Guerra Civil Española
Guerra Civil Española
Guerra Civil Española
Índice
Antecedentes
El Gobierno del Frente Popular (febrero-julio de 1936)
La violencia política
El detonante: el golpe de Estado de julio de 1936
La conspiración militar
El golpe del 17 al 20 de julio
Las operaciones militares
Los dos ejércitos
Julio-octubre de 1936: avance sobre Madrid y campaña de Guipúzcoa
Noviembre de 1936-marzo de 1937: la batalla de Madrid y la toma de Málaga
Marzo-noviembre de 1937: la campaña del Norte y las batallas de Brunete y Belchite
Diciembre de 1937-noviembre de 1938: de la batalla de Teruel a la batalla del Ebro
Diciembre de 1938-febrero de 1939: ofensiva sobre Cataluña
Febrero-marzo de 1939: la vuelta de Negrín y la resistencia de la zona Centro-Sur
Marzo de 1939: derrota de la República
La guerra naval
La guerra aérea y los bombardeos sobre poblaciones
Evolución de la zona sublevada
La Junta de Defensa Nacional
El general Franco, «generalísimo» y «caudillo»
El Decreto de Unificación de abril de 1937
El nacimiento del «Nuevo Estado»
Evolución de la zona republicana
La reacción del gobierno a la sublevación militar
La revolución social de 1936 y el gobierno de José Giral (julio-septiembre de 1936)
El gobierno de Largo Caballero (septiembre de 1936-mayo de 1937)
El gobierno de Juan Negrín (mayo de 1937-marzo de 1939)
La dimensión internacional del conflicto y la intervención extranjera
La política de «no intervención» de Gran Bretaña y Francia
La intervención extranjera en favor de los sublevados
La intervención extranjera en favor de la República
La financiación de la guerra y «el oro de Moscú»
La Iglesia y la guerra civil española
La Iglesia católica en la zona sublevada
La Iglesia católica en la zona republicana
La represión en las retaguardias
Investigación de los crímenes
Consecuencias
Económicas
Víctimas de la Guerra Civil
La represión franquista de la posguerra y el exilio republicano
Relaciones internacionales
Las regiones devastadas
Memoria histórica
La Guerra Civil en el arte
Cine
Novela
Cuento y relato
Literatura infantil y juvenil
Teatro
Poesía
Música
Revistas satíricas
Historieta
Pintura y escultura
Artes gráficas, cartelismo y revistas
Fotografía
Videojuegos
Véase también
Notas
Referencias
Bibliografía
Enlaces externos
Antecedentes
En enero de 1930 el general Miguel Primo de Rivera reconoce el fracaso de la Dictadura que había
instaurado en septiembre de 1923 con el apoyo del rey y dimite.19 Alfonso XIII nombra entonces como
presidente del gobierno al general Dámaso Berenguer, pero este no consigue devolver a la monarquía la
«normalidad constitucional» (este período fue conocido como «Dictablanda») y es sustituido en febrero de
1931 por el almirante Juan Bautista Aznar, quien convoca elecciones municipales para el domingo 12 de
abril.20 Las elecciones son ganadas en las ciudades por las
candidaturas republicano-socialistas surgidas del Pacto de San
Sebastián de agosto de 1930 y el martes 14 de abril el rey Alfonso
XIII, ante las dudas de la Guardia Civil y del Ejército a utilizar la
fuerza para frenar las multitudinarias manifestaciones
prorrepublicanas que inundan las principales ciudades, abandona
el país. En Madrid el «comité revolucionario» republicano-
socialista proclama la República y asume el poder como Gobierno
Provisional presidido por Niceto Alcalá-Zamora.21
No obstante, el amplio abanico de reformas que emprendió el gobierno «social-azañista» encontró gran
resistencia entre los grupos sociales y corporativos a los que se intentaba «descabalgar» de sus posiciones
adquiridas: los terratenientes, los grandes empresarios, financieros y patronos, la Iglesia católica, las órdenes
religiosas, la opinión católica, la opinión monárquica o el militarismo «africanista». Este último organizó un
fracasado golpe de Estado en agosto de 1932 encabezado por el general Sanjurjo.22 Pero también existió
una resistencia al reformismo republicano de signo contrario: el del revolucionarismo a ultranza, que
encabezaron las organizaciones anarquistas (la CNT y la FAI). Para ellos, la República representaba el
«orden burgués» (sin demasiadas diferencias con los regímenes políticos anteriores, Dictadura y
Monarquía) que había de ser destruido para alcanzar el «comunismo libertario».23 Así se produjeron una
serie de levantamientos anarquistas (en enero, como el de Casas Viejas, y en diciembre de 1933,
circunscrito este a Aragón y La Rioja) reprimidos con dureza.
La coalición encabezada por Azaña se deshace y se convocan elecciones para noviembre de 1933, en las
que votaron por primera vez las mujeres, que son ganadas por la derecha católica de la CEDA y por el
centro-derecha republicano del Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux. Este forma gobierno
con el objetivo de «rectificar» las reformas del primer bienio, no anularlas, para incorporar a la República a
la derecha «accidentalista» (que no se proclamaba abiertamente monárquica, aunque sus simpatías
estuvieran con la Monarquía, ni tampoco republicana) representada por la CEDA y el Partido Agrario, que
le dan su apoyo parlamentario.24 Cuando la CEDA entra en el gobierno en octubre de 1934 se
desencadena una fracasada insurrección socialista que solo se consolidó en Asturias durante un par de
semanas (el único lugar donde también participó la CNT), aunque finalmente también fue sofocada por la
intervención del Ejército, que trajo del Protectorado español de Marruecos a las tropas coloniales de
regulares y legionarios y, una vez finalizada, se produjo una fuerte represión. Lo mismo sucedió con la
proclamación por el presidente de la Generalidad de Cataluña Lluís Companys del «Estado Catalán» dentro
de la «República Federal Española» el 6 de octubre.25
La Revolución de octubre de 1934 hizo aumentar en el gobierno radical-cedista los temores a que un
próximo intento de una «revolución bolchevique» acabara triunfando. Esto acentuó la presión sobre el
Partido Radical para llevar adelante una política más decididamente legisladora o contrarrevolucionaria.26
En última instancia, los sucesos de octubre de 1934 convencieron a la CEDA de que era necesario llegar a
alcanzar la presidencia del gobierno para poder dar el «giro autoritario» que el régimen, según ellos,
necesitaba.27 El líder de la CEDA, José María Gil Robles, encontró su oportunidad cuando estallaron el
escándalo del estraperlo y el del asunto Nombela que hundieron a Lerroux y al Partido Republicano
Radical, del que no se recuperaría.28 Pero el presidente de la República Alcalá Zamora se negó a dar el
poder a una fuerza «accidentalista» que no había proclamado su fidelidad a la República y encargó la
formación de gobierno a un independiente de su confianza, Manuel Portela Valladares, quien forma el 15
de diciembre un gabinete republicano de centro-derecha que aguanta el poder Ejecutivo hasta que Alcalá
Zamora convoca elecciones para el 16 de febrero de 1936.29
El resultado de las elecciones de febrero de 1936 fue un reparto muy equilibrado de votos con una leve
ventaja de las izquierdas (47,1 %) sobre las derechas (45,6 %), mientras el centro se limitó a un 5,3 %. Pero
como el sistema electoral primaba a los ganadores, esto se tradujo en una holgada mayoría para la coalición
del Frente Popular.30
El miércoles 19 de febrero, Manuel Azaña, el líder del Frente Popular, formaba un gobierno que, conforme
a lo pactado con los socialistas, solo estaba integrado por ministros republicanos de izquierda (nueve de
Izquierda Republicana y tres de Unión Republicana).31 Una de sus primeras decisiones fue alejar de los
centros de poder a los generales más antirrepublicanos: el general Manuel Goded fue destinado a la
Comandancia militar de Baleares; el general Francisco Franco, a la de Canarias; el general Emilio Mola al
gobierno militar de Pamplona. Otros generales significados como Luis Orgaz, Rafael Villegas, Joaquín
Fanjul y Andrés Saliquet quedaron en situación de disponibles.32
La medida más urgente que hubo de tomar el nuevo gobierno fue la amnistía de los condenados por los
sucesos de octubre de 1934, «legalizando» así el asalto a varias cárceles por la multitud, pero dando
cumplimiento también al punto principal del programa electoral del Frente Popular.33 Otra de las medidas
urgentes era reponer en sus puestos a los alcaldes y concejales elegidos en 1931 y sustituidos durante el
bienio conservador.34 El 28 de febrero el gobierno decretaba no solo la readmisión de todos los
trabajadores despedidos por motivos políticos y sindicales relacionados con los hechos de 1934, sino que,
presionado por los sindicatos, ordenaba a las empresas que indemnizaran a estos trabajadores por los
jornales no abonados.35 Asimismo, fue restablecido el gobierno de la Generalidad de Cataluña, cuyos
miembros habían salido de la cárcel beneficiados también por la amnistía.33
La «cuestión agraria» fue otro problema que el nuevo gobierno tuvo que abordar con urgencia a causa de la
intensa movilización campesina que se estaba produciendo con el apoyo decidido de las autoridades locales
repuestas y que amenazaba con provocar graves conflictos en el campo, especialmente en
Extremadura.36 37 Así el 19 de abril el ministro de Agricultura, Mariano Ruiz Funes, presentaba varios
proyectos de ley, entre ellos uno que derogaba la Ley de Reforma de la Reforma Agraria de agosto de
1935, que se convirtió en ley el 11 de junio, por lo que volvía estar en vigor plenamente la Ley de Reforma
Agraria de 1932. Gracias a varios decretos y a esta ley entre marzo y julio de 1936 se asentaron unos
115 000 campesinos, más que en los tres años anteriores.38 Sin embargo, continuó la alta conflictividad en
el campo, debida sobre todo a la actitud de los propietarios y a la radicalización de las organizaciones
campesinas, saldándose todo ello con incidentes violentos. El caso más grave se produjo en Yeste
(Albacete), donde a finales de mayo de 1936 «la detención de unos campesinos que pretendían talar árboles
en una finca particular condujo a un sangriento enfrentamiento entre la Guardia Civil y los jornaleros, en
los que murieron un guardia y 17 campesinos, varios de ellos asesinados a sangre fría por los agentes».39
La actividad del parlamento estuvo paralizada casi todo el mes de abril debido al proceso de destitución del
presidente de la República Niceto Alcalá-Zamora, iniciado y aprobado por la izquierda, y su sustitución por
Manuel Azaña, que fue investido en su nuevo cargo el 10 de mayo de 1936, siendo sustituido al frente del
gobierno por su compañero del partido Izquierda Republicana, Santiago Casares Quiroga,40 41 quien
asumiría a su vez la cartera de Guerra.
Uno de los problemas a los que tuvo que hacer frente el gobierno
fue la oleada de huelgas que se produjeron declaradas y sostenidas
muchas veces por comités conjuntos de la CNT y la UGT, en las
que en muchas de ellas se hablaba de revolución,43 pero ni UGT ni
CNT preparaban ningún movimiento insurreccional después de los
fracasos continuos de 1932, 1933 y 1934, y la única posibilidad de
que se produjese alguno sería como respuesta a un intento de golpe
militar.44
La violencia política
Los gobiernos del Frente Popular también tuvieron que hacer frente a un aumento de la violencia política
provocada por el partido fascista Falange Española, que a principios de 1936 era una fuerza política
marginal, pero que tras el triunfo del Frente Popular recibió una avalancha de afiliaciones de jóvenes de
derechas dispuestos a la acción violenta, y por la respuesta que le dieron las organizaciones de izquierda.
48 El primer atentado importante que cometieron los falangistas fue el perpetrado el 12 de marzo de 1936
contra el diputado socialista y «padre» de la Constitución de 1931 Luis Jiménez de Asúa, en el que este
resultó ileso, pero su escolta, el policía Jesús Gisbert, murió.49 La respuesta del gobierno de Azaña fue
prohibir el partido y detener el 14 de marzo a su máximo dirigente José Antonio Primo de Rivera, pero el
paso a la clandestinidad no impidió que siguiera perpetrando atentados y participando en reyertas con
jóvenes socialistas y comunistas.48 50 También continuó realizando una labor de violencia e intimidación
contra los elementos del orden institucional de la República. En la noche del 13 de abril, dos pistoleros
falangistas asesinaban en la calle a Manuel Pedregal, magistrado del Tribunal Supremo, como represalia por
haber actuado como ponente en el juicio por intento de asesinato a Jiménez de Asúa. El juez ya había
recibido amenazas de muerte con anterioridad por este motivo. Varios de los implicados huyeron a Francia
en avión pilotado por el entonces colaborador de Falange, Juan Antonio Ansaldo.51 52 53 De hecho,
Falange difundió listas negras de jueces con el propósito de intimidarlos, y su boletín clandestino No
Importa amenazó a magistrados como Ursicino Gómez Carbajo o Ramón Enrique Cardónigo, que habían
intervenido en causas con sentencia desfavorable a sus intereses.54
Los incidentes de mayor trascendencia se produjeron los días 14 y 15 de abril. El día 14 tuvo lugar un
desfile militar en el Paseo de la Castellana de Madrid en conmemoración del Quinto Aniversario de la
República. Junto a la tribuna principal estalló un artefacto y se produjeron a continuación varios disparos
que causaron la muerte a Anastasio de los Reyes, alférez de la Guardia Civil que estaba allí de paisano, e
hirieron a varios espectadores. Derechistas e izquierdistas se acusaron mutuamente del atentado. Al día
siguiente se celebró el entierro del alférez que se convirtió en una manifestación antirrepublicana a la que
asistieron los diputados José María Gil Robles, líder de la CEDA, y José Calvo Sotelo, líder de la derecha
monárquica, además de oficiales del ejército y falangistas armados. Desde diversos lugares se produjeron
disparos contra la comitiva que fueron respondidos, produciéndose un saldo de seis muertos y de tres
heridos. Uno de los muertos fue el estudiante Andrés Sáenz de Heredia, falangista y primo hermano de
José Antonio Primo de Rivera.50 También resultó herido un joven tradicionalista (carlista), José Llaguno
Acha, y una muchedumbre intentó linchar al teniente José del Castillo Sáenz de Tejada al que se le acusó
de dispararle.
Entre abril y julio los atentados y las reyertas protagonizadas por falangistas causaron más de cincuenta
víctimas entre las organizaciones de izquierda obrera, la mayoría de ellas en Madrid. Unos cuarenta
miembros de Falange murieron en esos actos o en atentados de represalia de las organizaciones de
izquierda.50 También fueron objeto de la violencia los edificios religiosos (un centenar de iglesias y
conventos fueron asaltados e incendiados)55 aunque entre las víctimas de la violencia política de febrero a
julio no hubo ningún miembro del clero.56
El aumento de la violencia política y el crecimiento de las organizaciones juveniles paramilitares tanto entre
la derecha (milicias falangistas, requetés carlistas) como entre la izquierda (milicias de las juventudes
socialistas, comunistas y anarquistas), y entre los nacionalistas vascos y catalanes (milicias de Esquerra
Republicana de Catalunya y del PNV), aunque no estaban armadas y su actividad principal era desfilar,
provocó la percepción entre parte de la opinión pública, especialmente la conservadora, de que el gobierno
del Frente Popular presidido por Santiago Casares Quiroga no era capaz de mantener el orden público, lo
que servía de justificación para el «golpe de fuerza» militar que se estaba preparando.57 A esta percepción
también contribuyó la prensa católica y de extrema derecha que incitaba a la rebelión frente al «desorden»
que atribuía al «Gobierno tiránico del Frente Popular», «enemigo de Dios y de la Iglesia», aprovechando
que la confrontación entre clericalismo y anticlericalismo volvió al primer plano tras las elecciones de
febrero con continuas disputas sobre asuntos simbólicos, como el tañido de campanas o las manifestaciones
del culto fuera de las iglesias, como procesiones o entierros católicos. Así mismo, en el parlamento, los
diputados de la derecha, singularmente Calvo Sotelo y Gil Robles, acusaron al gobierno de haber perdido
el control del orden público.56
En la noche del domingo 12 de julio era asesinado en la calle de Fuencarral de Madrid el teniente de la
Guardia de Asalto e instructor de las milicias socialistas José del Castillo Sáenz de Tejada58 , que se dirigía
a su puesto de trabajo en el Cuartel de Pontejos, probablemente por pistoleros de extrema derecha
pertenecientes a la Comunión Tradicionalista (o de Falange Española).59 El teniente Castillo era muy
conocido por su activismo izquierdista y se le atribuía la frase «Yo no tiro sobre el pueblo» tras haberse
negado a participar en la represión de la Revolución de Asturias, acto de rebeldía que le costaría un año de
cárcel.
Como represalia, los compañeros policías del teniente Castillo, dirigidos por el capitán de la Guardia Civil
Fernando Condés, secuestraron en su propio domicilio y asesinaron en la madrugada del día siguiente a
José Calvo Sotelo, líder de los monárquicos «alfonsinos» (que no tuvo nada que ver con el asesinato del
teniente Castillo), y abandonaron el cadáver en el depósito del cementerio de la Almudena. En el entierro
de Calvo Sotelo, el dirigente monárquico
Antonio Goicoechea juró solemnemente
«consagrar nuestra vida a esta triple labor:
imitar tu ejemplo, vengar tu muerte y salvar a
España». Por su parte, el líder de la CEDA,
José María Gil Robles en las Cortes les dijo a
los diputados de la izquierda que «la sangre
del señor Calvo Sotelo está sobre vosotros» y
acusó al gobierno de tener la «responsabilidad
moral» del crimen por «patrocinar la
violencia».58
La violencia política de los meses de gobierno en paz del Frente Popular, de febrero a julio de 1936, fue
utilizada después por los vencedores en la Guerra Civil como justificación de su alzamiento. Hoy en día, el
debate sigue abierto, aunque la mayoría de los historiadores opinan que en absoluto puede hablarse de una
«primavera trágica» en la que el gobierno del Frente Popular hubiera perdido el control de la situación.61
Y la conclusión de la mayoría de ellos es clara: «La desestabilización política real en la primavera de 1936
no explica en modo alguno la sublevación militar [de julio de 1936] y menos aún la justifica».61 «La
política y la sociedad españolas mostraban signos inequívocos de crisis, lo cual no significa necesariamente
que la única salida fuera una guerra civil».49
Durante los primeros meses de 1936 se produjo una polarización de la política española, en cuyos extremos
se situaba la izquierda revolucionaria y la derecha fascista, y en medio una izquierda moderada y una
derecha republicana junto con un centro anticlerical y una derecha de fuerte componente católico y
monárquico (que representaba a muchos militares, terratenientes y a la jerarquía católica que veían peligrar
su posición privilegiada y su concepto de la unidad de España). Una división que podía remontarse al siglo
XIX cuando tuvo lugar el difícil proceso de cambio que se inició en 1808 para poner fin al absolutismo que
lastraba al país, manteniendo fuertes diferencias económicas entre privilegiados y no privilegiados, y que el
moderantismo decimonónico solo consiguió superar en parte. El resultado fue una población rural dividida
entre los jornaleros anarquistas y los pequeños propietarios aferrados a (y dominados por) los caciques y la
Iglesia; unos burócratas conformistas y una clase obrera con salarios muy bajos y, por lo tanto, con
tendencias revolucionarias propias del nuevo siglo, hacen que también entre las clases pobres la división
fuese muy acusada. También provenía del siglo XIX la tradición de que los problemas no se arreglaban más
que con los pronunciamientos. No es extraño, pues, que en una España marcada por la reciente dictadura
de Primo de Rivera e intentonas fallidas, como las de José Sanjurjo, volviese a haber ruido de sables y se
temiese un plan para derribar al nuevo Gobierno establecido. Los acontecimientos darían la razón a los
pesimistas.
