Tema 1. Conceptos Básicos
Tema 1. Conceptos Básicos
Tema 1. Conceptos Básicos
Dialecto y hablas
de tránsito. Dialectos y variedad estándar.
‘Español atlántico’ es una expresión acuñada por Diego Catalán (1958, 1960,
1964) para referirse a un grupo de dialectos constituido por las modalidades regionales
del sur de España, Canarias e Hispanoamérica (especialmente el Caribe) (Lipski
1996/2007: 50-51). De acuerdo a lo que expresa este concepto, existen una serie de
rasgos lingüísticos comunes a estas tres áreas dialectales, que permiten identificarlas
como una unidad y, a la vez, diferenciarlas de otras modalidades del español, tanto
peninsulares como asentadas en otros países: el yeísmo, el seseo, el uso de ustedes en
vez de vosotros, etc. Ahora bien, hay que reconocer que, entendido así, se trata de un
concepto problemático. Por un lado, porque las semejanzas que existen entre el canario
y el andaluz tienen que ver más con la variedad andaluza occidental que con la oriental.
Por otro lado, aunque las semejanzas más grandes existan ente el andaluz
occidental, Canarias y Andalucía, los estudiosos del español de América han hecho ver
que las semejanzas entre el continente americano y Andalucía se producen en las zonas
costeras del Atlántico y el Pacífico, por lo que tal vez se debería incluir bajo ese rótulo
todas las áreas costeras de América. Si procediéramos de este modo, el “atlántico” del
rótulo ya suena un poco arbitrario.
Por último, es cierto que cuando se oye hablar a alguien de Andalucía
occidental, a alguien de las Islas Canarias y a alguien que habla algún dialecto del
español de América se pueden encontrar rasgos lingüísticos comunes, pero también
rasgos lingüísticos diferentes. Podríamos preguntarnos por qué le damos más
importancia a los primeros que a los segundos. América Central y del Sur representa un
área geográfica tan grande que posiblemente los rasgos que diferencien a unas regiones
de otra sean más que aquellos que son comunes.
Posiblemente ‘español atlántico’ es un concepto que, más que ver con la realidad
actual de los dialectos andaluz, canario e hispanoamericanos, tiene que ver con el origen
o formación de dichos dialectos. Una vez tomado el reino de Granada por la corona de
Castilla, se produce la expansión de esta más allá de los límites territoriales
peninsulares: primero Canarias y después América. Teniendo en cuenta que el puerto de
1
Sevilla (y más tarde el de Cádiz) desempeñó un papel importantísimo en esta empresa,
no es de extrañar que muchos marineros, soldados y colonos que partían de este puerto
llevaran consigo la semilla de los dialectos que se desarrollarían más tarde en los nuevos
territorios. No debe interpretarse en sentido lineal la relación lingüística entre estos tres
territorios (Andalucía, Canarias y América), como se verá a continuación. Pero es difícil
no aceptar que la relación que existió durante tantos años entre ellos no haya dejado
huella en el modo de hablar de los individuos.
2
EL CONCEPTO DE ‘DIALECTO’
Puesto que los alumnos ya han cursado la asignatura “Variedades del español”,
sobra explicar que un dialecto, en su sentido más tradicional, hace referencia a la
variación lingüística que se produce entre las regiones de un territorio continuo o de
varios territorios que no tienen necesariamente una relación de contigüidad (las
variedades del inglés, del español). No obstante, como comentan Chambers y Trudgill
(1980: 3), existen otras acepciones de ‘dialecto’. Una de ellas es que un dialecto es una
variedad lingüística subestándar, de bajo estatus social, rústica, casi siempre relacionada
con el mundo campesino, la clase trabajadora u otros grupos sin prestigio social. Esta
concepción, que va ligada a una visión normativista de la lengua, no está basada en
criterios científicos. Chambers y Trudgill consideran más bien que los dialectos
representan subdivisiones de una lengua particular: el parisino es un dialecto de Francia,
el bávaro, del alemán, etc.
Suele afirmarse que la diferencia principal entre los dialectos y las lenguas es que
entre los dialectos de una lengua existe mutua inteligibilidad, mientras que entre las
lenguas no. De ese modo, ʻʻuna lengua es una colección de dialectos mutuamente
inteligibles” (íbid.). No obstante, esta idea no es muy afortunada. Pensemos en las
lenguas escandinavas: el noruego, el sueco y el danés son lenguas diferentes, pero los
hablantes de cada una de ellas se pueden entender con los de las otras [sobre todo en las
variedades más estándares, añadiría yo]1. Por otro lado, los dialectos del alemán se
considera que forman parte de la misma lengua, pero algunas variedades no resultan
comprensibles para los hablantes de otras variedades. Además de lo dicho, la
inteligibilidad mutua no es igual en las dos direcciones. Por ejemplo, un danés puede
entender a un noruego mejor de lo que un noruego puede entender a un danés.
Si continuamos analizando la realidad lingüística desde una perspectiva
geográfica nos encontramos con otros casos de controversia. En la zona fronteriza entre
España y Portugal muchos españoles no consideran que el portugués es una lengua
diferente del español, sino una especie de español ‘corrompido’ (no se olvide que en
muchos aspectos de tipo fonético el portugués ha resultado menos evolucionado que el
español).
1
Pensemos también en los dialectos italianos, algunos de los cuales resultan ininteligibles para los
hablantes de otras variedades regionales italianas.
