad” (Kafka, 2012b, p. 95).
23
Cuando Josef K. se reúne con Titorelli, el pintor, este le dice: “Me he olvidado
de preguntarle ante todo qué clase de liberación quiere. Hay tres posibilidades,
a saber, la absolución auténtica, la absolución aparente y el aplazamiento inde-
finido” (Kafka, 2012a, p. 144).
106
El deseo y la justicia en El proceso de Franz Kafka
Max Brod destaca la importancia que en El proceso juega la ruptura del com-
24
promiso matrimonial entre Kafka y Felice Bauer, y cuyo momento hito sería el
tribunal instalado en el hotel Askanischer Hof de Berlín. La escena casi al final
de la novela en que, según parece, K. ve una sombra de Fräulein Bürstner –léase,
F.B., según Brod-, puede ser entendida, en general, en el marco de la relación
entre Kafka y las mujeres: “Realmente, no es importante el que dicha aparición
fuera la de la señorita Bürstner o de alguien parecido a ella. La malograda
tentativa de casamiento era, según habría de hacerse evidente, significativa no
como contenido individual, sino como esquema; no dependía de la persona
de la novia. Mas era un esquema que, según lo demostró su último año de
vida, sólo pudo haber sido quebrantado por una personalidad femenina muy
especial” (Brod, 1974, p. 141).
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Enán Arrieta Burgos - Nicolás Gaviria Botero
sobre todo ante ese tribunal, compuesto casi exclusivamente por mujerie-
gos” (Kafka, 2012a, p. 199).
El proceso, 2012a, p. 134). Titorelli describe con detalle la picardía de estas niñas
(p. 136 – 137).
26
En uno de los fragmentos no publicados de El proceso, se describe una relación
de amistad entre K. y el fiscal Hasterer, quien también es mencionado en las
primeras escenas de la novela. El narrador describe cómo la mujer del fiscal, en
presencia de este, intentaba desesperadamente seducir a K.: “Era solo desespe-
ración y no maldad la que la hacía inclinarse sobre la mesa con la espalda des-
nuda, redonda y gruesa, acercar su rostro a K. y querer obligarlo así a mirarla”
(Kafka, 2012a, p. 226).
27
Erna, la prima de K., le escribe a su padre, para advertirlo sobre la situación en
la que K. se encontraba, sin saber muy bien de qué se trataba. Lo interesante es
que a partir de la carta que Erna le escribe a su padre, esta le permite sospechar,
con más precisión, qué era lo que le sucedía a su sobrino (Kafka, 2012a, p. 94).
Adicionalmente, Erna, sin necesidad alguna, le miente a su padre sobre el buen
trato que recién había recibido de K. con motivo de su cumpleaños (p. 89).
28
También, en los fragmentos no publicados, aparece una figura enigmática. La
señorita Montag, con quien al parecer la señorita Bürstner compartía habita-
ción en la pensión de la señora Grubach. Montag sólo interviene para expli-
carle a K. que Bürstner no estaba dispuesta a entrevistarse más con él (Kafka,
2012a, p. 217).
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29
Respecto de Elsa, refiere K. en una conversación con Leni: “ella tiene una gran
ventaja sobre usted: no sabe nada de mi proceso, e incluso aunque lo supiera,
no pensaría en él… –Eso no es una ventaja–, dijo Leni” (Kafka, 2012a, p. 105).
Elsa, asimismo, tenía la capacidad de hacer que K., por un instante, olvidase
todo acerca del proceso (Kafka, 2012a, p. 229).
30
Sartre (1993) insiste en “que una de las significaciones que intenta sacar a la
luz El proceso de Kafka es ese carácter perpetuamente procesual de la realidad
humana” (p. 526).
31
El término no se utiliza despectivamente, sino conforme al sentido propuesto
por Heidegger (1999, pp. 51 - 52).
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Eso que intento señalar bajo ese nombre es, primeramente, un conjunto
resueltamente heterogéneo, que comporta discursos, instituciones, acon-
dicionamientos arquitectónicos, decisiones reglamentarias, leyes, medidas
administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales,
filantrópicas, en resumen: lo dicho, así como lo no dicho, estos son los ele-
mentos del dispositivo. El dispositivo en sí, es la red que puede establecerse
entre estos elementos (1994, p. 299)33.
32
Al respecto puede verse el texto de Judith Revel (2002, p. 24).
