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/ Año 4, Nº 5 (Mayo 2017) ISNN 2362-4191 Dossier: La traducción editoria 289–304

Las traducciones y los


traductores de Minotauro
Martín Felipe Castagnet / Universidad Nacional de La Plata – conicet
martinfelipecastagnet@gmail.com

Resumen Abstract
Ediciones Minotauro, editorial fundada por Ediciones Minotauro, a publishing house found­
Francisco «Paco» Porrúa en 1955, tuvo un papel ed by Francisco «Paco» Porrúa in 1955, played a
clave en la consolidación de la ciencia ficción key role in the consolidation of science fiction in
en Argentina. En este trabajo quiero demostrar Argentina. The present work aims to show how
cómo los criterios de traducción de Porrúa fue­ Porrúa’s translating criteria was fundamental for
ron centrales para sus decisiones editoriales, y his publishing decisions and that the widening
que la ampliación del público lector del género of the genre’s reading audience was a direct con­
fue consecuencia directa de su doble rol de tra­ sequence of his double role as translator and
ductor y editor. publisher.

Palabras clave: Francisco Porrúa • industria editorial • Key words: Francisco Porrúa • Publishing Studies •
traducción • Minotauro • ciencia ficción Translation • Minotauro • science fiction

Desde los estudios críticos especializados en los géneros, Pablo Capanna dedica Fecha de recepción:

un capítulo de su libro Ciencia ficción: utopía y mercado (2007) a la ciencia fic­ 15/11/2016
Fecha de aceptación:
ción en Argentina y, allí, a Ediciones Minotauro, fundada por Francisco «Paco» 22/2/2017
Porrúa en 1955. En su estudio, Capanna insiste en que Minotauro se atrevió a
lograr que el público «culto» se interesara por el género, ya que desde mediados
de los cincuenta el sello «ejerció una auténtica docencia en el público argentino»
(268). Elvio Gandolfo, en El libro de los géneros (2007), también subraya el papel
de Minotauro en la consolidación de un público lector argentino para los géneros
de especialidad de la editorial (58−59). En este trabajo quiero demostrar cómo los
criterios de traducción de Porrúa fueron centrales para sus decisiones editoriales,
y que la ampliación del público lector del género fue consecuencia directa de su
doble rol de traductor y editor.

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Habitualmente se habla de Porrúa como el «descu­


bridor» de García Márquez y el editor de Rayuela,
pero además fue el creador y cerebro de Minotauro,
la editorial que llegó a ser la más prestigiosa del mun­
do por sus ediciones de libros de ciencia ficción. Sus
cuidadas ediciones y traducciones y un catálogo ruti­
lante poblado de nombres como Le Guin, Bradbury,
Ballard, Tolkien, Sturgeon, entre otros, ayudaron a
darle una pátina de respetabilidad a la ciencia ficción.
Tal fue el prestigio que tenía Minotauro —hasta que
la compró Planeta— que William Gibson prefirió
que fuera este sello el que publicara Neuromante por
sobre otro español que ofrecía más dinero. (Pestarini)

La idea de Minotauro nació con un artículo


de Boris Vian y Stéphane Spriel1 en la revista
de Jean-Paul Sartre, Les Temps Modernes, de oc­
tubre de 1951, titulado «Un nouveau genre litté­
raire: la science-fiction»; allí se mencionaba a un
escritor norteamericano de apellido Bradbury
(618). El artículo servía como introducción de­ Cubierta de Les Temps Modernes, número 72 (octubre de 1951)
clarada al cuento «Le labyrinthe», de Frank M.
Robinson, publicado a continuación en ese mismo número.
Luego de toparse con ese artículo, Porrúa leyó en inglés su primer libro de
­Bradbury y decidió convertirse en editor para poder publicarlo en castellano. «Ya
de joven Paco quería dedicarse a los libros. Primero mediante la lectura y luego
con la necesidad de entrar de lleno en ese mundo» (Jesús Porrúa).

En una revista francesa había leído sobre un autor norteamericano, al que llamaban el poeta
de la ciencia ficción —cuenta Francisco Porrúa— Me interesé, fui a una librería en Buenos
Aires y compré El hombre ilustrado, de un tal Ray Bradbury. Enseguida tuve asombro, alegría
y sorpresa; quise leer todos sus libros. (Porrúa 1997)
Paco se enteró de los nuevos autores por una revista francesa, y fue a una librería de las que
había en Buenos Aires con obras en inglés, encontró cuatro o cinco, las leyó y decidió crear
una editorial para publicarlas. (Souto 2015a)

Poco después, Porrúa compró con la ayuda de su hermano Jesús los derechos
de cuatro libros de ciencia ficción desconocidos por entonces en la Argentina: The
Martian Chronicles y The Illustrated Man de Ray Bradbury, More Than Human
de Theodore Sturgeon y City de Clifford Simak (Porrúa 2009). «En el año 1953
comenzaron las consultas con el representante de editores Sr. Lawrence ­Smith y
los contratos por los primeros cuatro libros deben haberse firmado a fines de ese
año o comienzos de 1954» (Jesús Porrúa).

