Actividades de Diagnostico
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COMPRENSION
PRIMER AÑO
PRACTICAS DEL LENGUAJE
A continuación, se te proponen distintos relatos para trabajar la comprensión y análisis de
textos:
León Tolstói
En medio de un bosque vivía un ermitaño, sin temer a las fieras que allí moraban. Es más, por
concesión divina o por tratarlas continuamente, el santo varón entendía el lenguaje de las
fieras y hasta podía conversar con ellas.
En una ocasión en que el ermitaño descansaba debajo de un árbol, se cobijaron allí, para pasar
la noche, un cuervo, un palomo, un ciervo y una serpiente. A falta de otra cosa para hacer y
con el fin de pasar el rato, empezaron a discutir sobre el origen del mal.
-El mal procede del hambre -declaró el cuervo, que fue el primero en abordar el tema-. Cuando
uno come hasta hartarse, se posa en una rama, grazna todo lo que le viene en gana y las cosas
se le antojan de color de rosa. Pero, amigos, si durante días no se prueba bocado, cambia la
situación y ya no parece tan divertida ni tan hermosa la naturaleza. ¡Qué desasosiego! ¡Qué
intranquilidad siente uno! Es imposible tener un momento de descanso. Y si vislumbro un buen
pedazo de carne, me abalanzo sobre él, ciegamente. Ni palos ni piedras, ni lobos enfurecidos
serían capaces de hacerme soltar la presa. ¡Cuántos perecemos como víctimas del hambre! No
cabe duda de que el hambre es el origen del mal.
-Opino que el mal no proviene del hambre, sino del amor. Si viviéramos solos, sin hembras,
sobrellevaríamos las penas. Más ¡ay!, vivimos en pareja y amamos tanto a nuestra compañera
que no hallamos un minuto de sosiego, siempre pensando en ella “¿Habrá comido?”, nos
preguntamos. “¿Tendrá bastante abrigo?” Y cuando se aleja un poco de nuestro lado, nos
sentimos como perdidos y nos tortura la idea de que un gavilán la haya despedazado o de que
el hombre la haya hecho prisionera. Empezamos a buscarla por doquier, con loco afán; y, a
veces, corremos hacia la muerte, pereciendo entre las garras de las aves de rapiña o en las
mallas de una red. Y si la compañera desaparece, uno no come ni bebe; no hace más que
buscarla y llorar. ¡Cuántos mueren así entre nosotros! Ya ven que todo el mal proviene del
amor, y no del hambre.
-No; el mal no viene ni del hambre ni del amor -arguyó la serpiente-. El mal viene de la ira. Si
viviésemos tranquilos, si no buscásemos pendencia, entonces todo iría bien. Pero, cuando algo
se arregla de modo distinto a como quisiéramos, nos arrebatamos y todo nos ofusca. Sólo
pensamos en una cosa: descargar nuestra ira en el primero que encontramos. Entonces, como
locos, lanzamos silbidos y nos retorcemos, tratando de morder a alguien. En tales momentos,
no se tiene piedad de nadie; mordería uno a su propio padre o a su propia madre; podríamos
comernos a nosotros mismos; y el furor acaba por perdernos. Sin duda alguna, todo el mal
viene de la ira.
-No; no es de la ira ni del amor ni del hambre de donde procede el mal, sino del miedo. Si fuera
posible no sentir miedo, todo marcharía bien. Nuestras patas son ligeras para la carrera y
nuestro cuerpo vigoroso. Podemos defendernos de un animal pequeño, con nuestros cuernos,
y la huida nos preserva de los grandes. Pero es imposible no sentir miedo. Apenas cruje una
rama en el bosque o se mueve una hoja, temblamos de terror. El corazón palpita, como si
fuera a salirse del pecho, y echamos a correr. Otras veces, una liebre que pasa, un pájaro que
agita las alas o una ramita que cae, nos hace creer que nos persigue una fiera; y salimos
disparados, tal vez hacia el lugar del peligro. A veces, para esquivar a un perro, vamos a dar
con el cazador; otras, enloquecidos de pánico, corremos sin rumbo y caemos por un precipicio,
donde nos espera la muerte. Dormimos preparados para echar a correr; siempre estamos
alerta, siempre llenos de terror. No hay modo de disfrutar de un poco de tranquilidad. De ahí
deduzco que el origen del mal está en el miedo.