Desde finales de abril, fue el general Mola quien tomó la dirección de la trama golpista (desplazándose así
el centro de la conspiración de Madrid a Pamplona), adoptando el nombre clave de «el Director». Este
continuó con el proyecto de constituir una Junta Militar presidida por el general Sanjurjo, y comenzó a
redactar y difundir una serie de circulares o «Instrucciones reservadas» en las que fue perfilando la
compleja trama que llevaría adelante el golpe de Estado.65 La primera de las cinco instrucciones la dictó el
25 de mayo y en ella ya apareció la idea de que el golpe tendría que ir acompañado de una violenta
represión.66
Mola consiguió comprometer en el golpe a numerosas guarniciones, gracias también a la trama clandestina
de la UME pero tenía dudas sobre el triunfo del golpe en el lugar fundamental, Madrid, y también sobre
Cataluña, Andalucía y Valencia.65 Así pues, el problema de los militares implicados era que, a diferencia
del golpe de Estado de 1923, ahora no contaban con la totalidad del Ejército (ni de la Guardia Civil ni las
otras fuerzas de seguridad) para respaldarlo.67 Una segunda diferencia respecto de 1923 era que la actitud
de las organizaciones obreras y campesinas no sería de pasividad ante el golpe militar sino que como
habían anunciado desencadenarían una revolución. Por estas razones se fue retrasando una y otra vez la
fecha del golpe militar, y por eso, además, el general Mola, «el Director», buscó el apoyo de las milicias de
los partidos antirrepublicanos (requetés y falangistas) y el respaldo financiero de los partidos de la
derecha.68 Al gobierno de Casares Quiroga le llegaron por diversas fuentes noticias de lo que se estaba
tramando pero no actuó con contundencia contra los conspiradores.69
A principios de julio de 1936 la preparación del golpe militar estaba casi terminada, aunque el general Mola
reconocía que «el entusiasmo por la causa no ha llegado todavía al grado de exaltación necesario» y
acusaba a los carlistas de seguir poniendo dificultades al continuar pidiendo «concesiones inadmisibles». El
plan del general Emilio Mola era un levantamiento coordinado de todas las guarniciones comprometidas,
que implantarían el estado de guerra en sus demarcaciones, comenzando por el Ejército de África, que entre
los días 5 y 12 de julio realizó unas maniobras en el Llano Amarillo donde se terminaron de perfilar los
detalles de la sublevación en el Protectorado de Marruecos. Como
se preveía que en Madrid era difícil que el golpe triunfase por sí
solo (la sublevación en la capital estaría al mando del general
Fanjul), estaba previsto que desde el norte una columna dirigida
por el propio Mola se dirigiera hacia Madrid para apoyar el
levantamiento de la guarnición de la capital. Y por si todo eso
fallaba también estaba planeado que el general Franco, después de
sublevar las islas Canarias, se dirigiría desde allí al Protectorado de
Marruecos a bordo del avión Dragon Rapide, fletado en Londres
el 6 de julio por el corresponsal del diario ABC Luis Bolín gracias
al dinero aportado por el financiero Juan March, para ponerse al
frente de las tropas coloniales, cruzar el estrecho de Gibraltar y
avanzar sobre Madrid.70 71 Una vez depuesto el gobierno de la
República, se instauraría una dictadura militar siguiendo el modelo
de la Dictadura de Primo de Rivera, al frente de la cual se situaría
el exiliado general Sanjurjo.70 «Los sublevados llevaron a cabo su Mapas que representan los planes
acción pretendiendo que se alzaban contra una revolución esbozados por Mola para dar el
absolutamente inexistente en la época en que actúan, inventan golpe de Estado que derribase a la
documentos falsos que compuso Tomás Borrás y que hablaban de Segunda República.
un gobierno soviético que se preparaba, y de hecho lo que
representaban era la defensa de las posiciones de las viejas clases
dominantes, la lucha contra las reformas sociales, más o menos profundas, que el Frente Popular pone de
nuevo en marcha».72
El asesinato de José Calvo Sotelo en la madrugada del 13 de julio aceleró el compromiso con la
sublevación de los carlistas y también de la CEDA y acabó de convencer a los militares que tenían dudas,
entre ellos, según Paul Preston, al general Francisco Franco.73 Además, el general Mola decidió
aprovechar la conmoción que había causado en el país el doble crimen, y el día 14 adelantó la fecha de la
sublevación que quedó fijada para los días 18 y 19 de julio de 1936.74
El 17 de julio por la mañana en Melilla, los dos coroneles y otros oficiales que estaban al tanto del
alzamiento militar se reúnen en el departamento cartográfico y trazan los planes para ocupar el 18 los
edificios públicos, planes que comunican a los dirigentes falangistas. Uno de los dirigentes locales de la
Falange informa al dirigente local de Unión Republicana, llegando esta información al General Romerales,
Comandante Militar de Melilla, que a su vez informa a Casares Quiroga. Romerales envía por la tarde una
patrulla de soldados y guardias de asalto a registrar el departamento cartográfico. El coronel al mando del
mismo retrasa el registro y llama al cuartel de la Legión, desde donde le envían un grupo de legionarios.
Ante estos, la patrulla se rinde y los sublevados proceden a arrestar a Romerales (que fue fusilado junto con
el delegado del gobierno y el alcalde de Melilla que se habían resistido a la rebelión), proclaman el estado
de guerra e inician anticipadamente el levantamiento, informando a sus compañeros del protectorado de
Marruecos que habían sido descubiertos. Esto hizo que se adelantase en Marruecos la fecha prevista.75 En
los tres días siguientes el golpe se extendió a las guarniciones de la península, Canarias y Baleares.
Los militares sublevados no consiguieron alcanzar su objetivo principal de apoderarse del punto neurálgico
del poder, Madrid, ni de las grandes ciudades, como Barcelona, Valencia, Bilbao, Málaga o Murcia
(aunque sí controlaban Sevilla, Valladolid, Zaragoza y Córdoba), pero dominaban cerca de la mitad del
territorio español, ya que controlaban prácticamente el tercio norte peninsular (Galicia, León, Castilla la
Vieja, Álava, Navarra, gran parte de la provincia de Cáceres, incluida la capital, y la mitad occidental de
Aragón, incluyendo las tres capitales provinciales), menos la franja cantábrica formada por Asturias,
Santander, Vizcaya y Guipúzcoa, que quedó aislada del resto de la
zona republicana, y Cataluña. Además dominaban las ciudades
andaluzas de Sevilla (donde el general Gonzalo Queipo de Llano
se hace con inusitada determinación con el mando de la 2.ª
División Orgánica), Córdoba y Cádiz conectadas entre sí por una
estrecha franja (así como la ciudad de Granada, pero aislada del
resto), más todo el Protectorado de Marruecos y los dos
archipiélagos, Canarias (menos la isla de La Palma) y Baleares
(excepto Menorca). Fuera de esta área controlaban determinados Situación el 23 de julio de 1936 tras
lugares y puntos de resistencia aislados dentro de la zona el fracaso parcial del golpe de
republicana como la ciudad de Oviedo (que soportó un asedio por Estado. En azul las zonas
parte de los republicanos durante 90 días, hasta la entrada de las controladas por los sublevados.76
tropas franquistas el 17 de octubre), el cuartel de Simancas en
Gijón, el Alcázar de Toledo o el santuario de la Virgen de la
Cabeza en Andújar.77 Esta España controlada por los sublevados era en general «la España interior, rural,
de formas sociales más retardatarias, de grandes y medianos propietarios agrarios, y con extenso
proletariado agrario también».77
De los lugares donde ha triunfado la sublevación parten las ofensivas de las tropas rebeldes, a hacer lo que
la propaganda «nacional» llamó la «Reconquista», para tomar las ciudades en manos de la República o a
liberar los lugares en manos de los rebeldes asediados por las tropas gubernamentales, como son los casos
del sitio de Oviedo y del Alcázar toledano.
En la zona sublevada la muerte en accidente de aviación del que iba ser el jefe de la rebelión, el general
Sanjurjo, provocó que los generales sublevados decidieron crear el jueves 23 de julio una Junta de Defensa
Nacional, que quedaría constituida al día siguiente en Burgos, y que estaría integrada por los generales
Miguel Cabanellas, que fue nombrado presidente de la Junta por ser el general más antiguo entre los
sublevados, Andrés Saliquet, Miguel Ponte, Emilio Mola y Fidel Dávila, además del coronel Federico
Montaner y el coronel Moreno Calderón. En el Decreto n.º 1 que publicó la Junta se establecía que esta
asumía «todos los poderes del Estado» y que representaría al país ante los poderes extranjeros, aunque en
las semanas siguientes ningún país la reconoció y siguió considerando como gobierno legítimo de España
al de Madrid presidido por el republicano de izquierda José Giral.78 El 27 de julio de 1936 llegó a España
el primer escuadrón de aviones italianos enviado por Benito Mussolini.79
Las fuerzas republicanas, por su parte, consiguen sofocar el alzamiento en más de la mitad de España,
incluyendo todas las zonas industrializadas, gracias en parte a la participación de las milicias recién armadas
de socialistas, comunistas y anarquistas, así como a la lealtad de la mayor parte de la Guardia de Asalto y,
en el caso de Barcelona, de la Guardia Civil. El gobernador militar de Cartagena, Toribio Martínez
Cabrera, era simpatizante del Frente Popular y la marinería también era contraria al golpe militar, lo que
unido a los tumultos populares de los días 19 y 20 hicieron fracasar el movimiento golpista en la base naval
de Cartagena y el resto de la provincia de Murcia.
La zona fiel a la República ocupa grosso modo la mitad este de la Península: la parte oriental de Aragón
(menos las tres capitales), Cataluña, Valencia, Murcia, Andalucía oriental (menos la ciudad de Granada),
Madrid, Castilla la Nueva y La Mancha. En el oeste controlaba las provincias de Badajoz y de Huelva.
Aislada de esta zona quedaba la franja cantábrica formada por Asturias (menos Oviedo y Gijón),
Santander, Vizcaya y Guipúzcoa. El territorio leal era superior en extensión al rebelde y se trataba, por lo
general, de las zonas de España «socialmente más evolucionadas, con importante población urbana, más
industrializadas y con núcleos de obrerismo modernos organizados».77
Así pues, el resultado del levantamiento era incierto pues tuvo éxito en unos sitios y fracasó en otros, por lo
que España quedó dividida en dos zonas: una controlada por los militares que se habían alzado contra la
República (la zona sublevada) y otra que permaneció fiel al gobierno (la zona republicana).
Aproximadamente un tercio del territorio español había pasado a manos rebeldes, con lo que ninguno de
los dos bandos tenía absoluta supremacía sobre el otro. La intentona de derrocar de un golpe a la República
había fracasado estrepitosamente. Ambos bandos se prepararon para lo inevitable: un enfrentamiento que
iba a desangrar España durante tres largos años. La guerra civil española acababa de empezar.
Así pues, el bando sublevado no tuvo que construir su ejército sino que contó desde el primer momento
con las unidades militares (y las fuerzas de orden público) sublevadas durante el golpe ya organizadas y
dirigidas por sus mandos, entre las que destacaba el ejército del Protectorado de Marruecos, el llamado
Ejército de África, compuesto por la Legión Extranjera y los Regulares (tropas indígenas moras mandadas
por oficiales españoles) que constituía la fuerza militar más experimentada de todo el ejército español.82
Por otro lado las milicias carlistas (requetés) y las milicias
falangistas que apoyaron a los sublevados fueron integradas en el
ejército del que se consideraban aliadas y no enemigas (al contrario
de lo que sucedió en el bando republicano donde las milicias
obreras, especialmente las milicias confederales anarquistas,
siempre desconfiaron de la institución militar, con la excepción de
las milicias comunistas).83
En cuanto a la ayuda extranjera, el bando sublevado recibió armas de todo tipo y aviones prácticamente
desde el primer día por parte de la Alemania nazi y la Italia Fascista a la que pronto se añadieron unidades
militares completas (la Legión Cóndor alemana y el CTV italiano) en un flujo continuo que nunca se
detuvo a largo de la guerra.85
Por su parte el bando republicano no pudo contar con prácticamente ninguna unidad militar completa
organizada y disciplinada con todos sus mandos y suboficiales y durante los primeros meses la fuerza
militar que se opuso al ejército sublevado, tras la decisión del gobierno de José Giral de licenciar a las
tropas para evitar que la sublevación se extendiera, estuvo constituida por columnas improvisadas
integradas por unidades sueltas y por las milicias de las organizaciones obreras, que cuando estaban
mandadas por oficiales de carrera estos a menudo suscitaban sospechas de traición entre los combatientes.
Fue a partir de la formación del gobierno de Largo Caballero el 5 de septiembre de 1936 cuando se inició el
proceso de construcción de un verdadero ejército, con la militarización de las milicias y su integración en
las Brigadas Mixtas, primer paso para la creación del Ejército Popular que solo se logró tras la superación
de la crisis de los «sucesos de mayo de 1937» y la formación a continuación del gobierno de Juan Negrín.
Pero el ejército republicano siempre tuvo un problema estructural de difícil solución: la falta de mandos
profesionales (según los cálculos de Michael Alpert, solo un 14 % de los militares que figuraban en el
Anuario Militar de 1936 servían todavía en 1938 en el ejército de la República). Un problema que fue
especialmente acuciante en el caso de la Armada.82 Algo que reconoció el general republicano Vicente
Rojo, que escribió:83
Nada más conocerse el 17 de julio por la tarde que la sublevación militar había triunfado en el Protectorado
de Marruecos, el ministro de Marina José Giral (que dos días después acabaría presidiendo el gobierno de
la República tras la dimisión de Santiago Casares Quiroga y del gobierno «relámpago» de Diego Martínez
Barrio) ordenó que varios barcos de guerra de la Marina se dirigieran al estrecho de Gibraltar para que
bloquearan las plazas de Ceuta, Larache y Melilla y evitar así el paso a la península de las tropas coloniales.