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Si tenemos en cuenta, además, que la lengua estándar no es más que otro dialecto,
podría concluirse que probablemente las razones que llevan a distinguir entre lengua y
dialecto no son lingüísticas, sino políticas, culturales, históricas, geográficas y/o
sociológicas (Chambers y Trudgill 1980: 5). Estas mismas razones son las que están
detrás de movimientos sociales y culturales que defienden el carácter de lenguas de
algunos dialectos. Por ejemplo, el astur-leonés se considera un dialecto por parte de la
mayoría de los dialectólogos. Sin embargo, desde hace tiempo funciona una Academia
de la Lengua asturiana, ya que se considera que el bable, la variedad regional de
Asturias, es una lengua. En Canarias no faltan quienes defienden el carácter de lengua y
no de dialecto del canario.
Actualmente el concepto de ‘dialecto’ es más general de lo que lo ha sido en una
consideración tradicional de la Dialectología, ya que no solo se habla de ‘dialecto’ en
sentido geográfico (esto es, considerado como una variedad regional), sino también en
sentido social, y se habla, sin ningún problema, de ‘dialecto social’ o ‘sociolecto’ (o
‘dialectos sociales’), es decir, para designar un tipo de variación no solo horizontal, sino
también vertical.
El estudio de la Dialectología plantea muchos problemas. Uno de ellos tiene que
ver con el hecho de que aunque definimos el dialecto como ‘variedad regional’, sin
embargo los fenómenos lingüísticos se pueden expandir por un territorio sin tener en
cuenta las ‘fronteras’ regionales. La lengua hablada es insensible (o ciega) a la
existencia de estas fronteras, de modo que dos o más regiones pueden compartir
determinados rasgos lingüísticos. Lo que caracterizaría, entonces, a un dialecto sería la
coexistencia de un conjunto de rasgos que, de modo independiente, son compartidos por
diversas regiones. Si nosotros recorriéramos un país pueblo a pueblo no notaríamos
diferencias lingüísticas entre un pueblo y el próximo (salvo determinadas excepciones).
Y no solo eso: esto mismo ocurriría si el viaje lo hacemos de un pueblo a otro pero no
solo limitados al territorio de un país, sino atravesando también países. Así, existe un
continuum dialectal entre las lenguas románicas, como existe un continuum dialectal
entre las lenguas germánicas, eslavas, etc. (Chambers y Trudgill 1980: 6-8).
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DIALECTOS Y HABLAS DE TRÁNSITO: EL ESTATUS DIALECTAL
DE LA VARIEDAD REGIONAL CANARIA
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debería ser incluido dentro de un gran complejo lingüístico que podría denominarse
“hablas meridionales”, al que pertenecerían también el extremeño meridional, el
andaluz, el murciano y el español de América.
Alonso Zamora Vicente mantiene una opinión semejante, aunque incorpora
algunos matices. En su influyente manual Dialectología española, tras decenas de
páginas dedicadas a los dialectos mozárabe, leonés, aragonés y andaluz, el autor
incorpora un capítulo que lleva por título “Hablas de tránsito” y que comienza del
siguiente modo: “Existen en el territorio peninsular unas cuantas hablas laterales,
extremas, hablas de tránsito, que el uso coloquial español ha consagrado, bajo un vago
contenido semántico, como hablas dialectales. Son, por ejemplo, las hablas designadas
con las voces extremeño, riojano, murciano, canario. En realidad, no existen como tales
dialectos. Se trata de hablas que participan en mayor o menor cantidad de los rasgos de
los dialectos vecinos, o del que derivan históricamente, y de los más extendidos rasgos
del castellano vulgar y rural” (Zamora Vicente 1974: 332)2. En la línea de Alvar,
Zamora Vicente (1974: 345) considera que dos circunstancias de tipo histórico han
podido influir en la configuración de los niveles fonético y léxico de la lengua hablada
en Canarias: en primer lugar, el hecho de que la repoblación del Archipiélago tras la
conquista se dirigiera desde Andalucía, y, en segundo lugar, el haber sido las islas una
plataforma de los viajes a América y de las expediciones portuguesas.
Otros investigadores que también niegan estatus dialectal al canario apoyan su
posición en un argumento diferente: la extraordinaria variabilidad interna de esta
modalidad regional de habla. Trujillo (1981), uno de los defensores de esta propuesta,
afirma tajantemente que no se puede hablar de una norma lingüística canaria debido a la
gran variabilidad fonética que existe en la lengua hablada en el Archipiélago. El autor
pone como ejemplo las diversas realizaciones fónicas de la /o/ de pájaros, que, según
sus datos, puede pronunciarse cerrada (acercándose a la articulación de [u]), algo menos
cerrada, media (como [o]) o abierta, predominando la primera en núcleos rurales, sobre
todo en aquellos más aislados, y las demás variantes en el resto de las áreas geográficas.
Esta misma variabilidad se observa con respecto a las pronunciaciones de la consonante
2
Moreno Fernández (2009: 185-186) hace algunas matizaciones al concepto de ‘habla de tránsito’
aplicado al español canario. Considera este autor que existen algunas diferencias entre la variedad
regional canaria y las hablas de tránsito propiamente dichas (el extremeño o el murciano), como son la
distancia geográfica y la ausencia de contigüidad territorial. Estas características han hecho que el español
hablado en Canarias se haya vuelto una variedad autónoma con respecto a su origen (el español hablado
en Andalucía occidental) y a las modalidades dialectales españolas y americanas con las que ha entrado
en contacto a lo largo de su historia. No obstante, Moreno Fernández sigue manteniendo la consideración
de hablas para referirse al español canario.
