Semana 2
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13 Nº 2 • 2016
ISSN 1851-3115 • http://www.curza.net/revistapilquen/index.php/Psico
COLABORACIÓN
Lucía Garay1
garaylucia@hotmail.com
Recibido: 28|11|16
Aceptado: 12|12|16
Cuando voy a las instituciones que atraviesan un momento crítico, o a encuentros con profesionales
o con familias que, de pronto, tienen un estallido, pienso que algo está pasando socialmente. Algo
está pasando en los procesos sociales, en las tramas de lazos sociales que son el soporte de los
procesos humanos esenciales, familiares y escolares, de crianza y educación de la infancia. Algunas
o muchas de estas tramas se están fracturando y descomponiendo. En consecuencia, voy a plantear
temas que son indudablemente críticos para nosotros en el campo de la Psicopedagogía, temas
tanto institucionales como metodológicos o técnicos.
Hay dos cuestiones interesantes para tener en cuenta, dos núcleos problemáticos, entre
otros. Uno, el conocimiento y los saberes que, proviniendo básicamente de la psicología, son
interpelados y cuestionados por cómo llegan y son usados por la Psicopedagogía. Se habla del
conocimiento; el conocimiento y la teoría serviría de encuadre o de sostén a lo que llaman la
“práctica psicopedagógica”. El otro núcleo se focaliza en las grandes transformaciones que hoy
tiene el sujeto niño; transformaciones que podemos extender a los adolescentes y a los jóvenes. Las
transformaciones de estos nuevos sujetos existen de manera visible. Están en las puertas de las
escuelas o, también, rodeándonos y reclamándonos como madres y padres o como docentes y
directivos de las instituciones. Inicialmente había pensado denominar a este trabajo “Las
transformaciones de los nuevos sujetos” pero entiendo que es preciso referirnos a nosotros mismos
como sujetos con identidades múltiples y como profesionales en psicopedagogía.
Entonces, hasta ahora se habló del sujeto al que está dirigida la práctica psicopedagógica;
del saber y de las teorías para motivarse a incursionar en las prácticas. Faltarían dos saberes
fundamentales en este escenario de las prácticas. El propio campo de la Psicopedagogía y el
contexto donde esa acción psicopedagógica sucede. Ese contexto ¿cuál es? Básicamente las
instituciones educativas, básicamente lo escolar. Aunque hay intervenciones psicopedagógicas que
suceden en comunidades, en otros campos como en la salud mental o el campo judicial. Pero en
todos los casos, son instituciones. Entonces el escenario de ese hacer psicopedagógico está
contextuado en instituciones.
Éste es uno de los problemas al que quiero referirme. Justamente, del poder que pueden
llegar a tener las instituciones sobre nuestras prácticas psicopedagógicas. Escuchando a nuestras
1Licenciada en Pedagogía y Psicopedagogía por la Universidad Nacional de Córdoba. Magister en Sociología de América Latina por la
Universidad de Essex de Inglaterra. Directora de la Carrera de Postgrado de Especialización en Psicopedagogía Escolar y Profesora
Consulta de la Universidad Nacional de Córdoba.
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colegas, en seminarios y supervisiones, sobre sus prácticas, sus vivencias, sus logros y obstáculos,
las instituciones -sean de educación o de salud- aparecen en sus relatos como fuentes de presiones,
descalificaciones y malestares. Es decir, vividas como poder. Este poder puede ser dominante o
determinante. Hay una diferencia objetiva entre estos dos conceptos. Lo institucional como factor
puede ser dominante dentro de un conjunto de factores que estructuran las prácticas. En ese
conjunto hay una dominancia de lo institucional. En cambio, un factor puede ser determinante,
quiere decir que tiene una incidencia estructural, o sea si o si determina sustancialmente las
prácticas. El otro domina, pero se supone que domina dentro de un conjunto que no tiene el peso
de la determinación. Puede ocurrir que esa dominancia de lo institucional sea circunstancial o
transitoria. Lo determinante remite a procesos duros, materiales o simbólicos, Una escuela va
perdiendo su alumnado o no tiene personal para atender una explosión de matrícula. Estos hechos
en su objetiva dureza son determinantes de las posibilidades y/o límites de una intervención.
Estos conceptos son importantes porque nosotros nos vamos a encontrar con procesos que
están funcionando como dominantes o pueden estar funcionando como determinantes. Entonces yo
puedo decir que el contexto de esta escuela - en relación al accionar de un equipo psicopedagógico
o una psicopedagoga - la ideología de esa institución escolar, el encuadre, la forma como se
relaciona y demás, podría ser determinante poniendo límites o planteando muros al accionar
psicopedagógico. Puede ocurrir que en otra institución lo específicamente institucional - sobre todo
aquello que tiene que ver con la autoridad, con el poder, con la organización - no sea determinante,
sea dominante. En realidad intenta dominar pero no determina de una manera absoluta. Las
posibilidades desde las propias prácticas de introducir cambios tienen espacios e intersticios desde
dónde operar. Pero, para hacerlo debo conocer la institución y su dinámica. Entonces necesito una
investigación diagnóstica; aunque sea sólo para mí; para guiarme en cómo voy a posicionarme y
cómo voy a intervenir.
Uno podría hacerse una pregunta: en esta institución donde estoy formándome o donde
estoy trabajando, ¿lo institucional en sí, funciona como elemento dominante o es una realidad
determinante? Y si es determinante, ¿determinante como obstáculo o como posibilidad?, apertura,
¿cómo camino abierto para innovar o trabajar? Por razones incomprensibles -creo que
definitivamente desconocidas para sus propios actores- en las instituciones educativas de formación
nunca se reflexiona y analizan las cuestiones institucionales de los propios institutos de formación o
las universidades. Si estas negaciones tienen efectos dramáticos en la formación de docentes de
aula, imaginemos sus efectos en la formación de profesionales que debemos intervenir en las
problemáticas del no aprender. Es esencial que la formación en psicopedagogía se proponga y tenga
la fortaleza de hacer que las/os estudiantes aprendan a investigar, a construir datos que sirvan para
diagnosticar y evaluar a los sujetos y sus demandas y a los contextos institucionales en que estos
viven y se educan. Tenemos que luchar por tener una formación autónoma, tanto para construir
conocimientos diagnósticos como para diseñar las estrategias de intervención más eficaces.
Hay instituciones en la sociedad que tienen referentes observables; tienen edificio, tienen
organización, tienen espacio físico y simbólico visible y reconocible. Una escuela es una institución,
pero también esa institución se concretiza en un establecimiento, o sea tiene referentes empíricos
visibles. Hay instituciones en la sociedad que no tienen referentes empíricos visibles, por ejemplo
uno podría decir que la psicología es una institución sin esos referentes concretos visibles, uno
podría decir la representa la facultad de psicología o la representa el colegio de psicólogos, no hay
una cosa bien clara como la institución educativa o una institución de salud, por ejemplo el
hospital.
