STomas SergioRabade Lecc2001

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SA~TO TOl\1;\S

DE AQlHNO.
F' PE~SAI>OR

DE E~CIU CIJ,\DA

Acercarse a un pensador, que es tanto un filósofo como un teó-


logo, un pensador del que nos separan más de siete siglos. no es tarea
fácil. Con frecuencia se despacha a Sto. Tomás como pensador incluyén-
dolo bajo la rúbrica de un filósofo escolástico. aunque se lo califique
como el más eximio representante dentro de la Escuela. Pero el término
«escolástica» es un término de casi imposible circunscripción concep-
tual. Y así tiene que ser si. desde la cronología. hacemos remontar la
escolástica a la escuela y el renacimiento carolingios y la extendemos
hasta el siglo XV, cuando la arrincona el renacimiento con que se abre
la modernidad. Y si, dejando de lado la cronología. intentamos fijar
perfiles a la escolástica desde sus diversas corrientes, tampoco avanza-
mos mucho. Por referirnos sólo a los momentos estelares, obviamente no
tiene mucho que ver la escuela Chartres en el siglo XII, rica de un
humanismo fuertemente literario, con la especulación metafísico-teológica
del XIII. Y en el XIII no es el mismo el estilo de pensamiento en París
que en Oxford, sin olvidarnos de Bolonia. Y todo ello sin referirnos a esa
palestra de polémicas entre diversas corrientes de la escolástica del XIV.
Por ello. sin olvidar -y. por supuesto. sin negar- la pertenencia de
Sto. Tomás al océano de la escolástica. vamos a buscar otras vías de
acceso a su figura. Y lo vamos a hacer desde el ineludible imperativo de
que, para comprender a un pensador y a un filósofo, hay que compren-
derlo desde el contexto en que piensa y filosofa. Esto nos obliga a unas
referencias sumarias al siglo Xlll desde una triple perspectiva: la situa-
ción social. el mundo eclesiástico como la aristocracia intelectual de
aquella época y los nuevos horizontes de unas formas del saber que
habían entrado en una profunda crisis. Y estas tres perspectivas deben
aclararse en obligada referencia a París como centro de gravedad del
siglo XIII.

La sociedad medieval dista mucho de ser una sociedad estática.


tal como se la califica muchas veces desde la frecuente lejanía de la
ignorancia. Traspasado el siglo X como siglo de hierro. la sociedad
medieval emprende una lenta evolución en la que el crecimiento demo-
gráfico conlleva un progresivo desarrollo económico e institucional que
culmina en un nuevo bienestar y en un cierto equilibrio de los diversos
poderes en el siglo XIII. Esta nueva situación se echa de ver muy espe-
cialmente, como era de esperar, en los núcleos urbanos. Como se ha
señalado reiteradamente. el impulso de una nueva burguesía promueve el
comercio, el mercado, una fuerte actividad económica. En una palabra.
cabe hablar de un nuevo orden social y económico 1 •

Ahora bien. esta sociedad, dentro del teocentrismo propio de la


cristiandad medievaL contaba con una aristocracia cultural centrada al-
rededor del clero y de las instituciones eclesiásticas. Y estas institucio-
nes eclesiásticas van a experimentar profundas transformaciones en el
siglo XIII. Hay una que, como veremos, nos va a interesar especialmen-

' Cfr. 1.. Gcnícot. Europa en el siglo XIII. Trad. de A. Ma. M"ycnch. Barcelona. Labor, 197f>. p. 246 ":
te. Cabe resumirla en una frase: la sustitución de los monasterios por los
conventos. Si hasta el siglo Xlll los monasterios habían sido los grandes
focos de la cultura medievaL aunque progresivamente se habían ido
sumando a esa tarea escuelas catedralicias y diversos tipos de Studia
creados en algunas ciudades por diversas instituciones, casi con el estre-
no del XIII irrumpen con fuerza inusitada los conventos. Obviamente
nos referimos a los nuevos núcleos de comunidades religiosas que se
constituyen como consecuencia de dos nuevas órdenes religiosas: los
dominicos y los franciscanos. Entre las muchas diferencias entre los
monasterios y los conventos. nos interesa destacar una: los monasterios
estaban, en general, alejados de los núcleos urbanos: los conventos, en
cambio, se integran en las ciudades. Las grandes abadías benedictinas
sufrieron una crisis «provocada por la falta de adaptación a las condicio-
nes nuevas de la economía», aparte de otras disfunciones respecto del
nuevo escenario del siglo XIIF.