-No es el hambre, el amor, la ira ni el miedo, la fuente de nuestros males, sino nuestra propia
naturaleza. Ella es la que engendra el hambre, el amor, la ira y el miedo.
2. ¿Por qué el cuervo dice que el mal procede del hambre? Explica.
3. ¿Por qué la paloma dice que el mal procede del amor? Explica.
5. ¿Por qué el ciervo dijo que el mal provenía del miedo? Explica.
6. Al final de la discusión el ermitaño dice que el mal viene de nuestra propia naturaleza.
¿Estás de acuerdo con él? ¿Por qué?
10. ¿Cuál crees que haya sido la intención del autor al escribir este cuento? Explica tu
respuesta.
11. ¿Saber cuál es el origen del mal nos puede ayudar a combatirlo? ¿Por qué?
ACTIVIDAD CREATIVA:
1. Crea un cuento breve donde abordes tu propia visión de lo que es el mal. No olvides ser
creativo y original.
El almohadón de plumas
Horacio Quiroga
Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido
heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero
estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la
alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba
profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e
incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso
-frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado.
Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba
aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en
toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por
echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer
pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente
días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo
de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la
mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello.
Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia.
Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin
moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El
médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad
que no me explico, y sin vómitos, nada… Si mañana se despierta como hoy, llámeme
enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima,
completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la
muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse
horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la
luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La
alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo
largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de
estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido,
acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los
dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa,
desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta
Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte.
La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
-Pst… -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio… poco hay que hacer…
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre
en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana
amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en
nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama
con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más.
Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el
almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban
hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces
continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la
casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los
eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato
extrañada el almohadón.
-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y
temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su
trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi
imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero
desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches,
había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas
condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente
favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
1. ¿Por qué se dice al inicio del cuento que luna de miel de Alicia fue "un largo escalofrío"?
3. A qué hace referencia esta expresión: "severidad en ese rígido cielo de amor". Explícala.
5. ¿Cuál era la enfermedad que había contraído Alicia? ¿Cuál había sido la causa?
10. ¿Qué piensas de la actitud de Jordán para con Alicia? ¿Crees que le prestó la debida
atención?
11. ¿Qué relación puedes establecer entre el cuento y el título del cuento?
12. Interpreta: ¿Qué puede simbolizar el almohadón de plumas en este cuento? Explica tu
respuesta.
13. El cuento nos muestra una doble presencia del horror, ¿cuáles serían y cómo se presentan?
14. ¿Cuál crees que fue la intención del autor al escribir este cuento? Explica.
ACTIVIDAD CREATIVA:
1. Crea un cuento que gire en torno a una tragedia. Al hacerlo deberás poner énfasis en los
detalles y la atmósfera del cuento, así como en la personalidad de tus personajes.
El ahogado más hermoso del mundo
Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se
hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni
arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le
quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y
naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado.
No tuvieron que limpiarle la cara para saber que era un muerto ajeno. El pueblo tenía
apenas unas veinte casas de tablas, con patios de piedras sin flores, desperdigadas en el
extremo de un cabo desértico. La tierra era tan escasa, que las madres andaban siempre con el
temor de que el viento se llevara a los niños, y a los muertos que les iban causando los años
tenían que tirarlos en los acantilados. Pero el mar era manso y pródigo, y todos los hombres
cabían en siete botes. Así que cuando se encontraron el ahogado les bastó con mirarse los
unos a los otros para darse cuenta de que estaban completos.