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oclusiva africada sorda /ch/, que pueden ser más sonoras o más sordas, más interruptas
o más continuas, etc. Para Trujillo (1981: 20), “la mayoría de las variaciones que se
observan con respecto a una misma unidad no están determinadas de acuerdo con
ninguna regla que se pueda aprender, sino que, por el contrario, aparecen al azar, sin
ninguna reglamentación específica”. La causa de este polimorfismo incontrolado
radicaría en que “no ha existido ninguna zona, ciudad, clase social o tradición literaria
con el prestigio interno suficiente como para provocar la imitación general, aglutinando
a las gentes” (Trujillo 1981: 18)3.
Ortega (2009: 3) también se refiere al español canario como un conjunto de
hablas basándose en el polimorfismo reinante en la lengua hablada en el Archipiélago.
Este polimorfismo tiene, según el autor, dos fuentes: un espacio físico fragmentado y
determinados condicionantes naturales y culturales heterogéneos4.
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Más recientemente, Trujillo (2003) ha insistido en estos aspectos, pero dándoles incluso una
formulación más radical, hasta el punto de que termina por criticar que se hable de dialecto ya no solo
para modalidades de habla como el canario, sino también para otras como el andaluz. Según su tesis,
cuando se habla de dialecto andaluz o canario se hace por razones geográficas, no lingüísticas. En el
plano lingüístico, las diferencias entre dialectos “se encuentran siempre en el ámbito de las variantes, es
decir, de lo manifiestamente secundario; nunca en el plano de las formas esenciales o básicas, que son
todas ellas comunes para los hablantes de la misma lengua” (Trujillo 2003: 200). Esta vez Trujillo alterna
los conceptos de ‘modalidad de habla’ y ‘dialecto’ para referirse al español hablado en Canarias.
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Almeida y Díaz Alayón (1989: 14), sin adscribirse claramente a la tesis de Trujillo, se refieren a la
coexistencia de distintas modalidades lingüísticas en el Archipiélago canario. Según estos autores, son
varias las razones de la existencia de distintas normas: i) el hecho de que el territorio que constituye las
Islas Canarias esté fragmentado en islas), ii) la escasa movilidad espacial de los individuos, que ha
evitado (al menos hasta la década de 1960) que las innovaciones lingüísticas llegasen a determinadas
zonas, y iii) la ausencia de un grupo social con el suficiente prestigio que hubiera permitido crear una
conciencia lingüística uniforme y, en consecuencia, el desarrollo de una norma única.
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y habla (regional), solo que en este caso el extremeño, el andaluz, el murciano y el
canario son considerados dialectos meridionales. Hay que destacar que ninguno de estos
autores justifica con argumentos sus discrepancias con respecto a las tesis que niegan
carácter dialectal al canario.
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Los adelantados eran personas que figuraban al mando de una expedición marítima y a las que se
concedía el gobierno de las tierras que descubrieran o conquistaran.
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pronunciación aspirada del sonido fricativo castellano /x/, etc. Ahora bien, tratar de
caracterizar a un dialecto solo en virtud de los rasgos lingüísticos que lo caracterizan
plantea varios problemas:
i) Esta idea parece responder a una visión tradicional de la Dialectología, más
que a una visión moderna de la disciplina. En efecto, como comentan Hernández-
Campoy y Almeida (1995: 29), la Dialectología tradicional asumía que “los dialectos
eran entidades discretas, homogéneas y separadas por fronteras dialectales”, por lo que
no resultaba extraño que los dialectólogos analizaran estas zonas “buscando sus
características únicas y trazando isoglosas en mapas lingüísticos para ‘diseccionar’ y
representar esa discontinuidad de las áreas dialectales”. Por otro lado, la visión
tradicional de la Dialectología era muy restrictiva en otro sentido. Los dialectólogos
tradicionales se interesaban sobre todo por describir la norma lingüística de
comunidades rurales y preferentemente aisladas, que se consideraban los reductos
ideales para la existencia de dialectos ‘puros’, es decir, no contaminados por la
influencia de las zonas urbanas. Para conseguir este fin los investigadores no solo se
limitaban a analizar las modalidades lingüísticas rurales, sino que, además, el tipo de
informante ideal debía reunir determinadas condiciones: ser preferentemente un
individuo varón, pertenecer al grupo de más edad, haber tenido una escasa movilidad
geográfica, etc. (Los ingleses han acuñado el acrónimo NORM para expresar esta
realidad, donde N = nonmobile; O = older; R = rural; M = male; véase Chambers y
Trudgill 1980: 33). Chambers y Trudgill (1980: 35) explican las razones de esta
selección. La no movilidad del informante garantizaba que su modo de hablar fuera
característico de la región donde vivía. El centrar la atención en los individuos de más
edad estaba justificado porque se pensaba que era este grupo quien mejor preservaba el
dialecto tradicional. A este respecto, no pocas investigaciones dialectológicas y
sociolingüísticas han mostrado que las personas más jóvenes son normalmente las que
menos se sienten identificadas con el sistema de vida tradicional, de ahí que sean ellas
las impulsoras de los cambios lingüísticos en la comunidad. Además de eso, los jóvenes
suelen experimentar una mayor movilidad geográfica, y, por tanto, se ven más
expuestos a las innovaciones. El carácter rural de los informantes vendría dado porque
este tipo de comunidad, frente a las áreas urbanas, experimenta una menor movilidad y
cambio. Por último, el que se haya preferido a hombres como informantes tiene que ver
con el hecho de que las mujeres suelen tener una mayor conciencia lingüística acerca de
cuáles son las formas de prestigio y cuáles no, por lo que es probable que al responder a
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un cuestionario opten por las formas más cultas o prestigiosas en vez de por las formas
locales.