De las dos órdenes mendicantes nos interesa especialmente la de


los dominicos por el especial protagonismo que asume de inmediato en
el campo del pensamiento. Sto. Domingo funda una orden orientada a la
predicación y a la enseñanza desde el primer momento. Es curioso reco-
ger cómo en las constituciones de la orden se señala que el estudio es
«un medio necesario para conseguir el fin especial de la Orden». Y por
ello sus frailes se han de entregar de tal modo al estudio ut de die, de
nocte, in domo, in itinere, legant aliquid vel meditentur, et quidquid
poterunt, retinere cordetenus nitantur'. Sto. Tomás fue la más cum-
plida expresión de esta finalidad de la Orden y con Alberto Magno
personifica el protagonismo que ejerció en el siglo XIII.

'o. c.. p. 321.


' Const. 627. l. Apud G. f'railc. Historia de la fílosolfa. 11. BAC. Madrid, 1960. p. S05.

S
Pero la perspectiva que más nos interesa es la referente a la
revolución cultural que, en muchos aspectos, significa el siglo XIII. Si,
en un alarde de imaginación, suponemos que somos un estudiante que,
tras una preparación considerada como suficiente en algunos de Studia
Generalia heredados del XII, llegamos a París y que caen en nuestras
manos unos cuantos pecia4 de alguno de los libros de maestros como
Alberto Magno o Sto. Tomás, nuestra sorpresa y desorientación serían
extraordinarias. Acostumbrados a que la base de la enseñanza sea fun-
damentalmente S. Agustín, Boecio y algunos gramáticos y, como mucho,
algunas referencias a ciertas partes del Organon de Aristóteles, encon-
tramos ahora que por las páginas de esos pecia empiezan a desfilar
nombres ca<>i ignorados hasta ese momento. Si de Aristóteles habíamos
oído hablar algo en lógica., ahora el Estagirita invade no sólo ese campo,
sino que se hace el dueño casi despótico de páginas de metafísica, de
ética, de psicología, de filosofía natural... Y esto no es lo más grave
porque a Aristóteles siempre se le había concedido una cierta autoridad
y había que perdonarle su disconformidad con el cristianismo, dado que
vivió cuatro siglos antes. Lo grave es que en las aulas y en los libros se
multiplican nombres de autores posteriores a la institución del cristianis-
mo, cuyas doctrinas son, en puntos importantes, contrarias a los dogmas
cristianos. Entre esos nombres destaca Averroes que, además, comparece
como el indiscutible título de comentador fiel de Aristóteles. A él se
suman otros autores árabes, entre los que destaca Avicena. Y por si esto
fuera poco, también son estudiados y citados miembros de la entonces
calificada como «pérfida» nación, los judíos, como Maimónides y
Avicebrón.

Bastan estos someros datos para darnos cuenta de que algo im-
portante está pasando en el siglo XIll y muy especialmente en París.

1
Cfr. J. Paul. llis&oift id • e ..... J'oc::dtleat .-.n.J. Annand Colín. París. 1!173. p. 295.

6
Estamos, como se ha señalado reiteradamente, en un auténtico renaci-
miento de la cultura antigua, concretamente de la filosofía. Sí en el siglo
XII se desarrolla en Chartres un cierto renacimiento de carácter
humanístico, en el que, junto a Cicerón, el Timeo de Calcidio y S.
Agustín, se estudia a los gramáticos y se leen Horacio, Virgilio y Ovidio,
en el XIII tiene lugar el auténtico renacimiento de la filosofía griega
personificada en Aristóteles, al que se convierte en modelo del filosofar.
El Aristóteles empírico va a ser el inspirador de Alberto Magno; el
Aristóteles más especulativo lo será de Sto. Tomás.

El centro de todo esto está en París. Cuando, tras la muerte de


Sto. Tomás, la Facultad de Artes reclama su cuerpo, denomina a París
omnium studiorum nibilissima civitas. Y Alberto Magno la califica
como civitas phüosophorum. Las dos expresiones son válidas. París es
centro y foco de la cultura y de la ciencia medieval en el XIII. Bien es
verdad que en Oxford se atendía más a la ciencia incipiente y que Bolonia
seguía siendo difusora del saber jurídico. Pero no cabe olvidar que la
reina del saber en la Edad Media es la teología y que la teología nece-
sitaba contar ancilarrnente con el servicio de la filosofía. De ahí que en
el París del XIII, concretamente en la figura señera de Sto. Tomás, filo-
sofía y teología constituyeran un todo armónico. La filosofía era la en-
cargada de preparar los praeambula fidei, al igual que la Facultad de
Artes -es decir, de Filosofía- era, para la mayoría de los estudiantes, paso
obligado para acceder a la Facultad de Teología. Por eso, frente al poder
indiscutible del Papado y al discutido poder del Emperador, la Univer-
sidad de París es respetada como un tercer poder resultante de la auto-
ridad que se concedía a las opiniones y dictámenes de sus maestros. Los
privilegios que otorgaron a la Universidad parisina papas y reyes son
testimonio del reconocimiento de esta autoridad.