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Lawrence Smith, un irlandés ubicado en el barrio de Belgrano, fue el primer


agente literario en el país, «protector de los intereses de novelistas y dramatur­
gos ingleses que solían ser alegremente saqueados sin cobrar derechos de au­
tor» (­Ottino). Smith manejaba los derechos para toda Sudamérica de muchos
autores importantes, entre ellos John dos Passos, Margaret Mitchell, Leonard
Woolf, Ellery Queen, Somerset Maugham, William Saroyan y, por supuesto, Ray
­Bradbury. «Un día me llama el agente literario, el señor Lawrence Smith, que era
un caballero, un agente literario inglés correctísimo porque cuando él ofrecía un
libro a alguien no lo sabía nadie. Es decir que actuaba como un verdadero profe­
sional del libro» (Gregorio Weinberg en Sorá).
Porrúa por entonces trabajaba «en enciclopedias, en imprentas, en cosas más o
menos así, independientes» y «había traducido en privado muchas cosas» (­Porrúa
en Castagnet 2012), pero el primer libro completo que tradujo fue Crónicas mar-
cianas, que en 1955 inaugura Ediciones Minotauro con un famoso prólogo de
Borges, una operación de lectura con el objetivo de legitimar al flamante género:
la ciencia ficción.

El nombre del género


Porrúa modeló el género mediante dos operaciones: introdujo un catálogo por
entonces desconocido y le dio su nombre definitivo, el polémico calco «ciencia−
ficción», según figuraba en portada desde el primer número. El calco (calque) es
un tipo especial de préstamo en el que se transfiere una estructura o una expre­
sión completa mediante una traducción literal. Hasta la aparición de la editorial,
nadie en el mundo de habla hispana llamaba ciencia ficción a la science-fiction,
y por el contrario existían diversas variantes que no lograban imponerse. «En
los países de habla española se intentó “fantaciencia” sobre el modelo italiano
[fantascienza], “ficción científica” (quizá la mejor traducción de science-fiction),
y terminó por imponerse “ciencia-ficción”, a imitación del francés, por obra de
Minotauro» (Capanna).
Como ejemplo anterior a Minotauro vale citar la revista Más allá de la ciencia y
la fantasía (1953−1957), que fue la primera publicación en la Argentina en tomar
consciencia de la existencia del género (Abraham:131); se definía desde la portada
como «fantasía científica» y en su interior como «aventuras apasionantes en el
mundo de la magia científica». La contemporánea Urania, la revista del año 2000
(1953) la denominaba «fantasciencia». Asimismo, en la Más allá correspondiente
al mes de julio de 1955, se puede encontrar el siguiente anuncio de la primera
época de la colección Nebulae (publicada por Edhasa, antes de la sociedad de ésta
y Sudamericana con Minotauro), donde denominan «novelas científicas» a The
Puppet Masters de Henlein y The Voyage of the Space Beagle de van Vogt:

¡La ciencia que apasiona y estremece!


En dos subyugantes novelas científicas:
R. A. Henlein

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TITAN INVADE LA TIERRA y


A. E. Van Vogt
LOS MONSTRUOS DEL ESPACIO.
Pídalas a su librero.
Distribución directa para la argentina:
LIBRECOL, Humberto 1º 545 T.E. 30-4232.

(Más allá número 26, 1955:29)

En una nota al pie de su prólogo a Crónicas marcianas, Borges se ríe del proce­
dimiento de la composición, por el cual se amalgaman dos palabras para formar
una nueva, como ocurre con «scientifiction» o «fantasciencia»; este tipo de neo­
logismo también es llamado portmanteau, un término acuñado por Lewis Carroll
en Alice Through the Looking-Glass (1871) y un portmanteau en sí mismo.