De la base de Cartagena salieron los destructores Almirante Valdés, Lepanto y Sánchez Barcáiztegui, con
orden de navegar a máxima potencia hasta el estrecho.86 Gracias a que las dotaciones de esos barcos se
rebelaron contra sus oficiales, que estaban comprometidos en el golpe, los sublevados no pudieron disponer
inicialmente del Ejército de África, compuesto por la Legión Extranjera y los regulares (tropas formadas
por marroquíes mandados por oficiales españoles).82
También desde la ciudad condal se organizó una expedición a las islas Baleares, de las que solo Menorca
continuaba republicana. La operación iniciada el 8 de agosto al mando del capitán Bayo tuvo un éxito
inicial al conseguir ocupar una franja de la costa de Mallorca, pero el desembarco de Mallorca acabó en un
completo fracaso.90 Otro fracaso fue la ofensiva de Córdoba, «donde la situación estaba indecisa, lo que
constituyó una de las pocas iniciativas estratégicas republicanas». Fue organizada desde Albacete por el
general Miaja, cuyo jefe de Estado Mayor era el teniente coronel José Asensio Torrado, pero el avance se
detuvo pronto (el general Miaja situó su cuartel general en Montoro) y los republicanos no pudieron
reconquistar la Andalucía occidental, en manos de los sublevados especialmente después de la llegada de
los primeras unidades procedentes del Protectorado de Marruecos.90
La situación de bloqueo en que se encontraba el Ejército de África (la principal fuerza de combate con que
contaban los sublevados para tomar Madrid, una vez detenidas las columnas del general Mola en la sierra
de Guadarrama) se pudo superar gracias a la rápida ayuda que recibieron los sublevados de la Alemania
nazi y de la Italia fascista. El 26 de julio llegaron a Marruecos los primeros veinte aviones de transporte
alemanes Junker, que se podían convertir fácilmente en bombarderos, acompañados por cazas, y, cuatro
días después, el 30 de julio, los primeros nueve cazabombarderos italianos. Con estos medios aéreos el
general Franco, jefe de las fuerzas sublevadas de Marruecos, pudo organizar un puente aéreo con la
península para transportar a los legionarios y a los regulares, y además conseguir la superioridad aérea en el
estrecho. Así pues, el 5 de agosto pudo cruzarlo con una pequeña flota llamada por la propaganda de los
sublevados «Convoy de la Victoria».10 Sin embargo, el desbloqueo completo del paso del estrecho no se
produciría hasta más tarde, cuando el gobierno republicano decidió transferir la mayoría de sus barcos de
guerra al Cantábrico, lo que según el historiador Michael Alpert constituyó «quizá el mayor error de la
Guerra Civil». Esta decisión estuvo motivada, entre otras razones, por la negativa de Gran Bretaña, que
contaba con la flota naval de guerra más importante del Mediterráneo, a que el gobierno republicano
detuviera el tráfico neutral dirigido al territorio enemigo, por lo que los buques de guerra republicanos no
podrían impedir que los barcos mercantes alemanes e italianos desembarcaran material de guerra en los
puertos de Ceuta, Melilla, Cádiz, Algeciras o Sevilla, controlados por los sublevados.10
La rapidez con que cayeron una tras otra las poblaciones en el avance por Extremadura y el Tajo se debió
fundamentalmente a que el Ejército de África estaba integrado por las tropas mejor entrenadas y curtidas en
combate (legionarios y regulares), quizá las únicas verdaderamente profesionales en los primeros caóticos
meses de guerra.94 En cambio las fuerzas republicanas estaban integradas en su mayoría por milicianos a
los que les faltaba adiestramiento militar. «Eran indisciplinadas y tendían a huir, presas del pánico,
abandonando las armas, las cuales constituían fusiles y piezas sueltas de artillería, dado que el desbarajuste
originado en la capital por la sublevación no permitía una adecuada planificación militar. En julio y agosto
se perdió mucho material militar. En contraste, los sublevados se armaban cada vez más con material
extranjero, aparte del que tomaban al enemigo».92 Además los milicianos, cuya inmensa mayoría procedía
de las organizaciones obreras y los partidos de izquierda, desconfiaban de los militares profesionales que
pretendían mandarlos y por motivos ideológicos rechazaban la disciplina y la organización militares, a
excepción de los comunistas que propugnaban la completa militarización de las milicias y la creación de un
Ejército Popular siguiendo el modelo del Quinto Regimiento organizado por ellos.95
El día 8 de octubre, el Ejército de África alcanzó San Martín de Valdeiglesias, a unos cuarenta kilómetros
de Madrid, donde tomó contacto con las fuerzas sublevadas del norte al mando del general Emilio Mola,
que acababa de finalizar la campaña de Guipúzcoa tras tomar Irún, el 5 de septiembre y San Sebastián el
13 de septiembre, quedando el norte republicano rodeado por tierra por los «nacionalistas». Así pues, a
principios de octubre, las fuerzas sublevadas se habían desplegado en un semicírculo alrededor de Madrid
que partía de Toledo al sur y alcanzaba el noroeste a unos diez kilómetros al norte de El Escorial, y que se
encontraba entre 40 y 55 kilómetros de la capital. Aunque las fuerzas republicanas opusieron mayor
resistencia gracias a la reorganización militar emprendida por el gobierno Largo Caballero (con la
formación de las Brigadas Mixtas al mando en su mayoría de militares de carrera y en las que fueron
encuadradas las milicias, una militarización acompañada de la creación de la figura de los comisarios
políticos), las fuerzas «nacionales» fueron estrechando el semicírculo que atenazaba la capital (mientras que
en el norte el 17 de octubre rompían el cerco de Oviedo) y a principios de noviembre llegaron a los barrios
del sur de Madrid. «El ataque a Madrid marcó el final del primer periodo de la guerra».99
A primeros de noviembre los sublevados daban por hecho la toma de la capital del país. Radio Lisboa llegó
a anunciar de forma precipitada, a comienzos de ese mes, la caída de la ciudad (narrando incluso la entrada
triunfal de Franco a lomos de un caballo blanco).100 Ya el 5 de noviembre la columna jurídica que iba a
encargarse de la represión de los republicanos (ocho consejos de guerra, dieciséis juzgados instructores y
una Auditoría del Ejército de Ocupación), comandada por el coronel Ángel Manzaneque y Feltrer, se
agrupó en Navalcarnero -a treinta kilómetros de Madrid- para
aguardar la inminente victoria de las tropas franquistas.101
Dado que las fuerzas de los sublevados no eran superiores a las fuerzas republicanas que defendían Madrid
(unos 23 000 soldados), la penetración en la capital tendría que ser rápida y en un frente muy estrecho. Una
columna atravesaría el río Manzanares al norte del puente de los Franceses y avanzaría por la Ciudad
Universitaria de Madrid para luego bajar por el paseo de la Castellana. Otra columna cruzaría el parque del
Oeste para seguir por los bulevares y llegar a la plaza de Colón. Y una tercera cruzaría el barrio de Rosales
para alcanzar la plaza de España y la calle Princesa. Para apoyar este avance se consideraba fundamental
tomar el cerro de Garabitas en la Casa de Campo donde se podía situar la artillería y desde allí bombardear
la ciudad. El éxito de la operación dependía de que los republicanos creyeran que el ataque se produciría
por el sur y concentraran allí sus fuerzas, pero en la noche de 7 al 8 de noviembre, precisamente en el
momento que iba comenzar la batalla de Madrid, el teniente coronel Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor
de la defensa de Madrid, conoció los planes de los atacantes gracias a los papeles encontrados en el cadáver
de un oficial italiano del ejército sublevado.104
Entre los días 8 y 11 de noviembre se produjeron violentos combates en la Casa de Campo. El día 13 los
sublevados ocupaban el cerro de Garabitas y dos días después lograban cruzar el río Manzanares
adentrándose en la Ciudad Universitaria. Pero de allí no pudieron pasar gracias a la resistencia que
presentaron las fuerzas republicanas, reforzadas por la llegada de las primeras Brigadas Internacionales, de
unidades de tanques soviéticos T-26 (cuya primera intervención se había producido en la batalla de Seseña)
y de 132 aviones rusos «Moscas» y «Chatos» que disputaron la superioridad aérea a los 117 aviones de la
Legión Cóndor alemana. El 23 de noviembre el general Franco desistió de continuar el infructuoso ataque
frontal a la capital y el frente quedó ese día estabilizado.105
Fracasado el intento de envolver Madrid por el noroeste, los sublevados lo intentan por el sureste
avanzando hacia el río Jarama para cortar la vital carretera de Valencia, por donde llegaban a Madrid la
mayoría de sus suministros. La batalla del Jarama se inició el 4 de febrero con el ataque por unidades de la
Legión Española y fuerzas regulares marroquíes, apoyadas por carros de combate, a las posiciones
republicanas. El 11 de febrero tomaban el puente de Pindoque defendido por la compañía «André Marty»
de la XII Brigada Internacional que tuvo 86 muertos. Los sublevados prosiguieron su avance pero las
fuerzas republicanas apoyadas por unidades de tanques soviéticos dirigidos por el general «Pablo» (el
general Rodímtsev) y el dominio del aire de la aviación republicana gracias a los «Chatos» les obligó a
detenerse y renunciar a alcanzar la línea Arganda-Morata de Tajuña. Sin embargo los republicanos no
pudieron recuperar el terreno perdido y el frente quedó estabilizado el 23 de febrero de 1937. Fue el final
de la batalla del Jarama.109
Mientras se iniciaba la batalla del Jarama, se producía la toma de Málaga por los sublevados el 8 de febrero
de 1937, gracias especialmente a la intervención de las unidades motorizadas de la división de milicias
fascistas italianas («legionari» del CTV, Corpo di Truppe Volontarie) que había comenzado a llegar a
España dos meses antes enviada por Mussolini, imbuido de la idea de que el soldado fascista era muy
superior al combatiente «rojo». El ataque había comenzado el 14 de enero de 1937 avanzando desde
Ronda por el norte, siguiendo la carretera costera avanzando hacia Marbella por el oeste (con el apoyo de
los dos modernos cruceros Baleares y Canarias que bombardeaban desde el mar y contra los que poco
podían hacer los destructores y los más viejos y peor armados cruceros republicanos) y desde Granada
hasta Alhama por el noreste. Aunque las milicias republicanas consiguieron contener el ataque tierra
adentro, el día 5 de febrero convergieron varias columnas sobre Málaga encabezadas por las fuerzas
italianas. Esto obligó a retirarse a las milicias a la capital pero allí faltas de mandos, de fortificaciones para la
defensa y del apoyo de la flota republicana no tuvieron más remedio que emprender la huida hacia el este
por la carretera costera de Málaga y Almería acompañadas de miles de civiles mientras eran ametrallados y
bombardeados por la aviación italiana y los barcos de guerra de los sublevados. A los pocos días los
sublevados llegaban a Motril haciendo numerosos prisioneros y obteniendo grandes cantidades de
material.110 «Para el Gobierno republicano, la derrota demostró una profunda ineficacia y una falta de
energía moral y señaló el comienzo de la decepción de los comunistas con respecto a la actuación de Largo
Caballero como Jefe de Gobierno y ministro de la Guerra. Las salpicaduras llegaron a los mandos que
Largo había nombrado, los cuales fueron procesados como resultado de las investigaciones llevadas a cabo
después del desastre».111
El tercer y último intento de envolver Madrid fue una iniciativa del Corpo di Truppe Volontarie (CTV)
fascista italiano, a la que accedió el generalísimo Franco, y que dio lugar a la batalla de Guadalajara. La
idea italiana de la ofensiva era atacar Madrid desde el noreste dirigiéndose a Guadalajara y una vez tomada
esta ciudad cortar la carretera de Valencia y entrar en la capital. Para esta operación, en la que se seguiría la
táctica de lo que los generales italianos llamaban «guerra relámpago» (las previsiones eran que en una
semana, entre el 8 y el 15 de marzo de 1937, Madrid sería conquistada), se desplegaron buena parte de los
de los 48 000 soldados con que contaba entonces el CTV (integrados en cuatro divisiones con 4000
vehículos, 542 cañones y 248 aviones).112
El día 8 de marzo
comenzó el ataque y en la
noche del 9 al 10 de
marzo la 3.ª División
italiana tomaba Brihuega
y el día 11 Trijueque
encontrando una fuerte
resistencia de las fuerzas
republicanas, entre las que
Soldados italianos del Corpo Truppe se encontraban la XI y la Artilleros italianos del bando
Volontarie durante la batalla de XII Brigadas sublevado disparando un cañón en la
Guadalajara Internacionales (de las que batalla de Guadalajara.
formaba parte el batallón
Garibaldi integrado por
italianos antifascistas), apoyadas por las unidades de tanques soviéticos y por la aviación, y ayudadas por el
mal tiempo (los suelos embarrados por la lluvia dificultaba el avance de los vehículos e impedía el despegue
de los aviones de los campos encharcados, mientras que los aviones republicanos sí disponían de campos
de aviación utilizables). El 12 de marzo las tropas republicanas lanzaron una contraofensiva que hizo huir
desmoralizada a la 3.ª División italiana y permitió recuperar en los días siguientes Trijueque y Brihuega,
apoderándose de material abandonado por los italianos. El día 19 de marzo las fuerzas republicanas
detuvieron su avance y organizaron líneas de defensa. El 23 de marzo terminó la batalla de Guadalajara que
la prensa internacional liberal y de izquierdas llamó la «primera victoria contra el fascismo», destacando el
hecho de que muchos «legionari» del CTV habían sido capturados por los «garibaldini» de las Brigadas
Internacionales.112
«Con la ayuda rusa la República había podido responder a la amenaza que suponía la llegada de
armamento desde Italia y Alemania para el bando nacional. El Ejército Popular ya no consistía en bandas
sueltas de milicianos con improvisados mandos. Había demostrado saber retirarse a fortificaciones
preparadas, resistiendo con pequeñas retaguardias a la espera de refuerzos. Responder a esta técnica iba a
exigir otras capacidades de las que poseía el CTV».113
Entonces ambos ejércitos se reorganizaron (el «lehendakari» Aguirre en persona asumió el mando supremo
del ejército vasco) para atacar y defender respectivamente el conjunto de las fortificaciones alrededor de
Bilbao, el llamado «Cinturón de Hierro», que sin embargo había perdido gran parte de su utilidad porque el
ingeniero que las había diseñado, Alejandro Goicoechea, se había pasado al bando sublevado con los
planos de las mismas. Gracias a ellos, los «nacionales» pudieron penetrar por sus puntos débiles mientras la
ciudad de Bilbao era bombardeada por la artillería pesada y por la aviación (el 17 de junio cayeron veinte
mil obuses117 ). Finalmente Bilbao cayó el 19 de junio, sin que el gobierno de Valencia, presidido desde el
17 de mayo por el socialista Juan Negrín tras superar la crisis republicana de los «sucesos de mayo de
1937» hubiera podido organizar algún ataque en otros frentes que hubiera dificultado la gran concentración
de medios terrestres y aéreos desplegada por los «nacionales» en la Campaña de Vizcaya.118
Por fin a principios de julio las fuerzas republicanas lanzaron una ofensiva en el frente de Madrid para
aliviar la presión del ejército «nacionalista» en el norte. Así el 6 de julio comienza la batalla de Brunete
llamada así porque la lucha por la conquista de ese pueblo situado al oeste de Madrid por los republicanos
(que pretendía seguir después en dirección sureste para encontrarse con las otras fuerzas gubernamentales
que avanzarían desde el sur de la capital, lo que de tener éxito obligaría a los «nacionales» a ordenar un
repliegue general de sus fuerzas si no querían verse cercados) se convirtió en el elemento central de los
combates. El ataque hacia Brunete fue lanzado por el reorganizado V Cuerpo de Ejército republicano al
mando del comandante de milicias Juan Modesto apoyado por unidades de tanques T-26 soviéticos que
ocupó la localidad casi sin resistencia, pero el general Franco reaccionó rápidamente y envió unidades de la
Legión y de Regulares más las brigadas de Navarra y unos 150 aviones italianos y alemanes retirados del
frente del norte, deteniéndose así el ataque hacia Santander. Esto permitió a las fuerzas nacionales realizar el
contraataque.119 «Empezó así una batalla de desgaste bajo el tremendo sol veraniego, sin sombra ni agua,
que terminó arrojando un saldo de 40 000 bajas. La dura batalla concluyó el 26 de julio, por puro
agotamiento. El Ejército Popular Republicano había retenido importantes sectores del territorio que había
conquistado... aunque perdió Brunete. (...) [La batalla de] Brunete coincidía con el aniversario del principio
de la guerra. A partir de unas cuantas columnas sublevadas que luchaban contra milicias improvisadas se
habían formado dos ejércitos con un considerable apoyo de artillería y aviación».120
Terminada la batalla de Brunete las fuerzas «nacionales» se reorganizaron y reanudaron la Campaña del
Norte atacando Santander desde el sur por el puerto de montaña de Reinosa y desde el este siguiendo la
costa. La batalla de Santander comenzó el 14 de agosto con el ataque a Reinosa que fue ocupada solo dos
días después y cuya fábrica de armamento no fue destruida por los republicanos en su retirada en
desbandada. La resistencia republicana en la costa también se desplomó rápidamente ante el avance de las
unidades del CTV italiano gracias especialmente a la superioridad aérea (los republicanos no pudieron
enviar aviación a aquella zona debido a la lejanía de las bases) cuyos continuos bombardeos destrozaron y
desmoralizaron a las fuerzas republicanas mandadas por el general Mariano Gamir Ulibarri nombrado el 6
de agosto. El 24 de agosto, solo diez días después de iniciada la ofensiva, la ciudad de Santander (donde
escaseaban los víveres y el combustible debido al bloqueo naval de la armada sublevada) fue ocupada
después de que las fuerzas de orden público, una vez evacuados los mandos, izaron bandera blanca.121
«La historia de la campaña de Santander es la de un continuo avance, con ocasionales y breves resistencias.
Fueron muchos los prisioneros y los que se «pasaron», lo que daba fe del estado de desmoralización de las
filas republicanas».122
Aunque Belchite permaneció en manos de los republicanos los dos objetivos de la ofensiva de Zaragoza no
se consiguieron: ni se tomó la capital aragonesa ni se detuvo el avance «nacionalista» en el frente norte.
Tras la ocupación de Santander se inició el 1 de septiembre la ofensiva de Asturias por la costa y por el
interior para poner fin al último territorio de la franja norte republicana. Unos días antes se había formado
en Gijón (Oviedo continuaba ocupada por los «nacionalistas» desde el inicio de la guerra) el Consejo
Soberano de Asturias y León bajo la presidencia del socialista Belarmino Tomás, uno de los antiguos
dirigentes de la Revolución de Asturias de octubre de 1934, que intentó organizar la defensa, pero su
situación eran tan difícil como la de Santander. Los asturianos no tenían apoyo naval (solo disponían del
destructor Císcar) ni apoyo aéreo (los pocos aviones con que contaban eran muy inferiores a los de los
atacantes) y estaban sometidos al bloqueo naval de la armada sublevada lo que había provocado problemas
de abastecimientos civiles y militares agravados por la presencia de unos 300 000 refugiados procedentes
de otras zonas ocupadas por las tropas «nacionales». Así pues la resistencia al avance «nacionalista» fue
muy difícil de mantener por la carencia de material y alimentos y por el abandono de la zona desde aire y
mar y la desmoralización de las tropas dio lugar a retiradas desordenadas a causa del pánico. Sin embargo
hasta el 21 de octubre124 no fue tomado Gijón, el último reducto de la Asturias republicana y de todo el
norte.125 La mayoría de los prisioneros del Frente Norte fueron recluidos en el campo de Miranda de
Ebro.
Las consecuencias de la victoria «nacionalista» en la Campaña del Norte fueron muy importantes para el
curso de la guerra. «Franco pudo concentrar todas sus fuerzas en el centro de España y en el Mediterráneo,
y obtuvo el beneficio de una industria no destruida. La victoria restableció el orgullo de Mussolini [perdido
por la derrota de la batalla de Guadalajara, que en adelante cooperaría de buena gana con Franco. La
opinión internacional juzgaba que, una vez perdido el norte, la victoria era cuestión de tiempo».126
En noviembre de 1937 el gobierno republicano de Juan Negrín decidió trasladarse de Valencia a Barcelona
(donde desde noviembre de 1936 ya se encontraba el presidente de la República Manuel Azaña) para
«poner en pleno rendimiento la industria de guerra» catalana, que en los meses siguientes quedó bajo la
autoridad directa del gobierno de la República, para que supliera la pérdida de las importantes fábricas de
armamento de Vizcaya, Cantabria y Asturias, y también para «asentar definitivamente la autoridad del
gobierno en Cataluña», lo que relegó al gobierno de la Generalidad de Lluís Companys a un papel
secundario.127
El 12 de diciembre de 1937, la 11 División republicana al mando del jefe miliciano comunista Enrique
Líster corta las de vías de comunicación de la ciudad de Teruel con la retaguardia «nacional». Así da
comienzo la batalla de Teruel, cuya estrategia ha sido diseñada por el Jefe del Estado Mayor republicano, el
coronel Vicente Rojo. El objetivo es conquistar este saliente que en las líneas enemigas representaba Teruel
además de impedir el ataque de los «nacionales» contra Madrid previsto para el día 18 de diciembre y
alcanzar un éxito militar como era tomar una capital de provincia en manos de los sublevados desde el
inicio de la guerra para fortalecer la confianza interior y exterior en la causa republicana tras la derrota de la
Campaña del Norte en un momento en que la llegada de material bélico de la Unión Soviética estaba
reduciéndose a causa de las dificultades que estaba encontrando para pasar la frontera francesa por la caída
el gobierno del socialista Leon Blum. El general Franco reaccionó inmediatamente para romper el cerco de
Teruel pero como no pudo conseguirlo en el primer intento tuvo que enviar más fuerzas y suspender el
ataque previsto sobre Madrid (con lo que uno de los objetivos estratégicos republicanos de la ofensiva
sobre Teruel se había conseguido). Las bajas temperaturas y las nevadas dificultaron las acciones de los dos
ejércitos e impidieron que los «nacionales» rompieran el cerco, a pesar de gozar de superioridad aérea y
artillera, por lo que el coronel Domingo Rey d'Harcourt decidió rendirse el 8 de enero y las fuerzas
republicanas (la 46.ª División al mando del miliciano Valentín González «El Campesino») ocuparon la
ciudad.128 A partir de entonces las fuerzas «nacionales» redoblaron sus ataques para reconquistar Teruel
lanzando varias ofensivas que fueron minando las defensas y la moral de las fuerzas republicanas. El 7 de
febrero de 1938 alcanzaron la línea del río Alfambra y el 21 de febrero la ciudad estaba cercada. La
División 46 mandada por «El Campesino» escapó o huyó, según las diferentes versiones, y la ciudad fue
reconquistada por los «nacionales».129 «El valor de unos soldados bisoños mal conducidos, armados y
vestidos y enfrentados por rencores políticos [anarquistas frente a comunistas] poco podía hacer contra
tropas experimentadas y bien equipadas y, sobre todo, contra los bombardeos».130 El coronel Vicente
Rojo le escribió al ministro de Defensa de la República Indalecio Prieto sobre la retirada de Teruel de la
División 46:130
Tardaremos aún mucho tiempo para que los jefes de nuestro ejército se comporten como es
debido.
La batalla de Teruel mostró las debilidades del ejército republicano lo que indujo a Franco a posponer
definitivamente el ataque a Madrid para en su lugar lanzar la ofensiva de Aragón contra Cataluña y
Valencia. El ataque, que iba a extenderse por todo el frente de Aragón, comenzó al sur del río Ebro el 9 de
marzo donde el frente se derrumbó ante la gran concentración de
fuego artillero y de aviación. El día 14 el CTV tomaba Alcañiz y
el 17 los «nacionales» tomaban Caspe, después de haber
«reconquistado» Belchite. Lo mismo sucedió al norte del Ebro
donde tomaron Fraga el 27 de marzo y a principios de abril
llegaron a Lérida (donde la 101.ª Brigada Mixta mandada por el
jefe miliciano Pedro Mateo Merino impidió que cruzaran el río
Segre por allí). Al norte de Lérida avanzaron hasta el Noguera
Pallaresa y establecieron cabezas de puente en Balaguer y Tremp.