En este contexto adquiere todo su relieve la llegada a París en


1252 de un fraile dominico recientemente ordenado sacerdote. Es el

7
joven Tomás de Aquino. Tiene veintisiete años, pero es ya un universi-
tario con muchos años de estudio a sus espaldas: había estudiado Artes
en la joven universidad de Nápolcs, pero. sobre todo. había tenido la
suerte de seguir. durante tres años, las enseñanzas de Alberto Magno en
el Estudio General de Colonia. Esos años le abrieron rutas nuevas en
filosofía y teología, pero, además, pusieron los fundamentos de una sólida
amistad entre maestro y discípulo, una amistad que dura hasta más allá
de la muerte de Sto. Tomás. En efecto, cuando en la condena de París
de 1277 aparecen en la lista de proposiciones censuradas algunas que
claramente se referían a la doctrina del Aquinate. Alberto Magno. viejo
y achacoso. viaja a París para defender la ortodoxia de su discípulo.
fallecido hacía unos años.

Tomás de Aquino, como era preceptivo, pasa por las etapas de


bachiller bíblico y, luego, bachiller sentenciario, para, en 1256. a instan-
cias del Papa Alejandro JV, ser admitido en el grado de Maestro o doctor
en teología.

Ya tenemos al joven Tomás de Aquino en la universidad más


importante de Europa y, dentro de esa universidad, en la categoría supe-
rior de maestro en teología. Sin embargo, su vida y actividad académica
en la universidad de París estuvo muy lejos de ser un camino de rosas.
Si se me permite la expresión, me atrevería a decir que el joven profesor
acaba de entrar en un avispero. Veamos.

Tres son los factores principales que, en aquel momento de en-


crucijada de plurales caminos de pensamiento. convulsionan la tranqui-
lidad académica de la Universidad de París: la polémica entre profesores,
la dificultad de seguir vías intelectuales que no se derivaran de S. Agustín
y, en relación con esto, las polémicas surgidas por la llegada masiva de
la obra y doctrina de Aristóteles, arropadas por diversos autores árabes.
En cuanto a la polémica entre profesores, estamos ante una cues-
tión demasiado humana: los profesores del clero secular, que habían
tenido a su cargo los puestos de enseñanza, ven, de pronto. que sus
puestos peligran con la llegada de profesores de la dos órdenes
mendicantes. Había que expulsar a estos nuevos profesores, especial-
mente a los dominicos. No se repara en medios: se promueven huelgas,
se agita a los estudiantes hasta el extremo de que llega a haber un muerto
en las refriegas con la policía. Se publican libros contra los mendicantes
llegando a calificarlos como los precursores del anticristo'. ¡,Qué hace
en estas circunstancias un intelectual comprometido como Tomás de
Aquino? Sto. Tomás cree que debe intervenir: está en juego algo impor-
tante para la Iglesia y para la Universidad de París. y está en juego el
papel que el Papa encomienda a la Orden de Predicadores. Por eso de su
pluma sale la obra Contra impugnantes Dei cultum et religionem. Se
defienden las nuevas órdenes religiosas y su papel en las tareas univer-
sitarias. Su postura acabó siendo de aceptación general.

Los otros dos frentes de controversia -la fidelidad al pensamiento


de S. Agustín, por una parte, y la recepción de Aristóteles. por otra-
tienen un desarrollo paralelo. S. Agustín había venido siendo durante la
Edad Media la autoridad indiscutible en el pensamiento medieval, por
supuesto en teología, pero también en filosofía en campos tan importan-
tes como en la doctrina del alma o en la teoría del conocimiento. En el
siglo XIII esto sigue siendo así, al menos en parte. En efecto, el
agustinismo encontró en la Orden franciscana un baluarte de defensa.
contando con maestros tan importantes como Alejandro de Hales y, sobre
todo, S. Buenaventura. Pues bien, cuando el pensamiento medievaL desde
finales del XII y comienzos del Xlll, entra en contacto prácticamente con
la obra total de Aristóteles, estalla el conflicto.