Entonces ¿qué le pasa a la Psicopedagogía?, ¿es una institución? La psicología es una
institución, porque está instituida en las mentalidades de la sociedad. Por distante que esté alguien
del conocimiento, si se le pregunta para qué sirve la Psicología, te diría por lo menos que sirve para
atender a los enfermos mentales. Hay una representación en la sociedad acerca de qué es la
Psicología y los profesionales cómo y de qué se ocupan. Así podemos hablar del médico, del
enfermero, del matemático; podemos hablar de muchas profesiones que tienen una
institucionalidad porque están instaladas en las representaciones de la sociedad, de la cultura y en
las mentalidades de los propios sujetos. No quiere decir que todos los sujetos compartan la misma
significación. Por ejemplo hay sujetos que dicen que jamás irían a un psicólogo porque son
peligrosos y hay otros que dicen: “no puedo hacer nada sin haber hablado con el psicólogo”. Es
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decir, la significación que se le da de parte del sujeto a esta institución, que sería la Psicología y sus
intérpretes los profesionales, va a variar de acuerdo a muchas cosas, de las que ojalá podamos
hablar más en detalle, pero tiene que ver con las concepciones, las representaciones y las
significaciones de cada sujeto singular.
Me tengo que preguntar si la Psicopedagogía es ya una institución. Sí y no. Diría que está en
vías de institucionalización, que no es lo mismo que ser una institución instituida, para ser
redundantes. Está en estado instituyente, está en ese proceso de institucionalización, pero ¿de qué
depende la institucionalización? Básicamente de las demandas de la sociedad. Una institución existe
porque existe una demanda después, cuando esa demanda desaparece, la institución se viene
abajo, se extingue. Por ejemplo una escuela que se queda sin alumnos, porque toda la población
emigró y no hay niños ni adolescentes en ese lugar, lógicamente la escuela tiene que cerrar,
convertirse en otra cosa, porque no hay una demanda que dé razón de existir a esa institución.
Entonces, que existan demandas acerca de una profesión es una condición esencial para que la
consideremos una institución.
Uno se pregunta ¿por qué la Psicopedagogía está en proceso de institucionalización? Porque
no sabemos aún si existe una demanda en la sociedad, una representación acerca de ella y una
demanda acerca de este campo profesional. Ésta es una pregunta que siempre tenemos que
hacernos los profesionales. Podría decir que en Córdoba esta institucionalización de la
Psicopedagogía empezó hace cerca de cincuenta años. Ahora podríamos decir que esa
representación, esa demanda social, está francamente consolidada; hay un colegio profesional que
es reconocido, escuchado, que tiene muchísimos afiliados, muchísimos psicopedagogos. Sin
embargo, la Universidad Nacional de Córdoba nunca la reconoció. Hasta ahora, después de décadas
de negarse, que acepta crear una carrera de postgrado de Especialización en Psicopedagogía Escolar
en acuerdo con el Colegio de Psicopedagogos de Córdoba.
En Viedma ¿cómo está la institucionalización de la Psicopedagogía? O ¿cómo estará en una
comunidad más pequeña? En esta escuela, donde voy a trabajar, en esta unidad de Gobierno, en
este Municipio ¿qué representación, qué significación hay sobre la Psicopedagogía? Esto es muy
importante, siempre hay que tener esa pregunta presente, porque va a ser muy diferente si no está
de ninguna manera, lo que tal vez sea una ventaja frente al hecho de que tenga una significación
negativa, lo que es una desventaja. Cualquiera sea la significación, buena, regular o mala, debo
conocerla. Y, lo qué es más importante, no debo desconocerla. En caso de que sea una significación
negativa, es esencial indagar cómo se construyó esa representación. ¿Se origina y fundamenta en
malas experiencias con profesionales en psicopedagogía o en prejuicios? Mi práctica en esa
institución no debe centrarse en demostrar lo contrario. Debo ponerlo en palabras con el colectivo,
desmontar el origen, promover la reflexión y buscar las expectativas y la unidad de sentidos que da
a todos las necesidades de ayuda y asistencia a los sujetos a quienes está destinada la institución.
Otra cuestión es la siguiente: históricamente la Psicopedagogía, como profesión que se
ocupa de las problemáticas del aprendizaje en el campo escolar, se institucionaliza de una manera
muy singular. Nace la necesidad y el reclamo en el campo de la educación de contar con un
“gabinete psicopedagógico” o de un servicio de psicopedagogía, que acompañe, complemente o
sustituya a las ya clásicas “psicólogas educacionales”. Aparece como un campo confuso. Una mitad
es pico(lógica), la otra mitad es pedagógica. Pero, estrictamente, no es un pedagogo y tampoco es
un psicólogo. En la década del 50 del siglo XX, en Francia como en Argentina aparecían claramente
diferenciadas las carreras de Psicología y de Pedagogía. En Córdoba, en la universidad existía la
Licenciatura de Pedagogía y Psicopedagogía. Luego, en la década del 60 en las reformas de los
planes de estudio, ambas son reemplazadas por la Licenciatura en Ciencias de la Educación. Creo
recordar que la psicopedagogía aparecía ligada al campo de la educación especial, a la educación y
tratamiento de la infancia con discapacidades.
Entonces ¿cuándo y por qué aparece en la escuela común? Aparece ligada con una cuestión
dramática. La Psicopedagogía, de alguna manera, aparece en el lugar de la falla de la escuela, en el
lugar de la falta de la escuela y del docente de aula. Es decir, como el docente fracasa y de alguna
manera fracasa la escuela, debe aparecer un sustituto que asista y complete los procesos de
aprendizajes inconclusos. Sin haber hecho un estudio histórico, me atrevo a decir que cinco o cuatro
décadas atrás -cuando los procesos educativos y escolares no tenían la complejidad actual, ni había
una obligatoriedad de 13 años, ni las escuelas eran masivas y sus poblaciones tan diversas- cuando
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los alumnos en las escuelas comunes tenían aprendizajes inconclusos y repitencias se recurría a las
maestras y profesores/as particulares. Toda una institución en la escolarización de los hijos de las
clases medias. Las docentes llamaban a los padres, en realidad a las madres, y les comunicaban y
aconsejaban que para que sus niños/niñas no tuvieran que rendir exámenes complementarios o
repitieran el curso les pusieran maestras o profesores particulares. La familia aceptaba y hasta se
mostraba agradecida de que se lo comunicaran con tiempo y pudieran cumplir con tales mandatos.
