A Que La Cancic3b3n
A Que La Cancic3b3n
A Que La Cancic3b3n
A
principios
de
los
años
70,
en
las
escuelas
públicas
de
México
se
escucharon
las
últimas
voces
del
canto
coral.
Luego
reinó
el
silencio.
Los
pianos
de
las
escuelas
enmudecieron.
El
canto
desapareció
y
la
emoción
se
quedó
atrapada,
ante
la
falta
de
valoración
de
la
formación
musical
como
elemento
fundamental
en
la
educación
básica.
La
escuela
se
concentró
en
los
saberes
que
se
pensó
podrían
enriquecer
el
mundo
productivo.
“Aquí
se
entra
a
estudiar
y
se
sale
para
ser
útil”,
reza
el
lema
de
una
escuela
secundaria
en
el
centro
de
la
ciudad
de
México,
como
síntesis
del
fundamento
filosófico
y
pedagógico
de
la
escuela
de
la
modernidad.
México
tiene
uno
de
los
catálogos
más
grandes
del
mundo
en
materia
de
composición
de
letras
y
música.
En
las
primeras
décadas
del
siglo
XX,
fue
protagonista
de
un
intenso
y
profundo
movimiento
musical
que
dio
lugar
a
procesos
de
identidad
cultural
más
allá
de
sus
fronteras.
Íntimamente
ligada
a
la
radio,
al
cine
y
luego
a
la
televisión,
la
música
mexicana
contribuyó
a
la
formación
de
la
educación
sentimental
de
todo
un
continente,
con
todo
y
sus
dosis
de
dramatismo,
romanticismo
campirano,
o
de
canciones
“de
amor
y
contra
ellas”,
que
bien
podrían
inspirar
un
estudio
de
género
en
nuestra
música
popular.
Hasta
la
fecha,
esta
música
urbana,
regional
y/o
ranchera
está
presente
en
comunidades,
pueblos
o
rancherías
de
Colombia,
Cuba,
Venezuela
o
Perú,
al
grado
en
que
a
veces
resulta
difícil
distinguir
su
origen,
dadas
las
influencias
mutuas.
1
Especialista
mexicana
en
educación
artística
y
políticas
culturales.
Es
Directora
General
del
Consorcio
Internacional
Arte
y
Escuela
A.C.
Miembro
del
Grupo
Internacional
de
Expertos
en
Educación
Artística
de
la
Organización
de
Estados
Iberoamericanos.
Miembro
del
Grupo
de
Educación
y
Cultura
de
la
Cátedra
Unesco
de
Políticas
Culturales
de
la
Universidad
de
Girona,
España.
Autora
de
diversos
libros
sobre
Educación
Artística
y
Políticas
Culturales.
Coordinadora
de
¡Ah,
que
la
Canción!,
Música
Mexicana
en
la
Escuela.
2
¡Cantemos
una
canción!
En:
Jiménez,
Lucina,
coord.
¡Ah
que
la
canción!,
Música
Mexicana
en
la
Escuela.
México,
ConArte,
SEP,
CONACULTA,
SACM,
2008.
85p.
4
CD.
P.6
Sin
embargo,
para
los
niños
o
niñas
mexicanas
del
siglo
XXI,
los
nombres
de
Agustín
Lara,
Pedro
de
Urdimalas,
Manuel
Esperón,
Chucho
Monge,
María
Elena
Valdelamar
o
Manuel
M.
Ponce,
podrían
no
significar
mucho.
La
ruptura
generacional
en
términos
musicales
fue
radical
y
se
profundizó
ante
la
ausencia
de
formación
artística
en
las
escuelas
y
por
la
falta
de
vínculo
entre
el
mundo
de
los
profesionales
de
la
música
y
la
educación.
Igualmente,
influyó
la
escasa
difusión
de
la
música
mexicana
en
los
propios
medios
de
comunicación.
La
memoria
musical
de
varias
generaciones
se
había
adormecido,
bajo
el
arrullo
de
la
globalización.
Si
bien
el
Sistema
Educativo
Mexicano
reconsideró
la
importancia
de
la
educación
artística
en
la
reforma
de
principios
de
los
noventa,
no
fue
suficientemente
para
colocar
entre
sus
prioridades
la
formación
docente
en
artes,
ni
para
dar
prioridad
a
la
elaboración
de
materiales
que
hicieran
viable
su
desarrollo.
Tampoco
logró
dar
contenidos
específicos
a
la
educación
artística
de
la
escuela
primaria
(elemental).