Una vez alcanzadas esas posiciones Franco descartó dirigirse hacia
Barcelona y optó por avanzar hacia el Mediterráneo al sur de la
desembocadura del Ebro, objetivo que alcanzaron el 15 de abril al Mapa de España en julio de 1938
llegar a Vinaroz, con lo que la zona republicana quedó dividida en después de la ofensiva de Aragón y
cuando comenzó la batalla del Ebro.
dos.131
Leyenda
Zona controlada por los sublevados
El fracaso de la batalla de Teruel y el derrumbe del frente de
República Española
Aragón provocaron la crisis de marzo de 1938 en el bando
Principales centros nacionalistas
republicano cuando el presidente del gobierno Juan Negrín intentó
Principales centros republicanos
que Indalecio Prieto cambiara de ministerio y dejara el de Defensa
ya que, como el presidente de la República Manuel Azaña, Prieto
consideraba que lo que había sucedido mostraba que el ejército
republicano nunca podría ganar la guerra y que había que negociar una rendición con apoyo franco-
británico. Pero al no conseguirlo Negrín le pidió a Prieto que abandonara al gobierno,132 recomponiendo a
continuación su gabinete el 6 de abril y asumiendo Negrín personalmente el Ministerio de Defensa,133 con
el coronel comunista Antonio Cordón como subsecretario de Guerra, que procedió a la reorganización de
las fuerzas republicanas agrupadas en dos grandes grupos de ejércitos, en consonancia con la división de la
zona republicana provocada por la llegada de los «nacionales» al Mediterráneo: el GERC (Grupo de
Ejércitos de la Región Centro-Sur) y el GERO (Grupo de Ejércitos de la Región Oriental).134 Las
posiciones del nuevo gobierno de Negrín con vistas a unas posibles negociaciones de paz quedaron fijadas
en su «Declaración de los 13 puntos», hecha pública en la significativa fecha del 1º de mayo de 1938.135
El 25 de julio de 1938 el republicano Ejército del Ebro, uno de los dos grandes cuerpos del ejército de que
se componía el recién creado GERO, cruza en barcazas por sorpresa el río Ebro entre Mequinenza y
Amposta con el objetivo de atacar desde el norte al ejército «nacional» que se acercaba a Valencia. Fue el
inicio de la batalla del Ebro que se convirtió para ambos bandos en una dura lucha de desgaste.138
Aunque el paso del Ebro por Amposta en la costa fue pronto liquidado por las fuerzas «nacionales» el
grueso del Ejército republicano llegó a las puertas de Gandesa en
el interior pero no logró tomar esta localidad debido a la fuerte
resistencia que opusieron las unidades de regulares y de
legionarios que la defendían y sobre todo porque
inexplicablemente la aviación republicana no protegió el avance y
la Legión Cóndor enviada rápidamente por el general Franco
dominó los aires y bombardeó y ametralló constantemente las
posiciones republicanas. Así que hacia el 2 o el 3 de agosto la
maniobra republicana había fracasado ya que no se iba a producir
ninguna irrupción de unidades republicanas en el territorio Mapa de la zona donde se desarrolló
la Batalla del Ebro
dominado por los sublevados.139 A partir de ese momento las
operaciones se centraron en la bolsa de territorio ganado por los
republicanos al sur del Ebro, que estos defendieron a toda costa
mientras que los «nacionales» intentaban desalojarlos de allí (a pesar de que algunos de los colaboradores
del general Franco le aconsejaron que abandonara el frente del Ebro una vez detenido el avance
republicano y reemprendiera la campaña contra Valencia, pero Franco pensó, sin embargo, «que con la
ayuda constante que recibía desde Alemania e Italia en aviación y artillería pesada, con su mayor
flexibilidad logística (frente a un enemigo que no podía llevar refuerzos a sus tropas por estar cerrada la
frontera francesa) y con el virtual bloqueo marítimo de las costas, podría destruir lentamente lo mejor de las
fuerzas de la República»).140 Después de tres meses de duros combates, que causaron más de 60 000
bajas por cada bando, los republicanos tuvieron que retirarse y volver a cruzar el Ebro en sentido contrario.
El 16 de noviembre lo hacían las últimas unidades poniendo fin así a la batalla del Ebro, la más larga de la
guerra y que supuso una nueva victoria para el bando sublevado.141
Mientras se desarrollaba la batalla del Ebro estalló la crisis de los Sudetes de Checoslovaquia que podía
conducir a la guerra en Europa. Negrín decidió entonces retirar las Brigadas Internacionales para conseguir
una actitud favorable hacia la República de las potencias democráticas Francia y Gran Bretaña y lo mismo
hizo el general Franco al reducir la presencia de tropas italianas (aunque conservando lo que realmente le
interesaba de la ayuda fascista italiana: la artillería, la aviación y los carros de combate) y garantizar a Gran
Bretaña y Francia que se mantendría neutral si estallara la guerra en Europa. Sin embargo el cierre de la
crisis con los acuerdos de Múnich del 29 de septiembre de 1938, según los cuales Checoslovaquia debería
entregar los Sudetes a Hitler, supuso una nueva derrota para la República en el plano internacional porque
el acuerdo significaba que las potencias democráticas, Francia y Gran Bretaña, continuaban con su política
de «apaciguamiento» respecto de la Alemania nazi, y si no intervenían para defender a Checoslovaquia
menos lo harían para ayudar a la República española.142 143
Los dos ejércitos salieron muy quebrantados de la batalla del Ebro, pero los «nacionales» lograron
rehacerse rápidamente, estando, a principios de diciembre de 1938, preparados para comenzar la ofensiva
de Cataluña, «que sería la última significativa de la guerra»,144 en un momento en que tras los acuerdos
de Múnich atacar Cataluña ya no implicaba el peligro de una reacción francesa («Francia y Gran Bretaña
habían aceptado, al menos tácitamente, la continuación de la presencia italiana en España, y solo deseaban
el fin del conflicto. Por su parte, Franco había garantizado su neutralidad en caso de una guerra
general»).144
El ataque a Cataluña se retrasó a causa del mal tiempo y finalmente comenzó el 23 de diciembre,
avanzando desde el sur y desde el oeste, encontrando una fuerte resistencia durante las dos primeras
semanas. Sobre el día 6 de enero, los restos del Ejército del Ebro habían quedado casi completamente
diezmados, mientras que el otro grupo de ejércitos del GERO, el Ejército del Este, se batía en retirada. El
jefe del Estado Mayor republicano, el general Vicente Rojo,
proyectó una maniobra de diversión en la zona centro-sur para
aliviar la presión sobre Cataluña, pero fracasó (hubo que desistir
del desembarco en Motril por la debilidad de la flota republicana,
«minada por la desidia, la indisciplina y la falta de una clara
dirección político-estratégica»; la ofensiva en el frente de
Extremadura tuvo escaso éxito dada la baja moral y la falta de
material y de medios de transporte que padecían los ejércitos de la
zona centro-sur (GERC) al mando del general Miaja).144
¡Qué ambiente tan distinto! ¡Qué entusiasmo entonces! ¡Y qué decaimiento ahora! Barcelona
cuarenta y ocho horas antes de la entrada del enemigo era una ciudad muerta... [Se] perdió
lisa y llanamente porque no hubo voluntad de resistencia, ni en la población civil, ni en
algunas tropas contaminadas por el ambiente.
Entre el 5 y el 11 de febrero los últimos restos de los dos ejércitos republicanos del GERO cruzaron
ordenadamente la frontera deponiendo sus armas y siendo internados a continuación en campamentos
improvisados situados en las playas francesas a la intemperie.148
Mientras las tropas republicanas cruzaban la frontera francesa, se producía la ocupación de Menorca por los
«nacionales» gracias a la intervención británica, la única que se produjo en la Guerra de España.149 Para
impedir que la estratégica isla de Menorca, que durante toda la guerra había permanecido bajo soberanía
republicana, pudiera caer bajo dominio italiano o alemán, el gobierno británico aceptó la propuesta del jefe
franquista de la Región Aérea de las Baleares, Fernando Sartorius, conde de San Luis, para que un barco
de la Royal Navy lo trasladara a Mahón y negociar allí la rendición de la isla a cambio de que las
autoridades civiles y militares republicanas pudieran abandonarla bajo protección británica. El gobierno
británico puso en marcha la operación sin informar al embajador republicano en Londres, Pablo de
Azcárate (que cuando más tarde se enteró presentó una protesta formal por haber prestado un buque
británico a un «emisario de las autoridades rebeldes españolas»). Así pues, en la mañana del 7 de febrero
arribaba al puerto de Mahón el crucero Devonshire con el conde de San Luis a bordo, donde se entrevistó
con el gobernador republicano el capitán de navío Luis González de Ubieta, quien tras intentar
infructuosamente contactar con Negrín, aceptó las condiciones de la rendición al día siguiente. A las 5 de la
madrugada del 9 de febrero el Devonshire partía de Mahón rumbo a Marsella con 452 refugiados a bordo.
Inmediatamente Menorca fue ocupada por los «nacionales» sin que participara ningún contingente ni
italiano ni alemán. La intervención británica dio lugar a un acalorado debate en la Cámara de los Comunes
el 13 de febrero durante el cual la oposición laborista acusó al gobierno conservador de Neville
Chamberlain de haber comprometido al Reino Unido en favor de Franco. Al día siguiente el representante
oficioso del general Franco en Londres, el duque de Alba, hizo llegar al secretario del Foreign Office lord
Halifax «la gratitud del generalísmo y del gobierno nacional» por colaborar en «reconquistar
Menorca».150
El día 9 de febrero cruzó la frontera francesa el presidente del gobierno, Juan Negrín, pero en Toulouse
cogió un avión para regresar a Alicante al día siguiente acompañado de algunos ministros con la intención
de reactivar la guerra en la zona centro-sur, el último reducto de la zona republicana.151 Allí se desató una
última batalla entre los que consideraban inútil seguir combatiendo y los que todavía pensaban que «resistir
es vencer» (esperando que las tensiones en Europa acabaran estallando y Gran Bretaña y Francia, por fin,
acudirían en ayuda de la República española, o que al menos impondrían a Franco una paz sin
represalias),152 pero el cansancio de la guerra y el hambre y la crisis de subsistencias que asolaba la zona
republicana estaban minando la capacidad de resistencia de la población.143 El problema para Negrín, que
instaló su cuartel general en la finca El Poblet en la localidad alicantina de Petrel (cuyo nombre en clave era
«Posición Yuste»), era cómo terminar la guerra sin combatir de manera distinta a la de entrega sin
condiciones. Su posición fue prácticamente insostenible cuando el 27 de febrero, Francia y Gran Bretaña
reconocieron al gobierno de Franco en Burgos como el gobierno legítimo de España, y al día siguiente el
presidente de la República Manuel Azaña que se encontraba en la embajada española en París renunció a
su cargo.153 Le sustituyó de forma provisional por el presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio, que
también se encontraba en Francia.154
Mientas tanto estaba muy avanzada la conspiración militar y política contra el gobierno Negrín dirigida por
el jefe del Ejército del Centro, el coronel Segismundo Casado, convencido de que «sería más fácil liquidar
la guerra a través de un entendimiento entre militares» por lo que había entrado en contacto a través de la
«quinta columna» con el Cuartel General del «Generalísimo» Franco para una rendición del ejército
republicano «sin represalias» al modo del «abrazo de Vergara» de 1839 que puso fin a la primera guerra
carlista (con la conservación de los empleos y cargos militares, incluida). Algo a lo que los emisarios del
general Franco nunca se comprometieron. Casado consiguió el apoyo de varios jefes militares, entre los que
destacaba el anarquista Cipriano Mera, jefe del IV Cuerpo de Ejército, y de algunos políticos importantes,
como el socialista Julián Besteiro, que también había mantenido contacto con los «quintacolumnistas» de
Madrid. Todos ellos criticaban la estrategia de resistencia de Negrín y su «dependencia» de la Unión
Soviética y del PCE, que eran los únicos que apoyaban ya la política de resistencia de Negrín.154
Consumado el golpe de Casado, el general Franco se negó a aceptar un nuevo «abrazo de Vergara», como
Mola también lo había rechazado en el primer día del golpe de 1936, y no concedió a Casado «ninguna de
las garantías imploradas casi de rodillas por sus emisarios [que solo se entrevistaron con miembros de baja
graduación del Cuartel General], y contestó a británicos y franceses, deseosos de actuar como
intermediarios en la rendición de la República para así contener la influencia alemana e italiana sobre el
nuevo régimen, que no los necesitaba y que el espíritu de generosidad de los vencedores constituía la mejor
garantía para los vencidos».159
En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus
últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. Burgos, 1º de abril de 1939, año de la
victoria. El Generalísimo. Fdo. Francisco Franco Bahamonde.
La guerra naval
En la guerra civil española predominaron las acciones terrestres sobre las marítimas, y las marinas de ambos
bandos evitaron las grandes acciones de guerra por motivos políticos y estratégicos.163 Así, después de los
combates por el control del estrecho de Gibraltar de 1936, las dos flotas no tuvieron «encuentros decisivos
en el mar» y «sus estrategias se movieron en contextos muy conservadores, tendentes sobre todo a la
conservación de sus efectivos».164 El historiador Michael Alpert, en su estudio titulado La guerra civil
española en el mar, afirma que las «dos marinas de guerra españolas tuvieron que rehacerse», pero que la
«gubernamental no consiguió estar a la altura del momento y, a pesar de contar con la mayoría de las
unidades de la flota, desempeñó un papel defensivo durante la mayor parte de la contienda». En cambio «la
Marina de los sublevados aprovechó al máximo sus exiguos recursos y la ayuda que recibió del
extranjero».165
Desde principios del siglo XX, la función primordial de la marina de guerra ya no era destruir los barcos del
enemigo, sino bloquear sus rutas marítimas y sus puertos e impedir sus movimientos en la costa. Esto es lo
que realizó cada vez con más éxito la marina del bando sublevado, mientras que la marina que permaneció
fiel al gobierno abandonó ese objetivo después de las primeras semanas y adoptó una posición defensiva
cuyo objetivo era proteger las comunicaciones marítimas propias, mientras los «nacionales» se esforzaban
en interferirlas.166
Al principio de la Guerra Civil, la marina republicana era muy superior a la que quedó en manos de los
sublevados, pues estaba integrada por la práctica totalidad de la Armada española de aquel entonces: el
acorazado Jaime I (botado en 1914); los cruceros ligeros Libertad (botado en 1925), Miguel de Cervantes
(botado en 1928) y Méndez Núñez (botado en 1923); dieciséis destructores en servicio o a punto de
entregar; siete torpederos; doce submarinos (del submarino Isaac Peral (C-1) al submarino C-6 y del
submarino B-1 al submarino B-6); un cañonero; cuatro guardacostas y la casi totalidad de la Aeronáutica
Naval.167 168
A pesar de contar con una flota tan importante, el problema residió en que a lo largo de la guerra no se
consiguieron superar los efectos de la represión que tuvo lugar en el momento del golpe de Estado de julio
de 1936 cuando la marinería y los suboficiales se rebelaron para impedir que los barcos se sumaran a la
sublevación, ya que la inmensa mayoría de la oficialidad era partidaria del golpe.163 En una fecha tan
avanzada como mayo de 1938, un informe presentado al presidente Juan Negrín sobre la situación de la
flota señalaba la ausencia de eficacia y de disciplina. «En general la moral ofensiva de los mandos es
pequeña y la moral de combate de las dotaciones es baja». Además, apuntaba la presencia de la quinta
columna franquista tanto en la Flota como en la base naval de Cartagena («Moral derrotista. Mucho fascista
con entera libertad de acción», se decía). Informes posteriores indicaban que la situación no había
mejorado.169
A diferencia de lo que ocurrió con el bando sublevado, que fue apoyado por las armadas italiana y
alemana, la República solo recibió de la URSS cuatro lanchas torpederas de clase G-5, además de unos
pocos mandos y especialistas en submarinos que, según un informe «reservado y confidencial» presentado
al presidente Negrín, eran «considerados —dentro de la Flota— como huéspedes molestos a los que hay
soportar con amabilidad. Lo mismo ocurre en la base naval de Cartagena».169 Por su parte, Francia y
Gran Bretaña solo participaron en alguna ocasión puntual para evitar el apresamiento de buques propios
por la flota «nacional».
Así pues, por encima de alguna victoria ocasional, como el hundimiento del Baleares a principios de marzo
de 1938 en la batalla del cabo de Palos, «la realidad era que la marina republicana se había centrado en el
servicio de protección del tráfico mercante, en el mantenimiento de un canal suministrador de pertrechos de
guerra y de alimentos».170 Pero ni siquiera esa función de escolta la desempeñó con pleno éxito, como se
señalaba en un informe del servicio secreto republicano (SIM) de enero de 1939 en el que después de
afirmar la «notoria inferioridad» de la marina de guerra republicana respecto de la Marina de los
«nacionales» se decía:169
Lo cierto es que la Marina de Guerra facciosa se ha incrementado sin hostilización por nuestra
parte... y que su Marina Mercante navega sin contratiempos por todos los mares, en tanto la
nuestra, perseguida y prácticamente indefensa, es presa fácil de los facciosos.
Al principio de la Guerra Civil, la marina del bando sublevado era muy inferior a la marina gubernamental
pues solo contaba con el acorazado España (botado en 1913 y que en julio de 1936 se encontraba en dique
seco); los cruceros ligeros República, rebautizado como Navarra, (botado en 1920 pero que se encontraba
en reparaciones y no entró en servicio hasta muy avanzada la guerra, en agosto de 1938), y el Almirante
Cervera (botado en 1928); el destructor Velasco (botado en 1923); cinco torpederos; tres cañoneras y cinco
guardacostas. Pero esta inferioridad se vio compensada muy pronto gracias al control de los sublevados del
principal astillero de la marina en Ferrol donde estaba prácticamente terminado el crucero pesado Canarias
—que entró en servicio en septiembre de 1936— y otro, el Baleares, a punto de ser entregado (entró en
servicio en diciembre de 1936), junto con los dos únicos dragaminas de España (el dragaminas Júpiter, que
entró en servicio a principios de 1937, y el dragaminas Vulcano, que entró en servicio a finales de ese
mismo año).167 172
La inferioridad inicial de los sublevados se vio compensada también con el apoyo con que contaron
prácticamente desde el inicio de la guerra de la Armada Italiana, que participó con cruceros auxiliares y
submarinos en el bloqueo de los envíos de armamento de la Unión Soviética, y de la alemana. El escándalo
producido al hundir un submarino italiano por error un destructor británico, hizo que la Italia Fascista dejara
de participar directamente en acciones de guerra navales, cediendo cuatro «submarinos legionarios» a los
«nacionales» y vendiéndoles cuatro destructores y dos submarinos.