Estamos hablando de una época en que las mujeres madres no trabajaban o lo hacían de manera
que no comprometiera su atención al hogar y los hijos. Los niños con problemas reconocidos y
nombrados como especiales o discapacitados no se los integraba a las escuelas comunes. Aquellos
con dificultades de aprendizajes por inmadurez u otros orígenes eran resueltos por los docentes por
medio de estrategias pedagógicas especializadas. En estos escenarios la Psicopedagogía no era
demandada desde dentro de la escuela común.
El ingreso de la psicopedagogía en la escuela aparece asociado con la situación crítica y
masiva del fracaso escolar en todas sus variantes. A la diversidad y complejidad que las nuevas
poblaciones que nunca estuvieron masivamente en las escuelas en todos los niveles- inicial, primario
secundario e, incluso, superior- de pronto están allí en edificios, organización pedagógica, aulas,
metodologías didácticas viejas; que no se renovaron ni se adecuaron a la multiplicidad de nuevas
infancias y juventudes. Y, sin duda lo más determinante, a docentes que se “lamentan que han
perdido un pasado al que consideran glorioso y que “nunca fueron preparadas para afrontar estos
nuevos sujetos que, según suponen, no quieren estar, estudiar ni aprender”.
Estos fracasos son, generalmente, no reconocidos como producidos, al menos en parte, por
la institución y los propios educadores. La ideología dominante de nuestras escuelas es que esto es
el producto de las condiciones del sujeto; de sus condiciones sociales, de la pobreza, del vacío
familiar, de los padres que no se ocupan... Tienen todo un sistema explicativo que, incluso, llega
hasta ligar estos factores a alguna “clase de enfermedad”. Le cuesta muchísimo salirse del lugar de
víctima donde, está convencida, que el propio sistema educativo y social la coloca. ¿Qué pasa
conmigo como enseñante y qué pasa con la institución escuela que obliga a los sujetos a
escolarizarse y que los hace fracasar? El docente dice: “este chico no aprende”. Una vez una
docente de una escuela, una excelente maestra, me dijo: “Estos chicos, en verdad, no aprenden” y
yo le digo: “Escúchame, ¿no se te ocurrió pensar que no aprenden como tú le enseñas? Y que a lo
mejor otros colegas sí lo hacen, o a lo mejor la bibliotecaria tiene más éxito”. “Pero ¿cómo? Si yo
enseño como creo que es lo mejor, enseño de una forma óptima”. Esto ¿qué quiere decir? Que está
ubicado en el lugar de la falla del otro, del alumno. No se reconoce como parte activa del proceso.
Entonces el docente dice: “Yo necesito que se certifique que este niño no aprende, que se
certifique bajo criterio científico de que este niño no aprende, porque tiene un problema
neurológico, social, familiar, psicológico”. El personal docente no está habilitado para emitir ese
juicio, ese diagnóstico, entonces ¿qué hace? Necesitamos alguien que firme eso, que lo certifique.
Entonces ¿quién? El psicopedagogo es llamado para que pueda certificar que este niño necesita ser
derivado a una escuela especial, necesita ser derivado a otro programa de trabajo, ir al neurólogo,
que lo mediquen.
Esa es la forma más dura y más salvaje del problema. Pero el problema en sí quizás no sea
ese, sino el tema de la compleja y tensionada relación entre la Psicopedagogía, como cuerpo de
saberes y de intervención, el/la profesional y las docentes de aula; la mayoría son mujeres, no sólo
va a ser una conflictiva entre dos profesiones y dos saberes, lo pedagógico y lo psicopedagógico,
sino, también, es una tensión entre mujeres, que no es una cosa menor. La docente cuando
encuentra a la psicopedagoga que viene con todo su entusiasmo, piensa: “¿Y ésta de dónde viene?
Se ve que no tiene ni escuela, ni aula, no tiene calle, ni tiza ni pizarrón”. Esto, en este momento,
es una fuente de tensión y conflicto. Hay una crisis del docente de aula, una crisis de trabajo y una
crisis pedagógica.
Esto plantea un problema real que tenemos que atender tanto desde lo teórico como con
estrategias apropiadas de intervención. El llamado al psicopedagogo, incluso por vía de la
derivación, lo que pone en evidencia es el fracaso del docente en conocer, comprender y ayudar al
sujeto a encontrar resoluciones a su no aprender. Por más que el docente se escude en que ese niño
es pobre y por eso no tiene los hábitos, o porque el niño tiene una conducta descontrolada por la
presencia de un problema neurológico, o este niño que tiene un problema familiar; por más que se
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escude en esas racionalizaciones, sabe que luego de tanto tiempo del niño en la escuela, y si esta
fuera buena, el problema en algo debería mejorarse y no, como es evidente, se ha agravado y
complejizado. Pero, la gran mayoría, no puede interpelarse a sí misma. Quedar en evidencia es un
fracaso. El problema es, “necesitamos psicopedagogas”; necesitamos de su presencia para que se
haga cargo y no quede en evidencia que estamos fracasando como pedagogas.
Esto es muy duro para la institución escolar y para nuestro quehacer. De pronto uno es una
especie de testigo de culpa. Justamente, nosotros no tenemos que desconocer este hecho; nosotros
tenemos que saber que ese docente que tiene esa falla es un sujeto que también sufre y necesita
ser asistido. Para poder sostenerse en ese lugar de expulsión, el docente tiene que parapetarse en
defensas tan poderosas que, de tanto usarlas, van dominando su iniciativa, su desarrollo personal y
profesional. La primera actitud que necesitamos profesionalmente es un posicionamiento de
empatía. Hay que comprender a ese otro; ese otro tiene que sentir que me identifico mínimamente;
tengo empatía, genero una transferencia. Comprendo lo que le pasa; comprendo que tiene muchos
niños en esas condiciones en el aula; comprendo que está solo, que no tiene ninguna ayuda; que
cada maestro actúa encerrado en el aula; tienen exigencias burocráticas; comprendo, en fin, que su
sueldo no es el deseable. Todo esto lo comprendo, es muy importante que genere esa empatía,
porque es sobre la base de ese puente transferencial que se pueden abrir las puertas para habilitar
una intervención.
Si no hay transferencia hay conflicto; si hay conflicto, el que sale de la escuela o queda
relegado al rincón es el psicopedagogo; porque el lugar de la Psicopedagogía en nuestro sistema
educativo, no es un lugar instituido. No hay cargo de psicopedagoga, si bien puede haber en las
escuelas, son cargos que pueden ser transitorios, no son estatutarios, no es un lugar instituido,
como el del docente que está absolutamente instituido. Una escuela no puede funcionar sin
docentes de aula. Porque en nuestro sistema educativo, toda la educación se centra en el aula y
descansa sobre las espaldas del docente de aula. Salimos del aula y la escuela se queda sin nada
educativo. Hay que comprender al docente de aula que tiene semejante peso en el sistema
educativo y debido a ello una gran responsabilidad.
