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la solución del litigio sino de la prestación que cumplirá otra persona (Pedro),
habrá de iniciar un procedimiento que no será ya sólo entre dos personas
(el particular que insta y la autoridad que recibe el instar, cual ocurre sin
excepción en todas las demás instancias: denuncia, petición, reacercamien-
to y queja) sino entre tres, pues debe involucrarse necesariamente en él a
aquella persona respecto de la cual se insta.
Surge de lo expuesto que esta instancia primaria también tiene contenido pre-
tensional. Pero se ve fácilmente que entre la acción procesal y todas las
demás instancias posibles existe diferencia esencial: la acción debe ser bila-
teralizada por el juez, otorgando posibilidad de audiencia al tercero respec-
to de quien se afirma debe cumplir la prestación pretendida, para que éste
alegue lo que desee al respecto. En otras palabras: es una instancia de carác-
ter bilateral.
Este fenómeno jurídico que acabo de describir se muestra, al igual que la
compraventa, como único, inconfundible e irrepetible en el mundo del Dere-
cho ya que todas las demás instancias son de carácter unilateral.
Y así se llega a la formulación de un concepto lógico que no puede ser más
elemental y simple: la acción procesal es la instancia bilateral. Y con ello se
dice todo para lograr la captación y comprensión integral del fenómeno.
No obstante lo expuesto, en los últimos años la doctrina mayoritaria en
América descuidó el estudio metódico de la acción procesal so pretexto de
que resultaba inservible para la comprensión de esta rama del derecho y
lo suplantó en definitiva por el concepto de pretensión, sosteniendo que en
razón de ella –y no de la acción– se generan los diferentes procedimientos,
se clasifican los tipos procesales y el contenido de las sentencias, se esta-
blecen sus efectos, se determinan las variadas competencias materiales,
etc.
Baste por ahora saber que si la pretensión es lo que se pide (en esencia, es una
meta), la acción es el modo de pedir (en esencia, es un método).
Y sin perjuicio de que las pretensiones pueden ser infinitas y la acción es
sólo una de las cinco posibles formas de instar, lo que importa rescatar en
este punto es la grave equivocación de los autores que han privilegiado la
obtención de la meta por sobre el método mediante el cual se procura obte-
ner esa meta, dando así la razón a Maquiavelo y posibilitando el triunfo
postrero de su conocido consejo: el fin justifica los medios…
36 ADOLFO ALVARADO VELLOSO – GUIDO AGUILA GRADOS
5.1. EL CONSTITUYENTE
El primero y más importante creador de normas procesales es el constitu-
yente: todas las constituciones que se han promulgado en América Latina
desde comienzos del siglo pasado las contienen claras y precisas.
El poder constituyente es la voluntad que configura la forma de
organización política de una nación. Es un poder originario,
extraordinario, transitorio e ilimitado. A diferencia de los poderes
constituidos, que son derivados, ordinarios, permanentes y limitados. El
Tribunal Constitucional peruano ha señalado su labor creadora y
primaria en el expediente N º 0050-2004-AI/TC y acumulados: “(…) El
Poder Constituyente originario, por ser previo y sin control jurídico, tiene la
capacidad de realizar transmutaciones al texto constitucional, ya que este
órgano representativo es el encargado de ‘crear’ la Constitución. Ello es así
LAS NORMAS DE PROCEDIMIENTO 39
5.2. EL PARTICULAR
A mi juicio, y en afirmación que dista de ser pacífica en la doctrina ameri-
cana, el segundo creador (en orden de importancia) de normas procesales
es el propio particular que afronta el litigio.
El tema se relaciona íntimamente con el que trataré en el punto siguiente:
el carácter del derecho procesal.
Por ahora, y sin perjuicio de lo que allá se exprese, recordaré algo ya sabi-
do por todos: una inmensa cantidad de pleitos es sacada por los propios
interesados de la órbita del Poder Judicial para ser derivada a la actuación
de árbitros particulares elegidos libremente por los contendientes (por
supuesto, esto refiere de forma exclusiva a los litigios de índole privada y
patrimonial, nunca a los de estado civil o de familia).
Cuando esto ocurre, los interesados pueden pactar toda la serie procedimental
así como renunciar por anticipado a deducir oportunamente medios de
impugnación con fundamento en la injusticia del laudo arbitral (no respec-
to de su legitimidad).
En el orden legal no veo razón lógica alguna para sostener lo contrario
(aunque no ignoro que algunas legislaciones prohíben caprichosamente
pactar acerca de normas de procedimiento).
