Casos Serendipia
Casos Serendipia
Casos Serendipia
Serendipia…
ISFD 174
4º AÑO
EL DESCUBRIMIENTO DE LOS RX
Wilhelm Konrad von Roentgen o Röntgen; Lennep, hoy Remscheid, actual Alemania, 1845 -
Munich, 1923) Físico alemán. Estudió en el Instituto Politécnico de Zurich y posteriormente
ejerció la docencia en las universidades de Estrasburgo (1876-1879), Giessen (1879-1888),
Wurzburgo (1888-1900) y Munich (1900-1920). Sus investigaciones, al margen de su célebre
descubrimiento de los rayos X, por el que en 1901 obtuvo el primer Premio Nobel de Física que
se concedió, se centraron en diversos campos de la física, como los de la elasticidad, los
fenómenos capilares, la absorción del calor y los calores específicos de los gases, y la
conducción del calor en los cristales y la piezoelectricidad.
En 1895, mientras se hallaba experimentando con corrientes eléctricas en el seno de un tubo
de rayos catódicos –tubo de cristal en el que se ha practicado previamente el vacío– observó
que una muestra de platino-cianuro de bario colocada cerca del tubo emite luz cuando éste se
encuentra en funcionamiento. Para explicar tal fenómeno argumentó que, cuando los rayos
catódicos (electrones) impactan con el cristal del tubo, se forma algún tipo de radiación
desconocida capaz de desplazarse hasta el producto químico y provocar en él la luminiscencia.
Posteriores investigaciones revelaron que el papel, la madera y el aluminio, entre otros
materiales, son transparentes a esta forma de radiación; descubrió además que esta radiación
velaba las placas fotográficas.
El físico alemán logró determinar que los rayos se propagaban en línea recta, y también
demostrar que eran de alta energía, pues ionizaban el aire y no se desviaban por los campos
eléctricos y magnéticos. Al no presentar ninguna de las propiedades comunes de la luz, como
la reflexión y la refracción, Roentgen pensó erróneamente que estos rayos no estaban
relacionados con ella. En razón, pues, de su extraña naturaleza, denominó a este tipo de
radiación rayos X.
Por otra parte, los bulos acerca de las extraordinarias propiedades de los rayos X tuvieron un
gran impacto social. Algunos ignorantes detractores intentaron vetarlos (decían que con ellos
era posible ver a las mujeres desnudas), y los mercachifles se aprovecharon del
desconocimiento general, al extremo de que varios fabricantes de ropa interior se
enriquecieron notablemente vendiendo prendas anti-rayos X. El absurdo llegó hasta los
legisladores; en el estado de Nueva Jersey se prohibió instalar rayos X en los gemelos de teatro
para salvaguardar la intimidad de las coristas.
El inventor e industrial norteamericano Thomas Edison, enterado de la existencia del
descubrimiento, se puso en contacto con el sabio alemán, insistiendo para comprarle la
patente de los rayos X, a lo que Roentgen se negó rotundamente, pues consideraba los
beneficios de su invento patrimonio de la humanidad. Aunque se resignó a no conseguir a la
patente, Edison instaló en la Exposición Eléctrica de Nueva York de 1896 una atracción en la
que por unas monedas se podía meter la mano frente a un aparato de rayos X que proyectaba
los huesos sobre una pantalla fluorescente. El encargado de la atracción, después de unas
semanas de trabajo, perdió la piel de la mano por quemaduras profundas y falleció a causa de
la subsiguiente infección; fue la primera víctima de la historia de la radiación.
LOS RAYOS X- El físico alemán Wihelm Corant Röentgen (1845-1923) descubrió por accidente,
con serendipia los rayos X en 1895, cuando estaba trabajando con un tubo de rayos
catódicos o tubo de Crookes. Un descubrimiento que resultó ser uno de primeros desarrollos
significantes de la física cuántica. Röentgen encontró que un nuevo tipo de radiación (rayos)
altamente penetrante e invisible se originaba del punto donde los rayos catódicos (electrones)
impactaban el tubo de cristal o con un blanco situado dentro del tubo, y que esos rayos podían
pasar a través de materiales opacos a la luz visible y activar una pantalla detectora
fluorescente (en su experimento original unos cartones con cristales de platino-cianuro de
bario, que emitían un débil resplandor amarillo-verdoso) o impresionar (ennegrecer) una
película fotográfica.