El lugar del psicopedagogo y de los saberes psicopedagógicos en la escuela no es un lugar
instituido, es un lugar que se tiene que instituir y esa es una tarea que tenemos que hacer nosotros
cada día. Si nosotros vamos a trabajar a la unidad escolar o a donde vayamos, tenemos que saber
que ese lugar tanto en términos profesionales, como teóricos, de reconocimiento, es algo que
tenemos que construir, no está dado. Esto es muy importante, porque es algo a construir y hay
obstáculos que tenemos que vencer, pero también sabemos que tenemos que construir eso y esa
construcción también tiene un problema de tiempo, es como que la construcción del lugar
psicopedagógico en la escuela es un punto de llegada, no un punto de partida.
A veces escucho a mis colegas que dicen: “No sé para qué nos llaman si después nos relegan
al rincón, a un lugar donde ni siquiera podemos tener acceso”. En realidad están cautivas en ese
lugar. Entonces les pregunto: ¿Por qué se quedan en ese lugar? ¿Por qué aceptan esa pasividad que le
están proponiendo? ¿Por qué tienen que estar esperando que le digan lo que tienen que hacer?
Porque si están esperando esto quiere decir que dependen de lo que diga la directora, pueden estar
como sujetos pasivos en la construcción del lugar. Ese es un problema importante, no podemos
seguir siendo pasivos, tenemos que ser activos. Y esa construcción del lugar, en cada lugar donde
vamos a trabajar, en una escuela, una comunidad, un municipio, un equipo técnico, donde sea, ese
lugar lo tenemos que construir. “Empieza conociéndolos para estar en condiciones de reconocerlos”,
reconocerlos a partir de un conocimiento es lo que construye el puente para lograr la transferencia.
En esa construcción no hay que improvisar. Hay que tener un diseño que en términos
técnicos se denomina “Radicación Institucional del Trabajo”. Somos migrantes en realidad, no
sabemos si venimos del país psico o del país pedagógico y llegamos a este puerto, que es el
establecimiento donde nos toque llegar y somos distintos, somos ajenos, extraños, extranjeros y ahí
tenemos que construir un lugar, hacernos un lugar sin resignar nuestra identidad profesional.
Por lo tanto tenemos que pensarlo y la primera pregunta es ¿cómo está este lugar que voy a
ocupar? ¿Hay un lugar? o ¿es un no lugar? ¿Cuánto voy a tener que trabajar para construirlo? Lo
acepto y empiezo a trabajar; creo que esto es fundamental en todos los campos en los que nos
movemos porque nuestro campo no está instituido ni en la sociedad, ni en las instituciones ni en los
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órganos de gobierno. Entonces tenemos que instituirlo, hay un dispositivo que nos ayuda, por
ejemplo la colegiación es un elemento muy importante, tiene un impacto social y eso es lo que se
va instalando en la sociedad, la existencia de la profesión y el espacio.
Todo este desarrollo que hice es para mostrarles que estos inmigrantes que somos hemos
venido a ocupar en las instituciones educativas el lugar de la falla. Es un lugar a ser construido que,
quizás, tampoco esté mal; porque todo aquello que está instituido está también, a veces,
endurecido. En cambio, esto que no está instituido tiene la posibilidad de la innovación, de la
creación, de lo distinto. Tiene posibilidades porque está en instituyente, es una cosa más dinámica.
En cambio, cuando hay un patrón no hay modo de discutir esa cuestión. La psicopedagoga se
adhiere a eso o se va; está siempre en situación de conflicto dilémico. En cambio, en la mayoría de
las instituciones, sobre todo las públicas, ese espacio es un espacio sin creación, hay que construirlo
y yo creo que eso ayuda mucho.
El siguiente punto tiene que ver con el concepto de práctica, el uso que se hace del
concepto de práctica. Entendí que había sido usado en la convocatoria de este encuentro, porque
aludía a lo que se iniciaba. Es un concepto que nomina algo por lo tanto, lo significa. Aquí, el
término “prácticas” está puesto desde una institución de formación como es ésta donde, en
realidad, las prácticas pre-profesionales o prácticas profesionales son un momento de la formación
de los psicopedagogos; hacen sus prácticas para graduarse. Lo mismo pasaría con el docente, las
prácticas de enseñanza que hacen los estudiantes de los magisterios en los Institutos de Formación,
son prácticas que hacen para tener la validación como competencia de docente o enseñante de
aula.
Voy a cuestionar el uso del concepto de prácticas cuando nos referimos a lo que hacemos ya
establecidos en el campo profesional. Lo quiero reemplazar por otro. Creo que no se trata de
práctica, sino que se trata de intervención. Éste es el concepto técnico correcto. ¿Qué
implicaciones tiene, desde el punto de vista teórico y desde el trabajo, moverme del concepto de
práctica al concepto de intervención; no en la formación, sino en el hacer profesional? Por más que
se enuncien juntos los conceptos de teoría y práctica -enunciados como teoría-práctica- en el
suceder cotidiano están separados en el tiempo, al menos en las instituciones de formación docente
como en psicopedagogía. Es como si existiera varios años de formación con asignaturas teóricas y al
final, ya graduados, llegó el tiempo de la práctica; práctica que se interpreta como de aplicación de
las teorías.
Esto supone que en ese hacer práctico no se construye teoría, sólo se aplica la que se
estudió. Esta radical escisión está tan arraigada en la mentalidad de los docentes que, para explicar
sus fracasos con alumnos diferentes a lo que entienden sería el modelo normal de alumno, repiten
como una justificación: “no nos formaron para estos niños ni para estas condiciones”. Lo que está
revelando esta afirmación es que la teoría que le enseñaron en el profesorado es la única que
disponen y van a disponer. Según esta representación en sus prácticas enseñando no construyen
ideas - pedagógicas, metodológicas, sociales, otras -; así las prácticas son entendidas como mera
acción. Si trasladamos este análisis al campo psicopedagógico y nos encontramos con la misma
radical escisión entre teoría y prácticas, las consecuencias serían aún más limitantes y estériles para
los sujetos que están en diagnóstico y/o en tratamiento. El sujeto perdería toda su singularidad
para ser sólo objeto o categoría.
Un análisis semejante podríamos hacer referido a la ya clásica dupla “proceso enseñanza-
aprendizaje”. Las palabras contienen un significado y las palabras están aludiendo a una teoría, a
una concepción, a veces hasta una ideología. Por ejemplo, digo proceso de enseñanza-aprendizaje,
lo designo como proceso en singular; como si en el proceso de enseñanza-aprendizaje, se tratara de
un solo y único proceso y, también, de un mismo sujeto; como si el que enseña y el que aprende
tuvieran una simbiosis tal que pudieran ser representados por un solo concepto en singular. Esto es
importantísimo porque también se aplica a la idea teoría-práctica. Es decir, que estaría asumiendo
el concepto de que si yo enseño el otro aprende.