No encontraron en el pueblo una cama bastante grande para tenderlo ni una mesa
bastante sólida para velarlo. No le vinieron los pantalones de fiesta de los hombres más altos,
ni las camisas dominicales de los más corpulentos, ni los zapatos del mejor plantado.
Fascinadas por su desproporción y su hermosura, las mujeres decidieron entonces hacerle
unos pantalones con un pedazo de vela cangreja, y una camisa de bramante de novia, para que
pudiera continuar su muerte con dignidad. Mientras cosían sentadas en círculo, contemplando
el cadáver entre puntada y puntada, les parecía que el viento no había sido nunca tan tenaz ni
el Caribe había estado nunca tan ansioso como aquella noche, y suponían que esos cambios
tenían algo que ver con el muerto. Pensaban que si aquel hombre magnífico hubiera vivido en
el pueblo, su casa habría tenido las puertas más anchas, el techo más alto y el piso más firme, y
el bastidor de su cama habría sido de cuadernas maestras con pernos de hierro, y su mujer
habría sido la más feliz. Pensaban que habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los
peces del mar con sólo llamarlos por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo
que hubiera hecho brotar manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido
sembrar flores en los acantilados. Lo compararon en secreto con sus propios hombres,
pensando que no serían capaces de hacer en toda una vida lo que aquél era capaz de hacer en
una noche, y terminaron por repudiarlos en el fondo de sus corazones como los seres más
escuálidos y mezquinos de la tierra. Andaban extraviadas por esos dédalos de fantasía, cuando
la más vieja de las mujeres, que por ser la más vieja había contemplado al ahogado con menos
pasión que compasión, suspiró:
Era verdad. A la mayoría le bastó con mirarlo otra vez para comprender que no podía
tener otro nombre. Las más porfiadas, que eran las más jóvenes, se mantuvieron con la ilusión
de que al ponerle la ropa, tendido entre flores y con unos zapatos de charol, pudiera llamarse
Lautaro. Pero fue una ilusión vana. El lienzo resultó escaso, los pantalones mal cortados y peor
cosidos le quedaron estrechos, y las fuerzas ocultas de su corazón hacían saltar los botones de
la camisa. Después de la media noche se adelgazaron los silbidos del viento y el mar cayó en el
sopor del miércoles. El silencio acabó con las últimas dudas: era Esteban. Las mujeres que lo
habían vestido, las que lo habían peinado, las que le habían cortado las uñas y raspado la
barba no pudieron reprimir un estremecimiento de compasión cuando tuvieron que resignarse
a dejarlo tirado por los suelos. Fue entonces cuando comprendieron cuánto debió haber sido
de infeliz con aquel cuerpo descomunal, si hasta después de muerto le estorbaba. Lo vieron
condenado en vida a pasar de medio lado por las puertas, a descalabrarse con los travesaños,
a permanecer de pie en las visitas sin saber qué hacer con sus tiernas y rosadas manos de buey
de mar, mientras la dueña de casa buscaba la silla más resistente y le suplicaba muerta de
miedo siéntese aquí Esteban, hágame el favor, y él recostado contra las paredes, sonriendo, no
se preocupe señora, así estoy bien, con los talones en carne viva y las espaldas escaldadas de
tanto repetir lo mismo en todas las visitas, no se preocupe señora, así estoy bien, sólo para no
pasar vergüenza de desbaratar la silla, y acaso sin haber sabido nunca que quienes le decían no
te vayas Esteban, espérate siquiera hasta que hierva el café, eran los mismos que después
susurraban ya se fue el bobo grande, qué bueno, ya se fue el tonto hermoso. Esto pensaban las
mujeres frente al cadáver un poco antes del amanecer. Más tarde, cuando le taparon la cara
con un pañuelo para que no le molestara la luz, lo vieron tan muerto para siempre, tan
indefenso, tan parecido a sus hombres, que se les abrieron las primeras grietas de lágrimas en
el corazón. Fue una de las más jóvenes la que empezó a sollozar. Las otras, asentándose entre
sí, pasaron de los suspiros a los lamentos, y mientras más sollozaban más deseos sentían de
llorar, porque el ahogado se les iba volviendo cada vez más Esteban, hasta que lo lloraron
tanto que fue el hombre más desvalido de la tierra, el más manso y el más servicial, el pobre
Esteban. Así que cuando los hombres volvieron con la noticia de que el ahogado no era
tampoco de los pueblos vecinos, ellas sintieron un vacío de júbilo entre las lágrimas.