Siguiendo a su descubrimiento inicial, Röentgen investigó intensamente la naturaleza de esos
rayos, fue incapaz de desviar su trayectoria en un campo magnético, i.e. un imán no era capaz
de perturbarlos y así mismo fue incapaz también de observar con ellos refracción o
interferencia, fenómenos que están típicamente asociados a un comportamiento ondulatorio.
Por todo ello, debido al desconocimiento de su naturaleza Röetgen decidió dar el nombre de
rayos X a esos rayos misteriosos (nombre con el que se les sigue conociendo actualmente), ya
que la X es el símbolo de la incógnita en las ecuaciones matemáticas. Así mismo, Röentgen
estudió la absorción de estos rayos por la materia y encontró que seguían leyes en un
sorprendente contraste con aquellas que gobiernan la absorción de la luz visible. El poder de
absorción depende solamente de la clase de átomo que se encuentra en la pantalla
absorbente. Röentgen estudió intensamente el fenómeno y encontró que todos los materiales
eran en algún grado transparente a estos rayos y que la transparencia disminuía con el
incremento de densidad y masa atómica. Cuerpos como el papel o madera, hechos de átomos
ligeros eran muy transparentes, por ejemplo Röentgen pudo observar la fluorescencia a través
de un libro de mil páginas. Mientas que finas láminas de metales pesados eran muy
absorbentes. Descubrió que la carne de nuestros cuerpos es transparente a los rayos X, ya que
está casi enteramente compuesta de carbono, nitrógeno, oxigeno, e hidrógeno mientras que
los huesos son opacos a los rayos X debido a que contienen calcio. La gran capacidad de
penetración diferencial de los nuevos rayos, le sirvieron a Röetgen para obtener las primeras
fotografías de estructuras orgánicas humanas, e. g. una radiografía de rayos X del esqueleto de
la mano de su esposa. Esta notable propiedad de los rayos X condujo a que la radiografía de
rayos X tuviera un rápido uso médico, poco después de que los hallazgos de Röentgen fueran
publicados. En 1901 Röntgen ganó el premio Nobel de física por el descubrimiento de los rayos
X.
Bibliografía
Royston M. Roberts. Serendipia. Descubrimientos accidentales en Ciencia. 1989. Alianza
Editorial. En este libro se puede encontrar el relato del descubrimiento serendipítico de los
rayos X por Röentgen
Lawrence Bragg. The Development of X-ray analysis. Dover.1992
Rayos X
Definición
Los rayos X son una radiación electromagnética de la misma naturaleza que las ondas de radio,
las ondas de microondas, los rayos infrarrojos, la luz visible, los rayos ultravioleta y los rayos
gamma. La diferencia fundamental con los rayos gamma es su origen: los rayos gamma son
radiaciones de origen nuclear que se producen por la desexcitación de un nucleón de un nivel
excitado a otro de menor energía y en la desintegración de isótopos radiactivos, mientras que
los rayos X surgen de fenómenos extranucleares, a nivel de la órbita electrónica,
fundamentalmente producidos por desaceleración de electrones. La energía de los rayos X en
general se encuentra entre la radiación ultravioleta y los rayos gamma producidos
naturalmente. Los rayos X son una radiación ionizante porque al interactuar con la materia
produce la ionización de los átomos de la misma, es decir, origina partículas con carga (iones).
Descubrimiento
La historia de los rayos X comienza con los experimentos del científico británico William
Crookes, que investigó en el siglo XIX los efectos de ciertos gases al aplicarles descargas de
energía. Estos experimentos se desarrollaban en un tubo vacío, y electrodos para generar
corrientes de alto voltaje. Él lo llamó tubo de Crookes. Pues bien, este tubo, al estar cerca de
placas fotográficas, generaba en las mismas algunas imágenes borrosas. Pese al
descubrimiento, Crookes no continuó investigando este efecto.
Es así como Nikola Tesla, en 1887, comenzó a estudiar este efecto creado por medio de los
tubos de Crookes. Una de las consecuencias de su investigación fue advertir a la comunidad
científica el peligro para los organismos biológicos que supone la exposición a estas
radiaciones.
