La Imposible Realidad
La Imposible Realidad
La Imposible Realidad
Originariamente, el realismo moderno como manifestación estética literaria, esa corriente que
consagraron Stendhal y Balzac, pretendió representar la ¨realidad¨ circundante y cambiante, las diversas
formas de vida existentes, mediante la escritura.
Un objetivo artístico, una empresa para nada cuestionable, por supuesto, pero excesiva, ambiciosa, desde su
misma concepción y que encierra desde el planteo inicial su propia imposibilidad. Veamos brevemente por
qué.
Más allá de las profundas discusiones críticas y académicas sobre el concepto y su funcionalidad, al hablar
de ¨realismo¨ en la literatura, casi todos los lectores pensamos en cuestiones y creaciones similares. Partimos
de la confianza en la posibilidad de que los signos lingüísticos (el lenguaje) son capaces de dar cuenta de la
realidad a la que se refieren (el referente). A su vez, adherimos la idea, correlativa, de que existe
verdaderamente ¨una realidad¨ y no que ésta depende del punto de vista del observador, también del
narrador: de sus intenciones, de sus deseos, de aquello que quiere conseguir cuando se pone a escribir para
¨dar cuenta de cómo es lo real¨. Además, de que esa ¨realidad única¨ puede ser conocida de forma objetiva
por alguien. Por último, de que dicha ¨realidad¨ puede ser escrita de una manera correcta y entendida
exactamente igual, sin objeciones ni dudas, por todos los lectores.
Hoy sabemos que esto no es así: que las palabras no alcanzan para representar lo que vivimos y sentimos,
que los hechos y las cosas para ser dependen de quién las observa y las cuenta y que, por lo tanto, la
¨realidad¨ no es una sola y no se puede transmitir, reproducir, copiar para que todos o cualquiera la
comprendan y la vean igual que esa subjetividad que la presenta.
El concepto de ¨verosimilitud¨ ha resultado fundamental para mantener viva la estética ¨realista¨. Gracias a
éste, el lector percibe los hechos como semejantes a los que suceden a diario; que tanto los personajes
como los ambientes parecen ser verdaderos y le resultan creíbles. Entre los recursos empleados para
provocar este efecto de verosimilitud en los lectores, los escritores suelen utilizar descripciones detalladas,
una datación cronológica y ordenada del tiempo y personajes que se ajustan a ciertos modelos o
estereotipos.
El ¨realismo¨, para algunos estudiosos, no pasa por aquello que se narra (el tema) sino por la manera en que
se lleva a cabo la narración. En palabras del cineasta italiano Roberto Rosellini: ¨el realismo es una forma
artística de la verdad¨… ¨una posición moral desde la cual se mira el mundo¨.
Para otros, el ¨realismo¨ se manifiesta en el registro de las voces, en poder reproducir la forma en que hablan
los diversos sujetos sociales de un espacio y época determinada. Desde una perspectiva diferente, el
¨realismo¨ se equipara al costumbrismo y se concentra en narrar y describir los usos y costumbres de las
diversas comunidades.
Resulta difícil, entonces, considerar el ¨realismo¨ como una unidad porque se presenta y deviene en
manifestaciones múltiples, heterogéneas, complejas… La convención que define a los cuentos y novelas
realistas como ¨aquellos relatos que, en sus diversas variantes, respetan las leyes físicas de la naturaleza y
los principios del pensamiento lógico¨, nos ofrecen una solución sencilla, ajena a todas estas
problematizaciones, pero desde la cual establecer una diferenciación operativa. Nada más, porque ya
sabemos o nos damos cuenta que reproducir, repetir ¨la¨ realidad, es una empresa imposible.