Hasta
2004
se
reformularon
los
planes
y
programas
de
estudio
de
la
educación
preescolar;
en
2006
los
de
secundaria;
la
reforma
de
primaria
está
a
debate
en
la
actualidad,
en
un
ambiente
educativo
en
el
cual,
a
pesar
de
los
esfuerzos
por
buscar
la
articulación,
el
arte
no
logra
encontrar
el
enfoque
más
pertinente
en
un
sistema
educativo
que
alberga
en
su
interior
una
gran
heterogeneidad
y
diversidad
cultural
entre
niños,
adolescentes
y
jóvenes
cuyas
prácticas
culturales
son
profundamente
musicales,
corporales
y
visuales.
La
educación
artística,
la
formación
y
profesionalización
del
docente
en
artes
y
la
falta
de
vinculación
educación-‐cultura
se
mantuvieron
como
la
gran
laguna
de
los
sistemas
educativo
y
cultural
mexicanos.
Hasta
la
fecha,
prácticamente
ninguna
escuela
superior
forma
maestros
de
música
para
la
educación
básica.
Las
escuelas
primarias
no
tienen
maestros
especialistas
o
son
muy
pocos.
Se
concentran
más
bien
en
las
escuelas
secundarias,
pero
no
tenemos
un
censo
actualizado
de
sus
perfiles
y
sus
formaciones.
Estos
maestros
enfatizaron
la
enseñanza
de
la
lectura
musical
(solfeo),
en
la
práctica
instrumental
casi
exclusivamente
de
la
flauta
dulce
y
en
la
formación
de
conjuntos
instrumentales
de
cuerdas
o
de
percusiones,
donde
ha
sido
posible.
Gracias
a
su
iniciativa,
en
algunas
escuelas
se
logró
estructurar
o
mantener
coros,
aunque
su
desarrollo
ha
sido
difícil,
dada
la
ausencia
de
repertorios,
partituras
y
arreglos
apropiados.
Durante
más
de
diez
años
trabajé
en
el
Centro
Nacional
de
las
Artes,
dependiente
del
Consejo
Nacional
para
la
Cultura
y
las
Artes
(CONACULTA),
el
espacio
más
destacado
en
México
para
la
educación
artística
profesional.
Ahí
pude
vivir
el
tejido
de
procesos
formativos,
de
investigación,
creación
y
desarrollo
de
públicos
para
las
artes
con
y
entre
distinguidos
creadores,
maestros,
coreógrafos,
directores
de
coros
y
orquestas,
compositores,
investigadores
y
promotores
culturales.
Sin
embargo,
tenía
consciencia
de
estar
parada
en
la
punta
de
una
pirámide
sin
base.
Muy
poco
o
nada
de
ese
intenso
quehacer
se
vinculaba
con
la
escuela
pública,
con
un
sistema
educativo
que
atiende
a
más
de
25
millones
de
niños,
niñas
y
adolescentes.
Las
propias
escuelas
profesionales
de
arte
asumían
las
consecuencias
y
las
lagunas
de
la
educación
artística
en
la
educación
básica,
pero
poco
hacían
para
buscar
un
vínculo
con
la
escuela
básica
de
un
sistema
educativo
ocupado
con
otras
prioridades.
Gracias
a
una
beca
que
me
otorgó
el
SICA
(Service
Centre
for
International
Cultural
Activities)
de
Holanda,
pude
constatar
que
en
ese
país
las
estrategias
de
innovación
educativa
y
cultural
estaban
ligadas
a
iniciativas
civiles
especializadas,
auspiciadas
por
instancias
gubernamentales
con
financiamiento
para
programas
de
cuatro
a
ocho
años.
Durante
varios
años
había
seguido
la
pista
de
las
investigaciones
sobre
educación
artística
de
la
Unión
Europea.
En
la
Conferencia
“New
Trends
in
Arts
Education
for
the
New
Millenium”,
organizada
por
el
Festival
de
Artes
de
Nueva
York,
el
Lincoln
Center
y
la
Fundación
IBM
en
1999,
y
en
la
cual
representé
a
México,
conocí
de
manera
general,
los
avances
y
retos
en
educación
artística
de
40
países.
Entre
ellas
estaba
la
del
National
Dance
Institute
en
las
escuelas
públicas
de
NY.
Estos
elementos
fueron
determinantes
para
la
conformación
del
Consorcio
Internacional
Arte
y
Escuela
A.