Pero hasta el 8 de noviembre de 1895 no se descubrieron los rayos X; el físico Wilhelm Conrad
Röntgen, realizó experimentos con los tubos de Hittorff-Crookes (o simplemente tubo de
Crookes) y la bobina de Ruhmkorff. Analizaba los rayos catódicos para evitar la
fluorescencia violeta que producían los rayos catódicos en las paredes de un vidrio del tubo.
Para ello, crea un ambiente de oscuridad, y cubre el tubo con una funda de cartón negro. Al
conectar su equipo por última vez, llegada la noche, se sorprendió al ver un débil resplandor
amarillo-verdoso a lo lejos: sobre un banco próximo había un pequeño cartón con una solución
de cristales de platino-cianuro de bario, en el que observó un oscurecimiento al apagar el tubo.
Al encender de nuevo el tubo, el resplandor se producía nuevamente. Retiró más lejos la
solución de cristales y comprobó que la fluorescencia se seguía produciendo, así repitió el
experimento y determinó que los rayos creaban una radiación muy penetrante, pero invisible.
Observó que los rayos atravesaban grandes capas de papel e incluso metales
menos densos que el plomo.
En las siete semanas siguientes, estudió con gran rigor las características propiedades de estos
nuevos y desconocidos rayos. Pensó en fotografíar este fenómeno y entonces fue cuando hizo
un nuevo descubrimiento: las placas fotográficas que tenía en su caja estaban veladas. Intuyó
la acción de estos rayos sobre la emulsión fotográfica y se dedicó a comprobarlo. Colocó una
caja de madera con unas pesas sobre una placa fotográfica y el resultado fue sorprendente. El
rayo atravesaba la madera e impresionaba la imagen de las pesas en la fotografía. Hizo varios
experimentos con objetos como una brújula y el cañón de una escopeta. Para comprobar la
distancia y el alcance de los rayos, pasó al cuarto de al lado, cerró la puerta y colocó una placa
fotográfica. Obtuvo la imagen de la moldura, el gozne de la puerta e incluso los trazos de la
pintura que la cubría.
Un año después ninguna de sus investigaciones ha sido considerada como casual. El 22 de
diciembre, un día memorable, se decide a realizar la primera prueba con humanos. Puesto que
no podía manejar al mismo tiempo su carrete, la placa fotográfica de cristal y exponer su
propia mano a los rayos, le pidió a su esposa que colocase la mano sobre la placa durante
quince minutos. Al revelar la placa de cristal, apareció una imagen histórica en la ciencia. Los
huesos de la mano de Berta, con el anillo flotando sobre estos: la primera imagen radiográfica
del cuerpo humano. Así nace una rama de la Medicina: la Radiología.
El descubridor de estos tipos de rayos tuvo también la idea del nombre. Los llamó "rayos
incógnita", o lo que es lo mismo: "rayos X" porque no sabía que eran, ni cómo eran
provocados. Rayos desconocidos, un nombre que les da un sentido histórico. De ahí que
muchos años después, pese a los descubrimientos sobre la naturaleza del fenómeno, se
decidió que conservaran ese nombre.
La noticia del descubrimiento de los rayos "X" se divulgó con mucha rapidez en el mundo.
Röntgen fue objeto de múltiples reconocimientos, el emperador Guillermo II de Alemania le
concedió la Orden de la Corona, fue honrado con la medalla Rumford de la Real Sociedad de
Londres en 1896, con la medalla Barnard de la Universidad de Columbia y con el premio Nobel
de Física en 1901.
El descubrimiento de los rayos "X" fue el producto de la investigación, experimentación y no
por accidente como algunos autores afirman; W.C. Röntgen, hombre de ciencia, agudo
observador, investigaba los detalles más mínimos, examinaba las consecuencias de un acto
quizás casual, y por eso tuvo éxito donde los demás fracasaron. Este genio no quiso patentar
su descubrimiento cuando Thomas Alva Edison se lo propuso, manifestando que lo legaba para
beneficio de la humanidad.