Por su parte la Alemania nazi envió al Mediterráneo dos submarinos en la llamada Operación Úrsula,
hundiendo un U 34 alemán el submarino republicano C3 frente a Málaga. Los alemanes aportaron
cruceros, pero estos no intervinieron, salvo en el bombardeo de Almería por el Admiral Scheer el 31 de
mayo de 1937, efectuado en represalia por el ataque aéreo que había sufrido el 28 de mayo de 1937 el
acorazado de bolsillo Deutschland en Ibiza. Este llamado incidente del Deutschland fue efectuado
probablemente por tripulaciones rusas, sin conocimiento por parte del mando republicano. Pero el
escándalo internacional que provocó hizo que la República dijese que era un error y que se trataba de
aviones republicanos que creían atacar al crucero pesado Canarias. El bombardeo de Almería, que se había
producido abiertamente (exhibiendo el pabellón alemán), llegó a ser considerado como un posible motivo
para que la República declarara la guerra a Alemania (posición defendida por el coronel Rojo e Indalecio
Prieto, en búsqueda de la generalización del conflicto a toda Europa), pero finalmente se impuso la postura
contraria de Negrín y Azaña.173
Un informe del servicio secreto republicano (SIM) de enero de 1939 señalaba la desventaja de la marina
republicana respecto de la «marina de guerra facciosa», que contaba con «un total de cerca de 100 unidades
—contando entre ellas un gran número de cruceros auxiliares perfectamente artillados—».174
La guerra aérea y los bombardeos sobre poblaciones
La principal novedad en el campo de la guerra aérea de la
contienda española de 1936 a 1939 fue que «por primera vez en la
historia la aviación fue utilizada intensamente en misiones de
bombardeo sobre la retaguardia».175 Así «a partir de la guerra
civil española las víctimas podían estar a centenares de kilómetros
de los lugares del enfrentamiento bélico y ser sencillamente
población civil indefensa».176 Dado que la aviación militar
española en julio de 1936 estaba obsoleta esto solo fue posible
porque ambos bandos recibieron ayuda de potencias extranjeras
que aportaron sus modernos bombarderos: el bando sublevado los
Savoia-Marchetti S.M.81 y los Savoia-Marchetti S.M.79 de la Bombardeo de la Estación del Norte
Aviación Legionaria de la Italia fascista y los Junkers Ju 52 y de Valencia por aviones italianos en
Heinkel He 111 de la Legión Cóndor de la Alemania nazi; el 1937
bando republicano los Katiuskas de la Unión Soviética.176
El bando sublevado utilizó en repetidas ocasiones el «bombardeo de terror», como lo llaman Solé i Sabaté
y Villarroya, cuyo único objetivo era la población civil para desmoralizarla y empujarla a la rendición. Esta
estrategia la inició en Madrid cuando en noviembre de 1936 fracasó el ataque frontal contra la ciudad y la
continuó con el bombardeo de Durango, el bombardeo de Guernica, el bombardeo de Lérida, los
bombardeos aéreos de Barcelona en enero de 1938, los bombardeos aéreos de Barcelona en marzo de
1938,177 el bombardeo del mercado central de Alicante, el bombardeo de Granollers y los bombardeos
sobre diversas poblaciones catalanas en los meses finales de la guerra, especialmente los de Figueras, y
cuyas víctimas principales fueron mujeres y niños en un momento en que el ejército republicano ya no
existía en Cataluña.178 El único posible caso de «bombardeo de terror» por parte del bando republicano
fue el de Cabra en noviembre de 1938, pero todo parece indicar que se trató de un terrible error cometido
por los pilotos que confundieron el mercadillo de la ciudad con un campamento de tiendas de campaña de
una unidad italiana que, según la orden que habían recibido, había que buscar y destruir.179
Así en cuanto a las ciudades más devastadas por los bombardeos la lista la encabezan las tres principales
ciudades republicanas, Barcelona, Madrid y Valencia, seguidas por Tarragona, Reus, Lérida, Badalona,
Granollers, Gerona, San Feliu de Guíxols, Palamós, Figueras, Colera, Portbou y Perelló en Cataluña;
Alicante, Sagunto, Gandía, Denia y Cartagena en la costa de Valencia y Murcia; y en Vizcaya Durango y
Guernica, esta última convertida en el símbolo de las atrocidades de los bombardeos del bando sublevado,
y que tuvo un enorme impacto a nivel internacional.180 En cuanto al número de víctimas también existe
una enorme diferencia entre las causadas por los bombardeos republicanos, unas 1100, y las causadas por
los bombardeos del bando franquista, alrededor de 9000 (Barcelona 2500 muertos; Madrid, 2000; Valencia,
cerca de 1000; Alicante cerca de 500; Durango, Guernica, Lérida, Tarragona, Granollers, Figueras y
Cartagena más de doscientos muertos cada una; Bilbao, Reus, Badalona y Alcañiz cerca de 200; Játiva más
de 100 muertos; y pequeños pueblos cuyos muertos fueron inferiores a este número).181
Así fue como «la aviación se convirtió en un arma decisiva y la actuación de la aviación italiana y alemana
fue determinante en la victoria del ejército franquista».176
Otros hitos de la guerra aérea durante la guerra civil española son que durante la misma probablemente se
efectuó el primer puente aéreo de la historia; que en los aviones de caza empezó a primar el techo y la
velocidad lo que supuso el fin de los biplanos y además se demostró su importancia para el dominio del aire
y evitar así los bombardeos enemigos (incluso por la noche); que se realizaron ataques aéreos a unidades
navales, en puerto y en el mar; que se emplearon aviones de bombardeo en picado para lanzar víveres y
mensajes de ánimo a posiciones sitiadas, como el Alcázar de Toledo o el Santuario de Santa María de la
Cabeza, y para los «bombardeos ideológicos», mediante el lanzamiento de octavillas y soflamas a las
ciudades que estaban en la retaguardia, como el «bombardeo del pan» sobre Alicante.
La construcción del «Nuevo Estado» fue acompañada de la destrucción de todo lo que tuviera que ver con
la República. Así en la zona sublevada, al contrario de lo que estaba sucediendo en la otra zona (en la que
se había desencadenado la Revolución), se procedió a una «contrarrevolución», llevándose a cabo «una
sistemática represión de las personas, las organizaciones y las instituciones que en alguna forma, real o,
incluso, imaginaria, pudieran entenderse ligadas a esa República revolucionaria, o en manos de
revolucionarios, a la que se decía combatir».183
La muerte el 20 de julio del general Sanjurjo, exiliado en Estoril, a causa del accidente que tuvo nada más
despegar el avión en el que tenía que dirigirse desde Lisboa hacia Pamplona para ponerse al frente de la
sublevación, dejó a los generales sublevados sin el jefe que iba a encabezar el levantamiento.184 Para
suplir en parte la carencia de un mando único los generales y jefes sublevados constituyeron en Burgos el
24 de julio una Junta de Defensa Nacional presidida por el general de más graduación y más antiguo,
Miguel Cabanellas.185 Su Decreto número 1 establecía que asumía «todos los poderes del Estado»185 y
en sucesivos decretos extendió el estado de guerra que los sublevados habían proclamado en cada sitio a
toda España (lo que sirvió de base para someter a consejos de guerra sumarísimos a todos los que se
opusieran a la rebelión militar),186 ilegalizó los partidos y sindicatos del Frente Popular y prohibió todas
las actuaciones políticas y sindicales obreras y patronales «mientras duren las actuales circunstancias»
(Decreto del 25 de septiembre).187
Pero lo más urgente era lograr la unidad de mando militar.186 Así el 21 de septiembre de 1936 tuvo lugar
en una finca de los alrededores de Salamanca la primera reunión a la que asistieron los generales de la Junta
de Defensa Nacional, con el añadido de los generales Orgaz, Gil Yuste y Kindelán. Allí los reunidos
discutieron sobre la necesidad del mando único de las fuerzas
sublevadas y nombraron para el cargo al general Franco pues era
quien mandaba el ejército que estaba a punto de conseguir la
entrada en Madrid (el Ejército de África estaba cerca de Maqueda
a solo 100 kilómetros de la capital) y el que había obtenido la
ayuda de la Alemania nazi y de la Italia fascista, y que venía
tratando con ellos. Pero una vez decidido el mando único en el
terreno militar aún quedaba por dilucidar el mando político.188
El 28 de septiembre de 1936, el mismo día en que el Alcázar de Toledo fue liberado, se celebró la segunda
reunión de los generales en Salamanca para decidir quién ostentaría el mando político. El elegido fue el
general Franco al que sus compañeros de sublevación nombraban no solo «Generalísimo de las fuerzas
nacionales de tierra, mar y aire», sino también «Jefe del Gobierno del Estado español, mientras dure la
guerra».98 Pero cuando fue publicado al día siguiente el decreto n.º 138 de la Junta de Defensa Nacional
con su nombramiento se había introducido un importante cambio en el texto: se había suprimido la coletilla
«mientras dure la guerra», y al nombramiento del general Franco como «Jefe del Gobierno del Estado
Español» se le añadía «quien asumirá todos los poderes del nuevo Estado». Este decreto de 29 de
septiembre de 1936 sería el fundamento de la legitimidad del poder del «Generalísimo» durante los
siguientes 39 años.187
Se produjeron contactos entre falangistas y carlistas pero no fructificaron y todo el proceso no dejó de crear
tensiones en el seno de ambos partidos que se tradujeron en el caso de los falangistas en los «sucesos de
Salamanca» de abril de 1937, durante los cuales varios falangistas murieron en los enfrentamientos entre los
partidarios de la fusión y de la supeditación al poder militar (encabezados por Sancho Dávila y Agustín
Aznar) y los contrarios a ella (encabezados por Manuel Hedilla).195
Finalmente, el Cuartel General de Franco decidió actuar, y el mismo día en que los falangistas contrarios a
la fusión celebraron un Consejo Nacional en el que eligieron a Manuel Hedilla como «jefe nacional», el
domingo 18 de abril,196 el propio general Franco anunció que se iba a promulgar al día siguiente un
Decreto de Unificación de Falange y la Comunión Tradicionalista, que pasaban a estar ahora bajo su
jefatura directa como «jefe nacional» del mismo.197
Franco una semana después mandó detener a Manuel Hedilla (junto con otros falangistas disidentes)
cuando se negó a integrarse en la Junta Política del nuevo partido como simple vocal y además comunicó a
sus jefes provinciales que obedecieran únicamente sus propias órdenes.198 «Para que no quedara duda
sobre la ubicación del poder en lo que ya comenzaba a llamarse Nuevo Estado, Hedilla fue juzgado y
condenado a muerte por su manifiesta actuación de indisciplina y de subversión frente al Mando y el Poder
únicos e indiscutibles de la España nacional. A todos debía quedar claro que la unidad de mando militar
sería en el futuro unidad de mando político».199 Pero Franco siguió los consejos de la hermana del
«Ausente» Pilar Primo de Rivera (líder del sector «puro» de Falange), de Serrano Suñer y del embajador
alemán e indultó a Hedilla, aunque este pasó cuatro años en la cárcel y cuando salió de ella quedó apartado
de la vida política.200
En los estatutos del «partido único», publicados el 4 de agosto, se estableció que el «caudillo» solo sería
«responsable ante Dios y ante la Historia», y ante nadie más.201
Dos meses antes, el 3 de junio, en plena Campaña del Norte el general Mola, el «director» de la
conspiración militar que había dado el golpe de Estado de julio de 1936 con el que comenzó la Guerra
Civil, moría cuando el avión en el que viajaba se estrelló en una colina del pueblo de Alcocero, cerca de
Burgos.202 Mola solía emplear el avión con frecuencia en sus desplazamientos y no existen pruebas de
que hubiera sabotaje, aunque la muerte favorecía claramente a Franco al eliminar al «director» como
rival.202 El embajador alemán escribió poco después: «Sin duda Franco se siente aliviado por la muerte
del general Mola».203
En octubre de 1937 fueron nombrados por el «Generalísmo» Franco los 50 miembros del Consejo
Nacional de FET y de las JONS, pero no pasó de ser un órgano meramente consultivo.204 Lo mismo se
podía decir de la FET y de las JONS, cuya única actividad quedaba reducida en la práctica a efectuar
propaganda.205 Sin embargo, los dirigentes de Falange ocuparon muchos de los puestos más importantes
en la administración del «Nuevo Estado» y en el partido.203
Será este gobierno el que inicie el proceso de institucionalización del «Nuevo Estado», con la
promulgación del «Fuero del Trabajo», basado en la Carta del lavoro del fascismo italiano,208 y que
constituyó la primera de las siete Leyes Fundamentales de la Dictadura Franquista que funcionaron a modo
de «constitución» del nuevo régimen;209 210 la derogación del Estatuto de Autonomía de Cataluña de
1932 y la promulgación de una serie de órdenes y decretos que prohibían el uso del catalán en los
documentos públicos y en la conversación privada;210 la Ley de Prensa que sometía a los periódicos a la
censura previa y atribuía al gobierno el nombramiento de los directores de periódicos;210 la reintroducción
de la pena de muerte que había abolido la República;209 la aprobación de una Ley de Enseñanza Media
que garantizaba a la Iglesia católica una absoluta autonomía en la educación secundaria.210
Según Julián Casanova el fascismo y el catolicismo fueron las dos ideologías sobre cuya amalgama se
construyó el «Nuevo Estado». El proceso de fascistización era evidente por la exaltación del líder, el
«Caudillo», como el Führer o el Duce; el saludo brazo en alto establecido como «saludo nacional»; los
uniformes y la simbología falangista; etc. Y al mismo tiempo proliferaban los ritos y manifestaciones
religiosas católicas como las procesiones, las misas de campaña o las ceremonias político-religiosas que
imitaban supuestas formas medievales.208
El 19 de abril de 1939, diecinueve días después del «último parte» en el que Franco declaraba «la guerra ha
terminado», se celebró en Madrid el desfile de la Victoria presidido por el «caudillo». Antes de empezar la
parada militar el general Varela le impuso «en nombre de la Patria» a Franco la Gran Cruz Laureada de San
Fernando, «que tanto había ambicionado desde sus campañas africanas y que tuvo que acabar
autootorgándosela» en un decreto firmado por él mismo y que fue leído por el general conde de Jordana al
inicio del acto. Al día siguiente el diario ABC de Madrid titulaba su crónica: «España, en el gran desfile
militar ante el Caudillo, muestra al mundo el poderío de las armas forjadoras del nuevo Estado». Un mes
después el general Franco ofrendaba su espada de caudillo victorioso a Dios en una ceremonia celebrada el
20 de mayo en la iglesia madrileña de Santa Bárbara y presidida por el cardenal primado de Toledo Isidro
Gomá.211
A causa de esta decisión de «entregar armas al pueblo» el Estado republicano perdió el monopolio de la
coerción, por lo que no pudo impedir que se iniciara una revolución social, ya que las organizaciones
obreras no salieron a la calle «exactamente para defender la República... sino para hacer la revolución. (...)
Un golpe de estado contrarrevolucionario, que intentaba frenar la revolución, acabó finalmente
desencadenándola».215
Los comités que surgieron por todas partes eran autónomos y no reconocían límites a sus actuaciones,218
pero la paradoja fue que al mismo tiempo la revolución no acabó con el Estado republicano, sino que
simplemente lo ignoró y lo redujo a la inoperancia. En Cataluña se constituyó el Comité Central de Milicias
Antifascistas, pero el gobierno de la Generalidad no fue destituido y continuó en su puesto. En Valencia
apareció el Comité Ejecutivo Popular. En Málaga y Lérida surgieron sendos Comités de Salud Pública. En
Cantabria, Gijón y Jaén, comités provinciales del Frente Popular (Comité de Guerra de Gijón, Comité
Popular de Sama de Langreo, etc). En Vizcaya, una Junta de Defensa. En Madrid se constituyó un Comité
Nacional del Frente Popular, que organizaba milicias y la vida de la ciudad, pero junto a él seguía
existiendo el gobierno de José Giral formado solo por republicanos de izquierda.219
Pero el gobierno Giral, a pesar de que el poder real no estaba en sus manos, no dejó de actuar,
especialmente en el plano internacional. Fue este gobierno el que pidió la venta de armas al gobierno del
Frente Popular de Francia, y al no conseguirla, luego a la Unión Soviética, para lo cual dispuso de las
reservas del oro del Banco de España. En el plano interior destituyó a los funcionarios sospechosos de
apoyar la sublevación y dictó las primeras medidas para intentar controlar las «ejecuciones»
indiscriminadas, arbitrarias y extrajudiciales de «fascistas» que llevaban a cabo decenas de «tribunales
revolucionarios», también conocidos como «checas», montadas por las organizaciones y partidos obreros
que habían impuesto el «terror rojo» en Madrid y en otros lugares. Así el gobierno Giral creó los tribunales
especiales «para juzgar los delitos de rebelión y sedición y los cometidos contra la seguridad del Estado».
Sin embargo estos «tribunales populares» no acabaron con las actividades de las «checas» que siguieron
asesinando «fascistas» mediante los «paseos» (detenciones ilegales que acababan con el asesinato del
detenido y cuyo cadáver eran arrojado en una cuneta o junto a la tapia de un cementerio) o las «sacas»
(excarcelaciones de presos que supuestamente iban a ser puestos en libertad pero que en realidad eran
llevados al paredón).220
Cuando el 3 de septiembre de 1936 el Ejército de África sublevado tomó Talavera de la Reina (ya en la
provincia de Toledo, después de haber ocupado Extremadura), y además también caía Irún en manos de los
sublevados (con lo que el norte quedaba aislado del resto de la zona republicana), José Giral presentó la
dimisión al presidente de la República Manuel Azaña.93
El nuevo gobierno de Largo Caballero, autoproclamado «gobierno de la victoria», enseguida concluyó que
había que dar prioridad a la guerra, y de ahí el programa político que puso en marcha inmediatamente, cuya
principal medida fue la creación de un nuevo ejército y la unificación de la dirección de la guerra (que
incluía la incorporación de las milicias a las Brigadas Mixtas y la creación del cuerpo de comisarios). Así
pues, los dirigentes sindicales de UGT y CNT al aceptar e impulsar este programa «estuvieron de acuerdo
en que la implantación del comunismo libertario, a que aspiraba la CNT, o de la sociedad socialista, que
pretendía la UGT, debía esperar al triunfo militar».222
Pero todas estas medidas no consiguieron paralizar el avance hacia Madrid del Ejército de África y el 6 de
noviembre ya estaba a punto de entrar en la capital. Ese día el gobierno decidió abandonar Madrid y
trasladarse a Valencia, encomendando la defensa de la ciudad al general Miaja que debería formar una
Junta de Defensa de Madrid. «Una salida precipitada, mantenida en sigilo, sobre la que no se dio
explicación pública alguna».102 «Quienes se quedaron en Madrid no pudieron interpretar estos hechos
sino como una vergonzosa huida... sobre todo porque los madrileños fueron capaces de organizar su
defensa. Madrid resistió el primer embate y rechazó los siguientes, deteniendo así el avance del ejército
rebelde».103
El segundo gran objetivo del gobierno de Largo Caballero fue restablecer la autoridad del gobierno y de los
poderes del Estado.223 Pero no se resolvieron las tensiones con los gobiernos de las «regiones autónomas»
de Cataluña y el País Vasco, ni con los consejos regionales que habían surgido en otros sitios. En Cataluña,
el gobierno de la Generalidad, que el 26 de septiembre incorporó a varios consejeros de la CNT y del
POUM por lo que el Comité de Milicias Antifascistas quedó disuelto, organizó su propio ejército y el 24 de
octubre aprobó el decreto de colectividades, cuestiones ambas que excedían el ámbito de sus competencias.
En cuanto al País Vasco, el 1 de octubre las Cortes aprobaban el Estatuto de Autonomía de Euskadi y el
nacionalista vasco José Antonio Aguirre fue investido «lehendakari» del gobierno vasco, entre cuyos
miembros no incluyó a ningún representante de la CNT (en el País Vasco no había habido revolución social
ni apenas violencia anticlerical y las iglesias continuaron abiertas). Aguirre construyó un Estado «cuasi
soberano» sobre el territorio vasco que todavía no había sido ocupado por el bando sublevado y que
prácticamente se reducía a Vizcaya. Además de una policía vasca, la Ertzaina, creó un ejército propio y no
aceptó el mando del general que envió el gobierno de Madrid para ponerse al frente del Ejército del Norte.
En cuanto al Consejo de Aragón, dominado por los anarquistas, el gobierno de Largo Caballero no tuvo
más remedio que legalizarlo.224
En la primavera de 1937, tras la decisión de Franco de poner fin por el momento a la toma de Madrid
después de la victoria republicana en la batalla de Guadalajara, se abría la perspectiva de una guerra larga y
pronto estalló la crisis entre las fuerzas políticas que apoyaban a la República.225 El conflicto fundamental
fue el que enfrentó a los anarquistas de la CNT, que defendían la compatibilidad de la revolución con la
guerra,226 227 y a los comunistas del Partido Comunista de España (PCE) y del PSUC en Cataluña, que
entendían que la mejor forma de frenar la sublevación militar era restablecer el Estado republicano y
aglutinar a todas las fuerzas de la izquierda política, incluidos los partidos de la pequeña y mediana
burguesía, por lo que debía paralizarse la revolución social y dar prioridad a la guerra. Sin embargo, Santos
Juliá afirma, en contra de la opinión de otros historiadores, que en la primavera de 1937 entre las fuerzas
que apoyaban al gobierno de Largo Caballero «la divisora no corría entre guerra y revolución sino entre
partidos y sindicatos» porque la prioridad dada a la guerra ya se había decidido el 4 de septiembre cuando
se formó el gobierno de Largo Caballero, al que dos meses después se sumaron los cuatro ministros
anarquistas.228
La crisis estalló por los enfrentamientos iniciados en Barcelona el lunes 3 de mayo de 1937 cuando un
destacamento de la Guardia de Asalto por orden de la Generalidad intentó recuperar el control sobre el
edificio de la Telefónica en la plaza de Cataluña, en poder de la CNT desde las jornadas «gloriosas» de
julio de 1936. Varios grupos anarquistas respondieron con las armas y el POUM se sumó a la lucha. En el
otro bando, la Generalidad y los comunistas y socialistas unificados en Cataluña bajo un mismo partido (el
PSUC) hicieron frente a la rebelión, que ellos mismos habían provocado, y la lucha se prolongó varios días.