Scientifiction es un monstruo verbal en que se emalgaman el adjetivo scientific y el nombre


sustantivo fiction. Jocosamente, el idioma español suele recurrir a formaciones análogas; Mar­
celo del Mazo habló de las orquestas de gríngaros (gringos + zíngaros) y Paul Groussac de las
japonecedades que obstruían el museo de los Goncourt. (Borges:8)

En su prólogo Borges se refiere siempre al género por su nombre en inglés, y


también en libros posteriores como en su Introducción a la literatura norteameri-
cana, incluso al traducir una cita: «“La science-fiction es un martillo maravilloso;
me propongo usarlo para que los hombres vivan como quieran”, ha escrito Bra­
dbury» (Borges y Zemborain:160); como posible traducción sugería «ficciones
científicas», aunque él mismo no la adoptaba.
El artículo que Porrúa leyó en Les Temps Modernes era igual de terminante:
«inutile, nous semble-t-il, de traduire ce terme» (Vian y Spriel:618). En francés,
hablar de science-fiction conforma un xenismo, es decir un extranjerismo que
conserva su grafía original. Jean-Marc Gouanvic, en su Sociologie de la traduction,
destaca que el español, como el francés, copia la sintaxis norteamericana, pero a
su vez lee la ausencia de traducción como un acto de cooperación: «Ne pas tra­
duire Science Fiction, c’est le signe d’un certain rapport de la “culture” francaise
avec la “culture” americaine» (Gouanvic:8).
Para 1957, Más Allá se rindió a la traducción de Porrúa, en una demostración
de la aceptación del término y la solidificación del género, que con esto terminó
de conformarse como tal en el ámbito de la lengua hispana. «En los primeros nú­
meros de Más Allá se lo denominaba “fantasía científica”; en los últimos, “ciencia
ficción”. El motivo del cambio había sido la difusión a partir de 1955 de la colec­
ción Minotauro, que empleaba (e impuso) ese último término» (Abraham:157).
A los diez años de inaugurada la editorial, Porrúa se arrepintió de incluir la le­
yenda «ciencia−ficción» en las portadas («las distinciones de género no me gustan
mucho»), pero durante ese período el término se instaló, quizás precisamente por­

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que Minotauro accedía a un público que supe­


raba a los lectores habituales del género (demos­
trado por la creciente tirada). Para que exista la
ciencia ficción en Argentina, según Gandolfo,
son necesarios «autores buenos, malos y medio­
cres que conformen un género con característi­
cas propias» (Gandolfo 1978:13); esto aplica a la
consolidación de cualquier género, y sin dudas
una de esas características es la existencia de un
nombre común que aglutine las diferentes obras.
Porrúa defendió su traducción del término
hasta el final de su vida; al mismo tiempo, para­ El párrafo de la página 623 donde se menciona Chroniques Martiennes
dójicamente, identificó el término con la cien­ de Bradbury. Nótese al final la mención a Monde de A de van Vogt (The
World of Null-A, 1948) de donde Porrúa saca uno de sus pseudónimos:
cia ficción dura, ubicando a su catálogo dentro Ricardo Gosseyn.
de la ficción mainstream.

Borges decía que está mal traducido, porque ciencia acá es un adjetivo; sería ficción científica,
pero no me gusta nada lo de ficción científica. Esto de que la ficción puede ser científica no
lo entiendo; simplemente hay una ficción que es imaginaria que tiene elementos de la ficción
realista; en realidad, la ciencia ficción es lo que llaman los americanos la hard science fiction,
que yo no publicaba. (Porrúa 2013)

Con el tiempo, el calco continuó adaptándose al original inglés: progresiva­


mente se fue eliminando el guión (hyphen) de las palabras compuestas, una moda
lingüística de la época victoriana; así como desapareció en «science fiction» tam­
bién desapareció en «ciencia ficción».

El catálogo de Minotauro
Minotauro fue, ante todo, una editorial dedicada a la traducción. En los cuarenta
y seis años desde la fundación hasta la venta a Planeta, sólo diecisiete libros se
publicaron originalmente en castellano. Diez de ellos fueron editados por M ­ arcial
Souto en Autores Rioplatenses, la única colección que no dirigió Porrúa; de los
restantes siete, cinco fueron publicados entre 1962 y 1967 y los últimos dos en la
década del noventa. Los otros doscientos títulos del período Porrúa fueron traduc­
ciones del inglés (192), italiano (3), alemán (2) y francés (2), aunque una de estas
dos en realidad consistió en una traducción indirecta del polaco, la única de la
editorial. A esta suma, por supuesto, deberían sumarse los títulos contratados por
Porrúa antes de su partida, como evidentemente fue el caso de los volúmenes de la
colección «Historia de la Tierra Media» coordinada por Christopher Tolkien, que
comenzaron a publicarse en 1997 y cuyos últimos dos números salieron en el 2002.
En la etapa de Porrúa, luego de Ubú rey de Alfred Jarry (1957) hay que esperar
hasta Manuscrito hallado en Zaragoza de Jan Potocki (1967) para encontrar un