Frente a esta visión tradicional de la Dialectología, las tendencias más recientes,
con una orientación más sociológica y con una mayor dependencia de la información
proporcionada por la Geografía Física y la Geografía Humana, han abordado el estudio
dialectal desde una posición más interdisciplinar, menos prejuiciosa y, sin duda, más
realista. Desde esta perspectiva se propone, entre otras cosas, que, dada la gran
movilidad social y geográfica que caracteriza a las sociedades actuales, actualmente
existen pocas oportunidades para estudiar dialectos aislados o ‘puros’.
ii) Deben ser muy pocos los dialectos españoles (si existe alguno) que hayan
sido descritos de manera exhaustiva, por lo que la información publicada (y, por tanto,
el conocimiento que tengamos) sobre ellos será siempre parcial. A esto habría que
añadir que en la época en que Zamora Vicente y Alvar lanzaron sus tesis la información
que se tenía sobre el español hablado en Canarias era muy limitada. Aun así, desde muy
pronto sabemos que, al menos en los niveles léxico y semántico, las Islas Canarias han
contado a) con un léxico vernáculo, diferente del que se puede encontrar en otras áreas
dialectales (por ejemplo, palabras como gofio, baifo, sancocho, etc., son características
de nuestra norma; véase Morera 1997: 25 y siguientes), y b) con significados o matices
semánticos diferentes para palabras que son compartidas con otras regiones
hispanohablantes (por ejemplo, desmayarse se emplea más bien en el sentido de ‘sentir
una viva sensación de hambre’; véase Morera 1997: 23-24; para otros ejemplos, véase
Almeida 1989: 181 y siguientes).
iii) Dos dialectos pueden compartir un rasgo o una categoría lingüística, pero su
funcionamiento puede ser diferente en ambos. Alvar (1959: 78) y Almeida (1987-1988)
mencionan a este respecto que los usos del pretérito perfecto y del indefinido en
Canarias se mantienen aproximadamente con la misma distribución que en el castellano
estándar; sin embargo, se observa que en las islas existe una cierta preferencia por
emplear la forma simple en contextos donde la lengua estándar emplea la compuesta
(fundamentalmente, para referirse a situaciones que han ocurrido en el pasado próximo):
“Esta mañana fui al médico” frente a “Esta mañana he ido al médico”. Catalán (1964:
246-247), por su parte, señala que lo que más bien ocurre con la distribución de estos
dos tiempos verbales es que el pretérito perfecto se emplea para expresar “una acción
durativa (o reiterada) que se prolonga hasta el presente, o una acción que ha producido
un estado que persiste en el momento de hablar”, mientras que el indefinido “continúa
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usándose para expresar las acciones puntuales, aun cuando hayan ocurrido en el
«presente ampliado» o incluso en un momento inmediatamente anterior al presente
gramatical”. Esta distribución de significados permitiría a los hablantes canarios
establecer distinciones que son impensables en el castellano común. Así, un canario dirá
“No vino” cuando se tiene la certeza de que la persona aludida ya no va a venir,
mientras que dirá “No ha venido” cuando quiere indicar que todavía se espera por esa
persona.
iv) Dos dialectos pueden compartir los mismos rasgos lingüísticos, pero
diferenciarse en la frecuencia con que se usan dichos rasgos. Por ejemplo, un fenómeno
como el queísmo está extendido en prácticamente todos los dialectos hispánicos
(incluso en las modalidades más cultas), pero su incidencia es diferente en las distintas
comunidades. Así, en Costa Rica alcanza el 17,5%; en Sevilla, el 19%; en Lima, el
33%; en Valencia (España), entre el 41-45% (dependiendo del estilo de habla); en Santa
Cruz de Tenerife, el 49,3%; en Salta (Argentina), el 57%; en Caracas, el 58%, etc.
(Almeida 2009: 14, 24). El análisis de estos porcentajes permite no solo establecer
categorías entre los dialectos (por ejemplo, entre los más innovadores y los más
tradicionales, siguiendo una clasificación muy conocida que se ha hecho en función del
mayor o menor número de cambios experimentados en una variedad regional con
respecto a la norma estándar), sino (y esto es tal vez más importante) descubrir también
la existencia de tendencias lingüísticas diferentes cuyo análisis podría ayudar a
comprender mejor la organización y funcionamiento de las lenguas y, de modo más
específico, los mecanismos del cambio lingüístico.
v) Aunque las unidades lingüísticas que se encuentran en un dialecto pueden
documentarse también en otros dialectos cuando dichas formas se consideran una a una,
es difícil que agrupamientos de rasgos lingüísticos registrados en un área geográfica
sean compartidos por modalidades lingüísticas de otras áreas. Ya Alvar (1961: 59),
refiriéndose a los rasgos del andaluz como dialecto, admite: “[…] aisladamente, casi
todos los rasgos andaluces se dan en otros dialectos; la totalidad no se da en ningún
otro”. Pero no hace falta llegar al extremo de comparar un gran número de rasgos
lingüísticos de un dialecto con los de otros; bastaría con seleccionar un grupo de ellos.