33
Traducción libre del francés: «Ce que j’essaie de repérer sous ce nom, c’est, pre-
mièrement, un ensemble résolument hétérogène, comportant des discours, des
institutions, des aménagements architecturaux, des décisions réglementaires,
des lois, des mesures administratives, des énoncés scientifiques, des proposi-
tions philosophiques, morales, philanthropiques, bref : du dit, aussi bien que du
non-dit, voilà les éléments du dispositif. Le dispositif lui-même, c’est le réseau
qu’on peut établir entre ces éléments».
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“El deseo es máquina, el objeto del deseo es todavía máquina conectada, de tal
modo que el producto es tomado del producir, y que algo se desprende del pro-
ducir hacia el producto, que va a dar un resto al sujeto nómada y vagabundo. El
ser objetivo del deseo es lo Real en sí mismo” (Deleuze & Guattari, 1985, p. 34).
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Aun cuando la lista propuesta por el profesor González García nos parezca
suficientemente exhaustiva, quisiéramos ensayar una forma de caracteri-
zación que guarde consonancia con nuestra hipótesis central. En muchos
casos, como veremos, algunas de las notas características que señalaremos
se traslapan con las planteadas por el profesor español. Sin embargo, como
quiera que nuestro interés, además de descriptivo, es crítico, esto es, toda
vez que nuestra intención consiste en transcribir y en desmontar el dispo-
sitivo burocrático –como creemos que hizo Kafka–, quisiéramos poner el
acento en algunas notas características que nos permitan evidenciar, con
mayor fuerza, el poder del deseo, fuente, proceso y condena en el dispositivo
burocrático de la justicia. Por esta razón, simplificaremos nuestro análisis y
procuraremos hacer énfasis en las que son, si se quiere, las afinidades elec-
tivas que nos interesa indicar.
37
Los principios de legalidad, independencia judicial, imparcialidad, impartiali-
dad y, en general, el principio del debido proceso, son desarrollos jurídicos que
concretan los postulados burocráticos.
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Así pues, en primer lugar, Kafka narra un mundo en donde todos son fun-
cionarios (Kafka, 2012a, p. 57), un mundo en el que, como bien le advierte
Titorelli, todos hacen parte del tribunal (p. 142), en suma, se trata de un
mundo en el que se impone la totalidad burocrática, primera nota distinta
que nos interesa recalcar. K. mismo era un funcionario (p. 77), y su capaci-
dad de trabajo, así como su seriedad, lo convertían en un empleado modelo
(Kafka, 2012a, p. 30). Ser apartado siquiera un día de su trabajo era, para
K., un verdadero drama (p. 187). En el banco, escasamente tenía tiempo
para pensar, en pequeñas pausas, acerca de la suerte de su proceso. Incluso,
no parece descabellado afirmar que, realmente, en El proceso el trabajo se
evidencia como una condena38. Recordemos que el hecho de estar detenido
no le impide a K. ejercer su profesión (p. 27). Más aún, trabajar, estando
procesado, es algo inherente a las formas contemporáneas de castigo:
Cf. Génesis 3:19. Al expulsar a Adán y a Eva del Paraíso, Dios los condenó a
38
ganarse el pan con el sudor de su frente. En sus Aforismos, asegura Kafka: “No
somos pecadores por haber comido del árbol de la ciencia, sino también porque
todavía no hemos comido del árbol de la vida. Lo pecaminoso es la condición
en la que nos hallamos, independientemente de la culpa” (Kafka, 2012b, p. 44).
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pegaba con demasiada fuerza en ese valle sin sombras” (Kafka, 2012f, p. 13).
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Cf. “(…) todo en El proceso es falso: incluso la ley, por oposición a la ley kan-
tiana, erige la mentira en norma universal” (Deleuze & Guattari, 1978, p.74).
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al interior del panóptico fue bien explicada por Foucault (2002). El cristal
inspira la configuración de la máquina panóptica:
Es por lo anterior, que ni siquiera es dable intentar una respuesta que apun-
te a un quién. Toda pregunta por un quién remite siempre a un qué: la Ley.
Básicamente, porque la pretensión maquinal de la justicia impone la obje-
tivación, tanto de quien juzga como de quien es juzgado. Ya lo decía Kafka
refiriéndose a la máquina de En la colonia penitenciaria: “El ideal era que la
máquina funcionase sola” (Kafka, 2012f, p. 132).
