El Hipertexto y La Teoría Critíca
El Hipertexto y La Teoría Critíca
El Hipertexto y La Teoría Critíca
MICHEL FOUCAULT
The Order af Things
el objetivo de la obra literaria (o de la literatura como obra), que consiste en hacer del
lector, no un consumidor sino un productor del texto. Nuestra literatura se caracteriza
por el despiadado divorcio que la institución literaria mantiene entre el productor del
texto y su usuario, entre el propietario y el cliente. El lector se encuentra sumergido
en una especie de ociosidad, es intransitivo, e incluso serio: en vez de funcionar por
sí mismo, en lugar de acceder a la magia del significante, a los placeres de la
escritura, se lo deja sólo con la pobre libertad de aceptar o rechazar el texto: leer no
es más que un referéndum. Frente al texto de escritor, se encuentra su contrario, su
homólogo negativo y reactivo: lo que puede ser leído pero no escrito: el texto de
lector. Cualquier texto de lector puede considerarse texto clásico (S/Z, 4).
Otras convergencias:
intertextualldad, diversidad de voces y el descentrar
El hipertexto y la intertextualidad
El hipertexto y el descentrar
A medida que el lector se mueve por una red de textos, desplaza constantemente el
centro, y por lo tanto el enfoque o principio organizador de su investigación y
experiencia. En otras palabras, el hipertexto proporciona un sistema que puede
centrarse una y otra vez y cuyo centro de atención provisional depende del lector, que
se convierte así en un verdadero lector activo, en un sentido nuevo de la palabra. Una
de las características fundamentales del hipertexto es estar compuesto de cuerpos de
textos conectados, aunque sin eje primario de organización. En otras palabras, el
metatexto o conjunto de documentos, el ente que se conoce como libro, obra o texto
en el campo de la imprenta, carece de centro. Aunque esta ausencia de centro pueda
crear problemas al lector y al escritor, también significa que cualquier usuario del
hipertexto hace de sus intereses propios el eje organizador (o centro) de su
investigación del momento. El hipertexto se experimenta como un sistema que se
puede descentrar y recentrar hasta el infinito, en parte porque transforma cualquier
documento que tenga más de un nexo en un centro pasajero, en un directorio con el
que orientarse y decidir adónde ir a continuación.
La cultura occidental imaginó estas entradas casi mágicas a una realidad en
forma de red mucho antes de la aparición de las tecnologías informáticas. La
tipología bíblica, que tan importante papel desempeñó en la cultura inglesa en los
siglos XVII y XIX, concebía la historia en forma de tipos y sombras de Cristo y de la
providencia divina.14 Así, Moisés, que existe por sí mismo, también existe como
Cristo, quien cumple y completa el significado del profeta. Como lo demuestran
innumerables sermones, octavillas y comentarios del siglo XVII y de la época
victoriana, cualquier persona, acontecimiento o fenómeno servía de ventana mágica
en la compleja semiótica de los designios divinos para la salvación del hombre. Al
igual que el tipo bíblico, que permite a los acontecimientos y fenómenos
significativos participar simultánearnente de varias realidades o niveles de realidad, la
lexia individual aporta irremediablemente un camino en la red de conexiones. Dado
que, en los Estados Unidos, el protestantismo evangélico preserva y difunde estas
tradiciones de exégesis bíblica, no sorprende demasiado descubrir que una de las
primeras aplicaciones del hipertexto ha tenido que ver con la Biblia y la tradición
exegética.15
No sólo las lexias obran de forma muy parecida a los tipos, sino que se
convierten también en Aleph borgesianos, puntos en el espacio que contienen todos
los demás puntos, ya que, desde la posición dominante que cada uno proporciona, se
puede ver todo lo demás, si bien no simultáneamente, en todo caso muy cerca, a uno
o dos saltos de distancia, sobre todo en los sistemas que disponen de una eficiente
función de búsqueda de texto. A diferencia de los Aleph de Jorge Luis Borges, uno
no tiene que verlo todo desde un único lugar, ni tampoco tumbarse en una bodega con
la mochila debajo de la cabeza.16 El documento en hipertexto se vuelve un Aleph
viajero.