El viernes 7 de mayo la situación pudo ser controlada por las fuerzas de orden público enviadas por el
gobierno de Largo Caballero desde Valencia, ayudadas por militantes del PSUC, aunque la Generalidad
pagó el precio de que le fueron retiradas sus competencias sobre orden público.229 El enfrentamiento en
las calles de Barcelona fue relatado por el británico George Orwell en su Homenaje a Cataluña.
Los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona tuvieron una repercusión inmediata en el gobierno de Largo
Caballero. La crisis la provocaron el día 13 de mayo los dos ministros comunistas que amenazaron con
dimitir si Largo Caballero no dejaba el Ministerio de la Guerra (el PCE especialmente desde la caída de
Málaga el 8 de febrero le hacía responsable de las continuas derrotas republicanas), y que disolviera el
POUM. En este ataque a Largo Caballero contaban con el apoyo de la fracción socialista de Indalecio
Prieto, que controlaba la dirección del PSOE, que como los comunistas querían eliminar del gobierno a las
organizaciones sindicales, UGT y CNT, y reconstruir el Frente Popular. Largo Caballero se negó a aceptar
las dos condiciones de los comunistas y al no encontrar los apoyos suficientes para su gobierno dimitió el
17 de mayo. El presidente Manuel Azaña, que también estaba en desacuerdo con la presencia de las dos
centrales sindicales en el gobierno, nombró a un socialista «prietista», Juan Negrín, nuevo jefe de gobierno.
Al día siguiente el órgano de la CNT Solidaridad Obrera declaraba en su editorial: «Se ha constituido un
gobierno contrarrevolucionario».230
El nuevo gobierno que formó el socialista Juan Negrín en mayo de 1937 respondió al modelo de las
coaliciones de Frente Popular: tres ministros socialistas ocupando las posiciones fundamentales (el propio
Negrín, que mantuvo la cartera de Hacienda que ya había ostentado en el gobierno de Largo Caballero,
Indalecio Prieto, sobre el que recayó toda la responsabilidad en la conducción de la guerra, al ser nombrado
al frente del nuevo Ministerio de Defensa, y Julián Zugazagoitia en Gobernación), dos republicanos de
izquierda, dos comunistas, uno del PNV y otro de Esquerra Republicana de Catalunya.231 Según Santos
Juliá, detrás de este gobierno estaba Manuel Azaña, que pretendía «un gobierno capaz de defenderse en el
interior y de no perder la guerra en el exterior. (...) Con Prieto a cargo de un Ministerio de Defensa
unificado, sería posible defenderse; con Negrín en la presidencia, se podían abrigar esperanzas de no perder
la guerra en el exterior».232
La política del nuevo gobierno tuvo cinco ejes fundamentales, algunos ya iniciados por Largo Caballero: la
culminación de la formación del Ejército Popular233 y el desarrollo de la industria de guerra (lo que llevó
al gobierno a trasladarse de Valencia a Barcelona en noviembre de 1937 para, entre otras razones, «poner
en pleno rendimiento la industria de guerra» catalana);127 la continuación de la recuperación por el
gobierno central de todos los poderes, con la justificación de que la dirección de la guerra así lo reclamaba
(fue disuelto el Consejo de Aragón, último baluarte de la CNT; el traslado del gobierno de Valencia a
Barcelona para «asentar definitivamente la autoridad del gobierno en Cataluña» relegó al gobierno de la
Generalidad de Lluís Companys a un papel secundario).234 mantenimiento del orden público y la
seguridad jurídica (con Zugazagoitia en Gobernación e Irujo en Justicia, se redujeron las ejecuciones
«extrajudiciales» y las actividades de las «checas», pero en la «desaparición» del líder del POUM el
gobierno dejó hacer a los comunistas y a los agentes soviéticos del NKVD);235 se dieron garantías a la
pequeña y mediana propiedad;236 se intentó cambiar la política de «no-intervención» de Gran Bretaña y
Francia por la de mediación en el conflicto, para que presionaran a Alemania e Italia y cesaran en su apoyo
a los sublevados, con el objetivo final de alcanzar una «paz negociada», pero no se consiguió nada.237 El
gran derrotado de esta línea política fue el sindicalismo, tanto el de la UGT y como el de la CNT.238 Por el
contrario, los que resultaron más reforzados fueron los comunistas, de ahí la acusación lanzada contra
Negrín de ser un «criptocomunista».
Negrín era consciente de que la supervivencia de la República no solo dependía del fortalecimiento del
Ejército Popular y de que se mantuviera la voluntad de resistencia de la población civil en la retaguardia,
sino también de que Francia y Gran Bretaña pusieran fin a la política de «no intervención» o de que al
menos presionaran a las potencias fascistas para que estas a su vez convencieran al «Generalísimo» Franco
para que aceptara un final negociado. Negrín pensaba que su política era la única posible. Como dijo en
privado «no se puede hacer otra cosa». Así pues, su idea era resistir para negociar un armisticio que evitara
el «reinado de terror y de venganzas sangrientas» (las represalias y fusilamientos por parte de los
vencedores sobre los vencidos) que Negrín sabía que Franco iba a imponer, como efectivamente acabó
sucediendo.239
Además Negrín, el general Vicente Rojo Lluch, jefe del Estado Mayor, y los comunistas, creían posible que
el ejército republicano aún era capaz de una última ofensiva, que se inició el 24 de julio de 1938, dando
comienzo así a la batalla del Ebro, la más larga y decisiva de la Guerra Civil. Pero después de tres meses de
duros combates, se produjo una nueva derrota del ejército republicano que tuvo que volver a sus posiciones
iniciales, «con decenas de miles de bajas y una pérdida considerable de material de guerra que ya no podría
utilizarse para defender Cataluña frente a la decisiva ofensiva franquista».143
Poco antes de que finalizara la batalla del Ebro se produjo otro hecho que también fue determinante para la
derrota de la República, esta vez procedente del exterior. El 29 de septiembre de 1938 se firmaba el acuerdo
de Múnich entre Gran Bretaña y Francia, por un lado, y Alemania e Italia, por otro, que cerraba toda
posibilidad de intervención de las potencias democráticas a favor de la República. De las misma forma que
ese acuerdo supuso la entrega de Checoslovaquia a Hitler, también supuso abandonar a la República
Española a los aliados de nazis y fascistas.143 De nada sirvió que en un último intento desesperado de
obtener la mediación extranjera Negrín anunciara ante la Sociedad de Naciones el 21 de septiembre, una
semana antes de que se firmara el acuerdo de Múnich, la retirada unilateral de los combatientes extranjeros
que luchaban en la España republicana, aceptando (sin esperar a que los «nacionales» hicieran lo propio) la
resolución del Comité de No Intervención que proponía un Plan de retirada de voluntarios extranjeros de la
Guerra de España. El 15 de noviembre de 1938, el día de antes del fin de la batalla del Ebro, las Brigadas
Internacionales desfilaban como despedida por la avenida Diagonal de Barcelona. En el campo rebelde, por
su parte, en octubre de 1938, seguros ya de su superioridad militar y de que la victoria estaba cerca,
decidieron reducir en un cuarto las fuerzas italianas.240
La última operación militar de la guerra fue la campaña de Cataluña, que acabó en un nuevo desastre para
la República. El 26 de enero de 1939 las tropas de Franco entraban en Barcelona prácticamente sin lucha.
El 5 de febrero ocupaban Gerona.151 Cuatro días antes, «el día 1 de febrero de 1939, en las sesiones
celebradas por lo que quedaba del Congreso en el castillo de Figueras, [Negrín] redujo los 13 puntos a las
tres garantías que su gobierno presentaba a las potencias democráticas como condiciones de paz:
independencia de España, que el pueblo español señalara cuál habría de ser su régimen y su destino y que
cesara toda persecución y represalia en nombre de una labor patriótica de reconciliación. Pocos días
después, hizo saber a los embajadores francés y británico que estaba dispuesto a ordenar un cese inmediato
de las hostilidades si su gobierno obtenía garantías de que no habría represalias. Pero no las recibió».241
El día 6 de febrero, las principales autoridades republicanas, encabezadas por el Presidente Azaña,
cruzaban la frontera seguidos de un inmenso éxodo de civiles y militares republicanos que marchaban al
exilio. El día 9 de febrero hacía lo mismo el presidente del gobierno, Juan Negrín, tras la salida del último
soldado de Cataluña,242 pero en Toulouse cogió un avión para regresar a Alicante el día 10 de febrero
acompañado de algunos ministros con la intención de reactivar la guerra en la zona centro-sur. El único
apoyo con el que contaba ya Negrín, además de una parte de su propio partido (el PSOE quedó dividido
entre «negrinistas» y «antinegrinistas»), eran los comunistas.151
Los regímenes fascistas europeos (Alemania e Italia) y el Portugal Soldados de las Brigadas
salazarista apoyaron desde el principio a los militares sublevados, Internacionales
mientras que la República, tras negarle su ayuda Francia y Gran
Bretaña que optaron por la política de No Intervención, obtuvo el
apoyo de la URSS y de las Brigadas Internacionales a partir de octubre de 1936, siendo estas de mayoría
ciudadanos franceses. Este «apoyo internacional a los dos bandos fue vital para combatir y continuar la
guerra en los primeros meses. La ayuda italo-germana permitió a los militares sublevados trasladar el
Ejército de África a la península a finales de julio de 1936 y la ayuda soviética contribuyó de modo
decisivo a la defensa republicana de Madrid en noviembre de 1936».245 246
Hay un aspecto humanitario de la dimensión internacional de la Guerra Civil que no hay que olvidar: que la
mayoría de las embajadas y legaciones extranjeras de Madrid y algunos consulados de capitales de
provincia dieron asilo político a miles de españoles de ambos bandos que se encontraban en peligro de
muerte.247
Gran Bretaña y Francia veían que la «guerra de España» podía complicar aún más el difícil juego
estratégico que se desarrollaba a escala europea. Por ello, la primera orientación de la diplomacia de esas
potencias fue la de procurar el aislamiento del conflicto español. A esa estrategia se debió la política sobre
la «No-Intervención» al que se sumaron 27 países de Europa y que dio nacimiento al Comité de No
Intervención con sede en Londres.248 Estados Unidos, por su parte, contempló la posibilidad de eludir el
pacto y levantar el embargo sufrido por la República española, motivada por la preocupación con que la
Administración Roosevelt veía el auge del nazismo; pero la oposición mostrada a ambos lados del Atlántico
por la jerarquía eclesiástica católica, deseosa de una victoria franquista, frustró tal iniciativa.249
La «no intervención» estuvo determinada por la política británica de «apaciguamiento» (appeasement
policy) de la Alemania nazi, a la que se vio arrastrado el gobierno del Frente Popular de Francia, que solo
contaba con los británicos ante una posible agresión alemana. Además las simpatías del gobierno
conservador británico se fueron decantando hacia el bando sublevado, ante en el temor de que España
cayera «en el caos de alguna forma de bolchevismo» (en palabras del cónsul británico en Barcelona) si
ganaba la guerra el bando republicano.244 250
La idea partió del gobierno francés, consciente de que, ya que no podían ayudar a la República (porque ello
supondría abrir un gran conflicto interno en la sociedad francesa y además enturbiaría las relaciones con su
aliado «vital», Gran Bretaña), al menos podrían impedir la ayuda a los sublevados. El gobierno británico se
sumó enseguida al proyecto, aunque el mismo «ponía en el mismo plano a un Gobierno legal y a un grupo
de militares rebeldes».250 El primer ministro galo, el socialista Léon Blum, tras denegar a los negociadores
de Largo Caballero el paso del armamento adquirido por la República Española a través de territorio
francés, llegó a exclamar: «¡Es un crimen el que todos estamos cometiendo con España!».251
Pero en la práctica la política de «no intervención» se convirtió en una «farsa», como la calificaron algunos
contemporáneos, porque Alemania, Italia y Portugal no suspendieron en absoluto sus envíos de armas y
municiones a los sublevados.252 La República, que a partir de octubre de 1936 comenzó a recibir la ayuda
soviética, denunció ante la Sociedad de Naciones la intervención de las potencias fascistas en favor de los
sublevados, aunque estas nunca fueron amonestadas.244
Ante el fracaso del golpe de Estado de julio de 1936 (en cuanto a la toma inmediata del poder), los militares
sublevados obtuvieron ayuda rápidamente de la Italia fascista y de la Alemania nazi. Las ayudas en
hombres al bando sublevado se materializaron en la Legión Cóndor alemana (unos 6000 hombres) y el
Corpo di Truppe Volontarie italiano (un máximo de 40 000), más un contingente de combatientes
portugueses denominados Viriatos.253 Para que no hubiera duda de su compromiso con la causa del bando
sublevado, el 18 de noviembre de 1936 (en plena batalla de Madrid), Italia y Alemania reconocieron
oficialmente al «Generalísimo» Franco y a su Junta Técnica del Estado como el gobierno legítimo de
España.254 En cuanto a armamento, según Julio Aróstegui, los sublevados recibieron de Italia y de
Alemania 1359 aviones, 260 carros de combate, 1730 cañones, fusiles, y municiones para todo ello.253
Los combatientes alemanes, italianos y portugueses eran soldados regulares a los que se les proporcionaba
una paga en su país de origen, aunque la propaganda de los sublevados siempre los presentó como
«voluntarios». Los voluntarios genuinos fueron unos mil o mil quinientos hombres, entre los que
destacaron la Brigada Irlandesa del general Eoin O'Duffy, integrada por unos 500-900 efectivosd que
habían venido a combatir a España para «librar la batalla de la cristiandad contra el comunismo» (aunque
solo participaron en la batalla del Jarama y unos meses después volvieron a Irlanda), y 300-500 franceses
de la organización ultraderechista Croix-de-feu (luego convertida en el Partido Social Francés) que
constituyeron el batallón Jeanne d'Arc.257 e También hubo voluntarios de la Guardia de Hierro rumana,
que acudieron para la «batalla contra la bestia de color escarlata del Apocalipsis». En menor medida,
combatieron entre los sublevados algunos rusos blancos, así como ultraderechistas, católicos y antisemitas
de toda Europa.260 También hay que contar entre los extranjeros que participaron en el bando sublevado a
los miles de marroquíes del Protectorado español de Marruecos que fueron enrolados de forma intensiva en
las tropas de Regulares del Ejército de África a cambio de una paga.254
La razón principal de la ayuda de la Alemania nazi a Franco fue que Hitler consideró que en la «inevitable»
guerra europea que iba a estallar en los próximos años sería mejor contar en España con un gobierno
favorable encabezado por militares anticomunistas que por uno republicano que reforzaría sus vínculos con
Francia (y con su aliada Gran Bretaña) y con la Unión Soviética.261 En la decisión de Hitler también
contaron otros dos factores, uno ideológico (según la propaganda nazi la guerra de España era una
confrontación entre «fascistas» y «marxistas», responsabilizando a la Unión Soviética y al «comunismo
internacional» de haberla causado)262 y otro militar (experimentar nuevas armas y nuevas tácticas, lo que
se concretó en el despliegue en la zona sublevada de una unidad aérea completa, apoyada por tanques y
cañones antiaéreos, denominada la «Legión Cóndor»).254 Se probaron los cazas Messerschmitt Bf 109 y
Junkers Ju 87 A/B y los bombarderos Junkers Ju 52 y Heinkel He 111. Asimismo estrenó en España sus
tácticas de bombardeo sobre ciudades. Aunque no fue el único, el más famoso fue el bombardeo de
Guernica representado por Picasso en su cuadro Guernica, expuesto en el pabellón español de la
Exposición Universal de París de 1937.
México apoyó la causa republicana de forma militar, diplomática y moral: proveyendo a las fuerzas leales
de 20 000 rifles, municiones (se habla de un aproximado de 28 millones de cartuchos), 8 baterías, algunos
aviones y comida, así como creando asilos para cerca de 25 000 españoles republicanos, dando protección,
techo y comida a miles de intelectuales, familias y niños que llegaron al puerto de Veracruz y otros puertos
del Golfo de México. Argentina cooperó en la evacuación de asilados hacia Francia con dos buques de la
Armada Argentina, el ARA 25 de mayo y el ARA Tucumán.