Esta parece ser la posición adoptada por Morera (1997). Este autor escribe al respecto:
“Cualquier persona que compare la forma de hablar de los canarios con la forma de
hablar del resto del mundo hispánico, se percatará de que aquéllos emplean la lengua
española de forma tan particular, que no resulta disparatado hablar de modalidad canaria
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de esta lengua” (1997: 20), y expone a continuación un conjunto de rasgos lingüísticos
que, a su juicio caracterizarían al español hablado en Canarias. En el plano fónico
destacan el debilitamiento y sonorización de la serie oclusiva sorda /p, t, ch, k/ (la tierra
> la dierra, el campo > el gambo), la aspiración del fonema fricativo velar /x/, la elisión
de consonantes (como -/s/ final de palabra), etc. Como consecuencia de estos procesos,
añade Morera, se produce una pronunciación relajada y titubeante que “provoca a veces
la impresión de que, frente a los usuarios de la lengua estándar, que hablan con gran
aplomo y contundencia, sin el más mínimo asomo de duda, el hablante canario parece
no expresar nada con rotundidad. De ahí tal vez esa dulzura que atribuyen los españoles
de la Península al hablar de las islas” (1997: 22). En el plano gramatical destacan los
siguientes aspectos: a) el empleo casi general de los pronombres de tercera persona
ustedes, les, los y se (y las formas verbales correspondientes) en contextos donde los
hablantes de la modalidad estándar emplean la segunda (por ejemplo, “Nosotros
traemos la comida y ustedes traen la bebida”, en vez de “Nosotros traemos la comida y
vosotros traéis la bebida”); a juicio de Morera, éste es el rasgo más característico de la
norma canaria; b) el uso de los pronombres lo/le y la/le (y variantes en plural) en
sentido etimológico, con pocas excepciones, lo que supone la casi ausencia de leísmo,
loísmo y laísmo; c) la preferencia por el uso pospuesto del pronombre posesivo, con lo
cual se resalta más la cosa poseída que el poseedor (la casa mía vs. mi casa); d) la
frecuencia muy alta de sufijos atenuadores, sobre todo del diminutivo; e) muchas
órdenes se expresan de modo indirecto (por ejemplo, en vez de “Tráeme el periódico”
los canarios preferirían “Vas y me traes el periódico”, o en vez de “(Vamos) a trabajar”
se inclinarían por la interrogativa “¿(Vamos) a trabajar?”, etc. Morera concluye que el
modo en que se emplean estos recursos gramaticales delata “que el hablante tiende a
rehuir la afirmación rotunda y a mantener cierta distancia respecto del oyente. Esta
actitud, siempre abierta, más que el empleo de tales o cuales elementos léxicos, es lo
que más singulariza lingüísticamente al hablante isleño” (1997: 23). Por último, y con
respecto al nivel léxico, los hablantes canarios establecen distinciones semánticas que
no se producen en la lengua estándar. Por ejemplo, cuando un hablante canario emplea
jeito para designar una aptitud que otros hablantes hispanos cubren con habilidad no
sólo están provocando una sustitución de significantes, sino también de significados, ya
que habilidad puede definirse como ‘capacidad o disposición para hacer algo’, mientras
que jeito significa ‘movimiento instantáneo hecho con el cuerpo o alguna parte de él’.
Aparte de eso, el carácter marginal que ha ocupado la sociedad canaria en el mundo
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hispánico ha conducido a que se conserven toda una serie de elementos léxicos (lo
mismo que fónicos y gramaticales) que han desaparecido de las normas más
evolucionadas. Así ocurre, por ejemplo, con correr ‘echar, expulsar a una persona o
animal de un lugar’, alongar ‘proyectar el busto hacia adelante’, y muchas otras. Por
tanto, lo que más habría que destacar desde el punto de vista léxico son el
conservadurismo y la organización de la realidad de un modo diferente a como ocurre
en otras áreas hispanohablantes (1997: 23-37). Como conclusión de todo ello, Morera
escribe que “hay datos más que suficientes para hablar de identidad dialectal canaria, de
realización propiamente isleña de la lengua española, de lengua funcional canaria, para
decirlo con una expresión de E. Coseriu” (1997: 37)6.
vi) Podríamos plantear el debate no en aspectos objetivos (es decir, si existen o
no rasgos lingüísticos característicos de una variedad regional), como hasta ahora, sino
en un nivel subjetivo. A este respecto cabe preguntarse dos cosas: a) si los miembros de
otros dialectos peninsulares reconocen al canario por su forma de hablar, y b) si existe
una conciencia colectiva entre los canarios de que tenemos un modo de hablar diferente.
La primera pregunta tiene una respuesta afirmativa. En el nivel léxico los canarios
somos reconocidos inmediatamente cuando empleamos guagua por autobús o
expresiones de afecto como mi niño, mi niña. En el nivel fonético se ha escuchado
comentar a hablantes peninsulares de diferentes regiones que los canarios no
pronunciamos coche y noche, sino coye y noye. Es probable que también aspectos de
tipo prosódico (relacionados con el ritmo o la melodía de la frase) intervengan en
nuestra identificación como canarios. Los ejemplos léxicos citados permiten responder
afirmativamente a la segunda pregunta (parece que los hablantes canarios somos menos
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En vez de concluir de todo lo dicho que el español canario constituye un dialecto, Morera opta por
catalogarlo bien como dialecto (Morera 1997: 18-19), bien como habla (Morera 2007: 23-24). En
cualquier caso, es preciso introducir una serie de precisiones a las interpretaciones que hace el autor. En el
nivel fónico, la dulzura que caracteriza a nuestro modo de hablar, una característica que ha sido
manifestada por una gran cantidad de hablantes peninsulares e incluso sudamericanos, no sólo radica en
el tipo de procesos fónicos segmentales señalados, sino que seguramente también tenga que ver, en gran
medida, con la estructura entonativa y rítmica del enunciado. Señala también Morera que la contribución
a la percepción de un acento dulce y no impositivo vendría dado, entre otros aspectos, por el modo
atenuado en que producen las órdenes. En efecto, los estudios sociolingüísticos y etnográficos realizados
en diferentes comunidades de habla han hecho ver que las frases menos directas se sienten como más
corteses; sin embargo, como en el caso anterior, faltan estudios en nuestra modalidad dialectal que avalen
la idea de que en las islas este tipo de recurso es más frecuente que en otras zonas dialectales hispanas.
