La Cuaresma Es Un Período de Ayuno y Arrepentimiento
La Cuaresma Es Un Período de Ayuno y Arrepentimiento
La Cuaresma Es Un Período de Ayuno y Arrepentimiento
Sin embargo, a lo largo de los siglos se ha desarrollado mucho más su valor "sacramental".
Muchos católicos entienden el renunciar a algo para la Cuaresma como una forma de ganar
la bendición de Dios. La Biblia no enseña que tales actos tienen ningún mérito con Dios en
términos de la salvación (Isaías 64:6). De hecho, el Nuevo Testamento nos enseña que
nuestros actos de ayuno y arrepentimiento se deben hacer de una manera que no llama la
atención a nosotros mismos: "Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque
ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya
tienen su recompensa. Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no
mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en
lo secreto te recompensará en público."(Mateo 6:16-18).
El ayuno es una buena cosa cuando se hace con una perspectiva bíblica. Es bueno y
agradable a Dios cuando renunciamos hábitos y prácticas pecaminosos. No hay
absolutamente nada de malo en dejar de lado un tiempo en que nos centramos en la muerte
y resurrección de Jesús. Sin embargo, estas prácticas son las cosas que deberíamos hacer
todos los días del año, no sólo los 40 días desde el Miércoles de Ceniza hasta el Domingo de
Pascua. Si un cristiano desea observar la Cuaresma, somos libres para hacerlo. La clave está
en enfocar el tiempo en arrepentirnos de nuestros pecados y consagrarnos a Dios, no en
tratar de ganarnos el favor de Dios o aumentar su amor por nosotros.
La Semana Santa es el momento litúrgico más intenso de todo el año. Sin embargo, para
muchos católicos se ha convertido sólo en una ocasión de descanso y diversión. Se olvidan
de lo esencial: esta semana la debemos dedicar a la oración y la reflexión en los misterios de
la Pasión y Muerte de Jesús para aprovechar todas las gracias que esto nos trae.
Para vivir la Semana Santa, debemos darle a Dios el primer lugar y participar en toda la
riqueza de las celebraciones propias de este tiempo litúrgico.
Lo importante de este tiempo no es el recordar con tristeza lo que Cristo padeció, sino
entender por qué murió y resucitó. Es celebrar y revivir su entrega a la muerte por amor a
nosotros y el poder de su Resurrección, que es primicia de la nuestra.
La Semana Santa fue la última semana de Cristo en la tierra. Su Resurrección nos recuerda
que los hombres fuimos creados para vivir eternamente junto a Dios.
Domingo de Ramos:
Celebramos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén en la que todo el pueblo lo alaba como
rey con cantos y palmas. Por esto, nosotros llevamos nuestras palmas a la Iglesia para que
las bendigan ese día y participamos en la misa.
Jueves Santo:
Este día recordamos la Última Cena de Jesús con sus apóstoles en la que les lavó los pies
dándonos un ejemplo de servicialidad. En la Última Cena, Jesús se quedó con nosotros en el
pan y en el vino, nos dejó su cuerpo y su sangre. Es el jueves santo cuando instituyó la
Eucaristía y el Sacerdocio. Al terminar la última cena, Jesús se fue a orar, al Huerto de los
Olivos. Ahí pasó toda la noche y después de mucho tiempo de oración, llegaron a
apredenderlo.
Viernes Santo:
Ese día recordamos la Pasión de Nuestro Señor: Su prisión, los interrogatorios de Herodes y
Pilato; la flagelación, la coronación de espinas y la crucifixión. Lo conmemoramos con un Vía
Crucis solemne y con la ceremonia de la Adoración de la Cruz.
En la fiesta de la Pascua, los judíos se reunían a comer cordero asado y ensaladas de hierbas
amargas, recitar bendiciones y cantar salmos. Brindaban por la liberación de la esclavitud.
Jesús es el nuevo cordero pascual que nos trae la nueva liberación, del pecado y de la
muerte.