Dada su cercanía, Francia colaboró con la acogida de los exiliados provenientes de Cataluña por los
Pirineos y también los llegados en barco. También colaboró con la movilización ciudadana para la
incorporación a las Brigadas Internacionales. Más tarde los exiliados republicanos serían los que se
alistarían en los batallones de extranjeros del ejército francés para la defensa de la nación frente a la
conquista alemana en 1940 y la defensa de la Francia Libre en los territorios del norte de África hasta la
llegada de las tropas americanas y británicas, también formarían parte de la tercera batalla de Narvik o de la
liberación de París .274
La República financió la guerra con las reservas de oro del Banco de España que envió a la Unión
Soviética (lo que la propaganda franquista llamó el «oro de Moscú»), menos una cuarta parte que fue
vendida a Francia. El «oro de Moscú» estaba destinado «al pago del armamento adquirido a Rusia y otros
países que hubo de abonarse siempre, mientras que las entregas alemanas e italianas [a los sublevados] eran
gratis o con pago diferido en mercancías. Se evalúa el oro salido [hacia Moscú] en 510 toneladas, con un
valor de 530 millones de dólares de la época. Hoy sabemos que no hay más «oro de Moscú» que ese, que
fue invertido en su totalidad en la compra de armas».275
La oportunidad y el acierto de la decisión del gobierno de Largo Caballero de depositar en Moscú la mayor
parte de las reservas de oro del Banco de España (a donde llegaron a principios de noviembre de 1936) ha
sido objeto de polémica entre los historiadores. Unos afirman, siguiendo fundamentalmente las
investigaciones de Ángel Viñas, que el gobierno republicano no tenía otra opción, debido a la hostilidad
que habían mostrado hacia la República los bancos de Gran Bretaña y Francia, por lo que la Unión
Soviética era la única que garantizaba armamento y alimento a cambio de oro. Por el contrario Pablo
Martín-Aceña, un investigador especializado en la financiación de la Guerra Civil, cree que el gobierno de
la República decidió con precipitación antes de haber explorado otras opciones, como Francia e incluso
Estados Unidos.276
La propaganda franquista dijo que el oro del Banco de España (al que llamó el «oro de Moscú») había sido
robado por la República y entregado a Stalin sin contrapartidas,277 pero las investigaciones de Ángel
Viñas han demostrado que el «oro de Moscú» se gastó en su totalidad en compras de material bélico. Por su
parte el Banco de Francia adquirió 174 toneladas de oro, una cuarta parte del total de las reservas, por las
que pagó a la Hacienda republicana 195 millones de dólares. En total, entre el «oro de Moscú» (tres cuartas
partes de las reservas del Banco de España) y el «oro de París» (una cuarta parte, del que la propaganda
franquista nunca habló) las autoridades republicanas obtuvieron 714 millones de dólares que fue el coste
financiero de la Guerra Civil para la República. En Rusia no quedó nada del oro español y las reservas
estaban prácticamente agotadas en el verano de 1938. El problema fue que debido a la política de «no
intervención» en muchas ocasiones los emisarios de la República fueron estafados por los traficantes de
armas que les vendieron equipos obsoletos a precios mucho mayores del coste real.278 Los gobiernos
republicanos también fueron estafados por la propia Unión Soviética, como ha señalado Gerald Howson, o
por Polonia y otros países que abusaron de la precaria situación republicana para venderles «chatarra
bélica».279
Por su parte el bando sublevado, como no contaba con oro, sufragó la mayor parte del coste de la guerra
(unos 700 millones de dólares, una cantidad similar a la gastada por la República) mediante créditos
obtenidos de Italia y de Alemania.280 La Alemania nazi se cobró una parte del material de guerra que
suministró «en especie» (un sistema ideado por Hermann Goering) con alimentos, materias primas y
minerales españoles que llegaban a Alemania a través de dos compañías creadas con tal fin (HISMA y
ROWAK). Algo parecido ocurrió con Italia, por lo que las dos potencias fascistas sustituyeron a Francia y
Gran Bretaña como los primeros clientes comerciales de España.281 Asimismo los sublevados también
obtuvieron ayuda económica y financiera de empresas y hombres de negocios de Gran Bretaña, Francia y
los Estados Unidos, especialmente de aquellos que más simpatizaban con la «causa nacional» (por ejemplo,
las empresas norteamericanas y británicas Texaco y Shell les vendieron a crédito petróleo durante toda la
guerra).282 El bando sublevado también recibió ayuda financiera de españoles ricos como Juan March,
que aportó 15 millones de libras esterlinas, o del exrey Alfonso XIII, que donó 10 millones de
dólares.283 284
Aunque la motivación religiosa no aparece en ninguno de los bandos de pronunciamiento del golpe de
Estado en España de julio de 1936,285 la conversión del golpe de Estado en una «cruzada» o «guerra
santa» en defensa de la religión, se produjo rápidamente, lo que resultó muy oportuno para legitimar el
golpe militar.286 Esta sacralización de la guerra se acentuó sobre todo cuando comenzaron a llegar a la
zona sublevada las primeras noticias de la salvaje persecución religiosa que se había desencadenado en la
zona republicana, donde el alzamiento militar había fracasado.287 José María Pemán, uno de los
principales ideólogos del bando sublevado escribió: «el humo del incienso y el humo del cañón, que sube
hasta las plantas de Dios, son una misma voluntad vertical de afirmar una fe y sobre ella salvar un mundo
y restaurar una civilización».288
La mayoría de los obispos españoles esperaron a que el Vaticano se pronunciara antes de hacer pública su
visión de la guerra, pero esto no ocurrió hasta el 14 de septiembre de 1936 cuando el papa Pío XI
pronunció el discurso La vostra presenza en su residencia veraniega de Castelgandolfo en una audiencia
pública a un grupo de unos 500 católicos españoles que habían conseguido huir de la zona republicana,
muchos de ellos gracias a la ayuda de las autoridades republicanas, especialmente de la Generalidad de
Cataluña. Pero en el discurso el papa no utilizó el término de «cruzada» para referirse al conflicto bélico en
España sino el de «guerra civil» «entre los hijos del mismo pueblo, de la misma madre patria» e hizo una
exhortación final a amar a los enemigos.289 De hecho, en la zona
sublevada, del discurso solo se publicaron aquellos párrafos que
parecían ratificar la condición de cruzada de la guerra civil y se
suprimió toda la segunda parte en que se exhortaba a amar a los
enemigos. Los obispos españoles, que al principio solo conocieron
el discurso de Pío XI en esta versión propagandística, hicieron
públicas inmediatamente encendidas pastorales a favor de los
sublevados, entre las que destacó la del obispo de Salamanca
Enrique Pla y Deniel, publicada el 30 de septiembre de 1936, solo
un día antes de que el general Franco fuera proclamado
generalísmo y jefe del Gobierno del Estado, bajo el título Las dos El papa Pío XI, fotofrafiado en su
despacho
ciudades y en la que declaraba la guerra como una «cruzada por la
religión, la patria y la civilización» (cuando Pla y Deniel conoció
la versión completa no se retractó en absoluto de su pastoral, como
tampoco lo hicieron el resto de obispos).290 De esta forma «Franco contó con el apoyo y bendición de la
Iglesia católica».291 En el mismo sentido se expresó el cardenal Isidro Gomá, arzobispo de Toledo y
primado de España:
¿La guerra de España es una guerra civil? No; una lucha de los sin Dios [...] contra la
verdadera España, contra la religión católica.
La Guerra de España, 1936–1939, página 261.
Dos meses después se hizo pública la Carta colectiva de los obispos españoles con motivo de la guerra en
España que fue redactada por el cardenal primado de Toledo Isidro Gomá a instancias del «Generalísimo»
Francisco Franco que le pidió el 10 de mayo de 1937 que, dado que el episcopado español le apoyaba,
publicara «un escrito que, dirigido al episcopado de todo el mundo, con ruego de que procure su
reproducción en la prensa católica, pueda llegar a poner la verdad en su punto».295 La «verdad» que
pretendía el general Franco que se difundiera en este documento estaba destinada a contrarrestar la condena
hecha por amplios sectores del catolicismo europeo y americano más avanzado de los asesinatos cometidos
por los «nacionales» de catorce sacerdotes en el País Vasco y de miles de obreros y campesinos en toda la
zona sublevada, además de su rechazo a considerar a la guerra civil española como una cruzada o guerra
santa.296
El objetivo que perseguía Franco con la carta colectiva de ganarse a la opinión católica mundial en favor de
la causa del bando sublevado lo logró plenamente porque prácticamente los obispos de todo el mundo
adoptaron a partir de entonces el punto de vista sobre la guerra civil española que manifestaba la carta
colectiva, sobre todo por la descripción que se hacía en ella de la persecución religiosa que se había
desencadenado en la zona republicana.297 Sin embargo, cinco obispos no la suscribieron. Entre ellos se
encontraba el obispo exiliado de Vitoria Mateo Múgica Urrestarazu que «no podía firmar un documento en
el que, respondiendo a la acusación de que en la zona franquista también había una dura represión, se
elogiaban los principios de justicia y el modo de aplicarla de los tribunales militares».298 Tampoco la firmó
el cardenal Vidal y Barraquer, que era sin duda el caso más significativo de los cinco porque se trataba tal
vez de la figura más destacada de aquel momento de la Iglesia Católica en España. La negativa a firmar la
carta se basó en que él «creía que en aquella guerra fratricida la Iglesia no debía identificarse con ninguno
de los dos bandos, sino más bien hacer obra de pacificación».298
Con inmenso gozo nos dirigimos a vosotros, hijos queridísimos de la Católica España, para
expresaros nuestra paterna congratulación por el don de la paz y de la victoria, con que Dios
se ha dignado coronar el heroísmo cristiano de vuestra fe y caridad, probado en tantos y tan
generosos sufrimientos.
El 20 de mayo de 1939, un mes después del desfile de la Victoria presidido en Madrid por Franco, tuvo
lugar en la Iglesia de Santa Bárbara de Madrid) una ceremonia político-religiosa «medievalizante que
quería representar en forma de drama sacro la ideología de la guerra santa que acababa de concluir» en la
que el general Franco con uniforme de capitán general, camisa azul (de Falange) y boina roja (de los
requetés) acompañado de su esposa entró bajo palio en el templo (mientras el órgano hacía sonar el himno
nacional) donde ofrendó la espada de la victoria a Dios.303 A continuación el cardenal Gomá, que presidía
la ceremonia acompañado de diecinueve obispos (y en presencia del nuncio del Vaticano monseñor
Cicognani), bendijo al «caudillo» hincado de rodillas ante él:304
El señor sea siempre contigo. Él, de quien procede todo Derecho y todo Poder y bajo cuyo
imperio están todas las cosas, te bendiga y con amorosa providencia siga protegiéndote, así
como al pueblo cuyo régimen te ha sido confiado. Prenda de ello sea la bendición que te doy
en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Días después, el 11 de junio de 1939, es el propio papa Pío XII quien recibe en ceremonia solemne en el
Vaticano a tres mil trescientos legionarios en el marco de una gira de celebración de la victoria por
Alemania e Italia (el día antes habían desfilado ante Mussolini), delegación encabezada por el ministro
Ramón Serrano Suñer. El pontífice bendijo a las tropas y afirmó que habían sido "los defensores de la fe y
de la civilización".305
En cuanto al número de víctimas un folleto de propaganda franquista editado en París en 1937 cifró el
número en 16 750 sacerdotes y el 80 % de los miembros de las órdenes religiosas. Estas cifras se
mantuvieron como las oficiales durante las dos primeras décadas de la dictadura franquista hasta que en
1961 el sacerdote Antonio Montero Moreno (que después sería obispo de Badajoz) publicó el único estudio
sistemático y serio que se ha realizado hasta ahora, citando por sus nombres a las víctimas. Según ese
estudio titulado Historia de la persecución religiosa en España 1936-1939307 fueron asesinados en la
zona republicana 12 obispos, 4184 sacerdotes seculares, 2365 religiosos y 263 monjas.308 Queda
pendiente conocer el número de los seglares católicos que fueron asesinados no por lo que supuestamente
hubieran hecho individualmente sino por pertenecer a una asociación confesional católica o meramente por
ser católicos practicantes.309
Lo que las investigaciones posteriores a la de Montero Moreno han aclarado es que el mayor número de
asesinatos se produjo entre julio y septiembre de 1936 cuando los miembros del clero eran apresados y
ejecutados sin ningún tipo de juicio. A partir de la última fecha comenzaron a funcionar los tribunales
populares bajo el impulso del nuevo gobierno de Largo Caballero que dieron unas mínimas garantías
jurídicas a los detenidos y las condenas solían acabar con penas de prisión y no con la muerte. Tras los
sucesos de mayo de 1937 y la formación del gobierno de Juan Negrín en el que el ministerio de justicia fue
ocupado por el católico del PNV Manuel de Irujo cesaron completamente los asesinatos y la mayoría de los
sacerdotes que estaban en prisión fueron puestos en libertad. Sin embargo, la prohibición del culto público
católico continuó así como otras medidas revolucionarias. solo al final de la guerra con la desbandada del
ejército republicano hacia la frontera francesa volvieron a producirse nuevas víctimas entre los miembros
del clero, entre las que destaca el obispo de Teruel Anselmo Polanco Fontecha.310 Así pues, según el
historiador y monje benedictino Hilari Raguer, «no se puede negar la trágica realidad de las matanzas del
verano del 36, pero es confusionario pretender que el terror hubiera durado hasta el final de la guerra».310
Las autoridades republicanas (especialmente los gobiernos autónomos de Cataluña y del País Vasco)
intentaron evitar los asesinatos de sacerdotes y religiosos, y en general de las personas de derechas y de
militares. En el País Vasco el gobierno de José Antonio Aguirre consiguió dominar la situación y allí no
hubo persecución religiosa. En Cataluña, a pesar de que el poder efectivo lo tenían los cientos de comités
revolucionarios fundamentalmente anarquistas que habían surgido tras la derrota de la sublevación del 19
de julio, la Generalidad presidida por Lluís Companys consiguió poner a salvo a miles de personas de
derechas amenazadas, y entre ellas numerosos sacerdotes (empezando por la cabeza de la Iglesia en
Cataluña, el arzobispo de Tarragona cardenal Vidal y Barraquer que había sido detenido por un grupo de
milicianos) y religiosos (entre ellos 2142 monjas),311 concediéndoles pasaportes y fletando barcos
franceses e italianos para que pudieran huir al extranjero,312 aunque no pudo evitar que cientos de ellos
fueran ejecutados por ser católicos.313
La excepción la constituyó el País Vasco republicano pues allí no hubo persecución religiosa y el culto
católico se desarrolló con normalidad. La razón fue que el Partido Nacionalista Vasco (PNV), un partido
católico, permaneció fiel a la República.292
En el gobierno que formó el socialista Juan Negrín tras los sucesos de mayo de 1937 el católico y
nacionalista vasco Manuel Irujo ocupó el ministerio de Justicia que era el departamento que
tradicionalmente en España se ocupaba de los asuntos religiosos. El encargo que recibió Irujo de Negrín
fue que intentara normalizar la vida religiosa en la zona republicana.316 El primer fruto de la nueva política
fue la tolerancia al culto doméstico por lo que las misas celebradas en casas particulares ya no fueron
perseguidas ni, con algunas pocas excepciones, daban lugar a detenciones, a pesar de que en ocasiones se
convertían en reuniones favorables a los sublevados.317
En cuanto al restablecimiento del culto público el gobierno se encontró con la rotunda oposición de los
anarquistas, por un lado, y, por otro, por la de algunos católicos republicanos y de las autoridades
eclesiásticas que pensaban que las iglesias no se podían reabrir sin más olvidando los asesinatos y los
incendios de los primeros meses de la guerra, además de que todo ello se podría convertir en un
instrumento de la propaganda republicana.318 El gobierno llegó a enviar en secreto a Roma a un
eclesiástico para que hiciera saber al Vaticano su propósito de normalizar la vida eclesiástica y reconciliarse
con la Iglesia.319 Pero la respuesta del Vaticano fue evasiva sin comprometerse en nada.320
Un nuevo gesto de reconciliación con la Iglesia se produjo el 17 de octubre de 1938 cuando cuatro
ministros del gobierno presidieron el entierro católico del oficial vasco capitán Vicente Eguía Sagarduy
muerto en combate, al que se le dio gran publicidad en la prensa y que tuvo gran impacto a nivel
internacional.321 El paso siguiente fue la creación el 8 de diciembre de 1938 del Comisariado de Cultos de
la República encargado de proteger la libertad religiosa y de cultos, al frente del cual Negrín nombró a un
colega católico y amigo suyo Jesús María Bellido Golferichs, que aceptó el cargo «cumpliendo un deber de
católico». Pero el culto público no tuvo tiempo para ser restablecido a causa de la ofensiva de Cataluña que
lanzó el «Generalísimo Franco» el 23 de diciembre de 1938 y que en solo mes y medio ocupó toda
Cataluña. Así pues, la reapertura de los templos católicos en Cataluña no fue obra de la República sino que
la trajeron las tropas de Franco (cuando ya se habían hecho los preparativos para reabrir al culto una de las
capillas de la catedral de Tarragona, los «nacionales» entraron en la ciudad el 15 de enero).322
En la zona bajo control de la República, los enfrentamientos entre milicias y facciones opuestas también
sirvieron de coartada a episodios de represión sangrientos, como en el caso de las jornadas de mayo de
1937 en Barcelona, narradas por el escritor inglés George Orwell en su obra Homenaje a Cataluña, basada
en su experiencia de primera mano.
Terminada la guerra, el bando republicano fue acusado por el bando sublevado de la comisión de crímenes
desde los primeros días de la guerra. Las principales acusaciones se refieren a la persecución religiosa
contra los católicos,324 325 la creación de centros de detención semiclandestinos (checas) donde se
torturaba y asesinaba a los sospechosos de simpatizar con el bando contrario326 y la realización de
asesinatos masivos como las matanzas de la Cárcel Modelo de Madrid327 y de Paracuellos.328 El régimen
franquista promovió una extensa investigación sobre estos hechos conocida como Causa General329 330
que, pese a haber sido realizada con parcialidad y sin las suficientes garantías procesales, contó con
abundantes pruebas documentales y testificales.
Por su parte, los delitos de los vencedores nunca fueron investigados ni enjuiciados. Numerosas voces del
ámbito jurídico como Baltasar Garzón (exmagistrado español de la Audiencia Nacional), Carlos Jiménez
Villarejo (fundador de la asociación Justicia Democrática),15 Raúl Zaffaroni (penalista y magistrado de la
Corte Suprema de Argentina),16 así como diversas asociaciones de víctimas del franquismo y otros,
sostienen que el bando sublevado cometió actos de genocidio y crímenes contra la humanidad, ya que en la
documentación ahora disponible, como los archivos militares de la época, se demostraría que sus planes
incluyeron el exterminio y persecución sistemática de la oposición política, la violación de las mujeres de la
zona republicana,331 332 la imposición de tests físicos y psicológicos a presos para vincular su ideología
con enfermedades mentales o el robo sistemático de niños a padres republicanos para eliminar la
«contaminación» ideológica, a los que todavía se oculta su verdadera identidad.
Por considerar que dichos actos, por su naturaleza de crímenes contra la humanidad no pueden prescribir ni
ser absueltos, el magistrado-juez Baltasar Garzón inició un proceso para investigar los hechos, basándose
en el que ya había impulsado infructuosamente contra el exdictador chileno Augusto Pinochet, afirmando
que no se buscaba «hacer una revisión en sede judicial de la Guerra Civil».17 Entre otras consideraciones,
argumentó la acusación de genocidio de acuerdo con el derecho español,f citando al auto 211/2008 del
Juzgado Central de Instrucción número dos (caso SS-Totenkopf o Genocidio nazi), mediante el cual se
consideraba delitos de genocidio y lesa humanidad los cometidos contra los españoles recluidos en los
campos de concentración nazis con motivaciones políticas o ideológicas.17 18 333 La Audiencia Nacional
decidió por mayoría de votos y sin hacer ninguna valoración acerca del carácter delictivo de los hechos
denunciados, que el Juzgado Central de Instrucción número cinco dirigido por Garzón carecía de
competencia objetiva para investigarlos, al considerar extinguida la posible responsabilidad penal de los
investigados a causa de su fallecimiento.334 Los magistrados discrepantes consideraron que el juzgado sí
era competente al ser los hechos investigados «delitos de lesa humanidad y genocidio», por constituir una
«sistemática y masiva eliminación de adversarios políticos» tras la contienda.335
Por otro lado, está abierto un proceso en el Tribunal de Estrasburgo de Derechos Humanos para el estudio
del "dinero rojo" incautado durante la contienda, estimado en 40 millones de euros actuales.336
Consecuencias
Económicas
El pago del gasto de la guerra por ambos bandos fue muy elevado. El haber usado el gobierno republicano
las reservas de oro para comprar armamento acabó con las reservas monetarias de la zona republicana. El
bando sublevado tuvo que abonar mucho dinero tras finalizar el conflicto, en gran parte dejando que
Alemania explotara las reservas mineras de la Península y del África española del momento, por lo que
hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial casi no tuvieron posibilidad alguna de obtener ingresos.
España había quedado devastada en algunas zonas, con pueblos totalmente asolados. La economía
española tardaría décadas en recuperarse.[cita requerida]
El número de muertos en la guerra civil española solo puede ser estimado de manera aproximada. El bando
sublevado estableció una cifra de 500 000, incluyendo además de los muertos en combate, a las víctimas de
bombardeos, ejecuciones y asesinatos. Estimaciones recientes arrojan esa misma cifra de 500 000 muertos o
algo menos, sin incluir a quienes murieron de malnutrición, hambre y enfermedades engendradas por la
guerra. La cifra de un millón de muertos, a veces citada, procede de una novela de Gironella, que la
justifica entre los 500 000 reconocidos y otros tantos cuya vida resultó irremediablemente destrozada. Sin
embargo, Gerald Brenan escribía ya en el prólogo de El laberinto español (1943): "Además del millón o
dos millones de muertos, la salud del pueblo se ha visto minada por su secuela de hambre y enfermedades.
Cientos de miles están todavía en la cárcel. Tanto física como moralmente, España es una ruina".
Tras la guerra, la represión franquista inició un proceso represivo contra el bando perdedor, iniciándose una
limpieza de la que fue llamada «la España roja» y contra cualquier elemento relacionado con la República,
lo que condujo a muchos al exilio o la muerte, produciéndose el robo de bebés de padres republicanos, que
aún a día de hoy desconocen, en muchos casos, su identidad. Durante ese tiempo, hablar de democracia,
república o marxismo era ilegal y perseguible.