Lo reitero: dejando de lado los litigios cuya discusión afecta al orden pú-
blico (que no encuadran en lo que sostengo) y a las relaciones que se pre-
sentan exclusivamente en el plano vertical del proceso (competencia e
impugnaciones por vía de recursos), en las demás –situadas en el plano
horizontal que va desde actor a demandado y viceversa– no hay motivo
serio y valedero para cercenar a las partes la posibilidad de pactar acerca
LAS NORMAS DE PROCEDIMIENTO 41
5.3. EL LEGISLADOR
El tercer creador de normas procesales es el legislador, quien lo hace en
Códigos procesales y en un sinnúmero de leyes que regulan diversas institu-
ciones jurídicas para cuyo ¿mejor? funcionamiento se prevé el procedi-
miento adecuado (por ejemplo, ley de concursos, de sociedades, de pren-
da con registro, etc.).
La importancia de la ley procesal es manifiesta porque ella debe ser aplica-
da sí o sí –no se admite pacto en contrario de particulares– cuando la ma-
teria justiciable es de orden público (por interesar a toda la comunidad lo
que se resuelva judicialmente al respecto) y, además, porque es de aplica-
ción supletoria respecto de todos los supuestos en los cuales el simple parti-
cular puede crear normas procesales.
5.4. EL JUEZ
El cuarto creador de normas procesales es el juez o tribunal (a los cuales se
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5.5. LA SOCIEDAD
El quinto y último creador de normas procesales es el propio ser colectivo:
la sociedad al través de sus usos, que pueden llegar a tener la jerarquía de
derecho vigente y no escrito (costumbre).
Entre las ideas de uso y de costumbre existe diferencia cuantitativa: el pri-
mero consiste en la repetición constante de un mismo hecho; la segunda
nace como consecuencia de la aceptación generalizada de esa repetición
(por consiguiente, es un efecto del uso). De ahí que pueda haber usos sin
costumbre pero no ésta sin aquéllos.
En materia procesal, la costumbre judicial (usos forenses reiterados) crea
normas que, aunque no escritas, son de aceptación generalizada en un
cierto tiempo y lugar.
Piénsese, por ejemplo, en las diferencias radicales que existen en las distin-
tas aplicaciones de la normativa procesal entre dos tribunales de una
misma ciudad...
Y es que se sostiene cotidianamente que el derecho no es una ciencia exacta
sino interpretativa. Y para justificar tal aserto se muestra un ejemplo muy
decidor: si se pregunta a un matemático ¿cuánto es dos y dos?, seguramente
responderá cuatro, pues no existe en el interrogante sino una sola formula-
ción lógica: la de la suma. Pero si idéntica pregunta es recibida por un ju-
rista, no acostumbrado a la exactitud sino a la interpretación, responderá
que –tal como está formulada la cuestión– su respuesta puede ser alterna-
tiva: cuatro o veintidós (y ello porque no se dijo dos más dos sino dos y dos). Y
obviamente, se sostiene, ambas expresiones son válidas en función estricta
de la cuestión planteada.
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Este simple ejemplo sirve para advertir que un gran número de hechos, de
las conductas en ellos desplegadas y de las normas que deben ser aplica-
das a esos hechos y esas conductas, poseen un contenido de interpretación
diversa y que, por ende son opinables (sobre un mismo problema pueden
darse soluciones diferentes).
Llevada esta realidad al campo del proceso se advierte que, por carencia
de norma respecto de un problema cualquiera o por interpretación que
desvirtúe su esencia cuando ella existe, en un momento y lugar dado co-
mienza a practicarse un cierto uso que, al generalizarse, termina en cos-
tumbre (como tal, derecho no escrito). Es en este sentido en el cual consi-
dero a ella como creadora de normas procesales.
De lo expuesto se infiere que la costumbre produce sus efectos no sólo
ante la carencia de ley sino también para derogar una anterior o para in-
terpretar la que se presenta como dudosa, la que deberá observarse en el
futuro conforme con el sentido asignado por ella. De aquí viene el decir
que hay costumbre fuera de la ley, contra la ley y según la ley.
Sin embargo, la tarea interpretativa no debe presentarse sistémicamente
respecto de normas que regulan un simple método.
En suma y sintetizando lo hasta aquí explicado: las normas procesales
pueden hallarse vigentes por estar contenidas en la Constitución, en los
pactos, en las leyes, en las decisiones judiciales y en la costumbre.
6. EL DERECHO PROCESAL
6.1. EL CONCEPTO Y EL CONTENIDO DEL DERECHO PROCESAL
Ya se puede decir que el derecho procesal es la rama del derecho que estu-
dia el fenómeno jurídico llamado proceso y los problemas que le son co-
nexos.
Es una rama por dos razones:
1) porque se elabora a partir del concepto fundamental de acción, que le
es propio y, por tanto, ninguna otra disciplina puede explicar; y
2) por la unidad de sus conceptos que, aunque diversos, se combinan en-
tre sí para configurar el fenómeno. Con ello se logra un sistema armónico y
completo.