Los hombres creyeron que aquellos aspavientos no eran más que frivolidades de mujer.
Cansados de las tortuosas averiguaciones de la noche, lo único que querían era quitarse de
una vez el estorbo del intruso antes de que prendiera el sol bravo de aquel día árido y sin
viento. Improvisaron unas angarillas con restos de trinquetes y botavaras, y las amarraron con
carlingas de altura, para que resistieran el peso del cuerpo hasta los acantilados. Quisieron
encadenarle a los tobillos un ancla de buque mercante para que fondeara sin tropiezos en los
mares más profundos donde los peces son ciegos y los buzos se mueren de nostalgia, de
manera que las malas corrientes no fueran a devolverlo a la orilla, como había sucedido con
otros cuerpos. Pero mientras más se apresuraban, más cosas se les ocurrían a las mujeres para
perder el tiempo. Andaban como gallinas asustadas picoteando amuletos de mar en los
arcones, unas estorbando aquí porque querían ponerle al ahogado los escapularios del buen
viento, otras estorbando allá para abrocharse una pulsera de orientación, y al cabo de tanto
quítate de ahí mujer, ponte donde no estorbes, mira que casi me haces caer sobre el difunto, a
los hombres se les subieron al hígado las suspicacias y empezaron a rezongar que con qué
objeto tanta ferretería de altar mayor para un forastero, si por muchos estoperoles y
calderetas que llevara encima se lo iban a masticar los tiburones, pero ellas seguían tripotando
sus reliquias de pacotilla, llevando y trayendo, tropezando, mientras se les iba en suspiros lo
que no se les iba en lágrimas, así que los hombres terminaron por despotricar que de cuándo
acá semejante alboroto por un muerto al garete, un ahogado de nadie, un fiambre de mierda.
Una de las mujeres, mortificada por tanta insolencia, le quitó entonces al cadáver el pañuelo
de la cara, y también los hombres se quedaron sin aliento.
Era Esteban. No hubo que repetirlo para que lo reconocieran. Si les hubieran dicho Sir
Walter Raleigh, quizás, hasta ellos se habrían impresionado con su acento de gringo, con su
guacamayo en el hombro, con su arcabuz de matar caníbales, pero Esteban solamente podía
ser uno en el mundo, y allí estaba tirado como un sábalo, sin botines, con unos pantalones de
sietemesino y esas uñas rocallosas que sólo podían cortarse a cuchillo. Bastó con que le
quitaran el pañuelo de la cara para darse cuenta de que estaba avergonzado, de que no tenía
la culpa de ser tan grande, ni tan pesado ni tan hermoso, y si hubiera sabido que aquello iba a
suceder habría buscado un lugar más discreto para ahogarse, en serio, me hubiera amarrado
yo mismo un áncora de galón en el cuello y hubiera trastabillado como quien no quiere la cosa
en los acantilados, para no andar ahora estorbando con este muerto de miércoles, como
ustedes dicen, para no molestar a nadie con esta porquería de fiambre que no tiene nada que
ver conmigo. Había tanta verdad en su modo de estar, que hasta los hombres más suspicaces,
los que sentían amargas las minuciosas noches del mar temiendo que sus mujeres se cansaran
de soñar con ellos para soñar con los ahogados, hasta ésos, y otros más duros, se
estremecieron en los tuétanos con la sinceridad de Esteban.