Sin embargo, hoy está absolutamente demostrado que se trata de dos sujetos. Primero el
enseñante, el docente, es un sujeto generalmente adulto, capacitado para hacerlo, un profesional
avalado por sus títulos. Su trabajo es la enseñanza. En cambio, en el aprendizaje hay un sujeto
distinto. Se trata de un sujeto aprendiente; es un niño pequeño, un niño de la primera infancia, es
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apropiarse de los saberes que construyo y los hace propios. Un niño, por ejemplo, logra apropiarse
del saber que construyó con él acerca de por qué no aprende. Cuando logra apropiarse de las causas
del por qué no aprende, de los mecanismos y conductas que pone en juego en el “no aprender”, ese
sujeto va a estar instrumentado en un saber que podré usar en su propio autoanálisis. Cuando ese
proceso de apropiación se produce y logra transferirlo a su praxis, el sujeto no me necesita más,
puede prescindir de mí. Ya se ha apropiado de un saber sobre sí y de sus posibilidades
instrumentales si lo aplica. Éste es el sentido educativo y pedagógico de toda intervención; sea
institucional, didáctica, pedagógica o psicopedagógica. Es decir, el sentido educativo de la
intervención es hacer que el otro se apropie de esos saberes. Al apropiarse de esos saberes existe el
renunciamiento de mí, porque no me necesita más. Pero, a veces, no podemos llegar a ese punto;
creamos una forma de hacer que el otro nos necesita siempre. Entonces, en realidad, estamos
haciendo una intervención de dependencia, porque el renunciamiento a que no me necesite más, es
una satisfacción; pero, en un punto, es un dolor y una renuncia.
Estos dos aspectos del sentido de las praxis -saber que hay un sentido del sujeto que
demanda y un sentido del sujeto que interviene- nos compromete a que el sentido de quien
interviene tiene que ser críticamente analizado. Cuando hablo del sentido de la demanda de quien
interviene, en el caso de los psicopedagogos, me estoy refiriendo a un fenómeno muy importante
que es la implicación. Hay dos niveles o categorías: la implicación y la sobreimplicación. La
implicación es cuando se me llama a intervenir en una escuela, en una institución, en un equipo, en
algún lugar que está muy ligado a mí por alguna razón. Estoy ligada porque trabajé ahí, porque
tengo relaciones con personas que trabajan ahí, porque ahí estudié y me gradué, porque ahí trabajé
y después me fui. Es decir, puedo tener una implicación laboral con esa institución; puedo tener una
implicación ideológica, me identifico o rechazo el modo se ser y/o hacer de la institución o de las
personas que la componen.
Entonces, es muy importante que pueda analizar la implicación. Por eso, siempre sostengo
que quienes están en procesos formativos - sean estudiantes, maestrandos, quienes están
estudiando para especialistas o los propios profesores cuando deciden investigar y toman a las
instituciones como unidades de análisis o unidades empíricas -tienen que saber que no se puede
hacer investigación diagnóstica en la institución donde se trabaja. ¿Por qué? Por la implicación. Por
ejemplo, muchos directores se forman en teoría institucional para intervenir adentro de su escuela
y se sienten muy mal cuando les digo “nadie puede investigar para intervenir en una escuela si es su
directivo”. ¿Por qué? Porque tienen una posición de poder en la institución. Si, además, se quiere
convertir en un investigador que investiga a sus dirigidos para luego diseñar una intervención, eso
es, en realidad, la posibilidad de que el personal lo sienta como “abuso del poder directivo”.
Entonces, ¿qué le va a pasar a los docentes de esa directora en una intervención institucional?; se
van a quedar mudos y deseando quedar metidos en una cueva. Sienten que esta directora es un
peligro de que, efectivamente, vaya a usar el saber que obtuvo con su investigación para ejercer
arbitrariedades y perjuicios porque está en la institución en una posición de poder.
Creo que la implicación es otro de los fenómenos que nosotros tenemos que analizar en
nuestro hacer profesional. Puede haber muchas fuentes de implicación entre nosotros. ¿Qué es la
sobreimplicación? Es cuando a una implicación -tener una historia común de trabajo o de vida con la
institución o los sujetos con que trabajo- se le acopla una sobreimplicación. Es decir, cuando con
esos sujetos o esos grupos, con esa comunidad o con esa institución donde voy a intervenir, he
tenido situaciones emocionales que me han herido o que me han dejado una huella negativa. No
solo puedo tener una relación de trabajo o ideológica, sino que además tengo unas vivencias
emocionales. Sentimientos en cualquier sentido, ya sea que considere que ese fue un lugar
maravilloso y, por lo tanto, tengo un nexo emocional muy positivo o que ese lugar me causó una
herida que me afectó. Pero, no reconozco esos aspectos. Entonces, sin darme cuenta, de pronto se
dio la oportunidad y me encuentro con que ahí, de alguna manera, va a entrar a funcionar ese
registro emocional que a mí me dejó como huella. Lo quiera o no, va a estar presente en los modos
en que veo, analizo, interpreto.
¿Qué y cómo hago con estos fenómenos? Hay un recurso que se llama vigilancia
epistemológica de la implicación. Esa vigilancia epistemológica la puede hacer un par que tenga,
mínimamente, la cabeza, los oídos, la escucha para descubrir las emociones, las ansiedades y
angustias que se siente frente a la institución o las personas que la componen. La vigilancia es
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Sección Psicopedagogía • Vol. 13 Nº 2 • 2016
ISSN 1851-3115 • http://www.curza.net/revistapilquen/index.php/Psico
Lucía Garay 80
Capítulo 4
Modelos básicos
de intervención
M. Luisa Sanchiz - ISBN: 978-84-691-4663-7 83 Modelos de orientación e intervención psicopedagógica - 2008/2009 - UJI
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú. Donde haya un error que enmendar,
enmiéndalo tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú.
Sé tú el que aparta la piedra del camino.
Gabriela Mistral
Premio Nobel de Literatura, 1945
M. Luisa Sanchiz - ISBN: 978-84-691-4663-7 84 Modelos de orientación e intervención psicopedagógica - 2008/2009 - UJI
INTRODUCCIÓN
«Punto de referencia para imitarlo o reproducirlo»: así define la Real Academia Española de
la Lengua la palabra «modelo». Pero no es ésta la única acepción. De entre las muchas defini-
ciones que nos brinda el diccionario, destacamos las siguientes: se entiende por modelo «re-
presentación en pequeño de alguna cosa», «en las obras de ingenio y en las acciones morales,
ejemplar que por su perfección se debe seguir e imitar», «esquema teórico de un sistema o de
una realidad compleja que se elabora para facilitar su comprensión y el estudio de su compor-
tamiento».
