Tema 2: La Caída - El Pecado

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LA CAIDA - EL PECADO

"Sin embargo, el hombre constituido por Dios en estado de inocencia, ya


en el comienzo de la historia abusó de su libertad, inducido por el Maligno,
alzándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su fin fuera de Dios (. . .). Lo que
nos enseña la Revelación divina coincide con la misma experiencia. Pues el
hombre al observar su corazón hecha de ver que también está inclinado hacia el
mal y sumergido en una multitud de maldades que no pueden venir de su
Creador, que es bueno". Conc. Vaticano II, Const. past. Gaudium et Spes, num.
13; cfr. Conc. de Trento, Decreto sobre el pecado original, Dz. 782-792. (Vid.
Puebla, nn. 281, 328 y 330).

El precepto y la desobediencia

Dios colocó a nuestros primeros padres en un delicioso jardín, llamado el


paraíso terrenal, donde gozaban de tranquila felicidad (cfr. Gen. 1, 26). Los
elevó, además, a un orden sobrenatural con el cual eran capaces de lograr el fin
sobrenatural de la visión beatifica. Sin embargo, por ser infinitamente justo,
dispuso que ese fin lo obtuvieran por méritos propios, de acuerdo a la
naturaleza libre de su ser.

Para ello, les impuso un precepto, a saber, el no comer de una fruta que se
encontraba en medio del paraíso, amenazándolos de muerte si desobedecían
(cfr. Gen. 2, 17).

Adán y Eva no obedecieron al Señor. Eva se dejó seducir por el demonio,


quien le dijo que si comían serían como dioses, sabedores del bien y del mal.
Comió, pues, del fruto, y luego se lo presentó a Adán, quien por complacerla
también comió (cfr. Gen. 3).

El pecado

El pecado de nuestros primeros padres no fue un simple pecado de gula,


sino un gravísimo pecado de soberbia, al pretender ser iguales al Altísimo.

En virtud del don de integridad, el pecado no podía ser de pasión


-rebelándose éstas al dictado de la razón-, pues le estaban perfectamente sujetas.

Tenía que venir la ruptura por la rebeldía de la razón, no sujetándose ésta


al designio divino.
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Además, hizo más grave su pecado la circunstancia de que el mandato era


fácil de guardar, y de que ellos no tenían ni ignorancia que cegara su mente, ni
concupiscencia que los arrastrara al mal.

El castigo

Nuestros primeros padres, no solamente fueron arrojados del paraíso en


castigo de su pecado, sino que:

1o. Fueron privados de los dones sobrenaturales, a saber: de la gracia y del


derecho a la gloria; y quedaron esclavos del demonio y condenados a eterna
perdición, si Dios no los perdonaba.

2o. Fueron privados de los dones preternaturales, y así:

a) En vez de la ciencia se vieron sometidos a la ignorancia.

b) En vez de la integridad, sintieron el desorden en su naturaleza; a saber,


la concupiscencia, o rebelión de la carne contra el espíritu, y la inclinación al mal
por parte de la voluntad.

c) En vez de la inmunidad se vieron sometidos a toda clase de privaciones


y sufrimientos.

d) Y en vez de la inmortalidad, se vieron castigados con la muerte

EL PECADO ORIGINAL

Su naturaleza

El pecado de Adán no es exclusivo de él, sino que se transmite a todos los


hombres. Se llama pecado original porque nos viene a consecuencia de nuestro
origen.

Este pecado nos viene a consecuencia de nuestro origen, porque Adán era
cabeza y fuente de todo el humano linaje. Adán, pues, con su pecado hizo que la
naturaleza humana se revelara contra Dios; y por eso, al nacer, recibimos la
naturaleza humana privada de la gracia y del derecho al cielo.

"Creemos que todos pecaron en Adán pues, esta naturaleza humana caída
de esta manera, destituida del don de gracia de que antes estaba adornada,
herida en sus mismas fuerzas naturales y sometida al imperio de la muerte, es
dada a todos los hombres; por tanto, en este sentido, todo hombre nace en
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pecado. Mantenemos, pues, siguiendo al Concilio de Trento, que el pecado


original se transmite, juntamente con la naturaleza humana, "no por
propagación ni por imitación", y que se halla como propio de cada uno" (Pablo
VI, Credo del Pueblo de Dios, n. 16).

Verdadero pecado, pero no es pecado personal en nosotros

El pecado original es verdadero pecado, pero no es en nosotros pecado


personal.

lo. Es verdadero pecado. Porque nos despoja de la gracia y del derecho al


cielo. Por su causa nacemos "hijos de la ira", como nos dice San Pablo; esto es,
privados de la justicia original (cfr. Ef 2, 3).

Para comprender mejor esta noción conviene tener presente la diferencia


entre el acto de pecado y el estado de pecado. Pongamos por ejemplo un robo
grave. El acto de pecado, o sea la misma acción de robar, pasa. El estado de
pecado, o sea la privación de la gracia que el pecado produjo en nuestra alma,
perdura hasta que el pecado se nos perdone.

Pues bien, tratándose del pecado original cabe la misma distinción. El acto
fue cometido por Adán y pasó. Las consecuencias de ese acto, o sea la privación
de la gracia y del derecho al cielo, perduran y afectan a todos sus descendientes.

2o. Pero no es en nosotros pecado personal. Este pecado evidentemente es


distinto en Adán y en nosotros.

a) En Adán fue pecado personal, cometido por un acto de su voluntad.

b) En nosotros no es cometido por un acto de nuestra voluntad, sino que


nos viene sin quererlo, a consecuencia de nuestro origen.