Esta capacidad tiene una relación obvia con las ideas de Derrida, que insiste
en la necesidad de cambiar de puntos de vista descentrando la discusión. Como él
mismo subraya en «Structure, Sign and Play in the Discourse of the Human
Sciences», el proceso o procedimiento que llama descentrar ha desempeñado un papel
importante en el cambio intelectual. Por ejemplo, dice: «la etnología sólo pudo
aparecer como ciencia cuando se dio un descentrar: en el momento en que la cultura
europea y, en consecuencia, la historia de la metafísica y de sus conceptos, se dislocó,
se alejó de su locus, se vio obligada a dejar de considerarse a sí misma como la
cultura de referencia».17 Derrida no implica que un centro intelectual o ideológico sea
malo ya que, como explica en respuesta a una pregunta de Serge Doubrovsky: «No he
dicho que no haya centro ni que podríamos salir adelante sin centro. Para mí, el
centro es una función, no un ente; una realidad, sí, pero una función. Y ésta es
absolutamente indispensable» (271).
En todos los sistemas de hipertexto el lector puede escoger su propio centro
de investigación y experiencia. Lo que este principio significa en la práctica es que el
lector no queda encerrado dentro de ninguna organización o jerarquía. Las
experiencias con Intermedia revelan que para los que prefieren organizar una sesión
por autores y moverse, pongamos por caso, de Keats a Tennyson, el sistema puede
representar el tradicional enfoque de siempre, centrado en el autor, y que aún resulta
útil en muchos aspectos. Por otro lado, nada obliga al lector a trabajar así, y los que
desean investigar la validez de las generalizaciones por período, pueden organizar sus
sesiones en función de dichos períodos, valiéndose de los artículos sobre el
romanticismo o la época victoriana como puntos de partida o puntos intermedios,
mientras que otros lectores pueden partir de nociones críticas o ideológicas, por
ejemplo, el feminismo o la novela victoriana. En la práctica, los usuarios suelen
utilizar la materia desarrollada en la Universidad Brown a modo de sistema centrado
en el texto y enfocarse en obras individuales, y, si bien empiezan la sesión entrando
en el sistema en busca de información acerca de un autor dado, tienden a dedicar más
tiempo a las lexias sobre textos específicos y pasando de un poema a otro («Laus
Veneris» de Swinburne y «La Belle Dame Sans Merci» de Keats u obras sobre Ulises
de Joyce, Tennyson y Soyinka) o de un poema a textos de información («Laus
Veneris» y documentos sobre los caballeros, el resurgimiento de lo medieval, el amor
cortesano, Wagner, etc.).
Como lo señala Ted Nelson, uno de los discípulos más destacados de Bush: «no hay
nada malo en categorizar. No obstante, por naturaleza es pasajero: los sistemas de
categorías sólo tienen media vida; al cabo de unos años, empiezan a parecer bastante
estúpidos... Las referencias del estilo "Magno, Alejandro" tienen cierto carácter
universal» (Literary Machines, 2/49).
Frente a la rigidez y dificultad de acceso producidas por los actuales medios
de gestión de la información basados en la impresión u otros archivos físicos,
necesitamos un medio que se amolde mejor a la manera de trabajar de la mente.
Después de describir los medios de almacenar y clasificar el saber de su época, Bush
se queja: «La mente humana no funciona así» («As We May Think»), sino por
asociación. «Sujetando» un hecho o una idea, «la mente salta instantáneamente al
dato siguiente, que le es sugerido por asociación de ideas, siguiendo alguna intrincada
trama de caminos conformada por las células del cerebro» (32).