' J. Paul, O. c., p. 299 y ,gr,.

e,
Parece que, en principio, la tradición contraria a Aristóteles lle-
vaba todas las de ganar. El ambiente se encrespa. Se suceden prohibicio-
nes y condenas para cerrar la puerta al Estagirita. Así, en 121 O. se
prohibe sub pena excommunicationis la lectura pública o secreta de los
libros de Aristóteles sobre filosofía natural. En 1215, bajo el legado
pontificio Roberto de Coun;on, se establece: Non legantur libri
Aristotelis de metaphysica et de naturali philosophia nec summe de
eisdem. Y en esta prohibición Aristóteles va acompañado de dos herejes:
David de Dinant y Amalrico y, curiosamente, un Mauricius hispanus,
o maurus. Quién sea este Mauricio o moro español no lo sabemos, ya
que no tiene justificación identificarlo con Averroes. Las condenas o
prohibiciones se repiten en años posteriores. Si somos sinceros, debemos
pensar que, cuando tantos esfuerzos se ponen en cerrar puertas a
Aristóteles, esto certifica que el aristotelismo estaba ganando la batalla.
Dice bien Gilson: «los escritos aristotélicos sobre física o metafísica se
infiltran por todas partes y no cesan de ganar terreno>/'. Obviamente,
cuando Tomás de Aquino se integra en puestos de enseñanza en París.
la presencia e influencia de Aristóteles tiene categoría de hecho. ¿Cuál
va a ser su actitud? Indudablemente, «cristianizar>> a Aristóteles, aunque
ello suponga una compleja empresa. En efecto, esta empresa tiene par-
tidarios y adversarios. Estos últimos están. según dejamos indicado, en
las filas del agustínismo, donde destaca S. Buenaventura. El agustinismo
no rechazaba de plano todo Aristóteles, pero. frente a éste. defendía un
conjunto de tesis derivadas de la doctrina del Obispo de Hipona, que
eran un auténtico dique a la recepción de Aristóteles.

A favor del Estagirita va a estar Sto. Tomás, precedido por su


maestro Alberto Magno. Su defensa parte de la afirmación de que en la
filosofía de Aristóteles se encuentra un depósito de verdades filosóficas.

' E. Gilson. La r.Josotra m la Edad Media. Gred"'. Madrid. 1976, p. 364.

1C
Así lo hace constar Alberto Magno, aceptando que Aristóteles verum
dixit, y que natura hunc hominem posuit quasi regulam veritatis, in
qua summam intellectus humani peñectionem demonstravit7. Sto.
Tomás se entregó con esfuerzo continuado al estudio de esa filosofía
cargada de verdad. Aparte de la presencia de tesis de Aristóteles en sus
obras más personales, comenta, según el uso medieval, )a<; obras más
importantes del filósofo griego, tarea que pudo llevar a cabo con un rigor
nuevo, ya que contó con la inestimable ayuda de su hermano en religión
Guillermo de Moerbeke, quien le traduce directamente del griego obrclS
de Aristóteles que hasta ese momento había que leer e interpretar de
acuerdo con las traducciones del árabe llegadas de Toledo, Palermo, etc.,
traducciones que en muchos ca<;os no eran del todo de fiar. Debemos, sin
embargo, subrayar lo que venimos diciendo: Aristóteles es el maestro en
filosofía, porque en teología Sto. Tomás sigue siendo fundamentalmente
fiel a las doctrinas de S. Agustín.

¿Se acaban aquí los problemas en este asunto que inquietó la


universidad de París durante más de cincuenta años? La respuesta es
negativa: como acabamos de indicar. el primer conocimiento de obras
fundamentales de Aristóteles, como, por ejemplo, las de metafísica, se
obtiene desde traducciones del árabe. Pero no es esto lo más importante:
lo más importante es que llegaban apoyadas y comentadas por las obras
de Averroes, al que por ello, según dejamos apuntado, se le llama el
comentador. El deseo de conocer a Aristóteles lleva, especialmente dentro
de la Facultad de Artes, a un auténtico entusiasmo por Averroes, nacien-
do así el averroísmo latino. Algunas doctrinas de Averroes tropezaban
frontalmente con el dogma cristiano, como, por ejemplo, la negación de
la inmortalidad personal. El intelectual comprometido que es fray Tomás

' Apud lJeberwcg!Geyer, Die patrl.•lische und schola.'lli.o;che Philosophle. 11' edic. Benno Schwabe. Stuttgart,
1958, p. 351.
no puede permanecer tranquilo y saltará a la palestra con un durísimo
opúsculo: De unitate intellectus contra averroístas (Sobre la unidad
del entendimiento contra los averroístas). Él conoce e incluso se sirve
de Averroes, pero sin mancilla del dogma. Sin embargo. no lo vieron así
las autoridades de París: tras estar en peligro de ser condenadas algunas
tesis suyas en 1270, en 1277. años después de su muerte. en una masiva
condena, aparecen tesis de clara procedencia de Sto. Tomás. Como de-
jamos dicho. S. Alberto Magno asumió la defensa de su discípulo.