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“el deseo es poder” (Deleuze & Guattari, 1978, p. 84). Es el turno de mostrar
el carácter ficcional de las ficciones de la justicia.
Vale la pena resaltar dos referencias indirectas a las mujeres que no dejan de ser
41
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camisa blanca, era la vergüenza que sentiría ante su novia, una vez lo viera en esas
condiciones, quien aguardaba por él afuera de las instalaciones del banco (p. 85).
Deleuze y Guattari (1978) refieren: “Las mujeres equívocas de El proceso hacen
42
que los jueces, los abogados, los acusados gocen sin cesar del mismo gozo” (p. 86).
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Sobre este hecho señala Blanchot: “Es verdad que su despreocupación cede
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poco a poco, pero esto es fruto del proceso, así como la belleza que ilumina a los
acusados y los hace agradables a las mujeres es reflejo de su propia disolución,
de la muerte que con ellos se anticipa como una luz más verdadera” (Blanchot,
2002, p. 68).
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En esta misma línea, el aire turbio y pesado de las oficinas mohosas y som-
brías contrasta con la pulcritud exigida por el panóptico. De nada sirve
mirar a través de un cristal empañado y sucio. De esta manera, no sólo hay
puntos ciegos que impiden la totalidad burocrática sino que, aún más, exis-
ten puntos en donde la visibilidad es reducida o nula.
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con toga de juez; estaba sentado en un trono alto, cuyos dorados destacaban
en diversos puntos del cuadro. Lo insólito era que el juez no aparecía sentado,
sereno y digno, sino que apoyaba firmemente el brazo izquierdo en el respal-
do y el brazo del sillón, tenía su brazo derecho totalmente libre y solo con la
mano agarraba el otro brazo del sillón, como si quisiera levantarse un instante
después con movimiento violento y tal vez airado, para decir algo decisivo o,
incluso, dictar sentencia. Había que imaginar sin duda al acusado al pie de la
escalera, cuyos escalones superiores, cubiertos por una alfombra amarilla, po-
drían verse también en el cuadro” (Kafka, 2012a, p. 103).
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Por el contrario, para Derrida, la ley, en Kafka, consiste en una ley trascendente,
que lo es “en la medida en que el hombre debe fundarla, como ley venidera, en
la violencia” (Derrida, 1994, p. 89). El hombre, ante la ley, es un prejuicio. Para
él la ley llega siempre demasiado tarde, él llega, también, antes que la ley (De-
rrida, 1985, p. 123).
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Consideraciones finales
La obra de Kafka, decía Roland Barthes (2003), “se presta a todo el mundo
pero no responde a nadie” (p. 188). Desde luego, tratando de ser fieles al
texto, El proceso se ha prestado a nuestros intereses. Sería absurdo hacer
pasar por correcta nuestra lectura. Nada más alejado de nuestras posibili-
dades, limitaciones e intenciones.
–Es la Justicia–, dijo el pintor por fin. –Ahora la reconozco–, dijo K., –aquí
está la venda en los ojos y aquí la balanza. Pero ¿no tiene alas en los talones y
no está corriendo? –. –Sí–, dijo el pintor, –tengo que pintarla así por encar-
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Traducción libre del alemán: “Kunst ist ein Spiegel, der ›vorausgeht‹ wie eine
Uhr – manchmal” (Janouch, 1961, p. 42).
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No podríamos finalizar este escrito sin mencionar, así sea ciega y apresu-
radamente, una cosa que es segura: Kafka fue un reloj que se adelantó a su
tiempo47. Nos ha faltado espacio para ir un poco más allá de la transcrip-
ción y el desmonte del dispositivo burocrático. Estudios posteriores debe-
rán comprometer, con urgencia, la transcripción y posterior desmonte de
los dispositivos contemporáneos de poder. Sea esta, pues, una manecilla de
su vez, la insinuación de una nueva tecnología del poder. Kafka anticipó esa
forma no burocratizada de organización del poder que luego Foucault (1980)
denominaría disciplinas, insistiendo con ello en la “cuadriculación compacta
de coacciones disciplinarias” (p. 150) que gobiernan nuestras conductas. La
segmentaridad del poder, su contigüidad, su inmanencia en el campo social,
es, como señalaba Deleuze y Guattari (1978, p. 84), una denuncia que Kafka
formularía y que luego Foucault retomaría.
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