Para Escudero (1981: 115) el modelo es una interpretación simplificada del objeto a que se
refiere. Según Arnau, un modelo es «el intento de sistematización y descripción de lo real en
función de presupuestos teóricos» (citado por Tejedor, 1985: 170). En el mismo sentido, Tejedor
(1985) los considera como «aproximaciones intuitivas a la realidad, desempeñando un papel
de puente que permite a la teoría la función interpretativa de los hechos». Por su parte Cruz
(1997: 21) entiende que el modelo es una «proyección sensible del conocimiento humano que
refleja la relación entre los componentes esenciales de un problema científico para facilitar la
comprensión, crítica o intervención sobre el mismo, así como el enriquecimiento del marco
teórico donde se inserta».
Van Dalen y Meyer (1971: 76) definen los modelos de investigación como «estructuras sim-
plificadas o conocidas que se emplean para investigar la naturaleza de los fenómenos que los
científicos desean explicar».
Para Bogdan y Bilken (1982) un modelo es «un conjunto de presupuestos ensamblados lógica-
mente que orientan el pensamiento y la investigación».
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Cuadro 26. Clasificación de los modelos de orientación según varios autores
MODELOS TEÓRICOS Teorías del counseling, teorías del desarrollo, teorías educativas...
MODELOS DE Básicos Clínico.
INTERVENCIÓN Programas.
Consulta.
Mixtos Psicopedagógico.
Institucionales La acción tutorial.
Los departamentos de orienta-
ción.
Los equipos de orientación
educativa y psicopedagógica.
Particulares Centros educativos particula-
res.
Gabinetes privados.
Siguiendo el cuadro, los modelos o enfoques teóricos fueron explicados, con una breve pincelada,
en el capítulo anterior. La extensión de cada una de las teorías aconseja no desarrollarlas en este
documento, sino más bien, recordar su existencia y la aportación principal realizada por cada una
de ellas. Los modelos básicos de intervención y el modelo mixto psicopedagógico serán expuestos
en el presente capítulo y, en el próximo, desarrollaremos los modelos institucionales. Evidente-
mente los particulares dependerán de cada centro y tendrán su propia idiosincrasia.
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1. EL MODELO CLÍNICO O MODELO DEL COUNSELING
Tal como señalábamos anteriormente, al modelo clínico también se le conoce como modelo de
counseling o relación de ayuda. La Asociación Británica para el Counseling (British Association
for Counseling, 1992: 17) define el counseling como «la utilización hábil y fundamentada de la
relación y la comunicación, con el fin de desarrollar el autoconocimiento, la aceptación, el creci-
miento emocional y los recursos personales». El propulsor de este modelo fue Carl Rogers, quien,
con la publicación de su obra Counseling and Psychoterapy (1942) indicó que el foco de atención
del asesoramiento se debe centrar en la persona y no en el problema. La psicoterapia promovida
por Rogers presenta diferencias sustanciales respecto a la intervención clínica anterior:
1) No consiste en hacer algo al individuo, sino en una tarea de liberación, para que la
persona crezca y se desarrolle. Tal como señala Barreto et. al. (1997) no es hacer algo
a alguien sino algo con alguien.
2) Concede más importancia a los elementos emocionales que a los intelectuales.
3) Da más importancia a la situación presente que a la pasada.
4) Se destaca, por primera vez, que la relación terapéutica es en sí misma una expe-
riencia de crecimiento.
Rogers se dio cuenta de la necesidad de cambiar las medidas curativas por las preventivas y
de hacer tratamientos teniendo en cuenta el entorno físico y psicológico del sujeto. Indicó la
necesidad de ayudar a los clientes a que se enfrenten mejor con su situación a través de las
entrevistas y de las técnicas del consejo y de la psicoterapia.
Las fases que, según Bisquerra (1998: 71) caracterizan este modelo son:
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1. Inicio y estructuración de la relación de ayuda
1. La iniciativa de solicitar ayuda surge del cliente (también pueden ser familia-
res, tutores, profesores, etc.)
2. Establecimiento de una relación apropiada entre orientador y cliente, con un buen
rapport o clima que favorece la libre expresión de sentimientos del cliente.
2. Exploración
4. Seguimiento y evaluación.
Por lo que respecta al nivel cognitivo, ya en el siglo i a. C. Epitecto afirmaba que «la gente
se perturba, no por los acontecimientos, sino por su opinión sobre los acontecimientos». Por
ello, mediante la entrevista, el orientador debe conocer (y hacer conocer) cuál es el modelo
representacional de la realidad que posee el entrevistado, y, partiendo de dicho conocimiento,
orientar al cliente para que pueda cambiar su visión de la realidad, enfocándola desde otros
puntos de vista o aprendiendo a reestructurarla. En ocasiones las personas comenten una serie
de distorsiones cognitivas, que Marroquín y Villa (1995) categorizan de la siguiente manera:
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2.ª Filtro mental: consiste, básicamente, en atender sólo a la información que es congruen-
te con lo que pensamos. A las personas que lo cometen se les suele decir: «sólo atiendes a
lo que te conviene», sea positivo o negativo. Implica la tendencia a elegir un detalle negati-
vo de una situación, fijándose en él de una manera tan exclusiva que el resto de la realidad
queda oscurecida y difuminada. Un ejemplo: una persona se encuentra con un amigo y
hablan de muchos temas agradables, sin embargo, discuten de política, y al marcharse a
casa se siente irritado pensando en las críticas de aquel hacia sus ideas políticas, olvidando
los otros temas agradables compartidos. Se filtra lo negativo, lo positivo se olvida.
3.ª Lectura del pensamiento e inferencia arbitraria: se da cuando creemos adivinar todo
lo que los demás están pensando, cuando creemos sus motivaciones ocultas, cuando
predecimos sus futuros comportamientos hacia nosotros, todo ello teñido de un carácter
negativo y distorsionado. Se refiere, por tanto, a la tendencia a interpretar sin base algu-
na los sentimientos e intenciones de los demás. A veces, esas interpretaciones se basan
en un mecanismo llamado proyectivo que consiste en asignar a los demás los propios
sentimientos y motivaciones, como si los demás fueran similares a uno mismo. Por ejem-
plo, una persona nota como la miran unos extraños y piensa: «Sé que piensan mal de mí».
Otra persona está esperando a otra en una cita y esta tarda cinco minutos y sin mediar
prueba alguna, se le viene a su cabeza: «Sé que me está mintiendo y engañando».
5.ª Razonamiento emocional: consiste en creer que lo que la persona siente, emocional-
mente, es cierto objetivamente. Las emociones sentidas se toman como un hecho objetivo
y no como derivadas de la interpretación personal de los hechos. Tomamos nuestras pro-
pias emociones como prueba objetiva, a falta de datos. (Ej. «me siento como un inútil, por
consiguiente soy un inútil», «me siento humillada, por tanto han querido humillarme».)