El exilio forzoso de muchos represaliados antes, durante y después
de la guerra es difícil de cuantificar. Según su situación geográfica
y sus preferencias políticas se optó entre salir por mar, cruzando el
océano para pasar a países hispanoamericanos en su mayoría, o los
más pudientes para ir al Reino Unido. O por tierra cruzando los
Pirineos al lado francés, país que muchos eligieron por su cercanía
con España y su creencia de buena acogida, demostrándose su
error con hechos como los campos de concentración de Bram.
Entre los exiliados se encontraba una parte significativa de las élites intelectuales españolas que buscaron
acomodo en otros países, especialmente en México, lo que supuso una enorme pérdida de capital humano
para España. Así por ejemplo, «en febrero de 1942 el consulado general de México en Vichy censó a
13 400 españoles de formación superior que deseaban salir de la Francia ocupada; entre ellos 1743
médicos, 1224 abogados, 431 ingenieros y 163 profesores de los 430 que poseía España en 1936».342
Relaciones internacionales
Durante la guerra civil española de 1936 a 1939, muchos pueblos y ciudades resultaron total o parcialmente
destruidos. Una vez finalizada la guerra, se constituyó la Dirección General de Regiones Devastadas, que
asumió la función de reconstruirlos.
Entre muchas poblaciones devastadas, se encontraron las siguientes:
Memoria histórica
En 2007 el Gobierno de España aprobó la Ley de Memoria
Histórica, que intenta restaurar la memoria y dignidad de los
represaliados.343 Esta incluye renombrar vías públicas con
nombres franquistas, eliminación de símbolos falangistas de
monumentos, mapas de fosas comunes y exhumación de
cadáveres, etc.344
Cine
Véase Categoría:Películas sobre la guerra civil española349
Realizadas durante la propia guerra, aunque también hubo películas de ficción (las republicanas Aurora de
esperanza —Antonio Sau, Barcelona, 1937—, Barrios bajos —Pedro Puche, Barcelona, 1937— y
Nuestro culpable —Fernando Mignoni, 1938— y cinco películas nacionales de Benito Perojo y Florián
Rey rodadas en los estudios alemanes de la UFA, de género folclórico —ambiente reconstruido en La niña
de tus ojos, Fernando Trueba, 1998—),350 fueron fundamentalmente de género documental:
Bando republicano:
Bando sublevado:
Frente de Madrid (Edgar Neville, 1939), adaptación de la novela homónima del mismo
autor355 356
Sin novedad en el Alcázar (Augusto Genina, 1940) italoespañola
Raza (José Luis Sáenz de Heredia, 1941) con guion del propio Franco
Rojo y negro (Carlos Arévalo, 1942) censurada por su crudeza, a pesar de su orientación
falangista
El santuario no se rinde (Arturo Ruiz Castillo, 1949)
Las largas vacaciones del 36 (Jaime Camino, 1975); del mismo autor:
Dragon Rapide, que utiliza como título el nombre del avión en el que Franco salió de
Canarias
El largo invierno
Los niños de Rusia
Una vita venduta (Aldo Florio, 1976)
Las bicicletas son para el verano (Jaime Chávarri, 1984) adaptación de la obra de
Fernando Fernán Gómez
La vaquilla (Luis García Berlanga, 1985)
Réquiem por un campesino español (Francesc Betriu, 1985) adaptación de la novela de
Sender
¡Ay, Carmela! (Carlos Saura, 1990)
Tierra y libertad (Ken Loach, 1995)
Libertarias (Vicente Aranda, 1996)
La hora de los valientes (Antonio Mercero, 1998)
La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999)
El espinazo del diablo (Guillermo del Toro, 2001)
Soldados de Salamina (David Trueba, 2003)
La buena nueva (Helena Taberna, 2008)
La mujer del anarquista (Marie Noelle y Peter Sehr, 2009)
Mientras dure la guerra (Alejandro Amenábar, 2019)
Documental:
Novela
La guerra civil española en la novela361
Por quién doblan las campanas (Ernest Los cipreses creen en Dios (José María
Hemingway), se hizo adaptación Gironella)
cinematográfica. Un millón de muertos (José María
Frente de Madrid (Edgar Neville) Gironella)
Línea de Fuego Arturo Pérez-Reverte Ha estallado la paz (José María Gironella)
La forja de un rebelde (Arturo Barea) El corazón helado (Almudena Grandes)
Réquiem por un campesino español El laberinto mágico (Max Aub), serie de
(Ramón J. Sender) cinco novelas:
Contraataque (Ramón J. Sender) Campo cerrado,
La fiel infantería (Rafael García Serrano) Campo de sangre,
Plaza del Castillo (Rafael García Serrano) Campo abierto,
Cumbres de Extremadura (José Herrera Campo del moro,
Petere) Campo francés y
Niebla de cuernos (José Herrera Petere) Campo de los almendros.
Cuerpo a tierra (Ricardo Fernández de la Las últimas banderas (Ángel María de
Reguera) Lera)
La retaguardia (Concha Espina) Los que perdimos (Ángel María de Lera)
Alas invencibles (Concha Espina) El mono azul (Aquilino Duque)
Madrid, de corte a checa (Agustín de Foxá) Tanguy (Michel del Castillo)
Duelo en el Paraíso (Juan Goytisolo) El agente confidencial (Graham Green)
La novela número 13 (Wenceslao Madera de héroe (Miguel Delibes)
Fernández Flórez) Inquietud en el Paraíso (Óscar
Sanco Panco (Salvador de Madariaga) Esquivias)362
Volverás a Región (Juan Benet) La mula (Juan Eslava Galán)363
Herrumbrosas lanzas (Juan Benet) Un caso de narración contrafactual es la
Las hermanas coloradas (Francisco novela En el día de hoy de Jesús Torbado.
García Pavón) Relatos autobiográficos de gran valor
El otro árbol de Guernica (Luis de literario e histórico son:364
Castresana) Homenaje a Cataluña (George Orwell)
Los años únicos (Carmen Díaz Garrido) L'Espoir o La esperanza, (André
San Camilo, 1936 (Camilo José Cela) Malraux, que también dirigió la película
Mazurca para dos muertos (Camilo José homónima)
Cela) Los grandes cementerios bajo la luna
Soldados de Salamina (Javier Cercas) (Georges Bernanos)
Tiempo de memoria (Carlos Fonseca) La voz dormida (Dulce Chacón) sobre
La Capitana (Elsa Osorio) la que se hizo La voz dormida,
adaptación cinematográfica
El muro (Jean Paul Sartre)
(en francés) Pas pleurer (Lydie
El lápiz del carpintero (Manuel Rivas) Salvayre)
Cuentos de Madrid (César Arconada) Mil días de fuego (José María Gárate
Capital de la gloria (Juan Eduardo Zúñiga) Córdoba)365
Cuento y relato
Muchos de los cuentos basados en la Guerra Civil española son, según Ignacio Martínez de Pisón, «relatos
concebidos desde el compromiso explícito con uno u otro bando»... los autores de algunos de esos relatos
colaboraron muy activamente en labores de propaganda: Arturo Barea y María Teresa León para la España
republicana; Edgar Neville, José María Pemán o Agustín de Foxá para la nacional. Sin duda, en el fragor
de la contienda fueron muchos los escritores que se adaptaron a la situación de emergencia y alteraron su
sistema de prioridades: contribuir a la victoria bélica, aunque fuera con algo tan modesto como una
narración o un poema, estaría siempre por encima de cualquier otra consideración».366
A pesar de lo comprometido del tema, hay tratamiento del mismo en la literatura infantil y
juvenil.367 368 369
Teatro
Bando sublevado:
La obra en Árabe 'Yusuf Melik Ispaniya' (ﻳﻮﺳﻒ ﻣﻠﻚ إﺳﺒﺎﻧﻴﺎYusuf Rey de España) (de Alí Al Tuma ﻋﻠﻲ
ﻋﺪﻧﺎن آل ﻃﻌﻤﺔ- Sharjah/Emiratos Árabes, 2015) trata de las aventuras de un Regular durante el conflicto
español. Engañado por sus hermanos, Yusuf emprende escapar del ejército y de España. Es herido durante
una batalla, se implica en una relación prohibida con una española, encarcelado, rehabilitado y llega a ser
sargento en la policía militar y vengarse la injusticia a la que le sometieron sus hermanos. La obra trata de
temas de religión, propaganda de guerra, el orden colonial y relaciones interculturales. Ganó el 'Premio de
Sharjah por la Creatividad Árabe' del año 2015.
Bando republicano:
Posteriores a 1975:
Poesía
Bando sublevado
Bando republicano
Música
Bando republicano
Revistas satíricas
Bando sublevado
Bando republicano
Be negre, Papitu (ambas catalanas); dibujantes: Tísner, Kalders (en Diari de Barcelona),
Puyol (en Frente Rojo).372
La Traca (valenciana); dibujantes: Bluff (fusilado después de la guerra), Carnicero, Méndez
Álvarez, Palmer
Historieta
Bando sublevado
Flechas
Pelayos (dibujante: Valentín Castany)
Flechas y Pelayos (producto de la fusión de ambas, paralela a la fusión de las distintos
partidos en FET y de las JONS)
Chicos (Jesús Blasco, Emilio Freixas, Alcaide, Tomás)
Bando republicano
Pionero Rojo
En la democracia
Pintura y escultura
La Exposición Internacional de París de 1937 alojó un Pabellón de España gestionado por el gobierno de
la República en que, entre otros testimonios de la guerra, se presentó el Guernica de Pablo Picasso, la
Fuente de Mercurio de Alexander Calder, La Montserrat de Julio González, El campesino catalán en
rebeldía de Joan Miró, Descubierta y Fusilados de Modesto Ciruelos, Aviones Negros de Horacio Ferrer o
El pueblo español tiene un destino que conduce a una estrella de Alberto Sánchez Pérez.
Bando sublevado:
Vértice (revista)374
Jerarquía (revista)
Ilustradores: Teodoro y Álvaro Delgado, José Caballero, J.J. Acha, J. Olasagasti y Carlos
Sáenz de Tejada.
Bando republicano
Hora de España
Mono Azul
Fotomontador: Josep Renau.
Cartelista: Carles Fontseré.375
Gran difusión tuvo el sello de ayuda internacional Aidez l'Espagne, de Joan Miró.
Fotografía
Robert Capa, autor, entre muchas otras, de la polémica instantánea Muerte del miliciano
(identificado como Federico Borrell, pero que podría ser otro de los muertos en Cerro
Muriano el 5 de septiembre de 1936), convertida en icono del siglo XX.376
Agustí Centelles
Pelayo Más, recopilador de la serie de 169 fotos Martirio del arte y la destrucción de la
Iglesia en la España roja (80 de ellas de Toledo).377
Guglielmo Sandri, teniente del ejército italiano, tomó 4000 fotografías, recuperadas en
1992.378
Videojuegos
1936, España en llamas, un mod del juego de la Segunda Guerra Mundial, Call of Duty 2.
El juego completo Sombras de guerra.
El juego Hearts of Iron IV.379
Véase también
Simbología del franquismo
Operación Úrsula
Pabellón de la República Española
Nombramiento de Francisco Franco como Generalísimo
Nombramiento del general Franco como Jefe del Gobierno del Estado
Prostitución en la guerra civil española
Anexo:Aviones de la Guerra Civil Española
Anexo:Buques utilizados en la Guerra Civil Española
Anexo:Armamento portátil utilizado durante la Guerra Civil Española
Anexo:Tanques en la Guerra Civil Española
1936 Guerra Civil
Notas
Tanto en la zona republicana como en la sublevada, incluyendo el protectorado de
Marruecos, Guinea, Saguia el Hamra, Río de Oro e Ifni.
En el auto por el que queda extinta la responsabilidad penal, se detalla que es por «delitos
contra Altos Organismos de la Nación y la Forma de Gobierno, así como respecto del delito
de detención ilegal con desaparición forzada de personas, en el contexto de crímenes
contra la humanidad».
El 16 de octubre de 2008, fueron imputados altos cargos de la Dictadura por el entonces
magistrado-juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón, acusado de «presuntos delitos
permanentes de detención ilegal, sin dar razón del paradero, en el contexto de crímenes
contra la humanidad».17 El auto llegó a dar por hechos constados los siguientes:
Julián Casanova apunta medio millar de irlandeses,255 sin embargo otros autores elevan
esta cantidad a un número indeterminado entre 700-900 combatientes.256
Julián Casanova menciona 300 combatientes franceses,258 sin embargo otros estudios
apuntan un número superior, en torno a 500.259 256
El artículo 607 del Código Penal español exige para que concurra el delito de genocidio
que el autor tenga el «propósito de destruir total o parcialmente un grupo nacional, étnico,
racial, religioso o determinado por la discapacidad de sus integrantes».
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decordoba.es/article/cordo
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n-mayusculas-iniciales/). ba/280509/quotlos/hipocrit
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6elpepunac_4_Pes_PDF.d p. 82. desde la derecha por una
oc). Administración de envalentonada oposición
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2. creyeron que después de no tanto desde el poder,
55. Gil Pecharromán, 1997, haber neutralizado con escarmentados por la mala
pp. 129-130. facilidad el golpe de experiencia de la dictadura
56. Casanova, 2007, p. 171. Sanjurjo en 1932 en el de Primo de Rivera, sino
ejército hubiera capacidad como garantes del
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pp. 130-131. para preparar una acción
seria, estimando además público e institucional.
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146. Alpert, 1996, pp. 183-185.
107. Alpert, 1996, p. 137. 169. Bahamonde y Cervera Gil,
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108. Alpert, 1996, pp. 137-138. 1999, p. 250.
109. Alpert, 1996, pp. 138-139. 148. Alpert, 1996, p. 185. 170. Bahamonde y Cervera Gil,
110. Alpert, 1996, pp. 141-142. 149. Aróstegui, 1997, p. 122. 1999, p. 423.
111. Alpert, 1996, p. 142. 171. Bahamonde y Cervera Gil,
150. Bahamonde y Cervera Gil, 1999, pp. 421-422. «la
112. Alpert, 1996, pp. 142-148. 1999, pp. 215-219. base de Cartagena podría
113. Alpert, 1996, p. 148. 151. Casanova, 2007, pp. 403- convertirse, por sus
114. Alpert, 1996, pp. 148-149. 405. condiciones naturales y su
115. Alpert, 1996, pp. 149-150. 152. Aróstegui, 1997, p. 117. magnífico emplazamiento,
en el bastión sobre el que
116. Alpert, 1996, pp. 150-152. 153. Casanova, 2007, p. 405. se asentara cualquier
117. Ansó, Mariano (1976). Yo 154. Casanova, 2007, p. 337. hipótesis de una
fui ministro de Negrín. 155. Bahamonde y Cervera Gil, resistencia escalonada».
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184. Aróstegui, 1997, pp. 70-72. 223. Casanova, 2007, p. 313. 1999, p. 77. «Es verdad
185. Aróstegui, 1997, p. 36. 224. Casanova, 2007, pp. 313- que España estuvo
186. Aróstegui, 1997, p. 72. 315. “invadida” de presencia
225. Aróstegui, 1997, pp. 69-70. extranjera en los dos
187. Aróstegui, 1997, p. 76. bandos, pero fue más la
188. Juliá, 1999, p. 119. 226. La guerra civil española, que se observó del lado
189. Casanova, 2007, p. 344. Dir. Edward Malefakis, cap. del gobierno de Burgos y,
6. sobre todo, ésta persistió
190. Casanova, 2007, p. 345.
227. Como decía el luchador y hasta el final. Y es
191. Ramón Tamames, pág. pensador anarquista Errico
344. indudable que el
Malatesta (http://lahaine.or argumento que esgrimía
192. Casanova, 2007, p. 357. g/index.php?blog=2&p=15 Negrín de que el bando
193. Aróstegui, 1997, p. 90. 894): «Yo soy comunista, nacional no era español,
194. Aróstegui, 1997, pp. 90-91. estoy a favor del acuerdo y sin ser ni mucho menos
creo que con una verdad, tenía mucha más
195. Thomas, 1976, p. 690. descentralización razón de ser que cuando
196. Casanova, 2007, p. 352. inteligente y un Burgos afirmaba que la
197. Thomas, 1976, p. 691. intercambio continuo de España republicana era
198. Casanova, 2007, p. 353. informaciones podrían prácticamente un satélite
199. Juliá, 1999, pp. 121-122. llegar a organizarse los de Stalin»..
necesarios intercambios 241. Juliá, 1999, p. 142.
200. Casanova, 2007, p. 354. de productos y satisfacer
201. Aróstegui, 1997, p. 92. las necesidades de todos 242. Ansó, Mariano (1976). Yo
sin recurrir al símbolo fui ministro de Negrín.
202. Thomas, 1976, p. 744.
moneda. Como todo buen Memorias ineludibles.
203. Casanova, 2007, p. 355. Planeta. p. 238 y 241.
comunista aspiro a la
204. Thomas, 1976, p. 808. abolición del dinero, y ISBN 84-320-5621-9.
205. Thomas, 1976, p. 809. como todo buen 243. Aróstegui, 1997, p. 40.
206. Thomas, 1976. revolucionario creo que 244. Aróstegui, 1997, p. 60.
207. Aróstegui, 1997, p. 113. será necesario desarmar a 245. Casanova, 2007, pp. 261-
208. Casanova, 2007, p. 359. la burguesía, 262.
desvalorizando todos los
209. Aróstegui, 1997, p. 114. 246. Casanova, 2007, pp. 273-
signos de riqueza que
210. Juliá, 1999, p. 122. 274. «[A partir del inicio de
puedan servir para vivir sin
la batalla de Madrid], la
211. Raguer, 2001, pp. 396-397. trabajar».
guerra ya no era un asunto
228. Juliá, 1999, pp. 126-129.
interno español. Se 253. Aróstegui, 1997, p. 42. millar de “camisas azules”
internacionalizó y con ello 254. Casanova, 2007, p. 278. irlandeses, hubo en las
ganó en brutalidad y tropas de Franco rusos
destrucción. Porque el 255. Casanova, 2007, p. 277. blancos curtidos en la
territorio español se «De los voluntarios lucha contra los
convirtió en campo de genuinos [que combatieron bolcheviques, un grupo
pruebas del nuevo en las tropas del ejército variado de fascistas y
armamento que estaba de Franco], entre mil y mil antisemitas procedentes
desarrollándose en esos quinientos, destacaron los de la Europa oriental y
años de rearme, previos a católicos irlandeses... Sólo unos trescientos franceses
una gran guerra que se combatieron en la batalla de la ultraderechista Croix
anunciaba [la Segunda del Jarama, en febrero de de Feu que constituyeron
Guerra Mundial]».. 1937, donde, dada su el batallón Jeanne d'Arc».
inexperiencia militar, no
247. «EL ASILO salieron muy airosos y 259. Dewaele, H. (2002).
DIPLOMÁTICO: UN unos meses después Revista Historia y política:
CONDICIONANTE DE volvieron a su patria. Ideas, procesos y
LAS RELACIONES Además de ese medio movimientos sociales, nº 8,
INTERNACIONALES DE millar de “camisas azules” ed. «La extrema derecha
LA REPÚBLICA irlandeses, hubo en las francesa en España: mitos
DURANTE LA GUERRA tropas de Franco rusos y realidades de la bandera
CIVIL Antonio Manuel blancos curtidos en la Jeanne d'Arc (1936-1939)»
Moral Roncal Universidad lucha contra los (http://www.cepc.gob.es/pu
de Alcalá de Henares» (htt bolcheviques, un grupo blicaciones/revistas/revista
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