C.,
mejor
conocido
por
niños,
niñas
y
maestros
como
ConArte,
una
iniciativa
civil
creada
en
2006,
en
la
cual
participan
músicos,
bailarines,
compositores,
maestros,
educadores,
psicólogos,
pedagogos,
empresarios
y
una
infinidad
de
cómplices
quienes
colaboran
desde
sus
espacios
para
hacer
posible
la
educación
artística
en
la
escuela
pública.
A
partir
de
la
experiencia
del
National
Dance
Institute,
creada
por
Jacques
D’Amboise,
ex
Primer
Bailarín
del
New
York
City
Ballet,
ConArte,
bajo
la
Presidencia
de
Rosario
Pérez,
mexicana
radicada
en
Nueva
York,
enriqueció
su
propio
método
y
creó
un
gran
laboratorio
de
educación
artística
en
el
Centro
Histórico
de
la
ciudad
de
México,
espacio
urbano
que
se
caracteriza
por
la
alta
vulnerabilidad
social,
una
profunda
diversidad
cultural
fruto
no
sólo
de
la
migración
campo
ciudad,
sino
de
las
culturas
e
identidades
que
conviven
en
un
sitio
antes
dedicado
al
comercio
ambulante
y
fijo
y
donde,
detrás
de
la
monumentalidad
de
su
patrimonio
edificado,
que
le
ha
dado
el
reconocimiento
de
“La
ciudad
de
los
Palacios”,
se
esconde
un
régimen
de
exclusión
social
y
cultural
para
miles
de
niños
y
niñas,
adolescentes
y
jóvenes.
En
los
pasillos,
los
maestros
de
aula
de
estas
escuelas
me
insistían
una
y
otra
vez:
“¿Maestra,
cómo
hacemos
para
que
los
niños
puedan
cantar?
La
SEP
tiene
el
concurso
de
canción
3
En
1996,
desde
el
Centro
Nacional
de
las
Artes,
elaboré
un
diagnóstico
de
la
educación
artística
en
la
educación
básica.
Menos
del
1%
de
la
población
escolar
tenía
posibilidades
de
recibir
formación
en
algún
lenguaje
artístico.
A
principios
del
2004,
CONACULTA
elaboró
una
Encuesta
de
Prácticas
Culturales
y
Consumo
Cultural,
en
la
cual
se
establecía
de
sólo
el
5%
de
la
población
nacional,
mayor
de
15
años
recibía
educación
artística.
4
Participan
más
de
3
500
estudiantes
de
4º
grado
de
primaria
a
3º
de
Secundaria
en
escuelas
públicas
del
Centro
Histórico.
ConArte
trabaja
en
estrecha
coordinación
con
la
Administración
Federal
de
los
Servicios
Educativos
en
el
DF,
de
SEP
y
con
la
Autoridad
del
Centro
Histórico,
en
la
búsqueda
de
un
modelo
educativo
innovador.
Aprender
con
Danza
y
“¡Ah
que
la
Canción!,
Música
Mexicana
en
la
Escuela”,
forman
parte
de
ese
proceso.
mexicana
y
siempre
queremos
participar,
pero
no
tenemos
apoyo.
No
hay
repertorios,
no
tenemos
instrumentos”.
Una
experiencia
autogestiva
de
niños
de
quinto
grado
me
hizo
asumir
el
reto:
al
margen
de
su
maestro
de
grupo,
decidieron
autoaudicionarse
para
formar
su
coro.
Se
escuchaban
unos
a
otros
con
mucha
seriedad
y
entre
ellos
decidían
de
qué
lado
se
tenían
que
poner
cada
uno
de
los
aspirantes.
La
experiencia
se
frustró
muy
pronto
y
la
iniciativa
se
diluyó.
La
observación
de
las
prácticas
culturales
en
las
zonas
urbanas,
así
como
las
posibilidades
del
aula
mexicana,
me
decía
que
los
niños
y
niñas
tienen
un
alto
aprecio
por
el
canto
aunque
no
sepan
cantar.
Lo
más
común
es
que
intenten
usar
los
karaokes.
Siguen
la
letra
y
una
pista
musical
en
la
que
se
marcan
las
entradas
visualmente
en
una
pantalla.
Pero
las
escuelas
no
tienen
el
aparato.
Aún
teniéndolo,
se
vuelve
difícil
seguir
las
canciones
porque
están
grabadas
en
un
registro
de
voz
más
bien
para
adultos.
Después
de
darle
muchas
vueltas,
decidí
que
había
que
crear
un
método
pensado
para
y
desde
los
niños
y
niñas,
pero
dirigido
al
maestro,
asumido
como
mediador
de
la
experiencia
coral,
más
que
como
maestro
de
música.