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libro anterior al siglo XX. El resto de los libros del catálogo de Porrúa no son
sólo de ese siglo, sino que de esa primera tanda salvo un par de excepciones (El
color que cayó del cielo de H.P. Lovecraft, 1957; El mundo subterráneo de S. Fowler
­Wright, 1959; El tiempo de la noche de William Sloane, 1960; y Hacedor de estre-
llas de Olaf Stapledon, 1965) todos tienen menos de diez años de diferencia con
respecto al original. Incluso más: los primeros siete libros de Minotauro, de Cró-
nicas... a El día de los trífidos de John Wyndham (agosto de 1956), son todos de la
misma década del 50, lo que señala el compromiso de Porrúa con la traducción
de contemporáneos, tanto en lo literario como en lo financiero. La inversión que
significa el pago de los derechos de autor parece compensarse con las horas de
trabajo que Porrúa dedicó a hacer él mismo las traducciones: los primeros siete
libros son todos obra suya, bajo sus distintos pseudónimos.
A partir del análisis del catálogo se desprende que 2 libros provienen original­
mente del siglo XIX; 2 de la década del 20; 7 de la década del 30; 3 de la década del
40; 27 de la década del 50; 37 de la década del 60; 33 de la década del 70; 47 de la
década del 80; 39 de la década del 90. En la gestión de Porrúa (1955–2001) el año
promedio de edición original es 1972, lo cual demuestra la contemporaneidad de
sus traducciones, si se considera que la mitad del período es 1978.
A continuación, las tablas con el año de edición de cada libro, el año del ori­
ginal y la cantidad de años transcurridos entre traducción y original, desglosadas
en las cuatro etapas del período de Porrúa. El promedio general es de 12,73 años
entre el original y la traducción de Minotauro; sin el caso anómalo de Manuscrito
hallado en Zaragoza (163 años) el promedio es aún menor: 11,135 años.

Traducción Original Años Traducción Original Años

1955 - 1950 5 1965 - 1937 28

1955 - 1953 2 1966 - 1962 4

1955 - 1953 2 1967 - 1804 163*

1955 - 1951 4 1967 - 1965 2

1956 - 1953 3 1968 - 1961 7

1956 - 1952 4 1969 - 1959 10

1956 - 1951 5 1971 - 1967 4

1957 - 1896 61 1971 - 1959 12

1957 - 1927 30 1971 - 1964 7

1957 - 1952 5 1972 - 1955 17

1958 - 1935 23 1972 - 1969 3

1958 - 1953 5 1972 - 1966 6

1959 - 1929 30 1973 - 1969 4

1960 - 1954 6 1973 - 1964 9

1960 - 1937 23 1973 - 1957 16

1960 - 1957 3 1973 - 1962 11

...continúa ...continúa

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1961 - 1953 8 1973 - 1963 10