Para liberarnos de los confinamientos de inadecuados sistemas de
clasificación y permitirnos seguir nuestra tendencia natural a «la selección por
asociación, y no mediante índices», Bush propone un dispositivo, el «Memex», capaz
de llevar a cabo, de una manera más eficiente y más parecida a la mente humana, la
manipulación de hechos reales y de ficción. Según explica: «Un Memex es un
dispositivo en el que una persona guarda sus libros, archivos y comunicaciones,
dotado de mecanismos que permiten la consulta con gran rapidez y flexibilidad. Es un
accesorio íntimo y ampliado de su memoria» (32). Escribiendo antes de los tiempos
del ordenador digital (la idea del Memex le vino por primera vez a mediados de los
años treinta), Bush concebía su dispositivo como una especie de mesa con superficies
translúcidas, palancas y motores para una búsqueda rápida de archivos en forma de
microfilmes.
Además de buscar y recuperar información, el Memex también permitiría al
lector «añadir notas marginales y comentarios, valiéndose de un posible tipo de
fotografía seca; e incluso podría hacerlo con un sistema de agujas, como en los
telégrafos que se ven hoy en día en las salas de espera de las estaciones de ferrocarril,
igual que si tuviera la página física delante de él» (33).
De este aspecto crucial del Memex concebido por Bush, dos cosas llaman la
atención: primero, Bush está convencido de la necesidad de anotar, durante la lectura,
los pensamientos transitonos y las reacciones al texto. Con este énfasis, lo que hace
Bush es redefinir el concepto de lectura como un proceso activo que implica
escritura. Y, segundo, la referencia al lector perspicaz y activo, que puede anotar un
texto «igual que si tuviera la página física delante de él», atestigua la necesidad de
concebir un texto más virtual que físico. Una de la cosas más curiosas acerca de la
proposición de Bush es cómo utiliza las limitaciones de una forma de texto para idear
una tecnología nueva, y cómo ésta nos lleva, a su vez, a una concepción totalmente
nueva del texto.
Las «características esenciales del Memex» no son solamente su capacidad
para recuperar la información y anotarla, sino también su sistema de «índice por
asociación», que los actuales sistemas de hipertexto denominan nexo, «cuya idea
básica es la capacidad de cualquier artículo para, a su vez, seleccionar, inmediata y
automáticamente, otro artículo» (34). Bush nos hace una descripción de cómo los
lectores crearían «trayectos infinitos» con esos nexos:
que estudiara por qué el pequeño arco turco parecía superior al arco largo inglés en las
escaramuzas de las Cruzadas. En su Memex, dispone de docenas de libros y artículos
posiblemente pertinentes. Primero, examina una enciclopedia, encuentra un artículo
interesante aunque demasiado esquemático; lo deja proyectado. A continuación en una
obra de historia, encuentra otro artículo relevante y une ambos. Y así sigue,
construyendo un trayecto con muchos artículos. De vez en cuando, inserta un
comentario propio, unido al itinerario principal o bien a un trayecto secundario.
Cuando resulta evidente que las propiedades elásticas del material tenían mucho que
ver con el arco, se desvía por una rama lateral que lo lleva a manuales sobre elasticidad
y tablas de constantes físicas. Añade una página de análisis propio. De este modo,
elabora en medio del laberinto de material disponible un recorrido en función de sus
intereses (34-35).
Además, Bush añade que, a diferencia de los trayectos mentales, los del
Memex del investigador «no se esfuman», así que, cuando al cabo de unos años se
reúna con un amigo para hablar «de los modos en que la gente se opone a las
innovaciones, aunque sean de vital interés» (35), podrá reproducir los trayectos que
creó para investigar un tema o problema y aplicarlos a otro.
La idea de Memex, a la que Bush dirigió su atención de forma intermitente
durante treinta años, influyó en Nelson, en Douglas Englebart, en Andries van Dam y
en otros pioneros del hipertexto, incluido el grupo del Institute for Research in
Information and Scholarship (IRIS) de la Universidad Brown, que creó Intermedia.