Un
método
que
fuera
capaz
de
facilitar
la
conexión
del
canto
con
la
experiencia
educativa
como
un
todo.
Estaría
basado
en
un
repertorio
que
pudiera
ser
cantado
en
las
aulas,
vincularse
con
otros
conocimientos
que
promueve
la
escuela
y
tendría
que
estar
rodeado
de
herramientas
para
facilitar
al
maestro
de
aula,
con
o
sin
formación
musical,
adoptar
el
programa
y
hacerlo
suyo.
Un
método
para
la
“escuela
descalza”,
pensaba
yo.
Había
que
impulsar
un
programa
de
formación
docente,
porque
ningún
método,
por
sencillo
que
sea,
puede
actuar
solo
y
al
margen
de
estrategias
de
formación
docente
inicial
y
continua.
Esa
formación
también
había
que
crearla.
Los
maestros
de
aula
usualmente
no
tienen
formación
musical
y
los
músicos
profesionales
o
directores
de
coros
no
tienen
experiencia
en
el
aula
de
la
escuela
básica.
Para
iniciar
el
trabajo
busqué
a
uno
de
los
mejores
directores
de
coros
del
país,
Gerardo
Rábago,
con
quien
antes
había
trabajado
en
la
creación
de
un
coro
profesional
pero
de
naturaleza
formativa,
de
donde
egresaron
algunos
destacados
cantantes.
Se
entusiasmó
y
empezamos
a
trabajar,
aunque
en
ese
momento
ConArte
no
tenía
los
recursos
económicos
para
realizar
el
proyecto.
Seleccionamos,
no
sin
dificultad,
30
piezas
del
repertorio
mexicano
que
reflejaran
diversidad
de
géneros,
épocas,
estilos
y
regiones.
Evitamos
canciones
de
cantinas,
bajas
pasiones
o
posturas
machistas.
Había
que
hacer
arreglos
al
registro
de
voz
de
los
niños
y
niñas
y
grabar
dichos
arreglos,
con
una
voz
acorde
a
la
de
los
niños
y
niñas
en
edad
escolar,
ponerlos
en
contexto
y
hacer
las
partituras.
Roberto
Cantoral
Zucchi,
directivo
de
la
Sociedad
de
Autores
y
Compositores
de
México
(SACM),
organismo
con
el
cual
había
dialogado
a
fines
de
los
años
80
para
editar
el
Cancionero
Popular
Mexicano,
una
obra
en
dos
tomos
dirigida
por
Mario
Kuri-‐Aldana
y
Vicente
Mendoza,
y
editada
por
CONACULTA,
aceptó
conocer
del
proyecto
y
se
sumó
con
gran
entusiasmo.
Lo
mismo
ocurrió
con
el
maestro
Armando
Manzanero,
quien
se
vinculó
al
proceso
de
edición,
revisó
el
material,
escribió
una
introducción
y
ha
seguido
de
cerca
todo
el
proceso
con
una
gran
generosidad.
La
entonces
Secretaria
de
Educación
Pública,
Josefina
Vázquez
Mota,
compartió
con
ConArte
y
la
SACM
el
interés
por
devolver
la
música
popular
mexicana
a
las
escuelas
y
apoyó
decidamente
el
proyecto
que
recibió
también
el
apoyo
de
de
Felipe
Gil,
Gonzalo
Curiel
hijo,
entre
otros
destacados
compositores.
El
dramaturgo
Víctor
Hugo
Rascón
Banda,
entonces
presidente
de
la
Sociedad
General
de
Autores
y
Escritores
de
México
y
miembro
del
Consejo
Consultivo
Honorario
de
ConArte
fue
uno
de
los
más
entusiastas
apoyos.
Rábago
traía
los
primeros
arreglos.
Nacho
Méndez
fue
el
primero
en
asumir
una
postura
muy
abierta.
Aceptó
que
sus
arreglos
ya
grabados
fueran
probados
entre
los
niños
y
niñas
y
los
reformuló
hasta
que
sentimos
que
eran
los
adecuados.
Avanzamos
hasta
tener
los
30
arreglos,
todos
ellos
de
gran
calidad,
con
estilos
innovadores,
fruto
de
las
influencias
musicales
de
sus
autores.
Se
pusieron
en
partituras
solo
al
nivel
de
guía
musical.