1961 - 1944 17 1973 - 1967 6

1961 - 1950 11 1974 - 1964 10

1961 - 1961 0 1974 - 1962 12

1962 - 1954 8 1974 - 1972 2

1962 - 1949 13 1974 - 1962 12

1962 - 1950 12 1975 - 1960 15

1963 - 1955 8 1976 - 1973 3

Promedio Promedio

5 15,5416667

Traducción Original Años Traducción Original Años

1977 - 1973 4 1987 - 1954 33

1977 - 1954 23 1987 - 1971 16

1977 - 1954 23 1988 - 1985 3

1977 - 1961 16 1988 - 1973 15

1978 - 1972 6 1988 - 1980 8

1978 - 1962 16 1989 - 1987 2

1978 - 1963 15 1989 - 1981 8

1978 - 1970 8 1989 - 1969 20

1978 - 1964 14 1989 - 1984 5

1978 - 1972 6 1989 - 1980 9

1979 - 1968 11 1990 - 1980 10

1979 - 1965 14 1990 - 1980 10

1979 - 1935 44 1990 - 1987 3

1979 - 1973 6 1990 - 1979 11

1979 - 1978 1 1990 - 1987 3

1979 - 1967 12 1990 - 1985 5

1979 - 1954 25 1990 - 1983 7

1980 - 1955 25 1990 - 1986 4

1980 - 1965 15 1990 - 1937 53

1981 - 1966 15 1990 - 1983 7

1981 - 1967 14 1990 - 1982 8

1981 - 1966 15 1990 - 1977 13

1982 - 1937 45 1990 - 1972 18

1982 - 1961 21 1990 - 1985 5

1982 - 1979 3 1991 - 1966 25

1982 - 1977 5 1991 - 1980 11

1983 - 1976 7 1991 - 1979 12

1983 - 1979 4 1991 - 1984 7

1983 - 1975 8 1991 - 1981 10

...continúa ...continúa

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1983 - 1974 9 1991 - 1988 3

1984 - 1984 0 1991 - 1946 45

1984 - 1977 7 1992 - 1998 -6

1984 - 1974 10 1992 - 1988 4

1984 - 1976 8 1992 - 1979 13

1984 - 1981 3 1992 - 1992 0

1984 - 1967 17 1992 - 1989 3

1984 - 1984 0 1993 - 1981 12

1986 - 1981 5 1993 - 1973 20

1986 - 1982 4 1993 - 1990 3

1986 - 1979 7 1993 - 1985 8

1986 - 1972 14 1993 - 1991 2

1986 - 1968 18 1993 - 1954 39

Promedio 1993 - 1981 12

12,452381 1993 - 1993 0

1993 - 1988 5

1993 - 1990 3

1994 - 1988 6

1994 - 1993 1

1994 - 1984 10

1994 - 1989 5

1994 - 1982 12

1994 - 1983 11

1994 - 1976 18

1995 - 1981 14

1995 - 1995 0

1995 - 1990 5

1995 - 1992 3

1995 - 1993 2

1995 - 1995 0

1995 - 1961 34

1995 - 1983 12

1995 - 1968 27

1995 - 1987 8

1996 - 1990 6

1996 - 1982 14

1996 - 1992 4

1996 - 1967 29

1996 - 1992 4

1996 - 1994 2

1997 - 1994 3

1997 - 1975 22

...continúa

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1997 - 1985 12

1997 - 1937 60

1997 - 1992 5

1997 - 1993 4

1997 - 1995 2

1997 - 1996 1

1998 - 1996 2

1998 - 1976 22

1998 - 1996 2

1998 - 1998 0

1998 - 1986 12

1998 - 1977 21

1998 - 1962 36

1998 - 1983 15

1998 - 1996 2

1998 - 1994 4

1999 - 1974 25

1999 - 1987 12

1999 - 1993 6

1999 - 1994 5

1999 - 1997 2

1999 - 1982 17

1999 - 1994 5

1999 - 1996 3

1999 - 1997 2

1999 - 1997 2

2000 - 1992 8

2000 - 1993 7

2000 - 1998 2

2000 - 1991 9

2001 - 1998 3

2001 - 1974 27

2001 - 1955 46

2001 - 1981 20

2001 - 1999 2

Promedio

10,9622642

Promedio total

12,73

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Los traductores de Minotauro


Francisco Porrúa fue conocido por todos como Paco. También fue conocido,
sin que muchos lo supieran, como Francisco Abelenda (o F.A.), José y ­Joaquín
Valdivieso, Luis Domènech, Manuel Figueroa, Gregorio Lemos y Ricardo
­
­Gosseyn. «El pudoroso Porrúa», en palabras de Sasturain, o como dijo su her­
mana Maricarmen Porrúa el día de su funeral: «Paco no era ostentoso. Ese era su
estilo» (Saldarriaga).
Esta operación puede leerse como un extremo de la teoría de la invisibilidad
formulada por Lawrence Venuti, el efecto de una estrategia traductora que asegu­
ra la accesibilidad del texto traducido a la lengua meta, generando una ilusión de
transparencia. Esta manipulación pretende que cuanto más fluida la traducción,
más invisible el traductor y probablemente más visible el autor o intención del
texto original. Al utilizar pseudónimo, Porrúa vuelve opaco el nombre del tra­
ductor, único indicio en el paratexto de Minotauro que señala una traducción;
asimismo, un pseudónimo encubre que esas estrategias de manipulación provie­
nen directamente del editor.
Como resultado, incluso los lectores más interesados en deshacer el efecto
transparencia se vieron engañados: cuando un joven Marcial Souto, recién lle­
gado de Uruguay, conoció a Porrúa en 1971, estaba ansioso por conocer al fin al
editor pero también a los traductores que firmaban los libros.

Estaba traduciendo El hombre en el castillo en ese momento, que la firmó como Manuel
­Figueroa. Y yo le empecé a decir «¿Quién es Francisco Abelenda, quién es José ­Valdivieso?».
«Bueno, soy yo». Yo no puedo creerlo. No puedo creerlo. «“¿Y Ricardo Gosseyn?” “...­también”».
(Souto 2015b)

Porrúa utilizaba diferentes pseudónimos de acuerdo a la calidad de la traduc­


ción.2 El mejor, según él mismo, era Francisco Abelenda, el apellido de su abuelo
materno Jesús Fernández Abelenda, con el que firmó sus primeros seis libros de
Bradbury y varios de Ballard.

Noticias: ¿Por qué firmaba las traducciones con seudónimo?