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8.ª Etiquetación: consiste en catalogar de un modo simplista y rígido a los demás, o a
uno mismo, a partir de un detalle aislado o parcial. Cuando etiquetamos globalizamos
de manera general todos los aspectos de una persona o acontecimiento bajo el prisma
del «ser», reduciéndolo a un solo elemento. Esto produce una visión del mundo y
las personas estereotipada e inflexible. Es el efecto de englobar bajo una etiqueta
hechos distintos y particulares de modo inadecuado. Por ejemplo: Cuando se está
comentando un mal comportamiento de un chico y alguien dice «claro, es un gita-
no». Las palabras claves son: «Soy un», «Es un», «Son unos».
10.ª Evasión de control: la vida se percibe como algo sobre lo que no se tiene con-
trol (son las fuerzas externas las que controlan nuestras vidas o son los otros los
responsables de nuestros sentimientos). Suelen crear depresión y fatalismo, aunque
existe una justificación que supone una posición cómoda, puesto que los esfuerzos
por intentar evitar determinados comportamientos ni siquiera se intentan, ya que no
son posibles ni están en nuestras manos. Ej. Cuando alguien dice: «yo sólo seré feliz
si la otra persona cambia».
Para que una entrevista se desarrolle con éxito, es importantísima la actitud del orientador.
Debe mostrarse como una persona receptiva, acogedora, con capacidad de escucha, con de-
seos de ayudar al cliente y de poder asesorarle en la comprensión de sí mismo y de su vida.
Carl Rogers (1972) y Carkhuff (1981 y 1986) han desarrollado exhaustivamente las destrezas y
actitudes que debe mostrar (citadas por Bisquerra, 1998:79):
1.° Autenticidad facilitadora: es la capacidad del entrevistador para ser libre y profundamente
él mismo: es el no ser falso, el no parapetarse tras un papel, el no adoptar una actitud defen-
siva y el que no haya discrepancia entre lo que se dice y lo que se experimenta. Es ser genuino
y sincero.
3.° Empatía: es la capacidad de percibir correctamente lo que experimenta otra persona y co-
municarle esta percepción en un lenguaje acomodado a sus sentimientos.
4.° Concreción: es la habilidad de expresar en términos específicos las experiencias o los senti-
mientos propios del interlocutor.
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6.° Personalización: con el fin de que el orientado aprenda a apropiarse de su problema, acepte
su grado de control y responsabilidad personal en lo que le sucede, dejando de considerarlo
como algo ajeno a si mismo o algo debido a circunstancias ambientales y externas, fuera de
su control.
9.° Autorrealización: implica que uno es capaz de vivir y enfrentarse con la vida directamente
(personas autodirigidas), son los orientadores que saben expresarse li¬bre y abiertamente, no
emiten juicios y viven de una manera eficaz; suelen servir de modelo de personas eficaces,
capaces de vivir totalmente y con éxito.
Bisquerra (1998:80) recoge la relación de aspectos generales que todo entrevistador debe re-
cordar, según Martorell y González (1997):
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2. EL MODELO DE PROGRAMAS
Se entiende por programa «toda actividad preventiva, evolutiva, educativa o remedial que,
teoréticamente fundamentada, planificada de modo sistemático y aplicada por un conjunto de
profesionales de modo colaborativo, pretende lograr determinados objetivos en respuesta a
las necesidades detectadas en un grupo dentro de un contexto educativo, comunitario, fami-
liar o empresarial» (Repetto, 2002: 297).
Por su parte, Álvarez, Riart, Martínez y Bisquerra (Bisquerra, 1998: 85) definen el programa
como una «acción continuada, previamente planificada, encaminada a lograr unos objetivos,
con la finalidad de satisfacer necesidades, y/o enriquecer, desarrollar o potenciar determinadas
competencias».
Todo programa, por tanto, implica una actividad planificada, la cual debe encontrar su funda-
mento en las teorías previamente desarrolladas. Además, la aplicación del programa supone
una actuación común, colaborativa y abierta a diversos contextos, donde la finalidad es dar
respuesta a unas necesidades previamente detectadas. La mayoría de autores señala, como
básicos, los siguientes elementos imprescindibles en todo programa:
2. Todo programa de orientación debe ser comprensivo, contando con todos los ele-
mentos del sistema educativo y debe estar basado en la teoría del desarrollo.
3. Los programas han de tener un carácter preventivo. Por ello, se han de centrar más
en desarrollar en el alumnado destrezas y competencias que en remediar déficits o
solucionar problemas.
4. Los programas de orientación han de ser siempre fruto del trabajo en equipo, se
debe contar con todas las personas implicadas en su desarrollo, a fin de que el pro-
grama tenga ciertas garantías de éxito. Difícilmente un programa impuesto por un
agente externo, que no responde a necesidades del colectivo a quien se destina ni ha
contado con la participación de los implicados desde un principio, va a ser acogido
para ser posteriormente desarrollado.
Sólo mediante la intervención por programas es posible asumir los principios de prevención,
desarrollo e intervención social y proporcionar un carácter educativo y social a la orientación.
Para ello es necesario que las instituciones reúnan unos requisitos mínimos (Álvarez González,
1995):
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- Compromiso por parte del centro y de los responsables de la orientación de poten-
ciar programas dirigidos a todos los alumnos.
- Ver el programa como una actividad más dentro de la tarea escolar, dándole un
carácter procesual, evolutivo y comunitario.
- Implicación y disponibilidad de tiempo del personla que va a ejecutar el programa.
- Presencia en el centro de un especialista de Orientación que asesore, dinamice y dé
soporte técnico.
- El tiempo de intervención ha de ser previamente fijado, estableciendo un calendario
y un horario.
- Se debe contar con recursos humanos y materiales suficientes.
- Es preciso crear canales de información dentro y fuera del centro.
- Se requiere un nuevo modelo organizativo de la Orientación, con varios agentes
implicados y con la especificación de las funciones de cada uno de ellos.
- Será necesario evaluar el programa en todas sus fases y por parte de todos los im-
plicados.
Diversos autores (Morrill, 1989; 1990; Barr y Cuyjet, 1985; Rodríguez Espinar, 1993; Montané y
Martínez, 1994; Bisquerra, 1998; Repetto, 2002) indican fases diferentes de los programas.