No
se
incluyó
el
cifrado
de
las
piezas
porque
muy
pocos
profesores
hubieran
podido
leerlos.
Con
excepción
del
hijo
de
Gabilondo
Soler,
Cri-‐Cri
(uno
de
los
compositores
mexicanos
de
música
para
niños
más
destacados),
todas
las
casas
editoras
y
la
propia
SACM
cedieron
los
derechos
de
autor
por
tratarse
de
una
obra
educativa,
lo
cual
permitió
hacer
los
arreglos,
grabarlos
e
incluir
las
canciones
seleccionadas.
Rocío
García,
con
los
datos
que
aportó
la
SACM,
hizo
la
gestión
de
permisos,
autorizaciones
y
registros
durante
un
proceso
que
duró
año
y
medio.
El
método
quedó
elaborado
con
los
arreglos
grabados
en
pistas
con
voz
de
la
mezzosoprano
Mireya
Rubalcaba,
y
otras
sin
voz
en
tres
CDs.
Los
niños
podrían
memorizar
por
repetición
cada
estrofa,
verso
o
pieza
y
podrían
contar
con
la
música
para
acompañar
su
canto.
De
cada
pieza
se
reunió
información
de
contexto
para
el
maestro
de
aula.
Gonzalo
Curiel,
hijo,
me
brindó
en
entrevista,
datos
sobre
la
vida
cotidiana
de
muchos
compositores
y
abrió
la
base
de
datos
de
la
SACM.
El
escritor
Gerardo
Amancio
ayudó
con
los
textos
y
la
edición.
El
método-‐
repertorio
incluye
datos
sobre
el
autor,
sobre
la
pieza,
anécdotas
o
sucesos
relacionados
con
ella.
El
diseño
del
repertorio
se
pensó
en
un
sentido
práctico
para
que
el
maestro
pudiese
trabajar
con
el
material
sin
tener
que
estar
dando
vuelta
a
las
páginas,
para
que
la
letra
y
los
contextos
quedaran
en
un
lado
y
la
partitura
enfrente.
Los
tres
discos
CD
se
colocaron
en
la
última
parte
del
repertorio.
El
poeta
argentino
Jorge
Boccanera
quien
vivió
muchos
años
en
México,
bautizó
el
método,
durante
un
vuelo
entre
México
y
Campeche:
“¡Ah
que
la
canción!”,
una
expresión
coloquial
que
muchos
mexicanos
usamos
cuando
hay
algo
que
se
repite
una
y
otra
vez.
Le
agregamos
el
subtítulo
“Música
Mexicana
en
la
Escuela”.
Aún
tengo
en
la
memoria
la
emoción
que
me
propició
oír
cantar
“A
la
orilla
de
palmar”
de
Manuel
M.
Ponce,
al
primer
grupo
de
primaria.
En
ese
momento
Roberto
Cantoral,
quien
regresaba
de
un
viaje
a
España,
se
comunicó
conmigo
y
a
través
del
celular
pudo
escuchar
el
canto
de
los
niños
y
niñas
de
la
Escuela
Ponciano
Arriaga,
en
pleno
corazón
del
Centro
Histórico.
Jorge
Córdoba,
con
gran
visión,
sugirió
que
se
grabara
también
un
disco
de
vocalizaciones
apropiadas
para
las
piezas
del
repertorio,
de
tal
forma
que
los
maestros
de
aula
tuviesen
un
apoyo
para
esa
parte
vital
de
la
preparación.
“¡Ah
que
la
canción!,
Música
Mexicana
en
la
Escuela”,
se
presentó
con
un
gran
impacto
en
los
medios
y
una
gran
esperanza
entre
los
maestros,
en
el
Salón
Hispanoamericano
de
la
Secretaría
de
Educación
Pública,
un
edificio
emblemático
creado
por
el
primer
secretario
de
educación
pública,
José
Vasconcelos,
un
promotor
de
la
formación
estética.
El
Consejo
Nacional
para
la
Cultura
y
las
Artes
complementó
los
recursos
para
ampliar
el
tiraje
a
25
mil
ejemplares.
Estuvieron
presentes
Armando
Manzanero,
Felipe
Gil,
Roberto
Cantoral
Zucchi,
Felipe
Gil
y
Manuel
Esperón.
Por
primera
vez
se
reunían
en
un
mismo
espacio
directores
de
conservatorios
y
escuelas
de
música
superior
y
compositores
de
la
música
popular,
en
un
mundo
donde
lo
“culto”
y
lo
“popular”,
mantienen
divisiones
absurdas.