Riesgos para la salud
La manera en la que la radiación afecta a la salud depende del tamaño de la dosis de esta. La
exposición a las dosis bajas de rayos X a las que el ser humano se expone diariamente no son
perjudiciales. En cambio, sí se sabe que la exposición a cantidades masivas puede producir
daños graves. Por lo tanto, es aconsejable no exponerse a más radiación ionizante que la
necesaria.
La exposición a cantidades altas de rayos X puede producir efectos tales como quemaduras en
la piel, caída del cabello, defectos de nacimiento, cáncer, retraso mental y la muerte. La dosis
determina si un efecto se manifiesta y con qué severidad. La manifestación de efectos como
quemaduras de la piel, caída del cabello, esterilidad, náuseas y cataratas, requiere que se
exponga a una dosis mínima (la dosis umbral). Si se aumenta la dosis por encima de la dosis
umbral el efecto es más grave. En grupos de personas expuestas a dosis bajas de radiación se
ha observado un aumento de la presión psicológica. También se ha documentado alteración
de las facultades mentales (síndrome del sistema nervioso central) en personas expuestas a
miles de rads de radiación ionizante.
Aplicaciones Médicas
Desde que Röntgen descubrió que los rayos X permiten captar estructuras óseas, se ha
desarrollado la tecnología necesaria para su uso en medicina. La radiología es la especialidad
médica que emplea la radiografía como ayuda en el diagnóstico médico, en la práctica, el uso
más extendido de los rayos X.
Los rayos X son especialmente útiles en la detección de enfermedades del esqueleto, aunque
también se utilizan para diagnosticar enfermedades de los tejidos blandos, como
la neumonía, cáncer de pulmón, edema pulmonar, abscesos.
En otros casos, el uso de rayos X tiene más limitaciones, como por ejemplo en la observación
del cerebro o los músculos. Las alternativas en estos casos incluyen la tomografía axial
computarizada, la resonancia magnética nuclear o los ultrasonidos.
Los rayos X también se usan en procedimientos en tiempo real, tales como la angiografía, o
en estudios de contraste.
Otras
Los rayos X pueden ser utilizados para explorar la estructura de la materia cristalina mediante
experimentos de difracción de rayos X por ser su longitud de onda similar a la distancia entre
los átomos de la red cristalina. La difracción de rayos X es una de las herramientas más útiles
en el campo de la cristalografía.
También puede utilizarse para determinar defectos en componentes técnicos, como
tuberías, turbinas, motores, paredes, vigas, y en general casi cualquier elemento estructural.
Aprovechando la característica de absorción/transmisión de los Rayos X, si aplicamos una
fuente de Rayos X a uno de estos elementos, y este es completamente perfecto, el patrón de
absorción/transmisión, será el mismo a lo largo de todo el componente, pero si tenemos
defectos, tales como poros, pérdidas de espesor, fisuras (no suelen ser fácilmente
detectables), inclusiones de material tendremos un patrón desigual.
Esta posibilidad permite tratar con todo tipo de materiales, incluso con compuestos,
remitiéndonos a las fórmulas que tratan el coeficiente de absorción másico. La única limitación
reside en la densidad del material a examinar. Para materiales más densos que el plomo no
vamos a tener transmisión.
Otra fuente…
Hoy día las vacunas son algo habitual, pero tuvo que haber un hombre que nos lo mostrara
y ese hombre fue de nuevo Louis Pasteur. Ya os he hablado de él otras veces: en 1, 2 y 3. En
la ú ltima de ellas vimos una prueba de fuego en la que hacía una demostració n ante los
campesinos franceses introduciendo la pasteurizació n. Pues bien, para introducir las
vacunas en la sociedad Pasteur tuvo que superar otra prueba de fuego y sobre ella os
hablaré en nuestra historia de hoy.
Ya expliqué que por la década de 1870, Koch explicó al mundo los secretos del carbunco.
Durante este tiempo, tuvo gran resonancia un método de curació n inventada por un
veterinario, Louvrier, en el este de Francia. Segú n las personas influyentes de la regió n,
este hombre llevaba curadas centenares de reses que estaban al borde de la muerte, y
dichas personas estimaban que ya era tiempo de que este tratamiento curativo recibiera la
aprobació n de la ciencia.