Cuanto llevamos expuesto hasta ahora. de fonna extremadamente


esquemática, no ha tenido otra pretensión que presentar el ambiente y
asomamos al humus intelectual en el cual y desde el cual emerge Sto.
Tomás como la figura más relevante del pensamiento medieval. Creemos
que ahora podemos estar en condiciones de señalar algunos de los per-
files básicos de esta prominente figura. Apuntamos como fundamentales
los siguientes: independencia desde la atenencia a la razón, el rigor
intelectual, novedad y originalidad de su pensamiento, una inteligencia
arquitectónica. clarificación de las relaciones entre la fe y la razón. Todo
ello bajo el imperativo de fidelidad a la verdad.

Y por este imperativo de verdad hay que comenzar a entender al


Doctor Angélico. Éste es el ideal hacia el que conjuran todos sus esfuer-
zos y quehaceres intelectuales. Lo dejó muy claro en múltiples pasajes
de sus obras. Así para él «el estudio de la filosofía no se ordena a saber
lo que hayan opinado (quid senserint) los hombres. sino a saber cómo
se encuentra la verdad de las cosas»~. Ésta es su divisa, porque, como
nos dice en la Suma teológica, «no pertenece a la perfección de mi
entendimiento (intellectus mei) conocer lo que tú quieres o lo que tú
entiendes, sino sólo la verdad que posean las cosas (quid rei veritas

' In 1 de caelo. le. 22.

17
habeat) 9 . Y en el capítulo con que se abre la Suma contra los gentiles
encontramos estas afirmaciones en las que, aparte del ideal de la verdad,
está presente el fin apologético que inspira la obra. «Es menester, pues,
que el fin último del universo sea el bien del entendimiento. Y éste es
la verdad. Por consiguiente es preciso que la verdad sea el último fin de
todo el universo ... » 10 •

De este amor a la verdad y de la irrenunciable fidelidad a ella


nace la independencia de su quehacer intelectual: «Al elegir o rechazar
las opiniones, no debe el hombre dejarse llevar por el amor o el odio del
que introduce la opinión, sino más bien (magis) por la certeza de la
verdad» 11 • De acuerdo con el viejo aforismo de que auctoritas in
philosophia non est argumentum, nos dirá que probar por autoridad no
es probar con fuerza demostrativa, sino adquirir una opinión 12 • De tal
suerte que si algún maestro "determina·· -recuérdese el sentido técnico
de esta palabra- apoyado en simples autoridades, el oyente quedará en-
terado de que es así, pero se marchará ayuno de ciencia y de saber 13 • Y
no le fue fácil mantener esta independencia. Dada la inmensa erudicón
obtenida con su enorme espíritu de trabajo -se dice que trabajaba dieci-
séis horas al día- se encontraba con autores por los que sentía un gran
atractivo: S. Agustín, Aristóteles, Platón, etc. Según su expresión, había
que tratar a todos reverenter. pero sin hipotecar nunca el recto ejercicio
de su razón. Salvo en cosas de fe, la razón es la guía a la que debemos
atenernos. Lo cual no le impide reconocer que cabe recibir ayuda incluso
de aquellos cuyas opiniones rechazamos 14 •

Uno de los caracteres más destacados del Angélico, carácter que


todo lector puede descubrir leyendo cualquiera de sus obras, es un ajus-

''l. q.l07. a. 2 c.
" Contra Gentes, l. 1, e. l.
'' In Metaph .. l. XII, k. e¡
"Quodl. 1. a. 31. ad l.
'' Quodl. 4, a. IR c.
" In Metaph., l. XII, k. 9
tado rigor. Nos parece que cabe aceptar en su pleno sentido el elogio que
de él hace Cayetano: Sanctus Thomas semper loquitur formaliter 15 •
Así es en la fijación y expresión de las nociones y conceptos, en la
exposición de las opiniones o sentencias, en los comentarios. Y, por
supuesto, en el lenguaje. El latín de Sto. Tomás, dentro de la degradación
y pobreza a que había llegado, es de una extremada austeridad, alejado
de todo tipo de adornos que pudieran oscurecer la recta comprensión del
pensamiento. Y ello no se debe a que el Aquinate fuese incapaz de un
lenguaje de más belleza expresiva, que sí lo era, tal como lo pone de
relieve su redacción del oficio del Corpus, sino por atenencia al impe-
rativo de rigor, del que jamás se aparta. Sin que esté totalmente ausente
el recurso a la metáfora, es extremadamente remiso en acudir a ellas. El
Aquinate es un maestro en el uso de ese latín elaborado por los escolás-
ticos como una especie de metalenguaje de expresión filosófica y
teológica.