La
Secretaría
de
Educación
Pública
decidió
que
“¡Ah
que
la
Canción!,
Música
Mexicana
en
la
Escuela”
se
incorporara
al
Programa
Nacional
de
Escuela
Segura,
a
cargo
del
Maestro
José
Aguirre,
a
fin
de
que
el
canto
contribuyera
a
la
generación
de
nuevas
formas
de
convivencia
en
la
escuela
y
de
darle
una
cobertura
nacional.
Ante
la
sorpresa
de
todos,
la
SEP
anunció
la
meta
de
formar
con
ese
método
y
repertorio,
6
mil
grupos
de
canto
en
un
ciclo
escolar.
Ningún
programa
educativo
que
intente
cobrar
vida
en
el
aula
puede
hacerse
sin
la
participación
de
los
maestros.
Cualquier
iniciativa
de
formación
docente
en
México
tiene
que
considerar
el
tamaño
y
la
complejidad
del
sistema
educativo,
el
cual
comprende
cerca
de
un
millón
de
profesores.
La
implantación
de
“¡Ah
que
la
Canción!,
Música
Mexicana
en
la
Escuela”,
requirió
del
diseño
de
una
estrategia
que
diera
prioridad
a
la
formación
de
formadores
y
al
aprovechamiento
de
los
recursos
humanos
formados
en
música
y
dirección
coral
de
todo
el
país.
Diseñamos
varias
estrategias
de
implantación
que
discutimos
con
las
instancias
involucradas
de
la
SEP
y
de
CONACULTA,
empezando
por
la
oficina
de
asesores
de
la
entonces
Secretaria.
La
tarea
parecía
compleja.
No
todas
las
instancias
parecían
tener
la
capacidad
de
respuesta
y
flexibilidad
necesarias,
de
ahí
que,
por
indicaciones
de
la
propia
SEP,
creamos
y
piloteamos
la
formación
directamente.
Lo
importante
era
avanzar.
Finalmente
establecimos
dos
etapas:
una
de
Implantación
e
Iniciación
y
otra
de
Seguimiento
y
Desarrollo.
Ambas
basadas
en
procesos
de
sensibilización,
iniciación
y
formación
docente,
monitoreo
y
canalización
de
niños
y
niñas
con
posibilidades
e
interés
de
vincularse
con
coros
propiamente
dichos.
En
esta
primera
etapa
de
Implantación
e
Iniciación,
no
se
trata
de
formar
coros
propiamente
dichos,
sino
más
bien
grupos
escolares
de
canto.
El
programa
debe
ser
incluyente
y
participativo,
dado
que
el
propósito
es
el
impacto
en
la
escuela
en
su
conjunto
y
no
sólo
la
selección
de
las
mejores
voces.
Se
trata
de
sentar
las
bases
de
un
movimiento
coral
hasta
hoy
limitado,
debido
precisamente
a
la
ausencia
del
canto
en
la
escuela.
En
paralelo
o
en
la
segunda
etapa
vamos
a
detectar
a
los
pequeños
que
puedan
conformar
coros
escolares
o
iremos
buscando
la
conexión
con
el
movimiento
coral
que
promueven
las
instituciones
culturales.
En
aquellas
escuelas
donde
ya
existiera
un
coro,
dirigido
por
un
maestro
con
formación
musical
y
de
dirección
coral,
las
posibilidades
se
abrirán
en
un
sentido
más
avanzado.
Aunque
ninguno
de
los
compositores,
arreglistas
y
músicos
que
participaron
en
la
producción
musical
de
“¡Ah
que
la
Canción!,
Música
Mexicana
en
la
Escuela”
había
trabajado
en
aulas
de
educación
básica,
o
con
maestros
de
escuelas
públicas,
tenían
todo
el
interés
y
el
corazón
puesto
en
este
proyecto,
un
alto
nivel
de
conocimientos
musicales
y
de
dirección
coral,
y
mucha
experiencia
docente
con
coros
o
grupos
de
estudio
de
música
profesionales.
Conocían
el
método
y
creían
en
él.
Durante
varias
sesiones,
definimos
un
mapa
de
contenidos
y
el
enfoque
de
aprender-‐haciendo,
de
facilitar
al
maestro
de
aula
su
ingreso
al
mundo
de
la
música,
además
del
uso
del
método
en
el
aula.
Bauticé
el
curso
como:
Dirección
Coral
con
Enfoque
en
el
Aula.
Los
cursos
para
los
maestros
de
aula
se
pilotearon
en
la
ciudad
de
México.