Particularmente clara nos parece la exposición de Rodríguez Espinar (1993: 243):
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Por nuestra parte, después de analizar algunas clasificaciones y reflexionar sobre la práctica,
ofrecemos la siguiente clasificación:
Son múltiples los programas que pueden ser desarrollados en los centros educativos para tra-
bajar la prevención y el desarrollo humano adecuado. Los más trabajados están relacionados
con las diversas áreas de la orientación: área de los procesos de enseñanza-aprendizaje, área
de desarrollo personal y área de orientación profesional. Algunos contenidos que pueden ser
trabajados mediante este modelo son los que recogemos, a modo de ejemplo, en la siguiente
tabla, porque, evidentemente, la tabla no los agota; son muchos los que se pueden desarrollar:
Cuadro 28. Áreas de la orientación: finalidades y contenidos
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TIPO FINALIDADES CONTENIDOS
ORIENTACIÓN Desarrollo de competen- • Autoconocimiento
PROFESIONAL cias necesarias para elegir
adecuadamente la carrera, • Vías de formación
enfrentarse al mundo la-
boral y adquirir formación • Demandas laborales
profesional
• Destrezas requeridas en
distintas profesiones
• La toma de decisiones
PROCESOS DE Prevención de problemas • Técnicas de estudio
APRENDIZAJE de aprendizaje
• Hábitos de estudio
Desarrollo de competencias
para estudiar y aprender de • Procesos intelectuales
manera adecuada básicos: atención, percep-
ción, memoria, análisis,
síntesis…
• Técnicas de aprendizaje
cooperativo
• Técnicas de aprendizaje
dialógico
Otra forma de llevar a cabo la implementación de los programas es hacerlo de manera puntual.
En este caso la implicación del profesorado es menor y mayor la responsabilidad ejecutoria del
orientador.
Ambas opciones no son excluyentes entre sí. Cualquier iniciativa surgida en la institución que
vaya encaminada a mejorar la situación de partida, resultará beneficiosa para todos.
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3. EL MODELO DE CONSULTA
La intervención directa sobre el individuo (a través del modelo clínico) y la intervención grupal
sobre el colectivo (a través del modelo de programas) no son suficientes si se quiere afrontar
con eficacia y de forma plena la función educativa de la orientación. Es imprescindible tener
presente en esa acción orientadora a la intervención indirecta sobre todos los agentes edu-
cativos, en especial sobre los profesores y los padres, sin olvidar la consulta a la institución
educativa como tal. A este modelo de intervención le denominamos de consulta y podríamos
definirlo como la «relación entre dos profesionales generalmente de diferentes campos: un
consultor (orientador, psicopedagogo) y un consultante (profesor, tutor, familia)» que plantean
una serie de actividades con el fin de ayudar/asesorar a una tercera persona o institución. Ésta
puede ser un alumno, un servicio, una empresa, etc.
Dos pueden ser los objetivos de las funciones de consulta (Bisquerra y Álvarez, 1996: 331):
M. Luisa Sanchiz - ISBN: 978-84-691-4663-7 96 Modelos de orientación e intervención psicopedagógica - 2008/2009 - UJI
Dentro del modelo de consulta podemos destacar tres campos:
b) El campo de las organizaciones donde se prima la función del consultor como agen-
te de cambio o consultor de procesos que ayuden a proporcionar las competencias
para resolver los problemas y asumir las responsabilidades (Drapela, 1983). En esta
ocasión contemplamos el centro educativo como organización y el modelo de con-
sulta se produce cuando, por ejemplo, el equipo directivo o la Comisión de Coordi-
nación Pedagógica consultan al psicopedagogo/a acerca de la elaboración del Plan
de Acción Tutorial o del Proyecto Educativo de Centro, para mejorar la atención al
alumnado.
Entre las funciones más habituales que puede asumir el orientador como consultor en un cen-
tro educativo, destacamos las siguientes (Jiménez Gámez y otros, 1997: 106):
M. Luisa Sanchiz - ISBN: 978-84-691-4663-7 97 Modelos de orientación e intervención psicopedagógica - 2008/2009 - UJI
Con el alumnado: facilitar la comunicación entre los miembros del grupo, mejorar
el proceso de aprendizaje, potenciar la tutoría de iguales, asesorar en cuestiones
relacionadas con el estudio y con el desarrollo personal y profesional, mediante la
actuación del tutor.
Como en todos los modelos, son numerosos los autores que han ofrecido su clasificación. Dado
que Bisquerra (1998:108) ofrece una síntesis de todas las aportaciones realizadas, ofrecemos a
continuación la que él propone:
Por nuestra parte aconsejamos que se realicen consultas colaborativas en las que intervenga
más de un consultante. El orientador/a coordina al grupo, en el que se va a plantear cómo
encauzar la orientación para la mejor educación del alumno/a. Los consultantes serán los dife-
rentes profesionales y los padres del discente. Entre todos se reflexionará acerca del problema
planteado, concretando el mismo, aportando ideas acerca del mejor tratamiento posible, to-
mando acuerdos de intervención conjunta o de actuaciones que estén en una misma dirección,
lo cual aporta gran coherencia a la actividad formadora, continuidad de la tarea educativa
escolar con la familiar, sensación de unión, respeto mutuo entre profesionales y familiares y,
sobre todo, grandes avances en la educación del alumnado.
Autores como Lowe (1995: 119) encuentran gran paralelismo entre la consulta colaborativa y
el modelo de resolución de problemas de Dewey, tal como se recoge en la siguiente tabla:
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Cuadro 29. Paralelismo entre la consulta colaborativa y el modelo de resolución de problemas
En la literatura al respecto, algunos autores han diferenciado dos modelos dentro del modelo
general de consulta: el modelo centrado en contenidos (para el cual el orientador es un experto
que se sitúa frente a los consultantes en una relación jerárquica) y el modelo centrado en proce-
sos (el cual contempla la actuación del orientador siguiendo los principios del trabajo conjunto
y colaborativo). Tal como indica Santana (2002: 112) ambos modelos deben intercalarse: «A mi
modo de ver, la eficacia del asesoramiento y de los propios asesores reside en saber intercalar, yo
diría que con sabiduría, el papel de portador de soluciones a problemas puntuales (aunque sean
tentativas provisionales o contingentes) desde la visión del especialista y el papel del profesional
que facilita/anima procesos de cambio y mejora de la institución escolar (generalista)».
En una perspectiva mucho más comunitaria, Carretero, Pujolàs y Serra (2002) entienden que
el asesoramiento no es tanto, aportar soluciones a problemas puntuales, como indica Santa-
na, sino potenciar los recursos de otro para que éste sea capaz de asumir las tareas que tiene
encomendadas.
De lo dicho hasta ahora puede deducirse que, en el modelo de consulta, el orientador ejerce un
importante papel como agente de cambio, favoreciendo la construcción conjunta del conoci-
miento por parte de todos los miembros de la comunidad educativa implicados en el proceso
formativo del alumnado, y permitiendo, con ello, que se produzcan pequeñas transformacio-
nes del pequeño mundo escolar y familiar en el que están inmersos.
Algunos criterios útiles para analizar la función asesora, desde el punto de vista de la consulta
colaborativa son los que ofrecen Carretero, Pujolàs y Serra (2002), para los cuales, las activi-
dades de asesoramiento:
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