Este rigor conlleva una elaborada concisión expositiva puesta de


relieve en todas sus obras, pero de modo muy especial en su obra cum-
bre, la Suma Teológica, de la que se puede afirmar que no cabe decir
más con menos palabras.

Otro de los perfiles es la originalidad y la capacidad de innova-


ción. Cuando frecuentemente se considera a la escolástica como una
escuela o corriente de pensamiento uniforme, se está cometiendo mani-
fiestamente una injusticia. Los estudiosos del pensamiento medieval
recordarán la frase pronunciada por más de un autor: veritas nondum
est occupata. Y, si no está ocupada, hay lugar para seguir estudiando y
conquistando verdades. Santo Tomás es un conquistador de nuevos
ámbitos de verdad, tanto en teología como en filosofía. Esta originalidad

'' Apud M.-D. Chenu. lntroductlon a l'étude de Saint lbomas d' Aquin. 12" edic. J. Vrin. París. 1954. p. 98.

14
aparece incluso en obras que corren el peligro de repetir básicamente lo
dicho por otros. Nos referimos a los comentarios. Buena parte del pen-
samiento medieval se hace al hilo de comentarios de obras consagradas
por la historia. Una de la<> obras comentadas por necesidad curricular en
los aspirantes al doctorado en teología eran los cuatro libros de Senten-
cias de Pedro Lombardo. En efecto, el aprendiz de teólogo, supuesta una
formación en artes, debía hacerse bachiller bíblico comentando textos de
la Sagrada Escritura. La etapa siguiente de formación -bachiller
sentenciarlo- se conseguía comentado la obra de Pedro Lombardo. De
casi todos los grandes autores conservamos este tipo de obra. ¿Valor de
la misma? Depende de cada autor. Pues bien, en el Comentario a las
sentencias de Sto. Tomás cabe descubrir, sobre todo en los tres primeros
libros, un elenco de conceptos y de teoóas novedosas. Como ya había
entrado en amplio contacto con la obra de Aristóteles en los años de
estudio con Alberto Magno, muchas novedades proceden de esta fecun-
dación de su pensamiento por el Estagirita. Lógicamente, según su pen-
samiento se va estructurando y consolidando, se acrecientan también las
novedades, novedades que él, aun a sabiendas del rechazo con que en
muchos casos iban a ser recibidas, no duda en proteger y justificar ra-
cionalmente. No nos resistimos a transcribir un texto de Guillermo de
Toco, biógrafo, hermano en religión y excelente conocedor de fray To-
más. En el capítulo 14 de su vida del Santo leemos lo siguiente: «intro-
ducía artículos nuevos en sus lecciones, descubóa un modo nuevo y
claro de determinar introduciendo nuevas razones en las determinacio-
nes; hasta tal punto que nadie que le escuchara enseñar cosas nuevas y
resolver las dudas con razones nuevas, pondóa en duda que Dios lo
había iluminado con los rayos de una luz nueva». La impronta de nove-
dad que impuso a la tradición un tanto anquilosada de la Escolástica ha
sido tan fuerte, que forzosamente hay que hablar de un antes y un des-
pués del doctor Angélico.

11:
!J
Sto. Tomás poseía una inteligencia arquitectónica. Tomamos esta
calificación de la Kritik der reinen Vernunft de Kant. Efectivamente,
en la cuarta y última parte de la obra nos habla de la arquitectónica de
la razón pura. Y la define así: «entiendo por una arquitectónica el arte
de los sistemas» 16 • ¿En qué consiste este arte? En reconducir la plurali-
dad de conocimientos a la unidad y estructura del sistema. De no hacer
esto, nuestros conocimientos, dicho con metáfora de la que gusta Kant,
se quedarían en rapsodia. Si no llevamos nuestros conocimientos plura-
les a unidad, éstos se quedarían en la misma situación en que están los
ladrillos en un montón en espera de que se coloque a cada uno en el
lugar que le corresponda en el edificio que se va a construir. Santo
Tomás. que, como es obvio. no sabía de esta posición kantiana, se vale
de un pasaje relativamente similar de Aristóteles, que ciertamente no
reclama estructura arquitectónica, pero sí un claro orden de nuestros
conocimientos. Traduciendo el sofoú esti epitáttein 17 a la expresión
latina sapientis est ordinare, lo explica así: «la razón de esto se debe
a que la sabiduría es la más excelente perfección de la razón, una de
1
cuyas propiedades es conocer el orden» ~. Este orden que se acaba iden-
tificando con el sistema se echa de ver en cualquiera de las obras del
Santo, pero muy especialmente en las dos Sumas como las más represen-
tativas.