En «As We May Think» y «Memex Revisited», Bush propone el concepto de bloques
de texto unidos con nexos y también introduce los términos nexos, conexión,
trayectos y trama para describir su nueva concepción de la textulidad.19 La
descripción que hace Bush del Memex contiene otras concepciones básicas, e incluso
radicales, de la textualidad. En primer lugar, requiere una reconfiguración radical de
la práctica de la lectura y de la escritura, en la que ambas actividades se acercan entre
sí mucho más de lo que es posible con el libro impreso. En segundo lugar, a pesar del
hecho de que concibiera el Memex antes del advenimiento de la informática digital,
Bush intuyó que era necesario algo como la textualidad virtual para los cambios que
propugnaba. En tercer lugar, su reconfiguración del texto introduce tres elementos
completamente nuevos: los índices por asociación (o nexos), los trayectos entre
dichos nexos y los conjuntos o trama de trayectos. Estos elementos nuevos generan a
su vez una clase de texto flexible, hecho a la medida, abierto a las demandas del
lector y, posiblemente, vulnerable a ellas. También generan la noción de una
textualidad múltiple, ya que, en el mundo del Memex, la palabra texto designa: a) las
unidades individuales de lectura que tradicionalmente constituyen la «obra»; b)
dichas obras enteras; c) conjuntos de documentos creados con trayectos; y, quizá, d)
los mismos trayectos sin documentos acompañantes.
Tal vez lo más interesante para alguien que considere la relación de las ideas
de Bush con la crítica contemporánea y la teoría cultural es que este ingeniero
empezó rechazando algunas de las premisas fundamentales de la tecnología de la
información que han ido dominando (y algunos incluso dirían creando) cada vez más
el pensamiento occidental desde Gutenberg. Además, Bush deseaba sustituir los
métodos esencialmente lineales que habían contribuido al triunfo del capitalismo y
del industrialismo por algo que, en esencia, son máquinas poéticas; máquinas que
trabajaran por analogía y asociación, máquinas que capturaran la brillantez anárquica
de la imaginación humana. Todo ello da la impresión de que Bush consideraba que la
ciéncia y la poesía obran básicamente de la misma manera.
Predicciones
Los nexos electrónicos desplazan los límites entre un texto y otro, entre
escritor y lector y entre profesor y estudiante. Como veremos a continuación, también
tienen efectos radicales sobre nuestra experiencia de escritor, texto y obra, a los que
redefine. Tan básicos y radicales son estos efectos que nos fuerzan a constatar que
muchas de nuestras actitudes e ideas más queridas y frecuentes hacia la literatura no
son sino el resultado de determinadas tecnologías de la información y de la memoria
cultural, que proporcionaron el entorno adecuado para dichas actitudes e ideas. Esta
tecnología, la del libro impreso y sus parientes más cercanos, que incluye la página
impresa o mecanografiada, engendra ciertas nociones de propriedad y unicidad del
escritor y del texto físicamente aislado que el hipertexto hace insostenibles. En otras
palabras, el hipertexto ancla en la historia muchos de nuestros supuestos más
difundidos, haciéndolos descender del éter de la abstracción y parecer meras
consecuencias de una tecnología dada, arraigada en un tiempo y lugar dados.
Al hacer posibles estos planteamientos, el hipertexto tiene mucho en común
con algunos de los principales planteamientos de las teorías literaria y semiológica, y
sobre todo con el énfasis de Derrida en el descentrar y con la concepción de Barthes
de texto de lector frente al de escritor. De hecho, el hipertexto supone una
encarnación casi embarazosamente literal de ambos conceptos, y ello, a su vez,
plantea nuevas cuestiones sobre éstos y su interesante combinación de presencia y
relación histórica (o inscripción).