Por lo que se refiere a las demás características gramaticales (ausencia de leísmo y loísmo, empleo de
ustedes como pronombre de segunda persona informal, etc.), difícilmente pueden establecerse
correlaciones entre su uso y las actitudes como las referidas por Marcial Morera, ya que de nuevo faltan
estudios empíricos.
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conscientes de fenómenos como el debilitamiento y sonorización de la oclusiva africada
sorda).
vii) Por último, investigadores de otras modalidades dialectales también
rotuladas por Zamora Vicente como hablas de tránsito llevan tiempo tratándolas como
dialectos. Por ejemplo, Hernández Campoy (2003) habla de dialecto (o incluso de
geolecto) para referirse al murciano.
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realizaciones fonéticas del fonema /s/, ya que este se puede manifestar como sibilante,
aspiración o cero fonético (aparte de otros alófonos). Los estudios sobre variación
lingüística han demostrado que la aparición de cada una de esas variantes no es
aleatoria, como defiende Trujillo, sino que está en función, entre otros factores, del
contexto fonético. Si /s/ es final de palabra y la palabra siguiente empieza por vocal la
realización de /s/ puede alternar entre la sibilante (sobre si todo si la vocal siguiente es
tónica) o la aspirada, pero si la palabra siguiente empieza por consonante lo más
probable es que /s/ se pronuncie como [h]. La elisión suele ser más frecuente en
posición final prepausal. Así puede procederse con cualquier elemento fonológico. Si
incorporamos al análisis los factores sociales es probable que hallemos que las variantes
elididas se registren más en los miembros de las clases sociales más bajas, los hombres,
las personas de más edad y entre quienes han tenido menos contacto con la educación
formal.
Diego Catalán parece haber comprendido muy bien estas cuestiones cuando,
refiriéndose al español hablado en Canarias, escribe lo siguiente: “[…] el «español
canario», considerado al nivel del habla, constituye una vaga entidad, dada la
inexistencia de un dialecto uniforme en el archipiélago y habido en cuenta que los
rasgos distintivos de las hablas canarias son propios también de otras variedades del
español ultra y cismarino. Pero, sin embargo, para comprender la situación de la lengua
española en Canarias es preciso reconocer la existencia de un «español canario» al nivel
de la norma” (Catalán 1964: 245)7.
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En sus escritos sobre la modalidad lingüística hablada en Canarias, Catalán (1960, 1964, 1966) emplea
indistintamente los términos hablas, dialecto e, incluso, habla dialectal.
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han ido encaminados a apoyar la idea de que las llamadas hablas de tránsito pueden ser
consideradas dialectos, con el mismo estatus lingüístico y social que los dialectos
históricos (exceptuando, naturalmente, el dialecto estándar, que para muchos hablantes
tiene un estatus social más alto).
Las ideas expuestas no pretenden cerrar definitivamente el debate sobre los
conceptos de dialecto y hablas de tránsito, sino, por el contrario, abrirlo, ya que hasta
ahora las opiniones de la generación de dialectólogos que ha mantenido la conveniencia
de distinguir entre ambos tipos de modalidad dialectal han sido aceptadas casi sin
ningún tipo de crítica por la generación de dialectólogos que ha venido después.
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DIALECTOS Y VARIEDAD ESTÁNDAR
8
Milroy, James. 2001. Language ideologies and the consequences of standardization. Journal of
Sociolinguistics 5/4: 530-555.
9
Milroy, James y Lesley Milroy. 1992. Authority in language: investigating standard English. 3a ed.
London and New York: Routledge.
17
realizarse como percusiva, continua, lateral, aspirada, asimilada o elidida. Los hablantes
dialectales pueden decir “Pienso que” y “Pienso de que”. Sin embargo, la variedad
estándar solo presenta una forma: sibilante en el caso de -/s/, percusiva en el de -/r/, o la
construcción sin preposición en el caso de “Pienso”. No es extraño esto, ya que, como
observa J. Milroy, “la estandarización consiste en la imposición de la uniformidad sobre
una clase de objetos”. Posiblemente en esta idea subyace otra: que la uniformidad es
señal de estructuración y la variabilidad no (una idea contra la que se han pronunciado,
por ejemplo, Weinreich, Labov y Herzog (1968), que hablan de una heterogeneidad
ordenada en la lengua hablada).
Ahora bien, continúa J. Milroy: si tomamos la invariancia como una
característica de la lengua estándar nos encontramos con que no existe ninguna variedad
que esté estandarizada, ya que la uniformidad total nunca se alcanza en la práctica (de
hecho, algunos plantean que la uniformidad es más un objetivo que una realidad). En el
propio español estándar se admiten alternancias como las terminaciones en –ado y en –
a(d)o (llevado-lleva(d)o), y existen hablantes de la modalidad estándar que practican
fenómenos como el queísmo, el dequeísmo o el laísmo. Cuando hablamos de estándar
para referirnos a la lengua hablada tenemos que admitir que al menos se tolera una parte
de variabilidad, y de hecho los estudiosos debilitan el concepto de ‘estándar’ cuando lo
aplican al habla (1992: 18).