Queremos cerrar esta enumeración de perfiles con una referencia


sumaria a uno de los problemas más típicos de la cultura cristiana me-
dieval: las relaciones entre razón y fe, o entre filosofía y teología. Este
problema venía rodando bastante embrollado, sobre todo por el peso de
S. Agustín en la tradición cristiana. El Santo de Hipona había borrado de
hecho las fronteras entre la filosofía y la religión. Filosofía y religión

''' KrV. A 88~. B 860.


,., Metaphysica. A. 982 " 17-19.
'' In Eth~ l. l. k. l.

16
son. en el fondo, lo mismo 19 • Con esa borrosidad de fronteras llega el
tema a Sto. Tomás. Y. por si esto fuera poco, una de las tesis del
averroísmo latino hacía de fe y razón dos ámbitos inconciliables con la
teoría de la doble verdad. Al intelectual comprometido que es Tomás de
Aquino no le era posible substraerse a este asunto. Cabe incluso decir
que el problema está presente en la práctica totalidad de sus obras.
Permítanme unas breves pinceladas. Por supuesto, no hay contradicción
entre el ámbito de la fe y el ámbito de la razón 20 • pero, además, tiene que
haber conciliación y armonía. Se trata de la conciliación y la armonía
entre el orden natural y el sobrenatural. Cada ámbito se puede decir que
es completo en su orden. aunque pueden y deben prestarse mutuamente
servicios en la consecución de la verdad, porque, en definitiva, ambos
remiten a Dios que crea nuestra razón y que se manifiesta en la revela-
ción. Naturalmente, deben dejarse claras las diferencias: en ambos ám-
bitos se desarrollan conocimientos con valor de ciencia; pero, mientras
los principios de la filosofía son Jos primeros principios de la razón, que
son evidentes por sí mismos, por el contrario. Jos principios de que parte
la teología son las verdades reveladas por Dios.

En esta semblanza de Sto. Tomás que pretendemos presentar nos


estamos olvidando de un aspecto fundamental: la persona a que nos
estamos refiriendo tuvo como ejercicio profesional la enseñanza univer-
sitaria, básicamente en la universidad de París y, en menor grado, en la
de Nápoles. Indudablemente sus clases no se verían tan concurridas como
nos dicen sus biógrafos de no ser un buen profesor. Posiblemente no hay
que buscar una especial originalidad en las líneas básicas del método o
procedimiento de enseñanza. Aparte de las tareas de comentario a las
que obligaba el curriculum, estaban prefijados los cauces ordinarios:

''' Cfr.. por ejemplo. S. Agustín. Ue vera religione. e


"' Contra Gentes, lib. l. c. 7.

l /
lectio, quaestio, disputatio, detenninatio. Ahora bien, en estos odres
viejos se puede encerrar vino nuevo. Eso hizo fray Tomás: una inmensa
erudición digerida, un ir al fondo de los problemas, una brillante claridad
expositiva de la que nos queda el testimonio en la Suma Teológica, obra
que él mismo dice que escribe no sólo para provectos instruere,
sed...etiam incipientes erudire21 • Por eso dirá a continuación que la
escribe eo modo ... , secundum quod congruit ad eruditionem
incipientium. Y termina el prólogo afirmando que va a exponer los
problemas con que tropiezan los que se están formando, breviter ac
dilucide..., secundum quod materia patiatur. Está claro que la Suma
es un ejemplo de cómo entendía el ejercicio de la docencia. Me parece
que se deben subrayar sobre todo dos características: orden y claridad en
las exposiciones. El orden que él mismo propone cuando nos dice que
«las conclusiones y demostraciones de una ciencia están ordenadas,
debiendo derivarse una de otra» 22 • La claridad es manifiesta en todas las
obras que nos dejó, la mayoría de ellas como resultado de sus cursos
docentes. Todo ello dentro de una férrea concisión expositiva.

Es curioso tener en cuenta la atención que dedicaba a lo que hoy


llamaríamos la psicología del alumno. Así nos dice que los jóvenes
tienen dificultades en alcanzar conocimientos metafísicos, mientras que
pueden captar con facilidad los conocimientos donde interviene la ima-
ginación, al paso que encuentran dificultades en los temas que sobrepa-
san los sentidos y la imaginación. Por eso, en filosofía, congruos ordo
addiscendi empezará por la lógica, seguirá por la matemática, continua-
rá con problemas de filosofía natural, de filosofía moral. De ahí se puede
pasar a la metafísica y a la teología 23 •

" Sum. Th .. prólogo.