En
un
segundo
momento
se
sistematizaron
y
reformularon
los
contenidos
y
estrategias
para
formar
a
los
formadores
de
formadores
que
trabajarían
con
los
maestros
de
aula
de
todos
los
estados
de
la
República
Mexicana.
El
Programa
Nacional
de
Escuela
Segura
realizó
otro
tiraje
adicional
del
repertorio,
dado
el
interés
que
despertó
en
los
estados.
Viajé
con
el
Maestro
José
Aguirre,
coordinador
de
dicho
programa
de
SEP
a
Morelos.
Nuestra
meta
conjunta
eran
200
escuelas,
pero
nos
recibieron
con
una
lista
de
1000
planteles
que
estaban
esperando
el
programa.
El
Curso
es
introductorio
y
tiene
una
duración
de
22.5
horas
por
cada
módulo,
hasta
completar
240
horas
necesarias
para
la
conformación
de
un
Diplomado.
Con
el
apoyo
de
la
Administración
de
Servicios
Educativos
en
el
Distrito
Federal,
los
primeros
cursos
se
realizaron
en
2008.
El
Dr.
Luis
Ignacio
Sánchez
y
la
Arquitecta
Mónica
Hernández
facilitaron
la
participación
de
los
maestros
de
aula
para
que
iniciaran
su
formación
en
música
y
dirección
coral.
En
este
Curso,
los
participantes
recibieron
elementos
básicos
de
técnica
vocal,
de
respiración,
dirección
coral,
lectura
musical
con
métodos
equivalentes
de
solfeo,
juegos
creativos,
gimnasia
mental,
ejercicios
de
integración,
revisión
de
la
lirica,
metodología
y
didáctica
de
la
enseñanza
musical
y
sobre
todo,
mucho
entusiasmo
y
práctica
frente
a
grupo.
Se
busca
lograr
una
introducción
al
método,
el
conocimiento
del
material
y
un
intenso
intercambio
de
experiencias
didácticas.
Los
maestros
no
solo
reciben
teoría
musical
y
recursos
pedagógico,
cantan,
enseñan
y
dirigen
durante
el
curso.
Los
formadores
que
imparten
el
curso,
participantes
en
la
creación
del
método
y
otros
directores
de
coros
que
se
han
sumado
con
entusiasmo
y
valor
al
programa,
facilitan
a
los
profesores
de
aula
una
combinación
entre
teoría
musical,
metodología
y
práctica.
Lo
más
importante:
comparten
y
contagian
su
pasión
y
su
ética.
Los
primeros
180
maestros
llegaron
un
tanto
escépticos.
Otro
curso
más,
decían.
Pero
no
cabe
duda
de
que
la
música
y
el
canto,
enseñados
por
un
buen
maestro,
mueven
montañas.
Cada
sesión
del
curso
generaba
un
entusiasmo
desbordante,
lleno
de
energía
y
de
voluntad
de
cambio.
Los
testimonios
de
los
maestros
hablan
más
de
lo
que
puedo
decir:
“Este
curso
me
devolvió
al
aula,
ahora
tengo
deseos
de
aprender
y
de
enseñar”;
“si
yo
lo
puedo
hacer,
mis
alumnos
también”;
“por
fin
se
pensó
en
el
aula
mexicana”,
“me
encanta
la
selección
de
canciones”,
“pensé
que
estaba
negado
para
la
música”,
“mis
alumnos
ya
empezaron
a
cantar,
decidí
agarrar
el
toro
por
los
cuernos”.
“No
sabía
a
qué
venía,
pero
este
programa
abrirá
las
puertas
que
estuvieron
cerradas
durante
mucho
tiempo”.
No
faltó
quien
dijo:
“A
mi
me
mandaron
castigado,
pero
ahora
quiero
que
me
castiguen
más
seguido”.
Además
de
su
participación
en
los
temas
teóricos,
los
maestros
de
aula
estudiaban
las
piezas,
definían
su
estrategia
didáctica
y
la
ponían
en
práctica
frente
a
los
demás.
Su
creatividad
rebasó
lo
esperado:
algunos
hicieron
poesía
coral,
otros
vincularon
la
música
con
un
cuento
y
otros
hasta
bailaron.
En
la
ciudad
de
México
se
han
formado
ya
cerca
de
500
maestros
de
aula
de
primarias
y
secundarias,
quienes
a
su
vez
están
trabajando
con
sus
niños
y
niñas.