Al llegar Pasteur, escoltado por sus ayudantes, se encontró que la cura de Louvrier
consistía en dar primero unas friegas vigorosas a las vacas enfermas, hasta que entrasen
bien en calor; hacer después a los animales largos cortes en la piel, en los que vertía
aguarrá s, y finalmente, las vacas así maltratadas y mugientes, eran recubiertas, a
excepció n de la cabeza, con una capa de dos dedos de grueso, de estiércol empapado en
vinagre caliente. Para que esta untura no se cayera, los animales, que a estas alturas
preferirían seguramente haber muerto, eran envueltos por completo en una tela.
Pasteur dijo a Louvrier.
- Hagamos un experimento. Todas las vacas atacadas de carbunco no mueren: algunas se
ponen buenas ellas solas. No hay má s que un medio, doctor Louvrier, de saber si es o no su
tratamiento el que las salva.
Trajeron cuatro vacas sanas, y Pasteur, en presencia de Louvrier y de una solemne
comisió n de ganaderos, inyectó en la paletilla a los cuatro animales sendas dosis de
microbios virulentos de carbunco, en cantidad tal, que serían seguramente capaces de
matar una oveja y los suficientemente elevadas para destruir unas cuantas docenas de
conejillos de Indias. Cuando, al día siguiente, volvieron Pasteur, la Comisió n y Louvrier,
todas las vacas presentaban grandes hinchazones en las paletillas, tenían fiebre y
respiraban fatigosamente, siendo evidente que se encontraban en bastante mal estado.
- Bueno, doctor – dijo Pasteur – de estas vacas enfermas, elija usted dos, que vamos a
llamar la A y la B; aplíqueles usted su nuevo tratamiento, y vamos a dejar las otras dos, la C
y la D, sin ningú n tratamiento curativo.
Y Louvrier se ensañ ó con las pobres vacas A y B. El resultado fue un terrible descalabro
para el que pretendía sinceramente ser curandero de vacas, porque una de las sometidas a
tratamiento se mejoró , pero la otra murió , y, una de las que no había sido tratada también
murió , pero la otra se puso buena.
- Aun este mismo experimento podía habernos engañ ado, doctor Louvrier – dijo Pasteur –
porque si hubiera usted sometido a tratamiento a las vacas A y D. en lugar de las A y B,
todos hubiéramos creído que realmente había usted descubierto un remedio soberano
contra el carbunco.
Quedaban disponibles dos vacas para ulteriores experimentos: animales que habían
tenido un fuerte ataque de carbunco, pero que habían salido adelante. ¿Qué haría yo con
esas vacas? se preguntaba Pasteur. Podía ensayar a inyectarlas una dosis aun má s fuerte
de bacilos de carbunco; precisamente, tengo en París un cultivo de carbunco capaz de
hacer pasar un mal rato a un rinoceronte.
Pasteur hizo venir de París ese cultivo virulento, e inyectó en la paletilla cien gotas del
mismo a las dos vacas repuestas del ataque de carbunco. Se puso a esperar, pero a
aquellos animales no les sucedió nada, ni una mala hinchazó n siquiera en el sitio de la
inyecció n; las vacas permanecieron completamente indemnes.
Pasteur hizo una de sus conjeturas de tiro rá pido: “Cuando una vaca ha tenido carbunco y
sale adelante, no hay en el mundo microbio carbuncoso capaz de producirle otro ataque;
está inmunizada. ¿Có mo producir a un animal un ataque ligero de carbunco, un ataque
benigno, que no le matase, pero que le inmunizase con toda seguridad? Debe de existir
alguna manera de hacer esto”.
Meses enteros persiguió esta pesadilla a Pasteur, hasta que un día la solució n se le plantó
delante. Estaba trabajando en 1880 con un microbio pequeñ ísimo, descubierto por el
doctor Peroncito, que mataba las aves de corral de una enfermedad llamada có lera de las
gallinas, y este microbio es tan diminuto, que aú n bajo los objetivos má s poderosos só lo
aparece como un punto vibrante. Pasteur fue el primer bacterió logo que obtuvo cultivos
de este microbio puro, en un caldo de carne de gallina, y después de haber observado
có mo esos puntos vibrantes se multiplicaban hasta convertirse en millones en unas
cuantas horas, dejó caer una fracció n pequeñ ísima de gota de ese cultivo en una corteza de
pan, que dio a comer a una gallina.