J. Milroy y L. Milroy observan que por muchas razones es difícil señalar una
serie fija de invariantes del inglés que puedan ser llamadas con propiedad ‘lengua
estándar’, a menos que solo consideremos relevante la forma escrita. Es solo en la
lengua escrita donde se lograría la plena estandarización, ya que en este campo no está
permitida ninguna desviación de la norma. Pero ni aun así es del todo cierta la idea de
invariancia; en español escrito, por ejemplo, se aceptan alternancias como cardiaco-
cardíaco y otras semejantes; Gómez Torrego admite que el verbo avisar se puede
construir con o sin de, etc.
La absoluta estandarización de una lengua, en el sentido de homogeneización
absoluta, no se consigue nunca (J. Milroy y L. Milroy 1992: 19). De ahí que resulte más
apropiado hablar de estandarización como una ideología, y de lengua estándar como una
idea en la mente más que en la realidad.
2) Un efecto importante de la estandarización (muy relacionado con lo que se
acaba de decir) es el desarrollo entre los hablantes de la conciencia de ‘forma del
lenguaje correcta o canónica’. De acuerdo a esta idea, cuando existen dos o más
18
variantes de una palabra o construcción solo una de ellas puede ser correcta. Y a
menudo se acude al sentido común para llegar a esta conclusión. De ese modo, “I seen
it” es incorrecta en inglés mientras que “I saw it” es correcta”, lo mismo que “Habíamos
cuatro personas” frente a “Había cuatro personas”. De ese modo, se establece que las
formas lingüísticas estándares son las que sirven de referencia para explicar la compleja
variabilidad lingüística que se observa en una comunidad; dicho de otro modo:
‘estándar’ vendría a ser un concepto que se usa como el término no marcado en el
análisis de algunas variables dialectales. Así, por ejemplo, cuando hablamos de un
fenómeno como la elisión de consonantes estamos dando por sentado, de una forma
implícita, que lo correcto o lo normal es el mantenimiento de la consonante. El proceso
es C > ø. Tanto es así que incluso en aquellas comunidades donde la elisión es más
frecuente que el mantenimiento se sigue empleando la misma regla, cuando podría muy
bien plantearse el proceso contrario: ø > C. Por ejemplo, en la República Dominicana,
donde la elisión de -/s/ es bastante frecuente, autores como Terrell han llegado a
plantear que los dominicanos no tienen /s/ en la estructura profunda, y que para explicar
los casos en que se pronuncia /s/ más bien habría que hablar de un proceso de inserción
de [s]. J. Milroy plantea algo parecido para el inglés a propósito de fenómenos como la
elisión de la cópula, elisión de oclusivas finales, etc. Normalmente, los hablantes del
AAVE y otras variedades son representados como si practicaran actos de elisión de la
forma estándar, cuando ambos fenómenos (elisión de la cópula y de las oclusivas
finales) representan presumiblemente la forma no marcada en el vernáculo. Por eso,
podría hablarse más bien de ‘inserción de la cópula’.
Es más, aquellos lingüistas que consideran que la primera oración es gramatical
son colocados fuera de la cultura común. Se añade, además, que si no se preserva la
universalidad de qué formas son correctas y qué formas no la lengua puede entrar en un
período de declive, una idea que encontramos no solo en la época actual, sino en los
siglos anteriores [los puristas]. De algún modo, en el fondo de esta idea la ideología que
subyace es que los hablantes no son los dueños de la lengua que hablan. Ellos no
estarían preprogramados con una facultad lingüística que los capacita para adquirir la
competencia en la lengua a menos que sean formalmente adiestrados para ello. Lo que
se aprende por procedimientos informales no es digno de confianza ni es correcto.
3) A menudo se dice que la variedad estándar se caracteriza por el prestigio, de
modo que dicha variedad pasa a ser la variedad de prestigio más alto (y no la variedad
que presenta un mayor grado de uniformidad). Esta asociación entre estándar y prestigio
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es común en los estudios sociolingüísticos de tipo cuantitativo, pero también se
encuentra en las descripciones históricas de muchas lenguas. Sin embargo, esta
asociación no se cumple siempre. Esto se ve bien si nos alejamos del campo de la
lingüística: un producto electrónico puede ser estandarizado y sin que por ello tenga
prestigio.
Con frecuencia, el prestigio es asociado a la variedad estándar por la
Sociolingüística cuantitativa. De ese modo, la variación que se observa en una
comunidad de habla ha sido interpretada sobre una escala que va desde el estándar al no
estándar. Sin embargo, aunque “estándar” y “prestigio” van a menudo asociadas por
parte de los (socio)lingüistas, estas dos categorías no pueden ser puestas una al lado de
la otra sin provocar alguna confusión en la interpretación. Desde el momento en que la
Sociolingüística cuantitativa usa el prestigio de este modo, su interpretación de los
resultados que se obtienen en sus análisis de la variación social parece depender al
menos parcialmente de la ideología estándar.
No obstante, y a pesar de la interpretación que hace J. Milroy, lo cierto es que la
variedad estándar sí que goza de prestigio, al menos de prestigio abierto o manifiesto, en
el sentido que le da Labov. También las variedades dialectales no estándares gozan de
prestigio, pero se trata más bien de un prestigio ligado a valores como ‘identidad local’,
‘solidaridad’, ‘proximidad social y personal’, etc.