" Sum. Th .. 1-11. q. 54. a. 4, ad 3.
" In F.tb .. lib. VI. le. 7.
Podemos señalar como un rasgo más de su enseñanza una debida
dosificación de moderación y de audacia. En cuanto a la moderación,
uno de sus biógrafos, B. de Capua, nos dice que en las discusiones en
que intervenía se manifestaba siempre mitis et humilis, nullis verbis
gloriosis et ampullosis utens24 .

Sin embargo, en algunas ocasiones en que se ve envuelto, por


fidelidad a su actitud intelectual, en polémicas y controversias, llevado
por su amor a la verdad, va a retar a sus adversarios. Así sucede en la
defensa de las órdenes mendicantes. «Y si alguien quisiera contradecir
estos puntos, que no hable como un charlatán delante de niños, sino que
escriba, y que haga público lo escrito, para que por los instruidos se
juzgue qué es lo verdadero y, con la autoridad de la verdad, se refute lo
que es erróneo» 25 • Y todavía son más fuertes sus expresiones cuando reta
a los averroístas a discutir con él. En efecto, manifiesta que, si alguien
enfatuado con falsa ciencia «quiere decir algo contra lo que hemos es-
crito, que no ande hablando por las esquinas, ni delante de niños que no
tienen capacidad de juzgar en causas difíciles, sino que, si se atreve, que
escriba contra este escrito» 26 •

Bien podríamos dar por terminada aquí esta semblanza del doctor
Angélico. Pero no queremos cerrarla sin traer a colación algunos juicios
de conjunto, tomados de pluma y voz más autorizadas quela nuestra. Y
comenzamos por el P. S. Ramírez, uno de los españoles que mejor lo han
estudiado y explicado. En la Introducción general con que se abre del
primer tomo de la Suma teológica bilingüe de la BAC ( 1957) leemos lo
siguiente: «Desde el primer instante superó a todos, incluso a los maes-
tros más célebres y encanecidos en la cátedra, por su nuevo método de

24
Apud lntroducdóo gmen1 a la Suma Teoióp:a de S. Ramirez. BAC, Madrid. 1957. p. 53.
" o. c., p. 55.
"' lbld.

19
enseñar, claro. conciso, profundo, preciso. y por su extraordinaria origi-
nalidad: cualidades que le granjearon una simpatía y una admiración sin
límites por parte de los estudiantes»" 7 • En la monumental obra de
Ueberweg, en el tomo 11, dedicado a la filosofía medieval, nos encontra-
mos este elogio: «Tomás es en realidad el escritor más brillante y el
mayor elaborador de sistemas de toda la Edad Media. Nadie, ni antes ni
después de él, hizo un uso mejor de las dotes y del arte de síntesis y de
sistematización ... Su Suma Teológica, la más esplendorosa entre todas
las sumas medievales, una síntesis del más alto estilo en el campo del
saber filosófico-teológico, significa el punto culminante del trabajo de
sistematización en el medioevo» 2x. Páginas antes calificaba al Angélico
como la cabeza más brillante y el más grande sistemático de la Edad
Media 29 • Y terminamos con el juicio de un historiador de la cultura
medieval: "Tomás de Aquino es el espíritu más preciso y vigoroso del
siglo XIII. Lo que en su maestro Alberto, y todavía más en los otros
teólogos, se presenta bajo una forma difusa, recibe en él clara expresión.
Lo que en otras partes está mal dominado, traduciendo mal estímulos y
fuentes, se encuentra en él integrado en una síntesis cuya unidad y sim-
plicidad se presentan perfectas. Lo que en otros ámbitos era compromiso
y conciliación, deja el puesto a una idea más profundamente elaborada
que domina los diferentes aspectos de la cuestión. Es más aristotélico
que ningún otro y, sin embargo, su teología es completamente religio-
sa"'0.

Terminamos ya. Esperamos no haber desfigurado la inmensa


personalidad de Sto. Tomás. Creemos que no es vano celebrar nuestro
patrono, uno de los pensadores más importantes de la historia. Un ejem-

,, o. c•. p. 15.
'' m., patristische und scholastische Philosophie. p. 427.
,, o. c.• p. 419 .
., J. Paul. Histoire intelletueUe de l'occident médiéval. Edic. citada, p. 348.

¿<_:
plo de esfuerzo intelectuaL de inteligencia luminosa. Un ejemplo de
fidelidad al imperativo de la verdad que puede servir de modelo a cuan-
tos nos dedicamos a la tarea fecunda de la docencia universitaria.

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