A las pocas horas, el pobre bicho dejó de cacarear, rehusó comida, se le erizaron las
plumas, y al día siguiente andaba vacilante, con los ojos cerrados por una especie de sopor
invencible, que se convirtió rá pidamente en la muerte. Roux y Chamberland se ocuparon
de atender con todo esmero a aquellos diminutos microbios; día tras día introdujeron una
aguja de platino bien limpia, en una matraz que contenía caldo de gallina lleno de
gérmenes, y sacudían después la aguja hú meda en otro matraz con caldo exento de toda
clase de microbios, obteniendo cada vez, nuevas miríadas de microbios procedentes, por
supuesto, de los adheridos a la aguja de platino. Las mesas del laboratorio llegaron a estar
atestadas de cultivos abandonados, algunos, viejos de unas cuantas semanas.
Aquí se hizo la luz. Pasteur dijo a Roux:
- Sabemos que los microbios de las gallinas siguen viviendo en este matraz aunque tengan
ya varias semanas; pero vamos a probar de inyectar de este viejo cultivo a unas gallinas.
Roux siguió estas instrucciones, y las gallinas enfermaron rá pidamente: se volvieron
soñ olientas y perdieron su acostumbrada vivacidad: pero a la mañ ana siguiente, cuando
Pasteur llegó al laboratorio, dispuesto a hacer la disecció n a los animales, en la seguridad
de que habrían muerto, los encontró perfectamente felices y alegres.
Al día siguiente, después de dejar a las gallinas a cargo del portero, Pasteur, Roux y
Chamberland se fueron de vacaciones de verano, y cuando regresaron ya no se acordaban
de aquellas aves.
Pero un día dijo Pasteur al mozo del laboratorio:
- Traiga usted unas cuantas gallinas y prepá relas para inocularlas.
- Monsieur Pasteur, só lo nos quedan un par de gallinas que no han sido utilizadas todavía.
Acuérdese usted de que antes de marchar utilizó las mismas que quedaban, inyectá ndoles
los cultivos viejos, y, aunque enfermaron, no llegaron a morirse.
- Bueno; traiga usted la pareja nueva que queda, y también otras de las que ya hemos
utilizado; aquellas que pasaron el có lera y que se salvaron.
Un ayudante inyectó en los mú sculos de la pechuga de las gallinas nuevas y de las que
habían pasado el có lera caldo que contenía microbios. Cuando, al día siguiente, entraron
Roux y Chamberland al laboratorio, oyeron la voz del jefe, que siempre llegaba una hora
antes o así, que desde el cuarto del piso inferior destinado a los animales, les gritaba:
- Roux, Chamberland: bajen ustedes enseguida.
Encontraron a Pasteur dando paseos delante de las jaulas de las gallinas.
- Miren ustedes. Las gallinas nuevas inyectadas ayer está n muertas, como así debía
suceder, pero vean ustedes ahora esas otras dos que pasaron el có lera después de haber
recibido el mes pasado una inyecció n de cultivo viejo. Ayer les hemos inyectado la misma
dosis mortífera, y la han soportado perfectamente, está n alegres, está n comiendo!
Roux y Chamberland quedaron perplejos durante un segundo.
Entonces Pasteur, con su característica impulsividad, se desató :
- Ya está todo aclarado! Ya he encontrado la manera de conseguir que un animal enferme
ligeramente, tan ligeramente, que le sea posible reponerse. Todo lo que tenemos que hacer
es dejar envejecer en los matraces los cultivos virulentos, en lugar de transplantarlos a
diario a otros nuevos. Cuando los microbios envejecen se vuelven menos feroces; hacen
enfermar a las gallinas pero só lo levemente, y al curarse éstas pueden entonces soportar
todos los microbios del mundo, por virulentos que sean. Esta es nuestra oportunidad, este
es el má s notable de todos mis descubrimientos, lo que he hallado es una vacuna mucho
má s segura, mucho má s científica que la de la viruela, enfermedad de la que nadie ha visto
el microbio. Vamos a aplicar también este procedimiento al carbunco, a todas las
enfermedades infecciosas. Salvaremos muchas vidas!