Porrúa: Porque era el propietario de Minotauro, el editor, el que tenía tratos comerciales con
los distribuidores y ser además el traductor me pareció un exceso. Elegí una cantidad de nom­
bres y luego se convirtió en un juego: las que consideraba mejores traducciones las atribuía a
un nombre. Las más flojas, a otro y las quizás deficientes, a otro más.
Noticias: Cada uno tenía un prestigio diferente.
Porrúa: Exacto. Francisco Abelenda —el apellido materno— era de los mejores y al que más
cuidaba. Fue el que utilicé con la publicación de Crónicas marcianas. El traductor es un ser
que tiene un trabajo humilde y al mismo tiempo difícil. (Porrúa en Guariglia)

Paco le dedicaba diez horas por día a la traducción. «He pasado gran parte de mi
vida traduciendo y, aunque aparentemente soy un editor o un ex editor, lo que yo

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veo son todos mis trabajos de traductor» (Porrúa en Guariglia). También revisaba
las traducciones una y otra vez, hasta obtener el texto adecuado para su gusto.

Un día la miré con cierta atención y encontré párrafos incomprensibles. Después la corregí
para la primera edición, después la corregí para la segunda y la tercera, y para la cuarta decidí
corregirla por última vez; es decir, hacer una traducción que sea literaria y literal al mismo
tiempo, conservar hasta las comas del original. El otro día la miré y vi que todavía cambiaría
algo, mejor no tocarla más. De las traducciones era como decía Paul Valéry de los poemas:
no hay poemas terminados, hay poemas abandonados. La traducción es lo mismo: en un
momento decís «bueno, puedo seguir corrigiendo infinitamente, hasta el día de mi muerte».
(Porrúa 2012)

Estas modificaciones incesantes a veces provocan casos extraños y hasta dis­


paratados, como este comentario de Sasturain donde (sin saberlo) quizás esté
acusando a Porrúa de modificar su propia traducción.

Para el actual relanzamiento, pese a que se conservan las versiones originales, se han operado
ciertos toques en los textos, debidos, probablemente, a que se trata de libros editados en
España. Así, a alguien se le ha ocurrido la conveniencia de corregir —levemente, eso sí— el
prólogo de Borges y en la traducción que sigue firmando Francisco Abelenda hay muchas
cosas que el Porrúa del 55 no escribió. (Sasturain)

Según cuenta Marcial Souto, el libro fue traducido varias veces hasta que Po­
rrúa decidió traducirlo él mismo. Parte del proyecto Minotauro nace de la in­
satisfacción: «A Paco no lo conformaban las traducciones en general, salvo los
nombres que se destacaron en esa actividad», dice su hermano Jesús.

La primera traducción no fue de Paco, y creo que la segunda tampoco. No le gustaron


nada, y decidió hacerlo él. Lo tradujo un traductor profesional, o dos, no me acuerdo, y
decidió sentarse y hacerlo él. Ahí empezó la cosa: mirá el tipo de conciencia que tenía, sin
haber traducido nunca, y aun así hace esa cosa maravillosa. Había un montón de errores en
la primera traducción, pero había esa gracia, esa percepción del lenguaje maravillosa, y es un
libro más grave que el original. El original de Crónicas marcianas es más liviano. Él hizo una
cosa más literaria y más melancólica, no es depresión, una melancolía que redondea maravi­
llosamente el libro y eso lo hace Paco. (Souto 2015b)

La mayoría de los apellidos utilizados por Porrúa como pseudónimos son ape­
llidos familiares. Uno de ellos es Luis Domènech, el traductor del primer tomo
de El Señor de los Anillos, al que Porrúa consideraba su segundo mejor traductor,
tomado de su abuela paterna Cándida Figueroa Domènech.

Luis Domènech era el «traductor catalán», que también es un apellido de la familia, yo tenía
una abuela catalana. En el año 1750 los catalanes decidieron invadir Galicia y reformar la pes­

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ca, y fueron a causa de unas trifulcas callejeras. Los gallegos se rebelaban contra los catalanes
pero algunos se quedaron, y uno de ellos era una mujer que fue mi abuela. (Porrúa 2012)

De esa misma abuela sale el Figueroa, con el que firma El hobbit, y Valdivieso,
proveniente de su abuela Cándida, al que utiliza con dos nombres diferentes: José
y Joaquín. José es utilizado en cinco libros en la primera etapa de la editorial, de
1955 a 1963; Joaquín en 1974 y 1990, para los dos últimos libros de Bradbury que
tradujo el propio Paco: La feria de las tinieblas y La muerte es un asunto solitario,
para los que abandona el habitual Abelenda con el que solía firmar las traduccio­
nes de ese autor.
Porrúa era tan exigente como editor que como traductor, y muchas veces las rees­
cribía por completo. Souto cuenta un ejemplo que involucra a un tercer ­Valdivieso:

Hay un libro de Angela Carter sobre un mundo post atómico que está firmado por dos nom­
bres de mujer [Nota del autor: Ana María Valdivieso]. Paco muchas veces tuvo varias traduc­
ciones de libros que no usó, porque le parecían incorregibles. De ese libro, Héroes y villanos,
puso una traducción de un lado y otra del otro, original en el centro, y se puso a traducirlo
él, a ver si podía sacar algo entre las dos. Entonces le puso el nombre de una, el nombre de la
otra, y su Valdivieso. Manolo, el hermano mayor de Paco, le elogió la traducción: «¿Quién es
esta mujer que traduce tan bien?». (Souto 2015b)

Fernández Naval (2014) asegura que también Gregorio Lemos es pseudónimo


de Paco, afirmación que se sostiene ya que las únicas traducciones pertenecientes
a esta firma aparecen todas en Minotauro: La tierra permanece (1962), Hacedor de
estrellas (1965) y varios cuentos en la primera época de la revista Minotauro.
De todos los pseudónimos uno de los más interesantes es Ricardo Gosseyn,
que afortunadamente Marcial Souto pudo explicar.

Me dio una explicación de Ricardo Gosseyn, que no sé si es así. Aparece un personaje que se
llama Gosseyn en una novela de El mundo de No-A, el mundo no aristotélico, es en realidad.
Es un mundo que se rige por leyes no aristotélicas. Es un clásico, yo nunca lo leí. Y fui amigo
de van Vogt y no. Era otra época completamente. Y bueno, entonces según me contó Paco en
algún momento, yo no sé si lo dice van Vogt en algún momento o si él lo razonó, el nombre
Gosseyn era por algo así como «guess who I am», adivina quién soy. En realidad, Paco me dijo
«guess I am», la construcción «guess I am» no existe en inglés, tiene que ser «guess who I am».
No sé. No está mal «adivina quién soy» como seudónimo. (Souto 2015b)

El protagonista de The World of Null-A de A.E. van Vogt se llama Gilbert Gos­
seyn. Como dice van Vogt en la introducción a la nueva versión de 1970: «as
World of Null-A opens, my hero —Gilbert Gosseyn— becomes aware that he
is not who he thinks». El personaje descubre que sus memorias son falsas, y en
busca de su verdadera identidad descubre que tiene cuerpos extra de reemplazo
que se activan cuando muere, lo que de alguna manera lo hace inmortal. Esta

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disposición resulta especialmente apropiada para los pseudónimos: sin identidad


definida, variando de uno a otro, y en la práctica inmortal. En un libro de entre­
vistas van Vogt ofrece su propia explicación del nombre:

I discussed the origin of the name, «Gosseyn», for example, in the introduction to The World
of Null-A. I first saw that name, spelled exactly that way, in an English book about the Mi­
ddle East. «Gosseyn» was a Middle East chieftain who lived approximately 2,000 years ago.
It seemed to be an unusual English-sounding name. At the time, I made no attempt to pro­
nounce it. Much later, my agent, Forrest Ackerman, pointed out that it could be pronounced
«Go-Sane,» which, of course, is what Null-A is about. (van Vogt, en Elliot 1979:37)

Este libro se encuentra nombrado en el artículo de Stéphane Spriel y Boris


Vian que dio origen a Minotauro; de hecho, Les Mondes des A (en ese momento
figura con el provisional «Monde de A») fue traducido por el propio Boris Vian
en 1953 para una colección conjunta entre Hachette y Gallimard llamada Le Ra­
yon Fantastique, que de 1951 a 1964 publicó a autores de la edad de oro como
Theodore Sturgeon, A. E. van Vogt, Isaac Asimov, Robert A. Heinlein, Arthur C.
Clarke y Clifford D. Simak.
Ricardo Gosseyn no fue únicamente un pseudónimo de traductor; con ese
nombre también firmó el prólogo de El color que cayó del cielo y fue el director
editorial de la primera época de la revista Minotauro y de la revista Planeta, edi­
ciones locales de la norteamericana The Magazine of Fantasy and Science Fiction
y la francesa Planète.
Sin embargo, no todas las traducciones de Porrúa están firmadas con pseudó­
nimo. En 1968 se produce una excepción notable, aunque de corta duración:

Unos años después rehizo en gran medida la traducción de Crónicas marcianas, creo que a prin­
cipios de los 60. Después hizo otra versión hacia finales de los 60, y la tercera, creyendo que ya
estaba conforme, puso su nombre: apareció como Francisco Porrúa. Apareció una o dos veces.
En aquel momento se usaban acetatos, pre fotolitos, era una cosa que por contacto te copiaba
el texto pero duraba pocas reimpresiones porque se gastaba. Para la siguiente reedición, porque
se reeditaba continuamente, cada tres meses, ediciones de 30 mil ejemplares, la secretaria [Nor­
ma] se equivocó y mandó la anterior, donde decía Francisco Abelenda. Y Paco, supersticioso
como siempre, dijo: «esto es una señal», y volvió a Francisco Abelenda. (Souto 2015b)

Porrúa, además de su labor como traductor, corregía cada línea escrita por sus
traductores; si los cambios eran sustanciosos, la co−firmaba con alguno de sus
pseudónimos; usualmente, esto significaba que se agregaba el F.A. (por Francisco
Abelenda) junto al nombre del traductor.