Este
2010
comienza
el
segundo
módulo
para
los
primeros
participantes
y
se
sumarán
otros
200
maestros.
A
la
fecha,
en
dos
cursos,
se
han
formado
335
directores
de
coros
de
los
32
estados,
quienes
a
su
vez,
tienen
una
estrategia
estatal
para
formar
a
los
maestros
de
aula
y/o
música.
Durante
2009,
1,043
maestros
de
aula
de
primaria
o
de
secundaria,
de
12
estados
recibieron
el
primer
curso.
Las
voces
de
nuestros
niños
y
niñas
se
empiezan
a
escuchar.
A
fines
de
2009,
apoyados
por
el
Club
de
Industriales
y
su
presidente,
José
Carral,
un
grupo
de
la
Escuela
Primaria
Manuel
Altamirano
y
otro
de
la
Secundaria
11
cantaron
juntos
el
repertorio,
ante
los
ojos
y
oídos
atónitos
de
los
presentes.
Dirigidos
por
el
maestro
Jorge
Córdoba
y
sus
maestros
de
música,
sorprendieron
a
todos
los
asistentes
quienes
les
aplaudieron
de
pie.
Este
2010
será
clave
para
dar
visibilidad
al
canto
de
los
niños,
niñas
y
adolescentes
dentro
y
fuera
de
la
escuela.
El
camino
es
largo.
La
calidad
del
proceso
es
la
prioridad
en
este
programa
de
alcance
nacional.
Los
retos
son
de
diferente
orden:
pedagógico
y
musical,
de
gestión
escolar
y
de
institucionalización.
El
punto
de
partida
es
que
las
escuelas,
los
maestros
y
los
niños
se
están
apropiando
de
“¡Ah
que
la
canción!”
Se
requiere
un
segundo
y
tercer
repertorio,
para
secundarias
y
para
preescolar,
lo
cual
ha
sido
una
demanda
de
maestras
de
este
nivel.
Debemos
cuidar
el
trabajo
de
notación
musical
y
su
expresión
en
la
grabación
de
los
arreglos,
ya
que
esta
primera
experiencia
no
estuvo
exenta
de
pequeños
errores.
La
grabación
ha
de
hacerse
con
instrumentos
musicales
acústicos
y
no
sólo
con
sintetizador.
En
esta
ocasión,
solo
los
arreglos
de
Enrique
Jiménez
se
grabaron
con
instrumentos
acústicos.
Algunos
maestros
de
música
han
planteado
la
necesidad
de
agregar
el
cifrado,
pensando
en
la
guitarra,
el
instrumento
más
popular.
Estamos
diseñando
los
esquemas
de
monitoreo
regionalizado
tanto
en
los
estados
como
en
la
Ciudad
de
México.
En
este
2010,
trabajaremos
en
la
institucionalización
de
la
formación
docente
y
ampliaremos
la
educación
a
distancia.
Durante
la
formación,
a
través
de
diversos
instrumentos,
ubicamos
las
necesidades
de
formación
de
los
maestros
de
música
y
aún
de
los
directores
de
coros
de
todo
el
país.
El
reto
es
sumar
fuerzas
para
iniciar
una
estrategia
de
corto,
mediano
y
largo
plazo
con
miras
a
la
profesionalización
de
los
docentes
no
sólo
en
dirección
coral
o
en
relación
con
¡Ah
que
la
Canción!
Hemos
iniciado
un
fructífero
diálogo
con
la
Universidad
Pedagógica
Nacional
(UPN),
la
Dirección
General
de
Formación
Continua
de
SEP.
A
través
de
ProIDEA,
un
programa
de
investigación
educativa
en
artes,
la
Universidad
del
Claustro
de
Sor
Juana
y
la
UPN
apoyarán
la
profesionalización
de
los
maestros
de
artes.
La
música
forma
parte
de
nuestra
memoria
cultural.
Cantar
permite
liberar
la
energía
y
el
sentimiento.
Cantar
lo
propio
afirma
el
sentido
de
pertenencia.
Cantar
en
conjunto
crea
una
energía
transformadora
y
cohesión
social.
La
música
es
el
único
lenguaje
común
que
ha
creado
la
humanidad,
dice
Gerardo
Rábago.
La
música
puede
contribuir
a
la
paz
y
a
ordenar
el
mundo
interno
y
colectivo
de
una
sociedad
que
está
urgida
de
amor.
Hay
que
devolver
a
los
niños
y
niñas,
además
de
la
voz,
el
patrimonio
musical
que
legítimamente
les
pertenece.