Fue así como le hicieron los funerales más espléndidos que podían concebirse para un
ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido a buscar flores en los pueblos vecinos
regresaron con otras que no creían lo que les contaban, y éstas se fueron por más flores
cuando vieron al muerto, y llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente que
apenas si se podía caminar. A última hora les dolió devolverlo huérfano a las aguas, y le
eligieron un padre y una madre entre los mejores, y otros se le hicieron hermanos, tíos y
primos, así que a través de él todos los habitantes del pueblo terminaron por ser parientes
entre sí. Algunos marineros que oyeron el llanto a distancia perdieron la certeza del rumbo, y
se supo de uno que se hizo amarrar al palo mayor, recordando antiguas fábulas de sirenas.
Mientras se disputaban el privilegio de llevarlo en hombros por la pendiente escarpada de los
acantilados, hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera vez de la desolación de sus
calles, la aridez de sus patios, la estrechez de sus sueños, frente al esplendor y la hermosura de
su ahogado. Lo soltaron sin ancla, para que volviera si quería, y cuando lo quisiera, y todos
retuvieron el aliento durante la fracción de siglos que demoró la caída del cuerpo hasta el
abismo. No tuvieron necesidad de mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que ya no
estaban completos, ni volverían a estarlo jamás. Pero también sabían que todo sería diferente
desde entonces, que sus casas iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos, los
pisos más firmes, para que el recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar
con los travesaños, y que nadie se atreviera a susurrar en el futuro ya murió el bobo grande,
qué lástima, ya murió el tonto hermoso, porque ellos iban a pintar las fachadas de colores
alegres para eternizar la memoria de Esteban, y se iban a romper el espinazo excavando
manantiales en las piedras y sembrando flores en los acantilados, para que los amaneceres de
los años venturos los pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de
jardines en altamar, y el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su
astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el promontorio de
rosas en el horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas: miren allá, donde el viento es ahora
tan manso que se queda a dormir debajo de las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no
saben hacia dónde girar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban.
3. ¿Cuál piensas que puede ser la ocupación de los hombres y mujeres del pueblo? ¿Por qué?
6. ¿Cómo es la actitud de los hombres y la actitud de las mujeres frente al ahogado? Explica la
diferencia.
7. ¿Cómo reaccionan los hombres del pueblo ante la fascinación de las mujeres por el
ahogado?
9. ¿Cómo fueron los funerales que le hicieron al ahogado? ¿Qué hicieron finalmente con el
cuerpo de Esteban?
11. Infiere: ¿Qué simboliza el ahogado, las mujeres y los hombres del pueblo?
12. Extrae un fragmento del cuento que posea un gran significado connotativo o literario y
explica dicho significado.
13. ¿Cuál es el mensaje que nos quiere dejar el autor en este cuento? ¿Por qué?
ACTIVIDAD CREATIVA:
1. Crea un cuento fantástico que inicie con un hecho cotidiano y que luego se ingrese a lo
fantástico.
¿Quién mató a la viuda?
Mario Benedetti
La prensa le había dado al crimen una cobertura destacadísima, casi escandalosa. El hecho de
que la señora de Umpiérrez (argentina, natural de Córdoba) fuera una viuda de primera clase y
que además formara parte de lo que en el Río de la Plata se suele nombrar como Patria
Financiera, conmovió a las variadas capas sociales (argentinas, uruguayas) de Punta del Este.
Ya habían pasado quince días de eso que los periodistas llamaron, como siempre, «macabro
hallazgo». La policía había seguido numerosas pistas sin el menor resultado. En las comisarías y
en las redacciones de Maldonado, Punta del Este y Montevideo se recibían a diario llamadas
anónimas que proporcionaban datos siempre falsos. En casos como éste los bromistas
cavernosos se reproducen como hongos.
Por fin llegó de Buenos Aires un tal Gonzalo Aguilar, famoso detective privado, a quien la acon-
gojada familia Umpiérrez había encomendado la investigación y la eventual solución del caso.