Por lo mismo que no hay acto ninguno de nuestra parte en él, no hay
tampoco nada positivo. En nosotros el pecado original es una simple privación,
a saber, la privación de la gracia con que hubiéramos nacido si no viniéramos al
mundo manchados con él.

Sus efectos

Por el pecado original, el hombre:

a) Nace despojado de los dones sobrenaturales, de la gracia y del derecho


al cielo.
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b) Se ve privado de los dones preternaturales y sometido a la ignorancia, la


concupiscencia, los sufrimientos y la muerte.

c) Por último, su misma naturaleza quedó debilitada.

Así dice el Concilio de Trento: "Todo Adán por el pecado pasó a peor
estado en el cuerpo y en el alma".

Una de las más desagradables consecuencias del pecado original es la


inclinación al mal y la concupiscencia.

1o. El pecado disminuyó en el hombre la inclinación al bien. La inclinación


a la virtud es natural al hombre, porque obrar conforme a la virtud, es obrar
conforme a la razón; pero, después del pecado, tender a la virtud resulta difícil y
costoso.

Sin embargo, es falsa la doctrina protestante según la cual la naturaleza


humana quedó a tal grado corrompida, luego del pecado original, que ya es
incapaz de obrar el bien. La fe católica indica que quedó herida, enferma, pero
no corrompida.

2o. La concupiscencia -o inclinación al pecado - de suyo no es pecado. El


Concilio de Trento condenó el error de Lutero, que confundía a la
concupiscencia con el pecado original; y así el bautismo nos borra este pecado y
nos deja la concupiscencia. Pero si es una de nuestras mayores mortificaciones y
la raíz de mayor número de pecados. Preocupado por esa inclinación al mal
exclamaba San Pablo "¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Rom. 7,
24).

1) No supone injusticia por parte de Dios

Dios no fue injusto en castigar a todos los hombres por el pecado de uno
solo; en efecto:

1o. Si se trata de los dones sobrenaturales y preternaturales.

a) No eran dones debidos a la naturaleza del hombre, sino sobreañadidos


por pura bondad.

b) Y Dios era libre de concedérselos bajo una condición. Y no cumplida


ésta, pudo quitárselos sin injusticia.

Ejemplo: Un maestro ofrece a sus alumnos un paseo si determinados


discípulos se portan bien. Si ellos se portan mal, puede el maestro sin injusticia
privar a todos del paseo.
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c) En fin, el pecado original puede privar de la felicidad del cielo; pero por
el puro pecado original nadie se condena.

Si se trata de niños que mueren sin bautismo, su destino es el limbo. Si de


adultos, nadie se condena sin haber cometido una transgresión grave y
voluntaria de la ley de Dios.

2o. Si se trata del debilitamiento que el pecado dejó en la naturaleza,


tampoco obró Dios con injusticia, porque nos brindó medios muy propios para
fortificarnos, y vencer la tendencia al mal.

Dios la remedia dándonos la gracia de que el pecado nos privó.

La gracia nos ayuda eficazmente en el vencimiento del mal y la práctica


del bien.

2) Dogma y misterio

El pecado original es dogma de fe, definido por el Concilio de Trento, y


expresado claramente en la Escritura.

Así dice San Pablo: "Como el pecado entró en el mundo por un solo
hombre, y la muerte por el pecado, así la muerte ha pasado a todos los hombres,
habiendo pecado todos en uno solo" (Rom. 5, 12). Consta, pues, que tanto el
pecado como la muerte son efecto del pecado de uno solo.

Más el pecado original también es un misterio. Hay en él cosas que no


podemos comprender, aunque tampoco enseña nada que contradiga de lleno la
razón.

Por ejemplo, de Adán no recibimos sino el cuerpo; ¿Cómo es posible que


se nos transmita el pecado, que reside en el alma? Contestan los autores que tal
cosa no es imposible, como lo vemos en la ley de la herencia, pues con frecuencia
los hijos heredan no sólo las cualidades físicas, sino también las intelectuales y
morales de sus padres. Hay esta otra explicación, más fundamental: en razón del
pecado de Adán, Dios crea para cada uno de sus descendientes el alma sin
adornarla de la justicia original.

Por otra parte, el dogma del pecado original ayuda mucho a explicar la
debilidad y malas inclinaciones del hombre, que de otra suerte quedan sin
explicación satisfactoria.

Excepción al pecado original


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Todos los hombres contraen el pecado original, con excepción de Nuestro


Señor Jesucristo y la Santísima Virgen María.

lo. Cristo no incurrió en él por derecho de naturaleza, ya que por su


concepción milagrosa no estaba sometido a la triste herencia de Adán.

2o. La Virgen María tampoco lo contrajo, aunque ya no por derecho, sino


por especial privilegio de Dios, que se llama su Inmaculada Concepción.

La Inmaculada Concepción de María consiste en que María por especial


privilegio de Dios, y en previsión de los méritos de Cristo, desde el primer
instante de su ser se vio adornada con la gracia. Se dice:

a) Por especial privilegio, porque María, como descendiente de Adán,


hubiera debido contraer el pecado original; y, si no lo contrajo, fue por especial
gracia o privilegio de Dios.

b) En previsión de los méritos de Cristo, porque María necesitó ser


redimida, como los demás hijos de Adán. Sólo que en ella la redención fue más
admirable: a nosotros nos levanta después de caídos en el pecado; a María no le
permitió caer.

c) Desde el primer instante de su ser se vio adornada con la gracia, es


decir, desde que su alma se juntó con su cuerpo, estuvo aquélla revestida de la
gracia santificante.

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