4) Generalmente se ha empleado en Sociolingüística el término ‘estándar’
asociado al de “estilo cuidado”: el estándar es la variedad lingüística que se emplea en
los estilos formales o públicos de habla. No obstante, no todo el mundo coincide con
esta interpretación. En la Sociolingüística anglosajona a menudo ‘estándar’ es un
concepto que va ligado más a la clase social que al estilo de habla. Trudgill (1974/1985:
17), por ejemplo, escribe lo siguiente: “Standard English has colloquial as well as
formal variants, and standard English speakers swear as much as others” [‘El inglés
estándar tiene tanto variantes coloquiales como formales, y los hablantes de inglés
estándar, como muchos otros individuos, también dicen tacos’].
5) Hay que tener en cuenta otras cuestiones. En primer lugar, los procesos de
estandarización no son universales (y por tanto, tampoco lo es el propio concepto de
‘estándar’), ya que existen lenguas que no poseen una variedad que pueda ser
reconocida de ese modo (no tienen lengua escrita o no han normalizado o unificado los
criterios ortográficos). En segundo lugar, en situaciones de lenguas pidgin y criollas
muchas veces es imposible determinar con claridad cuáles son los límites entre dos o
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más lenguas (por ejemplo, entre lenguas austronesias) [Le Page y Tabouret-Keller
señalan algo semejante para algunos criollos del Caribe]. Las lenguas del Pacífico son
fluidas y altamente variables (tal vez porque no están estandarizadas), y no queda claro
determinar dónde empieza una y termina otra. Es decir, no existe la concepción europea
de la lengua como un sistema cerrado, organizado en sus niveles, etc. (es decir, una
concepción saussuriana de la lengua).
6) Tal vez para evitar todos estos problemas algunos autores prefieren identificar
el estándar con una lengua ideal. A este respecto, Moreno Fernández (1998: 336)10
propone que la variedad estándar no lleva ninguna marca diacrónica, diatópica,
diafásica o diastrática. Según Moreno Fernández, “Al hablar del español, preferimos
evitar el nombre de lengua estándar y distinguir, porque así es tradición en la lingüística
española, entre el español como diasistema (al que se denomina español general) y el
castellano como variedad prestigiosa sobre la que se ha elaborado una gran parte de los
dictámenes académicos”.
En vista de todos estos problemas J. y L. Milroy han evitado definir qué es
estándar y qué no lo es en términos lingüísticos. Más bien, esta dicotomía puede ser
explicada mejor en términos ideológicos. Dicho de otro modo: los dialectos no pueden
ser considerados no estándares a menos que se haya reconocido previamente una
variedad estándar. Por eso, estos autores tratan la estandarización como un proceso que
está continuamente en marcha en aquellas lenguas en que se ha producido.
J. Milroy reconoce que existe un aspecto económico implicado en esto, de modo
que puede decirse que las lenguas tienen un valor económico: aquellas que están más
afectadas por la estandarización (especialmente aquellas que ya son consideradas
estándares) tienen valores más altos que las menos o nada afectadas. No es extraño,
pues, que se haya empleado aquí la metáfora del mercado lingüístico [aunque no habla
nunca de Bourdieu].
Desarrollando las ideas de Bourdieu sobre los aspectos ideológicos que
subyacen a la relación entre dialectos y aplicándolas al español podría afirmarse que el
hecho de que el castellano sea actualmente la variedad estándar no tiene que ver con que
dicha modalidad sea más completa o perfecta que las variedades no estándares. Tiene
que ver sobre todo con el hecho de que cuando se constituye la nación española la corte
está en Castilla. Cuando se crea un estado-nación lo primero que necesita el nuevo
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Moreno Fernández, Francisco. 1998. Principios de sociolingüística y sociología del lenguaje,
Barcelona: Ariel.
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estado es un conjunto de leyes que permitan a los individuos comprender las normas
legales que se establecen para el nuevo territorio (normalmente, estos estados se
constituyen a partir de la agrupación de diversos territorios que anteriormente tenían sus
propios sistemas legislativos). Estas leyes tienen que ser redactadas en una variedad
lingüística que sea accesible a todos los individuos y ser lo suficientemente clara de
modo que la interpretación de dichas leyes no se vea sometida a equívocos. Es en ese
momento cuando desde el poder político se elige a una de entre las diversas variedades
lingüísticas del nuevo territorio. La variedad que suele elegirse es la de la región donde
reside el poder. El sociólogo francés Bourdieu (1985: 19-20, 25) interpreta este proceso
en término de ‘mercado lingüístico’, y explica cuál es el fundamento de este mercado y
qué función cumple en la sociedad. Según el autor, la constitución del Estado va ligada a la
creación de una lengua oficial, y es en este contexto donde se producen las condiciones
para el surgimiento de un mercado lingüístico. Desde el momento en que se establece una
variedad estándar, la difusión del conocimiento de esa variedad, su codificación en
gramáticas y diccionarios, y su promoción en un amplio rango de funciones, todas las
demás quedan deslegitimadas (se vuelven ilegítimas). Pues bien, este mercado
lingüístico habrá de estar unificado y dominado por la lengua oficial, que cuenta con un
cuerpo de juristas, los gramáticos, y un grupo de agentes de imposición y control, los
maestros de enseñanza primaria. Al tiempo que se extienden los usos de esta lengua entre
la población a través del mercado lingüístico, se propaga también la idea del beneficio
material y simbólico para los que empleen la lengua legítima, símbolo de un cierto capital
lingüístico).
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