El implacable bombardeo de los cronistas no turbó al detective, que siempre acompañaba sus
ambiguas respuestas con una sonrisa socarrona.
Después de dos horas de áspero diálogo, un periodista porteño, más agresivo que los demás,
dejó caer un comentario que era casi un juicio:
-Le confieso que me parece decepcionante que un investigador de su talla no haya llegado a
ninguna conclusión acerca de quién cometió el crimen.
-Claro que lo sé. A esta altura, ignorarlo significaría un fracaso que mi reputación profesional
no puede permitirse.
-¿Entonces?
El detective abrió su portafolio y extrajo del mismo un revólver de lujo. Casi instintivamente, la
masa de periodistas se contrajo en un espasmo de miedo.
-No se asusten, muchachos. Esta preciosa arma la compré en Zúrich, hace diez años. Fue con
ella que maté a la pobre señora, después de un breve pero inquietante recorrido a bordo de su
yate Neptunia. Me permitirán que, por lógica reserva profesional, me reserve los motivos de
mi agresión. No quiero manchar su memoria ni la mía. Y bien: mi orgullo no puede permitir
que otro colega, y menos si es un compatriota, descubra quién fue el autor de esa muerte tan
misteriosa. Ah, pero además, como siempre me ha gustado que el culpable sufra su castigo, he
decidido hacer justicia conmigo mismo. O sea que tienen un buen tema para primera página.
Por favor, no se asusten con el disparo. Y un pedido casi póstumo: que alguno de ustedes se
preocupe de que este hermoso revólver acompañe a mis cenizas.
6. Resuelve el enigma: ¿Por qué fue asesinada la señora Umpiérrez? Argumenta tu respuesta
de la manera más lógica posible. Puedes tomar partes de este cuento para usarlas como
sustento de tu respuesta.
Ray Bradbury
-Sí, en serio.
El hombre se sirvió un poco más de café. En el fondo del vestíbulo las niñas jugaban sobre la
alfombra con unos cubos de madera, bajo la luz de las lámparas verdes. En el aire de la tarde
había un suave y limpio olor a café tostado.
El hombre asintió.
-¿Una guerra?
-No.
-¿Qué?
-Un sueño. Soñé que todo iba a terminar. Me lo decía una voz. Una voz irreconocible, pero una
voz de todos modos. Y me decía que todo iba a detenerse en la Tierra. No pensé mucho en ese
sueño al día siguiente, pero fui a la oficina y a media tarde sorprendí a Stan Willis mirando por
la ventana, y le pregunté: “¿Qué piensas, Stan?”, y él me dijo: “Tuve un sueño anoche”. Antes
de que me lo contara yo ya sabía qué sueño era ese. Podía habérselo dicho. Pero dejé que me
lo contara.
-Idéntico. Le dije a Stan que yo había soñado lo mismo. No pareció sorprenderse. Al contrario,
se tranquilizó. Luego nos pusimos a pasear por la oficina, sin darnos cuenta. No concertamos
nada. Nos pusimos a caminar, simplemente cada uno por su lado, y en todas partes vimos
gentes con los ojos clavados en los escritorios o que se observaban las manos o que miraban la
calle. Hablé con algunos. Stan hizo lo mismo.
-Para nosotros, en cierto momento de la noche. Y a medida que la noche vaya moviéndose
alrededor del mundo, llegará el fin. Tardará veinticuatro horas.
Durante unos instantes no tocaron el café. Luego levantaron lentamente las tazas y bebieron
mirándose a los ojos.
-No se trata de merecerlo o no. Es así, simplemente. Tú misma no has tratado de negarlo. ¿Por
qué?
La mujer asintió.
-No quise decirte nada. Fue anoche. Y hoy las vecinas hablaban de eso entre ellas. Todas
soñaron lo mismo. Pensé que era solo una coincidencia -la mujer levantó de la mesa el diario
de la tarde-. Los periódicos no dicen nada.