Desde luego, no fue un ensayo premeditado, pero había que estar allí y percatarse. No
todos los científicos se hubieran dado cuenta tan rá pidamente, a buen seguro; pero
Pasteur se percató en cuanto lo vio. Contaba entonces con cincuenta y ocho añ os y el
descubrimiento accidental de la vacuna que liberaba del có lera a las gallinas fue el
comienzo de los seis añ os má s atareados de su existencia, añ os de tremendas discusiones,
de triunfos inesperados y de desengañ os terribles. Al fin, tomó la decisió n de jugá rsela:
- Ante la Sociedad Agrícola de Melum, y en la granja de Pouilly-le-Fort, voy a vacunar
veinticuatro ovejas, una cabra y varias vacas. Otras tantas ovejas, una cabra y varias vacas
quedará n sin vacunar, y después, en el momento preciso, voy a inyectar a todos estos
animales los microbios de carbunco má s virulentos de que dispongo. Los animales
vacunados quedará n perfectamente protegidos, pero los no vacunados morirá n
seguramente a los dos días.
Pasteur hablaba con la misma confianza que un astró nomo anunciando un eclipse de sol.
Por fin, llegó el día decisivo, el 31 de mayo, y todas las cuarenta y ocho ovejas, las dos
cabras y las varias vacas, vacunadas y no vacunadas, recibieron una dosis, seguramente
mortal, de virulentos microbios de carbunco. Roux, arrodillado en el suelo y rodeado de
lamparillas de alcohol y matraces de virus, asombró a la multitud con su técnica tranquila
e impecable, inyectando el venenoso caldo a má s de sesenta animales.
Pasteur pasó aquella noche dando vueltas en la cama, levantá ndose cincuenta veces,
consciente de que toda su reputació n científica reposaba en esta delicada prueba, dá ndose
cuenta, al fin, de que había cometido la imprudencia y la valentía de consentir que un
pú blico frívolo fuese juez de su ciencia.
Era un evento histó rico. Allí había consejeros generales, senadores, elevados dignatarios,
etc. Vamos, todas esas personas que só lo se dejan ver en las bodas y los funerales de reyes
y príncipes.
A las dos de la tarde entraron Pasteur y su séquito en el campo y hubo una ovació n
imponente; ni una sola de las veinticuatro ovejas vacunadas tenía fiebre: comían y
triscaban como si siempre hubieran vivido a miles de kiló metros de un bacilo de carbunco
pero, en cambio, veintidó s animales de los no vacunados habían muerto y a los otros dos
poco les faltaba.
- Mirad! Ahora cae otra de las ovejas no vacunadas por Pasteur! – gritó un veterinario,
impresionado por el espectáculo. Y así fue como Pasteur demostró la eficacia de las
vacunas. No me digá is que para una prueba así no hay que tener agallas.
Visto el trajín viene al caso las hermosas y de rabiosa actualidad palabras de Claude
Bernard:
Primero observación casual, luego construcción lógica de una hipótesis basada en la
observación, y finalmente, verificación de la hipótesis mediante experimentos adecuados,
para demostrar lo verdadero y lo falso de la suposición. …En las ciencias experimentales la
medición de los fenómenos es un punto fundamental, puesto que es por la determinación
cuantitativa de un efecto con relación a una causa dada por lo que puede establecerse una
ley de los fenómenos….Cuando el hecho que se encuentra está en oposición con una teoría
dominante, hay que aceptar el hecho y abandonar la teoría, aun cuando esta última,
sostenida por grandes hombres, esté generalmente adoptada.
Y cuando Pasteur supo de estas palabras, afirmó :
“Nada se ha escrito tan luminoso, tan completo y tan profundo sobre los verdaderos
principios del difícil arte de la experimentación”.
Fuentes:
“Cazadores de microbios”, Paul de Kruif
“La tragedia de la Luna”, Isaac Asimov
“Historias curiosas de la medicina”, José Ignacio de Arana
“Enciclopedia Biográ fica de Ciencia y Tecnología (Tomo II)”, Isaac Asimov
http://es.wikipedia.org/wiki/Louis_Pasteur