Como él trabajaba mucho las traducciones, las leía línea por línea con el original. El único
editor que yo conocí que hacía él eso. Ahora muchos editores independientes lo hacen. Si
tenía que trabajar mucho y traducir mucho, cambiaba su nombre. Yo estaba acostumbrado

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La rara edición de Crónicas marcianas de 1968 La única vez en donde se reitera la excepción:
firmada con su verdadero nombre. El vino del estío (mayo de 1972)

a que entregabas una traducción, te daban otra o te volvían a llamar o no te llamaban más;
con él no (Cohen 2016).
Paco corregía y bien. Además con unos parámetros muy personales y particulares. La pri­
mera vez que te sentabas con él para hablar ya te decía cuáles eran las normas y eran así. No
estaban por escrito. Que yo recuerde, tenían que ver con la prohibición del lenguaje soez.
Las puteadas había que suavizarlas, incluso cuando estuvieran en el original; yo creo que con
una intención nada moralista, más bien en la búsqueda de un lenguaje neutro. (Ehrenhaus)

Venuti, al hablar de la invisibilidad del traductor, explica que un elemento


clave es lo que Gideon Toury denomina norma inicial: la decisión de optar por
domesticar el texto por medio de la adaptación del texto traducido a la cultura
meta, borrando las marcas de lo extranjero. Las normas de traducción no sólo se
encargan de guiar las decisiones que se toman durante el proceso de traducción,
sino que también determinan el tipo de equivalencia que se obtiene entre el texto
original y su traducción; en este caso, la elección de Porrúa de suavizar el lenguaje
soez resulta en una menor fidelidad a la lengua fuente con el objetivo de adap­
tarse mejor a la lengua meta. Estos cambios son especialmente relevantes en una
traducción que elimina las diferencias entre las diferentes variantes del castellano,
que suelen destacarse precisamente en el lenguaje soez. Continúa Ehrenhaus:
«Tampoco podías usar nunca la palabra “coger”: le sonaba mal. No es casualidad
que la mayoría de sus traductores, salvo alguna excepción, eran rioplatenses. Ahí
hay una elección consciente; que él la pudiera explicar o no, no sé» (Ehrenhaus).
Efectivamente, la mayoría de los traductores de Minotauro fueron rioplaten­
ses, salvo excepciones contadas, incluso con el sello ya radicada en Barcelona, en
el marco de la migración editorial de Argentina a España ocurrida tras la muerte
de Franco en el 75 y el golpe militar del 76. Una posible razón podría haber sido
que los traductores latinoamericanos cobraban menos, ya que no pagaban apor­
tes al no tener permisos de trabajo. No obstante, Porrúa pagaba una tarifa muy
alta, más que la media, e incluso siempre redondeaba a favor (Ehrenhaus), por

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lo que no parece ser el caso y sí una elección deliberada de Porrúa, que aun en
España se consideraba argentino.
«Te daba un tiempo sensato para laburar. Pero estaba acostumbrado a que su
gente le haga doscientas páginas por mes, o ciento cincuenta» (Ehrenhaus). «Su
gente» eran los traductores habituales de Minotauro: Marcial Souto (La Coruña,
1947), Matilde Horne (Buenos Aires, 1914; Santa Eulalia del Río, 2008), Marcelo
Cohen (Buenos Aires, 1951), Carlos Peralta (Buenos Aires, 1924–2001), Enrique
Pezzoni (Buenos Aires, 1926−1989), Rubén Masera y Aurora Bernárdez (Buenos
Aires, 1920; París, 2014), cuyas vidas y labores son tan enriquecedoras que no
entran en este trabajo, pero serán desarrolladas en uno subsiguiente.

Notas
1
Stéphane Spriel era el pseudónimo de Michel Pi­ investigadores que hayan propuesto trabajos descriptivos
lotin, traductor y editor de «Le Rayon fantastique» y sistemáticos que intenten demostrarlo o contradecirlo
(1951−1964), la por entonces novísima colección de en términos traductológicos; los únicos trabajos existen­
science-fiction de Gallimard y Hachette. tes refieren a las dificultades y variantes de traducción de
2
Constituye un lugar común de los testimonios que obras específicas, como The Lord of the Rings (Arrizaba­
sus traducciones son «excelentes»; sin embargo, faltan laga) o A Clockwork Orange (Duro Hernández).

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