-Todo el mundo lo sabe. No es necesario -el hombre se reclinó en su silla mirándola-. ¿Tienes
miedo?
-No lo sé. Nadie se excita demasiado cuando todo es lógico. Y esto es lógico. De acuerdo con
nuestras vidas, no podía pasar otra cosa.
-No, pero tampoco demasiado buenos. Me parece que es eso. No hemos sido casi nada,
excepto nosotros mismos, mientras que casi todos los demás han sido muchas cosas, muchas
cosas abominables.
-Siempre pensé que cuando esto ocurriera la gente se pondría a gritar en las calles.
-¿Sabes?, te perderé a ti y a las chicas. Nunca me gustó la ciudad ni mi trabajo ni nada, excepto
ustedes tres. No me faltará nada más. Salvo, quizás, los cambios de tiempo, y un vaso de agua
helada cuando hace calor, y el sueño. ¿Cómo podemos estar aquí, sentados, hablando de este
modo?
-Claro, eso es; pues si no estaríamos haciéndolo. Me imagino que hoy, por primera vez en la
historia del mundo, todos saben qué van a hacer de noche.
-Me pregunto, sin embargo, qué harán los otros, esta tarde, y durante las próximas horas.
-Ir al teatro, escuchar la radio, mirar la televisión, jugar a las cartas, acostar a los niños,
acostarse. Como siempre.
-Porque sí.
-¿Por qué no alguna otra noche del siglo pasado, o de hace cinco siglos o diez?
-Quizá porque nunca fue 19 de octubre de 2069, y ahora sí. Quizá porque esa fecha significa
más que ninguna otra. Quizá porque este año las cosas son como son, en todo el mundo, y por
eso es el fin.
-Hay bombarderos que esta noche estarán cumpliendo su vuelo de ida y vuelta a través del
océano y que nunca llegarán a tierra.
-Bueno -dijo el hombre incorporándose-, ¿qué hacemos ahora? ¿Lavamos los platos?
Lavaron los platos, y los apilaron con un cuidado especial. A las ocho y media acostaron a las
niñas y les dieron el beso de buenas noches y apagaron las luces del cuarto y entornaron la
puerta.
-No sé... -dijo el marido al salir del dormitorio, mirando hacia atrás, con la pipa entre los labios.
-¿Qué?
-¿Cerraremos la puerta del todo, o la dejaremos así, entornada, para que entre un poco de luz?
-Estoy cansada.
Se metieron en la cama.
El hombre oyó que su mujer se levantaba y entraba en la cocina. Un momento después estaba
de vuelta.
Había ahí algo tan cómico que el hombre tuvo que reírse.
La mujer también se rio. Sí, lo que había hecho era cómico de veras. Al fin dejaron de reírse, y
se tendieron inmóviles en el fresco lecho nocturno, tomados de la mano y con las cabezas muy
juntas.
1. Haz un organizador gráfico donde dividas este cuento en INICIO, NUDO Y DESENLACE, luego
describe cada apartado.
2. ¿Cómo se les revela a todos que será la última noche del mundo? ¿Por qué crees tú que se
les revela de esa manera y no de otra? Explica.
3. Según tu criterio: ¿Cuál es la parte más importante del cuento? ¿Por qué?
4. ¿Por qué crees que la población tiene una actitud despreocupada, a pesar de que sabe que
será la última noche de sus vidas?
5. Qué infieres de la frase: “Nos hemos llevado bien, después de todo -dijo la mujer”. Explica tu
respuesta.
6. ¿Qué infieres del final de este cuento? ¿Crees que el fin del mundo será así o de una manera
violenta? Explica.
9. ¿Qué harías si supieras que esta noche será el fin del mundo? ¿Por qué? Explica tu
respuesta.
ACTIVIDAD CREATIVA:
1. Crea un cuento que aborde el tema del fin del mundo. No olvides ser creativo y original.